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LA AVENTURA,
, ABURRIMIENTO,
LO SERIO
Versión castellana
de
E lena Benarroch
taurus
Título original: L ‘aventure, Vennui, le sérieux
© 1961 Editioíis Montamne
ISBN: 2-7007-0041-4
CAPITULO PRIMERO
LA AVENTURA-
El advenimiento del p o rv en ir............................................. 12
1. La aventura m o rta l............... ......... ........................ •- 17
2. La aventura estética....................................................... 23
3.-.L a aventura am orosa............................... v . .......... ... 29
CAPITULO SEGUNDO
EL ABURRIMIENTO
CAPITULO TERCERO
LO SERIO
LA A V E N T U R A
* El concepto de angustia.
juego que se limitase a jugar y no incitase de algún modo a la
seriedad batiría todos los records del aburrimiento, sería más
aburrido que lo serm» Si se suprime uno de los contrarios, juego
o seriedad, TtcaSiáM) oanouS-^, la aventura deja de ser aventuro-
sa: si se suprime el elemento lúdico, la aventura se vuelve una
tragedia y si se suprime el elemento serio la aventura se con
vierte en una partida de cartas, un pasatiempo irrisorio y una
falsa aventura. En otras palabras, para que haya aventura hay
que estar a la vez dentro y fuera; el que está dentro de los pies
a la cabeza está inmerso en plena tragedia; el que está entera
mente fuera, como un espectador en el teatro, contempla un
espectáculo que nb le compromete y no lo toma en serio: así
es el mundo visto desde un sillón y desde la óptica contempla-
cionista del juego£LiT implicación ética ”y el cHsfáncíámlentó esté-
tico son los dos polos entre los cuales transcurren las. aventu
ras.; El hombre aventuroso es a la vez exterior aí drama, cómo
el actor, e interior a ese drama, como el agente incluido en el
misterio de su propio destino. ¿Cómo se puede estar a la vez
fuera y dentro? Espacialmente es imposible y lógicamente es
impensable, es decir, contradictorio. Una puerta ha de estar
abierta o cerrada, e incluso una puerta entreabierta ya está
‘abierta; un hombre ha de estar dentro de la sala o fuera de
ella. Pero también se puede estar en el umbral, pasar una y otra
vez del interior, al exterior: este milagro se produce misteriosa
mente todos los días. La vida humana está a la vez abierta y
cerrada, es decir, está entornada. Asimismo, lo aventuroso está
dentro-fuera. ;No hay quien lo entienda! El espacio, que dis
tribuye los lugares «partes extra partes», lo niega y el principio
de identidad lo prohíbe; sin embargo, vivimos la contradicción
continuamente; sin embargo, la disyunción es papel mojado para
la vida. Se podrían distinguir muchas variedades en la aventura:
el juego, aventura en m iniatura, limitada al espacio de un table
ro, que sólo afecta a una zona parcial de nuestro ser, el ser del
jugador; lo novelesco, terreno de las aventuras peligrosas, pero
que no me conciernen personalmente; las aventuras como la
caza, los viajes o los cruceros, que me conciernen físicamente,
pero en el fondo excluyen todo elemento aleatorio. Quizá sea
más sencillo estudiar sucesivamente los casos en los que preva
lece lo serio, los casos en los que domina el juego y aquéllos,
por tiJíimo. en los que el juego y la seriedad se entrelazan sin
cesar.
El hambre ayenturoso, decíamos, está dentro-fuera, pero a
veces más dentro que fuera, a veces más fuera que dentro y a
veces tanto lo uno como lo otro de un modo inextricable. En el
primer estilo de aventura, el hombre está más dentro que fuera,
es decir, la aventura incluye a la vez el juego y lo serio, pero en
este caso lo serio prevalece sobre el juego y la inmanencia sobre
la trascendencia, de modo que la aventura se muda fácilmente
en tragedia; el deslizamiento se produce cuando desaparece el
elemento lúdico, la pizca de sal que adereza y resta gravedad a
toda aventura; entonces tiende a confundirse con la vida misma,
sus vicisitudes y peripecias dramáticas invaden toda la existen
cia. Es decir, al mismo tiempo que está comprometido con toda
su alma en la aventura, el hombre debe mantenerse relativa
mente distanciado de ella. El hombre aventuroso está a la vez
comprometido, como tan a menudo se dice hoy en día, y des
coro prometí do, pero de tal forma que el compromiso domina en
gran medida sobre ese estar descomprometido y distante. Esta
anfibología puede formularse en términos temporales. En efecto,
según la cronología el que está dentro dé la aventura la vive
como una continuación mientras dura y va experimentando
sobre la marcha todas sus vicisitudes. La aventura depende de
mí al principio, pero su continuación no siempre depende de
mí, y aún menos su terminación. O viceversa, estoy más dentro
que fuera, pero he empezado por meterme dentro libremente.
Un hombre decide un buen día escalar el Himalaya. No tiene
obligación alguna de hacer semejante esfuerzo. Está obligado a
pagar los impuestos, hacer el servicio militar y ejercer un oficio,
ya que todas esas cosas son «serias»; pero no escalar el Everest,
a eso nadie lé obliga. Es decir, el principio de la aventura es
un decreto autocrítico de núes to Q íte r t a y , en díHa,
como todo acto arbitrario y gratuito, de naturaleza un poco
estética. Pero, de pronto, el hombre descomprometido se com
promete a fondo. El aficionado, que ha abandonado voluntaria
mente 8 su familia y desatendido sus ocupaciones, se ve sor
prendido por una tormenta de nieve en las pendientes del
Everest. Sin duda, entonces se arrepiente de haher ido, pero
es demasiado tarde para lamentarse y volver atrás; a partir de
ese i7io~:Dto se juega el todo por el todo y lucha por su
pellejo. Atora lo que está en juego es su destinée * y su' propia
existencia; es, se suele decir, cuestión de vida o muerte. Entan-
ces k aventura está a punto de dejar de ser una aventura púa
convertirse en flha tragedia, con. mayor razón eí el alpinista
muere de frío *en el glaciar o cae por una grieta, es decir, si
la aventura acaba trágicamente.' A .veces se empieza por fuerza
y se sigue por juego, pero lo más frecuente es lo contrario: la
aventura se empieza por juego, pero no se sabe ni cómo ni
cuándo puede acabar ni hasta dónde puede llegar. Empieza
frívola, continúa seria y termina trágica; se desencadena de una
forma libre y voluntaria, pero su continuación, y sobre todo su
conclusión, se pierden entre brumas amenazantes en la incierta
ambigüedad del porvenir. El aventurero ha . quemado las na
ves, las naves del retomo y^ÉTaSe^ntiraénto.'TAqüf^ empieza
la tragedia! El hombre está un poco en la situación del aprendiz
de brujo respecto a la empresa descabellada y barroca llamada
aventura. Brujo sólo a medias, conoce la palabra que desata las
fuerzas mágicas, pero no la que las frenaría; el aprendiz sólo
conoce la mitad de la palabra. Unicamente el brujo conoce
ambas palabras, la que desencadena y la que detiene. Si el
hombre conociera las dos palabras de la aventura no sería un
mago a medias, ni un aprendiz, ni, en fin, un aventurero, sino
un mago a carta cabal; mejor dicho, sería como Dios. Dios es
el único que puede desatar y detener la voluntad, el único que
conoce la palabra del principio y la del fin, el único literalmente
omnipotente; el hombre no es más que un semidiós, su libertad
es una semilibertad y su poder no es íodb-poderoso, sino
poderoso a medias; únicamente está en nuestras manos el fíat
inicial, y sólo para el comienzo de una empresa que se des
arrolla luego por sí sola. Frente a la irreversibilidad del tiempo,
los nuestros son poderes cojos, truncados y unilaterales, y, sin
duda, es esta disimetría lo que explica la preponderancia de lo
serio. ¿Cómo asombrarse de que tal disimetría nos inspire sen
timientos ambivalentes?
Al hablar de una aventura en la cual la seriedad prevalece
sobre el juego, aún no hemos dicho la palabra esencial que
2. La aventura estética
3, La aventura amorosa
1. A ngustia y aburrimiento
Dans l'interminable
Ennui de la plaine
La neige incertaine
Luit comme du sable *.
M
mes el primer e&usiza por
sitfa tíc ií* cuan'do intOT _ _
fugitiva ..de- y
Igual que ^ sQ isü d o sé jra -fm iffflB ^ a ^ fe c ó i ^
: turada^ iBsr5ti;Ki>í;:eü la cima de labeatituátaiu^óló
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perdemn.- Pete», como no ae p u e d e p e rd e rlo q u ^ ^
menos M crcáús covtoeido la
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' dsl Edén. ae-'qu$dim reducidos :a y tjifc fv ^ ^
- estában los bsrmoivü frutos m á g ic o riio h É ^ B iM ^
tes de prados v c&afctos. A poco que^insÍBt¿BOs;
mes en la felicidad se da comendo media yuelta y-'sé'ürie ^
contrario; a la menor indiscreción, el s e n i b l m f e ^ : ^ ^ S |^ : s e f
■ensombrece, -Por kc *. cuando -1os; ^ íbí^ ; $ t o
29 Más allá del Bien y del Mal, Aforismo I94t (Existe edición en cas
tellano en Alianza, Madrid, 1986.)
30 La pun-i¿ du casur, pp. 48-49 (trad. fr.).
un maquiavelismo inconsciente, lo que buscan en la licencia ex
trema son precisamente las condiciones que la harán imposible,
es decir, la adorable servidumbre sin iniciativa ni responsabili-
ded. Por ¡o demás, sabemos el pinico que les inspira esa líber’
tad al parecer imprescindible reclamada a gritos, y con la cual
no saben qué hacer cuando, por azar, se la conceden; en gene
ral, su flamante regalo les agobia tanto que les falta tiempo para
ofrecérsela a un tirano; suplican que se les deje volver a su
jaula, como esas mujeres de Barba Azul que no osan seguir a
la .benévola Ariadna hacia la luz y la libertad.-Nadie quiere ser
liberado, dice Paul Dukas, y también a nosotros, que tanto he-
mos deseado ser libres, nos deja atónitos no sentimos más feli
ces en nuestras vacaciones infinitas. No, en el fondo los encade
nados no quieren ser liberados y darán a beber cicuta al salvador
que los liberase31. Prefieren volver a su escoria y a sus vómitos,
pues acaso sea Dios el único que haría uso de un arbitrio abso
luto sin sentir vértigo. La libertad deberá disolverse en la abs
tención o expirar en la elección. Si hay una filosofía negativa de
la. libertad, es porque la libertad sólo es libre cuando es discu
tida y continuamente reconquistada. Los atrezzos, climas y at
mósferas más propicios para el spleen nos revelan finalmente
esa opulencia que es penuria, ese icópo<; que es Ttevia. El tedio
métafísico no es el tedio de otoño — en cierto modo justifica
do— , sino e! tedio sin fundamento alguno, el tedio del estúpido
buen tiempo. La toska de la que nos habla el ciclo' del conde
Golenischev-Kutuzov y la música de Mus&orgski es un tedio
Sin sol32. En cambio, Debussy, en las Proses lyriques3*, dice:
«Mi alma muere por exceso de sol». El insomnio a pleno sol es
más paradójico que la melancolía de otoño, pero también más
característico. Una vez más, hemos de repetir que la conciencia
sólo fracasa a fuerza de triunfar: en este caso, la conciencia está
en: el zenit como el sol de mediodía. Aflicción del estío y del
buen tiempo, «spleen luminoso de Oriente», melancolía de los
días festivos, males debidos en parte a cierto complejo de infe
rioridad: deseo de igualarse (pero ¿cómo? y ¿mediante qué
proezas?) a tanta magnificencia y temor de no merecerla. ¿Esta
rá algún día nuestra gratitud a la altura de esa gracia infinita
P la tó n , Rep., V II 517 a.
32 Cf. M aeterlinck , Fauves las (Serres chaudes). D ebussy, De Fleurs.
u IU De Fleurs.
que nos es concedida? Y además, cuando la naturaleza se atavía
con sus mejores galas, la conciencia colmada, harta y satisfecha^
SS queda Siu pretexto para quejarse. De manera que si sigue en-
ffinCR, solo puede echarse la culpa a si misma. ¿El Sur alivia las
penas? Al menos así lo cree Nietzsche, que quiere librarse de su
neurastenia wagneriana y ahuyentar el pesimismo septentrional.
La peor pena de «no saber por qué... Mi corazón sufre tanto»,
no es la languidez que nos invade cuando la lluvia cubre la ciu
dad, sino el aburrimiento dominical y meridiano que nos abruma
cuando el sol, rey de Iüb veranos, adormece los campos. Ese es
el verdadero duelo sin razón de la tercera Ariette oubliée. El
tema del domingo ha ocupado un importante lugar en la neuras
tenia de fules Laforgue y en los simbolistas M:
36 K ierkega/.rd, La Pureté du coeur, trad. fr., pp. 129, 139, 151 y 214.
dar lugar a dos paíhos opuestos: o bien cierto placer de supe
rioridad, que lleva a la ironía de Schlegel, Tieck y Soger me
diante bromas desdeñosas; o bien e í desaliento de una con
c ie n c ia c o lm a d a q u e n o s a b e qué h a c e r c o n to d o s su s tesoros, y
es rel spíeen de Obermann y Pechorín. Según Senancour, el
aburrimiento consiste en la oposición entre lo imaginado y lo
experimentado, «entre la exigüidad de lo que es y la extensión
de’ lo que queremos». La imaginación ha prometido demasiado
al-sentido y nuestro afán de absoluto nos prepara toda suerte
de- decepciones. Harto de amar, ahíto.de peligros y viajes, el
Pechorín de Lermontov nunca se siente satisfecho; para el
héroe byroniano la vida no vale un copeck. Para Chateau
briand 37 el aburrimiento también implica el deseo, pero excluye
la ilusión y «habita un mundo vacío con un corazón lleno». La
novela rusa tiene una palabra especial — tíchni'— para designar
ese eterno estar en paro de lá conciencia; aunque Pechorín,
Onieguin y Oblomov sean ante todo unos soñadores, presentan
TjtT rasgó en común: están absolutamente disponibles, son como
exiliados en su propia tierra; la sociedad que les ha visto nacer
no Ies ofrece ni una ocupación ni una razón para vivir38. La
conciencia aburrida es una conciencia que se siente forjada para
las grandes empresas y, sin embargo, le toca vivir una época
poco propicia para los semidioses. Nuestra neurastenia proviene
de un excedente de energía desperdiciada en un mundo muy
Mediocre. De ahí que el juego sirva para canalizar ese exceso y
desviarlo hacia fuera evitando que nos concoma por dentro: el
juego es a la vez sucedáneo de la aventura y antidoto de la
mala conciencia, permite que los héroes desocupados ocupen el
espacio ficticio de un tablero de juego y al mismo tiempo nos
libera de unas fuerzas peligrosas que podrían destruirnos, pues
si el gusto y la delicadeza extremados hacen la conciencia
Vulnerable, una introspección implacable puede acabar con ella.
La conciencia aburrida se distingue de la conciencia irónica
en no estar muy segura de bastarse a sí misma o de crear real
mente el no-yo. Quizá ek mundo sólo sea un juego de marionetas,
pero las marionetas sirven para algo. ¿Acaso una conciencia
reducida a vivir de sus propias reservas no acaba por devorarse
3. Bios y Zoé
54 Serre d ’ennui.
» III, De Fleurs.
56 A. Gide, Voyage d'Urien, p. 79.
adormecidas! Ahora vemos mejor hasta dónde hay que tener
en cuenta el pesimismo y hasta dónde hay que desectlftllQ. Eü
primer lugar, sabemos que el tedio brota del ser sustancial y que
Scliopenhauer y Pascal tienen razón. Pero también es cierto que
el fardo del ser sólo se hace pesado a través del pensamiento de
sí y para una conciencia tardía y ya adulta a la que no le basta
con escuchar latir su corazón. Lejos de distraernos, la introspec
ción y la vót¡ov? voVjffE&>s* nos llenan de angustia. Según Nicole 57
el aburrimiento proviene de cualquier pensamiento embotado y
lánguido, ya sea pensamiento del pensamiento o pensamiento de
las otras cosas, por consiguiente, dejaríamos de aburrimos pen
sando en nosotros mismos. [Pero transformar el propio pensa
miento de uno mismo en diversión es achatar un poco el miste
rio! Ese yo de Pascal que busca ansiosamente el cara a cara con
su: propio misterio ¿no encierra acaso al mismo tiempo toda la
«cogitado» cartesiana y toda su dignidad cristiana? El tedio es
a. la vez superficial y profundo y es superficial precisamente
porque es profundo: supone tanto las profundidades abismales
del ser como la conciencia que tomará conciencia de ello. Por
último, el aburrimiento no es ni completamente consciente ni
completamente inconsciente. «La conciencia de ser» o, lo que es
lo mismo, la conciencia del vacío, es algo un poco monstruoso:
en primer lugar, porque, igual que la representación pide el ob
jeto representado, la conciencia pide un objeto que la ocupe y
el ser sólo le ofrece un mero tiempo vacío. Por otra parte, la
conciencia plantea el yo frente al no-yo, mientras que él ser
desnudo, Esse nudtim que compartimos cotí las montañas y las
piedras, o la conciencia de existir diluye el. yo en la inmensidad
del mundo. Lo persona ha preservado su conciencia, pero ha
perdido sus fronteras. ¿Acaso no tiene relación la angustia del
insomnio con ese ser anónimo, impersonal y extraviado en la
inmensidad negra, cuyo único viático es ese mínimo elemental,
al que están reducidas las piedras, las plantas y las-más humil
des criaturas de Dios? «Y ese spleen, dice Laforgue, me venía
de todo» (Solo de Lime). ¿Nos curaremos algún día de esa tris
teza cósmica, de ese insomnio a plena luz del día?
» Etica Nic„ IX, 4, 3 (1166 a 15). Y ' Platón, Rep„ VII, 518 c.
( a . IV, 436 b).
el desarrollo de tina futurición imprevisible que le depara sor
presas y calamidades; la preocupación, sin ser exactamente mo
tivo de insomnio, como la angustia, siempre es más pasiva que
la seriedad. Muy al c o n tr a r io , el tiempo de la seriedad es un
tiempo que el hombre previsor controla y dirige gracias a su
trabajo, un tiempo cuyo empleo óptimo depende de nosotros.
Prever para proveer sería la divisa de una futurición seria
que, a la manera del príncipe de Maquiavelo 21, tiene en cuenta
a partes iguales si azar y el libre arbitrio; el hombre serio, aten
to a la vez a la necesidad y a la libertad, es capaz de utilizar los
determinismos; la seriedad se reconoce por una exacta delimita
ción de las cosas que dependen de nosotros, así como por una
noción realmente modesta y mesurada de las posibilidades y del
poder del hombre. Los claros pasajeros de hoy nos permiten
prever mal tiempo para mañana y esto puede ser motivo de
preocupación por cuanto el futuro es imprevisible y excede a
las precauciones del hombre. Pero cuando somos capaces de ver
más allá de la euforia presente, la futura recaída del enfermo
es objeto de una responsabilidad seria en la medida en que su
futuro y su salud en general dependen del médico. De hecho,
cuando se habla de seriedad es porque la posibilidad de la
muerte está presente, pero también porque todavía se puede
hacer algo y tanto los tratamientos médicos como los poderes
terapéuticos de los remedios han de cumplir su cometido.
El enfermo sufre y no es momento de bromas; pero aún no está
todo perdido, puesto que sufre... ¿No es el dolor un-éxito rela
tivo de la vida? Si la efectividad de la muerte es inevitable, la'
fecha, en cambio, es infinitamente aplazable... Disparidad de
una situación en la que destino y destinée se compenetran: hay
que resignarse, a la quodidad de la muerte, pero es el quando lo
que justifica el combate. Si la situación es seria la despreocupa
ción y a fortiori la sinecura son inadmisibles. Si la situación es-
seria, se acabaron las locas ilusiones de inmortalidad. Pero si la
situación es seria (magnífico! es que no estamos desarmados...
Todas las esperanzas están permitidas, aunque todos los ruegos
estén prohibidos. Cuando el hombre recobra la seriedad, algo le
susurra en secreto {a trabajar! La mortalidad o, en otras pala
bras, el hecho de la muerte es una fatalidad para nuestra preocu
pación, pero la fecha de la muerte (hora incerta) es sencillamente
34 Gorgias, 467 c.
25 Cap. 36. «Voluntas sería et pura»: Schrecker, p, 113.
36 Preludio, Arta y Final, I, p. 6; J. S uk, opus 35.
geadai impondetable y fugitiva: (los dedos rozan el teclado
i CTcancnte1, uia d«r Biquiera la impresión de tocarlo. Así como
Jas-flotas xon puntillo perforan con sus áridas sonoridades la
t e p d a n - d e un Scherzo, les anécdotas, episodios y amorfos
tliagregap y p u lv e r iz a n la continuidad del tiempo vivido. Y así
como; la- ‘broma aísla la ocurrencia y el golpe en su instantanei
dad-7 . no permite que las agudezas del lenguaje repercutan
duraderamente en el sentido, el hedonismo no permite que las
aventuras galantes repercutan duraderamente en nuestro des
tino: les niega la seria perennidad. Asimismo, los cristianos del
domingo por la mañana circunscriben su fervor para contener
una exigencia que debería invadir toda la vida. Salida? inge
niosas y enredos amorosos responden a un mismo deseo de
pasar rozando sin ahondar ni profundizar, a una m ism a fobia a
la totalización seria. B1 frívolo juega con la experiencia puntual
para evitar que se extienda a la vida entera. ¿Acaso los juegos
de palabras y los juegos de amor no son como un divertido
pizzicato sin trascendencia, resonancia o repercusión alguna?
Don Juan no es serio: mariposeando de belleza en belleza, sin
<Tetenerse en ninguna, hace de su galante vida un scherzoTtam-
Trién^flevan tar¿pídam ente' el pedal para no prolongar más de
j a cuenta la vibración pateífóa ' deT^é^tttfaienfór^’T ^ g ^ ré z z a
versátil frivoliza lo más total] estrangula pl di^aneo a n tés^ e
Títié se baga pasión, antes efe aue le comprometa del todo. El
ilü ülü Vida libertina contrarresta sin cesar la' totaliza-
ción que mudaría cada aventura en tragedia, Y así como la
curiosidad y la maldad impiden la totalización en profundidad
por su carácter fragmentario, el erotismo y la versatilidad dis
gregan la continuación temporal. Por eso el cómico, «m la la.
tención de hacer reír, disloca el legato de la existencia y aÍBla
auu "«puquiíBub dcftUu¿*, que '« r convierten así en puntos dé*
"bilesY Para poHer reír es necesario ¿Hondar las grietas y~Tas
fisuras que separan los momentos del devenir. Pero los mo
mentos, separados en la superficie, se vuelven a unir en las
profundidades de la vida. Un devenir entero, 4in devenir global
y continuo tiende constantemente a recomponerse. La seriedad,
que alienta esa tendencia totalizadora, impide que el devenir
se pulverice en detalles insignificantes; detesta atrapar las opor
tunidades al vuelo, buscar las ocasiones aquí y allá, vivir al
día. Chispeante y afilado, el estilo picado cede el paso al grave
sostenuto, el atonismo de los instantes se reabsorbe en una dura-
ción continua. £1 legato fundamental de lo serio, como un
pedal obsesivo, Bubyace a Iob rtOCCOÍGS de la HVentUIft, &QU&W&
aventura en la que antes reconocíamos el aire deshilvanado del
Scherzo. Simmel, que prefería otras imágenes27, sin duda hu
biera contrapuesto la naturaleza «continental» de lo serio a la
condición insular y cerrada de una vida diletante.