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Derechos Humanos, Multiculturalidad y Flujos Migratorios

Ponencia de Denise Paiewonsky (INSTRAW) en el Seminario “Derechos Humanos,


Multiculturalidad y Flujos Migratorios”, organizado por el Servicio Jesuita a
Refugiados y Migrantes. Santo Domingo, 21 de noviembre del 2006

1. Introducción: feminización e invisibilidad

Las personas que migran no son sujetos individuales descontextualizados, sino que
están atravesadas por variables estructurales de género, clase, raza y nacionalidad que
operan en ambos polos migratorios y que determinan experiencias migratorias
complejas y diversas. Como construcción social que organiza las relaciones entre
hombres y mujeres, el género atraviesa y condiciona todos los aspectos de la vida social,
configurando de manera diferente las experiencias migratorias de cada sexo. Los
patrones migratorios, el acceso de mujeres y hombres a la información y a las
oportunidades de trabajo, las formas de relacionarse con las familias de origen y el uso
dado a las remesas son sólo algunos de los aspectos que deben ser analizados desde una
perspectiva de género si se quiere una comprensión integral –no sesgada ni parcial- de
los procesos migratorios. Esta perspectiva resulta especialmente importante para la
comprensión de los complejos vínculos entre migración y desarrollo, sobre todo ante la
evidencia de que su inclusión en las políticas y programas de desarrollo incrementa
significativamente la efectividad y sostenibilidad de los mismos.

Aunque en muchos países de destino el número de mujeres migrantes ha crecido más en


las últimas décadas que el de varones, en términos globales la presencia femenina en la
migración no es nueva. En 1960 las mujeres representaban ya el 46.6% del total de
migrantes internacionales, siendo las cifras ese año para América Latina y el Caribe de
45.3 y 44.7%, respectivamente (Zlotnik, 2003). A partir de 1990, las mujeres
latinoamericanas pasaron a representar más de la mitad del total de migrantes
internacionales procedentes de la región, alcanzando el 50.5% en el año 2000 (Ibid). A
pesar de la importancia de su presencia dentro de los flujos migratorios, persiste una
relativa invisibilidad de las mujeres migrantes, sobre todo en los estudios sobre remesas
y entre los hacedores de políticas públicas. Esta invisibilidad es en parte atribuible a la
ausencia de datos estadísticos desagregados por sexo. Aunque desde hace varias
décadas se vienen realizando estudios de caso nacionales que documentan la presencia
femenina en los flujos migratorios de muchos países, los primeros estimados globales
de migración internacional desagregados por sexo fueron elaborados por la División de
Población de las Naciones Unidas en 1998. A la escasez de estadísticas desagregadas
por sexo, sin embargo, se agrega el enfoque androcéntrico que durante mucho tiempo
caracterizó los estudios de migración, y que tienden a visualizar a “los migrantes” en
sentido general como una categoría masculina.

Si bien la migración femenina no es nueva, lo que sí es nuevo es el aumento sostenido


en las migraciones laborales autónomas de mujeres, que ya no sólo migran en su rol de
esposas ‘dependientes’ de sus maridos, sino que cada vez más asumen el proyecto
migratorio de manera independiente, a menudo como principales proveedoras
económicas de sus hogares. A pesar de la importancia creciente y las nuevas
características de la migración femenina, la incorporación del análisis de género al
estudio de los fenómenos migratorios es relativamente reciente. La ausencia de
estadísticas desagregadas por sexo y la perspectiva androcéntrica que caracteriza a
muchos estudios han contribuido a invisibilizar y/o a distorsionar el papel de las
mujeres en los procesos migratorios. Esto ocurre, por ejemplo, cuando se ignora la
contribución femenina dentro de los flujos de remesas o cuando se asume que las
mujeres que emigran con sus maridos lo hacen siempre en la condición de dependientes
económicas del esposo proveedor, dejando de lado a la gran cantidad de ellas que
contribuyen al sostenimiento de los hogares a través del trabajo propio.

La migración autónoma de mujeres no ha eliminado las tradicionales estrategias


migratorias centradas en el varón, como son la reunificación familiar o el matrimonio
con extranjeros o con hombres migrantes. Lo que no se debe perder de vista es que cada
estrategia migratoria repercutirá de manera muy diferente en las experiencias
migratorias de las mujeres y en sus niveles de empoderamiento personal.

Según el INDH-2005, más de la mitad (52.5%) de la población dominicana en el


exterior son mujeres, siendo esta proporción mucho mayor en algunos de los países
receptores, sobre todo en Europa. Por ejemplo, en el caso de los EEUU hay 112 mujeres
por cada 100 hombres, pero en España la razón es 219 por cada 100 hombres y en Italia
es 308. Aunque las mujeres representan el 52.5% de los migrantes dominicanos en los
EEUU, ellas envían el 58% de las remesas recibidas desde ese país (BID/FOMIN,
2004). En el caso de España, las mujeres constituyen actualmente el 62% del total de
migrantes dominicanos pero envían el 67% de las remesas (Lilon and Lantigua, 2004,
cited in Vargas and Petree, 2005).

2. La migración femenina en el contexto global: factores estructurales


de atracción y expulsión

Las migrantes laborales en los países receptores se concentran en ocupaciones


“femeninas” asociadas a los roles tradicionales de género, como son el servicio
doméstico, el trabajo sexual, sector de entretenimiento, ayudantes en el sector de
hostelería, limpiadoras, vendedoras y trabajadoras manuales. Se trata de trabajos
precarios que se caracterizan por los bajos salarios, la falta de protecciones sociales y
las malas condiciones laborales. Por lo general, los salarios de las mujeres migrantes
son los más bajos de todos, situándose por debajo de los de los trabajadores nativos de
ambos sexos y los de los hombres migrantes.

La migración laboral autónoma de mujeres sólo puede ser entendida en el contexto de la


actual fase de desarrollo del capitalismo a escala global, donde el género se configura
como una variable que atraviesa todo el proceso. Detrás de la feminización de las
migraciones laborales hay una compleja red de acontecimientos políticos, sociales y
económicos que se están produciendo a nivel global y que afectan tanto las sociedades
de origen como las de destino. Característica principal de este desarrollo es una nueva
división internacional del trabajo, donde las divisiones de género, clase y etnia operan
con más fuerza que nunca. Desde esta óptica, las migraciones laborales hacia los países
ricos y la exportación hacia los países pobres de determinadas actividades
manufactureras y de servicios por parte de empresas multinacionales son las dos caras
de una misma moneda. En ambos casos se transfiere a países o a poblaciones pobres la
realización de tareas que requieren de mano de obra intensiva y que, en virtud de las
crecientes desigualdades globales, pueden ser compradas a muy bajo costo en el
mercado laboral internacional. El hecho de que la mano de obra femenina de los países
pobres sea la más barata de todas ayuda a explicar tanto la feminización de las
migraciones como la masiva integración laboral de mujeres a las zonas francas y a las
empresas transnacionales de servicios que se han instalado en las últimas décadas en
muchos países del Sur.

Causas de la feminización

El aumento de las migraciones laborales femeninas se inscribe dentro de las estrategias


de supervivencia de los hogares pobres del Sur que han surgido en las últimas décadas
en respuesta al aumento de la pobreza y el empeoramiento de las condiciones de vida.
Esto ha llevado a muchas mujeres a procurar alternativas de generación de ingresos en
la economía informal y otras actividades marginales. La necesidad de las mujeres de
aportar al mantenimiento del hogar se intensifica ante la erosión del papel del varón
como proveedor económico, consecuencia del elevado desempleo masculino y de la
disminución del valor real de los salarios. Esta crisis del modelo reproductivo ha llevado
a muchos hombres a no poder cumplir sus responsabilidades económicas familiares, y a
veces a desentenderse de ellas, obligando a un número creciente de mujeres a asumir la
jefatura de hogar.

Al mismo tiempo que en los países pobres se agrandan las brechas económicas y
sociales, en los países desarrollados se está produciendo una crisis del esquema
reproductivo establecido, consecuencia del envejecimiento de la población, la
incorporación de las mujeres al mercado laboral y la carencia de servicios públicos para
el cuidado de personas dependientes (enfermos, niños y ancianos). La entrada de las
mujeres del Norte al mercado “productivo” no ha ido acompañada de una redistribución
de las cargas del trabajo “reproductivo”, del que siguen siendo las principales
responsables. Además, el retroceso de las políticas sociales ha trasladado aún más a los
hogares las labores de reproducción social. Para hacer frente a esta situación los hogares
con recursos recurren a la contratación de otra mujer, probablemente migrante, para
externalizar parte del trabajo. Las tensiones de género no resueltas dentro de los países
ricos están siendo abordadas mediante la transferencia de desigualdades de género y
etnia entre mujeres. El trabajo que antes realizaban de manera gratuita las mujeres de
los países desarrollados se compra ahora en el mercado global. De esta forma, la
migración se ha convertido en la solución privada a un problema público.

Por tanto, hay que entender que la migración femenina tiene lugar dentro de un marco
estructural que utiliza y reproduce los roles y las desigualdades de género a nivel global.
Consideremos, por ejemplo, los sectores laborales en que se insertan mayoritariamente
las migrantes dominicanas en los diversos destinos migratorios. Se trata actividades
tradicionalmente “femeninas”, caracterizadas por la irregularidad, la informalidad, la
marginalidad, los bajos salarios y el poco prestigio social. En los EEUU
(particularmente en la ciudad de Nueva York), uno de los principales nichos laborales
ha sido la industria de la confección, actividad que constituye una extensión del rol
doméstico femenino y que, en parte por el mismo predominio de mujeres en el sector, se
caracteriza por sus bajos salarios y prácticas laborales injustas, sobre todo en los
sweatshops donde se explota la mano de obra de migrantes en condición legal irregular.
En la migración hacia Europa predomina el trabajo doméstico y el cuidado de personas
dependientes, actividades que refuerzan los roles de género a la vez de que están
determinados por ellos. En algunos destinos europeos y caribeños el único sector al que
tienen acceso las dominicanas es el trabajo sexual, otro nicho laboral en el que
predominan las condiciones abusivas y donde las migrantes también han ido
progresivamente sustituyendo a las mujeres nativas.

En consecuencia, la feminización de la migración internacional se comprende no sólo a


partir de los factores de expulsión que operan en las sociedades de origen, sino sobre
todo en la naturaleza de las sociedades de llegada, donde crece una economía de
servicios que necesita de una mano de obra barata y vulnerable. En este sentido se llega
a afirmar que lo que frecuentemente refleja la oferta internacional de mano de obra es la
manipulación de las estructuras patriarcales por parte del mercado global (King y
Zontini, 2000).

3. La división sexual del trabajo en los hogares transnacionales

El factor género, como ya se ha dicho, impacta todos los aspectos de la experiencia


migratoria, algo que resulta imposible ilustrar en una ponencia breve. Pero a manera de
ilustración, voy a describir brevemente uno de estos aspectos, la división sexual del
trabajo en los hogares transnacionales. Este análisis resulta necesario para entender los
determinantes y procesos de la migración, tanto masculina como (sobre todo) femenina,
para entender los usos e impactos de las remesas, los impactos de la migración sobre las
relaciones de género (tanto en contextos emisores como receptores), y otras
dimensiones. En particular, este análisis ilustra las complejidades y contradicciones que
caracterizan el impacto de la migración sobre los roles de género y los niveles de
empoderamiento de las mujeres implicadas en estos procesos.

Debido al papel central que el ordenamiento de género les asigna a las mujeres en las
tareas de reproducción social de los hogares, la migración femenina tiene impactos muy
diferentes de la masculina sobre la división sexual del trabajo en los hogares
transnacionales. Mientras el migrante laboral masculino continúa desempeñando a
distancia el mismo rol de proveedor establecido por los roles de género, la migración de
las mujeres conduce a la reestructuración de los hogares, tanto en términos de su
composición como de su funcionamiento. En muchos casos esta reestructuración se
hace sin modificaciones importantes en las ideologías y los roles de género, dando lugar
a nuevas formas de reproducción de los patrones y desigualdades de género al interior
de los hogares transnacionales.

Los cambios en los hogares transnacionales en respuesta a la migración de uno de sus


miembros se dan en el marco de las ideologías que eximen a los hombres de las tareas
de reproducción social (tareas domésticas, cuidado y supervisión de los hijos,
responsabilidad por el bienestar emocional y físico de los miembros del hogar) y que,
junto al rol de proveedor y cabeza de familia, les asigna roles de autoridad en la toma de
decisiones, el manejo del dinero y en el control de la sexualidad femenina. En este
contexto, la partida del varón puede llevar a que la mujer asuma una mayor
responsabilidad en la toma de decisiones del hogar, al tiempo que su rol como
administradora de las remesas enviadas por el esposo puede conferirle mayores cuotas
de poder dentro de la familia. No obstante, algunos estudios han encontrado que, para
las esposas receptoras, las remesas pueden generar nuevas formas de dependencia
acompañadas de nuevos mecanismos de dominación masculina desde la distancia (como
vigilancia de las esposas por parte de los parientes del migrante). Como señala Pessar
(2005), la situación de las esposas de migrantes masculinos dependerá de diversos
factores, como las ideologías de género prevalecientes, el grado de rigidez o flexibilidad
de los roles de género, la composición familiar y las normas matrifocales o patrifocales
de residencia.

Cuando son las mujeres las que migran, por lo general ni los hombres ni las mujeres
esperan que éstos modifiquen sus roles y asuman más responsabilidad en la gestión del
hogar y el cuidado de los hijos. Los estudios sobre migrantes del suroeste dominicano
muestran, por el contrario, que la respuesta habitual consiste en reestructurar el hogar de
forma tal que otras mujeres pasen a realizar las funciones de reproducción social de las
migrantes. Por lo general quienes asumen este papel son las madres (o hermanas) de las
migrantes, quienes realizan este trabajo se hace en forma gratuita o a cambio de
remuneraciones informales de bajo monto (por ejemplo, se solventan sus costos de
alimentación, reciben regalos, etc.). Así se reproduce la noción cultural de que las tareas
de reproducción social no son “trabajo” y se perpetúa la explotación del trabajo familiar
de las mujeres.

En este sentido cabe señalar dos elementos interesantes: 1) paralelos con la migración
interna rural-urbano de mujeres para trabajar en el servicio doméstico y, más
recientemente, en las zonas francas; 2) la reestructuración de la DST en base a
domésticas haitianas, cuando no es posible que este rol lo asuma una parienta.

Contrario a lo que ocurre con la reestructuración de los hogares en base al trabajo no


remunerado de las parientas, que no produce una alteración importante de la división
sexual del trabajo, la adopción del papel de proveedora por la mujer migrante sí
constituye una ruptura importante con los roles de género tradicionales. Esto aplica aún
cuando la mujer haya tenido una actividad laboral antes de migrar o cuando el esposo de
la migrante siga aportando al presupuesto familiar, ya que las remesas enviadas por la
migrante muchas veces pasan a constituir la principal fuente de ingresos del hogar. El
cambio del rol reproductivo de la mujer por el de proveedora supone una redefinición
importante de las relaciones de poder al interior del hogar que se puede manifestar de
diversas formas, como son la mayor participación de la mujer en las decisiones
familiares, tanto económicas como en relación con los hijos, y mayor poder en las
decisiones migratorias del hogar. A esto se suma la mayor autonomía personal de la
mujer migrante en el extranjero donde, a veces por primera vez en su vida, no estará
sometida a la autoridad directa y cotidiana del esposo o padre. Sin embargo, los niveles
de empoderamiento de las migrantes laborales pueden variar significativamente de
acuerdo a sus circunstancias conyugales y familiares, además de estar condicionados
por la continua vigencia de ideologías de género.

Por último, los estudios de familias dominicanas en los EEUU, así como los resultados
del estudio de Vicente Noble, sugieren que cuando hombres y mujeres migran juntos (o
cuando ocurren procesos de reagrupación familiar) hay una tendencia a la renegociación
de las relaciones, las ideologías y las prácticas culturales pre-migración que favorecen a
las mujeres. En esto incide no sólo la mayor participación laboral de las esposas (cuyas
tasas de actividad son superiores a las de las dominicanas en RD), sino sobre todo a una
mayor valoración de sus aportes, basada en el reconocimiento de que las contribuciones
de todos los miembros son indispensables para la supervivencia del hogar en las
difíciles condiciones que supone el nuevo contexto migratorio. Esto socava la primacía
del varón como proveedor al mismo tiempo que la experiencia migratoria confronta a la
pareja con nuevas instituciones, normas sociales e ideologías de género que tienden a
restringir el poder masculino y a elevar el estatus femenino. Todo lo anterior permite,
por ejemplo, la renegociación del trabajo doméstico, dado que las mujeres se sienten
con más derecho a exigir –y los hombres más obligados a ofrecer- una mayor
participación masculina en las tareas del hogar.

4. La culpabilización social de la mujer migrante

Los efectos empoderadores que supone la asunción del rol de proveedora principal del
hogar no necesariamente implican una transformación sustantiva de las ideologías y
roles de género en las familias y comunidades de origen. Un ejemplo de esto, entre
otros, es la culpabilización de la mujer migrante por el supuesto “abandono familiar”.

Cuando es el hombre el que migra, su partida se justifica en función de que está


cumpliendo con la responsabilidad paterna como proveedor familiar y su ausencia no se
percibe como traumática para los hijos. Por el contrario, cuando es la mujer la que
migra por las mismas razones, su ausencia se percibe como un abandono familiar que
conduce a la desintegración del hogar y que puede tener efectos poco menos que
catastróficos sobre los hijos. No es de sorprender, por tanto, que los problemas que más
preocupan a las migrantes laborales son los relacionados con los hijos, tales como el
bajo rendimiento escolar o abandono de los estudios, embarazos precoces, uso de
drogas, etc. No existen datos empíricos que establezcan si y en qué medida las y los
hijos de las migrantes dominicanas presentan una incidencia mayor de estos problemas
que el resto de la población joven. Lo que sí es indudable es la gran culpabilización
social que éstas sufren, una culpabilización que se fundamente en el incumplimiento por
parte de la migrante de las expectativas que las normas tradicionales de género asignan
al rol materno. Las críticas en ese sentido provienen de sectores muy diversos, tanto
dentro como fuera de las comunidades de origen, incluyendo a autoridades
gubernamentales y funcionarios religiosos que promueven incesantemente el discurso
familista que atribuye a la desintegración familiar el origen de todos los males sociales.

Dado que las migrantes también han interiorizado las normativas de género que definen
el rol materno como servicio constante a los hijos y esposos y que las convierten en
responsables absolutas del bienestar del hogar, la separación familiar genera en ellas
fuertes sentimientos de culpa. El hecho de que la motivación principal de las mujeres
para migrar sea justamente la necesidad de garantizar la sobrevivencia familiar y
asegurar un mejor futuro para sus hijos no impide la crítica social sobre el abandono
materno, pero sí genera una valoración ambigua y contradictoria de las mujeres
migrantes: por un lado se las admira por sus logros como proveedoras económicas del
hogar, mientras por el otro se las reprocha por el incumplimiento de sus roles maternos.

5. Conclusión: Los impactos de la migración en las relaciones de


género

Los impactos de la migración en las relaciones de género son diversos y complejos,


pudiendo variar en función del patrón migratorio, las ideologías culturales de género, la
composición y características de la familia, y otros factores presentes en el contexto de
origen y en el de llegada. Estos impactos son muy diferentes dependiendo de si es el
hombre o la mujer quien inicia la migración o de si ambos emigran simultáneamente.
En general, los estudios indican que los impactos de género son mayores cuando las
mujeres emigran solas y, dentro de éstas, los mayores niveles de empoderamiento se
observan en las separadas y en las solteras sin hijos.

Para las mujeres que migran de manera autónoma la emigración puede representar la
oportunidad de escapar de relaciones violentas de pareja y de liberarse de los controles
patriarcales que rigen al interior de sus familias y en la sociedad en general. Más
importante aún, les permite asumir el rol de proveedoras económicas de sus hogares, lo
que incrementa su poder de decisión al interior de la familia y su prestigio social. La
admiración que despiertan estas mujeres cuando llegan del extranjero –ya sea de visita o
retorno- cargadas de regalos, bien vestidas y prósperas, impactan el imaginario social y
las convierten en modelos de empoderamiento para otras mujeres de la comunidad. Su
éxito como proveedoras les permite ejercer mayor control sobre el uso del dinero y las
decisiones migratorias familiares, y gozar de mayor autonomía en sus decisiones
personales. Pero estos cambios no están exentos de conflictos, como se observa en las
luchas de poder entre las dominicanas en España y sus esposos en RD por controlar el
uso de las remesas, o en las altas tasas de disolución de parejas que se observan en los
diferentes destinos de la diáspora dominicana. La difícil coexistencia entre la alta
valorización familiar y social de la mujer migrante en tanto proveedora del sustento
familiar a través de las remesas, por un lado, y su simultánea culpabilización por los
males sociales supuestos o reales causados por la migración, por el otro, muestran las
ambigüedades y contradicciones que caracterizan estos procesos de cambio.

Al mismo tiempo hay que tomar en cuenta las dimensiones desempoderadoras de la


migración laboral femenina, particularmente las duras condiciones de vida y de trabajo
que enfrentan en los países receptores. El servicio doméstico, sobre todo en la
modalidad de internas, somete a las mujeres a una condición servil, las aísla socialmente
y las obliga a laborar sin horarios y a sacrificar su privacidad personal. La conjunción de
los bajos salarios y la necesidad de remesar la mayor cantidad posible de dinero a sus
familias les impone una vida de limitaciones y sacrificios personales, en la que las
necesidades propias –como la atención de salud o el descanso- pasan a un segundo
plano. Las actitudes racistas que muchas veces enfrentan y el bajo nivel de prestigio y
reconocimiento social que reciben las tareas desempeñadas por la población migrante
afectan aún más su calidad de vida. Dado que la prioridad de estas mujeres es el
mantenimiento de sus hogares y no el empoderamiento personal que puede resultar de la
experiencia migratoria, los logros en ese sentido difícilmente pueden compensar la
dureza de sus vidas en el extranjero.

La experiencia migratoria puede modificar las ideologías y las relaciones de género en


sentidos positivos, contribuyendo así al empoderamiento de las migrantes y
repercutiendo en sus grupos familiares y en sus comunidades de origen. El rol de
proveedora altera las relaciones de género a nivel simbólico y el acceso a la esfera
productiva otorga privilegios que el rol de reproducción no conllevaba, pero estos y
otros cambios ocurren en contextos donde las desigualdades entre hombres y mujeres se
siguen reproduciendo de diferentes formas. Por tanto, los impactos de género de la
migración no deben verse como una progresión lineal hacia mayores niveles de
empoderamiento femenino, sino como ganancias relativas dentro de un sistema de
desigualdad que, frente a los cambios en los roles femeninos, se redefine y reconstituye
para seguir operando a múltiples niveles.
Tampoco debe asumirse de forma simplista y etnocéntrica que las sociedades
desarrolladas ofrecen a las mujeres de los países pobres grandes posibilidades para su
“liberación” personal, frente al atraso que les imponen sus sociedades de origen. En este
sentido basta recordar que el nicho laboral por excelencia reservado a las migrantes en
los países de llegada es el servicio doméstico –cuando no el trabajo sexual- con todo lo
que esto supone en términos de reproducción de roles de género y mantenimiento de la
subordinación social de las mujeres.

La literatura que estudia los cambios en las relaciones de género que experimentan las
mujeres migrantes muestra que en este proceso de renegociación existe una gran
diversidad de realidades y posibilidades. Algunas mujeres ganan en independencia y
autonomía, otras sufren sobrecarga de trabajo y aislamiento, la mayoría gana en algunos
aspectos y pierde en otros.
 
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Referencias

Zlonik, Hania. 2003. The Global Dimensions of Female Migration. Tomado del sitio
web del Migration Information Source,
http://www.migrationinformation.org/Feature/display.cfm?ID=109

INDH-2005 Informe Nacional de Desarrollo Humano, República Dominicana 2005.


Oficina de Desarrollo Humano, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo,
Santo Domingo.

BID/FOMIN. 2004. “Sending Money Home. Remittance Recipients in the Dominican


Republic and Remittance Senders from the US”. Multilateral Investment Fund, Inter-
American Development Bank.

Vargas, Tahira y Jennifer Petree. 2005. “Dominicanos y Dominicanas en Suiza.


Pautas, prácticas e impactos de la migración transnacional y el envío de remesas que
vinculan República Dominicana y Suiza”. (Manuscrito facilitado por las autoras.
Posteriormente publicado en Cahier du LaSUR n°7 )

King, Russell y Elisabetta Zontini. 2000. “The Role of Gender in the South European
Immigration Model”. Papers, No.60, www.bib.uab.es/pub/papers/02102862n60p35.pdf

Pessar, Patricia. 2005. “Women, Gender and Internacional Migration Accross and
Beyond the Americas: Inequalities and Limited Empowerment”. Expert Group Meeting
on International Migration and Development in Latin America and the Caribbean,
Population Division, Department of Economic and Social Affairs, Mexico City,
November 30-December 2.
Multiculturalidad y género
Por Edna Iturralde

En un siglo en el que las historias locales y regionales se borran y las huellas de lo


íntimo, de lo perteneciente a determinados grupos étnicos es asunto de pocos o de nadie,
una literatura que teja historias imaginarias e ingeniosas pero basadas en una seria
investigación y que, a través de las ficciones lo documente y proyecte, es altamente
trascendente. No hay nada más universal que la multiculturalidad. La comprensión de lo
desconocido, la tolerancia y la aceptación a lo diverso son los objetivos aún pendientes,
derroteros para la sociedad del siglo XXI.

La multiculturalidad es un concepto surgido de una revisión histórica de la orientación


multicultural, llevada a cabo en Estados Unidos de América a mediados del siglo XX,
imponiéndose por las décadas de los años 60 y 70 y llegando a su mayor desarrollo en
los últimos veinte años. Es la aceptación social de un fenómeno de diversidad cultural,
de un convivir de diversas culturas en un determinado espacio geográfico e histórico. La
socióloga española Elvira Repetto afirma lo siguiente sobre un estudio de orientación
cultural:

… con el término multiculturalismo se designa lo que hoy se considera, ante todo, un


hecho social y una tendencia en la propia evolución de la sociedad. Su propia
estructura léxica pone de relieve la existencia de diversas culturas, bien en un mismo
momento histórico, bien en un determinado espacio geográfico. Es el fenómeno o
realidad que encontramos en países donde su alto número de habitantes, la extensión
geográfica y la antigüedad de sus culturas favorecen una realidad multicultural con
raíces en un pasado remoto.

En una época de globalización, hablar de literatura infantil multicultural y étnica, más


bien dicho, escribir una literatura que tiene como meta irrumpir y recuperar espacios
que fueron relegados al olvido por la cultura dominante de un país; donde lo étnico se
vuelve políticamente correcto y folclórico, pero nada cambia debido a un profundo
desconocimiento de "quiénes somos", y a una garrafal indiferencia por averiguarlo, es
un desafío.

Nosotros y ellos, ellos y nosotros. Así nos referimos a pesar de ser los mismos; raíces de
un mismo árbol, raíces africanas, indígenas y europeas. Pero alguien me puede
contradecir: "Mire los afiches, los letreros (esos letrerotes que causan la tremenda
polución visual en la que vivimos), allí está representada la riqueza multicultural y
étnica de nuestra patria". Pero yo les cuestiono: aparte de las fotos con fines turísticos y
políticos, ¿qué sabemos sobre nosotros mismos, los ecuatorianos? ¿Qué sabemos de los
llamados argonautas o balseros del Pacífico? Les aseguro que no es un equipo
deportivo, sino que se relaciona con la navegación más antigua que se conoce en el
continente americano; nuestros antepasados de la Costa conquistaron el océano Pacífico
hace tres mil años en embarcaciones construidas con troncos del árbol de balsa, con
velas tejidas de algodón y los famosos timones múltiples, las guaras, tablas de madera
que introducidas en distintos lugares de la embarcación actuaban como aletas de pez.
Una de estas balsas está descrita, con asombro, en el informe de Francisco de Xeres,
transcrito por Juan de Sámano y conocido como la Relación Sámano/Xerez en 1526,
producido treinta y seis años después de que Cristóbal Colón plantara el pendón de
Castilla en la isla Guanahaní. Más tarde, en el siglo XVIII, Jorge Juan y Antonio de
Ulloa, marineros españoles, dicen maravillados, al referirse a estos timones múltiples,
que "otra hubiera sido la historia de la navegación española de haber poseído este
conocimiento". En estas balsas realizábamos el comercio de las sagradas conchas
spondylus. Así fuimos, por el Norte, hasta México, al golfo de Tehuantepec, de ida y
vuelta durante siglos y hasta Perú, al Sur.

¿Qué sabemos de los bamberos, los seres míticos que cuidan al bosque húmedo tropical
de Esmeraldas? Aquellos que llegado el atardecer salen a pedir cuentas de qué árboles
se han talado y cuántos animales se han cazado innecesariamente. ¿Y el abuelo Zenón?
Él es el espíritu de sabiduría del Pueblo Negro ecuatoriano, es decir, de nuestro país,
quien dice: "Quien no sabe de dónde viene, no sabe adónde va y, si no sabe adónde va,
ya está perdido". Pero desgraciadamente fuera de la cultura afroecuatoriana, no se
conoce al abuelo Zenón.

De la cultura montubia no nos llega su riqueza, sino apenas un burdo programa de


televisión donde se humilla a la mujer y al hombre montubios, olvidando que son la
encarnación del espíritu de la campiña costeña, donde su presencia simboliza identidad
regional e importante elemento de pluriculturalidad ecuatoriana.

De las etnias de la Amazonía, en peligro de extinción, tampoco sabemos mucho. ¿Qué


es la felicidad para un niño achuar? ¿Qué conocemos de su fantástica medicina natural,
sus creencias de que cada árbol, cada animal, cada río tiene su anent, espíritus con los
que no solo se convive, sino respeta? En este mundo al borde de la destrucción
ambiental, es una visión diferente y refrescante.

¿Conocemos la razón por la cual el hombre indígena de la serranía mantiene puesto su


sombrero en público? Les adelanto que no es por rebeldía ni falta de modales ni por
llevar la contraria a nadie, sino que está enmarcado dentro de un simbolismo antiguo, en
la transmutación de la historia; lo impuesto sobre lo existente. Abordado desde
conceptos claros sobre el mestizaje, la transculturación, el pasado histórico de Ecuador
—entrelazado a veces con el de otros países iberoamericanos—, la construcción de
historias inventadas que respeten el trasfondo de datos reales para rescatar líneas que se
pierden en el mito o que se han postergado en una visión "oficial" de los hechos, se
convierten en etnohistoria. La etnohistoria es un término compuesto por dos palabras de
origen griego: etnos que, según la Nueva Enciclopedia Larousse, es la noción de pueblo
que comparte una cultura, reconoce los códigos de ella y se define sobre la base de
éstos; por otra parte, la historia, que recoge testimonios para narrar y describir hechos.
Citaré al antropólogo mexicano Miguel A. Rodríguez Lorenzo

El término "etnohistoria" al integrar dos tipos de conocimiento sobre


el ser humano, el etnológico y el histórico, alude a la reconstrucción de hechos que se
suceden en el tiempo y a la comparación de sociedades en su forma de constituirse
culturalmente, sin considerar a ninguna "superior" o "inferior" a las otras, en pro de
comprender al Ser Humano Universal como entidad compleja y plurifacética.
Y así uniendo la etnohistoria con la narración literaria, existe la etnohistoria narrativa,
que es parte de la literatura multicultural. Yo percibo este género narrativo como un
medio fundamental e importantísimo en la delicada tarea de recuperación de datos para
que los eventos reales o míticos de una etnia o cultura puedan ser conocidos. En nuestro
país, por ejemplo, la historia del Pueblo Negro se ha limitado al naufragio al frente de
las costas de Esmeraldas de un barco mercante, que en 1553 zarpó desde Panamá, con
destino a Perú, llevando a veintitrés africanos esclavizados que luego formarían el
primer palenque, liderados por Alonso de Illescas, convertido en el primer cimarrón,
término con el que se conocía a los africanos esclavizados que lograban escapar. Pero
nada se cuenta sobre personajes como Francisco de Arrobe, Martina Carrillo, Ambrosio
Mondongo, Bernarda Loango, Cristóbal de la Trinidad, heroínas y héroes de
movimientos libertarios en contra de esa lacra de nuestro pasado, la esclavitud. Lo
curioso es que no existen narraciones orales sobre estos personajes, pero este fenómeno
también está presente en otros pueblos, culturas y etnias.

En mis investigaciones sobre los cañari encontré que siendo los cañari la etnia que
soportó la peor diáspora desde nuestra patria hacia lo que ahora es Bolivia y Perú,
debido al sistema de mitimaes o mitmas que impusieron los incas, tampoco hay
narraciones orales que cuenten sobre los dolorosos incidentes que debieron haber
acompañado a este éxodo forzado, ni de los que partían ni de los que se quedaban. De
igual manera, dentro de la denominada Cultura del cholo de la Costa, de la gente que
habita la orilla del mar, tampoco existe nada referente a la extinción masiva de pueblos
enteros a causa de enfermedades como la viruela. Es posible que, ante hechos dolorosos
y traumáticos, los seres humanos prefiramos poner una distancia o negarlos. Esto en
cuanto a la narrativa oral, ¿pero la historia? ¿Quién cuenta la historia? ¿Quién escoge
qué decir y qué callar? Vuelvo al caso de la etnia cañari que ha pasado a la historia con
el nefasto membrete de "traidores", porque se unieron a los españoles en contra de
Atahualpa. Pero se olvida que Atahualpa casi exterminó a los cañari, que a su paso por
Tomebamba cuando iba a luchar contra las huestes de Auki Atoko, general de Huáscar,
mató alrededor de sesenta mil cañari, de tal magnitud fue la masacre, que dos años más
tarde los cronistas españoles cuentan como aún se veían las osamentas blanquecinas a lo
largo del camino. Las historias contadas a medias causan lo que yo llamo "medias
uniones" o desuniones y poner epítetos negativos entre hermanos y hermanas es
promover el odio. Esto no fortalece la autoestima de un país. Por esta razón, sin ser
historiadora, me asomo al pasado y navego en una barca construida con estrellas,
escucho las voces de caciques y soldados, la música de quenas y tambores, y estoy
segura de que la literatura etnohistórica y multicultural es un medio importante y
maravilloso que tiende puentes entre las personas, puentes basados en el entendimiento
de realidades diferentes, para ayudarnos a vestirnos de tolerancia y para fortalecer
nuestra identidad nacional.

No hay dos países con idéntica historia, por lo tanto, no pienso que existe una misma
receta para tratar o trabajar la multiculturalidad. En nuestro caso, ni siquiera sabemos
cuantitativamente el número de personas que pertenecen a las distintas etnias o culturas,
porque apenas hace tres años se hizo un censo de grupos sociales, cuyos resultados no
se dieron a conocer al público de manera oficial y general. Los censos de población en
Ecuador siempre fueron de género. Esto ha causado graves contradicciones, por
ejemplo, según a quién se pregunte, el porcentaje de afrodescendientes va desde el 2%
al 9%. Y de los indígenas también las cifras cambian de tal manera que se ha llegado a
decir que están entre 35% a un 5%. Y el porcentaje de mestizos tampoco se sabe. Aquí,
en nuestro país, se da ahora una identidad itinerante, una "identidad que viaja en bus".
Me explico. Durante una investigación en Saraguro, vi que para muchas personas su
identidad cambiaba con la semana: de lunes a viernes, cuando se iban en bus a Loja a
trabajar, vestían sudaderas o jeans, convirtiéndose, a primera vista, en mestizos. Luego,
el fin de semana, ya de regreso, con su atuendo tradicional, volvían a su identidad
indígena. En ningún caso esto es una crítica, es una realidad que señalo para indicar que
la multiculturalidad no es estática, sino fluida como un río cuyas aguas se surten de
grandes o pequeños afluentes y continúan corriendo por pampas y tabladas, montañas y
valles sin perder su origen.

Creo que la literatura tiene ritmo, belleza, profundidad, creatividad, además de estar
sostenida sobre un idioma claro. La literatura multicultural bien escrita cumple con todo
lo dicho. Hay varias obras de escritoras famosas en que se propicia el conocimiento
cultural como, por ejemplo, en la novela infantil Los sueños de Nassima, Mercé Rivas
relata sobre el régimen de los talibanes que ahoga las ilusiones y la esperanza de una
niña afgana y de su familia, que anhelan vivir en libertad, o La casa pintada de
Montserrat del Amo, que es la historia de un niño chino campesino que intenta
apoderarse de los colores que encierra el universo.

Las cosas cambian y las modas vienen y van. En un mundo globalizado y globalizante.
Sí, algunas cosas cambian, las tendencias cambian, pero jamás dejará de ser importante
la tolerancia o el respeto mutuo que se deben las personas dentro de sus diferencias, y
este respeto solo nace del conocimiento de quiénes somos y qué caminos hemos abierto
desde un pasado milenario. Hago hincapié al mencionar "qué caminos hemos abierto" y
no solo digo "qué caminos hemos recorrido"; porque la cultura más antigua del
continente americano está en Ecuador, es nuestra, es la cultura Valdivia, que existió
hace cinco mil quinientos a seis mil años atrás.

Y hablando de caminos. No ha sido fácil para nosotras las mujeres abrir caminos, pero
lo hemos logrado, continuamos lográndolo y cada vez que encontramos un abismo,
también construimos un puente, más puentes aún.

El abismo más profundo ha sido y continúa siendo el sexismo. Es común que cuando
alguien se refiere a la literatura infantil como "cosa de mujeres", definitivamente no
quiere decir "escrita por mujeres", sino "algo mínimo, sin valor". Yo lo viví hace años,
al principio de mi profesión como escritora y hasta tuve que escuchar cómo se
comparaba mi acelerada creatividad con el acto culinario de hacer galletas, algo que no
se lo hubieran achacado a un hombre. Otro abismo está al borde del relato literario, la
figura de la mujer ha sido la de bruja, la de boba-bonita e indefensa, la de madrastra,
entiéndase bruja, en fin ya se sabe de sobra que los cuentos tradicionales infantiles, esas
joyas literarias también han tenido aristas que han causado heridas profundas y han
lastimado la autoestima de las mujeres y nos han desvalorizado ante los ojos del género
masculino, ya desde la infancia. A veces se encuentran personajes femeninos con
papeles más o menos relevantes, pero con un álter ego masculino, es decir, la niña
"marimacha", que es valiente porque se comporta como un varón y no como una "niña".
Es apenas hace diez años que empieza a plantearse una reivindicación al personaje
femenino. Por lo general, las niñas representaban papeles "dulces", mientras los varones
jugaban deportes y vivían aventuras peligrosas, eran "lanzados", resolvían los misterios
o ayudaban a los personajes femeninos a superar una situación sobre la cual giraba la
trama de la narración. A pesar de todo, a nivel de educación primaria, aún se utilizan
libros de lectura donde el protagonismo del personaje masculino, comparado con el del
personaje femenino, es mucho mayor.

Aquí una pequeña anécdota: al leer el manuscrito de uno de mis libros, algunos
miembros de la junta editorial que lo analizaban se quejaron de que la heroína de la
historia no se comportaba como una niña, puesto que era demasiado valiente y decidida,
que esto iba a causar malestar en el público infantil masculino, y me pidieron que
"bajara el tono". Esto sucedió hace seis años. El libro se titula Caminantes del Sol. Es
una novela de aventura que transcurre en 1482 durante la época de los incas. Esto me
recuerda que cambiaron hasta los mitos de la creación, de identidad, para dar mayor
importancia al personaje masculino. Es así que el mito de los incas nos llega en la
presencia de dos hermanos, una hermana y un hermano, Mama Ocllo y Manco Capac.
Ellos emergen del lago Titicaca llevando un bastón de oro entregado por su padre Inti,
el dios Sol, con la consigna de caminar hasta un lugar donde el bastón se hunda en la
tierra, señal de que allí deberán construir una ciudad. Por supuesto, es Manco Capac
quien lleva el bastón y me imagino que Mama Ocllo le sigue a prudente distancia como
corresponde a una mujer. En realidad este mito se cuenta desde el punto de vista
occidental, puesto que el verdadero mito andino habla de cuatro hermanas y cuatro
hermanos que salen de una cueva. Son los hermanos Ayar. Eran hijos del dios Sol y
tenían la misión de fundar un reino en su nombre. El primero, Ayar Kachi, regresó a la
cueva y se quedó atrapado dentro; el segundo, Ayar Uchu, se convirtió en una wanka
sagrada, una piedra con poderes mágicos, y así quedó el último hermano, Ayar Manku,
que cambió su nombre por Manko Capac y sus dos hermanas; Mama Okllo, la
doméstica, y Mama Waka, la guerrera. Los tres empiezan a caminar en busca del lugar
preciso. Pero en este relato es Mama Wako, una mujer, quien porta el bastón de oro y es
ella quien, al llegar al lugar escogido, lanza el bastón de oro y ataca al jefe del poblado
con tanta ferocidad, que los demás se rinden y así pueden fundar su ciudad. De igual
manera, en el mito de los cañari, en el mito original de los cañari, son las guacamayas
quienes deciden seducir a los dos hermanos que escapan del diluvio hacia la cima del
cerro Faisañan, y no ellos quienes las atrapan. Esto en cuanto a dos ejemplos de mitos
de pueblos originarios.

Uno de los más nefastos personajes de la literatura infantil tradicional ha sido el


"príncipe azul", que las mujeres teníamos que esperar que llegara para poder realizarnos
como seres humanos completos, o el rey que demanda una esposa "digna" de él, que
tuviera todas las supuestas características posibles menos la de saber pensar por sí
misma. Luego viene la princesa desamparada y melindrosa con ojos como estrellas,
cabellos de seda y labios de rubí. Mi princesa favorita tiene "nariz de perdiz", "pies
planos como hojas de bananos", "áspero cabello de cola de camello", puede "ver" con el
corazón y es dueña de un gran sentido del humor que, además, lo necesita para aguantar
al rey que es un niño pedante. En el libro La princesa y el pirata, del escritor español
Alfredo Gómez Cerdá, la princesa Filomena, cansada de recibir como pretendientes a
todos los príncipes de otros famosos cuentos, decide escaparse de su propia historia, con
el pirata, para vivir su vida como le da la gana y no como se la querían imponer. En Los
zapatos de fierro, del mexicano Emilio Carballido, una chica llamada María rompe el
hechizo a un príncipe que estaba convertido en lechuga y atraviesa por numerosas
aventuras poco usuales para las heroínas femeninas. En El diario de Carmen, del
argentino Alejandro Brandes, una niña quiere ser andinista pero se encuentra con la
burla y la mente cerrada de quienes creen que son "cosas de hombres". Justamente
tengo un cuento de una niña que quiere concursar subiéndose a un "palo encebado",
durante las fiestas del pueblo y se titula Cosas de hombres. Sin embargo, soy de la
opinión que debe existir un buen equilibrio de género en la literatura infantil, pero debo
admitir que en mi obra revelo una cierta preferencia por el personaje femenino, puesto a
andar a partir de valores actuales sin alterar un ápice la credibilidad, con personajes
fuertes, activas, que tengan iniciativas y persigan metas. Que se distingan por ser
emprendedoras, perseverantes, valientes, que se midan de igual a igual con los hombres,
pero con sus propios valores sin esperar concesiones por ser mujeres, porque eso no es
otra cosa que volver a caer en el yugo paternalista.

Mi deseo es descubrir los velos de la identidad desconocida u olvidada, en igualdad de


género, para volverla universal, situada desde esta parte de América y compartida por
quienes nos reconocemos como mestizos, indios, negros y ciudadanos del mundo.
Quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos son las preguntas que trato de
responder en mis libros, con las voces de valientes guerreras y curiosos y sabios viajeros
que viven las más intrépidas aventuras hacia el interior de su propio corazón: el corazón
del pueblo negro, del pueblo indígena, del montubio y de las etnias de la Amazonía.

El reto de las identidades y la multiculturalidad(*).

Pensar Iberoamérica. Revista de cultura

Organización de Estados Iberoamericanos (OEI)

(2002)

Martín Hopenhayn

I. Globalización y postmodernidad: la irrupción de lo cultural en lo


político y el reclamo de la diferencia(1)

Los discursos de la modernidad y el desarrollo lograron generar un orden y un imaginario


centrado en conceptos como los de Estado-Nación, territorio e identidad nacional. Hoy
estos conceptos se ven minados por afuera y por debajo: de una parte la globalización
económica y cultural borra las fronteras nacionales y las identidades asociadas a ellas,
mientras la diferenciación sociocultural cobra más visibilidad y voz dentro de las propias
sociedades nacionales. La relación establecida entre cultura y política queda radicalmente
cuestionada en la medida que el Estado-Nación pierde su carácter de unidad político-
cultural y tiende a restringirse al carácter de una unidad político-institucional, con funciones
regulatorias en el campo de la economía y de los conflictos entre actores sociales.

La cultura se politiza en la medida que la producción de sentido, las imágenes, los


símbolos, íconos, conocimientos, unidades informativas, modas y sensibilidades, tienden a
imponerse según cuáles sean los actores hegemónicos en los medios que difunden todos
estos elementos. La asimetría entre emisores y receptores en el intercambio simbólico se
convierte en un problema político, de lucha por ocupar espacios de emisión/recepción, por
constituirse en interlocutor visible y en voz audible. Mientras avanza, a escala global, un
statu quo que racionaliza económicamente por el lado del capitalismo, y políticamente por
el lado de las democracias formales, adquiere mayor conflictividad el ámbito de la cultura y
la identidad. ¿Quién hace circular los signos y las sensibilidades, quién impone su
interpretación a los hechos, quién recicla la basura mediática para convertirla en señal de
identidad colectiva?

De una parte las megafusiones multimedia sumergen al individuo y a los grupos en la


sensación de impotencia frente a la inédita concentración de los medios audiovisuales. La
idea de que a mayor concentración de la propiedad de los medios, más se estandarizan los
signos, desanima a cualquier entusiasta del multiculturalismo. Pero de otra parte, los
mismos medios de comunicación deben abrirse a gustos de distintos grupos para empatizar
con audiencias cada vez más segmentadas. Y en los medios interactivos, la democracia
comunicacional avanza a medida que se difunden los terminales de computadoras y las
capacidades para usarlos. Finalmente, los públicos receptores van reconstruyendo
identidades en combinación con la oferta de la industria cultural, lo que implica un estallido
de mediaciones múltiples en el tejido social. Así, el tema del multiculturalismo cobra
primacía tanto en América Latina como en el mundo industrializado con las dinámicas de la
globalización, el paso de sociedades modernas a posmodernas, y de sociedades
industriales a sociedades de la información. Varios fenómenos estructurales concurren en
ello:

1. Un descentramiento político-cultural, donde las prácticas ciudadanas no fluyen hacia


un eje de lucha focal (el Estado, el sistema político o la Nación como su expresión
territorial), sino que se diseminan en una pluralidad de campos de acción, de espacios
de negociación de conflictos, territorios e interlocutores -y muchos de estos campos
tienden cada vez más a considerarse conflictos culturales o “identitarios”-. El
ciudadano deja de ser sólo un depositario de derechos promovidos por el Estado de
Derecho o el Estado Social, para convertirse en un sujeto que, a partir de lo que los
derechos le permiten, busca participar en ámbitos de “empoderamiento”
(empowerment) que va definiendo según su capacidad de gestión y según, también,
cómo evalúa instrumentalmente el ámbito más propicio para la demanda que quiere
gestionar. Y a medida que se expande el papel del consumo individual, tanto material
como simbólico, en la vida de la sociedad, el sentido de pertenencia se desplaza
desde el eje Estado-Nación hacia una gran dispersión en la producción de sentido y
en la interacción de sujetos. La idea republicana de ciudadanía reaparece pero no en
el horizonte de la participación política, sino de una gran variedad de prácticas
culturales, sean asociativas o comunicativas, que no necesariamente concurren en lo
público-estatal. En ello encontramos identidades monádicas, híbridas y miméticas.
Diversificación y fragmentación aparecen como dos caras de la misma moneda.
2. El "boom" de la diferencia y la promoción de la diversidad, lo que implica que muchos
campos de autoafirmación cultural o de identidad que antes eran de competencia
exclusiva de negociaciones privadas y de referencia “hacia adentro” de los sujetos,
hoy pasan a ser competencia de la sociedad civil, de conversación “hacia afuera” y
del devenir-político y el devenir-público de reivindicaciones asociadas. Así, por
ejemplo, prácticas que definen sujetos colectivos fuera de la esfera laboral y territorial,
y más en la esfera de la cultura, hoy son politizadas y llevadas a la lucha por
derechos y compromisos: diferencias de género, etnia, cosmovisión, culturas tribales
arcaicas y postmodernas, y otras. El consumo material y el consumo simbólico no
sólo diferencian por status sino también por tribus. Y algunas de ellas trascienden su
núcleo de pertenencia y se proyectan a un diálogo público en que se espera cambiar
la opinión pública, revertir los estigmas que pesan sobre algunos grupos, ampliar la
tolerancia o imponer íconos. La globalización trae consigo una mayor conciencia de
las diferencias entre identidades culturales, sea porque se difunden en los medios de
comunicación de masas, se incorporan al nuevo imaginario político difundido por
ONGs transnacionales, o se intensifican las olas migratorias; o sea porque hay
culturas que reaccionan violentamente ante la ola expansiva de la “cultura-mundo” y
generan nuevos tipos de conflictos regionales que inundan las pantallas en todo el
planeta. De este modo, aumenta la visibilidad política del campo de la afirmación
cultural y de los derechos de la diferencia.
3. El paso de lógicas de representación a lógicas de redes, donde las demandas
dependen menos del sistema político que las procesa y más de los actos
comunicativos que logran fluir por las redes múltiples de información. El ejercicio
ciudadano se expande a prácticas cotidianas a medias políticas y a medias culturales,
relacionadas con la interlocución a distancia, el uso de la información para el logro de
conquistas personales o grupales, la redefinición del consumidor (de bienes y de
símbolos) como agente que da voz a sus derechos y sus preferencias, y el uso del
espacio mediático para transformarse en actor frente a otros actores. Más se
multiplican las redes, más se dinamizan los micromundos que circulan por ellas.

En este contexto quisiera destacar una tensión propia de las democracias actuales. (2) Por
un lado se trata de apoyar y promover la diferenciación, entendida doblemente como
diversidad cultural, pluralismo en valores y mayor autonomía de los sujetos, pero sin que
esto se convierta en justificación de la desigualdad o de la no inclusión de los excluidos. Por
otro lado se busca recobrar o redinamizar la igualdad, entendida sobre todo como inclusión
de los excluidos, sin que ello conlleve a la homogeneidad cultural, a mayor concentración
del poder político o a la uniformidad en los gustos y estilos de vida. La integración-sin-
subordinación pasaría por el doble eje de los derechos sociales y los culturales, en que una
mejor distribución de activos materiales va de la mano con un acceso más igualitario a los
activos simbólicos (información, comunicación y conocimientos). Todo esto, con una
presencia más equitativa de los múltiples actores socioculturales en la deliberación pública,
y con un pluralismo cultural encarnado en normas e instituciones.

Pero todo esto no se da con suave cadencia postmoderna sino con la doble cara de la
lucha por la hegemonía y la apuesta por la democracia cultural. La globalización hace que
el multiculturalismo se haga presente en la realidad tanto bajo la forma del conflicto como
de la promesa de mayor riqueza cultural. De una parte la amenaza del atrincheramiento
fundamentalista o su contracara, la mac-donalización del mundo. De otra parte, las
posibilidades de expandir la subjetividad de cada cual en la interacción intensiva con un
otro que nos atraviesa con otras formas de mirar, de vestir, de comer, de compartir, en fin,
de practicar el amor y la espiritualidad. Y también la globalización, en el ámbito político e
ideológico, nos coloca el multiculturalismo como un valor e incluso como un ideal.
Convenciones internacionales que proscriben la discriminación y abogan por el derecho a la
diferencia son ratificadas por los Estados nacionales, y las constituciones prescriben
derechos culturales cada vez más amplios. Señales auspiciosas son los Estados que se
reconocen como pluriétnicos (Ecuador, Bolivia); la institucionalización de la educación
bilingüe en zonas donde el español suele ser segunda lengua; la politización de las
demandas de propiedad sobre las tierras por parte de culturas autóctonas; el respaldo de la
comunidad internacional a los migrantes refugiados, y otros. Las ONGs del mundo se
organizan en redes para fiscalizar todas las formas de discriminación y exclusión, y algunos
medios de comunicación difunden una sensibilidad multicultural en las pantallas de los
hogares.

La tolerancia y la defensa de la diversidad cultural se convierten en parte de lo


políticamente correcto y gotean en un imaginario global que sin duda es hoy más proclive al
multiculturalismo en su versión democrática de lo que era en décadas precedentes. Pero
los mismos medios electrónicos utilizados por las ONGs son aprovechados por grupos pro-
nazis para difundir sus ideas y buscar adherentes, y los candidatos nacionalistas y
xenófobos en Europa ganan cada vez más apoyo electoral, como el caso reciente de
Austria. Las juventudes europeas, que otrora protagonizaron la épica de la liberación, hoy
día se desplazan hacia posiciones de ultraderecha y reavivan viejos racismos frente a
migrantes árabes, turcos, pakistaníes, latinoamericanos y africanos. Finalmente, en el
campo del consumo de bienes y de símbolos, también se dan tendencias paradójicas,
donde convive el enlatado norteamericano (de jugo de tomates, o de series televisivas), con
la mayor diversificación de sensibilidades tanto en la oferta como en la recepción. Las
"hibridaciones culturales" nos hablan hoy de una industria cultural poderosa e influyente en
la vida de la gente, y también nos hablan de las formas locales en que dicha industria se
decodifica por sus usuarios: más densidad cultural y más diferenciación de identidades.

¿ Qué ocurre con América Latina y cómo se ubica en el cruce entre mayor multiculturalismo
real y mayor carga valórica del multiculturalismo? Tal como se plantea en las páginas que
siguen, creo que la región tiene al respecto una deuda histórica que se ve beneficiada por
el hecho de que hoy el tema de la diferencia cultural adquiere mayor relieve político y
público. Pero por lo mismo, es importante precisar de qué deuda estamos hablando.
II. El multiculturalismo y la negación del otro

En América Latina y el Caribe, los conflictos del multiculturalismo se vinculan


históricamente a la “dialéctica de la negación del otro” (3): ese otro que puede ser indio,
negro, mestizo, zambo, campesino, mujer o marginal urbano. Entendida en términos
étnicos y culturales, la negación del otro se remonta al período de descubrimiento,
conquista, colonización y evangelización, y recorre la relación entre la metrópoli (España y
Portugal) y la periferia (América Latina y el Caribe). Pero no acaba allí, sino que se
transfigura a lo largo de nuestra historia republicana y sus procesos de integración social y
cultural. En este sentido, podemos decir que Iberoamérica está marcada desde sus
orígenes por el problema multicultural, en la medida que la diferencia se constituye en el eje
del poder, el disciplinamiento y la expropiación.

Aunque en la formación de los Estados nacionales en el siglo XIX se planteó formalmente


la superación de las estructuras jerárquicas de la colonia bajo la bandera de una sola
cultura y una sola nación, esta fórmula sirvió también para empresas de homogenización
nacional que arrasaron con las culturas indígenas, sea por medio de la aculturación o del
exterminio. Mediante la construcción de dicotomías excluyentes como "civilización o
barbarie", se forzó a las culturas indígenas a someterse a las formas culturales del eje
dominante de la cultura blanca-europea. La negación del otro por parte de las elites
políticas y económicas (las elites que asumen su identidad como criolla, casi nunca como
mestiza) tiene, asimismo, otras caras contrapuestas y pendulares. Por un lado el otro es el
extranjero, y la cultura política latinoamericana, en sus versiones más tradicionalistas y
autoritarias, ha exhibido con frecuencia esta resistencia xenofóbica al otro-extranjero:
aquello que amenaza la identidad nacional desde fuera y corroe la nación. Es frecuente
encontrar discursos esencialistas en gobiernos autoritarios, que ostentaron el poder político
en muchos países de la región, para quienes la influencia externa adquirió el rostro de la
decadencia moral o la potencial corrupción del ethos nacional. En el extremo opuesto, el
propio "criollo" latinoamericano ha negado al otro de adentro (al indio, al mestizo)
identificándose de manera emuladora con lo europeo o norteamericano; o bien definiendo
el ethos nacional a partir de un ideal europeo o ilustrado, frente al cual las culturas étnicas
locales quedaron rotuladas con el estigma del rezago o la barbarie.

Podría argumentarse que la negación del otro es negación del multiculturalismo, es decir, el
reconocimiento unilateral de una cultura como válida frente a otras que se les niega
legitimidad. Pero también es una forma opresiva de asumir el multiculturalismo: se
reconoce la presencia de otras identidades, pero sólo para degradarlas ontológicamente y,
desde allí, hacer de esta jerarquía la estrategia discursiva para justificar la expropiación de
tierras y otros recursos, la explotación de mano de obra y la dominación política. Más aún:
el reconocimiento del otro-cultural, asociada indisolublemente al otro étnico-racial, se
constituye en un dispositivo necesario para los procesos de conquista, colonización, y
constitución de Estados nacionales cimentados en un ideal de ethos homogéneo.

Otra forma de negación del otro fue la aculturación de los pueblos indígenas y
afrolatinoamericanos,(4) vale decir, la negación de su propio universo simbólico con el fin de
disciplinarlos en el trabajo productivo, la ideología del Estado-Nación, el espíritu racionalista
y el uso de una lengua europea. Si antes habían sido desvalorizados por pre-cristianos,
más tarde lo fueron por pre-racionales y pre-modernos. Epítetos propios de un juez que
mira desde las alturas y colocan a estos grupos en el punto más bajo de la jerarquía social
y cultural, fueron, y en parte siguen siendo, los de salvajes, haraganes, indolentes,
impulsivos, negligentes, brutos, supersticiosos, disolutos, y otros.

La negación del otro adquirió luego el rostro más visible de la exclusión social y aún lo
perpetúa. Tras siglos de exclusión y dominación, a principios del nuevo milenio los pueblos
indígenas, afrolatinos y afrocaribeños, así como los migrantes de países vecinos, presentan
en América Latina y el Caribe los peores indicadores económicos y sociales. La mayor
parte de los pueblos indígenas y de las poblaciones afrolatinas viven en condiciones de
extrema pobreza. Si tomamos indicadores clásicos como logros educativos, remuneración
al trabajo, formalización en el empleo, calidad de los asentamientos y dotación de
patrimonio, vemos que estos grupos ocupan hoy el lugar más bajo en la estructura social.
Lo mismo ocurre cuando medimos el bienestar en términos más simbólicos que materiales,
pues estos grupos son los que tienen menos poder político, son los menos valorados
culturalmente y los que menos voz ostentan en el diálogo mediático donde se construyen
las imágenes sociales respecto de los actores que componen la sociedad. Para ellos, el
multiculturalismo es, a lo sumo, una esperanza vaga de reconocimiento o una retórica que
tiende un manto de invisibilidad sobre sus demandas concretas.

En efecto, un rasgo cotidiano de exclusión ha sido la recurrente invisibilización de la


diferencia Dicho mecanismo tiene manifestaciones muy diversas: el no reconocimiento del
otro-indígena y el otro-afrolatino en los currículos de la educación formal; la ausencia del
componente étnico-racial en los sistemas de relevamiento estadístico (p.e., todavía muchos
censos nacionales todavía no preguntan sobre la adscripción étnico-racial), lo que hace que
estos grupos no aparezcan definidos por su identidad étnica o cultural en el diseño y
aplicación de políticas sociales; la minimización que tanto el Estado como los medios han
hecho -hasta hace poco tiempo- de los efectos destructivos de la modernización sobre los
patrimonios de grupos indígenas y afrolatinoamericanos; y la ausencia del "tema del otro"
en el debate político, en los programas partidarios y en las utopías modernizadoras.

III. El multiculturalismo como mestizaje y tejido intercultural

A la negación del otro como afirmación de la identidad propia se opone, aunque también se
complementa, el mestizaje como realidad y como discurso. En América Latina el mestizaje
racial es intrínseco a los procesos de conquista y colonización, y la población mestiza es
mayoritaria en la región.(5) El mestizaje racial constituye, en cierta forma, la base histórica
para entender cómo se "resolvió" el tema del multiculturalismo en América Latina. Este
largo proceso es susceptible, también, de miradas distintas.

De una parte el mestizaje fue y es la forma de encuentro entre culturas. De otra, ha sido la
forma de asimilación (y aculturación) de los grupos indígenas y afrolatinos a la cultura de
conquistadores y colonizadores -y más tarde, de republicanos y modernizadores-. El
mestizaje puede entenderse como mediación, pero también como subordinación y
renuncia; como forma histórica del encuentro, y como estrategia dominante de absorción de
los dominados.

El mestizaje ha servido de palanca simbólica para instituir un "ethos" nacional como


ideología del Estado-Nación. El símbolo del "crisol de razas", sesa en países con alta
población indígena o receptores de flujos migratorios europeos, resulta emblemático en
este sentido. La "patria mestiza" constituye así una formalización del multiculturalismo,
donde lo multicultural se transmuta en intercultural. Pero esta idea ha sido cada vez más
cuestionada. Se arguye, al respecto, que el mestizaje constituye un tipo de mitificación que
sirve de manto ideológico para soslayar los conflictos entre culturas y, sobre todo, para
enmascarar una historia poblada de expoliaciones y exterminios de un grupo por otro.
También se afirma que el ideal de patria mestiza ha sido un dispositivo de homogenización
por parte de los Estados nacionales para constituir unidades culturales-territoriales allí
donde siempre ha campeado, aunque silenciada, la diversidad de culturas. Finalmente,
también se señala la brecha entre el discurso y la realidad, por cuanto la invocación positiva
del mestizaje no ha facilitado el acceso de los "mestizos" al poder o a los beneficios del
progreso, sino más bien los ha compensado simbólicamente sin hacerlos protagonistas
reales del desarrollo o de la política.

Otra forma de mirarlo es pensar América Latina y el Caribe como una región que desde sus
orígenes produce y recrea su condición de interculturalidad o "asimilación activa" de la
cultura hegemonica (desde el catolicismo hasta la modernidad) desde el acervo histórico-
cultural propio.(6) Esta condición persiste hasta la fecha, y sugiere la idea de permeabilidad
entre culturas y sujetos de distintas culturas, así como la sincronía de distintas
temporalidades históricas en el presente. América Latina y el Caribe es intercultural porque
coexiste y se mezcla lo moderno con lo no moderno tanto en su cultura como en su
economía; y porque la propia conciencia de la mayoría de los latinoamericanos está
poblada de cruces lingüísticos o culturales. Esta interculturalidad ha encarnado en múltiples
figuras y ha recibido distintos nombres: ladinización, cimarronería, creolismo, chenko, etc.
El migrante campesino que se bate por sobrevivir en las grandes urbes es la expresión de
un sincretismo espacial; las mezclas interculturales que genera la modernidad es también
otra figura recurrente; la apertura a los mercados mundiales y la heterogeneidad estructural
también tienen una connotación de tejido intercultural; e incluso la tradición populista
constituye un tejido sincrético en que los rasgos de la modernidad se entremezclan con
culturas políticas premodernas.

Desde esta perspectiva la identidad latinoamericana debe entenderse a partir de la


combinación de elementos culturales provenientes de las sociedades amerindias,
europeas, africanas y otras. El escritor mexicano Carlos Fuentes señala que tiene, para
América Latina, una "denominación muy complicada, difícil de pronunciar pero comprensiva
por lo pronto, que es llamarnos indo-afro-iberoamérica; creo que incluye todas las
tradiciones, todos los elementos que realmente componen nuestra cultura, nuestra raza,
nuestra personalidad".(7) El encuentro de culturas habría producido una síntesis cultural que
se evidencia en producciones estéticas, tales como el llamado barroco latinoamericano del
siglo XVIII, o el muralismo del presente siglo. Este tejido intercultural se expresa también en
la música, los ritos, las fiestas populares, las danzas, el arte, la literatura; y también permea
las estrategias productivas y los mecanismos de supervivencia.

Esta identidad bajo la forma de tejido intercultural ha sido considerada tanto desde el punto
de vista de sus limitaciones como de sus potencialidades. Respecto de lo primero, se
afirma que nunca ha sido del todo constituida ni asumida. Tal es la posición que asumen,
por ejemplo, Octavio Paz y Roger Bartra (8). En la metáfora del axolote utilizada por Bartra, la
identidad mexicana tendría un carácter larvario o trunco, condenada a no madurar del todo.
Como potencialidad, la identidad mestiza aparece constituyendo un núcleo cultural desde el
cual podemos entrar y salir de la modernidad con versatilidad (9), y con el cual podríamos —
si asumimos plenamente la condición del cultural— tener un acervo desde donde
contrarrestar el sesgo excesivamente instrumental o "deshistorizante" de las oleadas e
ideologías modernizadoras.

IV. El multiculturalismo y la xenofobia

El final del conflicto Este-Oeste, o de la confrontación ideológica capitalismo-comunista


como eje de la alineación global, otorga mayor presencia y fuerza a conflictos y divisiones
de otra naturaleza. Nacionalismos xenofóbicos, fundamentalismos religiosos y conflictos
étnicos pasan a primer plano en la noticia, en la política nacional e internacional, y en en la
preocupación de los pueblos. Por un lado se hacen visibles, y por el otro se recrudecen. El
fin de los socialismos reales ha ido acompañado, tanto en la ex-Unión Soviética como en
Europa Oriental, de nacionalismos fuertes que, de alguna manera, constituyen “deudas”
culturales y políticas de larga data. Lamentablemente, estas dinámicas van acompañadas
de luchas cruentas entre naciones emergentes y revitaliza la “dimensión siniestra” de la
afirmación identitaria, a saber, la discriminación racial e incluso los proyectos de “limpieza
étnica”.

Además, la mayor afluencia de migrantes internacionales y fronterizos generan –o reviven-


la xenofobia y los prejuicios raciales en los países receptores de Europa Occidental, lo cual
se exacerba si en estos últimos aumenta el desempleo y se hacen más deficitarios los
servicos sociales básicos provistos por el Estado. Ante esta última situación, grandes
contingentes de obreros poco calificados, jóvenes desocupados y dependientes de la
subvención estatal tienden a levantar chivos expiatorios para responsabilizarlos de su
propia situación: los extranjeros que disputan puestos de trabajo y los beneficios sociales
del Estado de Bienestar. Un nacionalismo reactivo comienza a verse en países
industrializados frente a grupos étnicos de otros países que llegan, a su vez, expulsados de
sus lugares de origen por falta de oportunidades, o bien porque a su vez se refugian de
situaciones de guerra que han padecido en sus países de origen. Las acciones de los
jóvenes pro-nazis en Alemania constituyen un triste ejemplo. Nuevos y viejos fanatismos
adquieren grandes dimensiones y generan situaciones incontrolables en regiones enteras.
Algunos de ellos se ejercen desde el propio Estado, y la consecuencia más dramática de
ello en los últimos años es el conjunto de genocidios sufridos por Bosnia, Timor Este,
Ruanda y Kosovo.

Europa se ve hoy atravesada por dinámicas contrapuestas. De una parte la integración


europea avanza en distintos ámbitos que reinscriben a sus habitantes en un marco
ampliado de pertenencia, marcado por referentes simbólicos tan potentes como la moneda,
la residencia jurídica y el derecho al trabajo. Pero al mismo tiempo las migraciones internas
en Europa y su impacto sobre sociedades golpeadas por el desempleo, así como la fuerza
de los regionalismos y sus identidades, coloca un signo de pregunta tanto sobre el proyecto
de integración europea como sobre la convivencia entre identidades heterogéneas. A
medida que la exclusión del mundo del trabajo golpea tanto a jóvenes nacionales como a
migrantes de otros países y otras etnias, los primeros van rechazando a los segundos. Los
valores de la tolerancia y la solidaridad social, tan caros al modelo de Estado de Bienestar y
tan propicios para un multiculturalismo proactivo, se estrellan contra el debilitamiento –
material y simbólico- de ese mismo modelo de Estado-Nación.

Un síntoma inquietante de lo anterior es el aumento de sitios xenófobos y racistas en


Internet. En junio pasado, el Centro Simon Wiesenthal con sede en Los Angeles, sostuvo
que en 1995 había sólo un website que promovía el odio xenofóbico, y que en la actualidad
existen más de 2.000. Para junio del presente año, sólo en Alemania, el número de páginas
de la web de extrema derecha se había incrementado a 330, unas 10 veces más que hace
cuatro años. Como en Europa, también en América Latina el uso de Internet también se ha
utilizado para promover grupos xenófobos de tipo nazi. Este instrumento fue crucial en la
preparación del congreso nazi que iba a tener lugar en Chile en abril del 2000 y que fue
impedido por las autoridades chilenas, según lo afirmaron sus propios organizadores. En el
mismo mes, la organización judía Centro Simon Wiesenthal advirtió de la existencia de al
menos cinco sitios de Internet elaborados en Brasil dedicados a la promoción del odio y la
violencia.

En América Latina y el Caribe la xenofobia hunde sus raíces históricas en la discriminación


étnico-racial, sobre todo en el patrón de "negación del otro" referido en páginas
precedentes. Este imaginario cultural de negación del otro se transfiere más tarde al otro-
extranjero, sobre todo si no es blanco y migra desde países caracterizados por una mayor
densidad de población indígena, afrolatina o afrocaribeña. Así, los migrantes paraguayos y
bolivianos en Argentina han sido, desde hace décadas, apodados como "cabecitas negras",
al igual que los aymaras del norte del país que se trasladan hacia la metrópolis. En Chile,
los migrantes peruanos y ecuatorianos de años recientes son vistos como "cholos". En Perú
los ecuatorianos reciben el apodo de "monos", el mismo apodo con que los ecuatorianos de
Quito desprecian a los de Guayaquil. Todas estas expresiones reúnen sentimientos
xenofóbicos con la secular discriminación étnica o racial. Estos prejuicios los padecen
también los migrantes colombianos en Venezuela, haitianos en República Dominicana,
guatemaltecos en México, o nicaraguenses en Costa Rica, y todos ellos en Estados Unidos
y países europeos. Tales prejuicios se ven agravados por el hecho de que los migrantes
suelen incorporarse a una masa de trabajadores no especializados que compiten en los
mercados de trabajo de los países receptores. Y en circunstancias en que se agrava el
desempleo de la PEA no especializada, el rechazo o desprecio hacia los migrantes también
se exacerba.

En Argentina, durante el presente año la comunidad boliviana que reside en las afueras de
Buenos Aires ha sido víctima de robos que incluyen ataques y torturas. La discriminación
de migrantes guatemaltecos en el sur de México ha sido ampliamente documentada. En
Brasil, el Departamento de Extranjeros del Ministerio de Justicia ha reconocido la existencia
de denuncias de maltrato contra extranjeros, casi todos ellos en situación irregular. En
República Dominicana, los migrantes haitianos realizan las faenas más duras en las zonas
rurales y viven y trabajan en condiciones deplorables. Además, los dominicanos ven en los
haitianos a la población "negra" mientras ellos prefieren verse como descendientes de
etnias indígeno-caribeñas y blancos. En agosto pasado, en Venezuela se retiró de la
educación pública un texto de “Instrucción Premilitar”, a raíz de comentarios presuntamente
xenófobos. El texto escolar, previsto para ser impartido a partir de este año en la educación
media del país, califica como "irracional" la inmigración de colombianos, ecuatorianos,
peruanos, dominicanos, cubanos y ciudadanos de otros países del Caribe, y se los señala
como portadores de "costumbres violentas", afirmando que las "mujeres venden la carne al
mejor postor" para conseguir la nacionalidad venezolana.

V. Multiculturalismo proactivo: asumiendo deudas históricas en


contextos postmodernos

Las páginas precedentes sugieren que, tanto en Europa como en América Latina y el
Caribe, el actual escenario de globalización y postmodernidad exacerba tanto el
multiculturalismo (como realidad y como valor), como también las dificultades para asumirlo
proactivamente. Entiendo el multiculturalismo proactivo como una fuerza histórica positiva
capz de enriquecer el imaginario pluralista-democrático, avanzar hacia mayor igualdad de
oportunidades y al mismo tiempo hacia mayor espacio para la afirmación de la diferencia.
Un multiculturalismo proactivo necesita conciliar la no-discriminación en el campo cultural
con el reparto social frente a las desigualdades. Esto incluye a su vez políticas de acción
positiva frente a minorías étnicas, y también frente a otros grupos definidos por estrato
socioeconómico, identidad cultural, edad, género o proveniencia territorial. Las políticas
contra la discriminación de la diferencia (promovidas desde los derechos civiles, políticos y
culturales) deben complementarse con políticas sociales focalizadas hacia aquellos grupos
que objetivamente se encuentran más discriminados, vale decir, en condiciones más
desventajosas para afirmar su identidad, satisfacer sus necesidades básicas y desarrollar
capacidades para ejercer positivamente su libertad.

La acción positiva debe extender los derechos particularmente a quienes menos los
poseen. No sólo se refiere esto a derechos sociales como la educación, el trabajo, la
asistencia social y la vivienda; también a los derechos de participación en la vida pública,
de respeto a las prácticas culturales no predominantes, y de interlocución en el diálogo
público. En este contexto se combinan los desafíos del nuevo escenario con su larga
historia de negación o dominación del otro. El reconocimiento y valoración de la diferencia
tiene que hacerse cargo de la superación de cualquier idea de homogeneización cultural,
de dominación o de superioridad de una cultura en relación a otra. Es necesario, pues,
sustraer todo fundamento y legitimidad a las fuentes históricas de desigualdades y
exclusiones por razones de raza, etnia, creencia, región o nacionalidad. El reconocimiento
de la diversidad multicultural y pluriétnica implica que los estados y gobiernos reconozcan
los derechos de estos grupos, los incorporen a la legislación –o incluso respeten sus
propios sistemas autónomos de justicia y propiedad- y provean los medios necesarios para
su ejercicio real.

El desafío es compatibilizar la libre autodeterminación de los sujetos y la diferenciación en


cultura y valores, con políticas económicas y sociales que hagan efectivos los derechos de
“tercera generación”, reduciendo la brecha de ingresos, de patrimonios, de adscripción, de
seguridad humana y de acceso al conocimiento. Se trata de promover la igualdad en el
cruce entre la justa distribución de potencialidades para afirmar la diferencia y la autonomía,
y la justa distribución de bienes y servicios para satisfacer necesidades básicas y realizar
los derechos sociales.

Lo anterior plantea una agenda muy diversificada si se quiere responder al reto del
multiculturalismo proactivo. Dicha agenda incluye, pero a la vez trasciende, el ámbito de las
políticas culturales en sentido estricto. Valgan, a modo ilustrativo y para motivar la reflexión,
los siguientes puntos propositivos.(10)

En materia de educación, no sólo implica generalizar programas bilingues en zonas donde


los educandos tienen el español como segundo idioma, sino también pasar a un modelo
educativo con vocación multicultural, y donde dicha vocación se refleje en contenidos,
valores y prácticas pedagógicas. El respeto a la diversidad étnica y cultural, la educación
cívica apoyada en la ciudadanía plena y extendida, la pertinencia curricular frente a
distintas realidades sociales y culturales con que llegan los niños a las escuelas, así como
el fomento a prácticas comunicativas basadas en el respeto al otro y la reciprocidad en la
comprensión, son elementos básicos en este cambio de concepto.

En cuanto a la comunicación a distancia, ésta tiende a ser cada vez más importante para
incidir políticamente, ganar visibilidad pública y ser interlocutor válido en el diálogo entre
actores. Se debe, pues, prestar especial atención en promover el acceso de los pueblos
indígenas, afrolatinos, afrocaribeños y migrantes a las nuevas tecnologías, especialmente
en el ámbito de las comunicaciones, tanto porque los capacita productivamente para la
sociedad del conocimiento, como también porque les permite mayor capacidad colectiva en
materia de gestión, organización e interlocución política. Ya en América Latina muchas
organizaciones utilizan los medios interactivos, como Internet, para publicitar sus reclamos
y formar parte de movimientos supranacionales. También sería altamente positivo que los
gobiernos, desde sus secretarías de comunicación y organismos colegiados (como
asociaciones o colegios de periodistas y comunicadores), trabajen coordinamente con los
medios de comunicación para diseñar estrategias mediáticas que promuevan los valores
positivos de la tolerancia, la apertura al otro, el multiculturalismo y la disposición al diálogo
intercultural y "trans-fronteras". Y que prevengan contra toda forma de comunicar que
despierte xenofobias, o que estigmatice a los otros (culturales, raciales, territoriales) por el
mero hecho de ser otros.

En relación al empleo y el trabajo, donde indígenas, migrantes y afrolatinos enfrentan una


situación de clara desventaja -y con frecuencia, discriminación- los Estados deben fiscalizar
para asegurar un trato menos discriminatorio, y a la vez promover el acceso más equitativo
a la educación. Es preciso velar por remuneraciones iguales por iguales tareas, y por la
extensión de derechos y prestaciones sociales, de salud y accidentes y enfermedades
profesionales. Para promover mayor igualdad en acceso al empleo y y condiciones de
trabajo será necesario contemplar, allí donde sea posible, medidas de acción afirmativa o
discriminación positiva, no sólo para opciones de empleo a las minorías, sino también para
institucionalizar mecanismos que prevengan contra la discriminación y segregación a futuro
en el empleo.

En el campo de la salud, es necesario adoptar medidas especiales para lograr que los
servicios de salud y otros servicios sociales sean más accesibles a estas poblaciones y
respondan mejor a sus necesidades; y reconocer y promover la medicina y farmacología
tradicional, aceptando el empleo de medicamentos acreditados por su uso eficaz.

Los Estados deben asegurar los derechos territoriales y la posesión de las tierras que los
pueblos indígenas han habitado y utilizado secularmente, sea a través de normas legales
generales y específicas o por la vía del reconocimiento de los derechos consuetudinarios y
los usos y ocupaciones históricas. En contexto de autonomía y autodeterminación, como lo
fija y define el Convenio 169 de la OIT, se debe propender al establecimiento de medidas y
programas de acción para que las poblaciones indígenas administren y gestionen sus
propios territorios y recursos naturales.

Respecto de la invisibilidad de los grupos discriminados, crecientemente las


organizaciones indígenas y de afrolatinoamericanos han planteado enérgicos reclamos. No
sólo es preciso apoyar con soportes tecnológicos y de capacitación las prácticas
comunicativas de estos grupos en una sociedad mediática. Hay que trabajar también en
otros niveles. En el relevamiento de datos, es preciso generalizar datos censales
actualizados sobre la población indígena, afrolatinoamericana, afrocaribeña y migrante, así
como encuestas de hogares que permitan recoger información sobre sus condiciones
socioeconómicas y su percepción de la discriminación. Esos datos deben, a su vez, hacer
posible la construcción de indicadores que permitan a los Estados, las organizaciones no
gubernamentales y las instancias diversas de acuerdos políticos, plantear políticas
consistentes con la situación de los grupos que se ven discriminados social y culturalmente.
En el nivel de los medios y de la política, es importante dar visibilidad a la discriminación.
Piénsese que muchos Estados declaran que en sus países no existe discriminación racial o
cultural por el hecho de que sus constituciones lo proscriben, pero no dan cuenta de las
formas consuetudinarias que dicha discriminación adquiere. Por lo mismo, debe apoyarse a
las organizaciones y grupos de la sociedad civil que trabajan en el combate a la xenofobia,
el racismo y todas las formas de discriminación, concediéndoles facilidades para acceder a
espacios públicos, emitir mensajes en los medios de comunicación y participar del diálogo
político.

El tema de Internet es cada vez más relevante a medida que se extiende su uso y su
influencia en la opinión pública. Especial mención merece el aumento de los mensajes
xenofóbicos y neo-nazis que circulan por la red. Se sabe que es muy difícil regular el flujo
interactivo de estas redes, pero sí es posible emitir, tanto vía Internet como en los medios
convencionales, mensajes que adviertan a la ciudadanía (y sobre todo a los usuarios de
Internet) sobre los riesgos que implican estos grupos, y sobre el carácter siniestro que
asumen estas ideologías cuando adquieren poder y apoyo masivos.

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En síntesis: un multiculturalismo proactivo nos invita a conciliar la afirmación de la


diferencia con la igualdad de oportunidades de los distintos grupos e identidades culturales
que recorren el tejido social. Esta invitación nos desafía, a la vez, a combinar múltiples
campos de acción política, y de diseño y aplicación de políticas. Los foros, convenios y
tratados internacionales, así como las constituciones dentro de los países, constituyen una
base jurídico-política desde la cual se puede avanzar en esta dirección. Pero si la propia
sociedad civil y los sistemas políticos no se movilizan con imaginación e iniciativa, dicha
base puede confinarse a letra muerta. Por otro lado la globalización, tanto económica como
comunicacional, va nutriendo a las sociedades nacionales con una diversidad creciente de
identidades y proyectos colectivos, lo que provoca riesgos, conflictos y promesas. Y el
tiempo apremia si queremos se trata de inclinar la balanza hacia el lado de las promesas.

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Notas

(*) MULTICULTURALISMO PROACTIVO: UNA REFLEXIÓN PARA INICIAR EL DEBATE


(Nuevos Retos de las políticas culturales frente a la Globalización, Barcelona, España, 22-
25 de noviembre de 2000)

(1) Basado en mi trabajo inédito: "¿Integrarse o subordinarse? Nuevos cruces entre política
y cultura", a publicarse por CLACSO en 2001.

(2) Esta idea se basa en el capítulo final de “Equidad, desarrollo y ciudadanía”, CEPAL,
2000.

(3) Los siguientes párrafos se basan en: Fernando Calderón, Martín Hopenhayn y Ernesto
Ottone, Esa esquiva modernidad: desarrollo, ciudadanía y cultura en América Latina y el
Caribe, Caracas, UNESCO-Nueva Sociedad, 1996.

(4) Agradezco la colaboración del antropólogo Álvaro Bello en este punto.

(5) Entendiendo el mestizaje no sólo como descendencia de indígenas y blancos, sino


también de blancos y afrolatinos, de afrolatinos e indígenas, etc.

(6) Este punto se basa en: Fernando Calderón, Martín Hopenhayn y Ernesto Ottone, Esa
esquiva modernidad, op. cit.

(7) Entrevista de Sergio Marras, América Latina, marca registrada, op. cit., p. 34.
(8) Ver Octavio Paz, El laberinto de la soledad, México, D.F., Fondo de Cultura Económica,
edición original de 1959; y Roger Bartra, La jaula de la melancolía: identidad y
metamorfosis del mexicano, México, D.F., Grijalbo, 1987.

(9) Ver Néstor García Canclini, Culturas híbridas: estrategias para entrar y salir de la
modernidad, México, D.F., Grijalbo, 1990.

(10) Algunas de estas propuestas se basan en: Alvaro Bello y Marta Rangel, "Etnicidad,
'raza''y equidad en América Latina y el Caribe", CEPAL, Santiago, doc. LC/R.1967, agosto
de 2000.

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Martín Hopenhayn

Máster en Filosofía por la Universidad de París VIII bajo la dirección del Filósofo francés
Gilles Deleuze. Ha sido profesor de Filosofía en la Universidad de Chile, Universidad Diego
Portales y Academia de Humanismo Cristiano de Chile.
Ha trabajado como consultor-investigador en el Instituto Latinoamericano de Estudios
Transnacionales (ILET), en el Programa de Economía y Trabajo (PET), en el Centro de
Alternativas de Desarrollo (CEPAUR), en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
(FLACSO), en el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y en el Instituto
Latinoamericano de Planificación Económica y Social (ILEPES). Desde el año 1989 es
investigador de la División de Desarrollo Social de la Comisión Económica para América
Latina y el Caribe (CEPAL).
Es autor de numerosos libros y artículos sobre temas culturales latinoamericanos,
integración social, política, educativa, y cultural, industrias culturales y globalización.

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