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“Se traza un mapa de dónde ya se ha estado.

Pero aún no hay un mapa del lugar


hacia dónde nos dirigimos”.

Sobre el formato escolar:

La enseñanza en sí misma está sujeta a un sinfín de cambios culturales e históricos que


atascan y en cierta forma, digitan el proceso educativo. Estos cambios van desde
paradigmas sociales y filosóficos, hasta irrupciones macroeconómicas de magnitudes
significativas, que cambiaron considerablemente las condiciones del contrato social
preestablecidas desde un primer momento (Pineau, 2001:29). El avance del capitalismo,
la división social del trabajo y la introducción de tecnologías aplicadas a la producción
en masa de elementos de consumo fueron anclas que condujeron hacia un nuevo
horizonte sociológico en el incipiente siglo XIX. Uno de los formatos escolares
incipientes fue la inscripción radicada como educación para el trabajo (Puiggros,
2003:65-67) donde los valores liberales fueron el eje indiscutido del currículum
educativo en nuestro país, dando así, inicio a un capitulo en la historia de la educación
nacional que aún conserva algunas prácticas. Para detallar aún más este mandato social
citaremos a los autores Frigerio, Poggo y Tiramonti (2009):

“Podemos decir que cuando se estableció el contrato


fundacional entre la escuela y la sociedad no fueron
explicitadas necesariamente todas las cláusulas. Sin embargo,
lo explícito permitió que, sobre la institución escuela, se
depositaran expectativas y se articularan tres lógicas diferentes
(Gauter, J.: 1991): la lógica cívica referida al interés general e
igualdad de oportunidades: la lógica económica concerniente a
la producción de bienes y el trabajo; y la lógica doméstica de
las familias y los individuos. Por otra, parte, la escuela debe
integrar elementos de lo que denominaremos la lógica de las
ciencias, es decir de las fuentes del conocimiento erudito.”

Estas tres lógicas (o mandatos) son una constante que, hoy en día se repiten tanto en las
aulas como en la sociedad misma, que fue obviamente instruida bajo el régimen
educativo en cuestión. Bajo ésta norma, los formatos escolares vigentes hoy en día ya
que, la escuela resistió cualquier síntoma de cambio social y se configuro1 al margen de

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También, el autor Pablo Pineau nos ilustra sobre una lista de piezas que fueron ensambladas para
generar la escuela y cuál fue el rol de cada una de ellas (Pineau, 2001:31-39).
mantenerse como un aparato de reproducción del mundo capitalista tal y como era en
ese entonces (Poggi, Kochen y Engels, 2016: 19).

Para trazar un mapa hacia donde nos dirigimos como educadores (y también como
educandos) es importante recalcar sobre algunos conceptos y reflexiones acerca de la
gestión educativa.
La idea de progreso en cuanto a la escuela como matriz de construcción de ciudadanía y
prosperidad de la sociedad misma se fue difuminando lentamente hasta convertirse en
una utopía casi imposible, solo una mera responsabilidad civil a cumplir con el fin de
certificar burocráticamente una etapa de forma obligatoria. Ante estas dificultades y
panoramas atenuantes, el concepto de “gestión” se ve anclado a una profunda crisis ante
la cual trataremos de desglosar con la ayuda de algunos autores. Según el autor
Bernardo Blejmar, para que una institución educativa reconozca un significativo
proceso de eficacia tendría que postular un: acuerdo de significado, así, de esa forma se
configura una realidad específica para cada institución y no de un todo. También
analizar el tiempo y el contexto en el cual las escuelas que si son efectivas, y que
variantes presentan (rendimiento académico, presupuestarias, contexto y coyuntura
social) y por último, la complejidad de los resultados sirve mucho más para los análisis
que los enfoque en sí (Blejmar, 2005:21-22). La gestión requerida definida por el autor
mencionado, es más que un conjunto de planificaciones y juntas académicas de
especialistas sobre informes y currículums, sino que crea las condiciones y formatos
necesarios para que los actores mantengan el clima de confianza del colectivo
institucional y la gestión ocurra sola, o como él mismo lo llama “´hace´ no haciendo”
(pág. 24).
Es así, que el silencio y la escucha quedaron en un segundo plano en algunas gestiones
no requeridas, y se infundieron una suerte de plaga de palabras vacías. Para ellos
retrocedemos y partimos desde la base que el lenguaje es el motor fundamental de la
práctica de la gestión, donde se da en un primer momento el poder de la comunicación y
el contacto con otros, las ideas, emociones, y prácticas, son parte del triángulo que
conforman el origen de las gestión mencionada. Estos elementos se refieren a esquemas
didácticos, metodológicos, y psicológicos que rodean el imaginario del lenguaje en
cuestión (pág. 34)

En cuanto a se refiere el autor a palabras vacías, podemos advertir que éstas carecen de
intención de escucha y solo se disponen a no cambiar nada, sino que distancian. En
cambio la palabra plena, requiere un escenario donde la intencionalidad, la
contextualización y el lugar necesarias para que el eco de la palabra facilitadora sea
escuchada de la forma esperada, y por último, generar las condiciones necesarias para
que la comunicación sea lo más asertiva posible y que el canal de ideas y respuestas
fluya naturalmente (págs. 41-42)
Aguerrondo, I. (2002). Capítulo I: Escuelas del futuro en sistemas educativos del futuro.
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