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Bajo un buen orador, siempre late un gran argumentador. Vamos a profundizar en los
principios y los tipos de argumentación.
La clásica enciclopedia ESPASA CALPE propone una definición casi idéntica a la de la RAE;
en su tomo 6, define el argumento como el “razonamiento para demostrar una proposición o
convencer a otro de lo que se afirma o se niega”. Cuando se aborda desde el punto de vista
filosófico: “La significación filosófica de argumento es la de razonamiento, empleado así para
establecer una verdad como para refutar una doctrina contraria. Así, pues, argumentar es argüir
contra la tesis de un adversario o raciocinar en pro de un punto sustentado por el mismo que
argumenta. Con todo, el sentido más general de la voz argumento encierra el de defensa contra
ajena impugnación, pues aún al defender una proposición clásica, se hace casi siempre con la
mira de impugnación de otras doctrinas que se afirman en contra. La argumentación enlaza una
serie de proposiciones lógicamente encadenadas. La finalidad objetiva del argumento es
demostrar. Es, pues, un instrumento de directa aplicación científica. Ofrece varias formas lógicas,
principalmente los de silogismo, entimema, polisilogismo, dilema, étc…” (ENCICLOPEDIA ESPASA
CALPE Tomo 6).
Para ello, es del todo recomendable utilizar los principios generalmente aceptados por
el auditorio o por el conjunto de los negociadores como punto de partida. La experiencia y
conocimiento de la audiencia configura su normalidad, lo que considera como normal y probable
o, por el contrario, anormal, improbable o extraño. Así, vinculadas a lo que parece normal,
habitual y verosímil, se instalan las presunciones. La persona que argumenta, lógicamente,
deberá ser sensible a la presunción generalmente aceptada, tanto argumente a favor como en
contra. Si desea argumentar contra la presunción generalizada, tendrá que denunciarla y
desmontarla. Si no lo hace, sus argumentos quedarán sepultados bajo el manto de la convención
general.
Los tópicos y lugares comunes tienden a ser despreciados por las personas de gran
cultura y preparación. Pero, aunque es cierto que son vulgares y en muchos ocasiones inexactos
o abiertamente falsos, no se pueden despreciar como herramienta de persuasión Estos lugares
comunes, entre otros, pueden ser de cantidad – por ejemplo, el más vale el todo que la parte -;
o lugares de calidad – por ejemplo, lo escaso vale más que lo abundante -; o lugares de orden –
en los que lo anterior sería superior a lo posterior -, por citar tan sólo algunas de las categorías
más frecuentes.
Cada audiencia tiene sus particularidades y sus claves propias. Por eso, la referencia a
valores generales será enriquecida si el orador acierta a concretarlo en los particulares de las
personas a las que argumenta. Ese argumento ganará de inmediato peso y credibilidad. Una
argumentación va a quedar enmarcada en una serie de valores, abstractos o concretos, propios
o compartidos con la otra parte o con la audiencia. Es difícil contraargumentar o contraponer
valores. ¿Qué es mejor, la generosidad o el amor? Siempre es más fácil debatir sobre sus
consecuencias, lo concreto siempre prima sobre lo abstracto. En los valores, pueden existir
jerarquías para las partes.
Nuestra estructura mental nos hace razonar en paralelo a los argumentos que
escuchamos. Así, a veces, nos parecen adecuados, mientras que, en otras ocasiones,
encontramos fallas que nos gustaría contraargumentar. En un proceso de negociación, la
contraparte se encargará de hacérnoslo saber, mientras que en el caso de la audiencia quedará
en muchos casos sin exteriorizarse, pero condicionando la retroalimentación. El orador debe
intuir – o inducir – estos argumentos internos para darles satisfacción en su lógica. Eso reforzará
la satisfacción mayéutica de su audiencia, pues sentirá como propios los argumentos del orador,
pues coinciden con los propios.
La interpretación de los datos también supone una diferencia sensible entre una
demostración y una argumentación. Mientras en la primera los datos son unívocos e
incontestables, en la segunda, pueden estar sometidos a distintas interpretaciones por las
partes. La expresión imperativa de ¡Vamos!, por ejemplo, puede significar una orden de partida,
como refleja el signo, o un intento de animar a una persona a la que vemos alicaída, como
adivinamos por el indicio.
Sea como fuere, en una negociación, con frecuencia, hay que demostrar a veces y
argumentar siempre. En todo caso, la demostración, que debe hacerse en pos de algo cierto,
debe estar supeditada, en todo caso, al servicio de los intereses que se negocian, por lo que la
otra parte puede rechazar la evidencia de lo demostrado si no le interesara su conclusión.
La argumentación lógica no tiene por fin convencer con la emoción, sino con la razón,
razonar, llegar a unas conclusiones lógicas a partir de un enunciado inicial. Aunque hemos
abordado la lógica en un capítulo propio anterior, volvemos a abordarla tangencialmente aquí
en cuanto que definimos el argumento. La argumentación lógica tradicional se basa, como
sabemos, en tres “operaciones del espíritu”, la aprehensión, el juicio y el razonamiento. Tras la
fijación de términos y conceptos, se construyen los enunciados y después se encadenan las
proposiciones, tanto las conocidas como las propuestas, como por ejemplo “Algunas A son B,
todas las B son C, luego algunas A son C”.
- Argumento a contrariis. “Argumento que parte de la oposición entre dos hechos para
concluir del uno lo contrario de lo que ya sabe del otro”.
- Argumento a pari o argumento a simili: “Argumento fundado en razones de
semejanza y de igualdad entre el hecho propuesto y el que de él se concluye”.
- Argumento ad hominen: “Argumento que se funda en las opiniones o actos de la
misma persona a quien se dirige, para combatirla o tratar de convencerla” (RAE).
No se debe confundir con el argumento ad personam, en el que directamente se
ataca o se desprestigia a la persona del adversario.
- Argumento Aquiles: “Raciocinio que se tiene por decisivo para demostrar
justificadamente una tesis”.
- Argumento cornuto o dilema.
- Argumento de autoridad: “Argumento que se funda en el prestigio y crédito de otra
persona en lugar de recurrir a hechos o razones”.
- Argumento disyuntivo: “Argumento que tiene por mayor una proposición
disyuntiva”.
- Argumento negativo: “Argumento que se toma del silencio de aquellas personas de
autoridad que, siendo natural que supiesen o hablasen de una cosa, por ser
concerniente a la materia que tratan, la omiten”.
- Argumento ontológico: “Por ejemplo, argumento empleado por san Anselmo para
demostrar a priori la existencia de Dios, partiendo de la idea que tenemos del ser
perfectísimo”.
Con mucha frecuencia se utiliza los argumentos de autoridad. Desde las discusiones
infantiles “es así porque lo ha dicho mamá” hasta el uso de citas bibliográficas de autores
prestigiosos en las tesis doctorales, el argumento de autoridad sazona muchos debates y
discursos. En el fondo, nos basamos en la autoridad de la persona citada para dar fuerza a
nuestros argumentos. Lógicamente la persona citada debe tener un prestigio y autoridad
generalmente aceptada sobre la materia en cuestión que se debata, debe ser imparcial, bien
citada e interpretada, en el mismo sentido que lo dijera inicialmente, y que no entre en
contradicción con otras mismas afirmaciones de esa misma persona, pues podría ser rebatido
con facilidad en este caso.
El argumento de autoridad es eficaz, pero debe usarse con una serie de cautelas sobre
las fuentes usadas, que deben ser citadas con claridad y específicamente, y deben ser fuentes
con autoridad compartida y demostrable por ser buenas conocedoras de la materia que nos
ocupa. Las fuentes deben ser fiables, contrastadas, no pueden citarse alegremente de oído, pues
podrían desmontárnosla con rapidez. Por eso hay que verificarlas. Atención con internet y otras
fuentes de riesgo no suficientemente contrastadas que pueden arruinar por completo una
buena argumentación.
Se entiende por causa a lo que genera el efecto. La relación causal puede ser aparente
o cierta, por lo que deberá ser obvia o probarse fehacientemente. En las sucesiones causales
pueden existir condiciones necesarias, condiciones suficientes y condiciones necesarias y
suficientes. Por ejemplo: las personas que comen fruta suelen estar más sanas. Por lo tanto,
comer frutas es bueno para la salud.
La relación causa-efecto puede ser tan sólo aparente, creíble por verosímil, no por cierta.
Un argumento causal debe basar su solidez en una causalidad comprobable, no conformarse
con una aparente, que podría ser desmontada con facilidad. Y si son varios los argumentos
posibles, habrá que optar por el que se base en el supuesto más probable, lo que no le exime,
en su caso, de que sea igualmente contrastable y posteriormente demostrable. “
Silogismo modus ponens: La forma deductiva más clásica y simple adopta las siguientes
inferencias: Si p, entonces q. P. Por tanto q.
Silogismo disyuntivo. El silogismo disyuntivo supone una cuarta forma deductiva válida.
P o q. No p. Por tanto, q.