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La primera vez que me enamoré de un hombre.

Pareciera que, en la construcción de mi vida, las dicotomías siempre son una constante. Desde
que tengo memoria, y desde la primera vez que verdaderamente pude distinguir el amor
romántico y separarlo lo suficiente de todo lo demás, aún recuerdo la primera vez que me
enamoré de un hombre.

Desde mi infancia, siempre fui supuesto y casi que obligado a creer que muchas de las
cosas que íntimamente me gustaban, eran completamente equivocadas. Natural de venir de un
ambiente familiar cerrado, sumamente conservador, y claro, de estar dentro de una escuela con
inclinación a la religión católica, crecí huyendo de mí mismo.
Sin embargo, de entre toda la incertidumbre y el drama constante que significaba el tener
que disimular, hubo cabida para conocer a un chico precioso, no tardaría en caer rendido ante él.
En la manera de la preservación y el respeto que tengo por la privacidad, evitaré el nombre o
referencias que puedan determinar su identidad.
Este chico, dulce, amable, y atento, resultó ser una gran ayuda para las grandes frustraciones que
un ínfimo niño de 12 años podía tener, estoy siendo sarcástico, obviamente; Pero en medida de
lo posible, y preservando las cantidades, para una mente pequeña como aquel tiempo, era difícil
asimilar mucha de la realidad que querían hacerme creer que era cierta, aunque no escribo como
queja, escribo como un suspiro de tiempo, del recuerdo.
Nos gustaba particularmente casi todo lo mismo, solíamos pasar tardes fuera de la escuela
platicando de muchos temas, franquicias, toda clase de sucesos que vivíamos, aunque siempre
supe la posición de los dos; Sé que era el único que sentía algo por el otro. Y dolía, dolió, pensar
en que escuchaba cada relato que él me contaba sobre su día, sobre sus ocurrencias absurdas que
hacían sentido para nosotros, cuando yo le contaba las mías, vaya, era todo un espectáculo de
luces de neón. Fue de los amores más nobles que he podido percibir en toda mi vida, a veces
cuando pienso en nosotros, lo imagino de una manera. Luego, de otra.
Y realmente sería difícil definir tan concretamente un universo tan complejo como lo fuimos
nosotros, jamás fuimos algo más allá que ser amigos, pero siempre lo amé con todo mi corazón.
Él fue el primero que me hizo replantearme mi sexualidad, mi persona, mis convicciones, mis
paradigmas, él lo empezó todo. Y qué puedo decir, para una persona que se odió la mitad de su
vida por creer que sus gustos eran reprochables y desagradables, él era la luz que aligeraba la
carga de no poder aceptarme a mí mismo.
Él me ayudó a amar esa parte que no cuadraba en mí, en ayudarme a entender mi lugar ante la
vida de él, y de los demás. Fue el primer grito de rebeldía que surgió en mí como para querer
externalizar al mundo lo tanto que quería ser aceptado, no sólo por mí, si no por poder compartir
ante el mundo la persona más maravillosa que podía haber presenciado en tantas memorias. Hoy
en día sólo pienso con un suspiro de alivio, no he vuelto a saber de él en mucho tiempo,
probablemente está bien, quizá tenga novia, no lo sé, de verdad me gusta pensar que en las
estrellas puedo reflejarme en su presencia.
Particularmente, él ha sido la gota que derramó una barrera que creía irrompible: De las primeras
veces que Axel podía abrirse a sentir con un corazón ajeno, la primera vez que no sentía tanto
remordimiento en tener ganas de besar los labios que no eran de una mujer.
En el presente, me es grato pensar en esa clase de historias como una manera de redescubrir la
humanidad que hay en nosotros dos, y claro, externalizar en un macro tan similar al resto de seres
que coexisten en el mundo. Recuerdo sus ojos cafés preciosos, que hacían sintonía con el brillo
de los míos al percibirlo, realmente es de los amores que siempre decidí guardarme contar, pero
ahora que caigo en cuenta, jamás entenderé por qué me forcé a negarme a hablar de los amores
más nobles que he podido sentir; Guardar nuestro cachito de vida en un cascarón que bloqueaba
las opiniones de la gente, tener el propósito suficiente para hacer mi corazón lo suficientemente
defendible de las veces que muchos conocidos hablaron de la homosexualidad, pero sobre todo,
tener un motivo suficiente para darme cuenta que todo el tiempo me mentí a mí mismo, porque
qué justicia le harían mis palabras contrastantes a la manera en la que mi corazón latía cada que
lo miraba llegar. Con ese cariño, así fue como recuerdo la primera vez que me enamoré de un
hombre.

Rocket Dupont.

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