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2 El diálogo del Silencio
© Paolo Cangelosi
© De esta edición. Budo International Publ. Co.
Tutte le fotografie in studio sono opera di Alfredo Tucci, ad eccezione di
quelle taurine, una gentile concessione degli allievi di Paolo Cangelosi
Tutti i diritti sono riservati per l'edizione in lingua spagnola e per qualunque altra edizione. Proibita la riproduzione
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o in qualunque supporto, magnetico o elettronico, senza autorizzazione della casa editrice o di entrambi gli autori.
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ISBN:Deposito legale:
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Itsuo Tsuda
4 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 5
ÍNDICE
PRÓLOGO
EL LENGUAJE DUALISTA
II
LA NOCIÓN DE ENFERMEDAD
global del Seitai. Sin embargo, esta comprensión no puede ser ver-
dadera si queda únicamente en el plano intelectual. Hace falta que el
dualismo entre el alma y el cuerpo desaparezca para llegar a la plena
comprensión.
Algunos dicen que el Movimiento Regenerador es bueno para
el cuerpo, pero que hace falta un método de control mental para el
espíritu. Otros adoptan una actitud extremadamente intransigente
para criticar y atacar a los dualistas. Actuando así, caen en su propia
trampa, a saber, en el anti-dualismo que es una especie de dualismo.
No es tan fácil como se piensa salir del dualismo.
Cuando se consigue aprovechar la enfermedad, la vida se acti-
va, pues el organismo hace constantemente esfuerzos para recuperar
su equilibrio. Parece como si uno nunca estuviera enfermo. La verdad
es que, como el metabolismo está estimulado, no se queda uno en un
estancamiento constante.
Cuando el estancamiento persiste demasiado tiempo, en con-
diciones más y más tranquilizadoras, se llega a otra categoría de
enfermedades que yo llamaría “enfermedades de grandes deudas”. El
cáncer, la cirrosis hepática, las hemorragias cerebrales, todas estas
acumulaciones de perezas orgánicas, llegan con disimulo, sin hacer
ruido. Un buen día, uno se despierta y se encuentra, cara a cara, ante
el acreedor que le conmina a que pague todo de golpe.
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30 El diálogo del Silencio
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III
LA SOCIEDAD Y EL INDIVIDUO
muy aventurado. Este tipo de bricolaje no tiene nada que ver con lo
que una mujer realiza en nueve meses de gestación. La forma del
seno cambia meses antes a la expectativa de la lactancia. El ser que
llega al mundo está provisto de todos los órganos y facultades, inclu-
so de aquellos que aún están por descubrir mediante las investiga-
ciones. Hay que decir que, a pesar de tantos medios movilizados, la
ciencia no es capaz de producir ni una gota de sangre.
Los prejuicios creados por este conocimiento imperfecto que
es la ciencia, no nos permiten hacer el vacío de nuestra mente. El
hombre sigue siendo un desconocido, incluso medio siglo después
de Alexis Carrel.
La ciencia empieza con la forma y termina con un sistema de
interpretación. El ki muere con la forma que es justamente el punto de
partida de la ciencia.
La ciencia es incapaz de tratar cosas que no tienen forma, que
son inaprensibles e indeterminables por un medio cualquiera de
detección. Una cosa empieza a existir a partir del momento en que se
consigue dar pruebas tangibles de su existencia y en que se le da un
nombre. Si no, la ciencia se quedará en el terreno del ocultismo o de
la fantasía. Ejerce tal fascinación sobre la gente que acapara toda
nuestra atención sobre temas determinados en detrimento de todo lo
demás.
Uno de los hijos de Noguchi siguió un curso de higiene en la escue-
la, una conferencia sobre la disentería. Dijo a su padre: “¡Ahora tengo
miedo de beber agua o de comer pasteles!”
El padre, como si nada, le preguntó:
- Hasta ahora no te ha afectado la disentería y has bebido agua;
estás sano y has comido pasteles. ¿Por qué te preocupas?
El hijo reflexionó con aire serio y dijo:
Se me había olvidado por completo una cosa importante: vivimos.
Por el hecho de vivir el organismo suscita las funciones necesarias
para la vida: la resistencia contra los microbios o la capacidad de
reaccionar… Cuando la vida se debilita uno puede coger la disente-
ría.
La mayoría de la gente olvida esta cosa sencilla que es la vida. Es
bueno utilizar el conocimiento higiénico para hacer la vida agradable,
pero la fijación excesiva que provoca el miedo a los microbios parali-
za la vida.
No es el cuerpo, con sus sistemas nervioso, digestivo o circulato-
Itsuo Tsuda 35
IV
EL EXTRAPIRAMIDAL
cama. Mientras uno habla, las manos, los dedos e incluso los pies se
mueven, sin ser consciente de ello. Uno consigue mantener al mismo
tiempo el equilibrio postural, sin pensar en ello especialmente.
Por lo tanto, el movimiento existe siempre, incluso ahí donde la
voluntad está ausente. Se puede decir que la parte del movimiento
voluntario es mínima comparada con el conjunto de los movimientos
que ejecuta el cuerpo.
Si la actividad humana dependiese completamente del sistema
voluntario, toda la humanidad hubiera desaparecido pronto de la tie-
rra, pues al principio de la vida nadie es capaz de recurrir a la volun-
tad para alimentarse solo. No es la voluntad ni el conocimiento dieté-
tico lo que nos empuja a buscar el seno y mamar. Es únicamente el
sistema motor extrapiramidal, que funciona para realizar este trabajo.
Con el desarrollo de la inteligencia y de la voluntad, aprende-
mos a organizar la vida. En lugar de saltar sobre los alimentos direc-
tamente, elegimos, pagamos el precio, cocinamos y preparamos la
mesa. Para eso hace falta dinero. Para comprender la relación entre
el dinero, ese papel impreso, y la cosa que comemos, hace falta inte-
ligencia. La inteligencia va acompañada del desarrollo de la facultad
verbal que permite comunicar ideas. La producción verbal ha alcan-
zado hoy día tal nivel que es difícil para el común de los mortales
poder digerirlo todo. En los países comunistas, hay discursos, dis-
cursos y discursos. En los países democráticos, hay discusiones, dis-
cusiones y discusiones. Uno se siente aplastado, ahogado por las
palabras.
Comemos cuando tenemos hambre. Bebemos cuando tene-
mos sed. Dormimos cuando tenemos sueño. Nos levantamos cuando
nos despertamos. Es sencillo. Pero es demasiado sencillo para satis-
facer el deseo insaciable de los seres civilizados de complicarlo todo.
La composición verbal nos permite decir:
-No como, aunque tengo hambre.
-Como, aunque ya no tengo hambre.
-No duermo, aunque tengo sueño. Etc.
Cuando todo se reduce a fórmulas sencillas, se comprende la
contradicción. Cuando se dice con palabras pomposas, complicadas
o sutiles y repetidas constantemente con autoridad, uno acaba por
creer en ello.
¿Qué ocurre con el recién nacido cuya voluntad no está aún
desarrollada? Cuando la leche materna contiene una cantidad ínfima
42 El diálogo del Silencio
cacia. Kano explicó que colocaba sus caderas delante del adversario,
mientras lo empujaba ligeramente hacia atrás. Si se empuja un obje-
to inanimado, de bronce o de hierro, con una altura de 1,70m y una
base de 25 cm., cae inevitablemente en la dirección del empujón.
Cuando se trata de un hombre vivo, la reacción es muy diferente. Un
pequeño empujón desencadena todo un mecanismo complejo del
extrapiramidal para recuperar el equilibrio postural y entonces el
adversario empuja en el sentido contrario. Kano aprovechaba este
reflejo instintivo para proyectar al adversario, con muy poco esfuerzo.
De ahí viene la palabra “judo”, la Vía de la Flexibilidad.
El principio es éste, pero no está al alcance de todo el mundo
aplicarlo. Hay que tener el extrapiramidal bien desarrollado. El maes-
tro Kano probablemente no conocía esta palabra rara. Hay una dife-
rencia fundamental de actitud entre el conocimiento analítico de la
estructura de una peonza y el arte de hacerla girar. Si no se es capaz
de hacerla girar, uno puede ser investigador pero no es maestro.
Aprendí de Noguchi la relación que existe entre el extrapirami-
dal y los grandes rectos del abdomen. Estos músculos, los grandes
rectos, se contraen y endurecen cuando uno entra en cólera. Hay una
expresión muy conocida en japonés “hara ga tatsu”, que significa “el
vientre se endereza”. Efectivamente, se puede constatar el endureci-
miento de esta parte del vientre cuando uno entra en cólera, cuando
se enfada y está a punto de romper algo. Hay gente que tiene, per-
manentemente, los grandes rectos endurecidos. Noguchi sabía flexi-
bilizarlos, dando golpecitos rítmicamente sobre los segundos puntos
de la cabeza, puntos utilizados para estimular el sistema motor extra-
piramidal. Está claro que estos golpecitos, aparentemente sencillos,
exigen una maestría que no está al alcance de todo el mundo.
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46 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 47
EL CATARRO
VI
EL CATARRO
(Continuación)
Sean cuales sean los nombres que les pongamos, son aspec-
tos patológicos de los que no debemos ocuparnos. Circunscriben el
cuadro en el que se desarrolla el catarro cuando no se sabe utilizar
bien. Todo lo que hay que hacer es la espiración concentrada sobre
la 5ª dorsal hasta que la 1ª lumbar recupere su movilidad.
Ahí es donde se encuentra la trampa. Cuando uno está educa-
do con un espíritu racional y mecánico, no puede resistirse a la ten-
tación de hacer algo para flexibilizar la 1ª lumbar, moviéndola un
poco. No sirve de nada, pues ningún estímulo, proveniente del exte-
rior, puede flexibilizarla. Se flexibilizará por sí sola naturalmente. Este
asunto se debe enfocar con un espíritu totalmente distinto. Cualquier
bricolaje de este tipo está estrictamente prohibido en el dojo y aque-
llos que persisten en ello son eventualmente expulsados.
Sobre todo, no hay que confundir la Vía natural de normaliza-
ción que despierta al organismo de su letargo, con el método dualis-
ta que consiste en hacer desaparecer los aspectos molestos y noci-
vos para la vida social. Utilizar el catarro es facilitar su paso, quitando
los obstáculos que pueden molestarlo, y esperar tranquilamente el
final de ese proceso.
Es verdad que la mayoría de las personas no tienen ya sufi-
ciente paciencia e intentan bajar la fiebre, parar el catarro o la diarrea
por la buenas o por las malas, para mostrar una fachada decente
frente a los demás. Todo, lo más rápido posible. Es muy lógico. Es un
enfoque común totalmente diferente al de Noguchi, que pretende la
mejoría global de nuestro terreno.
Al interrumpir el catarro artificialmente, se consigue que su
paso sea difícil y al final, llega uno a no acatarrarse ya nunca más.
Entonces el cuerpo se encuentra en un estado de desensibilización
más o menos avanzado. Cuando uno caiga enfermo, no saldrá fácil-
mente de su estado o se encontrará agotado.
Cuando se sabe utilizar el catarro, su paso se hace cada vez
más fácil. Uno se sensibiliza más y más, y sabe dónde tiene que pedir
la espiración concentrada a su compañero. La fatiga se disipa y uno
se siente bien.
Recuperarse muy rápidamente de un catarro no significa que
sea mejor. Tampoco por tardar mucho tiempo es mejor. Todo depen-
de del estado de cada uno. El criterio para juzgar no está en la dura-
ción objetiva, sino en la forma natural con la que se ha pasado el pro-
ceso. Lo mejor es mantener el organismo en un estado de
Itsuo Tsuda 59
VII
EL CATARRO
(Continuación)
VIII
IX
ta hasta que de con alguien que le diga que no merece la pena. Si aún
es usted incapaz de decidirse, vaya de puerta en puerta a casa de los
astrólogos, adivinos y videntes. En cualquier caso, es usted quien
decide elegir a la persona cuyo consejo va a adoptar”.
Pero los occidentales quieren tener una respuesta precisa,
dicen. Así es como un millar de personas han tomado cianuro. Fue
muy preciso. James Jones quizás no es el único en su estilo.
Acepto solamente indicar a la gente el medio de redescubrir su
ser, de volver a conciliar el alma y el cuerpo, dos partes en divorcio
desde hace siglos, para que no tengan que pedir consejos a los
demás, para que la decisión surja por sí misma en ellos.
Que la vida que está en mí despierte a la vida que está en ellos,
es la única cosa que admito. Da igual que se haga a través de cual-
quier medio o fórmula, o directamente sin intermediario. Éstas no son
más que cuestiones secundarias.
Cuando la vida se despierte en ellos, deberían hacer como yo.
No tengo la pretensión de tener la vida en exclusividad. La vida es
para todo el mundo.
Al principio, sin sospechar nada, yo me colocaba en círculo
con todo el mundo para la práctica. Pensaba inocentemente que lo
que podía hacer, cualquiera podría hacerlo. No hacía falta tener una
capacidad extraordinaria o ser un genio. Bastaba con mirarme para
convencerse. Necesité algún tiempo antes de darme cuenta de mi
error. El concepto de poder del cual ciertas personas no podían des-
hacerse, creó un mito a mi alrededor. Me consideraban poseedor de
un poder extraordinario y los sitios a mi lado se volvían lugares de pri-
vilegio. Tuve que separarme del grupo y colocarme en el centro del
círculo para disipar ese mito malsano.
Yo estoy aquí para despertar la vida adormecida en la gente y
no para monopolizar un poder imaginario. Hay algunos que intentan
persuadirse como los durmientes en sus sueños: he salido de mi
apartamento por la ventana y he subido hasta el tejado sin apoyarme
en nada, cosa que no podría hacer jamás si no estuviera completa-
mente despierto.
Los que han visto Rashomon, la película de Kurosawa, recor-
darán que en el proceso por el asesinato de un samurai, los testigos
exponían, cada uno, su versión personal, tan diferente de la de los
demás que la reconstrucción del crimen, perfectamente objetiva, se
había vuelto imposible. No hay que extrañarse de que haya tantas
84 El diálogo del Silencio
XI
LA PRÁCTICA SOLITARIA
Entrev.- Sensei, usted dice que su budo es la vía del Amor. ¿Es por-
que es extremadamente fuerte y no le importa, como a los demás,
saber quien será el más fuerte?
Yo no miro a los demás a los ojos, no miro su técnica, ni sus for-
mas, Los meto a todos en mi vientre. Como están en mi vientre, no
necesito luchar contra ellos. Hago todo con la no-resistencia. La no-
resistencia es la mayor de las resistencias. La no-resistencia protege
a todo el mundo. Desde los 55 años, no compito. No hay que hacer
nunca competición. Es fútil trabajar con una pequeña inteligencia.
Hay que adquirir la gran inteligencia. Para ello, hay que abrir la Puerta
de Roca del materialismo. (Iwato biraki, apertura de la Puerta de
Roca: en la mitología, Amaterasu, la diosa del sol, exasperada por la
maldad que reina en el mundo, se esconde en una gruta, cerrándola
con una roca. El mundo está sumido en la oscuridad total. Los dio-
ses, preocupados por la situación, se reúnen para encontrar una solu-
ción. Finalmente, consiguen con astucias abrir la Puerta de Roca y
100 El diálogo del Silencio
XII
LA PRÁCTICA SOLITARIA
(Continuación)
...
si se dejan llevar.
Les entra el pánico ante la idea de estar solos en el Universo.
Se sienten abandonados en un inmenso desierto donde no hay nadie
que pueda apiadarse de ellos o admirarlos.
Se organizan para combatir a cualquiera que se atreva a robar-
les su pan o hacerles perder prestigio.
Todo eso es asunto suyo. Yo respiro solo. Yo no puedo respi-
rar por ellos.
La fórmula del Maestro Ueshiba es perfecta para mí. Yo hago
mi práctica solitaria. Siento un alivio inmenso al estar solo en el
Universo. Nadie me puede molestar. Inspiro y espiro; hago ka-mi, ka-
mi. No fuerzo mi respiración físicamente. Pero mentalmente respiro a
fondo. Inspiro y absorbo todo el Universo. Espiro y me vuelvo Cero.
Desde hace ya un tiempo, mis vértebras sacras hacen ruiditos secos
al espirar. Es muy agradable. Parece como si Dios intentara meter una
mano invisible dentro de mí, como en un guante.
El paisaje interior que se va desarrollando en mí me proporcio-
na un placer inmenso. Alejado de lo fastidioso que resultan los asun-
tos humanos, navego en la Libertad total que Chuang Tse ha llamado
el “país de la Nada y del Infinito”. (Wou Ho Yeou Tche Hsiang). Poco
a poco desaparece la oposición entre la materia y yo y entre mi vida
y mi muerte. Vuelvo a encontrar la Vida que trasciende el tiempo y el
espacio.
Hubo un tiempo en que el Maestro Ueshiba hablaba de dos
tipos de artes marciales: kon no budo y haku no budo, budo espiritual
y budo corporal. Kon y haku, dos términos de origen chino, significan,
el primero, el alma esencial que reside en el individuo como unidad
invulnerable de su ser, y el segundo, el alma corporal que le asegura
la unidad como ser físico.
La unión de las dos almas forma al individuo tal como lo
vemos. A la muerte, esta unión se disuelve, las dos almas se separan,
el kon sube al cielo y el haku permanece en la tierra.
Gracias al alma haku podemos mantener una forma humana.
Pero si otorgamos demasiada importancia al alma corporal, sucumbi-
mos a sus tentaciones, a sus exigencias y acabamos por ahogar el
alma esencial. En cambio, si descuidamos completamente el alma
haku, acabamos por morir de hambre.
Lo que el Maestro Ueshiba deseaba era el desarrollo del alma
kon a través de nuestro cuerpo. Mientras que haku no budo tiene
Itsuo Tsuda 107
como única meta aniquilar a los adversarios, kon no budo nos libera
de nuestras obsesiones materiales y establece la armonía con nues-
tros semejantes.
Explico esta relación con una comparación.
Supongamos que mi mano derecha acecha el momento para
atacar a mi mano izquierda. Viendo que es el momento propicio, la
primera golpea a la segunda con gran velocidad. Sin embargo, la
segunda esquiva el golpe a tiempo, pues está unida a un centro
único, el cerebro, que le comunica la agresión de la primera. Por lo
tanto, no se trata de entrenar mi mano izquierda para que actúe con
más rapidez que mi mano derecha, ni de fortalecerla de manera que
pueda contraatacar a la otra. Es cuestión de establecer la unión con
Uno.
Es cierto que mis dos manos están unidas a un mismo cerebro.
Pero cuando se trata de dos individuos diferentes, ¿cómo pueden
estar unidos a un mismo centro? Anatómicamente no hay ningún sis-
tema nervioso que ponga en comunicación a los dos. Ahí es donde
interviene la noción del “ki”.
El ki es el motor de todas las manifestaciones instintivas e
intuitivas de los seres vivos. Los animales no intentan justificar sus
acciones y sin embargo consiguen mantener un equilibrio biológico
en la naturaleza. En el hombre el desarrollo extraordinario de la inteli-
gencia amenaza con destruir todo el equilibrio biológico, pudiendo
llevarnos a la destrucción total de todo ser vivo.
En esta imagen de las dos manos que se pelean entre sí, al
menos una, por no decir las dos, saldrá dañada. Otra fórmula, dia-
metralmente opuesta, consiste en preconizar la paz, el amor fraternal,
la ternura. La mano derecha acaricia la mano izquierda, y viceversa,
de manera que jamás se separan.
Pensé que, en ambos casos, sería difícil preparar una tortilla,
pues para hacerlo se necesitarían dos manos independientes y coo-
perantes. Por ironías del destino, cada vez que la oración se intensi-
fica para conseguir la paz, llega la guerra.
Durante mi visita a Iwama, el Maestro Ueshiba me habló de su
descontento con sus alumnos que sólo practicaban el haku no budo
y fortalecían únicamente el cuerpo en detrimento del alma esencial. El
amor universal que predicaba era demasiado amplio, demasiado
inasequible, sobrepasaba mucho nuestra capacidad limitada de com-
prensión.
108 El diálogo del Silencio
XIII
LA NECESIDAD Y EL DESEO
tra.”
“A cada uno su gusto, el suyo es bastante seductor.”
Cuando uno ha pasado cerca de treinta años aprendiendo a
escuchar exclusivamente lo que surge en él mismo, le es difícil pres-
tar oídos a las grandes palabras. La vida me interesa tal como es.
Cada día es mi primer día. Cada día es mi último día. El dolor es el
mejor de los medicamentos. No quiero que intenten prolongar mi
vida, ni acortarla. Son palabras de un loco a los ojos de los civiliza-
dos, quizás. No importa. A cada uno, su convicción.
Respeto los valores occidentales alcanzados que nos garanti-
zan libertad individual. Cuando esa misma libertad consiste en obli-
garnos a acumular papeles y a aceptar ventajas que no me interesan
en absoluto, entra en contradicción consigo misma. La sociedad se
llena de individuos apáticos. En lo que a mi concierne, intento limitar
las complicaciones al mínimo.
Es el destino de la civilización imponernos fórmulas generales.
El despertar del individuo no es una fórmula general. Todo depende
del grado de comprensión de cada uno.
La necesidad es una función vital que nos permite mantener
nuestro organismo en buen estado. Cuando esta función está norma-
lizada, podemos liberarnos de la obsesión por nuestro cuerpo.
El deseo es también una función vital, pero difiere de la nece-
sidad en cuanto que nos permite realizar algo que va más allá de
nuestro cuerpo. Todo deseo se realiza a condición de mantenerlo
invariable desde el principio y de no incluir elementos que creemos o
sabemos imposibles.
El hombre es el único animal capaz de formular un deseo que
no responda a sus necesidades, y a menudo lo formula de manera
opuesta a lo que quiere realizar.
Así son las personas que intentan curar su enfermedad, cues-
te lo que cueste. Admiten inconscientemente que es difícil o casi
imposible. Por esa razón, buscan medicinas cada vez más eficaces,
lo que confirma aún más la dificultad o la imposibilidad de curación
admitidas al principio. Se consolida el mito. Hay muchas fórmulas
contradictorias de este tipo, inventadas constantemente por los hom-
bres: uno piensa “tengo que enriquecerme lo más pronto posible” y
sigue siempre escaso de dinero, o “tengo que ser más feliz” y sigue
perdido en la desesperación. Su cerebro se cansa inútilmente y el ver-
dadero deseo se volatiliza.
120 El diálogo del Silencio
XIV
LA MUERTE
(Hamlet, W. Shakespeare.)
duce esa parada brusca? ¿Podemos saber con certeza lo que ocurri-
rá después de la desintegración física, en el más allá?
Durante mi viaje a Japón, conocí a un hombre que tuvo una
experiencia extraña: era uno de esos pocos viajeros que había vuelto
de esta región inexplorada. El Sr. Morisaki se fue para el otro mundo
a la edad de 33 años, después de dos años de exceso de trabajo. Era
tercer dan de judo, pesaba 80 kilos, hombre vigoroso y consagrado
a su trabajo, él no había conocido jamás enfermedad alguna ni había
tenido un solo momento para reflexionar sobre la vida y la muerte;
pero después de una grave enfermedad, en su lecho de muerte, su
peso quedó reducido a 60 kilos.
Recordaba aún sus últimos momentos: escenas de su vida,
desde la infancia, aparecieron ante él, nítidas, en colores vivos, como
si fueran secuencias de televisión. Al sentir acercarse el fin, llamó a su
familia. Pero inició el gran viaje antes de poder decir una sola palabra.
Tres horas después empezó a sentir calor en la espalda. El
soplo y el latido del corazón volvían. Oyó una voz interior que le decía
“estás vivo”. Después se dio cuenta de que respiraba. Otra voz inte-
rior le decía “espira, espira”. Entonces, empezó a espirar todo lo que
podía. Después de una profunda espiración, volvió la inspiración
espontáneamente, de forma amplia y profunda. Su bajo vientre se
movía en un movimiento de vaivén continuo, hundiéndose y dilatán-
dose. Este movimiento abdominal continuó durante más de seis
horas sin interrupción. Después de esto, la respiración volvió a la nor-
malidad.
Esta resurrección no supuso para él una simple vuelta a la ruti-
na de sus actividades cotidianas, sino un giro total en su actitud, en
su manera de ver el mundo.
Anteriormente había trabajado en publicidad y en relaciones
exteriores, y estaba convencido de que por esos medios se podía
orientar a la sociedad en cualquier dirección. Pensaba en función del
papel que desempeñaba en la sociedad y su imaginación no iba
jamás más allá del marco estrecho asignado por ella. Para él, como
para la mayoría de la gente del mundo moderno, la vida consistía en
eso.
Después de su vuelta a la vida, todo cambió. Todo lo que veía,
todo lo que oía, todo estaba vivo. Las cosas le impactaban de otra
manera. Hasta las flores del jarrón parecían hablarle. Había vuelto a
un mundo totalmente diferente del que había conocido.
Itsuo Tsuda 125
XV
LA MUERTE
(Continuación)
que la gente le reprochara treinta años más tarde lo que les había
hecho. Cada vez le suponía mayor esfuerzo, cuyos resultados serían
valorados solamente al final.
Su trabajo tenía como meta enseñar a la gente cómo vivir ple-
namente, cómo desplegar las posibilidades escondidas, a lo largo de
su vida, y no a aliviar sus males, curar las enfermedades o prolongar
la vida. No quería esforzarse por algo imposible, sabiendo que la
muerte era cuestión de días.
Una anciana guardaba cama por un catarro. Noguchi fue a visi-
tarla a petición de su familia y vio que el kinten no koketsu estaba for-
mado. Dijo a su familia que era muy, muy grave y que había que cui-
darla mucho. La familia protestó diciendo que exageraba, porque el
médico les había dicho que se trataba de un simple catarro, con una
tensión arterial de tanto, un pulso de tanto, etc. Al cabo de cuatro
días, la anciana falleció. La familia, intrigada, le preguntó cómo había
sabido que ella iba a morir. Les contestó preguntándoles cómo era
posible que ellos no lo supieran.
Toda la diferencia viene del hecho de que ellos sólo veían la
enfermedad, mientras que Noguchi veía el cuerpo. Si el cuerpo está
debilitado, un simple catarro puede ser fatal.
Cuando el cuerpo está debilitado, es decir, cuando se acerca a
la muerte, el ki es frío. Al tocar la columna vertebral, da una sensación
rara de frío y sobre todo el occipucio devuelve un ki frío. El termóme-
tro no sirve de nada para detectar esta sensación. En estos casos,
Noguchi se disculpaba ante sus clientes diciendo que era un caso por
encima de sus capacidades y evitaba decir que iban a morir.
Algunas veces, cuando eran conocidos suyos, les decía direc-
tamente la verdad. Así, un día, dijo a un hombre que el caso de su hijo
estaba perdido. Éste estaba hospitalizado y su estado mejoraba. Ya
convaleciente le dejaron volver a su casa. Su madre, que había esta-
do a su cabecera para atenderle, se fue para preparar su vuelta. Él
quería volver por su propio pie.
Antes de marcharse del hospital, fue al servicio, de donde no
volvió a salir. Empujaron la puerta y lo encontraron muerto.
Atribuyeron la muerte a una crisis cardiaca provocada por la exposi-
ción de su trasero a una corriente de aire. Sin embargo, desde enton-
ces, no se ha tomado nunca ninguna medida para prohibir la utiliza-
ción de los servicios donde siempre hay corrientes de aire.
Me parece que Noguchi, no sólo utilizaba la detección del kin-
134 El diálogo del Silencio
XVI
LA MUERTE
(Continuación)
sas los que hacen frente a la muerte de una manera tranquila y digna.
El caso de un tal Naoi, un pequeño comerciante, es uno de
ellos. Preguntó a Noguchi si aún podía hacer algo. Este último le con-
testó que todo había acabado. Entonces respondió:
“Si es natural vivir, no me importa vivir. Y si es natural morir, no
me importa morir.
-Le quedan aún dos horas de vida. No se haga el valiente. Si
tiene usted algo que decir a su familia…
-Pues sí. Quisiera fastidiarles después de mi muerte. Cuando
la empresa se declare en quiebra, dígales que es porque el patrón ya
no está aquí…”
Murió tranquilamente con la satisfacción de haber hecho todo
lo posible para salvar su comercio y de sentirse liberado por fin de su
responsabilidad.
El caso de un tal Naito, anciano de 89 años, no deja de ser gra-
cioso. A su edad, quiso imitar a los jóvenes, saltando de un tranvía en
marcha. Sus piernas no le respondieron y quedó gravemente herido.
Noguchi le dio una semana de vida, diciéndole que el momen-
to de rendir cuentas había llegado. El anciano intentó negociar con
Noguchi para ver si era posible otorgarle algo más de tiempo. “No”,
fue la respuesta. “¡Que le vamos a hacer!”, y aceptó.
Una semana después, dijo a su hijo que iba a irse de paseo.
Éste quiso pedirle un coche, pero él se opuso. “Ahí donde voy no lo
necesito.”
Su hijo intentó disuadirle porque hacía frío, pero él dijo que el
Maestro Noguchi había insistido en que diera ese paseo. “Limpia bien
la entrada de la casa.”
El hijo, alarmado, llamó por teléfono a Noguchi para preguntar-
le por qué su padre debía dar un paseo, teniendo en cuenta su grave
estado. Noguchi desmintió categóricamente haberle aconsejado tal
cosa.
Pensó, entonces, que su padre quería gastarle una broma.
Entró en su habitación y se lo encontró ya muerto. “Ah, vaya con él,
me ha engañado otra vez”, pensó.
La predicción de Noguchi en lo concerniente a la muerte era
muy precisa, pero sus clientes, más o menos seitaizados, sentían
ellos mismos el acercamiento de la muerte sin perturbación.
Un anciano dijo a su mujer que iba a morir ese mismo día y que
debía reunir a todos sus hijos y familiares. Su mujer le replicó dicien-
Itsuo Tsuda 141
XVII
LA MUERTE
(Continuación)
- Zensei Kun -
“Los que viven, algún día mueren. Vivimos porque morimos. Pero
no se trata de morir un día: en cada instante nos encaminamos hacia
la muerte. Por más que nos riamos o lloremos, estamos muriendo.
Llamamos vida al hecho de avanzar paso a paso hacia la muerte.
Algunos viven en cada instante y otros mueren en cada instan-
te.
Los que se empeñan en adquirir ventajas materiales están
muriendo; son las ventajas materiales las que viven en su lugar.
Ocurre lo mismo con los que viven prisioneros de su conoci-
miento, esclavos de las reglas impuestas o los que están demasiado
pendientes de los elogios o de las críticas, o se preocupan del que
dirán.
Vivir de verdad en esta vida donde estamos muriendo, es la vía
de la vida plena.”
Habría que decir que los que no comprenden, de todas mane-
ras, nunca comprenderán.
¿Recomienda Noguchi renunciar a toda ventaja material?
¿Habría que vivir entonces como los ascetas? ¿Habría que ser anar-
quista para no ser esclavo de las reglas impuestas? etc.
Es fácil hacer este tipo de especulaciones verbales que no tie-
nen en cuenta la realidad de las sensaciones interiores. Numerosos
son los que creen que, si las prohibiciones no están expresamente
Itsuo Tsuda 149
XVIII
niños, a los que quieren dejarlos al cuidado de otros para poder ganar
más dinero, etc.
La intuición sólo se desarrolla el día en que uno sienta verda-
deramente la necesidad. De ahí, la imposibilidad de organizar cursos
donde se enseñe algo con un muñeco de plástico en la mano. Uno de
los hijos de Noguchi tenía miedo de tener que utilizar su intuición,
pues se sentía incapaz. Pero el día que tuvo un niño, su intuición se
desarrolló. Oyendo los llantos del niño, sabía de qué se trataba: pis,
hambre, etc.
Noguchi había desarrollado su intuición por necesidad profe-
sional. Tocaba a los niños de los demás tan bien como a los suyos
propios, pero el momento crucial era cuando sentía el peso, tomando
al niño en sus brazos. En ese momento de recogimiento, sentía todo
lo que le podía haber sucedido anteriormente. En caso de que le
hubieran dejado abandonado, lo sentía ligero. Incluso dormido, habría
guardado desconfianza, inquietud, y después habría venido la con-
tracción del cuerpo. Si lo sentía pesado, todo había transcurrido nor-
malmente. El niño habría estado en un ambiente muy agradable.
Durante una visita en casa de alguien, tomó a un niño en sus
brazos y sintió un peso pluma. Se alarmó, aunque sus padres esta-
ban tranquilos. Poco tiempo después, recibió una llamada telefónica
de ellos, anunciándole que el niño había empezado a vomitar.
Preguntó entonces si no se había golpeado la cabeza. “No, decían, lo
hemos estado vigilando todo el tiempo y es imposible que se haya
dado un golpe.” Pocos días después el niño murió a causa de una
meningitis. Se comprobó después que la asistenta le había dejado
caer al suelo de cemento y que no se había atrevido a decir la verdad
enseguida. El día que el niño murió, rompió a llorar y así fue como se
supo lo que había sucedido.
En otra familia, la abuela le dijo que su nieto tenía una diarrea
interminable. Lo tomó en sus brazos y sintió ese peso pluma. Dijo que
el niño se había golpeado en la cabeza, pero todo el mundo negaba
el hecho. Creían que se trataba de una enfermedad intestinal.
Noguchi les aconsejo que le hicieran yuki sobre la cabeza. Tres días
después el niño murió. Volvió a preguntar a la madre si de verdad no
se había dado un golpe en la cabeza. Ella respondió: “Bueno, es ver-
dad que el despertador cayó sobre su cabeza”. Noguchi se extrañó al
ver como una madre podía estar tan distraída.
En cambio, hay padres que sienten pánico por nada, porque
Itsuo Tsuda 159
de la ciencia del siglo XIX. Hay que respetar ante todo la ley de la cau-
salidad: tal producto, alimenticio o químico, provoca inevitablemente
tal efecto. En todo caso, es más fácil razonar de esta manera porque
nos evita excesivas preocupaciones. De todos modos, es imposible
tener en cuenta algo que no se ve.
¿Y el placebo? Pues bien, ni existe ni debe existir. Vamos, hay
que ser lógico.
Estar de acuerdo o no con las ideas que acabo de explicar es
asunto del lector. Mi trabajo consiste en informar y no en imponer.
Vuelvo una vez más sobre las diferencias entre un adulto y un
niño. Un adulto se siente halagado cuando la gente le aplaude, inclu-
so si la atención no está dirigida hacia él. Un bebé no se siente satis-
fecho mientras la atención no esté puesta en él. Es inútil decirle cosas
bonitas como “Oh, qué guapo eres, qué rico, etc.”. No entiende nada
de eso, pero, en cambio, siente con todo su cuerpo los estímulos
ocasionados por algo como la velocidad de acercamiento, el tono de
la voz, la luz, las formas, los colores, la temperatura y, ante todo, algo
que se desprende de la personalidad del que se acerca.
Noguchi tuvo la idea de utilizar todo tipo de estímulos para
regularizar el movimiento de los niños, es decir, para seitaizarlos: la
manera de tocarlos, la velocidad de desplazamiento, la manera de ali-
mentarlos e incluso la temperatura de la cuchara con la cual se les da
la comida, la variación de temperatura del baño, la manera de quitar-
les la ropa y de vestirlos, etc. Si la atención está concentrada, todo
puede ser utilizado para regularizar el movimiento, para tranquilizarlos
y relajarlos.
Si la atención no está concentrada, ¡qué desastre! Puede oca-
sionar al niño brusquedad. Se puede tocar a los niños sin ninguna
precaución, sacudirlos para obtener una sonrisa, transportarlos con
brutalidad, discutir en voz alta al lado del niño que acaba de nacer y
marcharse dando un portazo, etc. Cuando pienso en la vida de
los occidentales, que sienten una gran satisfacción por las discusio-
nes, la sistematización, lo espectacular, el mundo de Noguchi me
parece algo aparte, casi irrealizable.
Puede haber:
Mujeres que, por el placer de mostrarlo a los amigos, empren-
den un largo viaje con un bebé de apenas unas semanas, sin tener en
cuenta las agresiones que esto puede ocasionar al niño.
Familiares, el abuelo, por ejemplo, que arrancan al niño de los
Itsuo Tsuda 161
XIX
17 de octubre de 1977
27 de diciembre de 1977
29 de mayo de 1978
XX
ción.
Noguchi recomienda un baño a 38 grados para el recién naci-
do, a fin de que la transición de temperatura no sea brusca. Sin
embargo, según las circunstancias, no duda en variar esa norma. Dio
el primer baño a 41 grados a uno de sus nietos, que nació prematu-
ramente a consecuencia de un accidente de coche. Lo fue subiendo
hasta los 41,5 grados antes de sacarle del baño. Este estímulo dio
buenos resultados al niño que, desde entonces, no ha dejado de cre-
cer normalmente. Si le hubieran bañado a 38 grados, habría seguido
siendo somnoliento, flácido y amarillento.
Si uno no desea aprovechar la ocasión para desarrollar la intui-
ción, para intentar establecer un diálogo con los seres que no hablan,
es mejor dejarlo, pues no es rentable tener niños.
Mi papel es informar y no adoctrinar. Cada cual lo toma o lo
deja.
Volviendo sobre el tema de los hijos de Marie, Albert, el mayor,
tenía algo más de dos años cuando le vi por primera vez. Era miedo-
so y lloriqueaba en cuanto su madre hacía el menor movimiento,
cuando necesitaba alejarse algunos segundos para buscar algo. La
agotaba. Fue a partir de Bernard, el segundo, cuando el matrimonio
Noël y Marie empezó a hacer yuki desde la concepción. Se ve clara-
mente la diferencia de carácter.
6 de julio de 1978
quince días después tuvo fiebre por la noche, dolor de cabeza y por
la mañana nada, y eso durante cuatro días. En ese momento, pensé
que también se trataba del sarampión. En casa no teníamos en la
boca más que la palabra “sarampión”. Georges (hermano de Noël)
estaba en nuestra casa con su hijo Bruno. El quinto día, tuvo algunas
manchas rojas un poco raras sobre las mejillas y después nada.
Entonces empecé a preguntarme qué era lo que le pasaba. Nos decía
incluso ¡que le dolían los ojos! Y, de repente, las manchas rojas se
transformaron en unos granitos muy feos que se fueron propagando
por toda la parte inferior de su cara. Me sentía desalentada… En dos
días aquello fue terrible, se fue llenando de esos granos horribles.
Pero, una tarde, Georges me habló del Maestro Noguchi y de sus
hijos, que mandaban las enfermedades a la luna. No me había acor-
dado de ello. Me dijo también, que a fuerza de hablar del sarampión,
de tener a Albert “enfermo”, de haber hablado tanto del tema,
Bernard había querido tenerlo también.
En aquel momento, me di cuenta hasta qué punto yo había ali-
mentado todo aquello, y decidí también, en el fondo de mi corazón,
que toda esta historia se iba a acabar. Esto era un jueves por la tarde.
Esa misma noche, hablé con Bernard y le dije “Bernard, ahora ya no
estás enfermo. Todos estos pequeños granos feos, los podemos
coger y mandarlos muy lejos, etc. “¿Dónde los quieres mandar?“. Él
me respondió “al fondo del cielo”. Entonces los cogimos todos uno
tras otro y los mandamos soplando lo más lejos posible. Era maravi-
lloso ver a Bernard cogerlos con la punta de sus dedos y soplar con
todas sus fuerzas, y ¡los veía marcharse!!! Pues bien, ¿sabe usted lo
que ocurrió? La mañana siguiente, ¡estaban todos secándose y todo
desapareció en cuatro o cinco días!!! Desde hace una semana ya no
tiene nada.
Las paperas.
zón tomó tal proporción que el domingo por la tarde, me asusté ton-
tamente imaginando cosas ridículas. También en algún momento
pensé en una picadura de avispa o abeja. Le dolía muchísimo. Sin
embargo mientras yo pensaba que se trataba de unas paperas, por lo
tanto una cosa normal, él estaba tranquilo y me pedía que le hiciera
la espiración concentrada. Y cuando empecé a tener miedo, le dio por
llorar en muchas ocasiones. Intentaba razonar diciéndome que si no
eran las paperas, Bernard iba a reaccionar bien, etc. Pero cuando
empiezo a razonar, ¡¡¡es que el miedo ya está aquí!!! Al recordarlo
ahora mismo, ¡me hace gracia! Pues bien, el lunes por la mañana,
pensé que la única manera de volver a encontrar la calma era que me
dijeran que Bernard tenía paperas. Y, sobre todo, tenía ganas de vol-
ver a estar tranquila por él. Entonces fui a ver a un médico homeópa-
ta que conozco y me dijo que, en efecto, Bernard tenía paperas, pero
que nunca había visto a un niño que las tuviera con tanta fuerza. Me
dio una gran receta que tiré a la basura y expliqué a Bernard que habí-
amos ido a ver a este señor para que nos dijera simplemente lo que
tenía y que ahora íbamos a apañarnos solos. Al salir del médico, de
nuevo me sentía bien, pero no muy orgullosa de mí misma… A partir
de ese momento, Bernard estuvo verdaderamente muy bien, como
antes de que yo sintiera el pánico. Desde el sábado, tengo cuidado
de que no ande. En realidad, no he tenido que hacer gran cosa, por-
que cuando me veía acercarme a su lado, se agarraba a la cama
diciéndome “no quiero levantarme”. Yo veía que si hubiera querido
levantarlo a la fuerza, ¡¡habría tenido que elevarle junto con la cama!!
Permaneció acostado hasta el miércoles por la mañana. Ahora, los
síntomas van remitiendo y se levanta muy poco. Eso es todo respec-
to a Bernard.
Toda esta historia de las paperas me ha dejado muy pensativa.
Me explico: para ciertas cosas estoy profundamente convencida de
que no hay que poner nombre a las cosas, porque producen miedos,
angustias y enfermedades. Pero, de repente, con esta historia de
Bernard, se ha producido todo lo contrario: necesitaba poner el nom-
bre de “paperas” para que mi imaginación no se disparase, para vol-
ver a encontrar la calma. Es extraño. En todo caso, en esos momen-
tos, ¡¡¡el corazón de cielo puro estaba ocultado por grandes
nubarrones negros!!!
[…]
Charles ha dado sus primeros pasos hace unos días. Qué ale-
176 El diálogo del Silencio
Bernard y a Charles tener los miedos que sienten los demás niños.
Pero, claro, Charles no es sonriente con todo el mundo. Cuando se
encuentra frente a un desconocido, le observa largamente, con serie-
dad y luego manifiesta su satisfacción o bien se aparta. Varias perso-
nas se han sorprendido ante esta confianza que tiene Charles.
30 de septiembre de 1978
bién los 22 meses que acababan de pasar y todas las cosas bellas e
intensas que habíamos vivido.
Recuerdo también todo lo que usted nos ha aportado y como
nos ha ayudado a vivir todo de esta manera. Charles empieza a repe-
tir ciertas palabras, juega también con Albert y Bernard, con nuestro
conejo domesticado y nuestro gatito. Este juega mucho y araña,
como todos los gatitos. Lo extraño es que manifiesta actitudes com-
pletamente diferentes con cada uno. Cuando Albert y Bernard juegan
con él, de vez en cuando les da un zarpazo, mucho menos fuerte que
los que yo recibo. Con Charles, es delicado. Aunque Charles sea un
poco brusco con él, jamás le araña. Esconde las uñas.
[…]
28 de octubre de 1978
Aprecio mucho las cartas de esta madre, que son de una sen-
cillez directa, sin rodeos. Me dan la sensación de haber vivido todas
estas escenas de drama de familia, yo mismo. Una sencillez que sor-
prende, teniendo en cuenta el número de personas que son total-
mente incapaces de escribir algo inteligible sobre su propia experien-
cia, en su lengua materna. Para la mayoría de las personas que se
Itsuo Tsuda 185