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¡Una aventura imperdible!

por Germán Ortíz


Como líderes de jóvenes no podemos negar qué
tan atractivo resulta para los muchachos vivir una
aventura. Al autor decidió compartir una de sus
grandes aventuras y el fruto que esta ha tenido.
Atrévase usted a vivirla.

Los beneficios de esta forma de trabajo, aun considerando los desafíos a


enfrentar, ampliamente superan el costo de ser un «llanero solitario» en el
ministerio.

El proyecto tenía mucho de inconciencia juvenil, pero rebosaba de sincera


devoción a Dios y auténtica vocación de servicio a los adolescentes.
¡Decidimos avanzar! y en 1992, junto con un grupo de jóvenes amigos,
iniciamos Liderazgo y Adolescencia, Grupo de Amigos (L.A.GR.AM.), proyecto
que junto con otras personas, he dirigido hasta la fecha.

Quisiera compartir en este artículo lo que ha significado para mí trabajar con


un equipo de jóvenes voluntarios a lo largo de todo este tiempo. Lo invito
entonces para que se asome por las ventanas de los distintos cafés de
Buenos Aires que nos reúnen para trabajar. Permítame abrirle mi corazón: lo
que verá es una joven organización a cuyos miembros les falta mucho por
aprender… ¡pero no se deje llevar por la primera impresión! Si se detiene a
observar, encontrará un grupo de testarudos muchachos que insisten en el
trabajo en equipo. Descubrirá también las razones que nos empujan a
permanecer y se enterará por qué, aun en medio de desaciertos, nos hemos
propuesto no cambiar esta modalidad por nada del mundo.

Ego o delego

Yo no sé usted, pero a mí, en el lugar de Jesús, me hubiese costado ascender


a los cielos. ¿Hubiera usted dejado una tarea tan importante en las manos de
once hombres que lo había abandonado a la tortura y la muerte hace apenas
cuarenta y tres días? Asuntos mucho menores a este me han hecho dudar
incontables veces… ¡Por supuesto que delegar cuesta! Pero siempre que
miramos al Maestro podemos encontrar la guía y el valor necesarios. Solo
observe a Jesús y lo verá dando el paso para subir a la nube que lo transporta
al cielo.

Él es el personaje que asume el mayor protagonismo registrado en la historia.


Al poco tiempo de haber iniciado su ministerio alcanza una notable
popularidad y todos hablan de él. Sin embargo, no se queda solo. Levanta a
su alrededor a otros y los desafía a ser parte de su ministerio. Su
protagonismo tampoco excluye la práctica de la delegación, pues desde el
llamado a los Doce y la misión de los setenta a la gran comisión, pasando por
el desafío de alimentar a 5.000, el Gran Maestro… enseña… y delega.

¿A quién? A personas sencillas y hasta toscas, que seguramente nosotros no


hubiésemos elegido. El perfil por el que opta no parece ser el de hombres
brillantes sino el de seres sinceros que ceden a la corrección. Si usted conoce
a alguien así, esté seguro de que puede contar con alguien en quien delegar.

Échele conmigo una mirada a Jesús. Lo invito a que asumamos, una vez más,
el papel de aprendices. Dejemos que su actitud y sus hechos nos moldeen a
su voluntad ¿Le comparto lo que puedo ver en el Maestro?

Conoce la voluntad del Padre Su vida de comunión lo lleva a elegir con


acierto, aun cuando pueda no parecerlo para otros. Jesús, en el lugar de
Samuel, hubiese ido directo al campo buscando a David… no hubiera perdido
tiempo con los hermanos.

Por eso creo firmemente que el hecho de crecer en nuestra comunión con el
Padre nos permite estar atentos a su voz e integrar los dones de quienes nos
rodean a las tareas que él encarga. Hay un muchacho detrás de aquella oveja
marrón que espera cumplir su propósito en la vida. No lo pierda de vista en la
multitud del rebaño.

Jesús confía en el poder del Espíritu Santo

Para él no existen los seres irredimibles. Él tiene más confianza en nosotros


de la que nosotros depositamos en él. Y esa confianza radica en que sabe lo
que Dios puede hacer en y por medio de nosotros.

En nuestro caso, muchas veces se nos miró con sorpresa, por el trabajo que
hacíamos y las personas que lo ejecutaban. Pero, gracias a Dios, con el
tiempo la iglesia se enriqueció con muchachos con los cuales no contaba y
que ahora se integran a la tarea con fidelidad y diligencia. ¿No es un hermoso
desafío confiar en quien el Padre confía?

Cristo está dispuesto a acompañar el proceso Jesús enseña a sus


discípulos a discipular. A lo largo de esos breves tres años, Cristo acompañó
a sus discípulos, de manera cercana y accesible, y los guió al conocimiento y
a la sabiduría práctica. Pero lo maravilloso es que antes de ascender a los
cielos dejó bien claro que sigue comprometido: «Y les aseguro que estaré con
ustedes siempre, hasta el fin del mundo.» (Mt 28.20b).

Jesús sabe dar un paso al costado

El mismo líder que envía a los setenta a anunciar la llegada del reino de los
cielos, ahora se va con el Padre. Deja para cumplir con la misión a un puñado
de hombres que pocos de nosotros hubiésemos considerado preparados. Las
razones que yo encuentro para semejante decisión están en los tres puntos
anteriores.

Nuestro desafío es crecer en sensibilidad para oír la voz del Padre que nos
enseña a delegar las distintas tareas que resulten apropiadas para los
diferentes perfiles y dones.

He ahí la primera razón que encuentro para trabajar en equipo: se abre la


oportunidad concreta de levantar nuevos líderes que prosigan la tarea y la
expandan.

Unos a otros

La segunda razón es que, al trabajar en equipo, ingresamos en la escuela de


la humildad y la paciencia. La iglesia debe crecer en la experiencia donde
todos estemos dispuestos a sujetarnos unos a otros, incluso a aquellos que en
algún momento estuvieron bajo nuestra autoridad. Y para esto son necesarias
la humildad y la paciencia.

Hoy, la dirección de nuestro grupo está en manos de cuatro personas, una de


una de ellas soy yo, y nos rige un principio: no tomamos decisiones sin
consultarnos entre los cuatro. Si bien yo ocupo el cargo de director, hemos
decidido compartir esa tarea para lograr un aporte significativo a la formación
de todos y privilegiar el trabajo en equipo.

Eso ha derivado en que, en la actualidad, compartamos el lugar de autoridad


con jóvenes a los cuales hemos acompañado durante su tiempo de
participantes en nuestros campamentos, algunos de los cuales son menores
que yo entre diez y quince años. ¡Son los mismos muchachos que hace cierto
tiempo nos costaba enviarlos a dormir!

La decisión de generar estos espacios se toma en función de no renunciar al


crecimiento ni a la suma de potencialidades, y con la confianza de que
siempre hay mucho que aprender de los más jóvenes. Ellos no dejan que nos
estanquemos y exigen positivamente nuestra capacidad y espiritualidad.

Para reafirmar lo anterior, recordemos que el Señor concede que Pedro sane
con su sombra, aun cuando le había negado tan solo unos cuantos meses
atrás. La capacidad de nuestro Dios para redimir, incluso en el caso de las
peores traiciones, debe enseñarnos a actuar, no con imprudencia, pero sí con
gracia.

Compartir la autoridad es una decisión difícil. Sin embargo, nadie realiza una
verdadera experiencia de liderazgo hasta que no comparte la autoridad con
quien está formando. En nuestro caso, agregaría algo más: el desafío es
llegar a la situación de poder estar en sujeción a quien le hemos brindado
esos lugares de participación.

Sométanse unos a otros por reverencia a Cristo (Ef 5.2).

En L.A.GR.AM., quienes estamos en autoridad tratamos de aplicar este


principio por medio del ejercicio de sujetarnos a nuestros dirigidos en eventos
donde podemos trabajar bajo sus órdenes. La experiencia es increíblemente
enriquecedora.

Yo me enriquezco, tú te enriqueces…

Todos deberíamos comprender el propósito original de los dones. Estos son


capacidades que el Espíritu brinda a los miembros de la iglesia para que esta
crezca constantemente. Muchas veces nuestra inmadurez nos lleva a
categorizar la importancia de los dones y esa actitud termina por fracturar su
convivencia. Por ejemplo, cuando alguien considera más importante el don de
la administración que el de la generosidad, está empujando rápidamente a los
generosos a organizar su salida del grupo. Si alguien cree más importantes
los dones que ponen orden a la iglesia que los que manifiestan la experiencia
espontánea con el Espíritu, pronto veremos un desequilibrio peligroso y
empobrecedor. Alguna faceta de la experiencia espiritual se nos hará lejana y
perderemos la capacidad de disfrutar de ella. Como consecuencia, limitamos
nuestra posibilidad de crecimiento.

Yo soy maestro, y ese sin duda es mi don más sobresaliente. Por naturaleza
yo viviría solamente enseñando (de hecho, ¡muchos sostienen que eso
hago!). Si tan solo diera rienda suelta a mis instintos, convertiría a la iglesia en
un seminario… descuidaría la oración, la alabanza, la liberación, no daría
trascendencia a las expresiones más místicas, ni a las más artísticas y me
concentraría plenamente en lo docente. Estoy seguro de que visualizará la
fractura. Pronto los demás hermanos con otros dones me detestarían, me
dejarían solo y yo perdería la posibilidad de toda la riqueza que ellos tendrían
para aportarme.

En L.A.GR.AM. vivimos la tensión que esta tendencia natural genera. Lo que


procuramos es alentar a todos en el descubrimiento de sus propios dones y
en la valorización de los ajenos. Si comprendemos esta realidad y dejamos
que opere en nuestras vidas, experimentaremos la actuación de la multiforme
gracia de Dios. Empero, si nos «impermeabilizamos» a las experiencias con
las que, simplemente por naturaleza, no nos sentimos cómodos, nos
perderemos la oportunidad de bendecir a esta generación en la plenitud que
nuestro Señor desea hacerlo.

Para afirmar y promover la variedad de dones es importantísimo encontrar


todas las formas que se nos ocurran para mostrar gratitud y valoración a todos
los miembros del grupo. Aún más si estos son voluntarios.

El trabajo en equipo es una manera maravillosa de dar entrada a la


manifestación plena de todos y cada uno de los dones… y aquí aparece la
tercera razón que encuentro para desarrollar un equipo: obtengo una idea
más acabada de la Iglesia como cuerpo.

En este sentido es que hemos decidido priorizar los dones y perfiles de


quienes participan en el equipo por encima de las tareas por cubrir. Es decir,
que por convicción generamos los espacios para que los dones de cada
persona se ejerciten de manera espontánea y apasionada. Si algún puesto
queda sin cubrir… entonces pedimos que Dios nos envíe la persona con el
don indicado para cubrirlo. Hasta que así no suceda esa tarea se posterga.

No siempre lo hicimos así. Cuando actuábamos de manera contraria ciertas


tareas quedaron inconclusas. Cargábamos a alguien con una responsabilidad
para la cual el Espíritu jamás la había capacitado; la agotamos, la frustramos y
el objetivo no se alcanzó. Sin embargo, cuando Dios nos envía la persona, el
área o la tarea tiene motor propio, la delegación se produce con mayor
dinámica y plenitud y se siente un respaldo divino que resulta increíblemente
potenciador. Lo importante entonces, no es reclutar para mi proyecto personal
sino que cada uno esté trabajando donde Dios le pida. En función de eso
podemos organizarnos como equipo.

El diferente hace la diferencia

Cuando la mesa de trabajo se conforme de manera amplia nos encontraremos


con los problemas lógicos de la diversidad. Recordemos que los doce
apóstoles nombrados por Jesús eran realmente distintos unos a otros y es
aquí donde creo que es un desacierto juntar solo a personas con perfiles
similares, es decir, a aquellos que «se llevan bien» para desarrollar una tarea.
El Maestro no parece haberse guiado por ese principio. Los rasgos de los
apóstoles parecían por momentos irreconciliables… sin embargo Jesús los
llama a trabajar en unidad.

Trabajar con «el diferente» puede ser tortuoso o enriquecedor y la definición


de esas posibilidades está casi siempre en nuestro corazón. Incorporarle
requiere también la humildad de valorar su aporte y generar el espacio para
oírlo. Las diferencias pueden nacer en los dones o perfiles, como lo vimos en
el apartado anterior, pero también pueden aparecer por distintos contextos
culturales, variados trasfondos de formación doctrinal, diferentes percepciones
de la tarea a llevar a cabo, etcétera.

La ausencia del diferente en el equipo nos condena a la observación única por


medio de nuestros propios lentes. En cambio, cuando el abordaje de la tarea
se hace con un grupo polifacético, es posible recorrer una diversidad de
opciones y ser aún más serios en la discusión de los problemas por afrontar.
La cuarta razón: El otro, con sus dones y características especiales, enriquece
mi vida personal y mejora las condiciones para la tarea.

En lo personal, incorporar en el equipo a personas con perfiles más sensibles,


o más administrativos o más místicos que los míos siempre me ha aportado
muchísimo y me ha brindado una perspectiva más equilibrada de las cosas.
Como también, estar en contacto con hermanos de distintas denominaciones
o corrientes teológicas me ha resultado de enorme enriquecimiento.

Claro que la convivencia es todo un tema y por eso es importantísimo ponerse


de acuerdo. Las relaciones en el equipo deben estar cimentadas en el amor y
la sinceridad. Por eso es importante establecer criterios de trabajo que
permitan hacer a un lado a la persona, y concentrar la discusión en las ideas.
En otras palabras, puedo discutir ideas, aún acaloradamente, sin que eso
afecte mi relación y mi amor con la(s) otra(s) persona(s). Sin embargo, para
lograr esto es importantísimo que a la hora de usar adjetivos, estos se refieran
a las ideas y no a las personas. Comunicar un desacuerdo con sinceridad y
amor, implica poder hacerlo calificando a la idea con cuidado. Aclarar que
nuestra opinión sobre la posición de alguien no incluye a la persona resulta un
aporte hacia la paz y cuando no hemos actuado así, hemos sido testigos de
aflicciones personales que afectaron las relaciones y entorpecieron la tarea. Si
esto ocurre es fácil que los observadores ocasionales caigan en la tendencia
de tomar partido, fracturando el grupo y generando división.

Trepe por la escalera del conflicto

Infinitas veces, aun sin darnos cuenta, uno de los temas que nos llevan a
eludir el trabajo en equipo es nuestro temor al conflicto. Trabajar solo tiene
esa agradable experiencia de no tener que discutir más que con uno mismo.

Ya he planteado la riqueza del trabajo en equipo pero nadie debe engañarse:


la aparición del conflicto es una realidad innegable. Para enfrentarlo es
necesario superar nuestro temor a él y visualizarlo como una oportunidad.

Durante los últimos dos años de trabajo hemos tenido conflictos


interpersonales con hermanos hermosos con los que llevamos años de
relación. Las sensaciones de dolor, frustración, confusión, incomprensión y
otras más se apoderaron de la escena. El temor a la fractura apareció y la
idea de renuncia sobrevoló las mentes de uno y de otro lado. La tentación a
endurecernos o ablandarnos por demás estuvo presente.

Todo hubiese terminado mal si no hubiéramos considerado la posibilidad de


visualizar el conflicto como una oportunidad de crecimiento personal y de
superación de las circunstancias. Si nos hubiésemos puesto a combatir entre
nosotros en vez de luchar juntos contra la raíz misma del conflicto, habríamos
perdido la relación y afectado nuestro ministerio. Mas el hecho de haber
descubierto esta posibilidad nos ha mantenido juntos trabajando para nuestro
Dios y ha profundizado nuestra relación de manera positiva.

Quisiera animarlo: busque a esas personas en oración; encuéntrelas y


hágalas parte de su «equipo» personal. Dios se encuentra mejor capacitado
que nadie para trabajar solo y aun así ha decidido sumarlo a usted y a mí a su
equipo. ¡Vamos! sumémonos a ese espíritu. Animémonos a la aventura de
delegar, crecer y mejorar. Cuando llegue el momento de celebrar habrá todo
un equipo para invitar a la fiesta.

El autor, nacido en Argentina, es el director de L.A.GR.AM. (Liderazgo y


Adolescencia, Grupo de Amigos), un ministerio que se concentra en formar
discípulos entre adolescentes. Es autor del libro Oración: tu acceso directo a
Dios y, además, es un reconocido maestro de la Palabra entre jóvenes. Está
casado con Daniela y tienen una hija. Viven en Buenos Aires.

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