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COMPORTAMIENTO INDIVIDUAL
«Occidente ha aportado su valiosa contribución a la humanidad en el
terreno de la evidencia. Hoy nos encontramos en un período de transición,
el siglo de la incertidumbre, donde se recuestionan valores sólidamente
establecidos desde hace siglos.»
La incertidumbre es un plato que no gusta a los paladares occidentales.
Siempre la afrontamos con nuestro racionalismo o huimos de ella con
nuestra «fe». Navegar por los terrenos de lo desconocido sin más brújula
que la propia sensibilidad y el deseo de comprender es quizá la mayor gesta
de este amable y orondo oriental, que supo conquistar el corazón de tantos
europeos.
A lo largo de las páginas de este libro, la incertidumbre llegará al lector
impregnada de los perfumes del lejano oriente, llegará como una suave brisa
refrescante, nunca como un enemigo del que hay que defenderse. Y, sin
embargo, al finalizar estas páginas algo habrá conmocionado las raíces más
profundas de nuestro comprender. Esta suave entrada «por la puerta
trasera» del yo es una rara habilidad sin artificio, sólo comparable a la
fluidez con la que un maestro de Aikido proyecta a un contrario o a la de un
artista deslizando su pincel.
La mejor forma de definir esta deliciosa obra la hizo su propio autor: «Hoy
día presento un esquema que puede permitirnos volver a la fuente: del saber
a lo desconocido, de lo evidente a lo insondable, de la acumulación al
desprendimiento.»
ALFREDO TUCCI
ITSOU TSUDA
LA VIA
DEL
DESPRENDIMIENTO
Escuela de la respiración
Espíritu
Título original:
«La voie du détouillement»
Diseño de portada:
«Grupo ECAT»
© Editions Courrier du Livre
© Edición y traducción española
Editorial Eyras, S. A.
Andrés Mellado, 42
28015 Madrid. Tel. 543 90 77. Fax: 544 63 24
ISBN: 84-85269-75-6
Dep. Legal M-34225-1992
INDICE
Página
Prólogo ................................................................... 9
I Creer, su proceso ........................................................ 13
n La prisión mental ....................................................... 23
Concepto y no-concepto ......................................... 31
El campo psi ........................................................... 43
El universo cerrado .................................................. 53
La ciencia y el individuo ........................................ 63
El cuerpo se adapta ................................................. 73
La espontaneidad ..................................................... 83
La imaginación actúa .............................................. 91
La visualización ......................................................... 101
Respiración y magnetismo ....................................... 109
El tiempo se dilata .................................................... 117
Inspiración ................................................................ 125
El Ki en el Aikido ..................................................... 133
El Ki en el Aikido (continuación) ........................... 141
La concentración subconsciente ............................... 151
El no-adversario ....................................................... 159
La fluidez del Ki ........................................................ 167
Unirse y separarse ..................................................... 175
La vía del desprendimiento........................................ 183
PROLOGO
Que el lector me disculpe por las imperfecciones que pueda
encontrar en mis escritos, en cuanto a la calidad de expresión.
Escribo en un idioma (francés) que no es mi lengua materna, sino la
de un pueblo que pasa por ser uno de los más exigentes en materia
literaria. Hago todo lo posible por evitar cualquier malentendido y
hacerme comprender, pero por mucho que me esfuerce, mis
posibilidades son limitadas y siempre quedará algún vacío por
llenar.
A decir verdad, no me refiero únicamente a mis posibilidades,
sino a si esto es posible. Me aventuro en el terrero de lo
desconocido, donde el conocimiento más perfecto de la lengua, de
las palabras en sus acepciones, sus matices y su utilización, no
podrá reemplazar la experiencia.
Occidente ha aportado su valiosa contribución a la humanidad
en el terreno de la evidencia. Hoy nos encontramos en un período
de transición, el siglo de la incertidumbre, donde se recuestionan
valores sólidamente establecidos desde hace siglos. Podríamos citar
el proverbio zen «El dedo que muestra la luna no es la luna», pero
esto no resuelve, no obstante, el problema. En el contexto occidental
cuya frontera no cesa de extenderse más allá de una unidad étnica
a medida que se industrializa el mundo, sería bueno abordar esta
cuestión.
En efecto, no hay nada evidente en lo que concierne a los
aspectos del Ki. Cuando se vuelven evidentes, dejar de ser el Ki y se
categorizan. La intelectualización comienza.
Sin embargo, se puede recorrer el camino a la inversa. Se 1 puede
remontar, a partir de formas conocidas, a esta fuente insondable que
determina el comportamiento en el individuo.
Ya he contado esa conocida historia de la aviación. A principios
de siglo, un matemático ha demostrado, con rigor científico, la
imposibilidad de que un objeto más pesado que el aire pudiera
elevarse en la atmósfera. En ese mismo momento, el primer avión
consiguió superar su vuelo de prueba.
Prólogo 9
Aunque es posible describir el desarrollo de estos dos com-
portamientos diferentes, nada explica las causas profundas y
oscuras que han llevado a los hombres a adoptar actitudes opuestas.
Uno de los rasgos característicos de la enseñanza de la tradición
japonesa (no me refiero a la educación moderna a lo occidental) era
la transmisión intuitiva, de hara a hara, sin explicación intelectual,
pudiendo ser esta última más perjudicial que beneficiosa.
En Occidente la situación es totalmente diferente. Nos en-
contramos bajo el imperio del precepto: saber es poder. Tengo que
meterme en la piel de los occidentales para ayudarles. Quieren
saberlo todo antes de emprender cualquier cosa. De momento, sólo
podemos contestar negativamente: «No es ni esto, ni aquello.» Se
sienten perdidos en cuanto se enfrentan a esta decisiva pregunta:
«¿Si no es nada de todo esto, qué es entonces?»
He sacado provecho de mi aprendizaje en la escuela francesa de
sociología, donde he conocido personalmente a dos representantes
ilustres, los maestros Marcel Granet y Marcel Mauss. La sociología,
considerada como ciencia de aplicación en los demás países, no lo
era en Francia antes de la guerra. Se trataba de una búsqueda
totalmente desinteresada, de una confrontación permanente de
valores casi irresolubles. En este sentido es un hecho constatado que
la palabra Ki no tiene equivalente en las lenguas occidentales. Esta
constatación permite situar la civilización occidental en un ámbito
muy particular.
Hoy día presento un esquema que puede permitirnos volver a
la fuente del saber a lo desconocido, de lo evidente a lo insondable,
de la acumulación al desprendimiento.
En cuanto a la utilidad de este trabajo, será el futuro quien lo
dirá.
10 Prólogo
NOTA PARA EL LECTOR
Transcripción de las palabras japonesas.
He adoptado el sistema de transcripción Hepburn, que es el más
utilizado en la prensa en lenguas extranjeras. He aquí las aproximaciones
en ortografía española:
e ........................ e
ei ....................... ei
ai ....................... ai
u ........................ u
ó ........................ oo
gi ....................... gui
ge ...................... gue
shi ..................... shi
chi ..................... chi
tsu ..................... ts como en tsouan
h ............................ siempre aspirada
fu ...................... fu
yu ...................... yu
n final .............. nasal independiente de la vocal precedente
Prólogo 11
CREER
(Su proceso)
Creer 13
Si no poseemos una técnica adecuada para poder apreciar la
armonía de los tres puntos del vientre, nos es imposible, en cambio,
sentirla intuitivamente.
Cuando nos encontramos ante alguien que tiene el primer punto
positivo, en lugar de negativo, sentimos instintivamente una
resistencia. Uno piensa, por ejemplo: «¿Qué tiene este chico?, ¿por
qué está tan nervioso?» Me siento a disgusto en su presencia.
Alguien que tiene el segundo punto positivo en lugar de neutro
dirá: «Sí, el plato que me prepararon no estaba malo, pero esa
especie de salsa que le acompañaba no me ha sentado bien. He
sufrido toda la noche. Le falta adaptación.»
De alguien que no tiene el tercer punto positivo se dirá: «Ten
cuidado con este chico, hija mía. Es guapo, habla bien. De acuerdo,
pero no tiene nada en el vientre.» Este tipo de reflexión no convence
necesariamente a la hija, y ella pensará: «Papá es un paleto, no tiene
educación. El chico que yo quiero es guapo, es licenciado, tiene
dinero. ¿Qué más se puede pedir? En el vientre tiene todo lo
necesario: el estómago, los intestinos, el hígado, etc. Papá está loco.»
Como mi referencia es la armonía de los tres puntos, puedo
admitir todo, pero a condición de que se respete esta armonía. Si
alguien consigue esta armonía a través de tal o cual 'cosa, o
realizando su trabajo con entusiasmo, o cantando o sin hacer nada,
no tengo nada que añadir. Si el «terreno u organismo» es normal,
eso es lo esencial.
Si la armonía se consigue naturalmente sin hacer nada especial,
es probablemente la mejor de las soluciones. Pero como el hombre
es un animal inteligente, su inteligencia no deja de trabajar y a
menudo en detrimento de su «terreno». Por eso es interesante ver el
papel del cerebro, sede de la inteligencia, en el conjunto de la
actividad humana.
Por esta razón elijo el estudio del grupo cerebral dentro de la
clasificación «Taiheki», es decir, de los tipos de polarización 2 de la
energía. Advierto de antemano que esta clasificación no es
categórica. Uno debe abstenerse de formular generalidades tales
como: es un perro, por lo tanto debe ladrar. Esta clasificación es un
instrumento de trabajo que nos permite profundizar en el
conocimiento del individuo. Está, más bien, opuesta a la
generalización aristotélica. Esta última es muy expeditiva cuando
14 Creer
realiza una representación esquemática del individuo en la vida
social, pero el verdadero individuo se le escapa siempre.
El grupo cerebral se caracteriza, como ya lo he dicho, por la
polarización energética en el cerebro. Esta tendencia va acom-
pañada, además, de la contracción de los tendones de Aquiles, del
peso del cuerpo que recae sobre la punta de los pies, del
endurecimiento de los dos lados de la columna vertebral y del
bloqueo de la primera lumbar. La afluencia de la energía hacia el
cerebro hace que tenga un cuello grueso y largo. La circulación
sanguínea intensificada en la cabeza es beneficiosa para la
longevidad, pues alimenta al mismo tiempo la parte posterior de la
cabeza que, de alguna manera, es la fuente de la vida en los
mamíferos. La vitalidad de un bebé se puede medir por la fuerza con
la cual mantiene su cabeza erguida.
Hacer trabajar el cerebro es un buen método de longevidad. Es
un privilegio reservado únicamente a la humanidad. Así es cómo los
políticos que discuten en el aire contaminado de los salones viven a
menudo más que los campesinos que, sin embargo, respiran aire
puro.
El cuello no es un tubo rígido, se compone de siete vértebras
cervicales encadenadas. El trabajo de los nervios y de los músculos
le mantiene en su posición vertical. Por eso, el cuello pierde su
fuerza y la cabeza cae cuando se tiene sueño.
En el grupo cerebral se observan dos tendencias diferentes: el
cerebral activo y el cerebral pasivo. Son, respectivamente, el tipo 1 y
el tipo 2.
Morfológicamente, los dos tipos se parecen mucho y no es fácil
distinguirlos. Se diferencian claramente en la afectividad. El tipo 1
formula sus ideas para actuar en el exterior, mientras que el tipo 2
necesita recibir la excitación exterior para actuar.
Gracias al uso activo de nuestro cerebro hemos encontrado las
fórmulas de nuestros inventos, de nuestras instituciones. A pesar de
que su efecto beneficioso en nuestra vida es incuestionable, presenta
también inconvenientes cuando se convierte en una polarización
permanente.
Tenemos una concepción esquemática del hombre según la cual
la acción es la proyección de nuestro pensamiento sobre el plano de
la realidad. Es una versión oficial en la cual estamos obligados a
creer, pero no hay nada tan falso sobre el plano de la realidad. Todos
sabemos, más o menos, que no podemos hacer siempre lo que
Creer 15
queremos: nos sentimos perturbados en cuanto pensamos llevar a
cabo nuestro proyecto y hacemos a menudo lo contrario a lo
deseado. Entre el pensamiento y la acción existe una separación que
la filosofía clásica no puede franquear por ser incapaz de tener en
cuenta un factor: el Ki.
En el tipo 1 el exceso de energía sube a la cabeza. Su cerebro, de
alguna manera, le sirve de vertedero. A decir verdad, es ahí donde
la acción llega a su fin. En cuanto encuentra una fórmula justa, todo
su ser se siente satisfecho. Para ponerlo en práctica recurrirá a otra
persona, al no quedarle suficiente energía para más. Critica, pero él
mismo es incapaz de actuar. La frase «haced lo que os digo, pero no
hagáis lo que yo hago» es apropiada.
Es una postura muy confortable para los ancianos a quienes ya
no se les pide hacer nada. Lo importante en el tipo 1 es la idea y no
el hecho. Una vez que está convencido, rechaza todas las pruebas
contrarias. Su opinión es la cristalización de su energía. Por lo tanto,
es obstinado en su forma de ver las cosas.
De ahí que se deje influir por los prejuicios: toma partido en pro
o en contra. Europa se ha inclinado claramente hacia la civilización
del tipo 1 desde el Renacimiento y su historia es una sucesión de
prejuicios que van evolucionando. Galileo fue amenazado de
excomunión. El doctor Harvey, médico de cabecera de la familia real
británica, fue destituido de su función por haber sostenido que la
sangre circula en el cuerpo. A principios de siglo un matemático
demuestra con todo rigor científico que un cuerpo más pesado que
el aire no puede flotar en el aire, y al mismo tiempo el primer avión
consigue despegar del suelo.
El interés de la historia europea está justamente, en mi opinión,
en la constante evolución de los prejuicios y las ideas fijas.
Lo propio del tipo 1 es encontrar fórmulas susceptibles de
generalización. Estructura lógicamente estas fórmulas como fruto
de su actividad cerebral. El tipo 1 es capaz de inventar, sin por ello
ser capaz de realizar su invención.
La noción de ley, tal como se impone en el mundo moderno,
refleja el carácter del tipo 1: abstracto, general, lógico, frío,
determinante.
La excesiva actividad cerebral produce incesantemente en el tipo
1 formas cambiantes de ficciones. Toda creación humana empieza
por una ficción y, en este sentido, la ficción es un elemento
16 Creer
importante de la actividad humana. La ficción, al cristalizarse, acaba
en una idea fija.
El tipo 1 piensa: la mejor marca de whisky es tal. Se siente
satisfecho cuando tiene una botella de esta marca. Está tan
convencido que ni siquiera se percata de la broma de un amigo que
cambia el contenido por un whisky inferior. Si está convencido de
que está de moda llevar una corbata azul con lunares blancos o un
pantalón a rayas oscuras, los llevará tanto en verano como en
invierno, incluso si nadie más los lleva. Es un buen cliente del
método Coué, si está convencido. Puede vivir mucho diciéndose:
esto funciona, esto funciona. Pero si se produce en su subconsciente
una convicción contraría, por ejemplo, si siente que necesita decirse
a sí mismo que todo va bien, es que en realidad todo va mal; el efecto
será desastroso.
En el fondo la receta de longevidad para el tipo 1 no es muy
complicada. Basta con que crea en una idea fija, y en función de esta
idea, repetir regularmente la misma cosa.
En realidad, esta idea fija puede ser cualquier cosa. Como hay un
proverbio japonés que dice que el saké es el rey de los
medicamentos, se siente en plena forma bebiendo saké. Si decide
dejar de fumar, esta abstinencia le procura longevidad. Si cree que
la buena salud proviene de una alimentación regular, a horas fijas,
vigilará su alimentación, calculando las calorías y consultando la
lista del análisis de los valores nutritivos: tal porcentaje de proteínas,
tal porcentaje de... Gozará de buena salud mientras su régimen no
sea perturbado. Si vive en un país donde se come arroz, podrá
reemplazar el arroz por pan, o viceversa, para sentirse bien. Una
idea fija se traduce por una prohibición, por un lado, y una
prescripción, por otro. Si su receta de buena salud es madrugar, se
acostará pronto para cumplir con su idea.
El inconveniente de su sistema es que se sentirá muy perturbado
si le es imposible seguir su idea. Es superado por los
acontecimientos. ¿Qué quiere usted? En esta vida ocurre a veces que
uno no pueda comer a su hora, ni siquiera comer, tener que aceptar
una comilona de Gargantúa, acostarse a las cuatro de la mañana o
soportar cualquier irregularidad.
Decide a veces cosas incomprensibles únicamente como
consecuencia de una idea fija. Opta por la ducha fría para for-
talecerse, tanto en verano como en invierno. Cuando uno es joven,
Creer 17
tal vez, pero pasando los cuarenta años, la ducha fría es un medio
directo para llevarnos a la hemorragia cerebral, pues desensibiliza
la piel y disminuye los reflejos. Se dedica a la halterofilia. No se
puede impedir a los jóvenes entusiasmarse con esta proeza
muscular, pues tienen mucha energía que no saben cómo consumir.
Pero la halterofilia puede tener en un hombre mayor efectos
desastrosos, ya que endurece los músculos y vuelve frágil el cuerpo.
Una pequeña tos puede, si llega el caso, descolocar una vértebra
lumbar.
Se siente probablemente guiado por la idea análoga al sim-
bolismo psicoanalítico de que todo lo que es recto es un símbolo
fálico. Como es más difícil tener los brazos estirados que la boca
abierta, espera ver ahí un signo de virilidad. Pero por desgracia, es
más fácil tener los brazos estirados que mantener el sexo excitado,
pues éste no obedece a nuestra voluntad.
Es difícil disuadir al tipo 1 de su idea fija, pues siempre encuentra
mejores argumentos para defender su idea. Cae enfermo si deja de
creer en ella. Creer en algo es, por lo tanto, una necesidad vital para
él.
El hombre se deja influir con más facilidad por las malas ideas
que por las buenas. La posibilidad de coger una enfermedad
contagiosa nos afecta con más impacto que un vago optimismo. La
mayoría de la gente que padece sordera después del uso excesivo de
estreptomicina es del tipo 1, pues han creído demasiado seriamente
en la tuberculosis.
Si sospecha tener cáncer, no sólo se queda neurótico, sino que le
llegan síntomas similares al de un canceroso. Puede llegar muy lejos
en su creencia. Su imaginación fértil puede suscitar síntomas
patológicos de naturaleza a menudo indeterminable. Se lanza a una
verdadera carrera de la imaginación que puede eventualmente
conducirle a un final bastante trágico. Es necesario cambiar la
orientación de su idea fija, pero un argumento ordinario no es
suficiente para él, pues él puede inventar otro mejor para defender
su creencia.
Una persona de este tipo oyó, durante una publicidad en la
televisión, que la vitamina C es beneficiosa para la elasticidad de la
piel. Pensó: mi piel no debe ser muy elástica, porque no he tomado
vitamina C. En efecto, su piel se volvió áspera, conforme a su
creencia. Se puso a comer pomelos, hasta diecisiete de una sola vez,
pero su piel no mejoraba.
18 Creer
Noguchi le dijo: «El exceso de vitamina C estropea la piel. Su piel
se ha estropeado porque ha comido demasiados. Deje usted de
comerlos desde ahora.» Efectivamente, cuando dejó de comerlos, su
piel se volvió elástica.
—¿Esto era, de verdad, debido al exceso?
—Exactamente.
En realidad, no era nada cierto. Mientras creía en la penuria, su
piel permanecía áspera. Pero la pequeña frase de Noguchi ha
cambiado totalmente su idea fija: se trataba del exceso, no de la
penuria. En el fondo a Noguchi no le importaba, en absoluto, saber
si se trataba de vitamina C o de otra cosa.
Aquí es donde interviene lo que yo llamaría el «lenguaje sub-
consciente». Es un lenguaje que afecta, no al consciente, sino al
subconsciente. Si afecta al consciente, provoca discusiones. Si afecta
al subconsciente, la idea fija cambia de orientación.
La inteligencia humana es un arma de doble filo. De la misma
manera que nos puede servir, también nos puede conducir a la
destrucción. Cuando se adopta una idea fija a escala nacional bajo la
forma de una ley, puede tener consecuencias muy graves. La
vacunación jenneriana, introducida en el Japón hace un siglo, se
aplica obligatoriamente a los niños en una edad en la que son
particularmente vulnerables a sus consecuencias negativas. Cada
año, miles de bebés son sus víctimas.
La O.M.S. reitera sus advertencias al gobierno. Pero una vez que
la ley es ley, no es fácil cambiarla. La ley es dura, pero es la ley.
Intento consolarme diciéndome que Japón no es el único país que
sufre leyes similares.
A escala individual todo es más fácil, pues uno puede actuar
sobre el subconsciente. El uso de los placebos es muy indicado para
el tipo 1 porque es particularmente sensible a la idea y no al
contenido real. Todo depende de la manera de presentarlos.
No se puede impedir a las personas del tipo 1 que tengan una
imaginación demasiado desbordante. Así están hechas. Si intentan
contener su imaginación, tienen aún más como efecto contrario.
El principio adoptado por Noguchi para minimizar el daño es el
de darles juguetes anodinos para fijar sus ideas. En el fondo es el
mismo principio utilizado cuando se lleva un amuleto. Si embargo,
se distinguen, el uno del otro, en dos puntos.
Creer 19
Antes Noguchi decía a las personas del tipo 1: «No hay que
comer brotes de bambú. No hay que comer judías “édama- mé”.» Lo
decía justo en el momento en que se empezaban a comer como
delicias de la estación. Infaliblemente, la gente protestaba diciendo
que no era posible. Pero cuando se ponían a comerlas, caían
enfermas. Eso jamás les había ocurrido antes, pensaban. Pero en
cuanto volvían a comerlas, sufrían irremediablemente. Más tarde,
cuando descubrían que se trataba de puras bromas por parte de
Noguchi, se sentían molestas. Esto no impedía que cada vez que
intentaban comerlas, las perturbaciones aparecían. Una vez que la
idea ha penetrado en el subconsciente, sus efectos duran toda la
vida, sean cuales sean los argumentos en contra.
Noguchi ha experimentado también con las «azuki», judías rojas.
Una persona sintió molestias en el aparato digestivo.
—¿Qué ha comido usted?
—He comido unos «monaka».
—¿Qué hay en los «monaka»?
—Ah, sí. Es verdad. Hay unas «azuki».
El monaka es una especie de pastel, hecho con gofres rellenos de
mermelada de azuki. La persona en cuestión pensaba haber comido
sólo un dulce. Pero su subconsciente supo discernir la presencia de
judías prohibidas y tomó las medidas necesarias para provocar las
consecuencias.
Vuelvo al tema sobre las dos diferencias mencionadas ante-
riormente. Primero, la calidad de la acción es totalmente diferente
según se trate de fetichismo o de un lenguaje al subconsciente. En el
caso del fetichismo hay que tener en cuenta la interpretación de la
cosa, la importancia que se le da; en fin, hay toda una cuestión de
afectividad.
Sus efectos no son obligatoriamente los mismos. En el caso del
lenguaje subconsciente, la idea infiltrada en el mismo actúa
necesariamente, se quiera o no.
Segundo, Noguchi ha buscado, sobre todo, los efectos des-
tructores más que los beneficiosos. Pero el daño no es importante.
Basta, con que se abstengan de algunas cosas buenas en ciertos
momentos del año.
Se trataría, por lo tanto, no de amuletos, sino de «lunares», esos
trozos de tafetán negro que las damas de antes se ponían sobre la
piel para realzar su blancura.
20 Creer
Es un tributo que se paga a la inteligencia, pero el precio no es
muy elevado. Cuando se piensa que se puede salvar así la integridad
del «terreno», realmente no es muy caro.
El lenguaje subconsciente que utiliza Noguchi es técnico; por lo
tanto, no está al alcance de todo el mundo. Pero todo el mundo
utiliza más o menos esa especie de lenguaje, sin saber exactamente
los efectos que puede tener sobre sí y sobre los demás. Volveré sobre
este tema más adelante.
El grupo cerebral, tipo 1 y tipo 2, es capaz de seguir el en-
cadenamiento de las ideas. A las personas de este grupo les encanta
la lógica. Pero lo lógica, tal como se aplica actualmente en la vida
social, es un producto del siglo XIX. Ha sido elaborada
paralelamente a la física de Newton. Es perfecta en sí misma, pero
no cubre toda la realidad humana. No nos permite distinguir el lobo
disfrazado, de abuela.
En este sentido, la lógica incomprensible de la física moderna
puede estar más cerca de la realidad humana que la de la física
clásica.
Creer 21
II
LA PRISION MENTAL
Como ya he dicho, el tipo 2, cerebral pasivo, se parece
morfológicamente al tipo 1, cerebral activo.
Sin embargo, la tensión cerebral se refleja distintamente en uno y
otro. Mientras en el tipo 1 la tensión endurece los músculos cervicales,
en el tipo 2 repercute en el externoclei- domastoideo. Si bien una idea
fija puede provocar una reacción que permanece sólo a nivel de ideas
en el tipo 1, una tensión cerebral provoca para el tipo 2 la excitación
diencefálica y se refleja en los órganos inervados por el neumogás-
trico.
Que se preocupe de lo que tendrá que decir a sus colegas durante
una reunión, o cómo pagar sus deudas a final de mes, o de una posible
neurosis o cáncer, su reacción será siempre la misma: o su estómago
se endurece hasta llegar a sentir una placa de hierro, o su corazón
palpita.
Si bien es una persona ultrasensible en el corazón y estómago, lo
es mucho menos en todo lo demás. Si se le hace una experiencia de
sugestión como la siguiente, por ejemplo: colocarle las dos manos
delante de la cara y decirle que se van acercando y separando cada
vez más. Normalmente las manos se acercan y separan siguiendo la
sugestión. Pues bien, en el tipo 2 no se mueven casi nada.
Sin embargo, su sensibilidad concerniente al corazón sobrepasa en
mucho la de otros tipos. Noguchi intentó hacer varios test.
El primero:
—Vaya, su pulso salta cada cuarta vez. Pruebe usted.
La prisión mental 23
dicho.
Otro test:
—¿Su corazón late, de vez en cuando sin ninguna razón?
Le escucha ofendido y responde:
-—No, no palpita.
—Es curioso.
—Vaya, Sensei; efectivamente palpita.
—¿Verdad?
Esta expresión «es curioso» penetró en su subconsciente, y su
corazón empezó entonces a palpitar sin ningún motivo. En el fondo,
lo curioso es más bien, que su corazón haya palpitado sin ningún
motivo; sin embargo, su subconsciente ha comprendido: «No es
normal si no palpita y fielmente ejecutó la orden.»
Noguchi tiene una facilidad extraordinaria para deslizar esas
palabritas en una conversación corriente, sin que el interlocutor sepa
que se trata de una sugestión o de un lenguaje subconsciente. Todo
esto después incluso de haber explicado claramente todo el
mecanismo. >
La angustia sin motivo se puede aplicar al tipo 2. Su cara, sus
manos y sus piernas se ponen rígidas antes de que su cerebro sepa el
porqué. Si practica un poco de gimnasia cerebral, por ejemplo,
pensando cómo cambiar la disposición de los muebles en la
habitación, su estómago empieza ya a tener un exceso de ácido
gástrico. Si este fenómeno se repite acabará por tener una úlcera de
estómago. El no es responsable de la úlcera. El verdadero responsable
es su cabeza. ¡Pobre estómago!, sirve simplemente de cabeza de turco.
Aunque se opere con éxito, no por ello va a cambiar la tendencia
fundamental del individuo.
He conocido a un antiguo ciclista. Tiene los huesos del fémur más
largos que los de los demás, característica del tipo 9, igual que Eddy
Mercx, y eso constituye una gran ventaja para un ciclista. Pero
también tiene una tendencia del tipo 2, por lo que cuando la tendencia
del tipo 9 domina, es un buen corredor, pero cuando domina la del
tipo 2, todo está perdido.
He aquí lo que él me ha contado:
A la edad de diecinueve años empieza a pedalear siguiendo un
consejo médico. Por lo tanto, empieza a practicar el ciclismo por
cuestión de salud. Participa en carreras mixtas para amateurs y
profesionales; así durante seis años y un buen día obtiene una victoria
24 La prisión mental
sensacional.
Decide participar en una carrera de montaña de 23 km. Se
encuentra de vacaciones y para dirigirse a la salida hace 40 km. en
bicicleta, cosa totalmente insensata desde el punto de vista del sentido
común, pues habrá gastado así dos veces más energía antes del
comienzo de la carrera. Pero la energía del hombre no es comparable
a la energía mecánica cuya cantidad se mide objetivamente, sino que
es un conjunto complejo de disposiciones psíquicas y físicas. Desde el
principio de la carrera se coloca en cabeza, intenta dos escapadas,
pero se queda en el pelotón durante 3 km. Intenta de nuevo una
tercera escapada, pensando que los demás no le seguirán, ya que es
demasiado pronto. Este día se siente relajado, en buen Kimochi y
capaz de llegar hasta el final. A mitad del recorrido, dos o tres
corredores intentan alcanzarle y eso no hace más que darle alas.
Termina la carrera con tres minutos y cuarenta segundos de ventaja.
Ya es un profesional.
Pero la suerte desde entonces no le sonríe. Su tensión cerebral le
impide comer antes y durante las carreras. He aquí un ejemplo de un
fracaso que le ocurrió. En una escapada, a 5 km. de la llegada, se
adelanta 200 ó 300 metros, distancia que mantiene hasta los 30 metros
de la llegada. Su victoria está casi asegurada. Pero entonces llega la
catástrofe. Oye ruidos de ruedas y cambios de velocidades. De golpe
siente que todo su cuerpo se vuelve rígido y sus piernas flaquean. A
15 metros de la línea de llegada, una veintena de corredores le
alcanzan y le pasan en sprint. Al cabo de dos años abandona el
ciclismo.
Un día me hizo un regalo, se trataba de un dibujo suyo, y me
preguntó que le dijese francamente mi opinión al respecto. Le dije:
«Se encierra usted en una cárcel imaginaria que usted mismo se ha
construido y le atormenta cómo salir de ella.»
Ya lo sabía él antes de que se lo dijera.
—Algunas veces siento mi otro yo que me mira y me dice: ¿Por
qué te quedas ahí? Es ridículo. Déjate de tonterías.
Pero en cuanto intenta salir, recae en otras complicaciones cada
vez más graves. Se encuentra en una situación embarazosa.
En otros momentos todo va bien, sin problema y sin esfuerzo. Para
él alternan dos tendencias que dominan según los momentos. Cuando
es del tipo 9 siente una energía casi inagotable. Se siente libre. Cuando
es del tipo 2, está rígido y acomplejado.
La prisión mental 25
El tipo 1 desconoce todas estas angustias físicas. Es capaz de
afirmar, concluir y ser intransigente en su opinión porque todo
transcurre en su cerebro sin resistencia exterior. El tipo 2, en cambio,
no puede mostrarse tan seguro porque conoce las perturbaciones que
trae la tensión cerebral. No llega a la conclusión, acepta y soporta la
influencia de los valores establecidos.
Un joven padece diarreas crónicas. Un día, ojeando una revista
médica, cae sobre un artículo escrito por el doctor Futaki, que dice:
«El arroz blanco no tiene ningún valor nutritivo. El consumo
permanente del arroz blanco es la causa de numerosas enfermedades.
Es necesario comer arroz integral.»
Fascinado por este argumento, empieza a comer arroz integral, y
como por encanto la diarrea desaparece. Pero, muy preocupado por
su salud, sigue ojeando revistas médicas y se encuentra otro artículo
escrito por otro doctor que defiende una tesis diametralmente
opuesta a la del doctor Futaki: «El arroz integral es malo para la salud,
por esto y por lo otro...» Nada más terminar de leerlo, la diarrea
reaparece.
En el mundo de los hombres la parte que representa la actividad
cerebral es extremadamente importante. Las cosas no son tal como se
ven. Dependen en gran parte del valor que se les atribuya. Una misma
cosa puede, según los casos, ser una medicina o un veneno.
El hombre no para de crear valores nuevos y después se las apaña
para caer preso de sus propias creaciones.
Pero, como en la Bolsa, los valores cambian. El criterio de la belleza
femenina cambia, al igual que el largo de las faldas. La evolución de
los valores crea una moda particular a cada época. Hubo un tiempo
donde se le daba mucha importancia a la vitamina B, luego fue
desplazada por la vitamina C. La gente la toma tanto que acaba por
tener cálculos en los riñones. ¡Los riñones tienen un límite en su
capacidad de eliminar el exceso!
También se recomendaba imperativamente para el buen
funcionamiento del estómago comer nabos rallados, pues éstos
contienen diastasa. Los como también porque me gusta su sabor
irreemplazable. Es uno de los condimentos que más me gustan en la
cocina japonesa. Los como por su sabor y no por la diastasa, ni por el
estómago; por lo tanto, aunque cambiara la teoría, yo seguiría
comiéndolos. Se recomendaba no beber agua fresca sin hervirla.
Antaño estaba de moda llevar el «hara- maki», cinturón de franela
26 La prisión mental
que se colocaba alrededor de las caderas para proteger el vientre de
los enfriamientos. La idea proviene seguramente del hecho de que
cuando se tiene diarrea, el vientre se enfría. A decir verdad, si se enfría
el vientre es un proceso natural para acelerar la eliminación de los
alimentos no asimilables. Por lo tanto, la sabiduría del cuerpo cumple
su misión. Pero alguien tuvo la idea inversa; el calentamiento del
vientre podría impedir la diarrea. Si se impide la diarrea, ¿qué se hará
con los alimentos no asimilados? Se guardarán en el vientre, lo que
mantendrá a los intestinos en un estado precario de irritación. Por esta
razón se necesita un protector. Una vez metidos en el círculo vicioso
no se sale fácilmente.
Muchas personas de Odawara, pequeña ciudad situada a 100 km.
al oeste de Tokyo, llevaban el «haramaki». Noguchi les decía durante
una técnica:
—¿Odawara? Está en el campo, ¿verdad?
No tardaban en quitarse su «haramaki».
Los ciudadanos de las grandes urbes sueñan con ser campesinos,
pero a los campesinos no les gusta ser tratados como tales.
Es interesante ver que la idea dominante de cada época queda
anclada en las localidades provinciales como los resi- dúos arrojados,
sobre las orillas de un río durante las grandes crecidas. En el hombre,
la tensión cerebral es la que acoge estos residuos, en este caso los
valores establecidos, y los conserva.
El hombre es un animal social. Como se vive en la sociedad, hay
que dar más o menos importancia a los valores establecidos, sino la
vida social se volvería imposible.
Una vaca, por ejemplo, no conoce el valor de los billetes. Con toda
indiferencia pisará con sus pezuñas los billetes y vosotros seréis los
que tendréis palpitaciones.
El apego a los valores establecidos es particularmente fuerte para
el tipo 2. No puede deshacerse de la influencia de ciertas ideas, a pesar
de los inconvenientes que le crea. No basta con decirle: "Libérese de
esa idea. No es más que una idea que usted se ha forjado.» En
realidad, no hay nada. Prueba de ello, esto. Prueba de ello, aquello...
Dirá: «Sí, pero...» Sigue con la idea, pues la tensión cerebral provocada
por la idea repercute inmediatamente sobre su cuerpo. La idea de
suciedad, para él, no se queda simplemente en una constatación. Le
provoca realmente ganas de devolver. Cuando siente miedo, tiene
realmente la carne de gallina.
La prisión mental 27
Por eso, cuando se cambia el valor que él atribuye a las ideas, este
cambio puede repercutir sobre el cuerpo. Recurrir a los argumentos,
como se suele hacer, no sirve para nada en este caso. Es necesario
insistir sobre las prohibiciones y las prescripciones.
Hay que imponer la idea siguiente: «Mientras haga esto, es- tárá
así.»
Con este fin será bueno utilizar las publicaciones médicas donde
abundan indicaciones de este estilo: «Lea tal o cual página de este
libro.» Todo lo que viene impreso le impacta más que una simple
palabra; la transformación se realizará conforme a las indicaciones.
Una persona del tipo 2 sufría de úlcera de estómago. Tomaba sin
cesar gelatina y toda clase de medicamentos, probando unos y otros.
Noguchi le dijo: «La úlcera de estómago ya-no está de moda. Si usted
quiere estar enfermo, no hay nada como la gota. La gota es la
enfermedad de los reyes. Para tener la gota es necesario llevar
verdaderamente una vida de lujo. La úlcera es una enfermedad de
pobres. Comiendo cosas incomestibles se destroza el estómago.»
Y entonces empezó a tener los síntomas descritos en el libro. Sus
dedos se doblaban con dificultad. El cambio de valores se había
operado. Había olvidado completamente su úlcera o su cáncer. Ya ni
hablaba de ello. Se ha especializado en el lujo.
El hombre es el único animal que utiliza su cerebro de manera
intensiva y exclusiva. Merced a su actividad hemos creado valores
inexistentes al estado natural. Hemos formado un ideal de hombre tal
como debería ser. Pero el hombre tal cual difiere ampliamente de este
último.
En lugar de servirnos de nuestro cerebro, somos frecuentemente
avasallados por él. Nuestra lógica data del tiempo en que la
causalidad física se imponía como una verdad inmutable. Nuestro
conocimiento del hombre es el resultado de la suma total de los
aspectos seccionados de su conjunto. Es, por así decirlo, la geometría
del hombre. El hombre es como algo estático. Desde el punto de vista
del Seitai, el hombre representa una modalidad de movimiento,
particular de cada individuo.
Una serpiente sólo puede avanzar torciendo su cuerpo. El caballo
avanza de frente y no puede desplazarse de lado a menos que haya
recibido un entrenamiento especial. La diferencia del movimiento se
debe a una estructura corporal distinta. En el hombre la diferencia
estructural no es tan grande, pero existe. Como ya he dicho, existen
28 La prisión mental
cuellos gruesos o finos, fémures largos o cortos. Tendré la ocasión de
volver sobre el tema más en detalle.
Debería hablar de diferencias de terreno en lugar de diferencia
estructural. La diferencia de terreno se refleja en el comportamiento,
la mentalidad, los andares, etc. En el caso del hombre, todo acto
consciente va precedido por algo.
Este algo indefinible no puede ser comprendido ni por la
psicología donde el cuerpo está ausente, ni por la fisiología, donde lo
mental está ausente. Existe antes de la separación del alma y el
cuerpo.
Es posible que la descripción que acabo de realizar sobre el grupo
cerebral pueda escandalizar a bastantes europeos, pues pueden sentir
una ofensa a la infalibilidad de la inteligencia. Existe un ámbito donde
la inteligencia no interviene: el sueño.
Me abstengo de extenderme sobre el aspecto teórico del sueño, tal
como la naturaleza de este fenómeno, o la función o la finalidad de
esta actividad física. Subrayaré simplemente que el sueño no es
independiente del terreno donde se produce y que refleja el estado de
este terreno.
En el grupo cerebral el sueño corresponde a un fenómeno de
sublimación cerebral. Entre el tipo 1 y el tipo 2 la diferencia se
manifiesta por el contraste entre el activo y el pasivo. El tipo 1 sueña
con volar por los aires, nadar en el agua, perseguir a alguien con un
bastón o tirarse al agua. El tipo 2, sin embargo, sueña con ser
perseguido, atacado,, con tropezar, caer en un agujero, precipitarse
por el vacío, etc. Son sueños que endurecen el vientre.
Si una mujer sueña con tirarse al agua, esto corresponde en este
caso a un deseo de embarazo. El vuelo por los aires revela el deseo de
un acto sexual.
El grupo cerebral se acuerda de los sueños. El tipo 1 recuerda
exactamente las formas y el desarrollo de los acontecimientos.
Algunas veces se acuerda también de los colores. El tipo 3 recuerda
los colores, pero la forma y la sucesión de las ideas se le escapan. El
tipo 5 y el tipo 7 olvidan sus sueños.
El caso del tipo 9 sobrepasa el marco ordinario del sueño, pues
confunde el sueño y la realidad.
Así es muy posible que una mujer del tipo 9 diga a su marido: «Te
paseabas con una mujer bonita y fingías no reconocerme cuando te
hice una seña.»
La prisión mental 29
Por mucho que proteste el marido de su inocencia preguntándole
cómo, cuando, dónde, con quién, sus argumentos serán ineficaces
para hacerla salir de su sueño. Es posible que se pase toda la mañana
refunfuñando y que mantenga a su marido en una atmósfera de
acusación.
III
CONCEPTO Y
NO-CONCEPTO
En la práctica del movimiento regenerador hay un ejercicio
llamado «respiración por las manos». Se juntan las dos manos delante
de la cara y se inspira por la punta de los dedos, y se espira o bien por
la punta de los dedos o bien por las palmas. ¿Es posible respirar por
las manos? No lo sé. Pero digo, hacer como si esto fuera posible.
Además esta respiración se visualiza, es decir, se representa
mentalmente. No se trata de inspirar y espirar ruidosamente por la
boca, se respira normalmente. A medida que la concentración se
intensifica, la respiración se vuelve tranquila y profunda.
Juntar las manos es ya un medio para facilitar la concentración. No
es, por lo tanto, una condición absoluta. Doy esta capacidad a la gente
que admite honradamente el hecho de que están lejos de alcanzar la
concentración deseada. La concentración en este ejercicio es de
carácter neutro y no tiene otra meta que la concentración en sí misma.
Al cabo de algún tiempo cada uno constata que, en efecto, las
manos han cambiado. Se vuelven manos que respiran. Poco a poco
esto es tan natural que ya uno no se hace más preguntas. Lo que yo
pido es el acto y no la explicación del hecho.
Esa actitud, sin embargo, no satisface el espíritu occidental, sobre
todo cuando uno no tiene la experiencia directa. La falta de
explicación desconcierta a menudo a los europeos dominados por el
deseo de encontrar un sistema de referencia antes de todo acto. Tengo,
por lo tanto, que dar mi opinión; si no, harán tantas interpretaciones
que pueden alejarnos de la verdad.
La palabra «respiración» que he adoptado para representar la
palabra Ki, no significa respiración. Mis tentativas de explicación
en artículos precedentes son suficientemente claras, aún siendo
30 La prisión mental
suficientemente oscuras para entendernos al menos sobre este
punto.
La necesidad de comprender, clasificar en un sistema de re-
ferencia, ha llevado a la gente a equivalentes en su vocabulario:
magnetismo, fluido, impulso vital, libido, y ahora tendríamos que
añadir el «psi» de la física y el «psi» de los parapsicólogos
investigadores.
La evolución del pensamiento occidental en este campo es
extremadamente interesante, pero antes de entrar a examinar esta
evolución deseo precisar algunos puntos que me parecen
esenciales.
Primero, el Ki no es una idea obtenida después de un esfuerzo
intelectual de inducción. El Ki es primario. Es lo que sentimos
anteriormente a toda reflexión. Es también lo que nos hace actuar y
reaccionar, voluntaria o involuntariamente, consciente o
inconscientemente. Sobre este punto de vista, todo el mundo tiene
Ki, sin que ello dé lugar a discusiones sabias para saber si existe
como sustancia o como ondulación. Es un término neutro utilizado
para constatar un estado. No es un concepto que analizamos y
generalizamos. Es un no-concepto.
Este término neutro permite colocarnos sobre un punto de vista
intuitivo. Es, por lo tanto, intelectualmente hablando, una » posición
muy ingenua. Pero tiene la ventaja de liberarnos de cualquier
preocupación teórica para ponernos en contacto con la experiencia
inmediata.
El Ki puede ser de todas las formas: tranquilo, agitado, irritado,
alegre, triste, agresivo, amable, dulce, melancólico, abierto, cerrado,
acogedor, hostil. Puede ser dirigido, concentrado localizado,
polarizado, dispersado, bien repartido o bloqueado.
No se trata, por lo tanto, de un poder oculto que tendrían
algunos individuos dotados. El Ki se constata a través de hechos
muy comunes.
Un día un hombre pasaba por una calle al lado de una gran
tienda en Tokio. Llevaba cogido de la mano a su hijo
cuando vio un objeto caer desde muy alto sobre ellos. Su hijo gritó:
«¡Papá! ¡Cuidado!, algo cae», e intentó tirar de él. Pero su padre no se
movió, estaba totalmente absorto en su cálculo matemático: «Si un
objeto cae de esa altura, ¿cuál será su velocidad al llegar al suelo?»
El objeto le hirió, pero su hijo se salvó a tiempo, soltando la mano
Concepto y no-concepto 31
de su padre. Nunca comprendió por qué su padre se había quedado
ahí, tontamente.
Cuando el Ki está localizado en el cerebro, este último trabaja, en
detrimento del resto del cuerpo.
El Ki es intenso cuando uno es joven. Se debilita con la edad. Ya
no existe a la muerte.
Partiendo de este fundamento no intelectual, sino intuitivo y
directo, el desarrollo del Ki en las artes japonesas toma un cariz muy
distinto al de occidente en su tendencia actual: la búsqueda de la
verdad abstracta y general.
En el aprendizaje de un arte japonés siempre se habla del «kokyu»,
que es el equivalente propiamente dicho de la respiración. Pero esta
palabra significa también habilidad manual, para hacer algo, maña.
Cuando no se tiene «kokyu» no se pueden llevar a cabo las cosas de
una manera satisfactoria.
Un cocinero necesita del «kokyu» para utilizar correctamente su
cuchillo, y le ocurre lo mismo al obrero para con sus herramientas. El
«kokyu» no se explica, se adquiere.
De joven vi a un obrero trabajar con su destornillador sobre
máquinas oxidadas. Yo intenté desatornillar, pero fue en vano, dado
su estado de oxidación. A él no le planteaban ningún problema,
desatornillaba fácilmente no porque fuera más fuerte, sino porque
tenía el «kokyu».
Cuando se adquiere el «kokyu» se tiene la impresión de que las
herramientas, las máquinas, los materiales hasta entonces
«indomables» se vuelven de repente dóciles y obedecen a su mando
sin oponer resistencia.
El Ki, el «kokyu», la respiración, la intuición, he aquí los temas
alrededor de los cuales giran las artes y los oficios del Japón.
Constituyen el secreto profesional y no es porque se quiera guardar
como patente de invención o como receta de medio de sustento, sino
porque es intransmisible intelectualmente.
La respiración, palabra maestra, es el secreto supremo del
aprendizaje.
Los mejores discípulos son los únicos que lo consiguen después
de años de esfuerzos constantes.
Se dice que un maestro de arte marcial al cual ladran los perros no
es un buen maestro. Los franceses saben hacerlos callar dándoles un
terrón de azúcar. Es una astucia, un truco, pero no es el «kokyu»,
32 Concepto y no-concepto
respiración, que es otra cosa.
En el M.R. (movimiento regenerador) hacemos lo contrario de la
tradición: empezamos por el secreto supremo, sin preámbulo.
El Ki, como se acaba de ver, no ha sido objeto de una búsqueda
académica. Pero a modo de postulados científicos intento formular
algunos principios elementales:
Primero: El Ki precede a todo fenómeno vital.
Este postulado nos invita a conceder una gran importancia a este
campo oscuro, invisible, todavía flotante, anterior a todo hecho
consumado.
Nos conduce a un punto de vista fundamentalmente diferente al
del hombre anatómico.
El hombre no es concebido como un conjunto de diversas partes
y órganos, sino como un todo, como proyección en el plano
fenomenal de una unidad invisible.
Este unidad invisible no es algo oculto o mágico. Es incluso
verdaderamente corriente. Cuando reconozco a un hombre como, por
ejemplo, Marc, yo no hago el inventario de las distintas partes de su
cuerpo. Si pierde un brazo o las 2 piernas, si se le quita el estómago ó
el apéndice, no deja de ser Marc. No es por ’ello que tengo ante mí
una fracción de Marc. Este mismo Marc existía ya desde la
fecundación del óvulo en el vientre de su madre, aunque aún no tenía
ni cabeza ni piernas, ni siquiera un nombre. Es esta unidad invisible
que trabaja a lo largo de la vida del individuo absorbiendo, en la
medida de sus necesidades, lo que le es necesario y rechazando lo que
le es inútil.
La ciencia enumera los elementos necesarios para mantener la
vida: el aire, el agua, diversos minerales, las vitaminas, etc.
Son necesarios, pero no suficientes. Cuando la unidad invisible ya
no trabaja, y el Ki desaparece, ya no se absorben estos elementos. Es
por eso que morimos, aunque estemos en el aire más puro, con el agua
más potable y con los alimentos mejor escogidos.
El reconocimiento de esta unidad invisible no es del dominio de la
ciencia, sino de la filosofía.
Segundo: El Ki es contagioso.
Se sienten, por ejemplo, diversos estados del Ki que se manifiestan
entre los individuos: la calma, la agitación, el nerviosismo, la alegría,
la melancolía. Se sabe que estos estados afectan a las personas que se
encuentran en la zona de influencia, pero esta transmisión no se
Concepto y no-concepto 33
produce como en una relación de causalidad. No existe ninguna
certeza mecánica. Cuando se-siente, se siente. Es más que una certeza.
En el momento en que se quieren probar los estados del Ki apoyándo-
se sobre piezas de convicción, entonces todo se desnaturaliza.
André trabajaba en el mismo despacho que yo en Tokio y se me
adelantaba de vez en cuando para ir al servicio. Cada vez que iniciaba
este gesto me decía, en una postura de alivio, y lanzándome una
mirada maliciosa:
—Sabes, se dice que un buen perro hace mear a otros siete.
Es un buen perro, lo reconozco. Quizás lo sea yo también, porque
el número de personas que hago bostezar desde que estoy aquí
(europa) sobrepasa ampliamente las siete.
Creo que estas observaciones preliminares bastarán para situar un
poco esa cuestión del Ki, en relación con las ideas occidentales.
Queda por saber cómo estas ideas occidentales han evolucionado
a lo largo de los últimos siglos.
El apogeo del racionalismo occidental se sitúa en la primera mitad
del siglo XIX. Después de despegarse de la cosmogonía teológica, la
ciencia ha encontrado por fin su sistema de explicación del universo.
La física de Newton se ha convertido en un edificio monumental cuya
perfección iguala a la del Parte- nón. El hombre ha adquirido el
conocimiento de las «leyes de la naturaleza». Capacitado en este
conocimiento, podrá suscitar a voluntad fenómenos que
antiguamente atribuía únicamente a la buena voluntad de un ser
supremo. Ha dejado de ser pasivo, ya que su poder le permite intentar
la conquista de la naturaleza cuyos secretos ha descubierto ya. La
física estaba en la cabeza del pelotón, las otras ciencias seguían su
ejemplo. La causalidad es la regla gramatical que esclarece el sentido
del misterio.
El clima de esta época explica algunas tendencias que prevalecen
aún entre los occidentales: la búsqueda del conocimiento, el deseo de
poder por medio del conocimiento intelectual.
La física de Newton nos ha revelado el mecanismo de un universo
en el cual ningún fenómeno se produce sin que haya una realidad
tangible que le provoque de una manera directa. Es la ley de la inercia.
De ahí se deduce que debemos excluir toda posibilidad de una
interacción a distancia si uno quiere evitar hacerse llamar brujo.
Sin embargo, existen fallos en el sistema newtoniano. Para
empezar es imposible explicar lo que es el magnetismo. Es una
34 Concepto y no-concepto
interacción a distancia. Vaya mentira más grande, tan grande que ni
siquiera se cuestiona, es la gravitación. Cuando Kepler sospechó la
posibilidad de tal interacción, Galileo lo rechazó como si fuera una
fantasía oculta. El genio de Newton fue preciso para hacerla aceptar.
Dijo: «No hago hipótesis.» Pero, ¿hay acaso mayor hipótesis que la
gravitación?
El universo newtoniano es un pequeño sistema con el Sol ,en el
centro y algunos planetas gravitando a su alrededor, pequeño con
relación al universo tal como lo conocemos hoy, con galaxias y un
número indeterminado de sistemas solares similares al nuestro. Pero
es ya más grande que el universo de Dante, donde el centro se sitúa
enjerusalén.
Con Newton empieza la ciencia moderna que rompió defi-
nitivamente con la física cualitativa de los antiguos griegos. Todo
debe ser explicado por ecuaciones y probado por experiencias. Las
cosas existen por sí mismas, independientemente de nuestras
percepciones.
El descubrimiento de la velocidad de la luz, a mitad del siglo XIX,
ha hecho tambalear el sistema newtoniano. El universo deja de existir
simultáneamente. Ya no podemos decir: tal estrella existe porque yo
la veo y todo el mundo la ve. Si la luz tarda tantos años en llegar hasta
nosotros, es posible que la estrella exista o no en el momento en que
la vemos.
La nueva perspectiva es tan distinta a nuestros hábitos mentales
que no podemos representarla fácilmente en nuestro espíritu.
Para nosotros, el espacio y el tiempo son ideas muy distintas una
de otra. El espacio debe existir enteramente y situarse sobre el eje del
tiempo, como el mundo de ayer y el mundo de hoy.
En el nuevo universo galáctico donde entra en juego la velocidad
de la luz, el tiempo ya no es independiente del espacio. El tiempo y el
espacio entran, íntimamente ligados, en la constitución del universo.
La relatividad de Einstein fue acogida con entusiasmo porque
proponía un sistema explicativo mejor adaptado que la física de
Newton a este extraño universo. La relatividad exige que la velocidad
de la luz sea constante, sea cual sea la dirección que toma desde el
sistema de donde emana. Esta constancia fue demostrada ya
experimentalmente por Michelson y Morley. ¿Es perfecta la teoría
relativista? Las experiencias reanudadas después en el siglo XX
parecen invalidar esta constancia. ¿Es falsa la teoría? ¿Está
Concepto y no-concepto 35
desacreditada?
En todo caso los sabios encuentran la física de Einstein superior a
la de Newton, pero no dicen que representa la verdad absoluta. La
bomba atómica no puede de ninguna manera encontrarse en la
prolongación de la física clásica.
Es curioso constatar que la aprobación de una teoría no es
únicamente el resultado de un deseo de verdad. Entra en juego el
deseo estético de elegancia. Sin una fórmula aparece demasiado
complicada en su forma, no despierta la imaginación. «Abortará.»
Existe un número incalculable de «abortos» de teorías tanto para los
investigadores como para los profanos en los temas más diversos.
Durante dos mil años, desde el tiempo de los antiguos griegos, las
órbitas planetarias eran representadas por círculos perfectos hasta el
día en que Kepler descubrió que son elipsoidales. La razón de esta
persistencia: el círculo es más elegante que la elipse.
Aunque el sistema de coordenadas ha dado una media vuelta
completa, es difícil deshacernos de nuestras antiguas costumbres. A
no ser que uno sea un astrónomo que se ocupe de las distancias de
millares y millones de años-luz, el mundo existe, la silla existe, tales
como los vemos, tales como los tocamos.
El mundo en el cual vivimos es demasiado pequeño para que
necesitemos tener en cuenta la velocidad de la luz. El sistema
newtoniano debe sobrevivir con la geometría euclidiana, y también
con la causalidad de interacción sustancial entre las masas.
Por lo tanto, la causalidad tiene validez en la vida cotidiana. Si se
deja caer un plato sobre un suelo duro, sea intencionadamente o sea
involuntariamente, es inevitable que se rompa. Dado A, se produce
B. Queda por saber por qué y cómo se ha dejado caer.
Si embargo, la causalidad no es la única regla de la gramática
científica. No se pueden tratar todos los fenómenos bajo el aspecto de
interacción mecánica entre las masas sólidas. Tenemos también el
caso del gas y del líquido donde es prácticamente imposible seguir el
comportamiento de cada molécula. Esto lleva a considerar sólo unos
resultados globales. La causalidad pura tiene que dejar lugar a la
probabilidad, susceptible de tratar el conjunto de acontecimientos
futuros e inciertos.
En el siglo XX, con el progreso de las investigaciones atómicas, la
causalidad deja de ser el principal instrumento de trabajo. Todavía a
principios de siglo se presentaba el átomo a imagen del sistema solar,
con los protones y neutrones formando el núcleo, y los electrones
36 Concepto y no-concepto
girando alrededor de este núcleo como los planetas alrededor del Sol.
Pronto se descubre que estas partículas elementales, constituyentes
últimos de la materia, tienen un comportamiento curioso. Unas veces
se comportan como corpúsculos y otras como onda. Esto es to-
talmente contrario al buen sentido. Una bola de billar no actúa ora
como una bola de marfil, ora como una onda. Si se admitiera tal
fantasía no se podría jugar al billar.
La masa, sustancia sólida según la física de Newton, es hoy, según
la fórmula de Einstein E = me2, el equivalente a una cantidad de
energía concentrada.
Hay también un aspecto que no se tenía en cuenta en el estudio de
fenómenos en el siglo pasado. Es el papel del observador. Tácitamente
se admira que cualquier cantidad podría medirse con la exactitud
deseada, a condición de tener un buen ojo y un instrumento de
precisión.
Aún se beneficia de este principio. La administración ejerce un
control severo sobre los instrumentos de medida de manera que no
nos puedan robar los comerciantes al comprar un kilo de patatas.
¡Cuántas trampas se hacían en los tiempos feudales en el Japón! El
señor utilizaba una caja más grande para coger el arroz a los
campesinos y una caja más pequeña para pagar a sus empleados.
Se ha comprobado que a nivel microcósmico de los átomos, es
imposible concebir un instrumento que sea capaz de medir las
partículas elementales sin influenciar su comportamiento.
Se ha acabado por admitir la incertidumbre como una verdad
científica, cosa inaceptable desde el punto de vista determinista del
principio del siglo XIX.
El principio de incertidumbre de Heisenberg enuncia que es
imposible determinar con precisión y al mismo tiempo la posición y
la velocidad de un corpúsculo en mecánica infra- atómica. Si se
transpone este principio sobre un plano más familiar, es como si se
filmara un corredor sobre la pista. Si la cámara está fija se capta todo
el segundo plano, con los espectadores y sus gestos, pero el corredor
pasa como un bólido sin que se pueda captar nítidamente la expresión
de su cara. Si por el contrario se quiere saber quién es el corredor y
mirar la mueca que hace, es necesario desplazar la cámara a la
velocidad del corredor. Entonces todo el segundo plano es borroso.
Así, todo lo que se confirmó a principios del siglo XIX el sentido
de lo real, las leyes de la naturaleza, la causalidad, el espacio y el
tiempo, sirviendo de coordenadas inamovibles del universo, es
Concepto y no-concepto 37
invalidado por el estudio mismo de fenómenos físicos, estudio
llevado más a fondo.
La cuestión es muy grave, ya que perdemos así el fundamento
mismo de nuestra lógica.
Ya no sabemos lo que es el verdadero sentido del buen sentido.
Cuando se proyecta un electrón sobre una pantalla agujereada, se
producen interferencias características de dos ondas que se chocan.
Hay que admitir que el electrón ha pasado por dos agujeros a la vez,
lo que viene a ser cómo admitir que una piedra lanzada puede romper
los cristales de dos ventanas colocadas una al lado de la otra, o que
un asesino puede penetrar en la casa por la puerta de delante y a la
vez por la de atrás.
Si el autor de una novela policíaca da esta solución al misterio de
un crimen, poco tardará el lector en tirar la novela al cubo de la
basura.
Sin embargo, los investigadores que emiten tales ideas paradójicas
son galardonados con el premio Nobel.
38 Concepto y no-concepto
IV
EL CAMPO PSI
En la segunda mitad del siglo XX se produce un curioso fenómeno:
el acercamiento de la física, ciencia exacta por excelencia, y la
parapsicología, recién llegada al terreno de la ciencia.
Hay que decir que la física es cada vez más oculta en su manera de
pensar, desafiando el buen sentido. En cambio, la parapsicología se
acerca más y más a la ciencia exacta con sus sistemas matemáticos de
control.
Se conoce la ley de los grandes números. Cuando se han agotado
todos los recursos para decidir lógicamente qué partido tomar,
jugamos a cara o cruz. Es el golpe de suerte quién decide y se supone
que debemos respetar el azar. Se atribuye a la providencia o bien se
quiere evitar el tomar la responsabilidad de la decisión. En principio,
no se debe repetir la misma operación, ya que cuanto más se repita,
más perturbador es el resultado. La ley de los grandes números
enuncia que cuanto más se repite la operación, más se aleja el azar y
las oportunidades se aproximan a la probabilidad, es decir, 50% cara
y 50% cruz; o sea, qué no podemos decidirnos ni en pro ni en contra.
Admitido esto teóricamente, queda por saber si sucede así en la
realidad.
Las innumerables experiencias llevadas a cabo por el doctor Rhine,
de la Universidad de Duke, Carolina del Norte, y sus colaboradores,
desde el año 1930, han llegado a una conclusión bien diferente. No
creo tener que insistir sobre el rigor con el que han ejecutado su trabajo
lejos de la intimidad de las sesiones de médiums donde la opinión se
divide entre los que creen en ello y los que no ven ahí más que
credulidad. Es la atmósfera esterilizada del laboratorio. No se trataba
de la voz de la tía difunta que hablaba saliendo de ultratumba. Eran
miles de personas, alumnos de liceos u otras que participaban, sin
previa información del fin de las experiencias. Me abstengo de
El campo psi 41
explicar las precauciones minuciosas que han sido tomadas con el fin
de eliminar cualquier posibilidad de trampa.
La experiencia Rhine consiste en una especie de telepatía. El
emisor y el receptor están situados en habitaciones separadas y se
trata de adivinar los cinco signos marcados sobre unas cartas
llamadas Zener. La probabilidad de una respuesta acertada sobre la
totalidad es, por lo tanto, de una sobre cinco.
Si se obtiene sobre un total de 100 respuestas, 22 aciertos en lugar
de 20, es decir, un 10% más que la probabilidad; esto no tiene nada
de particular. Pero si siguiendo la prueba se obtienen 220 respuestas
acertadas en lugar de 200 sobre un total de 1.000, el resultado
empieza a ser intrigante ya que no habrá más de una posibilidad
sobre seis para que se produzca tal resultado. Si se continúa
obteniendo un 10% más de probabilidad sobre un total de 5.000, sólo
habrá una posibilidad sobre 2.000. Si ocurre lo mismo sobre un total
de 10.000 habrá una posibilidad sobre dos millones. Si el número de
pruebas sobrepasa el millón, con un aumento del 10% sobre la
probabilidad, sería lógico admitir que en el resultado existe un ele-
mento distinto, aparte del puro azar. La ley de los grandes números,
teóricamente cierta, no se puede aplicar.
La experiencia Rhine es muy sencilla en principio y con ca- •
rácter muy primario. Pero tiene la ventaja de imponerse directamente
a la lógica. ¿Qué es más lógico: rechazar los hechos en nombre de la
lógica o admitir los hechos buscando una nueva lógica? Las
controversias del principio que habían dividido la opinión de los
sabios han acabado con el reconocimiento frente al rigor incontestable
de los hechos obtenidos.
Queda por saber: ¿Cuál es el factor que desvía el cálculo de
probabilidad y que actúa a pesar de la ley de los grandes números?
¿Es la voluntad, la intuición? Son palabras que no ali- , vían la
insatisfacción intelectual provocada por esta situación.
El doctor Rhine ha adoptado la expresión «campo psi» para
explicar la percepción extrasensorial.
La física ha recurrido en muchas ocasiones a la palabra campo,
como campo magnético, campo eléctrico, campo de gravitación, etc.,
expresando así un espacio donde se produce cierta interacción sin
contacto material. «Psi» es la letra 23 del alfabeto griego. ¿Se hace
alusión a la palabra «psiche»? No lo sé.
42 El campo psi
En todo caso, el término «campo psi» deja toda libertad de in-
terpretación, gran ventaja con relación a palabras como magnetismo
animal, u ondas electromagnéticas, o cualquier otra cosa, que definen
de antemano lo que hay que dilucidar.
Lo que la física clásica nos ha enseñado al principio del siglo XIX
no estaba muy alejado de lo que sabíamos por nuestra experiencia
cotidiana, incluso si no éramos capaces de encontrar fórmulas
abstractas, generales, apoyadas con precisiones matemáticas.
La palabra «sobrenatural» sobreentiende que todo lo que es
natural lo explican las leyes de la naturaleza que se supone
conocemos. Fue la época de lo racional, de la lógica. Por muy
complicado que pueda parecer el mecanismo de la naturaleza siempre
se puede llegar a conocer, partiendo de lo que perece evidente a
nuestro buen sentido.
Desde la segunda mitad del siglo XX, la física moderna muestra
aspectos que son verdaderos desafíos a nuestro buen sentido. A nivel
infraatómico, la materia deja de existir. La mecánica clásica, basada
sobre la interacción de sustancias sólidas, ya no interviene. La materia
se vuelve proceso, totalmente convertible en energía. Al principio del
siglo, Max Planck ha descubierto que la manifestación de la energía no
presenta un valor continuo. La naturaleza, por lo tanto, ha dado un
salto. La mecánica cuántica que reemplazó la mecánica clásica, en lo
referente a investigaciones atómicas, no es una mecánica de inter-
acciones sustanciales, sino de campos.
El campo es un «no lugar», es decir, un espacio desprovisto de
propiedad física, donde se manifiesta un sistema de fuerzas. Se le ha
llamado campo psi, a semejanza de los campos de gravitación o
magnéticos. El campo psi es el sustrato inmaterial de la materia. Este
término coincide curiosamente con el campo psi parapsicológico.
En el siglo XIX, la materia existía de una manera sólida e
indomable. La lógica era determinista. En el siglo XX ya no se puede
mantener esta postura y la lógica acabó siendo proba- bilística. En la
segunda mitad del siglo la lógica raya «lo oculto» al volverse tan vaga
e incomprensible. Ya no se parte de algo evidente, sino de hipótesis.
Es cierto que no se admite cualquier hipótesis gratuitamente. Es
necesario que una hipótesis sea probada por el resultado de
experiencias. Pero una hipótesis siempre es una hipótesis.
Como decía Feymann: «La ciencia consiste sólo en decir lo más
probable o lo menos probable y no en probar incesantemente lo
El campo psi 43
posible y lo imposible. La ciencia, renunciando a su absolutismo, ha
pasado a ser relativa.»
El número de partículas elementales que se han descubierto desde
hace algo más de una generación sobrepasa varias decenas.
Un ejemplo: el neutrino. Es una partícula fantasmal, es decir, que
no tiene virtualmente ninguna propiedad física, ni masa, ni carga
eléctrica, ni campo magnético. Un neutrino procedente de una
nebulosa lejana puede atravesar a la velocidad de la luz, de parte a
parte, todo el globo terrestre sin encontrar resistencia. Si no encuentra
resistencia no es posible captarlo, salvo en el caso en que choque
frontalmente con otra partícula de la misma clase.
Hubo que esperar veinticinco años para probar su existencia,
predicha teóricamente en 1930 por W. Pauli.
A partir del neutrino se ha llegado a imaginar toda clase de
partículas que actuarían sin problema como lo hace el pensamiento.
Son hipótesis seductoras, ya que si poco a poco vamos despojando las
partículas de sus propiedades físicas, dejarán de ser materiales y
pasarán a ser espirituales. Así Firsoff, astrónomo inglés, propone
suponer la existencia de «mindons» (mind —mental— y n —sufijo—
), partículas elementales de materia mental que podrían ser regidas
por leyes diferentes de las del mundo físico: entre otras cosas, dotadas
de una velocidad muy superior a la de la luz.
La velocidad máxima que se podía concebir en el mundo físico,
hasta los años 1950, ha sido la de la luz. Ahora ya no nos molesta
pensar en cualquier velocidad, cosa que puede echar por tierra toda
nuestra concepción del espacio y el tiempo.
Desde 1930 se empieza a imaginar partículas con «masa negativa»,
que P. Dirac, de Cambridge, llamó «antielectrones», y C. Anderson,
del Instituto de Tecnología de California, «positrones». Estas
partículas tienen un comportamiento diametralmente opuesto a los
electrones normales.
¿Qué hubiera dicho Newton si hubiera visto en el mismo instante
caer una manzana de la rama de un manzano y otra manzana idéntica,
salir de no se sabe donde y subir del suelo a la rama, fijándose a ella
definitivamente?
Después se descubrió que no sólo los electrones, sino todas las
partículas, tienen como pareja sus antipartículas. La materia hace
pareja con la antimateria.
El encuentro entre la materia y la antimateria produciría el
aniquilamiento de las dos: la manzana con la antimanzana, la casa con
44 El campo psi
la anticasa, el Buddha con el anti-Buddha, la tierra con la antitierra, el
sistema solar con el antisistema solar, el universo con el antiuniverso.
Todo puede destruirse instantáneamente.
En 1949, R. Feymann expone la idea de que el positrón 110 es más
que el electrón normal que retrocede en el tiempo, aunque sea sólo
una fracción infinitesimal de segundo. Ocurriría lo mismo con las
otras anti-partículas.
He aquí un duro golpe para nuestra concepción del tiempo. El
tiempo ha sido hasta ahora el único eje que presentaba sólo un sentido
único. Si el tiempo transcurriese del futuro al pasado, ¿qué sería de la
causalidad? No se diría: tal causa, tal efecto. El efecto se produciría
primero y luego se remontaría a la causa. Semejante reflexión hace
vacilar la base misma de la causalidad. La causalidad es un arma
potente en virtud de la cual Occidente se permitió imponerse toda
clase de prohibiciones. Si bebes serás un alcohólico. Por lo tanto, no
hay que beber.
Souen Tseu, estratega chino del siglo VI antes de nuestra era,
expone un curioso argumento: primero eres vencedor, después libras
la batalla. Aunque esto parezca absurdo, me parece más verdadero
que la realidad cuando pienso en las escenas del matrimonio. Si el
marido es soberbio a los ojos del público es que, en general, es más
débil que su mujer: trabaja en él la compensación.
Total, no sé ya ni de qué hablo. Pero en todo caso, según Adrián
Dobbs, se ha conseguido concebir dos dimensiones temporales: una,
determinista tal como la concebimos, y la otra, probabilista, que se
acomoda bien con la teoría física de los quanta, y además permite una
justificación de orden físico a los fenómenos parapsicológicos, como la
telepatía o la premonición.
Dobbs intenta el acercamiento entre dos ámbitos que pertenecían
antes a órdenes totalmente separados, uno físico y materialista, otro
psicológico y humano, apoyándose en trabajos de Jhon Eccles,
fisiólogo. Cyril Burt, psicólogo, emite la hipótesis de los «psichones»,
especie de partículas, configuraciones que explicarían nuestra
actividad mental. Dobbs propone los «psitrones» como partículas
mensajeras, que actúan en la segunda dimensión temporal
probabilista de manera que nos proporcionan información sobre el
porvenir que aún no está determinado.
La información, que no es objeto de estudio en la física
newtoniana debido a su inexistencia material, parece encajar en la
física moderna en el momento que ésta se ocupa de «masa negativa»,
El campo psi 45
«masa imaginaria» y «transición virtual», que no existen en el sentido
clásico de la palabra.
Los psitrones, según Dobbs, actuarían como un enjambre de
partículas con masa imaginaria, que constan de un conjunto de
potencialidades virtuales sobre las neuronas de un sujeto
particularmente receptivo, comunicándole además de la información
sobre el estado actual del sistema que los emite, las «preformaciones»
de un posible estado futuro suyo. Los psitrones podrían informar
directamente al cerebro del sujeto, sin pasar por los órganos
sensoriales; ocurre de otra manera con los «fotones» que golpean las
retinas para excitar los nervios visuales. Los psitrones pueden
penetrar por cualquier sitio sin encontrar resistencia ya que son de
masa imaginaria y su velocidad no es limitada por la de la luz.
Hipótesis muy seductora, ya que los psitrones podrían servir de
elementos de explicación a nuestra actividad mental, que no está
limitada ni por su velocidad ni por la resistencia material. Podría
explicar la premonición. Por el contrario, explicaría con dificultad la
psicokinesia, interacción del pensamiento sobre la materia, que
cortacircuita nuestro sistema voluntario, que en principio sólo actúa
por mediación de nuestros músculos.
Acabo de describir de manera bastante superficial lo que ocurre en
el terreno de la física moderna y su relación con la parapsicología.
Semejante punto de vista sólo se puede permitir a un profano que
tiene el privilegio de mantenerse a distancia, sin meterse en detalles
excesivos y de extraer sólo los puntos que le interesan.
Para los investigadores el trabajo debe ser muy arduo. Su lenguaje
diferente al de los sabios de hace un siglo es totalmente hermético,
incomprensible, porque no corresponde ya a nuestros hábitos de la
vida cotidiana.
No obstante, un profesor de física no dirá, en clase, que a nivel
atómico los alumnos no existen, ni la mesa, ni la pizarra, los acepta
como si existiesen realmente. En su comportamiento no es diferente
de cualquiera. Si no, tendría que admitir entonces que su salario no
existe, y ni siquiera él mismo.
Respecto a estas investigaciones llevadas muy lejos, ¿qué debo
decir a propósito del Ki? ¿El Ki es una partícula-onda, una especie de
psitrón, de campo, como el campo magnético, el campo
gravitoelectromagnético, el campo parapsicológico o el campo psi
cuántico?
46 El campo psi
¿Qué es el Ki? Pues bien, no lo sé. Dicho de otra manera, si yo lo
supiera, sería falso. En todo caso, el Ki no tiene nada que ver con las
jergas de laboratorio.
Si acaso alguien define el Ki como ondas o campo, deja de ser el Ki.
En cambio, el Ki se siente en su estado primario e inmediato con
todo lo que implica de vago e indefinible. Incluso si el cerebro no toma
conciencia de este estado primario, éste se refleja sobre el
comportamiento del individuo.
Antes de la guerra, Noguchi tenía una casa con su despacho
situado debajo de una escalera. En las casas japonesas, uno debe
descalzarse al entrar y la escalera está hecha de gruesas planchas de
madera de manera que se oyen los pasos de la gente que sube y baja.
Se dio cuenta de que los sonidos se diferencian según que se subiese o
bajase. Acabó por conocer el paso de cada persona e imaginarse al
mismo tiempo la postura con la cual daban el paso. Hasta ahí no hay
nada muy extraordinario, pues hay gente que llega a conseguir este
resultado más o menos por costumbre intuitiva. Su perseverancia
llegó mucho más lejos.
Esta casa fue quemada bajo un bombardeo, y en la nueva casa el
gabinete se encontraba encima de la escalera, lo que le permitió
verificar con sus ojos la postura adoptada por cada persona, postura
que él mismo se representaba mentalmente. Acabó por comprender
que cada individuo tenía su modo particular de andar, sentarse,
levantarse, saludar, etc., y estas particularidades estaban
principalmente relacionadas con la movilidad de las vértebras
lumbares.
Era capaz entonces de adivinar, nada más oír los pasos o viendo
la forma de andar, etc., con qué personas se encontraba: las que tienen
hambre, las que han bebido demasiado, las que suelen dormir dos
veces seguidas, las que tienen prisa, las que están relajadas, las que
tienen preocupaciones, las que están llenas de esperanza, las que
tienen hemorroides, las que tienen diarrea, etc.
La constatación siguiente es aún más sorprendente: las par-
ticularidades en el movimiento, en los andares, en la manera de subir
la escalera, etc., preceden al cambio constatado en el plano fisiológico.
Dicho de otra forma, el movimiento particular del embarazo
precede la concepción. Alguien a punto de estallar en cólera tarde o
temprano, baja la escalera de un modo que anuncia esta explosión.
Todo acto humano se revela en el movimiento antes incluso de la
toma de conciencia de este acto. Sólo nos damos cuenta una vez
El campo psi 47
consumado el acto. Noguchi se interesó cada vez más por lo que
precede al acto y a la toma de conciencia.
¿Cuál es el motor de todo aquello: el movimiento del cuerpo, el
cambio fisiológico? Es el Ki. Participa en el preconsciente. Es un
término que sirve para designar los datos empíricos al estado bruto,
sin pasar por elaboraciones intelectuales. El Ki no es ni un fenómeno,
ni la presencia hipotética de partículas-ondas de cualquier naturaleza.
Si hubiera que darle una fórmula matemática, sería: el Ki = cero y
el Ki = todo.
Si una mujer dice a su amante, con un gran suspiro: «No entiendes
el kimochi femenino», su amante intentará unir el vínculo que está a
punto de romperse entre ellos. Intenta sentir lo que ella no ha podido
expresar con palabras.
Un pasaje así se encuadra muy bien en una novela que cualquiera
puede leer sin romperse la cabeza.
Pero si un hombre dice: «Existen psitrones que influencian las
neuronas motrices de mi córtex de manera que mis brazos quieren
enlazarte.»
Este hombre parecerá un autómata, o será una broma pesada suya.
Todos los términos inventados por Occidente para explicar los
fenómenos psíquicos son de naturaleza intelectual, es decir, del tipo 1,
cerebral activo. Es propio del cerebro tratar de comprender, explicar y
formular hipótesis. Y es también propio del cerebro cansarse de algo
y buscar novedades. Después del magnetismo, las ondas, el mindón,
el psicón y el psitrón; se inventan sin parar palabras.
Nos preocupamos de encontrar un sistema de referencia, clasificar
sobre coordenadas universales, buscar fórmulas susceptibles de
repetición a voluntad. En suma, es la costumbre de la gramática griega
con sus kategorias que se perpetúa en las lenguas europeas.
En cambio, el Ki pertenece a la terminología del tipo 9, intuitivo
activo. Lo usamos para sentir y experimentar, y no para explicar. La
palabra es sencilla, pero se aplica a una infinidad de situaciones. Es
rica y compleja. No necesitamos cambiarla.
Uno de los rasgos que distingue la terminología del tipo 1 y la del
tipo 9 es el valor atribuido a las coordenadas. En la primera el valor es
objetivo y universal. En la segunda, el valor cambia frente al Ki. O sea,
un minuto es demasiado largo, una hora es demasiado corta.
Noguchi se queja de que la gente no sabe llevar un bebé en brazos.
Le llevan como si fuera un paquete, y no como un ser vivo.
Cada ser vivo tiene su ritmo particular que le es agradable. Cuando
48 El campo psi
el bebé está sano tenemos la sensación de que pesa. Si nos parece
ligero, algo le ha ocurrido. Un golpe en la cabeza es extremadamente
peligroso.
¿Cómo saber si es pesado o ligero?
Cuando se le coloca sobre una báscula, su peso objetivo no ha
cambiado. Sólo unas manos sensibles y atentas pueden discernirlo.
El Ki es el amor, es la vida. Pertenece a la sabiduría del cuerpo, este
cuerpo completamente olvidado en Europa a lo largo de su evolución.
El campo psi 49
EL UNIVERSO
CERRADO
Quebrando el esplendor del universo, dividiendo la estructura
de los seres y reduciendo la visión integral de los antiguos, raros
son los que consiguen abarcar las bellezas del universo y reflejar
el verdadero rostro del espíritu.
TCHOUANG TSEU
50 El universo cerrado
corriente. El neurofisiologista canadiense Pen- field sacó como
conclusión que existe en el fondo de cada ser humano una memoria
absoluta, total, aunque normalmente inaccesible.
No me sorprende en nada. Noguchi ya me habló de esta memoria
absoluta. Los sujetos hipnotizados son capaces de acordarse de
detalles ínfimos del pasado vivido, cosas tan insignificantes y triviales
que ni siquiera les habían llamado la atención entonces: una colilla en
el cenicero o un lápiz sobre la mesa, por ejemplo.
Durante el movimiento regenerador puede también que resuciten
recuerdos enterrados, como las secuencias de una película, recortados
sin orden. Pero no hacemos psicoanálisis. Dejamos que surjan. No les
damos mayor importancia. Es más importante dejarlos pasar que
intentar retenerlos.
Uno de los alumnos de Penfield, Delgado, un español, ha
avanzado más en sus experiencias. Un enfermo llevaba en su cerebro
una serie de electrodos conectados a un pequeño aparato de
radiorreceptor fijado sobre la nuca. Apretando discretamente sobre tal
o cual tecla del aparato emisor correspondiente, Delgado suscitaba a
voluntad en el enfermo sentimientos a su elección: la cólera, el miedo,
el hambre, la sed, las ganas de andar, etc. El enfermo se justificaba
alegando razones externas, psicológicas, libres decisiones, cuando sólo
estaba teledirigido por su experimentador.
El hombre es, por lo tanto, una máquina que se puede controlar a
voluntad, o bien por acción bioquímica, o bien por el paso de una
corriente eléctrica. Una conclusión seductora para quienes quieran
gobernar el mundo.
Este tipo de experimentos van siendo cada vez más minuciosos, a
medida que la ciencia progresa y que los medios de investigación se
perfeccionan. Nos conduce desgraciadamente hacia el determinismo
cada vez más consolidado.
Las consecuencias que se derivan de todo ello son, en primer lugar,
una mejor comprensión del mecanismo neurofisio- lógico, pero
después, inevitablemente, la negación total del valor humano.
Si todo acto humano es imputable a una cierta condición
bioquímica o eléctrica, hay que admitir que no somos, de ninguna
manera, responsables de nuestros actos. Hay que perdonar a los
asesinos y el laboratorio debe encontrar el factor bioquímico o eléctrico
que será la causa del crimen.
Si el hombre es sólo una máquina, una especie de molinillo de café,
con la diferencia de ser más complicado, entonces ya no necesita vivir.
El universo cerrado 51
Si se destruyen todos los molinillos de café, sean sencillos o más
perfeccionados, ello no tiene más importancia que la erosión de las
rocas o el rompimiento de las olas.
Esta negación del hombre es el resultado lógico de la orientación
que hemos tomado para sondear el misterio de la naturaleza. Es la
paradoja de la ciencia que nos da la respuesta de conformidad con
nuestra pregunta.
Ahora bien, la contestación ya está incluida en la pregunta, incluso
antes de encontrarla. Así, si preguntamos: «¿No ha mentido usted
jamás en su vida?», llegamos a la conclusión de que todos los hombres
son mentirosos, pues no existe ningún ser humano que no haya
recurrido a este artificio verbal al menos una vez. ¿Qué conclusión
podríamos sacar si invirtiésemos la pregunta?: «¿No ha dicho usted
jamás la verdad en su vida?»
La ciencia se emplaza bajo el imperativo de encontrar ecuaciones
de relación causa-efecto. Estas ecuaciones se llaman unas veces la
causalidad mecánica, otras veces la causalidad bioquímica. Ahora
bien, se sabe que la causalidad mecánica ha dejado de ser absolutista
en la física, aunque es su propio terreno. La probabilidad sobre la cual
nos inclinamos más y más es una ecuación de compromiso. Fuera de
la causalidad y de la probabilidad, la ciencia es impotente para facilitar
otras soluciones.
Un deseo nos impulsa a encontrar ecuaciones infalibles, pero estas
ecuaciones, aplicadas al hombre, muestran una incertidumbre
extrema.
No digo que sea imposible aplicar la causalidad en el hombre. Si
alguien se tira una bala en la cabeza y después muere, admitimos que
existe una relación causa-efecto entre la bala y su muerte. Pero no
siempre es cierto, ya que hay casos en los que el sujeto sigue viviendo,
aún con una bala en la cabeza. Todo depende de un número de
factores más o menos difíciles de determinar: la fuerza del impacto, el
ángulo del golpe, el sitio tocado y, sobre todo, el estado de ánimo del
sujeto.
Un hombre borracho perdido recibió un telegrama anunciándole
su quiebra financiera. Al instante se le quitó la borrachera. ¿Acaso
podemos establecer una relación de causa-efecto entre su telegrama y
el despertar de su consciencia? Si esto fuese posible entonces se podría
reproducir dicho telegrama en grandes cantidades y distribuirlos.
Bastantes matrimonios estarían interesados.
Un día recibí la visita de un amigo que tenía la fama de rechazar
52 El universo cerrado
cualquier bebida alcohólica. No podía ni siquiera soportar el olor.
Aquel día, como tenía sed, pidió un vaso de agua a mi mujer.
Cuando hubo vaciado el vaso, mi mujer le preguntó:
—¿No ha sentido usted nada?
—No. ¿Por qué? ¿Qué ocurre?
—¡Pues bien! He echado algunas gotas de saque en el agua, pero
si no ha sentido nada, tanto mejor.
En realidad no había echado nada en el agua. Pero como insistía
tanto en su rechazo al alcohol, quiso gastarle una broma. Comprobó
que su piel iba enrojeciendo y cuando nos dejó daba pasos inseguros
como un perfecto borracho. El milagro de Jesús transformando el agua
en vino no es una cosa imposible.
Durante la guerra, un oficial japonés azotó con una fusta a un
preso que falleció en el acto. Intrigado, repitió la experiencia y constató
que funcionaba perfectamente. Formuló su comprobación diciendo
que el hombre puede morir por el Ki, sin causa material aparente.
Utilizando cosas menos contundentes que una fusta, por ejemplo,
gotas de agua, se puede provocar la muerte. Estudiantes de una
universidad inglesa tuvieron la idea de hacer un simulacro de proceso
al bedel de la escuela. Se disfrazaron de magistrados y el proceso se
desarrolló conforme a las reglas. El pobre bedel, sentado en el banco
de los acusados, fue atacado por sus numerosas malas acciones. El
veredicto fue pronunciado solemnemente: pena de muerte.
Teniendo en cuenta su antigüedad, se le concedió un favor: en
lugar de la decapitación o el ahorcamiento, se utilizaría el derrame de
sangre para su ejecución.
Le ataron a una silla, le vendaron los ojos y le hicieron creer que
una vena del brazo estaba cortada. Hicieron gotear agua tibia y
empezaron a contar las gotas. Le habían advertido que al cabo de
doscientas gotas, ya no tendría bastante sangre para seguir viviendo.
Cuando llegaron a contar las doscientas gotas, los estudiantes
estaban a punto de soltar una gran carcajada por la broma tan bien
llevada a cabo, comprobaron que el pobre hombre estaba muerto.
¿Se puede acusar de homicidas voluntarios a los que sólo han
utilizado una fusta o gotas de agua?
En el hombre las ecuaciones parecen funcionar, pero un buen día
un parámetro desconocido las echa a bajo todas.
El hombre es un iceberg cuya parte visible parece ceder a nuestra
exigencia racionalista, pero cuya mayor parte sumergida nos reserva
El universo cerrado 53
sorpresas. Lo que sabemos no puede igualar lo que no sabemos. Al
querer saber demasiado, la vida muere. Se puede definir la vida, pero
la vida rechaza cualquier definición.
Sin duda alguna, aprendemos a vivir con el desarrollo de la
inteligencia. Aprendemos a discernir lo que hay que hacer y lo que no.
Si el conocimiento fuera una condición sine qua non de la vida,
ningún recién nacido sobreviviría una semana. Vivimos a pesar de no
saber por qué.
Todo aprendizaje en la vida comienza con el consciente. Sin
embargo, el consciente, sin la ayuda del subconsciente, es impotente.
Aprendemos a manejar un tenedor o palillos. Todo depende de la
costumbre.
Una vez aprendido, el gesto es automático. Ni siquiera prestamos
atención a su ejecución. Nos damos cuenta de la dificultad del
aprendizaje cuando vemos, por ejemplo, a un occidental sin hábito
ponerse a utilizar los palillos por primera vez. Nos puede dar tortícolis
mirándole.
Se crea el hábito cuando la operación iniciada por esfuerzos
conscientes pasa a nivel subconsciente. Se trata de un proceso
descendiente de la información recibida.
Este proceso, conocido por todos los seres humanos a lo largo de
su desarrollo, es no obstante difícil de explicar. Si se piensa en
asimilarlo al mecanismo automático, esto no explica nada. El hábito
y el mecanismo son como el día y la noche. El mecanismo ejecuta el
trabajo siguiendo un plano preestablecido y no admite desviación
alguna, mientras que el hábito tiene en sí una cierta libertad que
permite adaptarse a la diversidad de las circunstancias.
Un tenedor puede ser pesado si es de plata, ligero si es de
aluminio, largo o corto, de tal o cual forma. El alimento a pinchar
puede ser grueso o pequeño, estar situado en el centro o a la derecha
del plato. Uno puede estar sentado sobre una silla alta o baja. La
boca no se encuentra necesariamente en el mismo lugar según se
inclina uno o mire a su convidado. El mecanismo puede ejecutar el
desplazamiento del tenedor con una gran precisión, pero si uno
tiene la mala fortuna de moverse, puede saltarse un ojo.
Los idiomas son una disciplina cuyo aprendizaje es del mismo
orden. La opinión general es que este aprendizaje es un asunto de
memoria.
Después de la guerra, una mujer se puso a aprender inglés con
un profesor que defendía esta opinión. La hacía repetir un cierto
54 El universo cerrado
número de frases hechas tantas veces como fuese necesario para que
la repetición se hiciera automática.
«La estación de Tokio se encuentra a cinco “blocks” más allá.
Girar a la izquierda, y a la segunda a la derecha.»
Un día fue abordada por un americano que le preguntó , dónde
se encontraba la estación de Tokio. Encantadísima de poder poner en
práctica su inglés, repitió automáticamente la frase hecha. Fue sólo
después que se dio cuenta de su error: la estación de Tokio no se
encontraba en absoluto donde le había indicado.
Contrariamente a lo que se cree no son las palabras cultas las más
difíciles de aprender en una lengua extranjera. Los términos
técnicos, las jergas de laboratorio no son más que signos
convencionales para los cuales sólo basta conocer el contenido
intelectual.
Un ingeniero japonés es capaz de hacerse entender por un colega
francés, incluso si los dos hablan un inglés muy chapurreado.
Pueden completar la explicación con gestos y dibujos. La traducción
con ayuda de un ordenador es una cosa posible en estos contextos.
La verdadera dificultad reside en las palabras muy sencillas que
todo el mundo conoce: sí, no, pequeño, grande, caliente, frío, bien,
mal, etc. Son palabras vivas cuyo contorno se difu- mina en un claro-
oscuro inestable.
Decir sí es afirmativo, y no negativo, es de una simplicidad
puramente teórica. Sí puede ser afirmativo, pero puede ser también
un sí enojado, contestatario, desaprobador, y algunas veces más
negativo que el propio no. No puede ser más afirmativo que sí. Para
sentir bien el matiz es necesario tener en cuenta el tono de la voz, el
sexo, la edad, las circunstancias, los contextos.
Es demasiado delicado como para que la inteligencia pueda por sí
sola desenredar las confusiones. Sin la ayuda del subconsciente, esta
reserva insondable de memoria que guarda todas las sensaciones en
su mayoría indefinibles, uno se tropezaría con continuas
equivocaciones. Estas sensaciones indefinibles son del dominio del Ki.
Si todas las palabras sencillas y familiares fueran analizadas con rigor,
hasta en el menor detalle del significado, nos sería casi imposible
hablar, dados los grandes esfuerzos que nos exigiría. Pero hablamos
sin reflexionar ni pensar. Precisamente hablamos porque no refle-
xionamos. He aquí una paradoja eterna: las palabras sirven para
expresar los sentimientos, pero los sentimientos no se pueden expresar
con palabras.
El universo cerrado 55
¿Qué es el subconsciente? En resumidas cuentas es el cuerpo, no el
cuerpo tal como se concibe en la anatomía, una representación del
espíritu, sino el cuerpo con el cual vivimos, el cuerpo que vive. Es el
cuerpo que siente el hambre y la sed, el calor y el frío, que refleja la
alegría y la tristeza, la esperanza y el temor.
Se tiene por costumbre atribuir el proceso de creación a la
inteligencia, al cerebro, como si bastara tener un buen cerebro para
crear todo. El proceso de creación está opuesto al del aprendizaje en el
sentido de que es el trabajo de la información ascendente. Pero, ¿de
dónde viene la información ascendente? Lo ignoramos.
Como la obra artística o científica, se presenta bajo un aspecto
intelectual, ya no se busca más. Pero el cuerpo participa en la creación,
ese cuerpo que se estremece, vibra y palpita con la respiración.
En realidad, la literatura no es más que un cierto arreglo de
palabras; la pintura, de colores, la música de sonidos. Las palabras, los
colores y los sonidos no tienen en sí valores artísticos. Son vehículos
que sirven para transmitir lo que está escondido, lo que hace vibrar el
cuerpo del artista y también el del aficionado.
Hace bastantes años, un crítico de música japonés, Kanet- sune,
hizo una experiencia que provocó un gran escándalo. Pidió a un
pianista que presionara las teclas del teclado y grabó el sonido.
Después puso a caminar a un gato sobre el teclado. Conclusión: no hay
diferencia de calidad entre los sonidos producidos por el artista y los
del gato. Lo mismo se puede decir de un tipógrafo que compone una
obra maestra literaria siguiendo el texto, sin ser por ello un literato.
La inspiración que guía a los artistas para encontrar una fórmula
que puede satisfacerles no es en el fondo diferente del impulso de un
niño que intenta hallar una golosina escondida cuidadosamente por
su madre.
La fórmula adoptada por cada artista para inspirarse es muy
personal. La condición del cuerpo es la que suscita la inspiración.
Schiller sentía el olor de manzanas podridas para trabajar;
Tourgueniev tomaba un baño de pies; Balzac tomaba café, y
Housman, poeta, sentía que llegaba la inspiración, cuando el
'estremecimiento de su piel impedía que funcionara la maqui- nilla de
afeitar. Numerosos artistas pintores gastan todo su dinero cuando han
vendido un cuadro, porque ricos y hartos se sienten burgueses y dejan
de ser artistas.
La condición del cuerpo a la cual me he referido no tiene nada que
56 El universo cerrado
ver con las constataciones obtenidas de un examen médico, que
consiste en aplicar un método al sistema cerrado anatómico. A decir
verdad, no existe una demarcación clara entre lo que es el cuerpo y lo
que no lo es. Llevar un uniforme transforma al hombre en soldado. El
hábito hace al monje. Wagner se vestía con vestidos de señoras para
componer su música. El mal tiempo frena las ganas de hacer de ciertas
personas, pero alborota más a los niños más alborotadores. La bajada
de valores provoca úlcera de estómago a ciertos agentes de cambio y
bolsa.
El cuerpo es todo un conjunto de factores que se reflejan sobre el
plano mental y le limita, de la misma manera que el mental se refleja
sobre el cuerpo.
Así es como Noguchi aconseja a los maridos satisfacer los antojos
de sus mujeres cuando están embarazadas. El embarazo limita su
imaginación. Sin ser mujer, es muy posible que me encuentre en una
situación parecida cuando he bajado del tren en una ciudad cargado
de maletas, por ejemplo. No me siento libre mentalmente hasta, que
no he llegado al hotel para liberarme de ellas.
Continuador de la herencia de la Grecia antigua, el occidental
intenta explicar la naturaleza. Siente la necesidad de descubrir las
leyes que rigen esta naturaleza, porque si no, no sabe ya cómo
orientarse. La ciencia nos ofrece ecuaciones que facilitan la operación
mental. Pero la ciencia no puede aceptar todos los datos sin hacer
una selección metódica. Es su destino desembocar en la
compartimentación. El universo de la ciencia es un universo cerrado,
de representaciones.
El hombre no es sólo un desconocido, sino inconocible. Escapa a
toda ecuación en el momento mismo donde empieza a parecemos
perfecto. Ningún esquema explicativo puede cubrirle totalmente.
Paradójicamente, se conoce al hombre en el momento en que uno se
desembaraza de todo deseo de expli- - cación y le mira a simple vista.
El universo cerrado 57
VI
LA CIENCIA Y
EL INDIVIDUO
Un artículo de Arthur Koestler, publicado en 1961 bajo el título de
Una nueva mirada sobre el espíritu, pone de relieve una cuestión
importante, al menos desde mi punto de vista, a saber: ¿La ciencia es
omnipotente? ¿Si no, dónde está el límite de su competencia?
Este artículo relata sus reflexiones sobre los debates que tuvieron
lugar durante un congreso sobre «el control del espíritu», organizado
por el Centro Médico de la Universidad de California, al cual le habían
invitado a participar. Cada especialidad era representada por sabios
eminentes: neurofisiólogos, psicofarmacólogos, psicólogos, citólogos,
etc.
Susodicho título, «el control del espíritu» (por muy espiritualista
que pueda parecer) no significaba el control del espíritu sobre algo. Se
trataba sólo del control del espíritu por agentes externos: drogas,
lavado de cerebro, propaganda de masas, etc. Por lo tanto, eran
fenómenos pasivos, y por consiguiente, datos científicos.
¿Qué es el espíritu? ¿Existe?. No está mal decir: «pienso, luego
existo», pero esta operación mental como pensar, ¿no es acaso un
fenómeno puramente bioquímico sobre el plano neurofisiológico? Si
es así, la operación «yo pienso» cae desde su altura sublime y se coloca
al lado de cualquier otro fenómeno natural.
Para sentir como es debido la importancia del problema habría que
remontarse quizás en el pasado y ver cómo era la enseñanza de la
escuela de psicología llamada «behaviorista».
Empezó con un artículo de J. B. Watson, profesor de la universidad
de Jhons Hopkins, de Baltimore, publicado en 1913, justo a la víspera
de la Primera guerra mundial; esta escuela ejerció y ejerce aún medio
siglo más tarde su influencia no sólo en la psicología, su ámbito
La ciencia y el individuo 63
propio, sino también en la psiquiatría, las ciencias sociales, la filosofía,
la ética, y en la manera de pensar en general de las personas educadas.
El principio de esta escuela es la necesidad de rechazar del
vocabulario científico todos los términos subjetivos como sensación,
percepción, imagen, deseo, meta, pensamiento, emoción, conciencia,
espíritu, etc.
La psicología, que debe ser una ciencia del espíritu, ¿qué va a
estudiar si se excluyen los fenómenos mentales? La contestación es: las
ratas.
El espíritu, ese juguete costoso, yo no existe para los beha-
vioristas. Ellos se ocuparán únicamente del «comportamiento-
observable y medible de los animales, y no de los hombres, porque el
comportamiento humano no se presta fácilmente a medidas
cuantitativas en el laboratorio. Hay que decir, por otra parte, que las
cobayas humanas cuestan demasiado.
El behaviorista experimenta, pues, sobre ratas y palomas cuyo
comportamiento es medible, como lo haría un físico observando una
aguja que oscila en un monitor. A partir de estos datos científicos,
sólidamente modelados sobre el determinis- mo de la física mecánica
del siglo XIX se hicieron deducciones sobre el comportamiento
humano.
Así, durante tantos años se repite incansablemente una experiencia
típica: se coloca una rata en una caja llamada Skin- ner, equipada de
una bandeja, de una bombilla y de una varilla que bascula cuando la
rata la presiona. Si la rata acierta, la recompensarán con una bolita de
comida que caerá automáticamente en la bandeja.
Este procedimiento experimental, llamado «condicionamiento
activo-, indica cómo actúa la rata sobre el entorno. En el caso del
hombre, la acción sobre la varilla se llamará trabajo, y la bola, el
salario. Para la escuela behaviorista, el hombre, como cualquier
organismo, es sólo un autómata pasivo, teledirigido por el medio
ambiente, y su única meta en la vida es reducir las tensiones por
reacciones de adaptación. He aquí
el condicionamiento del hombre, científicamente demostrado.
Según el principio de esta escuela, no pueden existir nociones tan
subjetivas como la originalidad o la creatividad.
El costurero Patou, según- el ejemplo de Watson, no tiene ninguna
imagen in mente para crear un nuevo vestido. Cubre a su modelo con
una tela de seda, tira por aquí, tira por allá, hasta que se parezca a un
64 La ciencia y el individuo
vestido, hasta que se transforme en una creación, exactamente como
la pobre rata que acaba por apretar la varilla, entendiendo, claro, que
la varilla para los humanos es mucho más complicada.
Esto supone la posibilidad inaudita para cualquiera de llegar a ser
Shakespeare, Goethe, Mozart o Picasso, según su elección. La
utilización del ordenador podrá facilitar el trabajo.
Dado que, según este principio, todo organismo es un autómata
pasivo, responderá solamente de forma pasiva a los estímulos, como
una bola que rueda por el golpe de un taco de billar. La vida sólo sería
entonces un encadenamiento de estímulos y respuestas.
He aquí un ejemplo de este encadenamiento verbal, sacado de un
manual de psicología, al uso, de estudiantes americanos, que muestra
cómo los fenómenos complejos pueden reducirse a una serie de
respuestas simples.
El: «¿Qué hora es?»
Ella: «Las doce.»
El: «Gracias.»
Ella: «De nada.»
El: «¿Y si fuéramos a comer?»
Ella: «Buena idea.»
Ante este diálogo típico, adoptado oficialmente, me quedo
estupefacto. ¿Es posible que todo el comportamiento humano se
reduzca a este estilo de prototipo simple?
En todo caso, estas cosas podrían suceder en Estados Unidos
donde la costumbre de las «fechas», las citas de los jóvenes estudiantes
de ambos sexos, son costumbre. Pensándolo bien, esto sería imposible
en el Japón de antes de la guerra, dónde tal diálogo sólo sería
imaginable entre una prostituta y su cliente, e incluso no siempre.
Seguramente la razón es que los japoneses de antes de la guerra no
estaban lo suficientemente «ratizados» como lo deseaba la psicología
behaviorista.
Volvamos a Koestler, al congreso «el control del espíritu». Para él,
el behaviorismo es insostenible porque el behaviorista pretende
predecir y controlar la actividad humana de la misma manera que los
físicos controlan y manipulan los otros fenómenos naturales, cuando
los físicos son sólo deterministas del siglo XIX. ¿En el siglo XX,
Heinsenberg, ilustre físico, no ha dicho acaso que «la naturaleza es
imprevisible»?
Hay que admitir que todas las ramas de la ciencia no van a la par.
La ciencia y el individuo 65
Existen desfases entre ellas. La física moderna está a la cabeza del
pelotón, pero muchas otras ciencias, así como la mayoría de las
instituciones sociales, están sólidamente ancladas sobre los principios
de la física mecánica del siglo XIX. Esta tiene la gran ventaja de
satisfacer el espíritu racionalista de las masas, porque sus principios
no están alejados de nuestros hábitos mentales cotidianos.
Durante este congreso, el testimonio de Wilder Penfield, uno de los
neurólogos contemporáneos más eminentes, ha merecido nuestra
atención. Penfield, famoso por sus trabajos sobre la memoria absoluta
que obtenía gracias a una pequeña estimulación eléctrica sobre el
cerebro, afirmó que no existe ninguna prueba de una actividad mental
sin acción del cerebro. Sin embargo, afirmó con la misma seguridad su
convicción de que «cerebro» y «espíritu» son entidades separadas.
A este respecto hizo observaciones mordaces sobre filósofos de
Oxford, como Gilbert Ryle y A. J. Ayer, que negaban la existencia del
espíritu. Ryle comparaba la creencia en el espíritu a la creencia de los
campesinos ignorantes que, a la vista de la primera locomotora,
pensaron que había en su interior un caballo escondido.
Es curioso ver cómo los investigadores en los campos de la
anatomía, de la fisiología, de la patología y de la cirugía del cerebro de
los cuales se hubiera esperado opiniones materialistas admitían la
existencia de la entidad «espíritu», mientras que los lógicos, de los
cuales se hubiera esperado la manifestación de un respeto por el
espíritu, no mostraban ninguno, y se sentían simplemente
hipnotizados por los trazados neuroló- gicos y los circuitos eléctricos.
Penfield tenía, sin embargo, razones experimentales para creer en
la existencia de una entidad distinta a la de los fenómenos puramente
neurofisiológicos, es decir, del cuerpo.
Cuando aplica un electrodo sobre el área motriz del córtex cerebral
de su paciente (puesto al descubierto por la operación), éste mueve
automáticamente la mano del lado opuesto. Cuando pregunta al
paciente por qué mueve la mano, contesta: «No soy yo quien ha
movido la mano. Usted me lo ha provocado.»
He aquí la prueba de que el paciente no es un simple autómata
pasivo del estilo juque-box (o rokola), porque es consciente de lo que
ocurre en él.
Otra experiencia que realizó: Durante una estimulación de las
áreas motrices del córtex pide al paciente que impida el movimiento
de su mano. Este la coge con su otra mano y lucha para mantenerla
inmóvil.
66 La ciencia y el individuo
Hay una entidad invisible que manda uno u otro hemisferio
cerebral. ¿Se la puede llamar alma o espíritu?
Llamémosla espíritu. Pero en cuanto a saber de qué manera el
espíritu está atado al cuerpo, no somos hoy más sabios que Aristóteles
cuestionándose lo mismo hace dos mil trescientos años. «La ciencia no
aporta ninguna luz sobre la naturaleza del alma», concluye Penfield.
Otro testimonio durante el mismo congreso viene de Jona- than
Colé, psicofarmacólogo.
La declaración que hizo en esta ocasión tiene que hacer tambalear
la fe de los que han puesto su esperanza en el uso de la droga como
medio eficaz de salvación del alma:
«Hoy día —dice— los clínicos han sido sumamente incapaces de
predecir qué pacientes reaccionarían y de qué manera... Se tiene la
certeza de que las esperanzas del individuo, la atmósfera del entorno
y las actitudes del médico pueden modificar considerablemente la
eficacia de la droga. Empiezo a preguntarme si el contexto humano no
es importante o más importante que las drogas...».
Hizo una experiencia. Dio una píldora a ciento veinte estudiantes
que tuvieron que pasar, después, una prueba escrita. Los dividió en
dos grupos y dijo a uno que la píldora era de- xedrina, un estimulante,
y a otro que era soporífera. En realidad las píldoras que había
distribuido eran todas idénticas. Pero los resultados de la prueba
mostraron una clara diferencia. El primer grupo, que creía en el
estimulante, se sintió lleno de dinamismo, y el segundo, que pensaba
haber tragado un somnífero, se volvió apático y dormido. Colé hizo
un informe sobre las drogas alucinógenas. Como disponía de equipos
investigadores, repartidos sobre las dos costas de Estados Unidos, este
y oeste, pudo comparar la diferencia de los efectos producidos por la
misma droga, LSD u otra, sobre los sujetos de las dos regiones. Sobre
la costa este había algunas deformaciones en su campo visual, pero
ningún efecto subjetivo. En California, costa oeste, era euforia, vivían
acontecimientos cósmicos, se unían con el Sol, la muerte o el
renacimiento.
Espíritu, autosugestión, entorno, he aquí tantos misterios. El
testimonio del doctor Robert Rosenthal, psicólogo, es aún más
desconcertante. Como psicólogo llevaba a cabo un tipo clásico de
experiencia enseñando a las ratas a seguir un laberinto.
A lo mejor estaba obligado a hacerlo si quería ascender en la
jerarquía académica. Pero tuvo la astucia de hacerlo a su manera.
Dio a un grupo de investigadores ratas, que según les dijo eran
La ciencia y el individuo 67
«genios», con todo el pedigree de los antepasados, con un coeficiente
intelectual excepcionalmente elevado. Al otro grupo le dio ratas que
él declaró estúpidas. En realidad, todas las . ratas eran de la misma
especie ordinaria. Pero el resultado fue sorprendente. Las ratas
llamadas geniales marcaban puntos indiscutiblemente superiores a
las ratas estúpidas, cuando esta distinción existía sólo en el
pensamiento de los investigadores.
La única explicación que Rosenthal pudo encontrar era que el
prejuicio en la mente de los investigadores haya sido transmitido a
las ratas de una manera o de otra... Pero, ¿cómo?
He aquí el verdadero aspecto de lo que llamamos habitualmente
«científicamente probado», fórmula que equivale a «Aristóteles lo
dijo», de antes del Renacimiento.
Citemos además al profesor Hyden, citólogo:
«Si decidís hacer una experiencia para demostrar la actividad
refleja, el pobre animal nunca tendría la posibilidad de mostrar qué
puede hacer más que presentar simplemente una actividad refleja.
Estas experiencias están expresamente destinadas a confirmar la
hipótesis. Es lo peor que se puede hacer en una experiencia.»
Como dice Koestler, todas estas orientaciones convergentes en
neurofisiología, neurofarmacología, psicología experimental y
psicoterapia demuestran que el concepto organismo humano como
conjunto de reflejos condicionados es una abstracción... La realidad es
el individuo, una entidad indefinible, con una parte imprevisible en
su esencia misma que determina las reacciones del organismo entre
los estímulos que recibe. Es, además, lo que he intentado hacer
comprender con la palabra «afectividad».
«Así —dijo él— a un escalón más alto de la espiral estamos de
nuevo sumergidos en el mundo de la magia, pero con una
comprensión más sutil de los recónditos poderes del espíritu. La
ciencia se ocupa sólo de generalidades. Cuando se aplica la ciencia a
lo particular, se llega tarde o temprano al callejón sin salida llamado
“idiosincrasia”.»
El movimiento regenerador no se basa sobre ninguna ciencia «de
lo general». Se basa sobre una noción indefinible del Ki. Esta actitud,
muy opuesta a la de los occidentales, consiste en apartar toda hipótesis
intelectual sobre la naturaleza de esta noción, pero utilizada como
utensilio de trabajo.
El Ki es indefinible, lo que no significa que se trata de una noción
68 La ciencia y el individuo
oculta o mística. Al contrario, sentimos y experimentamos lo que
ocurre en nosotros mismos, lo que llamamos estado del alma, sin que
haya necesidad de añadir una noción misteriosa. La palabra alma
viene, como ya sabemos, de ánima, lo que anima. Digamos también
que la palabra espíritu, que significa hoy día cierta virtuosidad verbal,
viene de espíritus, soplo, respiración. Ciertamente hubo un tiempo
donde los lejanos antepasados europeos utilizaban estas palabras co-
mo algo lógico, sin romperse demasiado la cabeza.
El Ki puede ser intenso o débil. Cuando el Ki es nulo, uno está
muerto. El alma ha desaparecido. Uno está inanimado.
Con el Ki, con el alma, nos encontramos plenamente en el ámbito
de la individualidad. Los lógicos, los teóricos lo despreciarán como
conocimiento empírico, pero una madre que tiene varios niños,
aunque sea analfabeta, sabe que no son todos iguales. El mayor es
reflexivo, pero muy lento en sus gestos. Cuando le pide ir a buscar una
cuchara a la cocina va renegando y no se acuerda de lo que va a buscar.
El menor es vivo, en seguida trae la cuchara, pero es demasiado
travieso y la juega a menudo malas pasadas, etc.
¿De dónde viene esta diferencia?
En el Seitai la noción de acción es extremadamente importante.
Cuando vivimos, actuamos de una manera u otra. Admitimos con los
occidentales que la sede del pensamiento está en el cerebro, pero la
sede de la acción está en el koshi, que comprende las lumbares y la
pelvis. El koshi es, por lo tanto, toda la parte posterior del vientre, del
«hara».
La noción de acción que normalmente concebimos como puesta
en ejecución de una decisión, de una voluntad, necesita ser revisada.
Esa idea puede estar conforme con la anatomía, pero la anatomía no
explica la acción del hombre como unidad de ser, de la misma manera
que el análisis de los colores no explican un cuadro.
La cohesión entre el pensamiento y la acción depende del conjunto
de condiciones complejísimas del estado del koshi. Cuando el koshi
se torna rígido, la acción a su vez se vuelve rígida. Generalmente eso
es lo que ocurre con los ancianos.
La inteligencia nos aclara una multitud de posibilidades y nos
conduce a una conclusión más o menos plausible, pero jamás absoluta.
La acción es el compromiso de uno mismo en una de las posibilidades,
excluyendo todas las demás. La primera es horizontal, mientras que la
segunda es vertical. Se pasa de lo general a lo particular. No hay
acción, más que en lo particular.
La ciencia y el individuo 69
Desde hace algunos siglos, el centro de actividad del hombre no
hace más que subir cada vez más y más alto. En el siglo XVIII el
corazón ocupaba aún un lugar importante. Hoy día sólo cuenta la
cabeza, el cerebro. ¿Es posible que se pueda subir aún más alto?
Hace un siglo, finalizado el feudalismo, el Japón conserva aún
estas nociones de hara y de koshi en las expresiones corrientes. Koshi-
nuke, hombre cuyo koshi está deshecho, designa a alguien que cogido
por el miedo, no actúa.
No he encontrado aún el equivalente de la palabra koshi en las
lenguas europeas. No es más que la combinación de las lumbares, de
las caderas y de la pelvis. Es la imagen de la concentración.
La palabra concentración puede también provocar bastantes
controversias en el espíritu europeo, pues implica la noción de
esfuerzo y la del problema a resolver.
Cuando la concentración es intensa, cuando el koshi está bien firme
y cerrado, hay una participación de todo el ser en el cumplimiento del
acto.
Pueden producirse fenómenos inexplicables para la ciencia clásica.
Sin entrar en detalles técnicos, voy a hacer una comparación.
A) Acción cerebro-céntrica.
Max tiene muchas ideas, posibilidades, sugerencias. Me propone
esto y lo otro. Acepto sus propuestas. Al cabo de algún tiempo
constato que no ha cumplido ninguna de sus promesas, incluso la más
sencilla, como por ejemplo: voy a darle las señas de mi amigo X,
persona extremadamente interesante, etc.
Parece que se ahoga en sus posibilidades.
B) Acción del koshi.
Víctor no habla mucho, contrariamente a la afirmación be-
havioristas parece que tiene una imagen interior de lo que desea
obtener. Instintivamente, evita los momentos de mala suerte y elige
los buenos. No sé cómo consigue lo que quiere, pero lo obtiene de
todas maneras. Es casi imposible programar de antemano lo que va a
hacer exactamente. Se mueve por aquí, por allá, da rodeos
inverosímiles, etc. Su acción parece ser una sucesión de verdaderas
casualidades. Lo extraño es que llega a su meta de esta manera.
Estos ejemplos son un poco simples; pero en un individuo puede
existir una mezcla de los dos, y esto según el tipo de acción
emprendida.
En todo caso, la cuestión del koshi es de una importancia
70 La ciencia y el individuo
primordial en la tradición japonesa.
Recordemos que el maestro Awa ha mostrado a Eugen He- rrigel,
perplejo intentando comprender, a la manera occidental, lo que puede
ser un tiro perfecto: lanzó dos flechas en la penumbra, la primera dio
en el blanco invisible justo en el centro, la segunda se situó sobre la
primera.
Disparar sin haber apuntado, sin recurrir al sistema voluntario,
sería incomprensible sin tener en cuenta el estado del koshi.
Es interesante observar que existen en Japón numerosas personas
ocupando puestos de responsabilidad que se dedican a la práctica de
un arte tradicional, de la misma manera que sus colegas franceses
coleccionan cuadros de grandes maestros. Yo mismo he conocido
ejemplos de ministros o de presidentes, directores generales, en
Aikido, Kendo, Kyudo, Teatro Noh, Ceremonia del Té, etc. Lo que
ellos buscan no es el valor intelectual o estético, sino el koshi, la fuente
de toda acción.
Un día, el maestro Noguchi debía examinarse del permiso de
conducir. Había un aparato para medir la capacidad visual. Dos agujas
partiendo de direcciones opuestas debían reunirse en un punto
cualquiera del campo visual, y había que apretar un botón para
pararlas en el punto de encuentro.
Como acertó a la primera vez el examinador, muy intrigado, ya que
esto no se produce a menudo, le pidió que repitiera el test. Repitió el
test cinco veces y acertó todas.
Su mujer, del tipo 1, cerebral activo, hizo el mismo test, pero entre
el momento en que constató el encuentro y el momento de apretar el
botón, pasó una fracción de segundo, y las agujas se encontraban ya
separadas.
Entonces, ¿qué hacía él para obtener tal resultado? Estaba en un
estado opuesto al que se supone en un caso similar, donde se está
contraído y crispado, intentando no fallar el golpe. La agujas ni
siquiera las miraba. Las sentía. Para él apretar el botón era tan natural
como rascar un picor o cerrar los ojos para que no entre el polvo.
VII
La ciencia y el individuo 71
EL CUERPO SE ADAPTA
En la época feudal, cuando la ciudad de Tokio de hoy se llamaba
Edo, dos campesinos, cansados de llevar una vida de miseria en su
pueblo, decidieron salir a la capital del Shogun para hacer fortuna.
Encontrándose a poca distancia de Edo, se detuvieron en una casa de
té al borde de la carretera para beber algo. Cuando acabaron la taza de
té les pidieron a cada uno tres mons1. Uno de ellos dijo: «¿Cómo? ¿Tres
mons por una taza de té? ¡No es posible! Es un escándalo. Cobrar por
un poco de agua caliente, es inadmisible. En nuestro pueblo esto no
cuesta nada. Voy a volver al pueblo.»
Se dio media vuelta mientras que el otro pensó: «Si se puede ganar
dinero incluso con un poco de agua caliente, es formidable, yo iré a
Edo.»
¿Cuál tenía razón? Pienso que los dos tenían razón. Cada uno a su
manera.
Decir que una botella está medio vacía o medio llena es
exactamente lo mismo. La diferencia radica en la persona que lo dice.
¿Qué es el hombre? No lo sé. Y, sin embargo, yo lo soy.
En el siglo XVIII el hombre era frecuentemente comparado con un
reloj, siendo Dios el relojero. Esta concepción mecánica tuvo que dejar
el sitio a la idea de una máquina térmica con el desarrollo de la
termodinámica en la segunda mitad del siglo XIX. Según el primer
principio de la termodinámica, el trabajo es equivalente a la cantidad
de calor que le corresponde, es el principio de conservación de la
energía.
De ahí la necesidad de la aportación de la energía exterior en forma
de alimentos para que el hombre pueda trabajar. Un adulto debe
tomar 2.600 calorías de alimento al día.
Los vietnamitas se alimentaban, dicen, con 1.700 calorías al día, lo
que, según el cálculo de los dietéticos, permitiría a los adultos
permanecer tumbados sin hacer gran cosa. Sin embargo, luchaban
contra los americanos, que estaban tres veces mejor alimentados que
ellos.
Después de la bomba atómica en Hiroshima, los sabios predijeron
que no existiría más vegetación en esta región durante cien años. He
ido a Hiroshima después y he visto vegetación por todas partes.
En efecto, los cálculos científicos serían correctos si ciertas
72 El cuerpo se adapta
condiciones de laboratorio, es decir, del sistema cerrado, se hubieran
mantenido por todas partes. Pero la realidad no es un sistema cerrado.
Entran tantos factores desconocidos que es difícil predecir el porvenir
con certeza.
El organismo vivo nos reserva siempre sorpresas. Está en flagrante
contradicción con el segundo principio de la termodinámica según el
cual todo sistema está destinado a perder su energía, tarde o
temprano, para llegar a la degradación completa de su «orden». Se
intentó aplicar este principio a gran escala y predecir que el universo
está convirtiéndose en una gran fosa caótica de moléculas gaseosas.
La entropía es la función matemática que expresa este principio de
degradación. Cuanto más aumente la entropía, más disipada se
encuentra la energía, y el orden se encamina hacia el desorden. La
entropía es una palabra griega adoptada por Clau- sius, un físico
alemán, que significa «¿vuelta hacia atrás?». Quizás la vuelta al pueblo
natal donde el agua caliente no cueste nada.
La vida, al contrario, surge de una nada caótica para formar un
orden; de ahí se inventó una expresión paradójica para calificarla
«entropía negativa». Si el hombre es un organismo vivo, debe dejar
actuar esta entropía negativa. Sin embargo, un miedo indefinible se
apodera del hombre de manera que actúa como si fuera un sistema
cerrado termodinámico, y sin entender nada de esta ciencia.
Así, por ejemplo, se obliga a los niños a comer aunque no tengan
ganas de comer. Esto se llama inculcar una buena costumbre. Se oye
la voz estridente de mamá que dice: «Mientras no comas no saldrás a
la calle.» Esto es como hacer el lleno de carburante y arruinar a la vez
la sabiduría del cuerpo.
Los niños cuyas necesidades reales son reprimidas se vuelven, por
consecuencia, caprichosos, incontrolables, insoportables.
Una mujer, ahora abuela de dos nietos, me hace la siguiente
confidencia: «Es verdaderamente sorprendente constatar que con una
atención acentuada, un pequeño gesto de nada basta para prevenir lo
que hubiera podido ser una gran catástrofe.»
Otras veces se impone sin discriminación el descanso a los
enfermos. Se tiene simplemente miedo a la degradación de la energía.
Así se ahoga la posibilidad de despertar la entropía negativa. Una
mujer me dice: «No hay nada tan debilitador como la obligación de
permanecer acostada cuando no apetece. Después de algunos meses
en el sanatorio, he salido completamente debilitada.»
El cuerpo se adapta 73
En todo caso, es difícil despertar al hombre y hacerle comprender
que no es una máquina térmica. La palabra «fatalidad» ejerce tal
encanto que uno no se puede casi liberar de ella. Algunas veces hacen
falta circunstancias excepcionales para que el hombre se dé cuenta de
sus posibilidades.
Un hombre estaba profundamente desesperado por encontrarse
muy endeudado. Era costumbre antiguamente en Japón liquidar todas
las deudas del año antes del 31 de diciembre a medianoche y celebrar
el año nuevo con un espíritu de serenidad recuperada. Mientras todo
el mundo gozaba de la paz del comienzo del año, él se sentía
totalmente agobiado. Al parecer, lo único que le quedaba por hacer era
poner fin a sus días.
En medio de sombrías reflexiones oyó de repente el ruido de
hatsuni. Hoy día esta costumbre, que casi ha desaparecido, de
transportar la mercancía simbólica el día de año nuevo existía aún en
mi infancia. Los jóvenes arrastraban la carreta en la calle gritando
«washoí, washoí» para impulsar la prosperidad del comercio. Este
ruido fue para él el motivo de un despertar. Sintió surgir en él una
energía inagotable. Los años pasaron y llegó a ser el propietario de un
gran restaurante de varias plantas en Ginza, Tokio.
Circunstancias excepcionales pueden liberar esta energía, que no
es ni mecánica ni termodinámica. Esta energía es lógicamente
indefinible.
Se conocen casos de proezas femeninas. Numerosas japonesas han
transportado armarios pesados durante incendios, mientras sus
maridos, asustados, huían con una papelera o una escoba. Una madre,
americana, levantó un coche al ver que caía sobre su hijo, que estaba
reparándolo, etc.
De una manera general, las personas que han realizado tales
proezas no se acuerdan exactamente de lo que ha ocurrido. Han
actuado como en un sueño y se asombran de lo que han hecho, como
en un estado consciente no consiguieron liberar tal energía, ésta es
inutilizable habitualmente. Es como la utilización pacífica de la
energía nuclear, que plantea tantos problemas. Es por eso que, sin ser
misógino, yo miro a las mujeres como si fueran bombas atómicas
dormidas.
Sin utilidad práctica esta energía inexplicable trabaja, a pesar de
todo, en nosotros y a menudo la utilizamos, sin saberlo, para
destruirnos a nosotros mismos o entre nosotros.
74 El cuerpo se adapta
Si esta energía escapa a nuestro control es porque se adapta a una
lógica que es completamente diferente a la que conocemos y aplicamos
en la sociedad moderna, mecánica y calculadora.
Es, por ejemplo, la que se manifiesta bajo la forma de una
misteriosa fuerza de adaptación. Una herida no se queda tal cual, se
cicatriza. Pero un neumático pinchado no se arregla solo, seguirá
pinchado mientras no se intervenga. La ciencia explicará esta
regeneración con mucha sutileza y precisión, pero explica el proceso y
no el porqué de la regeneración. Los etnólogos se han asombrado a
menudo por la rapidez con la que una herida desaparecía entre los
pueblos llamados primitivos, pueblos en los que la intelectualización
no ha alcanzado aún un alto nivel de complicaciones.
Niels Finsen ha descubierto que la pigmentación de la piel protege
al cuerpo contra el exceso de rayos ultravioleta. Es por eso que los
pueblos expuestos a un sol excesivo tienen la piel morena. Es una
protección natural.
Llamaré «sabiduría del cuerpo» ese algo que provoca la protección
natural. Admitiré, como en el caso del principio vital de Bergson, que
es una especie de etiqueta pegada sobre nuestra ignorancia. Pero
admitir la ignorancia es no ignorar la ignorancia.
La aberración comienza cuando el hombre, en lugar de dejar actuar
la sabiduría del cuerpo, añade su propia interpretación. Así, nos lleva
a creer que la piel morena es un signo de buena salud, ya que muestra
que hemos absorbido energía solar. Esto pertenece al terreno de la
literatura o del esnobismo. Noguchi constató que los snobs morenos
están frecuentemente perturbados por catarros, cuando el Sol empieza
a declinar en otoño, con deficiencia de rayos ultravioleta.
Los hombres no son los únicos que están falsamente influenciados
por ideas. La experiencia realizada con ratas muestra que las que están
acostumbradas a saltar obstáculos antes de volver a su ratonera siguen
saltando en el mismo sitio aunque se haya retirado el obstáculo. Los
perros accidentados en una pata siguen cojeando, incluso cuando ya
se han recuperado perfectamente.
En el hombre, evidentemente, la inteligencia influye sobre la
sabiduría del cuerpo. El hombre fabrica lo que no existe en estado
natural para satisfacer sus necesidades: su casa, su ropa, su alimento.
Crea condiciones a su alrededor que juzga buenas para él. Sin
embargo, como organismo vivo no puede escapar a la ley de
adaptación.
El cuerpo se adapta 75
Una de las consecuencias de esta ley es que cuanto más protegido
se está, más se debilita. En esto radica la diferencia fundamental entre
un objeto inanimado y un organismo vivo. Pero es también lo que más
desconocemos. Una persona que permanece postrada por necesidad
en la cama es tratada como si fuese una pieza de museo, nunca tendrá
la posibilidad de volver a andar. No niego la necesidad del descanso,
pero el descanso impuesto sin reserva es tan peligroso como un exceso
de trabajo. El único momento en que Noguchi recomienda el descanso,
si no recuerdo mal, es el período durante el cual la temperatura,
después de haber descrito una curva ascendente, desciende más bajo
de lo normal. Por lo tanto, ningún descanso obligatorio durante la
fiebre.
La gente se escandalizaba al principio cuando Noguchi les
aconsejaba poner una compresa caliente detrás de la cabeza durante la
fiebre. ¿Cómo? ¿Tenemos fiebre y usted dice subirla más? Es una
locura.
Como los que lo han intentado han visto que la temperatura,
después de haber subido más de lo corriente, bajaba más deprisa que
la de los que recurrieron al método convencional japonés de la bolsa
de hielo. Han creído que era un método eficaz para bajar la fiebre.
Nada de eso ocurre. La reacción de un organismo vivo es diferente a
la de un objeto inanimado. El hecho de enfriar no disminuye el calor.
Se trata de la entropía negativa.
Me he encontrado con tanta gente en mi vida que han dicho:
«Cuando yo sea capaz, lo haré. Cuando yo me sienta fuerte sobre mis
piernas andaré.» Mientras tanto, permanecen tumbados. Sus piernas
se debilitan cada vez más. La adaptación va trabajando.
Alguien me ha contado el caso de una campesina polaca que,
sintiendo los primeros dolores de parto, volvió a toda prisa a su casa,
dio a luz sola, puso los pañales, vistió al bebé y dos horas después
volvió para cocinar las remolachas. «No me lo podía creer», dijo.
Oyéndolo un Malgache me dijo: «Ocurre lo mismo en mi país. ¿Por
qué las parisinas no hacen como las mujeres de las islas?» Le contesté
que eso era difícil. Necesitan métodos para cumplir una función
natural.
Se han adaptado a la civilización. No es sólo el caso de las mujeres,
sino también el de las perras o vacas civilizadas que no pueden ya
parir sin la ayuda de un veterinario.
Existen casos en que las civilizadas no se preocupan de los
76 El cuerpo se adapta
métodos, por ejemplo cuando dan a luz a escondidas. El imperativo
del momento les adapta al funcionamiento natural.
A menudo me ha sorprendido el temor que siente la gente sobre el
tema de su salud. No sólo hablan de enfermedades, sino también de la
posibilidad de enfermedades futuras. Están tan bien informados sobre
el tema que es casi imposible mantener una conversación con ellos sin
preguntarles de qué se trata, ya que no conozco los términos que
emplean.
Más aún, se van creando incesantemente nuevas palabras,
teniendo en cuenta que existen actualmente enfermedades
desconocidas hace diez años.
El miedo paraliza a la gente de antemano y no son capaces, llegado
el momento, de movilizar todas sus posibilidades de entropía
negativa. ¿Creen acaso que la salud es la ausencia de enfermedades?
Esta noción de salud es una de las más polémicas que hay. Una
organización internacional la definió como un cierto estado de
bienestar; por lo tanto, los borrachos y los drogadictos están sanos.
En principio, no creo en la necesidad de un método de salud, sea
cual sea, porque la salud es el estado normal de un organismo vivo.
Por lo tanto, no cuido mi salud; es por el contrario la salud que me
cuida. Dejo libertad de acción a la sabiduría del cuerpo.
Tal comportamiento no suscita la aprobación de la gente. Piensan
que la salud es una cosa importante, la cual hay que cuidar
meticulosamente. La consideran como un trabajo de orfebrería.
La examinan con una variedad de instrumentos, la mantienen
separada del polvo y la protegen. A pesar de todas estas precauciones,
no pueden evitar sentirse frágiles. A sus ojos sólo soy un bárbaro
insensato.
Curiosamente, hace cuarenta años, una opinión similar a la mía fue
expresada por Alexis Carrel, gran sabio, premio Nobel esta vez. Una
idea no es propiedad de nadie. Puede ser concebida tanto por un genio
como por un bárbaro.
«El descendiente no degenerado de una gran raza posee una
resistencia natural al cansancio y al temor», dice ’.
«No piensa en su salud ni en su seguridad. Ignora a los médicos»,
sigue diciendo.
Pero hoy, ¿dónde podemos encontrar a este descendiente de la
gran raza? Veo más bien a gentes debilitadas por una protección
excesiva.
La protección es una consecuencia de la orientación dualista del
El cuerpo se adapta 77
pensamiento, tomada por Occidente, sobre todo desde hace tres siglos.
El dualismo que se expresa por la oposición
1
L'Homme cet inconnu Pión, p. 164. entre el bien y el mal, el control del
espíritu sobre el cuerpo, etc., tiene ciertamente la gran ventaja de ser
comprensible para todo el mundo, de tener una eficacia inmediata y
de facilitar la sistematización. Pero a la larga la distancia entre la con-
cepción y la realidad de la naturaleza humana aumenta hasta el punto
de volverse un absurdo.
Hace veinte años nos alegrábamos del triunfo de los antibióticos,
sobre el treponema y el gonococo: se creía que los enemigos de la
humanidad habían sido exterminados para siempre. Victoria de la
inteligencia sobre el mal.
Hace algunos meses leo en un periódico, y, por lo tanto, no es
secreto para nadie: «Fracaso espectacular de la lucha antivenérea.»
El artículo cita un reciente informe de la Organización Mundial de
la Salud que admite este fracaso que califica de espectacular. Por lo
tanto, es oficial.
La blenorragia aumenta entre un 8 y un 10% cada año un poco por
todas partes en el mundo, dice. En cuanto a la sífilis, después de una
caída brutal entre 1946 y 1955, ha experimentado un aumento
considerable. Aunque es difícil hablar de cifras con certeza a causa de
la reticencia de los médicos, se estima que existen al menos cuatro o
cinco veces más casos hoy día que hace veinte años.
En la época en que la penicilina se utilizaba en miles de unidades,
Noguchi preveía el día en que se hablaría de millones de unidades.
Hace tiempo que ya es cosa hecha. Hay que decir que las bacterias se
han adaptado mejor a la situación que los hombres.
No condeno el dualismo. Es una de las formas inventadas por el
hombre para canalizar su energía. Ha dado muestra de numerosas
creaciones maravillosas: artísticas, científicas, políticas, comerciales,
etc., que no existen naturalmente.
No caigo en el error de defender un antidualismo que sería, a su
vez, una especie de dualismo.
Me limito a ofrecer al lector la ocasión de reflexionar sobre esta
cuestión: ¿Somos maestros o esclavos, usuarios o víctimas de nuestras
creaciones?
Veo por todas partes gentes dotadas de una amplia cultura,
equipadas con medios de protección de la cabeza a los pies, que toman
78 El cuerpo se adapta
precauciones en cada uno de los actos que van a realizar: qué comer,
cómo comer, qué postura adoptar, qué ejercicio es necesario para
mejorar tal condición, etc.
Se escandalizan ante mi ignorancia. También es cierto que la menor
falta de atención les cuesta muy caro. Yo soy un salvaje. Sólo me guío
por mí instinto. Mi única preocupación es intentar no ahogarle.
La ventaja que yo saco de esta ignorancia es que me siento
permanentemente como alguien que acaba de tomarse un baño
caliente, soy capaz de contraerme y relajarme más deprisa que los
demás, es decir, reponerme fácilmente del cansancio. Veo el cielo azul
ahí donde los demás no lo ven. Tengo la sensación de tener el sol en
mi vientre, pero ¿cómo se puede explicar tal cosa?
Ya que hablo de adaptación, permitidme citar un ejemplo, aunque
algo impactante: el de las gafas invertidas.
Sabemos que la imagen que se forma en la retina está naturalmente
invertida: es el cerebro, el que a la recepción de las señales
transmitidas por los nervios ópticos las interpreta para formar una
imagen mental correcta. Un sujeto se somete a una experiencia
psicológica llevando gafas invertidas. Ve el cielo abajo, la tierra arriba,
y peor aún, su pie derecho a la izquierda y arriba, y viceversa. Al
principio se siente totalmente perdido, incapaz de andar y afectado de
abominables náuseas. Al cabo de algunos días, si sigue llevando estos
cristales, se adapta y aprende a vivir en un mundo al revés.
Después del esfuerzo pesado y consciente del principio, acaba por
no darse cuenta del cambio de su universo.
Es curioso, pero lógico, el hecho de que cuando por fin prescinde
de sus gafas, le hacen falta aún algunos días antes de adaptarse a la
visión normal.
Lo que es normal puede parecer anormal, lo que es anormal puede
parecer normal. Todo depende de nuestra visión.
El cuerpo se adapta 79
VIII
LA ESPONTANEIDAD
«Estas calabazas no las he sembrado yo», diría un romano en
tiempo de los Césares, «han crecido voluntariamente» (vo- luntarie).
A lo que un francés del siglo XX replicaría: «¡Vamos! No sea usted
ridículo. Las calabazas no tienen voluntad. No crecen
voluntariamente. Sólo los hombres tienen voluntad. Aunque habría
que decir que existen hombres sin voluntad. ¿La voluntad de las
calabazas? Me hace usted reír.»
La razón de este diálogo de sordos es que la palabra voluntad ha
cambiado de sentido a lo largo de estos dos últimos milenios. Un
romano voluntario es alguien que actúa libremente,
espontáneamente. Un europeo que hoy día actuase espontáneamente
de manera habitual nos desconcertaría. Sintiéndose obligado a
justificar cada uno de sus actos, dice: «Me he reído porque... He
llorado porque...»
¿Las explicaciones que da para justificarse son de verdad exactas?
¿No hay acaso por qué preguntarse si traicionan más bien su deseo
de protegerse de las críticas eventuales, remitiéndose a un sistema de
referencias?
El europeo es un inventor incansable de sistemas. Pero ningún
sistema es perfecto. Tiene fisuras, debilidades y fragilidades. Es por
ello que buscamos cada vez más nuevos sistemas.
Dado este contexto es difícil hablar de espontaneidad si no se toma
la precaución suficiente para evitar malentendidos.
Si la espontaneidad significa únicamente la destrucción de todo
sistema, esto sería demasiado sencillo, pero también demasiado
desastroso. No es tampoco lo que yo deseo. Sería una suposición
excesivamente gratuita pensar que se podría acabar de un solo golpe
con toda la acumulación de experiencia que la humanidad ha
acumulado desde miles de años. Se puede, a lo sumo, romper objetos,
destruir monumentos, sabotear el mecanismo social o exterminar a la
gente. Pero todo ello no sirve para nada. Tarde o temprano, los
sistemas se restauran.
O bien entonces se intenta la evasión, la droga, la espiritualidad
La espontaneidad 81
o el retiro en las montañas.
He contado ya que Robinsón Crusoé, en su vida solitaria, seguía
contando los días de la semana; así es como encontró a su hombre
que bautizó con el nombre de «Viernes». El hecho de contar muestra
que uno ya pertenece a un sistema.
Los sistemas existen virtualmente en nosotros mismos. La
negación de lo que nos rodea no resuelve el problema.
Hay un proverbio Zen que dice: «Los pequeños ermitaños se
refugian en las montañas y las selvas. Los grandes ermitaños se
refugian en los barrios poblados.»
Veo a ciudadanos que envidian a los campesinos que viven en el
campo, y respiran aire puro. También veo a campesinos
exasperados que dicen: ellos no tienen los problemas que tenemos.
La felicidad para unos es desgracia para otros. Por mi parte no
me ocupo de esa cuestión del hábitat. Me interesa únicamente lo que
ocurre en nosotros mismos. Si las personas quieren ser pequeños
ermitaños, es asunto suyo. En todo caso no soy yo quien les anime
a serlo, porque el problema de fondo permanece en su totalidad.
Aunque la educación haya implantado la idea de que todos »
nuestros actos pueden someterse a un control consciente y voluntario,
en el fondo es pura ilusión. Nada en la vida se hace sin la
espontaneidad. Incluso bajo la coacción más severa, la espontaneidad
trabaja: el corazón late, la sangre circula, los pulmones respiran. No
lo podemos remediar. Bajo la amenaza de un revólver levantamos las
manos. Es un gesto provocado y no espontaneo. Pero una vez que la
mente ha aceptado este gesto, el movimiento en sí se hace
espontáneamente. No conocemos el mecanismo a través del cual una
idea se transfor- ma en movimiento.
Los fisiólogos explican este proceso con una gran sutileza.
Consiguen reproducir en parte este proceso por medios físico-
químicos o eléctricos, pero no totalmente. De una manera general,
cuanto más intervienen, tanto más disminuye la espontaneidad del
cuerpo, dejando lugar a la pereza visceral. En cambio, la cirugía sólo
puede contar con la espontaneidad para el éxito de la operación.
Ninguna intervención sería posible si la herida no se cicatrizase por sí
sola si las visceras no se colocasen en su lugar si la sutura no se hiciese
naturalmente. El cirujano trabaja en función del crédito que da a este
misterioso trabajo de la naturaleza de la cual aún no conoce el secreto.
El día en que lo conozca no necesitará quizás ya el escalpelo.
82 La espontaneidad
El movimiento regenerador está basado en la espontaneidad. Esto
es verdad en principio; pero en la práctica es difícil trazar una línea
de demarcación muy clara entre lo que es espontáneo y lo que es más
o menos intencionado.
Uno de los test posibles es la verificación del movimiento de los
globos oculares. Estos pueden moverse lateral o verticalmente según
el ángulo donde se quiere dirigir la mirada. Por lo tanto, los podemos
mover atrás, y viceversa, cosa imposible de ejecutar voluntariamente.
Algunas veces esta palpitación es evidente; el sujeto está sacudido
por un movimiento involuntario y a pesar de su esfuerzo no consigue
abrir los ojos. Es el caso en que su cuerpo tiene verdadera necesidad
del movimiento espontáneo. Pero a medida que la necesidad de
equilibrio disminuye, la palpitación se hace menos evidente y es
necesario colocar dedos muy sensibles sobre los párpados para
sentirla.
Un bostezo puede estar provocado por la necesidad del cuerpo, o
el cansancio del cerebro (físico). Puede también ser provocado por
contagio, viendo bostezar a los demás (psíquico). O bien puede ser
también provocado por el entrenamiento como el perro de Pavlov
(reflejo condicionado). Por lo tanto, existe una diferencia en la
naturaleza de movimientos que se presentan similares. Pero a pesar
de todo, los acepto todos en el movimiento regulador ya que cada uno
evoluciona descubriendo en sí nuevas fuentes de energía.
La palabra «espontaneidad» comporta cierto peligro para la gente
que comprende demasiado de prisa, porque pueden pensar: todo está
permitido. Se puede hacer cualquier cosa. En realidad, esto sólo es
una interpretación de acomplejados. Si todo fuese permitido se
podría asestar a un compañero bofetadas o puñetazos. La palabra
«espontaneidad» no puede servir de justificación, ni tampoco las
palabras «natural», «intuición», etc. El oficiante debe ser capaz de
considerar tal eventualidad. Pero tales casos no se producen a
menudo.
Si a pesar de estos riesgos y ambigüedades insisto sobre la
espontaneidad, es que sólo el movimiento espontáneo puede actuar
y contribuir a la normalización del terreno.
Sea cual sea el bonito nombre que se dé a un movimiento,
gimnasia de la belleza o de rejuvenecimiento, artes marciales,
deportes, sólo es válido en la medida en que se practique es-
pontáneamente, es decir, con la participación de todo el ser y no
como la ejecución de imperativos.
La espontaneidad 83
Alexis Carrel ya ha denunciado el peligro del esfuerzo mús-
cular condicionado artificialmente.
«(El esfuerzo muscular) Sólo se practica en el atletismo y bajo
una forma estandarizada sometida a reglas arbitrarias. Nos
debemos de preguntar si estos ejercicios artificiales reemplazan
completamente los ejercicios naturales de las condiciones antiguas
de la vida».1
Yo mismo constato incesantemente los daños causados por
ejercicios diversos que ocasionan la hipertrofia muscular sin
armonía con el resto del cuerpo. Pero voy a citar a Alexis Carrel.
«Si los músculos permanecen activos cuando el corazón y , los
vasos ya están usados se vuelven un peligro para el individuo.
Organos anormalmente vigorosos en un cuerpo viejo son casi tan
perjudiciales como órganos permanentemente seniles en un cuerpo
joven».
El entusiasmo de la juventud nos hace confundir fácilmente la
espontaneidad con la fogosidad incontrolada. Pero tarde o
temprano la naturaleza se venga. Es paradójico constatar que cuanto
más progresa la medicina, más enfermedades surgen y hay cada vez
más cuerpos destrozados por los deportes.
Si un movimiento es espontáneo debe desembarazarse poco a
poco de los elementos inútiles para la vida y llegar a ser tan simple
que coincide con el movimiento que se ejecuta en la vida de todos los
días. El movimiento regulador es en este sentido una especie de
depuración y no la adquisición de una nueva costumbre.
La noción de trabajo está definida en la mecánica clásica como el
producto de una fuerza medida por el desplazamiento de su punto
de aplicación. La masa, la aceleración y la distancia del
desplazamiento efectuado son los factores que constituyen este
producto. Desde el final del siglo XIX, con el progreso de la
termodinámica, se empezó a hablar de energía, como capacidad de
un sistema a producir un trabajo. En el siglo XX se encontró una
ecuación sublime a la energía que debe corresponder al producto de
la masa por el cuadrado de la velocidad.
Todas estas nociones, trabajo, sistema, energía, son nociones
físicas cuya aplicación no ha tardado en extenderse en otros terrenos.
Se habla de hombres enérgicos.
El ser humano considerado como un sistema orgánico se asimila
a un sistema energético, provisto de una inteligencia. Por lo tanto,
debe gastar su energía inteligentemente.
84 La espontaneidad
Sin embargo, este ser humano no se encuentra jamás en la
naturaleza. Es una entidad jurídica, económica y política, que igual
que la noción de igualdad, no tiene contenido concreto. Realmente
sólo vemos a unos individuos.
¿Qué hacen estos individuos? A menudo no hacen lo que piensan
o hacen justamente lo contrario de lo que piensan. Protestan, gimen,
intentan destruir a los demás o destruirse a sí mismos. Son demasiado
complejos como para compararlos a simples ecuaciones matemáticas.
El trabajo humano es esencialmente diferente del trabajo
mecánico en que depende ampliamente de un factor secundario. El
cansancio, esta sensación que se percibe con el gasto de la energía,
está totalmente condicionado a que se trate de un trabajo forzado o
de un trabajo espontáneo.
Por ejemplo, el transporte de un equipaje del mismo peso sobre
un mismo recorrido puede sentirse distintamente según la etiqueta
que peguemos a este acto: trabajo obligatorio, castigo, ejercicio físico,
paseo, excursión, etc. Es por eso que las gentes extenuadas por un día
de trabajo pasan la noche jugando al ma-jong, este juego importado
de China; el ruido de las fichas que se mueven sobre la mesa es
bastante audible como para que los vecinos sepan que no se
interrumpe hasta el amanecer.
Un miembro de la medicina del trabajo ha venido a observar el
movimiento. Después de la sesión se entretuvo con una practicante.
Se extrañó verla sentada tranquilamente a su lado y contestar a sus
preguntas sin sentirse sofocada, ya que para él el movimiento que
había ejecutado presentaba un gasto físico tal que era difícil
imaginarla así.
No quiero confundir lo espontáneo con lo inmediato. Lo
espontáneo puede tener una resonancia muy profunda según la
capacidad del individuo. Comenzado por un estímulo aparentemente
muy insignificante puede tardar largos años antes de madurar en una
forma observable. La capacidad del individuo reside en el hecho de
que puede conservar esta resonancia tanto tiempo como sea
necesario.
Konosuke Matsushita es uno de los hombres más ricos del Japón.
Está a la cabeza de varias decenas de firmas asociadas bajo su nombre.
Nacido en una familia pobre, empezó de aprendiz con un comerciante
de bicicletas. Desde esta época se mostró muy inventivo, sobre todo
en lo que concierne a los aparatos eléctricos. Pero si se trata sólo de
La espontaneidad 85
ser una persona con inventiva, hay multitud de gente así en el mundo.
Un pequeño incidente en su juventud fue decisivo en su
orientación. Un día de verano iba por la calle cerca de una w manzana
de casas pobres. Vio entonces a la entrada de una callejuela un
transeúnte que se inclinaba bajo un grifo, compartido por todas las
casas de la callejuela, para calmar su sed. Una escena muy común que
se veía a menudo antes. Pero fue para el joven Matsushita un estímulo
fulminante.
Pensó: «Este grifo común sirve a los habitantes del callejón que
no son lo bastante ricos para poseer una canalización particular en su
casa. Pagan colectivamente el consumo de agua. Por lo tanto, no es
gratuito. Un transeúnte bebe sin pedir permiso y nadie grita al ladrón.
¿Por qué? Es porque el agua es tan barata que uno no presta ninguna
atención. Voy a inundar Japón con mis aparatos eléctricos.»
La resonancia producida por el estímulo le propulsaba sin parar
hacia adelante; sin ella quizás hubiera permanecido como un hombre
más o menos inteligente o inventivo. A pesar de su idea de un precio
bajo, nunca abandonó el principio de que un businessman honesto
debe siempre salvar un margen de beneficio confortable.
El estímulo es importante, pero el terreno lo es aún más. Un
estímulo puede provocar cualquier resonancia según la afectividad.
Si hubiera visto, como Laurence, matar a un árabe por haber robado
un trago de agua de un pozo que no le pertenecía, su visión hubiera
sido bien distinta. Antes de la guerra existían numerosas fuentecillas
Wallace en París, pero esto no bastaba para producir millonarios.
Si embargo, conozco a un millonario sin querer, más infeliz que
nadie. Es joven, guapo, inteligente. Nada le falta. Puede conseguirlo
todo de la noche a la mañana. Pero esa misma facilidad le exaspera.
No sabe cómo encontrar una verdadera satisfacción.
La espontaneidad es algo que se siente. Es el Ki. Es lo invisible, lo
imponderable, que busca adoptar una forma tangible. Si la forma es
satisfactoria, la espontaneidad se apaga.
El Ki muere cuando hay forma, he aquí el punto común que he
encontrado en los maestros Ueshiba y Noguchi. Escuchad esto: Ki por
impulsión.
Tenemos hambre. Comemos. Nos sentimos saciados. Ya no
queremos oír hablar de comida.
Pero hay que valorar al hombre en la medida en que es capaz de
encontrar el Ki que nunca está satisfecho. El maestro Ueshiba me ha
86 La espontaneidad
hablado de lo que sería su Aikido cuando tuviera ciento cincuenta
años. Se murió a mitad de camino.
Un vendedor de cuadros fue a ver a Picasso para mostrarle un
dibujo. Picasso dijo: “Está falsificado.» Le trajo otro. Dijo: -Está
falsificado.» «Pero, maestro —dijo el vendedor— lo ha hecho usted.
«Yo pinto cuadros falsificados», contestó Picasso. Quizás también él
ha muerto a mitad de camino.
Numerosas personas han puesto en duda que yo sea el autor de
mi libro. Nuestra secretaria se defendió mostrando mis manuscritos.
Estoy estupefacto. Yo falsifico... ya.
El Seitai es una técnica que sirve para provocar la espontaneidad.
Es imposible, dicen. Si se provoca ya no podemos hablar de
espontaneidad. Claro que sí, contesto. Todo el mundo actúa más o
menos así sin saberlo. Napoleón lo utilizó multitud de veces.
He aquí un pequeño pasaje que he sacado del Reader’s Di- gest
(noviembre 1973): -La joven madre estaba deseando enseñar a sus
padres el bebé que acababa de tener y del cual se sentía orgullosa,
pero vivían a varios cientos de kilómetros y ellos decían que les
retenían sus ocupaciones. Al cabo de algunos meses la joven madre
tuvo una idea: fotografió a su bebé de espaldas y mandó a sus padres
el cliché. El fin de semana siguiente ya estaban allí.»
La espontaneidad 87
IX
LA IMAGINACION
ACTUA
Hemos visto que la escuela psicológica llamada «behaviorista»
rechazaba de su vocabulario todos los términos subjetivos de
sensación, imagen, deseo, emoción, consciencia, espíritu, etc., porque
éstos no son científicos. Esta posición nos permite obtener la imagen
del hombre-autómata-pasivo.
Sin embargo, constatamos la importancia del papel que juega la
imaginación en la vida cotidiana. Su influencia sobre nuestro
comportamiento no es algo indirecto o ficticio. La imaginación suscita
un encadenamiento de imágenes que se evocan a pesar nuestro y
provoca directamente reacciones físicas que determinan nuestro
comportamiento.
Se cuenta, a menudo, una historia así:
El amo de casa sirve un plato delicioso. Todos los comensales
encuentran que es muy bueno, excelente. Preguntan: «¿Qué carne es?
No es ternera ni cerdo, tampoco es cordero. ¿Pollo? ¿Anguila?» El
anfitrión no contesta, se limita a sonreír. Un indiscreto se cuela en la
cocina y acosa al cocinero con preguntas. Es serpiente. Nuestro
curioso se sobresalta y protesta y oyéndole todos se precipitan al
cuarto de baño para devolver lo que han comido.
Una idea basta para cambiar la situación por completo. Ya que una
idea no es simplemente una cosa definida y clasificada en algún sitio
en el mental. Evoca en seguida toda una serie de representaciones de
imágenes gráficas capaces de despertar reacciones físicas
involuntarias.
Hablaremos de imaginación, mientras la evocación permanezca
sobre el plano consciente y asociación de ideas cuando pase sobre el
plano inconsciente.
88 La imaginación actúa
La asociación de ideas es muy personal, en cuanto a su proceso.
Un estímulo no provoca siempre la misma reacción en todo el
mundo.
La vista de los umeboshi, ciruelas en remojo en vinagre salado,
provoca la salivación entre los japoneses, porque conocen su sabor.
La reacción de un europeo sería muy distinta porque no las conoce.
Ni siquiera sabría si esto se come.
La reacción resulta de la evocación de ideas, bien provienen de
la experiencia pasada, bien proyectadas en el futuro. Cierto número
de ideas puede ser compartido por un grupo más o menos
extendido: familia, comunidad, asociación, nación, grupo étnico,
etc.
Una bandera azul-blanca-roja no provoca la misma reacción
según se trate de un francés, un italiano o de un japonés. Incluso
entre los franceses, según se trate de un comunista o de un
ciudadano patriota. No es más que un trozo de seda, pero basta
algunas veces de esta nada para que los hombres den
voluntariamente su vida, como los americanos que han clavado su
starspangled banner sobre Iwojima en 1944.
Un estímulo evoca, por lo tanto, ideas diferentes en cada uno de
los grupos solidarios o cada uno de los individuos. Es la naturaleza
de las ideas evocadas que determina la diferencia de
comportamiento en los humanos.
Un día, cuando era niño, Noguchi se había subido sobre el tejado
de un gran edificio, con uno de sus amigos. Hizo en- , tonces una
apuesta con él. Había un bordillo de dos metros de ancho que rodeaba
el techo; su amigo le dijo: «¿Darías una vuelta encima con una
bicicleta?» Noguchi dijo: «Sí.» Quedó hecha la apuesta.
Antes de subir sobre el tejado, hizo una prueba en un pasillo dos
veces menos ancho. Constató que podía circular sin tocar la pared.
Pensó: «El bordillo es dos veces más ancho.» Ganó la apuesta.
Después propuso a su amigo que lo intentara, explicándole que se
podía hacer sobre un bordillo dos veces menos ancho. Este último
puso la bicicleta sobre el bordillo, pero el valor le abandonó
después, porque evocó la idea de una posible caída. Evocó también
la imagen de su cuerpo ensangrentado, tendido sobre el pavimento.
Se sentía paralizado por las ideas que él mismo había suscitado. En
cuanto a Noguchi, no pensaba ni un instante en la posibilidad de
caer.
La imaginación actúa 89
Lo que sigue es una historia contada por mi mujer.
Una tarde de verano, los niños de una casa tuvieron la idea de
espantar a la gente haciéndoles creer en un fantasma. Ataron un
vestido blanco a una pértiga y lo agitaron por encima del muro.
Viéndola una mujer se desmayó y abortó. Los niños fueron regañados
enérgicamente por sus padres.
Un vestido blanco no tiene el poder de provocar el aborto. Solo ha
servido de estímulo para suscitar la asociación de ideas: fantasma-
miedo-contracción involuntaria de los músculos-desmayo-aborto.
Este proceso no ha seguido un camino consciente. Es el en-
cadenamiento inconsciente de las ideas o imágenes que condujo a las
reacciones físicas. Todo depende, por lo tanto, de las ideas evocadas,
y no de los estímulos.
La educación moderna va encaminada hacia el desarrollo
unilateral del intelecto e ignora las posibilidad de explotar el
subconsciente. Se cree que con la voluntad se consigue hacerlo todo.
Pero ocurre a menudo que la asociación de ideas es desfavorable a la
ejecución de la voluntad. A pesar de la voluntad, se permanece
incapaz.
Gritamos «ánimo» y el ánimo nos abandona. Decimos «calma», y
nos ponemos nerviosos. Si tenemos que aguantar algo desagradable,
sentimos que nuestro cuerpo se pone automáticamente rígido. Si
accedemos a cantar delante de la gente, la voz tiembla. Si nos decimos
a nosotros mismos: «No debo de ponerme colorado», nos
ruborizamos aún más. Si no queremos temblar, temblamos cada vez
más. Si intentamos calmar nuestra ira, explotamos.
Recuerdo un pequeño incidente que se produjo, hace bastantes
años, cerca de mi casa en Tokio. Una tarde al volver de la estación vi
que agentes de la policía se colocaban en las esquinas de callejuelas
oscuras; esto me intrigó. Al día siguiente me enteré en los periódicos
de lo que había ocurrido la víspera. Dos días antes, un carpintero
quiso tomarse una taza de sa- ke al volver a su casa después de su
jornada de trabajo: se estaba ya alegrando al pensarlo. Su mujer se lo
prohibió de una manera muy seca. El no insistió. Pero la idea de este
rechazo brutal le seguía fastidiando. Intentó calmar su ira por todos
los medios.
Al día siguiente se quedó incluso durante horas al borde de un río
mirando el agua. Pero la ira en lugar de disiparse pudo con su
voluntad. Por la noche empezó a merodear por las callejuelas, armado
90 La imaginación actúa
de un bastón.
Cada vez que reconocía a una mujer parecida a su esposa le
asestaba un golpe en la cabeza. Se contaron más de una decena de
víctimas. Lo curioso era que se guardaba de golpear a su propia
esposa. Actuó como en la multiplicación de los panes, pero a su
manera.
La voluntad no es capaz de provocar lagrimeo en los ojos; sin
embargo, el recuerdo de un acontecimiento triste lo puede. La
imaginación feliz aumenta el apetito.
Cuando la voluntad coincide con las ideas evocadas se obtiene el
máximo de rendimiento-en una acción. Una voluntad desprovista de
ideas o imágenes favorablemente evocadas permanece ineficaz.
Simplemente gira en él vacío. Una voluntad sostenida por una
imaginación contraria llega a un resultado opuesto.
Sin embargo, la evocación de ideas o imágenes se hace con toda
libertad. Podemos elegirlas buenas o malas. El verdadero control de
uno mismo no debe consistir en la aplicación de la voluntad, sino en
la elección de las imágenes evocadas.
Se utiliza a menudo esta técnica de evocación, sin saberlo, en el
sentido contrario a lo deseado.
Se dice: «Eres un holgazán. Debes hacer un esfuerzo si quieres
conseguir algo.» La imagen así evocada es la de un holgazán. Es, por
lo tanto, normal que no le guste trabajar.
«Eres demasiado goloso. No debes comer tanto.»
«Has bebido de nuevo. Sé razonable.»
«Eres desobediente. Pórtate bien.»
«Eres débil. Cuida tu salud.
He aquí tantos consejos que ponen al individuo en conflicto
consigo mismo. Se trata de pretender no ser lo que se es.
La voluntad debe luchar contra la barrera de la imaginación que
nos hemos impuesto. La dificultad es insuperable. Con el fin de
realizar la voluntad, como sea, recurrimos a la amenaza, al chantaje, a
los latigazos, al castigo. Es cierto que se puede obtener un resultado
de esta manera, pero uno acaba destrozando al individuo al mismo
tiempo. Se vuelve oveja.
Ahora dejemos que actúe la imaginación en lugar de la voluntad.
Una niña de doce años escribió a Noguchi, diciéndole que no sabía
nadar, que tenía miedo al agua. Esto le impedía poder participar en la
clase de natación de la escuela.
La imaginación actúa 91
Noguchi le contestó: «Coge todo el aire que puedas e intenta ver
si puedes bajar al fondo de la piscina». Lo intentó siguiendo su consejo
y vio que era imposible bajar hasta el fondo porque su cuerpo flotaba.
Asoció la idea de flotar a la idea de nadar. Desde entonces ya sabe
nadar. No hay nada anormal en que un cuerpo flote cuando se ha
llenado de aire. Esto tan banal había suscitado la confianza que no
había tenido hasta ahora.
Su profesor, maravillado por este resultado inesperado, hizo
fotocopiar esta carta y distribuyó las copias a los alumnos que no
sabían nadar. Desde entonces esta clase tuvo el mayor porcentaje de
éxitos.
Noguchi no hizo una exhortación, sino que provocó la evocación
de una imagen. Nada más. La niña hizo espontáneamente la relación
con otra imagen, la posibilidad de nadar.
Cuando empecé el Aikido en 1959 tuve la suerte de descubrir un
dojo cerca del despacho donde trabajaba. Podía entrenar a la hora de
la comida o por la tarde después del trabajo. Pero algún tiempo
después este dojo cerró a causa de la vía férrea del nuevo tren. Tenía
que ir al centro Aiki-kai si quería continuar. Ya no podía aprovechar
la hora de la comida, incluso para las clases de la tarde llegaba
demasiado tarde. No me quedaba más remedio que elegir las clases
de la mañana a las seis y media.
En esta época me costaba madrugar y me preguntaba si podría
conseguirlo. Fui al Aiki-kai y allí encontré a un hombre que vivía más
lejos que yo. Decía que se levantaba a las cuatro de la mañana para
venir. Me dije: «Si otra persona lo hace, no hay ninguna razón para
que no pueda hacer lo mismo. Mañana por la mañana estaré aquí.»
Esta visualización me fue bien, ya que no tuve ninguna dificultad
en ejecutar lo que había suscitado antes en mi imaginación. Desde
entonces, he visto mucha gente que me ha prometido venir por la
mañana a mis clases, insistiendo mucho sobre la veracidad de su
promesa. No vinieron porque sentían enormes dificultades en luchar
contra su propia imaginación mal orientada.
Esta experiencia me permitió liberarme de ese complejo sobre la
hora del despertar. Ahora no me importa levantarme a cualquier hora,
pero esto les parece increíble a los demás.
Es importante subrayar que la imaginación suscitada únicamente
en el plano consciente no produce ningún efecto real sobre el
comportamiento del individuo. A menudo decimos: «Reflexiona
sobre las consecuencias, sé lógico, ponte en mi lugar, etc.»
92 La imaginación actúa
Constatamos que los argumentos bien llevados, aunque sirvan en ese
momento para modificar algunos detalles fútiles del acto, no cambian
en nada la situación en su conjunto.
Un borracho, aunque deje de beber delante de su mujer, irá a un
bar para satisfacer su deseo insaciado. Un holgazán simulará trabajar
delante de su patrón. Un estudiante está estudiando matemáticas; sus
padres lo han constatado porque tiene un libro de álgebra delante de
él. Pero él, más listo que ellos, está en realidad leyendo una novela,
escondida debajo de su libro.
Un individuo actúa de verdad si su convicción profunda ha
penetrado el nivel de su subconsciente. Por mucho que nos dejemos
persuadir por buenos argumentos, no podemos luchar contra nuestra
propia convicción.
La convicción puede ser buena o mala, favorable o desfavorable;
nuestro consciente juzga. Cuando nos parece que crea inconvenientes
en la vida, luchamos contra ella, le declaramos la guerra. Recurrimos
a disciplinas severas. Resultado: cuanto más nos esforzamos, más se
fortifica la imaginación inversa y se consolida la convicción. Es
generalmente el caso de los que os piden despertarles pronto, sea
como sea. Están ya convencidos de que va a ser muy difícil.
Noguchi recurre a menudo a esta inversión para obtener el
resultado deseado. Si juzga que es necesario aumentar el apetito, en
lugar de animar a comer, impone restricciones alimenticias: no hay
que comer esto o lo otro. Estas restricciones provocan en los
individuos un deseo incontrolable de comer más. Si es necesario
disminuir el apetito, elige alimentos que se deben de tomar
obligatoriamente. El apetito, que es ya una obligación, pierde su
fuerza.
No hay que creer que actúa así en función de una técnica o de un
ismo. Todo depende del individuo. La libertad puede estimular el
entusiasmo y el ánimo en algunos individuos, pero puede desorientar
por completo a otros. Estos languidecen en la ociosidad si no se les
dicta antes lo que deben ejecutar. Es el caso, por ejemplo, del tipo 12.
Sin embargo, el tipo 3, digestivo activo, se perturba ante la idea de
tener que hacer algo. Una emotividad demasiado grande le impide
tomar una decisión. Si la decisión le es impuesta, se revela, se fatiga o
se vuelve triste.
Ningún método vale si, desde el punto de vista de Nogu- chi, lleva
al debilitamiento del individuo, si no le permite alcanzar la plenitud
La imaginación actúa 93
de sus funciones mentales y fisiológicas. Inversamente todo es bueno
a condición de asegurar esta plenitud. La glotonería es buena o mala
según los casos, el deporte es bueno o malo según los casos, de la
misma, manera que el descanso, el exceso, la abstinencia, la disciplina,
etc. La respuesta exacta se encuentra en el individuo y no en la teoría.
Hay de qué desconcertar a los partidarios de métodos deductivos que
son muy cómodos para la intelectualización de las realidades.
La capacidad de un individuo se mide no por la adquisición de
conocimientos, sino por la fuerza de sus asociaciones de ideas que
contestan a los estímulos sin recurrir a esfuerzos conscientes. Los
esfuerzos conscientes conducen a la formación de gentes instruidas, y
no a obras de creación. Se conoce el caso de grandes matemáticos que
descubren fórmulas nuevas no por un esfuerzo continuado de
deducción, sino por revelaciones repentinas inexplicables.
Si, por una parte, existe gente capaz de explotar su asociación de
ideas, por otra parte hay quien no sabe sacar partido de su don y
simplemente son víctimas. Víctimas porque ningún esfuerzo
voluntario puede remediar la situación.
Conozco a un hombre incapaz de comer pescado. La vida misma
del pescado le da asco. Qué desgracia; cuánto le gustaría comerlo si
pudiese. Por lo tanto, tiene la voluntad de comérselo, pero todo su
cuerpo lo rechaza. Un día, sin que lo supiese, se le preparó un plato
con mezcla de un poco de pescado, pero estaba tan bien escondido
que era imposible descubrirlo ni por el olor ni por el sabor. Sin em-
bargo, el trastorno digestivo que padeció después no le hizo dudar
sobre la naturaleza de su contenido. Detrás de este asco por el pescado
hay probablemente un trasfondo macabro: su subconsciente lo ha
asociado a una historia de persecución racial de la cual había sido
víctima durante la guerra.
Otro hombre perdió el conocimiento viendo la sangre correr de
una herida de su esposa. Eran recién casados, y se podría pensar que
era una manifestación de ternura hacia su joven esposa.
Eso no era así ya que más tarde le ocurrió lo mismo cuando veía
en la televisión una operación quirúrgica. No obstante, se puede
apreciar la riqueza de su asociación de ideas. Sólo que esta riqueza
está mal explotada. Un día uno de sus hijos se hizo una herida
profunda en la cabeza. Dijo: «Menos mal, papá no está aquí hoy.»
«¿Por qué?» «Pues bien, si estuviera aquí mamá tendría que curarle.»
Otro niño solía desmayarse cuando veía sangre. Su madre armaba
94 La imaginación actúa
mucho alboroto sobre este tema. Un día se hirió en casa de Noguchi.
Este le dijo: «Sopla encima, la sangre dejará de fluir.»
El niño: «En efecto, ha dejado de salir.»
Noguchi: «Esto sirve de emplasto.»
El niño: «Ya no hace falta ningún emplasto.»
(Y dejó de palidecer.)
Noguchi: «Dentro de tres días esto caerá naturalmente, y entonces
habrá cicatrizado. No hace falta quitarlo como un emplasto. Cae solo.»
Desde entonces el niño no se volvió más anémico a la vista de la
sangre. Este desfallecimiento era debido no a una causa congenital,
sino a una educación involuntaria de su madre que había conseguido
implantarle una asociación de ideas en su subconsciente.
La imaginación actúa 95
X
LA VISUALIZACION
Todo lo que la sociedad exige de nosotros es que seamos
individuos de tipo medio, todos iguales. Se nos considera inte-
ligentes cuando nuestro coeficiente intelectual es elevado. Esto
consiste en ser capaz de responder a preguntas formuladas con
exactitud y sin equívoco. Pero un ordenador podría ser infinitamente
más capaz en este sentido que cualquier individuo.
Einstein, cuando estaba en el colegio, no era un alumno
destacado. No sabía lo que era el tiempo, o el espacio, mientras que
sus camaradas tenían ideas muy claras sobre este tema. Si hubiera
sido tan inteligente como los demás no hubiera sido capaz de llegar
a la concepción de la relatividad.
Una sociedad repleta de personas inteligentes puede muy bien
caer en la degeneración. El conocimiento pertenece al pasado. El
futuro presenta caras inesperadas. Es posible que uno se sienta
simplemente desbordado por los acontecimientos.
Hay personas que condenan a los que tienen ideas poco o nada
convencionales. Pero muchas de las ideas admitidas hoy han sido
condenadas en algún momento de la historia: la circulación de la
sangre, por ejemplo.
El diploma es a menudo la tumba de la verdadera inteligencia.
Los que permanecen enganchados a los diplomas dejan que muera
la libertad de imaginar cosas nuevas.
Se recurre al espíritu de competición, de rivalidad o a la
disciplina rígida para estandarizar la formación de los individuos.
Es verdad que existen individuos bien adaptados a ese tipo de
formación. Son, por ejemplo, los del tipo 8, del tipo 3, del tipo 2 o del
tipo 5. Puede ser desastroso para otros.
98 La visualización
imágenes, visualizar, si el hombre tiene todo derecho para hacerlo?
¿Por qué someternos a los métodos propios de la cría del ganado?
Una madre se queja a Noguchi: «Mi hijo no estudia. Tiene
verdaderamente una inteligencia mediocre.»
Noguchi contesta a la madre, en presencia de su hijo: «Si no
estudia, es normal que no consiga un buen resultado. Si todavía
trabajase noche y día sin llegar a un buen resultado, se podría
entonces decir que no es inteligente. ¿Cómo sabe usted si es o no
inteligente, ya que no estudia? Ni siquiera un niño inteligente es
capaz de llegar a un resultado si no estudia. ¿Sabe usted cuál es la
función de la hipófisis?» Dijo la madre: «No.» Noguchi: «Pues bien,
si no lo sabe usted es porque no lo ha estudiado. Cualquier imbécil
puede saber mucho más si estudia. Pero una inteligencia mediocre
basta si se trata de aprender sólo lo que todo el mundo conoce.
Concebir algo que no se conoce es mucho más difícil. Esto es la
verdadera inteligencia. Si usted condena la capacidad de su niño por
el solo hecho de que no estudia, en realidad usted es quien no es
inteligente. Mientras no estudie no podremos saber si es o no
inteligente.»
Un mes después ella vuelve y dice: «Es curioso: desde nuestra
visita ha empezado a trabajar con empeño. Me ha pedido que le
compre un diccionario, él que nunca quería hacer nada. Es
verdaderamente curioso.»
«Curioso para ella —pensó Noguchi—, pero para mí no.» Su hijo
pensaba que era inútil estudiar porque visualizaba que no 'era
inteligente. Todo lo que ha hecho Noguchi ha sido quitar el collar de
hierro que la madre había puesto inconscientemente alrededor de su
cuello.
Otro niño era considerado retrasado a causa de la meningitis que
había padecido.
Noguchi preguntó a su padre: «¿Qué le gusta en sus estudios?
¿Qué hace en casa?»
El padre: «No es capaz de nada, salvo que le gusta el brico- laje.
Desmonta los aparatos y los reconstruye sin parar.»
- Noguchi preguntó al hermano mayor del niño: «Y tú, ¿eres capaz
de reconstruirlos?» Contestó: «No.»
Preguntó al padre: «¿Usted es capaz?» El padre: «No.» «Los des-
monta tan minuciosamente que no soy capaz de hacer nada.»
Noguchi dijo al niño retrasado: «Por lo tanto, esto significa que
tú estás en este sentido más capacitado que tu padre y tu hermano
La visualización 99
mayor, ¿verdad?»
El niño, liberado de su complejo, obtuvo resultados que so-
brepasaban la media de sus estudios. Su padre pensó que era debido
al reajuste de las cervicales que Noguchi le había aplicado. En
realidad, él no hizo más que darle una luz de esperanza en su
complejo de inferioridad.
Aquí, sin embargo, interviene una cuestión de importancia
capital. Si Noguchi hubiera explicado al padre que sólo pretendía
darle una luz de esperanza, éste lo hubiera repetido al niño y el
resultado hubiera sido completamente diferente.
Hay también padres que se creen demasiado inteligentes como
para adivinar la intención escondida y no pueden dejar de mostrar
su inteligencia.
«Sabes, hijo, si el maestro ha dicho eso es para animarte, claro.
Entonces debes hacer un esfuerzo para responder al deseo del
maestro.»
Entonces, todo se ha echado a perder. El niño contestará. «Sí,
vale. Haré un esfuerzo. Pero como soy retrasado, no estoy seguro de
conseguirlo. ¿Qué hago si no lo consigo? Es probable que nunca lo
consiga.»
Una vez hecha la visualización, es casi imposible superar la
dificultad con la mejor voluntad del mundo. Lo que hizo Noguchi
fue dejar al niño asociar inconscientemente las ideas. «Para ciertas
cosas estoy más capacitado que mi padre y que mi hermano. Vaya,
puedo hacer también esto. Vaya, puedo hacer también esto. Vaya,
puedo hacer también esto.» Así, sucesivamente, todo discurre solo,
sin esfuerzo.
Todo aquello para deciros que no os fiéis de los padres de-
masiado inteligentes y habladores en estos temas. No son buenos
para la educación subconsciente de los niños.
Ninguna idea es capaz de actuar sobre el individuo de una
manera importante mientras se queda en el plano consciente.
Una idea se vuelve eficaz a partir del momento en que penetra en
el subconsciente, donde se convierte en lenguaje íntimo del
individuo.
Uno de los métodos más utilizados para este efecto es la
repetición. El «coueisme» es uno de ellos. Consiste en repetir «pasa,
pasa» en horas donde el consciente vaga en el claro-oscuro entre el
despertar y el sueño. El consciente es una muralla de defensa que
100 La visualización
impide la infiltración externa. Pero la repetición, este arma temible
con aspecto anodino, amenaza con penetrar en el interior por las
fisuras de la muralla, este aflojamiento inevitable del consciente.
Un japonés tuvo la idea de aplicar el método Coué para el parto
sin dolor. Hacía repetir a las mujeres: «No duele, no duele.»
Resultado: las que confiaban plenamente en él no han sufrido,
mientras que las otras han sentido dolores vivos, justamente porque
la imagen evocada por la fórmula, aunque enunciada de forma
negativa, era la de dolores.
Noguchi le dijo: «¿Por qué no utiliza usted la expresión original?
Sabasu, sabasu (pasa). No significa nada en japonés, salvo si acaso
caballa avinagrada.» ¿Qué tiene que ver una caballa avinagrada en
el parto?
Una fórmula enigmática o intrigante tiene la ventaja de desviar
la atención consciente de su punto candente para dejar al
subconsciente cumplir tranquilamente su función natural.
La publicidad explota este poder insinuante de la repetición para
implantar una idea fija en el público. La televisión comercial en el
Japón intercala cortos anuncios sobre los medicamentos, Al
principio, el sentido crítico funciona y rechaza la utilidad de tales
cosas. Después, uno deja de prestarle atención. Se espera
simplemente el programa siguiente. Sin enterarle, uno aprende el
eslogan de memoria y canturrea la melodía publicitaria.
Nos incitan al consumo que acaba por ser parte integrante del
individuo. Si nos abstenemos de ello, tenemos la sensación que algo
falta. La bulimia medicamentosa comienza.
El servicio de pompas fúnebres es un oficio que no puede
beneficiarse de esa ventaja. «Estar preparados para el día en que
vayáis a morir», «todos nuestros clientes están satisfechos», «contar
con nuestra eficacia»; tal anuncio, seguido de la marcha fúnebre,
puede preocupar a la clientela en lugar de seducirla.
«Las mujeres —dice Noguchi— utilizan a menudo la repetición
como arma potente para convencer a su marido. Al principio, éstos
la toman en serio y contraatacan. Con el tiempo acaban por no
prestarle atención. Pero ellas siguen insistiendo sin cansarse, la idea
penetra en el subconsciente y los maridos son educados a su gusto.»
He de decir que las ideas impuestas de esta manera no son
siempre buenas. Pueden denotar una idea fija injustificada. Pueden
deformar al individuo en lugar de ayudarle a desarrollar sus
La visualización 101
facultades. Hay que considerar y volver a considerar el impacto que
puede producir una idea introducida en el subconsciente del
individuo.
Una madre, que veía a su hijo limpiar su habitación, dijo: «Está
muy bien que mantengas tu habitación limpia. Está más limpia que
la de Jiro.»
Le hizo, por lo tanto, un elogio. Desde entonces el niño se puso a
limpiar su habitación aún mejor que antes, pero a la vez ensuciaba
todo lo que fuera. Sobre todo delante de la habitación de Jiro echaba
la basura. Entonces la madre le dijo que era malo.
La falta es debida a la torpeza de la madre que le implantó una
idea de competencia. Nada más eficaz que denigrar a Jiro para ser
vencedor.
La madre dijo a Noguchi: «He entendido su explicación, pero no
sé cómo hacer.»
Noguchi le dijo: «¿Quiere que lo intente?» «Sí.»
Un día, el niño estaba fregando los platos. Noguchi, viéndole, le
dijo:
—Haces un trabajo demasiado minucioso. Basta con aclararlo
con agua, ¿no?
—Pero ahí está manchado.
—Ah, te gusta la limpieza. Es por eso que no los puedes dejar así.
En el fondo no está mal.
Desde entonces el niño mantiene la limpieza por donde pasa.
Si a alguien le gusta la limpieza, es natural que mantenga la
limpieza. Un elogio mal enfocado le ha suscitado la idea de hacerlo
no por amor a la limpieza, sino por amor a los elogios. Si se actúa en
función de un elogio, este acto tiene un carácter especial,
extraordinario: deja de ser natural.
La falta de atención de los adultos conduce a menudo a dar más
importancia a los resultados tangibles y no a la intención o
motivación profunda. Les toca a los adultos soportar todas las
consecuencias que se derivan. Quizás haya que preguntarse si no
hay error de táctica por su parte, si se vuelven víctimas del capricho
de sus hijos.
Lo que afecta al subconsciente, lo que determina la actitud
fundamental del individuo, no son los argumentos o las decla-
raciones, hechas de frente, sino lo que se deja escapar, lo que se
102 La visualización
murmura. «¿Has entendido bien?», dice el padre. «Sí, papá», dice el
niño. «Bien, si has comprendido, hazlo en seguida.» Y después,
añade gruñendo: «Qué holgazán, éste».
De esta manera que no espere obtener algo de su hijo. Es posible
que el hijo haya contestado sí, sin haber comprendido nada,
simplemente por miedo a su padre como reflejo de defensa. Y la
última frase del padre es la puntilla. Todo está perdido. El padre se
ha cansado para nada.
En todas partes se inventan peyorativos raciales para satisfacer
la necesidad de sentirse superior. Dicho de otra manera, nos
sentimos agitados por un sentimiento oscuro de inferioridad. En
americano existe la palabra «kike», que corresponde al «yupin»
francés. «Kike», dicen, ¡es este señor que acaba de marcharse! Es algo
que uno no se atreve a decir de frente.
Si alguien tiene la costumbre de desahogarse de esta manera no
me inspirará confianza. En todo caso no le confiaré mi monedero.
Todas estas técnicas de demolición de la personalidad pueden
convertirse, con sólo cambiar de óptica, en medios capa- ’ces de
suscitar el desarrollo y el crecimiento del individuo.
El principio es muy sencillo: implantar en el subconsciente una
visualización sencilla, natural y realizable, y hacer durar esta
visualización.
Su práctica es, sin embargo, muy difícil. Si por un golpe de
suerte se consigue suscitar el interés o la esperanza de alguien, esto
generalmente no dura mucho tiempo, justo lo que dura el rocío de la
mañana. «¿Han comprendido ustedes lo que es el amor por el
prójimo? Levanten la mano. Gracias.» Guando han bajado la mano,
todos han olvidado ya lo que es, incluso el profesor. Se dice, por
ejemplo: «Tenía lágrimas en los ojos; por lo tanto es sincero.» Y se
espera la llegada de acontecimientos. Nada ocurre como hubiéramos
podido creer. En realidad, todo el conflicto interior se encuentra
liquidado por el acto de secreción lagrimal. Para comprender algo
más haría falta una nueva fuente de inspiración.
Cuando los clientes venían a ver a Noguchi estaban convencidos
que no debían tener fiebre, ni diarrea, y que podían recuperarse sólo
por su propia fuerza. Pero cuando Noguchi se alejaba se sentían de
nuevo cogidos por el miedo y la angustia. Durante veinte años
estuvo constantemente enfadado contra sus clientes debido a la poca
fe que ellos tenían en sí mismos. Acabó por encontrar una técnica
para hacer durar la visualización, lo que le permitió no enfadarse ya
La visualización 103
más con su inconsistencia. Volveré al tema más adelante. De
momento me limitaré a apuntar la inestabilidad humana.
Perseverar en algo como sea, con lluvia o buen tiempo, sin
perturbarse con ideas estériles, conmovido por la emotividad,
desorientado por la codicia, andar hacia adelante con un paso seguro
y silencioso, con el fin de dar el máximo de la vida recibida, he aquí
el comportamiento de un hombre independiente y libre. Hay
quienes dicen que para ser independiente y libre hay que tener los
medios. Así es como en tiempos lejanos los esclavos compraban su
independencia y su libertad. Hoy día hemos caído en otra forma de
esclavitud, justamente la de los medios que ofrece la vida moderna.
Para mí no se trata de medios, de riquezas, de situaciones, de
círculos, se trata únicamente de la actitud fundamental del ser.
Dicho esto, el ser humano es demasiado complejo como para
reducirle a simples preceptos. Un estímulo provoca las más diversas
asociaciones de ideas.
El problema se vuelve extremadamente complejo a partir del
momento en que se tiene en cuenta esta diversidad, es decir, la
afectividad de cada uno frente a un mismo estímulo.
Esto es como decir que uno no está tan libre como cree, en la
imaginación y en la asociación de ideas. Inconscientemente se está
orientado, encuadrado y limitado por la polarización de la energía.
El tipo 3, por ejemplo, es muy rico en la evocación de imágenes.
Robert lleva un libro reputado por ser muy difícil, lo enseña y habla
de él, porque esto le da un aire muy intelectual.
Jeanne recibe como regalo de un amigo un chandal que le gusta,
pero cuando lee la notita que le acompaña, da un grito pone;
«Señorita Dupont, en lugar de mi querida Jeanne.» ¿Su amigo está
enfadado con ella?
El tipo 1 desarrolla a partir de una cierta realidad todo un sistema
de asociación de ideas. Todo hierve en su cabeza. Antes de terminar
un proyecto, pasa a otro.
El tipo 9 tiene una rapidez extraordinaria para enlazar una
imaginación con otra. Una vez hecha la asociación permanece
encerrado en su castillo, del cual es difícil persuadirle de salir. Una
anciana rompió un espejo que le habían regalado porque, siendo del
tipo 9, no podía admitir las arrugas que no existían en su
imaginación. A un niño de tres años le gusta el fútbol, hasta tal punto
que su padre, después de su jomada de trabajo, debe jugar con él.
Pero hay que ver con qué destreza este crío de tres años domina el
104 La visualización
balón, tan grande como él. No le gustan los mimos ni las carantoñas.
No hace como los demás, no saluda ni da muchos besos. No es
sociable. Por eso, cuidado con decir que tiene mal genio. Si
implantáis una idea así en una persona del tipo 9 puede que se
transforme verdaderamente en una persona de mal carácter.
La visualización 105
XI
RESPIRACION Y
MAGNETISMO
Alguien ha enseñado mi libro a otra persona, diciendo: «He aquí
un nuevo método de respiración. ¿Le interesa?» El otro contestó:
«¡Ah, sí!, me gusta la respiración. Cuando voy al campo respiro
bien.»
Estoy decepcionado. El también lo estará, ya que no encontrará
nada de lo que busca en mi libro.
Oxígeno..., hemoglobina..., medio ambiente. Esto es poco más o
menos el marco en el cual se inscribe la asociación de las ideas que
tiene el hombre anatómico.
Otra tendencia recogida es de naturaleza mística, extrema-
damente estructurada. Se habla de chakras, de kundalini. Me
preguntan por qué ventana de la nariz, con qué pulmón es necesario
inspirar. Para mí, esto no importa. Yo digo: «Si usted tiene la nariz
taponada, inspire por la boca.»
La respiración de la cual hablo es de un orden muy distinto. La
palabra «kokyu» en japonés es teóricamente el equivalente de la
respiración. Ko es espiración; Kyu es inspiración. La combinación de
los dos forma la respiración.
El Kokyu tiene, sin embargo, una extensión insospechable mucho
más allá de la concepción bioquímica o gimnástica de la respiración.
Para hacemos una idea comparatoria habría que remontarse a dos
mil años atrás y ver en línea recta cuál ha sido la evolución de la
palabra spiro latina y sus derivados. Me inspiro en algo. Aspiro a
algo. El plazo ha expirado. El Espiritu Santo desciende sobre él. Hizo
una réplica espiritual. Hay tasas sobre las bebidas espirituosas.
XII
EL TIEMPO SE DILATA
«Es curioso —me dice Marcos, un día que estaba con él en el
coche—, tengo la impresión de que el tiempo se dilata. Lo he
observado conduciendo mi coche. Antes, cuando me venía un coche
de lado, tenía justo el tiempo de frenar. Ahora me parece que tengo
el tiempo suficiente, por ejemplo, para girar el botón de mi transistor
o hacer cualquier otra cosa antes de frenar. ¿Es simplemente una
impresión mía o existen otras explicaciones?»-
Efectivamente, Marcos tenía razón. Desde que practica el
movimiento regenerador, sus músculos se han flexibilizado. Ahora
los haces musculares envían señales al cerebro no de una manera
entrecortada y brusca, sino gradual y más dilatada, digamos. En todo
caso, en su afectividad el tiempo ha tomado un nuevo valor: se ha
vuelto más elástico.
En su trabajo de dentista tiene los mismos problemas que todos
sus colegas: dolor de espalda o agujetas debidas a la diversidad de
posturas a adoptar. En este oficio, uno busca la solución como puede:
hacer una gimnasia improvisada o colgarse de la puerta entre
paciente y paciente. Por ello, cuando cambiaba de posición, tomaba
precauciones, si no corría el riesgo de padecer situaciones
catastróficas: dolores agudos que le molestaban considerablemente.
Ahora ya ni se preocupa. Adopta cualquier postura sin miedo. Se
ha transformado en un elástico nuevo.
t=t prima
raíz cuadrada de (1 menos (0,999 95c cuadrado / c cuadrado) =
(3 años / 0,01) = 300 años.
Inspiración 121
hireburi, especie de vibración que se ejecuta con las manos juntas
delante del vientre, la mano izquierda encima, inspirando solamente.
En mi opinión, es una de las prácticas más importantes en el Aikido,
pero hoy día, ya, muy poca gente lo sabe. Incluso los expertos ya no
se acuerdan si es durante la inspiración o a la espiración. ¿Por qué
esta omisión?
Es que el espíritu sólo quiere retener lo que quiere aceptar. Por
mucho que se repita mil veces, cerramos la persiana auto-
máticamente cuando se trata de algo que no nos interesa.
Me han contado la historia de un coleccionista de cuadros. Un
vendedor le trae un cuadro del cual discuten el precio. El
coleccionista no mira el cuadro. El vendedor le dice: «Se lo ruego,
mire usted. Verá que es una obra de arte.» El coleccionista contesta:
«Nunca miro lo que compro. Miro al vendedor para saber si actúa de
buena fe o no.» Es un buen reflejo. El coleccionista quiere invertir su
dinero en alguna cosa de valor. Importa poco el valor estético del
cuadro.
Esta historia me recuerda otra contada por Ambroise Vo- llard.
Un joven viene a su casa para comprar un cuadro. «Acabo de tener
una niña», le dice. «Yo quisiera comprar un cuadro para que lo pueda
revender dentro de veinte años para su dote.» El vendedor le
presenta dos cuadros que corresponden al precio que él quiere
invertir, pero de estilos diferentes. Vollard se inclina más bien hacia
el cuadro menos convencional. El joven, después de dudarlo mucho,
compra el otro. Veinte años más tarde, vuelve con el cuadro.
«Quisiera revenderle —le dice— mi hija va a casarse.»
«Lo siento —contesta Vollard—, ahora ya no vale nada. Si hubiese
comprado el otro, su precio se ha multiplicado por cien.»
Yo miro el cuadro, no el precio. Con que me guste, poco importa
el resto. Muchas personas practican Aikido por la eficacia. Quieren
adquirir tantas técnicas como puedan. Poco importa el resto.
En el movimiento regenerador siempre he hablado de la
espiración concentrada, pero no de la inspiración concentrada. Esta
existe, pero es difícil explicar lo que es. Es demasiado sencillo. Se trata
de inspirar a lo largo de la columna vertebral de arriba a abajo. Es
todo. Esto no lleva más que algunos segundos en total. Como
Noguchi estaba muy ocupado, no tenía tiempo para descansar, para
pasear, para hacer ejercicios. Ni siquiera tenía tiempo para hacer el
movimiento regenerador que, sin embargo, recomendaba a los
demás. El no ha parado de trabajar durante cincuenta años incluso
122 Inspiración
cuando estaba accidentado: una perforación de estómago debida al
alcohol de madera y una fractura de costillas debida a la parada
brusca del autobús que ocasionó numerosos heridos. ¿Cómo se pue-
de trabajar sin un día de descanso, con tres o cuatro horas de sueño
por día? Es que algunos minutos de descanso para él equivalían a tres
o cuatro días de descanso para un hombre ordinario. Para hacer la
inspiración concentrada, no hay necesidad de ningún equipamiento,
de ningún lugar de recogimiento. Se puede hacer incluso delante de
otra persona sin que se entere.
Cuando se inspira a lo largo de la columna vertebral, las vértebras
fatigadas crujen y se produce sudor en las regiones que las rodean.
Entonces se recupera y pude volver a empezar.
Si no insisto en esta práctica es porque primero es difícil explicarlo
de una manera concreta y después porque es necesario disponer de
una cierta potencia en el vientre, una cierta flexibilidad y movilidad
en las caderas y en la columna vertebral. El vientre es como una
bomba que tira, y la columna vertebral, el hilo conductor. Si la bomba
no es suficientemente potente, no tira. Si el tubo está en mal estado,
hay escapes o eventualmente puede romperse como una goma vieja.
Tengo motivos para desconfiar de la reacción de los civilizados,
para los cuales sólo la actividad cerebral es intensa. Su hara, vientre,
y su koshi, caderas, están en la mayoría de los casos en un estado
lamentable. Su columna vertebral está completamente rígida,
aplastada bajo el peso de los problemas, temores y angustias.
Además, están acostumbrados a soluciones fáciles: basta con apretar
sobre tal tecla para obtener tal resultado.
La práctica de kumbhaka, emprendida imprudentemente, por la
simple lectura de un manual cualquiera, ha producido ya bastantes
víctimas en Europa. Asimismo algunos occidentales que practican el
ejercicio de abdominales, ejercicio muscular que tiene como meta el
desarrollo de la potencia del vientre, cometen un error porque ésta es
más bien de orden moral que físico. La palabra «hara», vientre, evoca
la imagen de sangre fría, de calma frente al peligro, y no de muscula-
ción atlética.
Es necesario que el progreso se realice sin prisa, sin forzar.
Podemos estar satisfechos si la respiración profundiza imper-
ceptiblemente en cada sesión. Sólo al cabo de un período más o
menos largo constataremos el cambio. Además, los practicantes
sienten, por sí mismos, que profundiza.
Pero, en realidad, el progreso no se hace de manera regular y
Inspiración 123
gradual. Se estanca en los bloqueos, como un coche en los atascos. Y
un buen día todo cambia.
Estos bloqueos no son sólo físicos. Pueden ser muy viejos, incluso
congénitos, implicando todo un paisaje psicológico del individuo.
Dije a una señora del tipo 3:
—Usted no decide en función de los argumentos, ¿verdad,
señora? Le gusta o no y todo está decidido. Hay quienes dicen: «Este
chico está bien. Es educado, cortés, va a la iglesia todos los domingos,
es licenciado en esto y lo otro. ¿Qué le reprocha? Pero si no os gusta,
no os gusta.»
—¡Oh! Para mí es muy rápido. Escuche. Tenía abuelos. A mi
abuelo le adoraba. Pero a mi abuela no la soportaba. Durante mucho
tiempo me ha atormentado la idea de no poder amarla, porque la
moral exige amar a los padres. Pero el día en que decidí que no la
quería, esto fue un gran alivio para mí. ¿Ha leído usted Génitrix, de
Franqois Mauriac? ¡Pues bien! Félicité es clavada a mi abuela.
El sentido de culpabilidad pesa mucho en Europa. He conocido a
dos ingleses que han tenido una muerte prematura por esta razón.
Para uno conozco la razón, pero para el otro, no. Este me llamaba por
teléfono desde lejos, diciéndome que se sentía sacudido por el sense
of quilt. It’s horrible, it’s horrible, decía él. Dos meses más tarde
falleció, literalmente
consumido. ¿De qué se sentía culpable? Los franceses, incluso
culpabilizados, no llegan a este extremo.
Ts’ong-Chen de Tchao-tchéou (778-897), monje Zen (Tch’an)
chino tuvo su satori a la edad de ochenta años. «El sa- tori —dice—
no es difícil. Basta con no preocuparse con la discriminación. Si no se
tiene ni amor ni odio, lo demás va solo.»
Dicho de otra manera, hasta el día de su satori, durante ochenta
años, se había sentido traumatizado por la discriminación entre el
amor y el odio. Su emotividad dividía el mundo entre los que él
amaba y los que no amaba. No era simplemente una idea. ¿Qué podía
hacer si su corazón latía más fuerte, si su epigastro se endurecía
cuando se acercaba alguien que no quería? Era del tipo 3- Murió a la
edad de ciento diecinueve años, predicó su satori durante cuarenta
años. ¿El satori contribuye a la longevidad? Ustedes verán.
Muchas veces las reflexiones hechas al azar de las circunstancias
traicionan el verdadero pensamiento que permanece escondido en el
124 Inspiración
fondo del individuo. Si uno dice: «A mí no me importa el dinero,
olvidémonos de la cuestión de provecho e interés», es probable de
que sea en realidad una persona extremadamente interesada y
especuladora. Generalmente es el caso del tipo 5. ¿Qué se puede
hacer si la idea de provecho nos importuna siempre? Sería fácil si uno
pudiese liberarse de ello como si fuera un par de guantes. Algunas
veces nos hartamos de tal tendencia e intentamos solucionarlo
declarando lo contrario de nuestro impulso profundo. Lo que quiere
decir que, en el fondo, somos capaces de ver, aunque sólo sea en una
imagen virtual, un terreno normal.
Profundizar la respiración conduce a la normalización del
terreno. Es, como ya hemos visto y como lo veremos más adelante,
una cuestión muy compleja. Quien se aventure a la ligera lo hará por
su cuenta.
Hay numerosos métodos que van encaminados a profundizar la
respiración. Mientras se insiste sobre la espiración, no hay mucho
peligro, ya que la espiración conduce al relajamiento de los músculos.
El dolor se manifiesta por la contracción involuntaria de los
músculos. Hay médicos que aconsejan a sus pacientes que den gritos.
Dar gritos es espirar. El dolor es más fácil de soportar así. No es
perfecto, pero no es tonto.
Todo cambia en cuanto la inspiración entra en juego. La
inspiración provoca la contracción. Esta se puede traducir algunas
veces en un dolor intenso. Dada la tradición occidental de hacer
hincapié en el dolor, y la versión popular de caridad cristiana que
sólo ve el alivio de los dolores como solución, tengo que tenerlo en
cuenta.
Si me viene un dolor, la primera idea que surge en mí es la de
felicitarme: soy todavía joven, aunque me clasifiquen oficialmente en
la supuesta tercera edad. Ser capaz de sufrir, es un signo de vitalidad.
El sufrimiento es un poco de la sal y pimienta en el plato. Aumenta
el apetito. Pero yo no lo manifiesto a los demás, porque se improvisan
médicos.
El día en que me muera, quizás no tenga bastante energía para
protestar. Conozco a un maestro que en su lecho de muerte sacaba
los brazos por encima de su cabeza, un gesto natural para aliviar el
corazón. Sus discípulos, que no entendían nada, se empeñaban en
meterlos debajo de la manta. Pobre maestro.
Existe la inspiración en el Aikido y en el movimiento regenerador.
En una sesión del movimiento hay que hacer un total de siete
Inspiración 125
inspiraciones coordinadas. No insisto demasiado sobre la calidad de
estas inspiraciones. Para profundizar es necesario examinar el estado
del terreno uno por uno.
Cuando se organiza el movimiento regenerador hay buenos
elementos que progresan, pero los hay también que no consiguen
liberarse de varias segundas intenciones. Hay quienes conocen un
poco de todo sin profundizar en nada. Mezclan todo. Ejecutan el
movimiento como si fuera un desahogo colectivo. Arman jaleo y se
mueven con la esperanza de obtener resultados. A pesar de estas
agitaciones, su respiración permanece siempre en el mismo nivel, sin
penetrar en profundidad.
En la risa se pone la atención sobre la espiración, mientras que en
el llanto, sobre la inspiración. Una buena risa, franca y contagiosa,
puede relajarnos, pero uno puede obligarse a reír y sería una
relajación más o menos forzada. Como los llantos influyen sobre la
inspiración, pueden dejar algunas veces cicatrices cuando se cortan
antes de llegar a la satisfacción completa. A este respecto, una señora
me ha contado una historia muy interesante: cómo se restableció de
una larga aerofagia que le hizo sufrir hasta la edad de cincuenta años.
«Retrospectivamente, todo parece sencillo —dice ella—•, pero esto
no se hizo en un momento. Fue un largo camino tortuoso.»
No ha guardado el menor recuerdo de su madre. Por muy lejos
que pueda remontarse en su pasado, recuerda, por ejemplo, un
rincón de la escalera donde jugaba, pero nada referente a su madre.
Durante una conferencia, hizo un descubrimiento. El confe-
renciante preguntó a los oyentes hasta cuándo se podían remontar en
su primer recuerdo de infancia. Algunos decían cuatro años, tres
años, pero para ella lo máximo que podía alcanzar eran siete años. Su
vida empezó a los siete años. Un espeso velo de misterio le impedía
ver lo que había ocurrido anteriormente a esta fecha.
Posteriormente, el día del entierro de su abuela una luz se hizo en
este misterio. Una señora vino a verla y dijo: «Yo la conozco a usted,
porque usted se parece a su madre. El día de su entierro yo la he
guardado en mi casa. Durante dos días estuvo llorando, rechazando
comer y dormir. Tenía usted cinco años.»
¡Qué revelación más emocionante! Entonces había perdido a su
madre a la edad de cinco años. Según los testimonios que había
recogido más tarde de otros miembros de su familia, su muerte tuvo
que haber sido algo repentino y brutal. Una imagen empezó a
dibujarse de este ser desconocido que había sido ella misma antes del
126 Inspiración
primer recuerdo de infancia.
¿Pero, por qué este olvido? ¿Este borrón total?
Cuando el impacto es demasiado fuerte para que el organismo
pueda soportarlo, el cerebro o el espíritu se encarga de proteger el ser
con ingeniosos medios de aislamiento: desmayo, pérdida de
memoria, etc.
Apreció también la ayuda que le aportó una psicóloga. Ella le
decía: «Elimine de su experiencia todo lo que nos es suyo. No diga:
tal ha dicho esto, he leído esto en un libro, según la teoría de tal..., etc.
Recuerde sólo: he vivido aquello.»
Mientras tanto, se casó y sus niños a su vez se casaron. Al •
acercarse a los cincuenta, tuvo nietos.
De vez en cuando, su hija le pedía guardar a sus hijos cuando se
ausentaba con su marido.
Naturalmente, en cuanto se iba la madre, los niños empezaban a
llorar. Intentaba consolarlos. Algunas veces lo conseguía, otras veces
era imposible.
Un día, los niños lloraban tanto que empezaron a tener un hipo
que sacudía todo su cuerpo. Al verlos, pensó: «Pero estos niños
tragan aire.»
Desde entonces su aerofagia persistente comenzó a disminuir en
intensidad y acabó por desaparecer.
A través de este largo trabajo de atar cabos, siempre interrumpido
por los detallitos de la vida, consiguió por fin descubrir el misterio.
La última pincelada dio vida a la imagen esbozada de una niña,
cuarenta y cinco años atrás.
Aún cuando la memoria de un acontecimiento que marcó la vida
de un individuo desaparezca de su espíritu consciente, el cuerpo
guarda fielmente el recuerdo.
Profundizar la respiración es muy sencillo. Pero, qué complejidad
muestra cuando se observa a los individuos.
Inspiración 127
XIV
EL KI EN EL AIKIDO
Existen motivaciones de las más diversas cuando alguien se
inicia en el aprendizaje del Aikido: el deseo de volverse más fuerte,
la necesidad de defenderse, las ganas de practicar un deporte, etc.
Ese no ha sido mi caso. El Aikido forma parte de mis inves-
tigaciones sobre el Ki.
El Aikido es literalmente «la vía de la coordinación del Ki.» Me
interesé por la concepción del Ki en el Aikido, pero reconozco que
este asunto es muy complejo.
En Europa, la gente se interesa por el Aikido por su eficacia, por
el poder que se quiere adquirir. Se interesa por la técnica, por la
adquisición del reflejo, def diploma, de la posición en la
organización y de las prerrogativas que se desprenden. Son los
aspectos cartesianos del problema. En cuanto al Ki, escapa a toda
tentativa cartesiana de definición. Por eso es oficialmente
inexistente.
Quisiera, por mi parte, aportar una modesta contribución a la
comprensión de esta noción difícil de captar. No escribo con el fin
de hacer un manual para los practicantes de Aikido, sino para situar
el problema en el contexto general del pensamiento occidental. No
tiene importancia que uno se interese o no por la práctica de este
arte, pero el Aikido merece ser mencionado, aunque sólo sea por la
nueva visión que nos aporta en nuestras ideas.
Muchas personas han venido a pedirme información sobre el
Aikido: «¿Es eficaz?» Bien habrían podido también elegir como otra
solución un arma de fuego o cerraduras de seguridad. Tienen miedo
a ser atacados, miedo a morir y miedo a vivir. Tienen prisa por
encontrar un medio cualquiera que les permita, al cabo de algunas
lecciones, adquirir un poder extraordinario. Los he echado a todos.
128 El Ki en el Aikido
Que ilusión. Podríamos hablar de eficacia si se estuviera al nivel del
maestro Ueshiba. Es también ridículo hablar de eso a mi nivel.
Los occidentales tienen tendencia a creer que el aprendizaje
consiste en el desarrollo de un cierto reflejo. Desde luego, el reflejo
puede facilitar la organización del trabajo porque, si no, habría que
volver a empezar en cada momento, desde los detalles más
insignificantes. Sin embargo, el reflejo que se queda simplemente en
reflejo no es nada. Es un comportamiento condicionado, una
costumbre. No se puede avanzar más.
He visto en el movimiento regenerador ese movimiento reflejo.
Cada vez se ejecuta el mismo movimiento, exactamente con la
misma duración. No existe un desarrollo en profundidad.
Recuerdo una anécdota que nos contó un profesor en el liceo,
hace cerca de cincuenta años. Un judoka, tercer dan, estaba en una
discoteca. Una pelea se desencadenó entre él y un gamberro. El
judoka, que tenía buenos reflejos, le hizo un hanegoshi, tirando
hacia él los dos brazos del gamberro. Al mismo tiempo, este último
sacó un cuchillo, con la punta hacia el judoka. Con el mismo gesto
que le hubiera permitido proyectar a su adversario en el aire, el
judoka recibió el cuchillo en el vientre. Si no hubiera tenido este
reflejo hubiera salvado la vida a Cambio de algunos golpes y
bofetadas.
Algunas mujeres jóvenes me han preguntado lo que habría que
hacer en caso de peligro. Por ejemplo, cuando un agresor les coge de
tal o cual manera. Les enseñé cómo se podían librar de un agarre.
Con un poco de astucia comercial hubiera podido instituir una clase
con mucho bombo publicitario: señoritas, defiéndanse contra la
agresión. Método eficaz. Una selección de chicas guapas que juegan
al agresor, y yo el agredido. ¡Qué oficio más agradable!
No he tardado en comprender la futilidad de tal enseñanza. El
menor gesto es parte de un conjunto más amplio y no se puede hacer
un gesto sin el dominio de este conjunto. Separar una parte con un
fin determinado es imposible. La idea de que se pueden ejecutar una
sucesión de movimientos programados con calma, como se haría
con recetas de cocina, es tan ridículo como nefasto.
He conocido dos soluciones diametralmente opuestas: una, por
la sangre fría, y otra, por la fuerza del inconsciente.
Una mujer se dejó coger y en el momento en el que el agresor,
contento, se puso a besarla, ella, con decisión, le mordió la lengua.
Al día siguiente encontraron al culpable curándose la herida en un
El Ki en el Aikido 129
médico. Otra mujer no recuerda lo que ocurrió. El diablo en su
cuerpo lo hizo todo. Cree haber oído un grito de dolor. Pero cuando
volvió en sí, no había rastro del agresor.
Esta fuerza del inconsciente es el Ki. Puede ocurrir que mujeres
endebles levanten un coche cuando se presenta la necesidad. No
existe ninguna técnica que nos permita ejecutar tal proeza.
Si la gente se interesa por el reflejo, la técnica y la musculación,
esto es asunto suyo. Son aspectos que no me interesan demasiado.
Si se desarrolla el reflejo hasta tal punto que uno se pone
automáticamente en posición de combate cada vez que alguien pasa
al lado con un martillo o una sierra, cada vez que el jefe de
departamento levanta la mano para rascarse la cabeza, cada vez que
el carnicero coge su cuchillo para recortar un bistec, es muy posible
que pase por ser una persona rara. Ya no se podrá ir a la peluquería,
porque el peluquero lleva una navaja que puede cortar el cuello «en
un santiamén».
¿Si hablamos de la técnica? Hay personas que son verdaderos
repertorios vivientes de la técnica. Ejecutan los gestos como si fuesen
programados por ordenador. Pero se siente, mirándoles, que falta
algo. No hay calor humano. Son muñecas mecánicas.
El maestro Ueshiba, cuando yo le veía en sus últimos años,
parecía no tener ya la noción de técnica. Hacía gestos de nada y sus
adversarios caían. Era como un niño que se divierte con cualquier
cosa, de cualquier manera. De vez en cuando preguntaba: ¿«Como
se llama esto?» Sus discípulos contestaban, dándole un nombre
sacado de la terminología sabiamente construida. «¿Ah, sí?», y
seguía divirtiéndose. Es imposible aplicar nombres a todos sus
gestos. El era libre y natural como los vientos o las olas.
Desconcertaba a quien quisiera estructurar el Aikido.
En Europa, donde la noción de Ki no existe, es inevitable definir
el Aikido como un deporte de combate. Quien dice deporte, dice
musculación.
Por otra parte, es muy difícil disuadir a los jóvenes de hacer
musculación. Para ellos es una necesidad fisiológica. Un deporte que
no va acompañado de un desgaste físico no es un deporte, etc.
Precisamente, el Aikido no es un deporte para mí. El maestro
Ueshiba lo ha repetido no sé cuántas veces: «El Aikido no es un
deporte, no es un arte de combate.» Desde el principio, entonces, nos
encontramos en un diálogo de sordos.
130 El Ki en el Aikido
No se trata en absoluto, para mí, de hacer musculación. Además
nunca he sido deportista. La hipertrofia muscular, como decía Alexis
Carrel, no es menos peligrosa que la atrofia visceral. Mis bíceps no
han cambiado de grosor desde que empecé a la edad de cuarenta y
cinco años.
El Aikido, además, como todas las cosas, se presta a las in-
terpretaciones más variadas. No puedo pretender dar validez a mi
opinión. Simplemente puedo comunicar lo que he visto, observado
y constatado.
He conocido, hace algunos años, a un joven profesor de Aikido,
titulado en cultura física, era por lo tanto un deportista. Pero le
dolían los riñones y acabó por perder toda movilidad de caderas. Le
ocurrió después lo mismo con los brazos que, a su vez, se ponían
rígidos hasta el punto de no poder'doblar los 'codos. Es uno de los
múltiples ejemplos que he constatado entre la gente que practica
artes marciales: la rigidez del cuerpo, provocada por esfuerzos
musculares excesivos.
Otro profesor de artes marciales venía a verme cuando impartía
cursos en provincia. Tenía problemas: su mujer estaba enferma, a él
le dolían los riñones y además padecía mareos. Antes de presentarse
delante de sus alumnos tenía que ponerse una compresa fría sobre
la nuca para poder dar clase. Estaba tan agitado que me daba lástima
verle.
—Dígame, ¿qué debo hacer?
—Yo no estoy cualificado profesionalmente para aconsejarle, no
hago más que dirigir el movimiento regenerador. Pero si quiere
usted puede venir a nuestra sesión de movimiento.
Reconozco que su contestación me dejó estupefacto.
—Pero es que tengo que irme de vacaciones ahora.
—¿Entonces qué quería exactamente?: ¿una medicina mila-
grosa?, ¿una panacea de Extremo Oriente? Yo no conozco ninguna.
Tengo que dormir. Tengo que despertarme. Tengo que trabajar.
Tengo que irme de vacaciones. Estamos aplastados por toneladas de
«tengo que». Estamos pillados por el engranaje social. No podemos
liberarnos de él. Existen por todas partes medicinas milagrosas. No
hace falta buscar lejos: el somnífero, el excitante, el estimulante, el
calmante, etc.
Yo no soy vendedor de milagros. Me parecen al contrario muy
esclavizantes estos milagros. No hay que pedirme consejos en estas
El Ki en el Aikido 131
cosas. Me limito a vivir simplemente.
Cuando veo a estas personas agitadas, tengo la impresión de
ofrecer un vaso de agua inútilmente. Tienen sed, pero sus manos
nerviosas no les permiten cogerlo. Dejan caer el agua al suelo. Lleno
otro vaso. Mientras tanto, llega el autobús y veo su brazo agitarse y
alejarse.
¿Qué han hecho para llegar a este estado? Tienen quince o veinte
años menos que yo. ¿Cómo serán cuando tengan sesenta años? A los
sesenta años se ha acumulado bastante experiencia de la vida y hay
que ser capaz de servir útilmente a la posteridad. A esta edad, dicen,
se está en decrépito. Esto me hace pensar.
Hay jóvenes orgullosos de sus heridas: la clavícula rota, el
menisco saltado, el lumbago, etc. Son, según ellos, tantos signos de
virilidad, tantas condecoraciones otorgadas por su valentía. Que por
eso no quede. Por mi parte, constato que he nacido hombre y no
siento especialmente la necesidad de mostrar la virilidad con signos
externos así. Conviene decir también que me he iniciado en el
Aikido a una edad donde uno siente el acercamiento del
envejecimiento. Mi visión es totalmente diferente de la de los
jóvenes batalladores.
He constatado en la práctica un gran alivio de mi ser. El Aikido
me permite hacer el vacío del cerebro. Nunca he sufrido de dolores
en los riñones. Al contrario, he podido aumentar la flexibilidad de
mis caderas.
Pero esto no basta, hay que ser eficaz, dirán los jóvenes. ¿Qué
entienden por eficacia? Proyectar a dos o tres agresores en la calle y
quedar como un héroe de cine? ¿Creen ellos que este es el único
peligro que existe en la vida? ¿Estáis seguros de que no hay alguien
que desde la ventana del inmueble de enfrente está acechando
vuestros movimientos, con una carabina provista de un visor, para
alojaros una bala en la cabaza? Además, así es cómo un presidente
de los Estados Unidos y un premio Nobel han muerto. ¿No tenéis
miedo a que una pared os caiga encima en la acera o que una grúa
os aplaste? ¿Que técnica aplicar cuando vuestro avión se precipita
sobre el suelo? ¿Si os atacan microbios desconocidos, cuál será vues-
tra defensa? ¿Y cuándo dormís?
Hay que buscar medidas eficaces, diréis. Pero cuando la muerte
os cita, sea aquí o en otro lugar, siempre os encuentra. Un árabe en
Bagdad se encuentra con la muerte, que le dice: «Vendré a buscarte
132 El Ki en el Aikido
mañana por la tarde.» Cogido por el miedo, se marcha a galope
sobre su caballo y llega a Samarra. A la hora indicada, la muerte
reaparece y le dice: «Sabía que vendrías por aquí.»
Sea cual sea vuestro método o vuestra disciplina, si lleva a la
destrucción del terreno, no valdrá nada a mis ojos.
Sin embargo, si mantenéis el terreno normal sin hacer nada
especial, es ciertamente bueno.
¿Qué es el Aikido? No lo sé. Depende de lo que esperéis. ¿Qué
es el cristianismo? Cuando leo los Evangelios, comprendo a Jesús.
Pero con lo que ha pasado después, ya no comprendo nada:
cruzadas, inquisición, guerras de religión, etc. Ahora voy a hablar
brevemente de la eficacia del maestro Ueshiba. Si ninguno de sus
discípulos consigue su nivel de eficacia, no tiene la culpa su Aikido.
Si Jesús viviese en la Europa cristianizada de hoy y cumpliese lo que
cumplió hace veinte siglos, sería encarcelado por promotor de
desórdenes. El Aikido estructurado no refleja gran cosa de la verdad
del maestro Ueshiba.
Ya, numerosos occidentales conocen ejemplos de proezas del
maestro Ueshiba. Cito aquí algunos, no para sacar provecho en favor
del Aikido, sino con el fin de poder realzar algo más, lo esencial que
sostiene su arte.
Podemos decir de manera general que desafió todas las leyes
conocidas de fenómenos físicos.
De ahí la opinión compartida entre los que se lo creen sin poder
explicarlo y los que lo niegan categóricamente.
¿Cómo es posible que un hombre de pequeña estatura pueda
proyectar hombres que le sobrepasan algunas veces de 20 a 30
centímetros? No sólo uno por uno, sino varios a la vez.
Era inatacable, tanto despierto como dormido, de frente o de
espalda, abiertamente o por sorpresa, tanto con manos vacías como
con armas, incluso con revólveres.
¿Hay que creer en estas cosas o rechazarlas?
Existen varias posturas posibles:
— Rechazar todo lo que no se explica, aunque exista.
— Aceptar los hechos, aunque no seamos capaces de ex-
plicarlos.
— Creer en todo lo que no existe.
La primera de las posturas, la de los racionalistas intransigentes,
existe no sólo en Europa, sino también en el Japón.
Tachar todo lo que no se explica, de sobrenatural o místico, es
El Ki en el Aikido 133
una solución de facilidad que no conduce a nada.
Creo, al contrario, que el maestro Ueshiba ha sido uno de los
hombres más naturales que he conocido.
El maestro Noguchi tuvo la ocasión de ver al maestro Ueshiba
durante no sé qué reunión.
«El maestro Ueshiba, muy bien», me dijo, pero no añadió nada
más. Su juicio es extraordinariamente seguro. Puede detectar en una
fracción de segundo lo que alguien no hubiera visto después de
treinta años. Está, en todo caso, lejos de ser partidario de los
buscadores de lo sobrenatural.
134 El Ki en el Aikido
f
XV
EL KI EN EL AIKIDO
(Continuación)