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La cuestión ética en la época actual

En esta clase nos proponemos como objetivo comprender en líneas generales qué es lo que
caracteriza la cuestión ética en nuestros días, es decir, cómo es percibida la moral en la cultura
contemporánea en la cual estamos inmersos.
La preocupación por la ética estuvo siempre presente en todas las culturas y en todos los
tiempos, pues se trata, como veremos la próxima semana, de una dimensión constitutiva del
ser humano. Sin embargo, nuestro tiempo presenta características particulares, propias de una
“época de cambios”, o como prefieren decirlo algunos autores, de un “cambio de época”, para
dar cuenta de la radicalidad del fenómeno que estamos viviendo. Algunos piensan que la
moral, con sus leyes y normas, es algo del pasado y que debe ser dejado de lado. Y sin
embargo, pareciera que la cuestión ética está hoy más que nunca en los principales debates de
nuestra sociedad. No hay ningún ámbito que la excluya de su agenda: está presente en los
debates de la política, la economía, la ecología, la educación, los medios de comunicación, las
instituciones religiosas, la ciencia, etc., con una relevancia pocas veces vista.

I. El contexto de nuestra reflexión1

1. Tiempo de crisis

Vivimos un tiempo de “crisis” que afecta todos los ámbitos de la vida humana (personal,
social, cultural, política, económica, religiosa, ecológica). En el fondo, se está produciendo un
cambio en la comprensión que el hombre tiene de sí mismo. Al ser parte, más consciente o
inconscientemente, de este cambio que en distintos niveles todos hacemos y padecemos, es
muy difícil poder tomar la suficiente distancia como para intentar comprender lo que
realmente nos pasa.

Una de las características de nuestro tiempo es la inseguridad: inseguridad económica y


financiera; inseguridad social (no sólo en los países pobres, sino también en los ricos, debido
a la crisis de las instituciones de protección social y a las amenazas del terrorismo y la
guerra); inseguridad sanitaria (transmisión de enfermedades por viajes y migraciones);
inseguridad cultural (nuevos modos de colonización cultural a través de la tecnología y los
medios de comunicación que ponen en peligro las propias identidades); inseguridad
ambiental (problema ecológico); inseguridad ética (crisis de valores tradicionales); etc. Esta
inseguridad no debe ser vista como algo meramente negativo, sino como desafío a una
profunda creatividad humana, espiritual y ético-política.

Las condiciones en que se desarrollan la sociedad y la identidad de las personas pueden


ser pensadas como una confluencia entre la modernidad y la posmodernidad. Algunos
indicadores de la época son:

a) El pluralismo cultural, con el riesgo de caer en el sincretismo o en un relativismo


donde todas las diferencias terminen resultando indiferentes.

1
Seguimos sustancialmente el desarrollo del tema en: J.L. MARTÍNEZ, Moral social y espiritualidad. Una
co(i)nspiración necesaria, Sal Terrae, Santander 2011, pp. 59ss.
2
La cuestión ética en la época actual
b) El empirismo utilitarista, que reduce la verdad al cientificismo y busca la
maximización de los resultados según una mentalidad tecnológica que prescinde de la
ética.
c) El narcisismo de una cultura donde el individuo está centrado en la realización
emocional de sí mismo y se diluyen los compromisos sociales.
d) El ideal de una libertad con mínimas limitaciones y un máximo de posibilidades para
la toma de decisiones por parte del sujeto.
e) Una fuerte secularización que tiende a la privatización de la religión excluyéndola de
la vida pública.

➢ “El problema no es fundamentalmente la crisis, sino la incompetencia y la pereza para


encontrar salidas y soluciones”.

2. La Globalización

Un fenómeno particularmente importante de nuestro tiempo es lo que se llama la «tercera


revolución»2, que se refiere a los espectaculares avances en las tecnologías de la
información y la comunicación (TIC), que afectan profundamente a las personas y las
comunidades, y que hizo posible lo que hoy llamamos globalización o mundialización.

En la aldea global, sentimos como si todos los humanos fuéramos co-presentes y co-
actuantes. Es la unificación de la historia humana. Ningún proceso de unificación acaecidos
hasta ahora (el helenismo, el encuentro entre Europa y América, etc.) tuvo la amplitud y
profundidad que tiene el actual fenómeno de globalización.

“Por la mundialización, todos los seres forman una realidad orgánica e interconectada: la
conciencia humana se amplía a escala planetaria, y se ha creado una nueva alianza del ser humano
con la naturaleza. Se trata no sólo de un cambio de escala, que pasa del Estado-nación al sistema-
mundo, sino de una transformación de la residencia mental y de la conciencia” (Joaquín García
Lorca, «El siglo que convirtió el mundo en una aldea global», Sal Terrae 87 (1999) 911).

“Globalización es interdependencia. Supone una extensión de las actividades sociales, culturales


políticas y económicas más allá de las fronteras, de modo que lo que ocurre, lo que se decide y lo
que se hace en una región del mundo puede llegar a tener significado, consecuencias y riesgos
para los individuos y comunidades en cualquier región del globo, por más distante que esté del
lugar de los hechos. La capacidad de funcionar como una unidad en tiempo real y a escala
planetaria –con ubicuidad, instantaneidad e inmediatez- forma parte constitutiva de lo global,
diferenciándolo de otros vocablos como internacional o transnacional.” (J. Martínez, 66)

La revolución en las comunicaciones (cuyo paradigma es internet) constituye el


presupuesto y la condición posibilitante de la globalización y de su carácter irreversible.

2
La “primera revolución industrial” se inicia en Gran Bretaña en la segunda mitad del siglo XVIII, y consiste
sustancialmente en el paso de la sociedad rural (agraria, comercial) a una sociedad de tipo urbana, industrializada
y mecanizada. La “segunda revolución industrial” se inicia finales del siglo XIX, es una profundización de la
anterior, pero con nuevos elementos que están dados por el empleo de nuevas fuentes de energía (petróleo,
electricidad), nuevos modos de transporte (automóvil, avión) y comunicación (teléfono, radio), creciente
automatización de la producción y concentración de capitales.
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La cuestión ética en la época actual
Si bien la globalización tiene una especial repercusión en el terreno económico y
financiero, es un fenómeno mucho más amplio y profundo, un proceso plural y con distintos
ritmos en las diversas zonas del mundo, que incluye distintas dimensiones: científico-
tecnológica, económica, política, socio-cultural.

En esta situación, el poder político de los Estados se ve desafiado por los poderes
económicos globalizados. La Doctrina Social de la Iglesia (DSI), desde Juan XXIII, ve la
necesidad de una autoridad política mundial, que busque el bien común universal, de tipo
subsidiario con relación a los Estados nacionales.

“Para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para
prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno
desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y
regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial.”
(Caritas in Veritate 67)

Además de ser analizada en términos económicos y políticos, la globalización debe ser


considerada sobre todo en su dimensión cultural. Es en este nivel donde se están produciendo
las transformaciones más decisivas de nuestro tiempo, en el cual estamos también inmersos.
Los cambios en las estructuras políticas y económicas hunden sus raíces en valores y actitudes
socioculturales. La DSI ha insistido en los últimos tiempos en la importancia de reconocer
cuál es la antropología que está a la base de los nuevos procesos de mundialización.

3. Algunos indicadores culturales del cambio social:

• El sujeto, entre fuerzas uniformadoras y disgregadoras. En el mundo se vive una


tensión entre homogeneización cultural y resistencia cultural (Ricoeur hablaba de civilización
universal y culturas particulares). La corriente homogeneizante (occidental americanizada)
considera al sujeto como un consumidor anónimo de productos estandarizados en el mercado
y se presenta trans-nacional y trans-ideológica. El segundo movimiento se opone a estas
fuerzas uniformadoras mediante la defensa de las propias identidades culturales y étnicas, a
veces de manera pacífica, en otras ocasiones de manera violenta (fundamentalismos
nacionalistas, religiosos, etc.). Una realidad que se vive especialmente en las grandes ciudades
es el del «multiculturalismo» producto de los movimientos migratorios y de las posibilidades
actuales de comunicación. Esta pluralidad cultural y religiosa es evaluada como diversidad
que enriquece por unos y como desgracia que fragmenta por otros. Los conflictos que se
derivan del multiculturalismo son complejos. Habrá que tener en cuenta un acuerdo mínimo
que garantice la convivencia democrática, la defensa de los derechos de las minorías, el
rechazo de modelos culturales no compatibles con la democracia, etc.

• El sujeto, simplificado por el «pensamiento único». “A pesar de la enorme diversidad


de información que transporta la red informática, el propio medio de transporte genera una
uniformidad de conciencia, de marco conceptual y de categorías de conocimiento que lleva a
hablar de tendencias hacia la monocultura”. En este sentido se habla de “pensamiento único”
y “fin de las ideologías”, que proclama el capitalismo neoliberal como patrimonio común de
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La cuestión ética en la época actual
la humanidad y única alternativa viable. En el fondo, supone una cultura consumista,
utilitarista, eficientista, inmediatista.

• El sujeto, en busca compulsiva de su identidad. “Cuanto más abstracto se hace el


poder de los flujos globales de capital, tecnología e información, tanto más concretamente se
afirma la experiencia compartida en el territorio, en la historia, en la lengua, en la religión y,
también, en la etnia. El poder de la identidad no desaparece en la era de la información, sino
que se refuerza (M. Castells)”. Se vive en un estado permanente de construcción y
reconstrucción de la propia identidad, donde el sujeto que es afectado por una enorme
cantidad de estímulos e informaciones, no encuentra un eje que sostenga, concentre y dé
estabilidad. Es la experiencia de la “fragmentación”. El vértigo de las informaciones no da
lugar para la reflexión y la asimilación. La búsqueda del sentido y de la propia identidad se
vive como una experiencia angustiante.

• El sujeto, troquelado por la cultura de la «virtualidad real». En el momento actual,


las concepciones del espacio y del tiempo están sufriendo cambios profundos: “en el
paradigma informacional ha surgido una nueva cultura de la sustitución de los lugares por el
espacio de los flujos, y la aniquilación del tiempo por el tiempo atemporal: la cultura de la
virtualidad real”. Estamos inmersos en una “realidad virtual”. Decimos “virtual”, porque los
materiales llegan por vía informática, televisión, etc.; pero es “real”, porque configura la
cultura (ideas, valores, conductas) de quienes acceden a ella.

• El sujeto, en una «sociedad red» con brechas crecientes de desigualdad y exclusión.


La sociedad de la información se cristaliza en forma de red. “Si no estás en la red (Facebook,
Twitter, Instagram), no existís…”. Así se habla de «brecha digital», para expresar “la
creciente desigualdad y polarización que se está produciendo tanto entre personas como entre
grupos y naciones con respecto al acceso y el uso de las nuevas tecnologías, con importantes
consecuencias a la hora de participar de los beneficios de la globalización y el desarrollo”. En
la “aldea global” crece la desigualdad y la discriminación.

• El sujeto, «anestesiado» por hiperinformación. Los medios de comunicación tienen


hoy un rol fundamental y a la vez muy ambiguo. Esto no tiene que ver sólo con los modos en
que se trata la información, las tendencias ideológicas que se transmiten, la calidad cultural de
la programación, sino con los mecanismos con que los medios elaboran y hacen llegar la
información. “La alta dosis de dramas cotidianos que ingerimos anestesian nuestra capacidad
de discernimiento y cualquier otra reacción”. Paradójicamente, cuánto más se muestra la
inhumanidad y el sufrimiento, más inmunes nos hacemos a ellos.

• El sujeto del fogonazo solidario. El flujo de informaciones no llega a interpelar a las


personas, más que a modo de sentimientos efímeros y fogonazos (maratones solidarias, etc.),
que pueden tener muy buenas intenciones, pero se quedan muy cortos para tomar conciencia
de la verdadera problemática de fondo.
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La cuestión ética en la época actual
• El sujeto moral entre la libertad y la verdad. Para la Veritatis Splendor, la ruptura del
nexo entre verdad y libertad es el origen de la crisis moral (n. 32). La superación de esta
ruptura no se realiza por una acentuación de la norma objetiva y su interpretación por la
autoridad competente (como es el caso del magisterio), sino por una clara afirmación de la
dignidad de la conciencia moral (que ciertamente no puede ser arbitraria ni caprichosa) y de la
responsabilidad humana.

4. Ambivalencia de la globalización y orientaciones éticas

La realización histórica de la globalización es ambivalente: puede servir para el bien o ser


utilizada para el mal. “La así llamada "globalización" contribuye hoy a hacer aún más
complejo el mundo del trabajo. Se trata de un fenómeno nuevo, que es preciso conocer y
valorar con un análisis atento y puntual, pues se presenta con una marcada nota de
"ambivalencia". Puede ser un bien para el hombre y para la sociedad, pero podría constituir
también un daño de notables consecuencias. Todo depende de algunas opciones de fondo, es
decir: si la "globalización" se pone al servicio del hombre, y de todo hombre, o si
exclusivamente contribuye a un desarrollo desvinculado de los principios de solidaridad y
participación, y fuera de una subsidiariedad responsable.” (Juan Pablo II, Discurso a
empresarios y sindicatos de trabajadores, 2 de mayo de 2000).

La globalización dejada a sus propias leyes se descontrola. Por eso, debe ser pensada y
orientada con sensibilidades éticas.

Orientaciones éticas3:

- Consideración previa. Se deben evitar dos tentaciones: la del “optimismo mecanicista”


(la globalización sería un proceso rectilíneo, casi automático y prácticamente
ilimitado, que llevaría de por sí a una especie de perfección indefinida) y la del
“catastrofismo pesimista” (la globalización sería en sí misma una amenaza y un
peligro).

- Globalización “desde” y “para” el sujeto humano.


o Continua reafirmación del valor de la persona en cuanto sujeto decisivo de la
historia humana.
o Que los beneficios del proceso globalizador lleguen a todos los seres humanos.
Globalización sin exclusión.
o Que se tenga en cuenta “todo el hombre” (una visión integral). Globalización
sin reduccionismos.

- La solidaridad como estructura ética.


o El principio de solidaridad supera el individualismo insolidario y el
corporativismo cerrado, buscando el ideal de la igualdad ética de todos los

3
Cf. M. VIDAL, Moral cristiana: en tiempos de relativismos y fundamentalismos, San Pablo, Buenos Aires 2010,
pp. 19ss.
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La cuestión ética en la época actual
sujetos, teniendo en cuenta la condición de asimetría en que se encuentran los
individuos y los grupos menos favorecidos.
o Dado que existe la interdependencia a escala mundial, debe existir una
solidaridad internacional, que se realice en distintos ámbitos de la realidad y
mediante diversas formas de actuación. Entre las áreas que tienen hoy especial
importancia, estarían: el mundo de los desplazados y refugiados; el mundo de
las migraciones; la ecología; el desarrollo en sus múltiples aspectos
(económico, social, cultural, etc.); la transferencia de tecnologías; los
mecanismos financieros, en cuyo contexto se encuadra el problema de la deuda
externa.

- Inclusión de toda persona frente a las tendencias de exclusión.


o Frente a la globalización excluyente es necesario instaurar una globalización
incluyente, según el plan de Dios Padre.
o Superar los sistemas económicos, políticos, culturales, religiosos, de exclusión,
que niegan la existencia de los otros, individuos o comunidades.
o “Si el hecho ético más importante del siglo XX ha sido la Declaración
Universal de los Derechos Humanos (1948), el reconocimiento efectivo de
esos derechos ha de constituir la praxis ética más valiosa del próximo futuro”

II. La cuestión ética en la situación actual4


Para ayudarnos a reflexionar acerca de esta cuestión particular de la ética en la
actualidad, vamos a leer un texto de un reconocido teólogo español de nuestros días, el
sacerdote jesuita Eduardo LÓPEZ AZPITARTE. Para orientar la lectura y la reflexión personal,
les propongo algunas preguntas al final del texto.

1. Rechazo generalizado de la ética

El ambiente social que nos rodea ha cambiado mucho en relación con el de épocas
anteriores todavía cercanas. Siempre han existido debilidades e incumplimientos de las
normas éticas, pero lo más característico de la situación presente es que ya se duda sobre la
utilidad y conveniencia de que existan. Hablar hoy de moral despierta enseguida un fuerte
sentimiento de agresividad y rechazo, contra algo que nos hizo sufrir y provocó con
frecuencia experiencias negativas y sentimientos de culpabilidad. (...)
Entre otras afirmaciones, que se podrían multiplicar o expresar con un lenguaje
diferente, se oye decir, o se siente sin manifestarlo, que la moral es una forma de infantilismo
por la que se considera al hombre como un niño permanente, para decirle en cada momento lo
que tiene que hacer. La gente vive en un clima de libertad y autonomía y no está dispuesta a
perderlas con el sometimiento a unas normas externas, coactivas y autoritarias. Lo único
importante es la conciencia de cada individuo para que decida de acuerdo con su propia

4
Cf. Eduardo LÓPEZ AZPITARTE, Cómo orientar la vida. Propuestas para alcanzar una ética profundamente
religiosa y auténticamente humana, Ed. Paulinas, Buenos Aires 2000, pp. 9-24.
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La cuestión ética en la época actual
responsabilidad, sin que nadie, desde fuera, le pueda imponer una conducta determinada. La
sociedad moderna se ufana de haber alcanzado una mayoría de edad, incompatible con una
obediencia infantil a la ley.
Los cambios, por otra parte, han sido demasiado evidentes y significativos para seguir
creyendo que lo que ahora se manda va a ser una verdad definitiva e inmutable. Sin duda, el
denominador más común y significativo es el amplio pluralismo existente en nuestra
sociedad. La oferta de opciones sobre los múltiples problemas éticos es tan amplia y
contradictoria que se encuentran soluciones para todos los gustos e ideologías. Esta diversidad
no afecta exclusivamente a la solución de ciertos problemas, como siempre ha sucedido en
todas las épocas, por la complejidad de los valores éticos y su aplicación a las situaciones
concretas. Las diferencias abarcan también a otros aspectos mucho más fundamentales. La
concordia básica de antes se ha fraccionado en diversas posturas que mutuamente se
excluyen. Cualquiera que busque una información se va a encontrar con una variedad de
respuesta que desconciertan y provocan una fuerte inseguridad. Hoy se aceptan conductas
que, en épocas anteriores, estaban condenadas y lo que antes no era lícito a lo mejor hoy
resulta posible. Una moral que cambia y evoluciona pierde por completo su credibilidad, pues
no tiene raíces suficientes para exigir una confianza plena.

2. Algunos rasgos de la posmodernidad: el fenómeno de la microética


El esfuerzo por una explicación razonable, al que muchos se agarraban como la única
alternativa posible, no ha tenido demasiado éxito. El mismo pluralismo vigente ha despertado
un enorme desencanto de la razón, como un camino que no lleva con seguridad a la búsqueda
de soluciones éticas. La dispersión de criterios es un síntoma manifiesto de esta incapacidad
para una valoración objetiva de tantos problemas. Si la secularización había puesto su
confianza en el hombre, ahora este, desilusionado de esas promesas, acepta su propio fracaso
y su impotencia moral. Una sensación de vacío y desencanto se apodera de muchos
ambientes, como si fuera imposible la búsqueda de una opinión común. No cabe otra
alternativa que la resignación ante un intento inalcanzable. Del apogeo y exaltación de la
razón humana, que había impulsado la modernidad, se ha pasado al pesimismo y desconfianza
de la cultura posmoderna.
En este clima no desaparece por completo la preocupación ética, como si no quedara
otra salida que el más absoluto amoralismo, sino que su imagen aparece dibujada con una
serie de matices característicos, que no se identifican con los más clásicos y tradicionales.
Hoy ya se habla sobre la existencia de una microética que se aleja progresivamente de los
esquemas anteriores. Sin estar ausentes los contenidos axiológicos, su rostro presenta perfiles
profundamente significativos, condicionados por el fenómeno de la posmodernidad. Sólo nos
interesa apuntar con brevedad algunos rasgos principales.
Ya no existen las grandes visiones universales como un programa coherente que
orienta la vida, sino actitudes realistas y pragmáticas para resignarse con lo poco que en cada
momento se pueda. Todo proyecto idealista y utópico está condenado al fracaso. La era de los
grandes relatos o de las síntesis armónicas pertenece a una época superada. Sería ingenuo
reconstruir la unidad perdida cuando sólo quedan fragmentos aislados. No hay razón para
creer en algo que pudiera servir de fundamento. La fragmentación y el pluralismo forman
parte inevitable de nuestra condición actual. Cualquier nostalgia de la unidad y armonía
perdida no tiene ninguna justificación. El fin de todo proyecto y normativa totalizante
significa el fin de la ética, al menos en la forma que prevalentemente ha asumido el
pensamiento moderno.
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La cuestión ética en la época actual
3. Rechazo de lo absoluto y del esteticismo ético
A partir de los anteriores presupuestos, no resulta extraño que se llegue al rechazo de
toda valoración que pueda considerarse como definitiva, pues todo está sujeto a cambio
cuando se descubren otras alternativas mejores. Si la época de las verdades absolutas
pertenece al pasado, en el que se buscaban garantías con una consistencia dudosa, ya no se
puede reivindicar la incondicionalidad de ningún principio como el único depositario para el
discernimiento de la maldad o del bien. Nada hay definitivo, pues todo puede cambiarse con
el tiempo y las circunstancias. La única obligación es la renuncia a cualquier tipo de
dogmatismo como un signo de respeto a las otras mentalidades y como una confesión
explícita de nuestra propia incapacidad para la búsqueda de seguridades. Del hombre
orgulloso de sus conquistas y descubrimientos no queda ya nada más que una imagen triste y
despojada de su antiguo esplendor, donde todo se ha relativizado para quedar en manos de la
provisionalidad.
Hay que resignarse, por tanto, a vivir sin absolutos, pues la entrada de la razón en el
mundo de la ética, tan exigida en los autores actuales, no da tampoco ninguna garantía
absoluta, hasta el punto de convertirse, por su incapacidad para responder a los interrogantes
morales, en una razón sin esperanza. En cualquier caso, siempre será mejor un pluralismo en
la razón, aunque no ofrezca seguridades, pues no queda otra alternativa que “el racionalismo o
la barbarie” (M. A. Quintanilla, A favor de la razón..., p.17)
Tampoco se aprecia la coherencia de los criterios dentro de una síntesis armoniosa.
Cada uno puede elegir, entre las múltiples ofertas que se presentan, aquellas que en cada
momento le parezcan más seductoras, sin preocuparse por la armonía e integración del
conjunto. La obsesión por el esteticismo ético, donde todo se encuentra bien encajado, es un
intento por escaparse del destino desgarrado y del asedio de tantas sospechas como hoy nos
amenazan. La clave está en vivir cada momento sin ninguna otra referencia. Sólo la propia
conciencia está capacitada para optar por aquellas reglas de comportamiento en medio de esta
multiplicidad existente. Vivimos, para sintetizarlo en unas palabras, en la edad del fragmento,
de lo parcial y provisorio, de lo débil e inconsistente, de la inseguridad y lo relativo.

4. Los riesgos y peligros de esta situación: escepticismo y comodidad


En un contexto cultural como este, se esconden algunos peligros fácilmente
comprensibles, y que constatamos con frecuencia a nuestro alrededor. Solamente me limito a
enumerarlos.
Se aumenta, en primer lugar, un talante de escepticismo e indiferencia ante la
dificultad de una fundamentación cierta y segura. Cuando son tantas las opiniones y tan
diferentes las ofertas éticas, no hay ningún motivo para aceptar unas por encima de otras. No
existe ningún imperativo obligatorio por el que merezca la pena un determinado esfuerzo o
sacrificio. El ecumenismo ético se vuelve tan amplio e indulgente que no se rechaza como
inaceptable ninguna conducta. La tolerancia no es, entonces, fruto de la consideración y
deferencia hacia el otro, sino el síntoma de un escepticismo radical. Como la verdad no está
garantizada, que cada uno actúe y se comporte como le parezca. Hasta manifestar el propio
convencimiento, si es que se tiene, provoca vergüenza y malestar, por temor a ser considerado
como poco comprensivo frente a otras posturas. Es curioso observar cómo en muchas
encuestas que se hacen por la calle para determinados programas, cuando se pregunta sobre
alguna valoración ética, la respuesta más frecuente es dejar que cada persona proceda como
juzgue conveniente.
Esta incertidumbre e indiferencia se convierte también en un estímulo para la
comodidad, pues si cualquier oferta ética aparece tan válida como las otras, la inclinación
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La cuestión ética en la época actual
hacia lo que resulta menos molesto y exigente se hace comprensible. Nadie tiene derecho a
exigir o prohibir una conducta determinada, ya que todas gozan más o menos de la misma
probabilidad. La elección pertenece en exclusiva al propio individuo y, en esta hipótesis, sería
absurdo optar por la más difícil y sacrificada. De ahí que “evitar el dolor y expandir el gozo
me siguen pareciendo, después de tantas acusaciones más o menos inconsistentes e
inoportunas, los dos únicos principios que vale la pena mantener en la filosofía moral
académica y en la vida práctica” (E. Guisán, Razón y pasión en ética..., p. 319). Un cierto
hedonismo de base queda latente en estos planteamientos. Frente a una ética de exigencias y
heroísmos se levanta una moral de la satisfacción que responda a todos los deseos, intereses,
necesidades e ilusiones. El “¡vive feliz!” es el único imperativo ético.

5. La tolerancia como valor prioritario


En estas circunstancias, cuando nada se considera cierto, absoluto y definitivo, la
tolerancia se revela como el valor prioritario de toda sociedad. En lo único en que todos
estamos de acuerdo es en que no todos tenemos que estar de acuerdo por la complejidad de
los problemas, el pluralismo de las soluciones y las dificultades para encontrar un fundamento
común. Como no se puede imponer ninguna verdad por encima de las otras opiniones, no
cabe otra salida que el respeto hacia las diferencias. Es cierto que la tolerancia que nace del
cariño y comprensión hacia el que no participa de las propias ideas es un signo de madurez
personal y comunitaria. El fanatismo ha generado demasiada violencia, incluso con un
carácter religioso y sagrado, a lo largo de la historia. Como patología del comportamiento se
caracteriza por creerse poseedor absoluto y exclusivo de la verdad, que necesita imponerla a
los otros aun por medio de la fuerza y de la violencia. La renuncia a esta actitud es una
conquista del talante democrático que posibilita la convivencia pacífica.
Nadie puede imponer, por tanto, su propia normativa. A veces será necesario buscar
un acuerdo entre los diferentes grupos e ideologías para impedir actuaciones que vayan contra
el bien común y para regular la conducta dentro de los límites tolerables. La legislación civil
no ha de prohibir o aceptar los códigos éticos de una mentalidad concreta, sino que debe
permanecer abierta a las otras valoraciones diferentes que resulten válidas y razonables para
otros grupos. Esto significa, como se ha defendido en una amplia tradición de la Iglesia, que
no todas las exigencias éticas deben quedar sancionadas por el derecho, pero que además no
todo lo que se permite y tolera en una legislación civil tiene que ser aprobado por la moral. El
peligro radica, entonces, en no distinguir suficientemente lo legal de lo ético y terminar
aceptando, con todas sus lamentables consecuencias, que la tolerancia o la prohibición
jurídica se identifica con la bondad o la malicia ética.
La ley que permite o rechaza una determinada conducta es fruto, entonces de un
consenso social en el que tienen cabida múltiples opciones. Se trata de un simple acuerdo,
como condición previa para una vida social, en la que los intereses contrapuestos admiten una
cierta renuencia en aras del bien común. Los esfuerzos se orientan en buscar, como en
política, una especie de moral consensuada. Como para ello se requiere una aprobación
mayoritaria en las sociedades democráticas, la ética civil se presenta con el respaldo de una
mayoría que garantiza la defensa de unos mínimos indispensables para la convivencia social.
Una ética de mínimos es a lo único que se puede aspirar.
La consecuencia más obvia de esta situación es que se llegue a la pérdida de la propia
identidad ideológica, de relativizar con exceso la verdad sincera de cada uno, para diluirla
confusamente en un conjunto de valoraciones demasiado comunes y poco exigentes. Que la
moral cristiana, en una palabra, pierda por completo su riqueza y su valor evangélico, al
participar como una más en el debate de los problemas éticos. Si la discusión pública se centra
en los consensos mínimos, ¿no se rebajarán también las exigencias cristianas?
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La cuestión ética en la época actual

6. Hacia una presentación más actualizada y comprensible


Hay que reconocer que todas estas dificultades tienen un fundamento real y objetivo.
La moral había quedado reducida a un código de normas, preceptos y leyes, que regulaban el
comportamiento hasta en los más mínimos detalles. Por su origen y finalidad estaba orientada
hacia la práctica de la confesión hasta convertirse, casi exclusivamente, en una especie de
pecatómetro para conocer cuándo una conducta es pecaminosa y su correspondiente
gravedad. Tanto la teología como la antropología latente en semejante concepción, que pudo
ser válida y provechosa para otro momento histórico, aparecen ya como inadecuadas e
incompletas. Las críticas que, dentro del catolicismo, se han hecho desde hace algún tiempo
confirman esta opinión. La ética se ha rechazado no sólo porque los hombres son malos y
pecadores, sino porque su rostro tampoco se había rejuvenecido para nuestra situación actual.
Por eso, son muchas las preguntas que saltan inevitablemente frente a la moral. ¿Es un
camino de libertad o una forma de represión e infantilismo? ¿Nace de una exigencia humana o
se impone como una forma de dominación? ¿Sirve para realizar al hombre o sólo para
gratificar su narcisismo y eliminar sus sentimientos de culpabilidad? ¿Resulta compatible una
vida feliz y dichosa con el sometimiento obligatorio a un cúmulo de leyes? ¿Es posible la
certeza en medio del pluralismo ético? No hay que multiplicar los interrogantes, aunque cada
uno puede añadir sus propias dificultades.
Tal vez el análisis pueda parecer demasiado abstracto, pues en la vida real no se utiliza
este lenguaje, ni se tiene conciencia de que la praxis se encuentra dinamizada por estos
principios más ideológicos. Pero basta observar las reacciones y comentarios a nuestro
alrededor para constatar cómo de hecho influyen y se hacen presentes. En cualquier caso,
aunque sea con matices algo diversos, muchos estarán de acuerdo en este diagnóstico
fundamental. Vivimos en una sociedad desgarrada, pluralista, secular, tolerante, en la que el
espacio para la ética cristiana se ha ido reduciendo de forma progresiva. ¿Cómo es posible
que no pierda su influencia ni desaparezca su testimonio? Creo que, ante todo, habrá que
descartar algunas soluciones que no considero válidas y eficaces.

7. La nostalgia de un pasado y huida hacia la privatización


La primera pretende una vuelta nostálgica a épocas anteriores, con la añoranza de
recuperar ahora las seguridades perdidas, la mayor unanimidad, el respeto a la tradición, el
ambiente religioso que daba mayor garantía. Un retorno a los tiempos de cristiandad, donde la
fe católica orientaba una vida social. Muchos creerán, a lo mejor, que todos los males actuales
provienen de este cambio hacia un agnosticismo creciente. No valoro esta postura, aunque se
corre el peligro de idealizar con exceso el pasado, olvidando que los frutos de esa siembra los
estamos recogiendo ahora en nuestra sociedad.
Cada uno podría pensar como prefiera sobre la conveniencia o no de esta vuelta al
pasado, donde la influencia de la Iglesia era mucho mayor, pero esperar el fin de esta crisis es
soñar con una época que no volverá a repetirse. La dinámica de los procesos históricos no se
dirige con las simples nostalgias ni los buenos deseos. Mientras tanto, por si algún día se
consiguiera, sólo cabe el lamento pesimista para manifestar el rechazo de la situación actual,
pero no aporta otras alternativas, ni estimula demasiado a un compromiso y un esfuerzo por
mejorar lo que sea posible.
Tampoco tiene sentido una retirada hacia la privatización de la fe y de la moral
cristiana, como si en un mundo como el nuestro no hubiera ninguna posibilidad de hacer
presente nuestra oferta o su palabra no tuviera ya ninguna resonancia en el foro civil. El
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cristiano no puede resignarse a una vida de culto y oración, hacia la que muchos desearían
orientar a la Iglesia, incluso entre los mismos creyentes, para evitar la crítica de sus propios
esquemas e intereses. Sería una traición ocuparse de las cosas del Padre, olvidando que el
rostro de Dios está escondido detrás de todos aquellos que sufren las consecuencias de
nuestros egoísmos e injusticias. El proyecto evangélico no es sólo escatológico, sino que hay
que hacerlo presente en la realidad del mundo actual. Sin negar el valor profundo de la vida
contemplativa, algunos movimientos renovadores corren el peligro de un espiritualismo
exagerado, que se hace muchas veces más cómodo y menos arriesgado que una presencia
comprometida. La imagen evangélica de la levadura no elimina la obligación de que la luz
brille y exista un testimonio público de la comunidad creyente.

8. Unas ofertas en rebaja: el juego de las estrategias y concesiones


Ni es posible, finalmente, rebajar nuestras exigencias cristianas para que tengan cabida
dentro del mercado actual de valores. El diálogo con otras ideologías, la confrontación con
otros criterios éticos diferentes, la apertura y sensibilidad frente a las críticas ajenas, no es
sólo un gesto de respeto, sino que constituye también una ayuda para el enriquecimiento del
propio patrimonio. Cualquier sistema, por muy falso que sea, pone de relieve algún aspecto de
la verdad que no conviene dejar en el olvido. También la caricatura está deformada y, sin
embargo, sabemos muy bien a quién se refiere. Lo que no se puede es entrar en un juego de
estrategias y concesiones, como si se tratara de un simple debate político para buscar un
acuerdo. Entrar en el diálogo como un interlocutor más, sin la fuerza para imponer a todos las
propias valoraciones, no significa renunciar a su defensa dentro de una sociedad plural y
democrática. El laicismo autoritario, tal vez como reacción a los influjos anteriores de la
Iglesia, quiere que domine una explícita mentalidad a-religiosa, pero en una sociedad laica,
donde todas las ideologías civiles y creyentes han de tener espacio, cualquiera de los
participantes tiene derecho a presentar sus propias opciones.
La visión cristiana ya no aparece como el único proyecto ético con validez universal,
pero ello no implica renunciar al talante y radicalismo evangélico que lo caracteriza. No se
trata de realizar una operación parecida a las rebajas comerciales, como el que abarata el
precio del mercado a ver si la gente acepta mejor el producto que se le ofrece. Las palabras de
Jesús sobre la sal que se vuelve insípida y “no sirve para nada más sino para ser tirada fuera y
pisoteada de los hombres” (Mt 5,13) es un recuerdo que no debemos olvidar. Es decir, la
moral católica no tiene que cambiar por el hecho de estar situada en una sociedad pluralista.
Al contrario, en un mundo donde las prácticas y las creencias no ayudan para nada y existen
otros múltiples atractivos, la luz y la fuerza del Evangelio deberían tener una presencia mucho
mayor.

* Guía de lectura para facilitar el estudio personal (no es para entregar):

1. ¿Cuál es la situación actual de la ética según el autor? ¿Cuáles serían las causas de esta
situación?
2. ¿Qué significa que la tolerancia sea hoy un “valor prioritario”?
3. ¿Cuáles serían las “tentaciones” y peligros para la propuesta ética cristiana en el
tiempo que nos toca vivir?
4. En el actual contexto de pluralismo ético, ¿cómo te parece que debería ser la relación
entre la moral cristiana y otras propuestas morales?

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