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No temáis a la grandeza; algunos nacen grandes,

algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta

y a otros la grandeza les queda grande.

William Shakespeare

Era un sábado con amigos y amigas en la playa, era de esperar que por el día agitado,
en la noche, preferiríamos una fogata y el dulce viento del oeste. Todos nos sentamos
alrededor de la fogata, la luz mostrando movimientos en sus rostros y mis pies apretando la
arena era el marco perfecto para comentar sobre la lengua Chimú, un ser despreciable
llamado Otoya, dioses y seres Gigantes que pisaron esas mismas arenas hace miles de años
años, antes de los españoles y mucho antes de la civilización que nos debemos en la
actualidad. Les dijimos que mi compañera y yo conocíamos esa parte de la leyenda e historia;
tras un silencio sepulcrar asistieron con la cabeza que querian escucharla.
Cuenta la leyenda, que la tierra que pisas se llamaba Sumpa, que en su lengua Chimú
significa Punta, El Cacique Tumbe al morir, le dejó el reino a su único hijo Otoya el cual al
ser inepto y con la incertidumbre del peso de la corona, controlaba con mano dura, torturando
y explotando a todos sus habitantes.
Los hombres eran sometidos a trabajos forzados y las mujeres se rendían a los antojos
de aquel tirano cacique sumpeño.
Pero la cruda realidad de aquellos tiempos cambiaría con la llegada de repente de
seres gigantescos, que aparecieron entre las cristalinas y mansas aguas en balsas
aparentemente provenientes desde el sur, trayendo consigo una falsa pero ansiada esperanza
de libertad, que poco a poco se fue tiñendo de sangre por lo que iba a acontecer.
La tierra temblaba con cada paso de los gigantes, sus ronquidos estremecen los
frondosos árboles, llegaron hambrientos y de un golpe devoraron en cuestión de minutos a
animales y todo lo que encontraban a su paso.
El pueblo Sumpeño vio el despertar de estos demonios más despiadados que el
príncipe Otoya, quien no pudo resistir el ataque de los descomunales forasteros, muriendo
tras ser amarrado a un tronco.
La voracidad de los gigantes era tremenda, indiscriminada e insaciable en la tierra y
en el mar, por lo que hacían sentir su autoridad malévola ante los ojos de todos los empeños.
Según la leyenda, al ver los dioses de los Sumpas lo que sucedía con su pueblo y
enojados por las atrocidades de los gigantes y sus actos, decidieron librar a los desdichados
habitantes de la maldad, provocados por los extranjeros sobrenaturales.
Los dioses de los Sumpas bajaron desde el cielo, armados de rayos y espadas de fuego
en sus manos, desapareciendo uno por uno a los inmensos tiranos que cayeron doblegados
sobre las fértiles tierras peninsulares.
Con este ansiado anhelo cumplido en la historia, la prosperidad regresó a Sumpa y la
felicidad llegó al pueblo por muchos años, hasta la llegada de los españoles.
Hasta ahí sería un final.., pero la leyenda quedó disuelta cuando exploradores e
investigadores se helaron al observar el macabro hallazgo de la real existencia de nuestros
ancestros, de aquellos hombres y mujeres que han formado y formarán para siempre parte de
nuestra historia, porque los huesos y los restos de estos enormes seres fueron encontrados.
muelas, maxilares, costillas y otras piezas que pertenecieron a estos seres gigantes.
¡Sí¡, sus huellas quedaron marcadas en estos territorios como una prueba eterna de
nuestros orígenes. Dejándonos a aquellos que en sus tierras habitamos la fiel certeza de su
existencia; para dejar de ser una simple y lejana leyenda, y convertirse en una verdadera e
indudable realidad.

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