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La Autoridad y La Sumision Watchman Nee
La Autoridad y La Sumision Watchman Nee
CONTENIDO
Primera parte: la autoridad y la sumisión
1. La importancia de la autoridad
2. Ejemplos de rebelión en el Antiguo Testamento (1)
3. Ejemplos de rebelión en el Antiguo Testamento (2)
4. David conocía la autoridad
5. La sumisión del Hijo
6. Dios establece Su reino
7. Dios desea que el hombre se someta a Sus representantes
8. La autoridad que hay en el Cuerpo
9. La manifestación de la rebelión (1)
10. La manifestación de la rebelión (2)
11. El límite de la sumisión
PREFACIO DE LA EDICION EN
INGLES
En 1949 Watchman Nee dio una serie de mensajes acerca de la autoridad y la
sumisión en un adiestramiento dirigido a los colaboradores llevado a cabo en
Kuling, Fuchow. Quienes estuvieron en esas reuniones cayeron postrados ante la
gran luz que Dios vertió, y recibieron una clara percepción de la forma en que el
maligno llena toda la tierra, y del gran desconocimiento de ello entre aquellos a
quienes el Señor salva. ¿Cómo podrá venir el reino de Dios, al final de esta era, si
Sus hijos no tienen un testimonio de verdadera sumisión al Señor?
Los editores
Librería Evangélica de Taiwan
20 de enero de 1967
PREFACIO DE LA SEGUNDA
EDICION
Esta obra se basa en una serie de mensajes que Watchman Nee dio en el
adiestramiento que ofreció en el monte de Kuling en los años 1948 y 1949, y
consta de dos partes que tienen una estrecha relación entre sí. En 1988 Living
Stream Ministry publicó la primera parte en inglés bajo el título Authority and
Submission, libro que abarcaba como tema general la autoridad espiritual y la
sumisión. La presente edición incluye una segunda parte, anteriormente
traducida del chino, que trata de la autoridad que Dios delega.
PRIMERA PARTE
LA AUTORIDAD Y LA SUMISION
CAPITULO UNO
LA IMPORTANCIA DE LA
AUTORIDAD
Lectura bíblica: Ro. 13:1-17; He. 1:3; Is. 14:12-14; Mt. 6:13; 26:62-64
EL ORIGEN DE SATANAS
Satanás llegó a ser quien es debido a que fue más allá de la autoridad de Dios. El
quería competir con Dios y oponérsele. Así que, la causa de su caída fue la
rebelión.
En la oración que el Señor ofrece en Mateo 6:9 -13 se halla la cláusula: “no nos
metas en tentación”. La tentación alude a la obra de Satanás. También hallamos
la frase: “líbranos del mal”, que se refiere al propio Satanás. L uego el Señor
añade: “Porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos.
Amén”. Esta es la declaración más importante. El reino pertenece a Dios, y
también la autoridad y la gloria son Suyas. Todo es de Dios. Comprender la
realidad de que el reino es de Dios nos hace completamente libres de Satanás.
Puesto que Dios administra todo el universo, tenemos que aprender a
someternos a la autoridad de Dios. Nadie puede robar la gloria de Dios.
A
Antes de que Pablo se diera cuenta de lo que significaba esta autoridad, quiso
erradicar la iglesia de la tierra. Pero después de encontrarse con el Señor cuando
iba hacia Damasco, comprendió que es difícil dar coces (utilizar la energía del
hombre) contra el aguijón (la autoridad de Dios). Cayó en tierra, reconoció a
Jesús como Señor y se sometió a las instrucciones de Ananías. Pablo se encontró
con la autoridad de Dios. En su conversión, entendió no solamente el significado
de la salvación sino también el de la autoridad de Dios.
Pablo era un hombre culto y versado, mientras que Ananías era un hermano
insignificante. La Biblia solamente lo menciona una vez. Si Pablo no se hubiera
encontrado con la autoridad de Dios, no habría podido hacerle caso a Ananías.
Si uno no se encuentra con la autoridad de Dios “en camino a Damasco”, no
podrá someterse a un hermano pequeño e insignificante en “Damasco”. Esto
nos muestra que todo aquel que se encuentra con la autoridad, se relacionará
con ésta, y no con la persona que la tiene. Solamente debemos prestar atención a
la autoridad, no a la persona, ya que nuestra sumisión no está dirigida a una
persona sino a la autoridad de Dios en esa persona. Si ésta no es nuestra actitud,
no sabremos lo que es la autoridad. Si nos sometemos primeramente a una
persona, y no a la autoridad que inviste a esa persona, estamos completamente
equivocados. Si tocamos primero la autoridad y luego nos sometemos a la
persona independientemente de quién sea, vamos por el camino correcto.
Quienes participamos en la obra del Señor somos siervos de Dios. Por lo tanto,
lo primero con lo que nos encontramos es la autoridad. Tocar la autoridad es tan
práctico como tocar la salvación. Para nosotros ésta es una lección muy
profunda. Debemos ser afectados y golpeados por la autoridad, por lo menos
una vez en la vida. Cuando hayamos tocado la autoridad, la veremos
dondequiera que nos encontremos, y sólo entonces Dios podrá restringirnos y
comenzar a usarnos.
CONOCER LA AUTORIDAD
ES UNA GRAN REVELACION
En el universo existen dos grandes acciones: creer para ser salvo, y someterse a
la autoridad. En otras palabras, confiar y obedecer. La Biblia nos muestra que el
pecado es la infracción de la ley (1 Jn. 3:4). En Romanos 2:12 la expresión “sin
ley” equivale a “infringir la ley”. Vivir sin ley significa hacer a un lado la
autoridad de Dios, lo cual es pecado. La transgresión se relaciona con la
conducta, mientras que vivir sin ley tiene que ver con la actitud y con los
motivos del corazón. La edad presente es una edad rebelde; el mundo está lleno
de pecados de rebelión. Inclusive, el inicuo e stá a punto de manifestarse. Al
mismo tiempo, la autoridad va siendo cada vez más desplazada en el mundo. Al
final, toda la autoridad será desechada, y lo único que quedará será un reino de
rebeldía.
CAPITULO DOS
EJEMPLOS DE REBELION EN
EL ANTIGUO TESTAMENTO
(1)
Lectura bíblica: Gn. 2:16-17; 3:1-6; Ro. 5:19
LA CAIDA DE ADAN Y EVA
La caída del hombre
se debió a la falta de sumisión
Examinemos la historia de Adán y Eva en Génesis 2 y 3. Después de que Dios
creó a Adán, le dio algunas instrucciones. Le ordenó que no comiera del fruto
del árbol del conocimiento del bien y del mal. Tengamos presente que la
cuestión no se limitaba simplemente a comer o no comer del fruto prohibido.
Dios puso a Adán bajo cierta autoridad para observar si se sometería a ella. Dios
confió toda la creación a la autoridad de Adán, para que él la administrara y
tuviera la autoridad de toda la creación. En ese entonces, Dios puso a Adán bajo
Su propia autoridad para que aprendiera a someterse a la autoridad. Sólo
quienes se someten a la autoridad pueden ejercer autoridad.
En el principio, Dios creó primero a Adán, y después a Eva. El decidió que Adán
fuera la autoridad y que Eva se sometiera a dicha autoridad. Dios dispu so que
uno fuera la autoridad y que el otro se sometiera. Tanto en la vieja creación
como en la nueva, la autoridad depende del orden o la secuencia de precedencia.
El que es creado primero tiene la autoridad. El que es salvo primero posee la
autoridad. Por esta razón, a dondequiera que vayamos, lo primero que debemos
preguntarnos es a quién el Señor desea que nos sometamos. En donde nos
encontremos, debemos determinar quién tiene la autoridad y someternos a ella.
Cuanto más sumiso sea el hombre, menos actuará por su cuenta. En el comienzo
de la búsqueda del Señor por parte del hombre, se ve mucha actividad y poca
sumisión. A medida que avanza, sus actividades disminuyen y, al final, queda
solamente la sumisión. Muchas personas cuando se encuentran frente a la obra,
tienden a tomar decisiones; no les gusta quedarse quietos. No les preocupa si
son sumisos o no. A eso se debe que veamos tantas obras realizadas por el yo y
no por escuchar y obedecer.
El centurión cuyo siervo estaba enfermo sabía que había una autoridad por
encima de él a la cual debía someterse, de la misma manera que él tenia
soldados que se sometían a él. Por eso, él solamente necesitaba que el Señor
dijera una sola palabra, pues sabía que eso era suficiente para que su siervo
sanara. El sabía que toda autoridad estaba en las manos del Señor y creía en la
autoridad de El. Esta es la razón por la cual el Señor dijo que no había hallado
[en Israel] una fe tan grande como ésa. Encontrarse con la autoridad de Dios es
lo mismo que encontrarse con Dios. En la actualidad Dios delega autoridades en
todo el universo. Todas las órbitas que hay el universo son establecidas por El, y
todos los caminos de los hombres fueron determinados por El. Por consiguiente,
todos ellos están bajo Su autoridad. Ofender la autoridad de Dios es ofender a
Dios. Por eso, el creyente debe someterse a la autoridad.
Algunos aspectos
de la sumisión a la autoridad
El siervo de Dios verá la autoridad en el universo, en su comunidad, en su hogar y
en la iglesia. Si un hombre nunca se ha encontrado con la autoridad de Dios, no
podrá someterse a El. Esto no es cuestión de doctrina ni de teoría. Si lo fuera,
sería bastante abstracta. Algunos piensan que es muy difícil someterse a la
autoridad. Pero no lo es cuando uno se encuentra con Dios. Si no fuera por Su
misericordia, nadie podría someterse a Su autoridad. Por esta razón, debemos
tener presentes algunos aspectos básicos:
CAPITULO TRES
EJEMPLOS DE REBELION EN
EL ANTIGUO TESTAMENTO
(2)
Lectura bíblica: Gn. 9:20-27; Lv. 10:1-2; Nm. 12:1-15; 16
LA REBELION DE CAM
El fracaso de la autoridad delegada
pone a prueba a los que le están sujetos
Al principio cuando Adán cayó estaba en el huerto, y también en un huerto se
hallaba Noé cuando cayó. Dios salvó a Noé y a toda su familia debido a que Noé
fue hallado justo. En el plan de Dios, Noé era la cabeza de su familia, y Dios
puso a la familia de Noé bajo su autoridad. Dios también puso a Noé como la
cabeza de toda la tierra en aquel entonces.
Pero un día Noé bebió del vino de su viña, se embriagó y quedó desnudo en su
tienda. Cuando su hijo Cam vio la desnudez de su padre, salió de la tienda y lo
contó a sus hermanos. Sabemos que la conducta de Noé estaba equivocada; él
no debió embriagarse. Pero Cam no vio cuán serio era el asunto de la autoridad.
El padre es la autoridad que Dios estableció en la familia. Ahora bien, a la carne
le gusta ver que la autoridad caiga en vergüenza para sentirse libre de la
restricción. Cuando Cam vio el comportamiento erróneo de su padre, no tuvo
ninguna compasión ni se condolió de él. Tampoco guardó el asunto en secreto.
Esto demuestra que tenía un espíritu rebelde, pues salió a decírselo a sus
hermanos y expuso la vergüenza de su padre, y también que su conducta era
rebelde. Notemos, por otro lado, la manera en que Sem y Jafet trataron el
asunto. Ellos entraron a la tienda de espaldas y no miraron la desnudez de su
padre, sino que lo cubrieron sin volverse. El fracaso de Noé fue una prueba para
Sem, Cam, Jafet y Canaán, el hijo de Cam, que pondría en evidencia quién era
sumiso y quién era rebelde. El fracaso de Noé sacó a la luz la rebelión de Cam.
Dios escogió a Moisés para que sacara de Egipto a los israelitas. Pero María
menospreció a Moisés. Por lo tanto, Dios no se agradó de esto. Está bien que
quisiera reprender a su hermano, pero no que hablara contra la autoridad de
Dios. Ni Aarón ni María conocían la autoridad de Dios. Ellos desarrollaron un
corazón rebelde al mantener una relación natural. Moisés no respondió nada, ya
que sabía que si él era la autoridad delegada de Dios, no había necesidad alguna
de defenderse. Cualquiera que hablara contra él, tocaría la muerte; así que no
necesitó decir palabra. Mientras Dios le hubiera delegado Su autoridad, él no
tenía que hablar. Un león no necesita protección porque es la autoridad. Moisés
primero se sometió a la autoridad de Dios, y entonces pudo representar a Dios
como autoridad. El era más manso que todos los hombres que había sobre la
tierra (v. 3). La autoridad que Moisés representaba era la autoridad de Dios.
Todas las autoridades son delegadas por Dios y nadie puede quitarlas.
Las palabras de rebelión subieron y fueron oídas por Dios (v. 2b). Cuando Aarón y
María ofendieron a Moisés, ellos ofendieron a Dios, quien estaba en Moisés. Por
eso, Dios se airó contra ellos. Cuando el hombre toca la autorid ad delegada, toca
a Dios en esa persona, y cuando ofende la autoridad delegada, ofende a Dios
mismo.
La autoridad es Dios mismo, quien no debe ser agraviado. Cualquiera que hable
en contra de Moisés estará hablando contra la elección de Dios, la cual no
podemos menospreciar.
Cuando Aarón vio que María quedó leprosa, él suplicó a Moisés que intercediera
para que Dios la sanara. Dios indicó que María fuera echada del campamento
por siete días, después de los cuales sería recibida de nuevo. Ella fue
avergonzada por siete días como si su padre hubiera escupido sobre su rostro.
Sólo después de siete días la tienda de reunión pudo continuar su viaje. Cada vez
que surge la rebelión y la murmuración entre nosotros, la presencia de Dios se
va y la tienda se detiene. La columna de nube no regresa h asta que sea juzgada
la murmuración. Si el asunto de autoridad no ha sido establecido, todos los
demás asuntos permanecerán inestables.
En ese momento Datán y Abiram no estaban presentes. Más tarde Moisé s envió
hombres para mandar a llamarlos. Pero ellos se rehusaron diciendo: “Tampoco
nos has metido tú en tierra que fluya leche y miel, ni nos has dado heredades de
tierras y viñas. ¿Sacarás los ojos de estos hombres? No subiremos” (v. 14). Esta
actitud demuestra claramente que estaban en rebelión. Ellos no creyeron en la
promesa de Dios, y su atención estaba puesta en la bendición terrenal. Ellos se
olvidaron de su propio error, pues fueron ellos los que se rehusaron a entrar en
Canaán. Así que, se rebelaron contra Moisés con palabras hostiles.
Dios pudo tolerar las diez veces que Su pueblo murmuró en el desierto, pero no
tolera que se ofenda a Su autoridad. El puede tolerar muchos pecados y aun
perdonarlos, pero cuando se trata de la rebelión, no la tolera porque ella
corresponde al principio de la muerte, es decir, al principio de Satanás. Por esta
razón, el pecado de la rebelión es más serio que cualquier otr o pecado. Cada vez
que alguien se opone a la autoridad, Dios inmediatamente lo juzga. Cuán
solemne es este asunto.
CAPITULO CUATRO
DAVID CONOCIA LA
AUTORIDAD
Lectura bíblica: 1 S. 24:4-6; 26:9, 11; 2 S. 1:14
Anteriormente Dios había puesto a Saúl como rey, y David estaba bajo su
autoridad. Si David hubiera matado a Saúl, habría obtenido el reinado a costa de
la rebelión, y habría caído en la esfera de la rebelión; pero David no se atrevió a
hacer esto. Este es el mismo principio por el que Miguel no se atrevió a proferir
juicio de maldición contra Satanás (Jud. 9). La autoridad es un asunto muy
delicado.
De acuerdo con 1 Samuel 31 y 2 Samuel 1, Saúl murió por su propia mano. Pero
un joven amalecita vino a David para reclamar el crédito, diciendo que él había
matado a Saúl; sin embargo, David continuó negándose a su yo y sometiéndose a
la autoridad de Dios. El le dijo al hombre, “¿Cómo no tuviste temor de
extender tu mano para matar al ungido de Jehová?” (2 S. 1:14), y ordenó la
ejecución de aquel mensajero joven.
Puesto que David mantuvo la autoridad de Dios, se dice que él era un hombre
conforme al corazón de Dios. Su reino ha sido preservado hasta ahora, pues el
propio Señor Jesús es un descendiente suyo. Sólo los que se someten a la
autoridad pueden ser autoridad. Este es un asunto serio. Debemos erradicar la
rebelión de entre nosotros. Para poder llegar a ser una autoridad debemos
primero someternos a la autoridad. Este es un asunto decisivo. Si no
entendemos esto claramente, no podremos seguir adelante. La iglesia es un
órgano de sumisión. No debemos temer a los débiles en la iglesia, pero sí a los
rebeldes. Debemos someternos a la autoridad de Dios desde lo profundo de
nuestro corazón. Sólo así la iglesia será bendecida. El camino que tenemos por
delante depende de nosotros. Debemos vivir nuestros días con mucha
sobriedad.
CAPITULO CINCO
LA SUMISION DEL HIJO
Lectura bíblica: Fil. 2:5-11; He. 5:7-9
El pasaje de Filipenses 2:5-7 constituye una sección, y los versículos del 8-11
constituyen otra. La primera sección muestra que Cristo se despojó a Sí mismo, y
la segunda sección afirma que El se humilló a Sí mismo. El Señor se bajó dos
veces: primero se despojó de Su deidad, y luego se humilló a Sí mismo tomando
forma humana. Cuando el Señor descendió a la tierra, se despojó de la gloria, el
poder, la posición y la imagen que tenía en su deidad. Como resultado de esto,
quienes no tenían revelación no lo reconocieron ni lo aceptaron como el Hijo de
Dios, y pensaron que se trataba de un hombre común. Con respecto a la Deidad,
el Señor escogió voluntariamente ser el Hijo, y someterse a la autoridad del
Padre. Por lo tanto, El dijo que el Padre era mayor que El (Jn. 1 4:28). El Hijo
tomó esa posición voluntariamente. En la Deidad hay una armonía perfecta.
También podemos decir que en la Deidad hay igualdad; sin embargo, en la
Deidad el Padre debe ser la cabeza y el Hijo debe someterse. El Padre representa
la autoridad, y el Hijo representa la sumisión.
CAPITULO SEIS
El Señor vino a la tierra para establecer el reino de Dios; y para esto debemos
ver que el evangelio consta de dos aspectos: un aspecto individual y uno
corporativo. En el aspecto individual, el evangelio da vida eterna a los que creen; y
en el aspecto corporativo, el evangelio llama a las personas al arrepentimiento
para que entren en el reino de Dios. Los ojos de Dios están puestos en el reino.
En la oración que el Señor hace en Mateo 6:9-13, se habla del reino al comienzo y
al final. El versículo 10 dice: “Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, como en el
cielo, así también en la tierra”. El reino de Dios es la esfera donde la voluntad de
Dios se realiza sin ningún obstáculo. El versículo 13 dice: “Porque Tuyo es el
reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”. El reino, el poder y la
gloria están relacionados entre sí. Apocalipsis 12:10 dice: “Ahora ha venido la
salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de Su Cristo”. El
reino es la esfera donde El ejerce Su autoridad. En Luca s 17:21, el Señor dijo:
“He aquí el reino de Dios está entre vosotros”. (No dijo: “En vosotros”.) Esto
indica que el Señor Jesús es el reino de Dios. Decir que el Señor Jesús está entre
vosotros equivale a decir que el reino de Dios está entre vosotros, po rque la
autoridad de Dios se lleva a cabo en El sin ningún obstáculo. El reino de Dios
está en el Señor y también en la iglesia. Debido a que la vida del Señor fue dada a
la iglesia, Su reino debe propagarse y establecerse por medio de ella. Dios
estableció un reino en los tiempos de Noé, pero sólo era un gobierno humano;
no era el reino de Dios, ya que éste comenzó con el Señor Jesús. Pero ¡cuán
pequeña era la esfera de acción de este reino! Mas ahora, ese único grano de
trigo produjo muchos granos. Hoy la esfera del reino de Dios no se limita
solamente al Señor Jesús; sino que se extiende a muchos creyentes.
El propósito de Dios no es sólo que seamos la iglesia, sino que como tal seamos
Su reino. La iglesia debe ser la esfera del reino de Dios, es decir, e l lugar donde
El ejerce Su autoridad. Por consiguiente, el deseo de Dios no se limita a ganar
terreno en algunas personas, ya que desea que la iglesia en su totalidad esté
libre de rebelión. Debe haber una sumisión y una dependencia total de Dios
para que Su autoridad se lleve a cabo perfectamente. De esta manera, la
autoridad de Dios se establece entre Sus criaturas. Dios no desea que el hombre
se someta solamente a Su autoridad directa sino también a las autoridades que
El delega; por eso no nos pide una sumisión a medias sino una sumisión
completa.
Dios no nos llamó solamente a recibir vida por medio de la fe, sino también a
preservar Su autoridad por medio de nuestra obediencia. El plan de Dios para
nosotros en la iglesia es que nos sometamos a Su autoridad y a todas las
autoridades que El estableció. Esto incluye el hogar, el gobierno, la escuela, la
iglesia y así sucesivamente. El Señor no especifica a quién debemos someternos,
pero en la medida en que nos encontramos con Su autor idad, aprenderemos a
someternos a la autoridad.
Cuando el Señor estuvo sobre la tierra, fue obediente hasta en lo más pequeño;
por ejemplo, el Señor no fue negligente en cuanto al pago del impu esto del
templo. Aun cuando no tenía dinero, encontró una moneda en la boca de un pez
para pagarlo (Mt. 17:14-27). El también dijo: “Devolved, pues, a César lo que es
de César, y a Dios lo que es de Dios” (22:21). Aunque César estaba en rebelión,
Dios lo había establecido y, por ende, se le debía obedecer. Cuando nosotros
somos sumisos, el reino puede extenderse a toda la tierra. Muchos tienen un
sentir firme con respecto al pecado pero no con respecto a la rebelión. Por
consiguiente, el hombre debe no sólo estar consciente del pecado, sino también
de la autoridad. Si no estamos conscientes de lo que es la autoridad, no
podremos ser discípulos de Cristo ni ser sumisos.
CAPITULO SIETE
Algunas personas son establecidas por Dios para dar mandamientos y ser
autoridades Suyas. Todos los que están en una posición de autoridad, fueron
establecidos por Dios. Por lo tanto, todas las autoridades que Dios estableció
deben respetarse. Dios hoy confía Su autoridad al hombre y, para ello,
estableció a muchos hombres sobre la tierra para que manifiesten Su autoridad.
Si queremos aprender a someternos a Dios, debemos reconocer a quienes
recibieron autoridad de parte de El. Si pensamos que solo Dios tiene autoridad,
es muy probable que ofendamos constantemente Su autoridad. ¿A cuántas
personas consideramos que son la autoridad de Dios? No tenemos opción de
escoger entre la autoridad directa de Dios y la autoridad que El delega. No s ólo
tenemos que someternos a la autoridad directa de Dios, sino también a Su
autoridad delegada, porque no hay autoridad que no provenga de Dios.
En Exodo 20, después de que el pueblo de Dios salió de Egipto al desierto, Dios
les dio los diez mandamientos. Después de eso, estableció preceptos por los
cuales debían regir su conducta. Uno de tales preceptos dice: “...ni maldecirás al
príncipe de tu pueblo” (22:28), lo cual demuestra que Dios los puso bajo
autoridades gubernamentales. Por lo tanto, aun en los días de Moisés, vemos
que cuando los israelitas rechazaban la autoridad, rechazaban a Dios.
En Romanos 13:4 Pablo nos muestra que todos los magistrados son siervo s de
Dios. En ese entonces, el gobierno de su nación estaba en manos de los
romanos. Desde el punto de vista humano, podemos decir que no tenemos que
someternos a los agresores extranjeros. Pero Pablo no dice que nos rebelemos
contra los gobiernos extranjeros; por tanto, no sólo debemos someternos a
nuestra propia nación, sino que debemos someternos al gobierno del lugar
donde nos encontremos. Yo no puedo desobedecer a un gobierno local porque
soy de otra nacionalidad, pues la ley no es dada para infundir temor al que hace
lo bueno, sino al malo. No importa cuánto varíen las leyes de diferentes
naciones, todas provienen de la ley de Dios. El principio básico radica en
recompensar al bueno y castigar al malo. Cada gobierno tiene sus propias leyes y
las hace cumplir, de manera que el bueno sea recompensado y el malo
castigado. No llevan en vano la espada. Aunque hay gobiernos que defienden al
malo y oprimen al bueno, se ven obligados a torcer la verdad y llamar a lo bueno
malo, y a lo malo bueno. En ningún caso pueden decir que defienden a los
malhechores ni que castigan a los justos. Hasta el presente, todos los gobiernos
sostienen el principio de recompensar al bueno y castigar al malo. Tal principio
es irrevocable. Cuando el inicuo (el anticristo) se manifieste, tergiversará todas
las autoridades. Ese será el final del mundo. Entonces lo bueno será
considerado malo, y lo malo bueno; lo bueno será eliminado, y lo malo
prevalecerá.
El creyente siempre está sujeto a la ley, no por temor al castigo sino por causa de
su conciencia delante de Dios. Si él no se somete, s u conciencia lo reprenderá.
Esta es la razón por la cual debemos someternos a las autoridades superiores.
Los hijos de Dios no deben criticar al gobierno gratuitamente. Aun el policía que
vigila en la calle es una autoridad establecida por Dios. El es un oficial de Dios
que cumple su deber. ¿Cuál debe ser nuestra actitud con respecto a los
impuestos y las tarifas? ¿Tomamos el gobierno local como autoridad de Dios?
¿Nos sometemos a él? Si el hombre no se ha encontrado con la autoridad, no
podrá someterse. Cuanto más se le pida que se someta, más difícil se le hará. En
2 Pedro 2:10 dice: “Y mayormente a aquellos que andan tras la carne, llevados
de los deseos corrompidos, y que desprecian el señorío. Atrevidos y contumaces,
injurian sin temblar a las potestade s superiores”. Hay muchos que han perdido
su poder y su vida espiritual debido a la murmuración. El hombre no debe caer
en la anarquía. La manera como Dios juzga a los gobiernos injustos no debe
preocuparnos. Por supuesto, debemos orar a Dios para que esta blezca Su
justicia. Por lo tanto, cuando desobedecemos a la autoridad, desobedecemos la
autoridad de Dios. Si no somos sumisos, reforzamos el principio del anticristo.
Cuando el misterio de la iniquidad se manifieste, ¿lo restringiremos o lo
apoyaremos?
En la familia
Dios estableció Su autoridad en la familia. Muchos hijos de Dios no prestan la
suficiente atención a la familia. Sin embargo, especialmente Efesios y
Colosenses (las epístolas que presentan la espiritualidad más elevada) no pasan
por alto el asunto de la familia. Allí se habla específicamente de la sumisión en
la familia. Si descuidamos este asunto, tendremos problemas al servir a Dios. En
1 Timoteo y en Tito se habla de la obra; pero se habla de la familia y de la forma
en que ésta afecta la obra. En 1 Pedro se habla del reino, y vemos en esa epístola
que rebelarse contra la autoridad en la familia es rebelarse contra el reino.
Cuando el hombre se encuentra con la autoridad, sus problemas disminuyen.
Dios estableció al esposo como la autoridad delegada de Cristo, y a la esposa
como representante de la iglesia. A menos que la esposa vea la autoridad que el
esposo representa, es decir, la autoridad que Dios estableció, le será difícil
someterse. Ella debe entender que no debe verlo simplemente como su esposo,
sino como la autoridad de Dios. En Tito 2:5 se les dice a las mujeres jóvenes que
deben estar “sujetas a sus propios maridos, para que la palabra de Dios no sea
blasfemada”. En 1 Pedro 3:1 dice: “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a
vuestros propios maridos; para que aun si algunos no obedecen la palabra, sean
ganados sin la palabra por la conducta de sus esposas”. Y en los versículos 5 y 6
se añade: “Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas
mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus propios maridos; como
Sara obedecía a Abraham, llamándole señor”.
Los siervos deben obedecer a sus amos de la misma manera que obedecen al
Señor, no sirviendo sólo cuando los ven ni engañando con astucia, sino
sirviendo con sencillez de corazón, temiendo al Señor. Sea que el amo lo esté
mirando o no, el siervo debe servirlo de la misma manera, con honestidad como
sirviendo al Señor. En 1 Timoteo 6:1 dice: “Todos los que están bajo yugo como
esclavos, tengan a sus propios amos por dignos de todo honor, para que no sea
blasfemado el nombre de Dios y nuestra enseñanza”. En Tito 2:9 -10 leemos:
“Exhorto a los esclavos que se sujeten a sus amos en todo, que sean
complacientes, y que no les contradigan; no defraudando, sino mostrando una
fidelidad perfecta, para que en todo adornen la enseñanza de Dios nuestro
Salvador”. Uno debe primero acatar la autoridad del Señor, y luego otros
acatarán la autoridad del Señor en uno. Cuando Pablo y Pedro hablaron de estas
cosas, ellos estaban todavía bajo el Imperio Romano, y el tráfico de esclavos era
prevaleciente. Si la esclavitud es correcta o no, es otra cosa; pero Dios ordena
que los esclavos se sometan a sus amos.
En la iglesia
Dios estableció autoridades en la iglesia. Puso ancianos, que presiden, y puso a
aquellos que trabajan en la obra y enseñan. Dios ordena que debemos
someternos a ellos. Además, los jóvenes deben someterse a los mayores. En 1
Pedro 5:5 dice: “Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos”. El capítulo
cinco habla de ancianos refiriéndose a los que son mayores en edad, mientras
que 1 Corintios 16:15 habla de la familia de Estéfanas como “las primicias de
Acaya (indicando antigüedad según la secuencia en que fueron salvos); ellos se
han dedicado a ministrar a los santos”. Estéfanas era muy humilde, y se dispuso a
servir a los santos. En el versículo 16 el apóstol agrega: “Os exhorto a que os
sujetéis a tales personas, y a todos los que colaboran y trabajan”.
Los hijos de Dios deben ceñirse de humildad y someterse los unos a los otros.
Sin embargo, algunos exhiben con arrogancia su posición y autoridad, pero eso
es vil y vergonzoso.
Una vez que uno toca la autoridad, puede ver la autoridad de Dios a
dondequiera que vaya. La primera pregunta que uno se debe h acer es a quién
debe someterse y a quién debe obedecer. El creyente debe tener dos clases de
sentimientos: uno que le muestre cuando pecó, y el otro que le indique lo que es
la autoridad. Cuando dos hermanos deliberan con puntos de vista diferentes,
ambos pueden hablar, pero cuando llegue el momento de decidir, sólo uno de
ellos deberá hacerlo. Hechos 15 describe una conferencia grande en la cual
todos, tanto viejos como jóvenes podían participar; todos los hermanos podían
hablar. Entre ellos, Pedro y Pablo hablaron. Finalmente Jacobo tomó la
decisión. Tanto Pedro como Pablo expusieron los hechos, pero Jacobo tomó la
decisión. Aun entre los ancianos y los apóstoles existe un orden de autoridad.
Pablo dijo que él era el más pequeño de todos los apóstoles (1 Co. 15:9). Existe
aun una diferencia entre apóstoles grandes y apóstoles pequeños. No es
simplemente que alguien nos gobierne, sino que debemos conocer la posición
que nos corresponde. Este relato es un testimonio muy hermoso y un cuadro
maravilloso; hace temblar a Satanás y pone fin a su reino. Cuando tomemos el
camino de la sumisión, Dios juzgará al mundo.
Lucas 9:48 dice: “Cualquiera que reciba este niño a causa de Mi nombre, a Mí
me recibe; y cualquiera que me recibe a Mí, recibe al que me envió”. El Señor no
tiene ningún problema en representar al Padre, porque el Padre se lo con fió
todo a El. Cuando nosotros creemos en el Señor, creemos en el Padre. Más aún,
hasta un niño puede representar al Señor. En Lucas 10:16 el Señor envió a Sus
discípulos a propagar Su ministerio y les dijo: “El que a vosotros oye, a Mí me
oye; y el que a vosotros desecha, a Mí me desecha”. Todas las palabras,
decisiones y opiniones de los discípulos representaban al Señor. El confiaba
plenamente en los discípulos cuando delegó toda autoridad. Todo lo que ellos
dijeran en Su nombre, El lo respaldaría. Por eso, rechazar a los discípulos era
rechazar al Señor. El Señor pudo confiarles Su autoridad con mucha paz. El no
les recomendó que tuvieran mucho cuidado con lo que dijeran ni que no fueran a
cometer ningún error cuando hablaran. El Señor no estaba preocupa do por lo
que pudiera pasar si ellos se equivocaban; pues el Señor tenía la fe y el valor de
entregar confiadamente Su autoridad a los discípulos.
Pero los judíos no tenían la misma actitud, pues dudaban y decían: “¿Cómo
puede ser esto? ¿Cómo podemos saber que lo que dices es cierto? Necesitamos
analizarlo más”. Ellos no se atrevieron a creer, pues tenían mucho temor.
Supongamos que un ejecutivo de una empresa envía a un empleado a hacer una
diligencia y le dice: “Haga lo mejor que pueda; y en todo lo que h aga, yo lo
respaldaré. Cuando lo escuchen a usted, me estarán escuchando a mí”. Si yo
fuera el empresario, tal vez requeriría que se me enviara un informe diario de
actividades por temor de encontrar algún error. Pero Dios puede confiar en
nosotros como representantes Suyos. ¡Cuán grande es esta confianza! Si el
Señor confía tanto en la autoridad que delega, cuánto más debemos hacerlo
nosotros.
CAPITULO OCHO
EN EL CUERPO SE EXPRESA
LA AUTORIDAD MAS ELEVADA
La expresión más elevada de la autoridad de Dios se halla en el Cuerpo de
Cristo, el cual es la iglesia. A pesar de que Dios estableció sistema s de autoridad
en el mundo, ninguna de las relaciones ya sean con el gobierno o entre padre e
hijo, esposo y esposa, amo y siervo, pueden manifestar perfectamente la
autoridad. Aunque Dios estableció muchas autoridades en la tierra, son
solamente sistemas de autoridad, y el hombre puede obedecerlos externamente
sin someterse a ellos de corazón. Por ejemplo, si el gobierno establece una ley,
las personas pueden obedecerla de corazón o superficialmente. No se puede
determinar con certeza la clase de obediencia de una persona. De la misma
manera, tampoco se puede saber si la sumisión de un hijo a sus padres es de
corazón o es superficial. Por lo tanto, la sumisión a la autoridad no puede ser
tipificada por la sumisión de un hijo a sus padres ni la de un siervo a su amo y
mucho menos por la del pueblo al gobierno. Sin sumisión, la autoridad de Dios
no puede ser establecida. Tampoco una sumisión externa puede establecerla.
Además, existen muchas clases de sumisión que se basan en las diferentes clases
de relaciones humanas; por ejemplo: padre e hijo o amo y siervo. Pero el amo y
el siervo pueden estar distanciados, y lo mismo puede suceder con el padre y el
hijo; por eso no podemos ver una sumisión absoluta ni perfecta en estas
relaciones.
LA AUTORIDAD EQUIVALE
A LAS RIQUEZAS DE CRISTO
Es imposible que un miembro sea todo el Cuerpo. Por esta razón, cada uno de
nosotros debe mantenerse en su posición como miembro, recibiendo la función
de los demás miembros. Cuando otros ven y escuchan, yo puedo ver y escuchar.
Recibir la función de los miembros es recibir las riquezas de la Cabeza. No hay
ningún miembro que sea independiente. Yo no soy más que un miembro. Un
miembro no puede hacer la labor de todo el Cuerpo. Lo que los demás
miembros hacen es lo que el Cuerpo hace. En la actualidad, los ojos vieron algo,
pero la mano dice que no ha visto nada y espera hasta que vea algo. El hombre
desea tenerlo todo y hacerlo todo; no quiere recibir la provisión de los demás
miembros. Esto lo empobrece y lleva la iglesia a una condición de pobreza.
Cuando los ojos son iluminados, todo el cuerpo recibe luz. Cuando los oídos
oyen, todo el Cuerpo oye.
La gracia de Dios para con nosotros es múltiple. Por un lado, viene a nosotros
directamente, lo cual sucede esporádicamente. Por otro lado, Dios nos da Sus
riquezas de una manera indirecta. En la iglesia Dios ha establecido hermanos y
hermanas para que sean autoridades sobre nosotros. Por medio de su
discernimiento, que viene a ser nuestro, podemos recibir las riquezas de Cristo
sin tener que pasar por los sufrimientos que ellos pasaron. En la iglesia hay
mucha gracia para todos y no para uno solo. Cada estrella tiene su propia gloria.
Por lo tanto, la autoridad viene a ser las riquezas de la iglesia. Las riquezas de un
individuo son para muchos. Rebelarse es tomar el camino de la pobreza, y
rechazar la autoridad es rechazar el canal por el cual se reciben la gracia y las
riquezas.
CAPITULO NUEVE
LA MANIFESTACION DE LA
REBELION
(1)
Lectura bíblica: 2 P. 2:10-12; Ef. 5:6; Jud. 8-10; Mt. 12:34; Ro. 9:11-
24
LAS PALABRAS
Las palabras salen del corazón
Si uno es rebelde, sus palabras con seguridad dejarán en evidencia la rebelión
que hay en uno. Tarde o temprano las palabras de rebeldía saldrán, porque de la
abundancia del corazón habla la boca. A fin de conocer la autoridad, se debe
tener primero un encuentro con la autoridad. Si uno no ha tenido un encuentro
con la autoridad, no podrá someterse. Uno debe, en alguna ocasión, tener un
encuentro con Dios para que la base de Su autoridad pueda establecerse en uno.
Cuando uno hable, sabrá si profiere una palabra de desobediencia. Inclusive,
antes de decir la palabra, el pensamiento que manifiesta la voluntad, le hará
sentir incómodo. Uno percibirá que se pasó de la raya y sentirá una restricción
interna. Si uno profiere palabras rebeldes descuidadamente y sin ninguna
restricción interna, tendrá la evidencia de que no ha tenido un encuentro con la
autoridad. Es más fácil hablar en rebelión que actuar en rebelión.
Las personas, por lo general, sólo se asocian con los de su misma clase y sólo se
comunican con ellos. Las personas rebeldes siempre acompañan a los que
andan tras los deseos de la carne y a los que son arrastrados por los deseos
corruptos y menosprecian el señorío. A los ojos de Dios, los que van en pos de la
carne, los que se dejan llevar de sus deseos corruptos y los que menosprecian el
señorío, están en la misma categoría. Tales personas son arrogantes, obstinadas y
no temen injuriar a las potestades superiores. Pero quien es conocen a Dios
temen por ellos mismos y saben que sólo el que tiene una boca corrupta puede
proferir injurias. Si conocemos a Dios, nos arrepentiremos, porque sabemos
cuánto aborrece Dios la rebelión. Los ángeles estuvieron bajo aquellos que
tenían el señorío y, por eso, no se atreven a injuriarlos ni a hacerles frente con
un espíritu altivo ni por medios rebeldes. Por lo tanto, si vivimos delante de
Dios, no podemos murmurar contra otros. Debemos tener presente que es
posible usar palabras de rebeldía aun en nuestras oraciones. David podía decir
sin reservas que Saúl era el ungido de Dios, lo cual comprueba que él conservó
su posición. El poder de Satanás es establecido sobre la base de la iniquidad,
pero los ángeles no sobrepasaron el límite que les cor responde. Pedro usó esto
como ejemplo, para mostrarnos que si los ángeles se comportan de esta manera,
cuánto más nosotros deberíamos comportarnos igualmente (v. 11).
LOS ARGUMENTOS
Las murmuraciones provienen
de los argumentos
La rebelión del hombre se manifiesta en sus palabras, sus argumentos y sus
pensamientos. Si no conoce la autoridad, expresará murmuraciones, lo cual
procede de sus argumentos. El hombre habla porque piensa que tiene la razón.
Cam pensó que tenía una razón válida para rebelarse contra Noé, debido a que
lo encontró desnudo. Las palabras de María con respecto a la unión de Moisés
con la mujer etíope describían un hecho; así que ella tenía razón. Pero los que se
someten a la autoridad, no viven encerrados en sus argumentos. El séquito de
Coré y los 250 líderes dijeron que Moisés y Aarón no debían levantarse sobre
ellos, porque toda la congregación era santa y porque Jehová estaba en medio
de ellos. Una vez más la rebelión de ellos tenía un argumento lógico como base.
Las palabras de rebelión a menudo provienen de argumentos razonables. Datán y
Abiram también aducían una razón. Ellos culparon a Moisés de no haberlos
introducido en la tierra que manaba leche y miel y que no les había dado tierras
ni viñas; por el contrario todavía vagaban por el desierto. Ellos culparon a
Moisés de que él les estaba tapando los ojos u ocultando algo a ellos, por lo cual
dijeron: “¿Sacarás los ojos de estos hombres?” (Nm. 16:14). Con eso daban a
entender que sus ojos veían claramente. Cuanto más pensaban, más argumentos
tenían. Los que aducen argumentos nunca dejan de cavilar. Cuanto más
piensan, más reflexiones surgen. En el mundo todos viven razonando. ¿Cuál
sería entonces la diferencia entre nosotros y las personas mundanas, si nosotros
también nos centramos en nuestros argumentos?
Que Dios tenga misericordia de nosotros para que veamos cuán indignos y
pequeños somos. ¿Cómo nos atreveremos a altercar con El? Cuando la reina de
Saba visitó a Salomón y él le reveló un poco de su gloria, no quedó espíritu en
ella. Pero en nosotros hay uno que es mayor que Salomón. ¿Habrá algún
razonamiento al cual no podamos renunciar? Adán pecó porque comió del fruto
del árbol del conocimiento del bien y del mal. Pero si Dios nos revela tan sólo un
poco de Su gloria, veremos que no somos más que un perro muerto y polvo de la
tierra. Todos nuestros razonamientos se desvanecerán delante de Su gloria.
Cuanto más vive una persona delante de Su gloria, menos argumenta. Y cuando
uno ve a una persona argumentadora, notará que ella no ha visto la gloria de
Dios.
Durante estos años he descubierto que Dios nunca obra de acuerdo a nuestros
razonamientos. Aunque yo no entienda lo que El hace, tendré que adorarlo
porque soy Su siervo. Si yo entiendo y comprendo todo lo que El hace, debo ser
yo el que esté sentado en el trono. Cuando descubra que El está muy por encima
de mí, que El es el único y supremo y que debo postrarme en tierra, todos mis
razonamientos desaparecerán. De ahí en adelante, la autoridad tendrá la
preeminencia y no mis razonamientos, ni lo que esté correcto ni lo que esté
equivocado. Los que conocen a Dios, se conocerán a sí mismos y, una vez que se
conozcan a sí mismos, todos sus argumentos desaparecerán.
Uno llega a conocer a Dios por medio de la sumisión. Todo aquel que vive
centrado en sus argumentos desconoce a Dios. Los que voluntariamente se
someten a la autoridad, pueden verdaderamente conocer a Dios. Todo el
conocimiento del bien y del mal que heredamos de Adán debe ser erradicado de
nosotros. Sólo así nos someteremos fácilmen te.
LA MANIFESTACION DE LA
REBELION
(2)
Lectura bíblica: 2 Co. 10: 4-6
LOS PENSAMIENTOS
La relación entre los razonamientos
y los pensamientos
La rebelión del hombre no sólo se manifiesta en palabras y en razonamientos;
sino también en pensamientos. El hombre expresa palabras rebeldes porque sus
razonamientos son rebeldes. Pero los razonamientos se manifiestan en
pensamientos; por lo tanto, el pensamiento es el centro de la rebelión del
hombre.
Pareciera que en el mundo sólo dos personas lo saben todo: Dios y yo. Yo soy el
consejero y lo sé todo. Cuando éste es el caso, se muestra claramente que los
pensamientos de uno no han sido cautivados y que desconoce por completo la
autoridad. Una persona cuyas fortalezas y razonamientos han sido
quebrantados por la autoridad de Dios, tendrá sus pensamientos cautivados por
Dios, podrá someterse a Cristo y será librado de sus opiniones. De hecho, ya no
le interesará expresar sus opiniones, pues sus pensamientos habrán llegado a
ser esclavos de Dios; así que ya no será un hombre libre. La libertad natural es
un manjar para Satanás. Por eso, debemos renunciar a tal libertad y ser
sencillamente obedientes. Existen sólo dos medios por los cuales los
pensamientos del hombre pueden ser usados: bajo el control de nuestros
razonamientos o bajo el control de la autoridad de Cristo. En realidad, no existe
en el mundo libertad para escoger. Somos cautivos de nuestros razonamientos o
del Señor. Somos esclavos de Satanás o de Dios.
Pablo era una persona inteligente, competente, sabia y sensible. El era muy
competente y confiaba en su obra; además servía a Dios con mucho celo.
Cuando él iba camino a Damasco con algunos hombres para prender a los
creyentes, se encontró súbitamente con una gran luz que lo derribó. En aquel
momento, todas sus opiniones y sus métodos se desvanecieron. Toda su
capacidad fue destruida. El no regresó a Tarso ni a Jerusalén. No sólo renunció a
su viaje a Damasco, sino también a todos sus razonamientos. Cuando muchas
personas se enfrentan a las dificultades, toman otra dirección. Si un camino se
les cierra, intentan otro. Pero continúan avanzando según sus propios métodos y
opiniones. Muchos son tan necios, que no caen en tierra ni siquiera cuando son
golpeados por Dios. Son azotados por Dios en las circunstancias pero no en sus
razonamientos, pues sus pensamientos persisten. A muchos se les ha
impedido que vayan a Damasco, pero ellos encuentran un camino hacia Tarso o
hacia Jerusalén. Una vez que Pablo fue golpeado, todo terminó. No necesitó
decir nada más ni cavilar más, pues ya no sabía nada. Por eso le preguntó al
Señor: “¿Qué haré, Señor?” He ahí un hombre sumiso de corazón. Sus
pensamientos fueron cautivados por el Señor. Saulo era considerado una
persona sobresaliente y distinguida en donde quiera que iba, pero cuando él
conoció la autoridad de Dios, todas sus opiniones se desvaneciero n. La señal
más grande de que una persona se ha encontrado con Dios, es la ausencia de
prejuicios y de astucia. Debemos pedirle a Dios que tenga misericordia de
nosotros para que seamos sencillos cuando recibamos Su luz. Quienes han
tenido un encuentro con la autoridad de Dios, caerán delante de El y
espontáneamente harán a un lado sus opiniones. Pablo dijo que él había sido
capturado por Dios y era Su prisionero. Ahora no es el momento de expresar
nuestras opiniones; sólo debemos escuchar y someternos.
El rey Saúl
Dios rechazó a Saúl, no por hurtar, sino por ofrecer sacrificios a Dios del ganado y
de las ovejas que él creía que eran las mejores, lo cual fue su opinión. El estaba
tratando de agradar a Dios por medio de sus propios pensamientos. Estos no
habían sido cautivados, debido a lo cual fueron rechazados por Dios. Nadie
puede decir que Saúl no tenía celo en el servicio a Dios. El no mintió cuando dijo
que traía las mejores vacas y las mejores ovejas. Sin embargo, el problema fue
que él tomó una decisión basado en su propia opinión (1 S. 15). Un siervo de
Dios no puede expresar sus propias opiniones; sólo debe cumplir la voluntad de
Dios. Debemos tener un solo deseo: “¿Qué haré, Señor?” Si ésta no es nuestra
actitud, estaremos completamente equivocados. La obediencia es mejor que los
sacrificios. No hay lugar para que el hombre exprese sus opiniones delante de
Dios. Cuando el rey Saúl vio tantas ovejas gordas, quiso guardar algunas para
sacrificarlas a Dios. Su corazón estaba inclinado a Dios, pero no obe decía. Tener
un corazón inclinado a Dios no puede reemplazar las palabras: “No me atrevo a
decir nada”. En verdad las ofrendas no pueden reemplazar una actitud de no
tener voz delante del Señor. Dios había ordenado que todos los amalecitas con
su ganado y ovejas fueran completamente destruidos, pero Saúl no quiso
hacerlo. Más adelante, los amalecitas lo mataron, y su reino se detuvo.
Cualquiera que reciba una propuesta de salvar a los amalecitas, será destruido
por ellos a la postre.
Nadab y Abiú
Nadab y Abiú también fueron rebeldes con respecto a los sacrificios. Ellos no
supieron someterse a la autoridad de su padre; por el contrario, actuaron por
iniciativa propia. Ellos pecaron porque ofendieron a Dios. Fue un pecado
ofrecer fuego extraño, es decir, se sobrepasaron en el ministerio de Dios.
Aunque no dijeron nada, ni argumentaron ni murmuraron, ellos quemaron
fuego extraño de acuerdo con sus sentimientos. Ellos pensaron que su servicio
era útil para Dios. Pensaban que si se equivocaban, sería simplemente un error
en su servicio. Para ellos eso no era un gran pecado, pero fueron
inmediatamente rechazados por Dios, y murieron.
De acuerdo con la ley de Moisés, los levitas debían llevar el arca. Pero cuando
los filisteos enviaron el arca de regreso a los israelitas, la cargaron en un carro
tirado por bueyes. Cuando David quiso que el arca fuera llevada a Jerusalén (la
ciudad de David), él no buscó la voluntad de Dios, sino que actuó según su deseo y
transportó el arca en un carro tirado por bueyes. Cuando los bueyes
tropezaron, Uza extendió su mano para impedir que el arca se cayera.
Inmediatamente, Dios lo hirió, y murió. Aunque el arca no se hubiera caído, de
todos modos estaba en un carro de bueyes, y no en los hombros de los levitas.
Cuando los levitas llevaban el arca para atravesar el río Jordán, a pesar de las
grandes olas, el arca permanecía imperturbable. Esto nos muestra que Dios no
está interesado en los planes del hombre. Este debe siempre someterse a Dios.
Sólo cuando Dios nos vacía completamente, Su voluntad puede ser hecha sin
ningún obstáculo. Si nos acercamos a El con nuestras opiniones humanas,
nunca podremos servirle apropiadamente. Dios gobierna por encima de todo,
excepto de las maquinaciones del hombre. Las opiniones del hombre deben ser
totalmente deshechas, y sus pensamientos rechazados, de tal manera que no
pueda hacer sugerencias. Anteriormente teníamos libertad cuando vivía mos en
el yo; pero en el momento en que nuestros pensamientos son capturados, la
libertad se acaba. Como resultado, podemos obedecer a Cristo y tener la
verdadera libertad, la libertad de estar en el Señor.
CAPITULO ONCE
EL LIMITE DE LA SUMISION
Lectura bíblica: He. 11:23; Ex. 1:17; Dn. 3:17-18; 6:10; Mt. 2:13; Hch.
5:29
LA SUMISION ES ABSOLUTA,
PERO LA OBEDIENCIA ES RELATIVA
La sumisión es una actitud, mientras que la obediencia se muestra en la
conducta. Hechos 4:19 dice: “Mas Pedro y Juan respondieron diciéndoles:
Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios”. Sin
embargo, los apóstoles no fueron rebeldes en su espíritu; ellos estaban
sometidos a todas las autoridades. La obediencia no es absoluta. Algunas veces
debemos obedecer, pero otras veces no podemos hacerlo, como en casos que
atentan contra los asuntos básicos de nuestra fe, como por ejemplo, creer en el
Señor y predicar el evangelio. Un hijo puede decirle cualquier cosa a su padre,
pero no puede tener una actitud rebelde. Nuestra sumisión siempre debe ser
absoluta. En algunos asuntos no podemos obedecer, pero debemos permanecer
en sumisión. Todo esto es un asunto de actitud.
(2) Sólo Dios es digno de una sumisión ilimitada. El hombre, que es inferior,
debe recibir una sumisión limitada.
Si los padres les piden a sus hijos que vayan a un lugar que a éstos no les gusta,
pero no es pecaminoso, tenemos un caso delicado. La sumisión es absoluta, pero la
obediencia es otro asunto. Si los padres insisten, los hijos no tienen otra
opción que ir. Si todos los hijos tienen esta actitud, Dios los sustentará en esas
circunstancias.
EJEMPLOS DE LA BIBLIA
(1) Las parteras egipcias y la madre de Moisés desobedecieron la orden del
faraón, por lo cual se pudo preservar la vida de Moisés. La Biblia las llama
mujeres de fe.
(2) Los tres amigos de Daniel no adoraron la imagen del rey Nabucodonosor,
desobedeciendo al rey; sin embargo, se sometieron al rey al estar dispuestos a
ser quemados.
(3) Daniel desafió el decreto del rey al orar a Dios; sin embargo se sometió al
juicio del rey de ser echado al foso de los leones.
(4) José huyó a Egipto con el Señor Jesús para evitar la matanza que el rey
Herodes había decretado.
EVIDENCIAS DE SUMISION A LA
AUTORIDAD
¿Cómo sabemos si una persona se somete a la autoridad? He aquí algunas
señales:
(1) Tan pronto como una persona conoce la autor idad, busca la autoridad
dondequiera que vaya. La iglesia es el lugar donde los creyentes aprenden a
someterse a la autoridad. Aunque no hay sumisión en todo el mundo, el
creyente debe aprender a someterse; además, debe hacerlo de corazón y no de
una manera externa. Si uno llega a conocer la sumisión, buscará la autoridad a
dondequiera que vaya.
(3) Aquellos que han tenido un encuentro con la autoridad no querrán ser
autoridad; no se complacen en dar opiniones ni en controlar a los demás.
Quienes se someten a la autoridad siempre temen cometer errores. Pero hay
muchos que quieren ser consejeros de Dios. Sólo los que no conocen la
autoridad les agrada ser la autoridad.
Aquellos que han tenido un encuentro con la autoridad, mantendrán sus bocas
cerradas y serán restringidos. No se atreverán a hablar descuidadamente,
porque están conscientes de la autoridad que está dentro de ellos.
LA VIDA Y LA AUTORIDAD
La iglesia es sustentada por dos cosas: la vida y la autoridad. La vida se
relaciona con nuestra sujeción a la autoridad. Las dificultades que surgen en la
iglesia rara vez se deben a la desobediencia. Por lo general, surgen por la falta de
sumisión. El principio fundamental de la vida en nosotros hace que nos
sometamos, de la misma manera en que el principio de la vida de un ave la hace
volar y en que la vida de un pez le hace nadar.
SEGUNDA PARTE
COMO SE CONDUCE
LA AUTORIDAD
DELEGADA DE DIOS
CAPITULO DOCE
LA PERSONA A LA QUE DIOS
DA SU AUTORIDAD
LA SUMISION A LA AUTORIDAD DELEGADA
Y COMO SER UNA AUTORIDAD DELEGADA
Los hijos de Dios deben aprender a conocer la autoridad y averiguar a quién
deben someterse. A dondequiera que vayan, lo primero que deben preguntarse
es quién es la autoridad a la cual deben someterse. Tan pronto nos mudemos a
un lugar, no debemos tratar de ser el líder, ni procurar que otros se sometan a
nosotros. Por el contrario, debemos ser como el centurión, que le dijo al Señor
Jesús: “Porque yo también soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes
soldados” (Mt. 8:9). Vemos a un hombre que conocía la autoridad. El podía
someterse a la autoridad y, por eso mismo, mismo podía ser una autoridad
delegada. Dijimos que Dios sustenta todo el universo por medio de Su
autoridad. El también engendra hijos (Jn. 1:12) y los mantiene unidos por
medio de ella. Por lo tanto, si uno es independiente e individualista y no se
somete a la autoridad delegada por Dios, es rebelde en cuanto a la
administración que Dios ejerce sobre todo el universo, y no podrá estar en
armonía con los demás hijos de Dios. En tal caso, no podrá llevar a cabo la obra
de Dios en la tierra. Dios ha establecido autoridades delegadas en la iglesia, la
cual es edificada y sustentada por la autoridad de Dios. Por esta razón, todo hijo
de Dios debe buscar la autoridad a la cual debe someterse, de tal manera que
pueda coordinar armoniosamente con otros. Desafortunadamente, muchas
personas han fracasado en este aspecto.
LA NECESIDAD DE ENCONTRARNOS
CON LA AUTORIDAD
Existen muchas autoridades en la iglesia que están sobre uno, a las cuales uno
debe aprender a someterse. Debemos aprender a reconocer las diferentes
autoridades y la autoridad que hay en otros. Una vez que encontramos que
cierta persona tiene autoridad, debemos someternos a ella inmediatamente. No
tenemos que analizarla cuidadosamente y luego decidir si hemos de someternos a
ella. Si calculamos si una persona es digna de su sumisión o no, sólo nos
hemos encontrado con la persona, mas no con la autoridad. Si uno no se ha
encontrado con la autoridad ni sabe someterse a ella, jamás podrá ser una
autoridad delegada. A menos que juzguemos primero el pecado de rebelión en
nosotros, no conoceremos el significado de la sumisión. Los hijos de Dios no
deben ser desorganizados ni indisciplinados. Si no hay un testimonio claro entre
los hijos de Dios, no existirán la iglesia ni ministerio ni la obra. Debemos darnos
cuenta de que éste es un problema grave. Por eso, debemos presentar este
delicado asunto delante del Señor y encontrarnos con la autoridad. Debemos
aprender a someternos unos a otros y también a las autoridades delegadas.
Solamente al hacerlo, podremos ser una autoridad delegada.
Una autoridad delegada debe recordar que toda autoridad procede de Dios,
quien las estableció todas; por lo tanto, si alguna persona tiene autoridad, ésta
proviene de Dios. Nuestras opiniones personales no pueden llegar a ser una ley
por la cual se rijan los demás. Tampoco nuestras ideas, nuestros puntos de vista
ni nuestras propuestas merecen ser tenidas en cuenta, pues no son mejores que
las de los que están bajo nuestra autoridad. Debemos recordar que toda
autoridad procede de Dios; de hecho, la única autoridad que es verdadera es la
que procede de Dios y sólo esa autoridad puede esperar sumisión. Solamente
podemos pedirle a los hermanos y hermanas que se sometan a la autoridad que
tenemos, si ésta proviene de Dios. Una autoridad delegada puede ser solamente
una que se ha recibido de Dios. En tal caso, la persona no puede presumir de su
autoridad, porque sólo tiene una autoridad delegada, no algo que proceda de
ella misma. Este es un problema básico entre nosotros. Las autoridades
delegadas deben recordar que son solamente representante s de Dios y que no
tienen autoridad en sí mismas.
Una persona puede llegar a ser una autoridad debido a que conoce la voluntad,
la intención y los pensamientos de Dios. Uno no llega a ser una autoridad
debido a sus propias ideas u opiniones, sino debido a su com prensión de la
voluntad y el deseo de Dios. Uno no debe esperar que otros se sometan a su
propia voluntad u opinión. Una persona puede representar la autoridad
dependiendo de cuánto conoce la voluntad y los pensamientos de Dios.
Recordemos que no poseemos nada en nosotros mismos que pueda reclamar
sumisión de parte de otros. Sólo cuando llegamos a conocer la voluntad de Dios,
podemos pedir que otros se nos sometan. Cuando nos relacionamos con alguien
debemos tener la certeza de que conocemos la voluntad de Dios y lo que Dios
quiere hacer en ese momento. Si entendemos claramente los caminos de Dios,
podremos actuar como Su autoridad delegada. Sólo así podemos servir a otros
con la autoridad, pues sin ella no tenemos ninguna autoridad a la cual otros
puedan someterse.
El Señor primero debe quebrantar todo nuestro ser, antes de que podamos
llegar a ser Su autoridad delegada. Según lo que he podido observar, no creo que
Dios escoja a una persona que está llena de opiniones para que sea Su autoridad
delegada. Tal persona debe pasar primero por el quebrantamiento y renunciar a
su deseo de entrometerse en los asuntos de otros y de actuar como consejero.
Dios quiere que representemos Su autoridad, no que la reemplacemos. Es cierto
que somos como Dios en muchos aspectos, pero El continúa siendo el único
Soberano en Su posición y el único digno de adoración. Su voluntad le pertenece
sólo a él; El es supremo y soberano sobre todas las cosas. El nunca busca
nuestro consejo ni tampoco desea que seamos Sus consejeros. Esta es la razón
por la cual la autoridad que El delega no debe tomarse a modo personal. Es
cierto que para llevar a cabo alguna empresa es necesario tomar decisiones y
plantear criterios; no afirmamos que Dios usa sólo a quienes carecen de ideas,
opiniones y criterio. Nos referimos a que debemos ser quebrantados, donde
nuestra sabiduría llegue a su fin, y nuestras opiniones y propuestas sean
aplastadas, de modo que Dios pueda usarnos. El problema básico de muchas
personas es que por naturaleza tienen una mente muy activa, hablan demasiado y
ofrecen sus opiniones constantemente. Son inteligentes y se complacen en
aconsejar a otros. Tales personas deben orar para que Dios tenga misericordia
de ellas, pues necesitan experimentar un quebrantamiento verdadero. Esta no
es una simple enseñanza ni se trata de una imitación. Uno necesita un
quebrantamiento fundamental que produzca una herida abierta por la cual su
sabiduría, sus opinión y sus ideas sean totalmente anuladas. De este modos uno
es espontáneamente libre de sus propios pensamientos e ideas. Si uno ha
pasado por la disciplina de Dios vive con temor delante del Señor y no se atreve a
hablar descuidadamente. También estará libre de cometer muchos errores.
Mientras permanezca abierta la herida que Dios infligió, uno sentirá dolor cada
vez que se mueva, y nadie tendrá que recordarle la herida.
El temor a Dios no es una manera de comportarse. Sólo los que están cerca de
Dios le temen. Pero la persona desenfrenada está lejos de Dios. Cuando la reina
de Sabá conoció a Salomón, se quedó asombrada (1 R. 10:4 -5); pero aquí hay
alguien mayor que Salomón (Mt. 12:42). Cuando nos acercamos al Señor,
debemos “quedar asombrados”; no deberíamos atrevernos a mencionar Su
nombre a la ligera ni hablar apresuradamente. Debemos ser como un siervo que
espera a la puerta y debemos decirle a Dios que no sabemos nada. Que el Señor
nos libre de nuestra enfermedad de hablar de lo que no entendemos y de emitir
juicios sobre lo que no sabemos. Algunas veces tenemos que actuar
inmediatamente, a pesar de no estar en continua comunión con Dios, y
tomamos decisiones precipitadas. Este es un gran problema en muchas
personas. No hay problema más serio en un siervo de Dios que hablar
apresuradamente sin conocer la voluntad de Dios. Es un problema serio que un
hombre emita juicios sin tener claridad a cerca de algún asunto delante del
Señor. Tal persona no entiende claramente las cosas y siempre está hablando.
Podemos entender claramente la voluntad de Dios sólo cuando vivimos delante
de El y cuando estamos cerca de El continuamente.
El Señor Jesús dijo: “No puede el Hijo hacer nada por Sí mismo, sino lo que ve
hacer del Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo
igualmente” (Jn. 5:19). El también dijo: “No puedo Yo hacer nada por Mí
mismo; según oigo, así juzgo; y Mi juicio es justo, porque no busco Mi propia
voluntad, sino la voluntad del que me envió” (v. 30). Tenemos que aprender a
escuchar, a entender y a ver. Todas estas aptitudes se derivan de una comunión
íntima con el Señor. Sólo quienes viven en la presencia de Dios pueden
escuchar, entender y ver. Aquellos que han aprendido las lecciones conocen la
voluntad de Dios y, al vivir en la presencia de Dios, pueden hablar a los
hermanos y hermanas. Cuando los problemas surgen entre los santos o en la
iglesia, estas personas sabrán qué hacer. Si uno no practica esto, estará tomando
el nombre del Señor en vano.
Todas las autoridades delegadas por Dios deben vivir delante de El y tener
comunión con El. Debemos ser quebrantados por El y llevar las cicatrices en
nuestro cuerpo. Cuando hablamos con los santos o con la iglesia, no debemos
añadir nuestro yo, sino que debemos tener la seguridad de que nuestras
palabras llevan autoridad. No nos engañemos pensando que tenemos alguna
autoridad en nosotros mismos ni pensemos que somos fuente de autoridad.
Tengamos siempre presente que Dios es el único que tiene autoridad. La Biblia
dice claramente que toda autoridad procede de Dios.
Si hay alguna autoridad en mí, ésta viene de Dios. Yo soy solamente un canal
por medio del cual fluye la autoridad. Aparte de esta diferencia, yo soy igual a
los demás; no soy diferente del hombre más necio. El que me separa de los
demás y me da la autoridad es Dios, pero nada procede de mí mismo. Por
consiguiente, debemos aprender a temer a Dios y a tener comunión con El. Este
no es un asunto trivial. Debemos decirle al Señor: “No soy diferente a los demás
hermanos y hermanas”. Si Dios dispuso entregarnos alguna autoridad y si
nosotros aprendemos a ser Su autoridad delegada, debemos vivir delante de El y
tener una comunión constante con El. Debemos pedirle que nos muestre el
deseo de Su corazón. Sólo cuando vemos algo delante de Dios podemos
ministrarlo a los hermanos y hermanas, y sólo entonces, seremos aptos para ser
autoridad delegada.
CAPITULO TRECE
LA BASE DE LA AUTORIDAD
DELEGADA:
LA REVELACION
Lectura bíblica: Ex. 3:1-12; Nm. 12:1-5
Antes de que Moisés fuera elegido por Dios como autoridad, mató a un egipcio
que golpeaba a un israelita, alguien de su misma raza. Después reprendió a dos
hebreos que estaban peleando, pero uno de ellos le respondió: “¿Quién te ha
puesto a ti por príncipe y juez sobre nosotros?” (Ex. 2:14). En ese entonces
Moisés no había aprendido la lección, y no conocía el significado de la cruz ni de
la resurrección; él actuaba simplemente por su esfuerzo carnal. Como resultado,
no pasó la prueba, pues él mató a una persona y regañó a otras mostrándose
muy fuerte, aunque internamente era débil. Cuando fue probado tuvo temor y
huyó al desierto de los madianitas, donde permaneció cuarenta años. Allí
aprendió las lecciones (vs. 11-22). Después de pasar por muchas pruebas, Dios le
mostró la visión de la zarza ardiente, la cual parecía estar ardiendo, pero no se
consumía; el fuego no la quemaba. Dios le mostró esta revelación, lo llamó y lo
estableció como autoridad. Después de ese adiestramiento y de ese llamado,
pudo Moisés ser apto para ser líder. Cuando llegó a ser líder, experimentó el
rechazo de otros reiteradas veces. En una ocasión sus hermanos Aarón y María
murmuraron contra él, lo rechazaron y lo censuraron como autoridad delegada.
Veamos cómo respondió Moisés.
LA REACCION DE LA AUTORIDAD
DELEGADA
FRENTE AL RECHAZO
No presta atención a las murmuraciones
Según Números 12:1-2, Moisés se casó con una mujer cusita, debido a lo cual
Aarón y María hablaron en contra de él. En este pasaje vemos la gran pérdida
espiritual que ellos sufrieron como consecuencia de haber murmurado contra la
autoridad delegada, y también la reacción de Moisés como autoridad delegada.
En realidad, Aarón y María desafiaron a Moisés diciendo: “¿Será posible que
sólo tú, que te casaste con una mujer cusita, puedas hablar por Dios? ¿No
podemos nosotros hacer lo mismo? Tú, siendo un descendiente de Sem, te
casaste con un descendiente de Cam. ¿Podrá una persona como tú hablar por
Dios? ¿Será posible que nosotros que nunca nos hemos mezclado con la
descendencia de Cam seamos privados de ser portavoces de Dios?” Es muy
probable que hayan discutido con su cuñada, pero el verdadero problema era
que ellos estaban atacando a Moisés, quien era la autoridad delegada. El
versículo 2 dice: “Y Jehová lo oyó”. No dice que Moisés lo oyó, ya que él no era
afectado por las palabras del hombre ni prestaba atención a las murmuraciones
del hombre. Era un hombre que trascendía sobre estas cosas, un hombre de
autoridad. Toda oposición, murmuración y rebelión estaban bajo sus pies. E l
dejaba que Dios fuera el que escuchara tales palabras, pero él mismo no les
prestaba oído.
Los que desean ser ministros de la palabra de Dios, los que desean hablar por
Dios y aspiran a algún liderazgo entre los hermanos y hermanas, deben
aprender a no prestar atención a las palabras de murmuración. Debemos
permitir que sea Dios quien escuche todas esas palabras, y dejar el asunto en
Sus manos. No debemos prestar atención a las críticas ni a las murmuraciones.
Quienes averiguan lo que otros dicen de ellos y luego se enojan, se sienten
indignados o se vindican, no son aptos para ser una autoridad delegada. Los que
son afectados por las murmuraciones o se dejan abrumar por las palabras
proferidas contra ellos, no pueden ser una autoridad delegada. Moisés era una
persona que no permitía que tales palabras lo afectaran.
No se vindica
Moisés no trató de vindicarse cuando murmuraron de él, ya que toda
vindicación y toda reacción deben provenir de Dios y no del hombre. Los que
procuran vindicarse no conocen a Dios. Ningún hombre que haya vivido sobre
la tierra tiene más autoridad que Cristo; pero cuando El estuvo en la tierra,
nunca se vindicó. El es la única persona que jamás hizo tal cosa. La autoridad y
la vindicación son incompatibles. Por consiguiente, cada vez que tratamos de
vindicarnos delante de aquellos que nos critican estamos diciéndoles que ellos
están por encima de nosotros. Si uno se vindica, se pone bajo el juicio de los
opositores. Quienes se vindican no tienen ninguna autoridad. Cada vez que una
persona se trata de vindicar, pierde autoridad. Dios nos delegó su autoridad a
nosotros, pero si nos vindicamos ante los hombres, perdemos la autoridad,
porque les estamos rogando que sean nuestro juez.
Pablo era una autoridad delegada para los corintios; si n embargo les dijo: “Yo
en muy poco tengo el ser examinado por vosotros, o por tribunal humano; y ni
aún yo me examino a mí mismo” (1 Co. 4:3). La vindicación solamente debe
venir de Dios. Debemos pasarle al Señor todas las palabras de murmuración y
de crítica. Cuando la murmuración del hombre se intensifique, Dios actuará.
Pero si nos vindicamos, estamos permitiendo que ellos sean nuestros jueces. Si
tratamos de que alguien nos entienda, caemos a los pies de esa persona. Por
consiguiente, jamás debemos vindicarnos ni buscar la comprensión de nadie.
Lleno de mansedumbre
Vemos en Números 12:2 que Dios escuchó las palabras de murmuración, y en el
versículo 4 actuó. Pero hay un paréntesis en el versículo 3: “Y aquel varón
Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra”.
Esto es lo que encontramos en una autoridad delegada por Dios. ¿Por qué no
hizo caso Moisés a las palabras de murmuración? Tal vez Moisés pensó que él
estaba en verdad equivocado; así que no había razón para discutir co n ellos.
Dios no puede escoger como autoridad a una persona obstinada; tampoco puede
escoger a un hombre conflictivo para que sea Su autoridad delegada. Las
autoridades que Dios establece en la iglesia son personas mansas y que pasan
inadvertidas. Dios no escoge personas con gran carisma para que sean Su
autoridad, sino a aquellos cuya mansedumbre excede a la de todos los hombres
que hay sobre la tierra. En otras palabras, ellos son tan mansos como Dios.
Recordemos que Moisés era más manso que todos los hombres que había sobr e
la tierra. Esta fue la razón por la cual pudo ser una autoridad delegada. Si se nos
pidiera que hiciéramos una lista de las características de una autoridad
delegada, yo creo que casi todos enumeraríamos cualidades como: una buena
apariencia física, mucho carisma, poder o por lo menos un porte imponente. El
pensamiento humano acerca de cómo debe ser una autoridad es que debe ser
competente, imponente, poderosa, acertada y elocuente. Pero tales rasgos no
describen la autoridad, sino la carne. A ninguna otr a persona en el Antiguo
Testamento se le delegó tanta autoridad como a Moisés; sin embargo, él era una
persona muy mansa. Antes de salir de Egipto, era violento; mató a un egipcio, y
reprendió a dos hebreos. El trataba a los demás por medios carnales; por eso,
Dios no lo usó como Su autoridad delegada en ese entonces. Sólo después de
que Dios lo pasó por las pruebas y el quebrantamiento, llegó a ser más manso
que todos los hombres que había sobre la tierra, y sólo después de esto, le pudo
entregar la autoridad. Cuanto menos una persona parece ser una autoridad, más
siente que lo es, y cuanto más piense que es autoridad, menos parece serlo.
LA REVELACION ES LA BASE DE LA
AUTORIDAD
Números 12:4 dice: “Luego dijo Jehová a Moisés, a Aarón y a María: Salid
vosotros tres al tabernáculo de reunión”. El Señor habló de una manera
inesperada. Aarón y María habían criticado a Moisés muchas veces, pero de
repente el Señor los llamó al tabernáculo de reunión. Muchas personas critican
con facilidad y actúan en contra de la autoridad gratuitamente. Hablan en
contra de otros de una manera descuidada debido a que viven en su propia
tienda lejos del tabernáculo de reunión. Cuando uno permanece en su propia
tienda, es fácil que critique; pero una vez que entra en el tabernáculo de
reunión, comprende las cosas. Los tres vinieron al tabernáculo de reunión, y
Jehová dijo a Aarón y a María: “Oíd ahora mis palabras” (v. 6). Ellos
inicialmente se quejaron de que Dios hablara solamente por medio de Moisés,
mas ahora Dios los llama para que escuchen Sus palabras directamente. Esto
nos muestra que ellos nunca habían escuchado la palabra de Dios y que no
sabían lo que era oír a Dios mismo. Aquel día Dios les habló por primera vez,
pero las palabras que El expresó fueron palabras de reproche y no de revelación.
Tales palabras no manifestaron la gloria de Dios, sino que trajeron juicio sobre
las acciones de ellos. El dijo: “Oíd ahora mis palabras”. Esta expresión puede
significar: “Yo no os dije nada antes, pero ahora os voy a hablar”. También
pueden dar a entender: “Vosotros habéis hablado por tanto tiempo, pero ahora
me corresponde a Mí hablar”. Una persona que habla demasiado no puede
escuchar la palabra de Dios; sólo una persona mansa puede escuchar Sus
palabras. Moisés era manso, y no hablaba mucho. El podía seguir cualquier
dirección que Dios le indicara; podía ir hacia adelante o hacia atrás. Pero Aarón y
María eran obstinados.
Después de esto, dijo Dios: “Cuando haya entre vosotros profeta... ” (v. 6b), lo
cual parece dar a entender que no había certeza si había profeta entre ellos.
Parece como si a Dios se le hubiera olvidado algo. Pero lo que El dijo era que si
había por lo menos un profeta, El hablaría a éste por medio de una visión o un
sueño (v. 6c). Pero a Moisés, Dios le hablaba cara a cara, claramente y no por
medio de figuras (v. 8). De esta manera Dios vindicó a Moisés. El hablaba a
Moisés por medio de revelación y de luz, las cuales eran muy claras. Moisés no
se defendió y permitió que Dios lo vindicara. Toda persona que es envi ada en
nombre del Señor a hablar a los hijos de Dios, posee algún grado de autoridad.
Así que, espero que no tratemos de vindicarnos. Sólo a Moisés se le concedió
recibir la revelación, mas no fue ése el caso con Aarón ni con María. El que
hablaba con Dios cara a cara era la autoridad delegada. Por lo tanto, Dios
establece Su autoridad de acuerdo con Su elección; este asunto le pertenece a
Dios, y el hombre no puede intervenir. Tampoco se puede anular una autoridad
por medio de la murmuración. Sólo Dios puede establecer a Moisés como
autoridad y sólo Dios puede quitarle la autoridad; por consiguiente, el asunto de
que una persona sea una autoridad delegada o no lo sea pertenece a Dios, y el
hombre no puede cuestionarlo. El hombre no pudo anular la autoridad que
tenía Moisés por medio de sus murmuraciones ya que el valor del hombre
delante de Dios no se basa en la evaluación que otros tengan de él ni en su
propia evaluación. El valor de un hombre delante del Señor se basa en la
revelación. La revelación es la medida de la evaluación de Dios. El establece una
autoridad basado en la revelación que la persona tiene de El y la evalúa según
esa revelación. Cuando el Señor desecha a una persona, ésta pierde toda
revelación, y Dios no le hablará más. Dios dijo que Moi sés era Su siervo y que
hablaba con él cara a cara. Si Dios nos concede revelación, todo estará bien; de
lo contrario, nada funcionará. Puesto que Aarón y María se quejaron, parecía
que Dios les preguntase: “¿Cuánta revelación tenéis? Toda mi revelación la tiene
Moisés”.
A fin de ser una autoridad, debemos examinar lo que somos delante de Dios.
Cuando nos disponemos para la obra, debemos ver que la prueba no es evaluada
por Aarón ni por María sino por Dios. Si Dios nos concede revelación, nos habla
claramente acerca de El, y tenemos una comunión cara a cara con El, nadie nos
podrá derrocar. Pero si no tenemos un camino claro delante de nosotros, y los
cielos no están abiertos a nosotros, todo será en vano, aunque todas las puertas
en la tierra estén abiertas para nosotros. Si el cielo se abre delante de nosotros,
tendremos el respaldo de Dios; tendremos la prueba de que somos Sus hijos.
Cuando el Señor fue bautizado, los cielos se abrieron (Mt. 3:16). Recordemos
que el bautismo representa la muerte; así que, cuando él Señor fue crucificado,
entró en la muerte y fue sepultado. Por lo tanto, podemos decir que cuando las
tinieblas son densas, cuando el dolor es muy grande y cuando todas las puertas
se cierran, los cielos se abren. La revelación es la base de la a utoridad; por lo
cual debemos aprender a no defendernos ni vindicarnos. No debemos ser como
Aarón ni como María, que reclamaban autoridad, pues esto pondrá en evidencia el
hecho de que uno está en la carne y en tinieblas. Además mostrará que uno no vio
nada en el monte.
EL SIERVO DE DIOS
En Números 12:7, Dios dice: “Mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa”. Este
versículo es citado en el Nuevo Testamento, en el libro de Hebreos, donde se nos
muestra a Moisés, como un tipo de Cristo el Hijo de Dios, qu ien fue fiel en toda
la casa de Dios (3:2). Parece que Dios les estuviera diciendo a Aarón y a María:
“Tal vez Moisés no haya sido fiel en vuestra casa por haberse casado con una
mujer cusita, pero él sirve a mi pueblo y es fiel en toda mi casa. Vosotros
hablasteis en contra de él porque su esposa tal vez no sea una buena cuñada en
vuestra casa, pero él es Mi siervo. ¿Por qué no tuvisteis temor de hablar contra
Mi siervo Moisés?”
Dios llamó a Moisés Su siervo. Ser siervo de Dios significa pertenecerle a El. Yo
soy la herencia de Dios, y El me compró. Si llego a perderme, será una pérdida
para Dios, y no para mí. Los que tienen siervos pierden su propiedad cuando sus
siervos se pierden. Moisés era siervo de Dios, es decir, era propiedad Suya; por
lo tanto, cuando alguien hablaba en contra de Su siervo, Dios tenía que
intervenir y defenderlo. No tenemos que defendernos a nosotros mismos, y no
necesitamos establecer nuestra propia autoridad, ya que esto es asunto de Dios.
Si yo soy Su siervo, cuando alguien habla contra mí, El intervendrá. Si Dios no
interviene, ¿de qué servirá defenderme? ¿De qué me servirá establecer mi
autoridad? Si es Dios quien me delega Su autoridad, no tengo que hacer nada
para establecerme como autoridad; sólo debo permitir que la revelac ión me
vindique. Si otros tienen la revelación y la provisión, esto demuestra que Dios
no me ha establecido a mí. Pero si Dios me establece a mí, quitará la revelación
de otros para vindicarme a mí. Si uno es una autoridad delegada y otros ponen
eso en tela de juicio, ellos estarán discutiendo con Dios. Si ellos tienen vida en
ellos, experimentarán que los cielos se cierran y tendrán que ceder y reconocer la
autoridad que hay en uno.
Espero que nadie se levante para reclamar su autoridad. Debemos permitir que el
tiempo y la revelación nos vindique, debido a que la revelación es la mejor
vindicación. Supongamos que uno dice que Dios lo escogió y que posee
revelación y autoridad; si otros se oponen y se rebelan contra uno, y si acuden a
Dios y también reciben revelación, significa que Dios no lo respalda a uno. En
ese caso será inútil tratar de vindicarse. Si somos fieles en toda la casa de Dios,
si ponemos todo lo que debemos poner en ella y si vemos que Dios quita Su
revelación a otros, significa que Dios nos escogió a nosotros como autoridad. La
autoridad está en las manos de Dios y no depende de uno. El mayor problema
de hoy es el yo. Pero si uno entiende el significado de la autoridad y los caminos
de Dios, entenderá que, como hemos dicho reiteradas veces, cuando otros
discutan con uno, ellos estarán discutiendo con Dios puesto que uno le
pertenece a Dios. Cuando otros lo atacan a uno, Dios les cerrará los cielos, y
ellos no tendrán otra alternativa que arrepentirse y reconocer que uno es la
autoridad de Dios. Por lo tanto, no necesitamos establecer nuestra autoridad, ya
que todo depende de la vindicación que proviene de Dios. Si Dios quita Su
revelación a otros, ello indicará que El lo escogió a uno para que sea Su
autoridad delegada.
NO GUARDA RENCOR
Al final del versículo 8 Dios dijo: “¿Por qué pues no tuvisteis temor de hablar
contra mi siervo Moisés?” Dios sabe que existen algunas cosas a las cuales
debemos temer. El es Dios y, por eso, conoce el significado del amor, la luz, la
gloria y la santidad. Inclusive conoce el significado del temor porque preguntó a
Aarón y a María: “¿Por qué no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo
Moisés?” Aunque Dios no teme nada, les dijo a Aarón y a María que hablar
contra Moisés era una cosa a la cual debían temer. Par a Dios, ése era un asunto
que se debía temer. A menos que ellos estuvieran en tinieblas, en ignorancia y
en una insensibilidad total, ellos debían temer. En ese momento, Dios se detuvo y
no ejecutó Su juicio todavía; sin embargo partió pues Su ira se encen dió contra
ellos (v. 9).
Cuando Dios se alejó, la nube se apartó del tabernáculo (v. 10). La nube
representa la presencia de Dios. Así que, si la nube se alejó, significa que la
presencia de Dios se fue. Cuando la nube avanzaba, Dios avanzaba y el
tabernáculo también avanzaba. Pero esta vez cuando la nube se movió, María
quedó leprosa. En la tipología, cuando la nube se movía, los israelitas
reanudaban el viaje, pero aquel día, no pudieron continuar la marcha debido a
que la rebelión se había manifestado. Cuando Aarón vio esto, tuvo temor porque
él había participado en esa rebelión. Debido a que María había tomado la
iniciativa en esta rebelión, ella fue la que quedó leprosa.
Moisés fue verdaderamente un tipo del Hijo de Dios; pues pudo actuar como
una autoridad que representaba fielmente a Dios. El no fue provocado en su
carne ni se protegió ni se vindicó. Tampoco se vengó de quienes lo atacaron. Esa
es la razón por la cual la autoridad de Dios pudo fluir por medio de él sin
obstáculos. Podemos decir que en verdad él fue un hombre que se había
encontrado con la autoridad de Dios. Ni su carne ni su hombre natural ni su yo
se manifestaron; en consecuencia, era apto para ser la autoridad delegada por
Dios.
CAPITULO CATORCE
EL CARACTER DE LA
AUTORIDAD DELEGADA: LA
GRACIA
Lectura bíblica: Nm. 16
La primera reacción:
se postró sobre su rostro
El versículo 4 dice que la primera reacción de Moisés fue postrarse en tierra.
Esta es una actitud propia de un siervo de Dios, pues mientras los rebeldes
estaban de pie hablando, Moisés estaba postrado sobre su r ostro. He aquí un
hombre que se ha encontrado con la autoridad, pues era verdaderamente manso y
no guardaba ningún rencor. Tampoco se vindicaba ni discutía. Lo primero que
hizo fue postrarse sobre su rostro. En los versículos del 5 al 7 parece como si
estuviera diciendo: “Jehová dará a conocer quién es Suyo, quién es santo, y El lo
escogerá y lo acercará a Sí mismo. No hay necesidad de discutir, ya que en la
mañana todo se sabrá. No me atrevo a decir nada por mí mismo pues El
demostrará claramente quién es Suyo. Si El nos escoge, estará bien, pero
dejemos que sea El quién lo haga. No es decisión nuestra. Mañana nos
presentaremos todos delante del Señor y seremos probados por los incensarios.
Dejemos que el Señor decida quién es la persona que El escogió; nosotros no
tenemos que pelear por esto. Dios mostrará quién es Suyo, sólo vayamos a El y
abrámonos a Su palabra”. Moisés dijo algo así con mansedumbre mientras
estaba postrado sobre su rostro. Sin embargo, sus últimas palabras fueron
palabras solemnes: “¡Esto os baste, hijos de Leví!” (v. 7). Este fue un suspiro de
dolor expresado por un anciano que conocía a Dios. Los israelitas habían estado
vagando en el desierto por un largo tiempo, pero todavía no habían llegado a
Canaán. Moisés esperaba que ellos pudieran entrar en Canaán y deseaba
poderlos restaurar.
Exhortación y restauración
Los versículos del 8 al 11 contienen la exhortación que Moisés dio a Coré, con la
cual trataba de restaurarlo. Moisés tuvo que hacer frente a las acusaciones de
ellos, mientras esperaban la respuesta de Dios el próximo día. El estaba
consciente de la seriedad del asunto y, al mismo tiempo, estaba preocupado por
ellos. Pero no era suficiente preocuparse; así que, sintió la necesidad de
exhortarlos. Parecía como si le dijese a Coré: “No es poca cosa que vosotros, los
hijos de Leví, hayáis sido escogidos por Dios para servir en Su tabernáculo.
Deberíais estar contentos con esto. ¿Por qué deseáis también ser sacerdotes? Al
hacer esto, no os estáis oponiendo a mí sino a Jehová”. Moisés e ra generoso y
sabía lo que estaba haciendo; pues conocía la gravedad del asunto, y por eso
estaba preocupado por los hijos de Leví, y por eso mismo los exhortó. Su
exhortación no fue hecha con arrogancia, sino con humildad. A pesar de que
ellos lo atacaban y estaban equivocados, él podía exhortarlos. Esta es una
característica de una persona verdaderamente mansa. Si abandonamos a los
demás en sus errores, ello indica que estamos endurecidos y que no tenemos
intención de restaurarlos. Si nos rehusamos a exhortarlos, nos falta humildad y,
por el contrario, somos orgullosos. Cuando Moisés los reprendió, se dirigió a
ellos con franqueza para hacer frente a la situación. Inclusive les dio una noche
para que pensaran, con la esperanza de que se arrepintieran.
Cuando Moisés confrontó a los rebeldes, les habló por separado. Primero habló
con Coré, el levita, y después con Datán y Abirám. En el versículo 12 manda a
llamar a Datán y a Abirám, pero éstos se rehusan a acudir, indicando así que
ellos querían dividirse. Aquí vemos que aun cuando la autoridad delegada es
rechazada, ésta siempre procura evitar que los opositores se dividan. Más bien
trata de recobrar a los perdidos. Datán y Abiram dijeron: “¿Es poco que nos
hayas hecho venir de una tierra que destila leche y miel?” (v. 13). Esta frase es
una tergiversación, ya que es totalmente lo contrario a la verdad. Habían
olvidado que en Egipto hacían ladrillos y que allí no había miel ni leche; ni
siquiera tenían paja para hacer ladrillos. Esto es como conducir a una per sona al
Señor, y que luego ella nos acuse de haberla llevado al infierno, o como el caso
de los diez espías que vieron personalmente las riquezas de Canaán y no
quisieron entrar sino que murmuraron contra Moisés. Por lo tanto, nada se
puede hacer en este caso, salvo ejecutar juicio sobre la rebelión de Datán y
Abiram, que había ido tan lejos. Moisés hizo lo posible por restaurarlos, pero
ellos declararon dos veces que no irían. Entonces Moisés perdió toda esperanza,
se enojó y se presentó a Jehová para resolver el asunto. (v. 15). Le dijo a Coré
“Tú y todo tu séquito, poneos mañana delante de Jehová; tú, y ellos, y Aarón; y
tomad cada uno su incensario y poned incienso en ellos, y acercaos delante de
Jehová, cada uno con su incensario, doscientos cincuenta i ncensarios; tú
también, y Aarón, cada uno con su incensario” (vs. 16-17). El séquito de Coré se
presentó delante del tabernáculo de reunión murmurando contra Moisés y
Aarón nuevamente. En ese momento la gloria de Jehová apareció ante toda la
congregación.
Intercesión y propiciación
Cuando los israelitas vieron que la tierra abrió su boca, tuvieron temor de caer
también (v. 34). Ellos tenían temor del juicio, pero no de Dios. Todavía no
reconocían a Moisés, y sus corazones no se habían arrepentido. Por lo tanto, su
temor no les ayudó en nada. Pensaron en las palabras de Moisés toda la noche;
aún así, se rebelaron de nuevo. Toda la congregación de los hijos de Israel
murmuró contra Moisés y Aarón diciendo: “Vosotros habéis dado muerte al
pueblo de Jehová” (v. 41). De hecho, si uno no ha experimentado la gracia de
Dios, no puede esperar cambio alguno. Esta fue la razón por la cual Dios quiso
destruir inmediatamente a toda la congregación. En ese pasaje vemos la
reacción de una autoridad delegada frente a la oposición. Moisés pudo haberse
enojado mucho por la acusación de toda la congregación, pues esto no había
sido obra suya sino de Dios. No obstante, los israelitas lo culparon a él. Ellos no
se rebelaron contra Dios, sino que atacaron a la autoridad delegada y le juzgaron
duramente. Los versículos del 42 al 45 nos dicen que la reacción de Dios fue más
rápida que la de Moisés y Aarón. Entonces, la gloria de Dios apareció de
repente, y una nube cubrió el tabernáculo de reunión. Dios iba a juzgar a toda la
congregación, y les dijo a Moisés y a Aarón que se apartaran de en medio de la
congregación. Esta orden parecía decir a Moisés y a Aarón: “La oración que
hicisteis ayer fue una equivocación, pero de todos modos, la contesté. Pero hoy
voy a destruir a toda la congregación; ¿que me podéis decir ahora?” Dios nunca
se equivoca; además está lleno de misericordia, por lo cual había contestado la
oración del día anterior. Sin embargo, en esta ocasión El no toleraría más la
rebelión.
Por lo tanto, Moisés y Aarón se postraron sobre sus rostros la tercera vez. El
discernimiento espiritual de Moisés era claro y sabía que esta vez la oración no
resolvería el problema pues el pecado del día anterior todavía seguía, de algún
modo, escondido. Ahora se había manifestado abiertamente. El le dijo a Aarón
que tomara el incensario, fuera a la congregación e intercediera por ellos (vs. 45 -
47). Moisés era apto para ser una autoridad delegada de Dios. El conocía el final
trágico que los israelitas iban a tener y sabía que la pérdida de ellos era la
pérdida de Dios; así que le rogó a Dios que, por Su gracia, perdonara al pueblo.
Su corazón estaba lleno de compasión y misericordia. Este es el corazón de uno
que conoce a Dios. Moisés no era un sacerdote y, por ende, no podía ofrecer
ningún sacrificio, pero sabía que la situación era crítica y no tenía tiempo de
rogar a Dios. Así que ordenó a Aarón que ofreciera un sacrificio e hiciera
propiciación por el pueblo inmediatamente. Vemos aquí la intercesión y la
propiciación. En ese momento la mortandad había comenzado; por eso, Aarón
corrió y se puso en medio de la congregación, entre los muertos y los vivos;
entonces la mortandad cesó. Aquel día murieron catorce mil setecientas
personas (vs. 48-49). Si Moisés y Aarón no hubiesen reaccionado tan
rápidamente, el número de muertos habría sido mayor.
Aquí podemos ver la clase de persona que era Moisés y cómo actuaba en calidad
de autoridad delegada. El tenía la intención de hacer propiciación; su corazón
era tan misericordioso como el del Señor. El corazón de Moisés intercedía y
perdonaba. El no se gozaba en la ejecución del juicio. La clase de persona que
puede servir a Dios como autoridad delegada debe representar a Dios y, al
mismo tiempo, preocuparse llevando los hijos de Dios sobre sus hombros. La
autoridad que Dios delega debe cuidar a Su pueblo. El debe llevar sobre sus
hombros no sólo a los obedientes sino también a los desobedientes. Si M oisés
sólo se preocupara por sí mismo y se ofendiera por la manera como lo trataran y si
se quejara constantemente de no poder soportar esto o aquello, no sería
competente como autoridad delegada. Cuando Dios busca alguien en quien
depositar Su autoridad, no sólo tiene en cuenta la sumisión individual de la
persona, sino también su reacción cuando otros se oponen a ella como
autoridad delegada. La reacción de una persona a la rebelión y a la oposición de
otros, saca a la luz la clase de persona que es. Much os sólo se preocupan por sí
mismos y se turban mucho por las críticas, las censuras, los malos entendidos y
la oposición. Su mente gira en torno a ellos mismos. Se consideran muy
importantes. Tales personas no pueden ser una autoridad delegada por Dios.
EL CARACTER DE LA AUTORIDAD
DELEGADA:
IMPARTE GRACIA
Cuando uno es apartado para la obra de Dios, debe aprender como Moisés. El
fue fiel en toda la casa de Dios, no para sí mismo. Si él hubiera permitido que
Dios sufriera pérdida, su carne habría disfrutado tranquilidad y comodidad;
pero en ese caso, no habría sido fiel. Puede ser que nos rechacen y
menosprecien, pero debemos llevar los asuntos de los hijos de Dios sobre
nuestros hombros y no permitir que la casa de Dios sufra pérdida. Esto nos
presenta un cuadro hermoso de la fidelidad de Moisés en toda la casa de Dios.
Mientras Aarón ofrecía sacrificios por los hijos de Israel, Moisés estaba postrado
orando a Dios. El no sabía lo que iba a hacer Dios; así que le pidió a Aarón que
ofreciera sacrificios e hiciera propiciación por el pueblo de Israel. Aunque el
pueblo se rebeló contra Moisés, él llevó los pecados de ellos sobre sus hombros.
El se encargó de su caso y aunque ellos se le oponían y lo rechazaban, él
intercedía por ellos. Moisés era la parte ofendida; sin embargo, él era quien
rogaba a Dios que los perdonara. Pese a que murmuraban en su contra, él
intercedía por ellos delante de Dios. Vemos, entonces, la clase de persona que
puede ser una autoridad delegada. La autoridad delegada no debe actuar según
sus propios sentimientos ni se debe preocupar por sí misma ni ser egocéntrica.
Si queremos ser una autoridad delegada por Dios, debemos aprender a llevar a
todos los hijos de Dios sobre nuestros hombros. Que el Señor nos haga
misericordiosos y capaces de tolerar a todos los hijos de Dios y de llevarlos sobre
nuestros hombros. Si nos preocupamos solamente por nuestros propios
sentimientos, no podremos llevar las cargas de los hijos de Dios. Debemos
confesar nuestros pecados. Somos muy cerrados y severos, y no somos como
Moisés. Dios tiene mucha gracia, pero no quiere impartirla directamente; por
eso desea que Sus siervos busquen Su gracia internamente mientras llevan a
cabo la justicia de Dios externamente. La obra de Dios es justa externamente, y
al mismo tiempo Su corazón está lleno de gracia; por consiguiente, El desea que
todos Sus siervos, es decir, Su autoridad delegada, tengan el mismo corazón que
El tiene y también estén llenos de gracia. El desea que nosotros llevemos Su
gracia a otros; por lo tanto, debemos pedir más gracia internamente. Esto
complace a Dios. ¿Por qué hay tantas personas cerradas y egocéntricas? Muchas
personas no pueden soportar ninguna ofensa, pero si Dios puede recibir
ofensas, nosotros también debemos recibirlas.
CAPITULO QUINCE
LA BASE DE LA AUTORIDAD
DELEGADA:
LA RESURRECCION
Lectura bíblica: Nm. 17
Tanto Aarón como los israelitas eran descendientes de Adán y eran carnales.
Debido a su naturaleza y a su carácter natural tanto el uno como los otros eran
hijos de ira; por lo cual no había diferencia entre ello s. Las doce varas eran
iguales; ninguna de ellas tenía hojas ni raíz; todas estaban muertas y secas. Esto
nos muestra que la base del servicio no puede ser nuestra vida natural; lo que
nos da la autoridad es la vida de resurrección que recibimos de Dios. L a
autoridad no está relacionada con el hombre sino con la resurrección que se
manifiesta por medio de éste. Aarón no era diferente a las demás personas,
excepto que Dios lo había escogido y le había dado la vida de resurrección.
Vemos, por consiguiente, que la base de la autoridad es la resurrección.
EL FLORECIMIENTO DE LA VARA
ES UNA EXPERIENCIA QUE NOS HACE
HUMILDES
Las doce varas estuvieron toda la noche frente al arca. Dios permitió que la vara
de Aarón floreciera, echara botones y diera almendras madur as. Era una vara
muerta, pero Dios infundió en ella el poder de la vida. Moisés sacó todas las
varas que habían sido puestas delante del arca y las trajo a los israelitas. ¿Qué
significaba el hecho de que la vara de Aarón reverdeciera? En primer lugar, hac e
que su dueño se humille; segundo, silencia a los dueños de las demás varas. Si
tomamos una vara seca y muerta como la de Aarón, la cual sabemos que jamás
ha de florecer y para nuestra sorpresa encontramos que ha reverdecido,
florecido y echado fruto en una sola noche, ¿cuál sería nuestra reacción?
Confesaríamos a Dios con lágrimas, que El hizo esto y que aquello está muy por
encima de nosotros. Esta será Su gloria y no la nuestra. Espontáneamente nos
humillaremos delante de Dios. Esto es lo que Pablo quiso decir cuando dijo:
“Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder
sea de Dios y no de nosotros” (2 Co. 4:7). Sólo los necios se enorgullecen. Una
persona que ha recibido gracia de parte de Dios caerá postrado delante de El,
diciendo: “Dios hizo esto; no tengo nada de qué gloriarme pues todo depende de
la misericordia de Dios y no del deseo ni del afán del hombre. No hay nada que
no hayamos recibido. Todo lo que tenemos lo debemos a la elección de Dios”.
Aquí vemos que la base de la autoridad no depende del hombre ni tiene que ver
con él. Cuando Aarón sirvió al Señor nuevamente con su autoridad, él pudo
decirle al Señor: “Mi vara estaba tan muerta como las otras; sin embargo, yo
puedo servir, pero ellos no; yo tengo autoridad espiritual y ellos no. Mi vara
estaba tan seca como las demás. Ninguna de nuestras varas se puede tomar en
cuenta. Lo único que cuenta es la misericordia de Dios. Fue Dios quien me
escogió”. De aquel día en adelante, él no sirvió valiéndose de su vara, sin o de la
vara que reverdeció.
La autoridad no es algo por lo cual uno puede pelear, ya que es establecida por
Dios. No tiene nada que ver con nuestra posición como líderes. La autoridad que
uno tenga depende de si ha pasado por la muerte y la resurrección. No hay nada
en nosotros mismos que nos establezca como autoridad espiritual. Todo
depende de la gracia, la elección y la resurrección. Para uno caer en el orgullo
tiene que degradarse y sumirse en profundas tinieblas y ceguera. Si depende de
nosotros mismos, ninguna vara florecerá, ni aun si tuviera años para hacerlo. Lo
difícil hoy es encontrar una persona que se postre y recono zca que es igual a los
demás.
Cuando Aarón vio que su vara había reverdecido, debió ser el primero en
sorprenderse, y debió postrarse con lágrimas en adoración al Señor. Esta tal vez
fue su oración: “¿Por qué floreció mi vara? ¿No es mi vara igual a las de más?
¿Por qué me has otorgado tal gloria y poder? Mi vara jamás habría florecido
sola”. Lo que es de la carne siempre será carne. Aarón era igual al resto del
pueblo de Dios. Después de esta experiencia, otros podrían engañarse pero
Aarón no. El comprendió que toda autoridad espiritual proviene de Dios. Hoy
debemos darnos cuenta de que no hay motivo alguno de jactancia. Tenemos
misericordia porque a Dios le plugo darnos Su misericordia. No somos
competentes en nosotros mismos para emprender este ministerio, sino que
nuestra competencia viene de Dios (2 Co. 3:5). Es extraño que un hombre
afirme que vive delante del Señor y no sea humilde. ¡Qué osadía y necedad tan
extrema habría tenido el pollino si hubiera pensado que, al entrar Jesús en
Jerusalén sobre él, las alabanzas eran dirigidas hacia él! Vendrá el día cuando
veremos cuán vergonzoso es esto. Aun si anhelamos esta gloria, debemos tener
presente que nuestra gloria está en el futuro y no en el presente.
¿QUE ES LA RESURRECCION?
Respondemos que la resurrección es todo aque llo que no proviene de nuestro
ser natural ni de nosotros mismos ni se basa en nuestra capacidad. La
resurrección se refiere a lo que está más allá de nuestro alcance, lo que no
podemos hacer nosotros. A cualquier vara se le pueden tallar algunas flores o
pintar de colores, pero nadie puede hacerla florecer. Nunca hemos escuchado
que una vara pueda reverdecer y florecer, después de haber sido usada por
décadas. Esta es la obra de Dios. Ninguna mujer puede dar a luz después que se
ha cerrado su matriz, pero Sara tuvo un hijo después de cerrarse su matriz (Ro.
4:19). Esta fue la obra de Dios. Por lo tanto, Sara tipifica la resurrección. ¿Qué es
la resurrección? La resurrección manifiesta que nadie puede hacer nada por su
propio esfuerzo sino por medio de Dios. No tiene importancia alguna si uno es
más inteligente o más elocuente que otros. Si uno tiene alguna espiritualidad,
esta espiritualidad no proviene de uno, sino de la obra de Dios. Supongamos
que Aarón hubiera sido lo suficientemente necio como para deci rles a los
demás: “Mi vara es diferente a las de ustedes, es más fina, más dura y más
derecha; por eso reverdeció”. ¡Cuán insensato habría sido! Si pensamos que
somos diferentes a los demás, eso sería una terrible necedad. Incluso si hay algo
diferente en uno, es el resultado de la obra de Dios. La resurrección indica que
todo proviene de Dios.
El nombre Isaac significa “risa”. ¿Por qué llamo Abraham a su hijo “risa”? Lo
hizo por dos razones. Primero, Dios le prometió a Abraham que Sara daría a luz
un hijo. Cuando ella escuchó esto se rió, lo cual era apenas natural. Cuando se
miró a sí misma, no pudo hacer otra cosa que reírse. El tiempo de concebir
había pasado, y su matriz estaba cerrada. ¿Cómo podría ella dar a luz? Pensó
que era imposible. Por eso se rió cuando Dios le dijo a Abraham que ella tendría
un hijo. En segundo lugar, un año después, cuando Sara dio a luz a un hijo ella
se reía de alegría. Por eso Dios le puso por nombre Isaac (Gn. 18:10-15; 21:1-3,
6-7), que significa “risa”. La primera vez que ella se rió, lo hizo pensando en lo
imposible que le parecía la promesa. La segunda vez, se rió porque descubrió
que había sido posible. Si uno nunca ha experimentado la primera risa, no
podrá experimentar la segunda. Si nunca se ha percatado de su propia
incapacidad, no podrá experimentar el poder de Dios. Sara se conocía a sí
misma muy bien y estaba consciente de que no podía concebir, pero tan pronto
vio la obra de Dios, pudo reírse. Así que la resurrección significa que Dios nos
da algo que no tenemos en nosotros mismos. La Biblia testifica una y otra vez
que el hombre no puede hacer nada por su cuenta. Pero muchas personas
piensan que pueden. En lo relativo al servicio, si algunos se ríen de sí mismos
reconociendo que no pueden llevar a cabo la tarea que les es propuesta, se
reirán nuevamente diciendo: “Yo no lo hice, pero he visto con mis ojos que el
Señor lo hizo por mí”. Si hay alguna manifestación de la autoridad en nosotros,
debemos decirle al Señor: “Señor Tú hiciste esto; no fui yo”. La resurrecc ión
indica que uno no puede hacerlo y que Dios lo hace todo.
LA RESURRECCION ES
EL PRINCIPIO ETERNO DEL SERVICIO
El principio de todo servicio yace en la vara que reverdeció. Dios devolvió las
once varas a los líderes, pero guardó la vara de Aarón dentro d el arca como un
memorial eterno. Esto significa que la resurrección es un principio eterno en
nuestro servicio a Dios. El siervo del Señor debe haber muerto y resucitado.
Dios da testimonio a Su pueblo reiteradas veces de que la autoridad para
servirlo se basa en la resurrección, y no en el hombre. Todos los servicios
ofrecidos al Señor deben pasar por la muerte y la resurrección a fin de que sean
aceptables delante de Dios. La resurrección significa que todo es de Dios y no de
nosotros; significa que todo es hecho por El y no por nosotros. Los que tienen
un alto concepto de sí mismos, no conocen el significado de la resurrección.
Nadie debe equivocarse al pensar que puede hacerlo todo por sí mismo. Si un
hombre continúa pensando que tiene capacidad, que puede hacer algo y que es
útil, no sabe lo que es la resurrección. Tal vez sepa de la doctrina, la razón o el
resultado de la resurrección, pero no conoce la resurrección. Todos los que
conocen la resurrección perdieron toda esperanza en sí mismos, y saben qu e no
pueden hacer nada. Mientras permanezca la fuerza natural, no habrá lugar para
que el poder de la resurrección se manifieste. Mientras Sara podía tener un hijo,
Isaac no vino. Todo lo que podamos hacer nosotros pertenece a la esfera
natural, mas lo que es imposible para nosotros, pertenece a la esfera de la
resurrección.
El poder de Dios no se manifiesta en la creación ni por medio de ella sino en la
resurrección y por medio de la misma. Cuando el poder de Dios se manifiesta en
la creación, no necesita ser precedido por la muerte. Lo creado no necesita nada
que lo preceda, pero todo lo que provenga de la resurrección, necesita algo que
lo preceda. Si un hombre puede sobrevivir por lo que poseía, no ha
experimentado la resurrección. Si la capacidad de un hombre radica en lo que
tenía anteriormente o si es lo que era antes, no tiene la resurrección. Debemos
reconocer que no podemos hacer nada ni ser nada ni tener nada. Somos como
un perro muerto. Si reconocemos esto, y hallamos que hay todavía algo vivo en
nosotros, eso es la resurrección. La creación no necesita haber pasado por la
muerte, pero la resurrección requiere que caigamos postrados delante de Dios y
confesemos: “No puedo hacer nada; no soy nada y no tengo nada. Esto es lo que
soy. Si puedo dar algo a otros es porque Tú me lo diste primero. Si puedo hacer
algo, es porque Tú lo haces por medio de mí”. Una vez que nos postramos
delante del Señor, todo lo que tenemos vendrá a ser la obra de Dios en nosotros.
En lo sucesivo, no estaremos equivocados, ya que reconoceremos que todo lo
que está muerto es nuestro y que todo lo vivo pertenece a Dios. Debemos
distinguir claramente entre el Señor y nosotros; todo lo que tenga que ver con la
muerte pertenece a nosotros, y todo lo que se relacione con la vida per tenece al
Señor. El Señor nunca se confunde, pero nosotros sí nos confundimos a
menudo. Uno debe llegar al final de sí mismo para convencerse de su total
inutilidad. Después de que Sara dio a luz a Isaac, no fue tan necia como para
pensar que ese hijo era producto de su fuerza. El pollino no debía equivocarse al
pensar que la proclamación de hosanna estaba dirigida hacia él. Dios tiene que
llevarnos al punto donde no confundamos lo que procede de El con lo que sale
de nosotros.
Todo aquel que está en una posición de autoridad debe tener esto presente y no
debe equivocarse jamás al respecto. No debe haber ningún mal entendido acerca
de la autoridad, pues ésta procede de Dios y no de nosotros; somos solamente
guardianes de ella. Sólo quienes han visto esto, son aptos para recibir la
autoridad delegada. Hermanos y hermanas, cuando nos preparamos para la
obra, no debemos ser necios pensando que tenemos alguna autoridad innata.
Tan pronto como violemos el principio de la resurrección, perdemos la
autoridad; y cuando tratemos de exhibir la autoridad, la perderemos. Una vara
seca sólo puede exhibir muerte; pero cuando uno está en resurrección, tiene
autoridad, ya que ésta descansa en la resurrección y no en la vida natural. Todo
lo nuestro es natural. Por lo tanto, la autoridad no reposa sobre nosotros, sino
sobre el Señor.
CAPITULO DIECISEIS
EL ABUSO DE LA AUTORIDAD
DELEGADA,
Y EL JUICIO GUBERNAMENTAL
DE DIOS
Lectura bíblica: Nm. 20:2-3, 7-13, 22-28; Dt. 32:48-52
LA AUTORIDAD DELEGADA
DEBE SANTIFICAR AL SEÑOR
Después de que los israelitas vagaron por el desierto más de treinta años, vemos
que en Números 20 olvidaron la lección que habían aprendido a cerca de la
rebelión. Cuando llegaron al desierto de Zin, no hallaron agua y murmuraron
contra Moisés y Aarón (vs. 2-3). Estos habían aprendido ya muchas lecciones
delante del Señor, pero en esta ocasión Moisés no se condujo debidamente
como autoridad delegada de Dios. Examinemos cómo juzga Dios a una persona
que es Su autoridad delegada cuando ésta comete un error. Dios no estaba
enojado esta vez ante la murmuración del pueblo, pero le dijo a Moisés que
tomara la vara, la cual es símbolo de la autoridad de Dios, y hablara a la roca
para que de ésta saliera agua. Esto nos muestra que Moisés y Aarón eran la
autoridad delegada por Dios. Dios no dijo que El quería castigar al pueblo.
Moisés y Aarón no eran jóvenes; con todo y eso, fracasaron en su posición como
autoridad delegada. El versículo 10 nos muestra que Moisés se enojó cuando
dijo: “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?” El
apelativo rebeldes es una expresión bastante severa tanto en español como en
hebreo. Es una expresión cortante en el idioma original. Moisés usó palabras
muy severas, ya que estaba bastante enojado. Posiblemente pen só: “Este pueblo
rebelde ha causado problemas por décadas y todavía sigue en las mismas”. El
olvidó la orden de Dios y golpeó la roca dos veces. Aunque Moisés estaba
equivocado, de todos modos el agua brotó (v. 11).
Este acto hizo que Dios inmediatamente reprendiera a Su siervo. El dijo: “No
creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel” (v. 12a). Esto
significa que Moisés y Aarón no habían santificado a Dios, es decir, no habían
separado a Dios de ellos mismos. Las palabras de Moisés estaban erradas y
también cometió el error de golpear la roca. Su espíritu estaba equivocado, por
lo cual representó a Dios de manera errónea. Debemos tocar el espíritu de lo
que Dios le dijo. Parece como si Dios le hubiera dicho: “Yo vi que Mi pueblo
tenía sed, y le di de beber. ¿Por qué les reprendes?” Les dijo a Moisés y a Aarón
que no lo habían santificando. Esto significa que ellos no lo habían puesto
aparte como aquel que es Santo. Parece como si les dijera: “Vosotros me
incluisteis en vuestros errores”. Las palabras expresan la actitud que uno tenga, y
lo que dijo Moisés no santificó a Dios. Su actitud y sus sentimientos fueron
diferentes a los de Dios. Dios no reprendió al pueblo, pero Moisés sí lo hizo.
Esto hizo que los israelitas tuvieran una percepción equivocada de Dios, pues
pensaron que Dios era terrible y que estaba pronto a condenar y, por ende, no
tenía misericordia.
Números 20 dice que Aarón moriría en el monte de Hor como castigo. Vemos a
Moisés, a Aarón y a su hijo Eleazar subir al monte de Hor juntos (vs. 25 -27).
¡Qué hermoso cuadro es éste! Los tres fueron sumisos y estuvieron dispuestos a
aceptar el juicio de Dios. Verdaderamente conocían a Dios. Así que, ni siquiera
oraron. Aarón sabía que su día había llegado, y Moisés también sabía lo que le
iba a suceder a él. Ellos fueron como Abraham cuando subió con Isaac al monte.
Abraham sabía lo que esperaba a Isaac. Dios le dijo a Moisés que subiera con
Aarón y Eleazar al monte, debido al incidente de las aguas de la rencilla. Moisés
iba adelante, y ya en el monte, supo el camino que Aarón seguiría y el rumbo
que él mismo tomaría.
Tan pronto como Aarón fue despojado de sus vestiduras, murió (v. 28). Cuando
un hombre se quita sus vestiduras, no muere, pero el caso de Aarón indica que
su vida era sustentada por su servicio. Es decir, cuando un siervo del Señor
termina su servicio, su vida se detiene. Existen muchas personas que no son
siervos genuinos. Cuando ellos terminan su presunto servicio, su vida continúa.
Aquí vemos que Aarón era un siervo genuino del Señor.
Tengo una pesada carga que quisiera compartir con ustedes. Nada es tan serio
ni tan delicado como representar mal la autoridad. Tengo temor de que nuestros
jóvenes representen equivocadamente la autoridad de Dios. Tal vez nos
equivoquemos una sola vez, pero ese error puede acarrear el juicio de Dios.
Cada vez que ejercemos la autoridad de Dios, debemos orar para estar unidos a
Dios. En el momento en que cometamos un error, debemos dejar en claro que lo
hicimos separados de Dios. De lo contrario, traeremos el juicio de Dios sobre
nosotros. Cuando tomemos una decisión debemos preguntar si la decisión
concuerda con la voluntad de Dios. Podemos decir que actuamos en Su nombre
sólo si estamos seguros de que ésa es la voluntad de Dios. Moisés reprendió a los
israelitas y golpeó la roca en Meriba. El no podía decir que estaba actuando en el
nombre del Señor. Debió haber dicho: “Estoy haciendo esto por cuenta propia”.
De lo contrario, el recibiría juicio. Espero que no seamos insensatos y vivamos
delante del Señor en temor y temblor. No actuemos precipitadamente cuando
digamos que actuamos en nombre del Señor. No debemos excedernos al juzgar
ni tomemos decisiones ligeramente. Controlemos nuestro espíritu y nuestra
lengua. Especialmente no digamos nada cuando estemos enojados. Cuando uno
actúa representando la autoridad de Dios, puede hacerlo como debe o puede
involucrar a Dios en sus errores. Este es un asunto muy serio. Cuanto más
conozcamos a Dios, más cuidadosos seremos. Si caemos en la mano
gubernamental de Dios, es posible que seamos perdonados, pero es posible que
no. Por ningún motivo podemos ofender el gobierno de Dios. Esto es algo que
debemos comprender bien. Sólo después de haber visto la manera apropiada de
representar la autoridad, podremos ser una autoridad delegada.
LA AUTORIDAD DELEGADA
NO PUEDE DARSE EL LUJO DE COMETER
ERRORES
Un servicio iniciado por el yo no puede ser aceptado por Dios. De hech o, nadie
puede servir a Dios por su propio esfuerzo. Uno debe servir estando en
resurrección para que su servicio sea acepto a Dios. El Señor no quiere que nos
equivoquemos pensando que la autoridad procede de alguien aparte de Dios. No
somos la autoridad, sino sólo representantes de la misma. No hay lugar para la
carne. Debemos decirle a los demás que todos los errores vienen de nosotros y
que todo lo correcto proviene de Dios. Cada vez que hablemos o enfrentemos
algo, debemos recordar que no podemos confiar en nosotros mismos y debemos
conocer la voluntad de Dios. No podemos actuar por nuestra cuenta y tomar
decisiones ligeramente. La autoridad no descansa en nosotros, pues sólo somos
autoridades delegadas. Si actuamos conforme a nuestra propia voluntad,
crearemos grandes problemas. La iglesia no puede estar sin autoridad y
tampoco puede tolerar el abuso de autoridad. Dios tiene la meta específica de
establecer Su autoridad.
LA VINDICACION DE DIOS
Cuando la autoridad delegada comete un error, Dios intervendrá y la juzgará. Su
juicio es Su vindicación, la cual es un principio importante en Su
administración. Dios desea delegarnos Su nombre; El nos permite usar Su
nombre, como una persona que da su sello a alguien y le permite usarlo en su
nombre. Siendo éste el caso, cuando representamos mal a Dios, El se ve
obligado a vindicarse, pues tiene que demostrar que el error fue nuestro y no
Suyo.
Que el Señor nos dé Su gracia para que seamos sensibles. Que le dé Su gracia a
la iglesia en estos tiempos finales. Debemos orar así: “Señor, manifiesta Tu
autoridad en la iglesia y permite que cada hermano y hermana conozca la
autoridad. Manifiesta Tu autoridad en la iglesia local y permite que Tu
autoridad delegada se manifieste por medio del hombre”. Espero que los que
toman la responsabilidad en la iglesia no cometan ningún error con respecto a la
autoridad, y que tampoco haya ningún error por parte de los que reciben las
órdenes de la autoridad. Espero que cada uno de nosotros reconozca su
condición, para que el Señor pueda seguir adelante.
CAPITULO DIECISIETE
LA AUTORIDAD DELEGADA
DEBE ESTAR BAJO AUTORIDAD
Lectura bíblica: 1 S. 24:1-6; 26:7-12; 2 S. 1:5-15; 2:1; 4:5—5:3; 6:16-
23; 7:18; 15:19-20, 24-26; 16:5-14; 19:9-15
Después de que Saúl murió, David le preguntó a Dios a cuál ciudad debería ir.
En aquel tiempo el palacio estaba en Gabaa. ¿Quiénes de entre los israelitas no
conocían a David? Tan pronto como David supo de la muerte de Saúl, él pudo
haber ido a la capital con sus guerreros. Desde la perspectiva humana, él debió
apresurarse a ir a Gabaa con su ejército; ése era el momento oportuno. ¿Cómo
podría dejar pasarlo? Por sentido común, debió ir a Gabaa. Ya se había sometido
lo suficiente. Todo el pueblo sabía que él era un guerrero. Pero él actuó de
manera extraña. Le preguntó a Dios, quien le contestó que fuera a Hebrón (2:1),
una ciudad pequeña e insignificante. Algunos vinieron de Judá para ungirle
como rey de Judá. Esto nos muestra que David no trató de apoderarse de la
autoridad, sino que permitió que estos varones de Dios lo ungieran (v. 4).
Cuando Samuel lo ungió, fue una señal de que Dios lo había escogido. Cuando
los varones lo ungieron, fue una señal que el pueblo de Dios (un tipo de la
iglesia) lo había escogido. David no rechazó la unción de los varones de Judá.
No dijo: “Puesto que Dios me ungió ¿qué necesidad tengo de que ellos me
unjan?” Hay diferencia entre ser ungido por Dios y ser ungido por el pueblo. La
autoridad delegada no debe ser elegida por Dios solamente, sino también por la
iglesia. Nadie puede imponer su autoridad sobre otros; si Dios lo escogió debe
esperar a que los hijos de Dios hagan su elección.
David no fue a Gabaa, sino que esperó que el pueblo de Dios viniera a él a
Hebrón. El esperó siete años y seis meses, lo cual no es un tiempo corto. Pero él
no tenía prisa. Jamás he visto una persona llena de su yo y en busca de su propia
gloria, que haya sido escogida por Dios como autoridad. Dios ungió a David
como rey no sólo de Judá sino de toda la nación de Israel. Sin embargo,
mientras el pueblo no lo reconoció como tal, él no dio ningún paso. Cuando sólo
la casa de Judá lo ungió, él estuvo satisfecho con ser rey de Judá. El no tenía
ninguna prisa; podía esperar.
Después de siete años y medio, todas las tribus de Israel fueron a He brón y
hablaron con David diciendo: “Henos aquí, hueso tuyo y carne tuya somos. Y
aun antes de ahora, cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú quien sacabas a
Israel a la guerra, y lo volvías a traer. Además Jehová te ha dicho: Tú
apacentarás a mi pueblo Israel, y tú serás príncipe sobre Israel” (5:1-2). La tribu
de Judá lo reconoció como rey en Hebrón primero. Después de siete años y
medio, los ancianos de las tribus de Israel lo ungieron como rey, y luego él reinó
en Jerusalén por treinta y tres años. David no se nombró a sí mismo como
autoridad. Tampoco se impuso sobre los demás. La autoridad es delegada por
Dios y ungida por el hombre. Un hombre no debe proclamarse a sí mismo como
rey, y no es nombrado solamente por Dios para ser rey. Primero, Dios lo escoge, y
luego el pueblo lo reconoce. David fue un verdadero rey. En el Nuevo
Testamento, cuando se habla de David, se le llama “el rey David” (Mt. 1:6), pero a
Salomón no se le llama rey. El Nuevo Testamento da un reconocimiento
especial al reinado de David porque él no confió en sí mismo. El tuvo la unción
de Dios y esperó la unción del pueblo, es decir, de la iglesia.
Cuando David se presentó delante del Señor, sintió que él era tan pobre como
cualquier otro y no se consideró más que los demás. La autoridad delegada debe
considerarse pobre y humilde como los demás del pueblo de Dios. No debe
exaltarse a sí misma ni tratar de mantener su autoridad delante de los hombres.
En el trono, David era el rey, pero delante del arca, él era igual a todos los hijos
de Israel. Todos eran el pueblo de Dios y, por ende, era n iguales. Mical quería
mantener su posición, por lo cual quería que David fuera rey aun delante de
Dios. Ella no pudo tolerar el comportamiento de David y le dijo: “¡Cuán honrado
ha quedado hoy el rey de Israel!” (v. 20). Pero Dios aprobó lo que hizo Davi d y
rechazó la actitud de Mical. Cuando Moisés se presentó delante de Jehová, él era
igual al pueblo de Israel, y cuando David se acercó a Jehová, también era uno
más del pueblo. Podemos ser autoridad en la iglesia, pero cuando nos
acercamos al Señor, somos iguales a los demás. Así que, la base y la llave de la
persona que es autoridad es permanecer al mismo nivel de todos los hermanos
cuando se acerca al Señor.
Debemos tener presente que la autoridad delegada por Dios debe ser apta para
soportar las ofensas y para ser ultrajada. Si uno no tolera ninguna ofensa, no es
apto para ser una autoridad. No podemos actuar como nos plazca porque se nos
haya delegado autoridad. Sólo los que han aprendido a obedecer son aptos para
ser una autoridad. El versículo 13 dice que Simei continuó maldiciendo a David,
pero éste fue sumiso. Sólo una persona así es apta para ser una autoridad. Aquí
vemos un hombre verdaderamente dócil ante el Señor. David y sus seguidores
descansaron en cierto lugar bastante fatigados. Aunque Absalón se había
rebelado, David mantuvo la debida actitud. Pese a que vivió en tiempos del
Antiguo Testamento, él estaba lleno de la gracia del Nuevo Testamento. El había
sido tan quebrantado que tenía tal espíritu. En verdad era una persona apta
para ser autoridad.
APRENDE A HUMILLARSE
BAJO LA MANO PODEROSA DE DIOS
En 2 Samuel 19, después de que Absalón fue derrotado, los israelitas oyeron que
David estaba sentado a la puerta de la ciudad, y cada uno huyó a su propia casa
(v. 8). David no regresó con alboroto al palacio. Absalón también había sido
ungido como rey. Por eso David tuvo que esperar. Las once tribus vinieron a
pedirle que regresara, pero la tribu de Judá no vino con ellos. Así que envió
hombres para recobrar la tribu de Judá (vs. 9-12). David era de la tribu de Judá, y
había huido de ella; por consiguiente, debía esperar que ellos le pidieran que
regresara. El era la autoridad delegada por Dios, pero durante sus pruebas,
aprendió a humillarse bajo la mano poderosa de Dios. No trató de establecer su
propia autoridad. El aceptó sus circunstancias y fue humilde bajo la mano
poderosa de Dios. El no tenía ningún afán ni peleó por sí mismo, a pesar de ser
un guerrero. El pueblo de Dios fue el que peleó todas las batallas.
Anteriormente, el pueblo de Dios lo había ungido como rey y para regresar a su
reinado, él debía esperar que lo ungieran nuevamente.
Aquellos a quienes Dios usa para ser autoridad, deben tener el espíritu de
David. No deben decir nada con el fin de justificarse. No tenemos que decir
nada ni debemos actuar por nuestra cuenta. No necesitamos mover ni un dedo
para probar que Dios nos escogió. Debemos confiar, esperar y humillarnos.
Debemos esperar que Dios cumpla lo que prometió. Cuanto más sumisos
seamos, más aprenderemos a ser una autoridad. Cuanto más nos postremos
delante del Señor, más nos vindicará El. Pero si tratamos de hablar bien de
nosotros, de luchar o de quejarnos, destruiremos la obra de Dios. Debemos
aprender a humillarnos bajo la mano poderosa de Dios. Cuanto más tratemos de
ser una autoridad, más equivocados estaremos. El camino está abierto para
nosotros. En el Antiguo Testamento la mayor autoridad fue la de Moisés, y entre
todos los reyes, fue David quien tuvo más autoridad. Ambos se compo rtaron de
la misma manera conforme a su capacidad como autoridades delegadas.
Debemos reconocer el espíritu de estos hombres a fin de mantener la autoridad
de Dios.
CAPITULO DIECIOCHO
LA VIDA Y LA ACTITUD
DE LA AUTORIDAD DELEGADA
Lectura bíblica: Mr. 10:35-45
Ellos pensaron que sentarse a la derecha y a la izquierda era algo que Dios podía
concederles. Pero el Señor les dijo que eso no era sencillo. Querían estar cerca
del Señor y tener autoridad. El Señor no dijo que su petición era incorrecta ni
que estaba mal desear estar a Su derecha o a Su izquierda. Les dijo qu e para
sentarse a Su derecha o a Su izquierda, ellos debían beber de la copa que El
bebía y ser bautizados con el bautismo por el cual El tenía que pasar. Jacobo y
Juan pensaron que podían adquirir ese lugar con sólo pedirlo, pero el Señor les
dijo que no era asunto de pedir sino de beber la copa y participar de Su
bautismo. No es asunto de oración ni de esforzarse por sentarse al lado del
Señor. Si una persona no bebe de la copa del Señor ni es bautizada con Su
bautismo, su petición es vana. Si uno no bebe de la copa del Señor ni es
bautizado con el mismo bautismo que El experimenta, no podrá estar cerca del
Señor ni tener ninguna autoridad. El Señor no puede otorgarnos una posición ni
una autoridad gratuitamente. Sólo aquellos que beben de Su copa y son
bautizados con Su bautismo, reciben tal posición y tal autoridad. El fundamento
consiste en beber y ser bautizado. Si el cimiento está equivocado, no puede
haber una estructura correcta. Supongamos que un niño sube al monte a coger
algunas flores, y luego las siembra sobre la tierra. Aunque él piense que plantó
un jardín, las flores no crecen por carecer de raíz. Jacobo y Juan estaban
equivocados de raíz. A fin de estar cerca del Señor y de tener autoridad en la
gloria, ellos debían beber de Su copa y ser bautizados con Su bautismo. Si estos
discípulos no bebían esa copa ni eran bautizados con ese bautismo, no podrían
estar cerca del Señor ni recibir ninguna autoridad ni posición. Esto es algo que
ellos no sabían. Es algo que tiene que ver con el presente y no sólo con el futuro.
Después de esto, el Señor dijo que una vez que la vida de Dios fuer a liberada, se
esparciría como fuego sobre la tierra. ¿Cuál es el resultado del bautismo?
Produce algo similar al fuego, algo que trae división, en vez de paz, sobre la
tierra (v. 51). Cuando el fuego toca algo, lo consume. De ahí en adelante, en una
familia algunos miembros estarían en contra de otros, los creyentes y los
incrédulos estarían en bandos antagónicos, lo mismo que quienes tuviesen la
vida y los que no la tuviesen, y que quienes tuviesen el fuego y los que no lo
tuviesen. Esto es lo que significa ser bautizado con el bautismo del Señor. Una
vez que la vida brota, fluye y ocasiona divisiones. Dondequiera que esta vida
vaya, no traerá paz sino antagonismo. Una vez que la vida entra en una casa, allí
habrá conflictos. Los que pasan por el bautismo son separados inmediatamente
de los que no han pasado por él. El Señor estaba diciendo: “Yo voy a la cruz a
liberar Mi vida, y esto traerá conflictos. ¿Pueden sobrellevar esto? ¿Les gusta
esto?” Primero habrá muerte, mas luego la vida brotará. Esto es el b autismo, el
cual produce división. Los muertos no pueden luchar, sólo los que están vivos
pueden hacerlo. La palabra de Señor nos muestra que la muerte opera en
nosotros, y la vida en otros (2 Co. 4:12). El bautismo del Señor consistió en
quitarse Su corteza exterior y liberar Su vida por medio de la muerte. Esto
mismo es lo que hacemos hoy. Debemos dejar que nuestro cascarón sea
quebrantado para que la vida que hay en nosotros pueda brotar.
En los mensajes que dimos en Fuchow junto al monte Kuling, mencion é que la
vida no puede ser liberada a menos que el hombre exterior sea quebrantado.
Nuestro hombre exterior encierra la vida y le impide fluir. Debemos
comprender que si el hombre exterior no es quebrantado, la vida no podrá fluir,
pero cuando el cascarón del hombre es quebrantado, éste viene a ser una
persona accesible, y la vida puede fluir fácilmente. De lo contrario, la vida queda
atada, el espíritu del hombre no puede ser liberado, y la vida no puede brotar
libremente. Es muy diferente poder explicar 2 Corintios 4:12 de darles a otros
un toque de vida. Muchas personas piensan que este versículo nos es más que
una enseñanza. Permítanme repetir que si nuestro hombre exterior no es
quebrantado, la vida no podrá fluir de nosotros. Una vez que la corteza del
hombre es quebrantada, él viene a ser una persona accesible. Esto es igual que
un grano de trigo que cae en tierra y muere; la vida que contiene se abre paso
rompiendo la cáscara, y a medida que sale, crece la abertura espontáneamente.
Esto es lo que el Señor dijo en Juan 12:24: “Si el grano de trigo no cae en la
tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. Cuando un grano
de trigo cae en la tierra, el cascarón que lo envuelve se rompe, y la vida brota.
Después de esto, el Señor añadió: “El que ama la vida de su alma la perderá; y el
que la aborrece en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno me sirve,
sígame; y donde Yo esté, allí también estará Mi servidor. Si alguno me sirve, Mi
Padre le honrará” (vs. 25-26). Si uno quiere preservar su cascarón, no podrá
liberar la vida. Una vez que uno pierde el cascarón, lleva mucho fruto.
El resultado del bautismo es fuego y división. Cuando la vida fluye, no hay paz
en la tierra; sino división. Muchas personas están divididas por esta vida ya que
existe un gran abismo entre los que siguen al Señor y los que no, entre los que
pertenecen al Señor y los que no, entre quienes lo tienen a El y quienes no, entre
los fieles y los incrédulos, y entre los que aceptan las pruebas y los que no. Una
vez que un hombre toca la vida de Cristo, toma un camino diferente. El Señor
parece decir: “¿Estás dispuesto a asumir las consecuencias de tomar mi
bautismo? Si quieres sentarte a Mi derecha o a Mi izquierda, debes ser diferente.
¿Estás dispuesto a aceptar las consecuencias de tomar Mi bautismo y de ser
diferente de los demás hijos de Dios?” Con el fin de sentarnos a la derecha o a la
izquierda del Señor y tener una posición de gloria, debemos beber Su copa y ser
bautizados con Su bautismo, lo cual significa que debemos reconocer la
voluntad de Dios por encima de todo y permitir que nuestro hombre exterior sea
quebrantado para que la vida pueda ser liberada. Sólo las personas que tienen
esta actitud saben lo que significa sentarse a la derecha o a la izquierda del
Señor. Esta es la senda del creyente.
El Señor les dijo a Jacobo y a Juan algo así: “Primero debéis beber Mi copa y
pasar por Mi bautismo, para poderos sentar a Mi derecha o a Mi izquierda en la
gloria. ¿Podéis beber esta copa y ser bautizados con este bautismo? Ellos
respondieron: “Podemos” (10:39). Ellos le pidieron esto al Señor, pero no
sabían lo que pedían. Ellos no son únicos en este sentido, pues todos los
descendientes de Adán somos iguales. El Señor les explicó las condiciones, y
ellos contestaron que podían llenar los requisitos. El Señor les dijo que para
sentarse a Su derecha o a Su izquierda, debían beber Su copa y ser bautizados
con Su bautismo. Pero aun al decirles esto, no les prometió que se sentarían a
Su derecha o a Su izquierda. El Señor quiso decir que si uno no bebe Su copa ni
es bautizado con Su bautismo, no podrá sentarse ni a Su derecha ni a Su
izquierda. Pero aun si ellos bebían Su copa y pasaban por Su bautismo, eso no
garantizaba que se sentarían a Su derecha ni a Su izquierda, porque esto
depende de la elección de Dios (v. 40). Tal vez Jacobo y Juan preguntaron:
“¿Qué podemos decir?” Si una persona no bebe la copa y no toma el bautismo
con toda seguridad quedará descalificada; pero si bebe la copa y participa de
este bautismo, es posible que tampoco se siente a la derecha o a la izquierda,
pues ello depende de la elección de Dios. Aunque posiblemente Jacobo y Juan
estaban equivocados en su petición, el Señor no fue exacto en Su respuesta. Si El
hubiera dado a Jacobo sentarse a Su diestra y a Juan sentarse a Su izquierda,
esos dos lugares no habrían estado disponibles durante estos dos mil años de
historia de la iglesia. Otros lugares estarían disponibles, pero por haber
reservado esos lugares estos dos discípulos, los demás creyentes se habrían
desanimado de seguir en el camino del Señor. El Señor no les concede Su
petición y, en consecuencia, estos lugares siguen disponibles. Algunos entre
nosotros todavía tienen la oportunidad de ocupar estos dos lugares. Por lo tanto,
esta lección se aplica todavía a nosotros. El punto principal de este pasaje no es
la discusión anterior sino lo que viene a continuación.
UNA AUTORIDAD NO DOMINA NI
CONTROLA,
SINO QUE SE HUMILLA Y SIRVE
Después de esa respuesta, el Señor habló a cerca de la autoridad. El versículo 41
dice que cuando los otros discípulos oyeron de la petición de Jacobo y de Juan,
se indignaron. Da la impresión de que Jacobo y Juan hicieron esta petición en
secreto, pero los diez discípulos se enteraron. Así que, el Señor les enseñó algo
también a ellos, que es el tema de todo ese pasaje. El reunió a Sus discípulos a
su alrededor y les habló de la gloria futura. Les dijo: “Sabéis que los que son
tenidos por gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y sus grandes
ejercen sobre ellos potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que
quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el
primero entre vosotros, será esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no
vino para ser servido, sino para servir, y para da r Su vida en rescate por
muchos” (vs. 42-45). La pregunta de los dos discípulos condujo a una enseñanza
sobre la autoridad. El Señor les mostró que lo que contaba no era el futuro, sino
el presente. Este tema se aplica desde aquel día hasta hoy, es decir e l Señor
presentó el espíritu que se aplica desde aquel día hasta el presente. Vemos que
dos personas querían sentarse en el trono para gobernar a los demás, por lo cual el
Señor les mostró que entre los gentiles, hay algunos que son tenidos por
gobernantes y se enseñorean de los demás. Entre los gentiles existe una lucha
por la autoridad. A los hombres les gusta ser reyes para gobernar y controlar a
otros. Pero no será así entre nosotros. Es bueno que algunos de entre nosotros
busquen la gloria futura, pero tales personas no deben pensar en enseñorearse
de los hijos de Dios ni tener la intención de controlar o gobernar a otros.
En los versículos 42 y 43 el Señor dijo que los gentiles tienen gobernantes que se
enseñorean sobre ellos y sus dirigentes ejercen potestad sobre ellos, pero “no
será así entre vosotros”. Cuán bellas son las palabras pero entre vosotros, pues
indican que hay una gran diferencia entre los gentiles y la iglesia en lo
relacionado con la autoridad. Si no somos cuidadosos en este asunto, no
podremos avanzar en la iglesia. Los gentiles gobiernan según la posición, pero la
iglesia sirve según la vida espiritual. Si la iglesia se contamina con la práctica de
los gentiles, estará arruinada. La iglesia debe mantener un muro de separación
entre ella y los gentiles. Entre éstos se puede ver una lucha por el poder, pero
entre nosotros, cuanto más uno piense que es una autoridad, menos apto será.
Cuanto más una persona se crea apta, menos lo estará. Siempre debemos
mantener esta actitud entre nosotros.
Planteo estos dos aspectos con mucha franqueza. Si carecemos del primer
aspecto (un fundamento espiritual), no podremos aspirar al segundo (la
humildad). Sin el fundamento, será inútil tratar de ser humildes. Cuando el
Señor les contestó a Jacobo y Juan, primero expuso el primer punto, aunque
con ello no quiso decir que basta con tener el fundamento espiritua l para
sentarse a la derecha o izquierda del Señor. Dijo explícitamente que ese lugar lo
dará Dios a quien El desee. Después del primer requisito, se menciona el
segundo, que consiste en ser servidor y esclavo entre los hermanos y hermanas.
Los que cumplen estas dos condiciones y se consideran indignos e incapaces son
aptos para ser la autoridad. El Señor busca a aquellos que se consideran ineptos y
que sirven como esclavos. El dijo que tales personas serán grandes y serán los
primeros. Para poder ser una autoridad, uno debe beber la copa y participar del
bautismo mencionado por el Señor; de lo contrario, todo lo que haga será inútil.
Además, debe ser verdaderamente humilde considerándose un simple servidor
(no sólo de boca sino de corazón). El Señor dijo que esas personas serán
grandes. Tememos a la humildad que es sólo de labios; la humildad debe
provenir del corazón.
Para ser una autoridad delegada, debemos tener una base espiritual y ser
humildes; es necesario que estemos conscientes de nuestra incapacida d e
ineficacia. Una cosa es cierta: ninguna de las personas que Dios usó en el
Antiguo Testamento era orgullosa. Puedo decirle con sinceridad que cuando una
persona se enorgullece, Dios la deja a un lado. Como un obrero que he sido por
veinte años, nunca he visto que Dios use a un hombre orgulloso. Aun si uno es
un poco orgulloso en privado, sus palabras tarde o temprano lo pondrán en
evidencia, porque las palabras siempre revelan la condición oculta del corazón.
Hasta las personas humildes se sorprenderán grandemente frente al tribunal de
Cristo. Sin embargo, la sorpresa que le espera al orgulloso ¡será mucho mayor
que la del humilde! Debemos tener presente cuán inútiles somos, porque Dios
puede usar solamente a los esclavos inútiles. Debemos mantenernos en la
posición de esclavos (Lc. 17:10). Dios no confía Su autoridad a los que confían
en sí mismos y son seguros de sí mismos. Debemos rechazar el orgullo y ser
humildes y mansos. No debemos hablar por nuestra cuenta, sino aprender a
conocernos a nosotros mismos y ver las cosas desde el punto de vista de Dios.
Por último, el Señor dijo: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido,
sino para servir, y para dar Su vida en rescate por muchos” (Mr. 10:45). El no
vino para regir sino para servir. Cuanto menos ambición tenga un hombre y más
humilde sea, más útil será delante del Señor. Si uno tiene un alto concepto de sí y
piensa que es diferente a los demás, no será útil en las manos del Señor. El
Señor tomó forma de siervo y se hizo siervo de todos; jamás tomó una actitud
autoritaria, ya que toda Su autoridad venía de Dios. El Señor fue exaltado de
una posición humilde a las alturas. Este es el principio que El aplicó. No
debemos tratar de asumir ninguna autoridad carnal ni valernos de medios
carnales. Debemos ser siervos de todos. A medida que Dios nos delega ciertas
responsabilidades, aprendemos a representarlo. La base de la autoridad es el
ministerio, y solamente se tiene un ministerio cuando hay resurrección. Si
alguien tiene un ministerio, tiene un servicio, y cuando uno tiene un servicio,
tiene autoridad. Que el Señor nos libre de los pensamientos altivos.
CAPITULO DIECINUEVE
LA AUTORIDAD DELEGADA
DEBE SANTIFICARSE
Lectura bíblica: Jn. 17:19
Dijimos que la autoridad espiritual depende del nivel espiritual, que ninguna
autoridad es delegada por el hombre, y que tampoco es delegada por Dios solo.
Tengamos presente que la autoridad se basa, por un lado, en el nivel espiritual
y, por otro, en la humildad. Vamos a añadir algo acerca de la necesidad de que
una autoridad delegada se separe de los demás. Aunque el Señor fue enviado
por Dios y tuvo una comunión ininterrumpida con el Padre, dijo: “Por ellos Yo
me santifico a Mí mismo” (Jn. 17:19). Una autoridad delegada debe santificarse a
sí misma por causa de los demás.
EL SEÑOR SE SANTIFICO
¿Qué significa que el Señor se santificara? Significa que se abstuvo de muchas
cosas que le eran permitidas, por el bien de Sus discípulos. El pudo haber hecho y
dicho muchas cosas, adoptado muchas actitudes, usado muchas clases de
vestiduras y comido diferentes clases de alimentos. Sin embargo, por el bien de
Sus discípulos, se abstuvo de todo ello. El Señor Jesús es el Hijo de Dios y no
conoció el pecado. Cuando estuvo en la tierra, tuvo mucha más libertad que la
que nosotros tenemos y pudo haber hecho muchas más cosas que nosotros. Hay
muchas cosas que no podemos hacer porque somos la persona equivocada. Hay
muchas palabras que no podemos proferir porque somos impuros, pero El no
tenía tal problema ya que es santo. Nosotros somos impacientes; por lo tanto,
necesitamos aprender a esperar. Pero El era paciente; por lo tanto, El no
necesitaba aprender a esperar. Hay muchas restricciones que no se aplicaban a
El, porque El no tenía pecado. De no ser por las personas impuras que rodeaban
al Señor Jesús, El como hombre pudo haber tenido mucha más libertad. Aun
cuando llegó a enojarse, Su ira era santa y libre de pecado. Con todo y eso, El
dijo que se santificaba por causa de Sus discípulos, debido a lo cual estuvo
dispuesto a aceptar muchas restricciones.
El Señor era santo no sólo delante de Dios sino ante Sí mismo. En Su carácter,
no tenía pecado. Pero mientras El se movía entre los discípulos, necesitaba
santificarse. Para poder ser santos, debemos abstenernos de muchas cosas, pero
el Señor es santo por naturaleza. Por eso El podía hacer muchas cosas más que
nosotros. Estaría mal que alguien dijese que es bueno, pero es perfectamente
correcto que el Señor lo diga. El puede decir muchas cosas que nosotros no
podemos, porque no hay vestigio de pecado en El. El tiene más libertad que
nosotros. Aun así, se sujetó voluntariamente y se restringió. El no sólo es santo,
sino que además desciende a nuestra santidad, la cual requiere que nos
separemos de los demás y nos refrenemos de hacer muchas cosas.
Además de su propia santidad, el Señor tomó nuestra santidad sobre Si. Por eso
se santificó. El Señor voluntariamente aceptó restringirse para nuestro
beneficio. El hombre habla y juzga según su propio nivel pecaminoso. Si el
Señor hubiera actuado y hablado de acuerdo a su propio nivel de santidad, el
hombre lo hubiera criticado de acuerdo a sus propios pensamientos
pecaminosos. Por eso, se sometió voluntariamente a tantas restricciones.
Nosotros nos abstenemos de muchas cosas debido a nuestros pecados, pero el
Señor lo hizo debido a Su santidad. Nosotros no hacemos ciertas cosas porque
no debemos hacerlas, pero aunque El podía hacerlas, no las hizo. Se abstuvo de
hacer muchas cosas que podía, a fin de mantener la autoridad de Dios. El se
mantuvo apartado del mundo. Esta fue la razón por la cual el Señor se santificó a
sí mismo.
LA SOLEDAD DE LA AUTORIDAD
A fin de ser autoridad, necesitamos ser diferentes a los hermanos y hermanas,
ya que necesitamos abstenernos de muchas cosas que de otra manera haríamos o
diríamos. Debemos estar separados en nuestras palabras y nuestras
reacciones. Es posible que tengamos cierta actitud cuando estamos solos, pero
cuando estamos con otros, debemos evitar esa actitud. Podemos tener
comunión con los hermanos y hermanas sólo hasta cierta medida. No podemos
ser descuidados ni frívolos. Necesitamos renunciar a nuestra libertad y afrontar
la soledad, la cual es una señal de quienes son autoridad. Los que son
descuidados entre los hermanos y hermanas no pueden ser autoridad. No se
trata de orgullo; solamente nos referimos a que para representar la autoridad de
Dios, debemos tener ciertas limitaciones en nuestra comunión con los hermanos y
hermanas. No podemos ser descuidados ni superficiales. Los gorriones vuelan en
manadas, pero las águilas vuelan solas. Si únicamente podemos volar bajo para
no sufrir la soledad de volar en las alturas, no somos aptos para ser
autoridad. Para llegar a ser autoridad, debemos restringirnos y estar apartados.
No podemos hacer lo que otros hacen con tanta libertad, ni decir lo que los
demás profieren tan gratuitamente. Debemos someternos al Espíritu del Señor, el
cual nos enseñará todas las cosas. Esto nos hará solitarios y nos quitará toda
reacción. No nos atreveremos a bromear con los hermanos y herma nas. Este es
el precio que la autoridad debe pagar. Debemos santificarnos como lo hizo el
Señor Jesús, a fin de ser autoridad.
Por ser miembro del Cuerpo, la persona que tiene autoridad no debe llamar la
atención, sino que debe ser igual a los demás herman os y hermanas, para así
mantener la comunión del Cuerpo de Cristo. Pero al representar a Dios, la
autoridad debe aceptar la restricción que Dios le dicte y santificarse. Debe ser
un modelo para los santos, pero al desempeñarse como miembro, debe
coordinar y servir junto con los demás sin apartarse como si fuera una clase
especial.
Nadab y Abiú murieron el mismo día. ¿Qué debía hacer Aarón? Ante Dios, él e ra
el sumo sacerdote y la cabeza de su casa; desempeñaba un papel doble. ¿Puede
un hombre ocuparse tanto en el servicio a Dios que descuide a sus hijos? Según
la tradición judía, cuando un hombre moría, sus familiares debían descubrirse la
cabeza y rasgar las vestiduras. Pero Moisés solamente ordenó que los
cadáveres fueran sacados del campamento. A Aarón y a su familia no se les
permitió descubrirse la cabeza ni rasgar las vestiduras.
Aarón ni siquiera pudo salir del tabernáculo. El tuvo que dejar que otros
sepultaran a sus dos hijos muertos. Los israelitas no tenían que vivir en el
tabernáculo siempre, pero ni Aarón ni sus hijos podían salir de allí. Ellos debí an
cumplir cuidadosamente lo que Dios les había encomendado. La unción santa
nos santificó y nos separó de todas las actividades. Así que, debemos honrar la
unción que Dios nos dio. Debemos presentarnos ante El y pedirle que nos
separe de los demás. El mundo y algunos hermanos y hermanas pueden
expresar afecto a sus parientes, pero la autoridad delegada se aparta para llevar
en alto la gloria de Dios. Una persona que tenga la autoridad delegada no puede
buscar la comodidad ni aferrarse a sus propios sentimientos. Tampoco se puede
rebelar ni ser descuidada. Más bien, debe exaltar a Dios y darle gloria.
El siervo de Dios tiene la unción santa sobre sí, por lo cual debe sacrificar sus
emociones y abandonar sus sentimientos aunque sean perfectamente normales.
Este es el único camino que nos conduce a ser una autoridad delegada. Todo
aquel que mantiene la autoridad de Dios, también debe rechazar sus propios
sentimientos y estar dispuesto a renunciar a sus afectos más profundos, sus
sentimientos filiales, sus amistades y aun a su amor. Si se enreda en estas cosas,
no podrá servir al Señor. Los requisitos de Dios son bastante estrictos. Si uno no
renuncia a sus propios afectos, no podrá servir al Señor. Los siervos de Dios se
distinguen de los demás, no así las personas comunes. Los siervos de Dios
deben santificarse por el bien del pueblo.
(4) El sumo sacerdote estaba limitado por un requisito adicional más estricto:
no podía tocar cuerpo muerto, ni siquiera el de su padre o el de su madre (vs.
10-15). Por consiguiente, cuanto más alta sea la posición de un siervo de Dios,
mayor es la exigencia de parte de Dios. Dios presta atención a la separación de
Sus siervos de todo lo común. Cuando más se acerca una persona a Dios, más
estrictos son los requisitos que Dios le exige. El grado de nuestra cercanía a Dios
determina el grado de los requisitos que El nos impone. Cuanto más autoridad
Dios le confía a alguien, más le exige. Dios da mucha importancia a la
santificación de los que lo sirven.
LA BASE DE LA AUTORIDAD ES SU
SEPARACION
La autoridad se cimienta en la separación. Sin ésta no hay a utoridad. Si uno
anhela la compañía de otros, no puede ser una autoridad. Si nuestra
conversación con los demás no tiene restricciones, no se nos puede delegar
autoridad. Cuanto más alta sea una autoridad, mayor será su separación. Dios es
la autoridad suprema, por lo cual El ejerce la mayor separación. Todos
nosotros debemos separarnos de los demás en todo lo que no sea santo. El
Señor Jesús pudo haber actuado como quisiera, pero prefirió santificarse por el
bien de Sus discípulos. El se separó y se mantuvo en la soledad. Debemos buscar
gustosamente una separación profunda, una separación de las cosas que no
sean santas. Esto no significa que debamos separarnos de los hijos de Dios
aseverando que somos más santos. Cuanto más nos santifiquemos y nos
restrinjamos, y cuanto más estemos bajo Su autoridad, más posibilidad
tendremos de ser autoridad. No se podrá mantener la obediencia en la iglesia si
quienes tienen autoridad no se comportan debidamente. Si no se establece
claramente el asunto de la autoridad, habrá confusión en la iglesia.
CAPITULO VEINTE
REQUISITOS DE LA AUTORIDAD
DELEGADA
Lectura bíblica: Ef. 5:22, 25, 38, 33; 6:1, 4, 9; Sal. 82:1-2; 1 Ti. 4:12;
3:4-6; Tit. 2:15; 1:6-8; 1 P. 1:21
Los padres
Los hijos deben obedecer a sus padres. Como autoridades delegadas, los padres
también deben cumplir algunos requisitos. La Biblia dice que los padres no
deben provocar a ira a sus hijos. Aunque los padres tienen autoridad sobre sus
hijos, deben aprender a controlarse. No pueden decir que por haber engendrado a
los hijos y por criarlos, pueden tratarlos como les plazca. Aunque Dios nos
creó, El no nos trata como El quiere, sino que nos da completa libertad. Por este
motivo, los padres no deben provocar a ira a sus hijos. Algunas personas no se
atreven a hacer ciertas cosas delante de sus amigos, sus compañeros de clase,
sus subordinados o sus parientes, pero las hacen con toda libertad delante de
sus hijos. Esto no está bien. Lo más importante que los padres deben aprender
hacer es ejercer dominio propio. Deben permitir que el Espíritu Santo los
controle. Los padres deben confrontar a sus hijos hasta cierto punto, ya que
tienen autoridad sobre ellos sólo con el fin educarlos. Deben amonestarlos y
nutrirlos con la enseñanza del Señor. No debe hacerlo con una actitud de
dominio ni de castigo. El corazón de un padre debe inclinarse a educarlos y no a
castigarlos.
Los amos
Los siervos deben obedecer a sus amos, pero a éstos se les exige algunos
requisitos. El amo no debe intimidar a sus siervos ni atemorizarlos ni enojarse
con ellos. Dios no permitirá que una autoridad se conduzca sin restricción
alguna. El amo debe temer a Dios. Tanto el siervo como el amo tienen el mismo
Amo en los cielos. El amo debe recordar que él mismo está bajo autoridad. A
pesar de que otros estén sujetos a él, él también está bajo autoridad, la
autoridad de Dios. Por eso no puede ser descuidado. Cuanto más una persona
conozca la autoridad, menos intimidará y atemorizará a otro s. Como
autoridades debemos aprender a ser mansos y tiernos, y a mantener una actitud
de perfeccionar a otros, ya que dicha actitud es necesaria. Si una autoridad
delegada sólo sabe atemorizar y juzgar, tal persona será juzgada por Dios tarde o
temprano. Por lo tanto, un amo debe aprender a andar con temor y temblor
delante de Dios.
Los gobernantes
Debemos someternos a la autoridad de los gobernantes y oficiales. En el Nuevo
Testamento no se da una enseñanza específica con respecto a la manera en que
debe conducirse un gobernante. Dios entregó el mundo a los incrédulos, no a los
creyentes. Tampoco hallamos algún indicio de que los creyentes deban ser
gobernantes en el mundo. En el Antiguo Testamento hubo casos en los que
algunos hombres de Dios fueron gobernantes civiles (Sal. 82). A quienes están
en una posición de autoridad y poder, Dios les exige justicia, integridad, equidad y
compasión por los pobres. Este es el principio que deben aplicar los que
ejercen autoridad en oficios públicos. Si uno está por en cima de otros, no debe
tratar de defender su posición, sino que debe hacer lo posible por defender la
justicia.