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LA ODISEA

La odisea es un poema épico que narra las aventuras de Odiseo, también conocido como Ulises, en
su viaje de regreso a su patria, Ítaca, desde el momento en que finaliza la guerra de Troya, narrada
en la Ilíada, hasta el momento en que finalmente vuelve a su hogar, muchos años después.
La autoría de esta obra, escrita en griego antiguo, se atribuye a Homero, poeta que vivió en la región
de Jonia, actual Turquía, durante el siglo VIII a. de C. Fue compuesta por los siglos IX y VIII a.c. Las
aventuras que relata están inspiradas en viejos cuentos y narraciones folclóricas que se difundieron
a través de la tradición oral. El poeta canta y exalta las peripecias de Odiseo o Ulises, llenas de
astucia, ingenio y valor.
La obra refleja la vida aristocrática, la nobleza privilegiada y las divinidades de esos tiempos. Los
seres mitológicos aparecen humanizados, con virtudes y vicios. Se menciona a Polifemo (gigante de
un solo ojo, devorador de hombres); Circe {hechicera que convirtió en cerdos a los compañeros de
Odiseo, con el fin de retener al héroe); Calipso (reina de la isla de Ogigia, en el mar Jónico, que dio
hospitalidad a Ulises y lo retuvo siete años); Mentor (anciano sabio, guía y consejero del
protagonista); etc.

Ulises, valiéndose del arco, mata a los pretendientes de Penélope


ARGUMENTO
Al finalizar la guerra de Troya, Ulises intenta volver a su hogar, en la isla de Ítaca, pero la intensa
tempestad y la voluntad de algunos dioses lo detienen. Su esposa Penélope y su hijo Telémaco lo
esperan, soportando los abusos de algunos príncipes pretendientes. Para contener los ímpetus, ella
había prometido escoger esposo cuando terminara de tejer; pero por la noche destejía lo avanzado
durante el día y así evadía la elección.
LECTURA
RAPSODIA XXIII
RECONOCIMIENTO DE ODISEO POR PENÉLOPE
(Después que Ulises mata a los pretendientes en Palacio, Penélope es despertada y le
anuncian la llegada de su esposo. Ingresa a la sala e incrédula lo queda mirando.)
TELÉMACO.- ¡Madre mía, descastada madre, puesto que tienes ánimo cruel! ¿Por qué te pones tan
lejos de mi padre, en vez de sentarte a su lado, y hacerle preguntas y enterarte de todo? Ninguna
mujer se quedaría así, con ánimo tenaz, apartada de su esposo, cuando él, después de pasar tantos
males, vuelve en el vigésimo año a la patria tierra. Pero tu corazón ha sido siempre más duro que
una piedra.
Respondióle la discreta Penélope:
PENÉLOPE.- ¡Hijo mío! Estupefacto está mi ánimo en el pecho, y no podría decirle ni una sola
palabra, ni hacerle preguntas, ni mirarlo de frente. Pero, si verdaderamente es Odiseo que vuelve a
su casa, ya nos reconoceremos mejor, pues hay señas para nosotros que los demás ignoran.
Así se expresó. Sonrióse el paciente divinal Odiseo y en seguida dirigió a Telémaco estas aladas
palabras:
ODISEO.- ¡Telémaco! Deja a tu madre que me pruebe dentro del palacio; pues quizá de este modo
me reconozca más fácilmente. Como estoy sucio y ando con miserables vestiduras, me tiene en poco
y no cree todavía que sea aquél. Deliberemos ahora para que todo se haga de la mejor manera. Pues
si quien mata a un hombre del pueblo, que no deja tras sí muchos vengadores, huye y desampara a
sus deudos y su patria tierra, nosotros hemos dado muerte a los que eran el sostén de la ciudad, a
los más eximios jóvenes de Ítaca. Yo te invito a pensar en esto.
Respondióle el prudente Telémaco:
TELÉMACO.- Conviene que tú mismo lo veas, padre amado, pues dicen que tu consejo es en todas
las cosas el más excelente y que ninguno de los hombres mortales competiría contigo. Nosotros te
seguiremos presurosos, y no han de faltarnos bríos en cuanto lo permitan nuestras fuerzas.
Contestóle el ingenioso Odiseo:
ODISEO.- Pues voy a decir lo que considero más conveniente. Empezad lavándonos, poneos las
túnicas y ordenad a las esclavas que se vistan en el palacio; y acto seguido el divinal aedo, tomando
la sonora cítara, nos guiará en la alegre danza; de suerte que, en oyéndolo desde fuera algún
transeúnte o vecino, piense que son las nupcias lo que celebramos. No sea que la gran noticia de la
matanza de los pretendientes se divulgue por la ciudad antes de salirnos a nuestros campos llenos
de arboleda. Allí examinaremos lo que nos presente el Olímpico como más provechoso.
Así les dijo, y. ellos escucharon y obedecieron. Comenzaron a lavarse y a ponerse las túnicas,
ataviáronse las mujeres, y el divinal aedo tomó la hueca cítara y movió en todos el deseo del dulce
canto y de la eximia danza. Presto resonó la gran casa con el ruido de los pies de los hombres y de
las mujeres de bella cintura que estaban bailando. Y los de afuera, al oírlo, solían exclamar:
UNA VOZ.- Ya debe de haberse casado alguno con la reina que se vio tan solicitada. ¡Infeliz! No tuvo
constancia para guardar la gran casa de su primer esposo hasta la vuelta del mismo.
Así hablaban, por ignorar lo que dentro había pasado. Entonces Eurínome, la despensera, lavó y
ungió con aceite al magnánimo Odiseo en su casa, y le puso un hermoso manto y una túnica; y
Atenea esmaltó con notables hermosuras la cabeza del héroe e hizo que se ostentase más alto y
más grueso, y que su cabeza colgaran ensortijados cabellos que flores de jacinto semejaban. Y así
como el hombre experto, a quien Hefestos y Palas Atenea han enseñado artes de toda especie, cerca
de oro la plata y hace lindos trabajos, de semejante modo Atenea difundió la gracia por la cabeza y
por los hombros de Odiseo. El héroe salió del baño con el cuerpo parecido al de los inmortales, volvió
a sentarse en la silla que antes había ocupado, frente a su esposa, y le dijo estas palabras:
ODISEO.- ¡Desdichada! Los que viven en olímpicos palacios te dieron corazón más duro que a las
otras débiles mujeres. Ninguna se quedaría así, con ánimo tenaz alejada de su marido, cuando éste,
después de pasar tantos males, vuelve en el vigésimo año a la patria tierra. Pero ve, nodriza, y
aparéjame la cena para que pueda acostarme; que ésa tiene en su pecho corazón de hierro.
Contestóle la discreta Penélope.
PENÉLOPE.- ¡Desdichado! Ni me entono, ni me tengo en poco, ni me admiro en demasía; pues sé
muy bien cómo eras cuando partiste de Ítaca en la nave de largos remos. Ve, Euriclea, y ponle la
fuerte cama en el exterior de la sólida habitación que construyó él mismo; sácale allí la fuerte cama
y aderézale el lecho con pieles, mantas y colchas espléndidas.
Habló de semejante modo para probar a su marido; pero Odiseo, irritado, díjole a la honesta esposa:
ODISEO.- ¡Oh mujer! En verdad que me da gran pena lo que has dicho. ¿Quién me habrá trasladado
el lecho? Difícil le fuera al más hábil, si no viniese un dios a cambiarlo fácilmente de sitio; más ninguno
de los mortales que hoy viven, ni aun de los más jóvenes, lo movería con facilidad, pues hay una
gran señal en el labrado lecho que hice yo mismo y no otro alguno. Creció dentro del patio un olivo
de alargadas hojas, robusto y floreciente, que tenía el grosor de una columna. En tomo suyo labré
las paredes de mi cámara, empleando multitud de piedras; la cubrí con excelente techo y la cerré con
puertas sólidas, firmemente ajustadas. Después corté el ramaje de aquel olivo de alargadas hojas;
pulí con el bronce su tronco desde la raíz, haciéndolo diestra y hábilmente; lo enderecé por medio de
un nivel para convertirlo en pie de la cama, y lo taladré todo con un barreno. Comenzando por este
pie, fui haciendo y pulimentando la cama hasta terminarla; la adorné con oro, plata y marfil, y extendí
en su parte interior unas vistosas correas de piel de buey, teñidas de púrpura. Tal es la señal que te
doy; pero ignoro, oh mujer, si mi lecho sigue incólume o ya lo trasladó alguno, habiendo cortado el
pie de olivo.
Así lo dijo; y Penélope sintió desfallecer sus rodillas y su corazón al reconocer las señales que Odiseo
daba con tal certidumbre. Al punto corrió a su encuentro, derramando lágrimas; echóle los brazos
alrededor del cuello, le besó en la cabeza y le dijo:
PENÉLOPE.- No te enojes conmigo, Odiseo, ya que eres en todo el más circunspecto de los
hombres; y las deidades nos enviaron la desgracia y no quisieron que gozásemos juntos de nuestra
mocedad, ni que juntos llegáramos al umbral de la vejez. Pero no te enfades conmigo ni te irrites si
no te abracé, como ahora, tan luego como estuviste en mi presencia; que mi ánimo, acá dentro del
pecho, temía horrorizado que viniese algún hombre a engañarme con sus palabras, pues son muchos
los que traman perversas astucias. La argiva Helena, hija de Zeus, no se hubiera juntado nunca en
amor y cama con un extraño, si hubiese sabido que los belicosos aqueos habían de traerla
nuevamente a su casa y a su patria tierra. Algún dios debió de incitarla a ejecutar aquella vergonzosa
acción, pues antes nunca había pensado cometer la deplorable falta que fue el origen de nuestras
penas. Ahora, como acabas de referirme las señales evidentes de nuestra cama, que no vio mortal
alguno, sino sólo tú y yo y una esclava, Actoris, que me había dado mi padre al venirme acá y
custodiaba la puerta de nuestra sólida estancia, has logrado dar el convencimiento a mi ánimo, con
tenerlo yo tan obstinado.

Penélope reconoce a Ulises

ACTIVIDAD
ANÁLISIS Y COMENTARIO
1. ¿Por qué se justifica la actitud de Penélope ante Odiseo?
2. ¿Cómo le demuestra Odiseo su identidad?
3. ¿Qué simboliza el personaje Penélope?
4. ¿Qué de real y de fantástico tiene la obra?
5. Dibuja una escena de la Odisea.

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