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HACIA LA FUENTE INSONDABLE DEL

COMPORTAMIENTO INDIVIDUAL
«Occidente ha aportado su valiosa contribución a la humanidad en el
terreno de la evidencia. Hoy nos encontramos en un período de transición,
el siglo de la incertidumbre, donde se recuestionan valores sólidamente
establecidos desde hace siglos.»
La incertidumbre es un plato que no gusta a los paladares occidentales.
Siempre la afrontamos con nuestro racionalismo o huimos de ella con
nuestra «fe». Navegar por los terrenos de lo desconocido sin más brújula
que la propia sensibilidad y el deseo de comprender es quizá la mayor gesta
de este amable y orondo oriental, que supo conquistar el corazón de tantos
europeos.
A lo largo de las páginas de este libro, la incertidumbre llegará al lector
impregnada de los perfumes del lejano oriente, llegará como una suave brisa
refrescante, nunca como un enemigo del que hay que defenderse. Y, sin
embargo, al finalizar estas páginas algo habrá conmocionado las raíces más
profundas de nuestro comprender. Esta suave entrada «por la puerta
trasera» del yo es una rara habilidad sin artificio, sólo comparable a la
fluidez con la que un maestro de Aikido proyecta a un contrario o a la de un
artista deslizando su pincel.
La mejor forma de definir esta deliciosa obra la hizo su propio autor: «Hoy
día presento un esquema que puede permitirnos volver a la fuente: del saber
a lo desconocido, de lo evidente a lo insondable, de la acumulación al
desprendimiento.»
ALFREDO TUCCI
ITSOU TSUDA
LA VIA
DEL
DESPRENDIMIENTO
Escuela de la respiración

Traducción: Héléne Gauriau


Rafael Regaño

Espíritu
Título original:
«La voie du détouillement»
Diseño de portada:
«Grupo ECAT»
© Editions Courrier du Livre
© Edición y traducción española
Editorial Eyras, S. A.
Andrés Mellado, 42
28015 Madrid. Tel. 543 90 77. Fax: 544 63 24
ISBN: 84-85269-75-6
Dep. Legal M-34225-1992

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previo de los editores.
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Madrid.

INDICE
Página

Prólogo ................................................................... 9
I Creer, su proceso ........................................................ 13
n La prisión mental ....................................................... 23
Concepto y no-concepto ......................................... 31
El campo psi ........................................................... 43
El universo cerrado .................................................. 53
La ciencia y el individuo ........................................ 63
El cuerpo se adapta ................................................. 73
La espontaneidad ..................................................... 83
La imaginación actúa .............................................. 91
La visualización ......................................................... 101
Respiración y magnetismo ....................................... 109
El tiempo se dilata .................................................... 117
Inspiración ................................................................ 125
El Ki en el Aikido ..................................................... 133
El Ki en el Aikido (continuación) ........................... 141
La concentración subconsciente ............................... 151
El no-adversario ....................................................... 159
La fluidez del Ki ........................................................ 167
Unirse y separarse ..................................................... 175
La vía del desprendimiento........................................ 183
PROLOGO
Que el lector me disculpe por las imperfecciones que pueda
encontrar en mis escritos, en cuanto a la calidad de expresión.
Escribo en un idioma (francés) que no es mi lengua materna, sino la
de un pueblo que pasa por ser uno de los más exigentes en materia
literaria. Hago todo lo posible por evitar cualquier malentendido y
hacerme comprender, pero por mucho que me esfuerce, mis
posibilidades son limitadas y siempre quedará algún vacío por
llenar.
A decir verdad, no me refiero únicamente a mis posibilidades,
sino a si esto es posible. Me aventuro en el terrero de lo
desconocido, donde el conocimiento más perfecto de la lengua, de
las palabras en sus acepciones, sus matices y su utilización, no
podrá reemplazar la experiencia.
Occidente ha aportado su valiosa contribución a la humanidad
en el terreno de la evidencia. Hoy nos encontramos en un período
de transición, el siglo de la incertidumbre, donde se recuestionan
valores sólidamente establecidos desde hace siglos. Podríamos citar
el proverbio zen «El dedo que muestra la luna no es la luna», pero
esto no resuelve, no obstante, el problema. En el contexto occidental
cuya frontera no cesa de extenderse más allá de una unidad étnica
a medida que se industrializa el mundo, sería bueno abordar esta
cuestión.
En efecto, no hay nada evidente en lo que concierne a los
aspectos del Ki. Cuando se vuelven evidentes, dejar de ser el Ki y se
categorizan. La intelectualización comienza.
Sin embargo, se puede recorrer el camino a la inversa. Se 1 puede
remontar, a partir de formas conocidas, a esta fuente insondable que
determina el comportamiento en el individuo.
Ya he contado esa conocida historia de la aviación. A principios
de siglo, un matemático ha demostrado, con rigor científico, la
imposibilidad de que un objeto más pesado que el aire pudiera
elevarse en la atmósfera. En ese mismo momento, el primer avión
consiguió superar su vuelo de prueba.

Prólogo 9
Aunque es posible describir el desarrollo de estos dos com-
portamientos diferentes, nada explica las causas profundas y
oscuras que han llevado a los hombres a adoptar actitudes opuestas.
Uno de los rasgos característicos de la enseñanza de la tradición
japonesa (no me refiero a la educación moderna a lo occidental) era
la transmisión intuitiva, de hara a hara, sin explicación intelectual,
pudiendo ser esta última más perjudicial que beneficiosa.
En Occidente la situación es totalmente diferente. Nos en-
contramos bajo el imperio del precepto: saber es poder. Tengo que
meterme en la piel de los occidentales para ayudarles. Quieren
saberlo todo antes de emprender cualquier cosa. De momento, sólo
podemos contestar negativamente: «No es ni esto, ni aquello.» Se
sienten perdidos en cuanto se enfrentan a esta decisiva pregunta:
«¿Si no es nada de todo esto, qué es entonces?»
He sacado provecho de mi aprendizaje en la escuela francesa de
sociología, donde he conocido personalmente a dos representantes
ilustres, los maestros Marcel Granet y Marcel Mauss. La sociología,
considerada como ciencia de aplicación en los demás países, no lo
era en Francia antes de la guerra. Se trataba de una búsqueda
totalmente desinteresada, de una confrontación permanente de
valores casi irresolubles. En este sentido es un hecho constatado que
la palabra Ki no tiene equivalente en las lenguas occidentales. Esta
constatación permite situar la civilización occidental en un ámbito
muy particular.
Hoy día presento un esquema que puede permitirnos volver a
la fuente del saber a lo desconocido, de lo evidente a lo insondable,
de la acumulación al desprendimiento.
En cuanto a la utilidad de este trabajo, será el futuro quien lo
dirá.

10 Prólogo
NOTA PARA EL LECTOR
Transcripción de las palabras japonesas.
He adoptado el sistema de transcripción Hepburn, que es el más
utilizado en la prensa en lenguas extranjeras. He aquí las aproximaciones
en ortografía española:
e ........................ e
ei ....................... ei
ai ....................... ai
u ........................ u
ó ........................ oo
gi ....................... gui
ge ...................... gue
shi ..................... shi
chi ..................... chi
tsu ..................... ts como en tsouan
h ............................ siempre aspirada
fu ...................... fu
yu ...................... yu
n final .............. nasal independiente de la vocal precedente

Prólogo 11
CREER
(Su proceso)

El hombre es un animal que necesita constantemente creer en


algo. Ese algo puede ser una religión, una doctrina, el conocimiento,
un método, una práctica o un poder.
No tengo por qué intervenir en la elección de la creencia. Cada
uno es libre de creer en lo que le parezca conveniente. Si embargo,
no puedo dar un valor esencial a aquello que es susceptible de
perturbar la armonía de los tres puntos del vientre, a saber: el primer
punto, negativo; el segundo, neutro, y el tercero, positivo. La razón
es muy sencilla. La armonía de estos tres puntos muestra la
profundidad de la respiración.
Lo que me ha hecho titubear hasta ahora para hablar de estos tres
puntos es el hecho de que su verificación exige el dominio de una
técnica que no está al alcance de todo el mundo. Ninguna
herramienta mecánica nos permite calcular exactamente su valor
respectivo. Lo mismo podemos decir de los maestros catadores de
vino. Ellos son capaces de decir, con la cata, si se trata de un gran
reserva, si es fuerte, con sabor a fruta, suave, equilibrado, con
cuerpo, aromático, etc., y de determinar de qué región, de qué
viñedo, de qué año proviene. El análisis químico, sin embargo, nos
da una lista científica demasiado fría para incitarnos a la
degustación: tal porcentaje de agua, tal porcentaje de alcohol, de
tanino, de glicerina, etc.
El hecho de que no podamos verificar por nosotros mismos la
armonía de los tres puntos plantea un problema, pero pensándolo
bien, el inconveniente no es importante. Conocemos un gran
número de cosas sin haberlas verificado. Sabemos que la Tierra gira
sobre sí misma y alrededor del Sol porque así lo hemos aprendido.

Creer 13
Si no poseemos una técnica adecuada para poder apreciar la
armonía de los tres puntos del vientre, nos es imposible, en cambio,
sentirla intuitivamente.
Cuando nos encontramos ante alguien que tiene el primer punto
positivo, en lugar de negativo, sentimos instintivamente una
resistencia. Uno piensa, por ejemplo: «¿Qué tiene este chico?, ¿por
qué está tan nervioso?» Me siento a disgusto en su presencia.
Alguien que tiene el segundo punto positivo en lugar de neutro
dirá: «Sí, el plato que me prepararon no estaba malo, pero esa
especie de salsa que le acompañaba no me ha sentado bien. He
sufrido toda la noche. Le falta adaptación.»
De alguien que no tiene el tercer punto positivo se dirá: «Ten
cuidado con este chico, hija mía. Es guapo, habla bien. De acuerdo,
pero no tiene nada en el vientre.» Este tipo de reflexión no convence
necesariamente a la hija, y ella pensará: «Papá es un paleto, no tiene
educación. El chico que yo quiero es guapo, es licenciado, tiene
dinero. ¿Qué más se puede pedir? En el vientre tiene todo lo
necesario: el estómago, los intestinos, el hígado, etc. Papá está loco.»
Como mi referencia es la armonía de los tres puntos, puedo
admitir todo, pero a condición de que se respete esta armonía. Si
alguien consigue esta armonía a través de tal o cual 'cosa, o
realizando su trabajo con entusiasmo, o cantando o sin hacer nada,
no tengo nada que añadir. Si el «terreno u organismo» es normal,
eso es lo esencial.
Si la armonía se consigue naturalmente sin hacer nada especial,
es probablemente la mejor de las soluciones. Pero como el hombre
es un animal inteligente, su inteligencia no deja de trabajar y a
menudo en detrimento de su «terreno». Por eso es interesante ver el
papel del cerebro, sede de la inteligencia, en el conjunto de la
actividad humana.
Por esta razón elijo el estudio del grupo cerebral dentro de la
clasificación «Taiheki», es decir, de los tipos de polarización 2 de la
energía. Advierto de antemano que esta clasificación no es
categórica. Uno debe abstenerse de formular generalidades tales
como: es un perro, por lo tanto debe ladrar. Esta clasificación es un
instrumento de trabajo que nos permite profundizar en el
conocimiento del individuo. Está, más bien, opuesta a la
generalización aristotélica. Esta última es muy expeditiva cuando

14 Creer
realiza una representación esquemática del individuo en la vida
social, pero el verdadero individuo se le escapa siempre.
El grupo cerebral se caracteriza, como ya lo he dicho, por la
polarización energética en el cerebro. Esta tendencia va acom-
pañada, además, de la contracción de los tendones de Aquiles, del
peso del cuerpo que recae sobre la punta de los pies, del
endurecimiento de los dos lados de la columna vertebral y del
bloqueo de la primera lumbar. La afluencia de la energía hacia el
cerebro hace que tenga un cuello grueso y largo. La circulación
sanguínea intensificada en la cabeza es beneficiosa para la
longevidad, pues alimenta al mismo tiempo la parte posterior de la
cabeza que, de alguna manera, es la fuente de la vida en los
mamíferos. La vitalidad de un bebé se puede medir por la fuerza con
la cual mantiene su cabeza erguida.
Hacer trabajar el cerebro es un buen método de longevidad. Es
un privilegio reservado únicamente a la humanidad. Así es cómo los
políticos que discuten en el aire contaminado de los salones viven a
menudo más que los campesinos que, sin embargo, respiran aire
puro.
El cuello no es un tubo rígido, se compone de siete vértebras
cervicales encadenadas. El trabajo de los nervios y de los músculos
le mantiene en su posición vertical. Por eso, el cuello pierde su
fuerza y la cabeza cae cuando se tiene sueño.
En el grupo cerebral se observan dos tendencias diferentes: el
cerebral activo y el cerebral pasivo. Son, respectivamente, el tipo 1 y
el tipo 2.
Morfológicamente, los dos tipos se parecen mucho y no es fácil
distinguirlos. Se diferencian claramente en la afectividad. El tipo 1
formula sus ideas para actuar en el exterior, mientras que el tipo 2
necesita recibir la excitación exterior para actuar.
Gracias al uso activo de nuestro cerebro hemos encontrado las
fórmulas de nuestros inventos, de nuestras instituciones. A pesar de
que su efecto beneficioso en nuestra vida es incuestionable, presenta
también inconvenientes cuando se convierte en una polarización
permanente.
Tenemos una concepción esquemática del hombre según la cual
la acción es la proyección de nuestro pensamiento sobre el plano de
la realidad. Es una versión oficial en la cual estamos obligados a
creer, pero no hay nada tan falso sobre el plano de la realidad. Todos
sabemos, más o menos, que no podemos hacer siempre lo que

Creer 15
queremos: nos sentimos perturbados en cuanto pensamos llevar a
cabo nuestro proyecto y hacemos a menudo lo contrario a lo
deseado. Entre el pensamiento y la acción existe una separación que
la filosofía clásica no puede franquear por ser incapaz de tener en
cuenta un factor: el Ki.
En el tipo 1 el exceso de energía sube a la cabeza. Su cerebro, de
alguna manera, le sirve de vertedero. A decir verdad, es ahí donde
la acción llega a su fin. En cuanto encuentra una fórmula justa, todo
su ser se siente satisfecho. Para ponerlo en práctica recurrirá a otra
persona, al no quedarle suficiente energía para más. Critica, pero él
mismo es incapaz de actuar. La frase «haced lo que os digo, pero no
hagáis lo que yo hago» es apropiada.
Es una postura muy confortable para los ancianos a quienes ya
no se les pide hacer nada. Lo importante en el tipo 1 es la idea y no
el hecho. Una vez que está convencido, rechaza todas las pruebas
contrarias. Su opinión es la cristalización de su energía. Por lo tanto,
es obstinado en su forma de ver las cosas.
De ahí que se deje influir por los prejuicios: toma partido en pro
o en contra. Europa se ha inclinado claramente hacia la civilización
del tipo 1 desde el Renacimiento y su historia es una sucesión de
prejuicios que van evolucionando. Galileo fue amenazado de
excomunión. El doctor Harvey, médico de cabecera de la familia real
británica, fue destituido de su función por haber sostenido que la
sangre circula en el cuerpo. A principios de siglo un matemático
demuestra con todo rigor científico que un cuerpo más pesado que
el aire no puede flotar en el aire, y al mismo tiempo el primer avión
consigue despegar del suelo.
El interés de la historia europea está justamente, en mi opinión,
en la constante evolución de los prejuicios y las ideas fijas.
Lo propio del tipo 1 es encontrar fórmulas susceptibles de
generalización. Estructura lógicamente estas fórmulas como fruto
de su actividad cerebral. El tipo 1 es capaz de inventar, sin por ello
ser capaz de realizar su invención.
La noción de ley, tal como se impone en el mundo moderno,
refleja el carácter del tipo 1: abstracto, general, lógico, frío,
determinante.
La excesiva actividad cerebral produce incesantemente en el tipo
1 formas cambiantes de ficciones. Toda creación humana empieza
por una ficción y, en este sentido, la ficción es un elemento

16 Creer
importante de la actividad humana. La ficción, al cristalizarse, acaba
en una idea fija.
El tipo 1 piensa: la mejor marca de whisky es tal. Se siente
satisfecho cuando tiene una botella de esta marca. Está tan
convencido que ni siquiera se percata de la broma de un amigo que
cambia el contenido por un whisky inferior. Si está convencido de
que está de moda llevar una corbata azul con lunares blancos o un
pantalón a rayas oscuras, los llevará tanto en verano como en
invierno, incluso si nadie más los lleva. Es un buen cliente del
método Coué, si está convencido. Puede vivir mucho diciéndose:
esto funciona, esto funciona. Pero si se produce en su subconsciente
una convicción contraría, por ejemplo, si siente que necesita decirse
a sí mismo que todo va bien, es que en realidad todo va mal; el efecto
será desastroso.
En el fondo la receta de longevidad para el tipo 1 no es muy
complicada. Basta con que crea en una idea fija, y en función de esta
idea, repetir regularmente la misma cosa.
En realidad, esta idea fija puede ser cualquier cosa. Como hay un
proverbio japonés que dice que el saké es el rey de los
medicamentos, se siente en plena forma bebiendo saké. Si decide
dejar de fumar, esta abstinencia le procura longevidad. Si cree que
la buena salud proviene de una alimentación regular, a horas fijas,
vigilará su alimentación, calculando las calorías y consultando la
lista del análisis de los valores nutritivos: tal porcentaje de proteínas,
tal porcentaje de... Gozará de buena salud mientras su régimen no
sea perturbado. Si vive en un país donde se come arroz, podrá
reemplazar el arroz por pan, o viceversa, para sentirse bien. Una
idea fija se traduce por una prohibición, por un lado, y una
prescripción, por otro. Si su receta de buena salud es madrugar, se
acostará pronto para cumplir con su idea.
El inconveniente de su sistema es que se sentirá muy perturbado
si le es imposible seguir su idea. Es superado por los
acontecimientos. ¿Qué quiere usted? En esta vida ocurre a veces que
uno no pueda comer a su hora, ni siquiera comer, tener que aceptar
una comilona de Gargantúa, acostarse a las cuatro de la mañana o
soportar cualquier irregularidad.
Decide a veces cosas incomprensibles únicamente como
consecuencia de una idea fija. Opta por la ducha fría para for-
talecerse, tanto en verano como en invierno. Cuando uno es joven,

Creer 17
tal vez, pero pasando los cuarenta años, la ducha fría es un medio
directo para llevarnos a la hemorragia cerebral, pues desensibiliza
la piel y disminuye los reflejos. Se dedica a la halterofilia. No se
puede impedir a los jóvenes entusiasmarse con esta proeza
muscular, pues tienen mucha energía que no saben cómo consumir.
Pero la halterofilia puede tener en un hombre mayor efectos
desastrosos, ya que endurece los músculos y vuelve frágil el cuerpo.
Una pequeña tos puede, si llega el caso, descolocar una vértebra
lumbar.
Se siente probablemente guiado por la idea análoga al sim-
bolismo psicoanalítico de que todo lo que es recto es un símbolo
fálico. Como es más difícil tener los brazos estirados que la boca
abierta, espera ver ahí un signo de virilidad. Pero por desgracia, es
más fácil tener los brazos estirados que mantener el sexo excitado,
pues éste no obedece a nuestra voluntad.
Es difícil disuadir al tipo 1 de su idea fija, pues siempre encuentra
mejores argumentos para defender su idea. Cae enfermo si deja de
creer en ella. Creer en algo es, por lo tanto, una necesidad vital para
él.
El hombre se deja influir con más facilidad por las malas ideas
que por las buenas. La posibilidad de coger una enfermedad
contagiosa nos afecta con más impacto que un vago optimismo. La
mayoría de la gente que padece sordera después del uso excesivo de
estreptomicina es del tipo 1, pues han creído demasiado seriamente
en la tuberculosis.
Si sospecha tener cáncer, no sólo se queda neurótico, sino que le
llegan síntomas similares al de un canceroso. Puede llegar muy lejos
en su creencia. Su imaginación fértil puede suscitar síntomas
patológicos de naturaleza a menudo indeterminable. Se lanza a una
verdadera carrera de la imaginación que puede eventualmente
conducirle a un final bastante trágico. Es necesario cambiar la
orientación de su idea fija, pero un argumento ordinario no es
suficiente para él, pues él puede inventar otro mejor para defender
su creencia.
Una persona de este tipo oyó, durante una publicidad en la
televisión, que la vitamina C es beneficiosa para la elasticidad de la
piel. Pensó: mi piel no debe ser muy elástica, porque no he tomado
vitamina C. En efecto, su piel se volvió áspera, conforme a su
creencia. Se puso a comer pomelos, hasta diecisiete de una sola vez,
pero su piel no mejoraba.

18 Creer
Noguchi le dijo: «El exceso de vitamina C estropea la piel. Su piel
se ha estropeado porque ha comido demasiados. Deje usted de
comerlos desde ahora.» Efectivamente, cuando dejó de comerlos, su
piel se volvió elástica.
—¿Esto era, de verdad, debido al exceso?
—Exactamente.
En realidad, no era nada cierto. Mientras creía en la penuria, su
piel permanecía áspera. Pero la pequeña frase de Noguchi ha
cambiado totalmente su idea fija: se trataba del exceso, no de la
penuria. En el fondo a Noguchi no le importaba, en absoluto, saber
si se trataba de vitamina C o de otra cosa.
Aquí es donde interviene lo que yo llamaría el «lenguaje sub-
consciente». Es un lenguaje que afecta, no al consciente, sino al
subconsciente. Si afecta al consciente, provoca discusiones. Si afecta
al subconsciente, la idea fija cambia de orientación.
La inteligencia humana es un arma de doble filo. De la misma
manera que nos puede servir, también nos puede conducir a la
destrucción. Cuando se adopta una idea fija a escala nacional bajo la
forma de una ley, puede tener consecuencias muy graves. La
vacunación jenneriana, introducida en el Japón hace un siglo, se
aplica obligatoriamente a los niños en una edad en la que son
particularmente vulnerables a sus consecuencias negativas. Cada
año, miles de bebés son sus víctimas.
La O.M.S. reitera sus advertencias al gobierno. Pero una vez que
la ley es ley, no es fácil cambiarla. La ley es dura, pero es la ley.
Intento consolarme diciéndome que Japón no es el único país que
sufre leyes similares.
A escala individual todo es más fácil, pues uno puede actuar
sobre el subconsciente. El uso de los placebos es muy indicado para
el tipo 1 porque es particularmente sensible a la idea y no al
contenido real. Todo depende de la manera de presentarlos.
No se puede impedir a las personas del tipo 1 que tengan una
imaginación demasiado desbordante. Así están hechas. Si intentan
contener su imaginación, tienen aún más como efecto contrario.
El principio adoptado por Noguchi para minimizar el daño es el
de darles juguetes anodinos para fijar sus ideas. En el fondo es el
mismo principio utilizado cuando se lleva un amuleto. Si embargo,
se distinguen, el uno del otro, en dos puntos.

Creer 19
Antes Noguchi decía a las personas del tipo 1: «No hay que
comer brotes de bambú. No hay que comer judías “édama- mé”.» Lo
decía justo en el momento en que se empezaban a comer como
delicias de la estación. Infaliblemente, la gente protestaba diciendo
que no era posible. Pero cuando se ponían a comerlas, caían
enfermas. Eso jamás les había ocurrido antes, pensaban. Pero en
cuanto volvían a comerlas, sufrían irremediablemente. Más tarde,
cuando descubrían que se trataba de puras bromas por parte de
Noguchi, se sentían molestas. Esto no impedía que cada vez que
intentaban comerlas, las perturbaciones aparecían. Una vez que la
idea ha penetrado en el subconsciente, sus efectos duran toda la
vida, sean cuales sean los argumentos en contra.
Noguchi ha experimentado también con las «azuki», judías rojas.
Una persona sintió molestias en el aparato digestivo.
—¿Qué ha comido usted?
—He comido unos «monaka».
—¿Qué hay en los «monaka»?
—Ah, sí. Es verdad. Hay unas «azuki».
El monaka es una especie de pastel, hecho con gofres rellenos de
mermelada de azuki. La persona en cuestión pensaba haber comido
sólo un dulce. Pero su subconsciente supo discernir la presencia de
judías prohibidas y tomó las medidas necesarias para provocar las
consecuencias.
Vuelvo al tema sobre las dos diferencias mencionadas ante-
riormente. Primero, la calidad de la acción es totalmente diferente
según se trate de fetichismo o de un lenguaje al subconsciente. En el
caso del fetichismo hay que tener en cuenta la interpretación de la
cosa, la importancia que se le da; en fin, hay toda una cuestión de
afectividad.
Sus efectos no son obligatoriamente los mismos. En el caso del
lenguaje subconsciente, la idea infiltrada en el mismo actúa
necesariamente, se quiera o no.
Segundo, Noguchi ha buscado, sobre todo, los efectos des-
tructores más que los beneficiosos. Pero el daño no es importante.
Basta, con que se abstengan de algunas cosas buenas en ciertos
momentos del año.
Se trataría, por lo tanto, no de amuletos, sino de «lunares», esos
trozos de tafetán negro que las damas de antes se ponían sobre la
piel para realzar su blancura.

20 Creer
Es un tributo que se paga a la inteligencia, pero el precio no es
muy elevado. Cuando se piensa que se puede salvar así la integridad
del «terreno», realmente no es muy caro.
El lenguaje subconsciente que utiliza Noguchi es técnico; por lo
tanto, no está al alcance de todo el mundo. Pero todo el mundo
utiliza más o menos esa especie de lenguaje, sin saber exactamente
los efectos que puede tener sobre sí y sobre los demás. Volveré sobre
este tema más adelante.
El grupo cerebral, tipo 1 y tipo 2, es capaz de seguir el en-
cadenamiento de las ideas. A las personas de este grupo les encanta
la lógica. Pero lo lógica, tal como se aplica actualmente en la vida
social, es un producto del siglo XIX. Ha sido elaborada
paralelamente a la física de Newton. Es perfecta en sí misma, pero
no cubre toda la realidad humana. No nos permite distinguir el lobo
disfrazado, de abuela.
En este sentido, la lógica incomprensible de la física moderna
puede estar más cerca de la realidad humana que la de la física
clásica.

Creer 21
II
LA PRISION MENTAL
Como ya he dicho, el tipo 2, cerebral pasivo, se parece
morfológicamente al tipo 1, cerebral activo.
Sin embargo, la tensión cerebral se refleja distintamente en uno y
otro. Mientras en el tipo 1 la tensión endurece los músculos cervicales,
en el tipo 2 repercute en el externoclei- domastoideo. Si bien una idea
fija puede provocar una reacción que permanece sólo a nivel de ideas
en el tipo 1, una tensión cerebral provoca para el tipo 2 la excitación
diencefálica y se refleja en los órganos inervados por el neumogás-
trico.
Que se preocupe de lo que tendrá que decir a sus colegas durante
una reunión, o cómo pagar sus deudas a final de mes, o de una posible
neurosis o cáncer, su reacción será siempre la misma: o su estómago
se endurece hasta llegar a sentir una placa de hierro, o su corazón
palpita.
Si bien es una persona ultrasensible en el corazón y estómago, lo
es mucho menos en todo lo demás. Si se le hace una experiencia de
sugestión como la siguiente, por ejemplo: colocarle las dos manos
delante de la cara y decirle que se van acercando y separando cada
vez más. Normalmente las manos se acercan y separan siguiendo la
sugestión. Pues bien, en el tipo 2 no se mueven casi nada.
Sin embargo, su sensibilidad concerniente al corazón sobrepasa en
mucho la de otros tipos. Noguchi intentó hacer varios test.
El primero:
—Vaya, su pulso salta cada cuarta vez. Pruebe usted.

La persona en cuestión toma su pulso y efectivamente siente,


aunque sigue normal, un pequeño salto cada cuarta vez. A partir de
este momento su pulso empieza a saltar realmente como se le ha

La prisión mental 23
dicho.
Otro test:
—¿Su corazón late, de vez en cuando sin ninguna razón?
Le escucha ofendido y responde:
-—No, no palpita.
—Es curioso.
—Vaya, Sensei; efectivamente palpita.
—¿Verdad?
Esta expresión «es curioso» penetró en su subconsciente, y su
corazón empezó entonces a palpitar sin ningún motivo. En el fondo,
lo curioso es más bien, que su corazón haya palpitado sin ningún
motivo; sin embargo, su subconsciente ha comprendido: «No es
normal si no palpita y fielmente ejecutó la orden.»
Noguchi tiene una facilidad extraordinaria para deslizar esas
palabritas en una conversación corriente, sin que el interlocutor sepa
que se trata de una sugestión o de un lenguaje subconsciente. Todo
esto después incluso de haber explicado claramente todo el
mecanismo. >
La angustia sin motivo se puede aplicar al tipo 2. Su cara, sus
manos y sus piernas se ponen rígidas antes de que su cerebro sepa el
porqué. Si practica un poco de gimnasia cerebral, por ejemplo,
pensando cómo cambiar la disposición de los muebles en la
habitación, su estómago empieza ya a tener un exceso de ácido
gástrico. Si este fenómeno se repite acabará por tener una úlcera de
estómago. El no es responsable de la úlcera. El verdadero responsable
es su cabeza. ¡Pobre estómago!, sirve simplemente de cabeza de turco.
Aunque se opere con éxito, no por ello va a cambiar la tendencia
fundamental del individuo.
He conocido a un antiguo ciclista. Tiene los huesos del fémur más
largos que los de los demás, característica del tipo 9, igual que Eddy
Mercx, y eso constituye una gran ventaja para un ciclista. Pero
también tiene una tendencia del tipo 2, por lo que cuando la tendencia
del tipo 9 domina, es un buen corredor, pero cuando domina la del
tipo 2, todo está perdido.
He aquí lo que él me ha contado:
A la edad de diecinueve años empieza a pedalear siguiendo un
consejo médico. Por lo tanto, empieza a practicar el ciclismo por
cuestión de salud. Participa en carreras mixtas para amateurs y
profesionales; así durante seis años y un buen día obtiene una victoria

24 La prisión mental
sensacional.
Decide participar en una carrera de montaña de 23 km. Se
encuentra de vacaciones y para dirigirse a la salida hace 40 km. en
bicicleta, cosa totalmente insensata desde el punto de vista del sentido
común, pues habrá gastado así dos veces más energía antes del
comienzo de la carrera. Pero la energía del hombre no es comparable
a la energía mecánica cuya cantidad se mide objetivamente, sino que
es un conjunto complejo de disposiciones psíquicas y físicas. Desde el
principio de la carrera se coloca en cabeza, intenta dos escapadas,
pero se queda en el pelotón durante 3 km. Intenta de nuevo una
tercera escapada, pensando que los demás no le seguirán, ya que es
demasiado pronto. Este día se siente relajado, en buen Kimochi y
capaz de llegar hasta el final. A mitad del recorrido, dos o tres
corredores intentan alcanzarle y eso no hace más que darle alas.
Termina la carrera con tres minutos y cuarenta segundos de ventaja.
Ya es un profesional.
Pero la suerte desde entonces no le sonríe. Su tensión cerebral le
impide comer antes y durante las carreras. He aquí un ejemplo de un
fracaso que le ocurrió. En una escapada, a 5 km. de la llegada, se
adelanta 200 ó 300 metros, distancia que mantiene hasta los 30 metros
de la llegada. Su victoria está casi asegurada. Pero entonces llega la
catástrofe. Oye ruidos de ruedas y cambios de velocidades. De golpe
siente que todo su cuerpo se vuelve rígido y sus piernas flaquean. A
15 metros de la línea de llegada, una veintena de corredores le
alcanzan y le pasan en sprint. Al cabo de dos años abandona el
ciclismo.
Un día me hizo un regalo, se trataba de un dibujo suyo, y me
preguntó que le dijese francamente mi opinión al respecto. Le dije:
«Se encierra usted en una cárcel imaginaria que usted mismo se ha
construido y le atormenta cómo salir de ella.»
Ya lo sabía él antes de que se lo dijera.
—Algunas veces siento mi otro yo que me mira y me dice: ¿Por
qué te quedas ahí? Es ridículo. Déjate de tonterías.
Pero en cuanto intenta salir, recae en otras complicaciones cada
vez más graves. Se encuentra en una situación embarazosa.
En otros momentos todo va bien, sin problema y sin esfuerzo. Para
él alternan dos tendencias que dominan según los momentos. Cuando
es del tipo 9 siente una energía casi inagotable. Se siente libre. Cuando
es del tipo 2, está rígido y acomplejado.

La prisión mental 25
El tipo 1 desconoce todas estas angustias físicas. Es capaz de
afirmar, concluir y ser intransigente en su opinión porque todo
transcurre en su cerebro sin resistencia exterior. El tipo 2, en cambio,
no puede mostrarse tan seguro porque conoce las perturbaciones que
trae la tensión cerebral. No llega a la conclusión, acepta y soporta la
influencia de los valores establecidos.
Un joven padece diarreas crónicas. Un día, ojeando una revista
médica, cae sobre un artículo escrito por el doctor Futaki, que dice:
«El arroz blanco no tiene ningún valor nutritivo. El consumo
permanente del arroz blanco es la causa de numerosas enfermedades.
Es necesario comer arroz integral.»
Fascinado por este argumento, empieza a comer arroz integral, y
como por encanto la diarrea desaparece. Pero, muy preocupado por
su salud, sigue ojeando revistas médicas y se encuentra otro artículo
escrito por otro doctor que defiende una tesis diametralmente
opuesta a la del doctor Futaki: «El arroz integral es malo para la salud,
por esto y por lo otro...» Nada más terminar de leerlo, la diarrea
reaparece.
En el mundo de los hombres la parte que representa la actividad
cerebral es extremadamente importante. Las cosas no son tal como se
ven. Dependen en gran parte del valor que se les atribuya. Una misma
cosa puede, según los casos, ser una medicina o un veneno.
El hombre no para de crear valores nuevos y después se las apaña
para caer preso de sus propias creaciones.
Pero, como en la Bolsa, los valores cambian. El criterio de la belleza
femenina cambia, al igual que el largo de las faldas. La evolución de
los valores crea una moda particular a cada época. Hubo un tiempo
donde se le daba mucha importancia a la vitamina B, luego fue
desplazada por la vitamina C. La gente la toma tanto que acaba por
tener cálculos en los riñones. ¡Los riñones tienen un límite en su
capacidad de eliminar el exceso!
También se recomendaba imperativamente para el buen
funcionamiento del estómago comer nabos rallados, pues éstos
contienen diastasa. Los como también porque me gusta su sabor
irreemplazable. Es uno de los condimentos que más me gustan en la
cocina japonesa. Los como por su sabor y no por la diastasa, ni por el
estómago; por lo tanto, aunque cambiara la teoría, yo seguiría
comiéndolos. Se recomendaba no beber agua fresca sin hervirla.
Antaño estaba de moda llevar el «hara- maki», cinturón de franela

26 La prisión mental
que se colocaba alrededor de las caderas para proteger el vientre de
los enfriamientos. La idea proviene seguramente del hecho de que
cuando se tiene diarrea, el vientre se enfría. A decir verdad, si se enfría
el vientre es un proceso natural para acelerar la eliminación de los
alimentos no asimilables. Por lo tanto, la sabiduría del cuerpo cumple
su misión. Pero alguien tuvo la idea inversa; el calentamiento del
vientre podría impedir la diarrea. Si se impide la diarrea, ¿qué se hará
con los alimentos no asimilados? Se guardarán en el vientre, lo que
mantendrá a los intestinos en un estado precario de irritación. Por esta
razón se necesita un protector. Una vez metidos en el círculo vicioso
no se sale fácilmente.
Muchas personas de Odawara, pequeña ciudad situada a 100 km.
al oeste de Tokyo, llevaban el «haramaki». Noguchi les decía durante
una técnica:
—¿Odawara? Está en el campo, ¿verdad?
No tardaban en quitarse su «haramaki».
Los ciudadanos de las grandes urbes sueñan con ser campesinos,
pero a los campesinos no les gusta ser tratados como tales.
Es interesante ver que la idea dominante de cada época queda
anclada en las localidades provinciales como los resi- dúos arrojados,
sobre las orillas de un río durante las grandes crecidas. En el hombre,
la tensión cerebral es la que acoge estos residuos, en este caso los
valores establecidos, y los conserva.
El hombre es un animal social. Como se vive en la sociedad, hay
que dar más o menos importancia a los valores establecidos, sino la
vida social se volvería imposible.
Una vaca, por ejemplo, no conoce el valor de los billetes. Con toda
indiferencia pisará con sus pezuñas los billetes y vosotros seréis los
que tendréis palpitaciones.
El apego a los valores establecidos es particularmente fuerte para
el tipo 2. No puede deshacerse de la influencia de ciertas ideas, a pesar
de los inconvenientes que le crea. No basta con decirle: "Libérese de
esa idea. No es más que una idea que usted se ha forjado.» En
realidad, no hay nada. Prueba de ello, esto. Prueba de ello, aquello...
Dirá: «Sí, pero...» Sigue con la idea, pues la tensión cerebral provocada
por la idea repercute inmediatamente sobre su cuerpo. La idea de
suciedad, para él, no se queda simplemente en una constatación. Le
provoca realmente ganas de devolver. Cuando siente miedo, tiene
realmente la carne de gallina.

La prisión mental 27
Por eso, cuando se cambia el valor que él atribuye a las ideas, este
cambio puede repercutir sobre el cuerpo. Recurrir a los argumentos,
como se suele hacer, no sirve para nada en este caso. Es necesario
insistir sobre las prohibiciones y las prescripciones.
Hay que imponer la idea siguiente: «Mientras haga esto, es- tárá
así.»
Con este fin será bueno utilizar las publicaciones médicas donde
abundan indicaciones de este estilo: «Lea tal o cual página de este
libro.» Todo lo que viene impreso le impacta más que una simple
palabra; la transformación se realizará conforme a las indicaciones.
Una persona del tipo 2 sufría de úlcera de estómago. Tomaba sin
cesar gelatina y toda clase de medicamentos, probando unos y otros.
Noguchi le dijo: «La úlcera de estómago ya-no está de moda. Si usted
quiere estar enfermo, no hay nada como la gota. La gota es la
enfermedad de los reyes. Para tener la gota es necesario llevar
verdaderamente una vida de lujo. La úlcera es una enfermedad de
pobres. Comiendo cosas incomestibles se destroza el estómago.»
Y entonces empezó a tener los síntomas descritos en el libro. Sus
dedos se doblaban con dificultad. El cambio de valores se había
operado. Había olvidado completamente su úlcera o su cáncer. Ya ni
hablaba de ello. Se ha especializado en el lujo.
El hombre es el único animal que utiliza su cerebro de manera
intensiva y exclusiva. Merced a su actividad hemos creado valores
inexistentes al estado natural. Hemos formado un ideal de hombre tal
como debería ser. Pero el hombre tal cual difiere ampliamente de este
último.
En lugar de servirnos de nuestro cerebro, somos frecuentemente
avasallados por él. Nuestra lógica data del tiempo en que la
causalidad física se imponía como una verdad inmutable. Nuestro
conocimiento del hombre es el resultado de la suma total de los
aspectos seccionados de su conjunto. Es, por así decirlo, la geometría
del hombre. El hombre es como algo estático. Desde el punto de vista
del Seitai, el hombre representa una modalidad de movimiento,
particular de cada individuo.
Una serpiente sólo puede avanzar torciendo su cuerpo. El caballo
avanza de frente y no puede desplazarse de lado a menos que haya
recibido un entrenamiento especial. La diferencia del movimiento se
debe a una estructura corporal distinta. En el hombre la diferencia
estructural no es tan grande, pero existe. Como ya he dicho, existen

28 La prisión mental
cuellos gruesos o finos, fémures largos o cortos. Tendré la ocasión de
volver sobre el tema más en detalle.
Debería hablar de diferencias de terreno en lugar de diferencia
estructural. La diferencia de terreno se refleja en el comportamiento,
la mentalidad, los andares, etc. En el caso del hombre, todo acto
consciente va precedido por algo.
Este algo indefinible no puede ser comprendido ni por la
psicología donde el cuerpo está ausente, ni por la fisiología, donde lo
mental está ausente. Existe antes de la separación del alma y el
cuerpo.
Es posible que la descripción que acabo de realizar sobre el grupo
cerebral pueda escandalizar a bastantes europeos, pues pueden sentir
una ofensa a la infalibilidad de la inteligencia. Existe un ámbito donde
la inteligencia no interviene: el sueño.
Me abstengo de extenderme sobre el aspecto teórico del sueño, tal
como la naturaleza de este fenómeno, o la función o la finalidad de
esta actividad física. Subrayaré simplemente que el sueño no es
independiente del terreno donde se produce y que refleja el estado de
este terreno.
En el grupo cerebral el sueño corresponde a un fenómeno de
sublimación cerebral. Entre el tipo 1 y el tipo 2 la diferencia se
manifiesta por el contraste entre el activo y el pasivo. El tipo 1 sueña
con volar por los aires, nadar en el agua, perseguir a alguien con un
bastón o tirarse al agua. El tipo 2, sin embargo, sueña con ser
perseguido, atacado,, con tropezar, caer en un agujero, precipitarse
por el vacío, etc. Son sueños que endurecen el vientre.
Si una mujer sueña con tirarse al agua, esto corresponde en este
caso a un deseo de embarazo. El vuelo por los aires revela el deseo de
un acto sexual.
El grupo cerebral se acuerda de los sueños. El tipo 1 recuerda
exactamente las formas y el desarrollo de los acontecimientos.
Algunas veces se acuerda también de los colores. El tipo 3 recuerda
los colores, pero la forma y la sucesión de las ideas se le escapan. El
tipo 5 y el tipo 7 olvidan sus sueños.
El caso del tipo 9 sobrepasa el marco ordinario del sueño, pues
confunde el sueño y la realidad.
Así es muy posible que una mujer del tipo 9 diga a su marido: «Te
paseabas con una mujer bonita y fingías no reconocerme cuando te
hice una seña.»

La prisión mental 29
Por mucho que proteste el marido de su inocencia preguntándole
cómo, cuando, dónde, con quién, sus argumentos serán ineficaces
para hacerla salir de su sueño. Es posible que se pase toda la mañana
refunfuñando y que mantenga a su marido en una atmósfera de
acusación.

III
CONCEPTO Y
NO-CONCEPTO
En la práctica del movimiento regenerador hay un ejercicio
llamado «respiración por las manos». Se juntan las dos manos delante
de la cara y se inspira por la punta de los dedos, y se espira o bien por
la punta de los dedos o bien por las palmas. ¿Es posible respirar por
las manos? No lo sé. Pero digo, hacer como si esto fuera posible.
Además esta respiración se visualiza, es decir, se representa
mentalmente. No se trata de inspirar y espirar ruidosamente por la
boca, se respira normalmente. A medida que la concentración se
intensifica, la respiración se vuelve tranquila y profunda.
Juntar las manos es ya un medio para facilitar la concentración. No
es, por lo tanto, una condición absoluta. Doy esta capacidad a la gente
que admite honradamente el hecho de que están lejos de alcanzar la
concentración deseada. La concentración en este ejercicio es de
carácter neutro y no tiene otra meta que la concentración en sí misma.
Al cabo de algún tiempo cada uno constata que, en efecto, las
manos han cambiado. Se vuelven manos que respiran. Poco a poco
esto es tan natural que ya uno no se hace más preguntas. Lo que yo
pido es el acto y no la explicación del hecho.
Esa actitud, sin embargo, no satisface el espíritu occidental, sobre
todo cuando uno no tiene la experiencia directa. La falta de
explicación desconcierta a menudo a los europeos dominados por el
deseo de encontrar un sistema de referencia antes de todo acto. Tengo,
por lo tanto, que dar mi opinión; si no, harán tantas interpretaciones
que pueden alejarnos de la verdad.
La palabra «respiración» que he adoptado para representar la
palabra Ki, no significa respiración. Mis tentativas de explicación
en artículos precedentes son suficientemente claras, aún siendo

30 La prisión mental
suficientemente oscuras para entendernos al menos sobre este
punto.
La necesidad de comprender, clasificar en un sistema de re-
ferencia, ha llevado a la gente a equivalentes en su vocabulario:
magnetismo, fluido, impulso vital, libido, y ahora tendríamos que
añadir el «psi» de la física y el «psi» de los parapsicólogos
investigadores.
La evolución del pensamiento occidental en este campo es
extremadamente interesante, pero antes de entrar a examinar esta
evolución deseo precisar algunos puntos que me parecen
esenciales.
Primero, el Ki no es una idea obtenida después de un esfuerzo
intelectual de inducción. El Ki es primario. Es lo que sentimos
anteriormente a toda reflexión. Es también lo que nos hace actuar y
reaccionar, voluntaria o involuntariamente, consciente o
inconscientemente. Sobre este punto de vista, todo el mundo tiene
Ki, sin que ello dé lugar a discusiones sabias para saber si existe
como sustancia o como ondulación. Es un término neutro utilizado
para constatar un estado. No es un concepto que analizamos y
generalizamos. Es un no-concepto.
Este término neutro permite colocarnos sobre un punto de vista
intuitivo. Es, por lo tanto, intelectualmente hablando, una » posición
muy ingenua. Pero tiene la ventaja de liberarnos de cualquier
preocupación teórica para ponernos en contacto con la experiencia
inmediata.
El Ki puede ser de todas las formas: tranquilo, agitado, irritado,
alegre, triste, agresivo, amable, dulce, melancólico, abierto, cerrado,
acogedor, hostil. Puede ser dirigido, concentrado localizado,
polarizado, dispersado, bien repartido o bloqueado.
No se trata, por lo tanto, de un poder oculto que tendrían
algunos individuos dotados. El Ki se constata a través de hechos
muy comunes.
Un día un hombre pasaba por una calle al lado de una gran
tienda en Tokio. Llevaba cogido de la mano a su hijo
cuando vio un objeto caer desde muy alto sobre ellos. Su hijo gritó:
«¡Papá! ¡Cuidado!, algo cae», e intentó tirar de él. Pero su padre no se
movió, estaba totalmente absorto en su cálculo matemático: «Si un
objeto cae de esa altura, ¿cuál será su velocidad al llegar al suelo?»
El objeto le hirió, pero su hijo se salvó a tiempo, soltando la mano

Concepto y no-concepto 31
de su padre. Nunca comprendió por qué su padre se había quedado
ahí, tontamente.
Cuando el Ki está localizado en el cerebro, este último trabaja, en
detrimento del resto del cuerpo.
El Ki es intenso cuando uno es joven. Se debilita con la edad. Ya
no existe a la muerte.
Partiendo de este fundamento no intelectual, sino intuitivo y
directo, el desarrollo del Ki en las artes japonesas toma un cariz muy
distinto al de occidente en su tendencia actual: la búsqueda de la
verdad abstracta y general.
En el aprendizaje de un arte japonés siempre se habla del «kokyu»,
que es el equivalente propiamente dicho de la respiración. Pero esta
palabra significa también habilidad manual, para hacer algo, maña.
Cuando no se tiene «kokyu» no se pueden llevar a cabo las cosas de
una manera satisfactoria.
Un cocinero necesita del «kokyu» para utilizar correctamente su
cuchillo, y le ocurre lo mismo al obrero para con sus herramientas. El
«kokyu» no se explica, se adquiere.
De joven vi a un obrero trabajar con su destornillador sobre
máquinas oxidadas. Yo intenté desatornillar, pero fue en vano, dado
su estado de oxidación. A él no le planteaban ningún problema,
desatornillaba fácilmente no porque fuera más fuerte, sino porque
tenía el «kokyu».
Cuando se adquiere el «kokyu» se tiene la impresión de que las
herramientas, las máquinas, los materiales hasta entonces
«indomables» se vuelven de repente dóciles y obedecen a su mando
sin oponer resistencia.
El Ki, el «kokyu», la respiración, la intuición, he aquí los temas
alrededor de los cuales giran las artes y los oficios del Japón.
Constituyen el secreto profesional y no es porque se quiera guardar
como patente de invención o como receta de medio de sustento, sino
porque es intransmisible intelectualmente.
La respiración, palabra maestra, es el secreto supremo del
aprendizaje.
Los mejores discípulos son los únicos que lo consiguen después
de años de esfuerzos constantes.
Se dice que un maestro de arte marcial al cual ladran los perros no
es un buen maestro. Los franceses saben hacerlos callar dándoles un
terrón de azúcar. Es una astucia, un truco, pero no es el «kokyu»,

32 Concepto y no-concepto
respiración, que es otra cosa.
En el M.R. (movimiento regenerador) hacemos lo contrario de la
tradición: empezamos por el secreto supremo, sin preámbulo.
El Ki, como se acaba de ver, no ha sido objeto de una búsqueda
académica. Pero a modo de postulados científicos intento formular
algunos principios elementales:
Primero: El Ki precede a todo fenómeno vital.
Este postulado nos invita a conceder una gran importancia a este
campo oscuro, invisible, todavía flotante, anterior a todo hecho
consumado.
Nos conduce a un punto de vista fundamentalmente diferente al
del hombre anatómico.
El hombre no es concebido como un conjunto de diversas partes
y órganos, sino como un todo, como proyección en el plano
fenomenal de una unidad invisible.
Este unidad invisible no es algo oculto o mágico. Es incluso
verdaderamente corriente. Cuando reconozco a un hombre como, por
ejemplo, Marc, yo no hago el inventario de las distintas partes de su
cuerpo. Si pierde un brazo o las 2 piernas, si se le quita el estómago ó
el apéndice, no deja de ser Marc. No es por ’ello que tengo ante mí
una fracción de Marc. Este mismo Marc existía ya desde la
fecundación del óvulo en el vientre de su madre, aunque aún no tenía
ni cabeza ni piernas, ni siquiera un nombre. Es esta unidad invisible
que trabaja a lo largo de la vida del individuo absorbiendo, en la
medida de sus necesidades, lo que le es necesario y rechazando lo que
le es inútil.
La ciencia enumera los elementos necesarios para mantener la
vida: el aire, el agua, diversos minerales, las vitaminas, etc.
Son necesarios, pero no suficientes. Cuando la unidad invisible ya
no trabaja, y el Ki desaparece, ya no se absorben estos elementos. Es
por eso que morimos, aunque estemos en el aire más puro, con el agua
más potable y con los alimentos mejor escogidos.
El reconocimiento de esta unidad invisible no es del dominio de la
ciencia, sino de la filosofía.
Segundo: El Ki es contagioso.
Se sienten, por ejemplo, diversos estados del Ki que se manifiestan
entre los individuos: la calma, la agitación, el nerviosismo, la alegría,
la melancolía. Se sabe que estos estados afectan a las personas que se
encuentran en la zona de influencia, pero esta transmisión no se

Concepto y no-concepto 33
produce como en una relación de causalidad. No existe ninguna
certeza mecánica. Cuando se-siente, se siente. Es más que una certeza.
En el momento en que se quieren probar los estados del Ki apoyándo-
se sobre piezas de convicción, entonces todo se desnaturaliza.
André trabajaba en el mismo despacho que yo en Tokio y se me
adelantaba de vez en cuando para ir al servicio. Cada vez que iniciaba
este gesto me decía, en una postura de alivio, y lanzándome una
mirada maliciosa:
—Sabes, se dice que un buen perro hace mear a otros siete.
Es un buen perro, lo reconozco. Quizás lo sea yo también, porque
el número de personas que hago bostezar desde que estoy aquí
(europa) sobrepasa ampliamente las siete.
Creo que estas observaciones preliminares bastarán para situar un
poco esa cuestión del Ki, en relación con las ideas occidentales.
Queda por saber cómo estas ideas occidentales han evolucionado
a lo largo de los últimos siglos.
El apogeo del racionalismo occidental se sitúa en la primera mitad
del siglo XIX. Después de despegarse de la cosmogonía teológica, la
ciencia ha encontrado por fin su sistema de explicación del universo.
La física de Newton se ha convertido en un edificio monumental cuya
perfección iguala a la del Parte- nón. El hombre ha adquirido el
conocimiento de las «leyes de la naturaleza». Capacitado en este
conocimiento, podrá suscitar a voluntad fenómenos que
antiguamente atribuía únicamente a la buena voluntad de un ser
supremo. Ha dejado de ser pasivo, ya que su poder le permite intentar
la conquista de la naturaleza cuyos secretos ha descubierto ya. La
física estaba en la cabeza del pelotón, las otras ciencias seguían su
ejemplo. La causalidad es la regla gramatical que esclarece el sentido
del misterio.
El clima de esta época explica algunas tendencias que prevalecen
aún entre los occidentales: la búsqueda del conocimiento, el deseo de
poder por medio del conocimiento intelectual.
La física de Newton nos ha revelado el mecanismo de un universo
en el cual ningún fenómeno se produce sin que haya una realidad
tangible que le provoque de una manera directa. Es la ley de la inercia.
De ahí se deduce que debemos excluir toda posibilidad de una
interacción a distancia si uno quiere evitar hacerse llamar brujo.
Sin embargo, existen fallos en el sistema newtoniano. Para
empezar es imposible explicar lo que es el magnetismo. Es una

34 Concepto y no-concepto
interacción a distancia. Vaya mentira más grande, tan grande que ni
siquiera se cuestiona, es la gravitación. Cuando Kepler sospechó la
posibilidad de tal interacción, Galileo lo rechazó como si fuera una
fantasía oculta. El genio de Newton fue preciso para hacerla aceptar.
Dijo: «No hago hipótesis.» Pero, ¿hay acaso mayor hipótesis que la
gravitación?
El universo newtoniano es un pequeño sistema con el Sol ,en el
centro y algunos planetas gravitando a su alrededor, pequeño con
relación al universo tal como lo conocemos hoy, con galaxias y un
número indeterminado de sistemas solares similares al nuestro. Pero
es ya más grande que el universo de Dante, donde el centro se sitúa
enjerusalén.
Con Newton empieza la ciencia moderna que rompió defi-
nitivamente con la física cualitativa de los antiguos griegos. Todo
debe ser explicado por ecuaciones y probado por experiencias. Las
cosas existen por sí mismas, independientemente de nuestras
percepciones.
El descubrimiento de la velocidad de la luz, a mitad del siglo XIX,
ha hecho tambalear el sistema newtoniano. El universo deja de existir
simultáneamente. Ya no podemos decir: tal estrella existe porque yo
la veo y todo el mundo la ve. Si la luz tarda tantos años en llegar hasta
nosotros, es posible que la estrella exista o no en el momento en que
la vemos.
La nueva perspectiva es tan distinta a nuestros hábitos mentales
que no podemos representarla fácilmente en nuestro espíritu.
Para nosotros, el espacio y el tiempo son ideas muy distintas una
de otra. El espacio debe existir enteramente y situarse sobre el eje del
tiempo, como el mundo de ayer y el mundo de hoy.
En el nuevo universo galáctico donde entra en juego la velocidad
de la luz, el tiempo ya no es independiente del espacio. El tiempo y el
espacio entran, íntimamente ligados, en la constitución del universo.
La relatividad de Einstein fue acogida con entusiasmo porque
proponía un sistema explicativo mejor adaptado que la física de
Newton a este extraño universo. La relatividad exige que la velocidad
de la luz sea constante, sea cual sea la dirección que toma desde el
sistema de donde emana. Esta constancia fue demostrada ya
experimentalmente por Michelson y Morley. ¿Es perfecta la teoría
relativista? Las experiencias reanudadas después en el siglo XX
parecen invalidar esta constancia. ¿Es falsa la teoría? ¿Está

Concepto y no-concepto 35
desacreditada?
En todo caso los sabios encuentran la física de Einstein superior a
la de Newton, pero no dicen que representa la verdad absoluta. La
bomba atómica no puede de ninguna manera encontrarse en la
prolongación de la física clásica.
Es curioso constatar que la aprobación de una teoría no es
únicamente el resultado de un deseo de verdad. Entra en juego el
deseo estético de elegancia. Sin una fórmula aparece demasiado
complicada en su forma, no despierta la imaginación. «Abortará.»
Existe un número incalculable de «abortos» de teorías tanto para los
investigadores como para los profanos en los temas más diversos.
Durante dos mil años, desde el tiempo de los antiguos griegos, las
órbitas planetarias eran representadas por círculos perfectos hasta el
día en que Kepler descubrió que son elipsoidales. La razón de esta
persistencia: el círculo es más elegante que la elipse.
Aunque el sistema de coordenadas ha dado una media vuelta
completa, es difícil deshacernos de nuestras antiguas costumbres. A
no ser que uno sea un astrónomo que se ocupe de las distancias de
millares y millones de años-luz, el mundo existe, la silla existe, tales
como los vemos, tales como los tocamos.
El mundo en el cual vivimos es demasiado pequeño para que
necesitemos tener en cuenta la velocidad de la luz. El sistema
newtoniano debe sobrevivir con la geometría euclidiana, y también
con la causalidad de interacción sustancial entre las masas.
Por lo tanto, la causalidad tiene validez en la vida cotidiana. Si se
deja caer un plato sobre un suelo duro, sea intencionadamente o sea
involuntariamente, es inevitable que se rompa. Dado A, se produce
B. Queda por saber por qué y cómo se ha dejado caer.
Si embargo, la causalidad no es la única regla de la gramática
científica. No se pueden tratar todos los fenómenos bajo el aspecto de
interacción mecánica entre las masas sólidas. Tenemos también el
caso del gas y del líquido donde es prácticamente imposible seguir el
comportamiento de cada molécula. Esto lleva a considerar sólo unos
resultados globales. La causalidad pura tiene que dejar lugar a la
probabilidad, susceptible de tratar el conjunto de acontecimientos
futuros e inciertos.
En el siglo XX, con el progreso de las investigaciones atómicas, la
causalidad deja de ser el principal instrumento de trabajo. Todavía a
principios de siglo se presentaba el átomo a imagen del sistema solar,
con los protones y neutrones formando el núcleo, y los electrones

36 Concepto y no-concepto
girando alrededor de este núcleo como los planetas alrededor del Sol.
Pronto se descubre que estas partículas elementales, constituyentes
últimos de la materia, tienen un comportamiento curioso. Unas veces
se comportan como corpúsculos y otras como onda. Esto es to-
talmente contrario al buen sentido. Una bola de billar no actúa ora
como una bola de marfil, ora como una onda. Si se admitiera tal
fantasía no se podría jugar al billar.
La masa, sustancia sólida según la física de Newton, es hoy, según
la fórmula de Einstein E = me2, el equivalente a una cantidad de
energía concentrada.
Hay también un aspecto que no se tenía en cuenta en el estudio de
fenómenos en el siglo pasado. Es el papel del observador. Tácitamente
se admira que cualquier cantidad podría medirse con la exactitud
deseada, a condición de tener un buen ojo y un instrumento de
precisión.
Aún se beneficia de este principio. La administración ejerce un
control severo sobre los instrumentos de medida de manera que no
nos puedan robar los comerciantes al comprar un kilo de patatas.
¡Cuántas trampas se hacían en los tiempos feudales en el Japón! El
señor utilizaba una caja más grande para coger el arroz a los
campesinos y una caja más pequeña para pagar a sus empleados.
Se ha comprobado que a nivel microcósmico de los átomos, es
imposible concebir un instrumento que sea capaz de medir las
partículas elementales sin influenciar su comportamiento.
Se ha acabado por admitir la incertidumbre como una verdad
científica, cosa inaceptable desde el punto de vista determinista del
principio del siglo XIX.
El principio de incertidumbre de Heisenberg enuncia que es
imposible determinar con precisión y al mismo tiempo la posición y
la velocidad de un corpúsculo en mecánica infra- atómica. Si se
transpone este principio sobre un plano más familiar, es como si se
filmara un corredor sobre la pista. Si la cámara está fija se capta todo
el segundo plano, con los espectadores y sus gestos, pero el corredor
pasa como un bólido sin que se pueda captar nítidamente la expresión
de su cara. Si por el contrario se quiere saber quién es el corredor y
mirar la mueca que hace, es necesario desplazar la cámara a la
velocidad del corredor. Entonces todo el segundo plano es borroso.
Así, todo lo que se confirmó a principios del siglo XIX el sentido
de lo real, las leyes de la naturaleza, la causalidad, el espacio y el
tiempo, sirviendo de coordenadas inamovibles del universo, es

Concepto y no-concepto 37
invalidado por el estudio mismo de fenómenos físicos, estudio
llevado más a fondo.
La cuestión es muy grave, ya que perdemos así el fundamento
mismo de nuestra lógica.
Ya no sabemos lo que es el verdadero sentido del buen sentido.
Cuando se proyecta un electrón sobre una pantalla agujereada, se
producen interferencias características de dos ondas que se chocan.
Hay que admitir que el electrón ha pasado por dos agujeros a la vez,
lo que viene a ser cómo admitir que una piedra lanzada puede romper
los cristales de dos ventanas colocadas una al lado de la otra, o que
un asesino puede penetrar en la casa por la puerta de delante y a la
vez por la de atrás.
Si el autor de una novela policíaca da esta solución al misterio de
un crimen, poco tardará el lector en tirar la novela al cubo de la
basura.
Sin embargo, los investigadores que emiten tales ideas paradójicas
son galardonados con el premio Nobel.

38 Concepto y no-concepto
IV
EL CAMPO PSI
En la segunda mitad del siglo XX se produce un curioso fenómeno:
el acercamiento de la física, ciencia exacta por excelencia, y la
parapsicología, recién llegada al terreno de la ciencia.
Hay que decir que la física es cada vez más oculta en su manera de
pensar, desafiando el buen sentido. En cambio, la parapsicología se
acerca más y más a la ciencia exacta con sus sistemas matemáticos de
control.
Se conoce la ley de los grandes números. Cuando se han agotado
todos los recursos para decidir lógicamente qué partido tomar,
jugamos a cara o cruz. Es el golpe de suerte quién decide y se supone
que debemos respetar el azar. Se atribuye a la providencia o bien se
quiere evitar el tomar la responsabilidad de la decisión. En principio,
no se debe repetir la misma operación, ya que cuanto más se repita,
más perturbador es el resultado. La ley de los grandes números
enuncia que cuanto más se repite la operación, más se aleja el azar y
las oportunidades se aproximan a la probabilidad, es decir, 50% cara
y 50% cruz; o sea, qué no podemos decidirnos ni en pro ni en contra.
Admitido esto teóricamente, queda por saber si sucede así en la
realidad.
Las innumerables experiencias llevadas a cabo por el doctor Rhine,
de la Universidad de Duke, Carolina del Norte, y sus colaboradores,
desde el año 1930, han llegado a una conclusión bien diferente. No
creo tener que insistir sobre el rigor con el que han ejecutado su trabajo
lejos de la intimidad de las sesiones de médiums donde la opinión se
divide entre los que creen en ello y los que no ven ahí más que
credulidad. Es la atmósfera esterilizada del laboratorio. No se trataba
de la voz de la tía difunta que hablaba saliendo de ultratumba. Eran
miles de personas, alumnos de liceos u otras que participaban, sin
previa información del fin de las experiencias. Me abstengo de

El campo psi 41
explicar las precauciones minuciosas que han sido tomadas con el fin
de eliminar cualquier posibilidad de trampa.
La experiencia Rhine consiste en una especie de telepatía. El
emisor y el receptor están situados en habitaciones separadas y se
trata de adivinar los cinco signos marcados sobre unas cartas
llamadas Zener. La probabilidad de una respuesta acertada sobre la
totalidad es, por lo tanto, de una sobre cinco.
Si se obtiene sobre un total de 100 respuestas, 22 aciertos en lugar
de 20, es decir, un 10% más que la probabilidad; esto no tiene nada
de particular. Pero si siguiendo la prueba se obtienen 220 respuestas
acertadas en lugar de 200 sobre un total de 1.000, el resultado
empieza a ser intrigante ya que no habrá más de una posibilidad
sobre seis para que se produzca tal resultado. Si se continúa
obteniendo un 10% más de probabilidad sobre un total de 5.000, sólo
habrá una posibilidad sobre 2.000. Si ocurre lo mismo sobre un total
de 10.000 habrá una posibilidad sobre dos millones. Si el número de
pruebas sobrepasa el millón, con un aumento del 10% sobre la
probabilidad, sería lógico admitir que en el resultado existe un ele-
mento distinto, aparte del puro azar. La ley de los grandes números,
teóricamente cierta, no se puede aplicar.
La experiencia Rhine es muy sencilla en principio y con ca- •
rácter muy primario. Pero tiene la ventaja de imponerse directamente
a la lógica. ¿Qué es más lógico: rechazar los hechos en nombre de la
lógica o admitir los hechos buscando una nueva lógica? Las
controversias del principio que habían dividido la opinión de los
sabios han acabado con el reconocimiento frente al rigor incontestable
de los hechos obtenidos.
Queda por saber: ¿Cuál es el factor que desvía el cálculo de
probabilidad y que actúa a pesar de la ley de los grandes números?
¿Es la voluntad, la intuición? Son palabras que no ali- , vían la
insatisfacción intelectual provocada por esta situación.
El doctor Rhine ha adoptado la expresión «campo psi» para
explicar la percepción extrasensorial.
La física ha recurrido en muchas ocasiones a la palabra campo,
como campo magnético, campo eléctrico, campo de gravitación, etc.,
expresando así un espacio donde se produce cierta interacción sin
contacto material. «Psi» es la letra 23 del alfabeto griego. ¿Se hace
alusión a la palabra «psiche»? No lo sé.

42 El campo psi
En todo caso, el término «campo psi» deja toda libertad de in-
terpretación, gran ventaja con relación a palabras como magnetismo
animal, u ondas electromagnéticas, o cualquier otra cosa, que definen
de antemano lo que hay que dilucidar.
Lo que la física clásica nos ha enseñado al principio del siglo XIX
no estaba muy alejado de lo que sabíamos por nuestra experiencia
cotidiana, incluso si no éramos capaces de encontrar fórmulas
abstractas, generales, apoyadas con precisiones matemáticas.
La palabra «sobrenatural» sobreentiende que todo lo que es
natural lo explican las leyes de la naturaleza que se supone
conocemos. Fue la época de lo racional, de la lógica. Por muy
complicado que pueda parecer el mecanismo de la naturaleza siempre
se puede llegar a conocer, partiendo de lo que perece evidente a
nuestro buen sentido.
Desde la segunda mitad del siglo XX, la física moderna muestra
aspectos que son verdaderos desafíos a nuestro buen sentido. A nivel
infraatómico, la materia deja de existir. La mecánica clásica, basada
sobre la interacción de sustancias sólidas, ya no interviene. La materia
se vuelve proceso, totalmente convertible en energía. Al principio del
siglo, Max Planck ha descubierto que la manifestación de la energía no
presenta un valor continuo. La naturaleza, por lo tanto, ha dado un
salto. La mecánica cuántica que reemplazó la mecánica clásica, en lo
referente a investigaciones atómicas, no es una mecánica de inter-
acciones sustanciales, sino de campos.
El campo es un «no lugar», es decir, un espacio desprovisto de
propiedad física, donde se manifiesta un sistema de fuerzas. Se le ha
llamado campo psi, a semejanza de los campos de gravitación o
magnéticos. El campo psi es el sustrato inmaterial de la materia. Este
término coincide curiosamente con el campo psi parapsicológico.
En el siglo XIX, la materia existía de una manera sólida e
indomable. La lógica era determinista. En el siglo XX ya no se puede
mantener esta postura y la lógica acabó siendo proba- bilística. En la
segunda mitad del siglo la lógica raya «lo oculto» al volverse tan vaga
e incomprensible. Ya no se parte de algo evidente, sino de hipótesis.
Es cierto que no se admite cualquier hipótesis gratuitamente. Es
necesario que una hipótesis sea probada por el resultado de
experiencias. Pero una hipótesis siempre es una hipótesis.
Como decía Feymann: «La ciencia consiste sólo en decir lo más
probable o lo menos probable y no en probar incesantemente lo

El campo psi 43
posible y lo imposible. La ciencia, renunciando a su absolutismo, ha
pasado a ser relativa.»
El número de partículas elementales que se han descubierto desde
hace algo más de una generación sobrepasa varias decenas.
Un ejemplo: el neutrino. Es una partícula fantasmal, es decir, que
no tiene virtualmente ninguna propiedad física, ni masa, ni carga
eléctrica, ni campo magnético. Un neutrino procedente de una
nebulosa lejana puede atravesar a la velocidad de la luz, de parte a
parte, todo el globo terrestre sin encontrar resistencia. Si no encuentra
resistencia no es posible captarlo, salvo en el caso en que choque
frontalmente con otra partícula de la misma clase.
Hubo que esperar veinticinco años para probar su existencia,
predicha teóricamente en 1930 por W. Pauli.
A partir del neutrino se ha llegado a imaginar toda clase de
partículas que actuarían sin problema como lo hace el pensamiento.
Son hipótesis seductoras, ya que si poco a poco vamos despojando las
partículas de sus propiedades físicas, dejarán de ser materiales y
pasarán a ser espirituales. Así Firsoff, astrónomo inglés, propone
suponer la existencia de «mindons» (mind —mental— y n —sufijo—
), partículas elementales de materia mental que podrían ser regidas
por leyes diferentes de las del mundo físico: entre otras cosas, dotadas
de una velocidad muy superior a la de la luz.
La velocidad máxima que se podía concebir en el mundo físico,
hasta los años 1950, ha sido la de la luz. Ahora ya no nos molesta
pensar en cualquier velocidad, cosa que puede echar por tierra toda
nuestra concepción del espacio y el tiempo.
Desde 1930 se empieza a imaginar partículas con «masa negativa»,
que P. Dirac, de Cambridge, llamó «antielectrones», y C. Anderson,
del Instituto de Tecnología de California, «positrones». Estas
partículas tienen un comportamiento diametralmente opuesto a los
electrones normales.
¿Qué hubiera dicho Newton si hubiera visto en el mismo instante
caer una manzana de la rama de un manzano y otra manzana idéntica,
salir de no se sabe donde y subir del suelo a la rama, fijándose a ella
definitivamente?
Después se descubrió que no sólo los electrones, sino todas las
partículas, tienen como pareja sus antipartículas. La materia hace
pareja con la antimateria.
El encuentro entre la materia y la antimateria produciría el
aniquilamiento de las dos: la manzana con la antimanzana, la casa con

44 El campo psi
la anticasa, el Buddha con el anti-Buddha, la tierra con la antitierra, el
sistema solar con el antisistema solar, el universo con el antiuniverso.
Todo puede destruirse instantáneamente.
En 1949, R. Feymann expone la idea de que el positrón 110 es más
que el electrón normal que retrocede en el tiempo, aunque sea sólo
una fracción infinitesimal de segundo. Ocurriría lo mismo con las
otras anti-partículas.
He aquí un duro golpe para nuestra concepción del tiempo. El
tiempo ha sido hasta ahora el único eje que presentaba sólo un sentido
único. Si el tiempo transcurriese del futuro al pasado, ¿qué sería de la
causalidad? No se diría: tal causa, tal efecto. El efecto se produciría
primero y luego se remontaría a la causa. Semejante reflexión hace
vacilar la base misma de la causalidad. La causalidad es un arma
potente en virtud de la cual Occidente se permitió imponerse toda
clase de prohibiciones. Si bebes serás un alcohólico. Por lo tanto, no
hay que beber.
Souen Tseu, estratega chino del siglo VI antes de nuestra era,
expone un curioso argumento: primero eres vencedor, después libras
la batalla. Aunque esto parezca absurdo, me parece más verdadero
que la realidad cuando pienso en las escenas del matrimonio. Si el
marido es soberbio a los ojos del público es que, en general, es más
débil que su mujer: trabaja en él la compensación.
Total, no sé ya ni de qué hablo. Pero en todo caso, según Adrián
Dobbs, se ha conseguido concebir dos dimensiones temporales: una,
determinista tal como la concebimos, y la otra, probabilista, que se
acomoda bien con la teoría física de los quanta, y además permite una
justificación de orden físico a los fenómenos parapsicológicos, como la
telepatía o la premonición.
Dobbs intenta el acercamiento entre dos ámbitos que pertenecían
antes a órdenes totalmente separados, uno físico y materialista, otro
psicológico y humano, apoyándose en trabajos de Jhon Eccles,
fisiólogo. Cyril Burt, psicólogo, emite la hipótesis de los «psichones»,
especie de partículas, configuraciones que explicarían nuestra
actividad mental. Dobbs propone los «psitrones» como partículas
mensajeras, que actúan en la segunda dimensión temporal
probabilista de manera que nos proporcionan información sobre el
porvenir que aún no está determinado.
La información, que no es objeto de estudio en la física
newtoniana debido a su inexistencia material, parece encajar en la
física moderna en el momento que ésta se ocupa de «masa negativa»,

El campo psi 45
«masa imaginaria» y «transición virtual», que no existen en el sentido
clásico de la palabra.
Los psitrones, según Dobbs, actuarían como un enjambre de
partículas con masa imaginaria, que constan de un conjunto de
potencialidades virtuales sobre las neuronas de un sujeto
particularmente receptivo, comunicándole además de la información
sobre el estado actual del sistema que los emite, las «preformaciones»
de un posible estado futuro suyo. Los psitrones podrían informar
directamente al cerebro del sujeto, sin pasar por los órganos
sensoriales; ocurre de otra manera con los «fotones» que golpean las
retinas para excitar los nervios visuales. Los psitrones pueden
penetrar por cualquier sitio sin encontrar resistencia ya que son de
masa imaginaria y su velocidad no es limitada por la de la luz.
Hipótesis muy seductora, ya que los psitrones podrían servir de
elementos de explicación a nuestra actividad mental, que no está
limitada ni por su velocidad ni por la resistencia material. Podría
explicar la premonición. Por el contrario, explicaría con dificultad la
psicokinesia, interacción del pensamiento sobre la materia, que
cortacircuita nuestro sistema voluntario, que en principio sólo actúa
por mediación de nuestros músculos.
Acabo de describir de manera bastante superficial lo que ocurre en
el terreno de la física moderna y su relación con la parapsicología.
Semejante punto de vista sólo se puede permitir a un profano que
tiene el privilegio de mantenerse a distancia, sin meterse en detalles
excesivos y de extraer sólo los puntos que le interesan.
Para los investigadores el trabajo debe ser muy arduo. Su lenguaje
diferente al de los sabios de hace un siglo es totalmente hermético,
incomprensible, porque no corresponde ya a nuestros hábitos de la
vida cotidiana.
No obstante, un profesor de física no dirá, en clase, que a nivel
atómico los alumnos no existen, ni la mesa, ni la pizarra, los acepta
como si existiesen realmente. En su comportamiento no es diferente
de cualquiera. Si no, tendría que admitir entonces que su salario no
existe, y ni siquiera él mismo.
Respecto a estas investigaciones llevadas muy lejos, ¿qué debo
decir a propósito del Ki? ¿El Ki es una partícula-onda, una especie de
psitrón, de campo, como el campo magnético, el campo
gravitoelectromagnético, el campo parapsicológico o el campo psi
cuántico?

46 El campo psi
¿Qué es el Ki? Pues bien, no lo sé. Dicho de otra manera, si yo lo
supiera, sería falso. En todo caso, el Ki no tiene nada que ver con las
jergas de laboratorio.
Si acaso alguien define el Ki como ondas o campo, deja de ser el Ki.
En cambio, el Ki se siente en su estado primario e inmediato con
todo lo que implica de vago e indefinible. Incluso si el cerebro no toma
conciencia de este estado primario, éste se refleja sobre el
comportamiento del individuo.
Antes de la guerra, Noguchi tenía una casa con su despacho
situado debajo de una escalera. En las casas japonesas, uno debe
descalzarse al entrar y la escalera está hecha de gruesas planchas de
madera de manera que se oyen los pasos de la gente que sube y baja.
Se dio cuenta de que los sonidos se diferencian según que se subiese o
bajase. Acabó por conocer el paso de cada persona e imaginarse al
mismo tiempo la postura con la cual daban el paso. Hasta ahí no hay
nada muy extraordinario, pues hay gente que llega a conseguir este
resultado más o menos por costumbre intuitiva. Su perseverancia
llegó mucho más lejos.
Esta casa fue quemada bajo un bombardeo, y en la nueva casa el
gabinete se encontraba encima de la escalera, lo que le permitió
verificar con sus ojos la postura adoptada por cada persona, postura
que él mismo se representaba mentalmente. Acabó por comprender
que cada individuo tenía su modo particular de andar, sentarse,
levantarse, saludar, etc., y estas particularidades estaban
principalmente relacionadas con la movilidad de las vértebras
lumbares.
Era capaz entonces de adivinar, nada más oír los pasos o viendo
la forma de andar, etc., con qué personas se encontraba: las que tienen
hambre, las que han bebido demasiado, las que suelen dormir dos
veces seguidas, las que tienen prisa, las que están relajadas, las que
tienen preocupaciones, las que están llenas de esperanza, las que
tienen hemorroides, las que tienen diarrea, etc.
La constatación siguiente es aún más sorprendente: las par-
ticularidades en el movimiento, en los andares, en la manera de subir
la escalera, etc., preceden al cambio constatado en el plano fisiológico.
Dicho de otra forma, el movimiento particular del embarazo
precede la concepción. Alguien a punto de estallar en cólera tarde o
temprano, baja la escalera de un modo que anuncia esta explosión.
Todo acto humano se revela en el movimiento antes incluso de la
toma de conciencia de este acto. Sólo nos damos cuenta una vez

El campo psi 47
consumado el acto. Noguchi se interesó cada vez más por lo que
precede al acto y a la toma de conciencia.
¿Cuál es el motor de todo aquello: el movimiento del cuerpo, el
cambio fisiológico? Es el Ki. Participa en el preconsciente. Es un
término que sirve para designar los datos empíricos al estado bruto,
sin pasar por elaboraciones intelectuales. El Ki no es ni un fenómeno,
ni la presencia hipotética de partículas-ondas de cualquier naturaleza.
Si hubiera que darle una fórmula matemática, sería: el Ki = cero y
el Ki = todo.
Si una mujer dice a su amante, con un gran suspiro: «No entiendes
el kimochi femenino», su amante intentará unir el vínculo que está a
punto de romperse entre ellos. Intenta sentir lo que ella no ha podido
expresar con palabras.
Un pasaje así se encuadra muy bien en una novela que cualquiera
puede leer sin romperse la cabeza.
Pero si un hombre dice: «Existen psitrones que influencian las
neuronas motrices de mi córtex de manera que mis brazos quieren
enlazarte.»
Este hombre parecerá un autómata, o será una broma pesada suya.
Todos los términos inventados por Occidente para explicar los
fenómenos psíquicos son de naturaleza intelectual, es decir, del tipo 1,
cerebral activo. Es propio del cerebro tratar de comprender, explicar y
formular hipótesis. Y es también propio del cerebro cansarse de algo
y buscar novedades. Después del magnetismo, las ondas, el mindón,
el psicón y el psitrón; se inventan sin parar palabras.
Nos preocupamos de encontrar un sistema de referencia, clasificar
sobre coordenadas universales, buscar fórmulas susceptibles de
repetición a voluntad. En suma, es la costumbre de la gramática griega
con sus kategorias que se perpetúa en las lenguas europeas.
En cambio, el Ki pertenece a la terminología del tipo 9, intuitivo
activo. Lo usamos para sentir y experimentar, y no para explicar. La
palabra es sencilla, pero se aplica a una infinidad de situaciones. Es
rica y compleja. No necesitamos cambiarla.
Uno de los rasgos que distingue la terminología del tipo 1 y la del
tipo 9 es el valor atribuido a las coordenadas. En la primera el valor es
objetivo y universal. En la segunda, el valor cambia frente al Ki. O sea,
un minuto es demasiado largo, una hora es demasiado corta.
Noguchi se queja de que la gente no sabe llevar un bebé en brazos.
Le llevan como si fuera un paquete, y no como un ser vivo.
Cada ser vivo tiene su ritmo particular que le es agradable. Cuando

48 El campo psi
el bebé está sano tenemos la sensación de que pesa. Si nos parece
ligero, algo le ha ocurrido. Un golpe en la cabeza es extremadamente
peligroso.
¿Cómo saber si es pesado o ligero?
Cuando se le coloca sobre una báscula, su peso objetivo no ha
cambiado. Sólo unas manos sensibles y atentas pueden discernirlo.
El Ki es el amor, es la vida. Pertenece a la sabiduría del cuerpo, este
cuerpo completamente olvidado en Europa a lo largo de su evolución.

El campo psi 49
EL UNIVERSO
CERRADO
Quebrando el esplendor del universo, dividiendo la estructura
de los seres y reduciendo la visión integral de los antiguos, raros
son los que consiguen abarcar las bellezas del universo y reflejar
el verdadero rostro del espíritu.
TCHOUANG TSEU

Con el progreso de la ciencia descubrimos cada vez más y más


cosas. Estos descubrimientos son precisos y exactos. Se confirma de
nuevo la idea de que el hombre es una máquina muy compleja, pero
totalmente explicable por la ciencia.
Por ejemplo, el estado de ánimo del cuál se hace tanto caso es
perfectamente atribuible a una condición bioquímica.
Se ha comprobado que en la sangre de los ansiosos hay un
porcentaje de ácido láctico y de lactatos, superior a la media. Se realizó
una contra-experiencia inyectando ácido láctico en la sangre de sujetos
perfectamente sanos y relajados. Estos se volvieron ansiosos.
La aplicación de la técnica eléctrica sobre el cerebro hizo también
un gran progreso. Se ha descubierto por medio de
electroencefalograma que en numerosos casos de epilepsia existen
desórdenes eléctricos localizados. Se ha llegado a concebir la idea de
curar la epilepsia por la implantación de electrodos permanentes,
fabricados con pequeñas agujas metálicas fijadas a través de la pared
craneal, y que penetran en ciertos puntos del lóbulo temporal
cuidadosamente elegidos.
A través de estas experiencias se ha descubierto también que se
pueden suscitar los sentimientos más sutiles de memoria y de
recuerdo, como el de la Magdalena de Marcel Proust, por una simple

50 El universo cerrado
corriente. El neurofisiologista canadiense Pen- field sacó como
conclusión que existe en el fondo de cada ser humano una memoria
absoluta, total, aunque normalmente inaccesible.
No me sorprende en nada. Noguchi ya me habló de esta memoria
absoluta. Los sujetos hipnotizados son capaces de acordarse de
detalles ínfimos del pasado vivido, cosas tan insignificantes y triviales
que ni siquiera les habían llamado la atención entonces: una colilla en
el cenicero o un lápiz sobre la mesa, por ejemplo.
Durante el movimiento regenerador puede también que resuciten
recuerdos enterrados, como las secuencias de una película, recortados
sin orden. Pero no hacemos psicoanálisis. Dejamos que surjan. No les
damos mayor importancia. Es más importante dejarlos pasar que
intentar retenerlos.
Uno de los alumnos de Penfield, Delgado, un español, ha
avanzado más en sus experiencias. Un enfermo llevaba en su cerebro
una serie de electrodos conectados a un pequeño aparato de
radiorreceptor fijado sobre la nuca. Apretando discretamente sobre tal
o cual tecla del aparato emisor correspondiente, Delgado suscitaba a
voluntad en el enfermo sentimientos a su elección: la cólera, el miedo,
el hambre, la sed, las ganas de andar, etc. El enfermo se justificaba
alegando razones externas, psicológicas, libres decisiones, cuando sólo
estaba teledirigido por su experimentador.
El hombre es, por lo tanto, una máquina que se puede controlar a
voluntad, o bien por acción bioquímica, o bien por el paso de una
corriente eléctrica. Una conclusión seductora para quienes quieran
gobernar el mundo.
Este tipo de experimentos van siendo cada vez más minuciosos, a
medida que la ciencia progresa y que los medios de investigación se
perfeccionan. Nos conduce desgraciadamente hacia el determinismo
cada vez más consolidado.
Las consecuencias que se derivan de todo ello son, en primer lugar,
una mejor comprensión del mecanismo neurofisio- lógico, pero
después, inevitablemente, la negación total del valor humano.
Si todo acto humano es imputable a una cierta condición
bioquímica o eléctrica, hay que admitir que no somos, de ninguna
manera, responsables de nuestros actos. Hay que perdonar a los
asesinos y el laboratorio debe encontrar el factor bioquímico o eléctrico
que será la causa del crimen.
Si el hombre es sólo una máquina, una especie de molinillo de café,
con la diferencia de ser más complicado, entonces ya no necesita vivir.

El universo cerrado 51
Si se destruyen todos los molinillos de café, sean sencillos o más
perfeccionados, ello no tiene más importancia que la erosión de las
rocas o el rompimiento de las olas.
Esta negación del hombre es el resultado lógico de la orientación
que hemos tomado para sondear el misterio de la naturaleza. Es la
paradoja de la ciencia que nos da la respuesta de conformidad con
nuestra pregunta.
Ahora bien, la contestación ya está incluida en la pregunta, incluso
antes de encontrarla. Así, si preguntamos: «¿No ha mentido usted
jamás en su vida?», llegamos a la conclusión de que todos los hombres
son mentirosos, pues no existe ningún ser humano que no haya
recurrido a este artificio verbal al menos una vez. ¿Qué conclusión
podríamos sacar si invirtiésemos la pregunta?: «¿No ha dicho usted
jamás la verdad en su vida?»
La ciencia se emplaza bajo el imperativo de encontrar ecuaciones
de relación causa-efecto. Estas ecuaciones se llaman unas veces la
causalidad mecánica, otras veces la causalidad bioquímica. Ahora
bien, se sabe que la causalidad mecánica ha dejado de ser absolutista
en la física, aunque es su propio terreno. La probabilidad sobre la cual
nos inclinamos más y más es una ecuación de compromiso. Fuera de
la causalidad y de la probabilidad, la ciencia es impotente para facilitar
otras soluciones.
Un deseo nos impulsa a encontrar ecuaciones infalibles, pero estas
ecuaciones, aplicadas al hombre, muestran una incertidumbre
extrema.
No digo que sea imposible aplicar la causalidad en el hombre. Si
alguien se tira una bala en la cabeza y después muere, admitimos que
existe una relación causa-efecto entre la bala y su muerte. Pero no
siempre es cierto, ya que hay casos en los que el sujeto sigue viviendo,
aún con una bala en la cabeza. Todo depende de un número de
factores más o menos difíciles de determinar: la fuerza del impacto, el
ángulo del golpe, el sitio tocado y, sobre todo, el estado de ánimo del
sujeto.
Un hombre borracho perdido recibió un telegrama anunciándole
su quiebra financiera. Al instante se le quitó la borrachera. ¿Acaso
podemos establecer una relación de causa-efecto entre su telegrama y
el despertar de su consciencia? Si esto fuese posible entonces se podría
reproducir dicho telegrama en grandes cantidades y distribuirlos.
Bastantes matrimonios estarían interesados.
Un día recibí la visita de un amigo que tenía la fama de rechazar

52 El universo cerrado
cualquier bebida alcohólica. No podía ni siquiera soportar el olor.
Aquel día, como tenía sed, pidió un vaso de agua a mi mujer.
Cuando hubo vaciado el vaso, mi mujer le preguntó:
—¿No ha sentido usted nada?
—No. ¿Por qué? ¿Qué ocurre?
—¡Pues bien! He echado algunas gotas de saque en el agua, pero
si no ha sentido nada, tanto mejor.
En realidad no había echado nada en el agua. Pero como insistía
tanto en su rechazo al alcohol, quiso gastarle una broma. Comprobó
que su piel iba enrojeciendo y cuando nos dejó daba pasos inseguros
como un perfecto borracho. El milagro de Jesús transformando el agua
en vino no es una cosa imposible.
Durante la guerra, un oficial japonés azotó con una fusta a un
preso que falleció en el acto. Intrigado, repitió la experiencia y constató
que funcionaba perfectamente. Formuló su comprobación diciendo
que el hombre puede morir por el Ki, sin causa material aparente.
Utilizando cosas menos contundentes que una fusta, por ejemplo,
gotas de agua, se puede provocar la muerte. Estudiantes de una
universidad inglesa tuvieron la idea de hacer un simulacro de proceso
al bedel de la escuela. Se disfrazaron de magistrados y el proceso se
desarrolló conforme a las reglas. El pobre bedel, sentado en el banco
de los acusados, fue atacado por sus numerosas malas acciones. El
veredicto fue pronunciado solemnemente: pena de muerte.
Teniendo en cuenta su antigüedad, se le concedió un favor: en
lugar de la decapitación o el ahorcamiento, se utilizaría el derrame de
sangre para su ejecución.
Le ataron a una silla, le vendaron los ojos y le hicieron creer que
una vena del brazo estaba cortada. Hicieron gotear agua tibia y
empezaron a contar las gotas. Le habían advertido que al cabo de
doscientas gotas, ya no tendría bastante sangre para seguir viviendo.
Cuando llegaron a contar las doscientas gotas, los estudiantes
estaban a punto de soltar una gran carcajada por la broma tan bien
llevada a cabo, comprobaron que el pobre hombre estaba muerto.
¿Se puede acusar de homicidas voluntarios a los que sólo han
utilizado una fusta o gotas de agua?
En el hombre las ecuaciones parecen funcionar, pero un buen día
un parámetro desconocido las echa a bajo todas.
El hombre es un iceberg cuya parte visible parece ceder a nuestra
exigencia racionalista, pero cuya mayor parte sumergida nos reserva

El universo cerrado 53
sorpresas. Lo que sabemos no puede igualar lo que no sabemos. Al
querer saber demasiado, la vida muere. Se puede definir la vida, pero
la vida rechaza cualquier definición.
Sin duda alguna, aprendemos a vivir con el desarrollo de la
inteligencia. Aprendemos a discernir lo que hay que hacer y lo que no.
Si el conocimiento fuera una condición sine qua non de la vida,
ningún recién nacido sobreviviría una semana. Vivimos a pesar de no
saber por qué.
Todo aprendizaje en la vida comienza con el consciente. Sin
embargo, el consciente, sin la ayuda del subconsciente, es impotente.
Aprendemos a manejar un tenedor o palillos. Todo depende de la
costumbre.
Una vez aprendido, el gesto es automático. Ni siquiera prestamos
atención a su ejecución. Nos damos cuenta de la dificultad del
aprendizaje cuando vemos, por ejemplo, a un occidental sin hábito
ponerse a utilizar los palillos por primera vez. Nos puede dar tortícolis
mirándole.
Se crea el hábito cuando la operación iniciada por esfuerzos
conscientes pasa a nivel subconsciente. Se trata de un proceso
descendiente de la información recibida.
Este proceso, conocido por todos los seres humanos a lo largo de
su desarrollo, es no obstante difícil de explicar. Si se piensa en
asimilarlo al mecanismo automático, esto no explica nada. El hábito
y el mecanismo son como el día y la noche. El mecanismo ejecuta el
trabajo siguiendo un plano preestablecido y no admite desviación
alguna, mientras que el hábito tiene en sí una cierta libertad que
permite adaptarse a la diversidad de las circunstancias.
Un tenedor puede ser pesado si es de plata, ligero si es de
aluminio, largo o corto, de tal o cual forma. El alimento a pinchar
puede ser grueso o pequeño, estar situado en el centro o a la derecha
del plato. Uno puede estar sentado sobre una silla alta o baja. La
boca no se encuentra necesariamente en el mismo lugar según se
inclina uno o mire a su convidado. El mecanismo puede ejecutar el
desplazamiento del tenedor con una gran precisión, pero si uno
tiene la mala fortuna de moverse, puede saltarse un ojo.
Los idiomas son una disciplina cuyo aprendizaje es del mismo
orden. La opinión general es que este aprendizaje es un asunto de
memoria.
Después de la guerra, una mujer se puso a aprender inglés con
un profesor que defendía esta opinión. La hacía repetir un cierto

54 El universo cerrado
número de frases hechas tantas veces como fuese necesario para que
la repetición se hiciera automática.
«La estación de Tokio se encuentra a cinco “blocks” más allá.
Girar a la izquierda, y a la segunda a la derecha.»
Un día fue abordada por un americano que le preguntó , dónde
se encontraba la estación de Tokio. Encantadísima de poder poner en
práctica su inglés, repitió automáticamente la frase hecha. Fue sólo
después que se dio cuenta de su error: la estación de Tokio no se
encontraba en absoluto donde le había indicado.
Contrariamente a lo que se cree no son las palabras cultas las más
difíciles de aprender en una lengua extranjera. Los términos
técnicos, las jergas de laboratorio no son más que signos
convencionales para los cuales sólo basta conocer el contenido
intelectual.
Un ingeniero japonés es capaz de hacerse entender por un colega
francés, incluso si los dos hablan un inglés muy chapurreado.
Pueden completar la explicación con gestos y dibujos. La traducción
con ayuda de un ordenador es una cosa posible en estos contextos.
La verdadera dificultad reside en las palabras muy sencillas que
todo el mundo conoce: sí, no, pequeño, grande, caliente, frío, bien,
mal, etc. Son palabras vivas cuyo contorno se difu- mina en un claro-
oscuro inestable.
Decir sí es afirmativo, y no negativo, es de una simplicidad
puramente teórica. Sí puede ser afirmativo, pero puede ser también
un sí enojado, contestatario, desaprobador, y algunas veces más
negativo que el propio no. No puede ser más afirmativo que sí. Para
sentir bien el matiz es necesario tener en cuenta el tono de la voz, el
sexo, la edad, las circunstancias, los contextos.
Es demasiado delicado como para que la inteligencia pueda por sí
sola desenredar las confusiones. Sin la ayuda del subconsciente, esta
reserva insondable de memoria que guarda todas las sensaciones en
su mayoría indefinibles, uno se tropezaría con continuas
equivocaciones. Estas sensaciones indefinibles son del dominio del Ki.
Si todas las palabras sencillas y familiares fueran analizadas con rigor,
hasta en el menor detalle del significado, nos sería casi imposible
hablar, dados los grandes esfuerzos que nos exigiría. Pero hablamos
sin reflexionar ni pensar. Precisamente hablamos porque no refle-
xionamos. He aquí una paradoja eterna: las palabras sirven para
expresar los sentimientos, pero los sentimientos no se pueden expresar
con palabras.

El universo cerrado 55
¿Qué es el subconsciente? En resumidas cuentas es el cuerpo, no el
cuerpo tal como se concibe en la anatomía, una representación del
espíritu, sino el cuerpo con el cual vivimos, el cuerpo que vive. Es el
cuerpo que siente el hambre y la sed, el calor y el frío, que refleja la
alegría y la tristeza, la esperanza y el temor.
Se tiene por costumbre atribuir el proceso de creación a la
inteligencia, al cerebro, como si bastara tener un buen cerebro para
crear todo. El proceso de creación está opuesto al del aprendizaje en el
sentido de que es el trabajo de la información ascendente. Pero, ¿de
dónde viene la información ascendente? Lo ignoramos.
Como la obra artística o científica, se presenta bajo un aspecto
intelectual, ya no se busca más. Pero el cuerpo participa en la creación,
ese cuerpo que se estremece, vibra y palpita con la respiración.
En realidad, la literatura no es más que un cierto arreglo de
palabras; la pintura, de colores, la música de sonidos. Las palabras, los
colores y los sonidos no tienen en sí valores artísticos. Son vehículos
que sirven para transmitir lo que está escondido, lo que hace vibrar el
cuerpo del artista y también el del aficionado.
Hace bastantes años, un crítico de música japonés, Kanet- sune,
hizo una experiencia que provocó un gran escándalo. Pidió a un
pianista que presionara las teclas del teclado y grabó el sonido.
Después puso a caminar a un gato sobre el teclado. Conclusión: no hay
diferencia de calidad entre los sonidos producidos por el artista y los
del gato. Lo mismo se puede decir de un tipógrafo que compone una
obra maestra literaria siguiendo el texto, sin ser por ello un literato.
La inspiración que guía a los artistas para encontrar una fórmula
que puede satisfacerles no es en el fondo diferente del impulso de un
niño que intenta hallar una golosina escondida cuidadosamente por
su madre.
La fórmula adoptada por cada artista para inspirarse es muy
personal. La condición del cuerpo es la que suscita la inspiración.
Schiller sentía el olor de manzanas podridas para trabajar;
Tourgueniev tomaba un baño de pies; Balzac tomaba café, y
Housman, poeta, sentía que llegaba la inspiración, cuando el
'estremecimiento de su piel impedía que funcionara la maqui- nilla de
afeitar. Numerosos artistas pintores gastan todo su dinero cuando han
vendido un cuadro, porque ricos y hartos se sienten burgueses y dejan
de ser artistas.
La condición del cuerpo a la cual me he referido no tiene nada que

56 El universo cerrado
ver con las constataciones obtenidas de un examen médico, que
consiste en aplicar un método al sistema cerrado anatómico. A decir
verdad, no existe una demarcación clara entre lo que es el cuerpo y lo
que no lo es. Llevar un uniforme transforma al hombre en soldado. El
hábito hace al monje. Wagner se vestía con vestidos de señoras para
componer su música. El mal tiempo frena las ganas de hacer de ciertas
personas, pero alborota más a los niños más alborotadores. La bajada
de valores provoca úlcera de estómago a ciertos agentes de cambio y
bolsa.
El cuerpo es todo un conjunto de factores que se reflejan sobre el
plano mental y le limita, de la misma manera que el mental se refleja
sobre el cuerpo.
Así es como Noguchi aconseja a los maridos satisfacer los antojos
de sus mujeres cuando están embarazadas. El embarazo limita su
imaginación. Sin ser mujer, es muy posible que me encuentre en una
situación parecida cuando he bajado del tren en una ciudad cargado
de maletas, por ejemplo. No me siento libre mentalmente hasta, que
no he llegado al hotel para liberarme de ellas.
Continuador de la herencia de la Grecia antigua, el occidental
intenta explicar la naturaleza. Siente la necesidad de descubrir las
leyes que rigen esta naturaleza, porque si no, no sabe ya cómo
orientarse. La ciencia nos ofrece ecuaciones que facilitan la operación
mental. Pero la ciencia no puede aceptar todos los datos sin hacer
una selección metódica. Es su destino desembocar en la
compartimentación. El universo de la ciencia es un universo cerrado,
de representaciones.
El hombre no es sólo un desconocido, sino inconocible. Escapa a
toda ecuación en el momento mismo donde empieza a parecemos
perfecto. Ningún esquema explicativo puede cubrirle totalmente.
Paradójicamente, se conoce al hombre en el momento en que uno se
desembaraza de todo deseo de expli- - cación y le mira a simple vista.

El universo cerrado 57
VI
LA CIENCIA Y
EL INDIVIDUO
Un artículo de Arthur Koestler, publicado en 1961 bajo el título de
Una nueva mirada sobre el espíritu, pone de relieve una cuestión
importante, al menos desde mi punto de vista, a saber: ¿La ciencia es
omnipotente? ¿Si no, dónde está el límite de su competencia?
Este artículo relata sus reflexiones sobre los debates que tuvieron
lugar durante un congreso sobre «el control del espíritu», organizado
por el Centro Médico de la Universidad de California, al cual le habían
invitado a participar. Cada especialidad era representada por sabios
eminentes: neurofisiólogos, psicofarmacólogos, psicólogos, citólogos,
etc.
Susodicho título, «el control del espíritu» (por muy espiritualista
que pueda parecer) no significaba el control del espíritu sobre algo. Se
trataba sólo del control del espíritu por agentes externos: drogas,
lavado de cerebro, propaganda de masas, etc. Por lo tanto, eran
fenómenos pasivos, y por consiguiente, datos científicos.
¿Qué es el espíritu? ¿Existe?. No está mal decir: «pienso, luego
existo», pero esta operación mental como pensar, ¿no es acaso un
fenómeno puramente bioquímico sobre el plano neurofisiológico? Si
es así, la operación «yo pienso» cae desde su altura sublime y se coloca
al lado de cualquier otro fenómeno natural.
Para sentir como es debido la importancia del problema habría que
remontarse quizás en el pasado y ver cómo era la enseñanza de la
escuela de psicología llamada «behaviorista».
Empezó con un artículo de J. B. Watson, profesor de la universidad
de Jhons Hopkins, de Baltimore, publicado en 1913, justo a la víspera
de la Primera guerra mundial; esta escuela ejerció y ejerce aún medio
siglo más tarde su influencia no sólo en la psicología, su ámbito

La ciencia y el individuo 63
propio, sino también en la psiquiatría, las ciencias sociales, la filosofía,
la ética, y en la manera de pensar en general de las personas educadas.
El principio de esta escuela es la necesidad de rechazar del
vocabulario científico todos los términos subjetivos como sensación,
percepción, imagen, deseo, meta, pensamiento, emoción, conciencia,
espíritu, etc.
La psicología, que debe ser una ciencia del espíritu, ¿qué va a
estudiar si se excluyen los fenómenos mentales? La contestación es: las
ratas.
El espíritu, ese juguete costoso, yo no existe para los beha-
vioristas. Ellos se ocuparán únicamente del «comportamiento-
observable y medible de los animales, y no de los hombres, porque el
comportamiento humano no se presta fácilmente a medidas
cuantitativas en el laboratorio. Hay que decir, por otra parte, que las
cobayas humanas cuestan demasiado.
El behaviorista experimenta, pues, sobre ratas y palomas cuyo
comportamiento es medible, como lo haría un físico observando una
aguja que oscila en un monitor. A partir de estos datos científicos,
sólidamente modelados sobre el determinis- mo de la física mecánica
del siglo XIX se hicieron deducciones sobre el comportamiento
humano.
Así, durante tantos años se repite incansablemente una experiencia
típica: se coloca una rata en una caja llamada Skin- ner, equipada de
una bandeja, de una bombilla y de una varilla que bascula cuando la
rata la presiona. Si la rata acierta, la recompensarán con una bolita de
comida que caerá automáticamente en la bandeja.
Este procedimiento experimental, llamado «condicionamiento
activo-, indica cómo actúa la rata sobre el entorno. En el caso del
hombre, la acción sobre la varilla se llamará trabajo, y la bola, el
salario. Para la escuela behaviorista, el hombre, como cualquier
organismo, es sólo un autómata pasivo, teledirigido por el medio
ambiente, y su única meta en la vida es reducir las tensiones por
reacciones de adaptación. He aquí
el condicionamiento del hombre, científicamente demostrado.
Según el principio de esta escuela, no pueden existir nociones tan
subjetivas como la originalidad o la creatividad.
El costurero Patou, según- el ejemplo de Watson, no tiene ninguna
imagen in mente para crear un nuevo vestido. Cubre a su modelo con
una tela de seda, tira por aquí, tira por allá, hasta que se parezca a un

64 La ciencia y el individuo
vestido, hasta que se transforme en una creación, exactamente como
la pobre rata que acaba por apretar la varilla, entendiendo, claro, que
la varilla para los humanos es mucho más complicada.
Esto supone la posibilidad inaudita para cualquiera de llegar a ser
Shakespeare, Goethe, Mozart o Picasso, según su elección. La
utilización del ordenador podrá facilitar el trabajo.
Dado que, según este principio, todo organismo es un autómata
pasivo, responderá solamente de forma pasiva a los estímulos, como
una bola que rueda por el golpe de un taco de billar. La vida sólo sería
entonces un encadenamiento de estímulos y respuestas.
He aquí un ejemplo de este encadenamiento verbal, sacado de un
manual de psicología, al uso, de estudiantes americanos, que muestra
cómo los fenómenos complejos pueden reducirse a una serie de
respuestas simples.
El: «¿Qué hora es?»
Ella: «Las doce.»
El: «Gracias.»
Ella: «De nada.»
El: «¿Y si fuéramos a comer?»
Ella: «Buena idea.»
Ante este diálogo típico, adoptado oficialmente, me quedo
estupefacto. ¿Es posible que todo el comportamiento humano se
reduzca a este estilo de prototipo simple?
En todo caso, estas cosas podrían suceder en Estados Unidos
donde la costumbre de las «fechas», las citas de los jóvenes estudiantes
de ambos sexos, son costumbre. Pensándolo bien, esto sería imposible
en el Japón de antes de la guerra, dónde tal diálogo sólo sería
imaginable entre una prostituta y su cliente, e incluso no siempre.
Seguramente la razón es que los japoneses de antes de la guerra no
estaban lo suficientemente «ratizados» como lo deseaba la psicología
behaviorista.
Volvamos a Koestler, al congreso «el control del espíritu». Para él,
el behaviorismo es insostenible porque el behaviorista pretende
predecir y controlar la actividad humana de la misma manera que los
físicos controlan y manipulan los otros fenómenos naturales, cuando
los físicos son sólo deterministas del siglo XIX. ¿En el siglo XX,
Heinsenberg, ilustre físico, no ha dicho acaso que «la naturaleza es
imprevisible»?
Hay que admitir que todas las ramas de la ciencia no van a la par.

La ciencia y el individuo 65
Existen desfases entre ellas. La física moderna está a la cabeza del
pelotón, pero muchas otras ciencias, así como la mayoría de las
instituciones sociales, están sólidamente ancladas sobre los principios
de la física mecánica del siglo XIX. Esta tiene la gran ventaja de
satisfacer el espíritu racionalista de las masas, porque sus principios
no están alejados de nuestros hábitos mentales cotidianos.
Durante este congreso, el testimonio de Wilder Penfield, uno de los
neurólogos contemporáneos más eminentes, ha merecido nuestra
atención. Penfield, famoso por sus trabajos sobre la memoria absoluta
que obtenía gracias a una pequeña estimulación eléctrica sobre el
cerebro, afirmó que no existe ninguna prueba de una actividad mental
sin acción del cerebro. Sin embargo, afirmó con la misma seguridad su
convicción de que «cerebro» y «espíritu» son entidades separadas.
A este respecto hizo observaciones mordaces sobre filósofos de
Oxford, como Gilbert Ryle y A. J. Ayer, que negaban la existencia del
espíritu. Ryle comparaba la creencia en el espíritu a la creencia de los
campesinos ignorantes que, a la vista de la primera locomotora,
pensaron que había en su interior un caballo escondido.
Es curioso ver cómo los investigadores en los campos de la
anatomía, de la fisiología, de la patología y de la cirugía del cerebro de
los cuales se hubiera esperado opiniones materialistas admitían la
existencia de la entidad «espíritu», mientras que los lógicos, de los
cuales se hubiera esperado la manifestación de un respeto por el
espíritu, no mostraban ninguno, y se sentían simplemente
hipnotizados por los trazados neuroló- gicos y los circuitos eléctricos.
Penfield tenía, sin embargo, razones experimentales para creer en
la existencia de una entidad distinta a la de los fenómenos puramente
neurofisiológicos, es decir, del cuerpo.
Cuando aplica un electrodo sobre el área motriz del córtex cerebral
de su paciente (puesto al descubierto por la operación), éste mueve
automáticamente la mano del lado opuesto. Cuando pregunta al
paciente por qué mueve la mano, contesta: «No soy yo quien ha
movido la mano. Usted me lo ha provocado.»
He aquí la prueba de que el paciente no es un simple autómata
pasivo del estilo juque-box (o rokola), porque es consciente de lo que
ocurre en él.
Otra experiencia que realizó: Durante una estimulación de las
áreas motrices del córtex pide al paciente que impida el movimiento
de su mano. Este la coge con su otra mano y lucha para mantenerla
inmóvil.

66 La ciencia y el individuo
Hay una entidad invisible que manda uno u otro hemisferio
cerebral. ¿Se la puede llamar alma o espíritu?
Llamémosla espíritu. Pero en cuanto a saber de qué manera el
espíritu está atado al cuerpo, no somos hoy más sabios que Aristóteles
cuestionándose lo mismo hace dos mil trescientos años. «La ciencia no
aporta ninguna luz sobre la naturaleza del alma», concluye Penfield.
Otro testimonio durante el mismo congreso viene de Jona- than
Colé, psicofarmacólogo.
La declaración que hizo en esta ocasión tiene que hacer tambalear
la fe de los que han puesto su esperanza en el uso de la droga como
medio eficaz de salvación del alma:
«Hoy día —dice— los clínicos han sido sumamente incapaces de
predecir qué pacientes reaccionarían y de qué manera... Se tiene la
certeza de que las esperanzas del individuo, la atmósfera del entorno
y las actitudes del médico pueden modificar considerablemente la
eficacia de la droga. Empiezo a preguntarme si el contexto humano no
es importante o más importante que las drogas...».
Hizo una experiencia. Dio una píldora a ciento veinte estudiantes
que tuvieron que pasar, después, una prueba escrita. Los dividió en
dos grupos y dijo a uno que la píldora era de- xedrina, un estimulante,
y a otro que era soporífera. En realidad las píldoras que había
distribuido eran todas idénticas. Pero los resultados de la prueba
mostraron una clara diferencia. El primer grupo, que creía en el
estimulante, se sintió lleno de dinamismo, y el segundo, que pensaba
haber tragado un somnífero, se volvió apático y dormido. Colé hizo
un informe sobre las drogas alucinógenas. Como disponía de equipos
investigadores, repartidos sobre las dos costas de Estados Unidos, este
y oeste, pudo comparar la diferencia de los efectos producidos por la
misma droga, LSD u otra, sobre los sujetos de las dos regiones. Sobre
la costa este había algunas deformaciones en su campo visual, pero
ningún efecto subjetivo. En California, costa oeste, era euforia, vivían
acontecimientos cósmicos, se unían con el Sol, la muerte o el
renacimiento.
Espíritu, autosugestión, entorno, he aquí tantos misterios. El
testimonio del doctor Robert Rosenthal, psicólogo, es aún más
desconcertante. Como psicólogo llevaba a cabo un tipo clásico de
experiencia enseñando a las ratas a seguir un laberinto.
A lo mejor estaba obligado a hacerlo si quería ascender en la
jerarquía académica. Pero tuvo la astucia de hacerlo a su manera.
Dio a un grupo de investigadores ratas, que según les dijo eran

La ciencia y el individuo 67
«genios», con todo el pedigree de los antepasados, con un coeficiente
intelectual excepcionalmente elevado. Al otro grupo le dio ratas que
él declaró estúpidas. En realidad, todas las . ratas eran de la misma
especie ordinaria. Pero el resultado fue sorprendente. Las ratas
llamadas geniales marcaban puntos indiscutiblemente superiores a
las ratas estúpidas, cuando esta distinción existía sólo en el
pensamiento de los investigadores.
La única explicación que Rosenthal pudo encontrar era que el
prejuicio en la mente de los investigadores haya sido transmitido a
las ratas de una manera o de otra... Pero, ¿cómo?
He aquí el verdadero aspecto de lo que llamamos habitualmente
«científicamente probado», fórmula que equivale a «Aristóteles lo
dijo», de antes del Renacimiento.
Citemos además al profesor Hyden, citólogo:
«Si decidís hacer una experiencia para demostrar la actividad
refleja, el pobre animal nunca tendría la posibilidad de mostrar qué
puede hacer más que presentar simplemente una actividad refleja.
Estas experiencias están expresamente destinadas a confirmar la
hipótesis. Es lo peor que se puede hacer en una experiencia.»
Como dice Koestler, todas estas orientaciones convergentes en
neurofisiología, neurofarmacología, psicología experimental y
psicoterapia demuestran que el concepto organismo humano como
conjunto de reflejos condicionados es una abstracción... La realidad es
el individuo, una entidad indefinible, con una parte imprevisible en
su esencia misma que determina las reacciones del organismo entre
los estímulos que recibe. Es, además, lo que he intentado hacer
comprender con la palabra «afectividad».
«Así —dijo él— a un escalón más alto de la espiral estamos de
nuevo sumergidos en el mundo de la magia, pero con una
comprensión más sutil de los recónditos poderes del espíritu. La
ciencia se ocupa sólo de generalidades. Cuando se aplica la ciencia a
lo particular, se llega tarde o temprano al callejón sin salida llamado
“idiosincrasia”.»
El movimiento regenerador no se basa sobre ninguna ciencia «de
lo general». Se basa sobre una noción indefinible del Ki. Esta actitud,
muy opuesta a la de los occidentales, consiste en apartar toda hipótesis
intelectual sobre la naturaleza de esta noción, pero utilizada como
utensilio de trabajo.
El Ki es indefinible, lo que no significa que se trata de una noción

68 La ciencia y el individuo
oculta o mística. Al contrario, sentimos y experimentamos lo que
ocurre en nosotros mismos, lo que llamamos estado del alma, sin que
haya necesidad de añadir una noción misteriosa. La palabra alma
viene, como ya sabemos, de ánima, lo que anima. Digamos también
que la palabra espíritu, que significa hoy día cierta virtuosidad verbal,
viene de espíritus, soplo, respiración. Ciertamente hubo un tiempo
donde los lejanos antepasados europeos utilizaban estas palabras co-
mo algo lógico, sin romperse demasiado la cabeza.
El Ki puede ser intenso o débil. Cuando el Ki es nulo, uno está
muerto. El alma ha desaparecido. Uno está inanimado.
Con el Ki, con el alma, nos encontramos plenamente en el ámbito
de la individualidad. Los lógicos, los teóricos lo despreciarán como
conocimiento empírico, pero una madre que tiene varios niños,
aunque sea analfabeta, sabe que no son todos iguales. El mayor es
reflexivo, pero muy lento en sus gestos. Cuando le pide ir a buscar una
cuchara a la cocina va renegando y no se acuerda de lo que va a buscar.
El menor es vivo, en seguida trae la cuchara, pero es demasiado
travieso y la juega a menudo malas pasadas, etc.
¿De dónde viene esta diferencia?
En el Seitai la noción de acción es extremadamente importante.
Cuando vivimos, actuamos de una manera u otra. Admitimos con los
occidentales que la sede del pensamiento está en el cerebro, pero la
sede de la acción está en el koshi, que comprende las lumbares y la
pelvis. El koshi es, por lo tanto, toda la parte posterior del vientre, del
«hara».
La noción de acción que normalmente concebimos como puesta
en ejecución de una decisión, de una voluntad, necesita ser revisada.
Esa idea puede estar conforme con la anatomía, pero la anatomía no
explica la acción del hombre como unidad de ser, de la misma manera
que el análisis de los colores no explican un cuadro.
La cohesión entre el pensamiento y la acción depende del conjunto
de condiciones complejísimas del estado del koshi. Cuando el koshi
se torna rígido, la acción a su vez se vuelve rígida. Generalmente eso
es lo que ocurre con los ancianos.
La inteligencia nos aclara una multitud de posibilidades y nos
conduce a una conclusión más o menos plausible, pero jamás absoluta.
La acción es el compromiso de uno mismo en una de las posibilidades,
excluyendo todas las demás. La primera es horizontal, mientras que la
segunda es vertical. Se pasa de lo general a lo particular. No hay
acción, más que en lo particular.

La ciencia y el individuo 69
Desde hace algunos siglos, el centro de actividad del hombre no
hace más que subir cada vez más y más alto. En el siglo XVIII el
corazón ocupaba aún un lugar importante. Hoy día sólo cuenta la
cabeza, el cerebro. ¿Es posible que se pueda subir aún más alto?
Hace un siglo, finalizado el feudalismo, el Japón conserva aún
estas nociones de hara y de koshi en las expresiones corrientes. Koshi-
nuke, hombre cuyo koshi está deshecho, designa a alguien que cogido
por el miedo, no actúa.
No he encontrado aún el equivalente de la palabra koshi en las
lenguas europeas. No es más que la combinación de las lumbares, de
las caderas y de la pelvis. Es la imagen de la concentración.
La palabra concentración puede también provocar bastantes
controversias en el espíritu europeo, pues implica la noción de
esfuerzo y la del problema a resolver.
Cuando la concentración es intensa, cuando el koshi está bien firme
y cerrado, hay una participación de todo el ser en el cumplimiento del
acto.
Pueden producirse fenómenos inexplicables para la ciencia clásica.
Sin entrar en detalles técnicos, voy a hacer una comparación.
A) Acción cerebro-céntrica.
Max tiene muchas ideas, posibilidades, sugerencias. Me propone
esto y lo otro. Acepto sus propuestas. Al cabo de algún tiempo
constato que no ha cumplido ninguna de sus promesas, incluso la más
sencilla, como por ejemplo: voy a darle las señas de mi amigo X,
persona extremadamente interesante, etc.
Parece que se ahoga en sus posibilidades.
B) Acción del koshi.
Víctor no habla mucho, contrariamente a la afirmación be-
havioristas parece que tiene una imagen interior de lo que desea
obtener. Instintivamente, evita los momentos de mala suerte y elige
los buenos. No sé cómo consigue lo que quiere, pero lo obtiene de
todas maneras. Es casi imposible programar de antemano lo que va a
hacer exactamente. Se mueve por aquí, por allá, da rodeos
inverosímiles, etc. Su acción parece ser una sucesión de verdaderas
casualidades. Lo extraño es que llega a su meta de esta manera.
Estos ejemplos son un poco simples; pero en un individuo puede
existir una mezcla de los dos, y esto según el tipo de acción
emprendida.
En todo caso, la cuestión del koshi es de una importancia

70 La ciencia y el individuo
primordial en la tradición japonesa.
Recordemos que el maestro Awa ha mostrado a Eugen He- rrigel,
perplejo intentando comprender, a la manera occidental, lo que puede
ser un tiro perfecto: lanzó dos flechas en la penumbra, la primera dio
en el blanco invisible justo en el centro, la segunda se situó sobre la
primera.
Disparar sin haber apuntado, sin recurrir al sistema voluntario,
sería incomprensible sin tener en cuenta el estado del koshi.
Es interesante observar que existen en Japón numerosas personas
ocupando puestos de responsabilidad que se dedican a la práctica de
un arte tradicional, de la misma manera que sus colegas franceses
coleccionan cuadros de grandes maestros. Yo mismo he conocido
ejemplos de ministros o de presidentes, directores generales, en
Aikido, Kendo, Kyudo, Teatro Noh, Ceremonia del Té, etc. Lo que
ellos buscan no es el valor intelectual o estético, sino el koshi, la fuente
de toda acción.
Un día, el maestro Noguchi debía examinarse del permiso de
conducir. Había un aparato para medir la capacidad visual. Dos agujas
partiendo de direcciones opuestas debían reunirse en un punto
cualquiera del campo visual, y había que apretar un botón para
pararlas en el punto de encuentro.
Como acertó a la primera vez el examinador, muy intrigado, ya que
esto no se produce a menudo, le pidió que repitiera el test. Repitió el
test cinco veces y acertó todas.
Su mujer, del tipo 1, cerebral activo, hizo el mismo test, pero entre
el momento en que constató el encuentro y el momento de apretar el
botón, pasó una fracción de segundo, y las agujas se encontraban ya
separadas.
Entonces, ¿qué hacía él para obtener tal resultado? Estaba en un
estado opuesto al que se supone en un caso similar, donde se está
contraído y crispado, intentando no fallar el golpe. La agujas ni
siquiera las miraba. Las sentía. Para él apretar el botón era tan natural
como rascar un picor o cerrar los ojos para que no entre el polvo.

VII

La ciencia y el individuo 71
EL CUERPO SE ADAPTA
En la época feudal, cuando la ciudad de Tokio de hoy se llamaba
Edo, dos campesinos, cansados de llevar una vida de miseria en su
pueblo, decidieron salir a la capital del Shogun para hacer fortuna.
Encontrándose a poca distancia de Edo, se detuvieron en una casa de
té al borde de la carretera para beber algo. Cuando acabaron la taza de
té les pidieron a cada uno tres mons1. Uno de ellos dijo: «¿Cómo? ¿Tres
mons por una taza de té? ¡No es posible! Es un escándalo. Cobrar por
un poco de agua caliente, es inadmisible. En nuestro pueblo esto no
cuesta nada. Voy a volver al pueblo.»
Se dio media vuelta mientras que el otro pensó: «Si se puede ganar
dinero incluso con un poco de agua caliente, es formidable, yo iré a
Edo.»
¿Cuál tenía razón? Pienso que los dos tenían razón. Cada uno a su
manera.
Decir que una botella está medio vacía o medio llena es
exactamente lo mismo. La diferencia radica en la persona que lo dice.
¿Qué es el hombre? No lo sé. Y, sin embargo, yo lo soy.
En el siglo XVIII el hombre era frecuentemente comparado con un
reloj, siendo Dios el relojero. Esta concepción mecánica tuvo que dejar
el sitio a la idea de una máquina térmica con el desarrollo de la
termodinámica en la segunda mitad del siglo XIX. Según el primer
principio de la termodinámica, el trabajo es equivalente a la cantidad
de calor que le corresponde, es el principio de conservación de la
energía.
De ahí la necesidad de la aportación de la energía exterior en forma
de alimentos para que el hombre pueda trabajar. Un adulto debe
tomar 2.600 calorías de alimento al día.
Los vietnamitas se alimentaban, dicen, con 1.700 calorías al día, lo
que, según el cálculo de los dietéticos, permitiría a los adultos
permanecer tumbados sin hacer gran cosa. Sin embargo, luchaban
contra los americanos, que estaban tres veces mejor alimentados que
ellos.
Después de la bomba atómica en Hiroshima, los sabios predijeron
que no existiría más vegetación en esta región durante cien años. He
ido a Hiroshima después y he visto vegetación por todas partes.
En efecto, los cálculos científicos serían correctos si ciertas

72 El cuerpo se adapta
condiciones de laboratorio, es decir, del sistema cerrado, se hubieran
mantenido por todas partes. Pero la realidad no es un sistema cerrado.
Entran tantos factores desconocidos que es difícil predecir el porvenir
con certeza.
El organismo vivo nos reserva siempre sorpresas. Está en flagrante
contradicción con el segundo principio de la termodinámica según el
cual todo sistema está destinado a perder su energía, tarde o
temprano, para llegar a la degradación completa de su «orden». Se
intentó aplicar este principio a gran escala y predecir que el universo
está convirtiéndose en una gran fosa caótica de moléculas gaseosas.
La entropía es la función matemática que expresa este principio de
degradación. Cuanto más aumente la entropía, más disipada se
encuentra la energía, y el orden se encamina hacia el desorden. La
entropía es una palabra griega adoptada por Clau- sius, un físico
alemán, que significa «¿vuelta hacia atrás?». Quizás la vuelta al pueblo
natal donde el agua caliente no cueste nada.
La vida, al contrario, surge de una nada caótica para formar un
orden; de ahí se inventó una expresión paradójica para calificarla
«entropía negativa». Si el hombre es un organismo vivo, debe dejar
actuar esta entropía negativa. Sin embargo, un miedo indefinible se
apodera del hombre de manera que actúa como si fuera un sistema
cerrado termodinámico, y sin entender nada de esta ciencia.
Así, por ejemplo, se obliga a los niños a comer aunque no tengan
ganas de comer. Esto se llama inculcar una buena costumbre. Se oye
la voz estridente de mamá que dice: «Mientras no comas no saldrás a
la calle.» Esto es como hacer el lleno de carburante y arruinar a la vez
la sabiduría del cuerpo.
Los niños cuyas necesidades reales son reprimidas se vuelven, por
consecuencia, caprichosos, incontrolables, insoportables.
Una mujer, ahora abuela de dos nietos, me hace la siguiente
confidencia: «Es verdaderamente sorprendente constatar que con una
atención acentuada, un pequeño gesto de nada basta para prevenir lo
que hubiera podido ser una gran catástrofe.»
Otras veces se impone sin discriminación el descanso a los
enfermos. Se tiene simplemente miedo a la degradación de la energía.
Así se ahoga la posibilidad de despertar la entropía negativa. Una
mujer me dice: «No hay nada tan debilitador como la obligación de
permanecer acostada cuando no apetece. Después de algunos meses
en el sanatorio, he salido completamente debilitada.»

El cuerpo se adapta 73
En todo caso, es difícil despertar al hombre y hacerle comprender
que no es una máquina térmica. La palabra «fatalidad» ejerce tal
encanto que uno no se puede casi liberar de ella. Algunas veces hacen
falta circunstancias excepcionales para que el hombre se dé cuenta de
sus posibilidades.
Un hombre estaba profundamente desesperado por encontrarse
muy endeudado. Era costumbre antiguamente en Japón liquidar todas
las deudas del año antes del 31 de diciembre a medianoche y celebrar
el año nuevo con un espíritu de serenidad recuperada. Mientras todo
el mundo gozaba de la paz del comienzo del año, él se sentía
totalmente agobiado. Al parecer, lo único que le quedaba por hacer era
poner fin a sus días.
En medio de sombrías reflexiones oyó de repente el ruido de
hatsuni. Hoy día esta costumbre, que casi ha desaparecido, de
transportar la mercancía simbólica el día de año nuevo existía aún en
mi infancia. Los jóvenes arrastraban la carreta en la calle gritando
«washoí, washoí» para impulsar la prosperidad del comercio. Este
ruido fue para él el motivo de un despertar. Sintió surgir en él una
energía inagotable. Los años pasaron y llegó a ser el propietario de un
gran restaurante de varias plantas en Ginza, Tokio.
Circunstancias excepcionales pueden liberar esta energía, que no
es ni mecánica ni termodinámica. Esta energía es lógicamente
indefinible.
Se conocen casos de proezas femeninas. Numerosas japonesas han
transportado armarios pesados durante incendios, mientras sus
maridos, asustados, huían con una papelera o una escoba. Una madre,
americana, levantó un coche al ver que caía sobre su hijo, que estaba
reparándolo, etc.
De una manera general, las personas que han realizado tales
proezas no se acuerdan exactamente de lo que ha ocurrido. Han
actuado como en un sueño y se asombran de lo que han hecho, como
en un estado consciente no consiguieron liberar tal energía, ésta es
inutilizable habitualmente. Es como la utilización pacífica de la
energía nuclear, que plantea tantos problemas. Es por eso que, sin ser
misógino, yo miro a las mujeres como si fueran bombas atómicas
dormidas.
Sin utilidad práctica esta energía inexplicable trabaja, a pesar de
todo, en nosotros y a menudo la utilizamos, sin saberlo, para
destruirnos a nosotros mismos o entre nosotros.

74 El cuerpo se adapta
Si esta energía escapa a nuestro control es porque se adapta a una
lógica que es completamente diferente a la que conocemos y aplicamos
en la sociedad moderna, mecánica y calculadora.
Es, por ejemplo, la que se manifiesta bajo la forma de una
misteriosa fuerza de adaptación. Una herida no se queda tal cual, se
cicatriza. Pero un neumático pinchado no se arregla solo, seguirá
pinchado mientras no se intervenga. La ciencia explicará esta
regeneración con mucha sutileza y precisión, pero explica el proceso y
no el porqué de la regeneración. Los etnólogos se han asombrado a
menudo por la rapidez con la que una herida desaparecía entre los
pueblos llamados primitivos, pueblos en los que la intelectualización
no ha alcanzado aún un alto nivel de complicaciones.
Niels Finsen ha descubierto que la pigmentación de la piel protege
al cuerpo contra el exceso de rayos ultravioleta. Es por eso que los
pueblos expuestos a un sol excesivo tienen la piel morena. Es una
protección natural.
Llamaré «sabiduría del cuerpo» ese algo que provoca la protección
natural. Admitiré, como en el caso del principio vital de Bergson, que
es una especie de etiqueta pegada sobre nuestra ignorancia. Pero
admitir la ignorancia es no ignorar la ignorancia.
La aberración comienza cuando el hombre, en lugar de dejar actuar
la sabiduría del cuerpo, añade su propia interpretación. Así, nos lleva
a creer que la piel morena es un signo de buena salud, ya que muestra
que hemos absorbido energía solar. Esto pertenece al terreno de la
literatura o del esnobismo. Noguchi constató que los snobs morenos
están frecuentemente perturbados por catarros, cuando el Sol empieza
a declinar en otoño, con deficiencia de rayos ultravioleta.
Los hombres no son los únicos que están falsamente influenciados
por ideas. La experiencia realizada con ratas muestra que las que están
acostumbradas a saltar obstáculos antes de volver a su ratonera siguen
saltando en el mismo sitio aunque se haya retirado el obstáculo. Los
perros accidentados en una pata siguen cojeando, incluso cuando ya
se han recuperado perfectamente.
En el hombre, evidentemente, la inteligencia influye sobre la
sabiduría del cuerpo. El hombre fabrica lo que no existe en estado
natural para satisfacer sus necesidades: su casa, su ropa, su alimento.
Crea condiciones a su alrededor que juzga buenas para él. Sin
embargo, como organismo vivo no puede escapar a la ley de
adaptación.

El cuerpo se adapta 75
Una de las consecuencias de esta ley es que cuanto más protegido
se está, más se debilita. En esto radica la diferencia fundamental entre
un objeto inanimado y un organismo vivo. Pero es también lo que más
desconocemos. Una persona que permanece postrada por necesidad
en la cama es tratada como si fuese una pieza de museo, nunca tendrá
la posibilidad de volver a andar. No niego la necesidad del descanso,
pero el descanso impuesto sin reserva es tan peligroso como un exceso
de trabajo. El único momento en que Noguchi recomienda el descanso,
si no recuerdo mal, es el período durante el cual la temperatura,
después de haber descrito una curva ascendente, desciende más bajo
de lo normal. Por lo tanto, ningún descanso obligatorio durante la
fiebre.
La gente se escandalizaba al principio cuando Noguchi les
aconsejaba poner una compresa caliente detrás de la cabeza durante la
fiebre. ¿Cómo? ¿Tenemos fiebre y usted dice subirla más? Es una
locura.
Como los que lo han intentado han visto que la temperatura,
después de haber subido más de lo corriente, bajaba más deprisa que
la de los que recurrieron al método convencional japonés de la bolsa
de hielo. Han creído que era un método eficaz para bajar la fiebre.
Nada de eso ocurre. La reacción de un organismo vivo es diferente a
la de un objeto inanimado. El hecho de enfriar no disminuye el calor.
Se trata de la entropía negativa.
Me he encontrado con tanta gente en mi vida que han dicho:
«Cuando yo sea capaz, lo haré. Cuando yo me sienta fuerte sobre mis
piernas andaré.» Mientras tanto, permanecen tumbados. Sus piernas
se debilitan cada vez más. La adaptación va trabajando.
Alguien me ha contado el caso de una campesina polaca que,
sintiendo los primeros dolores de parto, volvió a toda prisa a su casa,
dio a luz sola, puso los pañales, vistió al bebé y dos horas después
volvió para cocinar las remolachas. «No me lo podía creer», dijo.
Oyéndolo un Malgache me dijo: «Ocurre lo mismo en mi país. ¿Por
qué las parisinas no hacen como las mujeres de las islas?» Le contesté
que eso era difícil. Necesitan métodos para cumplir una función
natural.
Se han adaptado a la civilización. No es sólo el caso de las mujeres,
sino también el de las perras o vacas civilizadas que no pueden ya
parir sin la ayuda de un veterinario.
Existen casos en que las civilizadas no se preocupan de los

76 El cuerpo se adapta
métodos, por ejemplo cuando dan a luz a escondidas. El imperativo
del momento les adapta al funcionamiento natural.
A menudo me ha sorprendido el temor que siente la gente sobre el
tema de su salud. No sólo hablan de enfermedades, sino también de la
posibilidad de enfermedades futuras. Están tan bien informados sobre
el tema que es casi imposible mantener una conversación con ellos sin
preguntarles de qué se trata, ya que no conozco los términos que
emplean.
Más aún, se van creando incesantemente nuevas palabras,
teniendo en cuenta que existen actualmente enfermedades
desconocidas hace diez años.
El miedo paraliza a la gente de antemano y no son capaces, llegado
el momento, de movilizar todas sus posibilidades de entropía
negativa. ¿Creen acaso que la salud es la ausencia de enfermedades?
Esta noción de salud es una de las más polémicas que hay. Una
organización internacional la definió como un cierto estado de
bienestar; por lo tanto, los borrachos y los drogadictos están sanos.
En principio, no creo en la necesidad de un método de salud, sea
cual sea, porque la salud es el estado normal de un organismo vivo.
Por lo tanto, no cuido mi salud; es por el contrario la salud que me
cuida. Dejo libertad de acción a la sabiduría del cuerpo.
Tal comportamiento no suscita la aprobación de la gente. Piensan
que la salud es una cosa importante, la cual hay que cuidar
meticulosamente. La consideran como un trabajo de orfebrería.
La examinan con una variedad de instrumentos, la mantienen
separada del polvo y la protegen. A pesar de todas estas precauciones,
no pueden evitar sentirse frágiles. A sus ojos sólo soy un bárbaro
insensato.
Curiosamente, hace cuarenta años, una opinión similar a la mía fue
expresada por Alexis Carrel, gran sabio, premio Nobel esta vez. Una
idea no es propiedad de nadie. Puede ser concebida tanto por un genio
como por un bárbaro.
«El descendiente no degenerado de una gran raza posee una
resistencia natural al cansancio y al temor», dice ’.
«No piensa en su salud ni en su seguridad. Ignora a los médicos»,
sigue diciendo.
Pero hoy, ¿dónde podemos encontrar a este descendiente de la
gran raza? Veo más bien a gentes debilitadas por una protección
excesiva.
La protección es una consecuencia de la orientación dualista del

El cuerpo se adapta 77
pensamiento, tomada por Occidente, sobre todo desde hace tres siglos.
El dualismo que se expresa por la oposición

1
L'Homme cet inconnu Pión, p. 164. entre el bien y el mal, el control del
espíritu sobre el cuerpo, etc., tiene ciertamente la gran ventaja de ser
comprensible para todo el mundo, de tener una eficacia inmediata y
de facilitar la sistematización. Pero a la larga la distancia entre la con-
cepción y la realidad de la naturaleza humana aumenta hasta el punto
de volverse un absurdo.
Hace veinte años nos alegrábamos del triunfo de los antibióticos,
sobre el treponema y el gonococo: se creía que los enemigos de la
humanidad habían sido exterminados para siempre. Victoria de la
inteligencia sobre el mal.
Hace algunos meses leo en un periódico, y, por lo tanto, no es
secreto para nadie: «Fracaso espectacular de la lucha antivenérea.»
El artículo cita un reciente informe de la Organización Mundial de
la Salud que admite este fracaso que califica de espectacular. Por lo
tanto, es oficial.
La blenorragia aumenta entre un 8 y un 10% cada año un poco por
todas partes en el mundo, dice. En cuanto a la sífilis, después de una
caída brutal entre 1946 y 1955, ha experimentado un aumento
considerable. Aunque es difícil hablar de cifras con certeza a causa de
la reticencia de los médicos, se estima que existen al menos cuatro o
cinco veces más casos hoy día que hace veinte años.
En la época en que la penicilina se utilizaba en miles de unidades,
Noguchi preveía el día en que se hablaría de millones de unidades.
Hace tiempo que ya es cosa hecha. Hay que decir que las bacterias se
han adaptado mejor a la situación que los hombres.
No condeno el dualismo. Es una de las formas inventadas por el
hombre para canalizar su energía. Ha dado muestra de numerosas
creaciones maravillosas: artísticas, científicas, políticas, comerciales,
etc., que no existen naturalmente.
No caigo en el error de defender un antidualismo que sería, a su
vez, una especie de dualismo.
Me limito a ofrecer al lector la ocasión de reflexionar sobre esta
cuestión: ¿Somos maestros o esclavos, usuarios o víctimas de nuestras
creaciones?
Veo por todas partes gentes dotadas de una amplia cultura,
equipadas con medios de protección de la cabeza a los pies, que toman

78 El cuerpo se adapta
precauciones en cada uno de los actos que van a realizar: qué comer,
cómo comer, qué postura adoptar, qué ejercicio es necesario para
mejorar tal condición, etc.
Se escandalizan ante mi ignorancia. También es cierto que la menor
falta de atención les cuesta muy caro. Yo soy un salvaje. Sólo me guío
por mí instinto. Mi única preocupación es intentar no ahogarle.
La ventaja que yo saco de esta ignorancia es que me siento
permanentemente como alguien que acaba de tomarse un baño
caliente, soy capaz de contraerme y relajarme más deprisa que los
demás, es decir, reponerme fácilmente del cansancio. Veo el cielo azul
ahí donde los demás no lo ven. Tengo la sensación de tener el sol en
mi vientre, pero ¿cómo se puede explicar tal cosa?
Ya que hablo de adaptación, permitidme citar un ejemplo, aunque
algo impactante: el de las gafas invertidas.
Sabemos que la imagen que se forma en la retina está naturalmente
invertida: es el cerebro, el que a la recepción de las señales
transmitidas por los nervios ópticos las interpreta para formar una
imagen mental correcta. Un sujeto se somete a una experiencia
psicológica llevando gafas invertidas. Ve el cielo abajo, la tierra arriba,
y peor aún, su pie derecho a la izquierda y arriba, y viceversa. Al
principio se siente totalmente perdido, incapaz de andar y afectado de
abominables náuseas. Al cabo de algunos días, si sigue llevando estos
cristales, se adapta y aprende a vivir en un mundo al revés.
Después del esfuerzo pesado y consciente del principio, acaba por
no darse cuenta del cambio de su universo.
Es curioso, pero lógico, el hecho de que cuando por fin prescinde
de sus gafas, le hacen falta aún algunos días antes de adaptarse a la
visión normal.
Lo que es normal puede parecer anormal, lo que es anormal puede
parecer normal. Todo depende de nuestra visión.

El cuerpo se adapta 79
VIII
LA ESPONTANEIDAD
«Estas calabazas no las he sembrado yo», diría un romano en
tiempo de los Césares, «han crecido voluntariamente» (vo- luntarie).
A lo que un francés del siglo XX replicaría: «¡Vamos! No sea usted
ridículo. Las calabazas no tienen voluntad. No crecen
voluntariamente. Sólo los hombres tienen voluntad. Aunque habría
que decir que existen hombres sin voluntad. ¿La voluntad de las
calabazas? Me hace usted reír.»
La razón de este diálogo de sordos es que la palabra voluntad ha
cambiado de sentido a lo largo de estos dos últimos milenios. Un
romano voluntario es alguien que actúa libremente,
espontáneamente. Un europeo que hoy día actuase espontáneamente
de manera habitual nos desconcertaría. Sintiéndose obligado a
justificar cada uno de sus actos, dice: «Me he reído porque... He
llorado porque...»
¿Las explicaciones que da para justificarse son de verdad exactas?
¿No hay acaso por qué preguntarse si traicionan más bien su deseo
de protegerse de las críticas eventuales, remitiéndose a un sistema de
referencias?
El europeo es un inventor incansable de sistemas. Pero ningún
sistema es perfecto. Tiene fisuras, debilidades y fragilidades. Es por
ello que buscamos cada vez más nuevos sistemas.
Dado este contexto es difícil hablar de espontaneidad si no se toma
la precaución suficiente para evitar malentendidos.
Si la espontaneidad significa únicamente la destrucción de todo
sistema, esto sería demasiado sencillo, pero también demasiado
desastroso. No es tampoco lo que yo deseo. Sería una suposición
excesivamente gratuita pensar que se podría acabar de un solo golpe
con toda la acumulación de experiencia que la humanidad ha
acumulado desde miles de años. Se puede, a lo sumo, romper objetos,
destruir monumentos, sabotear el mecanismo social o exterminar a la
gente. Pero todo ello no sirve para nada. Tarde o temprano, los
sistemas se restauran.
O bien entonces se intenta la evasión, la droga, la espiritualidad

La espontaneidad 81
o el retiro en las montañas.
He contado ya que Robinsón Crusoé, en su vida solitaria, seguía
contando los días de la semana; así es como encontró a su hombre
que bautizó con el nombre de «Viernes». El hecho de contar muestra
que uno ya pertenece a un sistema.
Los sistemas existen virtualmente en nosotros mismos. La
negación de lo que nos rodea no resuelve el problema.
Hay un proverbio Zen que dice: «Los pequeños ermitaños se
refugian en las montañas y las selvas. Los grandes ermitaños se
refugian en los barrios poblados.»
Veo a ciudadanos que envidian a los campesinos que viven en el
campo, y respiran aire puro. También veo a campesinos
exasperados que dicen: ellos no tienen los problemas que tenemos.
La felicidad para unos es desgracia para otros. Por mi parte no
me ocupo de esa cuestión del hábitat. Me interesa únicamente lo que
ocurre en nosotros mismos. Si las personas quieren ser pequeños
ermitaños, es asunto suyo. En todo caso no soy yo quien les anime
a serlo, porque el problema de fondo permanece en su totalidad.
Aunque la educación haya implantado la idea de que todos »
nuestros actos pueden someterse a un control consciente y voluntario,
en el fondo es pura ilusión. Nada en la vida se hace sin la
espontaneidad. Incluso bajo la coacción más severa, la espontaneidad
trabaja: el corazón late, la sangre circula, los pulmones respiran. No
lo podemos remediar. Bajo la amenaza de un revólver levantamos las
manos. Es un gesto provocado y no espontaneo. Pero una vez que la
mente ha aceptado este gesto, el movimiento en sí se hace
espontáneamente. No conocemos el mecanismo a través del cual una
idea se transfor- ma en movimiento.
Los fisiólogos explican este proceso con una gran sutileza.
Consiguen reproducir en parte este proceso por medios físico-
químicos o eléctricos, pero no totalmente. De una manera general,
cuanto más intervienen, tanto más disminuye la espontaneidad del
cuerpo, dejando lugar a la pereza visceral. En cambio, la cirugía sólo
puede contar con la espontaneidad para el éxito de la operación.
Ninguna intervención sería posible si la herida no se cicatrizase por sí
sola si las visceras no se colocasen en su lugar si la sutura no se hiciese
naturalmente. El cirujano trabaja en función del crédito que da a este
misterioso trabajo de la naturaleza de la cual aún no conoce el secreto.
El día en que lo conozca no necesitará quizás ya el escalpelo.

82 La espontaneidad
El movimiento regenerador está basado en la espontaneidad. Esto
es verdad en principio; pero en la práctica es difícil trazar una línea
de demarcación muy clara entre lo que es espontáneo y lo que es más
o menos intencionado.
Uno de los test posibles es la verificación del movimiento de los
globos oculares. Estos pueden moverse lateral o verticalmente según
el ángulo donde se quiere dirigir la mirada. Por lo tanto, los podemos
mover atrás, y viceversa, cosa imposible de ejecutar voluntariamente.
Algunas veces esta palpitación es evidente; el sujeto está sacudido
por un movimiento involuntario y a pesar de su esfuerzo no consigue
abrir los ojos. Es el caso en que su cuerpo tiene verdadera necesidad
del movimiento espontáneo. Pero a medida que la necesidad de
equilibrio disminuye, la palpitación se hace menos evidente y es
necesario colocar dedos muy sensibles sobre los párpados para
sentirla.
Un bostezo puede estar provocado por la necesidad del cuerpo, o
el cansancio del cerebro (físico). Puede también ser provocado por
contagio, viendo bostezar a los demás (psíquico). O bien puede ser
también provocado por el entrenamiento como el perro de Pavlov
(reflejo condicionado). Por lo tanto, existe una diferencia en la
naturaleza de movimientos que se presentan similares. Pero a pesar
de todo, los acepto todos en el movimiento regulador ya que cada uno
evoluciona descubriendo en sí nuevas fuentes de energía.
La palabra «espontaneidad» comporta cierto peligro para la gente
que comprende demasiado de prisa, porque pueden pensar: todo está
permitido. Se puede hacer cualquier cosa. En realidad, esto sólo es
una interpretación de acomplejados. Si todo fuese permitido se
podría asestar a un compañero bofetadas o puñetazos. La palabra
«espontaneidad» no puede servir de justificación, ni tampoco las
palabras «natural», «intuición», etc. El oficiante debe ser capaz de
considerar tal eventualidad. Pero tales casos no se producen a
menudo.
Si a pesar de estos riesgos y ambigüedades insisto sobre la
espontaneidad, es que sólo el movimiento espontáneo puede actuar
y contribuir a la normalización del terreno.
Sea cual sea el bonito nombre que se dé a un movimiento,
gimnasia de la belleza o de rejuvenecimiento, artes marciales,
deportes, sólo es válido en la medida en que se practique es-
pontáneamente, es decir, con la participación de todo el ser y no
como la ejecución de imperativos.

La espontaneidad 83
Alexis Carrel ya ha denunciado el peligro del esfuerzo mús-
cular condicionado artificialmente.
«(El esfuerzo muscular) Sólo se practica en el atletismo y bajo
una forma estandarizada sometida a reglas arbitrarias. Nos
debemos de preguntar si estos ejercicios artificiales reemplazan
completamente los ejercicios naturales de las condiciones antiguas
de la vida».1
Yo mismo constato incesantemente los daños causados por
ejercicios diversos que ocasionan la hipertrofia muscular sin
armonía con el resto del cuerpo. Pero voy a citar a Alexis Carrel.
«Si los músculos permanecen activos cuando el corazón y , los
vasos ya están usados se vuelven un peligro para el individuo.
Organos anormalmente vigorosos en un cuerpo viejo son casi tan
perjudiciales como órganos permanentemente seniles en un cuerpo
joven».
El entusiasmo de la juventud nos hace confundir fácilmente la
espontaneidad con la fogosidad incontrolada. Pero tarde o
temprano la naturaleza se venga. Es paradójico constatar que cuanto
más progresa la medicina, más enfermedades surgen y hay cada vez
más cuerpos destrozados por los deportes.
Si un movimiento es espontáneo debe desembarazarse poco a
poco de los elementos inútiles para la vida y llegar a ser tan simple
que coincide con el movimiento que se ejecuta en la vida de todos los
días. El movimiento regulador es en este sentido una especie de
depuración y no la adquisición de una nueva costumbre.
La noción de trabajo está definida en la mecánica clásica como el
producto de una fuerza medida por el desplazamiento de su punto
de aplicación. La masa, la aceleración y la distancia del
desplazamiento efectuado son los factores que constituyen este
producto. Desde el final del siglo XIX, con el progreso de la
termodinámica, se empezó a hablar de energía, como capacidad de
un sistema a producir un trabajo. En el siglo XX se encontró una
ecuación sublime a la energía que debe corresponder al producto de
la masa por el cuadrado de la velocidad.
Todas estas nociones, trabajo, sistema, energía, son nociones
físicas cuya aplicación no ha tardado en extenderse en otros terrenos.
Se habla de hombres enérgicos.
El ser humano considerado como un sistema orgánico se asimila
a un sistema energético, provisto de una inteligencia. Por lo tanto,
debe gastar su energía inteligentemente.

84 La espontaneidad
Sin embargo, este ser humano no se encuentra jamás en la
naturaleza. Es una entidad jurídica, económica y política, que igual
que la noción de igualdad, no tiene contenido concreto. Realmente
sólo vemos a unos individuos.
¿Qué hacen estos individuos? A menudo no hacen lo que piensan
o hacen justamente lo contrario de lo que piensan. Protestan, gimen,
intentan destruir a los demás o destruirse a sí mismos. Son demasiado
complejos como para compararlos a simples ecuaciones matemáticas.
El trabajo humano es esencialmente diferente del trabajo
mecánico en que depende ampliamente de un factor secundario. El
cansancio, esta sensación que se percibe con el gasto de la energía,
está totalmente condicionado a que se trate de un trabajo forzado o
de un trabajo espontáneo.
Por ejemplo, el transporte de un equipaje del mismo peso sobre
un mismo recorrido puede sentirse distintamente según la etiqueta
que peguemos a este acto: trabajo obligatorio, castigo, ejercicio físico,
paseo, excursión, etc. Es por eso que las gentes extenuadas por un día
de trabajo pasan la noche jugando al ma-jong, este juego importado
de China; el ruido de las fichas que se mueven sobre la mesa es
bastante audible como para que los vecinos sepan que no se
interrumpe hasta el amanecer.
Un miembro de la medicina del trabajo ha venido a observar el
movimiento. Después de la sesión se entretuvo con una practicante.
Se extrañó verla sentada tranquilamente a su lado y contestar a sus
preguntas sin sentirse sofocada, ya que para él el movimiento que
había ejecutado presentaba un gasto físico tal que era difícil
imaginarla así.
No quiero confundir lo espontáneo con lo inmediato. Lo
espontáneo puede tener una resonancia muy profunda según la
capacidad del individuo. Comenzado por un estímulo aparentemente
muy insignificante puede tardar largos años antes de madurar en una
forma observable. La capacidad del individuo reside en el hecho de
que puede conservar esta resonancia tanto tiempo como sea
necesario.
Konosuke Matsushita es uno de los hombres más ricos del Japón.
Está a la cabeza de varias decenas de firmas asociadas bajo su nombre.
Nacido en una familia pobre, empezó de aprendiz con un comerciante
de bicicletas. Desde esta época se mostró muy inventivo, sobre todo
en lo que concierne a los aparatos eléctricos. Pero si se trata sólo de

La espontaneidad 85
ser una persona con inventiva, hay multitud de gente así en el mundo.
Un pequeño incidente en su juventud fue decisivo en su
orientación. Un día de verano iba por la calle cerca de una w manzana
de casas pobres. Vio entonces a la entrada de una callejuela un
transeúnte que se inclinaba bajo un grifo, compartido por todas las
casas de la callejuela, para calmar su sed. Una escena muy común que
se veía a menudo antes. Pero fue para el joven Matsushita un estímulo
fulminante.
Pensó: «Este grifo común sirve a los habitantes del callejón que
no son lo bastante ricos para poseer una canalización particular en su
casa. Pagan colectivamente el consumo de agua. Por lo tanto, no es
gratuito. Un transeúnte bebe sin pedir permiso y nadie grita al ladrón.
¿Por qué? Es porque el agua es tan barata que uno no presta ninguna
atención. Voy a inundar Japón con mis aparatos eléctricos.»
La resonancia producida por el estímulo le propulsaba sin parar
hacia adelante; sin ella quizás hubiera permanecido como un hombre
más o menos inteligente o inventivo. A pesar de su idea de un precio
bajo, nunca abandonó el principio de que un businessman honesto
debe siempre salvar un margen de beneficio confortable.
El estímulo es importante, pero el terreno lo es aún más. Un
estímulo puede provocar cualquier resonancia según la afectividad.
Si hubiera visto, como Laurence, matar a un árabe por haber robado
un trago de agua de un pozo que no le pertenecía, su visión hubiera
sido bien distinta. Antes de la guerra existían numerosas fuentecillas
Wallace en París, pero esto no bastaba para producir millonarios.
Si embargo, conozco a un millonario sin querer, más infeliz que
nadie. Es joven, guapo, inteligente. Nada le falta. Puede conseguirlo
todo de la noche a la mañana. Pero esa misma facilidad le exaspera.
No sabe cómo encontrar una verdadera satisfacción.
La espontaneidad es algo que se siente. Es el Ki. Es lo invisible, lo
imponderable, que busca adoptar una forma tangible. Si la forma es
satisfactoria, la espontaneidad se apaga.
El Ki muere cuando hay forma, he aquí el punto común que he
encontrado en los maestros Ueshiba y Noguchi. Escuchad esto: Ki por
impulsión.
Tenemos hambre. Comemos. Nos sentimos saciados. Ya no
queremos oír hablar de comida.
Pero hay que valorar al hombre en la medida en que es capaz de
encontrar el Ki que nunca está satisfecho. El maestro Ueshiba me ha

86 La espontaneidad
hablado de lo que sería su Aikido cuando tuviera ciento cincuenta
años. Se murió a mitad de camino.
Un vendedor de cuadros fue a ver a Picasso para mostrarle un
dibujo. Picasso dijo: “Está falsificado.» Le trajo otro. Dijo: -Está
falsificado.» «Pero, maestro —dijo el vendedor— lo ha hecho usted.
«Yo pinto cuadros falsificados», contestó Picasso. Quizás también él
ha muerto a mitad de camino.
Numerosas personas han puesto en duda que yo sea el autor de
mi libro. Nuestra secretaria se defendió mostrando mis manuscritos.
Estoy estupefacto. Yo falsifico... ya.
El Seitai es una técnica que sirve para provocar la espontaneidad.
Es imposible, dicen. Si se provoca ya no podemos hablar de
espontaneidad. Claro que sí, contesto. Todo el mundo actúa más o
menos así sin saberlo. Napoleón lo utilizó multitud de veces.
He aquí un pequeño pasaje que he sacado del Reader’s Di- gest
(noviembre 1973): -La joven madre estaba deseando enseñar a sus
padres el bebé que acababa de tener y del cual se sentía orgullosa,
pero vivían a varios cientos de kilómetros y ellos decían que les
retenían sus ocupaciones. Al cabo de algunos meses la joven madre
tuvo una idea: fotografió a su bebé de espaldas y mandó a sus padres
el cliché. El fin de semana siguiente ya estaban allí.»

La espontaneidad 87
IX
LA IMAGINACION
ACTUA
Hemos visto que la escuela psicológica llamada «behaviorista»
rechazaba de su vocabulario todos los términos subjetivos de
sensación, imagen, deseo, emoción, consciencia, espíritu, etc., porque
éstos no son científicos. Esta posición nos permite obtener la imagen
del hombre-autómata-pasivo.
Sin embargo, constatamos la importancia del papel que juega la
imaginación en la vida cotidiana. Su influencia sobre nuestro
comportamiento no es algo indirecto o ficticio. La imaginación suscita
un encadenamiento de imágenes que se evocan a pesar nuestro y
provoca directamente reacciones físicas que determinan nuestro
comportamiento.
Se cuenta, a menudo, una historia así:
El amo de casa sirve un plato delicioso. Todos los comensales
encuentran que es muy bueno, excelente. Preguntan: «¿Qué carne es?
No es ternera ni cerdo, tampoco es cordero. ¿Pollo? ¿Anguila?» El
anfitrión no contesta, se limita a sonreír. Un indiscreto se cuela en la
cocina y acosa al cocinero con preguntas. Es serpiente. Nuestro
curioso se sobresalta y protesta y oyéndole todos se precipitan al
cuarto de baño para devolver lo que han comido.
Una idea basta para cambiar la situación por completo. Ya que una
idea no es simplemente una cosa definida y clasificada en algún sitio
en el mental. Evoca en seguida toda una serie de representaciones de
imágenes gráficas capaces de despertar reacciones físicas
involuntarias.
Hablaremos de imaginación, mientras la evocación permanezca
sobre el plano consciente y asociación de ideas cuando pase sobre el
plano inconsciente.

88 La imaginación actúa
La asociación de ideas es muy personal, en cuanto a su proceso.
Un estímulo no provoca siempre la misma reacción en todo el
mundo.
La vista de los umeboshi, ciruelas en remojo en vinagre salado,
provoca la salivación entre los japoneses, porque conocen su sabor.
La reacción de un europeo sería muy distinta porque no las conoce.
Ni siquiera sabría si esto se come.
La reacción resulta de la evocación de ideas, bien provienen de
la experiencia pasada, bien proyectadas en el futuro. Cierto número
de ideas puede ser compartido por un grupo más o menos
extendido: familia, comunidad, asociación, nación, grupo étnico,
etc.
Una bandera azul-blanca-roja no provoca la misma reacción
según se trate de un francés, un italiano o de un japonés. Incluso
entre los franceses, según se trate de un comunista o de un
ciudadano patriota. No es más que un trozo de seda, pero basta
algunas veces de esta nada para que los hombres den
voluntariamente su vida, como los americanos que han clavado su
starspangled banner sobre Iwojima en 1944.
Un estímulo evoca, por lo tanto, ideas diferentes en cada uno de
los grupos solidarios o cada uno de los individuos. Es la naturaleza
de las ideas evocadas que determina la diferencia de
comportamiento en los humanos.
Un día, cuando era niño, Noguchi se había subido sobre el tejado
de un gran edificio, con uno de sus amigos. Hizo en- , tonces una
apuesta con él. Había un bordillo de dos metros de ancho que rodeaba
el techo; su amigo le dijo: «¿Darías una vuelta encima con una
bicicleta?» Noguchi dijo: «Sí.» Quedó hecha la apuesta.
Antes de subir sobre el tejado, hizo una prueba en un pasillo dos
veces menos ancho. Constató que podía circular sin tocar la pared.
Pensó: «El bordillo es dos veces más ancho.» Ganó la apuesta.
Después propuso a su amigo que lo intentara, explicándole que se
podía hacer sobre un bordillo dos veces menos ancho. Este último
puso la bicicleta sobre el bordillo, pero el valor le abandonó
después, porque evocó la idea de una posible caída. Evocó también
la imagen de su cuerpo ensangrentado, tendido sobre el pavimento.
Se sentía paralizado por las ideas que él mismo había suscitado. En
cuanto a Noguchi, no pensaba ni un instante en la posibilidad de
caer.

La imaginación actúa 89
Lo que sigue es una historia contada por mi mujer.
Una tarde de verano, los niños de una casa tuvieron la idea de
espantar a la gente haciéndoles creer en un fantasma. Ataron un
vestido blanco a una pértiga y lo agitaron por encima del muro.
Viéndola una mujer se desmayó y abortó. Los niños fueron regañados
enérgicamente por sus padres.
Un vestido blanco no tiene el poder de provocar el aborto. Solo ha
servido de estímulo para suscitar la asociación de ideas: fantasma-
miedo-contracción involuntaria de los músculos-desmayo-aborto.
Este proceso no ha seguido un camino consciente. Es el en-
cadenamiento inconsciente de las ideas o imágenes que condujo a las
reacciones físicas. Todo depende, por lo tanto, de las ideas evocadas,
y no de los estímulos.
La educación moderna va encaminada hacia el desarrollo
unilateral del intelecto e ignora las posibilidad de explotar el
subconsciente. Se cree que con la voluntad se consigue hacerlo todo.
Pero ocurre a menudo que la asociación de ideas es desfavorable a la
ejecución de la voluntad. A pesar de la voluntad, se permanece
incapaz.
Gritamos «ánimo» y el ánimo nos abandona. Decimos «calma», y
nos ponemos nerviosos. Si tenemos que aguantar algo desagradable,
sentimos que nuestro cuerpo se pone automáticamente rígido. Si
accedemos a cantar delante de la gente, la voz tiembla. Si nos decimos
a nosotros mismos: «No debo de ponerme colorado», nos
ruborizamos aún más. Si no queremos temblar, temblamos cada vez
más. Si intentamos calmar nuestra ira, explotamos.
Recuerdo un pequeño incidente que se produjo, hace bastantes
años, cerca de mi casa en Tokio. Una tarde al volver de la estación vi
que agentes de la policía se colocaban en las esquinas de callejuelas
oscuras; esto me intrigó. Al día siguiente me enteré en los periódicos
de lo que había ocurrido la víspera. Dos días antes, un carpintero
quiso tomarse una taza de sa- ke al volver a su casa después de su
jornada de trabajo: se estaba ya alegrando al pensarlo. Su mujer se lo
prohibió de una manera muy seca. El no insistió. Pero la idea de este
rechazo brutal le seguía fastidiando. Intentó calmar su ira por todos
los medios.
Al día siguiente se quedó incluso durante horas al borde de un río
mirando el agua. Pero la ira en lugar de disiparse pudo con su
voluntad. Por la noche empezó a merodear por las callejuelas, armado

90 La imaginación actúa
de un bastón.
Cada vez que reconocía a una mujer parecida a su esposa le
asestaba un golpe en la cabeza. Se contaron más de una decena de
víctimas. Lo curioso era que se guardaba de golpear a su propia
esposa. Actuó como en la multiplicación de los panes, pero a su
manera.
La voluntad no es capaz de provocar lagrimeo en los ojos; sin
embargo, el recuerdo de un acontecimiento triste lo puede. La
imaginación feliz aumenta el apetito.
Cuando la voluntad coincide con las ideas evocadas se obtiene el
máximo de rendimiento-en una acción. Una voluntad desprovista de
ideas o imágenes favorablemente evocadas permanece ineficaz.
Simplemente gira en él vacío. Una voluntad sostenida por una
imaginación contraria llega a un resultado opuesto.
Sin embargo, la evocación de ideas o imágenes se hace con toda
libertad. Podemos elegirlas buenas o malas. El verdadero control de
uno mismo no debe consistir en la aplicación de la voluntad, sino en
la elección de las imágenes evocadas.
Se utiliza a menudo esta técnica de evocación, sin saberlo, en el
sentido contrario a lo deseado.
Se dice: «Eres un holgazán. Debes hacer un esfuerzo si quieres
conseguir algo.» La imagen así evocada es la de un holgazán. Es, por
lo tanto, normal que no le guste trabajar.
«Eres demasiado goloso. No debes comer tanto.»
«Has bebido de nuevo. Sé razonable.»
«Eres desobediente. Pórtate bien.»
«Eres débil. Cuida tu salud.
He aquí tantos consejos que ponen al individuo en conflicto
consigo mismo. Se trata de pretender no ser lo que se es.
La voluntad debe luchar contra la barrera de la imaginación que
nos hemos impuesto. La dificultad es insuperable. Con el fin de
realizar la voluntad, como sea, recurrimos a la amenaza, al chantaje, a
los latigazos, al castigo. Es cierto que se puede obtener un resultado
de esta manera, pero uno acaba destrozando al individuo al mismo
tiempo. Se vuelve oveja.
Ahora dejemos que actúe la imaginación en lugar de la voluntad.
Una niña de doce años escribió a Noguchi, diciéndole que no sabía
nadar, que tenía miedo al agua. Esto le impedía poder participar en la
clase de natación de la escuela.

La imaginación actúa 91
Noguchi le contestó: «Coge todo el aire que puedas e intenta ver
si puedes bajar al fondo de la piscina». Lo intentó siguiendo su consejo
y vio que era imposible bajar hasta el fondo porque su cuerpo flotaba.
Asoció la idea de flotar a la idea de nadar. Desde entonces ya sabe
nadar. No hay nada anormal en que un cuerpo flote cuando se ha
llenado de aire. Esto tan banal había suscitado la confianza que no
había tenido hasta ahora.
Su profesor, maravillado por este resultado inesperado, hizo
fotocopiar esta carta y distribuyó las copias a los alumnos que no
sabían nadar. Desde entonces esta clase tuvo el mayor porcentaje de
éxitos.
Noguchi no hizo una exhortación, sino que provocó la evocación
de una imagen. Nada más. La niña hizo espontáneamente la relación
con otra imagen, la posibilidad de nadar.
Cuando empecé el Aikido en 1959 tuve la suerte de descubrir un
dojo cerca del despacho donde trabajaba. Podía entrenar a la hora de
la comida o por la tarde después del trabajo. Pero algún tiempo
después este dojo cerró a causa de la vía férrea del nuevo tren. Tenía
que ir al centro Aiki-kai si quería continuar. Ya no podía aprovechar
la hora de la comida, incluso para las clases de la tarde llegaba
demasiado tarde. No me quedaba más remedio que elegir las clases
de la mañana a las seis y media.
En esta época me costaba madrugar y me preguntaba si podría
conseguirlo. Fui al Aiki-kai y allí encontré a un hombre que vivía más
lejos que yo. Decía que se levantaba a las cuatro de la mañana para
venir. Me dije: «Si otra persona lo hace, no hay ninguna razón para
que no pueda hacer lo mismo. Mañana por la mañana estaré aquí.»
Esta visualización me fue bien, ya que no tuve ninguna dificultad
en ejecutar lo que había suscitado antes en mi imaginación. Desde
entonces, he visto mucha gente que me ha prometido venir por la
mañana a mis clases, insistiendo mucho sobre la veracidad de su
promesa. No vinieron porque sentían enormes dificultades en luchar
contra su propia imaginación mal orientada.
Esta experiencia me permitió liberarme de ese complejo sobre la
hora del despertar. Ahora no me importa levantarme a cualquier hora,
pero esto les parece increíble a los demás.
Es importante subrayar que la imaginación suscitada únicamente
en el plano consciente no produce ningún efecto real sobre el
comportamiento del individuo. A menudo decimos: «Reflexiona
sobre las consecuencias, sé lógico, ponte en mi lugar, etc.»

92 La imaginación actúa
Constatamos que los argumentos bien llevados, aunque sirvan en ese
momento para modificar algunos detalles fútiles del acto, no cambian
en nada la situación en su conjunto.
Un borracho, aunque deje de beber delante de su mujer, irá a un
bar para satisfacer su deseo insaciado. Un holgazán simulará trabajar
delante de su patrón. Un estudiante está estudiando matemáticas; sus
padres lo han constatado porque tiene un libro de álgebra delante de
él. Pero él, más listo que ellos, está en realidad leyendo una novela,
escondida debajo de su libro.
Un individuo actúa de verdad si su convicción profunda ha
penetrado el nivel de su subconsciente. Por mucho que nos dejemos
persuadir por buenos argumentos, no podemos luchar contra nuestra
propia convicción.
La convicción puede ser buena o mala, favorable o desfavorable;
nuestro consciente juzga. Cuando nos parece que crea inconvenientes
en la vida, luchamos contra ella, le declaramos la guerra. Recurrimos
a disciplinas severas. Resultado: cuanto más nos esforzamos, más se
fortifica la imaginación inversa y se consolida la convicción. Es
generalmente el caso de los que os piden despertarles pronto, sea
como sea. Están ya convencidos de que va a ser muy difícil.
Noguchi recurre a menudo a esta inversión para obtener el
resultado deseado. Si juzga que es necesario aumentar el apetito, en
lugar de animar a comer, impone restricciones alimenticias: no hay
que comer esto o lo otro. Estas restricciones provocan en los
individuos un deseo incontrolable de comer más. Si es necesario
disminuir el apetito, elige alimentos que se deben de tomar
obligatoriamente. El apetito, que es ya una obligación, pierde su
fuerza.
No hay que creer que actúa así en función de una técnica o de un
ismo. Todo depende del individuo. La libertad puede estimular el
entusiasmo y el ánimo en algunos individuos, pero puede desorientar
por completo a otros. Estos languidecen en la ociosidad si no se les
dicta antes lo que deben ejecutar. Es el caso, por ejemplo, del tipo 12.
Sin embargo, el tipo 3, digestivo activo, se perturba ante la idea de
tener que hacer algo. Una emotividad demasiado grande le impide
tomar una decisión. Si la decisión le es impuesta, se revela, se fatiga o
se vuelve triste.
Ningún método vale si, desde el punto de vista de Nogu- chi, lleva
al debilitamiento del individuo, si no le permite alcanzar la plenitud

La imaginación actúa 93
de sus funciones mentales y fisiológicas. Inversamente todo es bueno
a condición de asegurar esta plenitud. La glotonería es buena o mala
según los casos, el deporte es bueno o malo según los casos, de la
misma, manera que el descanso, el exceso, la abstinencia, la disciplina,
etc. La respuesta exacta se encuentra en el individuo y no en la teoría.
Hay de qué desconcertar a los partidarios de métodos deductivos que
son muy cómodos para la intelectualización de las realidades.
La capacidad de un individuo se mide no por la adquisición de
conocimientos, sino por la fuerza de sus asociaciones de ideas que
contestan a los estímulos sin recurrir a esfuerzos conscientes. Los
esfuerzos conscientes conducen a la formación de gentes instruidas, y
no a obras de creación. Se conoce el caso de grandes matemáticos que
descubren fórmulas nuevas no por un esfuerzo continuado de
deducción, sino por revelaciones repentinas inexplicables.
Si, por una parte, existe gente capaz de explotar su asociación de
ideas, por otra parte hay quien no sabe sacar partido de su don y
simplemente son víctimas. Víctimas porque ningún esfuerzo
voluntario puede remediar la situación.
Conozco a un hombre incapaz de comer pescado. La vida misma
del pescado le da asco. Qué desgracia; cuánto le gustaría comerlo si
pudiese. Por lo tanto, tiene la voluntad de comérselo, pero todo su
cuerpo lo rechaza. Un día, sin que lo supiese, se le preparó un plato
con mezcla de un poco de pescado, pero estaba tan bien escondido
que era imposible descubrirlo ni por el olor ni por el sabor. Sin em-
bargo, el trastorno digestivo que padeció después no le hizo dudar
sobre la naturaleza de su contenido. Detrás de este asco por el pescado
hay probablemente un trasfondo macabro: su subconsciente lo ha
asociado a una historia de persecución racial de la cual había sido
víctima durante la guerra.
Otro hombre perdió el conocimiento viendo la sangre correr de
una herida de su esposa. Eran recién casados, y se podría pensar que
era una manifestación de ternura hacia su joven esposa.
Eso no era así ya que más tarde le ocurrió lo mismo cuando veía
en la televisión una operación quirúrgica. No obstante, se puede
apreciar la riqueza de su asociación de ideas. Sólo que esta riqueza
está mal explotada. Un día uno de sus hijos se hizo una herida
profunda en la cabeza. Dijo: «Menos mal, papá no está aquí hoy.»
«¿Por qué?» «Pues bien, si estuviera aquí mamá tendría que curarle.»
Otro niño solía desmayarse cuando veía sangre. Su madre armaba

94 La imaginación actúa
mucho alboroto sobre este tema. Un día se hirió en casa de Noguchi.
Este le dijo: «Sopla encima, la sangre dejará de fluir.»
El niño: «En efecto, ha dejado de salir.»
Noguchi: «Esto sirve de emplasto.»
El niño: «Ya no hace falta ningún emplasto.»
(Y dejó de palidecer.)
Noguchi: «Dentro de tres días esto caerá naturalmente, y entonces
habrá cicatrizado. No hace falta quitarlo como un emplasto. Cae solo.»
Desde entonces el niño no se volvió más anémico a la vista de la
sangre. Este desfallecimiento era debido no a una causa congenital,
sino a una educación involuntaria de su madre que había conseguido
implantarle una asociación de ideas en su subconsciente.

La imaginación actúa 95
X
LA VISUALIZACION
Todo lo que la sociedad exige de nosotros es que seamos
individuos de tipo medio, todos iguales. Se nos considera inte-
ligentes cuando nuestro coeficiente intelectual es elevado. Esto
consiste en ser capaz de responder a preguntas formuladas con
exactitud y sin equívoco. Pero un ordenador podría ser infinitamente
más capaz en este sentido que cualquier individuo.
Einstein, cuando estaba en el colegio, no era un alumno
destacado. No sabía lo que era el tiempo, o el espacio, mientras que
sus camaradas tenían ideas muy claras sobre este tema. Si hubiera
sido tan inteligente como los demás no hubiera sido capaz de llegar
a la concepción de la relatividad.
Una sociedad repleta de personas inteligentes puede muy bien
caer en la degeneración. El conocimiento pertenece al pasado. El
futuro presenta caras inesperadas. Es posible que uno se sienta
simplemente desbordado por los acontecimientos.
Hay personas que condenan a los que tienen ideas poco o nada
convencionales. Pero muchas de las ideas admitidas hoy han sido
condenadas en algún momento de la historia: la circulación de la
sangre, por ejemplo.
El diploma es a menudo la tumba de la verdadera inteligencia.
Los que permanecen enganchados a los diplomas dejan que muera
la libertad de imaginar cosas nuevas.
Se recurre al espíritu de competición, de rivalidad o a la
disciplina rígida para estandarizar la formación de los individuos.
Es verdad que existen individuos bien adaptados a ese tipo de
formación. Son, por ejemplo, los del tipo 8, del tipo 3, del tipo 2 o del
tipo 5. Puede ser desastroso para otros.

¿Por qué no utilizar nuestra capacidad de imaginar, asociar

98 La visualización
imágenes, visualizar, si el hombre tiene todo derecho para hacerlo?
¿Por qué someternos a los métodos propios de la cría del ganado?
Una madre se queja a Noguchi: «Mi hijo no estudia. Tiene
verdaderamente una inteligencia mediocre.»
Noguchi contesta a la madre, en presencia de su hijo: «Si no
estudia, es normal que no consiga un buen resultado. Si todavía
trabajase noche y día sin llegar a un buen resultado, se podría
entonces decir que no es inteligente. ¿Cómo sabe usted si es o no
inteligente, ya que no estudia? Ni siquiera un niño inteligente es
capaz de llegar a un resultado si no estudia. ¿Sabe usted cuál es la
función de la hipófisis?» Dijo la madre: «No.» Noguchi: «Pues bien,
si no lo sabe usted es porque no lo ha estudiado. Cualquier imbécil
puede saber mucho más si estudia. Pero una inteligencia mediocre
basta si se trata de aprender sólo lo que todo el mundo conoce.
Concebir algo que no se conoce es mucho más difícil. Esto es la
verdadera inteligencia. Si usted condena la capacidad de su niño por
el solo hecho de que no estudia, en realidad usted es quien no es
inteligente. Mientras no estudie no podremos saber si es o no
inteligente.»
Un mes después ella vuelve y dice: «Es curioso: desde nuestra
visita ha empezado a trabajar con empeño. Me ha pedido que le
compre un diccionario, él que nunca quería hacer nada. Es
verdaderamente curioso.»
«Curioso para ella —pensó Noguchi—, pero para mí no.» Su hijo
pensaba que era inútil estudiar porque visualizaba que no 'era
inteligente. Todo lo que ha hecho Noguchi ha sido quitar el collar de
hierro que la madre había puesto inconscientemente alrededor de su
cuello.
Otro niño era considerado retrasado a causa de la meningitis que
había padecido.
Noguchi preguntó a su padre: «¿Qué le gusta en sus estudios?
¿Qué hace en casa?»
El padre: «No es capaz de nada, salvo que le gusta el brico- laje.
Desmonta los aparatos y los reconstruye sin parar.»
- Noguchi preguntó al hermano mayor del niño: «Y tú, ¿eres capaz
de reconstruirlos?» Contestó: «No.»
Preguntó al padre: «¿Usted es capaz?» El padre: «No.» «Los des-
monta tan minuciosamente que no soy capaz de hacer nada.»
Noguchi dijo al niño retrasado: «Por lo tanto, esto significa que
tú estás en este sentido más capacitado que tu padre y tu hermano

La visualización 99
mayor, ¿verdad?»
El niño, liberado de su complejo, obtuvo resultados que so-
brepasaban la media de sus estudios. Su padre pensó que era debido
al reajuste de las cervicales que Noguchi le había aplicado. En
realidad, él no hizo más que darle una luz de esperanza en su
complejo de inferioridad.
Aquí, sin embargo, interviene una cuestión de importancia
capital. Si Noguchi hubiera explicado al padre que sólo pretendía
darle una luz de esperanza, éste lo hubiera repetido al niño y el
resultado hubiera sido completamente diferente.
Hay también padres que se creen demasiado inteligentes como
para adivinar la intención escondida y no pueden dejar de mostrar
su inteligencia.
«Sabes, hijo, si el maestro ha dicho eso es para animarte, claro.
Entonces debes hacer un esfuerzo para responder al deseo del
maestro.»
Entonces, todo se ha echado a perder. El niño contestará. «Sí,
vale. Haré un esfuerzo. Pero como soy retrasado, no estoy seguro de
conseguirlo. ¿Qué hago si no lo consigo? Es probable que nunca lo
consiga.»
Una vez hecha la visualización, es casi imposible superar la
dificultad con la mejor voluntad del mundo. Lo que hizo Noguchi
fue dejar al niño asociar inconscientemente las ideas. «Para ciertas
cosas estoy más capacitado que mi padre y que mi hermano. Vaya,
puedo hacer también esto. Vaya, puedo hacer también esto. Vaya,
puedo hacer también esto.» Así, sucesivamente, todo discurre solo,
sin esfuerzo.
Todo aquello para deciros que no os fiéis de los padres de-
masiado inteligentes y habladores en estos temas. No son buenos
para la educación subconsciente de los niños.
Ninguna idea es capaz de actuar sobre el individuo de una
manera importante mientras se queda en el plano consciente.
Una idea se vuelve eficaz a partir del momento en que penetra en
el subconsciente, donde se convierte en lenguaje íntimo del
individuo.
Uno de los métodos más utilizados para este efecto es la
repetición. El «coueisme» es uno de ellos. Consiste en repetir «pasa,
pasa» en horas donde el consciente vaga en el claro-oscuro entre el
despertar y el sueño. El consciente es una muralla de defensa que

100 La visualización
impide la infiltración externa. Pero la repetición, este arma temible
con aspecto anodino, amenaza con penetrar en el interior por las
fisuras de la muralla, este aflojamiento inevitable del consciente.
Un japonés tuvo la idea de aplicar el método Coué para el parto
sin dolor. Hacía repetir a las mujeres: «No duele, no duele.»
Resultado: las que confiaban plenamente en él no han sufrido,
mientras que las otras han sentido dolores vivos, justamente porque
la imagen evocada por la fórmula, aunque enunciada de forma
negativa, era la de dolores.
Noguchi le dijo: «¿Por qué no utiliza usted la expresión original?
Sabasu, sabasu (pasa). No significa nada en japonés, salvo si acaso
caballa avinagrada.» ¿Qué tiene que ver una caballa avinagrada en
el parto?
Una fórmula enigmática o intrigante tiene la ventaja de desviar
la atención consciente de su punto candente para dejar al
subconsciente cumplir tranquilamente su función natural.
La publicidad explota este poder insinuante de la repetición para
implantar una idea fija en el público. La televisión comercial en el
Japón intercala cortos anuncios sobre los medicamentos, Al
principio, el sentido crítico funciona y rechaza la utilidad de tales
cosas. Después, uno deja de prestarle atención. Se espera
simplemente el programa siguiente. Sin enterarle, uno aprende el
eslogan de memoria y canturrea la melodía publicitaria.
Nos incitan al consumo que acaba por ser parte integrante del
individuo. Si nos abstenemos de ello, tenemos la sensación que algo
falta. La bulimia medicamentosa comienza.
El servicio de pompas fúnebres es un oficio que no puede
beneficiarse de esa ventaja. «Estar preparados para el día en que
vayáis a morir», «todos nuestros clientes están satisfechos», «contar
con nuestra eficacia»; tal anuncio, seguido de la marcha fúnebre,
puede preocupar a la clientela en lugar de seducirla.
«Las mujeres —dice Noguchi— utilizan a menudo la repetición
como arma potente para convencer a su marido. Al principio, éstos
la toman en serio y contraatacan. Con el tiempo acaban por no
prestarle atención. Pero ellas siguen insistiendo sin cansarse, la idea
penetra en el subconsciente y los maridos son educados a su gusto.»
He de decir que las ideas impuestas de esta manera no son
siempre buenas. Pueden denotar una idea fija injustificada. Pueden
deformar al individuo en lugar de ayudarle a desarrollar sus

La visualización 101
facultades. Hay que considerar y volver a considerar el impacto que
puede producir una idea introducida en el subconsciente del
individuo.
Una madre, que veía a su hijo limpiar su habitación, dijo: «Está
muy bien que mantengas tu habitación limpia. Está más limpia que
la de Jiro.»
Le hizo, por lo tanto, un elogio. Desde entonces el niño se puso a
limpiar su habitación aún mejor que antes, pero a la vez ensuciaba
todo lo que fuera. Sobre todo delante de la habitación de Jiro echaba
la basura. Entonces la madre le dijo que era malo.
La falta es debida a la torpeza de la madre que le implantó una
idea de competencia. Nada más eficaz que denigrar a Jiro para ser
vencedor.
La madre dijo a Noguchi: «He entendido su explicación, pero no
sé cómo hacer.»
Noguchi le dijo: «¿Quiere que lo intente?» «Sí.»
Un día, el niño estaba fregando los platos. Noguchi, viéndole, le
dijo:
—Haces un trabajo demasiado minucioso. Basta con aclararlo
con agua, ¿no?
—Pero ahí está manchado.
—Ah, te gusta la limpieza. Es por eso que no los puedes dejar así.
En el fondo no está mal.
Desde entonces el niño mantiene la limpieza por donde pasa.
Si a alguien le gusta la limpieza, es natural que mantenga la
limpieza. Un elogio mal enfocado le ha suscitado la idea de hacerlo
no por amor a la limpieza, sino por amor a los elogios. Si se actúa en
función de un elogio, este acto tiene un carácter especial,
extraordinario: deja de ser natural.
La falta de atención de los adultos conduce a menudo a dar más
importancia a los resultados tangibles y no a la intención o
motivación profunda. Les toca a los adultos soportar todas las
consecuencias que se derivan. Quizás haya que preguntarse si no
hay error de táctica por su parte, si se vuelven víctimas del capricho
de sus hijos.
Lo que afecta al subconsciente, lo que determina la actitud
fundamental del individuo, no son los argumentos o las decla-
raciones, hechas de frente, sino lo que se deja escapar, lo que se

102 La visualización
murmura. «¿Has entendido bien?», dice el padre. «Sí, papá», dice el
niño. «Bien, si has comprendido, hazlo en seguida.» Y después,
añade gruñendo: «Qué holgazán, éste».
De esta manera que no espere obtener algo de su hijo. Es posible
que el hijo haya contestado sí, sin haber comprendido nada,
simplemente por miedo a su padre como reflejo de defensa. Y la
última frase del padre es la puntilla. Todo está perdido. El padre se
ha cansado para nada.
En todas partes se inventan peyorativos raciales para satisfacer
la necesidad de sentirse superior. Dicho de otra manera, nos
sentimos agitados por un sentimiento oscuro de inferioridad. En
americano existe la palabra «kike», que corresponde al «yupin»
francés. «Kike», dicen, ¡es este señor que acaba de marcharse! Es algo
que uno no se atreve a decir de frente.
Si alguien tiene la costumbre de desahogarse de esta manera no
me inspirará confianza. En todo caso no le confiaré mi monedero.
Todas estas técnicas de demolición de la personalidad pueden
convertirse, con sólo cambiar de óptica, en medios capa- ’ces de
suscitar el desarrollo y el crecimiento del individuo.
El principio es muy sencillo: implantar en el subconsciente una
visualización sencilla, natural y realizable, y hacer durar esta
visualización.
Su práctica es, sin embargo, muy difícil. Si por un golpe de
suerte se consigue suscitar el interés o la esperanza de alguien, esto
generalmente no dura mucho tiempo, justo lo que dura el rocío de la
mañana. «¿Han comprendido ustedes lo que es el amor por el
prójimo? Levanten la mano. Gracias.» Guando han bajado la mano,
todos han olvidado ya lo que es, incluso el profesor. Se dice, por
ejemplo: «Tenía lágrimas en los ojos; por lo tanto es sincero.» Y se
espera la llegada de acontecimientos. Nada ocurre como hubiéramos
podido creer. En realidad, todo el conflicto interior se encuentra
liquidado por el acto de secreción lagrimal. Para comprender algo
más haría falta una nueva fuente de inspiración.
Cuando los clientes venían a ver a Noguchi estaban convencidos
que no debían tener fiebre, ni diarrea, y que podían recuperarse sólo
por su propia fuerza. Pero cuando Noguchi se alejaba se sentían de
nuevo cogidos por el miedo y la angustia. Durante veinte años
estuvo constantemente enfadado contra sus clientes debido a la poca
fe que ellos tenían en sí mismos. Acabó por encontrar una técnica
para hacer durar la visualización, lo que le permitió no enfadarse ya

La visualización 103
más con su inconsistencia. Volveré al tema más adelante. De
momento me limitaré a apuntar la inestabilidad humana.
Perseverar en algo como sea, con lluvia o buen tiempo, sin
perturbarse con ideas estériles, conmovido por la emotividad,
desorientado por la codicia, andar hacia adelante con un paso seguro
y silencioso, con el fin de dar el máximo de la vida recibida, he aquí
el comportamiento de un hombre independiente y libre. Hay
quienes dicen que para ser independiente y libre hay que tener los
medios. Así es como en tiempos lejanos los esclavos compraban su
independencia y su libertad. Hoy día hemos caído en otra forma de
esclavitud, justamente la de los medios que ofrece la vida moderna.
Para mí no se trata de medios, de riquezas, de situaciones, de
círculos, se trata únicamente de la actitud fundamental del ser.
Dicho esto, el ser humano es demasiado complejo como para
reducirle a simples preceptos. Un estímulo provoca las más diversas
asociaciones de ideas.
El problema se vuelve extremadamente complejo a partir del
momento en que se tiene en cuenta esta diversidad, es decir, la
afectividad de cada uno frente a un mismo estímulo.
Esto es como decir que uno no está tan libre como cree, en la
imaginación y en la asociación de ideas. Inconscientemente se está
orientado, encuadrado y limitado por la polarización de la energía.
El tipo 3, por ejemplo, es muy rico en la evocación de imágenes.
Robert lleva un libro reputado por ser muy difícil, lo enseña y habla
de él, porque esto le da un aire muy intelectual.
Jeanne recibe como regalo de un amigo un chandal que le gusta,
pero cuando lee la notita que le acompaña, da un grito pone;
«Señorita Dupont, en lugar de mi querida Jeanne.» ¿Su amigo está
enfadado con ella?
El tipo 1 desarrolla a partir de una cierta realidad todo un sistema
de asociación de ideas. Todo hierve en su cabeza. Antes de terminar
un proyecto, pasa a otro.
El tipo 9 tiene una rapidez extraordinaria para enlazar una
imaginación con otra. Una vez hecha la asociación permanece
encerrado en su castillo, del cual es difícil persuadirle de salir. Una
anciana rompió un espejo que le habían regalado porque, siendo del
tipo 9, no podía admitir las arrugas que no existían en su
imaginación. A un niño de tres años le gusta el fútbol, hasta tal punto
que su padre, después de su jomada de trabajo, debe jugar con él.
Pero hay que ver con qué destreza este crío de tres años domina el

104 La visualización
balón, tan grande como él. No le gustan los mimos ni las carantoñas.
No hace como los demás, no saluda ni da muchos besos. No es
sociable. Por eso, cuidado con decir que tiene mal genio. Si
implantáis una idea así en una persona del tipo 9 puede que se
transforme verdaderamente en una persona de mal carácter.

La visualización 105
XI
RESPIRACION Y
MAGNETISMO
Alguien ha enseñado mi libro a otra persona, diciendo: «He aquí
un nuevo método de respiración. ¿Le interesa?» El otro contestó:
«¡Ah, sí!, me gusta la respiración. Cuando voy al campo respiro
bien.»
Estoy decepcionado. El también lo estará, ya que no encontrará
nada de lo que busca en mi libro.
Oxígeno..., hemoglobina..., medio ambiente. Esto es poco más o
menos el marco en el cual se inscribe la asociación de las ideas que
tiene el hombre anatómico.
Otra tendencia recogida es de naturaleza mística, extrema-
damente estructurada. Se habla de chakras, de kundalini. Me
preguntan por qué ventana de la nariz, con qué pulmón es necesario
inspirar. Para mí, esto no importa. Yo digo: «Si usted tiene la nariz
taponada, inspire por la boca.»
La respiración de la cual hablo es de un orden muy distinto. La
palabra «kokyu» en japonés es teóricamente el equivalente de la
respiración. Ko es espiración; Kyu es inspiración. La combinación de
los dos forma la respiración.
El Kokyu tiene, sin embargo, una extensión insospechable mucho
más allá de la concepción bioquímica o gimnástica de la respiración.
Para hacemos una idea comparatoria habría que remontarse a dos
mil años atrás y ver en línea recta cuál ha sido la evolución de la
palabra spiro latina y sus derivados. Me inspiro en algo. Aspiro a
algo. El plazo ha expirado. El Espiritu Santo desciende sobre él. Hizo
una réplica espiritual. Hay tasas sobre las bebidas espirituosas.

El Kokyu es menos literario, menos espiritual, es ante todo


práctico.

106 Respiración y magnetismo


Como ya lo he dicho, existe la cuestión del Kokyu en todo
aprendizaje. Tanto en las artes marciales como en los oficios de
carpintería, cocinero, etc. El que tiene el Kokyu para la pesca coge
muchos peces.
Para situar esto en un contexto occidental hablaré de la pequeña
Jeannette. Quiere darle la vuelta a la crépe como su madre. A la
primera tentativa, la crépe no se despega y permanece pegada al
fondo de la sartén. Entonces debe de hacerlo con más fuerza. Al
segundo golpe, es demasiado fuerte. La crépe vuela, pasa por encima
del hombro y cae al suelo. ¿Por qué este fracaso? Está demasiado
contraída en los hombros y no tiene el control de su fuerza en los
brazos. Manipula la crépe como algo tan peligroso como un
explosivo. Al mirarla, uno detiene la respiración.
Cuando su madre lo hace, qué soltura en sus gestos. No está nada
contraída. La crépe salta, da la vuelta y cae en la sartén, como atraída
por una fuerza invisible. No se atreve a escapar. Además, la madre
lo hace mientras está hablando. ¿Por qué tanta diferencia? Es que la
madre tiene el Kokyu para dar la vuelta a la crépe.
El Kokyu no es, por lo tanto, algo misterioso u oculto. Todo el
mundo tiene el Kokyu para algo: para montar en bicicleta, para
ocuparse del jardín, para el bricolaje, etc.
El Kokyu se presenta bajo dos aspectos: extendible y restrictivo.
Cuando uno ha aprendido un idioma extranjero, es fá- ’cil aprender
otro. Es que uno tiene el Kokyu para los idiomas. Pero este Kokyu
no es aplicable a cosas de otro tipo. El arte de hacer crépes no
predispone al aprendizaje de un idioma, el dominar un idioma no
predispone necesariamente el dominio de la pesca con caña.
El Kokyu puede ser muy restrictivo. Dicho de otra manera, por
ejemplo, uno se siente cómodo sólo bajo ciertas condiciones, con un
instrumento de trabajo al cual está acostumbrado.
Hace bastantes años, seguramente mucho antes de la guerra, he
visto una historieta publicitaria en los periódicos. Un escritor ha
perdido su pluma. Alguien la encuentra y se la trae. El escritor está
tan contento que le da un billete de cien yens para darle las gracias,
cuando podía comprar una nueva por 3 yens. Cien yens hoy día
equivalen al pago de un café, pero en esta época representaba uno o
dos meses de sueldo.
Hasta aquí, el Kokyu no es muy difícil de comprender y podemos
encontrar ejemplos similares en todos los pueblos. A pesar de todo,
voy a ir un poco más lejos, dando ejemplos más o menos típicos.

Respiración y magnetismo 107


Esta es una historia que se remonta probablemente alrededor del
siglo XVIII. Un japonés había tenido la idea, un día, de coger un
huevo con los palillos. Sabiendo que ya no es cosa fácil manejar los
palillos se comprende la dificultad de tal maniobra. Con
perseverancia lo consiguió. Pero no se contentó con este resultado y
quiso ir más lejos. Pensó que podía tirar el huevo en el aire y cogerlo
con los palillos. Qué idea más tonta. Como es lógico, fallaba a cada
golpe y los huevos se aplastaban contra el suelo. Incansablemente
seguía diariamente este ejercicio. Toda su fortuna se iba con la
compra de los huevos. Le aconsejaron: «Si esto le divierte, no le
vamos a quitar la idea, pero ponga al menos un cojín en el suelo para
que los huevos no se rompan cada vez.» Rechazó esa idea
considerándola una cobardía y siguió como antes. Acabó por
arruinarse del todo. Pero un día consiguió el Kokyu. Tiró los huevos
y los cogió con los palillos.
Este maníaco a ultranza fue invitado un día a mirar los utensilios
de la ceremonia del té. Como los daimyos celebraban la ceremonia
del té, había tazones de cerámica que costaban toda una fortuna.
Inútil es decir que se manipulaban con el mayor cuidado, y si por
descuido se llegaba a desportillar un tazón, uno era objeto de las más
severas medidas disciplinarias, inclusive la muerte.
Dicho hombre cogió un tazón, lo miró un instante con ceremonia,
y pof... lo lanzó sobre el parqué. El tazón llegó al suelo sin ruido, sin
la menor rozadura como si hubiera sido transportado por unas
manos extremadamente delicadas.
Los cocineros japoneses inmovilizan peces vivos tales como
carpas o anguilas, con la ayuda de palillos o de un punzón para
prepararlos vivos. No es fácil si no se tiene el Kokyu.
El maestro Ueshiba inmovilizaba a los jóvenes practicantes de
Aikido en el suelo, poniendo únicamente un dedo sobre su espalda.
Esto parecía inverosímil a primera vista. Algunos años de práctica
me han permitido comprender que es posible. No se trata de apretar
con la fuerza de un dedo, sino hacer pasar en él el Kokyu, dirigir la
respiración a través del dedo.
La señora Usui, una de las discípulas del maestro Noguchi, me
contó la historia siguiente. Las jóvenes que se reunían en su salón
decían en una charla que un chico llamado X estaba enamorado de
una señorita que todos conocían. La señora Usui quiso saber si este
rumor estaba fundado. (Contrariamente a los franceses, los
japoneses no manifiestan su amor con gestos o palabras tiernas. Los

108 Respiración y magnetismo


enamorados se comportan en público como si fueran totalmente
indiferentes el uno al otro.) Preguntarle directamente, eso era
demasiado indiscreto y además podían muy bien disimular o mentir.
Un día, este chico estaba en el salón con otros jóvenes. Durante la
charla alguien pronunció el nombre de esta señorita. La señora Usui
notó una ligera perturbación en la respiración del chico que pasó
bruscamente de la espiración a la inspiración, un cambio tan
imperceptible que hubiera escapado a la mirada más atenta. Para ella
se confirmó el rumor. Algunos meses más tarde se casaron.
Dada la complejidad de la noción de Kokyu es extremadamente
difícil presentarla bajo una forma didáctica corriente. Los dos medios
que he concebido son los siguientes: primero, publicar escritos
dando acceso a esta complejidad por vía intelectual, y segundo, dar
la posibilidad a la gente, a través de la práctica, de probar y sentir
directamente.
La práctica es muy sencilla. Se trata de espirar mentalmente, por
la mano colocada sobre la espalda del compañero, en el cuerpo de
este último. Pero hay que colocar también la otra mano en alguna
parte de su cuerpo, como para crear un circuito con las dos manos,
esto con el fin de evitar coger la influencia nociva del compañero.
La palabra «circuito» ha provocado la reflexión siguiente por
parte de los practicantes.
«Ha dicho usted que el Ki no es electromagnético. ¿Pero cómo
quiere usted que sea otra cosa si se establece un circuito?»
Les agradezco que me hayan hecho esta reflexión, ya que me
permite expresar mi opinión al respecto.
La idea de circuito proviene de la experiencia personal de
Noguchi. Es cierto que todo empezó por la curiosidad de un niño.
De niño se interesó por el magnetismo animal, que había leído en
alguna parte. Se divertía haciendo experiencias con sus hermanos.
Además, se quedaban muy extrañados por los resultados. Un día vio
la herida de uno de sus hermanos cambiar de color a medida que
aplicaba su magnetismo. Fue una experiencia impresionante. Hubo
que esperar un acontecimiento de gran importancia para que este
divertimiento de niño fuese el punto de partida de su vocación. En
1923, un temblor de tierra de una intensidad extraordinaria hizo
estragos en toda la región de Tokio y Yokohama, derribando de un
golpe todas las construcciones: casas, edificios públicos, hospitales,
etc. La gente merodeaba en esta devastación sin refugio, sin
alimento. Una disentería se propagaba muy deprisa alrededor de su

Respiración y magnetismo 109


vecindad. Un cataclismo de esta importancia impedía toda
posibilidad de prestar cuidados. Vio a una vecina que se retorcía de
dolor. Puso su mano sobre ella, sin ningún conocimiento técnico,
empujado simplemente por un deseo espontáneo de ayudarla. La
mujer se levantó y le dio las gracias con una gran sonrisa.
Esa sonrisa fue lo que le hizo tomar una decisión en su carrera, a
pesar de las oposiciones de sus padres, sobre todo de su padre, que
consideraba esa práctica como algo vergonzoso e indecente. Al día
siguiente se vio asaltado por un montón de gente que venían a
solicitar cuidados. Así, este niño de doce años se lanzó en una vía sin
haberla buscado, siempre empujado por el recuerdo de aquella
sonrisa.
Al principio creía poseer cierto poder, una especie de don que le
era particular. No tardó en darse cuenta de su error. Todo el mundo
tiene la misma capacidad que él, sólo que se ignora.
Volvamos a la idea del circuito. Haciendo la espiración con-
centrada sobre sus clientes se dio cuenta que cogía la influencia de
su estado patológico. Si a alguien le dolía la cabeza, cogía el dolor de
cabeza. En el momento en que sentía el dolor de cabeza, a su cliente
le desaparecía. Había, por lo tanto, traslado de sensaciones. Harto de
ser cabeza de turco de sus clientes, buscó un medio para liberarse. El
circuito le aporta la solución deseada. Simplemente se trata de
colocar la otra mano en alguna parte del cuerpo de sus clientes.
¿Se trata de un fenómeno eléctrico? Para admitirlo habrá primero
que resolver las cuestiones siguientes:
Si hay efectivamente una corrientes eléctrica, ¿cuál es su voltaje,
cuál es su intensidad en amperios? Yo mismo nunca he sentido
ninguna corriente.
¿Una corriente puede reproducir la sensación específica que se
siente en otra persona?
Según lo que sé, una corriente eléctrica de cierto voltaje produce
una sensación conocida con el nombre de descarga eléctrica, pero no
dolor de cabeza o de vientre.
Una corriente produce efectos sólo en el momento en que el
circuito se establece. Dicho circuito de las manos anula al contrario
los efectos sentidos.
Si el occidental se siente ligado a las nociones científicas tales
como magnetismo o electricidad, esto corresponde, a mi entender, a
su necesidad tradicional de intelectualizar las ideas. Quiere ante todo
definir, analizar o clasificar.

110 Respiración y magnetismo


El idioma en Occidente es conceptual. La lengua japonesa
conserva aún elementos no conceptuales. El Ki es un ejemplo de ello.
Todo cambió a partir del momento en que Noguchi adoptó el Ki,
en lugar del magnetismo.
Conocemos la historia de Franz-Anton Mesmer, el médico vienés
que tuvo la idea de promover el magnetismo animal. Estaba calcado
del magnetismo mineral. Al principio estas dos nociones se
confundían en su mente. Utilizaba un verdadero imán en sus
experiencias y pretendía no solo magnetizar el acero, sino también el
papel, el pan, la lana, la seda, el cuero, las piedras, el vidrio, el agua,
los hombres y los perros, en fin todo lo que tocaba. Naturalmente
esta idea es muy discutible desde el punto de vista de la ciencia física.
Más tarde se descubrió que el imán que utilizaba en sus experiencias
ya no atraía la chatarra. Si el imán actuaba sin magnetismo, ¿qué es
lo que actuaba entonces? Más tarde se aceptó la idea de sugestión, y
era, decían, una anticipación del psicoanálisis.
A falta de una noción no conceptual como el Ki, hará falta recurrir
a términos tomados de la ciencia física. Esta solución provoca
inevitablemente controversias interminables entre las ciencias
oficiales y las ciencias ocultas.
No sólo he oído hablar de magnetismo, sino también de ra-
diaciones, fluidos, otras cosas. Algunos aparatos de terapéutica son
lanzados en el mercado japonés con nombres sacados de grandes
descubrimientos científicos: aparato de curación por radio, anillo
magnético que asegura salud y felicidad, terapéutica por un millón
de voltios, salud por aparato de alta frecuencia, etc.
No me negaré al aparato de radio. Con el precio que nos ofrecen
es poco probable que contenga el radio en dosis nocivas. Los
fabricantes venden sugestiones, ¿por qué no?
En cuanto al millón de voltios, es impresionante. Antiguamente,
volverse millonario era el sueño de todo el mundo. Con la
devaluación, el prestigio ha disminuido, pero a pesar de todo un
millón es una cifra que impone. Noguchi dice: «¿Por qué se necesita
electricidad estática hoy día si las ropas de materia plástica producen
mucha?»
Póngase en el lugar de un anciano de la tercera edad. Necesita
respeto y atención por parte de sus familiares. ¿Cómo consigue ob-
tenerlo? Se da importancia, rodeándose de aparatos de radio, a un
millón de voltios y con alta frecuencia. Esa solución no es tonta.
A medida que progresa la civilización se necesitan conceptos más

Respiración y magnetismo 111


y más estructurados y complicados. Hay quienes proponen parar el
progreso, pero eso se considera una solución inaplicable. Cuesta
cada vez más hacer aceptar un no-concepto como el Ki. A pesar de
mis explicaciones, el Ki, para la mayoría de los occidentales y otros
civilizados, sigue siendo un concepto más o menos oculto o
falsamente científico. Así, el Aikido puede volverse ai-electro-
magnético-do.
Una señora que me invitaba a comer con su familia me dijo:
«Hace tiempo que quería invitarle. Pero no me atrevía. Temía
agotarle.»
Agotar mi magnetismo o fluido, eso es una idea con la cual a
menudo me he encontrado. Si el Ki fuera una entidad medi- ble o
material, se acabaría pronto con él. Mi dinero o también mi tiempo
tienen límites. Pero el Ki no es una energía material como el petróleo,
cuyo agotamiento es ya previsible en un futuro no lejano.
A decir verdad, estoy aquí para que absorban de mí y estoy
dispuesto, ya que cuanto más doy, más lleno estoy. Constato un gran
progreso en mí desde que estoy en Europa. ¿Qué he hecho? Una sola
cosa: dar, dar y dar.
Siento un inmenso placer cuando lo hago. Como es inmaterial, no
tengo ninguna coacción, ninguna molestia, como cuando se trata de
un don material. El único pesar es que no soy aún capaz de dar tanto
como deseo.
La diferencia entre el magnetismo animal y el Ki es semejante a
la que existe entre un caballo con anteojos y un caballo salvaje.
El primero es metódico, orientado hacia una meta determinada y
estructurada. El segundo no necesita estructura, es instintivo,
natural. No hace falta aprenderlo, todo el mundo tiene Ki mientras
vive. Sin embargo, es necesario reenseñárselo a los civilizados cuyo
pensamiento es demasiado estructurado.
Con el Ki, uno se libera de toda preocupación de poder, eficacia,
de controversia y muchas otras complicaciones. Tengo un picor y me
rasco en el sitio preciso. ¿Necesito una teoría? ¿Una estructura? ¿Un
sistema?
Con los ojos cerrados respiramos mentalmente por las manos. A
medida que los pensamientos disminuyen y que la concentración se
intensifica, las manos parecen crecer. Pueden llegar a tener la
grandeza del universo. Y las manos pueden desaparecer,
quedándose solo la respiración. Ya no existen el estómago, ni los

112 Respiración y magnetismo


intestinos, ni la cabeza, ni yo, ya no queda nada. Uno se vuelve
respiración.
• Evidentemente, esta posición es inaceptable intelectualmente. Para
que sea aceptable se buscan explicaciones. Se emiten hipótesis. Se
supone la existencia de un agente, de una fuerza invisible, incluso de
la influencia de los astros, etc.
Somos libres de pensar como queramos. No.-áéré yo quien
impida a la gente hacer conjeturas si les apetece. Pero, siendo
honesto, debo decir que eso no es lo que yo hago. Mantengo lo dicho:
se practica sin conocimiento, sin técnica, sin objetivo. El corazón de
cielo puro es todo lo que necesitamos.

XII
EL TIEMPO SE DILATA
«Es curioso —me dice Marcos, un día que estaba con él en el
coche—, tengo la impresión de que el tiempo se dilata. Lo he
observado conduciendo mi coche. Antes, cuando me venía un coche
de lado, tenía justo el tiempo de frenar. Ahora me parece que tengo
el tiempo suficiente, por ejemplo, para girar el botón de mi transistor
o hacer cualquier otra cosa antes de frenar. ¿Es simplemente una
impresión mía o existen otras explicaciones?»-
Efectivamente, Marcos tenía razón. Desde que practica el
movimiento regenerador, sus músculos se han flexibilizado. Ahora
los haces musculares envían señales al cerebro no de una manera
entrecortada y brusca, sino gradual y más dilatada, digamos. En todo
caso, en su afectividad el tiempo ha tomado un nuevo valor: se ha
vuelto más elástico.
En su trabajo de dentista tiene los mismos problemas que todos
sus colegas: dolor de espalda o agujetas debidas a la diversidad de
posturas a adoptar. En este oficio, uno busca la solución como puede:
hacer una gimnasia improvisada o colgarse de la puerta entre
paciente y paciente. Por ello, cuando cambiaba de posición, tomaba
precauciones, si no corría el riesgo de padecer situaciones
catastróficas: dolores agudos que le molestaban considerablemente.
Ahora ya ni se preocupa. Adopta cualquier postura sin miedo. Se
ha transformado en un elástico nuevo.

Respiración y magnetismo 113


Llegó casi incluso a olvidar estas dificultades hasta que un día
tuvo una larga conversación con otro dentista. Este le contó cuánto
había sufrido de dolores atroces durante años los médicos le hacían
radiografías y decían: «Su columna vertebral está absolutamente
normal. Usted no tiene por qué quejarse.» Pero él sufría.
«Ahora, todo va bien», dijo. Viéndole, Marcos se sobresaltó,
porque era una verdadera serpiente... congelada.
Aunqu los dos decían la misma cosa, «ahora todo va bien» el
contenido era diametralmente opuesto: el uno flexible y sen-
sibilizado, el otro rígido y desensibilizado. La deficiencia de las
informaciones múscukres puede darnos una falsa tranquilidad.
Mientras que no sabe que la cocina está quemándose, tranquilamente
puede quedarse en el salón mirando la televisión.
«¿Es que el movimiento regenerador desarrolla los reflejos o
qué?», me preguntó Pierre que trabaja en la agricultura. «Se lo
pregunto, porque me ha ocurrido una cosa curiosa.»
«El otro día subí a un árbol con una sierra eléctrica. Es una
máquina muy pesada. Entonces la escalera se rompió. Al caer, me
dije: «Si sigo sujetando la sierra eléctrica, me mataré. Tengo que
tirarla lejos.» Eso es lo que hice. Antes no hubiera reaccionado de la
misma manera.
El reflejo es una costumbre mecánica que se adquiere por el
entrenamiento, o por la repetición. Las personas que tienen por
costumbre desconfiar, desconfían de cualquiera, sin saberlo y sin
quererlo. Me acuerdo de un policía japonés que, después de cambiar
de oficio, no podía liberarse de sus costumbres, de su reflejo
profesional. Cuando le presentaban a un cliente, le miraba de arriba
abajo y le preguntaba: «¿Su apellido? ¿Su nombre? ¿Su domicilio?
¿Su profesión?», como si estuviera con un criminal. Naturalmente los
clientes se enfurecían.
No se entrena uno a caer con una sierra eléctrica. Es una
'situación imprevisible. Pero Pierre tuvo tiempo para reflexionar y
ejecutar lo que había decidido. ¿No será tal vez mejor decir que el
tiempo se ha dilatado en ese instante?
Se puso a contar una experiencia anterior que había tenido con
un Kinesiterapeuta. Aquel día, este último le cogió el pulgar y lo
manipuló. Le hizo tanto daño que se desmayó. Entonces, revivió su
pasado. Veía a sus amigos, hablaba con ellos, etc. Al volver en sí,
preguntó:
—¿Cuánto tiempo hace que estoy así?

114 El tiempo se dilata


' —Algunos segundos.
Esto le pareció increíble.
Al relacionar sus dos experiencias, me dijo: «¡En la historia de la
sierra eléctrica no me había desmayado! ¡Estaba lúcido! Esto es lo
curioso.»
Revivir el pasado, esto no es un hecho nuevo. Se conocen otros
casos parecidos como el de aquel obrero que, cayendo de lo alto de
un poste telegráfico, revivió en algunos segundos treinta años de su
pasado. Pero no se pueden hacer estas experiencias en laboratorio.
Entonces, no se aceptan científicamente.
¿Qué es el tiempo? Se conoce el tiempo objetivo, homogéneo y
mecánico. Es por eso que tenemos relojes de pared y de pulsera.
Admitimos que la duración de una hora es igual en todas partes, en
París, en Tokio o en Nueva York; si no, todo sistema en vigor en las
sociedades modernas caería en el caos.
No sé hasta qué fecha hay que remontarse para encontrarse con
la concepción del. tiempo homogéneo, pero en todo caso en el siglo
XVIII era ya una cosa establecida.
Emanuel Kant se paseaba todos los días puntualmente a la misma
hora.
Si Einstein ha aportado una concepción revolucionaria del
tiempo, todo no está resuelto en la ciencia física. Se habla de la
paradoja de Langevin .

Consideramos a dos observadores, A y B. A permanece inmóvil


sobre la tierra mientras que B, viajero hipotético, se desplaza en una
aeronave imaginaria a una velocidad constante,
cercana a la de la luz. Al cabo de tres años de periplo en el
espacio vuelve a la Tierra.
O sea, 299.985 Km/s (es decir, 0,999 95c; c es la velocidad de la
luz) es su velocidad de desplazamiento.
A su regreso constata que A ha envejecido trescientos años,
mientras que él, B, sólo ha envejecido tres años.

t=t prima
raíz cuadrada de (1 menos (0,999 95c cuadrado / c cuadrado) =
(3 años / 0,01) = 300 años.

Por lo tanto, si B se ha marchado de la Tierra en 1675 en tiempo


de Luis 14, a la edad de treinta años tendrá treinta y tres años a su

El tiempo se dilata 115


vuelta,
pero el mundo estará ya en el año 1975, sumergido en la crisis
energética y la polución industrial.
Sólo encontrará los nombres de su mujer y de sus hijos en viejos
archivos.
Sin embargo, nada otorga a la Tierra esta situación privilegiada
de ser el sistema de referencia inmóvil.
También se puede decir que B ha permanecido inmóvil y que la
Tierra es la que se ha desplazado a dicha velocidad.
En este caso, B es el que ha envejecido trescientos años, mientras
que la Tierra sólo tres años.
Se llegará a la paradoja matemática siguiente: tres años =
trescientos años.

Bergson opone la duración al tiempo como un paso sentido y


vivido. El tiempo en la afectividad de nuestro organismo vivo y se
diferencia claramente del tiempo mecánico.

Marcel Granet habla en su Civilización china de espacio tiempo


heterogéneo, centrífugo.
En el Aikido, el maestro Ueshiba dice: «No existe ni tiempo, ni
espacio.»
¿Cuál es la posición del seitai en este sentido?
El maestro Noguchi dice: «Horas de charla pasan de prisa, cinco
minutos de espera en la parada del autobús son largos. Un instante
puede parecer muy largo si vuestra atención se concentra y
mantiene.»
Como ejemplo, esta desgracia.
El kaki es un árbol frutal del Japón cuyos deliciosos frutos
maduran en otoño. Estos frutos son la codicia de los cuervos, pájaros
cuya glotonería es conocida gracias a nuestro querido La Fontaine.
Un cuervo negro, subido a una rama oscura, con frutos purpúreos
sobre un fondo de cielo azul, ha proporcionado un tema favorito a
los pintores japoneses.
Noguchi, que miraba un árbol de kaki, se dijo: «Estos pájaros
saben elegir. Picotean los mejores. Los alimentos que están a punto
de estropearse son a menudo los mejores.»
Un día decidió subirse al árbol con el fin de adelantarse a estos
pájaros golosos. Se subió muy arriba para recoger los mejores frutos.

116 El tiempo se dilata


El kaki es un árbol muy duro, pero muy quebradizo. De hecho, la
rama sobre la cual se había subido se partió sin avisar. Al caer se hizo
esta reflexión: «Si yo me agarro a esa rama de allí, va a romperse
porque no es bastante gruesa. Debo coger esta otra de aquí. Podrá
resistir el golpe, es bastante fuerte.»
, Esperaba la llegada de la rama que tardaba. Pensó entonces: «¿He
hecho un mal cálculo? ¿Por qué no llega?»
Por fin, se agarró a ella. Un testigo ocular creyó que se iba a
aplastar en el suelo, porque todo ocurría tan de prisa.
La dilatación del tiempo constituye el fundamento mismo de la
técnica seitai. Entre la espiración y la inspiración, hay una parada de
respiración, un punto muerto durante el cual el hombre no puede
reaccionar de ninguna manera. Esta fisura, como se puede ver, es casi
imperceptible y tenemos la impresión de que la espiración y la
inspiración se suceden sin solución de continuidad. Pero para
Noguchi es como una puerta ampliamente abierta.
La técnica seitai es un medio para regularizar el movimiento
aparente del cuerpo con el fin de asegurar la repartición armoniosa
de la energía. El conocimiento anatómico no es necesario, pero es
indispensable, ante todo, saber discernir la reacción de cada
individuo a los estímulos.
Un cosquilleo, por ejemplo, puede provocar gritos y carcajadas
en una persona del tipo 3, digestivo activo. Uno piensa: «El
cosquilleo es beneficioso. Libera y descontracta. Tengo que probarlo
con todo el mundo.» Uno cae sobre una persona del tipo 4, digestivo
pasivo. Y entonces, ya no funciona, le pone nervioso en lugar de
liberarle.
Además de la afectividad propia a cada individuo, es necesario
también elegir el momento propicio para obtener el efecto deseado.
Si un niño está herido en el brazo y grita de dolor, Noguchi toca
el brazo, a la espiración, siguiendo el ritmo de la respiración del niño.
Es posible que grite cada vez que alguien intenta tocarle, pero no se
ha dado cuenta de que su brazo está ya cogido por las manos de
Noguchi.
Si se quiere dar un poco de tono a los músculos, se tocarán los
puntos elegidos al principio de la inspiración. Con el mínimo de
fuerza se obtiene el máximo de efecto. Aunque la persona tiene la
sensación de subirse por las paredes, en realidad se ha aplicado sólo
una ligera presión.

El tiempo se dilata 117


Si se trata de colocar una articulación o una vértebra, un ligero
golpe bastará si se aplica en el buen momento: al final de la
espiración.
En el departamento de Yamaguchi, al oeste de Honshu, hay
muchos afiliados a la sociedad Seitai, y sobre todo judokas. Esto se
debe a un pequeño incidente. Un día el presidente de la Federación
Departamental de judokas dijo:
—Hacen falta dos forzudos porque tenemos a un hombre con
luxación de rodilla.
—¿Por qué dos hombres? Con uno basta.
—Pero hace falta mucha fuerza. Uno sólo no lo puede conseguir.
—No hace falta tener fuerza.
—Claro que sí. Y si no, hágalo usted mismo.
—Sí, de acuerdo. Pero si lo consigo, ¿qué haréis?
—Entonces, en ese caso, prometo que toda la Federación
departamental de judo se va a afiliar a su sociedad.»
Así es como obtuvo la afiliación de toda la Federación. Colocar
una luxación es un juego de niños para Noguchi, porque no trabaja
con la fuerza, sino en la fisura de la respiración, durante la cual todo
organismo es incapaz de oponer resistencia a los estímulos.
Es, además, en la fisura de ía respiración donde toda técnica, se
trate de judo, kendo o de sumo, funciona de verdad. La inspiración
permite contraer los músculos; la espiración, relajarlos. Pero durante
la retención no se pueden ni contraer ni relajar. Si se hace después de
la inspiración y antes de la espiración, por mucho que uno intente
relajarse, permanece rígido. Uno se deja proyectar por encima del
hombro, por ejemplo.
Una vez me invitaron a ver el entrenamiento de un equipo de
sumo. Los sumotoris son jóvenes gallardos, altos y fuertes, que pesan
fácilmente entre 120 y 140 kilos, algunas veces incluso 180 kilos. Con
esta corpulencia poco común, tienen una agilidad asombrosa en los
combates.
Sadanoyama, un yokozuna, título más alto del sumo, que
vigilaba el entrenamiento decía varias veces: relaja los hombros. Pero
el pobre principiante no conseguía hacerlo. Ouche. Le proyectaban
por el aire.
Alguna vez Noguchi practicó el kendo, técnica del sable, donde
uno se entrena cubierto con una armadura de protec- ’ción y armado
con un sable de bambú. No conocía ninguna técnica de kendo, lo

118 El tiempo se dilata


único que sabía era golpear con las dos manos. Golpeaba durante la
retención. En este instante, su adversario no podía hacer nada más
que recibir la punta del shinái, sable de bambú, de lleno en la
garganta, y caerse de espaldas patas arriba.
Sus amigos se decían: «Noguchi es demasiado peligroso».
Decidieron excluirle del grupo.
Un judoka, séptimo dan, alumno de Noguchi, dijo un día:
—Hay demasiada gente en el metro. No hay manera de subir en
el vagón.
—Eso es porque usted está demasiado tenso, contraído en los
hombros —dijo Noguchi—. No le va a costar tanto si se relaja.
—Sí, pero, Sensei, usted circula en coche. Nunca coge el metro.
No tiene ni idea de lo que puede ser.
—Pues bien. Vayamos a ver.
Fueron juntos al metro. Evidentemente había mucha gente.
Noguchi se coló en esta lata de sardinas, se sentó en el banco y abrió
su periódico, mientras que el judoka se debatía aún en la puerta,
intentando entrar. Noguchi dijo:
—Siempre hay una fisura en un montón de gente que respira.
El judoka, molesto, dijo:
—Admito que tiene razón. Pero si se tratara de judo, no me
ganaría así como así.
Esta idea atormentó tanto al judoka que finalmente llevó a
Noguchi al Kodokan, acompañado por otro judoka sexto dan.
Noguchi no sabía nada de judo, pero sentía de antemano si el
adversario iba a avanzar o retroceder. No hay nada extraño porque
es propio del Ki sentir. A la retención del aire, le cogió la muñeca y
le tiró. El séptimo dan estaba inmovilizado en el suelo. Entonces,
cogió al otro, sexto dan, y diciéndole «tú también», le inmovilizó en
el suelo.
Los dos inmovilizados dijeron:
—Usted tiene el decimotercer dan, Sensei.
Extraño cálculo. Pero en todo caso, desde entonces, ya no
hablaron más de judo a Noguchi.
Este último tiene un hermano más joven que practica artes
marciales, karate y kendo. Un día fueron a un sushiya para comer
sushi, bolitas de arroz, envueltas en lonchas de pescado crudo o de

El tiempo se dilata 119


marisco. (Conozco a muchos franceses que están locos por ellos.) Al
traer la cuenta, su hermano dijo:
—Hace trampas. Ha contado más que las que hemos comido.
—¿Por qué no se lo dices?
—Es que tiene un cuchillo en la mano.
Qué reflejo. A fuerza de entrenarse en los combates, sólo podía
ver las cosas bajo este ángulo.
Una noche, este hermano dijo:
—Hay un ladrón en la casa.
Noguchi empezó a andar haciendo mucho ruido, dando
portazos. El otro dijo:
—Es demasiado peligroso lo que haces. El ladrón puede saltar
sobre ti para apuñalarte. Hay que andar despacio sin hacer ruido.
Noguchi contestó:
—Justamente, el ladrón se puede volver peligroso si se encuentra
cara a cara con alguien así de repente. Si yo hago mucho ruido, sabe
dónde estoy y podrá escaparse.
La mentalidad es diferente, el reflejo diferente. Esto no es
discutible.

120 El tiempo se dilata


XIII
INSPIRACION
La diferencia entre la inspiración y la espiración, dos acciones
fisiológicas, no obstante claramente opuestas, no está muy marcada
entre los europeos a lo largo de su historia.
Para los romanos, inspiración significaba la acción de soplar
sobre algo o en algo. Por lo tanto, se trataba de la espiración.
Significaba también por metonimia, el soplo vital, e igualmente la
acción de hacer entrar el aire. Para la palabra aspiración no era mejor.
Era la acción de soplar hacia algo. Era también exhalación.
Hoy día, la «h» aspirada plantea bastantes problemas a los
franceses. Hacen un esfuerzo para pronunciar bien la »h» cuando
aprenden un idioma extranjero. Fenómeno curioso, intercambian a
menudo los sitios donde hay que pronunciar la maldita «h». En
realidad, una «h» aspirada no tiene nada que ver con la inspiración,
acción de hacer entrar aire. Es un tiempo de parada entre dos vocales
para permitir el hiato en francés y una consonante postpalatal
ligeramente obturada en las demás lenguas. En todo caso se espira.
La inspiración se compone de elementos misteriosos, porque se
habla de una especie de soplo que emana de un ser sobrenatural, que
aportaría a los hombres consejos, revelaciones. ¿Basta con absorber el
aire para tener una inspiración artística, por ejemplo? Entonces sería
demasiado fácil. Seríamos todos genios sin mucho esfuerzo.
En el siglo XVI es cuando la palabra parece tomar un sentido más
preciso en alternancia con la espiración. Pero este sentido fisiológico
sigue existiendo al lado del sentido misterioso, unas veces oculto,
otras veces frívolo.

En el yoga, prana kumbhaka es una especie de inspiración, se


trata de absorber el prana cósmico.
En el Aikido, el maestro Ueshiba hacía practicar el tama no

Inspiración 121
hireburi, especie de vibración que se ejecuta con las manos juntas
delante del vientre, la mano izquierda encima, inspirando solamente.
En mi opinión, es una de las prácticas más importantes en el Aikido,
pero hoy día, ya, muy poca gente lo sabe. Incluso los expertos ya no
se acuerdan si es durante la inspiración o a la espiración. ¿Por qué
esta omisión?
Es que el espíritu sólo quiere retener lo que quiere aceptar. Por
mucho que se repita mil veces, cerramos la persiana auto-
máticamente cuando se trata de algo que no nos interesa.
Me han contado la historia de un coleccionista de cuadros. Un
vendedor le trae un cuadro del cual discuten el precio. El
coleccionista no mira el cuadro. El vendedor le dice: «Se lo ruego,
mire usted. Verá que es una obra de arte.» El coleccionista contesta:
«Nunca miro lo que compro. Miro al vendedor para saber si actúa de
buena fe o no.» Es un buen reflejo. El coleccionista quiere invertir su
dinero en alguna cosa de valor. Importa poco el valor estético del
cuadro.
Esta historia me recuerda otra contada por Ambroise Vo- llard.
Un joven viene a su casa para comprar un cuadro. «Acabo de tener
una niña», le dice. «Yo quisiera comprar un cuadro para que lo pueda
revender dentro de veinte años para su dote.» El vendedor le
presenta dos cuadros que corresponden al precio que él quiere
invertir, pero de estilos diferentes. Vollard se inclina más bien hacia
el cuadro menos convencional. El joven, después de dudarlo mucho,
compra el otro. Veinte años más tarde, vuelve con el cuadro.
«Quisiera revenderle —le dice— mi hija va a casarse.»
«Lo siento —contesta Vollard—, ahora ya no vale nada. Si hubiese
comprado el otro, su precio se ha multiplicado por cien.»
Yo miro el cuadro, no el precio. Con que me guste, poco importa
el resto. Muchas personas practican Aikido por la eficacia. Quieren
adquirir tantas técnicas como puedan. Poco importa el resto.
En el movimiento regenerador siempre he hablado de la
espiración concentrada, pero no de la inspiración concentrada. Esta
existe, pero es difícil explicar lo que es. Es demasiado sencillo. Se trata
de inspirar a lo largo de la columna vertebral de arriba a abajo. Es
todo. Esto no lleva más que algunos segundos en total. Como
Noguchi estaba muy ocupado, no tenía tiempo para descansar, para
pasear, para hacer ejercicios. Ni siquiera tenía tiempo para hacer el
movimiento regenerador que, sin embargo, recomendaba a los
demás. El no ha parado de trabajar durante cincuenta años incluso

122 Inspiración
cuando estaba accidentado: una perforación de estómago debida al
alcohol de madera y una fractura de costillas debida a la parada
brusca del autobús que ocasionó numerosos heridos. ¿Cómo se pue-
de trabajar sin un día de descanso, con tres o cuatro horas de sueño
por día? Es que algunos minutos de descanso para él equivalían a tres
o cuatro días de descanso para un hombre ordinario. Para hacer la
inspiración concentrada, no hay necesidad de ningún equipamiento,
de ningún lugar de recogimiento. Se puede hacer incluso delante de
otra persona sin que se entere.
Cuando se inspira a lo largo de la columna vertebral, las vértebras
fatigadas crujen y se produce sudor en las regiones que las rodean.
Entonces se recupera y pude volver a empezar.
Si no insisto en esta práctica es porque primero es difícil explicarlo
de una manera concreta y después porque es necesario disponer de
una cierta potencia en el vientre, una cierta flexibilidad y movilidad
en las caderas y en la columna vertebral. El vientre es como una
bomba que tira, y la columna vertebral, el hilo conductor. Si la bomba
no es suficientemente potente, no tira. Si el tubo está en mal estado,
hay escapes o eventualmente puede romperse como una goma vieja.
Tengo motivos para desconfiar de la reacción de los civilizados,
para los cuales sólo la actividad cerebral es intensa. Su hara, vientre,
y su koshi, caderas, están en la mayoría de los casos en un estado
lamentable. Su columna vertebral está completamente rígida,
aplastada bajo el peso de los problemas, temores y angustias.
Además, están acostumbrados a soluciones fáciles: basta con apretar
sobre tal tecla para obtener tal resultado.
La práctica de kumbhaka, emprendida imprudentemente, por la
simple lectura de un manual cualquiera, ha producido ya bastantes
víctimas en Europa. Asimismo algunos occidentales que practican el
ejercicio de abdominales, ejercicio muscular que tiene como meta el
desarrollo de la potencia del vientre, cometen un error porque ésta es
más bien de orden moral que físico. La palabra «hara», vientre, evoca
la imagen de sangre fría, de calma frente al peligro, y no de muscula-
ción atlética.
Es necesario que el progreso se realice sin prisa, sin forzar.
Podemos estar satisfechos si la respiración profundiza imper-
ceptiblemente en cada sesión. Sólo al cabo de un período más o
menos largo constataremos el cambio. Además, los practicantes
sienten, por sí mismos, que profundiza.
Pero, en realidad, el progreso no se hace de manera regular y

Inspiración 123
gradual. Se estanca en los bloqueos, como un coche en los atascos. Y
un buen día todo cambia.
Estos bloqueos no son sólo físicos. Pueden ser muy viejos, incluso
congénitos, implicando todo un paisaje psicológico del individuo.
Dije a una señora del tipo 3:
—Usted no decide en función de los argumentos, ¿verdad,
señora? Le gusta o no y todo está decidido. Hay quienes dicen: «Este
chico está bien. Es educado, cortés, va a la iglesia todos los domingos,
es licenciado en esto y lo otro. ¿Qué le reprocha? Pero si no os gusta,
no os gusta.»
—¡Oh! Para mí es muy rápido. Escuche. Tenía abuelos. A mi
abuelo le adoraba. Pero a mi abuela no la soportaba. Durante mucho
tiempo me ha atormentado la idea de no poder amarla, porque la
moral exige amar a los padres. Pero el día en que decidí que no la
quería, esto fue un gran alivio para mí. ¿Ha leído usted Génitrix, de
Franqois Mauriac? ¡Pues bien! Félicité es clavada a mi abuela.
El sentido de culpabilidad pesa mucho en Europa. He conocido a
dos ingleses que han tenido una muerte prematura por esta razón.
Para uno conozco la razón, pero para el otro, no. Este me llamaba por
teléfono desde lejos, diciéndome que se sentía sacudido por el sense
of quilt. It’s horrible, it’s horrible, decía él. Dos meses más tarde
falleció, literalmente
consumido. ¿De qué se sentía culpable? Los franceses, incluso
culpabilizados, no llegan a este extremo.
Ts’ong-Chen de Tchao-tchéou (778-897), monje Zen (Tch’an)
chino tuvo su satori a la edad de ochenta años. «El sa- tori —dice—
no es difícil. Basta con no preocuparse con la discriminación. Si no se
tiene ni amor ni odio, lo demás va solo.»
Dicho de otra manera, hasta el día de su satori, durante ochenta
años, se había sentido traumatizado por la discriminación entre el
amor y el odio. Su emotividad dividía el mundo entre los que él
amaba y los que no amaba. No era simplemente una idea. ¿Qué podía
hacer si su corazón latía más fuerte, si su epigastro se endurecía
cuando se acercaba alguien que no quería? Era del tipo 3- Murió a la
edad de ciento diecinueve años, predicó su satori durante cuarenta
años. ¿El satori contribuye a la longevidad? Ustedes verán.
Muchas veces las reflexiones hechas al azar de las circunstancias
traicionan el verdadero pensamiento que permanece escondido en el

124 Inspiración
fondo del individuo. Si uno dice: «A mí no me importa el dinero,
olvidémonos de la cuestión de provecho e interés», es probable de
que sea en realidad una persona extremadamente interesada y
especuladora. Generalmente es el caso del tipo 5. ¿Qué se puede
hacer si la idea de provecho nos importuna siempre? Sería fácil si uno
pudiese liberarse de ello como si fuera un par de guantes. Algunas
veces nos hartamos de tal tendencia e intentamos solucionarlo
declarando lo contrario de nuestro impulso profundo. Lo que quiere
decir que, en el fondo, somos capaces de ver, aunque sólo sea en una
imagen virtual, un terreno normal.
Profundizar la respiración conduce a la normalización del
terreno. Es, como ya hemos visto y como lo veremos más adelante,
una cuestión muy compleja. Quien se aventure a la ligera lo hará por
su cuenta.
Hay numerosos métodos que van encaminados a profundizar la
respiración. Mientras se insiste sobre la espiración, no hay mucho
peligro, ya que la espiración conduce al relajamiento de los músculos.
El dolor se manifiesta por la contracción involuntaria de los
músculos. Hay médicos que aconsejan a sus pacientes que den gritos.
Dar gritos es espirar. El dolor es más fácil de soportar así. No es
perfecto, pero no es tonto.
Todo cambia en cuanto la inspiración entra en juego. La
inspiración provoca la contracción. Esta se puede traducir algunas
veces en un dolor intenso. Dada la tradición occidental de hacer
hincapié en el dolor, y la versión popular de caridad cristiana que
sólo ve el alivio de los dolores como solución, tengo que tenerlo en
cuenta.
Si me viene un dolor, la primera idea que surge en mí es la de
felicitarme: soy todavía joven, aunque me clasifiquen oficialmente en
la supuesta tercera edad. Ser capaz de sufrir, es un signo de vitalidad.
El sufrimiento es un poco de la sal y pimienta en el plato. Aumenta
el apetito. Pero yo no lo manifiesto a los demás, porque se improvisan
médicos.
El día en que me muera, quizás no tenga bastante energía para
protestar. Conozco a un maestro que en su lecho de muerte sacaba
los brazos por encima de su cabeza, un gesto natural para aliviar el
corazón. Sus discípulos, que no entendían nada, se empeñaban en
meterlos debajo de la manta. Pobre maestro.
Existe la inspiración en el Aikido y en el movimiento regenerador.
En una sesión del movimiento hay que hacer un total de siete

Inspiración 125
inspiraciones coordinadas. No insisto demasiado sobre la calidad de
estas inspiraciones. Para profundizar es necesario examinar el estado
del terreno uno por uno.
Cuando se organiza el movimiento regenerador hay buenos
elementos que progresan, pero los hay también que no consiguen
liberarse de varias segundas intenciones. Hay quienes conocen un
poco de todo sin profundizar en nada. Mezclan todo. Ejecutan el
movimiento como si fuera un desahogo colectivo. Arman jaleo y se
mueven con la esperanza de obtener resultados. A pesar de estas
agitaciones, su respiración permanece siempre en el mismo nivel, sin
penetrar en profundidad.
En la risa se pone la atención sobre la espiración, mientras que en
el llanto, sobre la inspiración. Una buena risa, franca y contagiosa,
puede relajarnos, pero uno puede obligarse a reír y sería una
relajación más o menos forzada. Como los llantos influyen sobre la
inspiración, pueden dejar algunas veces cicatrices cuando se cortan
antes de llegar a la satisfacción completa. A este respecto, una señora
me ha contado una historia muy interesante: cómo se restableció de
una larga aerofagia que le hizo sufrir hasta la edad de cincuenta años.
«Retrospectivamente, todo parece sencillo —dice ella—•, pero esto
no se hizo en un momento. Fue un largo camino tortuoso.»
No ha guardado el menor recuerdo de su madre. Por muy lejos
que pueda remontarse en su pasado, recuerda, por ejemplo, un
rincón de la escalera donde jugaba, pero nada referente a su madre.
Durante una conferencia, hizo un descubrimiento. El confe-
renciante preguntó a los oyentes hasta cuándo se podían remontar en
su primer recuerdo de infancia. Algunos decían cuatro años, tres
años, pero para ella lo máximo que podía alcanzar eran siete años. Su
vida empezó a los siete años. Un espeso velo de misterio le impedía
ver lo que había ocurrido anteriormente a esta fecha.
Posteriormente, el día del entierro de su abuela una luz se hizo en
este misterio. Una señora vino a verla y dijo: «Yo la conozco a usted,
porque usted se parece a su madre. El día de su entierro yo la he
guardado en mi casa. Durante dos días estuvo llorando, rechazando
comer y dormir. Tenía usted cinco años.»
¡Qué revelación más emocionante! Entonces había perdido a su
madre a la edad de cinco años. Según los testimonios que había
recogido más tarde de otros miembros de su familia, su muerte tuvo
que haber sido algo repentino y brutal. Una imagen empezó a
dibujarse de este ser desconocido que había sido ella misma antes del

126 Inspiración
primer recuerdo de infancia.
¿Pero, por qué este olvido? ¿Este borrón total?
Cuando el impacto es demasiado fuerte para que el organismo
pueda soportarlo, el cerebro o el espíritu se encarga de proteger el ser
con ingeniosos medios de aislamiento: desmayo, pérdida de
memoria, etc.
Apreció también la ayuda que le aportó una psicóloga. Ella le
decía: «Elimine de su experiencia todo lo que nos es suyo. No diga:
tal ha dicho esto, he leído esto en un libro, según la teoría de tal..., etc.
Recuerde sólo: he vivido aquello.»
Mientras tanto, se casó y sus niños a su vez se casaron. Al •
acercarse a los cincuenta, tuvo nietos.
De vez en cuando, su hija le pedía guardar a sus hijos cuando se
ausentaba con su marido.
Naturalmente, en cuanto se iba la madre, los niños empezaban a
llorar. Intentaba consolarlos. Algunas veces lo conseguía, otras veces
era imposible.
Un día, los niños lloraban tanto que empezaron a tener un hipo
que sacudía todo su cuerpo. Al verlos, pensó: «Pero estos niños
tragan aire.»
Desde entonces su aerofagia persistente comenzó a disminuir en
intensidad y acabó por desaparecer.
A través de este largo trabajo de atar cabos, siempre interrumpido
por los detallitos de la vida, consiguió por fin descubrir el misterio.
La última pincelada dio vida a la imagen esbozada de una niña,
cuarenta y cinco años atrás.
Aún cuando la memoria de un acontecimiento que marcó la vida
de un individuo desaparezca de su espíritu consciente, el cuerpo
guarda fielmente el recuerdo.
Profundizar la respiración es muy sencillo. Pero, qué complejidad
muestra cuando se observa a los individuos.

Inspiración 127
XIV
EL KI EN EL AIKIDO
Existen motivaciones de las más diversas cuando alguien se
inicia en el aprendizaje del Aikido: el deseo de volverse más fuerte,
la necesidad de defenderse, las ganas de practicar un deporte, etc.
Ese no ha sido mi caso. El Aikido forma parte de mis inves-
tigaciones sobre el Ki.
El Aikido es literalmente «la vía de la coordinación del Ki.» Me
interesé por la concepción del Ki en el Aikido, pero reconozco que
este asunto es muy complejo.
En Europa, la gente se interesa por el Aikido por su eficacia, por
el poder que se quiere adquirir. Se interesa por la técnica, por la
adquisición del reflejo, def diploma, de la posición en la
organización y de las prerrogativas que se desprenden. Son los
aspectos cartesianos del problema. En cuanto al Ki, escapa a toda
tentativa cartesiana de definición. Por eso es oficialmente
inexistente.
Quisiera, por mi parte, aportar una modesta contribución a la
comprensión de esta noción difícil de captar. No escribo con el fin
de hacer un manual para los practicantes de Aikido, sino para situar
el problema en el contexto general del pensamiento occidental. No
tiene importancia que uno se interese o no por la práctica de este
arte, pero el Aikido merece ser mencionado, aunque sólo sea por la
nueva visión que nos aporta en nuestras ideas.
Muchas personas han venido a pedirme información sobre el
Aikido: «¿Es eficaz?» Bien habrían podido también elegir como otra
solución un arma de fuego o cerraduras de seguridad. Tienen miedo
a ser atacados, miedo a morir y miedo a vivir. Tienen prisa por
encontrar un medio cualquiera que les permita, al cabo de algunas
lecciones, adquirir un poder extraordinario. Los he echado a todos.

128 El Ki en el Aikido
Que ilusión. Podríamos hablar de eficacia si se estuviera al nivel del
maestro Ueshiba. Es también ridículo hablar de eso a mi nivel.
Los occidentales tienen tendencia a creer que el aprendizaje
consiste en el desarrollo de un cierto reflejo. Desde luego, el reflejo
puede facilitar la organización del trabajo porque, si no, habría que
volver a empezar en cada momento, desde los detalles más
insignificantes. Sin embargo, el reflejo que se queda simplemente en
reflejo no es nada. Es un comportamiento condicionado, una
costumbre. No se puede avanzar más.
He visto en el movimiento regenerador ese movimiento reflejo.
Cada vez se ejecuta el mismo movimiento, exactamente con la
misma duración. No existe un desarrollo en profundidad.
Recuerdo una anécdota que nos contó un profesor en el liceo,
hace cerca de cincuenta años. Un judoka, tercer dan, estaba en una
discoteca. Una pelea se desencadenó entre él y un gamberro. El
judoka, que tenía buenos reflejos, le hizo un hanegoshi, tirando
hacia él los dos brazos del gamberro. Al mismo tiempo, este último
sacó un cuchillo, con la punta hacia el judoka. Con el mismo gesto
que le hubiera permitido proyectar a su adversario en el aire, el
judoka recibió el cuchillo en el vientre. Si no hubiera tenido este
reflejo hubiera salvado la vida a Cambio de algunos golpes y
bofetadas.
Algunas mujeres jóvenes me han preguntado lo que habría que
hacer en caso de peligro. Por ejemplo, cuando un agresor les coge de
tal o cual manera. Les enseñé cómo se podían librar de un agarre.
Con un poco de astucia comercial hubiera podido instituir una clase
con mucho bombo publicitario: señoritas, defiéndanse contra la
agresión. Método eficaz. Una selección de chicas guapas que juegan
al agresor, y yo el agredido. ¡Qué oficio más agradable!
No he tardado en comprender la futilidad de tal enseñanza. El
menor gesto es parte de un conjunto más amplio y no se puede hacer
un gesto sin el dominio de este conjunto. Separar una parte con un
fin determinado es imposible. La idea de que se pueden ejecutar una
sucesión de movimientos programados con calma, como se haría
con recetas de cocina, es tan ridículo como nefasto.
He conocido dos soluciones diametralmente opuestas: una, por
la sangre fría, y otra, por la fuerza del inconsciente.
Una mujer se dejó coger y en el momento en el que el agresor,
contento, se puso a besarla, ella, con decisión, le mordió la lengua.
Al día siguiente encontraron al culpable curándose la herida en un

El Ki en el Aikido 129
médico. Otra mujer no recuerda lo que ocurrió. El diablo en su
cuerpo lo hizo todo. Cree haber oído un grito de dolor. Pero cuando
volvió en sí, no había rastro del agresor.
Esta fuerza del inconsciente es el Ki. Puede ocurrir que mujeres
endebles levanten un coche cuando se presenta la necesidad. No
existe ninguna técnica que nos permita ejecutar tal proeza.
Si la gente se interesa por el reflejo, la técnica y la musculación,
esto es asunto suyo. Son aspectos que no me interesan demasiado.
Si se desarrolla el reflejo hasta tal punto que uno se pone
automáticamente en posición de combate cada vez que alguien pasa
al lado con un martillo o una sierra, cada vez que el jefe de
departamento levanta la mano para rascarse la cabeza, cada vez que
el carnicero coge su cuchillo para recortar un bistec, es muy posible
que pase por ser una persona rara. Ya no se podrá ir a la peluquería,
porque el peluquero lleva una navaja que puede cortar el cuello «en
un santiamén».
¿Si hablamos de la técnica? Hay personas que son verdaderos
repertorios vivientes de la técnica. Ejecutan los gestos como si fuesen
programados por ordenador. Pero se siente, mirándoles, que falta
algo. No hay calor humano. Son muñecas mecánicas.
El maestro Ueshiba, cuando yo le veía en sus últimos años,
parecía no tener ya la noción de técnica. Hacía gestos de nada y sus
adversarios caían. Era como un niño que se divierte con cualquier
cosa, de cualquier manera. De vez en cuando preguntaba: ¿«Como
se llama esto?» Sus discípulos contestaban, dándole un nombre
sacado de la terminología sabiamente construida. «¿Ah, sí?», y
seguía divirtiéndose. Es imposible aplicar nombres a todos sus
gestos. El era libre y natural como los vientos o las olas.
Desconcertaba a quien quisiera estructurar el Aikido.
En Europa, donde la noción de Ki no existe, es inevitable definir
el Aikido como un deporte de combate. Quien dice deporte, dice
musculación.
Por otra parte, es muy difícil disuadir a los jóvenes de hacer
musculación. Para ellos es una necesidad fisiológica. Un deporte que
no va acompañado de un desgaste físico no es un deporte, etc.
Precisamente, el Aikido no es un deporte para mí. El maestro
Ueshiba lo ha repetido no sé cuántas veces: «El Aikido no es un
deporte, no es un arte de combate.» Desde el principio, entonces, nos
encontramos en un diálogo de sordos.

130 El Ki en el Aikido
No se trata en absoluto, para mí, de hacer musculación. Además
nunca he sido deportista. La hipertrofia muscular, como decía Alexis
Carrel, no es menos peligrosa que la atrofia visceral. Mis bíceps no
han cambiado de grosor desde que empecé a la edad de cuarenta y
cinco años.
El Aikido, además, como todas las cosas, se presta a las in-
terpretaciones más variadas. No puedo pretender dar validez a mi
opinión. Simplemente puedo comunicar lo que he visto, observado
y constatado.
He conocido, hace algunos años, a un joven profesor de Aikido,
titulado en cultura física, era por lo tanto un deportista. Pero le
dolían los riñones y acabó por perder toda movilidad de caderas. Le
ocurrió después lo mismo con los brazos que, a su vez, se ponían
rígidos hasta el punto de no poder'doblar los 'codos. Es uno de los
múltiples ejemplos que he constatado entre la gente que practica
artes marciales: la rigidez del cuerpo, provocada por esfuerzos
musculares excesivos.
Otro profesor de artes marciales venía a verme cuando impartía
cursos en provincia. Tenía problemas: su mujer estaba enferma, a él
le dolían los riñones y además padecía mareos. Antes de presentarse
delante de sus alumnos tenía que ponerse una compresa fría sobre
la nuca para poder dar clase. Estaba tan agitado que me daba lástima
verle.
—Dígame, ¿qué debo hacer?
—Yo no estoy cualificado profesionalmente para aconsejarle, no
hago más que dirigir el movimiento regenerador. Pero si quiere
usted puede venir a nuestra sesión de movimiento.
Reconozco que su contestación me dejó estupefacto.
—Pero es que tengo que irme de vacaciones ahora.
—¿Entonces qué quería exactamente?: ¿una medicina mila-
grosa?, ¿una panacea de Extremo Oriente? Yo no conozco ninguna.
Tengo que dormir. Tengo que despertarme. Tengo que trabajar.
Tengo que irme de vacaciones. Estamos aplastados por toneladas de
«tengo que». Estamos pillados por el engranaje social. No podemos
liberarnos de él. Existen por todas partes medicinas milagrosas. No
hace falta buscar lejos: el somnífero, el excitante, el estimulante, el
calmante, etc.
Yo no soy vendedor de milagros. Me parecen al contrario muy
esclavizantes estos milagros. No hay que pedirme consejos en estas

El Ki en el Aikido 131
cosas. Me limito a vivir simplemente.
Cuando veo a estas personas agitadas, tengo la impresión de
ofrecer un vaso de agua inútilmente. Tienen sed, pero sus manos
nerviosas no les permiten cogerlo. Dejan caer el agua al suelo. Lleno
otro vaso. Mientras tanto, llega el autobús y veo su brazo agitarse y
alejarse.
¿Qué han hecho para llegar a este estado? Tienen quince o veinte
años menos que yo. ¿Cómo serán cuando tengan sesenta años? A los
sesenta años se ha acumulado bastante experiencia de la vida y hay
que ser capaz de servir útilmente a la posteridad. A esta edad, dicen,
se está en decrépito. Esto me hace pensar.
Hay jóvenes orgullosos de sus heridas: la clavícula rota, el
menisco saltado, el lumbago, etc. Son, según ellos, tantos signos de
virilidad, tantas condecoraciones otorgadas por su valentía. Que por
eso no quede. Por mi parte, constato que he nacido hombre y no
siento especialmente la necesidad de mostrar la virilidad con signos
externos así. Conviene decir también que me he iniciado en el
Aikido a una edad donde uno siente el acercamiento del
envejecimiento. Mi visión es totalmente diferente de la de los
jóvenes batalladores.
He constatado en la práctica un gran alivio de mi ser. El Aikido
me permite hacer el vacío del cerebro. Nunca he sufrido de dolores
en los riñones. Al contrario, he podido aumentar la flexibilidad de
mis caderas.
Pero esto no basta, hay que ser eficaz, dirán los jóvenes. ¿Qué
entienden por eficacia? Proyectar a dos o tres agresores en la calle y
quedar como un héroe de cine? ¿Creen ellos que este es el único
peligro que existe en la vida? ¿Estáis seguros de que no hay alguien
que desde la ventana del inmueble de enfrente está acechando
vuestros movimientos, con una carabina provista de un visor, para
alojaros una bala en la cabaza? Además, así es cómo un presidente
de los Estados Unidos y un premio Nobel han muerto. ¿No tenéis
miedo a que una pared os caiga encima en la acera o que una grúa
os aplaste? ¿Que técnica aplicar cuando vuestro avión se precipita
sobre el suelo? ¿Si os atacan microbios desconocidos, cuál será vues-
tra defensa? ¿Y cuándo dormís?
Hay que buscar medidas eficaces, diréis. Pero cuando la muerte
os cita, sea aquí o en otro lugar, siempre os encuentra. Un árabe en
Bagdad se encuentra con la muerte, que le dice: «Vendré a buscarte

132 El Ki en el Aikido
mañana por la tarde.» Cogido por el miedo, se marcha a galope
sobre su caballo y llega a Samarra. A la hora indicada, la muerte
reaparece y le dice: «Sabía que vendrías por aquí.»
Sea cual sea vuestro método o vuestra disciplina, si lleva a la
destrucción del terreno, no valdrá nada a mis ojos.
Sin embargo, si mantenéis el terreno normal sin hacer nada
especial, es ciertamente bueno.
¿Qué es el Aikido? No lo sé. Depende de lo que esperéis. ¿Qué
es el cristianismo? Cuando leo los Evangelios, comprendo a Jesús.
Pero con lo que ha pasado después, ya no comprendo nada:
cruzadas, inquisición, guerras de religión, etc. Ahora voy a hablar
brevemente de la eficacia del maestro Ueshiba. Si ninguno de sus
discípulos consigue su nivel de eficacia, no tiene la culpa su Aikido.
Si Jesús viviese en la Europa cristianizada de hoy y cumpliese lo que
cumplió hace veinte siglos, sería encarcelado por promotor de
desórdenes. El Aikido estructurado no refleja gran cosa de la verdad
del maestro Ueshiba.
Ya, numerosos occidentales conocen ejemplos de proezas del
maestro Ueshiba. Cito aquí algunos, no para sacar provecho en favor
del Aikido, sino con el fin de poder realzar algo más, lo esencial que
sostiene su arte.
Podemos decir de manera general que desafió todas las leyes
conocidas de fenómenos físicos.
De ahí la opinión compartida entre los que se lo creen sin poder
explicarlo y los que lo niegan categóricamente.
¿Cómo es posible que un hombre de pequeña estatura pueda
proyectar hombres que le sobrepasan algunas veces de 20 a 30
centímetros? No sólo uno por uno, sino varios a la vez.
Era inatacable, tanto despierto como dormido, de frente o de
espalda, abiertamente o por sorpresa, tanto con manos vacías como
con armas, incluso con revólveres.
¿Hay que creer en estas cosas o rechazarlas?
Existen varias posturas posibles:
— Rechazar todo lo que no se explica, aunque exista.
— Aceptar los hechos, aunque no seamos capaces de ex-
plicarlos.
— Creer en todo lo que no existe.
La primera de las posturas, la de los racionalistas intransigentes,
existe no sólo en Europa, sino también en el Japón.
Tachar todo lo que no se explica, de sobrenatural o místico, es

El Ki en el Aikido 133
una solución de facilidad que no conduce a nada.
Creo, al contrario, que el maestro Ueshiba ha sido uno de los
hombres más naturales que he conocido.
El maestro Noguchi tuvo la ocasión de ver al maestro Ueshiba
durante no sé qué reunión.
«El maestro Ueshiba, muy bien», me dijo, pero no añadió nada
más. Su juicio es extraordinariamente seguro. Puede detectar en una
fracción de segundo lo que alguien no hubiera visto después de
treinta años. Está, en todo caso, lejos de ser partidario de los
buscadores de lo sobrenatural.

134 El Ki en el Aikido
f
XV
EL KI EN EL AIKIDO
(Continuación)

Yo he visto al maestro Ueshiba practicar con sus alumnos en el


antiguo dojo una construcción de madera que ya no existe ahora. Fue
reemplazada por un edificio de hormigón.
Le he visto, por ejemplo, rodeado de una decena de alumnos que
armados cada uno con un bastón le cercaban por todas partes. En
estas condiciones es imposible para cualquiera hacer el menor
movimiento. Si uno se mueve a la derecha o a la izquierda, hacia
adelante o hacie atrás, es inevitable recibir bastonazos en el vientre o
en el pecho.
Oigo un grito, el kiai, y veo a los alumnos en el suelo con su
bastón. El está de pie, sonriente. ¿Qué ha hecho para escaparse? ’
Tengo ante mí una foto tomada durante una demostración en la
gran gala de Hibiya delante de dos mil espectadores. El maestro
Ueshiba sujeta con la mano derecha un bokken, sable de madera; su
brazo derecho hacia abajo, perfectamente relajado, y la punta del
bokken ligeramente dirigida hacia arriba. Con gracia coge con su
mano izquierda un trozo de su haka- ma. Si sólo fuera eso, se vería a
un anciano regando una fila de flores con una regadera de boca larga.
Contrariamente a eso hay tres jóvenes fuertes empujando este
bokken, agarrándolo con sus dos manos, perpendicularmente al
sentido del bokken. Están inclinados a 45 grados para ejercer el
máximo de su potencia. Algunos instantes después el maestro afloja
el bokken y los tres jóvenes caen hacia delante en un perfecto
conjunto. Esto sólo era posible porque empujaban de verdad.
Conozco además a estos tres jóvenes personalmente. Están lejos de
ser complacientes, ni dispuestos a hacer regalos.

136 El Ki en el Aikido (Continuación)


Cuando conté esta historia a un francés me dijo: «Matemá-
ticamente, imposible», y no quiso saber más. Un buen cartesiano.
Hoy día, la situación ha cambiado un poco, porque la misma
ciencia ha demostrado que lo que es matemáticamente imposible
puede existir. Ahí nos hemos quedado, porque la ciencia no puede
crear una imposibilidad matemática. Sería ir en contra de su
vocación el hacerlo.
Hacía 1930, Mantchoukouo, nuevo país, se establece, con el
apoyo del gobierno japonés, en el amplio territorio noreste de
China. China estaba tan dividida en aquella época que esta parte de
su territorio sólo era mantenido por el equilibrio de las fuerzas
entre Japón y la Unión Soviética. Un país tapón con la
infraestructura administrativa japonesa. La población se componía
en su mayoría de chinos, después japoneses, rusos blancos,
coreanos y mongoles. Los mongoles, nómadas, tenían una
mentalidad especial. Como en la Edad Media en Europa, era
necesario demostrar la fuerza física para hacerse respetar por ellos.
Despreciaban a los funcionarios japoneses y no cumplían los
reglamentos. El gobierno japonés se vio obligado a mandar a
alguien físicamente fuerte para imponer el respeto a la ley. Eligió a
un sumotori de alto rango, Tenryu.
El sumo es un deporte de combate japonés. Los luchadores
profesionales son unos jóvenes tremendos con una fuerza ex-
traordinaria. Un francés me contó que estaba acompañado por • un
sumotori en un restaurante y que, como pudo ver, pidió un
abrebotellas para abrir una botella de coca-cola; como tardaban, dijo:
«No importa.» Con una sola mano colocó su pulgar debajo de la chapa
y pof, la hizo saltar, sin más ceremonia. El francés se estremeció ante
la idea de que le podía dejar K.O. al instante si un día este monstruo
se encontrase en un ataque de rabia.
Pero un sumotori no ataca jamás a nadie, a menos de que le
provoquen. La idea de provocar no se le ocurre a nadie, a menos de
ser un loco.
Kotozakura, sumotori, me contó una de sus experiencias. Cinco
o seis de sus compañeros de universidad quisieron probar su
fuerza. Se colocaron todos juntos de un lado y el sumotori del otro.
Kotozakura colocó una mano sobre el grupo y empujó ligeramente.
Me juró que no fue muy en serio. Pero lo que vio después le asustó.
Todos sus amigos fueron despedidos varios metros más lejos.
Nunca más bromas, pensó, si no habrá accidentes. No se había dado

El Ki en el Aikido (Continuación) 137


cuenta de su fuerza porque se entrenaba con otros sumotoris.
Los sumotoris soportan un entrenamiento muy especial. Consiste
en afirmar el koshi, las caderas y la pelvis, y en mantener el centro de
gravedad muy bajo y en equilibrio. Incluso en la vida corriente deben
de andar sin levantar los pies, deslizándose sobre el suelo. Por ello
calzan zoris (zapatillas) sin pasar los dedos de los pies por las correas,
empujándolas con la punta de los dedos. Se convierten así en
verdaderos bulldozers humanos.
Durante la guerra, el ejército pedía a los sumotoris que realizaran
los peores trabajos pesados en contrapartida de la ración excepcional
de alimento. Había un sumotori que transportaba un conjunto de tres
raíles de ferrocarril que pesaba cada uno 120 kilos, o sea un total de
360 kilos sobre su hombro, cosa excepcional incluso para los
sumotoris.
En Berlín, donde acompañé a un grupo de sumotoris, entramos en
una zapatería. Taiki, gran yokozuna, pidió unos zapatos al patrón.
Era una broma, ya que sus pies eran demasiado enormes como para
ser de humanos. No merecía la pena tomarle las medidas, el patrón se
limitó a sonreír, diciendo: «No, no.»
No sé exactamente en qué circunstancias tuvo lugar el encuentro
entre el maestro Ueshiba y Tenryu, oficial de servicio de los deportes
de Mantchoukouo, pacificador de tribus mongoles. En todo caso, se
produjo algo increíble. El gigante, que sobrepasaba de 30 centímetros
al adversario, fue literalmente proyectado en todos los sentidos por el
pequeño hombre. Cómo decir que un cochecito de bebé había
derribado un bulldozer. Tenryu, que no estaba totalmente
convencido, propuso una revancha. Esta vez cogió un mawashi,
cinturón de sumo, para sentirse, a fondo, en espíritu de combate. El
resultado no fue mejor. Se hizo discípulo de Ueshiba y se cogió unas
vacaciones para estudiar Aikido junto con su maestro en Tokio.
No voy a citar todos los ejemplos que además han sido
mencionados en otras publicaciones: desafíos de maestros de sable
contra él a manos vacías, ataque con revólver de un oficial del ejército,
combate con un campeón de catch americano, etc.
Era siempre inatacable. ¿Era tal vez un superhombre?
A pesar de todo voy a relatar algunas de mis propias experiencias.
Hay un ejercicio que consiste en dejarse coger una muñeca por su
compañero, que la agarra y bloquea con las dos manos. Y entonces se
le proyecta hacia atrás con la respiración abdominal. Cuando la

138 El Ki en el Aikido (Continuación)


muñeca está bloqueada por alguien muy fuerte es imposible moverle.
Este ejercicio tiene como meta aumentar la potencia de la respiración.
Un día el maestro Ueshiba, sonriente, me ofreció dos dedos de su
mano izquierda para hacer este ejercicio. Jamás había visto a nadie
hacerlo con dos dedos. Los cogí con toda mi fuerza. Y entonces, ¡pof!,
fui proyectado por el aire como el tapón de una botella de champán.
No había utilizado la fuerza, porque no sentí ninguna resistencia
física. Simplemente fui llevado por una corriente de aire. Fue
verdaderamente agradable y no tenía nada comparable con lo que
hacen los demás practicantes.
Otro ejercicio: se sientan de rodillas, el uno en frente del otro. Uno
coge las muñecas del otro, quien con la potencia de su respiración
abdominal le tumba de lado. Puse mi respiración. Mi fuerza y toda mi
capacidad posible. No había nada que hacer. Conozco a personas
fuertes que resisten al empuje de mi respiración, intentando bloquear
mis brazos o acentuando la curvatura lumbar o utilizando otra
maniobra distinta. Pero él estaba perfectamente inmóvil e impasible
como si yo no existiese. Me sentía como una hoja de papel frente a
este octogenario. Hablaba, se divertía y súbitamente era proyectado
por el aire.
En otra ocasión que estaba de pie me hizo una señal para que me
acercara. Me coloqué frente a él, pero él seguía hablando a los demás.
Esto duró bastante tiempo, yo me preguntaba si debía quedarme ahí
o retirarme, cuando de golpe fui transportado por un cojín de aire y
me encontré en el suelo con una caída agradable. Todo lo que pude
comprobar fue su kiai potente y su mano derecha que, después de
describir un círculo, se dirigió hacia mi cara. No fui tocado. Se le
podría dar a eso cualquier explicación psicológica o parapsicológica,
pero todas serían falsas. Antes de tener tiempo para reaccionar con un
reflejo cualquiera estaba ya proyectado. Ese famoso cojín de aire es la
única explicación.
¿Qué hay que deducir del caso del maestro Ueshiba? Decir que es
imposible o clasificarlo en lo sobrenatural es una solución que
satisface el confort intelectual de un gran número de gentes que tienen
su sistema de interpretación firmemente establecido. Pero deseo ir un
poco más lejos, un poco más en profundidad. No comparto tampoco
la idea de los que sostienen que basta aprender la técnica para
adquirir un poder extraordinario. No basta con tener un violonchelo
para volverse un Casals, tener pinturas para volverse un Renoir. La

El Ki en el Aikido (Continuación) 139


técnica es la forma a través de la cual se manifiesta el Aikido; la esen-
cia del Aikido no tiene forma. Aikido es un nombre. Se le puede meter
cualquier contenido o cambiar su esencia misma. Pregonar su eficacia
eso es comercial. La programación de la técnica no resuelve el
problema. ¿Se puede acaso programar el amor maternal?
En Tokio un francés deseaba aprender Aikido. Después de
algunas lecciones, se fue de vacaciones. A la vuelta le encontré muy
triste. Ya no quería volver a practicar. Supe el porqué de su tristeza.
Tenía un hermano físicamente mucho más fuerte que él y por eso se
sentía muy acomplejado. Durante las vacaciones intentó con él su
técnica recién aprendida, y no lo consiguó. Me sentí estupefacto. A
ningún japonés se le ocurriría esa idea de intentar tal cosa después de
cinco o seis lecciones. Ni siquiera sabía avanzar ni retroceder sus pies.
El europeo es muy hábil en el manejo de símbolos abstractos. Le
gusta estructurar su pensamiento y su lenguaje conceptual, se presta
fácilmente a ese tipo de operación. Después se aleja de las realidades
concretas y sentidas para sumergirse en un mundo de sistemas. Es
muy curioso constatar que el cuerpo ha desaparecido en su
pensamiento. Lo han reemplazado por el conocimiento anatómico.
Con explicaciones minuciosas sobre el mecanismo estructural, a
menudo no es capaz de distinguir el pie derecho del pie izquierdo, o
de ejecutar sin confusión gestos sencillos. La desaparición del cuerpo
ha alcanzado en él un nivel inquietante, dramático.
Naturalmente hay excepciones. Juan, profesor de karate, es una
de ellas.
—¿Lo habéis visto, vosotros también? Es escandaloso, desastroso,
catastrófico. Gestos tan sencillos...
Recuerdo que en Tokio me sorprendió la reacción de algunos
franceses que querían iniciarse al Aikido.
—Bueno —dije—■, coja por ejemplo mi muñeca con su mano. No,
ésta no, su mano izquierda.
—Pero si no se coge, ¿qué ocurre?
Antes incluso de hacer un gesto querían especular sobre otras
alternativas. Querían saberlo todo, por curiosidad intelectual. Están
dispuestos a aprender a nadar, pero a condición de no mojarse.
Michel, un excelente judoka, me dijo:
—Esto también ocurre en el judo.
Es una enorme diferencia de mentalidad que hay que tener en

140 El Ki en el Aikido (Continuación)


cuenta. Una enorme diferencia también en el movimiento. A menudo
pienso:
El europeo está aquí, pero no está aquí. Es difícil conseguir Q”e
esté presente aquí y ahora. Su cuerpo está aquí, pero su espíritu
vagabundea por los Campos Elíseos, en la Costa Azul, en un país de
abundancia y despreocupación, un viaje utópico en la naturaleza
donde espera encontrar el verde, o en-esta inmensa región que llama
«Oriente», donde cree poder satisfacer su deseo de evasión, o bien en
las discusiones filosóficas o bien en las planchas anatómicas.
Antes de hacer un movimiento necesita reflexionar. Es, en sí, una
buena costumbre porque eso le ha permitido organizar la sociedad.
Pero llevado al extremo, ese proceso ya automático mata todo lo que
es natural en el movimiento y le quita el dinamismo necesario para la
vida.
El Aikido puede transformarse, en estas condiciones, en una
filosofía intelectual sin participación del cuerpo, como si se quisiera
hacer natación en el salón, o gimnasia de reflejo para transformar los
hombres en perros de Pavlov. Es como si fuera un deporte de combate
que destroza, o también una política.
En todo caso, el Ki, punto esencial, está ausente. Es un Aikido sin
Ki que lleva a menudo a la rigidez muscular. Es por esta razón que
tanta gente tiene accidentes.
La visualización juega un papel primordial en el Aikido. En un
principio es un acto mental, pero produce efectos físicos. La
visualización es uno de los aspectos del Ki. ¿Qué se visualiza en el
Aikido? Círculos, triángulos y cuadrados
Unos cinturones negros de Aikido me invitaron y les expliqué la
visualización. Me pareció que no habían oído hablar de todo esto. El
Aikido, para ellos, es un deporte, por lo tanto hay que pensar en
musculación, reflejo y en consecuencia, su- doración y después ducha
y refrescos.
Maru, sankaku, shikaku- Círculos, triángulos, cuadrados,
¿cuántas veces habré oído al maestro Ueshiba repetir esta fórmula de
visualización?
Cualquiera puede girar verticalmente el brazo, visualizando un
gran círculo cuyo radio sobrepasa la longitud del brazo. Imaginaros
un arco iris que pasa justo por encima de vuestra cabeza, cosa que, lo
admito, es una imposibilidad óptica, pero se trata de un arco iris
imaginario. Señaláis con la punta de los dedos este círculo grandioso,
empezando por un punto del horizonte, pasando por el cénit y

El Ki en el Aikido (Continuación) 141


completándose por la parte invisible de la circunferencia que pasa por
debajo de la Tierra, como una especie de molinillo de brazo, con una
visualización mental. Es fácil. Todo cambia a partir del momento en
que alguien viene a coger la muñeca. Ya no se puede describir el
círculo. Toda la atención está bloqueada en la muñeca por el solo
hecho de estar cogido. Movilizáis todos vuestros esfuerzos
musculares para liberaros. Si vuestro adversario tiene poca fuerza o
está disperso, lo conseguís. Pero si es fuerte y está concentrado,
vuestros esfuerzos provocan resistencias cada vez más fuertes. Ya he
hablado del aspecto «atención» del Ki. Cuando vuestra atención se
para en la muñeca, olvidáis el resto. Los pies, las caderas, el cuello, la
cabeza, todo desaparece en la niebla. Es como cuando se tiene dolor
de muelas. Sólo se piensa en el dolor, y no interesa ninguna otra cosa.
No existe ni el cuerpo, ni el paisaje, ni la conversación, ni el es-
pectáculo, ni la música, ni ganas de nada. A la vez que la atención está
localizada, la respiración se vuelve superficial y perturbada. La
solución que da el Aikido para liberar el puño bloqueado no consiste
en el empleo de la fuerza muscular, sino siempre en la visualización
del círculo. Se espira por la punta de los dedos para dibujar el círculo
visualizado. Cuando la mano pasa por la vertical al cénit, se desplaza
el pie del mismo lado hacia atrás, sin dejar de describir el círculo. Y el
adversario cae hacia atrás, soltando el puño. No voy a multiplicar los
ejemplos, pues los gestos sencillos, cuando se describen con palabras,
se vuelven muy complicados. A partir de este ejemplo yo voy a sacar
algunos principios que son la base del Aikido. Estos son: la
visualización, la respiración abdominal, la postura, la relajación, la
acción intransitiva, la concentración, el principio de no-resistencia, el
principio de no- adversario.

142 El Ki en el Aikido (Continuación)


XVI
LA CONCENTRACION
SUBCONSCIENTE
La idea de que la simple visualización mental de un círculo
pueda tener una acción real sobre un adversario de carne y hueso,
pueda permitirnos proyectarle en el aire, parece increíble, dudosa,
sospechosa. Por lo tanto, que se abstengan los behavioristas.
En realidad, la visualización se compone de elementos muy
complejos cuyo conjunto no podemos dominar en un momento.
Primero, la respiración. La idea de que la respiración, que parte
del abdomen, pasa por el brazo y se dirige hacia un círculo
imaginario, es el sumum de las incoherencias. Podemos admitir que
la respiración pasa por la nariz y la boca, y también por la piel, a lo
sumo. Pero nunca por la punta de los dedos, para describir un arco
iris que no existe. Usted está loco. Sin embargo, eso es lo que
hacemos en el Aikido.
No discuto la validez de esta idea. Sería demasiado largo y
aburrido. Una de dos: o lo hacéis o no lo hacéis. Si lo hacéis, hacedlo
como si fuese posible. Más tarde lo entenderéis.
En la práctica esto no se presenta como imaginamos cuando
estamos solos, con el cuerpo libre y la cabeza tranquila. La atención
está completamente polarizada en la muñeca, a pesar de nuestro
intento por liberar el espíritu. Sentimos que nuestra respiración se
corta cuando el adversario tiene un Ki muy intenso; esto no significa
que sujete la muñeca con mucha fuerza. Sentimos la diferencia clara
entre un agarre con fuerza y un agarre con Ki, sensación difícil de
explicar.
Hace falta tiempo para comprender que lo que falta es la
respiración abdominal y no otra cosa. Al principio no conseguimos
asociar este ejercicio con el nombre que le corresponde: el kokyu, es
decir, respiración. Hay que decir que hay quienes no comprenden
jamás esta relación y continúan batallando con su fuerza muscular.
Es una cosa curiosa esto de la respiración abdominal.
Marc ha conseguido un shakuhachi, instrumento de viento
japonés. Es un trozo de bambú con algunos agujeros. A pesar de su
aspecto muy primitivo, produce sonidos extraordinariamente
refinados cuando lo tocan buenos músicos. Ningún sonido ha salido

La concentración subconsciente 145


cuando Marc se ha puesto a soplar por su embocadura. Necesitó
algunos meses de esfuerzos antes de obtener un sonido. Al mismo
tiempo ha aprendido a soplar no con los pulmones, sino con el
abdomen. Ahora consigue tocar algunas partituras para
principiantes. Lo curioso también es que cada vez que toca el
shakuhachi va al servicio, él que siempre estaba estreñido. ¿Qué
relación hay entre el movimiento del colon y la música? Si nadie
puede explicarlo, él lo sabe por experiencia. Ha matado dos pájaros
de un tiro.
Cuando comencé a aprender la recitación No, yo hacía sim-
plemente vibrar mis cuerdas vocales. Un día, mi profesor, el maestro
Hosoda, que es además administrador de una importante sociedad
comercial, me dijo: «Toque esta mesa con los dedos.»
Había allí una mesa baja sobre la cual se colocaba el texto. Esta
mesa, como tantas otras similares en el Japón, estaba sólidamente
construida sobre un armazón de madera, con cuatro 'patas, pero la
tabla del medio era muy fina de manera que resonaba cuando se
daban golpecitos encima con los dedos.
Cuando el maestro recitó un pequeño pasaje, la tabla empezó a
vibrar. Lo sentía con mis dedos. Yo, por mucho que gritaba, no sentía
ninguna vibración. Eso me desesperaba.
El maestro me dijo: «No tiene nada que ver las cuerdas vocales,
sino el hara, el vientre.»
He tardado probablemente más de diez años para recitar con el
vientre.
. Recito una vez a la semana un pequeño pasaje del No, de unos
minutos, en Katsugen-Kai, delante de un auditorio francés. Una
tarde, recitaba una obra titulada Unémé. Una mujer joven me
preguntó después si se trataba de un suicidio. Era verdad. Unémé es
una cortesana que, creyendo haber perdido el favor del emperador,
se tiró al agua de un lago para poner fin a sus días.
«Es curioso, —me dijo ella—, oyéndole tenía lágrimas en los ojos.
Me preguntaba qué podía perturbarme así y en seguida pensé en mi
cuñada.»
Efectivamente, ella acababa de perder a su cuñada que se había
suicidado tomando veneno. ¿Cómo es posible que haya sentido esto,
yo no había explicado antes nada sobre la obra y mi texto estaba
escrito en japonés, idioma que ella no conoce en absoluto? ¿No hay
que admitir que la visualización se ha transmitido directamente, sin

146 La concentración subconsciente


intermediar palabras?
El Aikido, en cierto sentido, puede ser considerado como un
medio que nos conduce, a causa de la necesidad técnica, a desarrollar
la respiración abdominal sin la cual la visualización es imposible.
Para que la respiración pueda pasar del vientre ai brazo, y
dirigirse por la punta de los dedos hacia el círculo imaginario, es
necesario que el cuerpo esté bién relajado, sobre todo en los
hombros, igual que un tubo de goma que deja el paso libre al líquido,
al gas o al aire; si no, está aplastado u obstruido en algún sitio. Pero
es inevitable para los principiantes contraer inconscientemente los
hombros en cuanto agarran su muñeca. Esto se observa si uno es
espectador. Esto no se ve si uno es practicante, por la simple razón
de que no podéis colocar vuestros ojos a la distancia necesaria para
veros.
Esta contracción en los hombros es a la vez física y psíquica. No
es exclusiva de la práctica del Aikido. Ocurre a menudo en la vida
corriente. Los franceses elevan los hombros ante una pregunta
molesta, pero rápidamente los bajan, evitando así caer en las
trampas. Sin embargo, existen casos en los que es prácticamente
imposible volverlos a bajar. A pesar de los esfuerzos, los hombros se
niegan a relajarse. Decimos en japonés que uno es agatta, alzado. El
Ki está alzado sin esperanza de retorno.
El P. D. G. (Presidente director general) de una importante
compañía japonesa fue invitado para dar un discurso en la
inauguración de una cadena de televisión ante las cámaras. Noguchi
le dijo:
—Si siente sus hombros rígidos, contráigalos aún más y relájelos
de un golpe, espirando.
El P. D. G. le contesta:
—Maestro, tengo setenta años. No soy un niño. Conozco la vida.
¿Cómo quiere usted que yo sea agatta delante de las cámaras? Es
ridículo.
—Como usted quiera —dijo Noguchi.
Llegó el día. Estaba ante las cámaras. Las luces le cegaban. La
emisión era en directo. El locutor le hizo una señal para empezar a
hablar.
Muy sorprendido, vio que ningún sonido salía de su garganta.
Estaba asustado, sentía pánico. El sudor corría. El corazón palpitaba.
Se sentía bloqueado. Prefería morir antes que permanecer delante de

La concentración subconsciente 147


las cámaras.
De repente se acordó de lo que Noguchi le había dicho. Realizó
el gesto y empezó a hablar.
Después de la emisión sus amigos le filicitaron.
—Sobre todo ese gran gesto que hiciste así fue formidable. Fue
magnífico.
Se dijo a sí mismo: «Si supieran lo que he pasado en aquel
instante...»
Hablar de contracción cuando se habla de Aikido parece
desconcertar a muchos. En un principio están bastante contraídos y
necesitan con-traerse aún más para sentirse bien. Lo que buscan es
el esfuerzo físico y nada más.
Mi Aikido tiene el calificativo de suave. A algunos les gusta.
Otros prefieren el Aikido duro. He oído reflexiones. Alguien ha
dicho: «El verdadero Aikido es el Aikido duro.» Este se rompió la
muñeca y estuvo parado, por ello, durante un mes. Hay gustos para
todos.
Yo paro el movimiento cuando siento que el adversario está
demasiado rígido para poder caer bien. Sé arreglar las muñecas
rotas, e incluso las costillas rotas. Si sé arreglarlas es porque respeto
al organismo vivo. Evito las roturas. Si hay quien prefiere los golpes,
encontrará fácilmente profesores.
Una señorita que practica conmigo ha dicho a su madre que
había podido examinarse de sus estudios gracias al Aikido. Esta
reflexión me gustó, pues lo que ella quería decir era que su
capacidad de concentración, incluso en el terreno intelectual, había
aumentado considerablemente.
¿Acaso se imaginan al maestro Ueshiba como a un hombre hecho
totalmente de acero? Mi impresión ha sido, sin embargo, muy
distinta respecto a él. Era un hombre sereno, capaz de concentrarse
de manera extraordinaria, pero por otra parte muy abierto, de
carcajadas sonoras, y tenía un sentido del humor inimitable. Tuve la
oportunidad de tocarle el bíceps. Me quedé estupefacto. Tenía la
ternura de un recién nacido. Todo lo que uno puede imaginarse
contrario al endurecimiento.
Esto puede parecer curioso, pero su Aikido ideal era el de las
chicas. Las chicas no son capaces, por su naturaleza física, de
contraer los hombros tanto como los chicos. Su Aikido es por eso
más fluido y más natural. Pero desaparecen después de su boda

148 La concentración subconsciente


mientras que los chicos continúan.
El era diametralmente opuesto a la imagen que uno se hace en
Occidente de un atleta, de fuerte constitución y bíceps voluminosos.
Si uno se le encontraba por la calle, podía tomarle por cualquier
anciano, mientras que un sumotori o un luchador puede imponerse
por la potencia de su cuerpo. Estaba relajado y natural, sobre todo
durante el combate. La ausencia de esfuerzo en su práctica era tal
que, por una parte, esta soltura se infiltraba en mi subconsciente
como gotas de lluvia sobre un suelo árido, pero, por otra parte, los
espectadores escépticos se volvían aún más escépticos.
¿De dónde venía esta fuerza sobrehumana que se le atribuía? No
le he visto jamás hacer el menor ejercicio de musculación. Le he oído
a menudo recitar los norito, oraciones shinto de invocación de los
dioses. Se inclinaba respetuosamente delante del altar, de rodillas,
sentado sobre sus talones, en una postura japonesa correcta. En otras
ocasiones escribía con un pincel, en un ambiente sereno y dinámico
que no se parecía en nada al de un deportista o al de un luchador.
Ki wa chikara no daió. El Ki es el gran rey de las fuerzas, decía
él a menudo. Su fuerza no era una fuerza, sino el Ki; esta potencia
excepcional que se libera inconscientemente en caso de peligro. Esta
potencia existe virtualmente en todos los individuos.
¿Por qué no somos capaces de liberar esta potencia como
queremos? Supongan que un bromista disponga de esta potencia y
que la utilice a su capricho. Habría estragos incalculables.
Supongamos que estuviese hablando con su mujer y que ella no le
contestase en seguida. Se enfadaría y le asestaría un golpe. Moriría
fulminada. Se arrepentiría y desearía que resucitase, etc. Nuestro
cerebro ejerce una función inhibitoria para que este tipo de capricho
no tenga una eficacia real. Nos bastarán unas bromas verbales o
vociferaciones contra las cuales se puede uno defender sin daños
físicos. Sólo se puede liberar tal potencia en la medida en que uno
purifique su pensamiento y que todo su ser, incluso al nivel más
inconsciente, consienta pasar al acto.
Curiosamente, el desarrollo de los artefactos nucleares nos coloca
en la posición de estos bromistas de fuerza ilimitada, sin que la
purificación del pensamiento sea necesaria. Basta un error técnico o
la alucinación de un puñado de hombres en el poder para
desencadenar el apocalipsis mundial.

La concentración subconsciente 149


La función inhibitoria del cerebro puede suspenderse acci-
dentalmente, o bien en caso de peligro cuando no hay tiempo para
reflexionar, o bien en el caso patológico de drogados. Una mujer,
morfinómana, en período de carencia, desarrolla tal fuerza que
hacen falta cinco o seis policías para dominarla.
En el caso contrario, esta función se vuelve tan fuerte que impide
cualquier acción y uno permanece paralizado. En las grandes
ciudades hay cada vez más casos en que un puñado de osados
imponen el silencio a toda una multitud.
La práctica del Aikido no es, por lo tanto, simplemente una serie
de ejercicios físicos. Implica un trabajo psicológico y filosófico que
permite actuar sobre nuestro espíritu (que se abstengan los
behavioristas) y negociar con la función inhibitoria del cerebro para
aumentar el límite de nuestras posibilidades.
La relajación no es la simple ausencia de fuerza física en el
Aikido. Es una condición necesaria para permitir el paso del Ki. Si
en el lenguaje común la palabra relajación se asocia a relajamiento,
como el estado de alguien en reposo que no piensa en nada especial,
pues en Aikido se asocia a la palabra concentración, como el estado
de alguien que se entrega totalmente a la realización de un acto
visualizado.
Esa idea de que la relajación es necesaria para realizar un acto
puede parecer muy curiosa. Si uno se relaja al hacer un trabajo se
arriesga a que le traten de holgazán. Entonces uno se las ingenia para
mostrarse lo más contraído y, por lo tanto, lo más serio posible
cuando siente la mirada de un superior clavada sobre sí.
Y, sin embargo, cada uno de nosotros tiene en este sentido más o
menos experiencias bastante paradójicas en la vida. Hay casos en
que lo que uno emprende funciona con una facilidad desconcertante,
mientras que en otros casos uno hace todo lo que puede y se enreda
en dificultades cada vez más graves. No se puede explicar el porqué,
pero a pesar de todo se siente de antemano si todo va bien o no.
Este es el resultado de lo que yo llamo concentración. No se trata
en absoluto de la concentración intelectual de tipo “investigaciones
científicas sobre tal o cual tema». Se trata de la concentración
subconsciente que prepara el cuerpo y su movimiento, y
compromete todo el terreno, psíquico y físico, en una orientación
dada.
Esta concentración, en el Aikido, se revela en la postura y el

150 La concentración subconsciente


desplazamiento del cuerpo. Es entonces cuando hago una dolorosa
constatación: el europeo ha perdido la consciencia del cuerpo.
En mi opinión es una de las consecuencias de la gran ver-
balización de las sociedades europeas. Se concede una importancia
primordial a las palabras, en detrimento de cualquier otra actividad
y, efectivamente, acarrean consecuencias más o menos
comprometedoras en los terrenos administrativos, jurídicos o
sociales, si no se tiene cuidado. El cuerpo, sobre todo la parte baja
del cuerpo, las caderas o el koshi, se vuelven rígidos.
En el artículo, probablemente escrito antes de 1934, Marcel
Mauss relata este hecho bajo el título «técnicas del cuerpo».
El niño se pone de cuclillas normalmente. Ya no sabemos
ponernos de cuclillas. Considero que es absurdo y es una
inferioridad de nuestras razas, civilizaciones, sociedades.
Y cita una experiencia vivida en el frente durante la primera
guerra mundial. Los australianos (blancos) con quienes estaba él
podían descansar sobre sus talones durante las paradas mientras que
él tenía que permanecer de pie.
La postura de cuclillas es, en mi opinión, una postura in-
teresante que se puede conservar en un niño. Quitársela es lo peor
que se puede hacer. Toda la humanidad, excepto nuestras
sociedades, la ha conservado.
La postura de cuclillas presupone la flexibilidad de las caderas.
Cuando hago Aikido constato la enorme diferencia entre el japonés
y el europeo. El japonés, intelectual y verbalmente menos
estructurado, imita sencillamente lo que se le enseña. El europeo
observa, anota, constituye un dossier y le pega una etiqueta. Pero
cuando se pone a ejecutar un movimiento, le cuesta coordinar todo.
Si presta atención a la mano derecha, olvida la mano izquierda. En
cuanto a los pies, no sabe dónde están. Tal costumbre mental no
facilita la práctica. En lugar de haber dos elementos, A y B, B
imitando sencillamente a A, interviene un tercer elemento C,
llamado intelecto, dossier o estructura, que forma así un circuito
desviado que complica la situación.
¿Cómo hacer para suspender la marcha a esta «pequeña
máquina» que trabaja sin parar en el europeo, al menos durante la
práctica del Aikido?
r
Hace tiempo, el maestro Awa, con tiro con arco, expulsó a Eugen

La concentración subconsciente 151


Herrigel por una pequeña especulación intelectual que este último
había querido introducir en la práctica. Tuvo que disculparse para
ser aceptado de nuevo. Esto era posible porque ocurría en el Japón
donde un europeo sólo representaba una minoría ínfima en esa
época. Mi situación es diametralmente opuesta. Sólo soy una gota de
agua entre la mayoría aplastante de europeos, para quienes la
especulación intelectual cae por su propio peso.
He tomado la decisión, en este contexto, de explicar más allá del
límite al cual el racionalismo occidental puede llegar.

XVII

EL NO-ADVERSARIO
La concentración es en sí invisible. Sin embargo, podemos
sentirla intuitivamente u observarla a través de signos exteriores por
los cuales se manifiesta.
Supongamos que yo agarro a alguien por el cuello. El no puede
avanzar mientras no le suelte. Su Ki está dividido al menos en dos
orientaciones: hacia adelante porque quiere avanzar y hacia atrás
porque se siente sujeto por el cuello.
Es una situación dramática que obliga a la persona a concentrarse
a pesar suyo. Por ejemplo, una madre que oye los gritos
desgarradores de su hijo y se precipita hacia él. En ese momento
puede olvidarse por completo del hecho que la retienen por detrás y
dirigir toda su atención hacia adelante. Según la intensidad de su
concentración, seré arrastrado por ella.
Evidentemente, es difícil crear esta situación por pura supo-
sición. Nos han educado de manera que no mezclemos lo ficticio con
lo real ya que no se le puede tomar en serio. No somos tan inocentes.
Sin embargo, lo que hace la verdadera fuerza es esta concentración
espontánea, hostil a toda reproducción en laboratorio.
Como solución sólo me queda trabajar rectificando las formas
visibles: la postura, la posición de los pies, los hombros, las manos y,
aunque parezca sorprendente, la mirada.
Me ha impresionado el hecho de que en Europa colocan a
menudo las manos al revés de cómo les he enseñado. Sin embargo
cuando uno estrecha la mano en la vida corriente no la presenta al

152 La concentración subconsciente


revés, es decir, con el pulgar abajo. Los movimientos de Aikido están
bien estudiados para que sean ejecutados sin contracción de los
hombros. Ahora bien, si uno coge la muñeca al revés de lo que
enseño, esto provoca inevitablemente el levantamiento de los
hombros.
Tengo que corregir a los alumnos uno por uno, pero apenas he
terminado vuelven a caer en el mismo error. Parece que los europeos
mayoritariamente, tienen la necesidad instintiva de contraer sus
hombros.
Acostumbrados hasta ahora a los japoneses, para quienes este
tipo de error no ocurre a menudo, he sentido algunos problemas y
aún me cuesta un poco pararme en cada instante y rectificar los
errores elementales.
En general, los del tipo 5 asimilan las formas más fácilmente que
los demás. Ejecutan los movimientos en el orden sin equivocarse
demasiado. Tienen el sentido del ejercicio físico. Uno, dos, tres,
cuatro, uno, dos, tres, cuatro, y así sucesivamente. Los del tipo 1
necesitan constantemente referirse a su dossier imaginario. Uno, y
se paran. Reflexionan. Buscan. Yo espero. De golpe ejecutan el
segundo paso al revés o el tercero sin haber hecho el segundo. Uno...
descanso... ¿tres? No, no es eso. Uno... reflexión. No, no es esto. Los
del tipo 3 no tienen casi el sentido del movimiento. Suponed que yo
os ataque a la frente con mi mano derecha. Deben parar el golpe le-
vantando su mano derecha de manera que los dos brazos se cruzen
así. !Sí! ¿Están listos? Entonces yo les ataco. Mi mano se dirige hacia
la frente, pero no se mueven. Tienen una mirada horrorizada o
perpleja, son incapaces de hacer un solo gesto. Han caído en un
mundo desconocido.
La idea de practicar Aikido sin ninguna meta desanima los
espíritus estructurados. Esto les parece demasiado ilógico. Quieren
conocer todo de antemano. ¿Por qué esto? ¿Por qué lo otro? El
resultado está descontado, el poder y la eficacia que pueden
adquirir, el tiempo de inversión, el precio de coste de tal operación,
etc. La avalancha de películas westerns-chop show que inundan los
cines, y el recrudecimiento de la violencia en los barrios residenciales
no soluciona nada. ¿Acaso no pueden desahogarse un poco
salpicando el tomate-ketchup sobre el mantel? Hoy día la secretaria
se encarga de conducirles a la puerta, con mucha cortesía y
diplomacia. De todas maneras, si empiezan a practicar, no

El no-adversario 153
permanecerán mucho tiempo.
La primera etapa es, en mi opinión, la toma de conciencia
de la enorme distancia que separa el pensamiento y la acción. Hay
que hacerles entender que la comprensión no basta para actuar,
sobre todo en una sociedad donde predomina el inte- lectualismo...
—¿Está usted satisfecho con sus alumnos, verdad?, —dice un
practicante, con tono de desesperación. Acababa de hacer una clase
de volteretas increíbles sin pies ni cabeza. Sin embargo, le parecía
todo muy sencillo cuando me miraba moverme.
—Sí, contesté. He admirado sobre todo su espíritu de invención.
Había intentado todas las combinaciones posibles, excepto la
buena. La apuesta perdida.
El desplazamiento correcto de los pies, una postura estirada,
todo esto no se consigue en un día. Aunque sea sólo para estirar la
postura, se necesitan años.
La postura recta, los pies separados convenientemente, el de
delante dirigido hacia el frente y el de atrás formando un ángulo con
el otro pie como para formar dos lados de un triángulo equilátero,
los hombros relajados; he aquí la visualización del triángulo sobre el
cuerpo que hay que mantener hasta el final. Y la mirada hay que
llevarla lejos, imperturbable, sin dejarse atraer por nada.
«No hay que mirar ni al adversario, ni el cuchillo, ni el sable»,
decía el maestro Ueshiba.
¿Cómo es posible evitar fijar la atención sobre algo que nos
amenaza de un peligro inminente? Va en contra de toda lógica.
¿Acaso no se repite sin cesar en la radio: «al volante, la vista es la
vida?»
Sin embargo, hay una verdad asombrosa en la frase del maestro
Ueshiba: «Si les miráis, vuestro Ki será absorbido por ellos»,
explicaba él.
Prestando atención es cuando se cae en la trampa.
Durante un examen he visto a un joven dirigir su cabeza, a pesar
suyo, bajo el golpe del bokken, sable de madera. Felizmente, el
compañero se detuvo a tiempo, si no, le hubiera hecho un chichón
enorme.
En nuestro pensamiento corriente sólo existen dos cosas: estar
atento o estar distraído. En el Aikido hay que concentrar la atención
sobre la forma a visualizar, por ejemplo, sobre el circulo a ejecutar, y
no hay que distraerse con la presencia física del contrario o de su

154 El no-adversario
arma. Es fácil decirlo, pero difícil hacerlo.
Un maestro de kendo (sable) enseñaba a la policía de la
prefectura de Tokio. Decía: «La agresividad hace al hombre.»
Durante una competición fue capaz de vencer a diez adversarios en
un momento. Le parecía que el Aikido del maestro Ueshiba era
sencillamente un cuento, un abuso de credulidad. Esperaba el
momento para desenmascararle. Aprovechando su traslado a un
nuevo puesto, le preguntó: «Maestro, voy a marcharme a mi nuevo
puesto, y antes de partir quisiera que me autorizase a asistir a una
de sus clases.»
Era un desafío disfrazado. El maestro Ueshiba aceptó.
«Coja un bokken y atáqueme.»
Se puso a andar tranquilamente por el dojo sin llevar nada en las
manos. El visitante estaba furioso. ¿Cómo se atrevía a exponerse al
ataque del adversario tan insolentemente? Era la ocasión de partirle
el cráneo de un golpe. Sin embargo, a pesar del ardor de su
agresividad, era incapaz de atacar a este hombre cuya atención no
estaba en ninguna parte. Aunque no entendía nada de Aikido,
admitió que el maestro Ueshiba era una excepción.
En efecto, es una excepción, ya que es imposible a cualquiera
conseguir este nivel de despreocupación, incluso después de toda
una vida de práctica, y con mayor motivo para los debutantes cuya
cabeza está llena de miedo, preocupaciones, odio, celos, complejo de
inferioridad, deseo de poder, ganas de dominar a los demás, etc. La
sencillez es la cosa más difícil del mundo. En cuanto a complicar la
sencillez, no es difícil. No hace falta ser genios, basta ser tal y como
somos.
Se empieza a dibujar el círculo, la muñeca está cogida por el
contrario. Estamos dispuestos a hacer el círculo, pero está el
contrario. En cuanto lo pensamos, ya todo se ha acabado. En lugar
de pensar en el círculo, pensamos en el contrario. Tiene que caer
hacia atrás. El círculo no sale tan bien por esta idea. En lugar de
seguir la circunferencia imaginaria, queremos ir directamente contra
él. El círculo se desvanece, la línea directa

El no-adversario 155
se impone. Queremos barrer al adversario de un golpe. Entonces el
círculo se cambia en semicírculo o en una moñiga aplastada.
La fuerza dirigida en línea recta hacia el contrario provoca
inmediatamente su resistencia.
La práctica del Aikido implica, por lo tanto, la adopción del
principio de la no-resistencia, entendiendo que no se debe empujar
ni tirar al compañero, que se evita actuar en un sentido susceptible
de provocar la fuerza antagonista. Implica también el principio de
no-adversario, ya que en cuanto lo pensamos nuestro Ki está
absorbido por él, nuestra respiración- atención está bloqueada. Pero
para no estar absorbido por el adversario es necesario tener cierta
potencia de respiración. Se ve entonces que todo se sostiene
estrechamente, formando un conjunto inseparable. Aprender a estar
indiferente ante la amenaza de un arma cortante, que sólo verla basta
para paralizarnos, esto sobrepasa el terreno de la psicología.
Es bueno que haya existido un maestro Ueshiba, para el cual
ningún adversario, fuese sumotori, luchador de catch, o una
multitud de gente, ningún arma cortante o de fuego existía. Para él
sólo existía el Ki, la respiración que abarca todo el universo. De ahí
a decir que basta aprender algunas técnicas programadas para
alcanzar su nivel, es una ilusión catastrófica. Cuando le conocí en sus
últimos años ya casi no tenía ninguna técnica definible. Hacía
cualquier cosa. Un dedo bastaba, una mirada, un cabeceo, un grito,
todo valía. Era bonito, sublime. Invisibles, pero reales, alrededor de
él había ciclones, tornados, olas desenfrenadas, y a pesar de todo
sentía que por encima de todo culminaba el cielo libre y sereno. Me
impresionaba la magnitud de este paisaje interior que se desplegaba
ante mis ojos.
Sólo soy un practicante mediocre de Aikido. Pero mi me-
diocridad tiene una ventaja práctica. Alcanzar mi nivel o superarlo
no tiene nada extraordinariamente difícil. Alcanzar el nivel del
maestro Ueshiba es impensable.
Mi objetivo inmediato es recuperar la consciencia del cuerpo que
se pierde cada vez más en las sociedades modernas y ayudar a las
gentes a respirar un poco más en profundidad. Si alguien consigue
profundizar su respiración de tal manera que al- canee el estado del
no-mental y del no-cuerpo, que navegue libremente a través del
espacio y el tiempo trascendiendo la vida y la muerte, debo
inclinarme ante él como si fuera mi maestro.

E1 no-adversario 156
Existen también los que buscan en el Aikido la satisfacción del
deseo de potencia o la utilidad práctica. En realidad podemos
examinar una cosa de varias maneras y yo tengo mi manera de
concebir el Aikido como puedo y como quiero. El rebultado de mi
Aikido no es diferente del del movimiento regenerador: la
realización del no-mental y del no-cuerpo. De la misma forma que
uno puede ser cristiano o budista de la manera que sea, yo no obligo
a nadie a adoptar mi punto de vista. Sin embargo, sólo quiero
trabajar con los que son susceptibles, tarde o temprano, de seguir la
misma vía. No me siento obligado a aceptar los que adoptan otra
convicción buscando la técnica o la eficacia práctica. Practico por el
simple placer de practicar, sin ninguna meta. No busco complicar mi
deseo. Además este estado de espíritu permite evitar las maniobras
bruscas, origen de bastantes bajas en los trabajos.
Como trabajamos según formas fijadas convencionalmente, es
fácil infringir al compañerao tensiones más allá de los límites de su
capacidad muscular.
Por ejemplo, en nikyo: se bloquea con los dos brazos uno de los
brazos del compañero tumbado boca abajo en el suelo. Se gira el
tronco hacia la cabeza del compañero de manera que el brazo
bloqueado sube a lo largo de la columna hacia arriba. Es un buen
ejercicio a condición de ejecutarlo despacio, gradualmente, sin
forzar. Si se está contraído, la muñeca rio sube muy alto. Incluso a la
altura de la décima dorsal se siente un dolor insoportable en el codo
y en el hombro. Pero poco a poco se consigue subir más. La altura de
la tercera dorsal es una buena marca para un chico. Para una chica
es posible que su brazo no presente ninguna resistencia sin haber
hecho ejercicio anteriormente. La muñeca puede subir por encima
de las cervicales e incluso sobrepasar la cabeza. Es desconcertante.
Es obvio decir que esto es debido a la diferencia fisiológica entre los
dos sexos. ¿Habéis visto acaso ropa masculina con una cremallera en
la espalda?.
«Le hacéis un favor a vuestro compañero —decía el maestro
Ueshiba—, desentumecéis sus articulaciones.»

157 El no-adversario
Es cierto que cuando se ejecuta con este espíritu, el mikyo puede
aportar una relajación considerable a la parte superior del cuerpo,
sobre todo al acabar.
El valor de esta relajación no es despreciable en la vida moderna
donde uno es propenso a contraer inconscientemente esta parte del
cuerpo. Por eso vigilo siempre para que se ejecute gradualmente, sin
sobrepasar el límite con demasiada brutalidad.
«Despacio, despacio. Hacéis un favor a vuestro compañero»,
repito incesantemente.
¿Pero basta con repetirlo para que vaya todo bien? No siempre.
Hay quienes llegan con el prejuicio bien determinado de aumentar
su poder, de hacerse más fuertes. Mis consejos pasan por encima de
sus cabezas. No oyen nada u oyen justo lo contrario. Algo en su
subconsciente les dice: «Venga, venga, más fuerte.»
No es tanto la fuerza, sino la velocidad, la brusquedad que causa
daños. La falta de delicadeza en la maniobra asusta al compañero
que se contrae automáticamente, cosa que no arregla nada. ¡Clac!
Algo cede. Una sonrisa socarrona de satisfacción se dibuja en la cara
del ejecutante, mientras que el otro empieza a sufrir.
Todo lo que yo considero como signos de desequilibrio, es para
los buscadores de la fuerza pruebas de su eficacia, de su virilidad. Es
imposible proseguir el diálogo.

El no-adversario 158
XVIII
LA FLUIDEZ DEL KI
Se habla a menudo en el Aikido de la fluidez del Ki, Ki no nagare,
cosa que corresponde, psicológicamente hablando, a la
visualización. Pero la fluidez del Ki tiene un contenido más concreto
y más rico que la visualización. Implica la idea de que algo sale
efectivamente del cuerpo, de las manos o de los ojos para describir
las trayectorias que se van a seguir a continuación. Por lo tanto,
desaparece la separación absoluta entre lo que es interior y lo que es
exterior.
A decir verdad, ¿tal separación no es acaso una idea ficticia
inventada para la comodidad intelectual? Un ser humano no puede
vivir, aunque sea un instante, completamente separado del exterior.
Extiende también el sistema voluntario más allá del limite
convencional de los músculos voluntarios. Si no hay fluidez del Ki,
el Aikido es simplemente una gimnasia o un baile.
La dificultad reside en que no se ve la fluidez del Ki, mientras
que, por ejemplo, se puede tocar y verificar la existencia de los
músculos.
Esta dificultad existe tanto para los occidentales como para los
japoneses. Aunque estos últimos utilizan la palabra Ki centenas y
centenas de veces al día, sin reflexionar y por puro automatismo,
son tan incapaces como los primeros para explicar de qué se trata.
Algunos aikidokas aceptan esta noción, por pereza mental, como
si fuera una especie de ingrediente técnico, especialmente concebido
para la obtención de la eficacia.
En realidad, el Ki no es exclusivo de un método o una disciplina,
ni una noción esotérica, reservada a una minoría japonesa. Este
hecho se da en todas partes, en las trivialidades de la vida cotidiana.
Antes de partir a nuestro lugar de trabajo, ya hemos trazado
previamente la trayectoria a efectuar. El Ki fluye siguiendo el

La fluidez del Ki 167


trazado. Pero existe otro Ki antagonista que nos retiene: el ambiente
del hogar, los problemas de la carretera, la falta de ganas para el
trabajo, etc.
Constantemente estamos presos de múltiples trayectorias con
diferentes impulsos. Se está a menudo disperso, ni se avanza ni se
retrocede del todo, ni se trabaja ni se descansa del todo. Todas estas
trayectorias nos inmovilizan. Se anulan unas con otras.
Puede ocurrir que una de ellas domine por una necesidad
urgente, por ejemplo. Un día, Noguchi se encontró en la estación
central de Tokio, con un maestro de ceremonia del te que él conocía
bien. Era un hombre dadivoso que generalmente procedía a un largo
preámbulo de cortesía en cada encuentro, empezaba hablando de la
lluvia o del buen tiempo. En esta ocasión fue muy diferente.
Preguntó: «¿Dónde están los servicios, por favor?», y desapareció
precipitadamente, sin ni siquiera saludar.
Quien tiene hambre, no oye. Quien necesita algo, no se para.
Dicen que algunos proyectos de ley, más o menos arduos, se
presentan justo antes de las vacaciones de verano. Las ganas de
marcharnos son tan dominantes que pasan más fácilmente. El Ki
fluye hacía las playas lejanas.
, En el Aikido hay que tratar de intensificar esta proyección del Ki,
pero ¿cómo hacerlo fluir en una dirección determinada? No es tan
sencillo como parece, aunque eso lo hagamos constantemente sin
darnos cuenta. Hablar de círculos o triángulos no sirve para gran
cosa porque es demasiado abstracto. Nos contraemos en nuestros
vanos esfuerzos al ejecutar tal imposibilidad.
«Pero oiga, señor. Esto es contrario a nuestra educación, dirán,
ni la psicología, ni la anatomía, ni la fisiología nos enseñan semejante
cosa.»
Es verdad, no podemos discutir o teorizar sobre algo cuya
existencia no ha sido probada. Creo además que no se conseguirá
jamás probarlo incluso utilizando la astucia de los sabios cuando
concibieron, en los años 1930, las partículas corpusculares y
ondulatorias a la vez.
Coloco delante del practicante, en el suelo, un objeto que le es
valioso: su monedero, su reloj, etc.
Pongámonos ahora en una situación extrema. Este objeto se lo
va a llevar un ladrón, el viento o el agua si él no actúa
inmediatamente. Calificamos esta situación diciendo que hay
fluidez de Ki, que sale de la persona hacia su bien, sin que se tenga

168 La fluidez del Ki


que precisar la naturaleza de la palabra Ki. No hace falta probar su
existencia objetiva.
Si se prueba la existencia del Ki por medios científicos rigurosos,
tengo que decir que no es el Ki. El fluido, el magnetismo, la energía
o las partículas ondulatorias pueden existir en el presente, pero no
pueden remontarse en el pasado. Recordemos que Napoleón hizo
pasar de un salto cuatro mil años de historia con un pequeño
discurso. Todo depende de la situación.
El Ki es una cuestión de puesta en situación y no de existencia.
Es por esta razón por lo que es difícil, o digamos imposible, someter
el Ki a estudios científicos. Es más bien en el ámbito artístico donde
Occidente podría reconocerlo. Stanis- lavsky ha explotado muy bien
el efecto de puesta en situación.
Si la puesta en situación se acepta y efectúa perfectamente, hay
fluidez de Ki. Que se ejecute el gesto con una visualización intensa
de la situación o con la cabeza llena de ideas abstractas, de hipótesis
o de teorías, el gesto es el mismo, pero el resultado no es igual. Esto
es lo que diferencia un actor de un comediante.
En el Aikido, cuando hay fluidez de Ki, del ejecutante A hacia el
objeto B, el compañero C que le sujeta por la muñeca será
proyectado en la misma dirección. C es llevado y sigue la corriente
principal que va de A hacia B.
He utilizado muchas veces esta puesta en escena psicológica,
diciendo, por ejemplo, la fórmula «ya estoy aquí». Cuando el
compañero agarra vuestras muñecas y bloquea vuestro mo-
vimiento, como en el ejercicio de kokyu sentado, sois dados a pensar
que se trata de un ejercicio para empujar Si empujamos al adversario
se produce inmediatamente una resistencia por parte de éste. Un
empujón contra otro empujón y hay lucha. Se transforma en una
especie de sumo sentado.
En la fórmula «ya estoy aquí» no hay lucha. Nos desplazamos
sencillamente. Se pivota sobre una rodilla para dar media vuelta y
el adversario se siente llevado por esta fluidez del Ki y se cae de
lado.
Falta muy poco para que este ejercicio se transforme en una
lucha. En cuanto mezclemos la idea de vencedor y de vencido, nos
esforzamos exageradamente para obtener el resultado; todo esto va
en detrimento de la armonía del conjunto. Uno empuja, otro resiste,
bajándose desmesuradamente y apretando las muñecas para

La fluidez del Ki 169


impedir que le empujen. Esta práctica no será beneficiosa ni para
uno ni para otro. La idea es demasiado mecánica.
Creo que debemos ejecutar este ejercicio de kokyu, sentado en
una posición normal sin contracción y sin bajar el centro de
gravedad. Pienso que el que cae debe también aprovechar la ocasión
para flexibilizar las caderas.
Hago decir a los practicantes esta fórmula «ya estoy aquí» en voz
alta. Esto permite olvidar la idea de adversario, según el principio
del no-adversario. Esto permite también visualizar antes el punto de
llegada, asegurando así la fluidez del Ki hacia este punto.
Esta fórmula ha tenido una repercusión inesperada: dos co-
mandantes de a bordo de la aviación civil lo aplicaron en el ejercicio
de su oficio. Se sabe que un gran porcentaje de accidentes se produce
en el aterrizaje. Los instrumentos no son infalibles. Cuando la
visibilidad es mala, se pasa fácilmente la meta a alcanzar, sobre todo
con la velocidad que se alcanza ahora. Se cree que la pista está por
delante, cuando está atrás. La incertidumbre puede provocar entre
el personal de vuelo técnico una contracción general que puede
ocasionar errores fatales. La fórmula «ya estoy aquí», es decir, sobre
la pista, o quizás en el bar del hotel donde se estará tomando algo
con amigos, da una apertura de espíritu que permite clarificar la si-
tuación. En todo caso, dichos comandantes lo aceptan de buena
gana, mejor que el «ábrete sésamo». Digamos que el pilotaje implica
una puesta en situación extrema que excluye cualquier posibilidad
de salir del paso con una justificación verbal, cosa que le diferencia
del personal de oficina.
Insisto para que este ejercicio no se transforme en lucha. Al
contraerse, resistir muscularmente, lo que se obtiene es una victoria
inmediata o al contrario un total enfado si uno es derribado. Cuando
empujé al maestro Ueshiba no estaba nada contraído. Tenía la
impresión de ser una cigala intentando mover el árbol al cual estaba
agarrada. Sentía la inmensidad del Ki.
Le he visto también en múltiples ocasiones cuando varios
alumnos suyos, fuertes, colocados frente a él, le empujaban por la
cabeza; él permanecía sentado sobre las nalgas, los pies levantados
y las manos sueltas. No resistía, se reía, y ellos, con todas sus fuerzas,
no eran capaces de tirarle hacia atrás, cosa matemáticamente
inconcebible.
No me interesa buscar la solución en la vía ordinaria, la de

170 La fluidez del Ki


esfuerzos musculares deportivos. No soy ni deportista ni joven.
Teniendo en cuenta el nombre de este ejercicio, el kokyu
(respiración), pienso que todo debe reducirse a la intensificación de
la respiración abdominal.
Dado que la fluidez del Ki implica el desplazamiento en el
espacio y también en el tiempo, puede tomar un aspecto pre-
monitorio. Así es como el maestro Ueshiba decía que veía las
imágenes de sus adversarios cayendo antes de que se produjera.
Esto sería a la vez premonitorio y controlado. Esta observación nos
lleva a la idea revolucionaria según la cual se puede actuar sobre el
porvenir con certeza y esto en el momento mismo en que la ciencia,
renunciando a su absolutismo, admite la incertidumbre como una
verdad rigurosa. Con la fluidez del Ki, el porvenir puede volverse
tan concreto como el presente.
Ni la fluidez del Ki, ni la capacidad de anticipar el porvenir, son
patrimonio exclusivo del Aikido. En un plano más general pueden
existir en todas las personas. Si yo cojo un lápiz de la mesa, hay
fluidez del Ki hacia el lápiz. Admitimos que la fluidez del Ki en este
gesto no es muy intensa. No hay entrega de toda mi persona. En la
época en que el oficio era más tradicional y menos lleno de
innovaciones, esta facultad natural era más intensa. Había, con todo
y con eso, más concentración en la realización de un acto. Había
alegría y decepción, porque existía un sentido real de la
anticipación. Hoy día, con el progreso técnico y el contexto
económico más desarrollado, ya no se sabe dónde se está. El oficio
que se aprende ahora quizás ya no sea válido en los años futuros. La
juventud está sumergida en las posibilidades de elección, pero
ninguna es estable. Los jóvenes están al acecho de todo, sin poder
comprometerse a fondo en algo.
Los campesinos, los artesanos ceden terreno ante los tecnó-
cratas, los burócratas y los abstócratas, para quienes todo lo que es
sencillo y natural se vuelve ridículo. Todo acto debe ser precedido
de una justificación fuertemente estructurada. Es muy sabio e
imponente. Uno se lanza entonces en aventuras gigantescas que
algunas veces acaban en pompas de jabón. Se ha vuelto uno
altamente hábil en manejar palabras, símbolos y valores abstractos,
siendo incapaz de mover el dedo gordo, ejecutar movimientos
sencillos y naturales sin equivocarse, de respirar en profundidad.
Uno es ya como una máquina que ejecuta un trabajo, sin saber
adonde nos lleva todo esto. No hace falta saber y no se puede saber.

La fluidez del Ki 171


Ya no hay destino. Sólo existe el mecanismo.
Incluso en estas condiciones esto no impide que el instinto pueda
trabajar. Uno se dice: no es el momento para pedir la firma. El jefe
de servicio está de mal humor.
Si tengo que darle un fin a mi Aikido, será el de aprender a
sentarnos, a levantarnos, a avanzar y a retroceder.
Es demasiado sencillo, dirán. Haría falta algo más espectacular,
proyectar a diez adversarios como si fueran paquetes de cigarrillos,
por ejemplo. Si no, no es interesante.
Para mí, aprender a sentarme y a levantarme ya es enorme. No
paro de descubrir en ello nuevos aspectos: Estoy muy lejos de
sentirme satisfecho con lo que hago. Esta insatisfacción me propulsa
siempre hacia adelante, hacia la satisfacción completa.
Sentarme, levantarme, avanzar, retroceder, no hay verbos
transitivos, como proyectar a alguien, aplastar a alguien. Sólo hay
verbos que me conciernen a mí, intransitivos o pronominales. (En
inglés y en japonés son todos verbos intransitivos.)
Esto es conforme al principio de no-adversario, al menos fi-
losóficamente, dirán. Pero tiene uno que vérselas con adversarios de
carne y hueso. ¿Qué tengo qué hacer si me impiden sentarme y
levantarme? Sin embargo, el Aikido no es una meditación metafísica
de solitarios. Si no se puede actuar como se piensa, sólo es un juego
intelectual. Se puede preconizar la tolerancia, y estar maltratand' a
su mujer y a sus hijos. Se puede gritar en pro de la paz, f< neniando
la guerra. Es la separación entre el pensamiento y la acción. Digamos
que esta separación es necesaria en la vida social para mantener un
cierto orden. Sin la diplomacia, este arte de mentir inteligentemente
hace tiempo que las dos superpotencias hubieran entrado en guerra
en detrimento de todo el resto de la humanidad.
El Aikido, para mí, es el arte de volver a ser niños. La diferencia
entre ser niños y hacer Aikido es que se le pone un poco de orden.
En los niños no hay mucha separación entre el pensamiento y la
acción. No pasa lo mismo con los adultos. Es todo un arte volver a
ser niños sin ser pueril.
¿Cómo se puede explicar técnicamente esta acción que yo he
calificado de intransitiva? Juan, por ejemplo, me agarra todo el
cuerpo por detrás. Quiero bajarme para sentarme, pero él me lo
impide. Tiene los bíceps dos veces más gruesos que los míos y pesa
cerca de 90 kilos. No puedo moverme, me aprieta con tanta fuerza.

172 La fluidez del Ki


¿Qué hay qué hacer? ¿Proyectarle antes de sentarme? Lo intento,
pero no lo consigo, porque es demasiado pesado y demasiado
fuerte.
Entonces me vuelvo niño. Veo una concha maravillosa en la
playa y me agacho para cogerla. Me olvido de Juan que sigue
apretándome por detrás. (Técnicamente hay un detalle importante:
avanzo un pie dibujando los dos lados de un triángulo con el otro,
ya que es más concentrado.) Fluye el Ki, partiendo de mí y
dirigiéndose hacía la concha, mientras que antes el Ki estaba
paralizado al pensar en Juan. Juan con sus 90 kilos se vuelve muy
ligero y es proyectado hacia delante por encima de mis hombros.
¿Cómo es posible que con ideas diferentes se obtengan re-
sultados opuestos, mientras que la situación permanece la misma?
La idea de proyección provoca la resistencia. En el gesto del niño
está la alegría de recoger la concha, lo que hace olvidar la presencia
del adversario.
Olvidar al adversario sabiendo que está ahí no es fácil. Cuanto
más se intenta olvidar, más se piensa. Es la alegría en la fluidez del
Ki que me hace olvidar todo.

La fluidez del Ki 173


XIX
UNIRSE Y SEPARARSE
¿Se puede atraer a un hombre de fuerte corpulencia con un dedo
y después proyectarle por el aire sin ni siquiera tocarle? Si contestáis
afirmativamente, dudarán de vuestra sensatez. Sin embargo, eso es
lo que yo he visto durante años con el maestro Ueshiba.
Un joven americano, alto y grueso, servía a menudo de proyectil.
En medio de su explicación, el maestro Ueshiba se detenía de
repente, fijaba su atención sobre él con un dedo. El se levantaba de
repente y corría como atraído por una fuerza invisible hacia la
dirección indicada por el dedo. Cuando llegaba muy cerca del
maestro, después de haber recorrido los cinco o seis metros que le
separaban de él, veía cambiar su dirección. En lugar de girar hacia
la izquierda, por ejemplo, el maestro comenzaba a girar hacia la
derecha como un molinillo que cambia el sentido de su rotación. Su
dedo se levantaba hacia el cielo. Se oía su «kiai», un grito de trueno,
increíblemente potente, que nos hacía olvidar sus ochenta años. Y el
joven caía hacia atrás, con un estrépito que hacía vibrar todo el
edificio de madera del antiguo dojo, ya que un peso de 110 kilos
empieza ya a notarse.
¿Cómo lo podemos explicar? Lo más fácil es decir que el joven
había aceptado caer por cortesía.
Otra posibilidad es admitir el hecho y buscar una explicación en
la ciencia física. En el siglo XVII se conocían dos clases de fuerzas de
atracción que actúan a distancia: el magnetismo y la gravitación.
El magnetismo, como ya sabemos, ha servido a Franz Mes- mer
para explicar efectos terapéuticos. Pero un día se dio cuenta que su
imán no atraía ya el hierro. ¿Cuál es entonces el magnetismo que

Unirse y separarse 175


actúa sin magnetismo?
La gravitación también puede servir de explicación. Un sabio de
origen canadiense reconoce que el hombre está dotado de una
fuerza invisible que le permite desplazar objetos sin tocarlos,
transmitir sus pensamientos a distancia y curar a los enfermos. Lo
asimila a las ondas gravitacionales según la teoría de la relatividad.
Podemos encontrar muchas otras explicaciones: la influencia de
los astros, por ejemplo.
En Occidente he observado dos corrientes de ideas que se
oponen la una a la otra: una, extremadamente rigorista, inspi-
rándose sobre todo en los postulados de la ciencia física, y otra,
oculta, misteriosa, fundamentándose en creencias más bien que
sobre hechos. La segunda utiliza a menudo la terminología de la
primera, pero con un contenido diferente. Si es una estructura
lógica, está igualmente asimilada a la de la primera.
También sucede que los investigadores científicos sienten la
nostalgia de las ciencias ocultas. La tentación es grande, ya que hoy
día admitimos tantos hechos que la ciencia oficial es incapaz de
explicar. Pero sólo podemos obtener la convicción total de los
occidentales con el apoyo de cifras, de pruebas objetivas, evidencias.
Tenemos toda la libertad para pensar si algunos quieren definir
el Ki por magnetismo o gravitación, y después, si quieren concebir
el Aikido como ai-magnetismo-do, vía de coordinación del
magnetismo o ai-gravitación-do, vía de coordinación de las
gravitaciones. No podemos impedírselo.
Se habla ya de máquinas para producir ondas alfa; estas ondas,
dicen, caracterizan la encefalografía de las meditaciones profundas.
Así podemos proporcionamos gadgets made in U.S.A. para
volvernos un buda en algunas horas. ¿Por qué no inventar aparatos
con ondas gravitacionales para hacer Aikido?
Dejo las investigaciones teóricas a los que se interesan por ello.
Yo sólo puedo hablar de las cosas que he visto, que he constatado y
que he probado yo mismo.
Lo maravilloso, desde mi punto de vista, y lo que, al mismo
tiempo, desconcierta a los espíritus occidentales, es el hecho de que
es imposible situar el Ki en un pensamiento estructurado.
En primer lugar, no se puede probar su existencia objetiva. Se
siente o no se siente. Eso no se discute. No podemos forzar a la gente
que lo admitan como si fuera una manzana, una piedra, o

176 Unirse y separarse


investigando un poco, un protón o un neutrón.
En esto reside la gran dificultad. Es una muralla a través de la
cual el espíritu occidental no puede penetrar fácilmente.
Pero una vez admitida esta noción indefinible del Ki, cuánta
libertad nos proporciona. No sólo podemos actuar sobre el presente,
sino que se puede remontar en el pasado, antes de que fuera
Abraham. El porvenir puede volverse tan concreto como el
presente.
Ahora se trata de concebir como podemos actuar a distancia con
el Ki.
A decir verdad, siempre actuamos a pesar de la distancia. Si no
hay interacción entre dos seres, es que no están interesados el uno
por el otro. Todo depende del grado de concentración que sentimos
en nosotros mismos y no de la distancia geométrica.
Una madre se apresura a volver a casa porque sabe que su hijo
la espera. No es solamente porque lo sabe intelectualmente, le siente,
a pesar de la distancia; ella anticipa el placer de cogerle en sus
brazos, de abrazarle, de cubrirle de besos tiernos. Durante el camino
está en contacto físico con una multitud de gente, por ejemplo en el
metro, pero esta promiscuidad no ejerce sobre ella una influencia
comparable a la de su hijo, a pesar de la distancia.
Si tuviéramos que atribuir esta fuerza de atracción entre dos
cuerpos, madre e hijo en este caso, a la gravitación, deberíamos
aplicar la fórmula: la fuerza de atracción es proporcional al producto
de la masa e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia.
O sea, para que haya una fuerza de atracción igual a la de un niño
de 10 kilos a una distancia de 1 kilómetro, el niño tendría que pesar
una tonelada a una distancia de 10 kilómetros. No se atrevería ya a
llamarle «mi pequeño».
Es lo que yo entiendo por concentración, pero no sé si basta para
convencer a la gente. La concentración es el amor.
En el Aikido esta concentración se obtiene por el hecho de estar
en posición de ataque o defensa. El hecho de que haya ataque y
defensa conduce al espíritu racionalista a clasificar el Aikido en dos
nociones incompatibles: ¿el amor y el combate?
Señalemos que la concentración puede surgir igualmente del
odio, tendrá entonces un carácter destructor. Conozco varios
ejemplos de Aikido destructor. Entre la maldad más baja y el amor
universal del maestro Ueshiba existe toda una gran variedad de

Unirse y separarse 177


gamas.
Puedo decir, por mi propia experiencia, que con el maestro
Ueshiba mi placer era tan grande que siempre tenía ganas de volver
a salir. Jamás he sentido ningún esfuerzo por su parte. Era tan
natural que no sólo no sentía ninguna coacción, sino que caía sin
saberlo. He sentido el rompimiento de las olas sobre la playa que
nos lleva y voltea. Ciertamente se siente placer, pero con el maestro
Ueshiba era aún otra cosa. Había serenidad, grandeza, amor.
No insisto en la calidad de la concentración. A cada uno le
corresponde descubrirla. Me limito a decir esto: «Aunque estéis
presentes físicamente, si vuestro espíritu vaga por otra parte, en el
despacho que acabáis de dejar, en el programa de televisión que vais
a ver esta noche o en el restaurante donde coméis bien, no podéis
hacer Aikido. Es necesario olvidarse de todo lo demás y esto es lo
que yo llamo la puesta en situación.
Sin embargo, el hecho de encontrarse en frente de alguien que
tenga una buena concentración, sea para el amor, o sea para el odio,
no basta para desencadenar una acción. Es cierto que a la larga la
concentración trabaja, pero el cerebro ejerce su función inhibitoria.
No sabemos cuándo y cómo una acción real se desencadena. Hace
falta un desencadenante para que sea inmediata.
Este desencadenante, según mi experiencia, es la inspiración. La
práctica me ha confirmado esta idea. Inspiro y el otro reacciona
inmediatamente. No hace falta decir que se trata de la inspiración
abdominal profunda y no de una inspiración torácica ordinaria.
Levanto la mano inspirando, el otro reacciona levantando la mano.
La dificultad está en sentir si el otro está suficientemente
concentrado, listo para entrar en acción. Si no, ha fallado todo. Es
una interacción no mecánica, sino directa de alma a alma.
Esta observación está en línea con otros hechos que he
constatado en otros sitios. Es, por ejemplo, la necesidad de
sincronizar la inspiración cuando se hace el movimiento rege-
nerador colectivamente.
Desde mi salida del Japón se organizaron varias asambleas im-
portantes del movimiento regenerador en Tokio y fuera, reuniendo
incluso más de 2.000 personas a la vez. Hubo que utilizar edificios
de gran capacidad, como, por ejemplo, el estadio olímpico.
Se planteó un problema: cómo transmitir simultáneamente la
señal de arranque a todos los practicantes.
La voz del altavoz tardaba un poco en llegar a los extremos y

178 Unirse y separarse


había resonancias en la sala. Si decían “inspirar», se oía -ins- ins-ins-
pi-rar-pirar-pirar-pirar...». Se resolvió este problema instalando un
número suficiente de altavoces por todos los rincones.
El maestro Noguchi tiene una capacidad extraordinaria de
observación. Entre miles de practicantes podía localizar inme-
diatamente a aquellas personas que llevaban un ligero retraso. Una
vez, personas que estaban amontonadas en la entrada no oyeron la
señal. Eran aproximadamente un centenar. Se retrasaron y Noguchi
observó que algo iba mal entre ellos.
Como la mayoría de los participantes de Tokio eran sus clientes,
constató entre los que le consultaban después una enorme diferencia
producida después de su participación en las grandes asambleas.
¿Cómo podía observar estos cambios, estas mejorías? Meta-
fóricamente, la ropa mojada en un torrente con un fuerte caudal se
limpia mejor que si está en una corriente débil. Cuanto más
numerosos, mayor es la intensidad que se desprende. La corriente
es como el torrente. El Ki pasa más fuerte.
Sería un poco difícil observar técnicamente, cuando justamente
no se tiene la técnica. Pero estos cambios pueden percibirlos los que
viven íntimamente con la persona, como en una familia, sin tener el
menor conocimiento técnico.
Al principio, Noguchi creía que tenía un don especial, de la
misma manera que en Occidente creen en los hombres con un
magnetismo potente. Después llegó a la conclusión de que eso no
era así. La verdad, para él es que todo el mundo tiene esta
posibilidad y lo ignoran. Se trata simplemente de descubrirlo. Estas
grandes asambleas le dieron la oportunidad de descubrirlo. Si la
inspiración se lleva bién, se produce una fusión de sensibilidad que
nos permeabiliza.
Para hacer comprender la importancia de la inspiración sin-
cronizada hago de vez en cuando una pequeña puesta en escena.
Veréis que no es algo teórico, sino real.
Hago el papel de un padre ya mayor. Mi hijo, Pedro, ha de-
saparecido desde hace unos días sin dejar rastro. Mi mujer y yo le
hemos buscado por todas partes, en casa de los amigos con los que
suele tratar, en los desvanes, en los viejos pozos donde ha podido
caer, etc. Pasamos noches en blanco angustiados. La idea de que
puede haber muerto ya en alguna parte, en un rincón escondido, me
oprime el corazón. Todo el día y toda la noche sólo pienso en él. Mi

Unirse y separarse 179


mujer permanece en la cama, rechazando comer, beber y dormir. La
situación es dramática. Nuestro pensamiento está totalmente
concentrado sobre nuestro hijo.
Y una buena mañana se abre la puerta y veo a Pedro, más
delgado, cansado, lleno de arañazos, con la ropa desgarrada, pero
vivo.
Inspiro y grito: «¡Pedro!»
Abro mis brazos y me precipito hacia él. Les dejo imaginar la
continuación de la escena. Pedro cae en mis brazos sollozando.
Hay patetismo en esta puesta en situación. No debo actuar
demasiado bien porque no nos interesa. Se trata de enseñar la
importancia de la inspiración.
Ahora invierto mi respiración. La situación permanece igual.
Espiro y grito: «¡Pedro!»
Los espectadores sueltan una carcajada. En efecto, ya no es el
tono de un padre que expresa su alegría al volver a reencontrarse
con su hijo vivo. Es el tono de un padre descontento qpe pide
explicaciones.
«¡Pedro! Has vuelto a malgastar tu dinero en porquerías. Has
vuelto a olvidar tus deberes. Has vuelto a manchar las alfombras con
tus zapatos...», o algo por el estilo. Ya no hay patetismo. No existe
ya fusión de sensibilidad entre dos seres.
El maestro Ueshiba decía a menudo:
«El Aikido es el arte de (musunde hanatsu) unirse y separarse.
Esta alternancia de unión y separación la he conseguido a través
de la inspiración y la espiración.
Primero tenemos la inspiración del defensor (utilizo provi-
sionalmente esta palabra, aunque no haya términos correspon-
dientes ai defensor y al atacante en Aikido) que desencadena la
acción. Levanto mi mano inspirando y el contario sigue in-
mediatamente mi gesto, levantando su mano. Hay una sincro-
nización de la inspiración por ambas partes y al mismo tiempo
coordinación de los gestos. Esta interacción recíproca es, creo, una
de las características del Aikido. No existe ni en el judo ni en el
kendo. En estos últimos cada uno respira independientemente y
espera la ocasión para atacar al otro.
Al principio la interacción no es evidente. Uno se limita a ejecutar
un cierto número de gestos aprendidos. Acabo de darme cuenta que
existe coordinación de gestos en el Aikido. O sea, si yo levanto mi

180 Unirse y separarse


bokken, el contrario levanta el suyo simultáneamente. En el kendo
uno no tiene por qué respetar esta forma convencional de
aprendizaje. Si uno levanta el shinai, el otro puede replicar
golpeando el vientre horizontalmente.
¿Por qué existen en Aikido gestos idénticos o correspondientes
por parte del uno y del otro? Con todo y con eso no podemos pedir
a nuestro compañero: ¿Sería usted tan amable de levantar la mano
al mismo tiempo que yo, por favor? Para que eso sea posible es
necesario que haya una fuerza apremiante que obligue al otro a
actuar como lo deseamos. He encontrado en la inspiración esta
fuerza, que incluso precede al acto. Una vez hecha la fusión, y el acto
ha empezado, pasamos a la espiración que permite la fluidez del Ki.
Se ve entonces la proyección y lo demás como una forma visible de
la técnica.
La respiración, según mi experiencia, es el fundamento mismo
del Aikido. Hay dos actitudes posibles: una, considerarla como uno
de los ingredientes necesarios para la composición técnica; otra,
considerar la técnica como medio para profundizar la respiración.
La primera nos conduce a la dimensión deportiva. Compren-
demos fácilmente que un hombre, pasados sus sesenta años, pueda
pasar de ella; Eñ cuanto a la segunda, todavía no veo el límite de
edad, salvo para los niños muy jóvenes. El maestro Ueshiba
practicaba a la edad de ochenta y cinco años.
Creo, por el contrario, que cuanto más envejecemos, más
posibilidad tenemos de comprender el alcance inmenso de la
respiración. Puede sobrepasar más fácilmente el marco físico en el
cual nos encontramos confinados.

Unirse y separarse 181


XX
LA VIA DEL
DESPRENDIMIENTO
Se puede ejecutar un mismo acto con estados de espíritu
totalmente diferentes, aunque parezca ser en todo momento el
mismo.
Es, por ejemplo, la diferencia de actitudes entre los que buscan,
cueste lo que cueste, obtener, adquirir y acumular, y los que buscan
desprenderse de todo lo que es inútil para poder ver más claro.
Ante estas dos actitudes, no digo que una sea superior o mejor
que otra. Simplemente establezco la comparación para precisar
mejor mi punto de vista.
Desde que Bacon ha lanzado su aforismo «saber es poder»,
Occidente se encamina en la vía de la adquisición. He conocido a
gentes con una gran cultura, verdaderas enciclopedias vivientes.
Saben todo y quieren saberlo todo.
Debo adoptar una actitud diametralmente opuesta en lo que
hago: la vía del desprendimiento. El principio que yo he establecido
en el movimiento regenerador, por ejemplo, es: sin conocimiento,
sin técnica, sin objetivo. Esto no significa que yo condene el
conocimiento. Simplemente pido que se deje en el vestuario al
menos durante la práctica del movimiento regenerador. Resulta
fácil decirlo, pero difícil hacerlo. No queremos y no podemos
separarnos de lo que es nuestro. Sin embargo, ese bagaje no hace
más que dificultar el movimiento. Cuanto más nos vaciamos, mejor
funciona.
Un ejemplo evidente del contraste entre estas dos actitudes es
relatado por Eugen Herrigel en su «Zen en el arte caballeresco del
tiro al arco». Esta pequeña obra es una maravilla, porque jamás un
autor occidental ha resaltado con tanta precisión esta diferencia de

La vía del desprendimiento 183


actitudes que suponía un conflicto permanente para él al
replanteárselo.
¿Por qué el tiro al arco que es considerado en Occidente sólo
como un deporte, como un divertimiento, puede estar ligado al
estudio de la mística que él se propuso perseguir? ¿Por qué dice el
maestro «que hay que sujetar la cuerda como un niño cuando sujeta
el dedo que se le ofrece»? Si sólo es un juego de niños, ¿por qué se
le busca un valor espiritual? ¿Por qué se debe ejecutar sin pensar en
nada, sin tener ninguna meta a alcanzar, si uno está dispuesto a
empezar con toda la sinceridad del corazón? ¿Por qué un acto
ejecutado sin reflexión puede ser un asunto serio de vida o muerte?
«Liberaros de vosotros mismos —dice el maestro—; dejad atrás todo
lo que sois, todo lo que sabéis, de manera que no os quede nada,
solamente la tensión sin meta.» Por lo tanto, «¿es necesario que
intencionalmente me despoje de toda intención?» sigue diciendo
Herrigel.
He aquí tantas preguntas que atormentaban antes el confort
intelectual de un occidental.
Si ya hemos optado por el desprendimiento, todas estas
preguntas parecen fútiles, inútilmente complicadas. Pero si lo
rechazamos (además con todo derecho) son entonces preguntas
serias. ¿Por qué abandonar todo lo que hemos adquirido desde la
infancia? ¿El valor de un hombre no se afirma en el esfuerzo que ha
realizado o en lo que le queda por realizar?
Está bien hacer un esfuerzo en la medida en que somos capaces
de hacerlo. Pero hay una cuestión que precede al esfuerzo. Puede
ocurrir que nos dispersemos a pesar de nuestra voluntad, o que nos
pongamos nerviosos y que hagamos lo contrario de lo que
queremos. Así nos podemos sentir abatidos por la idea misma del
esfuerzo. La situación se vuelve aberrante cuando debemos
esforzarnos en hacer un esfuerzo.
Y ahora recuerdo un proverbio francés: El dinero llega
durmiendo.
Hay una sabiduría asombrosamente profunda en este refrán.
Doy un suspiro de alivio. Todo no está perdido. Con suerte, es
posible que encuentre en Europa personas que no sean puros
tecnócratas y abstócratas.
Hace algunos años alguien me dijo:
«Así usted nunca conseguirá nada. Tiene que hacer un esfuerzo

184 La vía del desprendimiento


para atraer a la gente. ¿Por qué va la gente a la iglesia? Es porque
hay sacerdotes vestidos con ricos ornamentos, hay música y cantos,
buenas palabras, promesas de paraíso y amenazas de infierno. Si no,
nadie se molestaría en ir. ¿Cómo quiere usted que vengan si no hace
nada?»
Ciertamente tiene razón, a su manera. He oído varias veces
críticas similares hacia mí. Pero yo no quiero cambiar ni mi
principio, ni mi manera de actuar. No quiero forzar a la gente a
adoptar una decisión, ni por seducción ni por amenaza. No quiero
que vengan antes de que vibre su diapasón interior. Aunque vengan
espontáneamente, me quedo escéptico: ¿qué vienen a buscar aquí?
Mientras intentan obtener algo, no tendrán nada.
Un hombre dirige una oración fervorosa a la divinidad pro-
tectora para pedirle que le conceda su deseo. La divinidad aparece.
—¿Qué quieres?
—Me gustaría tener una inmensa riqueza; una riqueza in-
agotable.
—La tendrás.
En efecto, la obtuvo. Pero éste enfermó.
Su jefe cocinero prepara platos suculentos, pero-no puede
soportar verlos. Tiene residencias secundarias por.ttodas partes,
pero sus piernas están paralizadas. No puede soportar los des-
plazamientos. «Es injusto —dice—; ahora que tengo todo, no puedo
aprovecharlo.» Invoca a la divinidad, que le dice:
«Recuerda lo que me has pedido. Lo tienes. ¿De qué te quejas?»
Otro hombre más astuto pide la riqueza y la salud. Tuvo las dos
cosas. Pero su casa se ha vuelto un infierno. Se pelea con su mujer,
que grita sin parar, y sus hijos se rebelan. No hay ni un instante de
paz. Sin embargo, obtuvo lo que deseó. ¿Cómo se atreve a quejarse?
Un japonés que tenía algunos temores por la fragilidad de su voz
pidió a Noguchi que se la reajustase.
—Voy a participar en una conferencia en Londres. No puedo
estar sin voz durante mi estancia en Inglaterra. Es muy importan te.
—De acuerdo.
Es probable que le haya ajustado la sexta cervical. Todo terminó
bien. Podía hablar sin dificultad. De vuelta a Japón perdió de nuevo
la voz.
—Es curioso, maestro. Podía hablar sin ninguna dificultad en

La vía del desprendimiento 185


Inglaterra. ¿Cómo es que ya no tengo voz?
—Recuerde lo que ha pedido: no estar sin voz en Inglaterra.
Usted mismo se ha impuesto un limite.
Es terrible el trabajo que hace una idea cuando penetra en el
subconsciente. Es aún más terrible porque no nos damos cuenta.
No digo que haya que rechazar todo en la vía de la obtención. La
sociedad funciona en virtud de principios que nos permiten
satisfacer nuestras necesidades. Condenar la sociedad no es asunto
mío. Sin duda, la sociedad tiene que evolucionar. Indico que no sólo
vivimos en función de la sociedad, sino que vivimos, sea cual sea el
lugar donde nos encontremos. Los grandes ermitaños permanecen
en los barrios poblados.
No puedo subestimar la aportación de Occidente en la vía de la
obtención. El mundo entero se ha beneficiado, incluso nosotros, los
japoneses. El desarrollo extremo del cerebro nos ha permitido
avanzar en esta vía. Hoy día, este desarrollo ha alcanzado un nivel
inquietante. Temo que se haya producido en detrimento de todo el
resto. Cada vez hay más gente que
*
ignora sus piernas. Son como árboles cuyas raíces mueren len-
tamente. Llevan flores verbales, pero no llegan a tener frutos. Las
raíces no se ven, pero yo las veo.
Hace falta un mínimo de inteligencia para poder vivir en la
sociedad. Sí, no es como buscarle tres pies al gato. Si alguien
mandase a su hija a por pan y ella trajese un canario en lugar del
pan, no le gustaría. Admitamos que el canario es, como ella dice, -
bueno y bonito». Pero eso no vale. Tienen hambre y no pueden
comerse al canario en lugar del pan.
¿La inteligencia, qué es? Se trata de la manipulación de las
etiquetas que se pegan a las cosas.
Utilizo mi inteligencia para solucionar los asuntos de acuerdo
con las exigencias de la sociedad. Pero si se trata de tomar una
decisión, escucho la voz de mi inconsciente, antes que depender de
mi inteligencia. Una decisión basada únicamente sobre la
inteligencia puede cambiar fácilmente de la noche a la mañana, pues
siempre se pueden encontrar nuevos argumentos en pro o en contra.
La inteligencia sólo trabaja sobre lo que se ve ahora. El futuro es
incierto.
Así, algo montado con muchos argumentos puede acabar en
pompas de jabón. Se pueden, sin embargo, realizar cosas que todo

186 La vía del desprendimiento


el mundo cree imposible.
F. Kuhara es un hombre con cierta notoriedad en Japón. Su
nombre aparece de vez en cuando en los periódicos. No tengo una
idea clara de lo que hizo, salvo que consiguió una fortuna colosal
como hombre de negocios. Su nombre no me hubiera llamado la
atención si no hubiera sido porque en mi familia, primos y tíos, le
mencionaban a menudo. Parece ser que es un pariente lejano. En los
pueblos, la gente no se cansa de hablar de los parientes: el segundo
hijo de fulano se casó con la tercera hija de mengano, etc.
Su nombre me fue recordado también en una circunstancia muy
distinta: él es cliente de la señora Usui, discípula del maestro
Noguchi.
«Es un hombre muy divertido —me dijo ella—, es del tipo 9. Pero
este viejo, abuelito de ochenta años, se enamora de una mujer de
veinte años. Está completamente loco.»
Dichoso tipo 9-
Debe recibir a numerosos solicitantes y he aquí una anécdota que
me fue relatada por uno de mis primos:
Un hombre vino a hacerle una proposición que le explicó en
detalle, punto por punto.
—Teniendo en cuenta esto, señor, habría que adquirir este
derecho de... que, espero, no plantearía ningún problema si usted
aceptase ejercer su influencia, ¿verdad? Me sigue, ¿verdad?
—Hum, hum.
—Por consiguiente, señor, habría que pasar a la segunda etapa,
que es, en mi opinión, mucho más fácil...
—Hum, hum.
La explicación dura una buena media hora. Cuando ya termina,
va a retirarse, pero antes de marchar quiere confirmar de nuevo el
resultado de la conversación.
—Está de acuerdo, ¿verdad?
—Hum, hum, pero joven, a decir verdad, ¿de qué se trataba?
Después de eso, nuestro hombre no tuvo el valor de volver a
empezar su explicación.
El europeo es, sin duda, el pueblo más inteligente del mundo.
Manipula los conceptos con una velocidad extraordinaria en
relación a un oriental como yo. No se trata para mí de desestimar tal
capacidad.
Lo temible es que se lleva la inteligencia más allá de lo necesario.

La vía del desprendimiento 187


Esta propensión nos impide a menudo aceptar cosas muy simples.
No se puede resistir la tentación de añadir algunas ideas a lo que yo
digo.
-Colocar una mano sobre la columna vertebral y espirar
mentalmente a través de esta mano en el cuerpo del receptor.»
Cuando doy una instrucción, otras ideas se añaden. Pensamos:
como se espira por la mano derecha, habrá que inspirar por la mano
izquierda. Hay personas que intentan ejecutar la espiración y la
inspiración simultáneamente, acrobacia mental imposible. Les digo:
cuando aviváis el fuego, sopláis encima. Soplar es espirar. Sin
embargo, en alguna parte está la inspiración, si no, no podríais
seguir soplando. Pero no le prestáis atención. Vuestra atención se
fija únicamente en el soplo que dirigís hacia el fuego.
En todo caso, sólo puedo enseñaros la vía del desprendimiento.
Si queréis enriquecerlo aportando ideas sobreañadidas, será a
vuestra costa.
Hay quienes preguntan: cuando el compañero no se mueve en el
movimiento regenerador, ¿no hay que darle una ayudita? En
absoluto. Si lo hacéis, es la muerte del movimiento regenerador.
Sería mejor, entonces, desahogarse al estilo americano. Con palabras
como «god», «love», bien pronunciadas en cadencia, obtendréis
resultados fulminantes. ¿Por qué no?
Hay otros que dan gritos. Alguien me ha preguntado: «¿Por qué
gritó así? Usted no grita jamás.»
Yo sé que tiene problemas en la cuarta lumbar, pero es de-
masiado complicado explicarlo. Sus gritos son breves y explosivos,
a menudo terroríficos. Es su organismo que lo necesita, le dije.
Hay también otras personas que gritan y dicen palabras raras
para hacer gracia a los demás. Su intención es ciertamente buena,
pero es sobre todo necesario desprenderse de toda intención en el
movimiento regenerador. Si aquello divierte a unos, puede molestar
a otros. Hay quienes soportan bien los gritos estridentes, pero no
consiguen soportar estos gritos aunque sean bienintencionados.
Sienten que su organismo es acariciado a contrapelo.
El deseo de evasión prende en algunas personas. La sociedad no
vale nada, dicen. Las grandes ciudades están polucio- nadas, la
gente es mala, se vive condicionado. Hay que vivir en la naturaleza.
Cualquier experiencia merece la pena ser probada. Pero nunca he
pretendido que el cambio del medio pueda resolver todos los
problemas. No vivimos ni lejanos de la naturaleza ni en la

188 La vía del desprendimiento


naturaleza. Digo simplemente que nosotros mismos somos la
naturaleza. Reconozc-o que el dualismo que opone el hombre a la
naturaleza es una tradición antigua en Occidente.
Me dicen por todas partes que hay un gran número de personas
que se han lanzado a la enseñanza del movimiento regenerador.
Parece que han adaptado el movimiento al estilo occidental.
Algunas veces un subtítulo, por ejemplo, «método de relajación», es
mencionado. Esto es más positivo, más preciso. Tanto mejor, yo no
tengo más que desearles buena suerte.
Temo, no obstante, que el espíritu que les anima no esté en la vía
del desprendimiento. Para mí, que se trate del movimiento
regenerador o del Aikido, lo que cuenta es el desprendimiento.
Todo lo que se emprenda con otro espíritu no me concierne.

La vía del desprendimiento 189

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