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Los cristianos siempre han tratado de basar sus propias decisiones éticas en los textos de
la Antigua y de la Nueva Alianza. Pero es sobre todo el Nuevo Testamento lo que constituye
la fuente más autorizada de la moral cristiana. En los textos del NT queda reflejada, por
una parte, la radicalidad del evangelio y la conciencia del cambio crítico inaugurado con
Jesucristo; por otra, la exigencia de traducir esta radicalidad en comportamientos y
normas morales adecuadas a la diversidad de situaciones históricas. De allí la importancia
de una correcta interpretación de los textos, que nos permita distinguir en la propuesta
moral del Evangelio sus aspectos fundamentales y los que son fruto de los
condicionamientos históricos y culturales.
Jesús no vino a proponer en primer lugar una doctrina moral. Su anuncio es, ante todo, un
anuncio de Salvación, porque “Dios ha visitado a su pueblo” (Lc 1,68), y el “Reino de Dios
está cerca” (Mc 1,15). Sin embargo, sus enseñanzas buscan ciertamente transformar la vida de
aquellos que lo escuchan: “conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Mc 1,15). Por lo tanto,
en la vida cristiana, el comportamiento moral es parte esencial de la respuesta a la acción
salvadora de Dios en la vida del pueblo y de cada persona; es la tarea de hacer fructificar el don
recibido.
Las características esenciales de la enseñanza moral de Jesús según viene testimoniada en
los Evangelios sinópticos, podrían ser sintetizadas en los siguientes puntos:
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Cf. R. FABRIS, «Moral del Nuevo Testamento», en Nuevo diccionario de Teología Moral, dirigido por F.
Compagnoni et Al., Ed. Paulinas, Madrid 1992, pp. 1207-1223. J.R. FLECHA ANDRÉS, Teología moral
fundamental, Colección “Sapientia Fidei”, BAC, Madrid 1994, pp. 94-114. R. SCHNACKENBURG, El mensaje moral
del Nuevo Testamento. Herder, Barcelona 1991. M. VIDAL, Nueva moral fundamental. El hogar teológico de la
ética, Desclée de Brouwer, Bilbao 2000, pp. 308-316.
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La moral en el Nuevo Testamento
gratuidad de la salvación; 2) dar mayor importancia a la acción exterior que a la disposición
interior; 3) sobrevalorar la trascendencia moral de los actos de culto; 4) convertir el
cumplimiento de la Ley en motivo de orgullo.
➢ El anuncio del Reino de Dios: El símbolo del reino de Dios está tomado de la tradición
del AT, pero la novedad evangélica se caracteriza por dos perspectivas en el anuncio de Jesús.
Ante todo, el reino de Dios se ha hecho cercano gracias a la acción y a la palabra del mismo
Jesús. En sus gestos, que liberan a los enfermos de sus dolencias físicas o de la posesión
demoníaca, irrumpe con fuerza el reino de Dios (Mt 12,28). Y esta manifestación presente del
reino de Dios es la que da fundamento y sentido a la exigencia de conversión radical y a la plena
y confiada adhesión al anuncio hecho por Jesús. En segundo lugar, el reino de Dios se anuncia
como buena noticia para los pobres, que esperan justicia, liberación y salvación de parte de
Dios (Lc 4,18-19). Las primeras tres bienaventuranzas, se conectan con una tradición profética
(especialmente Is 61,1s.) en la que los pobres y sufrientes fueron vistos como privilegiados en
la perspectiva del Reino. Ellos son declarados felices no porque sean mejores que los otros por
su cualidad ético-religiosa, sino simplemente porque Dios mismo hace suyos sus derechos,
puesto que donde Dios verdaderamente reina no hay pobres, como más tarde claramente
expresará la idealización lucana de la comunidad primitiva (Hch 4,34, cumplimiento de Dt
15,4).
➢ Una moral de vida en el Espíritu: Por la redención realizada en Cristo, los creyentes
participan en su condición filial mediante el don del Espíritu, que permite llamar a Dios con el
apelativo familiar propio del Hijo único: "Abba" (Gál 4,46). Se establece así una solidaridad de
destino entre el creyente y Jesús, que Pablo expresa con una fórmula feliz: vivir “en Cristo
Jesús” (Rm 6,3-4). La fe bautismal marca el paso de la muerte a la vida, de la esclavitud del
pecado, a la vida de la gracia. La consecuencia ética de esta experiencia de liberación y de don
es el compromiso de vivir en la fidelidad a Dios para recibir como regalo la vida eterna: "Ahora,
en cambio, liberados del pecado, hechos servidores de Dios, recoged vuestros frutos para la
justificación, cuyo fin es la vida eterna" (Rm 6,22). La causa de la libertad -como salida de la
condición de pecado y de muerte- y al mismo tiempo la garantía y la prenda de la nueva vida
es el Espíritu Santo: "Efectivamente, la ley del Espíritu de la vida, en Cristo Jesús, te liberó de
la ley del pecado y de la muerte" (Rm 8,2). Este proceso de liberación, hecho posible por el
dinamismo espiritual que comunica Jesús, el Señor resucitado, compromete a vivir de una
manera consecuente, ya no según el régimen del pecado que conduce a la muerte, sino según el
impulso interior del Espíritu.
➢ Una moral que implica un “camino” por recorrer: La moral paulina oscila entre el
indicativo de la salvación ya anunciada y el imperativo del esfuerzo moral para realizarla en la
vida. Por lo tanto, es una moral de confianza agradecida que tiene su fundamento en la victoria
de Cristo y en la voluntad salvadora de Dios. Pero dado que el cristiano se sabe todavía en este
mundo de pecado, la moral paulina está también marcada por la conciencia del lento esfuerzo
y la necesaria ascesis de los itinerantes. La salvación ya dada y operante, que orienta y mueve
al creyente en su vivir, es al mismo tiempo una salvación todavía no alcanzada. El deber ético
continúa y se encarna en las decisiones cotidianas la decisión de fe (cf. Ef 2, 8-10; Fil 2, 13-
16), hasta el día en el que Dios dará a cada uno según sus obras (Rm 2,6). Son frecuentes en las
cartas paulinas los textos en los que se recuerda la situación de tensión aún existente en el
cristiano entre la obra del Espíritu y el influjo de la carne con sus deseos (cf. Gal 5).
➢ El mandamiento recibido del Padre: No son sólo los creyentes los que han recibido
el mandamiento de su Señor; también Jesús ha recibido del Padre un mandamiento (Jn 12, 49-
50). La obediencia al mandato del Padre llega a su culmen en el amor hasta dar la vida. Al
vivirlo, Jesús se convierte en maestro de vida y garante de las promesas divinas. Pero el Cristo
resucitado no ofrece sólo un modelo a seguir, sino que además da la gracia que hace posible la
vida en el amor. Sólo unido al Señor, permaneciendo en El, que es la Vida, (sarmientos - vid),
el creyente puede producir los frutos que el Padre espera. Este "permanecer en El" fundamenta
el esfuerzo moral, la perseverancia en la verdad y la obediencia a los mandamientos (que se
discierne en la comunidad joánica por el amor que se tengan unos a otros).
Para profundizar:
✓ A quienes deseen profundizar en el tema, les sugiero que continúen la lectura del
documento de la Pontificia Comisión Bíblica: Biblia y moral. Raíces bíblicas del actuar
cristiano (2008), específicamente los puntos 3, 4 y 5 de la primera parte. Versión digital:
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/pcb_documents/rc_con_cfaith_doc_
20080511_bibbia-e-morale_sp.html.