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Prologo

No necesito deleitarme con la ambrosia de


los dioses, puesto que tengo tus dulces labios
color rubí.

“Un día más de mi vida, un día más en el


claustro inhóspito de mis pensamientos” Así
eran como empezaban todos los días de mi
vida, con una idea vaga, cruda y negativa, ese
tipo de enunciados que al ser creados solo
generan un estado de ánimo deplorable.
Recuerdo perfectamente como mi existencia
yo mismo la ponía en duda, como entre cuatro
paredes me la pasaba y no salía solo por miedo
a las relaciones interpersonales; considero que
nunca llegue a ser un asocial, sin embargo,
hablar con otros de mi misma especie se me
hacía un poco arduo, mi voz y cuerpo se
convertían en una trémula aglomeración de
nervios, tics y una voz baja originada por el
hecho de no sonar agresivo y causar mal rato a
quien me daba la oportunidad de interactuar.
Muchos malos momentos pasé en mi
juventud; yo mismo era mi depredador, mis
ideas eran como una jauría de lobos que roían
hasta las más finas fibras de mi ser. A medida
que me hacía mayor y transcurrían los años, mi
cerebro se iba convirtiendo en una masa que
agrupaba muchas verdades, realidades, juicios
e ideologías, estas últimas eran las que más me
hacían dudar de mí mismo, de lo que yo era y
lo que no era.
En aquel lapso de mi vida hay un registro
mínimo de mi apariencia, pero si he de decir
algo, tenía sobrepeso, acompañado de un
problema de tiroides que poco controlaba, mi
salud no era prioridad, bueno, es más, aun no
lo es, prefiero ver en buen estado a mis seres
amados. Le tenía miedo a las fotos, no me
gustaban en absoluto y muchas veces se
presentaron problemas por esa misma
situación, me ponía bastante agresivo al notar
que alguien tomaba una fotografía, porque eso
lo sentía como una burla.
Personas se cruzaron en mi camino y así como
aparecieron, así se fueron y quedaron
registradas en el olvido, pero de aquellos no
haré redacción, no me tomaré el tiempo como
para darles un espacio en este escrito, ni
tampoco a quienes se quedaron, excepto a una
señorita, una fémina que con su desbordada
belleza acumulaba la mirada lujuriosa de
decenas de hombres, que desde sus
eurítmicos rizos hasta sus esbeltos pies,
llenaba de vida y felicidad un salón de clases a
muchas personas; su meliflua voz, su piel color
canela, sus delicados e incandescentes labios,
su actitud arrolladora, su inteligencia y gran
corazón. Son muchas las características que
tiene ella y desde el primer momento mis ojos
se enfocaron en tan esculpida divinidad greco-
egipcia. Es de ella quien hablaré en este
escrito, alabando su grata presencia y
exaltando los tan magnánimos actos que ella
ha hecho por mí en pos de un mejor futuro.
Capítulo I

La febricitante llama de
nuestro amor

“Hola, mucho gusto. Daniela”. Es así como


todo empezó. Un día rutinario de colegio a
inicios del año 2016, con un clima un poco
menos de lo que para mí se considera
adecuado; un sol exaltado quizás por la minua
participación que había tenido en aquellos
días, o quizás por la regocijante idea de que
hallaría mi futura novia.
No respondí como aquellos que se aventuran
al flirteo atosigante, me presenté y di mis más
sinceros saludos, solo que había algo extraño,
y era, que ambos teníamos el mismo nombre,
con una vocal que lo diferenciaba, la “a”.
Quedamos sorprendidos y alardeamos de eso
por un buen rato, pero no se quedó allí la
conversación, me senté junto a ella y encontré
aspectos que dilataban mi pupila y aceleraban
mi corazón. Aquella fémina que me saludo
primero, poco a poco se fue convirtiendo en la
chica con la que yo quería hablar a cada
instante y que cada vez que se acercaba a mí
para hablar, ponía todo mi cuerpo en un tonto
maremágnum de nervios.
No quiero acabar tan pronto el misterio y
deseo continuar con lo que se gesta entre ella
y yo, aquel febricitante amor que se despliega
a lo largo de dos organismos, dos individuos
que parecieran uno solo, no por sus
semejanzas, sino por sus bastas diferencias,
aquellas disparidades que no son nada más y
nada menos que una razón más para hallar una
solución propicia para seguir adelante.
“Muy buenos días amor ¿Qué tal amaneces?”
es como nos levantamos cada día en las
mañanas y como al inicio del día nos decimos
te amo, sin tener que escribir o decir esas dos
palabras compuestas por tres vocales y dos
consonantes, dos sencillas palabras que en
muchos casos se quedan en eso, en solo
banales palabras, que hasta el lánguido soplido
de un recién nacido puede derrumbar y hacer
volar a gran velocidad y por una gran distancia.
Esa enternecedora oración es el fruto de
bastas experiencias juntos, no de solo un
instante donde nuestras bocas se besaron y ya,
o el momento en que un abrazo nos hizo tener
una conexión especial. En aquel módico, pero
a la vez enorme detalle, se encuentran
jornadas enteras de apoyo sin descanso, días
en donde las discusiones parecían ganar la
batalla y muchas veces la guerra entera,
momentos donde la tristeza abordaba
nuestros cuerpos sin permiso alguno, dejando
tras ella una huella de temor, ansia, ira,
desilusión y estancamiento; muchos eventos
sucedieron entre nosotros donde la toalla del
último round estaba a punto de tocar el suelo
y dejar toda una relación sin fuerzas en el suelo
frio del orgullo.
el cultivo fue nuestra conversación y la
cosecha nuestro amor

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