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PREFACIO
DE BRUNO TOLENTINO
De vez en cuando, en la vida del espíritu, ese cielo plomizo y bajo en el que
Baudelaire vio la tapa de la olla en la que, según él, hierve la humanidad, se aclara.
Estos momentos son raros, pero tienen una claridad propia que desnuda los polos
extremos de una vieja y humeante cuestión: ver o no ver. Cualquiera que haya leído
este libro de cabo a rabo estará de acuerdo en que está viviendo uno de estos momentos
privilegiados. Más aún si, como yo, lleva semanas sudando frío bajo el peso de los
cientos de páginas impenetrables que nuestro filósofo más reputado y menos respetado
hoy en día, el anestesista de generaciones de la USP, el Dr.
Gianotti, se ha dedicado recientemente a investigar el maltrecho materialismo
lingüístico de Wittgenstein. No estoy menospreciando el esfuerzo de nadie, estoy
celebrando mi alivio de que la tapa de la lonchera se haya alejado lo suficiente de
mí como para dejarme entender, no tanto a dónde conduce el laberinto lingüístico
del vienés en su versión paulista (c 'est assez que Quintilien l'ait dit...), pero donde
comienzan mis inevitables problemas de brasileño acorralado durante décadas por la
futilidad de lo ininteligible. Esto lo aprendí finalmente gracias a la claridad que,
paradójicamente, encontré en la lección sobre las tinieblas de este libro, El jardín de
las aflicciones.
De hecho, me encontré en el polo opuesto de la perplejidad que vivía mientras
leía, ¡¿qué digo?! durante la muy sudorosa minería que emprendí en las duras y
oscuras galerías sublinguales de ese célebre dúo: el ascético autor del Tractatus (¿o de
las Investigaciones?) y el ex-Papa Doc, actual Papa pálido de la sonrojada tropa de
choque investigada en este jardín de las aflicciones. Afortunadamente, en este último,
como la tapa que de repente deja la fiambrera, me esperaba una invitación a otro tipo de
investigación: las que se ocupan de verificar lo real desde la inteligencia y los hechos,
nunca desde los hechos según la intelectualidad.
Sedimentado a lo largo de los siglos por la perspicacia de un noble linaje, este método
de investigar el cómo y el por qué del ser-en-el-mundo, haz principal de todo esfuerzo
de verificación filosófica, tiene la ventaja de respetar los datos de lo real, incluyendo
los presupuestos del conocimiento real acumulado por la tradición, en lugar de buscar
reemplazarlos, datos y hechos, con el mundo-idea, inevitablemente siempre la idea
del mundo más en boga en un momento determinado. De momento, este lapso de un
tiempo mental que no ha concluido está quieto, y de nuevo lo acabo de confirmar hasta
el agotamiento, de estirpe marxista, de impronta universitaria y de carácter dogmático-
materialista, las tres inseparables elementos de la santísima Trinidad que se propone
recrear el mundo.
Contra todo esto, y en particular contra el tipo de Gabinete del Dr. Caligari en que
se va convirtiendo entre nosotros la venerable idea de la Universidad, surge con toda
lucidez el vigor de este libro. Una obra electrizante, rica y compleja, pero fácil de leer
precisamente por y no a pesar de la formidable erudición en la que se basa. En este
sentido, sólo una salvedad,
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Cultura Aristotélica (IAL & Stella Caymmi Editora, Río de Janeiro, 1994).
Según el Aristóteles de Olavo de Carvalho, de la esquematización objetiva que
atribuye a un conjunto de datos sensibles una figura dotada de sentido (Poética),
emanarían interpretaciones discordantes fortalecidas en la confrontación de las
voluntades que las sustentan (Retórica). Sobre esta masa crítica de la acumulación
de esfuerzos retóricos sería posible entonces el examen dialéctico que, confrontando
y priorizando, señalaría el sentido de una solución racional (Dialéctica). Sólo
entonces sería factible establecer métodos y criterios propiamente científicos,
capaces de llevar la cuestión a una resolución máximamente exacta (Lógica). La
tarea específica del filósofo sería por tanto recoger las cuestiones a nivel retórico y
elaborarlas en hipótesis formales para entregarlas a la búsqueda de una solución
lógico-científica.
No es de extrañar, por tanto, que una obra tan singular, y en definitiva tan
aterradora como el pitido de un despertador a medianoche, parte de impresiones
subjetivas para, mediante el combate retórico, armar las oposiciones que sólo en
la conclusión (en esos dos últimos partes, o Libros, en el sentido agustiniano) serán
definitivamente elaborados, un tanto paradójicamente a la manera de un tutti
orquestale, en un conjunto de investigaciones dialécticas. Lejos de constituir un
obstáculo para la comprensión, tanto la génesis como la elaboración de la obra aquí
ayudan mucho al lector: me pareció muy estimulante para avanzar en la “multiplicidad
de temas y planes que componen la trama compuesta de este libro”, como nos
advierte una nota del autor. Lo cual, al menos en esto, pronto se encuentra en
excelente compañía: en Occidente, la filosofía poshelénica desde muy temprano
tenía obras como las Confesiones de San. ostensiblemente filosóficas, tal como las
entendían los alumnos “actuales” del Dr. Caligari. La pedantería ganaría peso mucho
más tarde, la identificación actual entre filosofía y gordura de jerga es un fenómeno
tan moderno como las conservas de supermercado.
Una conferencia suya semiinédita (“La dialéctica simbólica”, existente sólo como
cuadernillo didáctico en el Seminario Permanente de Filosofía y Humanidades del
Instituto de Artes Liberales do Rio de Janeiro)[ 2 ] me ayudó a dilucidar algo más
sobre la método de este originalísimo pensador hasta en la forma de plasmar su
discurso. Por lo que pude ver, a diferencia del modelo hegeliano, la dialéctica de
Olavo de Carvalho no buscaría una síntesis temporal futura, sino más bien
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más bien, volvería a las condiciones previas, principal, por así decirlo. No se trata del
conocido modelo tesis-antítesis-síntesis, sino, en sentido contrario, de un movimiento
tripartito de oposición-complementación-subordinación. En otras palabras: nuestro
hombre parece partir de una antítesis observada en el campo de los hechos para
ordenar los términos opuestos y resolverlos en el principio común del que emanan. Que,
por naturaleza, siempre es anterior a esos términos, a veces lógicamente, a veces
cronológicamente y, a menudo, ambos. Hasta entonces no había encontrado este
método aplicado a la construcción de una sistemática propiamente filosófica, pero me
pareció reconocer la rica tradición de la hermenéutica simbólica. Una sorpresa más en
un pensador inclasificable, y por ello, a mi modo de ver, indispensable hoy, especie entre
nosotros, y por los probados y clásicos valores que lo forjaron y sustentan. Ya no dudo:
pienso en Olavo de Carvalho como paradójicamente atemporal y muy actual, áspero y
lúcido, insumiso y fértil mucho más allá de las meras coyunturas de nuestra sabia y
crónica atávica tropicalidad.
con sede en Rua Maria Antônia, São Paulo, SP, si, por un lado, disuadían a quien entre
nosotros hoy tiene quizás el intelecto individual más valiente entre sus pares de dotarse de
títulos prestigiosos, terminaban por advertirle sobre lo que era de hecho vale la pena lo perdido
Sin duda, la circunstancia de esta soledad defensiva y profiláctica le habrá ayudado, al menos, a
delimitar precisamente el terreno minado de la autocastración por timidez, servilismo o simplemente
descaro, tan evidente en nuestra muy incipiente y muy prudente producción intelectual. En este
contexto forzado, su brillante crítica al binomio Epicuro-Marx es pura herejía, anatema, suicidio.
Pero, ¿a quién le importaría prolongar su supervivencia en la ciudad de los muertos, de los zombis,
de los hipnóticos hipnotizados? El suicidio –en términos académicos– de Olavo de Carvalho,
patentado una vez más en este imperdonable libro, me suena como el clarín de una postergada y
temida resurrección de la independencia crítico-filosófica de la nación.
Con su rigurosa y sugerente investigación sobre las aflicciones –otro libro más del campineiro
desquiciado según los importadores de las fórmulas de la invención de la rueda–, Olavo de
Carvalho vuelve ayadecirnos
–, mental, es horaalto y claro: basta
de despertarse de siestas
para a la
escupir... ¡y sombra. De cuanto
pensar! En la utopía y elque,
a mí, bache
donde
dejé un país, encontré treinta años después una abrumadora combinación de pedantería y
farándula, la alegre fiesta fúnebre ha terminado, ¡una vez más! – con este admirable libro, nuestro
aterrador retrato, El Jardín de las Aflicciones. Que los muertos entierren a sus muertos: quítate de
en medio, lector...
2 En 2007, É Realizações (São Paulo) publicó Una dialéctica simbólica: estudios reunidos, que
también contiene la teoría sobre Géneros literarios: sus fundamentos metafísicos, el estudio de
Símbolos y mitos en la película “El silencio de los
inocente” y otros estudios críticos – NE.
CAPITULO 1
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Un escritor culto, como un buen invitado a la mesa, no debe ponerse a hablar de sí mismo.
Transgredo aquí las buenas costumbres por la necesidad intrínseca del tema, que sin embargo
consiste -te lo aseguro- en cosas cuya relevancia trasciende infinitamente la persona del autor.
La necesidad a la que me refiero viene de lo siguiente: éste es, dentro de ciertos límites,
un libro de filosofía, y una tesis filosófica significa poco si se la desvincula de las razones que la
llevan y de las motivaciones que generan la pregunta a la que responde. . De ahí la conveniencia
de garantías preliminares contra un posible doble error: por un lado, el lector puede aceptar o
rechazar la tesis en abstracto, en el aire, sin saber a qué cosas y seres se refiere en la vida de
este mundo; por otra parte, puede rechazar de plano la formulación misma de la pregunta, sin
cuidarse de seguir el hilo de los argumentos hasta el final donde, sólo entonces, se manifestará su
verdadero sentido.
Contra el primero de estos conceptos erróneos, debo advertir que las opiniones expresadas al
principio son solo un comienzo; que aceptarlas o rechazarlas in limine es impedirse comprender
adónde conducen; que el lector, al tomar una posición a favor o en contra desde las primeras
páginas -o, peor aún, al basarse en una impresión del momento, se estará engañando a sí mismo,
—, tomando este libro como una expresión de
opiniones prefabricadas, cuando es, como verá cualquiera que lo lea hasta el final,
sustancialmente una investigación; investigación que, a partir de la mitad, en realidad toma un
rumbo muy diferente al que parecía anunciar al principio.[ 5 ]
Pero contra el segundo de los males mencionados, sólo queda el recurso de contar los
hechos, de exponer la situación real y vivida de la que surge la pregunta. En el caso de este libro,
esto es absolutamente obligatorio: los acontecimientos que lo sugirieron determinaron las
condiciones en que fue escrito -que, por lo tanto, forman parte del tema.
Digo entonces que el núcleo de estas páginas lo escribí en una sola noche de mayo de 1990,
bajo el impacto de la aversión que habían despertado en mí las palabras de José Américo
Motta Pessanha, escuchadas unas horas antes en una conferencia sobre Epicuro en el ciclo de
Ética que la Secretaría Municipal de Cultura promovió en el Museo de Arte de São Paulo. Esto
tal vez proyecte la imagen de un fanático, echando espumarajos de rabia ante la opinión contraria.
Pero no fue nada de eso. Lo que Pessanha había despertado en mí no era desacuerdo, ni
fanático ni razonable, ni indignado ni manso. Fue una perturbación del alma, una desilusión, una
tristeza
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Me había ido de allí estupefacto, sin creer lo que acababa de presenciar. En su casa,
tratando de conciliar el sueño, alucinaba las butacas del MASP llenas de zombis sin
ojos. Saltó de la cama, con la cabeza hirviendo. Todo lo que la audiencia no quería ver
parecía haberse condensado en mi subconsciente, exigiendo salir a la superficie. Nos
gustara o no, me había convertido en el síntoma revelador de una neurosis colectiva.
el hechicero pasa por alto la conciencia, como una neurosis, una adicción, una droga; salta
sobre la mente, agita los órganos de los sentidos, mueve tendones y músculos, establece nuevos
reflejos involuntarios; elude la mirada humana y ejercerá su dominio directamente sobre el simio
residual que nos habita; no se puede deshacer mediante la persuasión racional.
Salí de allí sintiéndome enferma como una verdadera mueca deja una canción de cuna. No es
que nunca hubiera visto algo así. Había visto muchos, pero sólo producidos por brujos declarados,
por profesionales de la dominación psíquica, en los recovecos de oscuras sectas que ni se
adornaban con el prestigio de la autoridad académica ni se cobijaban bajo la protección del Estado.
También los había visto en demostraciones de hipnosis, de Programación Neurolingüística, de
técnicas psicológicas que, al reducir el cerebro humano a una pasividad vegetal, al menos no
pretendían, con ello, estar transmitiendo cultura, autoconciencia, juicio crítico. . Lo que me asombró
fue que este tipo de manipulación, apta sólo para el tratamiento de enfermos mentales inaccesibles
a la comunicación consciente, o bien para usos perniciosos e ilícitos, hubiera salido de los recintos
de las clínicas psiquiátricas y sectas ocultistas, para ser utilizada por académicos como un sustituto
de la transmisión de ideas. Estaba consciente, dolorosamente consciente del declive intelectual
brasileño, de la debacle de la educación universitaria, pero nunca imaginé que las cosas podrían
llegar a este punto.
Supuse que la reducción del pensamiento a charlatanería ideológica era el límite inferior de
la decadencia, me consolaba con esas palabras que siempre dicen las abuelas cuando nos
caemos de la bicicleta: “No más que el suelo”. De repente, el terreno se abrió: a través de las
manos de Pessanha, el público fue invitado a sumergirse en un abismo de inconsciencia, en la
oscuridad sin fin de un adiós definitivo a la inteligencia.
Nunca había visto a José Américo Motta Pessanha. Pero yo conocía su fama y
había notado un rasgo peculiar en ella: sus oyentes salían fascinados, ofreciendo al disertante los
mayores elogios, pero no lograban dar una idea clara de lo que había dicho. Guardaban una
impresión difusa, intraducible en palabras, envuelta en un halo de prestigio místico. Objeté a
algunos que lo mismo ocurría con los oyentes de Hitler, pero en respuesta recibí esa sonrisa de
desdeñosa condescendencia con que el poseedor de un secreto beatífico marca la distancia que
lo separa de lo profano. Disipé mis ansiedades explicando esta reacción como esnobismo público,
sin sospechar que podría proporcionar alguna pista sobre el carácter del orador. Sólo imaginé que
era un sujeto abstruso, a quien el público compensaba con cuanto mayor la profusión de frívolos
aplausos, mayor la cuota de comprensión que le retenía. Nada, absolutamente nada, me hizo
anticipar lo que encontré en el MASP.
No pude conciliar el sueño. Después de cinco intentos fallidos, asumí que era un síntoma vivo
y me dirigí al sofá más cercano, la máquina de escribir, para verbalizar los contenidos neuróticos
que la magia de Pessanha había inyectado en mi cerebro. Como siempre sucede en tales
situaciones, bastaba verbalizarlos para exorcizarlos, deshacer el macabro encantamiento,
recuperar un sentido de lo real momentáneamente embotado por las artes de un hechicero. Este
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el exorcismo constituye las dos quintas partes del presente libro, donde,
siguiendo los argumentos de Pessanha, examino la filosofía -o lo que sea- de
Epicuro, para curarme de ella para siempre.
La noche siguiente, leí el manuscrito a un círculo de amigos y lo guardé, con
la intención de darle una forma final más tarde y enviarlo a Pessanha, con la invitación
para una réplica, si estaba interesado, antes de publicarlo como libro.
Los imprevistos y el ajetreo de una vida anormalmente llena de ellos me impidieron
volver a esta obra que yacía, inacabada y tosca, en el fondo de un cajón, y me acompañó
en un cambio de ciudad y cinco cambios de casa. Diversas ocupaciones me desviaron
a otros asuntos. Dejé a Epicuro, olvidé a Pessanha. En el fondo, eso es lo que quería.
cosas apreciables y reconfortantes, nos dan algo aún mejor. Representan, dentro
del cuerpo de un libro, las semillas de tantos libros como sea posible, las líneas de
investigación que hubo que abandonar para que el libro llegara a un punto final.
Abandonado pero no despreciado. Su presencia en las notas manifiesta la confesión de
que este no es el único ni el mejor libro posible sobre su tema. El mismo autor de éste,
desde donde se dirige al distinguido público, ya puede vislumbrar en su mente tantos
mejores. Pero escribir, por ahora, sólo podía escribir éste.
Hoy me sorprende haber podido escribir tanto en una noche. Pero, ahora que
lo pienso, no podría haber sido de otra manera. El discurso de Pessanha estaba tan
lleno de subtextos, de intenciones veladas, de mensajes camuflados para uso de unos
cuantos felices, que, más que impugnarlo, era necesario desentrañarlo, mostrar toda la
cosmovisión que traía del contrabando bajo el significado de las palabras explícitas. . Como
esta cosmovisión, a su vez, convocaba refuerzos de épocas pasadas para sustentar una
política del presente, no podía dilucidarse sin ampliar formidablemente el círculo de
investigaciones, con múltiples idas y venidas entre la superficie de la política actual y las
capas profundas de una antigüedad casi olvidada. Tan vasta era la zona de implicaciones
que cualquiera que se aventurara a recorrerla poco a poco, unos pocos metros al día,
correría el riesgo de perder de vista la forma general. Para enfrentar la influencia difusa y
embriagadora que las palabras de Pessanha esparcían en el aire como un rocío, era
necesario un sobreesfuerzo de compactación, que exprimiera la variada multitud de
fantasmas evanescentes en un área limitada y visible. No creo que esto pueda hacerse
sino de golpe, en un movimiento repentino de un espadachín o de un pintor zen, para
conservar, en la multiplicidad de temas y enfoques, la unidad de una intuición simultánea.
[ 9]
***
varias imágenes de la realidad, para encontrar la mejor. Las ideas, para algunos,
no son imágenes de la realidad: son pociones mágicas, utilizadas para hechizar
al público y ponerlo al servicio de fines con los que, lúcido e informado, no estaría
dispuesto a colaborar de ninguna manera. Y un hechizo no se discute a nivel teórico:
se deshace un hechizo, mostrando los mechones de cabello y jirones de ropa de la
víctima, que el hechicero, en furtiva incursión, escondió entre los restos de cadáveres.
No se trata, por tanto, de refutar argumentos erróneos, emitidos con la inocencia de
una búsqueda equivocada de la verdad. Se trata, como en el psicoanálisis, de
desenterrar viejas mentiras olvidadas, de destapar intenciones que incluso tienen algo
de siniestro, de revelar el mal para que perezca expuesto a la luz, amputado de las
tinieblas que lo nutrieron y protegieron. No hago este trabajo con placer. Lo hago por
una obligación interior, de la que evité en lo que pude, como lo atestigua la demora
de este libro en relación con los hechos que lo motivaron. Lo hago con buena voluntad
resignada, pero no puedo ocultar la repugnancia que siento al tratar con este tipo de
material.
Algunas expresiones más fuertes, que uso en el texto, espero me sean perdonadas
como arrebatos naturales de un hombre que tiene que hablar de lo que preferiría
olvidar.
Algunos lectores podrían decir que le di demasiada importancia a un hecho
superficial y pasajero: la refutación de una simple conferencia no requiere un libro
completo. La objeción no sería del todo descabellada si este libro tuviera como objeto
la conferencia de Pessanha, y no como una simple ocasión y señal para mostrar, en
un recorrido por dos milenios de la historia de las ideas, el círculo completo de las
remotas condiciones que la hicieron posible, y de la que extrae todo el sentido que
pueda tener más allá de las nimiedades políticas que constituyen su motivación
inmediata. Estas condiciones son de lo que trata el libro. Un evento muy modesto
puede convertirse así en una ilustración del mayor movimiento de la historia, cuando
las fuerzas que se agitan en la superficie del día y las que vienen, de manera lúgubre,
del fondo de los siglos, se cruzan en él de forma identificable. camino. Un escritor
cuyo nombre no se me ocurre sugería, para simbolizar el colmo de la insignificancia,
el altercado de dos ancianos en una residencia de ancianos. Se olvidó de decir que
el núcleo del argumento de La montaña mágica de Thomas Mann, libro que condensa
todo el drama de las ideas del siglo XX, no es más que el altercado entre dos ancianos
—Nafta y Settembrini— en el manicomio de tuberculosos. en Davos. Y Pérez de
Ayala hizo de las discusiones entre dos viejos de cerebro blando —Belarmino y
Apolonio— el resumen del altercado universal; al final, los viejos hacen las paces...
cuando se encuentran en un manicomio. Como puede verse en el ejemplo de estas
belicosidades geriátricas, lo que significa poco en sí mismo puede significar mucho
por las causas que revela. Al final de este libro, el lector verá cuán pequeño se habrá
vuelto el personaje de los primeros párrafos, el eco débil y lejano que repite
ociosamente, en la periferia de la historia, la antigua canción del engaño.
intelectuales, pueden desencadenar en la vida de millones de personas que nunca han oído
hablar de ellos y que, si lo hicieran, no los entenderían. Ahora bien, nada se parece más a
un adorno externo, a un inocuo pasatiempo botánico de los nefelibates, que una conferencia
sobre el Jardín de Epicuro en el estilo florido de Motta Pessanha. En la comprensión del
superficialismo brasileño, solo un loco delirante como yo vería algo mortalmente serio y
peligroso allí.
Pero, a través de ojos locos o cuerdos, lo que vi estaba allí, oculto y letal bajo las flores.
Puedo probar esto, pero no lo haré en la Introducción porque lo haré en el resto del libro.
Para zanjar la objeción de una vez por todas, permítaseme citar al único autor del que
puedo jactarme de haber leído todo lo que ha escrito, y por el que tengo una cierta estima
mezclada de melancolía y decepción: yo mismo. “Una ley constitutiva de la mente
humana”, decía este autor en La nueva era y la revolución cultural, “concede al error el
privilegio de poder ser más corto que su rectificación”.
Además, como el lector verá sobre todo en las últimas páginas, este libro no se limita a
deshacer uno o varios errores, sino que apunta positivamente en la dirección en que deben
buscarse las verdades que ellos niegan y encubren negando. Aquí están los esbozos de una
interpretación global de la historia cultural del Occidente moderno, que tal vez estaría mejor
presentada de manera sistemática y fuera de cualquier contexto polémico. Estas ideas son el
primer origen y fin de la obra, que sólo puede juzgarse por su valor o falta de valor, y no por la
demasiada o poca importancia de los hechos, locales y momentáneos, que dieron ocasión y
pretexto a su apariencia.
***
Sigue siendo una solicitud. Que el tono de este libro, y sobre todo el hecho de que sea
ya mi tercera obra de combate,[ 11 ] no lleve a nadie a conclusiones precipitadas sobre
el temperamento del autor, un sujeto pacífico y tolerante hasta el límite de la tontería.
Porque la crítica, como decía John Stuart Mill, es la facultad más baja de la inteligencia, y
en el orden de publicación de mis escritos he preferido empezar por abajo, desde el
presente ruidoso, reservando las partes más altas y serenas para una mejor ocasión, y
dejándolos solos, por ahora, solo se muestran en forma de folletos de mis cursos privados,
mientras las ideas maduran y toman una mejor forma verbal.[ 12 ] Mis alumnos pueden
atestiguar que la polémica está lejos de ser el centro de mis intereses También declaro
perentoriamente que no me hago ilusiones de influir en nada en el curso de las cosas, que él
va donde le place y nunca me consulta (cosa que, por cierto, hace muy bien). Mi propósito no
es cambiar el curso de la historia, sino dar fe de que no todos dormían mientras la historia
cambiaba de rumbo.
No he escrito este libro pensando en sus posibles efectos políticos, sino simplemente
para ilustrar a un pequeño círculo de amigos y lectores que quieren ser ilustrados y
que creen que puedo ayudarlos con eso.
Ni siquiera pretendo cambiar la opinión de aquellos a los que les gusta la tuya. hoy en día el
la gente crea opiniones como mascotas, sustitutos del afecto humano. En cuanto a
los míos, los trato con pan y agua, gimnasia sueca y látigos,
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En el clamor general contra la falta de ética, finalmente se alzó la voz de la filosofía para
esclarecer las ideas del pueblo y señalar a la nación el camino del bien. Es tradición que
los filósofos abandonen el silencio de la meditación para ir a hablar al pueblo, en tiempos
de escándalo y ruina. Sócrates recorrió las plazas reclamando los derechos de la
conciencia, envilecido por los abusos de la retórica. Leibniz, conmocionado por la guerra
entre cristianos, pidió la unión de las iglesias. Fichte, desde lo alto de un cajón de
remolachas, convocó a los alemanes a defender el honor nacional pisoteado por el invasor.
No es nuevo que la filosofía asuma la tarea de guiar al mundo, cuando éste, desorientado
y perplejo, ya no puede guiarse a sí mismo.
Los filósofos son tan necesarios en esos momentos que, cuando no hay ninguno
disponible, las naciones nombran filósofos honorarios o, en una terminología más moderna,
biónicos. Así surgió el término philosophes que, en cursiva o entre comillas, designa a los
ideólogos de la Revolución Francesa. La diferencia es simple: un filósofo busca explicar lo
real según su propia exigencia de veracidad y según el nivel alcanzado por sus predecesores;
un philosophe busca explicaciones en la medida más estricta del mínimo que el mundo
exige de aquellos a quienes sigue. Hablando desde la parte superior de una caja de
remolachas, ambos pueden tener el mismo efecto, ya que la diferencia está en un plano
por encima de lo que ve la audiencia.
Para este último, Voltaire es tan filósofo como Leibniz o Aristóteles.
En el caso brasileño, la tarea de figurar en el papel de conciencia filosófica nacional fue
atribuida al grupo de profesores universitarios que orbitan alrededor de Marilena Chauí,
jefa de la Secretaría Municipal de Cultura, organizadora del ciclo Ética del MASP y, por
último, autor de una premiada Invitación a la Filosofía, donde se sirven a los invitados
algunas preciosas lecciones, como que en la lógica de Aristóteles "el accidente es un tipo
de propiedad" -más o menos el equivalente a decir que en la geometría de Euclides el
cuadrado es una especie de círculo.
Veamos qué fue capaz de hacer la conciencia filosófica nacional, así representada,
para reconducir a una nación perdida al recto camino de la ética.
***
El objetivo declarado de los organizadores del curso fue triple: brindar un esquema
cronológico de las principales doctrinas éticas, arrojar luz sobre el problema de la falta de
ética en el país y popularizar el debate sobre el tema, abriéndolo a una audiencia de
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De este precepto, válido también en filosofía, se deriva una regla práctica: son las
nuevas teorías las que deben presentar sus razones frente a las antiguas, y no éstas
frente a aquéllas. Como en un duelo, corresponde a la persona desafiada tener
primacía en la elección de las armas. De esta norma, a su vez, deriva la obligación de
la ética pedagógica a la que me refería: toda nueva teoría, cuando se presenta a un
público lego, debe mostrarse como tal, recortada y contrastada con el trasfondo del
consenso que confirma o niega. . Nunca debe mostrarse solo, ocupando todo el
espacio y actuando como consenso. Quien lo use de esta manera estará
aprovechándose de la ignorancia de los demás para convertirse en una autoridad.
No debería ser necesario hacer tales recomendaciones a personas tan llenas
de conciencia ética que, no pudiendo contenerla más en sí mismas, sintieran el
impulso urgente de derramarla sobre toda la nación, o por lo menos sobre quinientas
cabezas. Pero la versión del ciclo de la historia de las ideas éticas es muy diferente a
la que tendría acceso el público si recurriera a alguna de las historias de la filosofía
que circulan en forma de libro. Es una versión peculiar —alternativa, digamos— que
tiene todo el derecho a ser defendida frente al consenso, pero no tiene derecho a posar
ante un público que no la conoce.
Pero la pregunta sigue siendo: ¿para qué? ¿Con qué propósito un grupo de
intelectuales claramente comprometidos con la salvación moral del país se
involucraría en una empresa tan comprometedora como la de contarle al pueblo una
Historia de la Ética que carece de ética para falsear la Historia?
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Una pista quizás se encuentre en José Américo Motta Pessanha, uno de los miembros
más destacados del grupo. En la elección de las obras que componen la serie Os
Pensadores de la Editora Abril, de la que Pessanha fue organizadora y editora, con
algunos años de antelación, ya se manifestaba la misma selectividad deformante que
ahora inspiraba el programa Ética. El más significativo de la filosofía escolástica - St.
Thomas, Duns Scot, Ockam, todo estaba metido en un solo volumen, aproximadamente
del mismo tamaño que los otorgados individualmente al economista John Maynard Keynes,
al antropólogo Bronislaw Malinovski e incluso a Voltaire, el gran retórico y periodista que,
como filósofo, no puede tomarse en serio.
Pero pronto tuve que abandonar esta hipótesis, ya que la colección incluía obras que
solo ejercían influencia en círculos bien definidos, como las de Wittgenstein y Adorno, y
omitía otras que producían verdaderas revoluciones, como las de Jung y René Guénon,
que rompió las puertas de Occidente para la invasión de las ideas orientales, o las de
Spencer y Thomas Huxley, que inyectaron el evolucionismo en las venas espirituales del
mundo. Sin mencionar, por supuesto, a Lenin o Gurdjieff.
no había buscado mostrar el pasado sino moldear el futuro. No había escogido los
libros por su valor ni por su importancia histórica, sino por la repercusión que él mismo
pretendía darles. No había querido reflejar la Historia de las Ideas en la imagen de los
textos, sino producirla en el campo de los hechos. La elección no reflejó un criterio
teórico, sino la decisión de una praxis. No se trataba de historia, sino de estrategia y
marketing.
El mismo espíritu parecía haber guiado la selección de temas para el curso de
Ética, y a través de él también pude captar, retroactivamente, la inspiración quizás
inconsciente de todos los títulos de la serie de eventos promovida por la Secretaría de
Cultura: la mirada que esas personas proyectadas sobre el mundo no reflejaban la
imagen de un objeto, sino que proyectaban sobre él el sentido de una pasión. El círculo
de Pessanha no era una comunidad científica comprometida con el descubrimiento de
lo real, sino un grupo militante decidido a fabricarlo.[ 19 ]
En esta operación, Pessanha jugó un papel estratégico, no sólo como editor de
Os Pensadores, sino también por ser, en la teoría y en la práctica, un gran conocedor
de la Retórica, discípulo de Chaim Perelman, el gran renovador de los estudios retóricos
en el siglo XIX. siglo XX, cuyas obras fue, si no me equivoco, el primero en publicar en
Brasil. Pero Perelman distinguió, siguiendo la tradición, entre el retórico y el retórico:
entre el orador persuasivo y el estudioso de la ciencia retórica. Perelman fue
esencialmente un retórico, un investigador y codificador de los principios de la
argumentación retórica. Pessanha, por su parte, se capacitaba ante todo como retórico,
como maestro de la persuasión, como orador y comerciante. Y no le faltaron
oportunidades para demostrar su talento (que, antes de utilizarlo en la persuasión
política, lo había probado en una serie de libros de cocina, en la misma editorial).
Juntos, la serie Os Pensadores y los tres eventos O Olhar, Os Sentidos da Paixão y
Ética —sin mencionar la militancia pedagógica en las cátedras de la USP— forman la
mayor empresa de persuasión retórica jamás realizada en este país por un grupo de
activistas intelectuales imbuidos de objetivos políticos bien definidos, y dispuestos a
sentar, en la lucha cultural, las bases para el logro de estos objetivos.
Esto todavía no nos da una respuesta sobre las razones últimas de la selección de
temas en el curso de Ética, pero ya nos pone sobre una pista importante: si allí la
verdad sufrió graves distorsiones, no fue por casualidad, sino para dar un seguimiento
coherente de una acción iniciada mucho antes. Qué intención está implícita allí y qué
valores están incorporados en ella, es lo que tendremos que descubrir en un análisis
microscópico de la conferencia de Pessanha. Pero incluso antes de entrar en más
detalles, lo encontrado hasta ahora ya nos advierte que la extraña situación a la que
se refiere el §1 de este libro era aún más extraña de lo que parecía a primera vista.
Porque, si ya había una insólita desproporción en el volumen de recursos culturales
movilizados para lograr un objetivo tan pequeño como la simple destitución de un
presidente corrupto, más extraño aún era que una élite universitaria, elevada al liderazgo
intelectual de una reforma ética de escala el gobierno nacional, si se mostrara tan
ignorante de las más elementales reglas de la ética intelectual, tan afanoso en falsificar
la historia, prostituir la ciencia y conducir al pueblo por un camino engañoso, todo
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12 Mi única iniciativa, hasta ahora, para dar a conocer esta parte más íntima
de mi trabajo — con la publicación del libro An Aristotelian Philosophy of Culture.
Introducción a la Teoría de los Cuatro Discursos (Río de Janeiro, IAL/Stella
Caymmi, 1994)— causó más problemas que todos mis escritos polémicos. LA
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Librorum Prohibitorum para comprobar que no contiene ninguna de las obras de Copérnico,
Kepler, Newton, Descartes, Galileo, Bacon, Harvey y tutti quanti. La Inquisición examinó
solo libros de interés teológico directo, que no podían aportar nada al desarrollo de la
ciencia moderna (en caso de duda, lea La Inquisición, de G. Testas y J. Testas – v.
•
La Inquisición instituyó la persecución de los judíos. – Las matanzas de judíos,
promovidas por deudores astutos o monjes fanáticos, fueron un
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•
La Inquisición instituyó la tortura generalizada. – La tortura se consideraba un procedimiento
legítimo y se practicaba en todas partes desde la antigua Grecia.
Durante la mayor parte de la Edad Media cayó en desuso, siendo reintroducida en la
justicia civil gracias al redescubrimiento —típicamente renacentista— de los textos de las
antiguas leyes romanas. Lo que hizo la Inquisición fue seguir el uso entonces vigente en la
justicia civil, pero limitándolo severamente, no permitiendo torturar al acusado más de una
vez y prohibiendo las heridas sangrientas (ver Testas, op. cit.). Por lo tanto, la Inquisición
fue responsable del primer paso efectivo contra el uso de la tortura, lo que debe considerarse
un hito en la historia de los derechos humanos. Más tarde, los comunistas reintrodujeron la
tortura ilimitada en Rusia, y los nazis y los fascistas imitaron su ejemplo.
•
El juicio de Galileo fue un caso de persecución inquisitorial. – Muy al contrario, el
proceso fue una pizza, una farsa concebida por el Papa –el padrino de Galileo– para
que su protegido se librara de un grupo de fanáticos inquisidores mediante una simple
declaración oral sin efectos prácticos, tras la cual podría seguir divulgar sus ideas sin
que nadie lo vuelva a molestar (ver Pietro Redondi, Galileo Heretico, trad.
CAPITULO 2
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COSMOLOGÍA DE EPICURO
“As Delicias do Jardim”, la segunda conferencia del ciclo Ética , impartida por José
Américo Motta Pessanha, no fue una simple exposición de la filosofía de Epicuro: fue
una profesión de fe epicúrea desgarrada y una declaración de guerra a todos los
críticos de Epicuro. Epicuro. El epicureísmo fue retratado allí como una de las más
grandes filosofías de todos los tiempos, trayendo la solución a todos los males humanos
(sic) y la inspiración que Brasil necesita para salir del atolladero moral.
Impulsado por ese entusiasmo belicoso que anima siempre a los portavoces de
una doctrina salvadora, Pessanha no retrocedió ante la mayor temeridad en la apología
de su gurú. Si, por un lado, no ahorró sarcasmo cuando ridiculizó las acrobacias
dialécticas con las que Sto. Agustín, notorio opositor del epicureísmo, buscaba conciliar
la bondad de Dios con la existencia del mal en el mundo, por otra parte no dudó en
defender una opinión que, para mantenerse en pie, requiere una lógica no menos
circense. : la opinión de que la huida de los intelectuales al jardín de Epicuro no es ni
alienación ni cobardía, sino una forma superior de lucha política. Epicuro enseñó que el
filósofo debe abandonar todo esfuerzo por reformar la sociedad, retirándose a la vida
contemplativa en la soledad del campo. Proponer esto como un remedio efectivo para
la corrupción imperante equivale a recomendar la huida de los acreedores como un
método efectivo para pagar las deudas.[ 20 ]
Sin embargo, como todos y cada uno de los mundos existentes son siempre materiales
como el nuestro, sólo les resta alojar sus cuerpecitos de materia sutil en un intermundo o
intervalo entre mundos. No es de buena educación, según la ética epicúrea, preguntar
cómo los seres materiales, incluso los de materia sutil, pueden vivir sin un entorno material
a su alrededor, y vestidos sólo para el intervalo.
Aunque materiales como nosotros, los dioses están compuestos de materia
sutil y enrarecida, y por lo tanto son más duraderos. Pero Epicuro, al mismo tiempo,
afirma la eternidad de la materia, lo que plantea el siguiente problema: si la materia es
eterna, ¿por qué ha de ser menos densa precisamente en los seres más duraderos y no
en los más efímeros? Es como decir que una superficie pintada es más azul cuanto más
diluida está la pintura azul. Pero un concepto de la materia tan elástico como el de Epicuro
sólo podía conducir a eso.
***
Si el tema de Epicuro es raro, los dioses no se quedan atrás. Para empezar, su única
ocupación es hablar. Quién sabe de qué hablan, en un ambiente que, estando
desprovisto de cosas, no debe estarlo menos de sujetos; pero lo que garantiza Epicuro
es que ciertamente lo hacen en griego, y no en lengua de bárbaros (por lo que aquí puedo
hablar mal de ellos a voluntad, seguro de que no entienden una sola palabra de lo que
digo). Siendo filósofos, dice Epicuro, están intercambiando ideas en las largas noches del
intermundo, lejos de la miserable agitación de los mundos y sin interferir en nada en el
orden o desorden de las cosas. Después de todo, no querrían ensuciarse las manitas con
materia sutil en la porquería de la materia más densa, solo para tener que pedirle a
Augustine que se las limpie después.
Aunque son indiferentes para nosotros y por lo tanto inútiles, sin preocuparse por
nuestras oraciones incluso cuando se pronuncian en su idioma celestial, Epicuro
encuentra en ellas la perfección más alta. Y como dice también Epicuro que un dios no
podía estar impotente, debemos concluir que si no nos ayudan no es porque no puedan,
sino porque no quieren. Pero, incluso según Epicuro, un dios que, pudiendo ayudar a los
necesitados, si se negara a hacerlo, estaría actuando indigno de su condición divina.
Epicuro cae así en las mallas de su propio argumento, con el que creía fulminar a la
religión griega y a todas las religiones posibles: “O Dios quiere ayudar y no puede, o
puede y no quiere, o no quiere ni puede”. Pessanha no sólo encontró este argumento
ingenioso, sino que
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Epicuro dice que no debemos temer ni esperar nada de los dioses, ya que
ellos permanecen en pura ociosidad contemplativa y no nos hacen daño ni bien.
Pero, por otro lado, también dice que el placer es el bien supremo, que la búsqueda
del placer es la causa y fin de nuestras acciones, que el mayor de los placeres es
el ocio contemplativo, y que los dioses son el modelo más perfecto de el ser
humano ocio contemplativo, por lo que debemos admirarlos. ¿Cómo es posible
que el modelo supremo del bien no nos haga ningún bien, que el objeto de admiración
no aporte ningún beneficio al alma que lo admira y no le produzca ni un poco de
placer, son cuestiones que, para el en aras de la paz en el intermundo, debe evitarse
juiciosamente. Pero nosotros, que ya estamos sumergidos en la densa inmundicia
terrenal, sigamos con la investigación.
Para saber si una cosa influye o no en otra, el procedimiento más antiguo y
eficaz es suprimir (real o imaginariamente) la primera, para ver cómo resulta la
segunda. Epicuro dice que los dioses son inofensivos e indiferentes. Pero sin ellos,
¿qué sería del epicureísmo? La búsqueda del placer, desprovista de modelo o fin
último por el que orientarse, acabaría perdiéndose en los placeres menores -que
Epicuro desprecia- y, al no alcanzar nunca el beneficio del ocio contemplativo,
redundaría en un aumento del dolor. Tal es precisamente, según Epicuro, el
resultado al que llegan quienes buscan el placer en lo terrenal y en lo inmediato, sin
conocer el fin supremo encarnado en la imagen de los dioses. Entonces, uno de los
dos: o los dioses ejercen una influencia benéfica, aunque sea por su simple
presencia,[ 23 ] y entonces no son inocuos como dice Epicuro; o, por el contrario,
no ejercen ninguna influencia y entonces la práctica del epicureísmo está condenada
al fracaso. O Epicuro tiene razón en la teoría y está equivocado en la práctica, o
tiene razón en la práctica y está equivocado en la teoría, a menos que esté
equivocado en ambas. Esto lo veremos luego
Por ahora, intentemos sacar las consecuencias lógicas de la teoría. Si los dioses
son, por una parte, el modelo del bien y, por otra parte, la imagen del ideal espiritual
que guía los esfuerzos del asceta epicúreo, entonces no sólo son causa de algo,
sino doblemente así: en lenguaje aristotélico, son la causa formal del bien y la
causa final de la vida ascética.
Pero la búsqueda filosófica del placer es sólo un tipo especial de búsqueda del
placer, meta y motor general de la vida humana. Por tanto, los dioses no son sólo
la causa de las acciones del filósofo, sino de todos los seres humanos. Porque
éstos, dice Epicuro, cuando salen en busca de placeres groseros, no hacen más
que buscar de manera oscura e inconsciente esa misma meta suprema que, para el
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Lo más que se puede conceder a la tesis de la inocuidad de los dioses es que, siendo
causa formal y final, no son en realidad ni causa material ni causa eficiente, en el sentido
aristotélico; es decir, que no constituyen el sustrato material del que está hecho el mundo, ni
son el detonante que dispara el movimiento de la creación. En este punto, Epicuro es
enfático: el mundo está compuesto de átomos y la causa del movimiento es el deseo. Los
dioses son sólo la imagen del bien, la brújula por la que se guía el deseo.
Si Epicuro se hubiera limitado a decir esto, no habría sido más que consecuente con sus
propios presupuestos. Pero en este caso, sus dioses no diferirían mucho del Dios bíblico, que
no es ni la sustancia material del mundo ni la causa inmediata de los actos humanos o de los
fenómenos naturales. La única diferencia que quedaría entre Yaveh y los dioses epicúreos es
que Él creó el mundo y ellos no. Pero entre decir que no crearon el mundo y concluir que no
han hecho nada desde que se creó el mundo, la distancia es grande. Quitar el cuerpo de toda
responsabilidad por no haber creado el mundo tampoco es un comportamiento muy piadoso,
a menos que los miembros del Comité de Presupuesto del Congreso sean dioses.
Pero Epicuro afirma además que, además de ociosos, los dioses son indiferentes al bien
y al mal. Por supuesto, esto no puede ser, porque, como modelos y causas formales del bien,
producen un buen efecto y, por lo tanto, son buenos en algún aspecto. Y no sólo son buenos
en sí mismos, por su perfección intrínseca estática y provechosa, sino que son buenos para
nosotros, activa y transitivamente, en cuanto, apareciendo en nuestros sueños, nos muestran
con el ejemplo de su perfección el camino de la bien. Y como este bien no es sólo para los
filósofos, y no sólo para los hombres en general, sino para todos los seres y cosas, entonces
hay que admitir que los dioses epicúreos, después de todo, son buenos para todo el universo.
Pero si son tan formidablemente buenos, ¿por qué demonios no intervienen de inmediato
para acabar con el mal en el mundo? En este punto, el presidente del coloquio filosófico
intermundano, al ver el debate acalorado más allá de lo compatible con el decoro que debe
imperar en estas exaltadas regiones, interrumpe el trabajo y solicita la opinión técnica de Sto.
Agustín...
§5 Un subterfugio piadoso
existencia material (sólo que más enrarecida que la del cuerpo), se sigue que las
cosas que los dioses recuerdan e imaginan existen materialmente en ese mismo
momento. Sin embargo, dado que estas cosas son más enrarecidas que los cuerpos
de los dioses que las imaginan, la ecuación epicúrea de rarefacción = durabilidad nos
obliga a admitir que son más duraderas que los dioses mismos. Y si por casualidad se
le ocurriera a un dios la desastrosa idea de pensar en un gato o en un lagarto, estos
miserables mortales estarían, ipso facto, dotados de una perdurabilidad mayor que la
de los dioses.
El asunto se vuelve aún más catastrófico por el hecho de que, entre los seres y las
cosas recordadas por los dioses, al menos algunos también son pensantes y, por lo
tanto, están dotados de memoria e imaginación. Un dios puede, por ejemplo, pensar
en un hombre que piensa en un gato que piensa en una lagartija, y esto formaría
inexorablemente una jerarquía de permanencia creciente que partiría de un dios
provisional y culminaría en una eterna lagartija, si el gecko a su vez no pensó en los
mosquitos.
Si la idea en sí es lo suficientemente incómoda, para un materialista púrpura como
Epicuro o Pessanha debe tomar un aspecto siniestro y diabólico una vez que se
verifica que, en esta jerarquía de seres que recuerdan, los lugares más altos y
duraderos son ocupados por los más seres enrarecidos, y los lugares más bajos por
los seres más densos. Es decir: que cuanto más materia hay en un ser, más bajo
está en la escala ontológica y más cerca de la pura y simple irrealidad. Y esto, en
lenguaje sencillo, es auténtico idealismo.
Una posible salida al dilema sería el concepto de eternidad o perennidad.
Los dioses, dice Epicuro, no son eternos. Son mortales, pero una vez que mueren,
se rehacen por completo como son. No estando atados a los límites de una existencia
determinada, tal vez podrían incluso realizar el prodigio de recordar, como algo vivido,
hechos que sucedieron antes de su nacimiento, o que sucedieron después de su
muerte. Les bastaría con apelar a los recuerdos de una vida anterior o futura.
De esta manera, incluso podrían volverse más duraderos que los geckos, ya que los
geckos no tienen una memoria tan rica.
Pero eso sería multiplicar el problema, en lugar de solucionarlo, porque los
seres recordados, para poder volver a la memoria de los dioses con cada nueva
existencia de los dioses, necesitarían ser evitados por sí mismos; y como cada uno
de estos seres tendría también sus recuerdos personales, constituidos a su vez en
seres aún más duraderos, todo sería formidablemente complicado.
Queda un detalle intrigante. Si los dioses se rehacen después de cada
existencia, es porque, de una vida a otra, permanecen fundamentalmente
idénticos a sí mismos. Por lo tanto, hay continuidad de esencia entre las diversas
existencias; y una esencia que permanecería inalterablemente la misma sobre el
cambio, el tiempo y la muerte, sería nada menos que eterna. Con esto, además de
volver a caer en el pecado mortal del idealismo, quedaría completamente revocada la
diferencia más importante entre los dioses de Epicuro y los de la religión griega, o
cualquier otra.
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El lector ya debe haberse dado cuenta de que la coherencia lógica no es el punto fuerte de Epicuro.
Pero el filósofo del jardín no ignoraba su necesidad, ni la despreciaba, tanto
que la exigía a sus adversarios. Pero, polemizando sobre la base del haz lo que
digo pero no hagas lo que hago, solía llegar a conclusiones tan o más absurdas
que las que refutaba. Un ejemplo es su crítica a Demócrito, respaldada por Karl
Marx y José Américo Motta Pessanha.
Demócrito proclamó que en el mundo sólo hay vacío y, dentro de él,
átomos; el vacío, al no ser material, no ofrece resistencia, y por ello los átomos,
impulsados por un inexplicable empujón inicial, caen y acaban chocando entre sí.
El universo de Demócrito es un gran tobogán, donde lo principal que sucede es
que todo se viene abajo.[ 26] Epicuro responde que, si así fuera, los átomos
caerían todos en línea recta y paralela;[ 27] y, en el vacío infinito, en todas
direcciones, nunca llegarían a tocarse como afirma Demócrito, y por tanto no
pueden unirse para formar seres y cosas que sin embargo existen.[ 28 ]
movimienot. El vacío, una vez admitido, hace que el clinamen sea perfectamente
innecesario.[ 30 ]
La física de Demócrito y la refutación de Epicuro son igualmente falaces, pero
Pessanha condenó la primera y apoyó la segunda sobre la base de que la primera
favorece una ética "conservadora" y la segunda una ética "progresista", un argumento
que es precisamente lo que el científico se da el nombre del final de la picadura.
Pero todavía hay otra trampa. ¿Quién dijo que buscar el placer y evitar el dolor nos
libera del determinismo? Pavlov decía exactamente lo contrario: el binomio dolor y placer
es el interruptor que activa los reflejos condicionados, mediante los cuales un animal o
un hombre pueden ser gobernados desde el exterior. El budismo dice lo mismo: que la
libertad sólo puede lograrse poniéndose uno mismo más allá del dolor y el placer.
Aristóteles lo confirma mediante la distinción, que se hizo clásica y fue refrendada por el
cristianismo, entre el libre albedrío y la obediencia al instinto. Y también por el Dr. Freud,
con su “principio de realidad” que trasciende el principio del placer. Pero no hace falta
tanta ciencia para decirnos lo que un carretero sabe perfectamente: que haciendo que
un asno persiga la agradable zanahoria y esquive el doloroso garrote, podemos llevarlo
adonde el
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queremos, sin que tenga la menor idea de que está siendo conducido desde fuera, ni sin
estar persuadido de que ejerce libremente su clinamen. No hay salida: si los átomos siguen
el clinamen, no son libres: obedecen al determinismo del instinto, que es rígido y repetitivo
como la ley de la caída.
Políticamente, entonces, la cosa es más obvia. Bismarck dijo que la ciencia del gobierno
consiste en palos y golosinas. El filósofo Alain, teórico del Partido Radical Francés, condenó
el clinamen en nombre de la libertad. Los hombres son dóciles y manipulables, argumentó,
precisamente porque buscan el placer y evitan el dolor; Impulsados por las sensaciones, caen
en el atractivo de las apariencias, astutamente escenificadas por el tirano (¿recuerdan el
fútbol en la época del General Medici?). El ciudadano concienzudo, reaccionando contra la
treta, se abstrae de las impresiones de placer y dolor y decide según la implacable lógica del
orden físico, que no miente. Aquí es el determinismo el que se vuelve “progresista”, y el
clinamen un instrumento de tiranía. Por una irónica coincidencia, este argumento se encuentra
en el libro Le Citoyen contre les Pouvoirs, en cuyo título los organizadores del ciclo Ética se
inspiraron para nombrar una de las divisiones del evento: “El ciudadano contra los poderes”.
Esto es lo que puede citar sin leer.
20 Veremos, al final, que esta opinión no está totalmente desprovista de sentido, sino
que su sentido es el de un engaño deliberado.
21 Lucrecio, De rerum natura, V, 146 ss.
22 Diógenes Laercio, X, §32.
23 Y no sería extraño que una escuela de ascetismo atribuyera a sus dioses la capacidad
de producir efectos por su mera presencia, sin necesidad de una acción externa. En las
tradiciones espirituales en general, la capacidad para la “acción de presencia”, como
técnicamente se denomina, se atribuye incluso a santos y gurús; y la inmovilidad del agente
es, por definición, uno de los atributos esenciales de la divinidad en todas las religiones.
24 Objeción exactamente igual a la que Pessanha, como veremos más adelante, lanzó
contra la filosofía de Demócrito, sin advertir que se aplica también a Epicuro.
27 Lo cual presupone que los átomos tienen peso – una premisa epicúrea de
que Demócrito no comparte al menos explícitamente.
28 V. Carlos García Gual, Epicuro, Madrid, Alianza Editorial, 1985, p. 110 ss.
29 Véase más adelante, §20, las consideraciones de Nicolás de Cusa sobre este punto.
30 Que nadie, llevado por la coincidencia de palabras, confunda el
indeterminismo epicúreo con el de Plancke Heisenberg. Esto se opone —
lógicamente, o dialécticamente, o complementariamente, como se quiera— a un principio real
y concreto, que es el determinismo mecanicista, y no a un “vacío” que haría perfectamente
redundante al indeterminismo. En caso de duda,
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CAPÍTULO 3
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ÉTICA DE EPICURO
La parte ética de la doctrina epicúrea, que Pessanha señaló como la solución a todos
los males de la humanidad, y en especial de la brasileña, no es menos conflictiva que su
cosmología.
La ética de Epicuro se divide en dos partes: una general o teórica, la otra
especial o práctica. La teoría consiste únicamente en la afirmación de unos valores
generales que coinciden en género, número y grado con los que suscribieron todos
los filósofos de la época: la superioridad de la contemplación sobre la acción, la vida
filosófica como camino hacia la felicidad, etc. etc. El culto a estos valores es común a
Aristóteles, Platón, los estoicos, los socráticos menores, y no tiene ningún vínculo de
implicación recíproca con la cosmología —o la física— de Epicuro: puede aceptarse dentro
o fuera de ella indistintamente.
Contra Epicuro, por lo tanto, hay la misma objeción que Pessanha hizo a Demócrito: que
su física y su ética no tienen conexión entre sí, y solo pueden ser válidas si admitimos la
hipótesis de una doble verdad.
Pero lo que suele llamarse la “ética de Epicuro” es la parte práctica, o Tetrapharmacon,
el “cuádruple remedio” que el filósofo propone para todos los males humanos, y en el
que Pessanha sugirió que el pueblo brasileño buscaría inspiración para salir del país. de
miseria moral.[ 31 ]
Pero la Tetrafarmacon no es en modo alguno una ética, sino sólo una psicología
práctica, una técnica para alcanzar la felicidad, o mejor dicho, lo que Epicuro entiende por
felicidad. No vale más, ni menos, que las muchas técnicas, en su mayoría norteamericanas,
que hoy están en el mercado con el mismo objetivo. Ahora bien, una técnica debe ser
juzgada exclusivamente por sus resultados prácticos; y, en un mercado sobresaturado de
similares como el Pensamiento Positivo de Dale Carnegie , el Entrenamiento Autógeno de
Schulz , el Control Mental de Silva, la Psicocibernética de Maxwell Maltz , la Sofrología de
Caycedo, la Programación Neuro-Lingüística de Bandler y Grinder,[ 32 ] sin mencionar la
interminable lista de orientales y ejercicios pseudo-orientales que el movimiento New Age
difundió desde California al mundo, el pobre Tetrapharmacon ya puede considerarse
derrotado por la profusión de competidores modernos.
§9 La abolición de la conciencia
Dicho así, esta cosmología del queso suizo se parece a Terminator o Alicia en el
espejo. Pero los resultados de la broma son serios.
Sucede que la distinción que hace el cerebro humano entre sensaciones presentes e
imaginadas es la que, en lógica, corresponde a la diferencia entre lo real y lo posible. La
gimnasia cronológica de Epicuro, si se practica con persistencia, terminará por abolir en
el discípulo la intuición de esta diferencia, llevándolo a creer en la realidad actual y
efectiva de cuanto pueda imaginar con suficiente claridad: los contingentes futuros, meras
posibilidades lógicas solamente. concebibles como construcciones abstractas, se
experimentan como si fueran objetos de experiencia concreta. Es una ilusión potenciada ,
elevada a sistema y regla de vida. Que un sujeto entrenado en esta regla pueda llegar a
admitir como verdades sagradas los absurdos más patentes de la física epicúrea, es algo
que finalmente encuentra aquí su explicación: no es la ética de Epicuro la que deriva
lógicamente de su física, sino, por el contrario, la práctica de su ética es que es una
condición previa para que cualquiera llegue a creer en su física. Es física para hipnotizados.
***
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Vale la pena examinar el lado psicológico de esta inversión para ver qué tipo de
conducta moral puede resultar de ella. Esto mostrará en qué consiste realmente la ética
de Epicuro , detrás de todo el entramado de alegatos beatíficos que le sirve de envoltorio.
súbdito en un caso, soberano en el otro. Pero sólo puedo hacer esta comparación si recuerdo
claramente haber pensado o imaginado tales o cuales cosas por mi propia voluntad, desde
dentro, y si asumo la autoría de estos actos interiores como asumo la autoría de mis acciones
materiales y externas. Esta es la única forma en que puedo captar la diferencia entre lo que
viene de mí y lo que viene del mundo. El sentido de la diferencia entre lo imaginado y lo
percibido descansa, por tanto, en la memoria y la responsabilidad. Tomamos conciencia de
la realidad objetiva, diferenciándola de nuestras proyecciones subjetivas, exactamente de la
misma manera y en la misma medida en que tomamos conciencia de nosotros mismos como
sujetos libres, activos, creadores tanto de sus actos como de sus intenciones. La objetividad
del conocimiento es función de la libertad moral.
Ahora bien, nuestros actos interiores no tienen otro testigo que nosotros mismos. Sólo yo sé
por testimonio directo de mis pensamientos e intenciones, que los espectadores no pueden
dejar de conjeturar por analogía. Si decido mentir sobre lo que ocurre en mi interior, nadie me
lo podrá impedir: ni siquiera quien, por signos externos, perciba la falsedad de la intención que
afirmo, podrá probar por testimonio directo lo que soy. ocultación. El testimonio sincero de uno
mismo a sí mismo es la condición primera e indispensable del conocimiento objetivo.
mentir. La opción por la verdad debe rehacerse a diario, en medio de las vacilaciones
y dudas que constituyen el precio de la dignidad humana.
El compromiso con la verdad, aunque se tome del corazón, nunca obliga al hombre
entero: continentes enteros del alma, como la imaginación o ciertos sentimientos,
pueden seguir vagando al margen de cualquier obligación de veracidad, y sólo
atendiendo a apetitos inmediatos. Siempre hay muchas maneras de escapar de la
verdad. Los sueños, por ejemplo, son un entramado de eufemismos que pueden
servir para amortiguar o desviar el impacto de verdades indeseables, ayudando a
mantener el organismo psicofísico en ese estado de distensión que los médicos
llaman homeostasis. Por supuesto, en un gran número de casos este arreglo
oportunista termina produciendo una neurosis.
La mejor definición de neurosis que conozco viene de mi difunto amigo y maestro
Juan Alfredo César Müller, un genio en psicología clínica. La neurosis, dijo, es una
mentira olvidada que todavía crees. Si mentirse es olvidar la verdad, la neurosis es
olvidar olvidar, borrar las huellas del engaño. En la neurosis, la mentira se convierte
en un sistema, un programa que se multiplica a sí mismo, escondiendo la mentira
inicial bajo montañas de escombros para que luego alguien tenga que pagarle a un
psicoanalista para que la elimine. Pero nadie sería neurótico si la opción neurótica no
le pareciera ventajosa, al menos en el momento decisivo en que una verdad
intolerable se abre ante él como un abismo. Mentir alivia porque le ahorra a la psique
el esfuerzo de soportar un desequilibrio temporal.
playa y, sin ningún motivo, incluso sin enfadarse, decide matar a tiros a dos
transeúntes. Hasta el final, no comprende la revuelta e indignación que suscita su
crimen. Como la inteligencia humana no opera en el vacío, sino que sólo elabora y
transforma los datos que recibe de la esfera sensible, es natural que, cuando el
hombre ya no siente la realidad de algo, el concepto de esa cosa, el esquema que le
corresponde. a ella en el plano de la inteligencia abstracta, pronto empieza a parecerle
también vacía de sentido. En esos momentos, sólo un auténtico filósofo tomará
conciencia de su agotamiento interior y saldrá en busca del sentimiento perdido, para
dar nueva vida al concepto. La mayoría simplemente adaptará el concepto a su estado
mental actual. En el hombre sin mayores intereses morales, el concepto vacío ya no
tiene función, y simplemente será olvidado. Pero si ese hombre es un erudito, no
puede soportar ser el único que siente lo que siente. Invariablemente, creará
argumentos para demostrar que lo que no siente no existe en el mundo objetivo. Tu
incapacidad para discernir el bien y el mal, excepto como convenciones vacías, se
usará como "prueba" de que toda ley moral es una convención vacía, y la deformidad
de tu psique se erigirá como un estándar de medida moral para toda la humanidad.
Pero un hombre no vive mucho tiempo en un estado de abstinencia moral. Después
de haber socavado las bases de todo criterio moral objetivo, seguirá teniendo odios y
afectos, repugnancias y deseos, que, en la esfera intelectual, darán lugar a tantos
juicios morales correspondientes, racionalmente elaborados.
Las aspiraciones subjetivas de los individuos, sin embargo, no son tan diferentes
entre sí, especialmente en la era de la cultura de masas que estandariza los deseos
de la multitud, y por esta razón el filósofo moral improvisado pronto tendrá el grato
placer de descubrir que sus ideas son compartidos por otros, millones de personas
como él, muchas de las cuales ya estaban produciendo, con los mismos fines, tantas
filosofías morales coincidentes. Allí encontrará el argumento decisivo a favor de su
sistema: el argumento numérico. Su personal sistema de racionalizaciones será
ennoblecido e investido de validez universal como expresión de las “aspiraciones de
nuestro tiempo”.
Pero dado que los deseos de la multitud, moldeados por la cultura de
masas, están todos condensados en el triángulo dorado de sexo-dinero-fama, la
nueva ética nacida del embotamiento moral consistirá en nada más que un sistema
de racionalizaciones que transformará estos tres deseos en hipóstasis de los valores
morales universales y los fundamentos últimos de toda ética
válido. La inversión se completa así: las pasiones más bajas y vulgares se
han elevado al rango de mandamientos divinos, cuya violación somete a la
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el poder atómico, más que el siglo de la tecnología de la información, este fue el siglo de la
esclavitud mental.
CAPÍTULO 4
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LÓGICA DE EPICURO
Pessanha elogió mucho la lógica de Epicuro, pero no aclaró que es sólo retórica,
no explicó las diferencias entre lógica y retórica, ni declaró la premisa oculta de
todo su discurso: la premisa según la cual lo importante es persuadir, y no probar.
Un silogismo con una premisa oculta se llama, en retórica, un entimema. La
destreza con que Pessanha manejó este y otros entimemas en su conferencia
MASP demostró que, ardiente discípulo de Epicuro, también fue un diligente
estudioso de Perelman. Pero tampoco dijo lo que Perelman, si estuviera vivo y
presente, pensaría de todo esto. yo tampoco lo se Pero sé que Perelman, en su
clásico Tratado de Argumentación, sólo cita una vez a Epicuro, y como autor de un
razonamiento de tipo autofágico. Así se llama en retórica a un argumento desastroso,
torpe, que se vuelve contra la persona misma de su
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autor, como por ejemplo en el caso de un judío que defendía el nazismo. En el pasaje
citado, el hombre del jardín sostiene la tesis de que los padres deben dejar a sus hijos en el
abandono. Perelman reproduce entonces el argumento que el filósofo estoico Epicteto opuso
a esto: “Si tu padre y tu madre hubieran sabido que ibas a decir estas cosas, ciertamente te
habrían abandonado”.[ 48]
Si Perelman supiera a qué fines terminarían sirviendo sus enseñanzas,
se habría negado a enseñar retórica a José Américo Motta Pessanha.
Si se hiciera explícito, este argumento no haría más que desmoralizar, de un solo golpe, a
Epicuro y la PNL. Porque si la PNL confirma a Epicuro y Epicuro anticipa a la PNL, existe entre
ellos el nexo de la premisa a la conclusión, de la teoría a la práctica: el epicureísmo emerge
como raíz teórica de la PNL, y la PNL como fruto materializado del epicureísmo. Ya hemos
visto, sin embargo, cuánto vale el epicureísmo como fundamento teórico de cualquier cosa. Ya
veremos si la PNL puede, en la esfera práctica, mostrar mejor el epicureísmo.
La PNL surgió de la práctica clínica de uno de los grandes psicoterapeutas del siglo: Milton
Erickson. Paralizado, Erickson desarrolló, quizás por otro lado, una agudeza sensorial inusual,
que le permitió detectar, en las personas que lo rodeaban, cambios muy sutiles en el tono de la
voz, la temperatura corporal, el tono muscular y la dirección de la mirada. Mediante la
interpretación de estas señales espontáneas, pudo comunicarse con sus pacientes en un rango
que iba mucho más allá del contenido verbal explícito, y con esto obtuvo resultados
espectaculares en pacientes que habían sido desilusionados por otros psicoterapeutas,
particularmente en tipos esquizoides con problemas verbales deficientes. comunicación.
El lector no debe pensar que se encuentra ante otra poción mágica, otra charlatanería
inocua. La PNL funciona. Cientos de pruebas realizadas en universidades
norteamericanas, con el más riguroso control científico, así lo han demostrado. Los
patrones de comunicación no verbal que usa son reales y su uso es perfectamente
efectivo. Pero el problema es precisamente ese.
Como ya en 1983 la revista Science Digest denunciaba: “Lugar en el mercado, el
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Señalando el peligro, Science Digest informó, junto con la moda de la PNL, también una ola
de protestas y advertencias que surgieron en su contra de la prensa, círculos académicos,
educadores, profesionales de la salud. Esto fue hace diez años. Pero fue en los Estados Unidos.
Los estadounidenses, a pesar de cierto aburrimiento más reciente, del que me ocuparé en los
capítulos finales de este libro, saben, en general, protegerse contra cualquier cosa que les
parezca que suprime las libertades ganadas con tanto esfuerzo. En Brasil, la PNL se abre
camino desde entonces, con la mayor soltura y rodeada de aplausos, sin que nadie levante la
menor sospecha en su contra, sin que nadie siquiera sugiera la posibilidad de que algo ande
mal. Los brasileños están absorbiendo la PNL con la inquietante maravilla de un niño que se
siente
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Pero cuando el sopor no sólo invade el alma de las personas, sino que
también se apodera de las mentes de los intelectuales y las voces de los mejores se
elevan sólo para corear el canto hipnótico, entonces se extingue la última esperanza
de un despertar de la conciencia. A quien los dioses quieren destruir, primero lo
enloquecen. Cuando, en un curso de Ética nominalmente dirigido a los objetivos de la
salvación nacional, eminentes intelectuales ofrecen Tetrafarmacon y PNL como
soluciones milagrosas, en lugar de condenarlos como poco éticos y advertir contra su
uso, entonces la conciencia pública ya ha pasado la primera etapa de sueño, el del mero
adormecerse, para caer de lleno en la esfera del sueño, de la que sólo saldrá para
sumergirse en la tercera etapa: el sueño profundo, sin sueños. En completo olvido.
La advertencia, es cierto, correría el riesgo de caer en saco roto. Las técnicas de manipulación
psíquica han progresado tanto en las últimas décadas, en alcance, precisión y eficiencia, que han
superado cualquier cosa que el hombre común pueda aceptar como creíble. Y ni siquiera lo acepta:
casi todos oponen una obstinada falta de voluntad para escuchar lo que alguien pueda tener que
decirle al respecto.
Como, por otro lado, los gobiernos, los servicios secretos, las sectas pseudo-místicas y las
corporaciones multinacionales invierten cantidades crecientes de dinero en la investigación de estos
temas, el resultado es que el dominio de los medios para esclavizar la mente de las personas crece
en proporción inversa. a los medios por los cuales pueden ser esclavizados.tienes que defenderte. Y
allí ya no se sabe quién tiene más culpa: el seductor que esclaviza o el seducido que se entrega, con
deleites masoquistas, a la servidumbre voluntaria.
Un ejemplo significativo fue que, tras el éxito mundial de la novela Brave New World
(1932), Aldous Huxley no pudo conseguir más que una audiencia menguante para su libro Return
to Brave New World, en la década de 1970. El primero de estos trabajos fue un ciencia ficción., que
preveía el advenimiento de un orden social robotizado, donde los hombres serían reducidos a la
esclavitud a través de técnicas hipnóticas. El segundo no era ficción, sino un reportaje: informaba,
con pruebas completas, que las técnicas anunciadas en el libro anterior ya estaban listas y en proceso
de ser aplicadas con fines políticos. Que, en definitiva, la humanidad ya tenía un pie dentro del Brave
New World.
¿Por qué el público, tan sensible a las nefastas predicciones de la ficción, cae en una torpe
indiferencia ante la advertencia de que la ficción se ha convertido en realidad?
Una posible respuesta es que esta advertencia en sí misma ya es estupefaciente. Ante ciertas
noticias, es más fácil entrar en pánico que razonar; y el pánico pronto se convierte en estupor, una
insensibilidad catatónica que protege contra nuevas conmociones. La indiferencia afectada es una
reacción de autodefensa contra el pánico, y ¿quién huiría del pánico si no lo estuviera ya?
Una segunda razón es que, al menos en la superficie, existe una contradicción intolerable
al pedir a la conciencia que reconozca su sujeción a un poder inconsciente. Para reconocer
que está dormido, un hombre debe estar al menos medio despierto; la primacía del inconsciente sólo
puede ser afirmada por un hombre consciente; y sólo aquellos que han escapado a la manipulación
saben que están siendo manipulados. Es una de las paradojas más antiguas e incómodas de la
mente humana. Podemos salir de ella, por ejemplo, con la ayuda de las distinciones aristotélicas
entre potencia y acto, sustancia y accidente: en el plano esencial, la conciencia es, por derecho, la
parte dominante; en la existencia real, tiene sus altibajos, y sólo mantiene su control luchando contra
la inconsciencia. Pero la mayoría de la gente pasa por alto estas sutilezas y sólo puede escapar de
la paradoja mediante el desastroso recurso de negar los hechos. Cuanto más tememos al peligro, más
tendemos a fingir una indiferencia superior hacia él: “Siéntate, el león es manso”.
Este no es el lugar para describir en detalle las técnicas para manipular la psique. Pero, entre
la multitud de ejemplos de su peligrosidad, elegiré sólo uno, para que el lector, si todavía tiene algún
residuo de falsa seguridad en sí mismo, pueda deshacerse de él en el acto e ir en busca de la
verdadera seguridad, que está en el conocimiento de la materia. Epicuro, perdóname por este desvío,
que te aseguro que no
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será inútil: cuando volvamos a tu jardín, será con plena conciencia de lo que en él está
plantado.
El diario O Estado de São Paulo, en un despacho de su corresponsal Marielza Augelli
apretado en una esquina de una página,[ 51 ] informó hace algún tiempo de la más
extraña ola de crímenes jamás vista en Italia. Era un nuevo tipo de robo, en el que los
delincuentes no utilizaban armas, cuchillos o armas de fuego, sino... hipnosis. Una forma
de hipnosis instantánea y virtualmente irresistible. La víctima, cajero de una tienda o de
un banco, entraba en un letargo nebuloso y entregaba todos los billetes a los ladrones,
uno a uno, meticulosamente y sin la menor resistencia. Diez minutos después, cuando
se dio cuenta de lo que había hecho, ya era demasiado tarde. En seis meses, la policía
italiana registró más de un centenar de estos delitos.
Las espectaculares hazañas de los hipnoladri, como los denominó la prensa
italiana, se hicieron aún más inquietantes por tres peculiaridades: Primero. Las
víctimas, avergonzadas y confundidas, terminaron culpándose de los actos cometidos
bajo sugestión hipnótica. Es la paradoja que mencioné: asumir una culpabilidad moral
inexistente parece menos doloroso que aceptar la humillante hipótesis de una
discontinuidad de la conciencia. Reacciones análogas aparecen en todos los tipos de
hipnosis. Por ejemplo, el hipnotizador ordena al sujeto, después de despertar, que abra
y cierre un cajón tres veces; obedece y, si se le pregunta por qué lo hizo, ofrece una
justificación completa y personalizada.
Segundo. Por esta misma razón, muchas víctimas no denunciaron (igual que las
mujeres violadas). Esto llevó a la policía italiana a creer que el número total de hechos
registrados, ya alarmante, era mucho menor que el número real de delitos.
Por mucha antipatía que susciten, estas organizaciones siguen actuando con la
mayor soltura en todos los países, a la sombra totémica de la “libertad religiosa”,
aunque todos saben que promueven la esclavitud.
El único país que puso una barrera eficaz al avance de las sectas fue Francia.
En mayo de 1985, el parlamento francés aprobó una ley propuesta por el Partido
Socialista, que permite a las familias de las víctimas alejarlas de las garras de sus padres.
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gurús con la ayuda de la policía, incluso cuando son mayores de edad, y los obligan a
someterse a tratamiento psiquiátrico.
En Estados Unidos, entidades privadas hacen todo lo posible para facilitar la liberación de
personas mentalmente encarceladas por sectas y derivarlas a clínicas especializadas. Para
1988, la costa oeste, la mayor concentración de gurús per cápita en suelo estadounidense,
tenía más de 100 clínicas de terapia para miembros del culto. Pero cualquier acción oficial
está bloqueada por la aporía lógica incrustada en la 5ª Enmienda a la Constitución: el
estado laico no puede definir qué es religión y qué no lo es; por tanto, sólo le resta aceptar
como tal todo lo que se declara tal. Es el todos contra todos, donde la democracia se
convierte en el pretexto de la tiranía (veremos al final de este libro el verdadero alcance de
este fenómeno). En cualquier caso, la opinión pública es consciente del problema, los
debates continúan y tarde o temprano puede descubrirse un medio legalmente válido para
resolver el caso.
Por una trágica ironía, Brasil es, según un estudioso del tema (no brasileño), el
segundo poseedor del récord mundial en número de sectas. El primero es la India, la
civilización herida de la que hablaba VS Naipaul, donde la larga y dolorosa descomposición
de la sociedad tradicional, socavada por la infiltración de Occidente, abre el flanco a toda la
degeneración del espíritu religioso.
Para empezar, el psicólogo austríaco Otto Poezl descubrió que los estímulos visuales
muy débiles, imperceptibles para la conciencia, se retenían más fácilmente en la
memoria que los estímulos más fuertes. Poco después, un publicista, Hal C.
Becker, descubrió que la cosa también funcionaba con estímulos auditivos.
Al insertar una voz muy débil e imperceptible en la música de fondo de un
supermercado que repetía: “Soy honesto, no robaré”, Becker redujo la frecuencia de
robos por parte de los clientes en un 37 por ciento.
La técnica basada en los hallazgos de Poezl se denominó propaganda .
subliminal, actuando por debajo del umbral (en latín, limes) de la conciencia.
Ahora, ¿qué hay de sintetizar Poezl y Pavlov? La mutación de la personalidad
por estimulación contradictoria bien podría producirse de manera subliminal, sin
gritos, adoctrinamiento manifiesto o violencia de ningún tipo. Todo en el suave. La
víctima ni siquiera lo sabría.
El siguiente paso en esta dirección lo dio el psiquiatra inglés William Sargant, al
examinar a los prisioneros chinos de los campos de concentración liberados después de la
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Guerra de Corea. [ 52] Les habían lavado el cerebro "clásico" y muchos eran
completamente neuróticos. Inicialmente Sargant los trató a través del psicoanálisis,
con la ayuda de la hipnosis, para que, recordando traumas enterrados en el
subconsciente, pudieran tener abreacciones, como llamaba Freud a la suspensión
de las conductas neuróticas después de la catarsis curativa. Para su gran sorpresa,
descubrió más tarde que muchos pacientes adecuadamente curados y con
abreacción le habían contado eventos traumáticos que eran completamente imaginarios.
¿Entonces el recuerdo de los hechos, en los que el psicoanálisis estaba tan
comprometido, era innecesario? Fue. Sargant descubrió que podía producir una
abreacción simplemente sugiriendo al paciente, durante la hipnosis, cualquier
evento traumático, incluso remotamente análogo a lo que había ocurrido; una
vez despierto, el paciente recordaba los terribles sufrimientos sugeridos y, tomándolos
como reales, hacía su catarsis y se curaba.
Sobre la base de este descubrimiento, Sargant hizo uno más, decisivo para el
progreso de los medios de dominación psíquica: un paciente sometido a repetidas
abreacciones desarrolló una dependencia morbosa del terapeuta. Cuantas más
abreacciones, más fuerte es el vínculo. Esto explicaba mucho. Gran parte de la
fascinación esclavizante que ejercía sobre sus discípulos el taumaturgo armenio
Georges Ivanovich Gurdjieff, por ejemplo, se debía únicamente a la “magia” de las
repetidas reacciones abdominales. De hecho, Gurdjieff a veces aplastaba a los
pobres bajo montones de demandas vergonzosas, a veces los inducía a descargas
de alivio que les daban una impresión de plenitud y libertad, solo para ser
repentinamente arrojados de nuevo a pruebas humillantes. Repitiendo la operación
varias veces, los discípulos se convencieron de que Gurdjieff era en efecto un extraterrestre.
Gurdjieff manejó igualmente bien la estimulación contradictoria. Rara vez decía
algo con significado identificable, pero siempre dejaba en el aire al menos media
docena de posibles intenciones, haciendo que los discípulos se agotaran en vanas
gimnasias hermenéuticas. Prometía a los alumnos una exposición teórica que
finalmente aclararía todo, y les entregaba un sistema cosmológico completo, que
en las semanas siguientes fue reemplazado por completo por otro, y otro, hasta
que la confusión mental creció a escala cósmica.
Pero para producir el lavado de cerebro discreto e indoloro con el que soñaron los
técnicos faltaban dos cosas: un medio para hacer permanente la mutación de la
personalidad y un vocabulario de señales subliminales que agilizara su uso. El primero
fue proporcionado por el siguiente descubrimiento de Sargant. La segunda, por PNL.
Este hallazgo fue confirmado por muchas otras vías. El psicólogo Leon Festinger
descubrió que incluso formas leves y graduales de estimulación contradictoria
podían producir disonancia cognitiva, generando neurosis y psicosis.[ 54 ] Un estudio
conjunto de IBM y la Universidad de Stanford demostró que es posible producir
artificialmente un cuadro paranoico en los sujetos simplemente con sometiéndolos a un
flujo de información que los deja en un leve estado de alerta frente al riesgo de situaciones
humillantes.[ 55] Dos investigadores, Flo Conway y Jim Siegelman, encontraron que en
el ambiente cerrado y artificial de las creencias pseudo-religiosas, el Los resultados
descritos por Sargant podían lograrse en un tiempo increíblemente corto: en menos de
una semana, a veces en dos o tres días, el discípulo de Moon o Rajneesh sufría una
profunda mutación de personalidad, que los técnicos chinos en lavado de cerebro
tardarían meses o años. producir.[ 56 ] La clave fue una cuidadosa planificación del flujo
de información, calculado para paralizar la conciencia a través de estímulos contradictorios.
3. Se puede producir estimulación contradictoria por medios subliminales, sin que la víctima se
dé cuenta de lo que está pasando (Bandler y Grinder).
4. La técnica se puede aplicar simultáneamente a todos los miembros de una comunidad,
siempre que se sientan desvinculados de sus raíces sociales y afectivas (Conway y Siegelman).
Los resultados serán más rápidos que en el individuo solo.
Observo, por ejemplo, que el movimiento New Age solo logró repercusión mundial en tan
poco tiempo gracias al uso masivo de estímulos contradictorios que reducen a millones de
sus adherentes a la credulidad imbécil y la sumisión patética. No hay precedentes históricos
de este fenómeno. No se parece en nada a lo que en siglos pasados, y en muchas civilizaciones
diferentes, se aceptaba como fe religiosa. La fe puede predisponer a un hombre a creer en
prodigios y milagros, es decir, en transgresiones del orden natural habitual; también puede
llevarte a aceptar la autoridad de un gurú o santo cuyo conocimiento permanece más allá de toda
posibilidad de control; incluso puede hacer que acepte gustosamente sacrificios sin aparente
ventaja inmediata. La fe puede exigir de un hombre que desafíe el sentido común, desobedezca su
disposición natural o luche contra sus intereses más evidentes. Pero siempre hay un límite. O más
bien: hay toda una red de límites, que ninguna religión ha traspasado jamás.
“El problema de las Libertades de la Mente es hoy tan urgente y práctico como el
El problema de la emancipación de los esclavos quedó en el pasado.
“El propósito del ataque es el más antiguo de todos: producir el caos. La victoria deseada
es el caos final en la mente del mundo, la locura por no poder distinguir y por las fantasías de
poder, una niebla de la razón fragmentada en polvo arremolinado, ingobernable, sin propósito y
sin causa.
“La batalla a librar no es sólo entre partido y partido, o incluso, en el fondo, entre aquellos
cuyo énfasis está en la razón y aquellos cuyo énfasis está en la fe. Es más bien, en mi opinión,
una lucha que trasciende todas las diferencias menos una, en cuanto a la validez de la mente
humana, en cuanto a su derecho a distinguir entre el bien y el mal, y su poder para emprender
su viaje a la luz de esa distinción. . El peligro que corremos es que hay grandes fuerzas actuando
en el mundo que nos prohíben emprender este viaje y destruyen nuestra voluntad de hacerlo.”[ 60]
Entre estas fuerzas, las más notorias son el pragmatismo, el neopositivismo, el marxismo, la
pseudorreligión, la Nueva Era. El epicureísmo es un antepasado de todos, y su herencia aún no
está agotada.
45 Declaración a Luís Carlos Lisboa, Jornal da Tarde, São Paulo, 20 de junio de 1995.
Paolo Brun, de la Policía Central de Turín, la ciudad más afectada. Según Brun, ya se
han registrado más de cien casos. Una declaración desconcertante la hizo el cajero del
banco Monte Dei Paschi, de Potenza, quien juró que no entendía cómo dos indios de
profundos ojos negros, de hablar suave y con mucha delicadeza lograron llevarse US$
1.800. “Llegaron a pedirme cambiar dos billetes de $50, y cuando empecé a cambiar el
dinero, solo me pidieron billetes que fueran de la serie x. Eso me molestó, estaba triste
porque no encontraba las calificaciones y luego no recuerdo nada más'. 'No sé cómo, no
podía dejar de repartir todos los billetes de 100.000', dijo el dueño de un supermercado en
Turín. Brun incluso arrestó a tres sospechosos paquistaníes con pasaportes falsos, pero se
vio obligado a liberarlos por "falta de pruebas". Según él, las 100 denuncias realizadas en
toda Italia son sólo la punta de un iceberg, porque muchos casos quedan sin denunciar, por
el miedo de las víctimas a pasar por idiotas”.
52 Véase William Sargant, The Battle for the Mind, Londres, Heinemann, 1957, y The
Possession of the Mind. Una fisiología de la posesión, el misticismo y la curación por la fe,
trad. Klaus Scheel, Río de Janeiro, Imago, 1975.
53 Sargant, La posesión de la mente, pág. 47.
54 Leon Festinger, Teoría de la disonancia cognitiva, trad. Eduardo Almeida, Río
de Janeiro, Zahar, 1975 (original: A Theory of Cognitive Disonance, Stanford, California,
University Press, 1957).
55 V. IBM, Manual de inteligencia artificial.
56 V. Conway y Siegelman, Snapping.
57 Que ningún sabelotodo mencione los koans del budismo, la teología apofática u
otros ejemplos como prueba de que el pensamiento religioso admite la autocontradicción.
Estos ejemplos sólo muestran que en el ámbito místico la comprensión de ciertas verdades
requiere una aprehensión intuitiva capaz de salvar, de un salto, obstáculos que al
razonamiento discursivo le parecen insalvables. Una vez que se encuentra la solución, ésta
resulta ser perfectamente lógica, teniendo en cuenta las distinciones de planos de realidad
que la lógica, por sí sola, obviamente no podría lograr.
siglos. En el occidente cristiano, este arte estuvo incluido hasta hace muy poco tiempo
en las enseñanzas regulares de Teología Mística transmitidas en los seminarios. Si el
conocimiento de esta disciplina no hubiera desaparecido, hazañas como las de
Thomas Green Morton, por no hablar de otras más groseras, no despertarían mayor
curiosidad que como fenómenos de teratología espiritual, lamentable en el mejor de
los casos. Véase, por ejemplo, Albert Farges, Les Phénomènes Mistiques Distingués
de leurs Contrafaçons Humaines et Diaboliques, París, Maison de la Bonne Presse,
1920.
59 No es fuerza de expresión. Muchas tribus indígenas tienen, entre sus tradiciones,
una auténtica ciencia de “discernimiento de espíritus”, que los sitúa,
espiritualmente, muy por encima del hombre blanco medio. Véase, sobre esto,
Joseph Epes Brown, The Spiritual Legacy of the American Indian, Pendle Hill, 1964.
60 Charles Morgan, Liberties of the Mind, Nueva York, Macmillan, 1951, pág. 10, 40
y 53-54.
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CAPÍTULO 5
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Pero si el epicureísmo es indefendible como teoría, si como práctica es sólo una patraña para
engañar a un público poco exigente, ¿cómo podría entonces competir con otras filosofías y
defender su lugar, por modesto que sea, entre las ideas que aún despiertan algún interés? Una
posible respuesta es que, a pesar de sus debilidades, y quizás por ellas, es un fenómeno
significativo. Es una especie de sombra, destinada a acompañar a la filosofía durante siglos de
siglos sin desaparecer jamás, proyectando sobre el suelo la imagen oscura e invertida que, por
tener el perfil externo de la filosofía, siempre será tomada como tal por quien se acerque a los
temas. ... del exterior y movido por intereses ajenos a los del filósofo - por los intereses del hombre
práctico comprometido con "transformar el mundo". Es un concepto erróneo permanente, en el que
la mente humana está destinada a caer de vez en cuando, para tener que levantarse más tarde
volviendo al espíritu filosófico.
Esas chorradas reaparecen, cíclica y regularmente, allí donde se presenta una nueva defensa
de Epicuro. Por ello, no podían estar ausentes del MASP.
Pessanha no inventó exactamente nuevas historias. Sólo reexhibía, ante un público que las
desconocía y al que le parecían nuevas, las leyendas clásicas que los epicúreos, en la oscuridad
del ostracismo, tejieron y cultivaron durante veinte siglos, carcomiendo de envidia la filosofía
dominante.
Vale la pena revisar algunos de ellos, para mostrar, una vez más, que la escuela que engaña en
el campo de la teoría no tendría por qué eximirse de hacerlo también en el campo de los hechos.
***
En su afán por canonizar a Epicuro, el disertante, haciéndose eco de la larga tradición del
marketing epicúreo , pintó un retrato moral del filósofo como un asceta sereno en su jardín,
absorto en elevadas meditaciones, mientras a su alrededor la furia de sus adversarios
arremetía contra él. con odiosas calumnias. . llegado a
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llámalo "malvado" e incluso "cerdo". Y él, como un nuevo Sócrates, lo soportó todo
con elegancia y resignación, ocupado sólo en las cosas del inframundo y ajeno a la vana
agitación de los átomos humanos.
Bueno, no fue nada de eso. Epicuro, a pesar de su declarada ética de indiferencia
hacia el mundo, fue incapaz de permanecer indiferente ante los ataques de sus
adversarios, y menos aún de responder a ellos con gracia. Fue célebre por la incontinencia
verbal con que difamaba, sobre todo, a los ausentes, a los exiliados, a los que caían en
desgracia ante el poder. Por ejemplo, llamó a Aristóteles, recién exiliado, “narcotraficante”;
ni siquiera perdonó a aquellos con quienes tenía una deuda personal. Después de haber
sido discípulo de Nausífanes durante muchos años y haber tomado de él algunas de las
principales ideas que llegarían a constituir el epicureísmo, no dudó en llamar a su viejo
maestro “gusano” y “puta”. Este era su estilo característico de tratar con aquellos de
quienes había copiado algo: cubrirlos de heridas, para aparentar independencia. ¿Es de
extrañar que un tipo así llegue a llamarse cerdo? Los epicúreos, por supuesto, excusan
estos excesos verbales como manifestaciones de la justa indignación moral del maestro.
Es lo que hace Carlos García Gual, por ejemplo, en su librito apologético.[ 61 ] Pero, ¿por
qué no explicar los ataques de los adversarios con igual motivación? ¿Por qué el mismo
procedimiento debe ser encomiable en un hombre y censurable en otros?
***
***
El muy epicúreo García Gual señala que, para Epicuro, cualquier idea
filosófica que no pretendiera aliviar el dolor y obtener el placer, el alivio más
inmediato y el placer más inmediato posible, estaba totalmente desprovista de
sentido. El filósofo del jardín, dice, “no quiere arriesgar la felicidad personal,
presente, al alcance de la mano”. La filosofía y el ascetismo eran, por tanto, para
Epicuro, meramente instrumentales, tanto como los de un monje cristiano. Si esto
último es “interesante”, el epicúreo no lo es menos. La diferencia es que la
recompensa esperada por el cristiano es espiritual y de ultratumba, y la del epicúreo
es material ya corto plazo. Si hay alguna diferencia de mérito en esto, es a favor del
cristiano, cuyo ascetismo desarrolla las virtudes de la fe y la esperanza en un sentido
último de la existencia, que suprime el epicureísmo. Entre los dos “oficios”, el
epicúreo es sólo más malo: no da crédito a ningún sentido último. Se requiere pago
en efectivo.
Otra leyenda muy querida por los epicúreos es que la escuela cayó en el
descrédito y el olvido, desde la Antigüedad hasta ahora, gracias a una
conspiración urdida por aristotélicos y cristianos e inspirada, en su mayor parte,
por prejuicios religiosos. Pero en lo más profundo de un silencio ominoso -continúa
la leyenda- lascuando
vez en valientes voces
para de algunos
proclamar servidores
la grandeza de la verdad
del olvidado se alzaban de
maestro.
***
Una teoría física, por sí misma, no prueba nada, filosóficamente. Por el contrario,
siempre requiere algún fundamento filosófico. Heisenberg buscó la suya en
Malebranche y Leibniz, es decir, en el racionalismo clásico, en lo que podría ser más
antagónico al disparate epicúreo .[ 66]
En este contexto, la afluencia de discípulos al jardín de Epicuro fue uno de esos casos de evasión
generalizada, propios de tiempos de reflujo de grandes ideales sociales: “La fuga de los intelectuales
a la soledad del desierto”, escribió Jakob Burckhardt, “ es la marca de los tiempos en que el mundo
cae: orbis ruit”. No tengo que ir muy lejos para buscar un ejemplo. Mi generación, la de Pessanha,
llevó profundamente la experiencia de la soledad y el exilio en los años que siguieron a 1968. Una vez
aplastados los ideales de la izquierda nacionalista, que daban un sentido de participación histórica a
los intelectuales brasileños, la estampida general que siguió el Acto Institucional No 5 llevó a muchos
a la evasión por las drogas, por la embriaguez erótica, por la pseudo mística “oriental” importada de
California. Marx y Guevara fueron cambiados por Allan Watts y Timothy Leary. La música popular
marcó el cambio de sentimientos en el ambiente universitario: la protesta abierta y combativa
desapareció de las letras de las canciones, dando paso al lamento melancólico; Allí fue un gran éxito
“Felicade”, de Caetano Veloso, una invitación a escapar por el “vuelo del pensamiento”, y otra, cuyo
título se me escapa, en la que la voz dolorosa de Elis Regina suspiraba por “una casa en el campo”
— refugio del militante al que el desengaño había convertido en diletante. Servirían como jingles para
el Jardín de Epicuro. Por esa época, José Américo Motta Pessanha, profesor de izquierda expulsado
de su cátedra, entró a trabajar en la Editora Abril, donde
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editó Los Pensadores. Probablemente fue en esta ocasión cuando descubrió el alivio
en la farmacopea epicúrea.[ 68]
Pero la comparación de las épocas sigue siendo imprecisa. En una tierra que se estrecha
bajo el yugo de los tiranos, la intelectualidad huye al silencio del campo para buscar la
vida interior, el camino al cielo. El filósofo Boecio, perseguido político, reflexionaba en
prisión sobre los beneficios interiores del aislamiento forzoso: “Es la tierra conquistada la
que nos da las estrellas”. Pero en la época de Epicuro, el camino al cielo también estaba
cerrado. La religión oficial, desmoralizada por la crítica filosófica, había perdido todo
atractivo. La mística intelectualizada había quedado fuera de alcance con el exilio de los
filósofos. Expulsado de la tierra, sin puerta al cielo, al ateniense desesperado de entonces
sólo le quedaba un camino: el camino hacia abajo. A siete palmos bajo tierra. Al olvido
eterno. El epicureísmo allanó este camino. Más que una mera depresión política, su éxito
surgió de un estado de completa contención espiritual, de desesperación aplastante, que
predisponía a los hombres a aceptar las promesas de alivio más degradantes. Es una
filosofía de hombres reducidos a la condición de ratas, para quienes las aguas negras son
una esperanza.
61 Carlos García Gual, Epicuro, Madrid, Alianza Editorial, 1981, reed. 1985.
62 Ingemar Düring, Aristóteles. Exposición y Interpretación de su Pensamiento, trad.
Bernabé Navarro, México, Universidad Nacional Autónoma, 1990, p. 42.
63 Durante, op. cit., pág. 41.
64 V. Pierre Aubenque, Aristote et le Lycée, en Brice Parain (ed.), Histoire de la Philosophie,
París, Gallimard, 1969 (Bibliothèque de la Pléiade), t. yo, págs. 685-687, y también los
cuadernos de trabajo de mi curso Pensamiento y actualidad de Aristóteles (Rio de Janeiro,
IAL, 1994), fasc. I-III.
65 Véase Werner Heisenberg, op. cit., cap. I.- Es verdad que el indeterminismo de
Heisenberg puede ser utilizado contra el realismo filosófico (doctrina que, absorbida
por la Iglesia a través de su versión tomista, fue eventualmente incorporada al dogma), pero
esto de ninguna manera lo opone al espiritismo en general.
Además, los argumentos de Heisenberg no son tan serios como imagina el profano
deslumbrado. La fórmula del “principio de incertidumbre” es ÿx.ÿmv ÿ ÿ/2. Es decir que el
margen de error al medir la posición x de un electrón, multiplicado por el margen de error al
medir su cantidad de movimiento (masa, m, por velocidad, v) nunca es menor que ÿ/2, es
decir, que la escala de Planck reducida constante dividida por 2). En realidad es una afirmación
ambigua, ya que no deja claro si el margen de error afecta solo a la velocidad, v, o también a
la masa, m. En el primer caso, el principio de incertidumbre sólo expresaría un obstáculo de
tipo operacional; en el segundo, una inexactitud inherente a la naturaleza misma de la realidad
física. Muchos partidarios del indeterminismo simplemente asumieron esta última alternativa,
incluso antes de que se dieran cuenta de la ambigüedad, que solo les fue mostrada décadas
después por los oponentes de la teoría. En otras palabras, un defecto en la ciencia física
puede haberse proyectado de la nada sobre la estructura de lo real. Stanley L. Jaki muestra
sin piedad este y otros errores aterradores en “Determinism and Reality”, The Great Ideas
Today 1990, Chicago, Encyclopædia Britannica.
66 Es, sin embargo, un lugar común entre intelectuales con poco conocimiento filosófico
reivindicar las teorías de Heisenberg como argumentos a favor del ateísmo, basados en
lecturas superficiales. El ejemplo más reciente es el de Paulo Francis, quien en sus memorias
Thirty Years This Night (São Paulo, Companhia das Letras, 1994, p. 52 —en realidad un
segundo volumen, continuación de O Afeto que se Encerra, Rio de Janeiro, Civilização
Brasileira, 1980), confiesa que llegó a la conclusión de la inexistencia de Dios siendo un
adolescente, durante una meditación en el tranvía, y, sin volver jamás sobre el tema, encontró
más tarde accidentalmente confirmación en los argumentos de Heisenberg. Francis —un
autor que en otros aspectos es digno de la mayor admiración— no es el primer intelectual
brasileño que he visto admitir sin vergüenza, e incluso con
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cierta vanidad, el origen fortuito y el carácter frívolo de sus opiniones sobre un asunto serio; y
que, al hacerlo, comete una segunda ligereza, dando un mal ejemplo a los lectores,
especialmente a los jóvenes. Pero en realidad el ejemplo es inocuo: la moda ya se ha puesto de moda.
— Pero lo más extraño en casos de este orden es la audacia con que muchos intelectuales
concluyen del indeterminismo físico la inexistencia de Dios, barriendo bajo la alfombra el
hecho de que durante dos siglos el principal argumento en defensa de esta conclusión fue
precisamente el determinismo. Para Pierre Bayle, La Mettrie, Helvétius, d'Holbach y tutti
quanti no cabía la menor duda: si el universo funcionaba como una máquina según leyes
inmutables de causa y efecto, entonces Dios se convertía en una hipótesis prescindible (la
más feroz de todas). De hecho, Laplace fue quien introdujo el término agnóstico en el léxico
de las autodefiniciones pedantes). Pero la hipótesis determinista, así como su contraria, es
realmente prescindible, ya que ambas pueden servir igualmente como “pruebas” de lo que se
quiere probar per fas et per nefas. La historia del ateísmo militante es una prodigiosa sucesión
de patrañas. Es que el ateísmo, en general, es una opción juvenil, previa a cualquier
consideración racional del tema, y una vez tomada, sólo le queda racionalizarse a posteriori
mediante artificios que serán más o menos ingeniosos según la aptitud y la exigencia
personal. de argumentos. No hay un solo caso célebre de un pensador que llegara al ateísmo
en edad madura, por profundas reflexiones y razones intelectuales relevantes. Además, toda
fe religiosa convive, casi por definición, con dudas y crisis, mientras que el ateísmo militante
tiene siempre la rigidez ciega típica de las creencias adolescentes. El ateísmo militante es, en
sí mismo, un signo grave de inmadurez intelectual.
CAPÍTULO 6
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Puedo explicar mejor y dar una base más “técnica” a lo dicho en el párrafo anterior.
El lector que prefiera saltar directamente al § 18 no perderá el punto.
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del argumento, sólo se privará de una prueba más rigurosa y más tediosa.
“Hasta ahora –dice la Tesis 11[ 74] – los filósofos se han limitado a interpretar el
mundo. Ahora les toca a ellos transformarlo”.
2. Para saber en qué consiste este cambio, necesitamos entender qué actitud lo
precedió. ¿Cuál es la actitud interpretativa que Marx opone a la actitud transformadora?
Siendo theoria y praxis conceptos clásicos de la filosofía griega, es a esta última a la que
debemos referirnos. (Es cierto que el término praxis en Marx tiene, o pretende tener, un
significado propio diferente, pero este no es el caso, porque si los filósofos antiguos a los
que se refiere Marx hicieron theoria en oposición a la praxis, no podemos supongamos
que tenían en mente el sentido marxista de la palabra praxis, pero el sentido griego).
ontológica e incluso física del objeto, la praxis comienza por negarlo, es decir, por no
admitir que el objeto es lo que es y por exigir que se transforme en otra cosa: no
interpreta, sino que transforma.
3.4. No se trata, por supuesto, de condenar la praxis en nombre de una vida
contemplativa utópica, sino sólo de restaurar el sentido de una jerarquía de valores
que parece ser inherente a la estructura del individuo humano sano. La práctica, que
transforma, se dirige esencialmente a los medios: como toda transformación apunta a
un resultado oa un fin, el objeto sobre el que incide es siempre y necesariamente un
medio, sólo un medio. La tierra que el hombre cultiva es un medio o instrumento, la
oveja que engorda y mata es un medio o instrumento, el árbol que tala es un medio o
instrumento. El trabajo, al igual que el capital, es un medio o instrumento. Lo que es
un medio o un instrumento no importa ni cuenta por sí mismo, sino por otra cosa: el
medio o instrumento es un intermediario, una transición o pasaje, aquello que en un
determinado punto del camino se abandonará para dar paso a los extremos La
tendencia universal del hombre a la economía de esfuerzos muestra la sujeción de los
medios a los fines.
A la inversa, lo que es fin o valor en sí mismo no es objeto de praxis
transformadora , sino de contemplación, de amor. Como decía Miguel de
Unamuno, “el tranvía es útil porque me lleva a casa de mi amada; pero ¿qué es
para mí? Puedo, por supuesto, reducirla a un medio o instrumento de mi placer, pero
en este caso ya no tengo amor por ella, sino por el placer como tal.[ 76 ] El objeto
amado, si realmente es, no es un significa, sino fin.
No queremos cambiarlo, transformarlo, usarlo para otra cosa, sino disfrutar de su
presencia sin alterarlo, sin cambiarlo de ninguna manera.[ 77 ]
Al contrario, al contemplar y amar somos nosotros los que nos transformamos:
“El que ama se convierte en la cosa amada”.
Hay, por tanto, aspectos de la realidad que sólo pueden conocerse a través de la
praxis, otros que sólo pueden conocerse a través de la teoría. Pero la praxis procede
necesariamente negando el objeto, reduciéndolo a medio e instrumento, y la teoría
afirmando su plenitud y su valor como fin. Es evidente, entonces, que: 3.4.1. Hay
una dosificación diferente en la combinación de lo teórico y lo práctico para el
conocimiento de los diversos tipos de seres: lo que para mí es un medio y un
instrumento, sólo puedo conocerlo cuando lo uso; lo que para mí es finalidad y valor
en sí mismo, lo conozco al contemplarlo, al amarlo, al defender su integridad ontológica
contra cualquier intento de convertirlo en otra cosa. Van Gogh conocía los pinceles y
las pinturas tal como los usaba y, usándolos, los gastaba. Pero conozco las pinturas
de Van Gogh en la medida en que se conservan intactas para mi contemplación.
3.4.3. Sin embargo, existe una clara distinción jerárquica: la contemplación, como
objetivo y fin, se antepone a la práctica, que al final sólo sirve para remover los
obstáculos que nos separan del goce contemplativo. El hombre no transforma lo que le
agrada, sino lo que le disgusta: se entrega a la contemplación por gusto, a la práctica
por necesidad (sin contar, claro, que en la práctica misma hay un elemento lúdico y
contemplativo, que hace agradable el trabajo). en sí mismo y le da un valor independiente
de su beneficio práctico).
3.4.4. De todo esto se puede concluir que establecer la práctica como fundamento
y valor supremo del conocimiento es establecer el reino de los medios, prescindiendo
de los fines; es invertir el sentido de toda acción humana y negar la consistencia
ontológica de la realidad. Es enfrentarse a lo real como un todo -incluyendo al hombre
y su Historia, así como al conjunto de acciones individuales practicadas por los seres
humanos- como un vasto instrumento sin finalidad alguna. Está transformando el
universo en una enorme máquina de romper plátanos.
Aquí, ya en Marx, está la raíz de la nietzscheización de la izquierda, en la que
muchos teóricos, escandalizados, verán una traición al marxismo. La filosofía de la
praxis contiene en su núcleo, oculto pero no menos poderoso, la negación del
sentido de la realidad, la apología del absurdo. Es obvio que se trata de una herencia
epicúrea inconsciente, que vino a ser rescatada cuando, tras la crisis mundial del
marxismo, la intelectualidad de izquierda se rindió masivamente a una especie de
pseudo-heroísmo del disparate, enorgulleciéndose de seguir defendiendo los ideales
de los movimientos sociales. lo cual, en un mundo sin sentido, sólo puede consistir en
una afirmación nietzscheana de la voluntad de poder, en un clinamen gratuito y
arbitrario que el hombre, por pedantería o descuido, opone al clinamen arbitrario y
gratuito de los átomos.[ 78 ] Un talentoso El escritor John Anthony West comparó al
duro materialista con un John Wayne de la filosofía, impávido en la silla de montar,
mirando con la mayor indiferencia los movimientos aleatorios de los átomos en la
llanura y despreciando los gritos de los débiles que necesitan un sentido para la vida.
El llanero solitario en el desierto del absurdo sintetiza a Marx, Nietzsche y Epicuro.
3.5. Hay un curioso paralelismo entre las nociones de objeto de la teoría y objeto
de la praxis, por un lado, y, por el otro, valor de uso y valor de cambio. El valor de
uso es, en cierto modo, una propiedad, toda cualidad inherente al objeto, forma
parte de su consistencia ontológica; mientras que el valor de cambio es accidental,
como dice el propio Marx: depende de circunstancias históricas que nada tienen que
ver con la naturaleza del objeto. Uno de los reproches morales que el marxismo
dirige al capitalismo es que en él el valor de cambio acaba devorando el valor de uso
hasta desaparecer, hasta que todos los objetos ya no existen sino como “mercancías”,
según la famosa boutade de Bertolt Brecht: “Yo no no se que es. Solo sé cuánto
cuesta”. Esto es lo mismo que decir que el capitalismo absorbe la categoría de
sustancia en la categoría de pasión. Si el capitalismo realmente hace esto o si es
solo una figura retórica, una hipérbole, es algo que debe investigarse. Pero que en la
filosofía de Karl Marx se produzca esta inversión es evidente. Sólo en este caso la
censura de Marx al capitalismo pierde su valor objetivo, quedando reducida a una
mera proyección: Marx censura
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Una síntesis fundada sobre la aparente unidad de una palabra, bajo la cual
se oculta una multiplicidad de conceptos mutuamente incompatibles, es sólo una
apariencia de síntesis, así como la unidad de la tradición materialista, fundada
sobre esa palabra, es pura pretensión. Pero para un maestro de la retórica, las
palabras y las apariencias lo son todo. Una apariencia creíble de concepto, una
apariencia persuasiva de unanimidad, puede no valer nada desde un punto de
vista filosófico e historiográfico. Pero, manejadas por el retórico, bastaron para
despertar una poderosa oleada emocional, cautivar a la rebelión contra el espíritu
como insatisfacciones personales, políticas, familiares, económicas y puramente psicopáticas.
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Sólo que el hombre movido por impresiones no sabe adónde se mueve, y por eso la ciencia de
producir impresiones es cultivada con esmero por todos aquellos que tienen la ambición de
conducir a los pueblos.
La materia no es un concepto, excepto en el sentido convencional e instrumental.
tal como aparece en los libros de texto de física, sin ninguna pretensión ontológica—y el
materialismo no es una doctrina, excepto en el sentido negativo de una colección de opiniones
diversas y contradictorias. Pero la materia es un símbolo y el materialismo es una fuerza. No
una fuerza física, sino una fuerza histórica, compuesta de impresiones y emociones que
producen actos. En ausencia de una “materia” conceptualmente identificable —excepto, repito,
en un sentido instrumental perfectamente compatible con las doctrinas espiritualistas
propugnadas por la mayoría de los grandes físicos— la unidad de la tradición materialista no
podría forjarse sobre la base de laa defensa
favor, sino
de una
la materia.
unidad Si
enesta
contra:
unidad
la unidad
existe,negativa
no es una
de unidad
aquellos que, sin poder afirmar nada en común, se dan la mano en la solidaridad de una
negación: la negación del espíritu. La tradición materialista, si existe, no es otra cosa que la
amalgama fortuita de negaciones puestas, por diferentes individuos y por un número indefinido
de razones, a todas y cada una de las afirmaciones del espíritu. Es, para la continua densidad
del linaje espiritista, lo que son los agujeros para el queso suizo. Pretender que esta tradición
existe sustancialmente, y no sólo como una suma artificial de diversas negaciones, es querer
separar físicamente y colocar lado a lado en diferentes lugares del espacio, por un lado la masa
total del queso, por el otro. por otro lado la masa total de los agujeros. Si consideramos
simplemente el hecho notorio de que Platón y Aristóteles estaban absortos en la filosofía cristiana
y que todos los filósofos importantes de Occidente desde Agustín hasta Hegel eran cristianos, sin
excepción, veremos que la afirmación de Pessanha solo puede entenderse como un delirio
alucinatorio o como dolo doloso. Componer una tradición materialista con retazos de las opiniones
de beletristas y pseudo-filósofos, y convertirla en la línea principal de la continuidad del
pensamiento humano, reduciendo el espiritismo a una colección fortuita de excepciones, es, sin
exagerar, la más asombrosa falsificación de historia jamás emprendida por un militante de
izquierda, desde que la Academia de Ciencias de la URSS injertó la cabeza de un extraño en los
hombros de Trotsky en el
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Una vez que Marx y Epicuro están unidos por los lazos sagrados del odio a la
inteligencia teórica y la primacía del interés práctico, Pessanha comienza a tener sentido. En
el reino de las ilusiones, no existe una hostilidad esencial entre el interés personal y el interés
colectivo: la evasión epicúrea y la utopía socialista pueden coexistir en armonía en una
misma alma, unidos en la lucha común contra el principio del conocimiento objetivo y en el
esfuerzo común por reemplazarlo. la realidad en lugar de comprenderla.
Pero todavía hay un punto oscuro. Marx y Epicuro, que difieren en la escala de
transformación —social en un caso, individual en el otro— puedentienen
estar de
un acuerdo
principio porque
en
común, al menos en apariencia: el materialismo. Más precisamente, dos principios: el
materialismo y la primacía del interés práctico, la depreciación de la inteligencia teórica.
Pero, ¿cómo conciliar el materialismo con la Programación Neurolingüística y el movimiento
New Age?
Filosóficamente, parece imposible. La Nueva Era se adhiere masivamente a la
metafísica oriental o pseudo-oriental, que para el marxista es mera ideología
feudal y para el epicúreo una abyecta esclavitud del hombre a los dioses. En cuanto a
la PNL, se inspira en un kantismo radicalizado, hipertrófico, que ve en el mundo la mera
proyección de nuestros pensamientos, hipótesis que el marxismo rechaza como idealismo
burgués:
De esta observación kantiana, sin embargo, el teórico de la PNL saca una conclusión que
conduce directamente a un pragmatismo con tintes nietzscheanos:
“Dado que ignoramos cómo son realmente las cosas y solo sabemos cómo las
representamos, ¿por qué no representarlas de una manera que nos empodere?
Cualquiera que sea el horror de la situación, siempre puedes representarlo de una
manera que te empodere.”[ 84]
Por otro lado, sin embargo, la PNL tampoco pierde el tiempo interpretando el
mundo, se encarga de transformarlo. Entronizar como representación válida no la que
describe correctamente la realidad, sino la que nos da el poder de actuar en ella —o al
menos una ilusión dinámica de poder que nos da el coraje de luchar por el poder— es
una propuesta con un sentido pragmático. [ 85 ] Pero el pragmatismo, tal como lo veía
Gramsci, puede conciliarse perfectamente con el marxismo en la medida en que ambos
dan la espalda a la descripción de la realidad y enfatizan su transformación. Ambos, por
igual, confunden teoría y práctica: el pragmatismo, mezclando lógica y psicología, el
estudio de las causas reales que producen el pensamiento verdadero o falso, con el de
las exigencias ideales y formales del pensamiento verdadero;[ 86] el marxismo, al
confundir ideología con sociología.- la expresión del interés de clase con la descripción
del estado objetivo de la sociedad.[ 87] Marx nunca se dio cuenta de la contradicción
entre su ideal de una ciencia objetiva y universalmente válida y su mezcla de teoría y
práctica. De hecho, cualquier aplicación práctica de una teoría sólo es posible en la
medida en que los límites entre una y otra estén rigurosamente delimitados en la propia
teoría. Una teoría que se deja contaminar por la “práctica” en el curso de la investigación
teórica nunca podrá saber si sus resultados se hallaron en lo real externo o si fueron
producidos e injertados en él por la acción práctica del científico-militante, un ser ambiguo
y de dos caras que no distingue entre y la emisión de profecías autocumplidas.[ 88 ]
personas que buscan en las teorías una vana confirmación de sus deseos y aspiraciones,
y no conocimientos válidos y mucho menos aplicables en la práctica. Tampoco sirve para
crear una descripción aproximadamente correcta de la realidad, y mucho menos para
hacer predicciones que apoyen la acción práctica. La incapacidad absoluta de los teóricos
marxistas para predecir el curso de la historia, su sucesión
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integrados en la nueva ola y los paganos, aún no tocados por el espíritu de la horda.
4. Por esta razón, la mentalidad de la Nueva Era es tanto individualista como
colectivista. Individualista, al sustraer al individuo del diálogo racional. Ante el llamado
de la razón, que es una para todos, el individualista anárquico se encierra en los
corazones, refugiándose en la protección de su “gurú interior”, que le insufla verdades
indecibles, por encima y más allá de toda confrontación racional. Por otro lado, lo que
le sopla este gurú, en lugar de aislarlo para siempre del mundo, lo integra a la horda
festiva de quienes recibieron idénticos mensajes a través del “camino interior” de la
radio y la TV, las películas y los espectáculos. La voz del gurú, después de todo, nos
rodea por todas partes. La “interioridad” de la nueva Era no deja lugar a un solo
momento de recogimiento y reflexión.[ 91 ] Al fundir los sentimientos interiores del
discípulo en la atmósfera emocional que lo rodea, suprime el intervalo, la distancia entre
el yo y el mundo. , sin la cual es imposible cualquier examen crítico-objetivo. No es que
esté en contra de todo pensamiento crítico. Al contrario, la alienta, en tanto se vuelve
contra las formas de autoridad que no interesan al movimiento: la autoridad burocrático-
racional de la ciencia, la autoridad tradicional de los padres o la religión consuetudinaria.
A menudo produce allí críticas realistas y pertinentes. Sin embargo, tan pronto como el
discípulo cruza el umbral del templo y entra en el círculo mágico de la autoridad
carismática, no sólo las críticas, sino a veces todos los pensamientos, son rechazados
como tentaciones demoníacas. El pensamiento es degradado al estado de un arma de
fuego, y el porte de un arma solo se concede fuera de los muros, en el reino profano de
la oscuridad exterior, para uso selectivo contra herejes e infieles.
¿Tanto libertinaje?”, texto de apertura del simposio Libertinos/ Libertários, Río de Janeiro,
Funarte, 1995 — un ejemplo edificante de cómo el culto pedante a los autores menores puede
coexistir en un mismo cerebro con un profundo desconocimiento de la Historia de la Filosofía,
así como del Pleno de la historia judicial .
77 V. Olavo de Carvalho, Sobre la contemplación amorosa. capítulos de un
Autobiografía interior (libro de trabajo), Río de Janeiro, IAL, 1995.
78 La elevada tasa de intelectuales pedantes y ricas esteticistas en las filas de la izquierda
—fenómeno universalmente conocido— no debe ser, pues, una mera coincidencia, ni mucho
menos una contradicción, sino la perfecta manifestación del espíritu de la cosa: luchar por “ una
sociedad justa” es el diletantismo ético de aquellos que no creen en la ética excepto como una
convención arbitraria, un mito ideológico o un dispositivo táctico. De ahí la vana inversión que,
despreciando la obediencia a valores morales explícitos, ensalza casi como un santo al hombre
que obra bien según una ética en la que no cree, afirmando en la práctica lo que niega en teoría:
la bondad accidental y diletante del inmoralista. parece envuelto en el encanto de una gratuidad
divina, negada a quienes sencilla y humanamente hacen lo que les parece justo según una regla
moral. De ahí también la facilidad con que estas personas producen sustitutos de la justificación
“ética” de los crímenes y perversidades cometidos a causa de su “ideal”: porque tiene la perfección
estética de una forma arbitraria concebida por la mente, y no se deja ser contaminada por las
exigencias de la autoconciencia moral, atenta al juego de los pretextos y los actos. Sobre el
esteticismo como fuente de las doctrinas políticas modernas, v. el magistral —e injustamente
olvidado— ensayo de Otto Maria Carpeaux sobre Maquiavelo en A Cinza do Purgatório, Rio,
Casa do Estudante do Brasil, 1942; sobre el esteticismo como ideología dominante en las clases
alfabetizadas brasileñas, v. el no menos notable y no menos olvidado libro de Mário Vieira de
Mello, Desenvolvimento e Cultura. El Problema del Esteticismo en Brasil, São Paulo, Nacional,
1958.
79 Timeo, 47c.
80 Sobre el sentido puramente contemplativo de la actividad intelectual en la Edad Media,
v. la invaluable tesis de Antônio Donato Paulo Rosa, Educación según la Filosofía Perenne,
presentada en la Facultad de Educación de la USP en 1993 (tesis mecanografiada). Sobre la
incapacidad de los burgueses -liberales y socialistas- para comprender esto, vid. Kenneth
Minogue, El concepto de universidad, trad. Jorge Eira García Vieira, Brasilia, UnB, 1981.
último de estos hechos, en julio de 1995, el sr. Adauto Novaes, el nuevo empresario de la filosofía-
espectáculo, pretendía imponer al público la convicción de que la indiferencia nacional hacia
autores como La Mettrie, Sénancour y Crébillon Fils (libertinos de segunda fila) es un atraso
cultural intolerable (ver Novaes, loc. cit. .).
En un país que todavía ni siquiera se ha interesado en traducir las obras de Leibniz y Aristóteles
(y que recién en 1995 tuvo su primera traducción de Wilhelm Meister de Goethe), esto es puro
esnobismo paleto parisino.
83 Anthony Robbins, Poder ilimitado, trad. Marie-Hélène Dumas, París, Laffont, 1989,
p. 59.
84 Id., pág. 58.
85 Sobre la relación entre pragmatismo y marxismo, vid. La Nueva Era y la Revolución
Cultural, p. 80-82 y 113-117 de la 2ª edición, y en especial O Imbecil Coletivo, capítulos 3,
4 y 5. Imprescindible para una comprensión profunda de lo que se leerá en las páginas siguientes.
89 “La Nueva Era como Filosofía Perenne”, Los Angeles Times Book Review, feb.
el 71988.
,
90 Entendiendo la Nueva Era, trad. João Marqués Bentes, São Paulo,
Bompastor, 1993. Un libro muy valioso que, por ser publicado por una editorial
religiosa, es ignorado por la crítica, servilmente atenta, sin embargo, a las publicaciones
ocultistas y de “autoayuda”. 91 Es significativo que, en sectas como las de Moon y
Rajneesh, uno de los medios utilizados para romper la resistencia psicológica de los
discípulos consiste precisamente en no darles un solo momento de intimidad,
sometiéndolos a la constante vigilancia e intrusión de sus compañeros y superiores.—
siempre, por supuesto, de manera amable y discreta, para que la víctima no perciba
esto como una señal de intención manipuladora. Los efectos psicológicos son
devastadores.
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CAPÍTULO 7
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MATERIALISMO ESPIRITUAL
En todas las grandes tradiciones espirituales, sin excepción, se encuentra alguna división
ternaria de los estratos de la realidad, como Dios, Homo, Natura en el cristianismo o Cielo-Tierra-
Hombre (Tien-Ti-Jen) en el taoísmo.
A esta división del todo corresponden, para las innumerables partes, aspectos y planos
secundarios, tantas subdivisiones, también ternarias, que se hacen eco y repercuten unas en
otras según una infinidad de escalas y puntos de vista. A la Trinidad cristiana -Padre, Hijo y
Espíritu Santo- corresponde, en el microcosmos de la constitución humana, el cuerpo, el alma y
el espíritu ternarios. El alma, a su vez, es vegetativa, apetitiva, intelectiva.
En la tradición china, la división ternaria del mundo imita a otro ternario superior: el de los
principios metafísicos supremos Yang, Yin y Tao, que puede traducirse, sin más pedantería esotérica,
por Forma, Materia y Proporción, siempre que sea entendido que una traducción no es una
explicación. Los tres principios, por cuanto rigen la totalidad del ser, se manifiestan en cada uno de
los pequeños hechos que en una multitud inagotable componen la sucesión de la vida cósmica, por
lo que el paso ternario es el curso de todas las acciones y mutaciones. El I Ching, “Libro de los
Cambios”, presenta un modelo en miniatura de todas las mutaciones posibles: de ternario en ternario,
añadiéndolos de dos en dos,[ 92 ] el libro sagrado de la dinastía Tchou cierra el ciclo alcanzando el
número 64 : el los siguientes ciclos repiten el esquema.[ 93 ]
¿un todo? “La lógica, dice Schuon, es una ontología del microcosmos de la razón humana”.
La tríada hindú, Brahma, Vishnu y Shiva, que expresa a grandes rasgos las ideas de creación,
conservación y transformación respectivamente, corresponden a tantos ternarios en las esferas
cósmica y humana, por ejemplo, los movimientos del cosmos, Tamas, Rajas y Sattwa ( caída,
expansión, ascensión), o la de los estados de conciencia -vigilia, sueño y sueño profundo- a través
de los cuales el hombre vuelve de la manifestación sensible cosas.
al principio metafísico de todas las
El paso ternario entre el mundo y el origen está marcado por el monosílabo Aum, cuyas letras
corresponden, en orden, a los tres estados mencionados.
El fiel musulmán,[ 94] al orar, pasa por estas mismas etapas, simbolizadas en las
tres posiciones de la oración litúrgica -de pie, sentado y postrado-, que personifican al hombre ante
el mundo, al hombre ante sí mismo y al hombre anulado ante la infinitud divina. Aquí, también, tres
letras indican el camino: A, D y M, que forman la palabra Adán (el árabe generalmente suprime las
vocales intermedias en la escritura), es decir, Adán, el hombre primordial, modelo de la especie.
Las tres etapas son equivalentes, mutatis mutandis, a las tres franjas del tiempo: la
temporalidad, o sucesión sin retorno, la perenneidad o evitabilidad, el tiempo cíclico, que
pasa pero regresa, devolviendo al final intactas las posibilidades que había al principio; y la
eternidad , como la definió Boecio, “plena y simultánea posesión de todos sus momentos”, tota
simul et perfecta posesio. La noción del tiempo triple se encuentra, perfectamente igual, en todas
las tradiciones espirituales, y también en la estructura de las lenguas antiguas. En árabe, hay un
tiempo para las acciones concebidas como final (en cualquier tiempo cronológico), uno para las
acciones in fieri y otro para las acciones concebidas independientemente del final o la continuación.
Corresponden, estructuralmente, al tiempo, a la continuidad perenne, a la eternidad. Se ve lo
mismo en griego o en hebreo.[ 95 ]
El ternario de los mundos, en suma, parece aprehender, si no una ley ontológica, la verdad
imbricada en la constitución misma del ser, al menos una “constante del ser”.
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espíritu humano”, una tendencia universal del hombre a considerar el ser como si estuviese
así constituido. Por eso, lo que sorprende de él no es la ubicuidad de su presencia en las
grandes tradiciones religiosas, sino su ausencia en algunas de las más pequeñas. Ciertas
culturas tribales parecen desconocerla por completo, o tener una idea nebulosa y lejana de
ella, residuo de una vieja doctrina olvidada. Mircea Eliade notó en las tribus africanas y
polinesias un debilitamiento del sentido de la eternidad metafísica, paralelo a una proliferación
hipertrófica de divinidades cósmicas o fuerzas naturales deificadas, una hinchazón de la
perennidad, que engullía o encubría el sentido de la eternidad:
Nzambi, de los bantúes, es también un gran dios celestial que se retiró del culto...
Lo mismo ocurre con los Angonis, que conocen a un ser supremo pero
adoran a los antepasados; entre los Tumbukas, para quienes el creador es
demasiado distante y demasiado grande 'para interesarse por los asuntos vulgares de
los hombres'; entre los Wahéhes, que imaginan al ser supremo Ngurubi como creador y
todopoderoso, pero saben que son los espíritus de los muertos los que ejercen una
vigilancia real sobre las cosas del mundo y es a ellos a quienes rinden culto regular...
Los bantúes dicen: 'Dios, después de haber creado al hombre, nunca más quiso
tener nada que ver con él'. Y los mirlos (pigmeos) repiten: 'Dios se ha apartado de
nosotros'”.[ 96 ]
nación rica y victoriosa dice que "Dios murió", o que "Dios dejó el teléfono
descolgado", o hace del "silencio de Dios" el centro de las preocupaciones teológicas
de su tiempo, debemos entenderlo como expresión del sentimiento de una anciana
tribu dispersa y decadente?
El fenómeno es enigmático. Pero, en primer lugar, es necesario no caer en la
trampa de interpretar los discursos de los intelectuales como expresiones del
sentimiento dominante entre las poblaciones de los países ricos de Occidente. Un
siglo después de que Nietzsche proclamara la "muerte de Dios", nada menos que el
56 por ciento de los estadounidenses (estadísticas oficiales) asisten al culto
dominical, protestante o católico, y no es para rezar a los antepasados ni a los
árboles totémicos. La opinión de Nietzsche sobre esta gente es caca de mosquito.
La “muerte de Dios” es, a lo sumo, expresión de un sentimiento que prevalece en los
círculos intelectuales: una tribu relativamente pequeña que, viéndose arrojada del
poder por la Revolución burguesa que ayudó a hacer, tiene todas las razones para
sentirse dispersa. , aislada, apartada del sentido de la vida, abandonada por un Dios
cuya presencia ella misma luchó, durante tres siglos, por arrancar del corazón de los
hombres.
En segundo lugar, la teoría del Deus otiosus, a la que llegaron los pobres
bantúes a través de una sucesión de experiencias decepcionantes, fue felizmente
propuesta a los occidentales en el siglo XVII por filósofos y científicos que creían
que estaban descubriendo un mundo nuevo: el mundo de las leyes mecánicas que
explicaría naturaleza y el hombre sin necesidad de la “hipótesis de Dios” para nada.
Cuando, dos siglos después, descubrieron que este mundo era estúpido y sin razón
como cualquier aparato mecánico considerado ajeno a los fines inteligentes a los que
sirve, no pudieron simplemente decir, con la inocencia del pigmeo, que "Dios se había
apartado de ellos". No: eran conscientes de haberlo expulsado por su propia voluntad
— así, junto con la teoría de la “muerte de Dios” también surgió la doctrina del complejo
de Edipo en el mismo círculo vienés donde se difundió: en una civilización que por dos
milenios imaginaba a Dios como un “Padre”, la culpa edípica posterior a la expulsión
del Padre no podía dejar de proyectar su sombra sobre toda la producción intelectual
de la época del ateísmo.[ 97] Que Freud explicaba por la muerte ritual del Padre el
origen del sentimiento religioso, y no su extinción, es el signo de que la pérdida de la
dimensión metafísica trae consigo una inversión del sentido de las proporciones.
Pero, bajo otro aspecto muy importante, la reacción del intelectual europeo ante la
“pérdida de Dios” fue la misma que la del pigmeo o el bantú. Es significativo que la
deidad suprema desaparecida sea reemplazada en el culto por dos tipos de deidades
subordinadas: los dioses de la naturaleza y los antepasados. Es lo mismo que decir:
dioses del espacio, dioses del tiempo. Los primeros, incrustados en el paisaje,
dispersos en la naturaleza, escondidos en bosques y cuevas. Los segundos, sumidos
en el pasado, escondidos entre las sombras de la memoria. Adoración de las cosas,
culto a los muertos.
Ahora bien, en el desarrollo de las ideas occidentales, el punto de partida
para la generalización del ateísmo entre los intelectuales fue, junto con la teoría
del Deus otiosus que retiraba al Todopoderoso, también, e inseparablemente de ella, la
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realmente había que saber. Ahora, con Nicolás, se producen dos cambios esenciales.
En primer lugar, el conocimiento de la naturaleza se eleva a la categoría de misterio,
y la intuitio intelectualis se degrada a una función: en lugar de un camino hacia Dios,
es el camino hacia el conocimiento de la naturaleza. Segundo: Nicolás no sólo admitió
la existencia del residuo incognoscible en la naturaleza y lo justificó metafísicamente
(por el mismo tipo de razonamiento), sino que reconoció que el único resultado al que
llegaría la Docta ignorantia sería la confirmación de esta incognoscibilidad. Ahora
bien, aquí tenemos la más temible de las paradojas de Cusan, porque, al aplicar a la
naturaleza una facultad intelectual superior a la razón, no llegamos a mejor resultado
que por el camino racional, sólo extendemos indefinidamente nuestra verificación de
la inagotabilidad de la razón. naturaleza. Es evidente que, a partir de entonces, la
ciencia, siguiendo los caminos abiertos por Nicolás de Cusa, sólo pudo evolucionar
en el 1er sentido, ampliar cuantitativamente el conocimiento del caos natural, sin
aumentar significativamente su comprensión racional; 2º, exigir, a tal fin, un esfuerzo
“iniciático” cada vez mayor, para llegar cada vez más a la mera realización de la
impotencia humana para comprender la naturaleza; 3º, aplicar en esto toda la
capacidad humana de la intuición intelectual, antes encaminada al conocimiento de
Dios. La ciencia se convierte así en una especie de iniciación a la inversa: sólo puede
practicarse a través de una metanoia, pero esta metanoia no conduce al conocimiento
de Dios, sino a la experiencia indefinidamente repetida de la incognoscibilidad de la
naturaleza; no al arrobamiento iluminador ante la sencillez divina, sino al
deslumbramiento de la inteligencia ante la complejidad cósmica; no a la unidad con el
Espíritu que mueve todas las cosas desde dentro, sino a la búsqueda hipnótica de la
multiplicidad de una materia que se desmorona en un polvo de hipótesis.
Se puede dudar de la sabiduría de esta empresa, pero lo cierto es que ese fue,
en rigor, el camino seguido por la evolución de la ciencia moderna. Cuando el físico
de hoy recurre al simbolismo taoísta en busca de un principio ordenador para su
ciencia,[ 99] o admite que, estrictamente hablando, los conceptos básicos de la física
subatómica no tienen un significado inteligible y son meros arreglos descriptivos
(metáforas matemáticas, el bien decir), o aboga por la legitimidad de la argumentación
retórica como evidencia científica,[ 100 ] tenemos que admitir que la raíz de estas
derrotas de la pretensión científica ya se encontraba en el proyecto de Nicolás de
Cusa. Es cierto que en Nicolás la infinitud del espacio-tiempo no tenía todavía el
sentido de una divinización:
“Nicolás de Cusa niega la finitud del mundo y su cierre por las esferas
celestes. Pero no afirma su infinidad positiva; de hecho evita... atribuir al Universo
el calificativo de 'infinito', que reserva para Dios y sólo Dios. Su Universo no es
infinito (infinitum) en el sentido positivo de este término, sino
'interterminatum' (interminatum), lo que significa únicamente que no tiene límites
y no está contenido en la capa exterior de las 'esferas' celestes...” .[ 101 ]
Con esto queda automáticamente fuera del alcance de los dos censores básicos.
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Con ello queda automáticamente fuera del alcance de los dos reproches básicos y
difícilmente contestables que el mayor crítico de la modernidad, René Guénon, hizo a
la ciencia posrenacentista: la confusión entre lo infinito y lo indefinido, cuyas letales
consecuencias se propagan a esta día, y la pérdida del sentido fluido y ambiguo de la
manifestación cósmica. Porque, prosigue Koyré, el “terminado” cósmico de Nicolás
Este efecto moral, sin embargo, no resulta sólo, como podría parecer a primera vista,
de la pérdida de ilusiones halagadoras sacrificadas al progreso del conocimiento.
Resulta del hecho de que el progreso aparente, pretendiendo dar al hombre una visión
más realista de su posición en el cosmos, trajo consigo la destrucción de toda posibilidad
de conocer lo real, la anulación del principio mismo del conocimiento objetivo. Por la
puerta de la docta ignorancia cusana , la ciencia entró en el camino irreversible de una
especie de autohipnosis matemática, que, al forjar el modelo de su propio objeto,
renunciaba implícitamente a darnos explicación alguna del mundo de la experiencia
humana, mientras que al al mismo tiempo reivindicó el derecho de expulsar cualquier
otra posible explicación del ámbito del conocimiento respetable. Esta mutación
transformó toda la actividad científica en una cuestión-de-principio permanente, donde
la hipótesis indemostrable admitida de entrada —el carácter matemático de las leyes
cósmicas— es al mismo tiempo elevada a criterio supremo y único de validación del
conocimiento científico. “Ser científico”, en este sentido, es ajustarse a una hipótesis
inicial imposible de probar y refractaria, por otra parte, a los datos intuitivos y al sentido
común. Buscar una aproximación con esta hipótesis es el único objetivo de toda
investigación científica. Como, además, el objeto sobre el que se funda la hipótesis es
indefinido e inagotable, la aproximación nunca puede tener fin ni siquiera alimentar, en
cada momento, la pretensión de ser más cierta que en el momento anterior o siguiente.
[ 106 ] A La “exactitud matemática” de la visión científica de la naturaleza desemboca
así en el océano ilimitado de la pura fantasía, al mismo tiempo que, con patológica
arrogancia, legisla sobre la realidad o irrealidad de otros saberes, a veces negando el
sentido común, a veces invalidando percepciones intuitivas, a veces revocando la
autoconciencia individual, finalmente ejerciendo a su alrededor un dominio que no puede
ejercer sobre sí mismo, como el niño pequeño que, al no tener el poder de limpiarse el
trasero, se imagina que tiene el poder de obligar despóticamente a la niñera a hazlo. La
ciencia se encierra en un solipsismo incomunicable, al mismo tiempo que pretende
legislar sobre el conocimiento del mundo exterior. La cosmovisión científica, en definitiva,
renuncia a darnos cualquier conocimiento del mundo real de la experiencia —
sustituyéndolo por una lista de esquemas matemáticos— y desmoraliza como fantasía
mística cualquier otra vía de acceso a ese conocimiento. ¡Ay de vosotros, que ni entráis
ni dejáis entrar!
La nueva ciencia tuvo un efecto adormecedor en todas las inteligencias. Tan tontos
fueron los sabios imbuidos de docta ignorancia, que desde el infinito espacial
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Sí, porque las nuevas ideas ejercieron tanta influencia dentro de la Iglesia
Católica como fuera de ella. De los fundadores del racionalismo, por ejemplo, los
principales —Descartes, Malebranche, Arnauld y Nicole— eran fervientes católicos
comprometidos a fundar la conversión de los incrédulos en una perfecta
construcción racional. El introductor de la nueva astronomía en la Península Ibérica
se trataba del jefe local de la Inquisición, Juan de Zúñiga. Uno de los primeros
humanistas del Renacimiento, Enéas Silvio Piccolomini, se convirtió nada menos que
en Papa. Los ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito. Hay que estar ciego para
no ver en el seno mismo de la Contrarreforma (que una tonta simplificación toma
unilateralmente como una reacción conservadora) el influjo de las nuevas concepciones
racionalistas y platonizantes. La Compañía de Jesús se afirma desde el principio como
un utopismo reformista, que barrerá el pecado del mundo y establecerá un orden social
racional, aunque sea en un interior latinoamericano. La racionalización del dogma,
anunciada en el Concilio de Trento, se completó unos siglos más tarde en la Teología
Moral de S. Alfonso de Ligorio. Allí, por primera vez en la historia del cristianismo,
dieciocho siglos después de la venida del Salvador, los cristianos reciben la forma
completa de sus deberes y derechos, según una rigurosa jerarquía lógica que no admite
excepciones, dudas o matices de ningún tipo. : la moral cristaliza Si uno se convierte
en un sistema axiomático, la salvación se convierte en un problema de lógica jurídica,
resuelto por métodos matemáticos. Si una perfecta discriminación y catalogación de los
deberes morales era absolutamente necesaria para la salvación, ¿cómo pudo haber
esperado tantos siglos para salir a la luz? ¿Qué habría sido de tantas generaciones de
cristianos en los siglos anteriores, viviendo en la incertidumbre del mero empirismo bien
intencionado? La respuesta es: la racionalización del código moral no es necesaria para
la salvación, pero es necesaria para la economía interna de la mentalidad racionalista .
que hordas de almas oprimidas bajo el peso de las normas encontrarán más tarde alivio
en el protestantismo romántico.[ 111 ]
la propia honestidad intelectual intrínseca parece impedir que los físicos se pregunten
si hay algo malo en lo que están haciendo. Pero un trasfondo de charlatanería parece
haber sido ya introducido en la física por Galileo, cuando proclamó haber superado la
noción de la ciencia antigua, según la cual un objeto no impulsado por una fuerza
externa permanece estacionario, una ilusión de los sentidos, según él.[ 115 ] En
realidad, pontificó, un objeto en tales condiciones permanece estacionario o en
movimiento rectilíneo y uniforme. Y, habiendo derrocado así a la física antigua, aclaró
discretamente que el movimiento rectilíneo y uniforme no existe realmente, sino que es
una ficción concebida por la mente para facilitar las mediciones.
Ahora bien, si el objeto no movido desde el exterior permanece estacionario o tiene un
movimiento ficticio, esto quiere decir, estrictamente hablando, que permanece
estacionario en todos los casos, tal como decía la física antigua, y que Galileo, mediante
un nuevo sistema de medidas, sólo logró explicar por qué permanece inmóvil.
Es decir, Galileo no cuestionó la física antigua, simplemente inventó una mejor manera
de probar que tenía razón, y que el testimonio de los sentidos, siendo lo suficientemente
cierto, no tiene en sí mismo la prueba de su veracidad, que ya era arroz. con arroz.-
Frijoles desde la época de Aristóteles. Fue este episodio el que inauguró la manía de
los científicos modernos de tomar simples cambios en los métodos como si fueran
“pruebas” de una nueva constitución de la realidad.
Pero en el campo de las matemáticas, fue la fascinación por la idea del infinito
espacial y cuantitativo lo que llevó a la mente humana a las peores rarezas, donde el
refinamiento de los ingeniosos argumentos convive con la total falta de sentido común.
Solo por dar un ejemplo: el famoso Georg Cantor creía que podía refutar el 5º principio
de Euclides (que el todo es mayor que la parte) argumentando que el conjunto de los
números pares, aunque formando parte del conjunto de los enteros, se puede poner en
uno correspondencia biunívoca con él, de modo que los dos conjuntos tendrían el
mismo número de elementos, y así la parte sería igual al todo:
1, 2, 3, 4...
norte 2, 4, 6, 8... 2n = norte
parte del primero; y, siendo ambos infinitos, los dos conjuntos tendrán el mismo
número de elementos, lo que confirma el argumento de Cantor. Pero esto es confundir
los números con sus meros signos, haciendo una abstracción injustificada de las
propiedades matemáticas que definen y diferencian los números entre sí y, por lo tanto,
también aboliendo implícitamente la distinción misma entre pares e impares, en la que
se basa el supuesto argumento. “4” es un signo, “2” es un signo, pero no es el signo “4”
que es el doble 2, sino la cantidad 4, ya sea representada por ese signo o por cuatro
puntos. El conjunto de números enteros puede contener más signos numéricos que el
conjunto de números pares, ya que abarca signos pares e impares, pero no un número
de unidades mayor que el contenido en la serie de números pares. La tesis de Cantor
se escapa de esta obviedad mediante el recurso de jugar con un doble sentido de la
palabra "número", utilizándola a veces para designar una determinada cantidad con
determinadas propiedades (entre las que se encuentra la de ocupar un cierto lugar en
la serie de los números). y el de ser par o impar), a veces para designar el mero signo
del número, es decir, la cifra.
La serie de los números pares sólo se compone de pares porque se cuenta de dos en
dos, es decir, saltándose una unidad entre cada dos números; si no se contara así, los
números no serían pares. De nada sirve aquí recurrir al subterfugio de que Cantor se
refiere al mero “conjunto” y no a la “serie ordenada”; porque el conjunto de los números
pares no sería par si sus elementos no pudieran ordenarse de dos en dos en una serie
ascendente ininterrumpida que progresa por la adición de 2, nunca por 1; y ningún
número podría ser considerado aunque pudiera cambiar libremente de lugar con
cualquier otro en la serie de los enteros. “Paridad” y “lugar en la serie” son conceptos
inseparables: si n es par, es porque tanto n + 1 como n - 1 son impares. En este sentido,
es sólo la suma implícita de las unidades no mencionadas lo que hace que la serie de
pares sea una serie de pares. Entonces, y aquí está la falacia de Cantor, aquí no hay
dos series de números, sino uno solo, contado de dos
—,
formas: la serie de números pares no es realmente parte de la serie de números
enteros, sino que es la serie de números enteros en sí misma, contada o nombrada de
cierta manera. La noción de “conjunto” es que, abusivamente desligada de la noción de
“serie”, produce toda esta loca samba alemana, dando la apariencia de que los números
pares pueden constituir un “conjunto” independientemente del lugar que ocupe cada
uno en la serie, cuando el hecho es que, abstrayendo la posición en la serie, no hay
paridad ni menoscabo. Si la serie de números enteros se puede representar mediante
dos conjuntos de signos, uno de pares pares y otro de pares impares, esto no significa
que en realidad sean series diferentes. La confusión que existe es entre “elemento” y
“unidad”. Un conjunto de x unidades ciertamente contiene el mismo número de
“elementos” que un conjunto de x pares, pero no el mismo número de unidades.
se refería al conjunto aritmético —abstracto— de las siete canicas, el niño a la cifra concreta
de las canicas distribuidas en un espacio dado. Para tener en cuenta sólo las canicas, sin el
espacio, el niño tendría que subir un grado más de abstracción, para lo cual, como muestra el
propio Piaget en otras obras, tendría que ser un niño un poco mayor.
Por otro lado, es claro que es más fácil reconocer la identidad de una sustancia
dotada de unidad real, en el sentido aristotélico (“este conejo es este conejo”), que la de un
“conjunto”, que es sólo un unidad convencional, un “todo matemático”, una cuasi-sustancia, o
substantia secundum quid. Que los todos matemáticos deben ser considerados como unidades,
independientemente de que tengan o no una unidad sustancial, es algo que el niño sólo podrá
admitir cuando su mente esté entrenada para aceptar los convencionalismos matemáticos como
premisas del razonamiento. Esta transición requiere un aumento en el nivel de abstracción, y lo
que no se entiende es cómo el niño podría pasar de un nivel de abstracción a otro sin la
permanencia del sentido de identidad. Piaget pretende ver una dualidad de principios lógicos
donde solo hay una diferencia entre los aspectos percibidos por dos individuos en un objeto que
ambos conocen.
ser el mismo.
Al final, Piaget, que acepta como dogma el supuesto kantiano de que no hay paso del hecho
al valor, ni siquiera se da cuenta de que deducir del hecho de la confusión entre las canicas y el
espacio una dualidad de principios lógicos no es otra cosa que otra cosa. pasar del hecho al
valor: un psicologismo de lo más descarado.
Cuando tales errores primarios se deslizan en las más altas cogitaciones científicas y nadie
se da cuenta de su presencia, es porque el diálogo académico se ha convertido en algo así como
la conversación de sujetos hipnotizados en el Jardín de Epicuro o como una sesión de espiritismo.
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Dado este estado de cosas, no es de extrañar que, poco después, los fracasos de
una ciencia así degradada pasaran a ser tomados como argumentos contra la
posibilidad misma de cualquier conocimiento científico universalmente válido, como
si esta ciencia fuera la única posible, como si no estuviera, en realidad, muy por
debajo de las posibilidades contenidas en el propio concepto de “ciencia”. Cuando
Thomas S. Kuhn y Michel Foucault redujeron finalmente la historia de las ciencias a
la sucesión más o menos arbitraria de
'paradigmas', epistemes o preesquemas cognitivos semiconscientes que se
deslizan dentro y fuera de la imagen por razones generalmente irracionales,
sacudieron no solo la confianza en las ciencias existentes, sino en el ideal mismo de
la ciencia, cuyo prestigio simplemente habían usurpado. . La reina real y la falsa
habían sido depuestas al mismo tiempo, el trono fue entregado a la ambición de
todos los viejos pretendientes: neopragmatismo, neorelativismo, nueva retórica,
neoepicureísmo: es toda la procesión de la viejos irracionalismos que vuelve a la
escena, añadiendo el toque final de locura sin el cual la alucinante saga de los dioses
del espacio no estaría completa.
Pero el descenso del foco espiritual de atención que llena el vacío dejado por la
Divinidad suprema a través de la multiplicación de los dioses cósmicos no sería
completo si no se añadieran las deidades del espacio a las del tiempo. La divinización
de la Historia jugará, en Occidente, el papel del culto a los ancestros entre los Yorubas
abandonados por Olorum.
La pérdida del sentido del infinito metafísico, o vertical, fue compensada por el
descubrimiento de las dos dimensiones horizontales del mundo físico. A la revelación
del infinito espacial siguió la del infinito temporal: al materialismo le siguieron el
historicismo y el progresismo.
Ningún descubrimiento se hace sin instrumentos. Nicolás no podría haber captado el
infinito espacial sin el prodigioso desarrollo de la dialéctica en la Edad Media.
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***
El historicismo, en sus orígenes, nada tiene que ver con una nueva idolatría, y
mucho menos con una idolatría de lo abstracto. Nace, en efecto, de una reacción contra
el abstraccionismo, ya sea de los escolásticos o de los racionalistas y empiristas; nace
de un sano movimiento hacia lo concreto, lo singular, lo sensible.
casi dos milenios de herencia griega para volver a la visión del Génesis, a la visión
del universo como proceso temporal, como epopeya de la creación, caída y redención
del hombre. Del mismo modo, el énfasis de Leibniz en la singularidad como principio
de lo real es un eco de la haeceitas escocesa. John Duns Scot, el Doctor Sutil, el
último de los grandes escolásticos medievales, se había desviado de toda la tradición
escolástica para afirmar que no existen ideas eternas o modelos universales sólo de
especies y géneros, sino de individuos, con todas las diferencias irreductibles que
hacerlos únicos. Scot creía que la hipótesis contraria era un residuo pagano, hostil a
la doctrina cristiana de la inmortalidad del alma (Aristóteles, para quien el conocimiento
estrictamente hablando sólo trata de géneros y especies, de hecho no creía en la
inmortalidad del individuo alma).
El historicismo, como veremos más adelante, desembocó en una divinización
idolátrica del tiempo y del proceso histórico y, en definitiva, en el culto a una idea
abstracta, el “progreso”, en cuyo altar se sacrificaban millones de individuos humanos.
Pero los primeros pasos hacia el historicismo deben considerarse hitos memorables
hacia la cristianización de la filosofía. La visión estereotipada de la Edad Media como
el período de la filosofía cristiana por excelencia, y de la Edad Moderna como la
época de ruptura entre filosofía y cristianismo, es totalmente errónea. Además del
hecho histórico de que todos los fundadores de la filosofía moderna fueron cristianos
piadosos y movidos por motivos apologéticos declarados, la filosofía moderna es
cristiana por una razón interna mucho más profunda. Todo el legado del pensamiento
griego se centró en la noción de cosmos, de naturaleza sensible, tomada como
prototipo mismo de la realidad.
Incluso al hablar de realidades espirituales, el filósofo griego tendía a verlas como
imagen y semejanza de las cosas del mundo sensible. El pensamiento griego estuvo
fundamentalmente marcado por una visión exterior-objetivista, y por eso mismo,
cuando hablaba del hombre, tendía a hacerlo en los mismos términos en que hablaba
de las cosas del mundo exterior, buscando en él la misma especie de estabilidad y
fijeza que el estudio de las ciencias físicas miraba hacia las leyes de la naturaleza.
Para usar el término genial de Ortega y Gasset, era un pensamiento cosista: veía al
hombre en la imagen de las cosas. La escolástica medieval dio pasos de gigante
hacia la cristianización de la filosofía, pero no pudo deshacerse por completo del residuo cosista.
Ahora bien, el pensamiento cristiano se centra en la relación hombre-Dios,
saltando por encima del cosmos, que se reduce a la función secundaria de escenario
o reflejo del drama principal, que se desarrolla en el alma humana. ¿Para quién hizo
Dios el mundo?, preguntaba el catecismo de nuestra infancia. Y él respondió: para
el hombre. El hombre, centro de perspectiva de la creación cósmica, es también su
centro de construcción, dice el p. Teilhard de Chardin. Por tanto, no es el hombre el
que ha de ser descrito a imagen y semejanza del cosmos, sino el cosmos a imagen
y semejanza del hombre, y el hombre a imagen y semejanza de Dios. En el hombre,
como imágenes de los dos atributos divinos fundamentales, Infinito y Absoluto,
confluyen las dos corrientes opuestas de la libertad y la necesidad. El hombre, por
un lado, es libre para tomar sus decisiones, para forjar su destino. Tu libertad refleja el
Infinito divino. Pero Dios es Absoluto, omnipotente: por lo tanto, el hombre está
externamente sujeto a leyes cósmicas y
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dentro de la ley moral. Es más que evidente que un ser así constituido no puede ser
efectivamente descrito por una antropología cosista, que lo ve como una esencia fija
sujeta a la operación de leyes uniformes de causa y efecto, como aquellas a las que
están sujetos los cuerpos en el mundo visible. . Sólo puede describirse desde una
perspectiva que tenga en cuenta, por un lado, la variedad e imprevisibilidad de las acciones
individuales y, por otro lado, sepa encajar armónicamente esta variedad en el marco de
las determinaciones cósmicas y divinas que limitan el ser humano. libertad. Para describir
al hombre es necesario reconciliar dinámica, dialécticamente, libertad y necesidad, en la
unidad de un desdoblamiento temporal real. En resumen, hay que hacer historia. Sólo la
historia puede dar cuenta de la complejidad de la visión de la vida humana como drama de
salvación.
Ahora bien, esta dimensión estaba completamente ausente del pensamiento griego, y
en la escolástica se abrió paso muy lentamente. El descubrimiento o redescubrimiento de
la dimensión histórica requirió primero superar la cosmología naturalista griega. Como nadie
supera sin antes absorber, toda la escolástica, incluso Sto. Thomas, puede considerarse
como un esfuerzo gigantesco para absorber la cosmología griega en el contexto cristiano.
La superación comienza solo con Duns Scot y su teoría de la haeceitas , la forma eterna de
la individualidad humana, la raíz divina de la inmortalidad del alma. Pero para entonces la
escolástica ya estaba agotada, no intelectualmente, sino socialmente: nuevas formas de
actividad intelectual comenzaron a desarrollarse fuera de la universidad (la Escuela), y los
grandes pensadores del período posterior, Descartes, Spinoza, Pascal, Leibniz, ya lo harán.
no ser profesionales de la enseñanza, sino investigadores independientes, viviendo de un
oficio como Spinoza, de un cargo público como Leibniz o de rentas familiares como
Descartes y Pascal. Cambiar el escenario social de la actividad filosófica cambia el estilo de
filosofar e incluso de escribir sobre filosofía.
¿Cómo era posible, entonces, que el nuevo movimiento tomara entonces la dirección
de la entronización de un nuevo dios cósmico -la "Historia", el "proceso", el "progreso"
hipostasiados- bajo cuya figura obsesivamente dominante desaparecerían, al mismo
tiempo ?, la imagen de Dios y el individuo humano concreto?
***
obstáculos, derivados del hecho de que estos medios también tienen su propia
forma y estructura, así como su propia materia, que también está estructurada y
dotada de forma. Es en esta mediación, como acertadamente vio Aristóteles,
donde se introducen las desviaciones, el principio de corrupción, haciendo que el
curso de la historia acabe constituyendo, en la célebre frase de Weber, “el conjunto
de resultados imprevistos de las acciones humanas”.
La conciencia histórica, para realizarse, necesitaba crear una ciencia
histórica. Para ello, necesitaba instrumentos de investigación.
Contemporáneamente a Shaftesbury, Vico y Leibniz desarrollaron a una
velocidad prodigiosa, y aceleraron en épocas posteriores, las técnicas de
investigación y documentación histórica. De hecho, ya habían sido elaborados
antes que ellos, con finalidad teológica: obtener un texto más fidedigno de la
Biblia. Estos instrumentos representan un logro invaluable. Pero fue la discusión
en torno a ellos -y sobre todo el impulso de sacar consecuencias filosóficas directamente
de los logros técnicos, sin la mediación de la crítica filosófica- lo que terminó por
desviar al movimiento historicista de su destino original y ponerlo en el camino de una
nueva idolatría. .
El impulso de comparar, analizar y criticar documentos es un instinto filológico.
Surge del nuevo amor por las lenguas, un movimiento comúnmente llamado
humanismo, un término tremendamente engañoso, pues un humanista del
Renacimiento tiene menos amor por los seres humanos, concretos y vivos, que por
los textos, documentos, viejos diplomas polvorientos y las viejas lenguas. “Humanismo”
no proviene del amor al hombre, sino de humanæ litteræ, “letras humanas”, que
significa cualquier texto que no sean las Sagradas Escrituras. Cualquier cosa vale:
una carta, un contrato de arrendamiento, una ley promulgada por el rey de un reino
extinguido: todo es un documento del habla humana, y como tal es deseado,
preservado, estudiado, analizado. “Humanismo” significa el espíritu del museo: el amor
por los documentos va de la mano con la manía por las colecciones: sellos, monedas,
piezas de estatuas antiguas. El impulso de coleccionar surge de una mezcla de
razones estéticas y ocultas: a los fragmentos de estatuas se les atribuye un poder
mágico; para los hombres del siglo XV, especialmente en Italia, su uso en los rituales
de brujería ofrecía expectativas más prometedoras que las de los ojos de rana, las
patas de gallo, las uñas y el cabello humano; Los aficionados a la brujería pagan
fuertes sumas por un dedo de Venus, por un codo de Mercurio.
El nuevo modelo del hombre alfabetizado, que se interesa por estas cosas, es
muy diferente del intelectual medieval. Este era en esencia un estudiante
universitario, un miembro de la orgullosa casta académica que, apoyado por las
hordas de estudiantes que vitoreaban, desafió a los reyes y al Papa. La casta era
internacional, formada por hombres que abandonaron su tierra natal para instalarse
en grandes centros universitarios donde se hablaba una lengua supranacional, el
latín, y donde convivían en igualdad de condiciones franceses, irlandeses, italianos,
sajones, totalmente ajenos a su origen. diferencias Para los letrados, el amor a la patria
era un atavismo reprobable, un residuo de mundanalidad, como toda nostalgia del
pasado, del origen familiar, del paisaje patrio: “Nada puede ser
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hacer, escribió Hugo de S. Vítor, para el estudiante que añora la choza donde nació”.
Las ambiciones de la casta aristocrática, liberada de las restricciones morales que les
imponía el clero romano, se multiplicarían y extenderían hasta la autoglorificación prometeica.
No hay límites para el poder del individuo talentoso, que por medio de la genialidad, la
astucia o la violencia, sabe imponer sus gustos y valores, legislando en su propia causa
dentro de los límites de su reino -sólo delimitado por la vecindad de otros ambiciosos
hombres, dotados de iguales derechos, talento y poder. En todas partes, un sentido de
expansión y dominio sobre el reino de este mundo es sustituido por el de interioridad y
ascenso espiritual. La primera catedral renacentista, la de Santa Maria dei Fiori, obra de
Brunelleschi, marca esta transformación. Mientras la catedral gótica aislaba a los fieles del
mundo exterior, proyectándolos hacia una luminosidad vertical, la de Brunelleschi se sitúa
en el centro del paisaje y
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organiza, como un eje, el espacio a su alrededor. La catedral gótica se retira del mundo: el
Renacimiento reina sobre ella. Aquél, para ser apreciado, ha de verse desde dentro, en la luz
irreal que proyectan los vitrales, entre los arcos que se elevan al cielo, sobre los fieles reunidos en
oración; este tiene que ser visto desde afuera y desde lejos, rigiendo el paisaje del mundo.
El año 1440 es un hito en la historia de estos estudios. En ese año, el humanista Lorenzo Valla
denunció la falsedad de la supuesta Donación de Constantino, argumentando que se trataba de
un documento falsificado al menos cuatro o cinco siglos después de la muerte del emperador
romano. El mismo Valla, al publicar algunos años más tarde una edición comentada del Nuevo
Testamento, se convierte así en el fundador de la técnica de la crítica textual.[ 121 ]
Así, mucho antes de la historia como ciencia, se formaron las que vendrían a llamarse “ciencias
auxiliares de la historia”. Si, por un lado, darían lugar al nacimiento de la ciencia histórica en el
siglo XIX, su efecto inmediato -que sin duda también contribuiría a ello- fue principalmente
desmoralizar el relato histórico tal como se conocía entonces, poner en duda escéptica sobre el
cuadro completo del pasado. No es de extrañar, por tanto, que el príncipe de los eruditos, Pierre
Bayle, fuera también, y sobre todo, notable como emblema vivo del escepticismo, y que, habiendo
pasado su vida revisando críticamente documentos históricos y señalando los errores de los
historiadores, nunca se atrevió a escribir personalmente un libro de historia.
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Por otro lado, sucedió que, a falta de un conocimiento histórico legítimo, las armas
forjadas en los talleres de los eruditos comenzaron a ser utilizadas como
“argumentos históricos” en las polémicas religiosas y políticas de la época. Ayudados
por argumentos eruditos, protestantes y católicos se acusan mutuamente de haber
falsificado la Historia de la Iglesia, de haber interpretado mal los textos bíblicos. Ambas
iglesias se dan cuenta del valor estratégico de las nuevas armas, convocan a legiones
de eruditos, forman ejércitos de críticos históricos, publicitan y pregonan los resultados
de sus investigaciones. La Historia de la Iglesia de los eruditos de Magdeburg (1559)
es el primer cañonazo de la crítica protestante. Roma se venga con los Annales
ecclesiatici del cardenal Baronius (1588). Y dado que, al menos hasta el siglo XVI, la
visión dominante del curso de la Historia era la traída por la Biblia, es decir, la de la
Historia como el camino del hombre desde la creación hasta la caída y la redención,
el resultado más notable de estas polémicas fue lanzar a todos los cerebros a dudar
de la fiabilidad de la narración bíblica y de la visión cristiana de la historia. Que este
punto de vista, aceptado implícitamente como verdadero desde la antigüedad hasta el
final de la Edad Media, tuvo entonces que ser explicitado y defendido contra sus
adversarios por primera vez, lo cual es
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Hoy comprendemos fácilmente que Ranke iba en la buena dirección, que la síntesis
filosófica sobre el conjunto de los acontecimientos históricos era una empresa
prematura, que, en ausencia de un conocimiento histórico suficiente, fruto de una
ciencia organizada, la reflexión sólo podía perderse. en las brumas de una
pseudometafísica fantasmagórica y terminar en el culto de una nueva deidad. Fue en
esta dirección que se esforzó Hegel y, para desgracia de la posteridad, el hegelianismo
ya se había convertido en una poderosa corriente de influencia y una fuerza histórica
activa, madre del marxismo y abuela de la Rusia soviética, cuando el sensato Ranke
comenzó a trabajar. .
Las dos líneas evolucionaron simultáneamente, con muchos contactos
e intercambios. Por un lado, los avances en la investigación histórica han corregido,
aquí y allá, los excesos más espeluznantes de la generalización de Hegel; por otro
lado, sin embargo, las concepciones de Hegel y Marx también ejercieron su
fascinación e influencia sobre los historiadores profesionales. Esto terminó por
transformar a la propia ciencia histórica en equipo para la gigantesca maquinaria de
guerra ideológica montada por los comunistas, obligando a sus oponentes a construir
el mismo aparato para defenderse. Se repite la disputa entre católicos y protestantes,
entre comunismo y capitalismo, para decidir quién cuenta la verdadera historia. La
disputa por la historia forma uno de los cuadros más interesantes de la guerra
ideológica de los últimos dos siglos. Los capitalistas acusan a los historiadores
comunistas de seleccionar astutamente los hechos para encajarlos en un esquema
simplista; los comunistas replican que el historiador burgués sólo
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ve los hechos aislados, no la armadura del todo; el burgués replica que el comunista toma
la parte por el todo, sin ver los factores espirituales de la historia y reduciéndolo todo a la
economía; el marxista responde que los factores espirituales son un velo ideológico que
oculta la realidad del factor económico; su oponente insiste en que el comunista es ideológico,
cuya historia se reduce a mera propaganda revolucionaria; los comunistas protestan de que
toda la historia es ideología, sólo la de los burgueses se disfraza de ciencia; y recibe como
respuesta la acusación de falsificar los datos, de suprimir hechos y personajes para cortar la
Historia según el molde de sus deseos.
Desde el punto de vista del progreso de la ciencia, el debate tuvo un doble efecto. Por
un lado, mitigó en gran medida el simplismo dogmático del esquema marxista original,
obligando a los teóricos marxistas a reconocer la importante injerencia de factores no
económicos en la historia, para despojar al proletariado de su papel como agente privilegiado
de la causalidad histórica (admitiendo, por ejemplo, con Gramsci, la función estratégica de
la intelectualidad, y, con Hobsbawm, incluso la del Lumpenproletariat).[ 122 ] Por otro lado,
sin embargo, los estudios históricos contaminados con el marxismo, que comenzaron a
privilegiar los aspectos económicos de la causalidad histórica o buscarle algún otro
fundamento materialista para enfrentar al marxismo en su propio terreno. Es característico
el caso de Weber, un antimarxista que pretendía mostrar la influencia de las causas
religiosas en los acontecimientos históricos, pero que, personalmente agnóstico, influido por
el positivismo e incapaz de aprehender los fenómenos espirituales más allá de sus analogías
y reflejos en el plano social, terminó entrando en el círculo vicioso de la explicación marxista:
después de reducir una época histórica a sus aspectos económicos, no vio otras causas
que las económicas. Terminó haciendo de mala gana lo que Marx había hecho por placer.
La segunda fue que, con la idea de progreso constituida básicamente por una
teleología inmanente a la Historia, el debate en torno al sentido de la vida humana en
general fue estrechando sus horizontes hasta reducirse a la cuestión del “sentido de la
Historia”. Esta pregunta se puede resumir así: ¿tiene la historia un significado
predeterminado e inmanente o, por el contrario, el hombre vive en un vacío donde puede
crear libremente lo que quiera? Marx, es cierto, dijo que “los hombres
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hacer su propia historia”, pero luego neutralizó esta frase al afirmar que la historia
necesariamente iba en dirección al socialismo. El principal defensor de la inexistencia de
sentido en la historia fue Friedrich Nietzsche. No solo la historia no tenía sentido para él, sino
que era mejor si no lo tenía. Sólo las mentalidades torpes, cobardes y mezquinas necesitaban
cobijarse bajo la mitología de un “sentido de la Historia”. El hombre real, el guerrero metafísico
de los nuevos tiempos, al que Nietzsche llamó el Superhombre, no quiso ningún significado
predeterminado, para poder crear su destino a su antojo. Nietzsche fue el padre de varias
corrientes que expresaron la rebelión del hombre contemporáneo contra la razón, la ciencia,
la historia y el instinto valorado, la sangre, los sueños y el delirio. Fortalecidos por el
descubrimiento de Freud del inconsciente, estas corrientes lanzaron un vigoroso ataque contra
el positivismo y el marxismo en el siglo XX. DH Lawrence, Garl-G. Jung y Ludwig Klages
dieron una fuerte expresión a estas ideas, que en Brasil contaminaron a uno de nuestros más
talentosos pensadores: Vicente Ferreira da Silva.
Ante esta resistencia, las dos ideologías del progreso, el marxismo y el positivismo, se
dieron la mano para enfrentarla y salvar el “sentido de la Historia”.
Ni que decir tiene que esta alianza en el terreno de las ideas precedió y preparó la que, en
el terreno político-militar, se celebraría a partir de 1939 entre las democracias occidentales
y las dictaduras comunistas para hacer frente al Eje.
Radicalizada así por sus formidables repercusiones políticas, la confrontación entre el sentido
inmanente de la Historia y la Historia sin sentido absorbió todo el interés intelectual del siglo
XX por la cuestión del sentido de la vida, hasta la simple posibilidad de que la vida humana
pueda tener algún significado más allá de la historia de la Tierra.
Esta definición parecía -y la intención con la que digo "parecía" se aclarará más
adelante- parecía descansar en la idea de que la naturaleza humana de cada uno de
los miembros de la sociedad no depende de la sociedad en que vive, sino que es un
dato anterior y fijo. Ahora bien, el advenimiento del pensamiento historicista, como
hemos visto anteriormente, tuvo como una de sus primeras y más devastadoras
consecuencias la de hacer tambalear la confianza general en la inmutabilidad y
universalidad de la naturaleza humana. Como resultado, la idea de sociedad como un
mero sistema de relaciones comenzó a parecer también insostenible. Si el individuo
no tenía una naturaleza dada, sino que era el resultado de un proceso, entonces el
sujeto activo de la vida social ya no era el “hombre”, sino la “sociedad”: de un universal
abstracto, la sociedad pasaba a ser una sustancia concreta, real, agente, mientras que
el individuo fue visto cada vez más como una mera abstracción, como un mero signo
algebraico vacío cuyo valor será determinado por el resultado de una ecuación social.
Así, para los pensadores políticos del siglo XVIII, el agente de la Historia no eran los
personajes de carne y hueso, sino el colectivo abstracto concretado e hipostasiado bajo
el nombre de volonté générale.
Esta conclusión parecía muy lógica en ese momento, pero está claro que se basa
en una interpretación falsificada del pensamiento político antiguo. La confusión se
aclara en cuanto distinguimos entre sociabilidad y sociedad, una distinción que los
teóricos de la volonté générale desconocían. Como no lo sabían, creían que el hecho
de que la vida social altere los hábitos o la personalidad de los individuos concretos
demostraba una mutabilidad esencial, una inconsistencia y una fragilidad de la
naturaleza humana. Ahora bien, los antiguos, y sobre todo Aristóteles, insistían en la
sociabilidad fundamental del hombre y, al hacerlo, no podían negar al mismo tiempo
el peso de los factores sociales en la formación del carácter humano y creer
ingenuamente en una inmutabilidad universal del hombre. Las minuciosas descripciones
de los caracteres, hábitos y prejuicios de los diversos grupos sociales que nos da
Aristóteles en la Retórica son más que suficientes para derribar el mito de que los
antiguos creían en una naturaleza humana inmóvil e inmune a la influencia de la
sociedad. Si el hombre, según el Estagirita, adquiría o perdía caracteres haciéndose
rico o pobre, militar o civil, o incluso simplemente envejeciendo, es claro que no tenía
una naturaleza inmutable. Los únicos rasgos inmutables que Aristóteles vio en el
hombre fueron los contenidos en su propia definición -la animalidad dotada de poder
racional- y la
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Ni Hegel ni los teóricos que, poco después, fundaron las ciencias sociales
sobre el supuesto de una autonomía sustancial del Todo social en relación con sus
constituyentes humanos, se dieron cuenta de la ridiculez de tomar el pretexto como
un principio científico evidente por sí mismo. Asamblea medio enloquecida había
recurrido para justificar apresuradamente la aberración del servicio militar obligatorio
universal. Pero el hombre se acostumbra a todo, y el hábito, una vez adquirido, pasa
a ser tomado como expresión de una ley eterna y evidente: así como estamos
apegados a la creencia de que el Estado tiene derecho a mandar a todos y cada uno
de los ciudadanos. Para el campo de batalla —idea que hubiera parecido monstruosa
a los ojos de Julio César, Luis XIV o incluso Genghis-Khan— también estamos
acostumbrados a dar unapor
sustancia
sentadareal.
la tonta
, más
mentira
real que
delos
queindividuos
la “Sociedad”
que la
escomponen,
un todo,
y que las personalidades individuales no son más que un epifenómeno de la estructura
social.
***
Pero hasta entonces, la “Historia” seguía siendo, al menos, la Historia de algo; era
la acción de un sujeto que, aunque colectivo y abstracto, permanecía relacionado
con la existencia concreta de los seres singulares. Con Hegel, hasta la “sociedad”
dejará el escenario, para dar preeminencia a un personaje aún más abstracto: el
sujeto de la Historia será... la Historia misma. Es que, una vez decidido otorgar al
Estado (= sociedad política, o Nación) el grado supremo de realidad en la jerarquía
ontológica, el filósofo de Jena se encontró ante un pequeño obstáculo: el Estado, en
el sentido en que lo definió., fue un fenómeno más o menos reciente en la historia.
Su nacimiento fue, en todo caso, mucho más tardío que el de la humanidad. ¿Cómo
podría el más real de los seres ser el último en aparecer? Hegel escapa al problema
recurriendo a la teoría aristotélica de la entelequia, disfrazada de una nueva
terminología que la hace parecer muy original y estrictamente hegeliana. Si el Estado
es lo último que aparece es porque es la forma más perfecta y acabada hacia la que
tiende toda evolución anterior. Para hablar con Aristóteles, el último en el orden del
aparecer es el primero en el orden del ser. Hegel traduce a Wesen ist was gewesen
ist: "la esencia es aquello en lo que finalmente se convierte la cosa", y todos creen
que está hablando de una gran noticia, cuando lo que está haciendo es aplicar -muy
mal- un precepto aristotélico. si, porque el
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Esta causa suele asociarse con el comunismo. Pero estaba encarnado por las
tres formas del estado moderno: comunista, nazi-fascista y liberal. Los tres buscaron
con igual determinación reemplazar a la Iglesia en la guía espiritual de los pueblos:
el primero, a través de la violencia física y psicológica, prohibiendo cultos, fusilando
religiosos, institucionalizando la enseñanza del ateísmo en las escuelas, cerrando
templos, nombrando cardenales biónicos para engañar a los pocos permaneciendo
fiel. La segunda, aún más ostensiblemente, por el culto obligatorio a la Nación y al Estado.
Pero el Estado liberal, que nominalmente profesa la libertad religiosa, es el más eficaz
de los tres en la lucha contra la religión, como puede verse por el hecho de que las
masas, habiendo preservado su fe religiosa bajo la opresión nazi-fascista y comunista,
ceden fácilmente a la atractivo de la “nueva ética” difundida por la industria del
entretenimiento en las democracias modernas, y abandonar, junto con la religión,
hasta los preceptos más evidentes de la ley natural: ejercer libremente sus “derechos
humanos” bajo la protección del Estado democrático, las mujeres que La práctica en
Un millón y medio de abortos al año pronto habrá superado las tasas de genocidio
soviético-alemanas. Mucho más eficiente que la tiranía de Hitler y Stalin es el régimen
que, al legalizar y proteger todas las demandas tiránicas y autolátricas de cada ego
humano, produce millones de pequeños Stalin y Hitler. Por otra parte, compensando
astutamente el desequilibrio que podría provocar la liberación desenfrenada de los
deseos, el Estado neoliberal produce nuevos códigos represivos que, descargando la
reacción violenta del superyó sobre blancos moralmente inocuos (fumar, besos
robados, machismo callejero, la actual el vocabulario, los chistes), dan un Ersatz de
satisfacción al impulso natural de la moralidad humana, evitando que se exprese en
una condena frontal de un estado de cosas marcado por la impostura obligatoria y
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universal. Una sociedad, en efecto, que castiga una mirada lujuriosa y brinda
protección policial al asesinato de bebés en el vientre de sus madres es, de hecho, la
monstruosidad moral más exquisita que la humanidad haya conocido jamás. Es claro,
además, que el Estado neoliberal no lo hace por medios dictatoriales, sino con el
apoyo e incluso la reivindicación de los electores en pleno goce de su derecho a exigir
y legislar. Elevándose por encima de todos, sin imponer nada, sólo regula sabiamente
los conflictos de intereses, los cuales, excitados hasta la exasperación por el incesante
estímulo al espíritu exigente, sólo se hacen gobernables a través de la nivelación, que
termina con el establecimiento de una moral invertida. . Es claro, además, que cada
nuevo reclamo da como resultado nuevas leyes, que cada nueva ley da como resultado
una nueva extensión de la burocracia rectora, fiscal y judicial, y que, así, paso a paso,
movidos por la dialéctica infernal del reivindicacionismo, el Estado, sin dejar de ostentar
el prestigio de la leyenda democrática, acaba por entrometerse en todos los sectores
de la vida humana, regulando, inspeccionando y castigando hasta las miradas, las risas
y los pensamientos. Y, en el momento en que regula la vida interior de los individuos,
he aquí que el Estado neoliberal, por fin, cumple al pie de la letra el programa hegeliano,
erigiéndose en la suprema autoridad espiritual, moral y religiosa, reinando sobre las
almas y las conciencias con la nuevo Decálogo de los derechos humanos y la corrección
política. Beaux draps que constituyen la esencia de la herencia hegeliana.
“Muslim” e “Islam”, que son casi transliteraciones, fieles a la raíz triliteral de ambas
palabras, slm (de la que todavía proviene salaam, “paz”). También hago esto porque sé
que en la religión islámica la ortografía de las palabras tiene un uso ritual y un profundo
significado simbólico –similar al del hebreo– que se pierde por completo en estas
adaptaciones arbitrarias. En las transliteraciones árabes, en este y otros libros, tampoco
utilizo el alfabeto fonético internacional, que es muy complejo, sino un sistema simplificado
de mi invención, donde cada letra árabe corresponde a una y sólo una letra del alfabeto
latino convencional, modulado por acentos. .
Judío-protestante del primero, ruso-ortodoxo del segundo, católico del tercero. Es una pena
que hasta el día de hoy nadie haya estudiado esto en detalle.
98 De ahí, más adelante, vendrían las dos grandes líneas que se disputan la primacía
del pensamiento occidental: el naturalismo físico-matemático y el historicismo culturalista.
Véase, a continuación, §20.
99 Cfr. Fritjof Capra, El Tao de la Física, Berkeley, Shambhala, 1975.
100 Cfr. Paul Feyerabend, Contra el método, trad. Octanny S. da Mota y
Leônidas Hegenberg, Rio de Janeiro, Francisco Alves, 1977, especialmente cap. VIII.
101 Alexandre Koyré, Del mundo cerrado al universo infinito, trad. Raissa Tarr,
París, Gallimard, 1973, pág. 19-20 [inglés original de 1962].
102 Koyré, loc. cit.
103 Sobre o mundus imaginalis, c. Henry Corbin, Avicenna and the Visionary
Story, París, Adrien-Maisonneuve, 1954; trans. Inglés de Willard Trask, Avicenna and
the Visionary Recital, Irving (Texas), Universidad de Dallas, 1980.
104 Koiyré, op. cit., pág. 30
105 Koyré, op. cit., pág. 64-65.
106 Comentando una etapa ya más avanzada en el proceso de matematización de la
naturaleza - la física de Galileo - Edmund Husserl la
observado, escribe:
idea de“Según
Galileoloes
que hemos
una hipótesis, y
una hipótesis de un tipo sorprendente. Sorprendente, porque, a pesar de la verificación,
la hipótesis sigue siendo hipótesis, y lo sigue siendo para siempre; el cheque (el único
posible) es una secuencia infinita de cheques. Esta es precisamente la esencia misma de
la ciencia natural, el a priori de su modo de ser” (Edmund Husserl, La Crisi delle Scienze
Europee e la Fenomenologia Trascendentale.
Introducir toda la Filosofía Fenomenológica, La Cura de Walter Biemel, trad. Enrico Filippini,
Milán, Il Saggiatore, 4ª ed., 1972, p. 71). Cualquiera que considere seriamente estas
palabras comprenderá que el conocimiento así constituido no está calificado para salir del
marco de la más estricta humildad metodológica y opinar sobre cuestiones de metafísica,
gnoseología o incluso cosmología.
107 “Por eso es necesario haber aprendido qué requisitos se deben poner a cada
clase de ciencia, ya que es absurdo buscar una ciencia y el camino para llegar a esa
ciencia; y ningún objeto es fácil de agarrar. En particular, no se debe exigir rigor
matemático en todo, sino solo cuando se trata de seres inmateriales. Por esta razón el
método matemático es inaplicable a la Física. Porque es probable que toda la Naturaleza
contenga materia; de donde se sigue que primero debemos examinar qué es la Naturaleza,
pues entonces veremos también de qué se trata la Física” (Metafísica, a, 3, 995a).
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para averiguar dónde entendí mal, como cree el profesor, las profundidades
abisales del argumento cantoriano. Por la breve muestra, dudo que pueda aportar algo
nuevo. Profe. Assis Neto declara, en efecto, que mis premisas “están en un plano
metafísico” y que las mezclo, “indebidamente, con argumentos matemáticos que están
en otro plano”. La afirmación es absurda. Primero, se basa en la premisa de que un
campo matemático puede existir fuera de los dominios que abarca la metafísica, y es
esta premisa, de enorme pretensión y extrañeza, la que habría que demostrar. En lugar
de esto, el Prof. Asís, inocentemente, lo da por sentado y lo prueba a sí mismo para
basar en él la acusación de que mi argumento metafísico ha invadido un reino extraño.
Que yo sepa, la metafísica, ciencia de la posibilidad universal, no tiene límites, e incluso
el puro formalismo matemático, al explorar posibilidades meramente imaginarias, no
escapa al reino de lo imaginable y concebible, tan metafísico como cualquier otro. En
segundo lugar, el argumento de Cantor sobre los "dos infinitos" es que, al presentarse
como una refutación válida del 5º principio de Euclides, entra en el ámbito metafísico,
ya que este principio -el todo es mayor que la parte- es obviamente metafísico, ya que
pretende no solo imaginar un espacio posible sino describir una propiedad del espacio
real. Por lo tanto, una de dos cosas: o el argumento de Cantor tiene un alcance
metafísico y, por lo tanto, puede ser impugnado en el nivel metafísico, o no es un
argumento metafísico y no se sostiene contra el quinto principio de Euclides (o cualquier
otra cosa). Tertium non datur.
Entiendo perfectamente Prof. Asís, pero observo que ya ha tenido dos oportunidades
de presentar sus argumentos y se ha negado a hacerlo.
Primero, durante el curso Aristóteles en Nueva Perspectiva, dictado en la UFPE,
después de presentar mi refutación de Cantor, incesantemente invitaba a quien
tuviera objeciones a que las expresara en voz alta, y el profesor no decía nada. El
propio artículo de Minerva fue una segunda oportunidad perdida: en lugar de exponer
sus objeciones, el profesor se limitó a profetizarlas en un tono vagamente amenazante,
como si el desafío a duelo valiera algo sin indicación precisa de fecha y lugar. Entonces,
una de dos cosas: o los argumentos que tiene que presentar no cabían en el periódico
porque son de extrema complejidad técnica - lo que demuestra que mis humildes tres
páginas tienen sustancia suficiente para alimentar largos esfuerzos de refutación, por
lo que la extrañeza del profesor es fuera de lugar Dada la brevedad de mi exposición,
o el profesor, de hecho, no tiene ningún argumento y ha estado perdiendo noches de
insomnio buscando uno.
117 P. 83 de la edición Os Pensadores (São Paulo, Ed. Abril, varias reediciones).
118 Edmund Husserl, Lógica formal y lógica trascendental. Ensayo sobre una
crítica de la razón lógica, trad. Suzanne Bachelard, París, PUF, 1957, p. 7-8.
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120 Por eso no puedo estar del todo de acuerdo con el distinguido Friedrich
Meinecke cuando enfatiza un tanto unilateralmente el peso de la influencia
neoplatónica en los orígenes del historicismo. Del neoplatonismo puede provenir
la imagen del universo como totalidad viviente, en oposición al mecanicismo, pero la
apreciación del drama humano como centro de la realidad cósmica es, sin duda,
cristiana en su base. Por otro lado, es perfectamente injusto ignorar que un giro
hacia las individualidades concretas, contra la abstracción racionalista, fue una
reanudación de lo mejor y más genuino de Aristóteles, contra el platonismo de la
nueva física. Para Aristóteles, después de todo, la única realidad realmente existente
es la sustancia, lo que significa, en definitiva, la individualidad concreta -este hombre,
este árbol- cuyo concepto genérico es sólo una realidad secundaria y derivada, un
verum secundum quid, verdadero en cierto modo . respeto.solo. Como ya he dicho
en otras obras (v.
Una filosofía aristotélica de la cultura. Introducción a la Teoría de los Cuatro
Discursos, Rio de Janeiro, IAL & Stella Caymmi, 1994, y sobre todo Pensamiento
y Actualidad de Aristóteles, editado en folletos por IAL), es sólo una grosera
simplificación típica de la cultura almanaque que puede sustentar el mito que el
pensamiento moderno es una ruptura con el aristotelismo. Del aristotelismo, la
filosofía moderna sólo abandonó algunas partes de la Física, al tiempo que
revalorizaba su metodología, su metafísica, su teoría del lenguaje y sobre todo su
Poética, enteramente desconocida en la Edad Media.
121 Vale la pena tomar nota de la singularidad del evento. Con la excepción
de la antigua China, una sociedad gobernada por una élite de burócratas
alfabetizados para quienes un error gramatical podría costarles la vida, ninguna
otra civilización se había preocupado mucho por la datación de documentos
antiguos o por cuestiones de autoría. En Oriente y Occidente, los escritos
producidos por algún discípulo siglos después de la muerte de un filósofo circularon
bajo su autoría, y nadie encontró esto anormal, en parte por indiferencia al curso de
la historia, en parte por una mentalidad antiindividualista que no atribuyó a un hombre
en particular el descubrimiento de una verdad y prefirió olvidar a los autores de las
mentiras. Así era la Edad Media occidental, un mundo en el que cierta desorganización
en todo se consideraba una condición sine qua non para el mantenimiento de la
libertad: Queste cose hanno bisogno di um pò di confusione.
122 Los marxistas cedieron tanto a los argumentos de sus oponentes que el
principal historiador marxista británico de la posguerra, EP Thompson, incluso
admitió que el concepto mismo de "clase", la idea clave de la interpretación
materialista-dialéctica de la historia, no era Es propiamente un concepto económico,
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sino cultural y psicológica. No fue intencional, pero con esto Thompson implosionó el
marxismo. Ver en EP Thompson, The Making of the English Working Class, Penguin
Books, 1968 (1st ed., 1963).
123 Lamentablemente, esta gigantesca apertura del horizonte humano terminó
siendo neutralizada por la perversión ideológica. Puesta al servicio de la contestación
izquierdista de la civilización occidental, la comprensión antropológica de las culturas
antiguas e indígenas se ha convertido en un cliché encargado de reforzar un nuevo y
más virulento discurso “progresista”. Discurso autocontradictorio y a veces demente,
como por ejemplo cuando se quiere preservar a las culturas indígenas de cualquier
contacto “desculturador” con las costumbres occidentales, bajo el alegato –
antropológicamente cierto – de que adaptarse a nuevos modos de vida destruiría la
cohesión de estas comunidades y desmantelar las personalidades de sus miembros;
pero al mismo tiempo quiere imponer cambios drásticos y repentinos a las poblaciones
conservadoras y religiosas del propio Occidente; y que, provocando así la ruptura de
los lazos de lealtad social y el derribo de personalidades, desata una ola de violencia,
locura y delincuencia, de la que, finalmente, en lugar de responsabilizarse, acusa “al
sistema”. Aprendido del diablo, tentador y acusador a su vez.
grande, et tenebræ non comprehenderunt eum (explico esto con más detalle en mi
Historia esencial de la filosofía).
128 Véase, por cierto, la notable obra de Jacques D'Hondt, Hegel Secret.
Investigación sobre las fuentes ocultas del pensamiento de Hegel, París, PUF, 1968.
129 En esto, como en muchos otros puntos de su filosofía, Hegel es
vertiginosamente ambiguo. Por un lado, hace la apología de la Reforma
protestante como culminación del proceso cristiano de liberación de la conciencia
individual. Por otro lado, reduce la religión al concepto de “moralidad” –creyendo que
cualquier metafísica que pudiera haber en la religión ya había sido absorbida y
completamente superada por la filosofía académica (¡me da risa!)– y, haciendo del
Estado el guardián de la moral, termina por dejar las conciencias individuales a merced
del Estado (Filosofía del Derecho, §268). Nietzsche, astuto como era, pronto se dio
cuenta del truco: el estado hegeliano era el “Nuevo Ídolo” que se ofrecía como sustituto
de los cansados luchadores que habían derrotado al “viejo Dios”.
130 Por supuesto, la llamada “izquierda hegeliana” fue mucho más allá. En
Life of Jesus de David F. Strauss (1835) se explicita la divinización del
espacio-tiempo, y Ludwig Feuerbach (La esencia del cristianismo, 1841), elevando
el Estado a la categoría de "Providencia del hombre", da la fórmula que se
convertiría en casi un dogma del siglo XX: “La política debe convertirse en la nueva religión”.
Pero tales sonrisas no deberían impresionarnos: estos subfilósofos serían
impotentes sin las armas que recibieron del maestro. El supremo pontífice del
estado moderno es Hegel: son más bien los bufones de la corte, que declaran en voz
alta los inconvenientes que el sumo sacerdote, interiormente de acuerdo con ellos,
calla prudentemente.
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CAPÍTULO 8
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LA REVOLUCIÓN GNÓSTICA
Pero, como hemos visto, el epicureísmo por sí solo no ocupaba todo el horizonte
mental de Motta Pessanha. Allí se fusionó con el marxismo. Después de demostrar
(§§16 y 17) la perfecta compatibilidad entre el marxismo y el epicureismo, como
filosofías de la praxis que sólo tocan el mundo real como pretexto y medio para
llegar al mundo inventado, llegamos finalmente a la conciliación de lo aparentemente
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¡Pero Ay! — este personaje no es nuevo en la historia. Ha pasado por este mundo,
y cuando ha pasado, no ha dejado tras de sí un jardín de delicias, sino un rastro de
locura y crueldad. La síntesis del culto del cosmos y el culto de la Historia no surge —
¡ay! —en la hora antes del amanecer, pero en la luz indecisa
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que presagia una larga noche. Para nosotros, como para los pigmeos de Nueva
Guinea, los dioses del espacio y del tiempo no son objeto de un culto primaveral en
una infancia del mundo, sino el comienzo de una decadencia, el signo de una trágica
ruptura entre Existencia y Sentido, que da comienza una larga y fatal descomposición
del espíritu y termina con la dispersión de la tribu en grupos errantes de hombres
aterrorizados e indefensos.
El dios cósmico-histórico, el dios de Motta Pessanha, ya pasó dos veces por la
historia occidental. La primera vez, se personificó en César, el dios-emperador.
Del segundo tomó el nombre de gnosticismo, el cadáver de la religión imperial
que tiñó los primeros seis siglos del cristianismo con los vapores de su
descomposición. Sin embargo, cuando el período histórico había llegado a su fin, la
profecía de Motta Pessanha anunciaba, sobre la tumba de Cristo, la resurrección de César.
El gnosticismo fue, en origen, una secta religiosa, o mejor dicho, una amalgama de
sectas religiosas diferentes e incluso enfrentadas, pero unidas por un doble sentimiento
común: el odio al cristianismo, la nostalgia de la tradición grecorromana. Si recordamos
que esta tradición tenía raíces profundas en el pasado egipcio-babilónico, será fácil
entender el gnosticismo, más ampliamente, como una reacción global de la mentalidad
religiosa antigua contra el cristianismo emergente. Para explicar el sentido, la amplitud
y la profundidad de esta reacción, cuyas repercusiones continúan hasta el día de hoy,
tenemos que preguntarnos qué fue lo que trajo el cristianismo de tan nuevo y extraño,
tan radicalmente hostil e incompatible con la vieja mentalidad en su conjunto . —y no
solo con su versión grecorromana en particular— hasta el punto de desencadenar tal
“shock de retorno”.
el judaísmo, o las diversas confesiones cristianas entre sí, como especies diferentes del
mismo género. Pero no. El abismo entre el cristianismo y la religión antigua es más
profundo. No se trata de dos religiones diferentes, de dos especies del mismo género
en pugna entre sí: se trata de dos géneros inconmensurables. La diferencia es tan
profunda que debe evitarse el uso del mismo término –“religión”– para designar
fenómenos tan heterogéneos para evitar confusiones.
La diferencia está, pues, en la forma de los respectivos fenómenos.
Todas las grandes religiones anteriores al cristianismo tienen un carácter común,
ausente en el cristianismo: en ellas se cristaliza una cosmovisión religiosa en una
determinada estructura social, tomada en sí misma como expresión encarnada de la
verdad de esa cosmovisión. En otras palabras, la organización sociopolítica era en sí
misma la verdad encarnada: no había posibilidad de una verdad fuera de la creencia
colectiva. Allí, la creencia correcta y la integración obediente del individuo en el orden
social eran lo mismo.
No es que el pensamiento individual fuera reprimido, como lo sería más tarde y como lo
es todavía en sociedades de diversos tipos: es que el pensamiento individual
simplemente no existía; no había espacio donde la conciencia del individuo pudiera
desarrollarse a partir de la creencia colectiva. La concepción de una verdad objetiva,
universal, independiente de todo orden social determinado, y accesible a la libre conciencia
individual, no aparece en la historia anterior a la filosofía griega. Sócrates es, en la
sucesión de los tiempos, el primer hombre que afirma explícitamente la soberanía de la
conciencia individual, su superioridad incluso en relación con la creencia materializada en
el orden social, en la medida en que la sociedad sólo puede tener acceso a verdades
esquemáticas y simbólicas, mientras que que el individuo alcanza, a través de la dialéctica
socrática, la visión directa, no simbólica, de la verdad universal. El individuo que llega a la
verdad tiene, al proclamarla, una autoridad superior a la de la sociedad, pues habla en
nombre de lo universal, absoluto y supracuantitativo, mientras que la sociedad habla sólo
en nombre de lo general, cuantitativo y forma meramente simbólica de lo universal. Si los
dioses de la comunidad habitaban en templos y plazas, el dios de Platón reside sólo en la
pura intelección metafísica del filósofo. Esto es lo mismo que decir que los dioses griegos
no eran más que la encarnación de fuerzas cósmicas, derivadas y segundas, mientras
que el Dios de Platón, el Bien Supremo, era el Absoluto mismo, inaccesible al culto público
y sólo conocido, en suma, por el intelecto filosófico. . La Unidad de un Absoluto
supracósmico aparece allí como una verdad esotérica, frente al culto exotérico de las
potencias cósmicas. El portador de la verdad esotérica se encuentra así frente a la
sociedad en una posición ambigua: por un lado, es un hombre como los demás, miembro
de la polis, sujeto al culto ya las leyes. Por otro lado, es el portavoz de un Dios verdadero,
de quien esos dioses que aparecen en el culto público no son más que ecos e imágenes
lejanas. Aparece, con claridad cegadora, la tragedia de la legítima autoridad espiritual
puesta frente a un poder temporal al que un antiguo culto, ya desgajado de toda raíz
celestial, confería, por la antigüedad, una especie de autoridad espiritual simbólica. El
sabio debe, por un lado, obedecer leyes y costumbres, si no quiere ser excluido de la
comunidad humana; se lo debe, en cambio, a Dios
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cierto, del que la comunidad sólo conoce lejanas analogías y símbolos, cristalizados
en ritos y mandamientos cuyo sentido se ha perdido.
Para nosotros hoy, libres de la presión de la sociedad ateniense local, es fácil apoyar
unilateralmente a Sócrates, aunque solo sea porque nuestra adhesión a la verdad
interna que representó es casi siempre verbal y pro forma. Pero el mismo Sócrates les
dio a sus verdugos alguna razón, reconociendo implícitamente que la verdad interna
debe permanecer interna; que el culto externo, por muy deteriorado y vacío de todo
contenido espiritual, conservó sus derechos hasta que llegó el momento de rasgar el
velo de los símbolos para mostrar urbi et orbi el secreto supremo. Sócrates, el portador
de un mensaje espiritual, no había venido al mundo, después de todo, para fundar una
nueva religión, sino solo para dar testimonio, como individuo humano, de una verdad
universal que trasciende todo culto local. En su mensaje destacan tres aspectos
esenciales: 1º, es universal, válida para todos los seres racionales y no sólo para una
comunidad particular; 2º, es apodíctico, basado en evidencia y no en mera opinión; 3º,
su representante y portavoz es el individuo como tal, la conciencia filosófica reflexiva del
hombre independiente, y no la autoridad socialmente constituida, o la comunidad
históricamente existente.
Ahora bien, lo que Sócrates propone a un grupo restringido de filósofos, sin la menor
pretender transformar su enseñanza en un nuevo culto público, es
precisamente lo que el cristianismo ofrecerá a todos los hombres: acceso directo al
conocimiento de la Palabra divina, sin la intermediación de la polis ni del Estado. El
cristianismo, en primer lugar, no se dirige a los hombres como miembros de una
comunidad, sino como individuos conscientes y dueños de su libertad; en segundo lugar,
no propone un nuevo sistema de ritos y símbolos, sino la experiencia directa de la
Palabra divina, certeza superior a cualquier prueba dialéctica; en tercer lugar, la ofrece
como una verdad universal, válida para todos los hombres y no sólo para unos pocos
situados en un momento y lugar de la historia. La única diferencia es que Sócrates se
resignó a que esta verdad interior permaneciera en secreto, mientras que el cristianismo
la reveló públicamente, convocando a todos los hombres a buscar el acceso directo a la
Palabra, sin la intermediación de la autoridad civil, en un abierto desafío a todos los
cultos. El cristianismo, en suma, desacraliza radicalmente el Estado, en el mismo
momento en que consagra, como portador de la Palabra divina, el alma del individuo
humano. Significativo en el Nuevo Testamento es el pasaje en el que S.
El Apóstol Pablo, al enterarse de que los cristianos recién bautizados disputaban algo
entre sí en el tribunal romano, les advierte que no se sometan al juicio de la autoridad
civil, ya que no le corresponde a ésta juzgar “a los que van a juzgar al mundo”. ”.[ 132 ]
ahora o en el foro; por otro, las fuerzas cósmicas, a veces favorables, a veces adversas,
que pesan sobre el destino humano y entre cuyas exigencias debe abrirse camino la
comunidad. El cristianismo rompe este mundo bidimensional, inaugurando la dimensión vertical
de profundidad y altura, inaccesible tanto a la imaginación comunitaria como a las
representaciones sensibles de las divinidades cósmicas: por un lado, la profundidad interior de
la conciencia individual, el recinto secreto de la intimidad del hombre. consigo mismo. por el
otro, el infinito, la eternidad, más allá del tiempo y del cosmos. La dimensión vertical del alma
y de Dios, superpuesta a la confrontación horizontal de la sociedad y el cosmos, es
precisamente uno de los significados del simbolismo de la cruz. A la dimensión moral y cósmica
de la religión antigua, el cristianismo superpuso la dimensión espiritual y metafísica.
No conviene entrar aquí en una descripción profunda del fenómeno gnóstico, cuya
amplitud y variedad, casi alucinantes, sólo voluminosos estudios pueden, desde lejos, dar
cuenta. Pero no creo equivocarme al señalar, como puntos comunes a una amplia variedad
de escuelas gnósticas, la religión cósmica, por un lado, y la sacralización de la sociedad (o
del Estado), por el otro.
Para hacerme entender, debo recurrir a un esquema, donde la vertical simboliza
la eternidad y la horizontal la temporalidad, como en todo el simbolismo universal de la
cruz (Fig. 2). En la simbología china, la vertical corresponde a khouen, la “perfección
activa”, o el principio metafísico del que todo se origina; y el horizontal a khien, la “perfección
pasiva” o manifestación cósmica de este principio.[ 137 ] Cabe señalar que el hombre aquí
designado es el Hombre Universal, el molde del cosmos —por lo tanto trascendente al cosmos
— y no el individualidad empírica. Por otro lado, sin embargo, el Hombre Universal es la
esencia misma de la individualidad concreta, de la singularidad humana.
Pero no fue sólo en el seno de la Iglesia donde permaneció activo el espíritu del
mundo romano: en torno a ella, y contra ella, pululaban las sectas gnósticas desde
los primeros siglos. En ellos se conservaba el espíritu de la religión cósmica, el otro
componente del culto estatal grecorromano. Es como si el espíritu pagano se hubiera
escindido: su genio político, histórico y jurídico se infiltró en la alta jerarquía de la
Iglesia, mientras que su religión cósmica, sus dioses naturales, se refugiaron en el
gnosticismo. Aquí, desde el comienzo de la historia cristiana, se han esbozado los
dos enemigos que se oponen a Dios y al alma: el “mundo” y la “carne” —por un lado,
el espíritu de la sociedad política, por otro, el culto a la las fuerzas materiales del
cosmos. La alianza de la religión estatal y la religión cósmica se opone a la alianza
de Dios y el hombre. La dimensión sociocósmica (khien) pretende subyugar, engullir y
eliminar la dimensión espiritual y metafísica (khouen).
Pero khien es en sí mismo doble. La entronización de lo sociocósmico
desencadena inmediatamente una nueva lucha. ¿Quién reinará: la sociedad o el
cosmos, el hombre o la realidad exterior, la historia o la naturaleza? Aquí aparece,
con toda claridad, el tema dominante de todos los conflictos de ideas en Occidente
desde el Renacimiento. Derribado el eje vertical, el eje horizontal no puede permanecer
en pie, porque entre sus dos términos no existe la flagrante desigualdad que existe
entre el individuo humano y Dios: la historia y el mundo, la cultura y la naturaleza, el
valor y el hecho, nunca pueden llegar a un acuerdo, si no tomando como balance la
vertical que apunta hacia arriba la esfera de las leyes metafísicas, los límites de lo
posible y lo imposible, y hacia abajo, los deseos y aspiraciones del alma humana
individual. Con el alma y el Absoluto fuera de escena, sólo queda el combate de
Leviatán y Behemoth: el espíritu de rebelión autolátrica que comanda la Historia, el
espíritu de sumisión ciega y mecánica a la naturaleza externa. Un nuevo diagrama
mostrará las alternativas con las que Occidente ha luchado durante cuatro siglos:
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131 Arthur Koestler, The Yogi and the Commisar and Other Essays, Londres,
Jonathan Cape, 1945 (varias reimpresiones).
132 Habiendo exhortado a los fieles a obedecer a las autoridades mundanas (Rm 13,
1-7), el Apóstol, sin embargo, advierte: "¿Alguno de vosotros, teniendo litigio con otro,
acude a la justicia ante los injustos, y no ante los santos?" (1Cor 6, 1). El sentido es claro:
“dar al César lo que es del César”, pero sin someterle el juicio de cuestiones de conciencia.
Con esto, S. Paulo ya refutó la falacia hegeliana de que “el Estado es la realidad de la libertad
concreta”, mostrando que el Estado sólo puede ser el lugar de la libertad abstracta, formal,
que, curiosamente, vendría a ser también muy claramente percibida. por Carlos Marx. Es
asombroso que Hegel, habiendo percibido claramente la contradicción de la Iglesia medieval ,
a la vez defensora de la libertad de conciencia y obstáculo para su ejercicio efectivo ( Hist.
La contradicción se volvería aún peor en el estado moderno.
pivote sobre el que gira el portal de la comprensión histórica, y que una historia reducida a
dimensiones naturales y civiles, como lo es casi todo lo que hoy recibe el nombre de ciencia
de Herodoto, es sólo una crónica provinciana, sin poder alguno para dilucidar los factores
decisivos. , los retornos cíclicos, el auge y caída de imperios y doctrinas. Que filosofías enteras
de la historia hayan podido basarse en cimientos tan estrechos sólo demuestra que la
intelectualidad moderna es un nuevo sacerdocio de tipo grecorromano, firmemente
comprometido a no dejar que los hombres vean nada más allá del círculo mundano. La
“mundanalidad y terrenalidad total del pensamiento” (sic) preconizada por Antonio Gramsci, es
sólo el final de un proceso de estrechamiento del horizonte intelectual humano que viene de
unos siglos. Su ideal es reducir la conciencia del historiador a la condición de la rana de la
fábula, habitante de un pozo, que ante la pregunta de qué era el cielo responde: “Es un
agujerito en el techo de mi casa”. 134 Es absolutamente esencial para cualquier persona que
desee comprender este período de la historia leer los clásicos de Christopher Dawson, Religion
and the Rise of Western Culture, Nueva York, Image Books, 1957 (varias reimpresiones) y
The Making of Europe. Introducción a la historia de la unidad europea, Nueva York, Meridian
Books, 1956.
137 V. La Nueva Era y la Revolución Cultural: Fritjof Capra & Antonio Gramsci,
Campinas, Editorial VIDE, 4ª ed., p. 13-16.
138 El estudio más inteligente jamás escrito sobre la influencia del gnosticismo en la
historia de las ideologías en Occidente es el trabajo de Eric Voegelin citado más adelante
en la nota al pie 247. La tesis defendida en este párrafo está en gran parte inspirada en
Voegelin, de la que sin embargo separo algunos diferencias menores., que aparecerán en los
párrafos siguientes.
139 René Guénon, Insights into Christian Esotericism, París, Ediciones
y
tradicional, 2 ed., 1977, pág. 8-26.
140 Sobre esta paradoja en la historia de la influencia aristotélica y este
antagonismo dentro del Renacimiento, ver Aristóteles en una nueva perspectiva:
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Introducción a la Teoría de los Cuatro Discursos, op. cit., así como Pensamiento y
actualidad de Aristóteles, transcrito por Heloísa Madeira, João Augusto Madeira y Kátia
Torres, 12 números, 5 de los cuales ya están en circulación (Rio de Janeiro, IAL, 1994).
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CÉSAR RECICLADO
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CAPÍTULO 9
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No, no tiene sentido cambiar el culto de Leviatán por el de Behemoth. Este intercambio,
cíclico y repetitivo hasta el punto de la alucinación, es en sí mismo el problema, el mal que
ha sacudido y hecho girar a Occidente durante siglos en una enloquecedora danza de
derviches borrachos que han olvidado a Alá y caído en la idolatría de la danza misma. Las
dos manos khien solo dejan de abofetearse cuando se unen en obediencia común al
khouen.
Pero si el remedio propuesto por el yogui-comisionado para superar la adicción
es solo una nueva inyección de la misma vieja droga, entonces surge la pregunta: ¿Quia
bono? ¿Quién gana con esto? ¿A quién sirve el comisionado yogui, lo sepa o no?
***
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Para colmo, la religión de Hegel no era sólo una idea: la Revolución llegó a realizarla en
su totalidad. El 7 de junio de 1793, la Convención, reunida bajo la presidencia de Maxilimilien
Robespierre, votó a favor de un Catecismo en quince artículos.
El primero reconocía la existencia del Ser Supremo, que se distinguía de lo que el Antiguo
Régimen llamaba Dios por ser menos una Persona que un concepto abstracto: el dios del
deísmo, en definitiva. Los artículos 2 y 3 fijaron los deberes del Ser Supremo: odiar a los tiranos,
castigar a los traidores, etc. Los siguientes artículos establecieron rituales festivos encargados
de recordar al hombre su dignidad y sus deberes. Son treinta y seis fiestas al año, dedicadas al
Ser Supremo, la República, la Justicia, la Frugalidad y otras cosas excelsas, entre ellas la
Industria y la Agricultura, más cuatro celebraciones extras, la principal el 14 de julio. marcó el
primero
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***
La historia política de Occidente puede, sin error, resumirse fácilmente como la historia de las
luchas por el derecho de sucesión en el Imperio Romano. Siglo tras siglo, vemos intentos de
renovar el mayor logro de Roma: unificar, bajo la misma legislación y el mismo gobierno, una
multiplicidad de pueblos, viviendo en armonía con sus diferencias y contribuyendo todos a la
riqueza y grandeza del Imperio.
Es, ante todo, una realidad en curso. Con la excepción del período entre la caída de
Roma y el reinado de Carlomagno, no ha pasado un día en la historia de Occidente en el que
alguna nación, pueblo, reino, no hiciera sus mejores esfuerzos para elevarse. como tal no fue
reconocido por los demás. E incluso en este período, el Imperio no dejó de existir: fue
trasladado a Bizancio. Es, en segundo lugar, una realidad problemática: frente a la unidad estable
y al crecimiento orgánico de Roma, el Imperio de Occidente, sin desaparecer nunca del todo,
muere aquí para renacer allá, cambia de centro y de contorno, de antagonistas y protagonistas,
de doctrinas y de métodos. , siempre inquieto, proteico, Leviatán moviéndose nerviosamente en
el fondo de las aguas, siempre soñando con la estabilidad del poder, siempre condenado a la
metamorfosis de guerras, revoluciones, cambios de pueblos y fronteras. Es, en tercer lugar, la
realidad decisiva. Quien siga la historia de las ideas políticas como contrapunto a la historia de
las acciones políticas y no como una sucesión de teorías que flotan en el cielo de las ideas puras,
verá que nunca ha habido en Occidente una sola doctrina, monárquica o republicana,
revolucionaria. o movimiento reaccionario, esclavista o libertario, que no fue absorbido para
servir de pretexto y refuerzo en la lucha por el Imperio. Tan fuerte es el magnetismo de la idea
de Imperio que los demás orbitan a su alrededor como satélites, cuya aparente oposición solo
enmascara el hecho de que giran alrededor del mismo eje, que sirven al mismo propósito y amo.
Teocracia y monarquía, república y democracia, nacionalismo e internacionalismo, revolución y
reacción, capitalismo y socialismo, y todas aquellas otras banderas en nombre de las cuales los
hombres
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Al igual que uno de sus héroes más célebres, Abraham Lincoln, el Imperio está
notablemente desprovisto de convicciones teóricas, excepto la de su misión
unificadora. Como Lincoln, apoyará la revolución o la reacción, la esclavitud o la
abolición, el moralismo puritano o la rebelión sexual, el dominio colonial o las
reivindicaciones de independencia nacional, con la misma serenidad de quien sabe
que sólo importa una cosa: salvar la unidad del Estado que encarna. el proyecto de la
Revolución Americana, para asegurar la continuidad de la marcha ascendente de esa
Revolución hacia el Imperio del mundo.
***
una dualidad de poderes, civil y militar, había invitado durante siglos a una unificación
forzada, que solo podía provenir de los militares. Estos poderes, sin embargo,
estaban igualmente sujetos a un conjunto de normas tradicionales de conducta, así
como a los ritos del mismo culto público. El Imperio se construyó sobre la unidad moral
y religiosa del pueblo romano, consolidada por la religión del Estado, en el que
senadores y cónsules, generales y emperadores ejercían personalmente, en los
intervalos de sus obligaciones políticas y militares, las funciones sacerdotales. Ahora
bien, esta unidad no existía en la Europa medieval, donde los primeros intentos de
restauración del Imperio traerían ya en sí mismos la contradicción constitutiva que los
llevaría al fracaso: constituirían un esfuerzo por injertar las instituciones romanas en el
marco de una religión que , por su inspiración En un nivel más profundo, rechazó con
verdadero disgusto la idea del culto estatal, entre cuyas víctimas se encontraban,
además, sus fundadores: la legión de los primeros mártires cristianos.
por otra parte, el temor reverencial se mezclaba con el desprecio social, ya que el clero
reunía a sus miembros en todas las clases y los nobles no podían mirar con buenos
ojos a los antiguos siervos que de pronto aparecían investidos de autoridad y poder.
En tercer lugar, la Iglesia, auspiciadora del proyecto del Imperio, ejercía primacía sobre
la casta guerrera, que entraba como invitada. Si los antiguos emperadores romanos
eran ellos mismos los sacerdotes del culto estatal, los emperadores de Europa tendrán
que contentarse con el estatus de gobernantes concedido y legitimado por otra casta.
Aquí están los primeros tropiezos, que darán lugar a una serie interminable: la síntesis
romana de las castas sacerdotal y real se había deshecho para no volver jamás. Desde
ese momento hasta el momento en que la cabeza de Luis XVI ruede por el suelo
cortado por la Revolución, el drama del Imperio de Occidente tomará la forma
ostensible de un conflicto entre el sacerdocio y la realeza.[ 148 ]
por el Papa Por otro lado, la mayoría de los pueblos cristianos se negaron a
someterse al Emperador. Cuatro de ellos —inglés, francés, español y portugués—
fundaron más tarde sus propios imperios sobre las ruinas del antiguo.
Durante la mayor parte de su existencia, el Imperio no fue más que una
aglomeración de principados y ducados independientes y mutuamente hostiles.
En la época de los últimos Habsburgo, estas unidades autónomas sumaban mil
ochocientas. Cuando, en 1806, Napoleón ordenó la extinción del antiguo Imperio,
éste sólo existía en el papel.
***
¿Por qué fue así? Las causas del fracaso son tan obvias que hoy nos
sorprende que los protagonistas no se dieran cuenta de ellas a tiempo para
intentar cambiar el curso de los acontecimientos. Pero, para percibir los hechos,
no basta con que estén frente a nosotros: es necesario tener los conceptos (de con
+ cepio = “capturar juntos”), los esquemas mentales que nos permitan aprehenderlos.
en la unidad de sus relaciones. Y los conceptos que aclaran el significado de estos
eventos antiguos para nosotros hoy en día fueron una invención muy posterior. En
su ausencia, los hechos deben volar como moscas, en giros caóticos donde sus
contemporáneos no vieron forma ni sentido. No es que los antiguos fueran tontos y
nosotros inteligentes. Es solo que es fácil entender lo que sucede... después de que sucedió.
Primero, era imposible construir un nuevo Imperio sobre el modelo romano
sobre bases económicas tan diferentes a las romanas. Que nadie se deje engañar
por las palabras aquí: el régimen era “feudal” en ambos casos. ¡Pero qué
diferencia entre los dos feudalismos! El ex noble, como un “coronel” del interior
de Pernambuco, vivía en la capital, entre sus pares, brillaba en el Senado, iba al
teatro, su casa era frecuentada por artistas, filósofos, bellas damas. Sus hijos
desempeñaron funciones sacerdotales, oficiaron en servicios públicos y luego
hicieron carrera en el Ejército. Una o dos veces al año visitaba sus tierras, recogía
las ganancias y regresaba a la ciudad. Era, sobre una base feudal, una aristocracia
urbana, muy culta y politizada.[ 149 ]
Con la disolución del Imperio, los nobles se retiran definitivamente a sus tierras
y, sin contar ya con la protección de un gobierno central, intentan organizar
ejércitos privados. Cada señorío se encierra en una rencorosa desconfianza, sin
saber si temer más las ambiciones de los vecinos o las hordas bárbaras que
siguen llegando y arrasándolo todo. Con las invasiones, muchos de estos feudos
cambian de dueño de la noche a la mañana. Los límites de propiedad se vuelven
inestables, deben ser defendidos por la espada.
La construcción del Imperio europeo enfrenta, de entrada, un muro de
imposibilidades, y la primera es: cómo imponer la unidad política y administrativa
sin una aristocracia urbana —sin la unidad de la clase dominante, dispersa en un
territorio inmenso y dividida por hostilidades y choques de intereses irreconciliables?
Más aún: ¿cómo imponer la unidad sin una clase dominante capaz ? Los
restos de la antigua nobleza olvidan los hábitos de cultura y refinamiento; los nuevos,
de origen bárbaro, nunca tuvieron estos hábitos. La aristocracia es ahora
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una horda “inculta, turbulenta, ávida de placeres groseros ya la que ningún poder
puede disciplinar”[ 150 ].
En tercer lugar, el antiguo feudalismo romano se basaba enteramente en el trabajo
de los esclavos, capturados por millones en guerras de conquista y colocados para
servir en establos reales, sin derecho a tener bienes personales ni a formar una familia.
Ahora bien, la misma Iglesia había cambiado la suerte de estas personas, ganándoles
el derecho a la propiedad y al matrimonio, así como diversas garantías contra las
arbitrariedades del señor feudal. Uno de los deberes básicos del Santo Emperador en
el año 800 era defender estos derechos, lo que lo hizo antipático para la mayoría de la
clase aristocrática. En todo caso, Carlomagno consiguió hacerse obedecer, en parte
por el terror que inspiraba, en parte por las guerras de conquista, cuyo botín en bienes
y tierras, ampliamente repartido entre la aristocracia, compensaba las pérdidas
resultantes de las ventajas concedidas a los siervos Cuando murió Carlomagno, su
sucesor, Luis el Piadoso, se encontró en una situación desesperada: todas las
propiedades habían sido repartidas, el tesoro estaba agotado, no había nuevas tierras
que conquistar y la ley prohibía la división de las del Imperio: era ya no era posible reinar
ni por el terror ni por el soborno. No le quedó más arma que el respeto que inspiraba su
rectitud personal, arma de dudosa eficacia, que lo acompañó hasta la tumba: sobre el
cadáver de Luis, los nobles celebraron la partición del Imperio y, enviando la conciencia
cristiana a los vientos, asó y comió los derechos de los siervos.
Durante mil años, la Iglesia se desgastará entre utópicos esfuerzos por construir
un imperio sobre las nubes y malabarismos para esconderse de las tormentas que él
le envía.
Durante los primeros cinco siglos, el conflicto toma la forma de un inestable equilibrio
de fuerzas, siempre amenazado por una tensión estática, que de vez en cuando estalla
en crisis incontrolables. La más grave tuvo lugar entre 1296 y 1303, cuando el Papa
Bonifacio VIII, queriendo forzar la unidad de los príncipes occidentales para emprender
una nueva Cruzada, castigó a los recalcitrantes negándoles el pago de los impuestos
de las iglesias locales -lo que era simplemente condenar ellos, ellos en quiebra. El rey
de Francia, Felipe el Hermoso, a través de trucos legales y violencia, logra sortear
parcialmente el asedio, y en represalia el Papa emite la bula Unam sanctam, que declara
íntegramente lo que hasta ese momento había sido delicadamente implicado: la sumisión
total de reyes a la autoridad de la Iglesia.[ 151 ] Felipe ordena un ejército para invadir el
palacio del Papa, Bonifacio es arrestado y agredido físicamente, pero, liberado a los tres
días, regresa al trono con un fuerte apoyo popular. No sirve de nada: viejo y enfermo,
muere al poco tiempo, y su sucesor, en lugar de continuar la pelea con Felipe, que ya
estaba medio ganada, prefiere quedarse en la valla, y se compromete hasta el punto de
acceder a discutir, en un cabildo, las acusaciones que el bandolero coronado hizo contra
el honor del difunto, solo para que todo termine en una pizza póstuma .
Bonifacio, de quien tantas personas en la Iglesia y fuera de ella hablan mal hasta el
día de hoy, debido a su intransigencia y falta de tacto, era en realidad un genio, un
hombre dotado de una previsión histórica casi profética[ 152] . en la persona de Felipe, en
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raíces de un mal que el futuro ampliaría hasta las dimensiones de una tragedia
mundial: la apropiación de la autoridad espiritual por el poder armado, el robo de
la corona de Cristo por parte de los sucesores del César[ 153] (lo veremos más
adelante, cuando la figura de Enrique VIII ). Su bula Unam sanctam, que algunos
cretinos califican de odiosa manifestación del clericalismo reaccionario, es
simplemente una defensa del espíritu frente a la fuerza armada, y las verdades
que encierra seguirán siendo ciertas mientras haya quien considere que un anciano
vale más que un burro nuevo, por fuerte que sea la patada:[ 154 ]
“Es necesario, por tanto, proclamar tanto más claramente que todo poder
espiritual es superior en dignidad y nobleza a cualquier poder terrenal, como
las cosas espirituales superan a las temporales... El poder espiritual debe
instituir el poder terrenal y juzgarlo, si no bien. Si el poder terrenal se extravía,
será juzgado por el espiritual; si la potencia espiritual menor yerra, será juzgada
por lo que le es superior; pero si es el poder supremo el que yerra, sólo puede
ser juzgado por Dios, no por el hombre. Esto es lo que dice el apóstol: 'El hombre
espiritual juzga todo, y no es juzgado por nadie' (1Cor 2,15)”.
temporal, por lo tanto contaminado por la fuerza bruta? ¿En qué medida la pesada organización
diplomática, política y burocrática de Roma es movida por el soplo del Espíritu o por el choque
mecánico de las fuerzas de este mundo, como la política de los reinos y los imperios? Verás: el
dogma católico dice que los Papas son inspirados por el Espíritu Santo, pero sólo en lo que
sentencian en términos de doctrina teológica y moral, no en sus decisiones políticas y diplomáticas,
por supuesto; en esa parte que se incorpora a la sabiduría de la Iglesia como legado permanente,
no en la que pasa a la historia como el relato de un juego de cartas. ¿Quién, entonces, es la
autoridad espiritual, en confrontación práctica con el poder temporal? Se dice que un pobre santo,
visitando el rico palacio del Vaticano renacentista, escuchó al Papa bromear: — Como ves, amigo,
Pedro ya no puede decir: 'No tengo ni oro ni plata.
y dado por sentado por el consenso público, ¿resulta siempre, por una inversión
diabólica, en un aumento aún mayor en el prestigio de la fuerza? ¿Hay que elegir
siempre entre una teocracia opresora y la opresión de un poder mundano?[ 159 ] No
lo sé, amigo, y tú tampoco lo sabes, y el que dice que sabe es un adivino muy
engreído.
Lo que sí sé es que sólo Dios es uno: todo en el mundo es doble. Pues es esta
misma contradicción interna y constitutiva de la noción de “Iglesia” la que se transmitirá
a sus relaciones con el poder imperial y monárquico, contagiándolas con el germen de
un conflicto que, manipulado y adornado con mil arreglos, terminará explotar en una
ruptura cuando se ha agotado la capacidad de idear nuevos arreglos; cuando el
advenimiento de hechos de un orden completamente diferente cambia repentinamente
el marco de referencia.
Los viajes transcontinentales, descubriendo más allá del mundo conocido una
inmensidad de tierras por conquistar, cambiaron repentinamente la imagen, dando
al proyecto del Imperio un nuevo significado. Toda la inmensa transformación que
inaugura la modernidad se puede resumir en un cambio en el proyecto histórico europeo:
del imperio doméstico al imperio colonial.
El nuevo proyecto, que brilla y gira sobre todas las cabezas reales como una mosca
azul, plantea de inmediato tres cambios verdaderamente catastróficos: primero, la
multiplicación de los competidores del Imperio; 2º, la profunda alteración de las
relaciones entre realeza y clero, poder temporal y autoridad espiritual; 3º, la
diversificación de las culturas nacionales y la ruptura de la unidad de los cristianos.
***
Hacia 1500, mientras el Imperio perdía el control de buena parte de Italia, que se
dividía en ducados y principados independientes, en la Península Ibérica se habían
formado otros dos reinos nacionales. En Portugal, Afonso Henriques había subyugado a
los demás señores feudales y creado un reino de la noche a la mañana, literalmente, ya
que, al no contar con un gran ejército, recurrió al recurso de saltar él mismo por la
ventana de sus enemigos,
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mientras dormían, y los decapitaron en la cama: al despertar, los sirvientes y cortesanos fueron
informados de que el castillo tenía un nuevo señor. Así, de ventana en ventana y cuello con cuello,
nació el reino de Portugal, como comentaron los juristas de la época, cuasi per latrocinium (no
entiendo a qué se referían con este cuasi). En España, siglos de lucha contra los invasores árabes
habían terminado por forjar la unidad de la aristocracia, de modo que el matrimonio de la castellana
Isabel I con el aragonés Fernando II puso fin a la última disputa local e inauguró el nuevo reino.
Todos estos pueblos habían vivido, durante un milenio, bajo la doble obsesión de Fe e Imperio.
No conocían otros fines y valores que pudieran legitimar la acción humana más que, por un lado,
la salvación del alma, por otro, la extensión del poder armado de la fe. Durante un milenio, no
habían oído nada de importancia que no se refiriera a una o ambas de estas cosas. No es de
extrañar que cada nuevo evento, cualquiera que haya sido, terminara siendo interpretado en
términos de este viejo par de conceptos.
Así, las navegaciones, al abrir a los ojos europeos el panorama de un mundo nuevo, lo
primero que hicieron fue revivir viejas ambiciones y cambiar súbitamente de énfasis: la lucha por
el Imperio ya no tenía por qué ser un conflicto europeo; podría convertirse en una expansión a
otros continentes.
Ahora bien, si las naciones europeas no siempre fueron capaces de vencerse unas a otras,
cualquiera de ellas tuvo los medios para aparejar un barco con algunos soldados y someter, al
otro lado del océano, a algunos indios desnudos y militarmente inferiores. Cansados de luchar
contra el Imperio, decidieron crear su propio Imperio.
***
Ahora bien, ¿cuántos voceros autorizados puede tener la Fe? ¿Cuántos brazos armados
puede tener el cuerpo de la cristiandad? La Iglesia, al principio, reconoció sólo a uno: su amado,
aunque tan a menudo desagradecido, hijo, el Sacro Imperio Romano Germánico.
De las potencias emergentes, una pronto se fusionó con el Imperio, cuando Carlos I, nieto de
Fernando e Isabel, fue coronado Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico con el título de
Carlos V, uniendo el destino de su país con el de la dinastía de los Habsburgo durante los dos
siglos siguientes. Mientras tanto, España, al frente de las conquistas coloniales, se había convertido
en la principal potencia europea, enriquecida con el oro de las Américas. El Imperio, que durante
seis siglos había ido cayendo de frustración en frustración, parecía haber encontrado finalmente su
camino.
Pero ahora ya no estaba rodeado solo por naciones rebeldes, sino por imperios en
competencia. Para reforzar sus pretensiones, la Reforma protestante había sacudido el
monopolio romano de la cristiandad: para erigirse en representante de la Fe, el imperio naciente
ya no necesitaba las bendiciones del Papa: bastaba fundar una nueva Iglesia, proclamar, junto con
la independencia política,
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independencia espiritual. Mientras la parte alemana del Imperio era sacudida por revueltas
protestantes, el rey Enrique VIII, en Inglaterra, aprovechando una querella matrimonial, fundó
una iglesia anglo-católica nacional: católica en ritos y en dogmas; Inglés, por tener como jefe
no al Papa, sino al Rey, autoproclamado Protector y Único Jefe Supremo de la Iglesia y el
Clero en Inglaterra con un solo voto en contra, el de Sir Thomas More, quien desafiando al
Jefe Supremo, fue decapitado en el acto.
Con la cabeza de Sir Thomas rodando por el suelo, la puerta del tiempo giró sobre sus
goznes, poniendo fin a una época: el proyecto de unificar Europa bajo un Imperio católico
había muerto junto con su último mártir. La fundación de la primera Iglesia nacional marca
una metamorfosis radical en la idea de imperio y marca el verdadero comienzo de los tiempos
modernos: tomando las llaves del Reino del Papa, el jefe de Estado se autodesigna
representante directo de Dios. Con Enrique VIII, es César quien vuelve al trono, investido de
prerrogativas sacerdotales. El dualismo milenario se resuelve mediante la absorción de la
Iglesia en el Imperio. Es dudoso que esta deformidad coronada, ese vulgar psicópata, ese
asesino de mujeres y de sabios tuviera una idea clara de cuánto su persona y su gesto
representaban el espíritu de los nuevos tiempos y presagiaban el devenir de los tres siglos
venideros. Incluso los historiadores son muy comedidos al abordar este punto, quizás debido
a una resistencia inconsciente a reconocer el pecado original que da origen a los tiempos
modernos. Henry es, sin lugar a dudas, el padre de la civilización moderna, el fundador de la
idea del Estado abnegado, que más tarde inspiraría a Hegel y Robespierre, Napoleón y Comte,
y que seguirá repercutiendo en este día en los discursos de la Nueva Era y la Revolución
Cultural.
Esta idea cambia instantáneamente todo el panorama del conflicto entre la realeza y el
clero. Cada rey buscará ahora dominar a su clero nacional, ya sea fundando su propia Iglesia
o fortaleciendo las órdenes religiosas locales que, creciendo desmesuradamente a la sombra
del apoyo estatal, pronto se convertirán en centros de poder más o menos independientes,
capaces de ejercer presión sobre Roma en defensa de los intereses de su rey... o Emperador.
Ostensible o informalmente, el clero se nacionalizó.
El proceso se acelera aún más por la ruptura de la unidad del bloque protestante: el
clero protestante nacional, en oposición mutua, se forma en Holanda y Suecia. Impulsada
por la dinámica de la lucha por la independencia que pronto se convierte en lucha por la
hegemonía, así como por la dialéctica del crecimiento capitalista ávido de materias primas
de ultramar, Holanda pronto entra en la lista de competidores del Imperio: Imperio
protestante, republicano y calvinista. con un fuerte apoyo judío.
Su brazo se extenderá a Brasil. En Suecia, es el luteranismo el que se convierte en culto
oficial del Estado, con el rey como suprema autoridad religiosa; Inmediatamente después,
Suecia, a través de exitosas campañas de ocupación, se eleva a la posición de una de las
potencias imperiales más fuertes.
Al otro lado de Europa, Rusia, que ya contaba con su religión nacional desde hacía
cuatrocientos años, pero cuyo potencial imperialista se había visto frenado por las invasiones
mongolas y las inmensas extensiones de territorio a ocupar, descubrió
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“Nadie ha defendido como él los derechos del Estado laico y nadie ha podido
hablar con más firmeza al mismo Soberano Pontífice... Como Rey muy
cristiano, pensó que servir a Francia, muy cristiana y anciana hija de la Iglesia,
era servir a Dios y a la Iglesia misma»[ 162 ] .
No es de extrañar que el rey, imbuido así del carácter divino del interés nacional,
acabara gobernando, en su nombre y sin la menor consulta al Papa, incluso disputas
teológicas, como en la revocación del Edicto de Nantes y en la persecución de
protestantes y jansenistas:
“Así el Rey, confundiendo sus atribuciones con las del otro Poder, se convierte en
médico y convertidor. Deja el cargo y comete un extraño ya veces
deplorable abuso de su autoridad”.[ 163 ]
No hay, en todo esto, la menor sombra de hipocresía. A su manera, Luis XIV fue
sinceramente cristiano, como la mayoría de los reyes de su época. Lo que asombra es
precisamente la naturalidad con que cada uno juzgaba su modo de ser nacional
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en su trono europeo. Y como la Biblia ya había advertido que "los dioses de las
naciones son demonios", y como el mismo diablo informó que "mi nombre es Legión",
no es de extrañar que los cuerpos místicos, cada uno imbuido de su verdad eterna, se
multipliquen rápidamente. y salían al mundo, investidos de la sublime misión de
imponer su suave yugo de Buenos Pastores a cuantos indios desnudos estuviesen a
la mira del cañón.
Portugal fue el primero, dando inmediatamente a los demás una lección
práctica sobre cómo “expandir la Fe y el Imperio”. Afonso de Albuquerque, con
un puñado de soldados, recorrió las costas de la India, bombardeando, sin
desembarcar, todo lo que se interponía en su camino, hasta asegurar que, dondequiera
que desembarcara, su fama ya había llegado antes que él. Luego desembarcaría en
cualquier punto y ordenaría cortar unos cientos de narices, luego el doble y el
correspondiente número de orejas, y luego, sin lugar a dudas, dar a conocer al gobierno
local su disposición al diálogo. ¿Y quién se negaría a dialogar en un momento como
este? La propuesta era simple y esquemática: entregar a Alfonso todo lo que tenían, y
él garantizaría que las narices y orejas restantes quedarían sanamente atadas a sus
lugares de origen[ 168 ] .
En una inversión simétrica de la expansión cristiana de los primeros seis siglos,
realizada a costa de la sangre de los mártires, el cristianismo imperial inaugurará
una forma de sacrificio acorde con la mentalidad de los nuevos tiempos: el martirio
de los demás. No hace falta repasar aquí el conocido rosario de atrocidades europeas
en América, África e Indias. No todos los conquistadores fueron igualmente crueles.
Desde la política de tierra arrasada de Hernán Cortez hasta la perfidia de los ingleses
risueños que desembarcaron en la India con carteles que decían Comercio, no
territorio, y luego se apoderaron de todo el territorio y se embolsaron todas las
ganancias del comercio, hubo, por supuesto, diferentes gradaciones del mal. Pero
sería tan grande este mal, tan ensangrentada estaría la epopeya de la “cristianización”
si su punto de partida no fuera, como lo fue, la apropiación indebida del sueño imperial
por naciones ambiciosas corrompidas por el autoengaño de una falsa religión.
conciencia. ?
La pregunta toca el punto más doloroso y quizás el corazón mismo de la historia
de los orígenes de la modernidad: cuando el poder monárquico de todas las
naciones sigue el ejemplo del delirante asesino que usurpa la corona del mismo
Cristo, ¿qué más se puede esperar? del curso posterior de los acontecimientos? El
Estado moderno nació de una farsa demoníaca y, fiel a su vocación original, creció
bebiendo la sangre de los inocentes.
***
La vocación imperial americana no nació junto con Estados Unidos: nació antes. Un
pueblo no se expande por todo un continente, a lo largo de tres siglos, entre peligros y
esfuerzos sobrehumanos, para que, una vez llegados a los límites naturales o legales
del territorio, se conforme y se instale de una vez por todas dentro del marco. de estos
límites, dispuesto a crecer sólo hacia adentro a partir de entonces. Al contrario: en cuanto
se siente dueño de su territorio, el impulso colonizador se transforma casi naturalmente
en impulso imperialista.
Esta vocación se manifiesta con la fuerza de una decisión madura ya en la infancia
de la nación americana, a través de una secuencia de hazañas militares y diplomáticas
que inmediatamente extienden el radio de acción de los Estados Unidos sobre un
área mucho mayor que la ocupada hasta entonces. luego por los imperios coloniales
europeos. La subida es impresionante: 1793.
Ayuda discreta pero decisiva a la Revolución Francesa.
1803. Compra de Luisiana.
1812. Intento (fallido) de invasión de Canadá. 1823.
Doctrina Monroe.
1845. Anexión de Texas.
1846. Intervención blanca en California. Guerra con México.
1854. Instalación punta de lanza en Japón. 1867.
Compra de Alaska.
1898. Anexión de Filipinas. Intervención en Cuba. Guerra con España. 1906.
Construcción del Canal de Panamá.
Es una carrera comparable a la de las mayores potencias europeas de la época, y
sólo temporalmente interrumpida por la Guerra Civil. Pero incluso esto fue una señal:
superó, en longitud de la línea de batalla y en el número de muertos, todas las guerras
de la historia. ¿Cómo fue posible que, ante hechos de esta magnitud, la
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¿No se dieron cuenta de inmediato las potencias europeas de que había nacido el que
Dios había predestinado para ser su sepulturero? La ceguera de los estadistas a las direcciones
más obvias de la historia es a veces más notable que los destellos de la visión profética de los
hombres de inteligencia. Incluso después de la Guerra del 14, cuando sólo la intervención
estadounidense había decidido el curso de los acontecimientos, estos imbéciles todavía se
creían los dueños del mundo, capaces de mantener al águila americana a una distancia higiénica
de los asuntos de los adultos; y tan pronto como Wilson abandonó la Liga de las Naciones,
dejando a los aliados libres para compartir el pastel alemán como quisieran, el sabelotodo se
frotó las manos con una sonrisa maquiavélica y dijo: "Vaya, hemos engañado a este tonto".
¡Santa ilusión! En el séquito del propio Wilson ya estaba quien un día compartiría con
Stalin, en el banquete de Yalta, la carne de los vencidos y el pan de los vencedores menores:
un oscuro asesor legal de la Armada, Franklin D.
Roosevelt.
Tanta ceguera tiene que tener una razón. Es una tontería tratar de explicarlo sólo desde el
eurocentrismo morboso. El eurocentrismo no es la causa del fenómeno: es simplemente su
nombre. Además, no eran tan eurocéntricos: entendían perfectamente lo que pasaba en África
o Asia, tanto que dominaban estas regiones con la inventiva de jugadores de gran destreza.
Si, por lo tanto, no vieron lo que estaba pasando en los EE. UU., solo podría haber sido por
una razón: porque lo que pasó allí fue diferente a todo lo demás. Tan diferente, tan original,
que el aparato óptico europeo no era sensible al tipo de estímulos que de él procedían. Para la
vieja mentalidad, el fenómeno americano era invisible porque era impensable: carecía de
categorías para pensarlo.
En segundo lugar, Estados Unidos era una nación democrática: la política nacional era fruto
de complicadas discusiones parlamentarias que podían retrasar una decisión durante años.
Desde el punto de vista europeo, acostumbrado durante tres siglos a identificar imperialismo y
monarquía absoluta, era imposible imaginar una política imperial sin un emperador autocrático.
La única República Imperial que conocían, Holanda, había fracasado miserablemente en su
primer siglo y no era más que un vago recuerdo. Sin la unidad de la persona del Emperador -así
lo entendieron- no podría haber unidad de una política imperial coherente.
En tercer lugar, Estados Unidos no tenía, de hecho, una política imperial coherente y continua.
Sus iniciativas en el extranjero fueron intermitentes, vacilantes ante una tremenda oposición
interna. A menudo llegaba al poder una corriente aislacionista que daba la espalda al mundo.
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Cuarto, Estados Unidos no solo era una nación democrática, sino también
capitalista. Los intereses privados, las grandes empresas, tenían allí un poder
tremendo, capaz de influir en las decisiones estatales o de combatirlas,
paralizándolas. Sin embargo, los intereses privados, en la mayoría de los casos, se
opusieron a las iniciativas expansionistas del Estado, prefiriendo la penetración
comercial a las intervenciones militares.[ 170 ]
Estos datos formaban una niebla confusa que impedía al observador ver,
entre los hechos contradictorios, la línea de una dialéctica histórica que, operando
por encima -o por debajo- de las intenciones declaradas de hombres y grupos, llevó a
Estados Unidos, a través de estas contradicciones, a su destino manifiesto[ 171 ]
como potencia imperial suprema del mundo.
No vieron el naciente poder imperial, en fin, porque no representaba sólo un
nuevo imperialismo, sino una metamorfosis de la idea imperial, una metamorfosis
que la hacía irreconocible, de inmediato, para los observadores acostumbrados
a pensarla en su forma antigua. .
Para entender esta metamorfosis, la tercera en la historia occidental, debo Su -,
ver que tiene algo en común con las dos anteriores. En efecto, en las dos ocasiones
anteriores el Imperio renació fusionándose con ideas que le eran contrarias:
“Cristianismo”, en el primer caso; “nación” en el segundo. Estos injertos antagónicos
le dieron nueva vida, al tiempo que constituyen, a largo plazo, las causas de su
destrucción.[ 172 ]
La contradicción constitutiva del primer Imperio cristiano fue, como hemos visto,
que la existencia de una “Iglesia” independiente de él y superior a él negaba, en la
base, el modelo romano de Imperio, que copiaba; así, el Imperio crece impulsado por
el conflicto con la Iglesia, y muere cuando se agotan sus posibilidades de darle una
forma viable y productiva a este conflicto. Más adelante, los modernos imperios
coloniales se constituyeron en verdaderos “imperios nacionales”, contradicción en los
términos que expresa la verdadera contradicción entre la escala multinacional del
proyecto y el interés nacional al que sirve unilateralmente: por lo tanto, en lugar de
conciliar y administrar los intereses de varios pueblos en una unidad transnacional,
como exigía el concepto imperial original, los imperios coloniales modernos no eran
más que la esclavización organizada de varios pueblos en beneficio de uno solo. Esta
contradicción, hábilmente manejada durante trescientos años, estallaría a fines del
siglo XVIII, con la sucesión de guerras de independencia que destruirían todos los
imperios coloniales, sin excepción, en el período que va desde la Independencia
norteamericana hasta la muerte de Antonio de Oliveira Salazar (1975).[ 173 ]
***
La cuarta translatio imperii, llevando el centro del poder al nuevo continente (no lo
olvide el lector, porque de esto hablaba en el § 27), llevaría a cabo el proyecto en el que
había fracasado Napoleón: el Imperio laico, que, incorporando a Si, de forma secularizada
y desespiritualizada, los valores cristianos asumirían la tarea de sustituir a la Iglesia —
todas las Iglesias— en la conducción de la vida interior de los pueblos, y de unificar al
mundo occidental bajo la nueva religión laica. El oriental también, si cabe.
Para hacerme entender en este particular debo volver a explicar toda la cadena de
absorciones y proyecciones cognitivas que va desde la simple estimulación sensible
a la memoria, a la abstracción imaginativa, a la abstracción eidética y finalmente al
discurso lógico, o debo simplemente remitir al lector a mi estudio anterior Uma Filosofía
aristotélica de la cultura? Por supuesto, debo optar por esta última alternativa, pero
como sería una estupidez sugerir que el lector del presente libro lo abandone por la
lectura de otro, es mejor injertar aquí un resumen de lo que puede dejar. buscar en el
otro después, ¿no es así?
Así que diré de inmediato: lo que nuestros sentidos recogen de la infinita variedad del
mundo se elabora primero en forma de abstracción imaginativa, sobre la cual y solo
sobre la cual, y no directamente sobre los datos de los sentidos, puede luego operar.
la abstracción conceptual, cuyos productos se compondrán entonces de razonamientos
lógicos. Este es uno de los raros puntos de la psicología y la teoría del conocimiento
donde casi no hay desacuerdo, desde Aristóteles hasta Jean Piaget, desde Tomás de
Aquino hasta Benedetto Croce, desde Duns Scot hasta Etienne Souriau y la ciencia
cognitiva más reciente. Lo que pasa es que no todo el mundo saca de estos cheques
las evidentes consecuencias que inevitablemente se derivan de ellos.
Uno de ellos es el siguiente: lo que está fuera de nuestro círculo imaginario está fuera
de nuestro universo conceptual.[ 182 ] Esto no quiere decir que no pueda ser pensado.
Sólo quiere decir que, si se la piensa, se la pensará como una mera forma lógica, sin al
menos una estrecha correspondencia con lo que entendemos por realidad.[ 183 ] La
imaginación es, en definitiva, la madre de lo que se llama el sentido de lo real. Nuestro
sentido de lo real no depende ni de nuestras percepciones, ni de nuestros razonamientos,
ni de nuestra voluntad: depende de las formas profundamente consolidadas de nuestro
universo imaginario. Ahora bien, toda imagen depositada en nuestra memoria o
producida en nuestra imaginación es, en el
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más riguroso de la palabra, un símbolo: una semilla que produce significados múltiples
pero análogos entre sí.[ 184 ]
El resultado, a los efectos de la presente investigación, es el siguiente: una sociedad
iniciática, cualquiera que sea, no tiene necesidad de controlar las opiniones de sus
miembros, ya que tiene pleno control sobre su imaginación. En efecto, cuanto más
libertad de creencia hay, cuanto más laxa y menos dogmática es la doctrina de la
organización, más eficaz es este control, que tiene todas las ventajas de permanecer
implícito. Una organización que trata de defender un dogma explícito no tiene más
remedio que hacerlo explícito -y los sentimientos difusos, que gobiernan lo imaginario en
la penumbra de lo implícito y lo presupuesto, pierden todo su poder mágico en el
momento en que se expresan en el claro lenguaje de los dogmas: pues a partir de ese
momento se convierten en objeto de razonamiento, de asentimiento o desacuerdo
intelectual, de crítica. Esto fue bastante evidente en los casos de la Iglesia católica, el
islam y, mucho antes, el hinduismo: cuando el lenguaje polisémico de los símbolos
empieza a sustituir al discurso unívoco de las formulaciones doctrinales, empiezan a
pulular las oposiciones y las herejías. La masonería se resguardó de este riesgo,
manteniendo su arsenal simbólico bajo el amparo de una impenetrable niebla doctrinal;
Allí dentro todo puede ser discutido, pero la doctrina masónica, si existe, está a salvo de
cualquier desafío: en la medida en que sea lo suficientemente ambigua como para poder
admitir todas las interpretaciones, no corre el riesgo de siquiera entrar en discusión: si
todas las interpretaciones son válidas, todas están neutralizadas de antemano.
Pero Estados Unidos es el primer país cuyos gobernantes son todos o casi
todos masones, y donde, sin una religión oficialmente protegida por el estado,
la situación de facto es: gobierno masónico. Y gobierno masónico significa lo
siguiente: todos los conflictos abiertos, todas las disputas políticas libradas ante el
público, que constituyen el pulso mismo de la vida democrática, no son más que la
exteriorización de las divergencias nacidas y elaboradas dentro de la Masonería.
La espuma democrática cubre y disfraza la lucha interna dentro de una nueva
aristocracia, cuya unidad espiritual descansa en manos de un nuevo sacerdocio.
Poco tiempo después, cuando Brasil imitó el ejemplo norteamericano y
proclamó su independencia de Europa, la vida parlamentaria del Imperio no
consistiría más que en debates entre masones, cuyas diferencias se planteaban
sobre el terreno común de un pacto de lealtades secretas. Los conservadores
son masones, los liberales son masones, el emperador es masón, los agitadores
republicanos son masones. Flotando invisiblemente sobre todas las fuerzas
contendientes, la Francmasonería es victoriosa en cualquier caso. Mucho más que
el Emperador, ella es el verdadero “poder moderador”, la autoridad espiritual que
acoge en su seno materno a las partes contendientes y unge la frente del vencedor
con el aceite bendito de la legitimidad. Es un grosero simplismo, por tanto, atribuir
a la masonería la responsabilidad de los movimientos revolucionarios, porque no
se compromete con aquellos a quienes ayuda, del mismo modo que la Iglesia
medieval no se comprometía con los conflictos dinásticos: su función es eclesial, no
real o imperial. . Como la Iglesia, engendra una aristocracia, una casta gobernante,
y, sin estar directamente involucrada en el gobierno de este mundo,[ 186] influye
decisivamente en el curso de las cosas, enseñando, guiando, estimulando,
conciliando o dividiendo, y equilibrando finalmente, al menos idealmente, la
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Pero también es cierto que este proceso no puede entenderse sin remontarse a sus
orígenes, y que en esos orígenes encontramos la participación de las sociedades
secretas en la formación de los gobiernos americanos, así como en la Revolución
Francesa y en el desenvolvimiento de las políticas. y cambios ideológicos a lo largo
del siglo XIX, capítulo que permanecerá demasiado oscuro mientras estas sociedades
sean enfocadas como meras fuerzas políticas secretas , sin tener en cuenta el carácter
específico de su acción, las más de las veces de carácter suprapolítico y propiamente
sacerdotal. pedido. Y, finalmente, es claro que no se pueden comprender ni
remotamente fenómenos como el bandolerismo organizado actual sin referirse al
cuadro general de lo que he llamado secreto creciente.[ 188 ]
Pero si todo esto está claro, entonces el desprecio de los historiadores y científicos
sociales por este fenómeno no está justificado. No se justifica, pero se explica: el
papel del secreto en la vida política se ha expandido de tal manera que sobrepasa las
posibilidades imaginativas del hombre común y penetra en esa zona de improbabilidad
que bordea la ficción y el puro y simple imposible: su propio crecimiento desproporcionado
lo invisibiliza, y la invisibilidad es el fermento que lo hace crecer aún más.[ 189 ] Por
otra parte, la convicción generalizada, inculcada por la ideología democrática, de que
la historia del mundo evoluciona hacia la creciente circulación de información, ¿no es
así como para proporcionar ninguna apreciación de factores secretos? y los intelectuales
no son inmunes a esta creencia.
En general, la intelectualidad moderna muestra una completa ineptitud en el
tratamiento de estos temas, a veces mistificándolos, expandiendo fantasiosamente el
poder de las sociedades secretas hasta convertirlas en el demiurgo invisible de la Historia,
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afectando a veces una superioridad blasée que, desde la altura de su conocimiento casi
divino de leyes históricas supuestamente impersonales y objetivas, no desciende al
examen de detalles “esotéricos” que de ninguna manera podrían, a su juicio, afectar el
curso de las cosas . Como en un pacto diseñado para bloquear el acceso a una comprensión
real del tema en ambos lados, los historiadores y los científicos sociales tienden a la
indiferencia olímpica, los literatos a la fascinación mística. Un ejemplo de esta última actitud
es Shelley, quien, influida desde la adolescencia por un seguidor de los Illuminati bávaros ,
y luego impresionada por los relatos antimasónicos de Abbot Barruel, acabó convirtiéndose
en la portavoz más intelectual de la concepción conspirativa de la historia. [ 190 ] Ya sea
bajo la fuerte impresión de lecturas mal digeridas, o incluso bajo el impacto de experiencias
personales traumáticas, muchos escritores modernos publicitaron la existencia y el
funcionamiento de fuerzas secretas, pero dándoles interpretaciones simbólicas, veladas y
subjetivistas, capaces de excitar morbosamente a las imaginación popular sin aclarar nada
sobre la naturaleza del fenómeno. Todos los escritores, poetas, científicos que han tenido
estrechos contactos con misteriosos gurús y sociedades secretas han salido traumatizados
y atónitos, incapaces de elaborar intelectualmente sus experiencias pero siempre dispuestos
a darles algún tipo de expresión desconcertante. Muchos de los monstruos y vampiros que
han poblado la literatura occidental en los últimos dos siglos, comenzando con el más
famoso de todos, el Frankenstein de Mary Shelley, son personificaciones veladas de
sociedades secretas, al igual que muchos de los temas de la poesía y la ficción son
traducciones casi literales. de ritos y símbolos de organizaciones esotéricas y pseudo-
esotéricas.
Mencioné antes el dominio tiránico que Georges Gurdjieff ejercía sobre la mente de sus
discípulos, entre los que había no pocas celebridades de las letras y las ciencias,
reducidos a la condición de niños atónitos en manos del poderoso mistificador.[ 191 ]
Fueron devorados . por la esfinge . , debido a la incapacidad de descifrarlo. Contemporáneo
de Gurdjieff, Aleister Crowley sembró la desesperación y el terror entre los jóvenes
intelectuales portugueses que cayeron bajo su influencia a principios de siglo: Almada
Negreiros, Mário de Sá-Carneiro, Fernando Pessoa. La regla general en estos casos es
la absoluta impotencia del “intelectual” moderno frente a la “mano de la noche” que lo guía.
explicación. Fue en vano, pero después de tres años, los "espíritus" pusieron fin a sus
tormentos... ordenándole, en un nuevo mensaje, que dejara de estudiar el asunto.
Hasta el final de su vida, Yeats no supo si su Visión era verdadera o una ilusión.
Lo atormentaban dudas insolubles, se sentía mitad sabio, mitad impostor. El episodio
habría llegado a mejor conclusión si el poeta, en lugar de confiarse ciegamente en
“enseñanzas espirituales” de origen más que dudoso, se hubiera ido a estudiar a los clásicos
de la mística oriental. La explicación completa del “ciclo de la personalidad” se puede
encontrar, por ejemplo, en las obras de Mohyieddin Ibn-Arabi. El “ciclo de la personalidad”
no es más que una aplicación particular de la procesión de los Nombres Divinos –divididos,
en el simbolismo astrológico, por las 28 casas lunares– que da lugar a la manifestación
cósmica y se repite, analógicamente, en el microcosmos de lo humano. alma.[ 193 ] Si los
gurús de Yeats querían enseñarle esto, ¿por qué simplemente no le dieron a leer una
traducción de Ibn Arabi o uno de los muchos otros místicos islámicos que tratan el tema?
¿Por qué tenían que transmitir la enseñanza a un médium en trance, ciertamente más
hipnótico que espiritual, omitiendo las fuentes y envolviendo la enseñanza con un aura
misteriosa que sólo podía servir para confundirla a ella ya su esposo? La respuesta es
simple: lo hicieron por la misma razón que Madame Blavatski, al reproducir extractos de un
clásico tibetano que había leído en traducción alemana, prefirió decir que los había
encontrado en la copia única, guardada bajo llave en un monasterio subterráneo en Oriente.
[ 194 ] Hicieron esto porque la fuerza del dominador psíquico reside en el misterio, y donde
no hay misterio, uno debe fabricar uno. El caso revela la triste condición del intelectual
europeo, a merced de “influencias psíquicas” que no puede comprender ni controlar, a las
que atribuye erróneamente un origen “celeste” y a las que rinde un culto supersticioso, hecho
de miedo y sospecha. , y sin fe real, terminando sintiéndose como una mezcla de tonto y
ladrón.
siendo utilizada para un fraude, se hizo la doncella ofendida y murió sin haber
dado el brazo.
Un autor llamado Ernest Scott, portavoz -quizás un seudónimo- de la
organización de Omar Ali Shah, llega a declarar expresamente que a esta y
otras entidades "esotéricas" les gusta "apoderarse de la mente" de los intelectuales
e involucrarlos en situaciones de persecución que los llevarán a la desesperación.
[ 197] Cita en particular el caso de John Fowles, cuyas tramas francamente
paranoicas, The Collector y The Magus[ 198] se inspiraron en tales experiencias.
Fowles no lo negó. Supongo que se podrían decir cosas similares de
Stephen King y Colin Wilson, probablemente también de Doris Lessing.
El lado más deprimente de estas historias es que las intelectuales engañadas
se sienten más o menos como mujeres violadas. Humillados en su punto de
mayor orgullo, la inteligencia, raraPrefieren
vez admiten
aludir
queal están
asuntohechos
de forma
paraindirecta
idiotas. y
simbólica, contribuyendo así a dar a las hazañas de sus verdugos un aura de
mágico prestigio. Nadie niega que la experiencia de ponerse bajo el dominio de
una mente malvada puede dar a las fantasías literarias de un escritor un atractivo
misterioso y contribuir a su éxito. Pero este éxito se logra a través de una
disminución de la conciencia, a través de una automistificación voluntaria, que se
vuelve aún más inmoral al contaminar a lectores y espectadores inocentes. Es
precisamente a través de intelectuales y escritores que las organizaciones
esotéricas y pseudoesotéricas ejercen su influencia sobre el conjunto de la
sociedad, una influencia que afecta a los estratos profundos de la psicología
colectiva más que a la superficie de la historia política. Es curioso que esos mismos
intelectuales que difunden visiones fantasiosas, atribuyéndoles un poder demiúrgico
inexistente a las sociedades secretas, no se den cuenta de que el único poder
efectivo que ejercen es precisamente aquel al que sirven de instrumento: el poder
de moldear el mundo. imaginario social.
Sin embargo, es cierto, por otro lado, que un potente desincentivo al estudio de
estas cuestiones proviene del hecho de que fueron abundantemente enfatizadas
de manera unilateral por autores ideológicamente comprometidos con ciertas alas
extremistas, como Léon de Poncins, en la derecha, o Ivan Maïski, la izquierda –
cada uno denunciando las sociedades secretas de losun demás
aura – y se envolvieron en
de repugnante parloteo retórico.
Pero, ¿no es hora de que al menos algunos académicos proclamen su
independencia de compromisos ideológicos (o incluso de lealtades secretas) y
comiencen a investigar seriamente lo que quizás a ninguno de los poderes de este
mundo le gustaría ver investigado?[ 201] Si tantos pueden movilizan lo mejor de su
energía intelectual para encubrir ciertas realidades, ¿por qué ni siquiera unos pocos
podrían dedicarse al esfuerzo de destaparlas? Paul Johnson ha demostrado que, por
regla general, los intelectuales que constituyen la cabeza del mundo moderno son
tipos poco fiables, a menudo más comprometidos con la búsqueda del poder y el
engrandecimiento personal que con cualquier investigación de la verdad.
[ 202 ] ¿Pero es posible que toda la casta intelectual esté comprometida con la mentira
y el autoengaño, que forme, en su totalidad, un sacerdocio de lo falso? Es demasiado
pronto para responder. Quizás la respuesta solo llegará dentro de muchas
generaciones. Pero por ahora, el tema de las sociedades secretas puede servir como
piedra de toque, dividiendo a los intelectuales entre quienes están dispuestos a buscar
la verdad sobre el tema y quienes prefieren mistificarlo o huir de él.
"todo privilegio religioso en general debe ser suprimido, y si se cree que algunos
o muchos o incluso la mayoría están inclinados a realizar ciertos deberes religiosos,
ese cumplimiento debe dejarse a ellos como un asunto puramente privado".
Pero esto en realidad representaría el fin de la religión, aunque solo sea porque
“declarar que la ley del sabbat ya no tiene carácter vinculante para los
judío será lo mismo que proclamar la disolución del judaísmo.”[ 205 ]
Las consecuencias que este cambio tendría para los propios judíos tampoco escaparon
a Bauer: renunciar a buscar la emancipación del judaísmo, pasando a buscar sólo su
emancipación como ciudadano, el judío
No menos graves fueron las consecuencias para las otras religiones del mundo.
En primer lugar, el Estado, al ser laico, está en condiciones de arbitrar las
controversias religiosas según criterios que, al no poder ser los de ninguna de las
religiones en litigio, deben estar por encima de los de todas ellas. En la práctica,
esto equivale a proclamar una moral civil que está por encima de toda moral religiosa
y que es, en definitiva, la única que es obligatoria para todos los ciudadanos. Sabiendo
que los principios de su religión particular sólo son válidos para los de su grupo
inmediato y que la integración en la sociedad mayor depende exclusivamente de la
obediencia a la moral civil, el ciudadano está permanentemente invitado a abandonar la
carga de la doble moral y a simplificarse las cosas. .incluso, tirando por tierra la moral
religiosa y aferrándose a la moral civil. Esto representa inmediatamente una ruptura en
la continuidad temporal de la comunidad religiosa: el Estado garantiza los derechos del
hijo que rechaza la religión del padre, pero no los derechos del padre que pretende
transmitir su religión al hijo. En resumen, la religión no tiene autoridad, ni siquiera sobre
los menores.
En segundo lugar, el Estado, que se ha convertido en árbitro de las disputas
religiosas, se aferra al cómodo privilegio de poder juzgarlas sin tener en cuenta, en lo
más mínimo, el contenido de las creencias religiosas involucradas, y considerando las
religiones en disputa como si fueran sólo clubes o partidos, todos con iguales derechos
independientemente del valor intrínseco o falta de valor de sus respectivas ideologías
o programas. La carrera a la baja es la consecuencia fatal: antes de la ley, antes de la
moral civil, antes del establecimiento, las grandes religiones como el judaísmo y el
cristianismo, que fundaron nuestra civilización y crearon los valores éticos mismos de
los que la ideología democrática recibe su sustento. prestigio, no son ni mejores ni
peores que el culto de los duendes o la Iglesia de Satán,[ 210] que, como ellos, tienen
sus derechos garantizados por la Constitución, y con los que deben competir en el
mercado como producto entre otros. Es más que evidente que, en esta disputa, el
Estado, debiendo juzgar siempre según criterios neutrales, es decir, que se aparten
en lo posible de los presupuestos religiosos, debe siempre y sistemáticamente favorecer
a las corrientes cuyas
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Pero, ¿es adecuado, por otro lado, decir que el Estado americano es laico, es
agnóstico, es indiferente en materia de religión? ¿Acaso no acabamos de ver que
es un Estado Masónico? ¿Que la masonería, formando la conciencia de sus
miembros a través de ritos y símbolos, ejerce rigurosamente la función de dirección
espiritual? ¿Que la aristocracia masónica está encabezada por una casta sacerdotal
que en última instancia arbitra las luchas políticas sin entrometerse directamente en
ellas?
El estado laico tiene religión, sí. Pero es un esoterismo al que, en el
piso inferior de la sociedad, no corresponde ningún exoterismo particular , porque,
en el nuevo marco, la función de exoterismo, o religión popular, la ejerce todo el
enjambre de religiones y sectas en disputa. El judaísmo y el cristianismo, el islam y
el budismo se convirtieron en meras “sectas populares”, junto con el espiritismo y la
teosofía, la New Age y la ufología, todos allanados e integrados en la gran liturgia
de la religión civil, unos de mala gana, otros de buena gana, otros aún no tienen
idea de quiénes son. sirven. Sobre todos ellos se cierne, invisible y omnipotente, la
Religión del Imperio, perpetuada en el culto discreto oficiado por una nueva casta
sacerdotal procedente de las altas esferas de la aristocracia masónica.[ 211 ]
Ahora bien, este fenómeno se manifiesta con mayor claridad entre finales del siglo
XVIII y principios del XIX. Hasta entonces, la literatura narrativa europea se caracterizaba
por el predominio de temas que hacían referencia a un tipo de conflicto modelado en la
mitología bíblica o grecolatina cristianizada. La cuestión básica en torno a la cual se
movían los personajes y las tramas era la salvación del alma: el significado de la
existencia de los personajes nunca se resolvió por completo en el desenlace de la
trama, pero dejó abierta la perspectiva de un segundo desenlace extraterrestre, por
realizarse. .. arriba en el Juicio Final, y eso daría el verdadero sentido del primero. En
otras palabras, todos los destinos estaban enfocados en sub specie æternitatis, las
tramas terrestres nunca tuvieron en sí mismas la clave de su propio sentido, sino que
implicaban como trasfondo una historia cósmica escrita por la Providencia con miras a
un sentido extramundano. Esto es tan claro en las tramas de Shakespeare, Racine,
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Pues bien: entre los siglos XVIII y XIX sucedió que el significado de las tramas
se cierra en una resolución puramente terrestre: el sentido de las existencias
ya no está en el Juicio Final, en el sentido que pueden tener a los ojos de Dios,
sino sólo en la realización personal, en el éxito social, vocacional, profesional o
fracaso del personaje. Y, en una curiosa inversión, ya no es la vida humana la que
tiene que justificarse frente a una instancia supraterrestre, sino que, por el contrario,
las potencias supraterrestres entran en la trama sólo como coautoras de los éxitos
y fracasos mundanos.
Esto no quiere decir que en la literatura anterior la lucha por el éxito mundano
fuera un tema ausente o sin importancia. Sucedió que el fracaso o el éxito,
reflejando de lejos los movimientos de la Providencia, fueron sólo un signo
provisional del destino celestial del personaje, un anuncio de la salvación de su
alma. Tampoco significa que, en la nueva literatura, la Providencia esté ausente.
Sólo que el sentido último de los acontecimientos ya no depende de un sentido
metafísico, y la Providencia, reducida a una especie de administración
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terminal del sentido de la vida, para impedir al hombre acceder al infinito y aprisionarlo
en la dimensión terrestre.[ 218 ]
La trayectoria de Meister imita la del propio Goethe -alto dignatario de la
masonería-, desde la rebelión
hasta romántica
la espléndida de una
madurez juventud
que de poète
encuentra maudit
al servicio del Estado, la
sociedad, el progreso, la realización del sentido de la existencia terrena. ., como el primer
Fausto que concluye con la apología de la industria y la tecnología que abrirán las puertas
de una nueva civilización al hombre. Pero en la vejez, Goethe se vuelve agudamente
consciente de las limitaciones de la perspectiva cósmico-histórica. En la continuación de
Wilhelm Meister y especialmente en el segundo volumen de Fausto, busca integrar esta
perspectiva en el panorama más amplio de un ascenso puramente espiritual.
Pero esta soldadura de incompatibles, como toda contradicción sin síntesis, arroja al
alma a ese estado de agitación estéril que los griegos llamaban ubris (hübris): el
choque de energías que, girando en circuito cerrado, sólo pueden canalizarse en la
dirección de enervación creciente. : cuanto más vano e inútil es un estado de ánimo,
mayor es su poder de contagio hipnótico. El lector no tendrá problema en reconocer
aquí, nuevamente, los componentes básicos del yogui-comisario, así como el secreto
de su atractivo mágico.
El llamado de la ambición prometeica, llamando a los jóvenes ambiciosos al
individualismo más extremo en la lucha por la vida, constituyó una de las claves
para la formación de la nueva aristocracia masónica: la meritocracia, como se
denominaría más tarde, cosechó lo mejor, lo más apto. , para protegerlos y dirigirlos
desde lejos por el camino de la victoria. La constelación de vencedores formaría la
nueva casta gobernante y sacerdotal, subyugando a las viejas y decadentes
aristocracias de sangre así como al exhausto clero romano. Más que Wilhelm Meister,
la propia biografía de Johann W. von Goethe es el modelo de este proyecto de vida.
[ 222 ]
Pero aún en el momento de su difusión, la ideología de la victoria prometeica
mostró sus contradicciones, y éstas no dejaron de ser exploradas por la misma
literatura que la difundió. Si, por un lado, había "superiores desconocidos" que
podían dirigir la vida de un joven talentoso para mejor, también era cierto, por otro
lado, que podían negar su apoyo,
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Pero ni Stendhal ni Balzac vieron mucho más allá del círculo histórico cósmico en el que
se desarrollaba la vida de sus personajes: en Balzac el drama permanece inconcluso, y
Stendhal encuentra alivio en el esteticismo escéptico y amateur.
Tras la previsión del viejo Goethe -en Fausto más insinuada que expresada- la
necesidad de reintegrar la actividad creativa humana en el supremo sentido espiritual
de la existencia sólo es afirmada plenamente -y con plena admisión de sus consecuencias
morales y filosóficas- por uno solo de los grandes narradores del siglo pasado: FM
Dostoievski;[ 224 ] ella ha sido el tema dominante de su ficción desde su primer gran libro.
Crimen y castigo es, como el segundo Fausto, el descenso del hombre desde las alturas del
orgulloso prometeísmo al arrepentimiento que le abre las puertas del cielo. Con la intención de
liberarse de todos los obstáculos morales y religiosos para dar rienda suelta a su impulso
dominador, el estudiante Raskolnikov acaba cayendo en el estado de víctima indefensa de sus
instintos naturales, que le llevan a inclinarse ante el más fuerte: si de Dios, él se somete al
dominador humano, la policía —Leviatán vuelve a ceder ante Behemoth— y sólo encuentra su
libertad cuando cae a los pies de Sonia, la joven prostituta que encarna la humildad, el lado
femenino del alma, la única que ve a Dios y puede conducir a Él, del mismo modo que,
socialmente reducida a la nada, da la espalda al reino de este mundo. Y así se cumple la
profecía de Goethe:[ 225 ]
“Confusión de las lenguas del bien y del mal, esta es la señal que os doy;
tal es el signo del Estado. De hecho, es un síntoma de la voluntad de morir”.
– F. Nietzsche[ 226 ]
El Estado democrático igualitario es menos una realidad que una apariencia. La nueva
sociedad, como todas las anteriores, tiene las mismas dos castas gobernantes —sacerdotal y
aristocrática, autoridad espiritual y poder temporal— que existirán dondequiera que los seres
humanos se reúnan en una colectividad.
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que es más grande que una familia; que existirán explícitamente, consagrados
en la constitución política nominal, o implícitamente, invisiblemente entretejidos
en la red de una constitución que no reconoce su existencia pero que no puede
impedir que representen la verdadera distribución del poder; que subsistirá como
código secreto en el fondo de todas las constituciones políticas, ya sean democráticas
u oligárquicas, monárquicas o republicanas, liberales o socialistas, porque están
imbricadas en la constitución ontológica e incluso biológica del ser humano y son
funcionalmente compatibles con cualquier nominal. organización del poder político.
Son una “constante del espíritu humano”, que ninguna constitución, ley o decreto,
aunque se base en la voluntad de la mayoría, puede revocar.[ 227 ]
desde los altos cargos no siempre son los verdaderos detentadores del poder: hay
fortunas ocultas, poderes ocultos, causas ocultas, y nuestras peticiones, nuestras
imprecaciones y hasta nuestros disparos corren el riesgo de dar en una fachada inocua,
dejando a salvo al verdadero destinatario, al que no conocemos . Nos perdimos en el
tejido demasiado complicado de las jerarquías sociales modernas, y tenemos motivos
para envidiar al siervo de la tierra, que al menos tenía derecho a saber quién estaba a
cargo de él. [ 230 ] Después de dos siglos de democracia, igualitarismo, derechos
humanos, Estado de Bienestar, socialismo y progresismo, esa es la parte que le
corresponde a este latifundio: los poderosos se ciernen sobre nosotros en la nube dorada
de la inalcanzabilidad divina.
El siervo también tenía derecho a ir y venir, sin pasaportes ni visas y sin ser registrado
en la aduana (el primer terrateniente que decidió gravar el cruce de sus propiedades
desató una rebelión campesina y pereció en un baño de sangre; el episodio fue objeto de
una novela de Heinrich von Kleist: Michel Kolhaas). También tenía derecho de cambiar de
territorio, si su señor le desagradaba, y de establecerse en las tierras del señor vecino,
quien estaba obligado a recibirlo a cambio de una prenda de lealtad. Y, finalmente, si caía
en la más oscura miseria, tenía las tierras de la Iglesia, donde todos eran libres de sembrar
y cosechar, por un antiguo derecho; la Revolución se apoderó de estas tierras y las
repartió a bajo precio, enriqueciendo formidablemente a la burguesía que podía comprarlas
en grandes cantidades, y creando la horda de los sin tierra que iban a las ciudades a
formar el proletariado moderno y trabajar dieciséis horas diarias, sin más esperanza que la
de una futura revolución socialista (que los revertiría a una condición similar a la de los
esclavos romanos). Y si, a través de luchas y esfuerzos sobrehumanos, el movimiento
sindical finalmente logra para esta horda la jornada laboral de ocho horas y la semana de
cinco días, todavía está por debajo de la condición del campesino medieval, que no
trabajaba, en promedio, pero unos seis meses al año. Es así como el progreso de los
derechos nominales no necesariamente va acompañado de un aumento de las posibilidades
reales. Pero esta distinción elude a los portavoces de la ideología progresista, que
confunden las palabras con las cosas y las intenciones con los hechos.
Pero, por complicada que sea la sociedad, la dialéctica del poder en el estado moderno
es diabólicamente simple: animados a hacer uso de sus derechos, los ciudadanos
reclaman más y más derechos; los nuevos derechos, al ser reconocidos, se convierten en
leyes; las nuevas leyes, para ser aplicadas, requieren la ampliación de la burocracia fiscal,
policial y judicial;[ 231 ] y así el Estado se vuelve más poderoso y opresor cuanto más se
multiplican las libertades y los derechos humanos.
Este proceso no es inconsciente: en todos los países del Primer Mundo, el Estado
se ha convertido en el presunto proxeneta de todas las minorías descontentas, cuyos
agravios necesita para justificar su expansión, tanto como necesitó antaño del apoyo de
las grandes fortunas para sofocar el poder social. movimientos con los que aún no sabía
cómo lidiar. Las protestas y demandas incesantes son necesarias para mantener a la
sociedad en un estado de división y cambio psicológico acelerado que solo puede ser
manejado por una burocracia.
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omnipresente. También son necesarios para debilitar todos los poderes sociales
intermedios, para que el Estado pueda flotar soberanamente sobre un mar de átomos
humanos nivelados y entrópicamente desorganizados.[ 232 ]
Por eso la ideología neoliberal, tan veraz en discernir los factores que
dificultan o favorecen el desarrollo económico, se equivoca al sugerir que el
“downsizing” del Estado –su retiro de las actividades “impropias”– está
automática y obviamente asociado a una promesa de Mayor libertad para los
ciudadanos. Porque no es sólo mediante el ejercicio de actividades impropias y
accidentales que el Estado oprime a las personas, sino también –y principalmente–
de aquellas que le son más esenciales y propias: el fisco, la policía, la justicia, la
educación pública. Y estos, en lugar de encogerse en el nuevo marco neoliberal,
tienden a crecer desproporcionadamente. La razón de esto es doble: primero, que fue
precisamente para expandirlos que el Estado se retiró de la economía; segundo, que a
medida que se descarga la carga económica, el Estado busca para sí nuevos roles que
justifiquen su existencia, y termina por entrometerse en todos los sectores de la vida
humana que antes estaban dejados al arbitrio privado.
además: advierten a los niños de los graves peligros que corren al confiar en sus padres
en lugar de encomendarse a la protección del Estado. Recientemente, Folha de S. Paulo,
con base en una estadística muy cruda improvisada por una comisaría, dio un titular de
Folhateen a la noticia de que la mayoría de las violaciones de menores son cometidas por
los padres. La misma historia, en una página de noticias policiales o generales, se dirigiría
a los adultos, alertándolos sobre un problema social. En un suplemento para jóvenes, insta
directamente a los lectores a desconfiar de sus padres, a confiar preferentemente en la
policía y los trabajadores sociales, lo que se basa en el supuesto de que no hay violadores
en la clase de los funcionarios, y mucho menos en la de los periodistas y la propiedad.
dueños de diarios.[ 235 ]
del martirio infantil. Por otro lado, la industria capitalista descubrió el uso publicitario
del candor infantil para la venta de toda clase de productos.
El uso era doble: por un lado, los niños que posaban en los anuncios funcionaban como
emblemas, fuertemente atractivos para el sentimentalismo popular, de las elevadas
cualidades que se deseaba asociar a determinados productos. En cambio, si el producto
se dirigía al público propio de los niños -juguetes o golosinas-, se podía contar con tremendo
el
apoyo que representaba la presión que las hordas de consumidores infantiles ejercerían
sobre sus padres. En la década de 1960, las sectas pseudomísticas, que preferían invertir
en audiencias juveniles, podían contar no solo con reservas casi inagotables de credulidad,
sino también con la acción de socavación con la que la charla adolescente estaba
socavando los cimientos de la confianza familiar, hasta el punto de que los padres y los las
madres, desesperadas por la inocuidad de sus argumentos, terminaron rindiéndose y
asimilando al menos parcialmente todo tipo de nuevas creencias y manías, por bárbaras e
imbéciles que fueran, al menos para salvar lo que quedaba de comunicación doméstica.
Pero lo mejor de todo vino a partir de la década de los 80, cuando prácticamente todas las
organizaciones comprometidas con cualquier tipo de fines distintos a los humanísticos ,
libertarios, educativos, etc., adoptaron masiva y universalmente el uso del marketing
infantil , convirtiéndose así, por repetición universal , costumbre legítima y aceptable que
ya no inspira lo que en tiempos menos abyectos sería una repugnancia natural. Hoy ya no
son los partidos radicales ni los tiburones capitalistas los que explotan el narcisismo infantil
y la vanidad juvenil como instrumentos de presión para hacernos hacer lo que no queremos,
comprar lo que no necesitamos, negar nuestras creencias y valores y adaptarnos a todo
tipo de caprichos idiotas para no ser desaprobados socialmente y no quedar marginados.
No: los que hacen esto ya no son organizaciones subversivas, comerciantes sin escrúpulos
y sectas excéntricas: son fundaciones educativas, son ONG dirigidas por intelectuales de
prestigio, son gobiernos, son organismos internacionales como la ONU, la UNESCO, son,
en en fin, aquellas entidades que profesan precisamente defender los más altos valores
humanos, entre los cuales... el respeto a la niñez y la adolescencia.
— y, debido al brillante futuro al que están llamados, ya deben estar ejerciendo su gran
parte del poder hoy. Deben, por ejemplo, escuchar el mensaje de la casta intelectual,
transmitido por maestros semianalfabetos, y llevarlo a sus casas, donde impondrán
-mensajeros de la modernidad- las nuevas
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valores y criterios a sus asombrados padres. Devem ler com atenção devota o
Estatuto da Criança e do Adolescente e, chegando em casa, reivindicar de seus pais
o cumprimento dos quesitos ali formulados, segundo a interpretação que lhes dêem o
notório saber jurídico de suas mestras e a peculiar acuidade jurisprudencial de
meninos de ocho años. Deben recibir las enseñanzas morales transmitidas por
ingeniosas actrices de televisión -las máximas autoridades en materia de conciencia,
como sabemos- y luego repetirlas en la familia, hasta que padre y madre, temerosos
de ser pasados por alto, acaban adoptando toda suerte de moda. infantilismo como si
fueran las nuevas Tablas de la Ley.
La utilización de los niños como “agentes de cambio social” tiene consecuencias
nefastas, por un lado, para ellos mismos, y por otro, para la sociedad en general.
En primer lugar, les lleva a un sentimiento hipertrofiado de su propia
importancia, haciéndolos prácticamente inadaptados a las limitaciones de la vida
adulta: el muchacho que, en la adolescencia, se sintió líder, agente creador del destino
colectivo, al entrar en el mundo de la economía y el trabajo, la decepción de ver que
ya se ha convertido en un número anónimo, en un don nadie— y no habrá otra forma
de salir de la depresión resultante que aferrándose a los sueños e ilusiones juveniles,
es decir, adquiriendo los rasgos y síntomas de la adolescencia prolongada.[ 239 ] En
segundo lugar, es evidente que la adulación de las pretensiones más descabelladas
de la juventud es una de las principales causas de la delincuencia juvenil, que crece
alarmantemente en todo el mundo. La intelectualidad, principal culpable de la
utilización de menores como instrumentos de mercadeo de “nuevos valores”, se exime
así de su responsabilidad, buscando atribuir la criminalidad juvenil al atraso económico
y la miseria, excusa poco convincente que desenmascaró una encuesta reciente. de
la manera más contundente.[ 240 ] Del mismo modo, la clase que propagó la moda
del sexo libre y el culto erótico de las ninfas (celebrando, por ejemplo, a Nabokov,
Lewis Carroll y las fotos de David Hamilton) está llena de hipócritas orgullo al denunciar
los abusos sexuales contra menores, dando a entender que son efectos de la pura
desigualdad económica, a la que la cultura no ha contribuido absolutamente en nada,
como si las acciones humanas resultaran directamente del saldo bancario y no de los
deseos alimentados por la imaginación.
Mucha gente cree que la proliferación de ONG demuestra la tendencia opuesta: una
tendencia a limitar los poderes del estado y enfatizar las iniciativas espontáneas de los
ciudadanos. Las ONG pueden haber surgido con esta intención, pero, sujetas a la lógica
del mercado, no sobreviven si no crecen; y sólo crecen cuando se juntan en inmensos
conglomerados mundiales, que terminan asociándose a intereses estatales y
empresariales y pierden toda conexión con su origen comunitario[ 243 ] .
que pasa ante todas las narices humanas en el presente deprimente de la vida cotidiana.
Pues si, desde el punto de vista económico, el Estado y el mercado son poderes
antagónicos y en competencia, no ocurre lo mismo con la gestión de la vida psicosocial,
donde estos dos gigantes anónimos e impersonales se alían muchas veces contra toda
comunidad y familia. lazos que constituyen la máxima protección de la intimidad humana.
Si bien una economía de mercado es claramente menos opresiva para los ciudadanos
que una economía socialista, la libertad de mercado no garantiza automáticamente la
libertad de conciencia. En la medida en que dé por sentada una conexión que, por el
contrario, solo puede crearse a través de un esfuerzo consciente, el neoliberalismo no
podrá cumplir con el papel propuesto, para allanar el camino a una sociedad más libre a
través de la economía. opción se convierte en el criterio predominante, si no el único,
que determina el curso de la vida colectiva, el resultado fatal es que los medios se
convierten en fines. Y el mercado tiene un potencial esclavizante tan grande y peligroso
como el del Estado.
Monopolio estatal del sentido de la vida: por encima de las religiones, por encima de las
conciencias individuales, corresponde al Estado —la casta gobernante o aristocrática—
que, bajo el beneplácito de la intelectualidad —la casta sacerdotal—, se encarga de dirigir
el proceso de modernización, determinando por tanto el sentido de la vida colectiva, los
valores y criterios morales, el bien y el mal, lo verdadero y lo falso. Ya sea en la
socialdemocracia o en el neoliberalismo, Ex Status nemo salvatur: fuera del Estado no hay
salvación. Esta es la única pregunta que importa para el destino del mundo: ¿estamos, de
un modo u otro, condenados a vivir bajo la religión del César? Si la respuesta es afirmativa
-y no veo cómo escapar a la respuesta afirmativa, salvo una hipotética rebelión de las
religiones contra el monopolio estatal del sentido de la vida- entonces surge una cuestión
secundaria: la sumisión del mundo a la ¿No es lo mismo
sumisión la religión
del mundo del César
al César? que
¿No es la la
universalización del Estado laico modernizador de la Ilustración la gloria final y la
globalización de la Revolución Americana? ¿No es el yogui-comisionado, con toda su
verborrea marxista, un sirviente, malgré lui, del imperialismo estadounidense?
“ley histórica”: es un hecho ocurrido en cierta parte del mundo. No puede ser refutado por argumentos
teóricos; tiene que ser discutido en el campo de la narración histórica, que sólo lo prueba.
145 Cf. Funck-Hemmer, Historia de la Iglesia, París, Armand Colin, 1891, t. yo, pág.
359 arts.
146 El término translatio imperii se usa comúnmente para designar la transferencia del
Imperio de Roma a Bizancio. Aquí lo uso en un sentido amplio, para designar todos los cambios en el
eje del poder imperial en Occidente.
147 Un compromiso que, es cierto, sólo obligó por completo a las altas esferas del clero, siendo
abundantes, al menos hasta el año 1000, sacerdotes casados -un pequeño rayo, sin embargo, que
no podría tener expresión en un caso como el que yo estoy discutiendo aquí. Ver Funck-Hemmer, op.
cit., passim.
148 La Revolución sólo cambiará la forma de este drama, sin resolverlo. Ese
el cambio, como veremos más adelante, es la esencia de la llamada “modernidad”.
149 Sobre la organización económica del Imperio Romano y las causas de su disolución, el clásico
ensayo de Max Weber sigue siendo insuperable. Una traducción — “La decadencia de la cultura antigua.
Sus causas sociales” — fue publicado en Revista de Occidente (Madrid), t. XIII, núm. 37, julio. 1926. No sé
si hay otro.
150 Edouard Perroy, La Edad Media. La expansión de Oriente y el nacimiento de la civilización occidental,
en Maurice Crouzet (ed.), Historia general de las civilizaciones, trad. Pedro Moacyr Campos, São Paulo,
Difel, 1956, t. III, vol. 1º, pág. 126.
151 Bonifácio no extrajo de su propio cerebro esta afirmación ya hecha: ya había estado
germinando en muchas mentes ilustres que, observando desde el siglo X la insubordinación y la
arrogancia de la casta guerrera, exigían medidas disciplinarias que sólo llegaron, a través de Bonifácio,
cuando ya era tarde y la Iglesia ya estaba demasiado debilitada. El Papa Inocencio IV (1243-54) ya
había afirmado que la Iglesia disfruta de la plenitud del Imperium, tesis que se generalizó mucho entre
los canonistas. Lo que Bonifácio hizo de nuevo fue simplemente transponer esta tesis del ámbito teórico
al de los mandamientos prácticos, provocando un terremoto.
152 “Evidentemente, el Papa no esperaba la oposición que estaba a punto de suscitar. Todos
su comportamiento demuestra que no había entendido los cambios que se habían producido en
Europa... No podía ver que los derechos de la corona se basaban en el consentimiento de los pueblos...
Lo que hizo triunfar (a los reyes) fue la conciencia que tenían que contar con el consentimiento de los
pueblos. de sus pueblos, es decir, la fuerza moral, que es la única que permite ganar un conflicto de esta
naturaleza” (Henri Pirenne, Historia de Europa, trad. Juan J . Domenchina, México, FCE, 2ª ed., 1956, p.
270). Este párrafo une un refinamiento del análisis histórico a la deformidad de una evaluación moral
marcada por la incapacidad típica del académico moderno, incluso cristiano, para comprender, si no
superficialmente, la naturaleza del cristianismo. En primero
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En primer lugar, aun conociendo la popularidad de los reyes, ¿cómo podía admitir el Papa que el
“consentimiento de los pueblos” generaba autoridad espiritual, si en el origen mismo del cristianismo
estaba el hecho de un martirio perpetrado con un masivo consentimiento colectivo? En segundo
lugar, ¿por qué llamar “fuerza moral” al mero sentimiento de seguridad que nace de la certeza de
un apoyo colectivo, cuando el modelo supremo de fuerza moral, que sustenta toda la pedagogía
ética de nuestra civilización, es precisamente el de Cristo, el defensor solitario? de la verdad que
todos niegan? ¿Debe Bonifacio, para seguir el espíritu de la época, abjurar del espíritu de su fe?
No: tenía una fuerza moral legítima: prefería la dignidad de la derrota al compromiso abyecto. Sobre
todo, si un Papa es un hombre de religión y no sólo un político, no tiene sentido juzgarlo únicamente
por los cánones de la razón de Estado, en los que la única obligación es vencer.
Pirenne, sin duda, ve a Bonifácio a través de los ojos de Felipe y se niega a intentar la
operación inversa.
153 Aunque, por supuesto, ni siquiera sospechaba que estaba luchando contra la semilla de un
nuevo poder imperial (el imperio estaba en Alemania, y ya era mucho trabajo), pero solo
una monarquía nacional rebelde.
154 Transcrito como apéndice a la “Introducción”, de Luís A. De Boni, de: Egidio Romano,
Sobre o Poder Eclesiástico, trad. Cléa Pitt B. Goldman Vel Lejbman y Luís A. De Boni, Petrópolis,
Vozes, 1989, p. 27
155 El mismo Dante Alighieri incluso defendió la autonomía monárquica, en el
Tratado de monarquía . Luego, quizás arrepintiéndose, llenó el Infierno de reyes.
156 cit. em Jean Favier, Philippe le Bel, París, Fayard, 1978, p. 6.
157 Las antiguas tradiciones y mitologías están repletas de historias de magos, sacerdotes
y profetas que nombran reyes y luego sufren la mayor ingratitud de sus pupilos. La cosa parece
ser una constante de la historia humana.
Según René Guénon, lo es (ver Autorité Spirituelle et Pouvoir Temporel, París, Éditions
Traditionelles, 1948). Es interesante que la disputa sobre la prioridad espiritual entre las castas
sacerdotal y real se reproduzca, en la escala discreta que conviene al caso, entre los dos más
grandes escritores esotéricos del siglo XX: René Guénon y Julius Evola (de este último, ver más
arriba). todo El Misterio del Grial, traducido por António Carlos Carvalho, Lisboa, Vega, 1978). Al
trasladarse de la arena política a la esfera esotérica, este debate parece convertirse en la ocupación
de estudiosos nostálgicos, pero de hecho es allí donde se vuelve decisivo para la comprensión de
los rumbos de la historia contemporánea. Como dijo Guénon, el poder es secreto por naturaleza, y
también lo son las causas: la lucha por el cetro espiritual del mundo se radicaliza y se vuelve más
decisiva precisamente en el momento en que la “opinión pública”, engañada por toneladas de
información irrelevante, mira en una dirección completamente diferente. Si el lector ha seguido mi
argumento hasta aquí, seguramente habrá comprendido el inmenso peso que
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tendrá, en la decisión del destino del mundo, la disputa entre los hombres de religión y los
hombres de gobierno. Irónicamente, la opinión pública, incluso la letrada, no tiene idea de que
se trata del viejo conflicto de castas, aun porque la doctrina oficial de la Revolución le enseñó a
creer que las castas son una institución convencional, revocable por decreto -que ciertamente
no fue así-. hacer castas fuera de la existencia, pero sólo las hizo invisibles y dio a su guerra las
proporciones de una catástrofe natural.
158 La amística de esta expresión perduró hasta el siglo XX. Maurice Barrès, Jacques
Maritain, Charles Péguy y Georges Bernanos creían piadosamente en ella. Estos dos,
escribiendo sobre ella, sacan lágrimas; Maritain, bostezos, y Barrès, un poco de vómito, al menos
el mío. general De Gaulle demostró que funcionó en la práctica, conmovió al mundo. Incluso el
ateo Mitterrand parece ser devoto de ella.
159 Pensemos, por ejemplo, en la alternativa actual entre la disciplina compresiva
de los ayatolás y la anulación de la conciencia individual en la sociedad administrada de
Occidente...
160 De aquí data el surgimiento del espíritu mesiánico, que marcará la mentalidad
ruso-ortodoxo hasta al menos finales del siglo XIX, mucho después de que la mitología
del cristianismo nacional se extinguiera en los países occidentales. Hombres como F. Dostoevsky
y V. Soloviev todavía creían firmemente en la misión cristianizadora de Rusia en el mundo.
Joseph Conrad, un polaco cuya familia había sufrido los efectos de la catequesis imperial,
resumió el espíritu de esta anacronía viviente en una palabra: “Cinismo”.
162 Louis Bertrand, Louis XIV, 161 París, J. Tallandier, 1929, t. II, pág. 156.
163 Id., pág. 161.
164 Inocencio III, en una bula cuyo título no se me ocurre, usa explícitamente
esta imagen, consagrándola como expresión oficial de la doctrina. — De hecho, el mismo
Inocencio III, al establecer una línea de demarcación demasiado rígida entre las ciencias
sagradas y las profanas, contribuyó mucho al surgimiento de la moderna intelectualidad laica y
materialista. El tema es estudiado por Gilbert Durand en Science de l'Homme et Tradition, París,
Tête de Feuilles / Sirac, 1978.
no estaba en pleno vigor; como resultado, el clero había descendido al ejercicio del
poder temporal; y, mientras buscaba deshacerse de él y transferirlo a un Imperio, se
vio obligado a recuperarlo cada vez que el Imperio escapaba a su control; y en este
ir y venir pasaron mil años. Lo que me pregunto, sin encontrar respuesta, es: si la
Iglesia, sin poder temporal, había tenido tanto éxito durante los primeros seis siglos,
¿por qué no podía simplemente seguir cristianizando a Europa, pacientemente,
dejando que César cuidara de César? ? ? El Imperio abortó porque nació prematuro.
¿Por qué engendrarlo tan temprano? ¿Por qué no esperar a que la cristianización dé
lenta y naturalmente frutos políticos menos amargos? No sé la respuesta, pero una
cosa es cierta: la Iglesia no se involucró en los asuntos políticos por iniciativa propia,
sino que se involucró en ellos por el curso de los acontecimientos: la caída del Imperio,
la necesidad de improvisar una administración, la vacante de antiguos líderes religiosos
bárbaros, etc.; luego se debate entre la necesidad de pasar la piña a los laicos y el
temor de una nueva persecución religiosa bajo el reinado de un César de su propia
creación. Si los brasileños ya hubieran existido en ese momento, habrían visto una
señal premonitoria en el hecho de que el primer candidato a emperador se llamara...
¡Pepino!
167 Sobre Sir John Fortescue, v. Carl J. Friedrich, Perspectiva Histórica de la
Filosofía del Derecho, trad. Álvaro Cabral, Río, Zahar, 1965, Cap. IX, y Eric
Voegelin, La nueva ciencia de la política, op. cit.
168 Sobre los métodos persuasivos del terrible Albuquerque, v. Elaine Sanceau,
Afonso de Alburquerque. El sueño indio, trad. José Francisco dos Santos, Lisboa,
Civilização, 3ª ed., 1953. El volumen forma parte de una notable serie que el autor
dedicó a la historia de los descubrimientos portugueses.
169 cit. en Raymond Aron, República Imperial. Estados Unidos en el mundo
Posguerra, trad. Edilson Alkmin Cunha, Río, Zahar, 1975, pág. 21
170 ¿Qué sería suficiente para sacudir la teoría de Hobson hasta sus cimientos y
Lenin sobre “el imperialismo, la etapa superior del capitalismo”.
171 Destino manifiesto: expresión utilizada en 1845 por el editor John Louis
O'Sullivan y que se haría célebre como símbolo del espíritu expansionista: “Nuestro
destino manifiesto es extendernos sobre el continente destinado por la Providencia para
el libre desarrollo de nuestros millones ” (cit . en George B. Tindall y nd David E. Shi,
America. A narrativa History, 2nd ed.,
New York, Norton, 1984, p. 333).
172 Que nadie piense, por favor, que estoy razonando a la manera de Hegel.
En mi opinión, los términos de una contradicción real siguen siendo contradictorios
y nunca se absorben perfectamente en ninguna síntesis que no sea metafísicamente.
Las grandes creaciones históricas son precisamente intentos de conciliar, en el plano
de la existencia contingente, exigencias que sólo pueden conciliarse en la esfera
metafísica, en el plano del Ser universal. Las formas
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174 trad. Octávio de Faria y Adonias Filho, Rio, Civilização Brasileira, 1963.
175 Ejemplo: recién en el décimo año del golpe de abril de 1964, con el
régimen militar ya más que consolidado, la masonería asumió su participación en la
autoría del evento, con los grandes maestres desfilando en mandiles y toallas junto a
los generales estrellados. Más asombroso aún es cuando la entidad, a través de una
mezcla de debilidad y vanagloria, asume como propias las hazañas que le son, quizás
falsamente, atribuidas por sus oponentes: comentando el libro de Albert Lantoine,
Histoire de la Franc-Maçonnerie Française: La Franc -Maçonnerie dans l'État (París,
Émile Nourry, 1936), René Guénon lo elogia “lorsqu'il démolit la légende qui veut qui
la Maçonnerie ait joué un rôle considérable dans la préparation de la Révolution, car,
choose curieuse, cette leyenda, qui doit as naissance à des
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182 En el sentido en que uso estos términos aquí, vale la pena enfatizar la distinción
entre conceptos y meras definiciones nominales. En el concepto capto
intencionadamente la esencia de un ser real (o de un atributo real), entendido
como real (si no metafísicamente, al menos lógicamente, es decir, hipotéticamente); en
la definición nominal, sólo la intención significada por una palabra, independientemente
de la realidad o irrealidad de la cosa a que se refiere. En lógica simbólica, por ejemplo,
sólo se utilizan definiciones nominales, pero éstas no son suficientes para la teoría del
conocimiento.
183 Véase una ilustración inteligente de este punto en: Nílson José Machado, “La
alegoría en las matemáticas”, Estudios Avanzados (USP), 5 (13), 1991, p. 79-100.
184 Sobre la analogía, v. mi ensayo “La dialéctica simbólica”, en Astros y
Símbolos, São Paulo, Nova Stella, 1985, cap. II — fundamental para
comprender el método de interpretación simbólica que utilizo en este y otros estudios;
método que debe mucho a René Guénon (Symboles de la Science Sacrée, París,
Gallimard, 1962), a Titus Burckhardt (Principes et Méthodes de l'Art Sacré, París, Dervy-
Livres, 1960), a René Alleau (La Science des Símbolos.
Contribution to the Study of the Principles and Methods of General Symbolism, París,
Payot, 1977), ea Susanne K. Langer (Philosophy in a New Key. A Study in the Symbolism
of Reason, Rite and Art, New York, Mentor Book , 1948, y Ensaios Filosóficos, trad.
Jamir Martins, São Paulo, Cultrix, 1971).
185 El papel de la Masonería en la Revolución es bastante ambiguo. Por un lado,
todos los líderes revolucionarios pertenecen a la organización; por otro lado, el rey y
toda su gloria matutina también son masones. Jean-Charles Pichon cree que desde el
momento en que la masonería introdujo en sus ritos el asesinato simbólico del “padre
de los arquitectos”, Hiram, constructor del templo de Salomón, seguido de su
resurrección, asumió definitivamente su vocación revolucionaria, pero que ni Las figuras
en ese momento, ni la mayoría de los masones hasta el día de hoy, se dieron cuenta
de las implicaciones más obvias de este ritual. No sé qué pensar de esta tesis, pero
ciertamente merece atención (V. Historia Universal de las Sectas, op. cit., cap. XIII). La
misma ambigüedad se puede ver en el desempeño de la Masonería cuando se formó
el Imperio de Brasil. Pedro I es invitado a incorporarse a la organización, elevado
rápidamente a la categoría de Gran Maestre, y luego boicoteado por la propia masonería
y llevado a la abdicación. V.Octavio
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187 No se puede decir lo mismo de los personajes involucrados. Allen Dulles, quien
quien fuera director de la CIA durante décadas, reconoce con mucha pertinencia la
abismal diferencia de escala que separa a los servicios secretos modernos de todo lo
que hasta el siglo XIX se conocía como “espionaje”. Por un lado, los servicios de
“inteligencia” han ido mucho más allá del campo de la inteligencia militar para abarcar
toda la vida social y psicológica de las naciones, penetrando incluso en la intimidad de
las costumbres familiares, la vida sexual, etc. – ostensiblemente invadiendo la llamada
esfera “privada” (ver O Ofício de Espião, trad.
Lisboa, Guimarães, sin fecha). Por otro lado, han crecido hasta el punto de
volverse virtualmente incontrolables. Uno de los documentos más impresionantes
jamás publicados sobre el tema (Journey into Madness. Medical Torture and the
Mind Controllers, Londres, Corgi Books, 1988) habla de un centro de formación para
torturadores médicos creado por la CIA; Denunciado en el Congreso, el centro fue
cerrado, pero los profesionales allí formados se repartieron por el mundo ofreciendo sus
servicios: Thomas fue a buscar a uno de ellos al Líbano, al servicio de la organización
terrorista que secuestró a un funcionario estadounidense y lo torturó para extorsionarlo.
Por mi parte, veo en este fenómeno más bien un “efecto avestruz”, en el que las entidades
esotéricas acaban volviéndose, ellas mismas, inconscientes de su acción en el mundo. Que la
Francmasonería asume como propias ciertas acciones que le son imputadas por sus oponentes -
v. Comentario de Guénon sobre el libro de Lantoine, citado en la nota 179
–, es un signo elocuente de una falta de conciencia histórica. De todas formas,
el manipulador, si lo hay, es el más manipulado de todos. Hay una profunda diferencia entre
influir y dirigir. Entre la teoría de la conspiración, según la cual las sociedades secretas dirigen el curso
de la historia, y la ideología “científica” que omite por completo su influencia (excepto cuando se reducen
a inocuas “fuerzas políticas” sin peso específico), debe haber lugar para una sensata término medio que
merece, por derecho, la calificación de científico, temporalmente usurpado por el dogma de la ceguera
metodológica obligatoria.
Ese término medio es precisamente lo que busco en estas páginas, no siendo ni masón ni antimasón.
196 Robert Graves, Su vida y obra, Holt, Rinehart & Winston, 1982, p. 555-558.
197 V. Ernest Scott, La gente del secreto, Londres, Octagon Press, 1983.
198 Ambas filmadas posteriormente, la primera con Therence Stamp y Samantha Eggar, la
segunda con Anthony Quinn.
199 V. August Strindberg, Infierno.
200 Ejemplo: Adam Schaff, marxista arrepentido, masón, publicó en una revista masónica un
análisis histórico basado en métodos astrológicos; al publicar el mismo estudio en un libro (A
Sociedade Informática.
Consecuencias sociales de la segunda revolución industrial, trad. Carlos Eduardo Jordão Machado
y Luiz Arturo Olojes, São Paulo, Brasiliense, 1995), depuró el texto de todo elemento astrológico y
esotérico, para dar a sus conclusiones la apariencia de haber sido obtenidas exclusivamente por
medios “científicos”.
201 Mis investigaciones personales sobre el fenómeno del secreto cada vez mayor están
lejos de ser del todo concluyentes, como bien sabrá el lector en estas páginas. Pero aquí no se
trata de dar respuestas listas, sino de
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Protesta contra la indiferencia a las preguntas. Porque, si tengo sólo un germen de respuestas
y si los gérmenes aún germinan en el seno de la duda, una cosa, sin embargo, es la certeza
absoluta: no podemos entender el curso de la historia contemporánea sin hacernos estas
preguntas, por mucho que sus respuestas deban permanecer. , durante nadie sabe cuánto
tiempo, en el ámbito de la conjetura o la mera probabilidad razonable. Por otro lado, el hecho
de que aún no conozcamos en detalle todos los nexos causales que conducen desde los
orígenes del proceso hasta su estado actual no puede impedir que admitamos que debe
haber alguna conexión entre las dos cosas.
intelectuales ateos de origen judío han ayudado a acelerarlo. Los antiguos estados religiosos
persiguieron y expulsaron a los judíos; nunca los exterminaron en masa ni sabotearon la práctica
del judaísmo hasta el punto de reducir la cuota de judíos ortodoxos practicantes al tres por ciento.
Estos hechos no los ven los seguidores de la teoría de la “conspiración judía”. Pero tampoco los
mismos judíos, en general, los ven.
210 Los artistas del mundo del espectáculo que realizan ritos satánicos en espectáculos de rock,
bajo el argumento de que son meras actuaciones, no informan a un público excesivamente crédulo
que todo rito es una actuación; que escenificar un rito —siempre y cuando sea completo— es lo
mismo que realizarlo. Así, se convierten en vehículos “inocentes” de influencias psíquicas cuyos
efectos sociales sólo son inofensivos a los ojos de quienes ignoran por completo lo que es un rito.
211 Una de las razones por las que los historiadores y científicos sociales estadounidenses
no habernos dado cuenta de que las élites masónicas -mucho más que el clero católico o
protestante- han ejercido desde la Independencia la función de una casta sacerdotal radica en que,
como ya he señalado, los meros hechos no dicen nada sin los conceptos que las agrupan. ellos y
darles un significado. ; y el concepto actual de “clero”, en el que generalmente se han basado estos
eruditos, es demasiado estrecho para captar todos los matices e implicaciones de lo que es una
casta sacerdotal. Un “clero” se identifica con una iglesia “oficial” establecida, mientras que una
casta sacerdotal, que posiblemente también incluya un clero, tiene un campo de acción infinitamente
más amplio, la mayor parte del cual no tiene nada que ver con
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funciones públicas, pero con un tipo de acción más interior, más sutil, ya sea
espiritual o psicológica. No se puede negar el papel de los ritos y disciplinas
masónicos en la estructuración y el equilibrio interno de las élites gobernantes y
fundadoras de Estados Unidos, pero no es parte de la religiosidad pública. Al examinar
su sociedad con conceptos tomados de otras culturas y épocas, los estudiosos no
pudieron captar la especificidad del nuevo marco, marcado por el surgimiento, sin
precedentes en la historia, de una casta sacerdotal esotérica sin el correspondiente
exoterismo. También es necesario contar con la típica incomprensión del intelectual
moderno medio respecto al modus agendi de los ritos y disciplinas espirituales. De ahí
viene la tendencia a enfocar a la masonería sólo desde afuera, como una fuerza política
en un sentido material y directo, lo que lleva a una falsa valoración de la naturaleza y
alcance de su influencia. v. tuberculosis adelante, no. 218.
212 Para la distinción entre estos dos tipos de narraciones, v. “Símbolos y mitos en la
película 'El silencio de los corderos'”, en The Symbolic Dialectic: Reunited Studies, op.
cit., pág. 200-205.
213 Predomina no la cantidad, sino la calidad: no el número de obras, sino el valor
y la significación de las obras producidas.
214 Vida de Don Quijote y Sancho, 15ª ed., Madrid, Espasa-Calpe, 1971, p. 11- 12.
221 V. La Nueva Era y la Revolución Cultural: Fritjof Capra & Antonio Gramsci, op.
cit., pág. 34-41.
222 Este párrafo ilustra, de un vistazo, el método que creo que se debe utilizar en el
estudio del desempeño histórico de las sociedades secretas e iniciáticas, especialmente
en lo que respecta a los tiempos modernos: enfocándolas no como facciones políticas o
grupos de conspiradores, sino como fuerzas moldeadoras de los símbolos sobre los que se
proyectan los valores y los ideales de una época, que es precisamente la función espiritual y
sacerdotal por excelencia. Es solo en este papel que pueden ser entendidos y, finalmente,
juzgados.
223 Walter Scott, por ejemplo, trató de pensar en la relación entre el fracaso de Napoleón
y la acción de las sociedades secretas. Cualquiera que sea nuestra opinión sobre los
resultados de su investigación, el hecho es que su monumental Vida de Napoleón, en 8 vol.,
no merecía ser recibido como fue: con insultos más que con argumentos críticos. Al reseñar este
libro, incluso el gran Sainte-Beuve (que era francmasón) prefería los juicios asertivos y la mera
difamación personal, elegantemente entrelazados con los habituales elogios al resto de la obra
del autor, por entonces ya un éxito consagrado que sería una temeridad despreciar. . v.
225 Estrofa final del segundo Fausto: “El Eterno Femenino / nos lleva a lo alto”.
226 Así habló Zaratustra, trad. Mário Ferreira dos Santos, São Paulo, Logos, 1954.
228 Bertrand de Jouvenel, op. cit., passim., demostró que el curso de la historia política
de Occidente desde el Imperio Romano hasta la Segunda Guerra Mundial estuvo
claramente dirigido hacia la concentración del poder a través de la extinción o neutralización
de los poderes sociales intermedios. Un examen de las cinco décadas que siguieron a la
publicación de la obra de Jouvenel muestra que la tendencia allí denunciada se acentuó
aún más.
229 “Siempre ha habido una clase privilegiada, incluso en América, pero nunca ha
estado tan perfectamente aislada de sus vecinos”, señala con razón Christopher Lasch
(op. cit., p. 12).
230 Hablo aquí como vocero del hombre de pueblo, pero es claro que
personalmente, por mi condición de escritor e intelectual, tengo más información
sobre la organización del poder que el hombre de la calle y, cuando quiero, me hago oír
-tanto como cualquier otro intelectual- por el poder político. El intelectual, aun sin un
centavo en el bolsillo, debe ser muy hipócrita para no incluirse en la categoría de los
“poderosos”.
231 Sin olvidar, por supuesto, la red de educación pública, que forma mini agentes
de transformación social necesarios para la implementación de las nuevas leyes.
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236 Este proceso se observó inicialmente en países bajo dominio totalitario, y fue
descrito con precisión, incluso antes de la Segunda Guerra Mundial, por Jan Huizinga
(ver Nas Sombras do Amanhã. A Diagnosis of Spiritual Illness in Our Time, traducción al
portugués, Coimbra, Armenia Amado, 1944). Huizinga destaca el fenómeno de la
puerilidad como una de las características de estas sociedades, que tratan con reverencia
las actividades puramente recreativas y con juvenil ligereza los asuntos serios; formar,
por ejemplo, entrenadores de fútbol extremadamente eruditos, y
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los niños pueden trabajar 20 horas a la semana a £4 la hora y terminar con £163,99
menos impuestos y renta. Un hombre casado con dos hijos que trabaje 40 horas por
el mismo salario se quedará con solo 130,95 libras esterlinas.
Trabajando a tiempo completo, ganará £ 33 menos que una madre soltera que
trabaja a tiempo parcial. Pregúntate por qué, entonces, una chica de clase
trabajadora no debería considerar a un marido como algo menos que inútil. Y se
verá reforzada en esa convicción por sus hermanas feministas de clase media,
cuya ideología ayudó a crear esta política fiscal. El Estado ahora ve a cada persona
como una unidad autolimitada, atomizada, con estricta igualdad matemática en
términos fiscales. El hecho de estar casado no cuenta para nada... El matrimonio
ya no es reconocido por los sistemas legales y fiscales”.
Destacando que toda esta situación se creó en el gobierno liberal de la Sra. Thatcher,
el columnista enfatiza que un viejo eslogan de la izquierda —“rasca el caparazón de
un liberal y encontrarás un fascista”— se está haciendo realidad, en un sentido
diferente al que le dieron los izquierdistas. No es que el liberal, en el fondo, sea
fascista: es que la política liberal (o, mejor dicho, liberacionista) crea hordas de
hombres aislados y sublevados que serán las masas de militantes fascistas del
mañana.
243 Sobre las ONG, v. “La democracia de las ONG y la dictadura del marketing”
en El colectivo imbécil.
244 V. Alfred Sauvy, La economía del diablo, París, Le Seuil, 1989.
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CAPÍTULO 10
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1.2. Las ideas que inspiran esta operación se pueden resumir, en última instancia, en el
farsa de la “tradición materialista”, a la luz de la cual se emprende un vasto
reordenamiento de toda la visión de la Historia del pensamiento, para colocar en el centro
de la reflexión filosófica a figuras como Epicuro, Gassendi, La Mettrie, Sade et caterva.
evolución, trasladando a la periferia las grandes filosofías que no pueden ser absorbidas por
la cosmovisión materialista.
1.3. Para ello, exploramos cuantas insatisfacciones ocasionales puede haber en el alma
del público, encauzándolas en el sentido de una rebelión contra el Espíritu.
1.4. También se aprovecha del desconocimiento del público novato, incapaz de
una reacción crítica, presentando a los miembros del grupo organizador como si fueran
la encarnación misma del consenso filosófico universal. En ocasiones, se incluye en el
programa de actos a uno u otro orador con ideas contrastantes, pero sin expresión
personal significativa -y sobre todo que no abra una polémica explícita-, dando una
ilusoria apariencia de variedad y pluralismo
experimento
a lo quedeendirección
realidadmental.[
es una astucia.
246 ]
2. José Américo Motta Pessanha encarnó mejor que nadie este proyecto, como
editor de la serie Os Pensadores y como figura destacada en los círculos filosóficos de São
Paulo.
3. La filosofía de Epicuro, que es uno de los pilares de la nueva cultura, no es, como
teoría, más que un escepticismo cognitivo que desemboca en un diletantismo trágico; y,
como práctica, es un proceso de autohipnosis que genera entre sus practicantes una
credulidad beocia y una falta total de sentido crítico, haciéndolos vulnerables a todo tipo de
manipulaciones.
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11. La Revolución Americana que encarna el ideal del imperio laico tiende a
globalizarse, arrastrando en su torrente a todas las fuerzas intelectuales y políticas que,
de una forma u otra, acaban involuntariamente poniéndose a su servicio. Interviene de
manera decisiva y profunda en la estructura del alma de todos los seres humanos puestos
a su alcance, inculcando en ellos nuevos reflejos, nuevos sentimientos, nuevas creencias
que constituirán, en esencia, la cultura poscristiana, o más claramente: anti- Cristiano.
en el curso de los acontecimientos, fue arrastrada sin darse cuenta, e incluso en contra
de su intención, a engrosar la poderosa corriente de la Revolución Americana.
Solo resta un detalle: saber cómo la intelectualidad brasileña , en particular, llegó a dejarse
llevar por este torrente, imaginando que aún servían a sus viejos ideales. Y entonces el ciclo
de Ética en el MASP puede servir para ilustrar, en miniatura, lo que pasó con la izquierda
nacional, la insensible rotación de la dirección de sus esfuerzos.
Comencemos con la siguiente observación: era más que claro que esta empresa
cultural tenía objetivos políticos obvios e inmediatos, entre los cuales el principal era
capturar la vieja retórica moralista de la derecha en beneficio de la estrategia de la izquierda,
convertir el hechizo contra el hechicero. . De hecho, no había otra razón para explicar el
interés por la ética mostrado, a partir de 1989, por intelectuales de formación marxista, para
quienes el discurso ético es y no puede ser más que una “superestructura” ideológica, una
engañosa agitación de marionetas verbales. en un contexto constituido, esencialmente, de
lucha de clases.
No por casualidad, el ciclo Ética del MASP fue organizado por la más eminente
intelectual del PT, Marilena Chauí, entonces jefa de la Secretaría Municipal de Cultura de
São Paulo. Este desmentidor activo del discurso ideológico de los demás nunca se interesaría
por algo tan “superestructural” como la ética si no tuviera razones políticas sólidas para
hacerlo. ¿Qué razones, más específicamente?
condición psicológica propicia para amplificar el efecto moral del escándalo cuando estalló.
Realmente no hay forma de explicar la repercusión de estas denuncias, sustancialmente
las mismas que tantas otras realizadas contra gobiernos anteriores y que murieron
neutralizadas por la indiferencia popular, salvo que, esta vez, ya había en el aire una
atmósfera hostil y predisposición vengativa, afán de castigar, que sólo esperaba la
identificación de un sospechoso para derramar sobre él el odio que se venía acumulando,
preparatorio, contra un objetivo hipotético y vacante; un ambiente que, engrosándose poco a
poco hasta el límite de una presión insoportable en los meses previos a la decisiva entrevista
de Pedro Collor con la revista Veja, encontró en él la ocasión del esperado descargo.
No es de extrañar que esta última ala fuera más festiva, que la otra se uniera a la celebración
con una reserva mixta de recelo. Para algunos, la restauración de la decencia era un fin en sí
mismo. Para otros, fue solo una etapa en el “largo viaje de la izquierda al aparato estatal”,
como diría Antonio Gramsci: el comienzo, esperaban, de días de gloria. Entre estos últimos
estaban los líderes de “Ética en Política”.
los más protegidos bajo una fachada de neutralidad científica; Esa neutralidad que,
según la perspectiva marxista, no era más que una proyección de la abstracción
“metafísica” del burgués, un sujeto que, viviendo separado de la actividad productiva,
piensa a través de categorías estancadas y no ve el nexo entre economía, política y
la ética.[ 251 ] A la neutralidad tecnocrática, esta corriente, representada sobre todo
por Celso Furtado, ídolo académico de izquierda, opuso una propuesta económica
fundada en fines y valores explícitos, por lo tanto cargada de un atractivo “ético”.
[ 252 ] La propuesta neoliberal de Collor, basada en las ideas de racionalización y
eficiencia, sugería por sí misma el perfil de su antagonista ideal: frente a la frialdad
inhumana de la “técnica”, el llamado humanitario de la “ética”. En ese momento no
se sabía nada que pudiera incriminar a Collor y, dadas las malas perspectivas de la
oposición ante un gobierno recién juramentado con un fuerte apoyo popular, a la
intelectualidad de izquierdas no se le ocurrió nada más interesante que resucitar
contra él el estereotipo del viejo debate, que había dado algunos dividendos en la
lucha contra la dictadura.
Por otro lado, la palabra “ética” vino bien, porque muchos de los intelectuales
involucrados en la campaña se habían convertido, en los años posteriores a la
derrota de la guerrilla, en lectores y devotos del teórico de la “revolución
cultural”, Antonio Gramsci; que, en los planes que esboza para la toma del poder
por los comunistas, destaca una fase que él llama la implantación del “estado ético”.
La coincidencia es sólo de palabras: “ético” en Gramsci es un término técnico, cuyo
significado no tiene nada que ver con lo que generalmente se entiende por moralidad,
honestidad, etc., sino sólo con el ajuste entre las normas sociales y las necesidades
de la producción. un sentido ajeno a fines y valores, y en el fondo, irónicamente, muy
“tecnocrático”. Pero, dice Goethe, cuando no sabes qué hacer, una palabra es como
una tabla para los náufragos. El nombre de la campaña brindó a los intelectuales
gramscianos la oportunidad de intentar implementar el “estado ético” preconizado
por su maestro, al mismo tiempo que daba la impresión de que luchaban por la “ética”
en el sentido general y actual, es decir, por el bien y el bien. decencia…[ 253 ] Fue un
acto, por supuesto, pero poco después de que surgieran las evidencias de corrupción
en el gobierno, provocando abundantes manifestaciones de indignación moral, la
ficción se volvió creíble, retroactivamente: la lucha por el “estado ético” gramsciano.
se convirtió, ad hoc, en una lucha por la moralidad propiamente dicha. Esta feliz
coincidencia permitió a la alquimia gramsciana fusionar la política de la izquierda
radical con el discurso moralizador que durante décadas había sido el sello distintivo
de la derecha, especialmente la udenista. No hay mejor truco para desorientar a un
enemigo que imitarlo: si carga contra el simulacro, corre el riesgo de asestar algunos
golpes sobre sí mismo; si lo dejas solo, con la intención de vencerlo por la indiferencia,
crece hasta tragarse al original. Así fue como, en los meses siguientes, todas las
creencias y sentimientos más conservadores del pueblo brasileño, y sobre todo el
moralismo atávico de la clase media, pudieron canalizarse, casi mágicamente, en
beneficio de la izquierda. La campaña por la “Ética” obtuvo un apoyo masivo de la
población y fue celebrada como el amanecer de la redención nacional. Pero una
intención oblicua, semioculta, no podría producir un resultado tan directo: la
ambigüedad
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Brasil, la izquierda veía con tanta lucidez el tablero político y con tanta destreza
dirigía el movimiento del conjunto, donde las piezas aisladas ni siquiera
sospechaban que sus gestos, que tomaban por personales y espontáneos, habían
sido calculados desde fuera para encajar en el armonía de una orquestación
general. A pesar del posterior giro inesperado de los acontecimientos[ 258 ], esta
etapa de la vida nacional quedará marcada para siempre como un momento en
que la izquierda se creyó muy cerca de poseer la hegemonía y conquistar el poder,
haciendo en ella una inversión intelectual tan gigantesca que, si no logró la victoria,
al menos supo demostrarse a sí misma que se lo merecía. De hecho, la izquierda
brasileña, al dominar la técnica del maquiavelismo gramsciano que inspiró sus
campañas por la “Ética” y la “Ciudadanía”, no sólo ascendió a la condición casi
sacerdotal de conductor moral de la nación, sino que alcanzó ese estándar de fría
eficiencia. y espíritu cínico que tanto envidiaba en la derecha local y en la izquierda
de otros países, redimiéndose finalmente de una historia marcada por la ingenuidad,
el utopismo, la falta total de sentido práctico, que la convirtió, tantas veces, en objeto
de burla. de rusos y chinos.[ 259 ] Si esta maduración le costó la pérdida de la
sensibilidad moral y la completa prostitución del sentido ético a la ambición de poder,
es simplemente porque se trata de una izquierda neurótica, y los jóvenes neuróticos
sólo saben cómo alcanzar la madurez endureciendo sus almas. .[ 260 ]
Esto, después de todo, no era tan diferente de la vieja estrategia del Partido
Comunista, que proponía la alianza de la izquierda con la “burguesía nacional” contra
los “señores feudales” del Nordeste, supuestamente aliados con el imperialismo
estadounidense para la expropiación de sus siervos del arte, gleba.[ 262 ] Así, como el
adepto de la Nueva Era que, encontrando dificultades en esta vida, decide hacer una
regresión hipnótica para resolver los problemas de una encarnación anterior, la izquierda
se retiró en busca de de una Bastilla que sería más fácil de derribar que el capitalismo
moderno. La rapidez con que se llevó a cabo la adaptación muestra claramente la
ligereza, la fatuidad de la intelectualidad nacional .
Ahora, el único lugar en el mundo donde los ideales de la Ilustración se realizaron
en la mayor medida posible de las facultades humanas fue Estados Unidos. La
Revolución Francesa, una matanza sin sentido, fue seguida por casi un siglo de idas y
venidas, y Francia no se estabilizó como república democrática hasta alrededor de
1870, cuando Estados Unidos ya se había convertido en una gran potencia. El único
resultado duradero de las dos guerras mundiales del siglo XX fue la destrucción final
de las potencias coloniales europeas y el ascenso de los EE. sólo momentos
dialécticamente absortos en la línea perfectamente clara de desarrollo que lleva de la
Revolución Masónica a la globalización del Estado laico y la americanización del
mundo. La legitimación de los EE.UU. como la policía del mundo (globalcop) -incluso
ante los ojos de una parte considerable del mundo islámico supuestamente hostil-, con
motivo de la
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debe ser celebrado por todos los hombres cuerdos, y si la expansión del
Imperio fue el precio que pagamos por el fin de la pesadilla soviética, pues bien:
lo pagamos sin resoplar. Pero, por otro lado, el antagonismo conceptual de las
formas políticas denominadas “neoliberalismo” y “socialismo” o “socialdemocracia”
tiende a oscurecer el hecho de que lo que se propone como perspectiva de futuro
para un mundo postsocialista no es el neoliberalismo. en sí mismo”, como mera
estructura abstracta de un Estado posible, pero el neoliberalismo encarnado en la
forma concreta del Imperio, y de hecho fuertemente teñido de elementos
socialdemócratas. El destino del mundo no se decide hoy en un conflicto entre
posibles formas de regímenes, sino detrás de este aparente conflicto, en la
contradicción interna del estado imperial, que parece sólo poder crecer a costa de
la destrucción de lo espiritual. legado del que extrae su única legitimidad moral
posible. Es en este y sólo en este sentido que se puede ver alguna utilidad en la
expresión de Daniel Bell sobre el "fin de la ideología": en el marco del nuevo mundo,
ya no se trata de un conflicto entre ideologías -por mucho que sean dos-. La costumbre
del siglo induce a muchos intelectuales a seguir mirando las cosas a través de este
prisma –sino de una confrontación entre los elementos espirituales y los elementos
ideológicos dentro del Estado imperial, conflicto que, debido a la expansión de este
Estado, se extiende a todo el mundo . Se extiende hasta el punto de contaminar
incluso a aquellas fuerzas que, nominalmente, son o se imaginan ser las más
antagónicas al Imperio: porque en el seno del mundo islámico lo que vemos hoy es
que la resistencia a la expansión imperial termina endureciéndose y desmoronándose.
-espiritualizando la tradición, fosilizándola en el simplismo belicoso y crudo del llamado
fundamentalismo,[ 264 ] es decir, reduciendo la religión a una receta ideológica como
cualquier otra, haciendo que cada nueva yihad solo sirva para desvitalizar y reducir la
tradición a una horrenda caricatura .que te imaginas defendiendo.
Si en un lado del mundo el estado imperial laico usurpó el manto de Cristo, en el
otro lado el sionismo ateo usurpó la autoridad de Moisés y la ideología
fundamentalista usurpó el mensaje coránico traído por Mahoma. Lo que está en
juego en el mundo, por lo tanto, no es un mero conflicto entre ideologías, sino la
posibilidad de supervivencia espiritual de la humanidad en un mundo donde todas
las opciones ideológicas dispares y antagónicas se han unido en un pacto entre
enemigos para borrar el legado de las religiones antiguas, al menos. menos de las
–, en cuyo
tres grandes religiones del grupo abrahámico se alimentan parasitariamente.
crédito estas ideologías
La
secularización total del estado imperial trajo consigo la secularización de todos los
conflictos, la degradación de todas las religiones y todos los valores civilizatorios, la
degradación de todas las razones por las que los hombres viven y mueren. Cualquiera
que vea, hoy, que un siglo de conflicto entre el socialismo y el capitalismo terminó con
el surgimiento del Imperio mundial donde los elementos socialistas y capitalistas
fueron absorbidos y superados en la ideología del Estado laico, comprende que el fin
del dualismo ideológico, siendo un realidad, no tiene efectivamente el sentido que le
da Daniel Bell, sino la entronización de una especie de super-ideología –la “mitad
desvitalizada” del cuerpo cristiano– que no encuentra hoy en el mundo más
competidores que otros dos antiguos religiones igualmente desespiritualizadas y
reducidas a la condición de ideologías.
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Los intelectuales, por supuesto, por lo general no ven las cosas a esta escala, pero
insisten en encajar todo en el estrecho marco de referencia al que se han acostumbrado
en un siglo de guerra ideológica. Así, no ven otra opción que restaurar artificialmente los
viejos conflictos ideológicos, en una especie de furia regresiva que se empeña en no
reconocer el paso del tiempo, o bien celebrar bajo el equívoco nombre de “fin de las
ideologías” la victoria de una de ellas. , sin darse cuenta de que, al derrotar a su enemigo
soviético, el Imperio asciende a la condición de único portador del cetro supremo de
secularizar el mundo, despojándose de todos los escrúpulos religiosos que la lucha contra
el comunismo le obligaba a conservar. El caso es que, enterrado el comunismo, Estados
Unidos vuelve a ser el cuartel general de la revolución mundial, como lo fue su cuna en el
siglo XVIII.
Y el heredero nominal de la tradición cristiana asume su identidad poscristiana, o
anticristiana, precisamente en el momento en que las otras dos grandes religiones
vecinas también se desvitalizan, secularizan y seccionan de sus fuentes espirituales. Por
primera vez en la historia del mundo, la humanidad está en peligro de una ruptura total
con el Espíritu, de una inmersión total en el “historicismo absoluto”, de un cierre total de la
puerta del cielo.
Ante este peligro, es necesario que, en el nuevo escenario mundial, todo hombre
se comprometa en la defensa del Espíritu, reconociendo la globalización del Imperio
como un hecho, e incluso parcialmente como un bien - en el sentido de que después de
todo la democracia conserva algunas libertades nominales que en sí mismas son
preciosas para la subsistencia del ser humanocrítico
pensante-,
y sepan
mantengan
exigir al Imperio
aguzadolo su
quesentido
se
debe exigir a toda organización social y política: que sirva al sentido de la vida, en lugar
de usurparla de una manera nueva: la idolatría.
Esto significa, en rigor, abstenerse de cualquier posición ideológica (ya sea en el sentido
de una restauración nostálgica del dualismo, o en la celebración del nuevo marco uni-
ideológico), y ofrecer una resistencia sistemática a la noción misma, inherente a todas las
ideologías. – que algún régimen político, bueno o malo, debe tener una autoridad espiritual
sobre las almas humanas comparable a la de una tradición religiosa. Para mí,
personalmente, no hace mucha diferencia, a este respecto, si la organización de la
sociedad es socialdemócrata, neoliberal, incluso si es fascista o comunista: si hay libertad,
la disfrutaré con placer y, en tiranía. , estaré agradecido por la oportunidad de ser útil de
alguna manera en la lucha contra el tirano. Las dos hipótesis sólo difieren desde el punto
de vista de la comodidad física: para la realización del sentido de la vida, una vale tanto
como la otra, y de hecho los peores regímenes a veces sacan a relucir las mejores
cualidades humanas, listas para disolverse como cuanto antes restablecido el orden y la
libertad (la izquierda nacional bajo la dictadura nos dio la mejor prueba de ello). El reino
del Espíritu, que pretendo habitar, no es de este mundo, y es lo único necesario, lo único
que hace que valga la pena vivir la vida. Todo ideal social, económico, jurídico o político,
por muy descabellado que sea, es digno de ser defendido por cualquiera que crea en él,
siempre que no caiga en la propter vitam vivendi causas perdidas. Ningún régimen, ningún
Estado, tiene derecho a actuar como soberano intérprete de la verdad, subyugando las
conciencias individuales, porque es en éstas, y no en ellas, donde está el don de la
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inteligencia. Y las conciencias individuales tienen y nunca tendrán otra fuente de donde
sacar inspiración y fuerza que no sea el legado de las grandes tradiciones espirituales.
Son también la fuente de donde toda ideología, todo régimen político busca su
legitimación: juzgan todas las ideologías y no son juzgados por ninguna.
***
Los neoliberales tienen toda la razón al señalar a los Estados Unidos como
ejemplo de que la democracia capitalista es, por decir lo menos, el menos inviable
de los sistemas políticos. Pero los méritos del sistema americano no se deben a la
idea democrática como tal, y mucho menos al capitalismo como tal, sino a que ambos,
para absorber y neutralizar al cristianismo de manera hegeliana en la nueva sociedad
que generaron, habían cristianizar, al menos en parte. Los valores cristianos,
profundamente arraigados en la mentalidad popular, sirvieron constantemente como
faros que limitaron y disciplinaron los movimientos del Estado y del mercado, dando un
sentido ético e incluso espiritual a lo que en sí mismo no lo tiene; y, como el discurso
político era fatalmente interpretado y juzgado en términos de estos valores, incluso el
político que no creía en ellos, incluso el masón estrictamente observante, tenía que
actuar exteriormente como cristiano. Muy a menudo, el principio católico terminó en la
práctica – “ haz como si tuvieras fe y la fe te será dada” – y el cristianismo de mera pose
terminó dando a los actos políticos un significado y un efecto plenamente cristianos. El
ejemplocreencia
más característico
íntima en unesDios
Abraham Lincoln.
personal, esteEste hombre
devoto desprovisto
del Estado de toda
americano que a sus
ojos era la viva encarnación del fatalismo histórico impulsado por la anónima Providencia
de un dios de la Ilustración, era sin embargo un asiduo lector de la Biblia. Pero al mismo
tiempo, este hombre hecho a sí mismo que fomentó la difusión de la leyenda de su falta
de educación era un erudito de los viejos tiempos, un profundo conocedor de la retórica
de Cicerón, Quintiliano, Hamilton y Burke. Leyó la Biblia como un retórico, en busca de
material e inspiración, y no sólo llenó sus discursos con citas bíblicas, sino que imitó los
discursos de los predicadores religiosos en gran parte del patetismo característico que
distingue su oratoria y la convierte en una de las más poderosas del mundo. el idioma
ingles. .
El resultado fue que el pueblo, pasando por encima de las intenciones subjetivas
del individuo Abraham Lincoln, dio un sentido cristiano a sus palabras y hechos, y
Lincoln, mientras cumplía su fin supremo de preservar la unidad del Estado
providencial, terminó entrando en la historia como libertador de los esclavos, cuyo
destino le interesaba tan poco como la salvación de su propia alma, y como ejemplo de
político inspirado en los ideales cristianos: el sacerdote del César se convirtió en apóstol
de Cristo[ 265] –otro resultado imprevisto, que confirma la Definición weberiana de
Historia.
Ejemplos similares podrían multiplicarse indefinidamente: la hipocresía que toma el
manto de Cristo se cristianiza de alguna manera. Ahí vemos la sabiduría del consejo
de San Juan Crisóstomo, que es más importante confesar a Cristo con la boca que con
el corazón: porque la boca está bajo nuestro mando, y el fondo de nuestro corazón
sólo Dios lo sabe. Dios es menos
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Mucho antes de los estudios modernos sobre la “religión civil”, Friedrich Karl von
Savigny ya se había dado cuenta de que todas las leyes del mundo moderno eran
expresiones de valores cristianos, lo que implicaba que este trasfondo cristiano le
daba una unidad, un significado y una protección sin los cuales no existiría. posible,
podría sobrevivir por mucho tiempo sin caer en el estatus de “ficciones jurídicas”. El
Estado democrático sólo logra adquirir un aura de prestigio religioso en la medida en
que cede –y cede mucho– a la influencia de la religión; y en cuanto se deshace de la
religión, pierde autoridad y legitimidad; En esto repite el ciclo eterno de la casta
gobernante que, engendrada por una casta sacerdotal, luego se rebela contra su
creador, para finalmente sumergirse en un abismo de errores y locuras.
En el caso norteamericano, las cosas parecen equipararse de manera algo
diferente, en la medida en que la casta sacerdotal no es cristiana, sino masónica.
Pero -y este es el eje del drama- la masonería sólo ejerce una parte de las
atribuciones de una casta sacerdotal: es el esoterismo, el rito interior, secreto o discreto,
lo que moldea la mentalidad de la élite intelectual y dirigente, mientras que, en el
exterior o exotérico, el alma del pueblo sigue formándose, hoy como siempre, por la
influencia del clero cristiano, católico o protestante. Asi que
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en que se realiza el ideal masónico del Estado democrático laico, se asume como
independiente del cristianismo y, en la misma proporción, expone sus propias
debilidades y contradicciones. Predica, por ejemplo, que debemos respetar la
vida humana como un bien sagrado, mientras enseña en las escuelas que no es
más que el resultado fortuito de una combinación de átomos; que las diferentes
culturas deben ser conservadas en su pureza, siempre que consientan en perder
toda importancia vital y convertirse en adornos turísticos para embellecer la cultura
masónico-democrática; que el hombre tiene derecho a adorar a Dios a la manera
de su religión, siempre que ponga por encima de él las leyes e instituciones del
estado laico; que la libertad sexual es un derecho inalienable, siempre que los
homosexuales no practiquen la sodomía y los heterosexuales no hagan propuestas
eróticas a las mujeres; y así sucesivamente, en una permanente estimulación
contradictoria que está en la raíz de la violencia y la locura que hoy marcan a la
sociedad estadounidense ya todas las sociedades que fueron puestas bajo la
órbita de la influencia ideológica de la Revolución Americana. Muchos analistas del
fenómeno americano ya se están dando cuenta de que la democracia depende de
la existencia de ciertas virtudes en el pueblo que no creó ni puede crear, pero que
recibió de la civilización cristiana y que no sobreviven a la descristianización de la
sociedad. [ 268 ] Por todas partes se ve el completo fracaso del intento de
superación de la antigua ética religiosa a través de la ética laica; porque la unidad
de la ética laical reside en la interpretación religiosa que de ella se hace, o mejor,
que se proyecta en ella. Ninguna ideología, ningún programa político puede tener
la universalidad y el alcance de una religión, y mucho menos su poder unificador y
dador de sentido. La tirada de dados en la que los poderes de este mundo
comparten el manto de Cristo nunca abolirá el movimiento impredecible del Espíritu,
que barre imperios y naciones como el viento barre las calles desiertas, al amanecer
después de un mitin, los andrajos de papel con caras enfadadas de demagogos
manchadas de babas, salivazos y salpicaduras de cerveza.
siempre un juez parcial al juzgar a los perdedores. Si las religiones -todas, o prácticamente
todas- ya han demostrado que pueden adaptarse a todas las culturas, a todas las sociedades,
a todas las constituciones políticas, es porque existen y operan en un plano de universalidad
superior al de todas las demás religiones. .culturas, sociedades y constituciones políticas. Es
que, como decía el Apóstol San Pablo, el hombre espiritual juzga a todos y sólo es juzgado por
Dios. En ausencia de la autoridad espiritual, que de ningún modo se confunde con las jerarquías
de cualquier burocracia eclesiástica, sino que reside en aquellos hombres en los que se
manifiesta manifiestamente el espíritu mismo de la religión, el poder es el único juez.
Democrático u oligárquico, comunista o capitalista, monárquico o republicano, socialdemócrata
o neoliberal, siempre será el poder del César, con una ineludible propensión a endiosarse. Y
mientras no entendamos estas cosas, seguiremos apostando por tal o cual sistema político, sin
ver que los méritos de cualquier sistema político dependen esencialmente de que sepa respetar
los límites que le impone la conciencia religiosa. del pueblo, vivificado por la presencia de la
autoridad espiritual y basado en valores que anteceden largamente al nacimiento de este
sistema y de la misma sociedad que gobierna; que la preceden, tal vez, desde la eternidad.
Pero no deja de ser cierto, no obstante, que gran parte de la resistencia espiritual
norteamericana se pierde en histerias ultraconservadoras y muecas nacionalistas —a
veces vagamente fascistas— que no tienen otro sentido en el nuevo panorama que mostrar
que, dentro del cuerpo estadounidense, la contradicción entre Queda imperio y nación,
contradicción en la que el lector no tendrá dificultad en reconocer un residuo de la ideología
de los imperios coloniales. Y, finalmente, es tristemente cierto que gran parte de esta
resistencia está inspirada en el apego al exclusivismo religioso fundamentalista, que sólo sirve
para generar
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desconfianza entre los creyentes de las diversas religiones y fomentar, mediante la división,
el ateísmo oficial del Imperio.
Pero si incluso los norteamericanos conscientes del carácter anti-espiritual del nuevo Imperio
terminan sirviéndolo involuntariamente, por apego a prejuicios cegadores, cuánto más los
intelectuales progresistas del Tercer Mundo, prisioneros de los mitos que constituyen, bajo diversas
formas, el esencia misma del culto imperial?
246 Los invitados extranjeros a veces discrepan por unanimidad. Este fue el caso de Nicole
Loraux, en el ciclo Ética, y, en Libertines/ Libertarians, de Raymond Trousson. Para gran
escándalo de los admiradores de Sade, el profesor de la Universidad Libre de Bruselas afirmó
(en la conferencia del 20 de junio de 1995) que el libertino es esencialmente un tirano, un
maquiavélico disimulador, entregado a la humillación de la mujer y a la destrucción del amor. —
algo que ya todos sabían, excepto los neolibertinos locales, que se tomaban a sí mismos por
libertarios por alguna razón sólo comprensible a la luz de la lógica de Epicuro. 247 Esta es más
o menos la tesis de Eric Voegelin, que suscribo hasta donde pude entenderla, ya que la conozco
solo por obras menores y no he leído la obra fundamental del autor, Orden e Historia [Nota a
2da. ed.: Después de leer Orden e Historia, no veo nada sustancial que cambiar en mi
interpretación, solo profundizarla, lo que no sería apropiado hacer en este volumen. Sólo cabe
añadir que el carácter esencialmente gnóstico de los movimientos que culminaron en la Nueva Era
del siglo XX fue afirmado en 1994 por el mismo Papa Juan Pablo II (Cruzando el Umbral de la
Esperanza, cit. en Ricardo de la Cierva, Las Puertas del Infierno.La Historia de la Iglesia jamás
Contada, Madrid, Fénix, 1995, p. 35)].
248 El invaluable estudio de Nelson Lehman da Silva, A Religião Civil do Estado Moderno
(Brasília, Thesaurus, 1985), presenta un panorama de las obras de varios autores que se
enfocan en ideologías contemporáneas como
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“teologías civiles”, en el sentido de Sto. Agustín; obras de las cuales la más completa
y sistemática es la de Eric Voegelin. Este libro mío es parte de esta línea de
preocupaciones, con algunas diferencias específicas que se destacan del trasfondo
común: 1º, se enfoca en el surgimiento de las ciencias físicas modernas como una
conditio sine qua non de la religión civil, es decir, demuestra que el culto de Behemot
acompaña necesariamente al surgimiento del poder de Leviatán, del cual es el
opuesto complementario; en otras palabras, que el surgimiento de la religión civil no
es un proceso unilineal, sino marcado por una dualidad fundamental, que simbolizo
en la lucha de Behemoth y Leviatán; de modo que las nuevas concepciones del
Estado reflejan cambios profundos que se han producido en la concepción de la
naturaleza, que a su vez expresan una nueva comprensión (o incomprensión) de la
lógica y la dialéctica, que se puede observar, por ejemplo, en Nicolás de Cusa ( ver
A Philosophy Aristotelian Culture); 2º, por tanto, asocia el fenómeno de las “dos
culturas” (CP Snow) al proceso de formación de la religión civil; 3º, asocia la
formación de la religión civil a los esfuerzos por restaurar el Imperio, enfatizando que
éstos no culminaron en el estallido de las ideologías totalitarias, sino en la
globalización de la Revolución Americana, es decir, aquella entre las ideologías
modernas que parece menos comprometida con el culto del César es precisamente
quien lo encarna de la manera más completa y eficaz; 4º, se centra en la lucha entre
las religiones tradicionales y la religión civil desde el punto de vista del conflicto de
castas. Continuando, sin embargo, con la tradición estudiada por Lehman, destaca
el papel que jugaron las pseudológicas en la formación de la religión civil, como la
lógica de Epicuro, la retórica en general, la dialéctica de Hegel-Marx, la falsa
hermenéutica simbólica del ocultismo, etc., indicando su filiación común; enfatiza el
papel de las organizaciones secretas en este proceso, no en el sentido de su acción
política explícita (como se enfocan los voceros de una teoría conspirativa de la
Historia), sino en el sentido de la contaminación pasiva de la sociedad; y finalmente,
actualizando el enfoque, señala el papel que juega en este contexto la ideología
ecologista, la New Age y las nuevas morales que se imponen en el marco neoliberal.
251 Explico más extensamente sobre Gramsci en mi libro The New Age and
la Revolución Cultural. Fritjof Capra & Antonio Gramsci (Campinas, VIDE
Editorial, 2014, 4ª ed.), que recomiendo a quienes consideren demasiado compactas y
oscuras las referencias que hago sobre el tema.
252 La diferencia es que en ese momento la izquierda, todavía influida por la
ideología del Frente Popular teñida de “humanismo burgués” con el fin de aliarse con las
“fuerzas progresistas”, creía incluso en principios éticos, mientras que en un período más
reciente comenzó a mezclar la exhibición pública de moralismo con la prédica del
escepticismo y el relativismo (esta es solo para audiencias selectas).
253 Apelar a denuncias moralistas en momentos en que el discurso de la lucha de
clases está en su punto más bajo es uno de los dispositivos clásicos de la táctica de
izquierda. Ya en las etapas finales de la Revolución Francesa, justo después del fracaso
de la conspiración extremista de Babeuf, “los jacobinos continuaron con su propaganda
en el país, pero como sintieron que el programa babeufista era más que nunca impopular,
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estética de sus críticos? ¿O, finalmente, porque sus campañas caritativas, sin el
menor apoyo oficial, se han ido arriesgando a desplazar el improvisado monopolio
izquierdista de la caridad? Como no hay prueba judicialmente válida contra Monseñor
Macedo, aplaudirlo o aborrecerlo es sólo cuestión de gusto. Su estilo me repugna
tanto como a los editores de Veja; pero conozco la diferencia entre el buen gusto y la
justicia. Por mucho que lo hagan, creo que muchas de las interpretaciones del obispo
de la Biblia son absurdas; pero no tomo mis opiniones teológicas como artículos de
derecho penal.
255 La campaña, en resumen, siguió la regla general de una estrategia izquierdista
clásica, resumida así por Roger Scruton: “La asimetría moral —la expropiación por
parte de la izquierda de todo el stock de virtud humana— acompaña a una asimetría
lógica, es decir, a una presuposición de que la carga de la prueba está siempre del
otro lado” (Thinkers of the New Left, Londres, Longman, 1985, p. 5).
Betinho terminó siendo derrocado por una sucia jugada similar a la utilizada contra
sus oponentes: juzgar un acto lícito con malicia, dándole el aire de un crimen. De
hecho, la moral cristiana, de la que se queja Betinho, no tiene nada que oponer a
que un hombre reciba dinero de los malos para dárselo a los necesitados, que es
incluso un doble bien: ayuda al pobre que necesita el dinero y ayuda al malo que
redime. parcialmente contribuyendo al bien de los demás. ¿Qué cristiano sincero,
pudiendo salvar a un náufrago, rechazaría una cuerda robada que alguien le tendió
para ayudarlo en el rescate? Si Betinho hubiera sido un verdadero hombre espiritual,
habría defendido la honestidad de su acto en términos vehementes, humillando a los
maliciosos acusadores. Con su ridículo mea culpa político ante la prensa, demostró
que es un intelectual brasileño más, hipersensible a las apariencias e ignorante de las
motivaciones profundas de sus propias acciones, aun cuando sean buenas. No
culpable del cargo, fue declarado culpable de inconsistencia moral.
256 Ni la estrategia ni las tácticas son completamente nuevas. En el siglo
XVI, Richard Hooker ya describió cosas muy parecidas, que vio puestas en
práctica por los revolucionarios puritanos. He aquí un resumen, extraído de Eric
Voegelin, A Nova Ciência da Política (trad. José Viegas Filho, 2ª ed., Brasilia,
Editora da Universidade de Brasília, 1982, p. 102-103): “Poner en marcha un
movimiento , es necesario ante todo tener una 'causa'. El hombre que lo posee debe
criticar severamente, "donde la multitud pueda oírlo", los males sociales, y especialmente
el comportamiento de las clases altas. La repetición frecuente de este acto hará creer
a los oyentes que los oradores deben ser hombres de gran integridad, fervor y santidad,
pues sólo los hombres particularmente buenos pueden ser tan profundamente
ofendidos por el mal. El próximo paso es concentrar el resentimiento popular en el
gobierno establecido, atribuyéndole a sus acciones o inacciones todos los defectos y
la corrupción que existen en el mundo debido a la debilidad humana. Al atribuir el mal
a una institución específica, los oradores demuestran su sabiduría a la multitud que,
por sí mismos, nunca se habría dado cuenta
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parece darse cuenta de esto. ¿Alguien ha leído que Lenin recomendaba fomentar la
corrupción y luego denunciarla? ¿O el mito de la cordialidad brasileña nos impide creer
que aquí hay alguien capaz de tanta malicia?
258 Un cambio gracias al cual la ola moralizadora, contrariamente a los planes de
sus mentores, acabó dando buenos resultados. Después de todo, la agitación de unos
cientos de intelectuales en la superficie del momento histórico sólo puede ser la
expresión pervertida y caricaturizada de una profunda y auténtica reivindicación de
nuestro pueblo. La Providencia, que tiene una provisión infinita de Engoves, nunca se
ha negado a utilizar los servicios de los malvados para producir el bien mediante una
ingeniosa y sutil redistribución de los males. En la economía divina, incluso los
Comerciantes terminan haciendo el bien que no quieren. De hecho, el curso de las
cosas tomó un giro positivo, muy diferente de lo esperado y deseado por la inquisición
de izquierda. El pueblo brasileño, cuerdo en lo fundamental, rechazó de un solo golpe,
en el veredicto implacable de las urnas, tanto a los campeones de la corrupción como a
los heraldos de la moralidad: si las denuncias de corrupción liquidaron las carreras
políticas de los acusados, hicieron lo mismo con las de los acusadores, al punto que la
comentarista política Dora Kramer concluyó que “la ética no da un voto”.
El gran triunfador fue un hombre que, sin descuidarse en la lucha contra la
corrupción, sin embargo encarnó el principio del sentido común, según el cual las
denuncias y acusaciones -que amenazaban con convertirse en el tema dominante de la
discusión política nacional- son en realidad una ocupación menor. , que no debe
distraernos de lo esencial: planes objetivos y trabajo racional por un futuro mejor. La
victoria de Fernando Henrique fue algo así como el desencadenamiento de una neurosis
para Brasil, la súbita e impredecible resolución dialéctica del enfrentamiento estático
entre ladrones y demagogos, en el que muchos querían mantener a nuestro país preso
hasta hundirlo en la desesperación, para luego poder presentarse como médicos de la
enfermedad que ellos mismos habían provocado.
259 V. Oswaldo Peralva, El retrato (Belo Horizonte, Itatiaia, 1960),
especialmente los capítulos 4 y 5, y John WF Dulles, O Comunismo no Brasil, 1935-1945
(trad . . cit., pág. 11-13.
271 V. Frithjof Schuon, De l'Unité Transcendante des Réligions, 2e. ed., París, Le Seuil,
1979, y Seyyed Hossein Nasr, Knowledge and the Sacred. The Gift Lectures, 1981, Nueva
York, Crossroad, 1981. Reconocer mi deuda intelectual con F. Schuon de ninguna manera
implica aceptarlo como una especie de gurú universal o árbitro supremo de las tradiciones
que de alguna manera pretendía ser.
DESPUÉS DE ESCRITO
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Así termina nuestro viaje, el recorrido de dos milenios de la Historia de las Ideas,
que nos llevó a comprender, organizar y esclarecer toda la mezcolanza de erudición
mal digerida, mitos ideológicos, sentimientos vulgares y verborrea florida que
componen el fórmula cerebral de un típico erudito brasileño del período comprendido
entre 1964 y 1994. El conjunto forma el retrato de un muñeco de ventrílocuo que, sin
saber quién habla por la boca, se hace eco del mensaje del mal universal y de la
mentira, creyendo y haciendo creer a quien enseña el camino de la sabiduría. Porque
mientras nosotros, en el público del MASP, escuchábamos a Motta Pessanha, dioses
espantosos continuaban su marcha triunfal entre nubes de fuego, indiferentes a la voz
del títere que mecánicamente repetía su discurso en un rincón olvidado del Tercer
Mundo. Es horrible, ¿no? Pues bien: a los que, frente al cadáver intelectual de José
nos dio salvoconducto para mentir, engañar, engañar, siempre que fuera en nombre de
nuestra sacrosanta indignación política? Sólo que lo hicimos con mayor moderación,
por partes y de manera intermitente, detenidos a medio camino por un misterioso tirón
de sentido común o de hipocresía, mientras José Américo Motta Pessanha se sumergía
hasta el fondo del error, bebía hasta el final del vaso de la falsedad universal, con una
especie de heroísmo de autoengaño. Esto lo convirtió en el emblema de los dolores y
la locura de una época. Esto lo convirtió en víctima de los que creían en él.
A partir de la disolución del Imperio Romano hay un desfase, que es, llamémoslo,
el equilibrio feudal, una situación en la que no existía un gobierno central y en la que la
estructura de poder estaba fragmentada. Cuando cae el Imperio, los senadores, los
terratenientes, la clase dominante, huyen a sus granjas fuera de Roma y crean centros de
poder independientes. Luego tienen que negociar entre ellos, y aunque hubo conflictos, no
hay poder.
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Sin embargo, al momento de escribir este libro, solo conocía la cultura estadounidense.
por lo que fue exportado por los principales medios de comunicación y el mercado
editorial estadounidense, es decir, solo esa cultura exportable “oficial”. La idea que me
vino fue la del Imperio políticamente correcto. Un Imperio que fue creado bajo inspiración
masónica, con la idea de neutralizar las diferencias entre religiones mediante el uso del
Estado laico, que no toma partido en el conflicto entre las diversas religiones y,
precisamente por eso, se convierte en árbitro. de estos conflictos. Para arbitrar es
necesario que el Estado no tenga un contenido, una doctrina religiosa propia. Se crea así
la noción de un Estado teológicamente vacío: una estructura puramente político-jurídica,
no teológica. Al mismo tiempo, el pensamiento político-jurídico se superpone a la religión.
La religión se convierte simplemente en una cuestión de preferencias individuales y, por
lo tanto, deja de ser un
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Al mudarme a los Estados Unidos, sin embargo, comencé a tomar conciencia de toda
una cultura local que no se exporta y que, aunque muy vigorosa aquí en casa, no tiene
voz en el mundo, siendo prácticamente ignorada en el extranjero. Me refiero a toda la
cultura conservadora y cristiana, que para mi gran sorpresa estaba aquí mucho más vigorosa
de lo que hubiera podido imaginar. Cuando vivía en Brasil, imaginaba que los cristianos
conservadores aquí eran un montón de paletos que no tenían influencia en la sociedad. En
parte me engañó el tono de superioridad con que la izquierda se refería a esta cultura
conservadora, como, por ejemplo, en la película Deliverance,[ 274 ] en la que cuatro
ejecutivos deciden navegar en canoa por un río del estado de Georgia y se encuentran una
banda de paletos y palurdos, terriblemente hostiles, malvados y retrasados mentales, que
los persiguen montaña arriba y les provocan una serie de desgracias. Esa imagen de que
hay una América ilustrada, progresista, respetuosa de la ley, y otra América bárbara que
habita el interior del país, es una visión invertida, porque en estas regiones que están
ocupadas por paletos y paletos, la delincuencia es mínima, o incluso nulo. Mientras que en
las regiones consideradas ilustradas y civilizadas, las grandes ciudades y las capitales de
los estados, como Nueva York, Chicago y Washington, el crimen es rampante e incontrolable.
La violencia está ahí, no dentro. Y las películas de Hollywood transmiten una visión
exactamente invertida. Aquellos a quienes retratan como campesinos sureños atrasados,
violentos y asesinos son, como descubrí en la Virginia rural, donde vivo, las personas más
educadas, amables y civilizadas del mundo. Mientras que en los grandes centros urbanos
encontramos todo tipo de barbarie y violencia desconocida en el resto del país. Además,
esta cultura cristiana conservadora se presenta sólo como un residuo popular, sin mayor
elaboración intelectual. Pero cuando miras de cerca, encuentras que el vigor intelectual de
esta cultura es asombroso.
En Brasil, sin embargo, esta cultura no es suficiente. Estados Unidos produce por sí
mismo esta cultura conservadora, mientras que el pueblo políticamente correcto, del
estado laico, representa la fuerza de la expansión imperial, transmitiendo su ideología y
pensamiento al resto del mundo, queriendo moldearlo a su imagen y semejanza. Los
cristianos conservadores solo están interesados en competir dentro del marco estadounidense,
no en convertir a la población de otros países al conservadurismo. Este fue otro elemento
que apareció invertido en Brasil, por el cual me dejé engañar, razonando a partir de las
fuentes disponibles para mí. La idea del expansionismo estadounidense, por ejemplo, que
me fue presentada como una directriz de la derecha conservadora, fue de hecho la actividad
definitoria de los progresistas, que quieren imponer el sistema estadounidense a los
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mundo. En esta misma línea están los neoconservadores,[ 275] pero no son
conservadores.
Los neoconservadores son personas que vinieron de la izquierda y crearon una
justificación para imponer las instituciones democráticas estadounidenses al resto del
mundo, como terminó haciendo George Bush en Irak, imponiendo un estado laico por
la fuerza. En otras palabras, los neoconservadores adoptaron una doctrina claramente
revolucionaria y, a pesar de la influencia que ejercieron en los gobiernos republicanos,
eran una parte ínfima de la derecha, pero aparecían, especialmente en Francia y Brasil,
como la quintaesencia misma de la derecha estadounidense. Pero el neoconservadurismo
encaja perfectamente en la definición de movimiento revolucionario, que propugna la
creación de una nueva sociedad, una nueva situación histórica, a través de la
concentración del poder. No debería sorprender, por lo tanto, que la mayoría de ellos
provinieran de la izquierda y tuvieran antecedentes marxistas, y que ninguno de ellos
fuera realmente una persona religiosa. La mayoría de los neoconservadores eran de
origen judío, pero desconectados del judaísmo religioso. En otras palabras, eran judíos,
que se desilusionaron con el judaísmo, luego con el marxismo, y decidieron hacer otra
revolución, utilizando los medios del estado estadounidense.
Cuando llegué aquí, comencé a leer material producido por conservadores y me di
cuenta de que representaban una cultura mucho más vigorosa y superior que la de los
progresistas. En cada debate, lo que ves es que los conservadores tienen una gran
ventaja. Y pronto me di cuenta de que había una competencia entre una superioridad
intelectual y cultural contra una superioridad, por así decirlo, superioridad administrativa
y financiera. El libro de David Horowitz The New Leviathan [ 276 ] muestra que la
proporción de dinero recaudado por el Partido Demócrata y la izquierda es muchas
veces mayor que la de las organizaciones de derecha.
La diferencia es tan enorme que el balance de resultados electorales, que siempre
presenta pequeñas diferencias entre ganadores y perdedores, es casi incomprensible.
Entonces, ¿cómo esta derecha conservadora, con poco dinero, logra competir con
este monstruo subvencionado por los Rockefeller, George Soros y tutti quanti? La
respuesta se encuentra en su propio vigor intelectual incesante, que es desenfrenado.
Esta cultura no deja de producir ideas, suscitar debates, publicar libros, etc.
Finalmente, llegué a ver que esta América, que desde Brasil parecía un puñado de
paletos, es el centro de la vida intelectual americana. El resto es solo la producción de
una ideología ya gastada y un discurso ya desmoralizado.
y libre comercio a otros países. Pero las fuerzas progresistas, alineadas con los
demócratas, me parecen comprometidas con exportar otra cosa, otra visión que
prácticamente somete a EE.UU. a una fuerza extranjera, como son los organismos
internacionales. No es exactamente el modelo estadounidense, sino un modelo
global, que utiliza el estado estadounidense como medio de aplicación. Pero, ¿no
pondría eso en peligro la supervivencia del propio sistema estadounidense?
Esta es, entonces, la situación actual: están los paleocons, incluidos los libertarios
y aislacionistas, como Ron Paul, y los que tienen una visión más centrada en la
autodefensa militar del territorio y los intereses estadounidenses, pero ambos se
inspiran básicamente en los mismos valores, difiriendo sólo estratégicamente. Pero
en conjunto, esta cosmovisión conservadora es incompatible con la del Estado laico
y expansionista, que quiere imponer la hegemonía estadounidense o exportar estos
elementos de la revolución cultural.
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Tanto el bloque del globalismo occidental como el bloque comunista están inspirados en el
Imperio Romano. El bloque islámico, en cambio, no comparte esta inspiración, pues cree que el
islam ya ha superado a Roma. ¿Qué es el Imperio Romano cerca del Califato Universal?
¡Cualquier cosa! Además, el bloque islámico tiene su propia fuente, el Corán.
Toro en una tienda china. Los líderes comunistas estaban aterrorizados por ese
hombre que, dondequiera que iba, reunía a millones de personas para escucharlo.
Consiguió lo que quería y simplemente no lo hizo más porque murió. Y ahora
tenemos al Papa Francisco, que si bien es un hombre muy agradable, que gusta a
todos (incluso a mí), que a mi juicio es un hombre sencillo. Ahora bien, no es
imposible imponerse sólo por simpatía, sin fuerza, como hizo Juan Pablo II, que
tenía ambas. Atraía por simpatía cuando quería y asustaba por la fuerza cuando
era necesario. No creo de ninguna manera que Francisco comprenda lo que está
en juego en el mundo de hoy y cuáles son las fuerzas en conflicto.
que quiere unir a todos los descontentos del mundo contra Occidente, incluidos los
musulmanes. Esto incluso se puede hacer hasta cierto punto, pero el bloque islámico
nunca abandonará su idea del Califato Universal para encajar en el Imperio Euroasiático.
No pueden hacer eso, porque el Islam nació como un proyecto imperialista cuyo destino
es dominar el mundo. Así fue desde el primer día. El Islam puede pretender ceder a la
idea euroasiática, pero lo que realmente quieren es islamizar a China, Rusia y Occidente.
Ahora que lo pienso, desde un punto de vista ideológico y cultural, el Islam tiene más
vitalidad que el proyecto euroasiático, que es un camuflaje global del nacionalismo ruso.
Pero el Islam es realmente global. Tanto es así, que si miramos al mundo islámico,
veremos que los intereses nacionales están siempre en un segundo plano, detrás de su
unidad cultural y religiosa. En el mundo euroasiático, sin embargo, existe un conflicto
permanente entre el interés nacional ruso y la idea de hermandad euroasiática. Basta
con mirar a Ucrania para ver cómo funciona realmente esta fraternidad euroasiática...
absorberlo o ser absorbido por él. Tomemos el ejemplo de la igualdad ante la ley, que es un
elemento consagrado en la Constitución, en los discursos de los Padres Fundadores, etc., pero
que fácilmente puede convertirse en una fuerza terriblemente antiamericana, que favorece la
destrucción del Estado. , como en el Cloward-Piven. Este par de sabelotodos descubrió que la
asistencia social estadounidense solo servía al 5% de la población que teóricamente tendría
derecho a ella, porque el otro 95% no la necesitaba. Imaginaron que si colocaban al resto de los
que tenían derecho, pero que no lo disfrutaban, dentro del sistema de seguridad social, podrían
derribar bancos, derribar el sistema y tomar el poder. Lo que pretendían era crear una demanda
imposible de satisfacer por la burocracia gubernamental.[ 279] Y para hacer eso, para crear una
crisis de proporciones gigantescas, usaron todo el lenguaje de los Padres Fundadores sobre la
igualdad de derechos. La teoría política existe solo en el estudio de la encarnación histórica y
efectiva de las ideas políticas, no en el estudio de los valores y las teorías.
Ahora bien, ¿cómo es posible utilizar los mismos ideales y valores para hacer una
política contraria? El truco es invariablemente el mismo: es la expansión cuantitativa
de los derechos, basada en el salto cualitativo de Mao Zedong. Los ingenieros sociales
saben que si ciertos elementos de la democracia se expanden cuantitativamente, la
democracia se transformará en otra cosa. Se llama la expansión de los derechos o la
democracia. Pero si la democracia se expande, automáticamente se aniquila. La democracia es
una regla de convivencia entre determinados grupos, pero la expansión ilimitada de los derechos
hace imposible esta convivencia. A medida que aumenta el número de titulares de derechos,
automáticamente aumenta el poder central que controla y garantiza estos derechos. El discurso
de ampliación de derechos está hecho precisamente para limitar derechos. Al final, hay más
personas que disfrutan de ese derecho creado, pero hay menos derechos, ya que más esferas
de decisión pasan a la discrecionalidad del Estado.
274 Bitter Nightmare (Deliverance – título original), 1972, película de John Boorman,
protagonizada por John Voight y Burt Reynolds.
275 Corrupción de los neoconservadores.
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276 David Horowitz. El nuevo Leviatán: cómo la máquina de dinero de izquierda da forma a la
política estadounidense y amenaza el futuro de Estados Unidos. Nueva York: Foro de la corona,
2012.
277 Todo el debate con Alexandre Dugin, en el que el autor desarrolla extensamente la
teoría de los tres bloques globalistas, fue publicado bajo el título The USA and the New World Order: A
debate between Alexandre Dugin and Olavo de Carvalho, Campinas: VIDE Editorial, 2012 – EH.
278 Malachi Martin, Windswept House – A Vatican Novel, Nueva York: Principal
Libros de la calle, 1998.
279 Para saber más, lea mi artículo “Los padres de la crisis americana”, publicado en el Diário do
Comércio el 5 de marzo de 2009, disponible en: http://www.olavodecarvalho.org/semana/
090305dc.html.
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