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2 El diálogo del Silencio

© Paolo Cangelosi
© De esta edición. Budo International Publ. Co.
Tutte le fotografie in studio sono opera di Alfredo Tucci, ad eccezione di
quelle taurine, una gentile concessione degli allievi di Paolo Cangelosi

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ISBN:Deposito legale:
Itsuo Tsuda 3

El diálogo del silencio


Escuela de la respiración
(V)
Traducción: Hélène Gauriau Gilbert
Rafael Regaño González
Corrección Lingüística: Pedro Pablo Ontoria Peña

Itsuo Tsuda
4 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 5

NOTA DE LOS TRADUCTORES

En el estilo de Itsuo Tsuda como escritor importa más la frescura


que la entretenida elaboración. Su atención está concentrada en
observar el mundo y nuestro comportamiento, así que la filosofía
práctica que emana de su experiencia no es el resultado de compli-
cadas elucubraciones ni de silogismos lingüísticos. El lector hallará en
éste, el quinto de los libros que publicó, esa particular forma suya de
explicar sus descubrimientos y los de aquellos que con modestia y
orgullo considera sus maestros. Tsuda nos conduce a la revelación de
lo inmediato. Como si fuéramos sus nietos, a quienes saca de paseo
una mañana de domingo, su intención no es otra más que acercarnos
a la orilla del estanque. Y, una vez allí, decirnos: ¡Mirad!
Pero el mensaje de Tsuda no es simple, ni se presenta bajo un pris-
ma convencional. Así lo creemos, en cuanto que la consecución de su
propuesta requiere de dos premisas: estar dispuestos a desnudar vie-
jas presunciones y confiar en los medios con que la vida nos faculta
para desarrollarnos plenamente. La libertad e independencia conse-
guidas por ese camino se perciben a nivel individual y no son objeto
de intercambio por parte de nadie.
La lógica globalizadora oriental está presente en El diálogo del
silencio. A la inversa de aquellos compatriotas suyos enviados a
Europa tras la restauración Meiji para empaparse de la ideología y
procedimientos occidentales y convertir después a Japón en una las
primeras potencias mundiales según el modelo occidental, Itsuo
Tsuda se estableció en París y divulgó el Katsugen, el Aikido y sus
ideas sobre el Ki, resucitando el mundo de las sensaciones y de la
intuición natural, y defendiendo el papel del subconsciente en el bien-
estar individual. Se sirvió para ello de un bagaje único, producto de
sus estudios en Japón y en Francia, conocía en profundidad el pen-
samiento europeo y estaba dotado de una finísima inteligencia, como
comprobará seguidamente el lector.
Tsuda escribe en francés con espontaneidad y cercanía, pero no
puede evitar la inclusión de términos extranjeros para aludir a disci-
plinas y conceptos de otras procedencias, principalmente japonesa.
Hemos optado por seguir la norma tipográfica de reproducirlos en
cursiva cuando aparecen por primera vez y dejarlos en redondilla en
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ocasiones sucesivas. Son ejemplo de lo dicho: yuki, seitaizar, taiheki,


kiré, kon no budo, etc. Todos ellos van siempre explicados en el pro-
pio texto.
En cambio, mantenemos la cursiva a lo largo de toda la obra para
aquellas palabras y expresiones de nuestro idioma a los que Tsuda
dota de un significado especial, y distinto por tanto del que habitual-
mente le adjudicaría el lector. Así ocurre, por ejemplo, con terreno,
espiración concentrada y muy pocos más.
Como es costumbre, la cursiva se emplea además para distinguir
en el cuerpo del texto la inserción de documentos de otros autores,
como el Zensei Kun de Haruchika Noguchi, en el capítulo XVII, o la
aportación epistolar de Marie, en los dos últimos capítulos del libro.
Así como para los fragmentos correspondientes a la entrevista radio-
fónica de Morihei Ueshiba, reproducida en el XI y XII.
Es elección del autor subrayar dentro de una frase términos que
aluden a conceptos médicos, técnicos y filosóficos (no-cuerpo), que
evidencian una actitud correcta (naturalmente), y también los que
delatan una paradoja o acusan una carencia (neutralizar el síntoma).
Algunas veces, recae en ellos la carga de la ironía o reflejan con acier-
to la necesidad de un cambio de perspectiva. Aparecen en cursiva en
el original y han sido respetados aquí. El lector los distinguirá sin
esfuerzo porque son palabras y expresiones de uso habitual en nues-
tra lengua y porque no cambian su significado léxico. Así destacados
aportan cierta connotación específica, una doble intención, que es
grata al autor en su labor de alertar la conciencia.
Aparte de su uso normativo, se mantiene la mayúscula inicial para
algunos conceptos filosóficos (Uno), universales (Vida), mitológico-
espirituales (Puerta de Roca), para determinados tratamientos de cor-
tesía u honoríficos (Maestro) y para la denominación de las disciplinas
que dan origen a la obra, tanto en japonés como en español (Seitai,
Katsugen, Movimiento Regenerador).
Itsuo Tsuda 7
8 El diálogo del Silencio

OBRAS DEL MISMO AUTOR

El No Hacer (Editor Santos Román)

La Vía del Desprendimiento (Editorial Eyrás S.A.)

La Ciencia de lo Particular (Editorial Eyrás S.A.)

Uno (Editorial Eyrás S.A.)


Itsuo Tsuda 9

ÍNDICE

Nota de los Traductores……………………………………..


Prólogo………………………………………………………
I.- El lenguaje dualista..………………………………...
II.- La noción de enfermedad……………………………
III.- La sociedad y el individuo……………......................
IV.- El extrapiramidal…………….....................................
V.- El catarro…………………………………………….
VI.- El catarro (continuación)…………………………….
VII.- El catarro (continuación)…………………………….
VIII.- ¡Buenos días, enfermedad!…………………………..
IX.- ¿Por qué Noguchi renunció a la terapia?.....................
X.- Ante todo, la vida……………………………………
XI.- La práctica solitaria………….………………………
XII.- La práctica solitaria (continuación)………………….
XIII.- La necesidad y el deseo……………………………...
XIV.- La muerte…………………………………………….
XV.- La muerte (continuación)……………………………
XVI.- La muerte (continuación)……………………………
XVII.- La muerte (continuación)……………………………
XVIII- El niño, nuestro maestro…………………………….
XIX.- El niño, nuestro maestro (continuación)…………….
XX.- El niño, nuestro maestro (continuación)…….………
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PRÓLOGO

Desde hace años, observo una reacción curiosa y casi unáni-


me por parte de los lectores de mis libros: la primera lectura no les
parece muy difícil; en la segunda tienen la impresión de tener ante
ellos libros nuevos que anteriormente nunca habían leído. La misma
impresión tienen después de la quinta o la décima lectura.
¿Por qué he escrito cosas tan misteriosas y que, sin embargo,
no son muy complicadas en apariencia?
La paradoja proviene, más bien, de un cierto estado de espí-
ritu que prevalece en los lectores. Ellos intentan, parece ser, incorpo-
rar esta materia a sus ideas preconcebidas y sacar una opinión cohe-
rente. En realidad, no hacen más que proyectar sus propias ideas o
sus propios deseos sobre las páginas impresas.
El deseo de obtener algo a cambio, esto es lo que se mani-
fiesta a través de las preguntas que me formulan.
“Mi marido sufre de asma. ¿La Escuela de la Respiración podrá
curarle?”
“¿Qué hay que hacer para parir? Pronto voy a tener un niño.”
Si esta mujer quiere hacer una tarta de manzana, hay libros de rece-
tas, pero…
“Me preocupa mi tensión arterial. He hojeado todos sus libros
pero no he encontrado nada al respecto. Dígame ¿en qué volumen,
en qué página está escrito?” pregunta un americano. En este caso,
sería mejor consultar la guía telefónica.
“¿Enseña usted el tercer ojo?”
“¿Quiere usted escribir sobre la energía cósmica? Me gustaría
captarla para utilizarla en kárate.” etc.
La necesidad, ante todo, de clasificar por categoría la materia
del libro impide captar fácilmente la intención del autor.
“Habla de aikido, del parto y de un montón de cosas más -
dirán- y no veo la relación entre ellas.”
No tengo intención de añadir por mi parte una piedra más al
edificio que habitualmente se construye: acumular conocimientos,
crear métodos, proponer manuales.
Describo lo que he conocido, lo que yo mismo he vivido, sin
pretender poseer el secreto. He conocido verdaderos maestros, pero
han llegado tan lejos que los pierdo a menudo de vista. Intento seguir
12 El diálogo del Silencio

las huellas que han dejado para poder orientarme.


Descubro que la orientación que han tomado es centrípeta,
aunque su enfoque sea muy diferente desde el principio. Es este des-
cubrimiento el que me permite tratar temas tan diversos, a condición
de mostrar bien hacia dónde se dirigen.
La sociedad está organizada sobre principios centrífugos.
Estos nos permiten, o bien justificarnos frente a los demás (la caridad,
la amabilidad, etc.), o bien consolidarnos desde el exterior (la seguri-
dad, la previsión, etc.). En cuanto a lo que ocurre en nuestro interior,
es otra cosa.
La diferencia entre una botella medio vacía y otra medio llena,
la diferencia entre los que están muriendo y los que están viviendo, no
las puede determinar ningún criterio objetivo. Sólo el despertar inte-
rior nos las hace sentir.
Este despertar no es el resultado de especulaciones intelec-
tuales, ni de agresiones moralizantes.
En un momento dado, sin que uno se lo espere, la puerta se
abre y el diálogo comienza en el silencio.
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EL LENGUAJE DUALISTA

“Soy incapaz de explicar qué es el Movimiento Regenerador”,


dice una señora que lleva, sin embargo, años de práctica. Además, no
es la única que lo admite. Al cabo de uno o dos años, muchas perso-
nas abandonan su intención de definirlo.
Sin embargo, la definición ya está dada por Noguchi: es un
ejercicio del sistema motor extrapiramidal. Pero esto no significa nada
para ellos.
Como a los europeos les cuesta emprender algo, sea lo que
sea, sin explicar de antemano por qué lo hacen, han inventado una
definición para empezar. Las definiciones así dadas reflejan cómo son
ellos mismos y no esclarecen la naturaleza del Movimiento
Regenerador. Los que han mantenido fija su definición no han tarda-
do en desaparecer de la circulación. Los que han permanecido han
llegado a la conclusión de la imposibilidad de dar una definición.
Curiosa situación donde las ideas preconcebidas deben ceder
el lugar a la sensación que evoluciona en cada instante. No se puede
practicar el Movimiento si no se admite que la visión cambia confor-
me se evoluciona.
La dificultad de comprensión reside esencialmente en el hecho
de que se trata de explicar un fondo no dualista con un lenguaje dua-
lista.
El dualismo, ciertamente, permite acceder fácilmente a las
soluciones de todos nuestros problemas. Bastará con aplicarlo.
Noguchi ha hablado de la necesidad de la flexibilidad del cuer-
po para el mantenimiento de la salud. Si se acepta esta idea, ¿qué
hay que hacer? Es muy sencillo: bastará con flexibilizarlo.
Entonces, uno coge su cuerpo con las dos manos y lo flexibi-
liza, de la misma manera que se sacude una sábana demasiado rígi-
da. Con esfuerzo, consigue darle una apariencia de flexibilidad.
¡Solucionado! Existe también la gimnasia de calentamiento, el war-
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ming-up y las diversas gimnasias de flexibilidad.


“No se trata de darse una apariencia de flexibilidad, ni esfor-
zarse por ser flexible, dice Noguchi. Se trata de ser flexible natural-
mente, sin esfuerzo.”
He aquí que las buenas intenciones dualistas chocan contra un
muro. Porque uno piensa: “No me importa hacer esfuerzos para flexi-
bilizarme ya que no me siento flexible, pero ahora, si él me dice que
lo que yo hago no está bien, ya no sé qué hacer”.
Entre los clientes de Noguchi, tres de ellos rechazaban practi-
car el Movimiento. Tenían miedo de caer en lo desconocido.
Inventaban gimnasias de flexibilidad. Noguchi sabía que tarde o tem-
prano tendrían hemorragias cerebrales. Dos de ellos tuvieron, en
efecto, hemorragias y dieron a su maestro un trabajo suplementario.
El otro perdió a su mujer a la que había hecho practicar una gimnasia
de su invención, también a causa de una hemorragia cerebral.
Al darle el pésame, Noguchi le dijo: “Ha necesitado una vícti-
ma para despertar, una víctima de la gimnasia voluntaria que usted ha
inventado. Esto no se hubiera producido si ella hubiera practicado
una gimnasia que la hubiera hecho moverse sola.”
El hecho de practicar una cosa bajo el nombre de Movimiento
Regenerador no significa nada en sí. Se puede poner cualquier con-
tenido bajo la misma etiqueta.
Un padre de familia, habiendo oído hablar del Movimiento
Regenerador, ordenó a sus hijos que lo practicaran en nombre de la
autoridad paterna. Esto le permitiría ahorrar en gastos médicos, expli-
có él. Los hijos, desganados, empezaron a practicar el Movimiento, al
no poder encontrar un argumento de peso que aportarle. Lo que el
padre hizo es perfectamente lógico desde el punto de vista dualista.
Y ahí están, embarcados en la práctica del Movimiento Regenerador-
terapia, adquisición gratuita de la salud con ausencia de enfermeda-
des.
En cuanto al contenido de ese Movimiento, no se puede decir
que sea mejor que la gimnasia de flexibilidad inventada. Es como
decir que se puede llevar un caballo al río, pero no se le puede obli-
gar a beber. Pronto el padre se desinteresó por el Movimiento, lo que
supuso un gran alivio para sus hijos y empezó a hacer el peregrinaje
de otros métodos: meditación, control mental, etc.
Sería mejor que el Movimiento Regenerador así interpretado no se
propagara.
Itsuo Tsuda 17

La barrera del orgullo impide a la gente aceptar una cosa muy


sencilla. No pueden admitir que exista algo que no comprenden. A
partir del momento en que han pegado una etiqueta y han clasificado
la cosa en una categoría, dejan de ver más allá.
He aquí una etiqueta entre muchas otras: el Movimiento
Regenerador es una gimnasia para gente débil y desequilibrada que
no consigue practicar un deporte intensivo. El que se inventó esta eti-
queta me mostró su Movimiento Regenerador: lo ejecutó con despre-
cio, mostrando lo que había entendido del Movimiento. Pero no se
practica el Movimiento para mostrarse superior a los demás. Había en
él algo que mostraba su incoherencia. Me acuerdo de un joven profe-
sor de aikido que no podía ya doblar los brazos por haberse vuelto
muy rígido, a pesar de haber hecho toneladas de ejercicios de flexibi-
lidad.
En el aprendizaje de un movimiento técnico, bien para hacer
gimnasia, o bien para tocar el piano, por ejemplo, a menudo sólo se
piensa en intensificar el entrenamiento, en movilizar al máximo los
músculos voluntarios, dejando de lado completamente la coordina-
ción de los músculos involuntarios que pueden permitir conseguirlo.
Se produce entonces un conflicto interior que acaba por desintegrar
al individuo.
Se sigue considerando al hombre como si fuera un paquete
constituido solamente por la inteligencia y el sistema voluntario. No se
para de decir: “haz esto, haz lo otro, come, no llores, estate tranqui-
lo, no tengas miedo, no grites, no fumes, etc.”.
He oído hablar de una mujer que no ha bostezado durante cua-
renta años porque sus padres se lo habían prohibido estrictamente.
Un poco más y hubieran podido decir a los paralíticos “levantaos y
andad.”
Los padres se preocupan cuando su hijo no es muy aplicado
en sus estudios. Va a suspender sus exámenes. No va a tener títulos.
Su porvenir es oscuro. Repiten las amonestaciones. El hijo se rebela.
“Nunca te he visto trabajar. Vas a ser un fracasado”, dice uno de los
padres. El hijo se encuentra entonces paralizado por la angustia
inyectada por sus padres. Si es honesto, ya no podrá ponerse a tra-
bajar. Si es astuto, hará como si estuviera trabajando.
El mundo está lleno de personas que simulan trabajar, porque
lo que cuenta no es que trabajen, sino que los demás les vean traba-
jar. Trabajan por la forma, por el dinero, sin placer, sin convicción.
18 El diálogo del Silencio

Además, hay que tener cuidado con la rivalidad de los colegas y, a la


vez, darse importancia frente a la gente de fuera. ¡Ah, la vida no es
sencilla!
¿Qué hay que hacer con el hijo que no trabaja? Desde el punto
de vista dualista, sólo quedan dos soluciones. O bien, decir: “te he
traído al río, ahora, bebe”, cogerle por el cuello y sumergir su cabeza
en el agua, quiera o no quiera, o bien admitir que uno no puede hacer
nada y desistir.
A pesar de todo, se duda ante la elección de las decisiones a
tomar, pues se siente de antemano que, de todas maneras, ninguna
de las dos soluciones va a dar resultados satisfactorios. Uno se limi-
ta, entonces, a criticar a unos y a otros y la tensión en la familia hace
que sea cada vez más difícil encontrar la solución.
En Japón, los suicidios de niños se multiplican. El motivo es a
menudo incomprensible o curioso: son niños de familias acomodadas
y buenos estudiantes los que se suicidan. Un ejemplo: los padres no
escatiman nada para facilitar los estudios de su hijo único. Se con-
gratulan de tener un niño muy dotado, pues él ha sido siempre el pri-
mero de la clase. Es alegre, amable, y se gana la amistad de sus com-
pañeros. Pero un buen día, se tira por la ventana de su apartamento
a la calle. Nadie comprende la razón de este suicidio, pues, aparen-
temente, no debe haber ninguna. Los padres descubren unas notas
en las cuales su hijo ha expresado sus tormentos. Es el mejor de su
escuela, pero al pasar a otra de nivel superior que admite alumnos
que vienen de otras escuelas, puede llegar a no ser el mejor, sino uno
de los mejores. Esta posibilidad de ser menos bueno, crea una angus-
tia persistente. Ha muerto por miedo a un fracaso, que podría ser, a
ojos de los demás, un gran éxito.
El lenguaje dualista nos permite encontrar soluciones fáciles a
los problemas cotidianos. Uno repite todo el día “hay que…hay
que…hay que…”. Uno se las da así de inteligente, superior. El len-
guaje dualista es una fórmula donde el yo actúa sobre un objeto, una
especie de verbo transitivo. Transforma la relación entre yo y el obje-
to sin que sea capaz de transformar el yo. Se muestra ineficaz ante
un verdadero problema.
Se dice que la tensión arterial demasiado elevada es peligrosa
para la salud porque puede provocar hemorragia cerebral. Sólo se
piensa entonces en bajar la tensión. Hoy día, existen medicamentos
muy eficaces para ello. La tensión baja y el problema está resuelto.
Itsuo Tsuda 19

Sin embargo, otras enfermedades han aumentado. Noguchi ha obser-


vado que la atrofia cerebral que antiguamente era muy raro, ha
aumentado a medida que la bajada artificial de la tensión se volvía
muy eficaz. “Esto se explica, dice Noguchi, por una mala circulación
de la sangre en el cerebro provocada por la bajada de la tensión.
Igualmente, otras anomalías debidas a una mala circulación de la san-
gre, como la cirrosis hepática o los sarcomas, se han vuelto más fre-
cuentes.” Se pregunta uno entonces si, curando la hipertensión, no se
está acelerando la degradación del cuerpo.
El dualismo actúa centrándose en un objetivo determinado. Se
consigue bajar la tensión, pero la atrofia cerebral o la cirrosis hepáti-
ca son otro asunto. No tienen nada que ver. No hay ninguna relación.
Las anteojeras nos impiden tener una visión de conjunto.
Un cliente de Noguchi deseaba obtener un puesto importante
en una organización internacional, que le permitiera residir en el
extranjero. Pero para ello, debía pasar una revisión médica y se preo-
cupaba por su tensión arterial que era muy elevada. Habiendo apren-
dido en una clase de Noguchi que un golpe sobre la 8ª dorsal puede
hacer bajar temporalmente la tensión arterial, aplicó este conocimien-
to técnico para su provecho. Justo antes de pasar la revisión, se gol-
peó la espalda a la altura de la 8ª dorsal contra una columna.
Resultado: La medición de su tensión fue muy inferior al límite de tole-
rancia. Obtuvo su puesto y se fue al extranjero. Noguchi no estaba
contento, pues había abusado de la técnica. En todo caso, el pez se
coló a través de las mallas de la red y se fue mar adentro.
El lenguaje dualista sólo recurre a una cierta autoridad para
que el trabajo se efectúe.
La autoridad, cuando es impuesta, provoca sumisión, oposi-
ción o engaño. La sumisión nos condiciona a ser ovejas, la oposición
aumenta la agresividad y el engaño nos hacen recurrir a subterfugios.
El lenguaje dualista obliga a zanjar las controversias en los
siguientes términos: si-no, bueno-malo, negro-blanco, culpable-no
culpable, etc.
Zanjando las cuestiones de esta manera, uno crea fijaciones,
etiquetas, que no se corresponden con la rivalidad sentida interior-
mente.
Por mucho que uno busque la verdadera solución, no la
encuentra en ninguna parte. En realidad, la verdadera solución se
encuentra ahí donde no se mira jamás, el verdadero trabajo se hace
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en el silencio. Como el dinero que viene mientras dormimos.


La solución dualista es como si uno quisiera barrer una nube
negra con otra nube negra. Es válida en la medida en que esto no trai-
ga otras nubes de refuerzo, por todas partes, para acabar oscure-
ciendo el cielo entero. La solución no dualista consiste en ver que por
encima de las nubes, está el cielo azul.
Ver el cielo azul donde no está, es imposible. Es de locos. Es
de chalados.
Sólo diré que es posible, como lo prueban el Maestro Noguchi
y el Maestro Ueshiba, que no necesitaron jamás ir al Sahara para
verlo.
Los que se enfrentan a un problema difícil a menudo se tam-
balean. Absortos en el problema, no sienten nada de lo que ocurre en
su interior. No saben que tienen los ojos preocupados, los hombros
contraídos, la espalda encorvada, el cuello tenso o el vientre sin fuer-
za. Ante ellos sólo existe el problema. Su cielo está cubierto, en pleno
día, impidiéndoles respirar.
Es entonces cuando buscan toda clase de soluciones en el
exterior: consejos, remedios, milagros.
Están tan bloqueados que no comprenden que es en ellos mis-
mos donde podrán encontrar la verdadera solución. Se encaminan así
hacia la desintegración del ser.
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22 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 23

II

LA NOCIÓN DE ENFERMEDAD

La noción de enfermedad ha existido en el hombre desde


siempre, pero su contenido ha cambiado mucho a lo largo de la his-
toria.
Probablemente, al principio, la enfermedad fue considerada
como el resultado de un hechizo como se observa en los pueblos lla-
mados, hoy día, primitivos. Si la enfermedad es el resultado de un
hechizo, se necesita en general la ayuda de un exorcista para salir de
ella. Por eso se observa la presencia de los medecine-men entre los
primitivos. Su papel consiste en ahuyentar las malas influencias.
En el teatro Nô, que se remonta al siglo XV, veo, por ejemplo,
obras como Tsuchigumo cuyo héroe enferma, embrujado por el espí-
ritu de una araña, o también Aoino Ué, favorita del príncipe Genji,
cuya rival le hace enfermar por medio de un hechizo, etc.
El rey de Francia curaba las escrófulas después de su corona-
ción: “El rey te toca y Dios te cura”. Hacía milagros sobre miles de
personas.
En nuestros días, célebres deportistas curan a niños enfermos,
visitándoles en los hospitales.
El hechizo es ejercido por malos espíritus, demonios, personas
vivas o muertas, que tienen intenciones maléficas, o por objetos
encantados.
Hay americanos que hacen un buen negocio poniendo anun-
cios en los periódicos: “libraos de los objetos encantados”. Se limitan
simplemente a quemar estos objetos en hornos, previo pago, eviden-
temente.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, los progresos de la
ciencia dominaron y el aspecto “hechizo” fue desapareciendo poco a
poco. ¿El hechizo ha dejado de existir, al menos oficialmente, como
una figurilla sin importancia? No se puede tener una opinión muy, muy
segura sobre ello.
24 El diálogo del Silencio

Cada vez que había un descubrimiento médico importante y


que la prensa hablaba de ello, Noguchi recibía a clientes extremada-
mente sensibles sobre esta cuestión. Como si se dieran cuenta, de
repente, de que les faltaba justamente tal enzima, tal vitamina, tal sus-
tancia, etc. Esto se reproducía regularmente como el anuncio de una
nueva moda. Una vez pasada la moda, ya no se hablaba de ello.
Empezaba otra nueva moda.
Recordemos que la palabra enfermedad [maladie en francés] ,
viene de la palabra “mal” en francés. La medicina se ha encargado de
aliviar los males y de neutralizar el síntoma, porque el síntoma preo-
cupa al enfermo, más que la enfermedad en sí.
Los métodos de curación se han desarrollado para extender la
protección a un mayor número de individuos. El análisis permite
detectar las deficiencias; se llena la deficiencia con productos de sín-
tesis. Esto constituye un volumen cada vez más importante de apor-
tes externos para sostener la vida de los individuos.
La mentalidad dualista nos incita a buscar en el exterior la
causa de la enfermedad, habiéndose encontrado en la figura de estos
pequeños seres llamados microbios. A partir de entonces, todo se
simplifica. Si uno está enfermo, no es culpa suya. Es culpa de estos
bichitos invisibles a simple vista. Como el objetivo está determinado,
basta con apuntar el cañón sobre él y disparar. El único inconvenien-
te es el hecho de que el campo de batalla se encuentra, no fuera, sino
dentro. Es como cuando unos ladrones entran en el apartamento. No
se pueden utilizar ni cañones ni granadas. La operación se vuelve
delicada. Entonces se recurre a los médicos que prescriben el anti-
biótico. Se toma y se para la cura porque el síntoma ha desapareci-
do. Se para el combate porque los bandidos se han desmayado. ¿Y
quién sabe? Quizás es el momento más peligroso del combate, pues
al recuperar la conciencia, podrían atacar con una fuerza desespera-
da.
Uno se beneficia de todos los progresos científicos, al menos
teóricamente. Pero lo que ocurre en realidad no nos deja en este opti-
mismo ingenuo. Por una parte, los pacientes tienen una cierta pro-
pensión a seguir su capricho en lugar de observar estrictamente las
recetas. Por otra parte, los médicos, inundados por productos cada
vez más nuevos, no tienen más remedio que probarlos en sus pacien-
tes, que se vuelven en realidad sus cobayas. Y subsiste además el
recelo en los pacientes que les impide identificarse con probetas per-
Itsuo Tsuda 25

fectamente objetivas. Sobre esto se elaboran estadísticas que nos


conducen a conclusiones más o menos probables, pero no absolutas.
Lo que les confiere autoridad es la fuerza de la voz que elevan en su
favor.
El dualismo está en la fuente de todos los métodos que nos
prometen acciones muy eficaces para objetivos bien definidos.
Cuando hay un mal, hay que combatirlo cueste lo que cueste,
hasta que desaparezca totalmente. Es muy lógico y comprensible.
Para llevar a cabo satisfactoriamente este trabajo, hay que saber
organizarlo y sobre todo no perder de vista la meta asignada.
El inconveniente mayor de estos métodos es que nos llevan,
poco a poco, a la pérdida de visión global de nuestra vida. Nos fija-
mos en una parte bien delimitada de la totalidad en detrimento de
todo el resto. Somos como los malos jugadores de go que se apa-
sionan cogiendo una o dos fichas del contrario, olvidando todo el
amplio terreno del tablero que queda por conquistar.
Cuando se consigue neutralizar el síntoma, se piensa que se
ha logrado la victoria. Lo que sucede en el resto de nuestro ser es otra
cuestión, que hay que tratar aparte.
Este clima de credibilidad nos puede aportar un confort psico-
lógico y permitirnos decir: el asunto está resuelto, ahora empieza otro.
Es difícil para alguien que ha recibido una formación metódica,
concebir otra cosa que no sea lo que está circunscrito al ámbito de
su actividad. El conocimiento adquirido en el pasado le pone trabas.
Antes de la guerra, hubiera sido insensato pedir carretes en color a
un vendedor de fotos. La fotografía en color fue inventada por per-
sonas que no conocían la fotografía. Thomas Edison había vaticinado
que la televisión era un sueño irrealizable.
En la época en la que Noguchi era curandero, no tardó en
darse cuenta de un fenómeno curioso: la transmisión del mal. Sus
pacientes, una vez curado su estómago, por ejemplo, se entregaban
a la gula y volvían a él con un dolor de hígado.
Esto sería un espectáculo muy divertido para algunos de sus
colegas, pues verían en ello una fuente inagotable de beneficios.
Cuantos más enfermos haya, más posibilidad hay de ganar dinero.
Hay que mantener las enfermedades.
Noguchi tenía otra visión. Esta visión era global. No se trataba
de ganar la batalla sobre tal o cual punto del conjunto, sino de per-
mitir a los individuos que tomasen conciencia de sus capacidades
26 El diálogo del Silencio

ignoradas, de despertarlos al pleno desarrollo de su ser.


La terapia, por muy perfeccionada que esté, tiene su otra cara:
el estrechamiento de las relaciones de dependencia.
En lugar de liberar a los individuos, puede encadenarles a otra
atadura. Cada vez que Noguchi partía de viaje, sus pacientes se pre-
ocupaban enormemente y se sentían abandonados. “Pensaba:
“¿Para qué sirve mi trabajo si sólo es para sostener a gente, que en
cuanto están solos, no hacen más que derrumbarse?”
Las repetidas experiencias con placebos parecen mostrar que
el aspecto “hechizo” constituye un elemento no despreciable en los
fenómenos patológicos y terapéuticos.
Poco a poco, Noguchi sentía germinar en él la idea de que la
enfermedad no es quizás una cosa completamente inútil, un obstá-
culo con el cual hay que acabar. Él observaba atentamente el caso de
cada uno de sus pacientes. Constató que la gente no caía enferma,
ni por casualidad, ni de repente, sino que el organismo se encontra-
ba, con anterioridad, en un estado tal, que no podía dejar de pasar
por ello. Constató también que una vez pasada la enfermedad, el
organismo se desembarazaba de sus fatigas anteriores y recobraba
una nueva fuerza.
Las observaciones de Noguchi bien podían ser acertadas, pero
para estar tan convencido como él hay que tener un ojo bien entre-
nado. El estabilógrafo seitai fue inventado para permitir a la gente no
iniciada, constatar objetivamente los hechos. Cuando el peso llevado
sobre el pie izquierdo se vuelve excesivamente pesado, cosa fácil-
mente verificable a través de las cifras de la pequeña pantalla, se
empieza a tener diarrea. Después, el peso se equilibra sobre los dos
pies y la diarrea cesa. Cuando alguien que lleva el peso hacia delan-
te, es decir del tipo antero-posterior, empieza a inclinarse demasiado
hacia delante, se acatarra. Después del catarro, su postura se ende-
reza.
La diarrea y el catarro, en estos casos, ¿no sirven de regula-
dores naturales de nuestro organismo? Si es así, ¿no sería mejor
aprovecharlo en lugar de combatirlo? Aquellos que han pasado las
enfermedades naturalmente, se vuelven más sanos que antes. Esto,
a condición de que las hayan pasado sin tropiezos, respetando la
evolución natural de nuestro organismo.
Hay otros que se debilitan visiblemente después de la enfer-
medad. Son personas que tienen demasiada prisa por obtener el
Itsuo Tsuda 27

resultado y no tienen la paciencia de esperar el buen desarrollo del


proceso. Su ki se perturba, están preocupados, tienen miedo.
Recurren a todo tipo de medios para acelerar la curación. Después de
la curación, tienen un aspecto triste y una tez poco transparente.
Tienen a menudo secuelas.
Mientras uno no haya recuperado la fuente de energía que le
permita realizar sin fatiga lo que desea hacer, mientras no haya vuel-
to a tener una tez fresca y la serenidad de un cuerpo renovado, no se
puede decir que haya aprovechado el paso de las enfermedades.
Ciertamente es difícil hacer comprender a las personas que
han madurado en el clima del dualismo, la idea de aprovecharse de la
enfermedad. Piensan: “¿La enfermedad? Hay que combatirla. No hay
otra solución”.
La enseñanza de Noguchi, si se acepta, nos permite salir del
dualismo. Pero no se trata de confundir la salud y la enfermedad,
diciendo que es lo mismo y que cuanto más enfermo se está, mejor
salud se tiene. Sería simplemente una broma.
La salud y la enfermedad son dos aspectos de una misma
cosa. La salud, completamente desprovista de las funciones regula-
doras del organismo, es decir, sin posibilidad de enfermar, es una
falsa salud. Es lo que Noguchi llamaba “enfermedad sin enfermedad”.
Así es como se oye a las cotillas comentar en la calle: “Pero, sin
embargo, jamás ha estado enfermo…”
La vida se desarrolla con la alternancia de dos aspectos
opuestos, positivo y negativo, constructivo y destructivo. Esta alter-
nancia permite a la vida intensificar su reacción para volver a encon-
trar su equilibrio natural y activar el metabolismo. Alguien que viva en
un medio perfectamente higiénico, sin estar expuesto ni al frío ni al
calor, ingiriendo únicamente alimentos digeribles, rodeado de amabi-
lidad, se volverá apático y se encontrará debilitado. La vida no nece-
sita ya desplegar su potencial. La vida sin fluctuaciones, la vida com-
pletamente nivelada, es el sueño de los civilizados modernos. No es
de extrañar que, en estas condiciones, la salud sea un mito.
Que se tenga fiebre para defender el organismo de la invasión
microbiana, o se vomite para rechazar la absorción de alimentos inde-
seables, son reacciones, aunque bajo aspectos negativos, de la
misma fuerza que actúa para cicatrizar una herida o para volver a
tener apetito.
El dualismo se diluye cuando se comprende el punto de vista
28 El diálogo del Silencio

global del Seitai. Sin embargo, esta comprensión no puede ser ver-
dadera si queda únicamente en el plano intelectual. Hace falta que el
dualismo entre el alma y el cuerpo desaparezca para llegar a la plena
comprensión.
Algunos dicen que el Movimiento Regenerador es bueno para
el cuerpo, pero que hace falta un método de control mental para el
espíritu. Otros adoptan una actitud extremadamente intransigente
para criticar y atacar a los dualistas. Actuando así, caen en su propia
trampa, a saber, en el anti-dualismo que es una especie de dualismo.
No es tan fácil como se piensa salir del dualismo.
Cuando se consigue aprovechar la enfermedad, la vida se acti-
va, pues el organismo hace constantemente esfuerzos para recuperar
su equilibrio. Parece como si uno nunca estuviera enfermo. La verdad
es que, como el metabolismo está estimulado, no se queda uno en un
estancamiento constante.
Cuando el estancamiento persiste demasiado tiempo, en con-
diciones más y más tranquilizadoras, se llega a otra categoría de
enfermedades que yo llamaría “enfermedades de grandes deudas”. El
cáncer, la cirrosis hepática, las hemorragias cerebrales, todas estas
acumulaciones de perezas orgánicas, llegan con disimulo, sin hacer
ruido. Un buen día, uno se despierta y se encuentra, cara a cara, ante
el acreedor que le conmina a que pague todo de golpe.
Itsuo Tsuda 29
30 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 31

III

LA SOCIEDAD Y EL INDIVIDUO

Se piensa generalmente que la sociedad está compuesta por


individuos y que no es más que la suma total de las voluntades indi-
viduales. Para reformar la sociedad, bastaría entonces con convencer
a todo el mundo de hacerlo, como el que se dedica al bricolaje y deci-
de cómo modelar los materiales que utiliza.
La democracia, resultado de la buena voluntad colectiva, ya no
corresponde hoy día a la imagen que se le quiso dar al principio. Se
ha transformado en la dictadura de los papeles y de las cifras. La
Administración alcanza una dimensión enorme con la acumulación de
las leyes adoptadas. En Suiza, se quejan de que hay que leer medio
millón de páginas sólo para conocer las leyes federales que, además,
aumentan dos o tres mil páginas cada año. La Administración sufre
de parálisis en Italia, y en Francia se ha vuelto un laberinto.
El individuo se encuentra aprisionado entre sistemas de prohi-
biciones que se contradicen entre sí. Oprimido por todos los lados,
siente que la libertad no es más que un símbolo quimérico. El núme-
ro de enfermos mentales aumenta.
La sociedad tiene una vida propia que no es la de los indivi-
duos. Cada uno puede organizar su agenda pero no nos corresponde
cambiar el calendario a nuestro antojo personal. Cada uno es libre de
hablar como le parezca, pero no puede cambiar arbitrariamente la
conjugación de los verbos.
Los que maldicen la sociedad buscan la evasión huyendo.
Sueñan con fundar comunidades sin obligaciones. La experiencia
acaba demostrándoles que las obligaciones cambian de naturaleza,
pero que siempre existen.
No podemos impedir que la imaginación vagabundee. El indi-
viduo se encuentra en cualquier lado menos donde está realmente.
Sus pies ya no tocan el suelo.
Noguchi dice que la salud es algo natural. No necesita ningu-
32 El diálogo del Silencio

na intervención artificial. Basta con desembarazarnos de los zatsu-


nen, pensamientos heteróclitos, vaciar el cerebro y respirar profunda-
mente.
Si es tan sencillo, al menos merece la pena intentarlo. Pero
cuando, hoy día, se ve a tanta gente dispersa, uno se pregunta si este
principio sigue siendo aún válido. Yo digo que el principio sigue inmu-
table, pero la gente es incapaz de aplicarlo.
Es incapaz, en primer lugar, de vaciar el cerebro. Éste se ha
transformado en un gimnasio donde todo tipo de pensamientos hete-
róclitos se agitan. Cuanto más intenta uno librarse de ellos, más acu-
den. Por lo tanto, uno se encuentra bloqueado de antemano para
poder respirar profundamente.
Gracias a las manifestaciones de los participantes he descu-
bierto algo de lo que no me daba cuenta. Al principio, la gente llega
con la cabeza llena de un montón de preguntas. Piensan “sea como
sea, tengo que preguntarle por qué esto y por qué lo otro”. Lo curio-
so, es que olvidan hacerme las preguntas cuando me ven. Se dan
cuenta de este olvido y deciden hacerme las preguntas “la próxima
vez”. Pero cada vez ocurre lo mismo: las preguntas se evaporan. Al
cabo de un año, dejan de lado todas estas preguntas y contraria-
mente a las costumbres europeas, se limitan a practicar. Es, enton-
ces, cuando el Movimiento empieza a ser válido. Han vaciado la
cabeza sin darse cuenta.
Sin embargo, algunas veces hay personas, aunque no muchas,
que pretenden dar una clase de disertación filosófica: “¿Que entien-
de usted por ki? ¿Qué entiende usted por visualización?, etc.”
Muy pronto me di cuenta de que desperdiciaban su tiempo y el
mío. Son como los cormoranes de los pescadores japoneses. Atrapan
de un bocado peces pero no consiguen tragar, pues una cuerda atada
a su cuello les impide ir más lejos. Van a todas partes en busca de la
verdad que nunca consiguen encontrar. Son cormoranes intelectua-
les.
Hay dos actitudes mentales que impiden a los civilizados
vaciar su cerebro: las especulaciones intelectuales y las prohibicio-
nes.
Entre las especulaciones intelectuales, la que más se impone,
con un alcance universal en su aplicación, lleva el nombre de “cien-
cia”. Si se dice que algo es científico, hay que inclinarse ante la auto-
ridad.
Itsuo Tsuda 33

El ordenador es una máquina capaz de producir en un santia-


mén un trabajo que habría costado años de esfuerzo a miles de per-
sonas. Ejecuta el trabajo sin caprichos, sin error. En Japón, se utiliza
para domiciliar las nóminas directamente en las cuentas bancarias. Es
muy eficaz. Un día, un asalariado recibe un escrito del banco, comu-
nicándole que no le quedan ya fondos en su cuenta. No es posible,
pues no recuerda haber retirado ninguna suma importante de dinero.
Descubren que la totalidad de su salario fue abonado en la cuenta de
otra persona que tiene un nombre similar. Ha sido un error de la ope-
radora. Cualquier máquina, por muy automatizada que esté, conlleva
una parte de intervención humana cuyo carácter es imprevisible.
El hombre ha conseguido dominar el uso de una energía
incomparablemente superior a su fuerza física. Los coches no dejan
de hacer estragos en las carreteras.
Los jefes de Estado de las superpotencias mundiales poseen
dispositivos que permiten desencadenar, en unos minutos, una gue-
rra nuclear capaz de destruir toda la población mundial varias dece-
nas de veces. ¿Poseen un espíritu lúcido y sano? Nada indica que
tengan una sensatez infalible. Basta con que uno de ellos se equivo-
que para que llegue el Apocalipsis.
El hombre se ha transformado en un mago que es atacado por
el monstruo que él mismo ha creado.
La ciencia se construye utilizando conceptos, símbolos abs-
tractos y generales, y nos permite crear un mundo imaginario que no
existe de forma natural. Dicen que el origen de las ciencias remonta a
los antiguos griegos cuya lengua conceptual y abstracta permitía
concebir toda clase de explicaciones del mundo que nos rodea. El
hombre es un espectador que intenta comprender el panorama que
se desarrolla ante sus ojos. Se vuelve actor a partir de la explicación
que él se ha dado del mundo e intenta transformarlo con su voluntad.
El hombre ha adquirido medios técnicos muy eficaces para
esta transformación. Sin embargo, sigue siendo un enigma con res-
pecto a sí mismo.
La prensa ha armado un gran alboroto con el transplante de
corazón. Se sabe que el corazón separado del cuerpo puede seguir
viviendo indefinidamente en un caldo de cultivo. Transplantado en
otro cuerpo, puede vivir si el nuevo medio le conviene. Si no, deja de
vivir. Sin embargo, no se sabe de antemano si hay certeza de super-
vivencia. Todo está por ver. En realidad, es una especie de bricolaje
34 El diálogo del Silencio

muy aventurado. Este tipo de bricolaje no tiene nada que ver con lo
que una mujer realiza en nueve meses de gestación. La forma del
seno cambia meses antes a la expectativa de la lactancia. El ser que
llega al mundo está provisto de todos los órganos y facultades, inclu-
so de aquellos que aún están por descubrir mediante las investiga-
ciones. Hay que decir que, a pesar de tantos medios movilizados, la
ciencia no es capaz de producir ni una gota de sangre.
Los prejuicios creados por este conocimiento imperfecto que
es la ciencia, no nos permiten hacer el vacío de nuestra mente. El
hombre sigue siendo un desconocido, incluso medio siglo después
de Alexis Carrel.
La ciencia empieza con la forma y termina con un sistema de
interpretación. El ki muere con la forma que es justamente el punto de
partida de la ciencia.
La ciencia es incapaz de tratar cosas que no tienen forma, que
son inaprensibles e indeterminables por un medio cualquiera de
detección. Una cosa empieza a existir a partir del momento en que se
consigue dar pruebas tangibles de su existencia y en que se le da un
nombre. Si no, la ciencia se quedará en el terreno del ocultismo o de
la fantasía. Ejerce tal fascinación sobre la gente que acapara toda
nuestra atención sobre temas determinados en detrimento de todo lo
demás.
Uno de los hijos de Noguchi siguió un curso de higiene en la escue-
la, una conferencia sobre la disentería. Dijo a su padre: “¡Ahora tengo
miedo de beber agua o de comer pasteles!”
El padre, como si nada, le preguntó:
- Hasta ahora no te ha afectado la disentería y has bebido agua;
estás sano y has comido pasteles. ¿Por qué te preocupas?
El hijo reflexionó con aire serio y dijo:
Se me había olvidado por completo una cosa importante: vivimos.
Por el hecho de vivir el organismo suscita las funciones necesarias
para la vida: la resistencia contra los microbios o la capacidad de
reaccionar… Cuando la vida se debilita uno puede coger la disente-
ría.
La mayoría de la gente olvida esta cosa sencilla que es la vida. Es
bueno utilizar el conocimiento higiénico para hacer la vida agradable,
pero la fijación excesiva que provoca el miedo a los microbios parali-
za la vida.
No es el cuerpo, con sus sistemas nervioso, digestivo o circulato-
Itsuo Tsuda 35

rio, etc., el que ha producido la vida. Tampoco los alimentos ni el aire


la han producido. La vida está en el origen de la formación del cuer-
po y de las actividades propias del organismo, tales como el apetito,
la respiración o el metabolismo.
Como la vida no tiene ninguna forma visible, se la coloca automá-
ticamente fuera del campo de las investigaciones científicas.
Fijándose sobre tal o cual aspecto particular de la vida, uno acaba
por perder de vista la vida que es esencial, sin forma e indivisible. No
se puede vivir sin dinero, en consecuencia uno se vuelve prisionero
del dinero. No se puede vivir sin comer, y uno se vuelve prisionero de
la comida. Quedando prisionero, uno aspira a la libertad que no
encuentra en ninguna parte.
Algunos intelectuales se revelan contra la tradición judeocristiana.
Me parece que hay una mezcla confusa en esta denominación. Por
una parte, la religión judaica, que está llena de prohibiciones, cosa
necesaria para consolidar la unidad étnica; y por otra parte, la pre-
sencia de Jesús, que sabía salir indemne y libre ante la gente que
quería condenarle a causa de la violación de las prohibiciones. Si el
cristianismo se ha transformado en un sistema de prohibiciones y cul-
pabilidades, y si reviste un carácter moralizante, es que existe un
terreno favorable en Europa para acoger las prohibiciones. De la
enseñanza intrínsecamente no dualista de Jesús se ha conseguido
establecer organizaciones dualistas, poderosas y apremiantes. He
aquí uno de los rasgos característicos del cerebro-céntrico.
“Si encontráis al Buda, matadle” dice Lin Tsi.
Sería una blasfemia imperdonable en un sistema de culpabilidades.
Sin embargo, es el mismo Lin Tsi quien dice:
“El verdadero Buda no tiene forma.”
No se puede matar y ni siquiera blasfemar contra algo que no tiene
forma. Por lo tanto, nunca ha blasfemado contra el Buda, pues es
Uno con Él.
Es espantoso oír las prohibiciones que se imponen a los niños en
Europa. Se les quiere transformar en adultos lo más rápidamente
posible, pero se va preparando el terreno para que se vuelvan asmá-
ticos o neuróticos.
“Cuando era pequeña me ataban a un árbol, porque no quería
comer”, dice una señora.
“Me encerraban con llave en el comedor hasta que comiera”, dice
otra.
36 El diálogo del Silencio

Se consigue así llenar el saco con alimentos para calmar su propia


inquietud, pero a la vez se mata en los niños el deseo, que no tiene
forma.
Es muy fácil conseguir, sin duda alguna, que el dualismo sea acep-
tado, pues se discute sobre formas y teorías. Salir de ahí para volver
a encontrar un fondo que no tiene forma es difícil, pues uno recae
siempre en un círculo vicioso en el que está encerrado con sus cos-
tumbres mentales y corporales. Sin embargo, una pequeña chispa
puede producirse para liberarnos de la obsesión. Se empieza enton-
ces a ver el mundo con una mirada muy diferente. Uno puede sentir-
se libre a pesar de las presiones, pues se hace Uno con la Libertad.
A menudo, se cree por error que predico el no dualismo, la antite-
oría, la anarquía antisocial, la anticulpabilidad. En realidad no predico
nada. Ahí es donde se equivoca la gente que está educada única-
mente con prohibiciones y culpabilidades. Actúan por reacción con-
tra todo lo que existe. Creen poder aniquilarlo. En absoluto, no hacen
más que fortalecer el dualismo que combaten. Son personas que
creen que podrían hacer todo si no existieran las prohibiciones. Es
justamente la razón por la cual hacen falta prohibiciones y leyes.
Una prohibición es la oposición de una forma contra otra. Se puede
obtener, con la prohibición, un resultado inmediato y visible, al menos
aparentemente. Uno puede decir “ponte recto” y la postura será recta
aparentemente. Pero será una postura sin alma. Se puede decir
“come” y uno comerá sin ser capaz, sin embargo, de digerir.
Uno cura una herida y cree que son los cuidados los que la han
curado. En realidad, la herida sólo se cicatriza gracias a una fuerza
misteriosa de la naturaleza que hace el trabajo sola. Si esta fuerza se
debilita, la herida no se cura. Si esta fuerza se intensifica, no hará falta
ni siquiera curarla.
Buscamos en vano la Vida a través de la extrapolación de nuestras
especulaciones. Cuanto más buscamos, más huye. Sin embargo, la
verdad es sencilla: vivimos, somos Uno con la Vida, incluso si no nos
damos cuenta.
Itsuo Tsuda 37
38 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 39

IV

EL EXTRAPIRAMIDAL

La práctica del Movimiento Regenerador es un ejercicio del


sistema motor extrapiramidal. Esa es la definición dada por Noguchi.
¿Qué significa ese nombre repelente: “extrapiramidal”?
Pocas personas conocen esta palabra; y si hubiera que hacer
un estudio especial para comprender lo que es, el Movimiento
Regenerador no estaría al alcance de todo el mundo.
Esta palabra misteriosa es un término de anatomía que desig-
na una zona cerebral frente a otra que se considera sede de todo
movimiento voluntario. La acción de esta última es bastante conoci-
da. Se conocen los casos de sujetos que, afectados por una lesión en
un lado de la cabeza, están paralizados en el movimiento voluntario
de los miembros del lado opuesto, debido a los entrecruzamientos
motor y sensitivo. La vía motriz funciona gracias al haz piramidal que
transmite las señales que salen de las neuronas de la zona psicomo-
triz, llamada área 4, a los músculos voluntarios. La neurocirugía ha
podido determinar las relaciones que existen entre tal o cual parte de
esta zona y los músculos voluntarios que dependen de ella. Se utiliza
electricidad de poco voltaje para proporcionar los estímulos necesa-
rios a las neuronas estudiadas, para ver la reacción de los músculos
interesados. Es como cuando uno ve un interruptor en una sala.
Presiona un botón y la lámpara se enciende al entrar. Si se presiona
otro, es el ventilador lo que empieza a funcionar, etc. Las relaciones
causa-efecto están bien determinadas.
No ocurre así con el sistema motor extrapiramidal.
Anatómicamente, su sede se encuentra en el área 6, situada por
delante del área 4. Aunque haya una separación anatómica, la acción
del extrapiramidal se entremezcla estrechamente con el piramidal,
como si estuviera superpuesto.
Esta separación anatómica en realidad sólo existe entre los pri-
mates: el mono y el hombre. Esto explica la postura privilegiada del
40 El diálogo del Silencio

hombre en el reino animal. Gracias a su voluntad, el hombre ha con-


seguido crear cosas que no existen en estado natural y organizar la
vida colectiva. Si bastara utilizar la voluntad para asegurar la superio-
ridad del hombre, no haría falta nada más. ¿Para que sirve el extrapi-
ramidal?
Su papel es mucho más difícil de determinar que el del siste-
ma piramidal, cuya función está localizada con precisión. Algunos
dicen que la acción del extrapiramidal es totalmente holocinética, lo
que significa que cubre el conjunto de los movimientos humanos.
Otros dicen que es premotriz, es decir, que proporciona un sostén
dinámico a todo movimiento voluntario y que sin ella, éste último que-
daría sin intensidad, sin impulso. Se utiliza también el término “ereis-
mático” (ereisma: soporte, en griego) para designar una fase ignora-
da que provee las condiciones de base que permiten ejecutar cada
uno de los movimientos voluntarios.
Sea como sea, son cuestiones que sólo interesan a los neuró-
logos, pero no a nosotros, los profanos. Para nosotros, se trata de
armonizar el conjunto de los movimientos inherentes a cada individuo
humano, para que trabaje cuando desee trabajar, duerma cuando
tenga sueño, coma cuando tenga hambre, en fin, para que se sienta
bien, independiente y libre.
Hay personas que no quieren hacer nada antes de tener una
explicación completa de la cosa a emprender. Son personas que, una
vez dada la explicación y satisfecho su confort intelectual, general-
mente, no hacen nada en absoluto. Que esperen aún algunos siglos
antes de que la ciencia consiga completar el conocimiento.
Se puede ser un buen cocinero sin conocer nada de la com-
posición química de los alimentos. Se puede ser un buen oficiante del
Movimiento Regenerador, sin conocer nada de neurología.
Hay que comprender que en cada movimiento humano, no
todo es voluntario, incluso si la motivación es voluntaria. Cuando uno
decide dar un paseo es voluntario. Pero una vez que se pone a andar,
ya no necesita que intervenga la voluntad en cada instante. Anda sim-
plemente, sin pensar en ello, lo que le permite pensar en otra cosa,
discutir de política, de arte, de gastronomía, etc.
El movimiento voluntario es un acto consciente. Sin embargo,
el campo de nuestra actividad consciente está muy limitado. No se
puede estar consciente las 24 horas del día, porque hay que dormir.
Y durante el sueño, a pesar de todo, uno sigue moviéndose en la
Itsuo Tsuda 41

cama. Mientras uno habla, las manos, los dedos e incluso los pies se
mueven, sin ser consciente de ello. Uno consigue mantener al mismo
tiempo el equilibrio postural, sin pensar en ello especialmente.
Por lo tanto, el movimiento existe siempre, incluso ahí donde la
voluntad está ausente. Se puede decir que la parte del movimiento
voluntario es mínima comparada con el conjunto de los movimientos
que ejecuta el cuerpo.
Si la actividad humana dependiese completamente del sistema
voluntario, toda la humanidad hubiera desaparecido pronto de la tie-
rra, pues al principio de la vida nadie es capaz de recurrir a la volun-
tad para alimentarse solo. No es la voluntad ni el conocimiento dieté-
tico lo que nos empuja a buscar el seno y mamar. Es únicamente el
sistema motor extrapiramidal, que funciona para realizar este trabajo.
Con el desarrollo de la inteligencia y de la voluntad, aprende-
mos a organizar la vida. En lugar de saltar sobre los alimentos direc-
tamente, elegimos, pagamos el precio, cocinamos y preparamos la
mesa. Para eso hace falta dinero. Para comprender la relación entre
el dinero, ese papel impreso, y la cosa que comemos, hace falta inte-
ligencia. La inteligencia va acompañada del desarrollo de la facultad
verbal que permite comunicar ideas. La producción verbal ha alcan-
zado hoy día tal nivel que es difícil para el común de los mortales
poder digerirlo todo. En los países comunistas, hay discursos, dis-
cursos y discursos. En los países democráticos, hay discusiones, dis-
cusiones y discusiones. Uno se siente aplastado, ahogado por las
palabras.
Comemos cuando tenemos hambre. Bebemos cuando tene-
mos sed. Dormimos cuando tenemos sueño. Nos levantamos cuando
nos despertamos. Es sencillo. Pero es demasiado sencillo para satis-
facer el deseo insaciable de los seres civilizados de complicarlo todo.
La composición verbal nos permite decir:
-No como, aunque tengo hambre.
-Como, aunque ya no tengo hambre.
-No duermo, aunque tengo sueño. Etc.
Cuando todo se reduce a fórmulas sencillas, se comprende la
contradicción. Cuando se dice con palabras pomposas, complicadas
o sutiles y repetidas constantemente con autoridad, uno acaba por
creer en ello.
¿Qué ocurre con el recién nacido cuya voluntad no está aún
desarrollada? Cuando la leche materna contiene una cantidad ínfima
42 El diálogo del Silencio

de toxinas que ningún análisis permite descubrir, vomita la leche


inmediatamente. ¿Cómo lo ha sabido? Es verdaderamente misterio-
so. El instinto actúa con mayor rapidez que una larga discusión aca-
démica.
La inteligencia y la voluntad se desarrollan en detrimento del
instinto, que tiende a atrofiarse. Todo lo que se hace muy fácilmente
cuando se tiene instinto, exige intervenciones extremadamente com-
plicadas cuando se encuentra apagado.
Seitai Kyokai, la Asociación Seitai, es la única entre otras
escuelas de movimiento, que preconiza el ejercicio del sistema motor
extrapiramidal. Esto plantea bastantes problemas a los europeos
cuya comprensión sigue polarizada en el campo del análisis y de la
voluntad. Si se trata de analizar por qué esto, por qué lo otro, de obte-
ner tal o cual resultado con eficacia, o de adquirir un poder extraordi-
nario, vale. Pero suspender momentáneamente la voluntad, o dejarse
llevar completamente, ¡nunca en la vida!
Se tiene miedo a lo desconocido o a hacer el ridículo. Si el
cuerpo se moviera solo, sin el control de la voluntad, ¿cómo podría-
mos justificarnos ante los demás? Al contrario, ¿no habría que refor-
zar el control voluntario?
Me han dicho que un médico suizo, que se supone conoce
todo lo que ocurre en los seres humanos por su oficio, ha ejercido tal
autoridad sobre su hija que ésta, una niña de dieciséis años, se suici-
dó de desesperación, tomando veneno. Cada semana, se leen en los
periódicos uno o dos acontecimientos de este estilo.
He constatado que hay dos tendencias extremas a las cuales
se llega a menudo en Europa: la dispersión o la fijación. La dispersión
nos incita a pensar en un montón de cosas a la vez sin conseguir
tomar una decisión. Se decide no decidir nada. La fijación nos hace
tomar nuestros deseos por realidades. Uno está todo el día soñando,
con un amante o con un milagro, o uno se queda paralizado por el
miedo a una amenaza o a una enfermedad. Pocas veces se actúa de
una forma sencilla, natural y fluida que permita al individuo alcanzar la
plenitud. El extrapiramidal parece estar muy debilitado.
No tengo la intención de animaros a emprender un estudio de
la estructura extrapiramidal, pues es un campo reservado a los espe-
cialistas. Se trata simplemente de indicar, a la gente interesada, el
modo de reanimar un lado dejado en la sombra, para que puedan
gozar plenamente de las posibilidades que nos ofrece la vida.
Itsuo Tsuda 43

Es en el caso de los paralíticos donde el extrapiramidal mues-


tra reflejos inesperados. Por ejemplo, cuando se toca sin querer el
brazo paralizado de alguien con la punta de un cigarrillo encendido,
la persona lo retira instintivamente, más rápidamente que una perso-
na normal. Esto significa que, aunque el sistema voluntario no funcio-
ne, el extrapiramidal puede actuar.
Esta constatación, en vivo, permite comprender lo que
Noguchi ha hecho con uno de sus alumnos. Un día, éste quedó para-
lizado de un brazo, quizás debido al exceso de bebida alcohólica. En
casos así, ya se conoce el sistema de reeducación. Se anima, se
exhorta al afectado a que haga un poco más de esfuerzo cada día.
Venga, otro poquito más. ¡Ah!, ha hecho usted un pequeño progreso
desde la semana pasada, etc. Es decir, se intenta activar el sistema
voluntario.
Lo que Noguchi hizo a favor de su alumno no tenía nada que
ver con este tipo de reeducación: directamente, le prohibió el uso del
brazo paralizado.
Con el fin de que pudiera trabajar con el otro brazo, Noguchi
estudió una nueva técnica para usar un solo brazo y se la enseñó. El
hombre, muy agradecido, seguía fielmente sus instrucciones, pero al
cabo de algunos meses recobró el uso normal del brazo que había
estado paralizado. ¿Qué había ocurrido en este tiempo?
Si bien es difícil mover voluntariamente un brazo paralizado,
puede ocurrir que se mueva solo, instintivamente, en el momento en
que uno menos se lo espera. Puede rascar un picor, retirarse rápida-
mente al contacto del calor o del frío, sin que uno lo haga intenciona-
damente. Como lo tenía prohibido, este hombre se dijo: “Cáscaras,
no debía moverlo.” Cuando se reprime la voluntad, la cosa no queda
en la inacción. La represión provoca una contra reacción. Cuando
prohíben mirar, apetece mirar. La represión ha preparado el terreno
premotor al movimiento voluntario.
Jesús, al curar a un leproso y a dos ciegos, les prohibió estric-
tamente contarlo a los demás. Resultado: todo el mundo sabe lo que
ocurrió hace dos mil años, incluso el hecho de que les prohibiera
decirlo. “Jesús fue un buen psicólogo”, decía Noguchi con admira-
ción.
Jigoro Kano, fundador del judo, tenía una técnica llamada “uki-
goshi”. Proyectaba a sus alumnos por encima de sus caderas. Nadie
podía resistirse a esta técnica. Le preguntaron el secreto de esta efi-
44 El diálogo del Silencio

cacia. Kano explicó que colocaba sus caderas delante del adversario,
mientras lo empujaba ligeramente hacia atrás. Si se empuja un obje-
to inanimado, de bronce o de hierro, con una altura de 1,70m y una
base de 25 cm., cae inevitablemente en la dirección del empujón.
Cuando se trata de un hombre vivo, la reacción es muy diferente. Un
pequeño empujón desencadena todo un mecanismo complejo del
extrapiramidal para recuperar el equilibrio postural y entonces el
adversario empuja en el sentido contrario. Kano aprovechaba este
reflejo instintivo para proyectar al adversario, con muy poco esfuerzo.
De ahí viene la palabra “judo”, la Vía de la Flexibilidad.
El principio es éste, pero no está al alcance de todo el mundo
aplicarlo. Hay que tener el extrapiramidal bien desarrollado. El maes-
tro Kano probablemente no conocía esta palabra rara. Hay una dife-
rencia fundamental de actitud entre el conocimiento analítico de la
estructura de una peonza y el arte de hacerla girar. Si no se es capaz
de hacerla girar, uno puede ser investigador pero no es maestro.
Aprendí de Noguchi la relación que existe entre el extrapirami-
dal y los grandes rectos del abdomen. Estos músculos, los grandes
rectos, se contraen y endurecen cuando uno entra en cólera. Hay una
expresión muy conocida en japonés “hara ga tatsu”, que significa “el
vientre se endereza”. Efectivamente, se puede constatar el endureci-
miento de esta parte del vientre cuando uno entra en cólera, cuando
se enfada y está a punto de romper algo. Hay gente que tiene, per-
manentemente, los grandes rectos endurecidos. Noguchi sabía flexi-
bilizarlos, dando golpecitos rítmicamente sobre los segundos puntos
de la cabeza, puntos utilizados para estimular el sistema motor extra-
piramidal. Está claro que estos golpecitos, aparentemente sencillos,
exigen una maestría que no está al alcance de todo el mundo.
Itsuo Tsuda 45
46 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 47

EL CATARRO

En la época en que Noguchi hacía terapia, no encontró nada


tan difícil como el tratamiento del catarro. El cáncer, incluso, no le pre-
sentaba tanta dificultad.
¿Por qué el catarro es tan difícil? Por su carácter imprevisible.
Todas las enfermedades tienen, cada una a su manera, un pro-
ceso normal de evolución que los especialistas pueden constatar a
través de la reacción producida en el cuerpo. Noguchi podía ver
dónde y cómo había que estimular y prever cuanto tiempo tomaría
este proceso para recorrer la etapa, en cada caso particular.
No ocurre así con el catarro. Éste podía perfectamente des-
aparecer antes de que Noguchi hubiera tenido tiempo de estudiar la
evolución, o bien podía transformarse en otra enfermedad. Empezó
entonces a estudiar qué tipo de individuo era propenso a coger tal
tipo de catarro, que podía degenerar en otra enfermedad. Cada caso
presentaba diferencias según el terreno particular del individuo. El
catarro ha sido el punto de partida del estudio de los taiheki, de las
tendencias particulares del terreno en los individuos.
Noguchi no era un hombre que se contentase con una aproxi-
mación. Tenía una necesidad insaciable de verificar, él mismo, todas
las fases de la evolución, en cada caso, separadamente, para estar
seguro y convencerse. Después de cuarenta años de práctica, llegó a
comprender el catarro en las personas que conocía, pero no podía
afirmar nada sobre el catarro de personas que no había tenido la oca-
sión de examinar.
Hacia 1962, publicó un pequeño artículo, titulado: “La utiliza-
ción del catarro”, basándose, sobre todo, en los descubrimientos de
los diez últimos años. Hay que entender bien: se trata de la utilización
y no de la curación. Esto no es un matiz, hay todo un mundo de dife-
rencia.
Para nuestro sentido común, el catarro no es más que una
48 El diálogo del Silencio

pequeña perturbación de la salud, no tan seria como una enferme-


dad. Uno cambiará de idea sobre ello a partir del momento en que
sepa que la poliomielitis y la viruela no son más que variedades del
catarro.
El método generalmente conocido para protegernos de los
daños que puede provocar es la vacuna, es decir, el combate contra
el virus.
La idea de Noguchi es totalmente diferente. El virus le da igual.
La misma causa no produce el mismo efecto en los seres vivos. Todo
depende del estado del terreno. Si el terreno está bien regenerado,
puede cambiar la desgracia en felicidad. El colibacilo nos ayuda a
digerir los alimentos, pero puede causar artritis u otros problemas en
un terreno debilitado.
¿De qué manera podía Noguchi verificar el estado del terreno?
No recurría a instrumentos complicados de sondeo. Observaba sim-
plemente desde el exterior. El principio es muy sencillo. Es éste:
- Un cuerpo sano es elástico.
Esto puede traducirse por una gran amplitud muscular, dicho de
otra manera, hay una gran diferencia en los músculos entre el
momento de contracción y el momento de relajación. Un cuerpo sano
es comparable a un elástico nuevo que se alarga y se encoge fácil-
mente.
Esa elasticidad disminuye a medida en que uno envejece.
Cuando la amplitud muscular llega a cero, uno deja de vivir.
Por lo tanto, la muerte no llega bruscamente. Uno se acerca a la
muerte con una pérdida gradual de elasticidad. Si tuviéramos la capa-
cidad de observación de Noguchi, sería extremadamente interesante
ver cómo la gente ralentiza, poco a poco, su velocidad “biológica”
hasta llegar al final. No habría sorpresas ni miedo.
Como estamos tan preocupados por los problemas de dinero,
por el empeño en combatir las enfermedades y por la ambición de
acumular poder, no tenemos tiempo de gozar del hermoso espectá-
culo que se desarrolla ante nuestros ojos.
Sin embargo, durante las sesiones del Movimiento
Regenerador, se pueden constatar cosas extrañas. El donante, situa-
do detrás del receptor, coloca la mano sobre su espalda. Sensación
de sorpresa. Piensa: “pero es como un muro de hormigón”. Cuando
se dice a estos muros de hormigón que se relajen, ocurre lo contra-
rio, se contraen. Cuanto más intentan flexibilizarse, más se contraen.
Itsuo Tsuda 49

Según su sensación, la contracción y la relajación se confunden com-


pletamente. Como no son capaces de sentir las pequeñas perturba-
ciones que el organismo soporta constantemente, se creen sanos. Ni
siquiera se acatarran. Pero un buen día, caen rígidos como troncos.
Entonces se busca la causa del fallecimiento y se pega una etiqueta:
hemorragia cerebral o cirrosis hepática, etc. Me pregunto si estas eti-
quetas son verdaderamente necesarias, porque mientras vivían, ya
habían llegado al final. Si un viejo elástico se rompe, ¿tiene sentido
preguntarse si es porque Roberto lo ha estirado demasiado o porque
un gran camión ha pasado por delante de la puerta?
Sin embargo, la disminución de amplitud no es uniforme en el
individuo. Hay partes que se desgastan más rápidamente que el
resto. Cuando observamos unos zapatos planos, el desgaste no es
uniforme. El hombre es un animal, ejecuta constantemente todo tipo
de movimientos: levantarse, sentarse, andar, etc. Como ningún hom-
bre es perfecto, la postura no está jamás perfectamente equilibrada.
Por lo tanto, hay partes del cuerpo que soportan más carga que otras.
Esas partes, a fuerza de soportar la carga, se endurecen y pierden
amplitud muscular. La fatiga se localiza en ellas, sin que el sujeto sea
consciente.
Noguchi detectaba la fatiga localizada en cada uno de sus
pacientes y observaba su evolución. La fatiga localizada, en realidad,
sólo se producía en un punto del conjunto del cuerpo; los demás pun-
tos, aparentemente fatigados, no eran más que secundarios y se
recuperaban después de una noche de sueño. La verdadera fatiga
localizada es la que persiste y de la que uno no se consigue recupe-
rar después del descanso.
Por mucho que uno se relaje, la fatiga localizada sigue igual. Se
encuentra fuera del circuito voluntario relajación-contracción. Cuando
este punto fatigado pierde su elasticidad hasta cierto grado, el sujeto
se acatarra. La elasticidad se recupera después del paso del catarro,
a condición, claro está, de no realizar intervenciones demasiado arti-
ficiales y respetar el proceso normal de evolución.
De ahí viene para Noguchi la idea de que el catarro no es una
enfermedad a curar, sino una función natural del organismo para recu-
perarse solo.
Si la naturaleza hace su trabajo, lo mejor es dejarla trabajar. Es
muy sencillo. Lo que ocurre sin embargo, es justamente lo contrario.
Se hace de todo para impedir a la naturaleza que realice su trabajo.
50 El diálogo del Silencio

La enfermedad juega un papel en la vida social, definido por la


sociedad y para la sociedad. Es difícil para un pobre individuo sus-
traerse a ello.
Si la nariz destila, es una buena reacción del organismo que
intenta eliminar los elementos nocivos contenidos en el aire. Esto
muestra que el organismo es suficientemente sensible para reaccio-
nar. Pero uno se siente incómodo frente a los demás e intenta no aca-
tarrarse para evitarlo. Se consigue friccionando la piel con agua fría o
recurriendo a otros métodos de disciplina o de prevención.
Uno deja de acatarrarse, pero, a la vez, se expone al peligro de
hemorragias cerebrales u otras enfermedades, a pesar de tener una
apariencia robusta, pues el cuerpo pierde su sensibilidad para reac-
cionar.
El estabilógrafo seitai ha podido confirmar con cifras diversas
observaciones avanzadas por Noguchi. Existe una relación estrecha
entre la postura, el catarro e incluso la sensibilidad.
Cuando el reparto del peso sobre el estabilógrafo se perturba,
la gente se acatarra. Después del paso natural del catarro, el reparto
se normaliza.
Se puede elegir entre dos actitudes diferentes. Una que con-
siste en respetar el trabajo de la naturaleza, aprovechándolo para
mejorar el terreno; y otra que consiste en buscar resultados inmedia-
tos para estar en conformidad con las exigencias de la sociedad. En
todo caso, no soy yo el que decidirá por vosotros.
Según Noguchi, el catarro no es una afección general del cuer-
po sino una distorsión que afecta localmente a un sistema orgánico
particular. Uno se acatarra cuando el cerebro está cansado después
de mucho trabajo cerebral. Se acatarra también cuando ha comido
demasiado, imponiendo una sobrecarga al sistema digestivo. De
todas maneras, cuando un sistema orgánico trabaja demasiado con
relación al conjunto del organismo, cuando hay una fatiga localizada,
uno se acatarra. El catarro es, por lo tanto, el resultado de una cierta
actividad excesiva del hombre, que provoca la pérdida de elasticidad
muscular en la parte afectada y, en consecuencia, el desequilibrio,
caracterizado por esa pérdida, en la postura.
Este desequilibrio postural no es algo imaginario o hipotético.
Puede demostrarse con la ayuda del estabilógrafo. Durante un viaje
que organicé a Japón, los participantes franceses y suizos tuvieron la
oportunidad de subirse todos a este aparato en la sede del Seitai. El
Itsuo Tsuda 51

resultado de las mediciones fue anotado en una hoja de papel con el


nombre de cada uno y los resultados aparecidos en pantalla. Uno de
los hijos de Noguchi señaló, mirando simplemente estas cifras, que
tres de ellos estaban acatarrados o a punto de acatarrarse. Este
hecho fue confirmado inmediatamente por esas personas, cuyos
nombres estaban apuntados en las hojas respectivas.
Uno no se acatarra de cualquier manera. El catarro de los que
caen constantemente bajo el peso de las preocupaciones, difiere del
catarro de los alcohólicos empedernidos, que tienen un hígado endu-
recido: el primero afecta al sistema nervioso, mientras que el último
afecta al sistema relacionado con el hígado. También está el catarro
que afecta al sistema relacionado con los riñones para aquellos que
están acostumbrados a la bulimia de alimentos demasiado ricos.
Después del paso del catarro, que afecta a la parte correspondiente
de cada individuo, esa parte se libera de la fatiga localizada y recu-
pera su elasticidad.
¿Y el virus? No tenemos ninguna razón para tratarle como enemi-
go, si nos sirve para desencadenar el proceso.
Noguchi se indignaba ante el hecho de que se tratara el catarro a
la ligera y se ignorara completamente su utilidad. Interrumpiendo el
proceso natural de recuperación, se mantiene la rigidez del cuerpo
que va acompañada de la rigidez del espíritu.
Un cuerpo sensible se acatarra rápida y frecuentemente, y el cata-
rro no dura mucho tiempo. El catarro de Noguchi duraba entre 40
minutos y dos horas. Una veintena de estornudos y todo pasaba. En
cada estornudo, sentía la relajación del cuerpo y, según la parte del
cuerpo donde el ruido producía la vibración, él se diagnosticaba.
¡Atchis! ¡Ah!, he bebido demasiado, o he comido demasiado, o he tra-
bajado demasiado cerebralmente. Esto le permitía reflexionar sobre
cómo utilizar su cuerpo.
La utilización del catarro no planteaba ningún problema cuando se
trataba de él mismo. Le bastaba con hacer la inspiración concentra-
da. Esto consiste en inspirar a lo largo de la columna vertebral. Se ins-
pira y poco a poco la columna se endereza. Cuando está completa-
mente enderezada, se produce una ligera sudoración sobre la
columna. Se termina la inspiración con una ligera torsión. Duración de
este ejercicio de inspiración: dos o tres minutos.
Se siente en la columna el lugar donde la fatiga está localizada,
donde la inspiración pasa con dificultad. Ahí es donde hay que con-
52 El diálogo del Silencio

centrar la inspiración. Se puede pedir a un compañero que ponga su


mano y haga la espiración. También se puede hacer el Movimiento
Regenerador, simplemente.
Cuántas dificultades cuando se trata de los demás. El método es
demasiado sencillo para que haya que enseñar más. Si se consigue,
tanto mejor. Si no, bastará con seguir haciéndolo pero generalmente
se abandona, desanimado, pues hacen falta, algunas veces, años
antes de conseguirlo.
La inspiración se bloquea a diferentes alturas según los individuos.
Esto no puede probarse con medios de sondeo conocidos como la
corriente eléctrica u otros, pero, cada uno lo sabe de sí mismo por
medio de las sensaciones. Se siente que no pasa, que aquello no
penetra más allá.
Si la cabeza no está demasiado llena de ideas, el observador sin
pretensión puede compartir la misma sensación que el sujeto que
intenta inspirar, sólo dirigiendo su atención sobre él: la sensación de
que no pasa. Sin embargo, en cuanto empieza a reflexionar, la sensa-
ción se difumina, volviéndose completamente borrosa.
Algunos están bloqueados en la parte superior de la espalda, más
precisamente entre la primera y la quinta dorsal, lo que impide que la
inspiración baje más abajo, y esto no durante el catarro, sino casi
siempre. Se parecen a tortugas cubiertas con su caparazón, en esa
zona. La energía, en lugar de bajar, sube a la cabeza que se vuelve un
hervidero. En cuanto intentan inspirar, la cabeza empieza a girar a una
velocidad espantosa y las manos tiemblan para liberar la energía.
Otros se bloquean en el plexo solar.
Si se tratara de una botella, la cuestión sería muy sencilla. Sólo
habría que pasar un cepillito por el cuello de la botella para limpiar la
suciedad.
En el caso de los hombres, ¡cuantas complicaciones! No satisfe-
chos con las complicaciones que ya tienen, no dejan de inventar
otras, como si fuera una deshonra contentarse con una solución sen-
cilla.
Itsuo Tsuda 53
54 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 55

VI

EL CATARRO
(Continuación)

El catarro es una de las claves más importantes de los proble-


mas de salud del hombre. Si uno es capaz de tratar el catarro, es
capaz de tratar todos los demás problemas de salud.
Cada problema tiene un domicilio fijo, mientras que el catarro
es un vagabundo. Si se consigue captarlo y localizarlo, el resto es
fácil: sólo queda pedirle que haga el trabajo que le está asignado, es
decir, sensibilizar el cuerpo, reanimar el punto de fatiga, recobrar el
equilibrio, normalizar el terreno y dejarlo como nuevo.
Es algo tan difícil como intentar telefonear a alguien que cam-
bia constantemente de número. Telefonear no es un trabajo difícil,
pero hay que saber a qué número.
Las personas apáticas no se acatarran. Son como insectos
gigantes atrapados en el alquitrán. Por mucho que agiten sus patas,
son incapaces de alzar el vuelo o despegarse. No se encuentran en
un estado que les permita desarrollar todas sus capacidades. Se
mueven cuando hay imperativos, pero no son capaces de decidir
nada por sí mismas.
Si se acatarran, entran ya en la vía de la convalecencia, lo que
prueba que el organismo empieza a despertarse y a sentir la necesi-
dad de normalizarse. Hay quien sostiene que el virus del catarro tiene
el poder de curar el cáncer. Efectivamente, los cancerosos mejoran
cuando se acatarran. El catarro es un remedio específico para todo
organismo apático, tenga cáncer o arteriosclerosis.
Si se consigue detectar el punto de fatiga, todo lo que hay que
hacer en dicho punto es la espiración concentrada y establecer la
fusión de sensibilidad. El catarro pasa después de una noche de
sueño. Si el catarro dura varios días, es que uno está más o menos
apático. Pero esto es mucho mejor que no acatarrarse nunca. Lo ideal
es superar el catarro en el mismo día.
56 El diálogo del Silencio

He aquí, grosso modo, el principio de la utilización del catarro.


Si se es capaz de apañarse solo, será la mejor de las soluciones. Si
no se es capaz, se puede pedir ayuda a alguien que tenga este mismo
espíritu. Pero tratándose de un técnico seitai como Noguchi, el pro-
blema es muy distinto. No atiende a una persona solamente, sino a un
gran número de personas que se presentan bajo condiciones total-
mente diferentes unas de otras. Hay que localizar rápidamente y con
precisión el punto de fatiga personal en cada una de ellas.
El estabilógrafo seitai ha sido creado para facilitar la búsqueda
de los puntos de fatiga y la comprensión de las relaciones que exis-
ten entre el equilibrio postural y la tendencia psicomotriz, particulares
en cada persona.
Aunque no tenga la intención de induciros al aprendizaje técni-
co, cosa demasiado ardua para ser emprendida a la ligera, intento, a
pesar de todo, daros una somera idea general de las observaciones
hechas por Noguchi a propósito de este fenómeno tan complejo que
es el catarro.

El grupo antero-posterior: (el tipo 5 y el tipo 6).


Estas personas tienen tendencia a inclinarse hacia delante
cuando están cansadas. Cuando levantan la cabeza, primero avanzan
el mentón.
Tienen la característica común de tener la 5ª dorsal saliente y
rígida. La primera lumbar también tiene falta de movilidad. Si la rigi-
dez de la 1ª lumbar se corresponde con la de la 5ª dorsal, se puede
admitir que hay una tendencia antero-posterior.
Cuando se acatarran, el catarro afecta primero a la nariz y a la
garganta, más precisamente entre medias de las dos, para dirigirse
luego a la nariz por una parte y a la garganta por otra.
Cuando se ha determinado que se trata de un catarro del tipo
antero-posterior, hay que hacer la espiración concentrada sobre la 5ª
dorsal a la espera de que la primera lumbar recupere su elasticidad.
El catarro se acaba cuando la primera lumbar se flexibiliza. Un técni-
co como Noguchi puede observar el ciclo orgánico que alterna entre
el periodo de contracción y el de relajación, y predecir cuánto tiempo
hará falta para que el catarro pase. Pero es demasiado difícil para
nosotros, profanos, observar estos ciclos que son muy diferentes
según los individuos. Todo lo que tenemos que hacer es la espiración
sobre la 5ª dorsal. La primera lumbar es el punto de observación. Ésta
Itsuo Tsuda 57

permite ver si el catarro ha pasado ya, si prosigue su camino, o si es


de esperar la aparición de fiebre, etc.
Si se mueven demasiado antes de que la 5ª dorsal haya recu-
perado su elasticidad, el catarro puede transformarse en bronquitis.
Tosen mientras duermen, sin embargo no tosen durante el día. Esto
es debido a la contracción de los bronquios que permanecen dilata-
dos. Los que tienen la 7ª cervical y la 1ª dorsal más juntas y salientes,
deben pasar, necesariamente, por una afección bronquítica antes de
normalizarse. Por lo tanto, hay una etapa suplementaria a recorrer, de
manera que el catarro tarda más tiempo en realizar su misión. Los
profanos piensan que el catarro ha empeorado y se asustan. Cuando
se sabe de antemano, como Noguchi, lo que va a ocurrir después, no
hay motivo para preocuparse y esta confianza se transmite en un diá-
logo de silencio a aquéllos que reciben el tratamiento. Esta comuni-
cación de subconsciente a subconsciente es la cosa más importante,
pues sin ella, ninguna técnica, por muy perfeccionada que sea, puede
producir efectos favorables.
Si se interrumpe frecuentemente este proceso natural del cata-
rro que pasa por una afección bronquítica, los hombros comienzan,
poco a poco, a desplazarse hacia delante, estrechando el pecho. Se
crea así una predisposición a padecer enfermedades pulmonares.
Esta predisposición, mantenida en el esqueleto, se transmite
de generación en generación. Aunque admitamos que la tuberculosis
pulmonar es una enfermedad infecciosa y contagiosa, conviene
apuntar que los hijos de los tuberculosos tienen más posibilidades de
contraerla, incluso si están aislados.
Esta predisposición va acompañada en particular de anomalí-
as en la 3ª y 4ª dorsales, que se presentan o bien demasiado juntas o
bien demasiado separadas. Al principio, estas vértebras muestran
una sensibilidad extrema que se puede sentir cuando se ejerce una
presión técnica. Se vuelven entonces anormalmente elásticas. Esta
hipersensibilidad aparece algunos meses antes de que se puedan
constatar, mediante radiografía, las manchas en los pulmones.
La movilidad excesiva de esta parte puede transformarse, al
contrario, en una rigidez anormal si no se sabe utilizar el catarro como
es debido. Se pueden esperar complicaciones pulmonares que los
técnicos pueden observar cuando la elasticidad de estas vértebras
está perdida: si están demasiado juntas, la neumonía y si están dema-
siado separadas, la tuberculosis pulmonar, etc.
58 El diálogo del Silencio

Sean cuales sean los nombres que les pongamos, son aspec-
tos patológicos de los que no debemos ocuparnos. Circunscriben el
cuadro en el que se desarrolla el catarro cuando no se sabe utilizar
bien. Todo lo que hay que hacer es la espiración concentrada sobre
la 5ª dorsal hasta que la 1ª lumbar recupere su movilidad.
Ahí es donde se encuentra la trampa. Cuando uno está educa-
do con un espíritu racional y mecánico, no puede resistirse a la ten-
tación de hacer algo para flexibilizar la 1ª lumbar, moviéndola un
poco. No sirve de nada, pues ningún estímulo, proveniente del exte-
rior, puede flexibilizarla. Se flexibilizará por sí sola naturalmente. Este
asunto se debe enfocar con un espíritu totalmente distinto. Cualquier
bricolaje de este tipo está estrictamente prohibido en el dojo y aque-
llos que persisten en ello son eventualmente expulsados.
Sobre todo, no hay que confundir la Vía natural de normaliza-
ción que despierta al organismo de su letargo, con el método dualis-
ta que consiste en hacer desaparecer los aspectos molestos y noci-
vos para la vida social. Utilizar el catarro es facilitar su paso, quitando
los obstáculos que pueden molestarlo, y esperar tranquilamente el
final de ese proceso.
Es verdad que la mayoría de las personas no tienen ya sufi-
ciente paciencia e intentan bajar la fiebre, parar el catarro o la diarrea
por la buenas o por las malas, para mostrar una fachada decente
frente a los demás. Todo, lo más rápido posible. Es muy lógico. Es un
enfoque común totalmente diferente al de Noguchi, que pretende la
mejoría global de nuestro terreno.
Al interrumpir el catarro artificialmente, se consigue que su
paso sea difícil y al final, llega uno a no acatarrarse ya nunca más.
Entonces el cuerpo se encuentra en un estado de desensibilización
más o menos avanzado. Cuando uno caiga enfermo, no saldrá fácil-
mente de su estado o se encontrará agotado.
Cuando se sabe utilizar el catarro, su paso se hace cada vez
más fácil. Uno se sensibiliza más y más, y sabe dónde tiene que pedir
la espiración concentrada a su compañero. La fatiga se disipa y uno
se siente bien.
Recuperarse muy rápidamente de un catarro no significa que
sea mejor. Tampoco por tardar mucho tiempo es mejor. Todo depen-
de del estado de cada uno. El criterio para juzgar no está en la dura-
ción objetiva, sino en la forma natural con la que se ha pasado el pro-
ceso. Lo mejor es mantener el organismo en un estado de
Itsuo Tsuda 59

sensibilidad armoniosa que permita el paso natural y fácil del catarro.

El grupo de torsión (el tipo 7 y el tipo 8)


Son personas que tienen la 3ª lumbar torcida. Mientras la tor-
sión se sitúa en la 3ª lumbar, no tienen ningún problema. Se acatarran
también cuando la 5ª dorsal pierde la elasticidad. Pero cuando la tor-
sión recae, por ejemplo, sobre la 10ª dorsal, es decir, fuera de la 3ª
lumbar, el catarro afecta a la garganta primero y después a los riño-
nes y a la vejiga. El punto de observación es, en este caso, la 3ª lum-
bar. Cuando ésta recupera su torsión normal, cuando sus dos lados
empiezan a presentar la misma tensión, el catarro ha pasado.
Si el catarro sigue con la torsión en la 10ª dorsal, habrá secue-
las como pielitis o catarro de vejiga. No es por casualidad que hay
secuelas de este tipo. Son las consecuencias naturales que derivan
de la particularidad del movimiento habitual de estos individuos. Los
padres que ignoran el taiheki de sus hijos se preocupan por las
secuelas y les hacen guardar cama o les imponen un régimen ali-
menticio en cuanto se acatarran. Estas precauciones no sirven para
nada, pues, de todas formas, pasan por ahí.
Pero si se sabe cruzar las piernas de los niños con este taihe-
ki, al meterlos en la cama, de manera que la torsión vaya sobre la 3ª
lumbar, se pueden evitar las secuelas. Los niños tienen bastante elas-
ticidad para que el catarro pase en una noche.

El grupo lateral (el tipo 3 y el tipo 4)


Son personas que llevan mucho más peso sobre un lado que
sobre el otro. Cuando se acatarran, siempre pasan por una diarrea
antes de normalizarse. Las perturbaciones en ellos van sobre la 2ª
lumbar.
Está también el grupo vertical (el tipo 1 y el tipo 2), el grupo
pelviano (el tipo 9 y el tipo 10). En ellos, el proceso del catarro difiere
del de los demás grupos. Algunos se acatarran en la cabeza, otros
sienten dolores en los músculos. El reuma, por ejemplo, se produce
en las personas que tienen la torsión en la 10ª dorsal.
Todo esto para decir que cada caso se presenta de forma dife-
rente y hay que conocer bien las particularidades de cada uno, las
características de su movimiento habitual, para asegurar el paso
natural de su catarro. En definitiva, tales secuelas no se producen por
casualidad.
60 El diálogo del Silencio

El fenómeno común del catarro.


Sea cual sea el tipo característico de los individuos, hay sínto-
mas comunes a todos los catarros: la fiebre, el estornudo, la sensa-
ción de frío, el dolor de cabeza, el dolor de muelas, la secreción lagri-
mal, etc. Esto es debido al mal funcionamiento de las carótidas que
se encuentran rígidas en esta ocasión. Si se sabe estimularlo, todos
estos síntomas disminuyen o desaparecen.
Hay también estímulos a aplicar sobre un punto de la planta del
pie y sobre el 3º metatarsiano cuyos efectos pueden reflejarse sobre
la garganta y el sistema urinario. No es racional pensar que la gar-
ganta y los riñones puedan ser estimulados a partir de puntos en los
pies. Por eso, no me apetece insistir ante los racionalistas.
Lo curioso es que Noguchi aplica el tratamiento del catarro a
personas abatidas por problemas de dinero, fracasos en los exáme-
nes, tristeza en asuntos amorosos, etc., y obtiene buenos resultados.
Sería inaceptable para los racionalistas mezclar un asunto del
corazón, que corresponde al sentimiento, con el catarro, que es físi-
co. Si el cartesianismo nos enseña a dividir el problema en tantas par-
tes divisibles, la postura del Seitai es concebir al hombre en su uni-
dad global, un poco como en el juego de go.

La psicología del catarro.


Cuando se conocen los límites a los que se circunscribe la evo-
lución del catarro según la tendencia particular de los individuos, el
catarro parece muy sencillo. Se concluye que es fácil. Esto es desco-
nocer la complejidad de la naturaleza humana.
“No os preocupéis, es un simple catarro”, dirán. Os sorpren-
deréis al constatar que la persona prueba toda clase de remedios
para impedir el proceso normal de evolución, o rechaza reconocer el
hecho de que el catarro ya ha pasado.
Tardaremos mucho tiempo antes de descubrir los aspectos
psicológicos del catarro. El catarro puede llegar a ser un medio poten-
te para atraer la atención de los demás, para satisfacer el enfado
habitual, como el lápiz de labios, una sortija de diamantes, una cor-
bata, una condecoración, una medalla, etc. En el fondo de nuestro
corazón, no nos gusta que los demás lo subestimen.
Es muy raro encontrar a individuos donde todo transcurre sim-
ple y naturalmente.
Itsuo Tsuda 61
62 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 63

VII

EL CATARRO
(Continuación)

Si alguien desea utilizar el catarro de la manera que acabo de


explicar, ¿qué hay que hacer? Si ya es bastante difícil, incluso para un
hombre cargado de experiencia como Noguchi, con mayor razón
debe de ser casi imposible para unos profanos como nosotros.
En realidad, no es muy difícil. Basta con hacer la espiración
concentrada. No sabemos dónde hacerlo, parece muy complicado.
Pero esto es importante sólo para los técnicos seitai que deben tratar
a un gran número de personas todos los días. Como profanos, sólo
tenéis que ocuparos de una o dos personas, y eso, sólo de vez en
cuando: del cónyuge o de un hijo. El alimento que se absorbe por la
boca, se reparte por sí solo a todas las partes del cuerpo, según la
necesidad de cada órgano, sin que sepamos exactamente cómo: el
fósforo a la tiroides, el calcio a los huesos, etc. Incluso ni los investi-
gadores son capaces de determinar exactamente este proceso de
repartición. Y, sin embargo, se hace solo. Si no sabéis dónde está la
5ª dorsal, no importa. Incluso si lo hacéis sobre la cabeza, sobre las
manos o sobre los pies, puede funcionar. A medida que el donante y
el receptor se sensibilizan, lo sabrán con mayor precisión.
Lo esencial no está ahí. Está en las relaciones que existen entre
los dos compañeros. Si los dos están en perfecto entendimiento y
aceptan hacer la espiración, no hay problema. Os dais cuenta vos-
otros mismos, qué raro es encontrar una familia que se lleve bien. Los
padres y los hijos se conocen demasiado para poder ponerse de
acuerdo. Se recriminan cosas unos a otros, acusan al hijo de comer
demasiado azúcar, a papá de beber demasiado, a mamá de fumar
demasiado, etc. Si este círculo vicioso de discusiones estériles per-
siste todos los días, no hay muchas probabilidades de que lleguen a
un entendimiento favorable.
Supongamos que, por milagro, se entiendan. Basta con que
64 El diálogo del Silencio

haya en la familia una persona capaz de tener una cierta concentra-


ción para que este milagro se produzca. No se trata de alguien que
imponga su voluntad con insistencia, sino de alguien capaz de guar-
dar el corazón de cielo puro que acaba por actuar sobre los demás de
una manera inconsciente. Si lo aceptan, sólo queda hacer la espira-
ción mutuamente.
Si el receptor se sensibiliza, podrá pedir, él mismo, que colo-
quen la mano en tal o cual sitio. Si el donante se sensibiliza, su mano
se paseará, independientemente de su voluntad, y se colocará ahí
donde sea necesario. Los niños de corta edad pueden ser muy bue-
nos donantes si los padres no los perturban con sus historias. Este
automatismo compete al extrapiramidal, dicho de otra manera, es
consecuencia de la fusión de sensibilidades.
No será demasiado difícil conocer el proceso del catarro parti-
cular de cada miembro de la familia. La fiebre y la sudoración irán
seguidas, según los casos, bien de diarrea, bien de estornudos, o
bien de orina de color oscuro, etc. Grosso modo, la familia se divide
en dos tendencias, la del padre y la de la madre; y algunas veces, la
tendencia mixta de los dos. En realidad, basta con conocer el catarro
del padre y el catarro de la madre para hacer frente a todas las even-
tualidades. Si, por ejemplo, la madre es gastrónoma y no se resiste a
la buena mesa, y el segundo hijo comparte la misma pasión, se sabe
de antemano que el catarro de ambos termina con una diarrea.
Este conocimiento empírico nos permite evitar intervenir inútil-
mente y guardar la calma durante el desarrollo del proceso.
Sin embargo, si se aplican medidas preventivas para detener la
diarrea, se utiliza el conocimiento en contra de la naturaleza y en con-
tra de nuestro propio interés a largo plazo, y a favor de una ventaja
pasajera.
Los profanos pueden hacer la espiración, con o sin conoci-
miento. Lo esencial no está en el conocimiento, sino en la aceptación.
Hacer la espiración sobre alguien, es decir, dirigir o colocar las manos
sobre un compañero y espirar por las manos, es un acto que no tiene
ningún sentido en sí mismo. Es justamente esta ausencia de signifi-
cado lo que permite concentrarnos sobre la otra persona y establecer
la fusión con ella.
Por lo tanto, es posible para los profanos hacer lo necesario
para utilizar el catarro. Pueden, incluso, obtener mejores resultados
que los técnicos, sin tener ni el conocimiento ni la técnica. Es después
Itsuo Tsuda 65

cuando pueden constatar que el catarro dura más o menos tiempo


según los casos y que da rodeos muy variados, pasando bien por la
diarrea o bien por el estornudo, etc.
Los técnicos mantienen, sin embargo, una actitud diferente
ante el catarro. Tienen que prever de antemano lo que va a ocurrir en
los días siguientes. Si tarda menos tiempo de lo previsto, o si toma un
cariz menos grave, no pueden limitarse a decir que ya ha finalizado.
Es necesario que sepan exactamente en qué se han equivocado en
su previsión. Sienten, sin embargo, un inmenso placer cuando acier-
tan. Es este placer lo que empujó a Noguchi a emprender los estudios
del taiheki y otros que no son indispensables si se trata únicamente
de obtener resultados. Está claro que el taiheki ha conocido un des-
arrollo extremadamente interesante en campos muy diversos.
Se puede tocar a alguien con diversas intenciones: para atraer
la atención, por necesidad de ternura, para molestarlo, para castigar-
lo, para pedirle un favor, para consolarlo, para jugarle una mala pasa-
da, etc. En la espiración concentrada se toca sin ninguna intención,
sin perturbarse al ver lo que ocurre ante nuestros ojos. Lo más impor-
tante es el estado del receptor. Si está disperso, agitado, si refunfuña
y protesta, es mejor no hacer nada en absoluto. Es absolutamente
necesario que mantenga los ojos cerrados, condición extremada-
mente difícil de conseguir en Europa donde la gente está a menudo
sobreexcitada cerebralmente.
He escrito sobre los descubrimientos técnicos, no para trans-
mitir conocimientos útiles, sino para permitir comprender mejor todo
esto.
Es lamentable considerar la espiración concentrada como la
aplicación de un conocimiento técnico. Esa actitud echa a perder la
serenidad de espíritu que es indispensable.
Hay otro elemento técnico que ayudará a comprender el fenó-
meno del catarro: el catarro afecta a uno de los dos lados del cuerpo
antes de pasar al otro, y no al cuerpo entero de una sola vez. El paso
del catarro tarda más tiempo si se tratan los dos lados a la vez.
Primero hay que tratar el lado acatarrado. Es después de haber com-
pletado el proceso de un lado cuando se trata el otro.
Parece como si cada uno de los dos lados del cuerpo estuvie-
ra impregnado de un carácter diferente del otro, y esta oposición se
aplica incluso a los intestinos que no son más que un tubo continuo,
pero que, sin embargo, guardan un temperamento diferente según se
66 El diálogo del Silencio

encuentren en el lado izquierdo o en el lado derecho. Esta observa-


ción no está en los libros de anatomía. El Seitai es la primera y la única
ciencia del movimiento humano tomado en vivo.
Con carácter general, uno empieza a tener el sueño agitado
antes de acatarrarse. Esta agitación en la cama es el resultado del
movimiento de recuperación que el organismo suscita para librarse de
las fatigas localizadas subyacentes. Pertenece al extrapiramidal y no,
por supuesto, al sistema voluntario.
Los profanos interpretan este fenómeno justo al revés. Piensan
que es la agitación la que provoca el catarro, por la simple razón de
que lo precede. Además, numerosas relaciones de causalidad en los
humanos se conciben de esta manera, conduciéndonos a adoptar
prohibiciones necias con la esperanza de neutralizar los efectos.
Una madre mantenía a su hijo inmóvil durante el sueño, reme-
tiendo bien los bordes de la manta. El niño se acatarraba a menudo y
contraía neumonías con facilidad. Noguchi le dijo: “Es una forma
demasiado segura para dormir. Por eso contrae neumonías. Si lo
dejara moverse libremente durante el sueño, podría recuperarse de su
fatiga y su catarro pasaría mucho más fácilmente.”
-Sí, pero si se mueve demasiado, se acatarra. Es por eso que
yo lo inmovilizo, para que no se mueva.
-Pues bien, contraerá otra neumonía y esto se repetirá siem-
pre.
Fue entonces cuando aceptó liberar a su hijo.
La agitación en la cama es el signo de que el organismo ha
entrado en un ciclo alto y empieza a manifestar la necesidad de librar-
se de sus fatigas localizadas. Es el signo precursor del catarro.
Es necesario tener una total relajación del cuerpo y del espíri-
tu para poder aprovechar al máximo la evolución del catarro. Noguchi
dice a los acatarrados, sobre todo a las recién casadas, que se
acuesten solas en su habitación para no contagiar a los demás. En
realidad no creía en absoluto en el contagio. De todas maneras, si uno
está predispuesto a acatarrarse, se acatarra. Si no, no se acatarra. Y
además, si uno se acatarra, tanto mejor para su salud. No cabe duda
que la palabra “contagio” es muy práctica para obtener el aislamien-
to que asegura la relajación y la libertad de aquéllos y aquéllas que
están acatarrados. Las recién casadas se sienten molestas con sus
maridos si comparten la cama con ellos. Quieren evitar quejas del
estilo:
Itsuo Tsuda 67

“Oye, por Dios, que has estado dándome codazos toda la


noche. ¿No te has enterado?”
El contagio, por lo tanto, no es más que un pretexto para obte-
ner el aislamiento, pero el aislamiento no es suficiente si no aporta la
relajación completa. Ante todo hay que vaciar la cabeza de toda pre-
ocupación.
Lo que hay que evitar, si uno quiere recuperarse pronto, es ver
la televisión. Las luces que genera la pantalla impactan en los ojos y
los cansan mucho más que el cine cuya pantalla sólo las refleja. El
cansancio de ojos se refleja sobre la 3ª dorsal y forma en ella un
koketsu, que afecta al sistema respiratorio. Noguchi ha observado la
relación que existe entre la televisión, la fatiga de los ojos y las per-
turbaciones pulmonares, y lo ha bautizado con el nombre de “catarro
de televisión”. Los que tienen una buena vista están particularmente
afectados. Sin embargo, la radio o la música no tienen efectos noci-
vos para los acatarrados.
El baño
Con la condición de saber utilizarlo, el baño caliente puede ser
muy eficaz para facilitar el proceso del catarro. Puede también agra-
var la situación si no se sabe utilizarlo.
Si se le hacía la pregunta siguiente: “¿el baño caliente es bueno
para el catarro?”, Noguchi no contestaba. Había que preguntar:
“¿cómo podemos utilizar el baño caliente en el caso del catarro? “
En Europa, la bañera no está concebida de la misma manera
que en Japón y es bastante difícil destinarla a estos usos. Para la
mayoría de la gente, el baño no es más que un enjabonado de la piel.
Concebir el baño caliente como una gimnasia, una especie de esti-
mulación que afecta al equilibrio orgánico, es una cosa difícil de acep-
tar según el estado actual de las cosas. No obstante voy a intentar
presentar seguidamente un pequeño resumen de su aplicación.
El principio del baño caliente es estimular la piel con agua
caliente y como consecuencia, intensificar el metabolismo del orga-
nismo, activar el movimiento interior del cuerpo. El calentamiento del
cuerpo provoca la sudoración. La bañera japonesa es ideal desde
este punto de vista, porque uno puede sumergirse hasta el mentón,
sin necesidad de hacer acrobacias.
“El baño japonés es mucho más agradable y no ocupa mucho
más espacio, dice una francesa que ha residido en Japón, ¿por qué
no lo hacen aquí? “
68 El diálogo del Silencio

Es ella, más bien, la que debería responderme, pues yo no dejo


de refunfuñar contra la bañera más y más estrecha que consume
mucha agua caliente porque se la reemplaza cada vez, y por consi-
guiente también consume energía. Es una bañera incómoda, no apta
para conseguir la relajación y la estimulación que yo deseo.
Aparte de estas condiciones, supongamos que tenemos una
bañera que se adapta a nuestras exigencias.
En el caso del catarro, el baño debe tener una temperatura que
tonifique el organismo, provocando así la sudoración. Esta tempera-
tura se sitúa, en el caso de un adulto normal, alrededor de 42 grados.
Ante todo hay que ser honesto con nuestras propias sensaciones y
desconfiar de la precisión del termómetro. Esta temperatura puede
elevarse a medida que uno envejece. Hay que permanecer en el baño
justo el tiempo necesario para estimular la sudoración. La temperatu-
ra agradable puede ser más elevada cuando uno ha tomado alcohol
o cuando uno está a punto de acatarrarse.
Cuando se está acatarrado, el baño caliente no tonifica todo el
cuerpo uniformemente. Al salir del baño, la piel queda coloreada, con
partes rojas y partes pálidas, y sobre todo uno de los pies sigue páli-
do. Hay que volver a sumergirlo para que se ponga rojo a su vez.
Hay también casos en que el pie sigue pálido por debajo de los
maléolos. Es signo de que hay una anomalía en la garganta. Se apli-
ca el mismo tratamiento, que consiste en volver a sumergirlo en el
agua uno o dos grados más caliente.
Cuando los dos pies siguen pálidos, esto indica que hay una
intoxicación alimentaria. En tal caso, hay que tomar un baño que se
irá calentando gradualmente, comenzando por ejemplo a 38 grados
para luego subir. Este tipo de baño hace dilatar los vasos sanguíneos
y permite eliminar las toxinas.
Este baño gradual puede también restablecer a las personas
afectadas de hemiplejia después de una hemorragia cerebral. Sin
embargo, puede provocar hemorragias cerebrales en personas que
tienen los vasos sanguíneos endurecidos. Se desaconseja en el caso
de catarro pues retrasa el proceso.
Tomar un baño de 0,5 ó 1 grado más caliente que el habitual,
salir en cuanto la piel enrojezca, dejar el pie pálido en el baño, aña-
diendo agua caliente unos dos minutos más, beber un vaso de agua
fresca, he aquí, grosso modo, lo que hay que hacer cuando se está
acatarrado.
Itsuo Tsuda 69

Cuando se sabe utilizar bien el catarro, el sabor de los alimen-


tos mejora, la tez se vuelve fresca, y la postura se endereza después
de su paso. Si todo el cuerpo se mantiene recto y parece saludable,
entonces el catarro ha pasado.
Toda clase de enfermedades crónicas pueden desaparecer
después de haber pasado bien un catarro.
Por lo tanto, el principio es muy sencillo, pero en cuanto a su
aplicación, yo no puedo predecir nada, pues todo depende de la pro-
fundidad en la comprensión. La realidad no se presenta con la senci-
llez de una fórmula matemática y no se sabe por dónde empezar
cuando uno está en pleno proceso.
Mientras se tiene fiebre, se puede permanecer de pie y traba-
jar como de costumbre porque el proceso está activo. Hay que des-
cansar cuando la temperatura desciende la primera vez, por debajo
de lo normal. Se ha entrado entonces en un ciclo bajo. Después del
segundo descenso, ya no hace falta descansar.
¿Pero quién podría aplicar un principio tan sencillo?
Generalmente, se aplica al revés. Se permanece en cama durante la
fiebre y sólo se piensa en bajarla por las buenas o por las malas. Uno
empieza a moverse en cuanto la temperatura baja.
Uno actúa como un mal jugador de go que se empeña en cap-
turar una o dos fichas en detrimento de todo el resto.
70 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 71

VIII

BUENOS DÍAS, ENFERMEDAD

Mientras uno no esté seitaizado, es decir, mientras permanez-


ca prisionero del dualismo, y mientras le falte la flexibilidad física y
mental, todo lo que voy a decir aquí puede ser incomprensible.
Sin embargo, a medida que uno se normaliza y su visión se
ensancha, admite que tal cosa es posible.
He aquí algunos puntos esenciales:
La atención es en principio concentración de nuestro espíritu,
pero es también capaz de suscitar efectos reales en el plano físico.
La atención puede tomar una cierta forma, pero la forma no es
la atención.
La esencia de la atención está en la concentración. Ésta no
puede ser captada por la percepción.
La atención es una especie de energía invisible.
Atraer la atención sobre sí es un acto intrínsecamente instinti-
vo que remonta a nuestro nacimiento.
Hay que decir que no hemos llegado al mundo con una inteli-
gencia suficientemente desarrollada como para discernir lo que ocu-
rre a nuestro alrededor, ni con una firme intención de realizar algo en
la vida. Ninguno de nosotros ha tenido, al inicio de su existencia, una
conciencia clara de sí mismo, de lo que era respecto a los demás.
Todos hemos empezado la vida contando únicamente con la bondad
posible de los que nos han dado la oportunidad de nacer.
¡Qué audacia hemos tenido al tratar de emprender un asunto
de tanta importancia! No hemos tenido, en aquellos momentos, más
remedio que atraer la atención sobre nosotros, para satisfacer nues-
tras necesidades. Incapaces de explicar, manifestar, protestar o
encontrar soluciones, llorábamos para atraer la atención.
Es, además, el único momento de nuestra vida en que somos
perfectamente honestos con nosotros mismos. Lejos del camuflaje
verbal, de la hipocresía moralizante, respondemos únicamente a
72 El diálogo del Silencio

nuestras pulsiones interiores. Es el periodo durante el cual el extrapi-


ramidal reina en maestro.
Responder a nuestras pulsiones interiores es la única vía que
tenemos reservada para poder vivir de una manera natural. Si ejecu-
tamos un movimiento por pura obligación, sin sentir nada interior-
mente, el movimiento deja de ser natural, perturba la armonía ener-
gética y causa deformaciones en el cuerpo. Estas deformaciones son
el punto de partida de otras muchas complicaciones secundarias.
Con el desarrollo de la inteligencia, aprendemos a acomodar-
nos a lo que nos rodea, a los padres, a la sociedad. Estamos obliga-
dos a aceptar bastantes cosas a pesar nuestro. Sin embargo, el
mismo principio sigue siendo válido.
Nuestra atención está dirigida hacia el exterior en detrimento
de lo que ocurre en nuestro fuero interno. Nuestro “yo” se ahoga. La
energía se estanca y el cuerpo se deforma.
El cuerpo necesita, por lo tanto, reajustarse constantemente
para desembarazarse de estas deformaciones. Es el trabajo del extra-
piramidal y es la razón por la cual se practica el Movimiento
Regenerador. Un organismo sano lo practica de todas maneras, sin
tener conciencia de ello, a través del bostezo, estornudo, vómito,
catarro, de la agitación durante el sueño y miles de cosas más.
El organismo sano es aquel que recupera fácilmente el equili-
brio perdido, bien desembarazándose del sobrante, o bien llenando la
deficiencia. Este desequilibrio no puede ser detectado con los medios
de sondeo existentes, salvo por el estabilógrafo; sin embargo, puede
sentirse interiormente, o puede determinar nuestros comportamien-
tos inconscientes.
Estos comportamientos pueden presentarse bajo dos formas
diferentes, según se trate de deficiencia o de exceso. Si uno está defi-
ciente, busca inconscientemente llenar esta deficiencia, intentando
atraer la atención de los demás. Desde luego, los adultos tienen otros
medios distintos a los llantos de los recién nacidos, medios más com-
plicados, sofisticados. Uno de los medios más eficaces consiste en
explotar las prerrogativas que se derivan de la enfermedad.
La enfermedad en sí no es más que una fluctuación del orga-
nismo que intenta recuperar el equilibrio. Por lo tanto, es el mismo
principio de equilibrio que actúa tanto en la enfermedad como en la
salud. La enfermedad es un esfuerzo de salud, comparable al hecho
de beber agua cuando se tiene sed o comer cuando se tiene hambre.
Itsuo Tsuda 73

Si una serpiente cambia de piel, es espectacular; pero no lo hace por


el espectáculo. Para ella es completamente normal.
Lo que complica la situación en el hombre es el sentimiento
vago de inseguridad que proviene de la deficiencia. Como no sabe-
mos llenar esta deficiencia invisible por medios naturales, seguimos
enganchados a las prerrogativas concedidas al enfermo. No sólo
rechazamos apañarnos solos, sino que también movilizamos a gente
sana para atendernos. Basta con dar gritos de desesperación para
atraer su atención. Llegan corriendo, dejando de lado cualquier otra
ocupación y preocupación. ¿Cómo se va a renunciar a estas ventajas
otorgadas con pleno derecho?
El equilibrio funciona tanto en el caso de deficiencia como en
el de exceso. En este último caso, en lugar de atraer la atención de
los demás, para llenar el déficit, se pasa a la destrucción para consu-
mir el excedente. Uno puede buscar la destrucción de lo que está en
el exterior, pero si no encuentra el medio de destruir en el exterior, se
destruye a sí mismo.
Para simplificar, diremos que un agujero en el agua atrae el
agua de su alrededor para llenarse y que una gran ola se abate para
nivelarse.
Todo esto ocurre en el nivel de las sensaciones y siempre se
puede admitir o ignorar. Si uno rompe un plato o si uno se corta un
dedo, dirá que no lo ha hecho adrede, y que ha sido una casualidad,
o que es debido a un momento de falta de atención. Todo el proble-
ma quedará relegado al terreno del cálculo de probabilidades y uno
deja de sentirse responsable. El individuo, por lo tanto, está total-
mente ausente en este tipo de incidentes fortuitos.
Sin embargo, si fuera posible reproducir el estado de sensa-
ciones interiores en el que uno se encuentra en esos momentos de
destrucción - lo que presupone que a pesar de todo somos capaces
de tener un momento la mente en calma - se recordaría, quizás, que
uno estaba más o menos agitado, excitado y que no estaba con una
calma perfecta y sobre todo que la respiración estaba agitada.
Todos hemos vivido la experiencia de situaciones o circuns-
tancias en las que hemos cometido errores a causa de una gran ten-
sión interior. La mujer deja caer un azucarero porque su marido ha gri-
tado “cuidado, no lo rompas”, justo en el momento en que una silla le
dificulta el paso. No conseguimos ejecutar un gesto muy sencillo por-
que alguien nos mira. El miedo escénico impide cantar a un cantante
74 El diálogo del Silencio

que, sin embargo, tiene tablas.


Cuando esta energía invisible se desencadena, da lugar a com-
portamientos violentos sin razón justificable. Se siente entonces pla-
cer al oír gritos estridentes, estruendo. Sin embargo, cuando la razón
pone límite a este desenfreno, la energía no consumida se coagula e
impide el equilibrio normal.
Lo que acabo de contar no es para animaros a consumir la
energía a través de la violencia, sino simplemente para clarificar, para
tener un punto de referencia más lúcido, para ver lo que ocurre en
nosotros mismos.
En realidad, no sabemos lo que ocurre en nuestro interior en
ese momento. Todo lo que podemos decir es que “era superior a nos-
otros”. Eso significa que hay algo en nosotros que ignoramos total-
mente. Una vez que la cosa está consumada, después constatamos.
Lo cierto es que no sabemos explicar nada de lo que hemos hecho.
Si sabemos explicarlo, seguramente nos equivocamos. Mientras
tanto hemos pronunciado el veredicto.
Entre la violencia desenfrenada y la contención, cada uno
actúa según su fórmula particular y según las circunstancias. No
tengo por qué ocuparme de cada uno de estos casos, pues corres-
ponde, bien a las fuerzas del orden, a los psicoanalistas, a los psi-
quiatras o bien a los médicos, encontrar las soluciones.
Constato que hay un gran número de personas que, con la
única preocupación de estar en concordancia con la sociedad, corren
de un lado a otro en busca de una solución cómoda sin llegar a la
solución radical: el despertar del ser.
He aquí el ejemplo de un señor mayor que refunfuña: “Un día
bajaré a la calle y aporrearé a todo el mundo, a toda la gente, a toda,
a toda, a toda sin excepción.” Entonces podemos decir que mayo
del 68 aún no ha acabado. Y este señor entra en su pequeña habita-
ción y vegeta soltando pestes contra la sociedad.
En el caso de los no adultos, la sociedad está dominada por la
presencia de los padres, “papá pasta, mamá poli”, y en segundo
plano, la del maestro de escuela. Cuando ellos están sometidos a la
presión de la autoridad por parte de sus protectores, difícilmente con-
siguen encontrar la manera de liberar su tensión interior. Sus escapa-
torias empiezan con el consumo de caramelos, de dulces, después
siguen con el alcohol, el tabaco y acaban con la droga. Según un
recorte de prensa que me han facilitado, unos 15.000 niños de
Itsuo Tsuda 75

Alemania Federal intentan suicidarse cada año, acorralados entre los


padres y las notas del colegio. En Japón también se habla a menudo
de suicidios de escolares.
El principio del Seitai es extremadamente sencillo: la vida
busca siempre equilibrarse, a pesar de las ideas estructuradas que
hacemos pesar sobre ella. La vida actúa según nuestros instintos y no
según la razón. Pero este principio es tan fluido que no podemos cap-
tarlo con nuestros medios habituales de análisis. Su aplicación
requiere una gran flexibilidad de espíritu.
Si, en lugar de basarnos únicamente sobre la razón, utilizamos
el ki, toda la perspectiva en la vida cambia. El ki es, sin embargo,
incomprensible para la mayoría de nosotros, adultos, vejestorios y
buscamos en vano determinarlo, haciendo conjeturas.
Con los niños el problema cambia completamente. Las madres
intentan hacer la espiración concentrada, pero los niños se niegan
rotundamente, sin diplomacia, cuando no lo necesitan. Y un buen día,
sin razón aparente, son ellos los que lo piden. Dicen: “Hazme yuki,
mamá.”
Así el “yuki” que yo he traducido por “espiración concentrada”,
gana terreno en las relaciones madre-hijo en los países europeos.
La reacción de los niños es perfectamente sana. Cuando se
sienten bien llenos, el yuki no les hace ningún efecto. Cuando se sien-
ten carentes, lo piden instintivamente. Es muy natural que respondan
a su pulsión interior. El día que yo ya no esté aquí será mejor que la
gente lo aprenda directamente de sus hijos, en lugar de malgastar su
tiempo en discusiones.
“Me parece muy bien vivir naturalmente, dice la gente, pero si
uno cae enfermo, fastidia.”
“Caer enfermo es una cosa natural, dice Noguchi. La enferme-
dad reequilibra el organismo.”
Entonces, ¿qué necesidad hay de curar la enfermedad? Es
siempre el mismo principio de equilibrio que actúa, tanto en la salud
como en la enfermedad. Si uno busca curar la enfermedad, es por
necesidad de estar en concordancia con la sociedad. ¿No pensáis
que nuestra vida es más importante que la sociedad, que organiza
ese aspecto de nuestra vida?
Pero si tenemos fiebre, diarrea o dolor, ¿no hay que hacer algo
a pesar de todo? Pues bien, hagan ustedes lo que quieran, señoras y
señores. La decisión es suya. Vivís en una sociedad donde todo está
76 El diálogo del Silencio

previsto y todas las necesidades atendidas. Podéis hacer el peregri-


naje de todas las posibilidades.
Por mi parte, no hago nada. Acepto todo como reacción de mi
organismo, de mi vida. Si tengo fiebre, me felicito de ser aún joven.
¿La diarrea? Es una limpieza. ¿El dolor? Prueba la capacidad de con-
centración. Jamás acepto que alivien mis males. El dolor es signo de
que mi organismo trabaja intensamente para restablecer el equilibrio.
¿Por qué poner trabas al trabajo de la naturaleza?
Pero estos no son más que casos demasiado sencillos, dirán,
los hay mucho más graves. Podemos citar miles y decenas de miles
de enfermedades graves, pero no son más que complicaciones
secundarias. No hay prácticamente límites a estas complicaciones
que engendran un mito.
Lo que usted acaba de decir es muy bonito, dice la gente, pero
cómo quiere usted que los occidentales puedan comprenderlo. Me da
absolutamente igual. Si no comprenden, no comprenden; si com-
prenden, comprenden. Es asunto suyo, eso no me incumbe. Yo digo
lo que pienso, nada más. No les impongo mis ideas, pues son libres
de pensar lo que quieran. No intento jamás adoctrinarlos.
Sin embargo, poco a poco, el número de simpatizantes
aumenta. No se de dónde salen, porque no hago esfuerzos para
atraerlos. Son libres también de compartir mis ideas.
Lo importante es vivir plenamente cada instante de mi vida, de
acuerdo conmigo mismo, lo que significa que avanzo cuando quiero
avanzar, me siento cuando quiero sentarme. Los que abandonan, los
que no hacen lo que quieren hacer y hacen lo que no quieren hacer,
que se vayan a otro lugar a buscar quien les consuele.
La vida se presenta como una sucesión de fluctuaciones: alti-
bajos, hambre, sed, sueño, despertar, ganas de trabajar, ganas de
descansar, etc. Cuando uno empieza a sentir que detrás de esas fluc-
tuaciones hay algo inmutable, deja de estar perturbado.
Itsuo Tsuda 77
78 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 79

IX

¿POR QUÉ NOGUCHI HA


RENUNCIADO A LA TERAPIA?

Como ya he dicho, Noguchi ejercía la terapia anteriormente.


Empezó por circunstancias fortuitas: el gran terremoto de 1923 . De
aquella época, conservo un cuadro que representa la corresponden-
cia entre las enfermedades y los diversos puntos del cuerpo. No
tengo intención de publicarlo. Por una parte, no conozco para nada
esos nombres complicados de enfermedades. Además, no tengo nin-
gún interés por conocerlos. Por otra parte, lo más temible, son los
abusos que puede ocasionar la publicación del cuadro. Me he ente-
rado también de que la publicación de similares cuadros de corres-
pondencia, está en boga. Hay gente que, sin haber tenido ningún
aprendizaje previo, intenta obtener resultados presionando sobre
estos puntos, y se desmayan.
Mientras curaba a numerosos enfermos, sentía que germinaba
en él una duda. ¿Por qué se necesita curar la enfermedad?
Uno de los casos típicos era el de Yokoyama Taiman, una de
las figuras predominantes de la pintura japonesa de la primera mitad
del siglo XX, que venía a aprender la espiración concentrada, yuki, en
casa de Noguchi, que era, creo, cincuenta años más joven que él.
Yokoyama tenía una manera curiosa de hacer yuki, lo hacía
sobre el papel en el que iba a realizar su pintura japonesa con pincel.
Por lo que Noguchi protestaba, pues, según él, se debe hacer yuki
sobre las personas, y no sobre objetos inanimados. Es usted un
insensato, es usted un monstruo, le decía.
“No importa si soy un monstruo, decía Yokoyama, yo, hago
yuki sobre mi pintura, es el súmmum de los secretos del arte.” Pues,
según él, el pincel se volvía más manejable y la pintura más viva cuan-
do hacía yuki sobre el pincel y el papel. Rechazaba hacerlo sobre los
humanos.
A mi entender, Yokoyama tenía razón como pintor. Se podría
80 El diálogo del Silencio

extender yuki sobre bastantes cosas, el músico sobre su instrumento


musical, por ejemplo.
Yokoyama, cuando sufría de su úlcera de estómago, pedía a
Noguchi que le hiciera yuki.
“Yo no te pido que me cures, sino solamente que me permitas
beber sake. Vamos, chico, nos conocemos desde hace tanto tiempo
que al menos me puedes conceder esto.”
Después de haberle hecho yuki, volvía a beber. Noguchi se
sentía ofuscado ante la idea de hacer algo únicamente para permitir
al pintor beber sake. Pensaba que era una desviación inadmisible. Sin
embargo, el sake le daba al pintor el entusiasmo necesario para pro-
ducir obras. El pintor quería regalar a Noguchi algunos de sus cuadros
pero éste los rechazaba porque había en ello una actitud malsana.
Curar o no curar, ésa es la cuestión, se decía Noguchi. La des-
aparición de un mal menor precipita a menudo a la gente hacia un
nuevo estilo de vida que puede llevarla a una catástrofe aún más
grave. Un dolor de estómago, mientras subsiste, impide al enfermo
entregarse a excesos eufóricos. ¿Se puede quitar el freno del coche
impunemente cuando éste se encuentra en una pendiente que le lleva
a un precipicio? Es incluso peligroso curar únicamente la enfermedad
si la gente no sabe qué hacer con su vida después.
Comenzada en Estados Unidos, la campaña antitabaco hace
furor en todos los países civilizados. El paquete de cigarrillos debe lle-
var obligatoriamente, por ejemplo, la inscripción del contenido en
nicotina y alquitrán, en miligramos. Se han realizado grandes esfuer-
zos, teniendo en cuenta el número de personas y el número de horas
dedicadas, para llegar a esta inscripción minúscula: comités, comi-
siones, informes, consultas, votación en la Asamblea, etc. Pero las
reacciones de la gente son muy diversas. Cuando pregunto lo que
está escrito sobre el paquete, algunos dicen “espere, voy a buscar
mis gafas”. La lectura provoca, bien una carcajada o bien expresiones
como “bah, no hay que preocuparse”. Otros se limitan a levantar los
hombros. Los hay que se ponen a criticar a la gente que fuma.
¿Es necesario tomar medidas draconianas y parar toda la pro-
ducción de tabaco y de cigarrillos en el país? El servicio de tabacale-
ra del estado desaparece y consecuentemente provoca la supresión
de miles de empleos, cosa ya bastante grave, y en cambio, el merca-
do negro prospera y los contrabandistas se enriquecen. Los hay, sin
embargo, que dejan de fumar de verdad, pero esto no quita para que
Itsuo Tsuda 81

empiecen a frecuentar con asiduidad las pastelerías y a comer con


glotonería dulces, cosa que no deja de producir efectos nocivos para
su salud. Todo se complica. Como la sociedad está compartimenta-
da, todo lo que se puede hacer es poner pequeñas inscripciones por
todas partes, sin ser capaces de captar la vida en su totalidad. Por
doquier se encuentran personas que son bloques de prohibiciones:
no hay que comer esto o aquello, no hay que beber alcohol, no hay
que fumar, no hay que levantarse pronto y, con todo eso, no están
nunca sanos. Es, además, la razón por la cual refuerzan las prohibi-
ciones.
La ciencia estudia el fenómeno de la vida, dividiéndola en
numerosas especialidades, y la política se ocupa de la organización
de la vida, dividiéndola y subdividiéndola en compartimentos múlti-
ples. Pero de la vida a secas, nadie se ocupa. ¿De quién es la vida?
Un cuerpo que nunca cae enfermo es un cuerpo perezoso. La
enfermedad es una cosa natural, es un esfuerzo del organismo que
intenta recuperar el equilibrio perdido. Pero el miedo a la enfermedad
es una cosa artificial. Es una creación de la inteligencia humana, que
es incapaz de ver más allá. Cuanto más se intenta curar la enferme-
dad, más se prolonga, pues la impaciencia impide la evolución natu-
ral del proceso de recuperación.
Estar enfermo es una cosa, pero ser prisionero de la enferme-
dad es otra. Una vez prisionero, no se sale fácilmente de su servi-
dumbre. La enfermedad está curada sin que el prisionero esté libera-
do. Se debilita cada vez que cae enfermo. Mientras tanto, aprende a
explotar las prerrogativas que se derivan de su enfermedad, que con-
sisten en atraer la atención de los demás. Habla de ella como si pose-
yera el más bonito diamante del mundo.
Está claro que no aceptará fácilmente desembarazarse de ese
tesoro. Conscientemente hará esfuerzos para curarse, pero incons-
cientemente buscará complicar la situación. En cuanto se siente
mejor, se asusta y encuentra la manera de recaer. Si el médico le dice
que no tiene nada, en todo caso, nada serio, es un charlatán. Si un
amigo le dice que no es grave y que no hay que preocuparse, es un
tipo sin sentimientos. Se siente satisfecho sólo cuando encuentra a
uno que le dice que su caso es muy grave. Plenamente justificado en
sus reivindicaciones, abandona todas sus obligaciones y se concen-
tra en la curación de su preciosa enfermedad. La esclavitud está sóli-
damente establecida y el prisionero dimite como ser normal.
82 El diálogo del Silencio

Al lado de los disminuidos físicos que consiguen llevar una vida


particularmente plena, numerosos son los que pasan su vida queján-
dose de sus pequeños males. Lo que intentan reivindicar es su pre-
sencia, porque tienen miedo de ser abandonados, ignorados.
Es bueno que la enfermedad exista, pero es preciso que los
hombres se liberen de su servidumbre, de su esclavitud. Así es como
Noguchi llegó a concebir la noción de Seitai, la normalización del
terreno, si queréis. No hay que ocuparse de las enfermedades, es
inútil curar.
Si se normaliza el terreno, las enfermedades desaparecen por
sí solas. Y además, uno se vuelve más vigoroso que antes. Adiós a la
terapia. Se ha acabado la lucha contra las enfermedades.
Se puede hacer yuki para seitaizar, normalizar el terreno y el
resultado será bueno. Pero la noción de seitai es difícil de compren-
der al principio. Por eso he suprimido toda meta en la práctica, con el
fin de evitar que se haga para aliviar los males, para curar o para cual-
quier otra tontería.
A aquellos que dicen: “¿cómo quiere usted que los occidenta-
les puedan comprender sus argumentos?”, yo les doy totalmente la
razón. A cada uno su convicción. Admito que es difícil salir de la con-
cepción mecanicista del hombre, producto del siglo XIX, que se ha
perfeccionado después. Tiene la gran ventaja de ser comprensible
para la gran masa, de permitir organizar el trabajo de división.
Por mi parte, evito hacer proselitismo, pues cualquier intento
de asimilación antes de tiempo no lleva a un buen resultado. Si se
rompe un huevo antes de que el pollito se forme, es el líquido el que
se derrama.
Me gustaría que las personas que adopten la práctica tengan
una cierta apertura de espíritu que les permita comprender. Acepto
introducirlos en la comprensión, en la medida en que estén prepara-
dos. Si no, es inútil intentarlo.
Como las personas tienen la cabeza llena y están a caballo
entre muchas cosas, no pueden decidir nada por sí mismas. Hay
algunos, aunque cada vez menos, que hacen preguntas fuera de
lugar, como: “¿Tengo que operarme?” No me pertenece dar consejos
en este terreno. Hay que saber que está prohibido por la ley. He aquí
el prototipo de respuesta típica. “Si usted quiere operarse, vaya de
puerta en puerta hasta que encuentre a alguien que insista en ope-
rarlo. Sin embargo, si no quiere la operación, vaya de puerta en puer-
Itsuo Tsuda 83

ta hasta que de con alguien que le diga que no merece la pena. Si aún
es usted incapaz de decidirse, vaya de puerta en puerta a casa de los
astrólogos, adivinos y videntes. En cualquier caso, es usted quien
decide elegir a la persona cuyo consejo va a adoptar”.
Pero los occidentales quieren tener una respuesta precisa,
dicen. Así es como un millar de personas han tomado cianuro. Fue
muy preciso. James Jones quizás no es el único en su estilo.
Acepto solamente indicar a la gente el medio de redescubrir su
ser, de volver a conciliar el alma y el cuerpo, dos partes en divorcio
desde hace siglos, para que no tengan que pedir consejos a los
demás, para que la decisión surja por sí misma en ellos.
Que la vida que está en mí despierte a la vida que está en ellos,
es la única cosa que admito. Da igual que se haga a través de cual-
quier medio o fórmula, o directamente sin intermediario. Éstas no son
más que cuestiones secundarias.
Cuando la vida se despierte en ellos, deberían hacer como yo.
No tengo la pretensión de tener la vida en exclusividad. La vida es
para todo el mundo.
Al principio, sin sospechar nada, yo me colocaba en círculo
con todo el mundo para la práctica. Pensaba inocentemente que lo
que podía hacer, cualquiera podría hacerlo. No hacía falta tener una
capacidad extraordinaria o ser un genio. Bastaba con mirarme para
convencerse. Necesité algún tiempo antes de darme cuenta de mi
error. El concepto de poder del cual ciertas personas no podían des-
hacerse, creó un mito a mi alrededor. Me consideraban poseedor de
un poder extraordinario y los sitios a mi lado se volvían lugares de pri-
vilegio. Tuve que separarme del grupo y colocarme en el centro del
círculo para disipar ese mito malsano.
Yo estoy aquí para despertar la vida adormecida en la gente y
no para monopolizar un poder imaginario. Hay algunos que intentan
persuadirse como los durmientes en sus sueños: he salido de mi
apartamento por la ventana y he subido hasta el tejado sin apoyarme
en nada, cosa que no podría hacer jamás si no estuviera completa-
mente despierto.
Los que han visto Rashomon, la película de Kurosawa, recor-
darán que en el proceso por el asesinato de un samurai, los testigos
exponían, cada uno, su versión personal, tan diferente de la de los
demás que la reconstrucción del crimen, perfectamente objetiva, se
había vuelto imposible. No hay que extrañarse de que haya tantas
84 El diálogo del Silencio

interpretaciones diferentes en lo que concierne a la vida que, en el


fondo, es muy sencilla. Hay tantos obstáculos que franquear antes de
reconocer esa sencillez, tales como: la amabilidad, la falsa caridad
para justificarse, la barrera del orgullo, el miedo a todas las denomi-
naciones, la necesidad de ternura, el deseo de mostrarse superior a
los demás, el sentimiento de posesión, la necesidad de dominar, la
necesidad de adorar, etc. que sirven para adornar la vida con facetas
múltiples, pero que no nos permiten tocar lo esencial.
Una vez que se han liberado de estos obstáculos y se sienten
libres e independientes, no tienen ninguna obligación de continuar
vinculados al dojo. El Movimiento Regenerador se desencadenará
sólo cuando el organismo lo necesite. Sin embargo, la vía de acceso
al extrapiramidal presenta dificultades enormes para los adultos atra-
pados por el engranaje social.
“Yo tengo una formación anglo-sajona, dice un hombre de
negocios, no consigo introducirme en ello.”Una señora aconseja a su
marido que practique el Movimiento, y él responde “pero tú, fumas”,
como si el despertar de la vida para él fuera un intercambio de con-
cesiones. Hay mujeres que quieren invitarme a mí solo a sus casas
para la iniciación, porque tienen miedo de exponerse a la mirada de
los demás. Son huevos no incubados.
En una ciudad donde iba dos o tres veces al año, había una
mujer que venía regularmente a los cursos. La veía, por lo tanto, en un
intervalo que variaba entre tres o cinco meses, según los casos.
Siempre se sentaba a mi lado, con un aire contento. Al cabo de dos
años, pegó un gran cambio. De tener una tez cadavérica, con el seno
derecho quemado por el cobalto, pasó a tener de nuevo una tez más
normal. Pero un día, le dije que tenía mejor cara. Fue una metedura
de pata terrible por mi parte.
Desde entonces, cada vez que llegaba, acababa de salir del
hospital, después de una operación importante. Se debilitaba y final-
mente murió un mes antes de mi llegada al curso.
Una amiga suya, que la alojaba amablemente en su casa
durante los cursos, me desveló todo el misterio. Se asustaba ante la
idea de curarse y buscaba frenéticamente hacerse análisis. “Si me
curo, no podré venir ya a los cursos”, dijo ella. Qué idea. Deseamos
que asista gente normal, pero los enfermos pueden practicar a con-
dición de no estar prisioneros de su enfermedad. Ella estaba comple-
tamente prisionera. “¡Pero no has entendido nada de lo que ha dicho
Itsuo Tsuda 85

el señor Tsuda!” “Es que mi marido insiste en que me haga análisis.”


Esta amiga telefoneó a su marido para verificarlo. Éste negó
categóricamente habérselo aconsejado.
“Estás loca”, le dijo la amiga. Discutieron mucho tiempo pero
la situación no cambió en absoluto.
Estaba, por lo tanto, atrapada entre el miedo a estar enferma y
el miedo a estar curada. No he podido quitarle esa extraña y peque-
ña joya que cuidaba, producto de su imaginación.
86 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 87

ANTE TODO, LA VIDA

Uno es imposible de conocer. En cuanto alguien dice que


conoce Uno, deja ya de ser Uno, pues se produce la oposición entre
el que conoce y lo que es conocido.
Uno es la Vida. La Vida soy Yo. En cuanto se produce la opo-
sición entre la Vida y Yo, este “yo” vive y muere. A la administración
le toca registrar la existencia de esta sombra que ha pasado: nacida
en tal fecha, fallecida en tal otra.
Se ve la sombra pero no se ve la Vida, de la cual no es más que
reflejo y manifestación. Nos empeñamos en salvar la sombra en detri-
mento de la Vida. Cada cual tiene sus propias ideas para ejecutar ese
trabajo.
Algunos están convencidos de que, ante todo, está el dinero.
Pues sólo el dinero puede salvarnos de situaciones difíciles. ¿No
piensan ni por un instante que hay situaciones difíciles provocadas
justamente por el dinero?
Hay otros que creen que la Vida depende totalmente de la ali-
mentación. Eligen cuidadosamente sus alimentos y se prohíben todo
alimento que no esté conforme con la regla. No saben que su control
finaliza en cuanto el alimento pasa al esófago. No pueden verificar si
el estómago y los intestinos han trabajado bien y si la nutrición se
reparte bien en el cuerpo. Sólo son puntillosos sobre lo que van a
comer y, sin embargo, no saben si están de pie o tumbados, si tienen
los ojos abiertos o cerrados. Si se les ocurre hacer un pequeño exce-
so alimenticio, su salud se perturba por completo. Es por esa razón,
además, por la que prestan muchísima atención a su alimentación.
Son prisioneros de lo que comen y son felices viviendo la vida en su
prisión imaginaria.
Numerosos son, también, los que ponen toda su esperanza en
su capacidad física. Se entrenan y hacen deporte. Ciertamente, es
bueno hacer entrenamientos deportivos cuando se es joven. Sus mar-
88 El diálogo del Silencio

cas pueden ser espectaculares. Pero cuando se aproxima la vejez, a


menudo están completamente acabados y llevan etiquetas tales
como: ciática, reuma y otras desgracias que impiden el movimiento
natural del cuerpo.
El dinero, el alimento, el ejercicio físico, todo es bueno. Pero
todo puede ser malo. Con medios que están destinados a asegurar-
nos la libertad, podemos quedar completamente atrapados. ¿Qué
hace que una cosa buena en sí misma se vuelva mala?
Pues que a fuerza de empeñarnos en mirar la sombra, olvida-
mos la Vida. Podemos apegarnos al dinero o al alimento, pero no
podemos apegarnos a la Vida, porque ésta no tiene forma.
Sólo aquellos que se olvidan de sí mismos vuelven a encontrar
la Vida. Es por eso que Yo es la misma cosa que No-Yo.
Yo (y No-Yo) se ahoga a medida que reforzamos los medios de
protección. Yo no se manifiesta ya en un yo transformado en sustan-
cia material en la vida que simplemente hay que ejecutar.
Yo, es a la vez yo y los demás, como la mano derecha existe
respecto a la mano izquierda. Las dos manos pueden realizar una
tarea en la medida en que son distintas e independientes. Si la mano
derecha intenta imponer su razón sobre la mano izquierda, acechan-
do el momento propicio para aplastarla, no se podrá ni siquiera freír
un huevo. Cuando existe fusión entre todas las partes del cuerpo, el
sutil trabajo del equilibrio se lleva a cabo sin desorden. Hay Uno en la
tarea realizada.
¡Que difícil es realizar Uno en nuestro ser, compartimentado y
troceado! El espíritu vagabundea en una oleada interminable de ima-
ginaciones, la mano derecha se pelea con la mano izquierda y de los
pies ¡no hablemos! Uno de ellos se ha ido de vacaciones y el otro
hace sabotaje. La pelvis, jubilada ya, se queda como espectadora. La
desgracia es que cuanto más intenta uno rehacerse, más se disper-
sa. Es la razón por la cual hay que sostener esa sombra con fortifica-
ciones de protección.
Por ironía del destino, cuanto más se refuerza la protección,
más nos debilitamos: eso es lo que ocurre en los países más avanza-
dos desde el punto de vista social. Las personas se sienten constan-
temente bajo coartada y no sienten ningún placer cuando hacen algo.
La única idea que tienen es vivir por rutina. Son como un teatro sin
función. Les falta lo esencial.
La dificultad proviene del hecho de que cada uno ve Uno con
Itsuo Tsuda 89

un ojo diferente. ¿Dios es francés o italiano, judío o alemán? La esca-


lada de opiniones lleva a la guerra. Después de la guerra, se reflexio-
na y no se encuentra solución.
¿Dios existe o no? Si existe, hay que tenerle miedo. Si no exis-
te, no merece la pena tenerlo en cuenta. La discusión gira alrededor
de su existencia desde hace siglos.
Para mí no es una cuestión preocupante. Dios, es Uno, es
Desconocido. No es necesario conocerlo, ni definirlo. Cuando aban-
donamos nuestro pequeño yo, Dios trabaja solo. Somos nosotros,
con nuestro pequeño yo, los que le impedimos trabajar. Como seres
sociales, estamos constantemente expuestos a la mirada de nuestros
semejantes, a su crítica, a sus celos, a su desprecio. Nos acomoda-
mos a la sociedad, nos defendemos de los ataques de nuestros
semejantes. No hay un solo instante durante el día en que abandone-
mos nuestro yo para sentir la fusión con Uno. Acabamos por creer
que sin nuestras intervenciones mezquinas, nada podrá funcionar. Sin
embargo, la sangre siempre ha circulado en el cuerpo, antes de que
la ciencia lo constatara.
Dejar trabajar a Dios solo es quizás la fórmula ideal, pero es
difícil de realizar. ¿Cómo podemos conciliar al hombre social, tal
como se presenta ante nuestros ojos, miedoso, egoísta, agresivo,
perezoso, celoso etc., con Uno, Desconocido, con la vida que no se
puede conocer con tanta certeza como el diamante, el dinero y el
pan?
El hombre social no puede evitar enfrentarse a todos los pro-
blemas que tienen su origen en los valores admitidos. Atribuimos un
poder mágico a estos valores. Si una ráfaga de viento se lleva billetes
de banco esparciéndolos por la calle, la gente se precipita para reco-
gerlos mientras que una vaca los pisotea como si fueran hojas muer-
tas.
Es a medida que nuestra respiración profundiza que vemos
más claro. Entrevemos la posibilidad de que, en el fondo, somos nos-
otros los autores de todos nuestros problemas.
Dios es la Respiración suprema. Rechazar a Dios es rechazar
respirar. Como somos incapaces de respirar a fondo, rechazamos a
Dios, vivimos a medias.
Así es como he comprendido la enseñanza del Maestro
Ueshiba. La respiración es la alternancia de Ka, inspiración, y de Mi,
espiración. Ka-Mi es Dios.
90 El diálogo del Silencio

Es en la acción donde Dios puede manifestarse. Se manifiesta


en la medida en que la estrechez de nuestro espíritu no obstruya su
trabajo. Trabaja solo sin que lo sepamos. No sabemos quién es ni
dónde está. Está en todas partes y en ninguna. Es perfectamente
inasequible. Es Desconocido.
Sólo podemos facilitar su trabajo profundizando la respiración.
Varias personas me han contado que habían utilizado ya la respira-
ción kami, kami en su trabajo, cuando éste necesitaba un esfuerzo de
concentración muy intenso. Efectivamente impide que el exceso de
imaginación obnubile nuestro espíritu. Con esta operación tan senci-
lla, podemos ya invitar a Dios a que haga su trabajo.
Esta revelación, la de concebir a Dios de esta manera, de
poder realizar a Dios a través de la respiración, me fue dada por el
Maestro Ueshiba. Si mi pequeña inteligencia intenta afirmar su exis-
tencia, provoca inmediatamente una duda en el sentido contrario. Se
puede sostener verbalmente su existencia, tanto como su inexisten-
cia. Ya no me interesa este tipo de discusiones.
La única cosa que me preocupa es saber hasta dónde podré
desarrollar mi respiración. Mi experiencia me enseña que, en eso, no
hay límite.
Lo que antes me parecía difícil, imposible, incluso inconcebi-
ble, se vuelve un día factible, y después fácil y divertido.
Todo se desarrolla como en la incubación de un huevo.
Cuando el embrión se vuelve un pollito, rompe la cáscara y sale. Un
mundo nuevo se abre con el despertar de sensaciones nuevas.
Esta revelación no me llegó de una sola y única vez. No recuer-
do cuántas cáscaras he roto ya. No sé cuántas cáscaras me quedan
aún por romper, cuántos mundos nuevos por descubrir.
Me he dado cuenta, poco a poco, de que cuanto más me acer-
co a Cero, más claro veo. Surge en mí la idea de que Dios es el Cero,
no el cero relativo, material e inerte, sino el Cero absoluto que rebota
hacia el infinito, cubriéndolo Todo.
Es una idea diametralmente opuesta a la que es moneda
corriente en la sociedad en que vivimos. Jamás hay que hacerse
pequeño, hay que mostrarse más grande de lo que se es en realidad.
Si uno es un sapo, debe intentar aparentar ser vaca.
Un profesor de judo ha oído, a través de la puerta entreabier-
ta, a sus nuevos alumnos charlar entre sí:
“¿Qué profesor de judo es éste? Ni siquiera lleva bigote.”
Itsuo Tsuda 91

Desde ese día, se deja bigote.


¿Cómo conciliar el Yo (No-Yo) con este pequeño yo que es un
ser social? Admito que no siempre es fácil, pero también digo que no
es imposible.
En esta sociedad donde todo es complicado, contradictorio,
incluso absurdo, uno puede reservar algunos instantes para olvidarse
de todo, las disputas en la familia, las agresiones del medio ambien-
te, y olvidar que este pequeño yo existe. Esa actitud nos permitirá vol-
ver a empezar de cero, ver, por fin, que Todo es nuestro: el cielo, la
tierra, el sol, los montes y los ríos, sin que haga falta meterlos a todos
en nuestro bolsillo. Podemos liberarnos, aunque sólo sea durante
unos instantes, de nuestro afán de poseer, para ver un poco mejor y
con un poco más de lucidez.
Se muy bien que a los seres civilizados les cuesta mucho
aceptar esta idea, porque están formados ya de otra manera.
Si, por casualidad, olvidan todo, tienen miedo a perderlo todo
y volverse locos. Incluso si admiten que es bueno hacer el vacío, sus
costumbres mentales y físicas no se lo permiten. Así, guardan todos
sus problemas incluso mientras duermen, acumulando fatigas e
insomnios.
Son libres de mantener sus costumbres. No tengo la intención
de adoctrinarlos. Sólo relato mi experiencia. No me interesan los hue-
vos no incubados. Si los rompo prematuramente, no conocerán la
libertad de los pollitos que pían y corren. Que se queden en su cás-
cara hasta el día en que tengan ganas de conocer la verdadera liber-
tad.
Ninguna aportación exterior, el dinero, el honor, o el poder,
puede procurarnos la verdadera Libertad, pues ésta es una sensación
interior que no depende de ninguna condición material u objetiva.
Uno puede sentirse libre a pesar de las peores ataduras y también pri-
sionero con la máxima felicidad.
Es, también, en la sensación interior donde hay que buscar
Uno. En el mundo de los fenómenos, todo evoluciona. No hay ni un
solo instante idéntico a otro. En cuanto intentamos captar una verdad
inmutable y eterna, y afirmarla de una forma muy clara, no tarda en
evaporarse. Lo que es bueno aquí se vuelve malo allá, cuando fran-
queamos una línea artificial llamada frontera, o viceversa. O lo que ha
sido bueno se vuelve malo a partir de cierto momento. Es en esta
misma inconstancia donde hay que ver Uno.
92 El diálogo del Silencio

Así, yo sigo con mi sinonimia, pues no hay manera de analizar


Uno. Algunos sinónimos pueden gustar a unos, disgustar a otros. En
resumidas cuentas, no son más que palabras que suscitan resonan-
cias diferentes según la receptividad de los que las escuchan.
Es justamente el momento de decir “Mu”, es decir, Nada. Es el
grito que dan los monjes zen y que hace volatilizar los pensamientos.
Mu, Mu, Mu. Mu; Nada, Nada, Nada, Nada. Todo es Nada,
Nada es Todo.
En este Nada no está el tono de desesperanza del nihilismo.
Este Nada significa plenitud y serenidad. Este Nada nos permite
tenerlo Todo.
Los niños, cuya sensación no está aún muerta, comprenden
cuando les decimos que nos sentimos llenos. Los adultos, no. Os pre-
guntan “¿llenos de qué? Llenos de pasta, llenos de felicidad, llenos
de ardor, llenos de tristeza, etc. Sentirse lleno, simplemente, es incon-
cebible para ellos.
Como la vida se manifiesta por la alternancia de la inspiración
y de la espiración, la sensación aumenta por la sucesión del lleno y
del vacío.
La Vida se presenta bajo la forma de una evolución constante,
cuyo final es la muerte, es decir, la desaparición de la forma. Creemos
que la Vida desaparece con la muerte y nos asustamos con la idea de
ese aniquilamiento último y completo.
Si conseguimos liberarnos de todo apego a la forma, nuestra
mirada interior podrá girarse hacia la fuente donde hemos añadido
todas nuestras ideas: el espíritu y la materia, el cielo y la tierra, el
espacio y el tiempo.
No se trata de buscar la evasión fuera de la sociedad, en la que
nuestra acción tiene cierta meta. No se trata de crear un mundo apar-
te del que tenemos. Se trata de encontrar Uno, a pesar de las con-
tradicciones a las cuales nos lleva a menudo nuestra pequeña inteli-
gencia.
Itsuo Tsuda 93
94 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 95

XI

LA PRÁCTICA SOLITARIA

Tengo un tesoro: la voz del Maestro Ueshiba.


Se trata de una copia en banda magnética de una emisión
radiofónica. La emisora: NHK, radiodifusión japonesa, la primera
cadena. Fecha de emisión: 16 de julio de 1962. Título del programa:
“La visita matinal”, de 7h 45 a 8h.
Este mensaje de un cuarto de hora es de gran valor para mí.
Me esclarece muchos puntos en cuanto a lo que el Maestro entendía
por “Aikido”.
¿El aikido? El cliché ya está hecho. No es más que una proeza
bárbara, una acrobacia muscular, indigna de personas cultas. Cuando
hablamos de ello, nos esperamos reacciones inmediatas como: “Oh,
es peligroso, usted es peligroso.”
Para los que lo practican, a menudo no es más que una técni-
ca de combate, destinada a luchar eficazmente contra la agresión.
Admito que su origen proviene de un arte de combate y que no puede
ser comprendido de otra manera por personas impregnadas de la
mentalidad dualista que sirve de base a la sociedad.
¿Por qué practicar aikido si no sirve para nada? Es muy lógico.
Así se llega a esta imagen del Maestro Ueshiba: un hombre de una
potencia física extraordinaria, con músculos de acero.
Ahora que el Maestro ha muerto, y que son cada vez menos las
personas que lo han conocido directamente y cada vez más la gente
que no lo ha conocido jamás, se vuelve difícil descubrir el verdadero
sentido de su enseñanza. Para muchos, la idea ya está hecha: quien
dice aikido dice pelea.
Mi contacto con él, que duró más de diez años, me ha dado
una imagen de él completamente distinta de la que se tiene habitual-
mente de un atleta.
En primer lugar, él no tenía en absoluto esos músculos de
acero que se envidian de los atletas en occidente. Lo sé porque una
vez toqué sus brazos que eran sorprendentemente blandos como los
de un bebé. Había discípulos que tenían brazos mucho más muscu-
96 El diálogo del Silencio

losos que los suyos y no es difícil encontrar brazos más voluminosos


por donde quiera que vayamos.
Jamás lo vi hacer el menor ejercicio para fortalecer sus mús-
culos, durante todo el tiempo que estuve con él. Sin embargo, lo veía
a menudo recitar el norito, oración ritual, que lo ponía en comunica-
ción con los dioses. Era una práctica religiosa sin ninguna relación
con los deportes o el atletismo.
Un día, me dijo durante mi visita a Iwama, en su retiro en el
campo: “Cuando tenía entre cincuenta y sesenta años, tenía una fuer-
za extraordinaria. Ahora, no tengo ya mucha fuerza e incluso me
cuesta llevar un cubo de agua. Sin embargo, comprendo el aikido
mucho mejor que en aquella época.”
¿Quién podría aceptar, en occidente, la idea de un atleta que
no tiene ya fuerza física, que pasa todo el día haciendo su práctica
religiosa y que, sin embargo, es capaz de realizar hazañas extraordi-
narias? En todo caso, para mí no suponía ninguna incoherencia, y yo
lo aceptaba así. Estaba fascinado por su postura, por su forma de
andar. En él todo era natural, sencillo, sin el menor gesto inútil, sin nin-
guna ostentación ni orgullo. Yo sentía a su alrededor, aunque invisible,
todo un paisaje de serenidad, de plenitud; yo, torpe payaso, no podía
resistir al placer de verlo todas las mañanas, levantándome a las cua-
tro, durante diez años hasta su muerte.
Él hacía que se desvanecieran todas mis preocupaciones mez-
quinas por la vida social. Si yo hubiera practicado para adquirir poder
o eficacia, al no estar dotado para los deportes, jamás habría tenido
el valor de seguir tanto tiempo.
He observado que había una reproducción fotográfica de la
imagen de Jesucristo sobre el altar shinto, ante la cual se inclinaba.
Extraño contraste cuando uno piensa en la división que ha aportado
el cristianismo en los pueblos del mundo. Finalmente no tuve ocasión
de hacerle preguntas al respecto. Digamos, de momento, que en
cuanto a esto, él no estaba en absoluto cerrado, él era ecuménico.
Presento aquí algunos pasajes de la emisión radiofónica en la
que respondía a las preguntas del interlocutor.

Entrevistador.- ¿Sensei, practica usted todas las mañanas?


Ueshiba.- Sí. La práctica es una práctica solitaria. Me reservo las
mañanas para mi entrenamiento. No olvido saludar a oriente y a las
cuatro direcciones. Así hago Aiki con el Universo, es decir, llegar a ser
Itsuo Tsuda 97

Uno con el Universo. He aprendido que no existe más que un solo


Creador de este mundo. Me identifico con este Creador único… para
siempre. Por eso, practico por la mañana y por la noche. Cuando digo
practicar, no hablo de tomar duchas frías. Saludo a oriente, hago Aiki
(coordinar el ki) con el fin de estar en armonía con todos los seres, con
todos los fenómenos. Saludo a las cuatro direcciones con el deseo de
actuar como hombre razonable, como japonés irreprochable.
Comprendo estas palabras del Maestro sin estar a la altura de
poder aplicarlas sobre mí. Por otra parte, admito que para la gran
mayoría son casi o totalmente incomprensibles. Identificarse con el
Creador no es comprensible en Europa, donde uno dice ser indivi-
dualista: el francés individualista, el inglés individualista, el español
individualista, etc., con significados del individualismo todos diferen-
tes unos de otros. En Estados Unidos, ha habido gente que pretendía
ser “Dios padre” y han conseguido reclutar a fieles más o menos faná-
ticos.
El Maestro Ueshiba no ha pretendido jamás ser Dios. Se identifica-
ba con el Creador, cosa totalmente diferente, para llegar a ser su fiel
manifestación. No era pretencioso ni fanático. Él era sereno.

Entrev.- He oído decir que hay 27 dojos en Hawai. ¿Eso significa


que los americanos han adoptado el aikido como un método de auto-
defensa, o que han comprendido algo del espíritu que usted acaba de
explicar?
[El entrevistador se refiere al viaje que el Maestro efectuó en 1961,
invitado por el gobierno hawaiano.]
Ueshiba.- Han comprendido bien el espíritu. Lo han comprendido
todo sólo mirándome. Me invitaron a tomar la palabra en el estrado,
en el parlamento de Hawai. Para la ocasión, expresé mi gratitud y mi
respeto a los Estados Unidos, país que me acogía. Hablé en japonés
y un intérprete me traducía. Pero dijeron, en su idioma, que no hacía
falta traducir y que, mirándome, sentían que reinaba en ellos la armo-
nía. La traducción no aportaba nada a la comprensión del verdadero
sentimiento de este anciano. Estaban felices porque se sentían en
familia, como si fuesen parte de una gran familia. En el espíritu, todo
el mundo es familia, no hay extranjeros, no hay fronteras. El aikido
aspira a eliminar las peleas y la guerra de este mundo. En esto, es
totalmente diferente de un budo (arte marcial) ordinario. Un budo ordi-
nario está destinado al combate. Las artes marciales han servido de
98 El diálogo del Silencio

base para el aikido. No las rechazo, porque han servido de base al


aikido.

Entrev.- Sensei, quisiera preguntarle sobre lo que pasó durante su


aprendizaje de las artes marciales, en su juventud. Me han dicho que
usted tenía una salud frágil cuando era joven y que para mejorar su
salud, había decidido usted practicar artes marciales…
Ueshiba.- Es posible que piensen así. A los ojos de mis padres, yo
era un niño poco inteligente. Los otros niños eran mucho más listos…
Perdón por la palabra. Mis padres tenían hijas pero no tenían ningún
hijo. Entonces rezaron en el Templo de Kumano. Así es como nací. La
gente pensaba que este niño era muy raro, poco inteligente, un poco
raro pero no tonto, en todo caso no muy brillante. No comprendían
cómo era ese niño.
En cuanto al peregrinaje por las artes marciales, mis padres no
estaban en absoluto de acuerdo. Entre nuestros antepasados, alguien
tenía un cierto conocimiento de las artes marciales y era muy fuerte.
Le gustaba pelearse, vencer. Mis padres no querían que yo fuera
como él. Su deseo era educarme en la candidez para que fuera que-
rido por los demás.

Entrev.- Pero usted ha practicado el jujitsu, el kenjitsu (sable), la


lanza…
Ueshiba.- Ah, sí. He hecho de todo. A la edad de seis o siete años,
iba al templo budista y estudiaba los clásicos, historia y muchas otras
cosas (en aquella época, los templos budistas servían de escuelas a
los niños). A la vez, aprendía las artes marciales. Pero no permanecía
en una disciplina mucho tiempo. Tres meses como máximo. Cuando
vine a Tokio tenía quince años. Aprendí judo con el Maestro
Tokusaburo Tozawa que era codiscípulo del maestro Kano. Aprendí
Shinyo-ryu y Kito-ryu (nombres de escuelas). Pero eso no me gusta-
ba porque, al fin y al cabo, eran luchas para decidir quién era el más
fuerte.

Entrev.- ¿Su espíritu rechazaba aceptar incondicionalmente las


artes marciales?
Ueshiba.- No iban con mi espíritu.

Entrev.- Pero, Sensei, usted ha ido a la guerra ruso-japonesa. Era


Itsuo Tsuda 99

el más fuerte de todo el regimiento, nadie podía batirle en el arte de


la bayoneta, era el que más aguantaba en las marchas forzadas. ¿Esa
fuerza física no viene de su aprendizaje de las artes marciales?
Ueshiba.- Quizás. Es posible que sea un poco verdad. Pero jamás
he podido llegar al kaigan (la apertura de los ojos espirituales, revela-
ción). Técnicamente y físicamente, siempre he sido más fuerte que los
demás. He hecho competiciones que dejaban rencores en los adver-
sarios. Pensaba siempre que no era bueno competir. No es divertido
ser el vencedor ni el vencido. Pero una vez en el ejército, tenía la obli-
gación de hacer frente a las dificultades nacionales y comprometer mi
vida para salvar la patria… En el ejército, no hay verdadera sinceridad.
La sinceridad existe, pero es la de aceptar el principio de que todo
está centrado en el combate.

Entrev.- ¿Esto significa que de todas maneras hay que vencer y no


ser vencido?
Ueshiba.- La victoria lo justifica todo. Hay que ganar la guerra, no
perderla. Es lógico. Todo está centrado en el combate, es decir, el
sentido del honor es el espíritu militar. El honor es matar al mayor
número posible de enemigos, realizar proezas. Todo está centrado
exclusivamente en la lucha. Pero ésa no es la verdadera intención de
nuestro emperador.

Entrev.- Sensei, usted dice que su budo es la vía del Amor. ¿Es por-
que es extremadamente fuerte y no le importa, como a los demás,
saber quien será el más fuerte?
Yo no miro a los demás a los ojos, no miro su técnica, ni sus for-
mas, Los meto a todos en mi vientre. Como están en mi vientre, no
necesito luchar contra ellos. Hago todo con la no-resistencia. La no-
resistencia es la mayor de las resistencias. La no-resistencia protege
a todo el mundo. Desde los 55 años, no compito. No hay que hacer
nunca competición. Es fútil trabajar con una pequeña inteligencia.
Hay que adquirir la gran inteligencia. Para ello, hay que abrir la Puerta
de Roca del materialismo. (Iwato biraki, apertura de la Puerta de
Roca: en la mitología, Amaterasu, la diosa del sol, exasperada por la
maldad que reina en el mundo, se esconde en una gruta, cerrándola
con una roca. El mundo está sumido en la oscuridad total. Los dio-
ses, preocupados por la situación, se reúnen para encontrar una solu-
ción. Finalmente, consiguen con astucias abrir la Puerta de Roca y
100 El diálogo del Silencio

sacar a la diosa del sol . El Maestro Ueshiba ha hablado a menudo de


Iwato biraki, (en el sentido de revelación, de toma de conciencia de la
verdad.) De ahora en adelante, hay que abrir el trono de Japón que es
el reino del espíritu. Hay que guiar a todo el mundo. Este alma debe
pacificar al mundo. Así es como preconizo la no-resistencia.
No es necesario mirar a los ojos ni al sable del adversario. Si uno
los mira, se hace aiki (influenciar) y se vuelve mezquino. Basta con
permanecer ahí, de pie, sin pensar en nada. Entonces, uno siente que
es todo el Universo, que todo el Universo entra en el vientre. Si le ata-
can a uno de improviso, está ahí, sonriendo. Y la gente cae sola. Así
es mejor. Todo el mundo está feliz.

Vuelvo a leer mi traducción y temo que no sea accesible. En japo-


nés, he comprendido y sentido el soplo del Maestro Ueshiba.
Traducidas a un idioma occidental, sus palabras pueden perder todo
su sabor y volverse absurdas.
Dirán: “No veo relación entre el hecho de sonreír y el hecho de pro-
yectar a los adversarios. Una vez sonreí cuando me atacaron, y esto
no me ha servido para nada. En lugar de caer, me han atacado de ver-
dad. Me desmayé.
Vamos, vamos, Maestro Ueshiba. Hay que ser lógico. Tiene usted
que explicar claramente lo que hace: tal técnica a la derecha, cual
técnica a la izquierda, etc. A menos que nos diga que ha utilizado la
energía cósmica. En ese caso, habría que probar que esta energía
existe y explicar como la ha captado.
Todo lo que usted dice me parece raro y no sirve para convencer-
me”.
Itsuo Tsuda 101
102 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 103

XII

LA PRÁCTICA SOLITARIA
(Continuación)

Admitamos que el racionalismo habitual, fruto de nuestras expe-


riencias en la lucha contra la materia, no aporta ninguna ayuda cuan-
do se trata de comprender al Maestro Ueshiba. Él ya no tenía fuerza,
no miraba las técnicas de los demás y, además, él mismo no tenía ya
ninguna técnica definible. Aún así, se movía en un espacio que nos
parecía imposible, pero para él era completamente libre. Pasaba
como un ciclón que intentábamos detener con puñetazos, con el bas-
tón, el sable o un revólver. Nuestras nociones de fuerza, de causali-
dad mecánica no servían con él. Tampoco la de cantidad, tan queri-
da entre los occidentales, tenía sentido. En los deportes occidentales
son conocidas las categorías por peso.
Ueshiba.- Por ejemplo, este chico que está aquí es un ameri-
cano. Fíjese en esto por favor. Así hay que proceder. Cuando avanza
hacia mí, hago esto. Con eso basta. No es nada complicado. Es un
ejercicio de gravitación a través del Amor. Si yo avanzo, él vuela. Todo
circula. Doy un kiai “eii”, y de repente todo salta por los aires.

Entrev.- Este chico mide más de seis pies (1,80m)- Debe


pesar entre 24 y 25 kan (100 kg).
Ueshiba.- 28 kan (112 kg).

Entrev.- ¿28 kan? ¿Se llama Terry?


Ueshiba.- Debe de medir 6 pies y 2 pulgadas (1,87m), pero eso
no supone problema alguno para mí. No tiene importancia. Yo mido
apenas 5 pies y 1 pulgada (1,55m). Si se tiene miedo a las grandes
tallas, ¿qué va a hacer Japón, que es un país tan pequeño? Sólo se
piensa en la materia. Si se desarrolla el espíritu, éste puede abarcar
todo el Universo. No estoy en absoluto en desventaja. Que el país sea
104 El diálogo del Silencio

grande o pequeño no tiene importancia. Un pequeño país como el


nuestro es suficiente. Los grandes países son más bien incómodos.
Los pequeños son suficientes. Japón, como reino del espíritu, debe
guiar al mundo. Debe servir de centro para armonizar el mundo. No
hay que pelearse. La pelea es lo peor de todo.

Entrev.- Sensei, usted tiene ochenta años.


Ueshiba.- Si, más o menos.

Entrev.- Goza usted de buena salud. ¿Cuánto tiempo duer-


me usted diariamente?
Ueshiba.- Dos horas. Algunas veces, duermo una hora. Pero lo
importante es la comida. Me tomo un tazón de potaje de arroz con
umeboshi (ciruelas maceradas en vinagre y sal). Hubo un tiempo en
que comía 1 sho (2 litros) de arroz sin sentirme saciado. Ahora, me
basta con un pequeño tazón.

Entrev.- ¿Tiene usted buen oído?


Ueshiba.- Sí, sí. El oído, la boca, todo está bien.

Entrev.- Después de una práctica tan intensa, ¿no se siente


usted ni siquiera sofocado?
Ueshiba.- En absoluto. Nunca me he quedado sin aliento,
incluso practicando desde la mañana hasta la noche, y frente a mucha
gente. Puedo vivir comiendo sólo potaje de arroz y umeboshi. Incluso
doy gracias cuando como una simple hoja de lechuga, pues me sos-
tiene, transformándose en sangre y carne. Debo un reconocimiento a
todo lo que existe. Hoy me ha hecho usted un gran honor haciéndo-
me diversas preguntas. Esto permite que nos armonicemos. Este es el
sentido del Aiki.

...

La palabra del Maestro ilumina mi búsqueda a tientas por la


Itsuo Tsuda 105

Vía. También me doy cuenta de la dificultad de hacérsela comprender


a aquellos que no están preparados.
Hay tal distancia entre el espíritu del Maestro y la estructura
mental de los civilizados que es extremadamente difícil franquearla.
Esta dificultad no sólo existe para los occidentales, sino también para
los japoneses que estudiaron con él. Sus alumnos se forjaban una
imagen muy diferente de su enseñanza, cada uno según su capaci-
dad personal. La mayoría de las veces dejaban de escuchar sus pala-
bras. Haber sido alumno del Maestro no significa gran cosa para mí,
pues la enseñanza no es como un barniz que se aplica a un objeto.
Se trata de saber cómo se ha absorbido. El agua, absorbida por una
vaca, produce leche, y por una serpiente, veneno.
Una de las observaciones más sensatas sobre el Maestro ha
sido emitida por Sunao Sonoda, que practicó en el dojo durante algu-
nos años a mi lado. Ocupó varias veces la cartera de ministro de sani-
dad y de asuntos exteriores, y tenía un alto grado en Kendo.
“El sable de O-sensei es verdaderamente fantástico. Incluso
cuando lo maneja muy lentamente, su bokken (sable de madera) pro-
duce un silbido. Además, jamás dice “kiré” (cortar), sino “furé, furé”
(remover)”. Y refiriéndose a los alumnos que practicaban con el bok-
ken, decía: “sus sables están totalmente muertos”.
Sonoda tenía una intuición asombrosa, sobre todo viniendo de
un político.
Para el Maestro no se trataba de cortar, cortar la cabeza, cor-
tar el vientre, sino de eliminar el “ja-ki”, las malas influencias. No se
trataba de aniquilar al adversario, sino de purificar el espíritu, realizar
la armonía. Como tal, actuaba más como un sacerdote shinto que
realiza el ritual de purificación que como un espadachín invencible.
¿Esta explicación es comprensible para los europeos? Algunos
dicen que la técnica del Maestro Ueshiba está superada y que es pre-
ciso modernizar el método, de acuerdo con las exigencias de la vida
actual y que llevar un sable es algo en desuso. Adoptan el aikido
como si compraran un arma de fuego. Para ellos, el aikido tiene como
meta aniquilar eficazmente a los adversarios.
Cuando hablo de la respiración cósmica, hay quienes no lo
pueden soportar. Esto les irrita. Su espíritu está lleno de una cantidad
de ingredientes psicológicos como la necesidad de ternura, los celos,
la codicia, el orgullo, las ganas de atacar a los demás para sentirse
mejor protegidos, etc. Pero sobre todo tienen miedo a no ser nadie,
106 El diálogo del Silencio

si se dejan llevar.
Les entra el pánico ante la idea de estar solos en el Universo.
Se sienten abandonados en un inmenso desierto donde no hay nadie
que pueda apiadarse de ellos o admirarlos.
Se organizan para combatir a cualquiera que se atreva a robar-
les su pan o hacerles perder prestigio.
Todo eso es asunto suyo. Yo respiro solo. Yo no puedo respi-
rar por ellos.
La fórmula del Maestro Ueshiba es perfecta para mí. Yo hago
mi práctica solitaria. Siento un alivio inmenso al estar solo en el
Universo. Nadie me puede molestar. Inspiro y espiro; hago ka-mi, ka-
mi. No fuerzo mi respiración físicamente. Pero mentalmente respiro a
fondo. Inspiro y absorbo todo el Universo. Espiro y me vuelvo Cero.
Desde hace ya un tiempo, mis vértebras sacras hacen ruiditos secos
al espirar. Es muy agradable. Parece como si Dios intentara meter una
mano invisible dentro de mí, como en un guante.
El paisaje interior que se va desarrollando en mí me proporcio-
na un placer inmenso. Alejado de lo fastidioso que resultan los asun-
tos humanos, navego en la Libertad total que Chuang Tse ha llamado
el “país de la Nada y del Infinito”. (Wou Ho Yeou Tche Hsiang). Poco
a poco desaparece la oposición entre la materia y yo y entre mi vida
y mi muerte. Vuelvo a encontrar la Vida que trasciende el tiempo y el
espacio.
Hubo un tiempo en que el Maestro Ueshiba hablaba de dos
tipos de artes marciales: kon no budo y haku no budo, budo espiritual
y budo corporal. Kon y haku, dos términos de origen chino, significan,
el primero, el alma esencial que reside en el individuo como unidad
invulnerable de su ser, y el segundo, el alma corporal que le asegura
la unidad como ser físico.
La unión de las dos almas forma al individuo tal como lo
vemos. A la muerte, esta unión se disuelve, las dos almas se separan,
el kon sube al cielo y el haku permanece en la tierra.
Gracias al alma haku podemos mantener una forma humana.
Pero si otorgamos demasiada importancia al alma corporal, sucumbi-
mos a sus tentaciones, a sus exigencias y acabamos por ahogar el
alma esencial. En cambio, si descuidamos completamente el alma
haku, acabamos por morir de hambre.
Lo que el Maestro Ueshiba deseaba era el desarrollo del alma
kon a través de nuestro cuerpo. Mientras que haku no budo tiene
Itsuo Tsuda 107

como única meta aniquilar a los adversarios, kon no budo nos libera
de nuestras obsesiones materiales y establece la armonía con nues-
tros semejantes.
Explico esta relación con una comparación.
Supongamos que mi mano derecha acecha el momento para
atacar a mi mano izquierda. Viendo que es el momento propicio, la
primera golpea a la segunda con gran velocidad. Sin embargo, la
segunda esquiva el golpe a tiempo, pues está unida a un centro
único, el cerebro, que le comunica la agresión de la primera. Por lo
tanto, no se trata de entrenar mi mano izquierda para que actúe con
más rapidez que mi mano derecha, ni de fortalecerla de manera que
pueda contraatacar a la otra. Es cuestión de establecer la unión con
Uno.
Es cierto que mis dos manos están unidas a un mismo cerebro.
Pero cuando se trata de dos individuos diferentes, ¿cómo pueden
estar unidos a un mismo centro? Anatómicamente no hay ningún sis-
tema nervioso que ponga en comunicación a los dos. Ahí es donde
interviene la noción del “ki”.
El ki es el motor de todas las manifestaciones instintivas e
intuitivas de los seres vivos. Los animales no intentan justificar sus
acciones y sin embargo consiguen mantener un equilibrio biológico
en la naturaleza. En el hombre el desarrollo extraordinario de la inteli-
gencia amenaza con destruir todo el equilibrio biológico, pudiendo
llevarnos a la destrucción total de todo ser vivo.
En esta imagen de las dos manos que se pelean entre sí, al
menos una, por no decir las dos, saldrá dañada. Otra fórmula, dia-
metralmente opuesta, consiste en preconizar la paz, el amor fraternal,
la ternura. La mano derecha acaricia la mano izquierda, y viceversa,
de manera que jamás se separan.
Pensé que, en ambos casos, sería difícil preparar una tortilla,
pues para hacerlo se necesitarían dos manos independientes y coo-
perantes. Por ironías del destino, cada vez que la oración se intensi-
fica para conseguir la paz, llega la guerra.
Durante mi visita a Iwama, el Maestro Ueshiba me habló de su
descontento con sus alumnos que sólo practicaban el haku no budo
y fortalecían únicamente el cuerpo en detrimento del alma esencial. El
amor universal que predicaba era demasiado amplio, demasiado
inasequible, sobrepasaba mucho nuestra capacidad limitada de com-
prensión.
108 El diálogo del Silencio

Un día, en el dojo, vi un dibujo realizado con tinta china, col-


gado en la puerta de entrada. Yo lo miraba todos los días sin ser
capaz de entender nada. Me parecía que no interesaba a nadie en el
dojo. Al cabo de unos días, desapareció. Muy intrigado, pregunté al
Maestro Ueshiba su significado. Me prometió que iba a hacer otro y
regalármelo. Adjunto una reproducción del mismo en esta obra.
Este dibujo representa el paisaje interior del aikido del Maestro
Ueshiba, cuyo sentido ha ido calando en mí muy lentamente, progre-
sivamente. Empiezo a comprender ciertas cosas que, hace algunos
años, era totalmente incapaz de captar.
El dibujo contiene en total 14 formas muy sencillas, que he
numerado de derecha a izquierda. Este dibujo, según el Maestro
Ueshiba, muestra las formas del agua y del fuego, es decir, Ka-mi,
dictadas por Futomani emanaciones divinas de Ame-no-Minaka-
nushi, es decir, del centro celeste. Los Futomani están al corriente de
todo lo que ocurre en el universo en el instante y dictan inmediata-
mente lo que hay que hacer para que podamos actuar de conformi-
dad con las Leyes de la Naturaleza. Si queréis, se puede establecer
una correlación entre el plano del universo y el sistema nervioso del
individuo anatómico.
He oído decir, a algunos de sus alumnos, que el Maestro
Ueshiba estaba equipado de un televisor, pues estaba al corriente de
todo lo que ocurría a distancia, sin verlo.
El Maestro Minoru Mochizuki cuenta algunos ejemplos.
- Un día, después de una sesión de práctica, los alumnos char-
laban juntos alrededor del Maestro Ueshiba que, de repente, dijo:
“Delante del portal, hay alguien vestido de negro que busca algo.
Probablemente, quiera saber dónde está el dojo. ¿Queréis ir a verlo?
Incrédulo, fui y, ante mi asombro, vi a un desconocido vestido
de negro que buscaba el dojo. Este tipo de cosas extraordinarias le
ocurrían a menudo.
Otro ejemplo. Una vez Mochizuki invitó al Maestro Ueshiba a
su dojo en Shizuoka. Cuando se acostó, Ueshiba le preguntó si el
dojo estaba construido sobre un río, pues sentía el agua correr deba-
jo de la almohada. Mochizuki protestó, pues su dojo estaba construi-
do en plena ciudad sobre un terreno firme. Un mes después, el ex
propietario del terreno vino a pedirle permiso para limpiar la boca de
la alcantarilla que cruzaba el dojo a un metro de profundidad. Nadie,
hasta entonces, había oído jamás el menor ruido de agua.
Itsuo Tsuda 109

El misterio de su paisaje interior no está al alcance de todos


nosotros, poco despiertos. No obstante, voy a
intentar presentar algunas de las formas que están
en el dibujo.

La figura 1 presenta dos trazos verticales, el


Fuego a la izquierda y el Agua a la derecha. Es el
soplo que entra y sale; es decir, la Inspiración y la
Espiración.

La figura 2 presenta un círculo, identificado con


el Agua y la figura 3 un cuadrado, identificado con
el Fuego.

La figura 4 muestra un trazo horizontal que


representa el Fuego y la trama, mientras que la
figura 5, un trazo vertical que representa el Agua y
la urdimbre.

La figura 6 muestra dos trazos horizontales.


Representan el Fuego arriba y el Agua abajo, y en
110 El diálogo del Silencio

conjunto el Cielo y la Tierra, es decir, el Universo.


El Fuego y el Agua aparecen, por lo tanto, como dos aspectos de
una misma cosa; algunas veces en formas diferentes, el cuadrado y
el círculo, otras veces en posiciones perpendiculares: horizontal y ver-
tical o la trama y la urdimbre.
Lo curioso es la figura 6. Como ya he dicho en otras partes, el
Fuego representa una acción ascendente, y el Agua una acción des-
cendente. Lógicamente, uno pensaría que el Fuego está abajo y que
el Agua está arriba. Aquí,
el Fuego está arriba y el
Agua está abajo.
Empiezo a comprender
que cada una de las
acciones, ascendente y
descendente, es el movi-
miento natural de cada
elemento para volver a
su morada. Por lo tanto,
la morada del Fuego está
arriba y la del Agua está
abajo.
Por otra parte, el
Fuego se asemeja a la
izquierda y el Agua a la
derecha. El Maestro Ueshiba nos decía que había que empezar todo
movimiento por el lado izquierdo, el lado del
Fuego, el lado sagrado. Es lo que hacemos
en la práctica de las ocho direcciones, cuyo
esquema está indicado en la figura 7.

La figura 8, un trazo descendente oblicuo


de derecha a izquierda, representa el Agua.
Veo en ella el golpe del bokken, “furé, furé”
removed, removed, del Maestro Ueshiba.
La figura 9, un trazo descendente oblicuo
Itsuo Tsuda 111

de izquierda a derecha, representa el Fuego


en el Agua y la figura 10, un trazo que sube
oblicuamente de izquierda hacia la derecha,
el Agua en el Fuego o el Agua en el Agua.
Se ve claramente en este dibujo que no
vienen representados los adversarios ni la
utilización de la técnica para defenderse.
Sólo existe la respiración cósmica bajo diver-
sas formas.
Temo que la gente se entregue a especulaciones gratuitas, limitán-
dose a establecer paralelismos y comparaciones con otras formas
simbólicas similares. Sería muy fácil hacerlo.
Obtendrían entonces una satisfacción intelectual sin mucho esfuer-
zo.
Por mi parte, creo que estas figuras no están destinadas a ser ana-
lizadas como se suele hacer en occidente, sino a ser practicadas
hasta llegar a la fusión entre las formas, la respiración y la sensación
para que converjan en Uno.
Por ejemplo, hace algunos años creía que jamás sería capaz de
hacer el ejercicio de “empujar el bokken”, es decir, sujetar horizontal-
mente un sable de madera con una mano, hacerlo empujar por
alguien y conseguir que el bokken no se moviera.
Al estudiar el dibujo del Maestro, me vino poco a poco la idea de
intentarlo. Empecé tímidamente con una persona empujando y ahora
consigo aguantar a dos.
112 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 113
114 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 115

XIII

LA NECESIDAD Y EL DESEO

El Movimiento Regenerador es el único método que preconiza


la vuelta al punto de partida, el entrenamiento del sistema motor
extrapiramidal. La vuelta al punto de partida no va dirigido estricta-
mente a la rehabilitación del individuo social, ni a la estabilización del
adulto, idea muy apreciada en occidente. El punto de partida se colo-
ca mucho más allá del marco del individuo adulto, es decir, del ser
social, capaz de expresar su opinión y justificar su acción. En cuanto
a saber dónde se encuentra exactamente, no es fácil definirlo. ¿Es
posible penetrar más allá cuando se vive en un clima de civilización
donde se ejecuta la vida según el programa definido de antemano?
Noguchi se prometió a sí mismo seitaizar a 100 millones de
japoneses. Una tarea colosal que no pudo realizar durante su vida. Su
trabajo sigue con más amplitud después de su muerte.
Yo me encuentro en Europa, en la fuente misma de la occiden-
talización que hace estragos en el mundo entero. La expresión “hacer
estragos” es demasiado fuerte, quizás, porque no podemos negar las
ventajas aportadas a la humanidad por la occidentalización. Pero
cuando veo de cerca lo que sucede, el espectáculo no es totalmente
satisfactorio. Yo digo “abandonar todo” para volver a empezar de
cero, fresco como una rosa. Estas palabras pueden ser mal interpre-
tadas, pues cada vez hay más gente que lo abandona todo porque no
pueden aguantar más. Dista mucho de ser la misma cosa. Para sei-
taizar a los europeos quizás harían falta ocho generaciones antes de
obtener un resultado mínimamente apreciable. No podré estar aquí
para constatarlo. Estoy aún en la primera y segunda generación.
Estar seitaizado es llevar una vida sencilla, plena en todos los
sentidos, independiente y libre, ser capaz de llegar a la máxima con-
centración y relajación, tener la satisfacción de hacer lo que se quie-
re hacer y en el momento deseado, morir sin arrepentimientos y de
una muerte tranquila y apacible.
116 El diálogo del Silencio

Un individuo seitaizado no piensa ni en su estómago ni en sus


pulmones. Su organismo mantiene el equilibrio, solo, sin esfuerzo. Se
siente muy animado, como si no tuviera cuerpo. Es el no-cuerpo.
No necesita pensar mucho para tomar una decisión. Ésta surge
por sí misma desde el interior. Actúa como si no reflexionara jamás.
Sin embargo, su acción es extremadamente precisa. Acierta sin apun-
tar. Es el no-pensamiento.
Si ya os encontráis en ese estado, no necesitáis hacer el
Movimiento Regenerador. Éste no es más que un medio sencillo y
natural para encaminaros hacia él.
En resumidas cuentas, el Movimiento Regenerador no es una
disciplina que debe ser practicada regularmente bajo la amenaza de
pecado mortal. Su papel consiste en despertar nuestro ser, tanto en
el cuerpo, como en el pensamiento. Una vez despiertos, consegui-
mos regularizar nuestras necesidades sin esfuerzo voluntario.
Al principio, el movimiento es rudo, abrupto, y poco a poco se
vuelve más refinado, más sutil, menos visible desde fuera. Acaba por
coincidir con nuestro movimiento habitual y cotidiano. En ese
momento, ya no hará falta practicar el Movimiento Regenerador a
propósito. Se desencadenará en cuanto haga falta, es decir, en caso
de anomalía, siendo uno consciente de ella, como en el caso de un
accidente, o no siéndolo, como en el caso de una intoxicación ali-
mentaria.
Lo mejor es que no ocurra nada especial. Vivís tranquilamente
respirando con profundidad y calma. Relativamente pocas cosas bas-
tan para satisfacer vuestras necesidades. Esto va en contra del prin-
cipio de la sociedad de consumo, que nos anima precisamente a con-
sumir más. Lo que no significa que os exhorte a la frugalidad. Todo
depende de vosotros y del momento. No hay nada más duro que ver
a personas prisioneras de su régimen, medicinal, alimenticio, comu-
nista o capitalista. La gente enarbola su bandera diciendo que es
escandaloso que haya gente muriendo de hambre. Esa bandera
esconde otra verdad: hay personas que mueren por comer demasia-
do, cosa difícil de probar con estadísticas, pero podréis juzgar por
vosotros mismos cuando seáis capaces de ayunar durante días sin
ninguna emoción.
El extrapiramidal bien entrenado nos libera de la obsesión por
nuestras necesidades, pues es el que se encarga de controlarlo todo.
De manera que acepto el lema de Noguchi: cada uno debe mantener
Itsuo Tsuda 117

su salud con sus propias manos; no hace falta depender de los


demás para ello.
Así es como he vivido desde hace casi treinta años, sin depen-
der de nadie. Las pocas veces que visité a los médicos ha sido para
cumplimentar documentos administrativos; aparte de eso, han des-
aparecido totalmente de mi vista.
Desde hace algunos años (desde 1970), trabajo en Europa y la
difusión del Movimiento Regenerador ha tomado caminos increíbles.
La superabundancia de imaginación lo complica todo en los
europeos. El Movimiento Regenerador es demasiado sencillo para ser
aceptado tal cual. Muchos añaden su salsa personal, que desvirtúa y
desnaturaliza el Movimiento.
No hay nada que añadir al entrenamiento del extrapiramidal, ni
intención, ni imaginación, ni sentimiento. Ahora bien, abstenerse es
justamente la cosa más difícil de aceptar en Europa. Es la negación
misma de la imagen del individuo social, donde se han dirigido los
esfuerzos de los europeos desde el Renacimiento. Se aferran a ello
como a un viejo tesoro, incluso hoy día en que los individuos empie-
zan a vaciarse de todo contenido intrínseco.
Acceder al extrapiramidal no es una cosa fácil en sí misma,
incluso para los japoneses que practican bajo la dirección de perso-
nas que tienen años de experiencia, pues se trata de pasar volunta-
riamente del sistema voluntario al sistema involuntario. Algunos tar-
dan años antes de conseguirlo. De momento, el record, según me han
dicho, es de cuatro años. Pero los japoneses demuestran, en general,
más continuidad y perseverancia que los europeos, y no se dejan
arrastrar fácilmente por sus caprichos.
Cuando un japonés dice que estudia Seitai desde hace diez
años, es probable que se trate de diez años intensivos, es decir, miles
de horas consagradas a seguir la enseñanza. Los que llevan diez años
no son más que principiantes, pues están los que llevan veinte, trein-
ta y cuarenta años.
¡Qué sorpresa para mí ver gente en Europa que, después de
haber asistido a algunas horas de práctica, empiezan a lanzar un
nuevo método y me mandan folletos en los que figuran el nombre de
Noguchi y muchos otros! En todo caso, no puedo hacer nada. No
tengo la patente de invención y no pretendo tener el monopolio de
explotación. Son libres de hacer lo que quieran. Me reservo el dere-
cho de negarme a asumir la responsabilidad de sus empresas.
118 El diálogo del Silencio

Pasado un tiempo veo curiosos movimientos practicados por


nuevos participantes en los cursos. Descubro que han sido iniciados
por fulano o mengano. Están marcados por sus iniciadores y perpe-
túan malas costumbres que éstos han contraído. Los que rechinan los
dientes vienen de donde fulano; los que describen círculos con la
cabeza, de donde mengano, etc. Son tics nerviosos que no tienen
nada que ver con el extrapiramidal. Estos “clones” son muy testaru-
dos y rechazan admitir algo distinto de lo que hacen. El peligro con
esos tics nerviosos es que no es fácil rectificarlos y que, más adelan-
te, pueden causar bastantes problemas y anomalías que no existían
al principio.
Es verdad que se pueden provocar movimientos que no son
del todo voluntarios, con la imaginación. Es una técnica bien conoci-
da por actores y bailarines. Pero son movimientos imaginarios y no el
Movimiento Regenerador. Lo siento si confunden todo. No hay mane-
ra de hacerles entender que, al menos, acepten abandonar su testa-
rudez.
Si el extrapiramidal está bien entrenado, la piel cambia de cali-
dad: se vuelve más lisa y transparente. Con algo de mímica, ¿creéis
que podéis realizar un trabajo así?
La única cosa que cuenta en la vida es la vida misma, y de ella
se deriva todo lo demás. La vida es la que suscita la necesidad que a
su vez realiza la forma: como la ciencia se construye a partir de la
forma, acabamos por creer que la forma engendra la necesidad y la
vida. De ahí provienen todas las complicaciones de la vida moderna.
He ido a las oficinas de la Seguridad Social para inscribirme,
pues ahora es obligatorio. El funcionario ha examinado mis papeles,
algunos de los cuales han tardado meses en llegar. Como insistió
mucho en el seguro de enfermedad, al cual tengo derecho de ahora
en adelante, le dije:
“Señor, no me importa hacer las gestiones necesarias para
estar en regla con la ley. Pero no quiero recibir las atenciones y pro-
tecciones preconizadas por su sistema.”
Parecía sorprendido.
“Pero nunca se sabe… Si usted se rompe un brazo, por ejem-
plo…”
“En cualquier circunstancia, no quiero que me toquen.”
Parecía sofocado.
“¡Ah…! Es una filosofía oriental. Acaso sea mejor que la nues-
Itsuo Tsuda 119

tra.”
“A cada uno su gusto, el suyo es bastante seductor.”
Cuando uno ha pasado cerca de treinta años aprendiendo a
escuchar exclusivamente lo que surge en él mismo, le es difícil pres-
tar oídos a las grandes palabras. La vida me interesa tal como es.
Cada día es mi primer día. Cada día es mi último día. El dolor es el
mejor de los medicamentos. No quiero que intenten prolongar mi
vida, ni acortarla. Son palabras de un loco a los ojos de los civiliza-
dos, quizás. No importa. A cada uno, su convicción.
Respeto los valores occidentales alcanzados que nos garanti-
zan libertad individual. Cuando esa misma libertad consiste en obli-
garnos a acumular papeles y a aceptar ventajas que no me interesan
en absoluto, entra en contradicción consigo misma. La sociedad se
llena de individuos apáticos. En lo que a mi concierne, intento limitar
las complicaciones al mínimo.
Es el destino de la civilización imponernos fórmulas generales.
El despertar del individuo no es una fórmula general. Todo depende
del grado de comprensión de cada uno.
La necesidad es una función vital que nos permite mantener
nuestro organismo en buen estado. Cuando esta función está norma-
lizada, podemos liberarnos de la obsesión por nuestro cuerpo.
El deseo es también una función vital, pero difiere de la nece-
sidad en cuanto que nos permite realizar algo que va más allá de
nuestro cuerpo. Todo deseo se realiza a condición de mantenerlo
invariable desde el principio y de no incluir elementos que creemos o
sabemos imposibles.
El hombre es el único animal capaz de formular un deseo que
no responda a sus necesidades, y a menudo lo formula de manera
opuesta a lo que quiere realizar.
Así son las personas que intentan curar su enfermedad, cues-
te lo que cueste. Admiten inconscientemente que es difícil o casi
imposible. Por esa razón, buscan medicinas cada vez más eficaces,
lo que confirma aún más la dificultad o la imposibilidad de curación
admitidas al principio. Se consolida el mito. Hay muchas fórmulas
contradictorias de este tipo, inventadas constantemente por los hom-
bres: uno piensa “tengo que enriquecerme lo más pronto posible” y
sigue siempre escaso de dinero, o “tengo que ser más feliz” y sigue
perdido en la desesperación. Su cerebro se cansa inútilmente y el ver-
dadero deseo se volatiliza.
120 El diálogo del Silencio

Un marido dice a su mujer:


“Cuando vayas a París, tráeme algunas cajetillas de cigarrillos
de tal marca.” La mujer no deja de pensar en ello durante todo el tra-
yecto en tren. Que no se me olvide. Si se me olvida, será una catás-
trofe, se va a enfadar, montará un escándalo. Al llegar a París, se va
de compras, a toda prisa, por la ciudad. Hay ruido, coches, multitud
de gente. En el tren de vuelta de repente se acuerda. ¡Oh, la la! Se me
ha olvidado por completo comprar los cigarrillos, pero es demasiado
tarde para volver atrás.
Ella ha adoptado una mala táctica. ¿Por qué cansar el cerebro
inútilmente? El deseo se evapora con la fatiga. Le hubiera bastado
con evocar un instante la sensación de la acción a realizar: empujar la
puerta del estanco que ella conoce, saludar a la señora, pedir los
cigarrillos, sacar el monedero, etc. Y después, olvidarlo todo, no con-
servar nada que pueda cansar el cerebro. Algo, desde el fondo del
subconsciente, la advertirá a tiempo cuando llegue el momento.
Cuando uno quiere que se realice su deseo, no debe dejarlo en
el plano consciente, pues no funcionará. Cuando se quiere llegar a la
forma, no hay que comenzar con la forma. Hay que poner el deseo en
el subconsciente.
La verdadera acción surge del subconsciente. Cuando uno no
está seguro de sí mismo, habla mucho para esconder su falta de con-
fianza en sí mismo. Cuanto más se discute, menos se hace. Cuanta
más atención se presta a la salud, más se debilita. Este contraste
entre el consciente y el subconsciente provoca la infinita variedad del
espectáculo de la comedia humana que se desarrolla ante nuestros
ojos.
Lo que me interesa es la explotación de nuestro subconscien-
te. Ahí, no hay límite. Es insensato querer llegar a ser presidente de
los Estados Unidos si, para empezar, uno no es siquiera americano.
La idea de llegar a ser millonario es, para mí, bastante desagradable
e indeseable, pues no quiero malgastar mi tiempo reflexionando
sobre cómo gestionar y gastar mi dinero.
En cuanto a querer “respirar con el Universo” o “ser el centro
del Universo”, me siento muy a gusto. Hay pioneros que he conocido
personalmente. Necesitaría aún dos o tres mil años para llegar a su
nivel. Pero no importa, la Vía nos lleva lejos.
La vida moderna nos sumerge y nos embrolla en una tremen-
da mezcla de deseos, de contra-deseos y de anti-contra-deseos. La
Itsuo Tsuda 121

sociedad se organiza para someter y reducir nuestros deseos a nece-


sidades y los individuos se despojan de todo verdadero deseo que
pueda hacerles feliz. Nos es cada vez más difícil ver la verdad en toda
su sencillez: la meta de la vida es la Vida de la cual depende todo lo
demás.
122 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 123

XIV

LA MUERTE

“Who would fardels bear,


To grunt and sweat under a weary life,
But that the dread of something after death
The undiscovered country from whose bourn
No traveller returns, puzzles the will,
And makes us rather bear those ills we have
Than fly to others that we know not of?”

(Hamlet, W. Shakespeare.)

(¿Quién aguantaría cargas,


Gruñendo y sudando bajo una vida fatigosa,
Si no por el temor de algo que más allá de la muerte,
La tierra inexplorada de cuyas confines
Ningún viajero vuelve, desconcierta el sentido
Y nos hace soportar los males que tenemos
Antes que huir hacia otros que ignoramos?)

La muerte es un acontecimiento del cual no es posible recabar


testimonio alguno. Es una experiencia sin vuelta atrás. Por consi-
guiente, todo el mundo debe pasar por ahí sin ningún conocimiento
previo.
La ciencia no consigue probar teóricamente que la muerte
exista. El metabolismo debería continuar indefinidamente sin que
hubiera una parada brusca. Sin embargo es un hecho que la muerte
existe.
¿Podemos determinar con exactitud en qué momento se pro-
124 El diálogo del Silencio

duce esa parada brusca? ¿Podemos saber con certeza lo que ocurri-
rá después de la desintegración física, en el más allá?
Durante mi viaje a Japón, conocí a un hombre que tuvo una
experiencia extraña: era uno de esos pocos viajeros que había vuelto
de esta región inexplorada. El Sr. Morisaki se fue para el otro mundo
a la edad de 33 años, después de dos años de exceso de trabajo. Era
tercer dan de judo, pesaba 80 kilos, hombre vigoroso y consagrado
a su trabajo, él no había conocido jamás enfermedad alguna ni había
tenido un solo momento para reflexionar sobre la vida y la muerte;
pero después de una grave enfermedad, en su lecho de muerte, su
peso quedó reducido a 60 kilos.
Recordaba aún sus últimos momentos: escenas de su vida,
desde la infancia, aparecieron ante él, nítidas, en colores vivos, como
si fueran secuencias de televisión. Al sentir acercarse el fin, llamó a su
familia. Pero inició el gran viaje antes de poder decir una sola palabra.
Tres horas después empezó a sentir calor en la espalda. El
soplo y el latido del corazón volvían. Oyó una voz interior que le decía
“estás vivo”. Después se dio cuenta de que respiraba. Otra voz inte-
rior le decía “espira, espira”. Entonces, empezó a espirar todo lo que
podía. Después de una profunda espiración, volvió la inspiración
espontáneamente, de forma amplia y profunda. Su bajo vientre se
movía en un movimiento de vaivén continuo, hundiéndose y dilatán-
dose. Este movimiento abdominal continuó durante más de seis
horas sin interrupción. Después de esto, la respiración volvió a la nor-
malidad.
Esta resurrección no supuso para él una simple vuelta a la ruti-
na de sus actividades cotidianas, sino un giro total en su actitud, en
su manera de ver el mundo.
Anteriormente había trabajado en publicidad y en relaciones
exteriores, y estaba convencido de que por esos medios se podía
orientar a la sociedad en cualquier dirección. Pensaba en función del
papel que desempeñaba en la sociedad y su imaginación no iba
jamás más allá del marco estrecho asignado por ella. Para él, como
para la mayoría de la gente del mundo moderno, la vida consistía en
eso.
Después de su vuelta a la vida, todo cambió. Todo lo que veía,
todo lo que oía, todo estaba vivo. Las cosas le impactaban de otra
manera. Hasta las flores del jarrón parecían hablarle. Había vuelto a
un mundo totalmente diferente del que había conocido.
Itsuo Tsuda 125

Se había liberado de la óptica estrecha del individuo social y


había descubierto que era Uno con el Universo.
Él lo expresaba en estos términos:
“En este Universo, no hay nada que pueda llamar “yo”. Pero a
la vez, no hay nada que no sea “yo” en este Universo.”
De repente, comprendió que él no era una simple sustancia,
dotada de una inteligencia, una entre tantas, aislada del resto, solita-
ria como un huérfano entre la muchedumbre. Sintió intuitivamente
que todo el Universo estaba orgánicamente unido a él. Comprendió
también que no era fruto de la casualidad, fruto que otro individuo, lla-
mado su madre, había traído al mundo accidentalmente, como una
hoja muerta que una ráfaga de viento deposita sobre un charco. Sintió
que pertenecía a una gran corriente de Vida, en la cual él y su madre,
así como una infinidad de predecesores, participaban y cuyo origen
se perdía en la noche de los tiempos.
Un inmenso ensanchamiento de perspectiva se produjo en su
interior. La fijación en torno a su pequeño ego cesó, y al mismo tiem-
po todo lo que aquella englobaba, como preocupaciones, disgustos
y tensiones nerviosas. Se instaló en él una gran quietud. La enferme-
dad cardiaca que le causaba a menudo sufrimientos atroces desapa-
reció desde ese día. Reconoció que el autor de esas crisis no era, en
el fondo, nadie más que él mismo.
El ensanchamiento de la perspectiva tuvo como consecuencia
la intensificación de cada instante de su vida. No respiraba ya por ruti-
na como antes, sin darse cuenta. Empezaba a respirar con todo su
ser. Ninguna inspiración, ninguna espiración era un gesto mecánico
de repetición. Cada uno de esos momentos era ocasión para un
nuevo paso de la Vida infinita por su ser.
Él comparaba esta respiración total y cósmica con la respira-
ción de los recién nacidos. Antes del nacimiento, al estar en el interior
del líquido amniótico, no respiran. En el momento del parto, pasan por
el estrecho conducto de la vagina que ejerce sobre ellos una presión,
la cual actúa, conjuntamente con los estímulos ejercidos por la fric-
ción sobre la piel y la diferencia térmica, para preparar la primera ins-
piración de la nueva vida que comienza sobre la tierra. Es esta pri-
mera inspiración la que da el empuje inicial a la vida, y el recién
nacido, que ha llegado así al mundo por vía natural, respira con todo
su ser. La vida comienza con una inspiración y termina con una espi-
ración. El vigor del recorrido de la vida depende del empuje inicial que
126 El diálogo del Silencio

la naturaleza ha puesto a punto cuidadosamente para que se produz-


ca en el nacimiento. Hoy día, este empuje inicial se ha vuelto un lujo,
pues cada vez más niños vienen al mundo por cesárea. El parto se ha
transformado simplemente en el arte de extraer una sustancia de otra.
El mundo se llena de gente apagada, sin fuerza. La respiración es
superficial, no puede penetrar hasta el vientre. La gente vive frag-
mentariamente.
Entre la primera inspiración y la última espiración, que se
encuentra en el capítulo de la muerte, cada uno repite un número
incalculable de inspiraciones y espiraciones, sin ni siquiera prestarles
atención. Todo tipo de miedos, especialmente el miedo a sufrir, nos
impiden realizar la respiración total y completa. El plazo vence y el
miedo a morir nos paraliza.
Desde su infancia, Noguchi tenía un don curioso. A los siete u
ocho años, decía a los transeúntes que veía en la calle: “Abuelito, se
va a morir pronto… Abuelita, se va a morir pronto.”
Veía en la cara de estas personas una tez gris que sólo él era
capaz de distinguir y no podía dejar de decir francamente lo que sen-
tía. No era muy diplomático actuando así, pero era superior a él. Las
personas a las que decía esas cosas morían efectivamente en los días
siguientes. Su reputación de chico raro fue extendiéndose y la gente
empezó a evitar pasar por donde vivía.
El gran terremoto que destruyó la ciudad de Tokio en 1923
supuso un giro en su vida. Desde los 12 años de edad, lo solicitaban
de todas partes. Una vez arregló la pata fracturada de un caballo de
carreras, lo que le proporcionó una recompensa fabulosa por parte de
su propietario. Nunca había recibido tanto dinero por casos humanos.
Con este dinero se compró un coche que, en aquella época, era un
lujo y una rareza. Visitaba a sus clientes con su coche conducido por
un chofer. Llevaba con él un gran perro holandés que le servía para
quitarse de encima a los policías. Se echaban atrás al ver este animal
enorme.
Este perro tenía una curiosa costumbre. Normalmente, acom-
pañaba a su amo hasta la puerta de la casa donde iba de visita. Pero,
algunas veces, gruñía y se oponía a avanzar y a acercarse a la casa.
En esos casos, los clientes visitados no tardaban en morir. El animal,
por lo tanto, sentía instintivamente la muerte de estas personas sin ni
siquiera verlas.
Que una persona tuviera la suerte de seguir viviendo, a pesar
Itsuo Tsuda 127

de todas las apariencias, o que fuera condenada a morir enseguida,


era para Noguchi una cuestión capital. No podía contentarse sola-
mente con la intuición de su infancia. Decir que todos los seres huma-
nos van a morir un día sin ninguna excepción, es una generalidad que
todo el mundo acepta sin conmoverse. Pero saber con exactitud que
la persona que tenéis enfrente va a morir a los pocos días, es otra
cuestión. Toda la responsabilidad profesional está en juego. Uno no
puede fiarse de las apariencias. Algunas veces, personas completa-
mente debilitadas siguen viviendo mucho tiempo, mientras que otras
con una apariencia muy robusta mueren súbitamente en los días
siguientes.
Había que encontrar un punto de referencia seguro e infalible.
De una manera general, cuando se tiene una sensación particular de
frío en la mano al colocarla sobre la columna vertebral de una perso-
na, ésta se encuentra ya en una zona de peligro, pero esto es bas-
tante aproximativo. El frío en la región occipital puede anunciar el
acercamiento de la muerte. Pero ¡cuidado! para sentirlo es necesario
tener una mano bien entrenada, una sangre fría inquebrantable y una
concentración intensa. El termómetro no sirve para nada, porque no
se trata de un frío físico o mecánico. Las personas miedosas encuen-
tran el frío en todas partes, por autosugestión, y se ponen a llorar.
Noguchi acabó por encontrar el punto de referencia que bus-
caba. Se llama “kinten no koketsu”; es un pequeño grano que se
forma por debajo del apéndice xifoide del esternón. Este grano se
forma en este lugar al menos cuatro días antes de la muerte. Podía,
al tocar, sentir con exactitud la hora exacta a la cual se produciría la
muerte. Al principio, decía francamente lo que había encontrado, pero
se dio cuenta que esto perturbaba mucho a la gente. Entonces, acabó
por no decirlo directamente, eludiendo la dificultad para evitar conse-
cuencias desagradables.
Mientras la muerte se sitúa en un futuro indeterminado, uno lo
acepta. Sirve como tema de disertación filosófica. Pero si os dicen
que es para pasado mañana, os entra el pánico. ¿Por qué no hoy?
¿Por qué no en este mismo instante? Por mucho que nos protejamos,
la muerte se acerca con habilidad y sencillamente uno muere. Vivir es
lo mismo que encaminarse hacia la muerte. Si no hay vida, no hay
muerte. O, si no hay muerte, no hay vida.
La cosa más difícil es conseguir que la comprensión humana
admita lo que todo el mundo sabe.
128 El diálogo del Silencio

Un hombre en la plenitud de su vida, vino a ver a Noguchi. Éste


encontró en él justamente el kinten no koketsu. Le dijo que dejaría de
estar en este mundo en tres días. El hombre se enfadó y se fue. Al día
siguiente, Noguchi recibió un paquete de cartas urgentes certificadas.
Eran certificados médicos del estilo: El que suscribe, doctor fulano,
director del hospital H, declara, después de realizar una serie de exá-
menes minuciosos, que el Sr. X está en perfecto estado y que no tiene
nada que temer al respecto, etc.
Al tercer día, es decir, el día anunciado, se produjo un gran
acontecimiento que recogieron con grandes titulares todos los perió-
dicos: un tren sin conductor se puso en marcha en la línea central en
dirección oeste de Tokio y, después de haber recorrido decenas de
kilómetros, chocó contra la barrera y se empotró en la estación de
Mitaka.
Esta catástrofe, conocida con el nombre de asunto Mitaka
(1949), escandalizó a la opinión pública, y la policía arrestó a una
decena de ferroviarios sospechosos de complot comunista.
El hombre en cuestión se encontraba, en el momento del acci-
dente, en el lavabo de la estación de Mitaka, que fue destruida en el
acto. En cuanto a saber cómo había muerto, si fulminado o si ya esta-
ba muerto antes de ser aplastado, es una cuestión que corresponde
a la medicina forense. En cuanto a saber en qué categoría hay que
clasificar este hecho: accidente, suicidio, crisis cardiaca, es asunto de
la administración. De todas maneras, dejó de pertenecer a este
mundo, como había predicho Noguchi.
Itsuo Tsuda 129
130 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 131

XV

LA MUERTE
(Continuación)

Para nosotros, profanos, la experiencia en materia de muerte


es muy limitada. A lo más, de vez en cuando, nos sorprende la noti-
cia de la muerte de personas conocidas. La muerte de familiares pró-
ximos nos afecta aún más en el plano afectivo, pero eso no basta
para que tengamos una idea precisa de ella. En cuanto a nosotros
mismos, esperamos poder seguir indefinidamente con el mismo tren
de vida, pues nada parece oponerse a ello: tenemos dinero, protec-
ción, somos precavidos. Evitamos mirar la muerte de frente ya que es
desagradable. Nos instalamos, por tanto, en una confortable apatía.
La experiencia de Noguchi en esta materia es incomparable-
mente más amplia, más variada y sobre todo más precisa.
Sobre la cuestión muy debatida y, a pesar de ello sin conclu-
sión definitiva, de saber dónde está la demarcación clara entre la vida
y la muerte, Noguchi dice que no la hay. Generalmente se considera
muerto a alguien que deja de moverse, de reaccionar a los estímulos
y de respirar. Pero hay muertos, en este estado, que vuelven a respi-
rar durante los funerales. ¿Parada de las ondas encefálicas? Tampoco
es concluyente, pues hay excepciones.
La observación de Noguchi no se basa en signos exteriores
evidentes ni en instrumentos científicos. Él observa el ki. ¡Ah, ese
famoso ki! ¿Qué hacer con él? ¡Si no se le ve!. Quizás es una broma,
pura y simplemente.
Él ha resucitado a ahogados que aparentemente eran cadáve-
res que ya no respiraban. Primero, examinaba el estado del ano de
cada uno. Si el ano estaba completamente abierto, no merecía la
pena intentarlo. Si el ano permanecía aún cerrado, tomaba el cuerpo
con las dos manos y lo colocaba sobre su rodilla derecha, boca abajo.
Aplicaba unos golpes técnicos sobre la 2ª lumbar que le hacían vomi-
tar agua y las suciedades del estómago y los pulmones. Después lo
132 El diálogo del Silencio

sentaba y aplicaba su mano derecha sobre la 7ª dorsal y con la ayuda


de su mano izquierda colocada sobre el pecho, le daba un golpe
breve, un kwatsu, que le permitía volver a respirar.
Pero un día le llevaron siete u ocho ahogados de golpe.
Comenzó por los que tenían el ano bien cerrado y no pudo reanimar-
los a todos. Los que consiguió reanimar desaparecieron y nunca los
volvió a ver. Con los que eran irrecuperables, tuvo infinitos problemas.
Sus padres vinieron, con rencor, a acusarle de haber dado un trato de
favor a los demás en detrimento de sus hijos. Se sintió tan asqueado
que no volvió a la playa.
Sin embargo, hay casos que son diametralmente opuestos a
los de los muertos susceptibles de volver a la vida. Son personas que
continúan viviendo en apariencia, pero que ya están muertas. Se
puede sentir, a condición de tener manos bien sensibilizadas. Cuando
se hace yuki sobre el occipucio, hay una sensación de algo que pasa
a través de la mano a la cabeza del receptor. Pasa, y la cabeza se
inclina hacia adelante, relajándose. Pero hay casos donde se siente
que no pasa.
Un pintor japonés vino a casa de Noguchi a practicar el
Movimiento Regenerador. Estaba a punto de partir de viaje a Italia y
Noguchi observó que, los practicantes, con los ojos completamente
cerrados, evitaban instintivamente cualquier contacto con ese hom-
bre. Huían de sus brazos y sus manos sin saber a quién pertenecían.
Noguchi tocó su occipucio. No obtuvo respuesta ni reacción.
Le sugirió ir al hospital para hacerse examinar. Era la manera
de evitar meterse en problemas. Su mujer, que le acompañaba dijo:
“Pero justamente acabamos de salir de allí. Le han hecho un chequeo
y nos han asegurado que no tiene ningún problema. ¿Por qué volver
ahora?” “No he sentido nada en mi mano, dijo Noguchi, y me gusta-
ría estar más seguro.” “¿No ha sentido usted nada en la mano? Pero,
es ridículo. ¿Simplemente por una sensación?”
Insistió tanto que acabaron por aceptar volver al hospital para
realizar un nuevo chequeo. En realidad, no le hizo falta, pues murió en
el taxi antes de llegar.
Hay muchas personas que viven por inercia, pero que están ya
más o menos muertas. Noguchi no quería aventurarse con ellas, a
menos de tener la perspectiva de lo que serían veinte años más tarde.
Aliviar los pequeños problemas por aquí o por allá no era más que una
broma para él. Habría perturbado su ki inútilmente. Él quería evitar
Itsuo Tsuda 133

que la gente le reprochara treinta años más tarde lo que les había
hecho. Cada vez le suponía mayor esfuerzo, cuyos resultados serían
valorados solamente al final.
Su trabajo tenía como meta enseñar a la gente cómo vivir ple-
namente, cómo desplegar las posibilidades escondidas, a lo largo de
su vida, y no a aliviar sus males, curar las enfermedades o prolongar
la vida. No quería esforzarse por algo imposible, sabiendo que la
muerte era cuestión de días.
Una anciana guardaba cama por un catarro. Noguchi fue a visi-
tarla a petición de su familia y vio que el kinten no koketsu estaba for-
mado. Dijo a su familia que era muy, muy grave y que había que cui-
darla mucho. La familia protestó diciendo que exageraba, porque el
médico les había dicho que se trataba de un simple catarro, con una
tensión arterial de tanto, un pulso de tanto, etc. Al cabo de cuatro
días, la anciana falleció. La familia, intrigada, le preguntó cómo había
sabido que ella iba a morir. Les contestó preguntándoles cómo era
posible que ellos no lo supieran.
Toda la diferencia viene del hecho de que ellos sólo veían la
enfermedad, mientras que Noguchi veía el cuerpo. Si el cuerpo está
debilitado, un simple catarro puede ser fatal.
Cuando el cuerpo está debilitado, es decir, cuando se acerca a
la muerte, el ki es frío. Al tocar la columna vertebral, da una sensación
rara de frío y sobre todo el occipucio devuelve un ki frío. El termóme-
tro no sirve de nada para detectar esta sensación. En estos casos,
Noguchi se disculpaba ante sus clientes diciendo que era un caso por
encima de sus capacidades y evitaba decir que iban a morir.
Algunas veces, cuando eran conocidos suyos, les decía direc-
tamente la verdad. Así, un día, dijo a un hombre que el caso de su hijo
estaba perdido. Éste estaba hospitalizado y su estado mejoraba. Ya
convaleciente le dejaron volver a su casa. Su madre, que había esta-
do a su cabecera para atenderle, se fue para preparar su vuelta. Él
quería volver por su propio pie.
Antes de marcharse del hospital, fue al servicio, de donde no
volvió a salir. Empujaron la puerta y lo encontraron muerto.
Atribuyeron la muerte a una crisis cardiaca provocada por la exposi-
ción de su trasero a una corriente de aire. Sin embargo, desde enton-
ces, no se ha tomado nunca ninguna medida para prohibir la utiliza-
ción de los servicios donde siempre hay corrientes de aire.
Me parece que Noguchi, no sólo utilizaba la detección del kin-
134 El diálogo del Silencio

ten no koketsu, sino muchos otros medios para sondear el acerca-


miento de la muerte. Tenía que estar totalmente seguro. Uno de ellos
consistía en palpar la deshidratación progresiva de los tejidos cutá-
neos. Cuando una región del cuerpo es muy activa, los tejidos cutá-
neos de esta región son susceptibles de secreción sudatoria. Por eso,
al tocar, se siente una cierta humedad. También, cuando se hace bien
yuki, se siente una humedad en la mano que muestra que el cuerpo
se activa en ese punto. La desecación marca las etapas del envejeci-
miento. La parte del cuerpo que se deseca primero es la zona de las
manos.
Un anciano de ochenta años que tenía las manos siempre
sudorosas acabó por casarse con una mujer joven.
El envejecimiento no se corresponde con la edad administrati-
va. Como en occidente se suele dar la mano para saludar, hay que
aprovecharlo para medir la capacidad orgánica del otro.
Cuando la desecación llega al lugar llamado kôkô (vulgarmen-
te llamado kômô) que se encuentra entre los dos senos, la muerte se
produce en menos de cuarenta horas.
Numerosos médicos japoneses se interesaban por el trabajo
de Noguchi, y he conocido a uno de ellos llamado doctor Igarashi. Le
he visto dos o tres veces en el dojo de Noguchi. A propósito de un
paciente cuya desecación pudo constatar en el kôkô, declaró ante
sus colegas del hospital que el enfermo iba a morir antes de cuaren-
ta horas. Pero cuando su pronóstico resultó ser el acertado, sintió
escalofríos. Decir algo es una cosa, y constatarlo, es otra.
La muerte es una cosa tan natural como el nacimiento. La ima-
ginación humana ha complicado la cuestión en perjuicio de lo natural.
Si se consigue acallar los pensamientos y escuchar lo que pasa en
nuestro interior, el inconsciente, esa parte nuestra tan ignorada, sabe
de antemano cuándo se acerca la muerte y nos prepara para ello.
Hayajima, un periodista, realizaba dibujos muy fantasiosos y
contribuía a la ilustración de las portadas de la revista Zensei, publi-
cada por la Asociación Seitai. Se fue de viaje a Hokkaido, pero de
vuelta su avión, un boeing 727 explotó poco antes del aterrizaje por
causas desconocidas y cayó en la bahía de Tokio. Todos los pasaje-
ros, incluida la tripulación, fallecieron en el accidente. Fue en 1966.
Descubrieron un curioso dibujo realizado algunos meses antes
de su muerte: unos cuervos bailando en el fondo del mar, entre peces
y pulpos.
Itsuo Tsuda 135

El fenómeno conocido bajo el nombre de telepatía, del cual


tanto se ha hablado, no tiene nada de extraordinario desde el punto
de vista del ki, pues el ki se comunica de inconsciente a inconscien-
te sin intermediario.
Toyota, un músico japonés, que se encontraba de viaje en
Bélgica, vio caer un cuadro en su habitación. Sintió en seguida la
muerte de una de sus parientes cercanas. Regresó a tiempo a Japón
para asistir a su muerte. Si uno dice que un cuadro que cae significa
la muerte, es superstición. Él comprendió intuitivamente el mensaje,
ciertamente incomprensible para los demás. Un simple capricho no
basta para adoptar una decisión tan importante: interrumpir todo lo
que se está haciendo, hacer las maletas y volver a Japón, viaje que
supone 18 horas en avión.
Noguchi recibía numerosas llamadas telefónicas, transmitidas
por su secretaria. Había momentos en que sentía la muerte, sólo
oyendo el timbre, antes incluso de que le dieran el mensaje. El timbre
del teléfono es un mecanismo que no cambia su funcionamiento
según la naturaleza de la comunicación. La intuición es posible cuan-
do el ki está bien concentrado.
Él debía distinguir los verdaderos moribundos de los falsos. Si
se trataba de un falso moribundo, le decía, por ejemplo, que ningún
ser humano puede evitar morir algún día. Entonces, el moribundo
recobraba sus fuerzas y se levantaba. Cuando uno intenta no morir
pierde todas las fuerzas. Si uno está entre la espada y la pared, reco-
noce esta sencilla verdad y abandona toda imaginación negativa.
Cuando se trataba de un verdadero moribundo, no decía nada
directamente. Se limitaba a hacer yuki. Mientras le estaba haciendo
yuki, el enfermo no moría. Entre tanto, el síntoma mejoraba.
Aprovechando ese momento de calma, se iba y el moribundo no tar-
daba en morir.
En uno de sus cursos al que asistí, nos dijo: “¿No os habéis
dado cuenta de que, de vez en cuando, me agacho para miraros,
cuando estáis reunidos como hoy? Miro las líneas de vuestros hom-
bros. Si las veo dobles, es que el que las tiene así está a punto de
morir.”
Evidentemente, la ciencia no puede admitir tal cosa. Pero, hoy
día, se conocen tantos casos de percepción extrasensorial y quizás…
Un día que estaba en plena sesión de estudio con sus alum-
nos, vio a un tal Niikura, también alumno suyo, sentado en un rincón
136 El diálogo del Silencio

de la sala, asintiendo con la cabeza en señal de aprobación… Sin


embargo, no debía estar ahí; en efecto, al saber que estaba enfermo,
Noguchi había enviado a otro alumno suyo, Amano, a hacerle una
visita. Se necesitaban unas cuantas horas en tren para llegar. Noguchi
comprendió que Niikura estaba muerto. La sesión de ese día fue en
conmemoración de su alumno difunto.
Entre tanto, Amano regresó, trayendo la noticia de que Niikura
se había restablecido y que los dos habían compartido una pequeña
comida antes de separarse. Cuando Noguchi dijo que ya estaba
muerto, Amano no pudo creerle, pues acababa de verle. Noguchi se
volvió hacia Niikura, a quién los demás no veían, y preguntó: “¿Está
usted muerto, verdad?” Vio esa sombra asentir con la cabeza en
señal de aprobación. Escribió una carta de pésame que entregó a
Amano. Éste, en seguida, volvió a marcharse y descubrió que su
maestro tenía razón.
¿Qué pensar de todo esto? ¿Hay que ver ahí una de las prue-
bas de que el alma sobrevive después de la muerte, de que hay posi-
bilidades de reencarnación? A Noguchi le daban igual todas esas
especulaciones. Lo que le importaba era vivir plenamente cada ins-
tante y no perder el tiempo en conjeturas sobre un más allá incontro-
lable. Si la gente hace tantas tonterías ahora, es probable que siga
haciendo las mismas tonterías después de mil reencarnaciones. Sería
simplemente una repetición estúpida.
“Vivir y morir es natural, dijo Noguchi. En los dos casos traba-
ja la adaptación. Morir de forma agradable después de haber vivido
plenamente, de la misma manera que se duerme bien después de una
jornada muy intensa, es una muerte sana. Vivir es morir. Se vive por-
que se muere. Si la vida es agradable, la muerte lo es también. Si no
se siente placer al morir, es que no se ha tenido el placer de vivir.
No hay diferencia entre un instante antes de la muerte y un ins-
tante del ahora.
La naturaleza no está ni en las montañas ni en los árboles. La
naturaleza del hombre está en cada espiración y en cada inspira-
ción.”
Itsuo Tsuda 137
138 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 139

XVI

LA MUERTE
(Continuación)

Pocas veces tenemos ocasión de asistir al momento en que la


gente va a pasar de este mundo al más allá. Nos enteramos de la
muerte al recibir la invitación a los funerales, de boca en boca o por
la prensa. De los personajes históricos se cuentan un montón de
cosas y se les atribuyen palabras sensacionales pronunciadas, al
parecer, en el último momento. ¿Son verdaderas estas palabras?
Creo que hay pocas posibilidades de controlarlo, pues incluso en vida
¡cuentan tantas cosas sobre nosotros, cuando aún tenemos la posi-
bilidad de desmentirlas! El caso de soldados japoneses que, según la
versión oficial, habrían gritado “¡Viva el Emperador!”, ha sido des-
mentido por testigos varias veces: habrían balbuceado sencillamente
“mamá”. En uno u otro caso, es muy conmovedor. Pero, si queriendo
decir que rezáis por la fraternidad humana, decís en realidad: “tengo
miedo de morir”, “no toquéis mi dinero”, “haced al menos algo para
salvarme”, es bastante desastroso. Aunque también es muy conmo-
vedor, teniendo en cuenta las circunstancias.
La riqueza de la experiencia de Noguchi en la materia es bas-
tante reveladora. Aprendemos cosas sorprendentes.
De una manera general, los que tienen una muerte horrible-
mente atormentada son los bonzos y los militares, cuyo oficio está
estrechamente ligado a la muerte. Unos prometen el paraíso donde
volveremos a encontrar una paz eterna, y otros animan a la gente a
morir por honor. Sin embargo, cuando se trata de ellos mismos, la
cosa no se plantea de la misma manera. Hay un cambio de postura.
Quizás piensan: “Me toca a mí. Ah, no, yo no quiero.”
En el fondo, es algo muy corriente ver que las personas que
dan consejos no los aplican sobre sí mismas.
Los empresarios de grandes empresas no se comportan mejor
en estos casos. Más bien, son los empresarios de pequeñas empre-
140 El diálogo del Silencio

sas los que hacen frente a la muerte de una manera tranquila y digna.
El caso de un tal Naoi, un pequeño comerciante, es uno de
ellos. Preguntó a Noguchi si aún podía hacer algo. Este último le con-
testó que todo había acabado. Entonces respondió:
“Si es natural vivir, no me importa vivir. Y si es natural morir, no
me importa morir.
-Le quedan aún dos horas de vida. No se haga el valiente. Si
tiene usted algo que decir a su familia…
-Pues sí. Quisiera fastidiarles después de mi muerte. Cuando
la empresa se declare en quiebra, dígales que es porque el patrón ya
no está aquí…”
Murió tranquilamente con la satisfacción de haber hecho todo
lo posible para salvar su comercio y de sentirse liberado por fin de su
responsabilidad.
El caso de un tal Naito, anciano de 89 años, no deja de ser gra-
cioso. A su edad, quiso imitar a los jóvenes, saltando de un tranvía en
marcha. Sus piernas no le respondieron y quedó gravemente herido.
Noguchi le dio una semana de vida, diciéndole que el momen-
to de rendir cuentas había llegado. El anciano intentó negociar con
Noguchi para ver si era posible otorgarle algo más de tiempo. “No”,
fue la respuesta. “¡Que le vamos a hacer!”, y aceptó.
Una semana después, dijo a su hijo que iba a irse de paseo.
Éste quiso pedirle un coche, pero él se opuso. “Ahí donde voy no lo
necesito.”
Su hijo intentó disuadirle porque hacía frío, pero él dijo que el
Maestro Noguchi había insistido en que diera ese paseo. “Limpia bien
la entrada de la casa.”
El hijo, alarmado, llamó por teléfono a Noguchi para preguntar-
le por qué su padre debía dar un paseo, teniendo en cuenta su grave
estado. Noguchi desmintió categóricamente haberle aconsejado tal
cosa.
Pensó, entonces, que su padre quería gastarle una broma.
Entró en su habitación y se lo encontró ya muerto. “Ah, vaya con él,
me ha engañado otra vez”, pensó.
La predicción de Noguchi en lo concerniente a la muerte era
muy precisa, pero sus clientes, más o menos seitaizados, sentían
ellos mismos el acercamiento de la muerte sin perturbación.
Un anciano dijo a su mujer que iba a morir ese mismo día y que
debía reunir a todos sus hijos y familiares. Su mujer le replicó dicien-
Itsuo Tsuda 141

do que si no moría como decía, supondría molestar inútilmente a todo


el mundo. Dijo “haz lo que te digo” y se fue a dar un paseo, entró en
un sushiya para comer algo, como quien va a un restaurante parisino
a tomar un croque-monsieur. Por la noche, todo el mundo estaba reu-
nido a su alrededor. Dijo a su hijo mayor “cógeme en tus brazos” y, en
cuanto lo hizo, entregó el alma. Eran las doce menos dos minutos.
Mantuvo su palabra. En sus funerales, su mujer ofreció regalos a los
invitados, que no estaban atados con una cinta blanca y negra como
signo de duelo, sino con una cinta roja y blanca, como en las ocasio-
nes de felicidad. “¡Cómo no festejar una muerte tan feliz!”, dijo ella.
No es el único que ha avisado a sus familiares de su muerte
inminente. Así lo hizo también la anciana dueña de una pastelería muy
conocida en Tokio, que reunió a todos sus nietos el día de su muerte,
por teléfono.
Un miembro de la Asociación Seitai, que había sido antes pre-
sidente, tenía sus propias ideas sobre el Movimiento. “Practico el
Movimiento para morir bien”, decía. No me importa sufrir durante mi
vida, pero quiero tener una bonita muerte. Mirad a los miembros que
he conocido, todos han muerto tranquilamente.”
Al principio Noguchi no estaba de acuerdo con sus ideas. Pero
acabó por reconocer que la muerte es una de las grandes preocupa-
ciones de la mayoría de la gente.
Este antiguo presidente iba a morir. Dijo a su mujer que abrie-
ra una lata de conserva de melocotón. Ésta dudó pensando que qui-
zás no fuera bueno para su salud. Y el anciano replicó:
“¿No te das cuenta, para alguien que va a morir, pensar en algo
bueno o malo para la salud no tiene sentido?”
Se comió el melocotón a toda prisa y murió.
Una persona que había sido reanimada después de haberse
intoxicado por gas, hizo una confidencia a Noguchi: “Si tuviera que
morir así, sería muy agradable. He empezado a sufrir cuando he
tomado conciencia de que estaba vivo.”
Vivir no es fácil, mientras que morir sí lo es. La imaginación ha
trabajado asociando muerte y sufrimiento. Las ideas fijas dejan hue-
lla después de la muerte. Los muertos que mantienen un rostro muy
endurecido son el testimonio de la tenacidad de las ideas fijas que
están enraizadas en la carne. Algunos incluso mantienen los ojos
abiertos. En realidad, el rostro cambia después de la muerte, pero hay
factores que impiden ese cambio progresivo. Son las ideas artificiales
142 El diálogo del Silencio

que han ido acumulándose a lo largo de la vida y que no tienen nada


que ver con la verdadera naturaleza humana. Se resisten a la vuelta al
origen.
Una de estas ideas fijas es el miedo a morir. Uno permanece
en la cama por miedo a morir. La vida y la muerte no son dos realida-
des distintas. Los que miran de frente a la muerte, que trabaja sin
parar en nosotros, saben animar la vida. Los que apartan la mirada,
deforman la vida.
Noguchi desaprueba el inmovilismo que es la fuente de todos
los dramas en la agonía.
Uno de los discípulos de Noguchi, un tal Nakajima, trabajó
hasta la víspera de su muerte. Sus clientes empezaban a preocupar-
se por su estado, pero él no quería abandonar. Su rostro se mostró
sereno después de su muerte, rejuveneciéndose veinte años. La
muerte así aceptada no es un drama.
El nacimiento natural, la vida natural, la muerte natural, ése ha
sido el ideal que Noguchi ha perseguido toda su vida. El ideal es sen-
cillo, pero ¡cuántas dificultades nos encontramos al tener que poner-
lo en práctica! La sociedad está tan organizada en determinado sen-
tido que es difícil escapar a sus normas artificiales.
La sistematización, una vez puesta en marcha, no puede parar-
se sola, haga falta o no. Cada cual está muy ocupado buscando su
sustento. Pero no sólo de pan vive el hombre, dijo alguien hace dos
mil años. Hoy en día todo gira alrededor de la distribución sistemáti-
ca del pan. Lo demás no cuenta. La vida se complica por culpa de los
sistemas.
Acabo de conocer un proverbio catalán: “Si no t'ho demana el
cos no hi fiquis ni un gra d'arroç”, que significa: “Si tu cuerpo no te lo
pide, no debes ni siquiera aceptar un grano de arroz.” ¿Es posible,
actualmente, aplicar tal sabiduría?
Se protege a los débiles. La protección sistemática acaba por
debilitar a todo el mundo. El alivio sistemático de los males vuelve a
la gente apática.
A los moribundos se les aplican tratamientos que ni siquiera
podrían soportar las personas en plena forma. Las atenciones se pro-
digan, no por el bien de los enfermos, sino para tranquilizar el espíri-
tu de los interesados. Es lo que Noguchi llama “crimen lento”.
Los que mueren naturalmente no sufren. No intentan atraer la
atención de los demás sobre ellos mismos. No les gusta ser molesta-
Itsuo Tsuda 143

dos por visitantes. Mueren como si quedaran rendidos por el sueño.


Cuando pienso en las circunstancias que han rodeado la muer-
te de mi madre, a la edad de 38 años, opino que las observaciones
de Noguchi son muy acertadas. Mi padre hizo venir a un médico al
domicilio para curar a mi madre de hemorragias después del parto. El
médico recomendó enfriarle el vientre para detener la perdida de san-
gre. Recuerdo aún aquel enorme trozo de hielo que comprábamos
todas las mañanas para el enfriamiento del vientre. Como su estado
empeoraba cada vez más, mi padre llamó a otro médico que, esta
vez, recomendaba calentar el vientre. Al no ser capaz de optar por
uno o por otro sistema, adoptó los dos, que eran completamente
opuestos en su concepción: por la mañana el enfriamiento y por la
tarde el calentamiento.
Algunos días antes de su muerte, mi madre me dijo: “Si me
hubiera limitado a tomarme una infusión de chujoto (mezcla de plan-
tas medicinales, vendida en las farmacias y utilizada sobre todo por
las mujeres), no habría llegado a esto”.
Murió el 29 de febrero, en el año bisiesto de 1928. Yo tenía
entonces 14 años y no comprendía lo que ocurría. Cuando pienso,
hoy día, en esos tratamientos alternativos de calor y frío, no estoy
seguro de que yo mismo, sin encontrarme débil, hubiera aguantado
mucho tiempo. Aguantó, a pesar de todo, dos semanas más antes de
morir.
La noticia salió en los periódicos con la consabida fórmula: “A
pesar de las atenciones…”
Yo soy muy escéptico con las fórmulas de este tipo. ¿A pesar
de las atenciones o gracias a las atenciones? No creo en absoluto en
la necesidad de aportar atenciones artificiales. Sólo escucho a la
naturaleza que trabaja en mí. Es infinitamente más sutil. En cuanto a
los demás, son libres de creer en lo que quieran creer.
En cuanto a mi padre, no creo que hubiese podido actuar de
otra manera. Siendo rico y bastante conocido en la ciudad, no habría
podido aceptar la idea de contentarse con un pequeño paquete de
infusión que no costaba casi nada, pudiendo permitirse pagar a dos
de los mejores médicos de la ciudad. “Qué avaro -habrían dicho-
tiene un montón de dinero y ni siquiera es capaz de gastárselo para
salvar a su mujer.”
En algunos países, el hecho de morir en casa, sin estar hospi-
talizado, es sospechoso y termina con una investigación policial. Hay
144 El diálogo del Silencio

asuntos de interés, de herencia, de dinero y de seguros. ¿Pero está


uno mejor cuando lo hospitalizan?
He visto una película americana, The Hospital, que ha mostra-
do aspectos desastrosos. En una organización perfectamente indus-
trializada, se equivocan de fichas, de nombres y de personas, hacen
soportar a un individuo una operación destinada a otro… en fin, equi-
vocaciones increíbles. Día tras día, hay personas que fallecen por
culpa de errores humanos. ¿Exageran? En todo caso, no es más que
una ficción sobre la cual no podemos pronunciarnos. Pero es muy
posible que dentro de un sistema uno pueda estar desbordado por
los acontecimientos.
Más allá de la vida y de la muerte, hay una energía trabajando
sin parar que se llama Vida. Como la vida es imperceptible para la
ciencia, que sólo se ocupa del fenómeno, se recurre a teorías y méto-
dos. Si se acepta la idea de que la enfermedad no es más que un tra-
bajo natural de regularización de la energía, todo se vuelve sencillo.
La vida en sí, tiene aspectos constructivos y aspectos destructivos. El
equilibrio de estos aspectos en oposición aparente constituye la
armonía en el desarrollo de la vida. Si no hubiera más que aspectos
constructivos, el mundo estaría lleno de ancianos que tendrían miles
de años, todos jubilados. Ningún gobierno podría encontrar el medio
de alimentarlos a todos. Afortunadamente, hay aspectos destructi-
vos.
Una muerte natural llega cuando cesa la acción de la energía
vital que mantiene el equilibrio de los aspectos contrarios en nos-
otros. Este cese ni se provoca ni se precipita en una muerte natural.
Pero en la mayoría de los casos, somos nosotros los que pro-
vocamos la pérdida del equilibrio, orientando la reserva de energía
únicamente hacia el sentido destructivo, sin saberlo. Son asesinatos
o suicidios inconscientes.
Entre las miles de muertes que ha conocido Noguchi, sólo ha
habido entre cinco y diez casos que él ha considerado muertes natu-
rales, es decir, muertes que provenían del agotamiento progresivo de
la fuente.
Hoy en día la muerte natural es un lujo que muy poca gente,
rica o pobre, puede permitirse.
Itsuo Tsuda 145
146 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 147

XVII

LA MUERTE
(Continuación)

Todos aquellos que viven, mueren algún día y esto se aplica a


todo el mundo, sin excepción. Lo que llamamos comúnmente vida es
un periodo que cubre la distancia entre el nacimiento y la muerte. En
una concepción tal de la existencia, los factores de la vida y los de la
muerte coexisten. Si vivimos diez años, nos alejamos del nacimiento
y nos acercamos los mismos años a la muerte. A medida que des-
arrollamos la capacidad de observación del cuerpo, llegamos a des-
cubrir que la muerte no deja de trabajar en nosotros durante la vida.
Hasta la edad de los 27 años el organismo sigue desarrollán-
dose y a partir de este punto culminante se inicia una pendiente suave
hacia la muerte. Nos preparamos progresivamente a morir. Vivimos
naturalmente para llegar a tener una muerte tranquila y apacible.
Desear tener una muerte tranquila y apacible es también una idea arti-
ficial. Cuando uno vive plenamente, desplegando su potencial sin
remordimientos, se duerme apaciblemente.
Es bueno que todo crecimiento tenga un cierto límite. Si el cre-
cimiento continúa indefinidamente, si la estatura crece 5 cm. al año,
por ejemplo, un hombre de 27 años que mide 1,70 metros, medirá
2,20 metros a los 37 años, 2,70 metros a los 47 años, 3,20 metros a
los 57 y así sucesivamente hasta llegar a medir 3,70 metros a los 67
años. ¡Qué catástrofe! Ninguna casa, ningún edificio podría acomo-
darse a la humanidad con un crecimiento indefinido. Toda arquitectu-
ra sería imposible.
Vivir plenamente no significa, por lo tanto, retrasar, por las bue-
nas o por las malas, el límite de nuestras disposiciones naturales, pre-
tender la adquisición de poderes extraordinarios, o batir el récord de
longevidad. Se trata de vivir cada instante plenamente. Es una nece-
sidad natural vivir en la plenitud para llegar a tener una hermosa muer-
te.
148 El diálogo del Silencio

Los que despliegan todo su potencial para vivir no tendrán


remordimientos cuando llegue el fin de la estancia terrenal. El remor-
dimiento es para los perezosos.
Si todo el ser participa en el tormento, en el sufrimiento, así
como en el placer y en la alegría, no queda lugar para el arrepenti-
miento. La vida humana no dura mucho. Hay que actuar, sentir con
todo el ser antes de morir. Ese es el ideal del Zensei, vivir plenamen-
te.
Vivir plenamente, estamos de acuerdo, pero no sabemos a qué
corresponde exactamente. Podemos interpretarlo de cualquier mane-
ra. Ciertamente no se trata de vivir a cuerpo de rey, tener una vida pri-
vilegiada. Esta idea debe ser aplicable a cualquiera y en cualquier cir-
cunstancia.
Noguchi ha redactado “Zensei Kun”, preceptos de la vida
plena, que nos permitirán comprender mejor su pensamiento.

- Zensei Kun -
“Los que viven, algún día mueren. Vivimos porque morimos. Pero
no se trata de morir un día: en cada instante nos encaminamos hacia
la muerte. Por más que nos riamos o lloremos, estamos muriendo.
Llamamos vida al hecho de avanzar paso a paso hacia la muerte.
Algunos viven en cada instante y otros mueren en cada instan-
te.
Los que se empeñan en adquirir ventajas materiales están
muriendo; son las ventajas materiales las que viven en su lugar.
Ocurre lo mismo con los que viven prisioneros de su conoci-
miento, esclavos de las reglas impuestas o los que están demasiado
pendientes de los elogios o de las críticas, o se preocupan del que
dirán.
Vivir de verdad en esta vida donde estamos muriendo, es la vía
de la vida plena.”
Habría que decir que los que no comprenden, de todas mane-
ras, nunca comprenderán.
¿Recomienda Noguchi renunciar a toda ventaja material?
¿Habría que vivir entonces como los ascetas? ¿Habría que ser anar-
quista para no ser esclavo de las reglas impuestas? etc.
Es fácil hacer este tipo de especulaciones verbales que no tie-
nen en cuenta la realidad de las sensaciones interiores. Numerosos
son los que creen que, si las prohibiciones no están expresamente
Itsuo Tsuda 149

indicadas, está permitido hacer cualquier cosa. Esto muestra el grado


de insensibilidad de su organismo.
Un organismo que funciona normalmente no soporta cualquier
exceso, cualquier extravagancia, incluso si no está prohibido. En una
vida donde todo no es más que una sucesión de especulaciones, el
organismo pierde su sentido de lo natural. Uno acaba por no sentir lo
que quiere.
Conozco a gente rica que, en principio, debería rebosar de ale-
gría. Cuando voy al restaurante con ellos, ¡vaya espectáculo de felici-
dad! Empiezan a calcular todo lo que comen. Calculan el precio en su
moneda. Esta tortilla, espera que calcule, son tantos yenes o dólares.
Es barato, es demasiado caro, etc. Después comen. Comen para cal-
cular. Por así decirlo, viven para calcular. Detrás de esa alegría, está
la inquietud: ¿y si un día el dinero llegara a faltarles?
Cuando el organismo es honesto, uno no come si no tiene
hambre; es muy sencillo. Pero cuando uno calcula, no puede dejar de
comer sin calcular. Después hay que seguir curas de ayuno que cues-
tan más caro que una comida en el mejor de los restaurantes.
Hubo un tiempo en que la expresión “el dinero hace la felici-
dad” podía ser aceptada sin que chocase demasiado. Es normal hoy
día, en los países ricos, ver a jóvenes rebelarse contra todo y suici-
darse sin ninguna razón.
No es fácil vivir y morir simplemente, pues cada uno tiene una
visión deformada de la vida, debido a su taiheki. En general, el grupo
de torsión, es decir, las personas del tipo 7 y del tipo 8, son frágiles
en el momento de la muerte. El tipo 3 y el tipo 9 tienen una muerte
bastante atormentada. El grupo vertical, es decir el tipo 1 sobre todo,
se beneficia de la longevidad, pero no está exento de parálisis del
cuerpo. El tipo 5 guarda su lucidez hasta el último momento sin caer
en coma y desea tener una muerte brillante, etc.
Cuando el control voluntario se relaja después de la muerte,
puede ocurrir que sentimientos contenidos durante mucho tiempo
salgan a la superficie, provocando reacciones inesperadas. Según el
testimonio de una persona de total confianza, una mujer, que había
sufrido por la infidelidad de su marido, tenía lágrimas en los ojos que,
a pesar de todos los intentos, permanecían abiertos después de morir
de un cáncer generalizado. Una hora después, su cara mostró una
mueca tan horrible que tuvieron que cubrirla.
Esto sucedió en Japón, pero en occidente, dicen, son diferen-
150 El diálogo del Silencio

tes. Es posible, pero también es probable que no se preste atención


a estas cosas o que se escondan. En todo caso, tendría mis dudas si
me dijeran que todos los occidentales mueren con una sonrisa. Pero,
para los que tienen un humor taciturno o mal humor, la muerte no
puede ser muy apacible.
La idea de que el cadáver pueda mostrar una cierta expresión
parece bastante descabellada. Debo ceder el sitio al testimonio de
Noguchi, rico en experiencias en esta materia. Recomienda hacer
yuki en el plexo solar a los muertos con el fin de suavizar su expre-
sión.
¿Por qué es necesario hacerlo si el cadáver no está en dispo-
sición de sentir nada? Podrían decir: como para el nacimiento, ningu-
na violencia en la muerte.
Una mujer telefoneó a Noguchi a Tokio desde Osaka:
“Maestro, he hecho yuki a mi marido. Su cara se mostró tan
amable… Jamás le había visto así durante su vida. Me siento feliz
- Si su cara se volvió amable, eso significa que, en vida, se
había sentido contrariado. Pues bien, ¿quién le contrariaba mientras
vivía?”
La mujer, ofendida, colgó el teléfono.
Me han dicho que hay cada vez más gente que se inscribe en
la Asociación Seitai para poder morir serenamente. Es un poco como
empezar la casa por el tejado, pero la idea no es descabellada.
Efectivamente, un cuerpo seitaizado siente mejor la evolución
del organismo, con el envejecimiento que se refleja en las venas, los
nervios y los músculos. Uno se prepara para la muerte muy despacio,
lo que permite a algunos ofrecer un cóctel de despedida a sus des-
cendientes. La muerte así aceptada es una necesidad tan natural
como el sueño.
Cuando la gente se niega a morir, sufre. Si sufre, es que aún le
queda una reserva de energía que utiliza en su lucha contra la muer-
te. La manera de actuar seitai, en estos casos, es utilizar esta energía
para algo más útil que esa vana lucha contra la muerte. Cuando uno
pierde la conciencia de ser útil a los demás, de alguna manera, no le
queda más que reivindicar la atención de los demás, dramatizando la
situación.
Hay ancianos que, como única razón de vivir, exigen las aten-
ciones de la gente que tiene edad para trabajar. Siguen convencidos
de que no pueden hacer nada y esta convicción les mantiene incapa-
Itsuo Tsuda 151

ces. Cuando mueren, la familia siente un alivio inmenso.


Aprendemos a ganarnos la vida, a ahorrar dinero para poder
vivir una vejez acomodada, pero no aprendemos a vivir la vejez. Una
vez retirados de la vida activa, nos aburrimos y aburrimos a los
demás.
Cada uno debe encontrar la solución. A veces pido a personas
con una edad avanzada que acepten una tarea de responsabilidad.
No se trata de crear empleos sino de dar un sentido a su vida. Las
personas mayores tienen una lucidez que los jóvenes no tienen y su
cooperación es muy apreciada.
Una tal Señora Sawa empezó a practicar el Movimiento con
más de sesenta años. Noguchi admiraba en ella su flexibilidad de
mujer joven, a pesar de su edad. Los años pasaban y, a los cien años,
se quejaba aún de dolor de muelas. Noguchi estaba estupefacto. A
esa edad excepcional, generalmente ya no se sufre por grandes
cosas.
Creo que fue ella, además, la que empezó a aprender francés
después de los ochenta años, y matemáticas después de los noven-
ta. Cuando Noguchi le preguntó por qué quería seguir estudiando
esas cosas inútiles, replicó: “Pero, Maestro, es usted quien me ha
dicho que no permanezca ociosa y que siempre hay que utilizar nues-
tras facultades.”
Cuando llegó a los cien años, tomó conciencia de lo difícil que
era su situación. Hasta entonces había vivido con la esperanza de lle-
gar a ser, algún día, el símbolo de la Asociación Seitai, cuando sobre-
pasara el siglo de existencia.
Perteneciendo a una familia tradicional y siendo la única repre-
sentante de la más antigua generación, recibía, todas las mañanas,
los saludos rituales de sus numerosos descendientes. Su hijo mayor,
ya octogenario, empezaba a quejarse: “A mi edad, decía, no soy aún
el jefe por culpa de mi madre.”
Se quejó a Noguchi porque se sentía incómoda por seguir
viviendo tanto tiempo. Si moría, sólo le esperaban felicitaciones por
haber llegado a ser centenaria. Nadie sentiría su muerte. Al contrario,
sus familiares se sentirían aliviados llegado el momento.
Entonces, Noguchi, sintiéndose un poco responsable de la
situación, le dijo que también era bueno morir joven. Murió a la edad
de 104 años.
Lo que ocurre con los adolescentes, en general, es un fenó-
152 El diálogo del Silencio

meno que proviene de un exceso de energía. La savia sube pero no


son aptos para consumir la energía de una manera bien controlada.
Es la energía que sirve para la preservación de la especie la que, nor-
malmente, debe conducirles al acto de procreación. Como aún no
están maduros para realizar este acto con pleno conocimiento, sien-
ten una necesidad impetuosa de consumir la energía sobrante. Se
exaltan, se vuelven ruidosos. Mientras se desfogan montando en
moto por el bulevar, sembrando un ruido infernal, aún no es trágico.
Pero esta energía se comprime y se coagula fácilmente. Es entonces
cuando buscan una salida súbita y destructiva. Si no consiguen
encontrar la forma de destrozar o ejercer su violencia hacia el exterior,
se destrozan ellos mismos.
Un adolescente vino a ver a Noguchi para decirle que quería
suicidarse.
- ¿Quién quiere suicidarse? - preguntó Noguchi.
- Yo.
- ¿Dónde estás?
- Aquí.
- ¡En el pecho, entonces!
- No, aquí.
- ¡En la nariz, entonces!
- No, aquí.
- ¡En la cabeza, entonces!
- No, aquí.
- ¡En el vientre, entonces!
El chico, completamente perplejo, se fue sin poder tomar ninguna
decisión.
Ya he contado el caso de un chico que se suicidó por una cicatriz
imperceptible en la cara. Una cosita de nada puede cobrar una impor-
tancia desmesurada en los adolescentes, llevándoles a realizar actos
de destrucción.
La muerte se presenta unas veces como una solución rápida a
nuestros tormentos y otras veces como una parada brutal a la conti-
nuación de nuestra voluntad. Se tiene miedo a la muerte porque tarde
o temprano llega.
Desde el punto de vista seitai, la muerte no es el problema de un
futuro indeterminado. La muerte es el problema del presente, de
ahora.
Es un hecho objetivo ante el cual no debemos permanecer petrifi-
Itsuo Tsuda 153

cados por el miedo. Si no se le añade una imaginación superflua, la


muerte puede incitarnos a llenar cada instante de nuestra vida y a
sentirla plenamente.
154 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 155

XVIII

EL NIÑO, NUESTRO MAESTRO

Cuando yo he hablado de sensación y de intuición, numerosas


personas se han puesto a discutir sobre este tema todo el santo día.
En resumidas cuentas, no eran más que palabras que tenían la virtud
de provocar discusiones, como tantas otras palabras, permitiendo a
cada uno llevar la razón sobre los demás. Pero no por ello eran capa-
ces de sentir ni de tener intuición.
Hoy día, vuelvo sobre el tema a propósito de un asunto muy
concreto: el arte de educar a los niños.
Lo importante en el arte de educar a los niños, dice Noguchi,
es la intuición con respecto a ellos, como seres vivos.
Se puede adquirir el conocimiento en las escuelas o en los
libros, pero la intuición no se aprende de esta manera.
¿Por qué la intuición es tan importante? Sin ella no se puede
hacer frente a todas las situaciones, que nunca son idénticas. Educar
a los niños no es lo mismo que criar cerdos. En el primer caso se trata
de asegurar el crecimiento y el desarrollo físico y moral de nuestros
descendientes, mientras que en el segundo se trata de engordar los
animales, de sistematizar el trabajo para obtener la máxima rentabili-
dad con el mínimo esfuerzo. No es posible ocuparse de cada uno de
los animales en su individualidad propia, pues lo que se quiere obte-
ner es carne y nada más.
Cuando uno lo piensa, esto parece evidente, pero todo se con-
funde en la práctica. Muchas personas sólo piensan en engordar a
sus niños sistemáticamente. Se preocupan en cuanto éstos ralentizan
un poco su velocidad de absorción alimenticia e intentan atiborrarlos
por las buenas o por las malas.
No basta con introducir el alimento en el órgano digestivo de
los niños para que sea automáticamente asimilado y se vuelva parte
integrante de su cuerpo. Es la necesidad del organismo lo que permi-
te asimilarlo. El alimento introducido sin que se suscite esa necesi-
156 El diálogo del Silencio

dad, no puede ser asimilado. Los niños pueden encontrarse en un


estado de desnutrición a pesar de recibir regularmente un alimento
rico y abundante.
Los niños sanos muestran una fuerza que surge de su interior.
Su piel tiene un color lustroso. Sus ojos brillan. Pero, al fin y al cabo,
no son más que palabras. Sólo la intuición nos permitirá juzgar si
hemos alcanzado el objetivo o no.
Por mucho que apliquemos el mejor de los métodos, lo más
escrupulosamente posible, éste no servirá de nada si falta la intui-
ción. Uno no llega a ser un buen jefe de cocina por el simple hecho
de saberse de memoria todas las recetas.
Algunos padres son fieles al reloj y dicen: “Es la hora, tiene que
comer.” O bien “aún no es la hora, no hay que darle de comer.” etc.
Esto es probablemente bueno si se trata de ordeñar a vacas. Una vez
adquirido el hábito, las vacas dan leche a la hora fijada. Sólo que ellas
no se acomodan al cambio de horario de verano e invierno, que es
una astucia administrativa, únicamente comprensible para los huma-
nos.
Los niños reaccionan inmediatamente a todo tipo de estímulo,
mientras que los adultos reaccionan ante los hechos consumados. El
niño presenta un terreno virgen donde el extrapiramidal aún no está
reprimido, pudiendo ser educado positiva o negativamente.
El principio de puericultura de Noguchi es mantener al bebé en
estado de relajación. Es preciso saber distinguir la relajación de la fla-
cidez: la primera permite al cuerpo contraerse en caso de necesidad,
mientras que la segunda deja al cuerpo sin reacción.
Cuando la contracción continúa sin necesidad, la rigidez inva-
de el cuerpo. Entonces, éste no se relaja, incluso si se mantiene al
bebé en un estado de calma perfecta.
Por lo tanto, el cuerpo de un niño se puede presentar en cua-
tro estados diferentes: la flacidez, la relajación, la contracción y la rigi-
dez. Este conocimiento, sin embargo, no es de ninguna utilidad si no
se sabe discernir, observando al niño, en qué estado se encuentra.
Uno no puede cocinar si no sabe si el alimento no está cocido, en su
punto, demasiado cocido o quemado. Es la intuición la que decide.
Cuando uno es capaz de concentrar su atención sobre una cuestión,
consigue adivinar cosas que no vienen explicadas en los libros.
Lo que nos permite juzgar el estado de relajación en el niño es
la sensación del peso de su cuerpo. Cuando el niño está relajado, se
Itsuo Tsuda 157

tiene la sensación de que pesa. Cuando está contraído, se tiene la


sensación de que es ligero. Pero no basta con sentir si pesa o no, hay
que adivinar si el niño está contraído a causa de una inquietud o a
causa de una necesidad de su cuerpo, relajado a causa del sueño o
a causa de la ausencia de inquietud.
Noguchi utilizaba el baño caliente para obtener la relajación del
niño. Se tratase de un estreñimiento, de una diarrea o de una intoxi-
cación alimentaria, sabía estimular el cuerpo variando la temperatura
del baño.
Si no se está bien atento, se deja al niño demasiado tiempo en
el baño y se pasa fácilmente de la relajación a la flacidez, cosa muy
diferente. No puedo animar demasiado a la gente distraída para que
aplique este método porque un momento de falta de atención puede
provocar efectos totalmente diferentes.
La mecanización de la vida nos impide desarrollar la intuición
con los seres vivos. Somos propensos a depender de los instrumen-
tos de medida, cosa que parece simplificar la cuestión, pero que nos
conduce a cometer errores. Cuando nos enseñan que hay que meter
al recién nacido en un baño con una temperatura similar a la del vien-
tre materno a la cual estaba acostumbrado, es decir 38 grados, man-
tenemos esta temperatura tontamente durante semanas, cuando hay
que subirla gradualmente a medida que el niño se habitúa al medio
ambiente. Digamos que un cuerpo, relajado o contraído, pesa exac-
tamente igual sobre una balanza. Solamente una sensibilidad bien
desarrollada permite reconocer la diferencia.
Hice una demostración en este sentido. Pedí a un joven fuerte
que intentara levantarme, colocando sus manos en mis axilas. Me
relajé y seguí espirando. No lo consiguió. Después, le pedí que vol-
viera a intentarlo. Esta vez, me contraje y seguí inspirando. Me levan-
tó fácilmente. Sin embargo, mi peso no había podido cambiar en tres
segundos.
Fue un espectáculo impactante que no serviría para mucho si
no nos condujera al recogimiento necesario para el desarrollo de
nuestra intuición tal como lo recomienda Noguchi. Se toca al niño
cuando está espirando y se le levanta cuando inicia la inspiración. Se
cierran los ojos un instante para concentrar mejor la atención sobre la
sensación de peso. El desarrollo de la intuición no se hace en algunos
días. Es un asunto de mucho trabajo que exige una atención sosteni-
da día tras día. Por lo tanto, no conviene a los que no quieren a los
158 El diálogo del Silencio

niños, a los que quieren dejarlos al cuidado de otros para poder ganar
más dinero, etc.
La intuición sólo se desarrolla el día en que uno sienta verda-
deramente la necesidad. De ahí, la imposibilidad de organizar cursos
donde se enseñe algo con un muñeco de plástico en la mano. Uno de
los hijos de Noguchi tenía miedo de tener que utilizar su intuición,
pues se sentía incapaz. Pero el día que tuvo un niño, su intuición se
desarrolló. Oyendo los llantos del niño, sabía de qué se trataba: pis,
hambre, etc.
Noguchi había desarrollado su intuición por necesidad profe-
sional. Tocaba a los niños de los demás tan bien como a los suyos
propios, pero el momento crucial era cuando sentía el peso, tomando
al niño en sus brazos. En ese momento de recogimiento, sentía todo
lo que le podía haber sucedido anteriormente. En caso de que le
hubieran dejado abandonado, lo sentía ligero. Incluso dormido, habría
guardado desconfianza, inquietud, y después habría venido la con-
tracción del cuerpo. Si lo sentía pesado, todo había transcurrido nor-
malmente. El niño habría estado en un ambiente muy agradable.
Durante una visita en casa de alguien, tomó a un niño en sus
brazos y sintió un peso pluma. Se alarmó, aunque sus padres esta-
ban tranquilos. Poco tiempo después, recibió una llamada telefónica
de ellos, anunciándole que el niño había empezado a vomitar.
Preguntó entonces si no se había golpeado la cabeza. “No, decían, lo
hemos estado vigilando todo el tiempo y es imposible que se haya
dado un golpe.” Pocos días después el niño murió a causa de una
meningitis. Se comprobó después que la asistenta le había dejado
caer al suelo de cemento y que no se había atrevido a decir la verdad
enseguida. El día que el niño murió, rompió a llorar y así fue como se
supo lo que había sucedido.
En otra familia, la abuela le dijo que su nieto tenía una diarrea
interminable. Lo tomó en sus brazos y sintió ese peso pluma. Dijo que
el niño se había golpeado en la cabeza, pero todo el mundo negaba
el hecho. Creían que se trataba de una enfermedad intestinal.
Noguchi les aconsejo que le hicieran yuki sobre la cabeza. Tres días
después el niño murió. Volvió a preguntar a la madre si de verdad no
se había dado un golpe en la cabeza. Ella respondió: “Bueno, es ver-
dad que el despertador cayó sobre su cabeza”. Noguchi se extrañó al
ver como una madre podía estar tan distraída.
En cambio, hay padres que sienten pánico por nada, porque
Itsuo Tsuda 159

no tienen la intuición necesaria para juzgar la importancia de la situa-


ción. Uno de ellos estaba asustado, decía que su hijo podía morir por-
que tenía hemorragias y que su cabeza no estaba bien, etc. Noguchi
le vio pero no era nada serio. El padre se asustó simplemente a causa
del síntoma exterior.
Cuando se trata de los bebés, la intuición es más importante
que el conocimiento, pues ellos no hablan. Si la atención no está bien
concentrada sobre ellos, uno deja escapar bastantes elementos
importantes que debieran ser observados.
Sentir el peso de los niños puede desarrollar la intuición. Se
puede incluso intentar ver la diferencia que puede haber cuando la
atención está concentrada sobre ellos y en el caso contrario. Los
niños se vuelven pesados cuando la atención está concentrada sobre
ellos. Los niños que atraen la atención, no sólo de sus padres sino de
todo el mundo, tienen un aspecto saludable de una manera muy natu-
ral y una cara risueña. Los que sólo consiguen atraer la atención de
sus padres, tienen un aspecto lamentable.
Cuando la atención está dirigida hacia ellos, los niños lo sien-
ten con todo su cuerpo. Cuando la atención está dirigida en otra
dirección, se sienten perdidos.
Cuando la Sra. Noguchi se ocupaba de los manuscritos de su
marido, al niño que tenía en su regazo lo sentía ligero, pues su aten-
ción estaba dirigida a los manuscritos y no a su hijo. En cuanto
Noguchi lo volvía a tomar en sus brazos, se relajaba y se dormía al
sentir que la atención estaba concentrada en él.
La atención es inmaterial y nada permite probar su existencia.
Sin embargo, lo que afecta a los niños, es esta atención sin forma,
pura, dispuesta a sentir las mínimas sutilezas. Esta atención es, por lo
tanto, una especie de recogimiento y no los mimos o carantoñas que
se les suelen prodigar.
Cuando los niños están contentos, cuando comen lo que les
apetece comer, se vuelven pesados. Sin embargo, cuando se les ati-
borra de comida, o bien engatusándoles o bien a la fuerza, se vuelven
ligeros. La misma cantidad de un mismo alimento puede tener efec-
tos diferentes sobre ellos, según el estado de su deseo, que sólo se
puede adivinar. Cuando están mal alimentados, la parte interior de
sus muslos están fofas, a pesar de que se les dé una comida bien pre-
parada.
Estas ideas pueden suscitar sorpresa en los fieles herederos
160 El diálogo del Silencio

de la ciencia del siglo XIX. Hay que respetar ante todo la ley de la cau-
salidad: tal producto, alimenticio o químico, provoca inevitablemente
tal efecto. En todo caso, es más fácil razonar de esta manera porque
nos evita excesivas preocupaciones. De todos modos, es imposible
tener en cuenta algo que no se ve.
¿Y el placebo? Pues bien, ni existe ni debe existir. Vamos, hay
que ser lógico.
Estar de acuerdo o no con las ideas que acabo de explicar es
asunto del lector. Mi trabajo consiste en informar y no en imponer.
Vuelvo una vez más sobre las diferencias entre un adulto y un
niño. Un adulto se siente halagado cuando la gente le aplaude, inclu-
so si la atención no está dirigida hacia él. Un bebé no se siente satis-
fecho mientras la atención no esté puesta en él. Es inútil decirle cosas
bonitas como “Oh, qué guapo eres, qué rico, etc.”. No entiende nada
de eso, pero, en cambio, siente con todo su cuerpo los estímulos
ocasionados por algo como la velocidad de acercamiento, el tono de
la voz, la luz, las formas, los colores, la temperatura y, ante todo, algo
que se desprende de la personalidad del que se acerca.
Noguchi tuvo la idea de utilizar todo tipo de estímulos para
regularizar el movimiento de los niños, es decir, para seitaizarlos: la
manera de tocarlos, la velocidad de desplazamiento, la manera de ali-
mentarlos e incluso la temperatura de la cuchara con la cual se les da
la comida, la variación de temperatura del baño, la manera de quitar-
les la ropa y de vestirlos, etc. Si la atención está concentrada, todo
puede ser utilizado para regularizar el movimiento, para tranquilizarlos
y relajarlos.
Si la atención no está concentrada, ¡qué desastre! Puede oca-
sionar al niño brusquedad. Se puede tocar a los niños sin ninguna
precaución, sacudirlos para obtener una sonrisa, transportarlos con
brutalidad, discutir en voz alta al lado del niño que acaba de nacer y
marcharse dando un portazo, etc. Cuando pienso en la vida de
los occidentales, que sienten una gran satisfacción por las discusio-
nes, la sistematización, lo espectacular, el mundo de Noguchi me
parece algo aparte, casi irrealizable.
Puede haber:
Mujeres que, por el placer de mostrarlo a los amigos, empren-
den un largo viaje con un bebé de apenas unas semanas, sin tener en
cuenta las agresiones que esto puede ocasionar al niño.
Familiares, el abuelo, por ejemplo, que arrancan al niño de los
Itsuo Tsuda 161

brazos de su madre, para oírle llorar.


Mujeres que, demasiado excitadas por las discusiones, levan-
tan los brazos dejando caer al niño al suelo, etc.
Había una comadrona que era muy amable, sincera, entregada
a su trabajo. Noguchi no la consideraba recomendable: tocaba el
cuerpo sin tener en cuenta la respiración. Si una mujer, a punto de dar
a luz, es tocada por una mano que actúa a contracorriente de su res-
piración, se contrae, y el trabajo de dilatación se bloquea. El niño tam-
bién puede volverse nervioso.
“Es una pena, pensó Noguchi, es impecable salvo en ese
punto.” Pues bien, ese único punto seguirá siendo siempre extrema-
damente difícil de adquirir.
162 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 163

XIX

EL NIÑO, NUESTRO MAESTRO


(Continuación)

Cuando oí por primera vez la expresión “niños Tsuda”, me


quedé perplejo, pues prácticamente yo no había intervenido en nada.
La concepción es asunto de sus padres y nunca he asistido a un
parto. Ellos me comunican el nacimiento de su hijo una vez aconteci-
do, bien sea por teléfono, por carta o en persona.
Yo soy simplemente un conferenciante y en los cursos hablo de
todo tipo de temas en un ámbito muy amplio que engloba la vida, la
unidad del ser, el despertar del organismo, la respiración, la necesi-
dad, el deseo, etc. Jamás he dado cursos especiales sobre ginecolo-
gía ni sobre parto, pues no es mi oficio.
Por lo tanto, en un futuro, habría que encontrar un nombre más
apropiado, como “niños yuki”, por ejemplo, para evitar cualquier
malentendido.
Lo curioso, pero natural, es que entre los participantes hay
mujeres que me escuchan con toda su atención y encuentran una
resonancia sutil en su propia experiencia. Hay que decir que el grado
de comprensión difiere de una persona a otra porque cada uno está
predispuesto a dirigir su atención de forma diferente.
Las mujeres embarazadas tienen necesidad de desarrollar su
intuición mucho más que los hombres porque, tarde o temprano, ten-
drán que vérselas con seres que no hablan. Hay que adivinar todo,
sentir y entablar un diálogo con ellos, más allá de las palabras.
Sin embargo, la civilización ha acabado por privar a las muje-
res de ese don que la naturaleza les había dado. Están angustiadas y
ya no saben hacer lo que, se supone, deben realizar naturalmente. Se
ven rendidas desde un principio.
Todo lo que digo durante los cursos se resume en lo siguiente:
un organismo bien despierto debe tener un funcionamiento normal en
todos sus órganos, y cuando el funcionamiento es normal, se siente
164 El diálogo del Silencio

un placer natural. Como medio para despertar el organismo, indico el


ejercicio del sistema motor extrapiramidal.
Este funcionamiento engloba todos los planos de nuestro ser,
psíquico y físico e incluye todos los órganos, sean los que sean.
Cuando comemos un alimento que nos apetece, es un placer.
Cuando comemos por obligación, no sentimos ese placer. Cuando
vomitamos un alimento que no nos sienta bien, también es un placer,
a condición de no contagiarlo negativamente con la imaginación.
Evacuar, por deposición o micción, cuando tenemos ganas, es un
placer. Parir cuando llega el momento de forma natural, es un placer.
El principio es sencillo, pero su puesta en práctica se enfrenta
a innumerables complicaciones.
Hoy día, ¿quién se atreve a decir que está bien despierto? Con
la cabeza llena de viejos clichés caídos en desuso, con el cuerpo
paralizado por el miedo a no sé qué, se ha perdido la libertad de sen-
tir todo lo que es natural y, en consecuencia, de permitir al organismo
funcionar normalmente. Me parece que la gente vive en una perpetua
pesadilla.
Si yo intento despertarlos, pueden enfadarse y acusarme de
haberlos molestado. Sólo despierto a los que lo aceptan y dejo a los
demás seguir su sueño con toda libertad.
Quizás me estoy enfrentando a una vieja creencia religiosa,
según la cual la mujer debe parir con dolor. Yo no hago caso a lo que
se ha escrito o a lo que Aristóteles dijo hace más de dos mil de años.
Me ocupo solamente de lo que ocurre delante de mis narices.
Frédéric Leboyer me ha dicho:
“¡Pero, por favor, no es como parir una caca!”
Tiene razón, como ginecólogo y como francés. Como ginecó-
logo, tiene razón al protestar contra la violencia practicada por una
obstetricia industrializada. Como francés, no debe ofender los senti-
mientos, tan importantes para sus compatriotas, confundiendo la
caca y el bebé.
Pero yo no soy ni ginecólogo, ni francés. Hablo del funciona-
miento general del organismo, que comprende toda una gama de
cosas. Conozco el placer de comer, de beber, de dormir, de trabajar,
de evacuar, pero no conozco, desgraciadamente, el placer de parir.
Necesito la cooperación de una mujer que pueda contarme su propia
experiencia.
Tengo permiso para publicar aquí extractos de cartas dirigidas
Itsuo Tsuda 165

a mí por una madre europea francófona. Utilizaré los siguientes nom-


bres ficticios: el padre, Noël; la madre, Marie; los niños, tres chicos,
según el orden de nacimiento: Albert, Bernard y Charles.

Viernes 15 de julio de 1977

Y bien: el pequeño Charles nació el día 9, al amanecer, con el


canto de los pájaros. Todo transcurrió bien: todo el trabajo de prepa-
ración (contracciones) se hizo con tranquilidad y nos tomamos nues-
tro tiempo. Y la salida propiamente dicha del bebé (expulsión, ¡qué
palabra más fea!) tuvo lugar sin ningún esfuerzo por mi parte: dos
contracciones y Charles salió solo, sin que yo empujara. Fue maravi-
lloso. Durante las contracciones, el movimiento se desencadenaba
solo y también anduve bastante. Y, de forma muy natural, me coloqué
en una posición confortable cuando el bebé iba a salir y todos los
músculos de mis piernas y de mis caderas estaban flexibles y relaja-
dos. Fue maravilloso. El pequeño nos miró a todos enseguida, tran-
quilamente, con los ojos bien abiertos.
Y otra cosa: me levanté cuando me apeteció. Me siento bien…

17 de octubre de 1977

He leído sus últimos artículos sobre la velocidad y el baño. Lo


que usted dice sobre los niños es, en verdad, muy hermoso.
Cada día me maravillo más viendo desarrollarse a Charles.
Creo que si tuviera doce hijos, cada vez me maravillaría igual o ¡inclu-
so más! Con cada niño, he descubierto y descubro las cosas esen-
ciales de la vida. Las palabras son muy poca cosa para describir lo
que yo siento.
Charles tiene un vigor poco común. Desde su nacimiento,
mantiene su cabeza y su espalda bien rectas y lo siento lleno de fuer-
za. Su mirada también es sorprendente. Es profunda, serena y nos
mira con atención. Cuando nos contesta, tengo la impresión de que
todo su pequeño ser está concentrado en sus ojos. Cuando estamos
juntos, el tiempo se para. Sólo estamos él y yo en lo que parece un
infinito.
[…]
A continuación dice algo muy interesante respecto al dolor.
166 El diálogo del Silencio

Durante el último curso (antes y después), me dolieron muchí-


simo la nuca y la cabeza. Tres veces fui al dojo diciéndome: “esta vez
no aguanto más, voy a hablar con el Sr. Tsuda.” Y ¿sabe usted lo que
hice esos días? Ahora me río, pero en ese momento ¡lloraba! Usted ha
dicho, antes de empezar el Movimiento, que era bueno sentir dolores,
que si uno practica el Movimiento, debe aceptar lo que esto implica,
es decir, a veces el dolor, etc. Entonces me volvía a casa sin decir
nada…..y furiosa. Ha hablado también de la manera en que uno sien-
te su cuerpo cuando está normalizado. Es bonito, pero cuando el mío
no era más que dolor, me sentía un poco resentida al oírle decir todo
aquello.
Pasé dos días fuera de mí. Cuando lo dejé atrás, tuve la impre-
sión de que algo estaba roto en mi interior: en lugar de mi agresivi-
dad y de una cierta tensión, no había más que un vacío agradable. Me
sentía profundamente tranquila. Por eso, le doy las gracias por todo
lo que dijo durante este último curso.

27 de diciembre de 1977

En nuestro nombre y sobre todo en nombre de Charles, gracias


por los últimos artículos que ha escrito; nos han aportado mucho. Los
leo y releo, y un montón de lucecitas se han encendido en mi interior.
El resultado actual: Charles ya no tiene las costras de leche. [En su
última carta, se preocupaba por su bebé a causa de las costras de
leche que le salieron en la cabeza: “Albert también las tuvo, Bernard
prácticamente nada. ¿Podría decirme de dónde vienen?”] Aparte de
algunos detalles prácticos, tales como el principio del destete, por fin
he comprendido ¡por qué les doy demasiado de comer a mis hijos! Sé
también que me cuesta mucho concentrarme. La dispersión ha sido
siempre mi punto débil. Para Bernard, no ha sido demasiado difícil,
porque sólo tenía a Albert (y Noël…) y vivíamos en un lugar aislado
donde estábamos protegidos de las intrusiones. Pero aquí debo
luchar incesantemente para volver a encontrarme. ¡Y si supiera lo que
cuesta que la gente lo entienda¡ Es agotador.
Cuando Charles tuvo esas costras de leche, le di baños calien-
tes. Estaba tan guapo y tan tranquilo después. Cosa divertida, desde
que no tiene nada, tengo la impresión de que soy incapaz de darle un
baño caliente. Cuando le doy un poco de verduras, o huevo, o caldo
de buey, se lo pongo en un tazón delante de él. Veo enseguida si esto
Itsuo Tsuda 167

le conviene porque, si le apetece, acerca el tazón con sus manitas y


si no lo quiere, lo retira. Un día intenté darle una cucharada de huevo
que había rechazado: hizo una mueca horrible y lo escupió todo. Y
después hice el vacío en mí de todo lo que me estorbaba en cuanto
a la alimentación: ahora veo perfectamente lo que necesita. Ahora lo
veo tan claro.
Cuando tenía esas costras estaba desesperada, porque sentía
que quería hacerme comprender algo, y ¡yo no comprendía! Sentía un
montón de cosas pero de manera confusa. Si supiera lo bien que me
siento ahora, lo bien que nos sentimos.

29 de mayo de 1978

Hay varias cosas que me gustaría decirle. Voy a empezar por


Charles. Después de su visita a casa, continuó aún varios días muy
ligero. Tuvo mucha fiebre la misma noche de su visita [Fuimos invita-
dos a cenar a su casa, mi mujer y yo.] y desde ese día, ha empezado
con un nuevo ritmo de sueño. Duerme mucho más que antes. Los pri-
meros meses, me extrañaba, porque mi punto de referencia era
Bernard, y Bernard dormía mucho. Pero como cada niño es diferen-
te, me adapté al ritmo de Charles… ¡No podía hacer otra cosa!
Ahora, cuando lo llevo en brazos, siento de nuevo un peso en
ellos. Me he dado cuenta, también, de que cuando estoy distraída o
en mis pensamientos, o tensa, enseguida se vuelve más ligero. Me
llama al orden.
Lo más espectacular ha sido cómo ha transcurrido su destete.
Desde los 5 ó 6 meses mamaba después de su comida y, poco a
poco, la cantidad y la frecuencia han disminuido. Entre los 8 y 9
meses sólo mamaba una vez al día, o muy tarde por la noche o muy
temprano por la mañana. Entonces me despertaba por la noche. De
esto, soy yo la única responsable, pues cuando era muy pequeño,
dormía desde las 17h hasta las 2h de la mañana. Y nunca quise
molestarle en ese horario, porque ¡estaba tan bien con él durante la
noche, cuando todo el mundo dormía! Sólo estábamos él y yo, y esta-
ba totalmente entregada a él. Hemos pasado momentos maravillosos.
Para mí era la única manera de tener un momento dedicado a él soli-
to.
Alrededor de los 9 meses y medio, un día, se puso a cuatro
patas. Hasta entonces, sólo había estado sentado (o tumbado). Ese
168 El diálogo del Silencio

día se puso él solo a cuatro patas e intentó avanzar. Era emocionan-


te. Era como un gatito que sale por primera vez del regazo materno.
Muy torpe, avergonzado, resbalaba sobre su vientre. Esa misma
noche, no se despertó y no me llamó, por lo tanto no mamó. Al día
siguiente y los días posteriores, dio dos o tres pasos (a cuatro patas),
y consiguió sentarse solo, después intentó ponerse de pie. Lo
extraordinario de todo ello, es que verdaderamente tuve la impresión
de que se hacía independiente ese mismo día. Tuve ese mismo sen-
timiento cuando nació y dejó de estar ya en mi vientre. De nuevo un
pequeño detalle divertido: Los dos últimos meses, sólo tenía leche en
un pecho. Ahora, he vuelto a encontrar mi equilibrio en ese aspecto.
Cuando Noël está en casa, ya no me hace caso. Se estreme-
ce, da gritos de alegría, le extiende los brazos y le sigue a todas par-
tes. Noël se siente muy emocionado y orgulloso. ¡Y eso que Charles
es mi tercer hijo! Pues bien, a cada instante me siento extasiada y
descubro un mundo nuevo. Tengo suerte.
[…]
Ella me cuenta una experiencia muy relevante: yuki a distancia.

Mi amiga, mi mejor amiga, ha tenido muchas dificultades para


tener su segundo hijo. El primero tiene la edad de Albert.
Un día que estaba en mi casa, encinta del pequeño François (el
segundo) empezó a sangrar.
El ginecólogo le dijo, durante un mes, que su bebé segura-
mente estaba muerto, etc.
Cuando mi padre falleció y estaba encinta de Bernard, ella se
había mantenido muy cerca de nosotros. Como la veía terriblemente
desgraciada y desamparada, cada noche hacía la espiración concen-
trada sobre su pequeño bebé (la distancia a vuelo de pájaro entre las
dos ciudades es de unos 60 Km). Pues bien, después de algunos
meses, sentí algo caliente y vivo, una pequeña vida entre mis manos.
Entonces supe que este pequeño bebé vivía y se lo dije a Michèle.
Seguí así durante tres meses. Y mientras tanto me quedé embaraza-
da de Charles. Así nuestros dos pequeños nacieron con un mes de
diferencia. Y cuando fui a ver a este pequeño, tenía 15 días. Tenía la
impresión de que nos conocíamos. Era guapo y sereno. Cuando cum-
plió los 7 meses, le volví a ver y cuando lo tomé en mis brazos, tuve
de nuevo la misma impresión de que nos conocíamos. Bueno, quizás
le cuento todo esto porque dentro de unos días va a cumplir un año
Itsuo Tsuda 169

y todo me vuelve a la memoria…

Como puede ver el lector, Marie es una mujer muy sencilla,


cándida y franca, cuando cuenta lo que ha vivido. No es una de esas
mujeres complicadas, esnob, obstinadas y altivas.
Lo que hizo con su amiga puede chocar a los herederos del
racionalismo del siglo XIX, pero para mí es fácilmente concebible.
Yo digo que yuki, la espiración concentrada, es una cuestión
de concentración y no de distancia o de forma.
Yuki establece la fusión entre dos individuos distintos, y pro-
duce esa impresión de conocerse ya, sin haberse visto anteriormente
uno y otro.
No creo que una experiencia así sea recomendable a todo el
mundo, pues algunos pueden emprenderlo bien por curiosidad o bien
por vanidad, y lo que cuenta es la motivación. Según la naturaleza de
esta motivación, uno llega a resultados totalmente diferentes. Marie
ha sido muy sincera y no tengo nada que añadir a lo que ha hecho.
Un día, Marie tuvo una discusión con una amiga que era médi-
co. “Pero estás completamente loca”, dijo ella, oyendo el relato de
Marie sobre sus hijos. La ciencia adquirida por ella probablemente no
podía admitir más que las cosas oficialmente reconocidas: vacunas,
antibióticos, análisis, dietética, y muchas otras cosas teóricas, pero
no lo que pasaba delante de sus narices.
“Dices esto como médico, respondió Marie, pero reflexiona un
poco como ser humano.”
Entonces ella acabó por admitir que, en ciertos casos, todo
esto podría ser cierto.
170 El diálogo del Silencio
Itsuo Tsuda 171

XX

EL NIÑO, NUESTRO MAESTRO


(Continuación)

Durante los cursos he hablado, de vez en cuando, de lo que


dice Noguchi sobre las enfermedades infantiles.
Lo que llamamos enfermedades infantiles marca cada etapa de
la evolución del niño. Lo importante, ante todo, es no entorpecer su
proceso natural, para asegurar el desarrollo normal del individuo en la
edad adulta. Dice, entre otras cosas, que:
-En el caso del sarampión, no hay que exponer al niño al sol,
-En el caso de las paperas, el niño no debe apoyarse sobre sus
tobillos, corriendo o dando saltitos, por ejemplo, pues puede acarre-
ar consecuencias nefastas sobre el desarrollo de sus órganos genita-
les.
Una madre europea captó este mensaje y a partir de ese
momento siguió observando a sus hijos. Pero resulta que estos niños,
sin haber aprendido nada, sabían por instinto lo que les convenía, aún
en las antípodas del planeta con relación a Japón.
Sin embargo, esto no me permite animar a todo el mundo a
hacer lo mismo que ella, o a imponer la fórmula por las buenas o por
las malas, incluso a la propia familia, como un precepto absoluto.
Marie es prudente y sus observaciones son muy intensas.
Tanta intensidad no se adquiere de la noche a la mañana. Tengo bas-
tante miedo de que la cosa se tome a la ligera o se malinterprete.
Indicar el lugar y el modo de empleo de un extintor es una
cosa. Pero su uso es otra muy distinta. Nada garantiza que ante la
ceguera del momento uno no vaya a equivocarse, tirando una botella
de alcohol a las llamas.
En el caso de los niños, lo que hay que evitar ante todo es lle-
gar a una fórmula única, inamovible de una vez por todas, y aplicarla
invariablemente sin tener en cuenta su reacción. Hay que desarrollar
la intuición, para encontrar la solución más adecuada a cada situa-
172 El diálogo del Silencio

ción.
Noguchi recomienda un baño a 38 grados para el recién naci-
do, a fin de que la transición de temperatura no sea brusca. Sin
embargo, según las circunstancias, no duda en variar esa norma. Dio
el primer baño a 41 grados a uno de sus nietos, que nació prematu-
ramente a consecuencia de un accidente de coche. Lo fue subiendo
hasta los 41,5 grados antes de sacarle del baño. Este estímulo dio
buenos resultados al niño que, desde entonces, no ha dejado de cre-
cer normalmente. Si le hubieran bañado a 38 grados, habría seguido
siendo somnoliento, flácido y amarillento.
Si uno no desea aprovechar la ocasión para desarrollar la intui-
ción, para intentar establecer un diálogo con los seres que no hablan,
es mejor dejarlo, pues no es rentable tener niños.
Mi papel es informar y no adoctrinar. Cada cual lo toma o lo
deja.
Volviendo sobre el tema de los hijos de Marie, Albert, el mayor,
tenía algo más de dos años cuando le vi por primera vez. Era miedo-
so y lloriqueaba en cuanto su madre hacía el menor movimiento,
cuando necesitaba alejarse algunos segundos para buscar algo. La
agotaba. Fue a partir de Bernard, el segundo, cuando el matrimonio
Noël y Marie empezó a hacer yuki desde la concepción. Se ve clara-
mente la diferencia de carácter.

6 de julio de 1978

El sarampión de Albert empezó a finales de mayo, en la época


de calor. El domingo por la tarde, prácticamente de un momento a
otro, Albert tuvo una fiebre alta con dolores de cabeza por la noche.
Durante tres días y medio, tuvo mucha fiebre (39 a 40) por la noche y
unos 37,5 grados por la mañana. Fue al colegio el martes y el miér-
coles (porque lo quería a toda costa). Durante esos días, le abrigué
bien: jerséis de manga larga, pantalón, gorra, porque hacía mucho
sol. Regresaba del colegio a las 16h., en forma, y a las 17h., estaba
en la cama con fiebre. El jueves por la mañana entré en su habitación,
quise abrir las persianas, y me gritó bajo la sábana. “No, deja todo
cerrado.” Tenía la cara cubierta de manchas rojas, los ojos hinchados
y enrojecidos, fiebre y dolor de cabeza. Permaneció en penumbra tres
días, su cuerpo se llenó de manchas rojas.
Le expliqué que tenía el sarampión y que eso estaba muy bien,
Itsuo Tsuda 173

etc. Se quedó muy tranquilo durante todo este tiempo. Dormía


mucho. El martes, todo empezó a remitir; salía al jardín al atardecer,
cuando la luz era menos intensa, y el viernes volvió al colegio, com-
pletamente restablecido. Cuando las manchas rojas salieron, también
tosió mucho. Otros niños del barrio también tuvieron el sarampión y
recibieron atención médica. Vi a dos o tres niños: el panorama no era
muy bonito. Uno de ellos tomó antibióticos, medicamentos para bajar
la fiebre, un jarabe contra la tos: se arrastraba, cansado. Cuando las
manchas rojas salieron, vomitó y se sintió fatal. El sarampión le ha
durado más tiempo que a Albert y ese niño se sintió muy mal. Tuve la
sensación, de verdad, de que todo el proceso del sarampión había
sido entorpecido.
El otro niño recibió también atención médica. Salía al sol y tuvo
complicaciones bronquíticas que han sido ¡¡¡“bien curadas”!!! Hace
sólo una semana que se ha restablecido.
Usted me ha dicho que Albert iba a cambiar después de su
sarampión y, en efecto, ha cambiado en algunos aspectos. Primero,
encuentro que pesa más que antes. Es un sentimiento muy claro. Y
además es más afectuoso. Viene más a menudo a acurrucarse con-
migo, cosa que hacía muy pocas veces antes. No es que no tuviera
ganas de hacerlo, sino que no sabía muy bien cómo hacerlo. Y como
yo soy también así, teníamos dificultades para encontrarnos. Ahora,
viene por iniciativa propia, y cuando le tomo en brazos para llevarle a
la cama, por ejemplo, se deja completamente. Sin embargo, hay
momentos en que es insoportable, maleducado, malo y le gusta lle-
var la contraria. Me hace mucha gracia porque veo que intenta afir-
marse, pero a veces ¡cuesta mucho soportarle! En fin, me digo que
no sólo va a cambiar en lo que me parece bien… a mí.
[…]

El siguiente relato sobre un falso sarampión, muestra cómo la


gente disfruta lanzando sugestiones maliciosas sobre los niños.
Posteriormente, ocurrió algo muy raro con Bernard. Después
del sarampión de Albert, todo el mundo decía delante de Bernard:
“Los otros dos van a tenerlo también. Bernard, vas a tener el saram-
pión”. ¡A veces, de verdad, la gente no es un muy inteligente!
Entonces me decía a mí misma, a la gente y a Bernard: “No lo van a
tener obligatoriamente, lo tendrán si lo tienen que tener”. Pero todo
esto había debido de calar en la cabecita de Bernard, porque unos
174 El diálogo del Silencio

quince días después tuvo fiebre por la noche, dolor de cabeza y por
la mañana nada, y eso durante cuatro días. En ese momento, pensé
que también se trataba del sarampión. En casa no teníamos en la
boca más que la palabra “sarampión”. Georges (hermano de Noël)
estaba en nuestra casa con su hijo Bruno. El quinto día, tuvo algunas
manchas rojas un poco raras sobre las mejillas y después nada.
Entonces empecé a preguntarme qué era lo que le pasaba. Nos decía
incluso ¡que le dolían los ojos! Y, de repente, las manchas rojas se
transformaron en unos granitos muy feos que se fueron propagando
por toda la parte inferior de su cara. Me sentía desalentada… En dos
días aquello fue terrible, se fue llenando de esos granos horribles.
Pero, una tarde, Georges me habló del Maestro Noguchi y de sus
hijos, que mandaban las enfermedades a la luna. No me había acor-
dado de ello. Me dijo también, que a fuerza de hablar del sarampión,
de tener a Albert “enfermo”, de haber hablado tanto del tema,
Bernard había querido tenerlo también.
En aquel momento, me di cuenta hasta qué punto yo había ali-
mentado todo aquello, y decidí también, en el fondo de mi corazón,
que toda esta historia se iba a acabar. Esto era un jueves por la tarde.
Esa misma noche, hablé con Bernard y le dije “Bernard, ahora ya no
estás enfermo. Todos estos pequeños granos feos, los podemos
coger y mandarlos muy lejos, etc. “¿Dónde los quieres mandar?“. Él
me respondió “al fondo del cielo”. Entonces los cogimos todos uno
tras otro y los mandamos soplando lo más lejos posible. Era maravi-
lloso ver a Bernard cogerlos con la punta de sus dedos y soplar con
todas sus fuerzas, y ¡los veía marcharse!!! Pues bien, ¿sabe usted lo
que ocurrió? La mañana siguiente, ¡estaban todos secándose y todo
desapareció en cuatro o cinco días!!! Desde hace una semana ya no
tiene nada.

Las paperas.

En cambio, el sábado pasado, Bernard se sintió bastante mal


por la tarde, tuvo una fiebre muy alta y su nuca, justo debajo de la
oreja derecha, empezó a hincharse hasta tal punto que ya no podía
mover la cabeza. La inclinaba de lado y esto le desequilibraba com-
pletamente y le bajaba incluso el hombro derecho. Al principio, esta-
ba segura de que se trataba de las paperas, porque también le dolía
al tragar y sentía dolor también en el lado izquierdo. Pero esa hincha-
Itsuo Tsuda 175

zón tomó tal proporción que el domingo por la tarde, me asusté ton-
tamente imaginando cosas ridículas. También en algún momento
pensé en una picadura de avispa o abeja. Le dolía muchísimo. Sin
embargo mientras yo pensaba que se trataba de unas paperas, por lo
tanto una cosa normal, él estaba tranquilo y me pedía que le hiciera
la espiración concentrada. Y cuando empecé a tener miedo, le dio por
llorar en muchas ocasiones. Intentaba razonar diciéndome que si no
eran las paperas, Bernard iba a reaccionar bien, etc. Pero cuando
empiezo a razonar, ¡¡¡es que el miedo ya está aquí!!! Al recordarlo
ahora mismo, ¡me hace gracia! Pues bien, el lunes por la mañana,
pensé que la única manera de volver a encontrar la calma era que me
dijeran que Bernard tenía paperas. Y, sobre todo, tenía ganas de vol-
ver a estar tranquila por él. Entonces fui a ver a un médico homeópa-
ta que conozco y me dijo que, en efecto, Bernard tenía paperas, pero
que nunca había visto a un niño que las tuviera con tanta fuerza. Me
dio una gran receta que tiré a la basura y expliqué a Bernard que habí-
amos ido a ver a este señor para que nos dijera simplemente lo que
tenía y que ahora íbamos a apañarnos solos. Al salir del médico, de
nuevo me sentía bien, pero no muy orgullosa de mí misma… A partir
de ese momento, Bernard estuvo verdaderamente muy bien, como
antes de que yo sintiera el pánico. Desde el sábado, tengo cuidado
de que no ande. En realidad, no he tenido que hacer gran cosa, por-
que cuando me veía acercarme a su lado, se agarraba a la cama
diciéndome “no quiero levantarme”. Yo veía que si hubiera querido
levantarlo a la fuerza, ¡¡habría tenido que elevarle junto con la cama!!
Permaneció acostado hasta el miércoles por la mañana. Ahora, los
síntomas van remitiendo y se levanta muy poco. Eso es todo respec-
to a Bernard.
Toda esta historia de las paperas me ha dejado muy pensativa.
Me explico: para ciertas cosas estoy profundamente convencida de
que no hay que poner nombre a las cosas, porque producen miedos,
angustias y enfermedades. Pero, de repente, con esta historia de
Bernard, se ha producido todo lo contrario: necesitaba poner el nom-
bre de “paperas” para que mi imaginación no se disparase, para vol-
ver a encontrar la calma. Es extraño. En todo caso, en esos momen-
tos, ¡¡¡el corazón de cielo puro estaba ocultado por grandes
nubarrones negros!!!
[…]
Charles ha dado sus primeros pasos hace unos días. Qué ale-
176 El diálogo del Silencio

gría en todo su cuerpo. Qué alegría también para Albert y Bernard.


Nunca le he agarrado de la mano para que anduviera. Un día,
de pronto, se puso de pie sin sujetarse a nada. Daba pequeños gritos
de felicidad para llamarme. Y algunos días después, pasó del banco
a la silla dando un paso sin sujetarse. Volvía al banco a cuatro patas
y vuelta a empezar. Estaba extremadamente ocupado y concentrado,
a la vez que se sentía radiante. Y después, en otra ocasión, Albert y
Bernard estaban de pie cerca del fregadero charlando. De repente,
Charles, que se sujetaba al banco, se puso a andar hacia allí. Dio cua-
tro pasos tranquilos y se quedó entre ellos.
Era una verdadera maravilla. Albert y Bernard estaban tan sor-
prendidos y felices de ver a su hermano pequeño, de repente, entre
ellos, de pie, mirándoles o riéndose a carcajadas, que sólo podían
expresar su alegría a través de sus ojos risueños. Y yo, estaba a su
lado, con ellos, inundada de felicidad. Era uno de esos instantes
maravillosos donde el tiempo se para. Y, por primera vez, veía a
Charles con sus hermanos. Volví a sentir esa pequeña impresión de
que algo había cambiado en nuestras relaciones. Esto me recuerda
otra cosa que quería contarle.
Se habla en psicología de “la angustia del 8º mes”. Es un perio-
do en el que el niño considerado normal (por los psicólogos), se
engancha a su madre. Puede ser más o menos intenso y variar entre
los 6 y 10 meses. Prácticamente todos los niños pasan por esta
“angustia del 8º mes”. He observado que ni Bernard ni Charles lo han
vivido jamás. Seguramente, siendo pequeños, han visto muchísima
menos gente que los demás bebés y pienso que es debido a eso.
Noguchi prohibió totalmente a los padres que enseñaran sus
bebés a los demás antes de cumplir los seis meses. Marie ha sufrido
bastantes murmuraciones por parte de sus vecinos a causa de esto.
He aquí mi razonamiento después de haber vivido la experien-
cia con Bernard, Charles y Albert. Al no ver prácticamente a nadie
más que a la familia durante largos meses, se acostumbran poco a
poco a las demás personas aparte de su madre. Y, cuando comien-
zan a ver a otras personas, son amigos que frecuentan regularmente
la casa y que no molestan a los niños. También aprenden a conocer
a otras personas paulatinamente y en confianza. Como siempre estoy
con ellos delante de las personas desconocidas, no tienen miedo. De
todas maneras, las personas que perturban, las mantengo aparte
mientras no se pueden defender solos. Así que nunca he visto a
Itsuo Tsuda 177

Bernard y a Charles tener los miedos que sienten los demás niños.
Pero, claro, Charles no es sonriente con todo el mundo. Cuando se
encuentra frente a un desconocido, le observa largamente, con serie-
dad y luego manifiesta su satisfacción o bien se aparta. Varias perso-
nas se han sorprendido ante esta confianza que tiene Charles.

30 de septiembre de 1978

Estos días hablamos mucho de usted, del viaje en avión, de


Japón. Albert está descubriendo que el mundo es grande… Hace
muchas preguntas. Voy a empezar a hablarle de él, porque los cam-
bios que ha experimentado son bastante espectaculares. Desde la
vuelta al cole, hace unas cinco semanas, se ha vuelto muy indepen-
diente, no lloriquea prácticamente nunca, es muy decidido, elige
emprender ciertas cosas que realiza hasta el final. Tiene su propia
vida y se siente feliz. Se porta bien con Charles y se ocupa de él ami-
gablemente. Conmigo colabora mucho y tengo la impresión de tener
frente a mí a una pequeña persona completa en todos sus aspectos.
Durante mucho tiempo, tenía más bien la sensación de que me ago-
taba, de que nunca estaba satisfecho y de que jamás conseguiría
darle todo lo que pedía. Cuando comparaba mi relación con él, con
la que tenía con Bernard y Charles, algunas veces perdía la esperan-
za de conseguir ver algún día a Albert satisfecho, contento, seguro de
sí mismo e independiente de mí. Ahora ya no tengo en absoluto el
mismo sentimiento. Le observo vivir, a mi lado. Siento que, por fin, el
cordón que nos ataba a ambos se ha esfumado. ¡Respiro con más
libertad y él también! Usted me había dicho: “después del sarampión,
Albert va a cambiar”. Pues bien, ha cambiado, y mucho; es formida-
ble vivirlo.
[…]
Charles, por su parte, sigue resplandeciendo con todo su
pequeño ser. Le llamo “la alegría de la casa”. Seduce a todas las per-
sonas que se acercan a él. Tiene una vitalidad y una alegría de vivir
totalmente asombrosas. El día que cumplió un año no representó algo
especial para mí. Ni siquiera celebramos su cumpleaños como lo
hacemos normalmente con Albert y Bernard. Yo misma me sorprendí.
Pero cuando cumplió trece meses, fue un gran día. Es algo difícil de
explicar, pero ese día estaba verdaderamente feliz y miraba, encanta-
da, a nuestra “alegría de la casa”, tan confiada y feliz. Recordé tam-
178 El diálogo del Silencio

bién los 22 meses que acababan de pasar y todas las cosas bellas e
intensas que habíamos vivido.
Recuerdo también todo lo que usted nos ha aportado y como
nos ha ayudado a vivir todo de esta manera. Charles empieza a repe-
tir ciertas palabras, juega también con Albert y Bernard, con nuestro
conejo domesticado y nuestro gatito. Este juega mucho y araña,
como todos los gatitos. Lo extraño es que manifiesta actitudes com-
pletamente diferentes con cada uno. Cuando Albert y Bernard juegan
con él, de vez en cuando les da un zarpazo, mucho menos fuerte que
los que yo recibo. Con Charles, es delicado. Aunque Charles sea un
poco brusco con él, jamás le araña. Esconde las uñas.
[…]

Bernard, por su parte, atraviesa un periodo bastante importan-


te, creo. Tiene muchas ganas de seguir a Albert, de alejarse de mí, de
ser “mayor” y, a la vez, muchas ganas de no dejarme, de imitar a
Charles. Algunas veces, apenas si me hace caso, sin embargo en
otros momentos, se convierte en mi sombra y no se me despega.
Desde el pasado verano, no ha dejado de tener pequeños dolores,
pequeños granos de todas las formas y de todos los colores. Las tres
últimas semanas, tuvo a menudo sobre el tórax una multitud de gra-
nitos blancos muy pequeños. La semana pasada, la hermana del ami-
guito de Albert tuvo la escarlatina. Albert ha estado muchas veces en
contacto con ella y está bien. Bernard la ha visto una vez cuando
empezaba a padecerla. Pues bien, cinco días más tarde la tuvo. He
tenido la impresión, estos últimos tiempos, como lo veía a menudo
regular, de que estaba incubando algo. Lo raro es que cuando la erup-
ción de la escarlatina ha aparecido, salieron los mismos granos blan-
cos pero, esta vez, han ido tomando color. Claro, estaba contenta de
que algo ocurriese, pero, de nuevo, lo que aprendí en la escuela de
enfermería ha hecho que me inquiete. Me preocupaba con respecto a
Albert, porque no sabía si podía dejarlo ir a la escuela por el contagio.
Actualmente, en cuanto un niño tiene la escarlatina, se le trata inme-
diatamente con altas dosis de antibióticos, de manera que la enfer-
medad se termina en tres días. Antes, se aislaba al niño durante 40
días, la mayoría de las veces en el hospital, y los hermanos y herma-
nas 8 días. El médico tenía que declarar el caso al médico de la admi-
nistración. Sabiendo todo esto, quería, sobre todo, que me dejaran
tranquila y que nadie viniera a meter sus narices en ello. Albert ha
Itsuo Tsuda 179

continuado yendo al colegio y no hemos hablado de la “escarlatina”


con nadie.
Así es como lo vive Bernard: El lunes a las 22h se despertó
bruscamente llorando a lágrima viva y diciendo que le dolía la cabe-
za. Se volvió a dormir, y dos horas más tarde tenía mucha fiebre. El
martes por la mañana, seguía teniendo unos 39 grados de tempera-
tura, dolor de cabeza y de garganta. Se levantó un ratito y se durmió.
Me pedía a menudo que le hiciera la espiración concentrada sobre la
cabeza. El miércoles, seguía con la misma fiebre, y le han empezado
a salir granos por el cuello y se han extendido por todo el cuerpo, for-
mando placas rojas. Estas placas estaban más rojas y más hinchadas
en los pliegues debajo de los brazos, detrás de las rodillas, entre las
nalgas y entre las piernas. Le picaban mucho por la noche. Su lengua
estaba cubierta de una capa blanca en el centro. Toda su boca esta-
ba muy roja y sus amígdalas enormes. El jueves, tenía también la cara
roja y su lengua estaba cubierta de pequeñas ampollas transparentes.
Tenía 38 grados de fiebre. El viernes, no tenía más que 37 a 38 gra-
dos de temperatura, menos picores, menos dolor de cuello y estaba
menos rojo. El sábado, por la mañana, tenía 37,2 grados. Seguía
levantándose. Empezó a pelarse un poco, en diferentes sitios. Por la
tarde, se encontraba más tranquilo. Incluso nos ha pedido que le
acostáramos y se ha dormido. Por la noche, hacia las 19h, tenía 37
grados. Le tomé la temperatura los últimos días para asegurarme de
no perder el descenso. En cuanto comió, quiso acostarse. Fui a verle
un poco más tarde. Estaba tan sereno y tranquilo que me extrañó.
Sentí también que estaba más frío. Tenía 36 grados de temperatura.
No había sentido siquiera la necesidad de tomársela. Se había acos-
tado y estaba tranquilo, sin tener que decirle nada. Hasta aquí hemos
llegado, de momento. Le escribiré el resto en breve. Durante estos
días tenía muy claro cuándo quería levantarse o cuándo quería des-
cansar. El día de la erupción, se levantó pero estuvo muy tranquilo.
Sabía también perfectamente cuándo quería pedirme que le hiciera la
espiración concentrada. Es agradable vivir las cosas de esta manera.
Cuando vio que su piel empezaba a pelarse, dijo: “¡Oh, me voy a que-
dar como nuevo!”.

28 de octubre de 1978

He aquí la continuación a mi última carta. ¡Este año está sien-


180 El diálogo del Silencio

do rico en acontecimientos! Empiezo por Bernard.


Después de la espectacular bajada de temperatura que le des-
cribí en aquella carta, Bernard empezó a pelarse. Empezó por la cara:
era como un polvo fino que dejaba marcas rojas parecidas a dartros,
de nuevo un polvo fino y luego nada. Al mismo tiempo, sus partes
genitales comenzaron a pelarse pero en grandes tiras de piel. Fue
bastante impresionante, pero Bernard parecía encantado, porque
decía: “Has visto mi pilila, se está quedando como nueva”. Se com-
paraba con los gusanos, pues acababa de contarle la vida de las
mariposas. Después, todo su cuerpo y sus piernas se han pelado de
la misma manera que su cara. Algunas veces, tenía muchos picores.
La semana pasada, sus manos se han pelado de la misma manera
que sus genitales. Y, hace unos días, ocurrió lo mismo con sus pies.
Desde la bajada de temperatura, se siente muy bien. Duerme mucho
más que antes. En ocasiones, varias veces al día. Cuando está des-
pierto, tiene una actividad intensa, juega, habla mucho, sale afuera y
pinta mucho. Y, de repente, en medio de tanta vitalidad, se para, se
acuesta en su habitación o abajo, y duerme más o menos tiempo,
según le apetece. Algunos días, come con gusto; otros no come prác-
ticamente nada. Sin embargo, durante todo este periodo, ha bebido
abundantemente. Su comportamiento también ha cambiado. Un
tiempo antes de que se declarara esta escarlatina, estaba a menudo
a mi lado y me solicitaba mucho. Yo tenía verdaderamente la impre-
sión de que necesitaba mucha atención. Y durante su escarlatina esto
se intensificó. Por momentos, es muy independiente, emprende él
solo actividades de todo tipo. Y, de repente, vuelve a comportarse
como un niño pequeño. Viene a menudo a refugiarse en mí. Me pide
muchas veces que “le ponga la mano sobre la frente”. Creo que en
los últimos días esto se ha ido atenuando.
Desde que Charles ha nacido, vuelve de vez en cuando a
hacerse pis en la cama, y algunas veces se hace un poco de caca en
los pantalones. Durante su escarlatina, ha dejado de hacerlo total-
mente, para ser precisos, durante una semana. Porque al final de esta
semana, Albert se ha caído de un muro y por ello toda mi atención se
ha tenido que concentrar en él. La noche de la caída de Albert,
Bernard estaba de pie sobre una silla y le estaba desvistiendo. Estaba
tranquilo. De repente, me miró fijamente a los ojos. Sus ojos y toda su
atención reflejaban un inmenso reproche hacia mí y también una cier-
ta aceptación de la situación. Me ha dicho, recalcando bien cada
Itsuo Tsuda 181

palabra: “¡¡¡Bueno….ya no te ocupas de mí, ahora!!! Esto me llegó al


alma, pues mostraba simplemente una situación sobre la que, de
momento, no podía hacer gran cosa. Sentí que comprendía muy bien
que Albert necesitaba mi atención. Pues bien, al día siguiente, volvió
a hacerse pis en la cama…
Tengo también que escribirle lo que ocurrió con Albert. Para mí,
es algo maravilloso, extraño, pero ¡auténtico!
El martes, Albert fue a cenar a casa de su amigo del colegio.
Salió de la escuela y se fue directamente allí. Aprovechando ese
pequeño momento de descanso, me puse a limpiar a fondo la coci-
na. A las 14h todo estaba patas arriba, y Bernard a mi lado, sentado
sobre la mesa. Acababa de despertarse. Charles empezaba a dar
vueltas en su cama (estaba durmiendo la siesta). En ese momento,
una señora llegó consternada y me dijo que Albert estaba herido. Dejé
todo y dije a Bernard: “Bernard, Albert se ha hecho daño, voy a bus-
carlo, quédate tranquilamente donde estás hasta que vuelva.” Yo
estaba muy tranquila y me concentré totalmente en Albert. Me fui
corriendo hasta allí. Me encontré con una situación de pánico. Albert
estaba de pie, con la cara y la ropa cubiertas de sangre, titubeante,
con los ojos desencajados. A su alrededor había entre seis u ocho
mujeres completamente asustadas. Lo vi todo en un segundo. En ese
instante, no tuve más que un pensamiento: Sacar a Albert de ese cír-
culo asustado, llevarle a casa y sobre todo CERRAR MI PUERTA y
quedarme a solas con él. Me lo llevé rápidamente. Lloraba con todas
sus fuerzas, pero tenía la impresión de que esto era debido, sobre
todo, a toda esta gente llena de “buenas intenciones”. (¡Querían lla-
mar a una ambulancia!) De vuelta en casa, Bernard seguía sentado
exactamente en el mismo lugar. Charles se había despertado en su
cama y esperaba tranquilamente. Albert gritaba y decía “mi cama, mi
cama”. Lo coloqué sobre la cama completamente vestido y decidí
acercarme para hacerle la espiración concentrada.
Me empujó violentamente, y en ese momento asistí a algo
asombroso. Se revolcó sobre su cama llorando y diciendo que le dolía
y de repente cogió su almohada y se la apretó con fuerza sobre la
frente. El golpe y la herida estaban en ese lugar, justo en el nacimien-
to del pelo. Estuvo moviéndose mucho, hundiendo su cabeza en la
almohada durante unos 10 minutos. A veces, me preguntaba “¿por
qué me duele?”. Yo le contesté “te duele porque te has caído. Es nor-
mal, eso es bueno.” Contestaba con un poco de inquietud: “¡no me
182 El diálogo del Silencio

he caído!” Me di cuenta, entonces, de que no recordaba nada desde


su salida de la escuela a las 11h.
Yo miraba con atención lo que ocurría ante mis ojos. Me cues-
ta expresar lo que sentí en ese momento: algo tan fuerte, intenso y
bello; miraba, sentía el proceso que vivía Albert. Ya no veía a “Albert,
mi niño.” Veía a través de él algo más fuerte que yo, de manera que,
en ningún momento, sentí miedo por mi hijo. Él tenía tanta fuerza, se
desprendía tanta vida de ese pequeño cuerpo, que todo lo que ocu-
rría en aquel momento me parecía bien y justo. Me sentía como una
espectadora. Después, cuando dejó de moverse, se quedó tranquilo,
muy tranquilo. Me pidió que le quitara la ropa y cerrara las persianas
completamente (tuve, incluso, que poner una manta porque algo de
luz se filtraba a través de la persiana) y después me dijo “ahora, pue-
des poner tu mano.” Al decírmelo, cogió mi mano y la colocó suave-
mente sobre su herida. En ese instante, Bernard entró en la habitación
y me preguntó cuando iba a bajar. Yo le dije entonces “Bernard, tengo
que quedarme al lado de Albert un momento, sola con él. ¿Puedes ir
a ver a Charles?” Me contestó que sí y se fue a la habitación de
Charles y ahí se quedaron los dos tranquilamente en la cama duran-
te una media hora. Durante ese tiempo, hice la espiración concentra-
da. En ese momento volví a sentir lo mismo que cuando miraba a
Albert revolcarse sobre su cama, pero aún más fuerte. Sentí la vida
que había en Albert. Durante un tiempo, sólo sentí eso. Luego se dur-
mió y me fui a ver a Bernard y a Charles. Durmió unas dos horas, se
despertó y vomitó la merienda; volvió a vomitar al final de la tarde y a
las 4h de la mañana. Aparte de eso, dormía. Creo que tuvo un poco
de fiebre por la mañana. Por la noche, le pregunté si podía encender
para ver su herida. Su respuesta fue clara: no. Entonces, no hice
nada. A media noche, sentí mucha curiosidad. Mientras él dormía, fui
a mirarle con una linterna de bolsillo, pero sin tocar. Tenía una costra
enorme con pelos pegados. Parecía que aquello era una buena pro-
tección. Entonces, decidí esperar. Le hice la espiración concentrada
cada vez que me lo pedía. Al día siguiente, por la mañana, hacia las
12h, quiso sentarse en la cama unos 5 minutos. Después se durmió y
hacia las 15h quiso levantarse y bajó a la cocina. Me dijo entonces
“Ahora puedes mirar mi frente.” Miré y ¡¡¡no quedaba nada!!! Volví a
mirar una segunda vez, preguntándome si no estaba soñando, pero
¡no! No quedaba nada… ninguna huella de herida ni costra…
El jueves por la mañana, quiso levantarse y pienso que se forzó
Itsuo Tsuda 183

un poco porque su amigo había venido a verle y a mediodía le dolía


la cabeza. Por la tarde tuvimos que volver a cerrar las persianas y dur-
mió hasta el viernes. A partir de entonces se levantó prudentemente,
sin abusar, y el lunes por la tarde volvió a la escuela. Desde entonces,
ya no le ha dolido la cabeza y está bien.
La pregunta que me hice después de todo aquello fue “¿cómo
y por qué cayó?”. El muro debía de medir 1,50m. A Albert le encanta
subirse a los árboles y tiene un pie seguro. Además, es prudente.
No he comprendido, al ver su herida y el golpe que recibió,
cómo había caído. Las dos únicas explicaciones que tengo son: o
bien cayó hacia atrás y, al no esperárselo, no pudo hacer nada para
amortiguar el golpe, o bien le empujaron. Él no recuerda nada.
La actitud de Bernard y de Charles fue verdaderamente formi-
dable. Permanecieron muy tranquilos y no me requirieron para nada
cuando estaba al lado de Albert.
Además, lo que yo he sentido con Albert es algo completa-
mente nuevo para mí. Algo que presentía un poco, que comprendía
con la cabeza cuando usted hablaba de ello. En aquel momento, fue
una sensación intensa que surgió en mí.
Sin embargo, lo más pesado fueron las reacciones del pueblo.
Algunas personas vinieron a llamar a mi puerta para decirme que
debía llevar a Albert al hospital, etc. Y esto durante toda la semana,
e incluso cuando Albert volvió a la escuela. Su maestra me precisó
que si le llevaba para que le hicieran las pruebas necesarias, ¡¡¡el
seguro pagaría!!! Creía que era cuestión de dinero…
Me preguntaron ¡si yo pertenecía a una secta! Esta persona en
concreto me dijo: “¡Que usted no vacune a sus hijos, que no les de
medicamentos, etc., bueno, lo podemos entender; pero, teniendo en
cuenta que Albert tiene probablemente una fractura de cráneo, que
usted lo guarde en casa no nos parece normal!”
El primer día me tomé la molestia de decir a ciertas personas
que Albert dormía tranquilamente, que estaba bien, y les dije también
que llevar al hospital a un niño en tal estado, era peligroso por el
transporte, la luz, la impresión para el niño de verse en un hospital,
etc. y sobre todo que allí me dirían después de haberle maltratado
bastante “¡ahora, que se quede aquí, pues es importante que no se
mueva!”. Pues bien, toda aquella gente estaba obnubilada por pala-
bras como “hospital, médico”. He observado y, sobre todo, he senti-
do algo: todos ellos tienen un miedo inmenso en su interior y, a la
184 El diálogo del Silencio

menor ocasión como fue el caso, les invade completamente y les


quita toda facultad de juicio. Son unos pobres desgraciados que no
esperan más que una cosa: que alguien les solucione todo. A partir
de ese momento me callé. Cuando dejen de mirar a Albert con ojos
inquisidores para ver si…, verán quizás entonces que está bien y
nada más. Pero me di cuenta de que no iba a ser del todo fácil, sobre
todo en estas circunstancias.
Hace unos días he sentido algo importante con relación a
Albert.
Usted sabe, creo yo, que la relación que tengo con Albert no
es igual que la que tengo con Bernard y Charles. Usted sabe que
siento que Bernard y Charles son como dos pequeñas personas com-
pletas desde su nacimiento, que viven conmigo, a mi lado, y que me
aportan más de lo que me piden.
A Albert siempre lo he sentido como alguien que pide mucho,
mucho, y me angustiaba la sensación de que jamás conseguiría darle
todo lo que me pide.
Pues bien, hace unos días, cuando estábamos juntos en la
cocina, me di cuenta de repente que le sentía como a Bernard y a
Charles. Tenía a mi lado a un Albert completamente nuevo. Pensé
también que, después de lo que hemos vivido los dos, quizás era yo
misma también la que surgía como nueva. Cuanto más lo pienso,
cuanto más pasan los días, más siento que han ocurrido cosas muy
importantes durante este periodo.
Cuando usted nos ha pedido que escribiésemos sobre nues-
tros hijos, lo hice sin hacerme muchas preguntas sobre el porqué de
su petición. Me doy cuenta, hoy día, que cada vez que le he escrito,
me he liberado de cosas muy molestas que cierran el camino del cielo
puro. Ha hecho falta también que ocurriese una cosa tan grave como
la caída de Albert, para que sintiera nada más que dos vidas, duran-
te unos instantes. Momentos que son para mí muy valiosos. Mi carta
se va alargando… y debo pararme.

Aprecio mucho las cartas de esta madre, que son de una sen-
cillez directa, sin rodeos. Me dan la sensación de haber vivido todas
estas escenas de drama de familia, yo mismo. Una sencillez que sor-
prende, teniendo en cuenta el número de personas que son total-
mente incapaces de escribir algo inteligible sobre su propia experien-
cia, en su lengua materna. Para la mayoría de las personas que se
Itsuo Tsuda 185

denominan civilizadas, hoy día, la vida es una cuestión de dinero.


Dejémosles dormir su sueño agitado.
Si a través de los adultos podemos conocer lo que es la socie-
dad, a través de los niños podemos descubrir lo que es la Vida.
Cuando, por mi edad, ya no esté en este mundo, habréis per-
dido sencillamente a un escritor-conferenciante.
Pero al verdadero maestro lo podréis encontrar siempre ante
vosotros, si sabéis mirar. Vuestro maestro y barómetro es el niño.
186 El diálogo del Silencio

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