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Ego o delego
Échele conmigo una mirada a Jesús. Lo invito a que asumamos, una vez más,
el papel de aprendices. Dejemos que su actitud y sus hechos nos moldeen a
su voluntad ¿Le comparto lo que puedo ver en el Maestro?
Por eso creo firmemente que el hecho de crecer en nuestra comunión con el
Padre nos permite estar atentos a su voz e integrar los dones de quienes nos
rodean a las tareas que él encarga. Hay un muchacho detrás de aquella oveja
marrón que espera cumplir su propósito en la vida. No lo pierda de vista en la
multitud del rebaño.
En nuestro caso, muchas veces se nos miró con sorpresa, por el trabajo que
hacíamos y las personas que lo ejecutaban. Pero, gracias a Dios, con el
tiempo la iglesia se enriqueció con muchachos con los cuales no contaba y
que ahora se integran a la tarea con fidelidad y diligencia. ¿No es un hermoso
desafío confiar en quien el Padre confía?
El mismo líder que envía a los setenta a anunciar la llegada del reino de los
cielos, ahora se va con el Padre. Deja para cumplir con la misión a un puñado
de hombres que pocos de nosotros hubiésemos considerado preparados. Las
razones que yo encuentro para semejante decisión están en los tres puntos
anteriores.
Nuestro desafío es crecer en sensibilidad para oír la voz del Padre que nos
enseña a delegar las distintas tareas que resulten apropiadas para los
diferentes perfiles y dones.
Unos a otros
Para reafirmar lo anterior, recordemos que el Señor concede que Pedro sane
con su sombra, aun cuando le había negado tan solo unos cuantos meses
atrás. La capacidad de nuestro Dios para redimir, incluso en el caso de las
peores traiciones, debe enseñarnos a actuar, no con imprudencia, pero sí con
gracia.
Compartir la autoridad es una decisión difícil. Sin embargo, nadie realiza una
verdadera experiencia de liderazgo hasta que no comparte la autoridad con
quien está formando. En nuestro caso, agregaría algo más: el desafío es
llegar a la situación de poder estar en sujeción a quien le hemos brindado
esos lugares de participación.
Yo me enriquezco, tú te enriqueces…
Yo soy maestro, y ese sin duda es mi don más sobresaliente. Por naturaleza
yo viviría solamente enseñando (de hecho, ¡muchos sostienen que eso
hago!). Si tan solo diera rienda suelta a mis instintos, convertiría a la iglesia en
un seminario… descuidaría la oración, la alabanza, la liberación, no daría
trascendencia a las expresiones más místicas, ni a las más artísticas y me
concentraría plenamente en lo docente. Estoy seguro de que visualizará la
fractura. Pronto los demás hermanos con otros dones me detestarían, me
dejarían solo y yo perdería la posibilidad de toda la riqueza que ellos tendrían
para aportarme.
Infinitas veces, aun sin darnos cuenta, uno de los temas que nos llevan a
eludir el trabajo en equipo es nuestro temor al conflicto. Trabajar solo tiene
esa agradable experiencia de no tener que discutir más que con uno mismo.