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La moral en el Nuevo Testamento

Los cristianos siempre han tratado de basar sus propias decisiones éticas en los textos de
la Antigua y de la Nueva Alianza. Pero es sobre todo el Nuevo Testamento lo que constituye
la fuente más autorizada de la moral cristiana. En los textos del NT queda reflejada, por
una parte, la radicalidad del evangelio y la conciencia del cambio crítico inaugurado con
Jesucristo; por otra, la exigencia de traducir esta radicalidad en comportamientos y
normas morales adecuadas a la diversidad de situaciones históricas. De allí la importancia
de una correcta interpretación de los textos, que nos permita distinguir en la propuesta
moral del Evangelio sus aspectos fundamentales y los que son fruto de los
condicionamientos históricos y culturales.

La enseñanza moral en el NT1


La moral del NT hunde sus raíces en el AT, y continúa sus temas centrales. Pero al
mismo tiempo, presenta una novedad radical que viene dada por el carácter definitivo de la
revelación de Dios en Jesucristo (Heb 1,1.2). Leyendo los textos del NT, podemos distinguir
tres momentos en el desarrollo de la enseñanza moral: 1) la predicación misma de Jesús, tal
como es testimoniada por los evangelios sinópticos, en los que la relevancia ética del mensaje
es apenas indicado en sus elementos esenciales y generales; 2) un segundo momento que
muestra el esfuerzo de explicitación en muchas reglas de conducta, como respuesta a las
preguntas que nacen en las diversas comunidades (cartas paulinas); 3) la tradición joanina, por
su parte, propone una síntesis teológico-cristológica de la ética, que lleva a una concentración
sobre los elementos fundamentales.

1) La moral en la vida y enseñanzas de Jesús: los Evangelios sinópticos

Jesús no vino a proponer en primer lugar una doctrina moral. Su anuncio es, ante todo, un
anuncio de Salvación, porque “Dios ha visitado a su pueblo” (Lc 1,68), y el “Reino de Dios
está cerca” (Mc 1,15). Sin embargo, sus enseñanzas buscan ciertamente transformar la vida de
aquellos que lo escuchan: “conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Mc 1,15). Por lo tanto,
en la vida cristiana, el comportamiento moral es parte esencial de la respuesta a la acción
salvadora de Dios en la vida del pueblo y de cada persona; es la tarea de hacer fructificar el don
recibido.
Las características esenciales de la enseñanza moral de Jesús según viene testimoniada en
los Evangelios sinópticos, podrían ser sintetizadas en los siguientes puntos:

➢ Totalidad e interioridad: Jesús no rechaza el cumplimiento de la Ley en sí mismo,


pero insiste en la necesidad de ahondar en su verdadero sentido, enfrentándose a una
interpretación basada en la superficialidad y el legalismo exterior. Él critica la moral farisaica
por cuatro motivos: 1) creer que el hombre puede ser justo con sus solas fuerzas olvidando la

1
Cf. R. FABRIS, «Moral del Nuevo Testamento», en Nuevo diccionario de Teología Moral, dirigido por F.
Compagnoni et Al., Ed. Paulinas, Madrid 1992, pp. 1207-1223. J.R. FLECHA ANDRÉS, Teología moral
fundamental, Colección “Sapientia Fidei”, BAC, Madrid 1994, pp. 94-114. R. SCHNACKENBURG, El mensaje moral
del Nuevo Testamento. Herder, Barcelona 1991. M. VIDAL, Nueva moral fundamental. El hogar teológico de la
ética, Desclée de Brouwer, Bilbao 2000, pp. 308-316.
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La moral en el Nuevo Testamento
gratuidad de la salvación; 2) dar mayor importancia a la acción exterior que a la disposición
interior; 3) sobrevalorar la trascendencia moral de los actos de culto; 4) convertir el
cumplimiento de la Ley en motivo de orgullo.

➢ La revelación de una nueva imagen de Dios: La moralidad predicada por Jesús


consiste en la obediencia a un Dios que se revela como Padre que ama y cuida a sus criaturas
con absoluta gratuidad. De aquí brota la exigencia ética fundamental que se apoya en la
imitación de Dios: "Sean perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial"..."Sean
misericordiosos como vuestro Padre...".

➢ El anuncio del Reino de Dios: El símbolo del reino de Dios está tomado de la tradición
del AT, pero la novedad evangélica se caracteriza por dos perspectivas en el anuncio de Jesús.
Ante todo, el reino de Dios se ha hecho cercano gracias a la acción y a la palabra del mismo
Jesús. En sus gestos, que liberan a los enfermos de sus dolencias físicas o de la posesión
demoníaca, irrumpe con fuerza el reino de Dios (Mt 12,28). Y esta manifestación presente del
reino de Dios es la que da fundamento y sentido a la exigencia de conversión radical y a la plena
y confiada adhesión al anuncio hecho por Jesús. En segundo lugar, el reino de Dios se anuncia
como buena noticia para los pobres, que esperan justicia, liberación y salvación de parte de
Dios (Lc 4,18-19). Las primeras tres bienaventuranzas, se conectan con una tradición profética
(especialmente Is 61,1s.) en la que los pobres y sufrientes fueron vistos como privilegiados en
la perspectiva del Reino. Ellos son declarados felices no porque sean mejores que los otros por
su cualidad ético-religiosa, sino simplemente porque Dios mismo hace suyos sus derechos,
puesto que donde Dios verdaderamente reina no hay pobres, como más tarde claramente
expresará la idealización lucana de la comunidad primitiva (Hch 4,34, cumplimiento de Dt
15,4).

➢ La llamada a la conversión: La acción majestuosa de Dios, hecha presente en los


gestos y palabras de Jesús, se convierte en fundamento de un proyecto de vida para los
discípulos, que es el de las bienaventuranzas, y que fue vivido en primer lugar por el mismo
Cristo. Él es el modelo y prototipo del pobre que se abre totalmente a Dios y vive con los demás
unas relaciones justas y buenas. Desde este punto de vista “cristológico”, la fórmula "pobres de
espíritu" de Mt indica la actitud profunda, arraigada en el corazón, de relación confiada con
Dios. Acoger el anuncio del Reino de Dios supone convertirse y creer en el Evangelio (Mc
1,15). La conversión supone un cambio de mentalidad (metanoia) acorde con los nuevos valores
del Reino. Creer en la Buena Noticia es invitación a aceptar la vida nueva que Dios ofrece en
Jesucristo.

➢ El seguimiento de Jesús: Es una de las categorías fundamentales que definen el


discipulado:
• No se reduce a una mera imitación exterior del Maestro, sino que comporta la aceptación
de sus valores y sus ideales de vida, del estilo de servicio que ha sido el suyo.
• No se limita tampoco a gestos superficiales, sino que lleva a la entrega salvadora. El
factor determinante es únicamente la fe en la persona de Jesús. La condición de
discípulo no es transitoria sino que está marcada por un destino que se realiza en la
comunión de vida y de muerte con su Maestro.
• No se limita a la aceptación histórica de Jesús, sino que se extiende a la atención
compasiva hacia los pobres y marginados; se da una conexión interna entre el amor a
Dios y al prójimo.
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➢ La vida en el Espíritu: Si Jesús ha actuado durante su vida bajo el impulso y la
orientación del Espíritu, también sus seguidores deberán dejarse conducir por el don y la
presencia de este mismo Espíritu.

➢ El perdón: En la común situación del hombre marcado por el pecado, la imagen de


Dios revelada en Jesucristo proyecta una luz que manifiesta rasgos inéditos de intensidad y de
acentos respecto a las voces que se expresaban en el AT. Especial atención merecen las
actitudes y gestos de Jesús mismo hacia los pecadores y las palabras sobre el perdón. Jesús fue
criticado porque frecuentaba los pecadores (Lc 15,1-2), se lo acusa de ser familiar y amigo de
los publicanos y pecadores (Lc 7,33-35; Mc 2,15-17), él mismo busca a Zaqueo (Lc 19,1-20);
en todos estos casos, no es la conversión la que motiva el comportamiento de Jesús. Él se dirige
a la búsqueda del hombre porque quiere su salvación, sin esperar un previo gesto de
arrepentimiento; su voluntad y acción salvífica no están condicionadas. En la parábola del hijo
perdido (Lc 15,11-32) no se pone en el centro la conversión, sino el gozo del padre. Como
historia y significado el perdón de Dios es anterior al arrepentimiento y a la conversión; es más:
es lo que los hace posibles. La conversión será exigencia de una respuesta coherente, que el
mismo don hace posible y sin la cual no sería verdadera la recepción del don.
Si la ética del NT, sobre la base de la predicación de Jesús, se desarrolla como un
comportamiento fundado sobre la experiencia de Dios que salva perdonando, entonces también
el discípulo debe perdonar a su hermano, como él fue perdonado por el Padre (Mc 11,25; Mt
6,14s.).

➢ El mandamiento nuevo y supremo: La concentración de la voluntad de Dios -raíz


de las exigencias éticas del evangelio- en el amor del prójimo es el rasgo distintivo del
mensaje moral de Jesús. La novedad evangélica está en la unión de los dos mandamientos
relativos al amor de Dios (Dt 6,4) y al prójimo (Lev 19,18). La libertad respecto a los ídolos,
al poder, al dinero y a los compromisos hace posible la práctica del principio fundamental
del reino como fidelidad a Dios, único Señor, en el amor al prójimo. La concentración de
las exigencias éticas en el amor activo y desinteresado hacia el prójimo corresponde a la
nueva imagen de Dios Padre, hecha visible y presente en los hechos y dichos de Jesús.

2) La moral en los escritos paulinos


El encuentro con Jesús cambió la vida de los que se decidieron a seguir su camino: esta
"conversión" alcanzó sus verdaderas dimensiones a la luz de la Pascua. Esta es la experiencia
fundamental de Pablo de Tarso. Sus valores fundamentales fueron sometidos a crisis por la
experiencia del encuentro con Cristo vivo en la comunidad de los creyentes. Para él, su vivir
es Cristo; y la vida cristiana, desde el bautismo hasta la gloria, una unión progresiva con Cristo,
el Señor, que se convierte en fuente del ser y del actuar cristiano.

En el período de la primera expansión de las comunidades cristianas surge la necesidad de


precisar cuáles son las exigencias del evangelio para el comportamiento moral. Los cristianos,
que provenían del tanto del mundo judío como griego, traían consigo un bagaje de concepciones
y normas éticas consideradas válidas antes de su conversión y en base a las cuales habían
valorado y orientado su comportamiento hasta ahora. ¿Cómo integrar entonces su experiencia
humana con la nueva experiencia de fe y con las exigencias que ésta conlleva? La solución
paulina a este problema de la relación entre fe y moral fue testimoniada de modo particular por
la normativa ética concreta, en los así llamados “catálogos de virtudes y vicios”: 1Cor 5,10-11;
6,9-10; 2Cor 6,6-7; etc.
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Estos catálogos no son originales del cristianismo, sino que ya se encontraban en la cultura
de ese momento. Así, por ejemplo, Gal 5,19-22 presenta un elenco de vicios y de virtudes como
“obras de la carne” y como “frutos del Espíritu”. Los vicios indicados se presentan como
ejemplificación, sin una articulación clara y orgánica. Es casi una descripción de cuanto se
podía reencontrar genéricamente en la vida cotidiana, sin que haya allí una específica referencia
particular a la comunidad destinataria de la carta. Se trata de conceptos morales formulados
precedentemente al cristianismo, en el mundo judaico y pagano. Pablo no descubre nuevos tipos
de pecado, sino que registra una selección discernida de cuanto pertenece ya a la comprensión
ética de la historia y de la cultura que lo precede.
El contexto cristiano en el que los catálogos son incluidos juega un papel de criterio
selectivo. El ethos comunitario cristiano ejerce una fuerza jerarquizante respecto a los valores
reconocidos y a su capacidad de integrarlos en una perspectiva de sentido que proviene de la fe
en Jesucristo. Así, dentro de una lista de virtudes cardinales del mundo griego, el ágape (amor)
ocupa el primer lugar. El comportamiento humanamente bueno y auténtico, en cuanto tal, es
interpretado como fruto de la acción del Espíritu en la existencia del bautizado; por parte del
creyente, el mismo comportamiento manifiesta que se deja guiar por el Espíritu, que su
existencia se va plasmando conforme a la nueva situación en la que está constituido.

➢ Una moral de vida en el Espíritu: Por la redención realizada en Cristo, los creyentes
participan en su condición filial mediante el don del Espíritu, que permite llamar a Dios con el
apelativo familiar propio del Hijo único: "Abba" (Gál 4,46). Se establece así una solidaridad de
destino entre el creyente y Jesús, que Pablo expresa con una fórmula feliz: vivir “en Cristo
Jesús” (Rm 6,3-4). La fe bautismal marca el paso de la muerte a la vida, de la esclavitud del
pecado, a la vida de la gracia. La consecuencia ética de esta experiencia de liberación y de don
es el compromiso de vivir en la fidelidad a Dios para recibir como regalo la vida eterna: "Ahora,
en cambio, liberados del pecado, hechos servidores de Dios, recoged vuestros frutos para la
justificación, cuyo fin es la vida eterna" (Rm 6,22). La causa de la libertad -como salida de la
condición de pecado y de muerte- y al mismo tiempo la garantía y la prenda de la nueva vida
es el Espíritu Santo: "Efectivamente, la ley del Espíritu de la vida, en Cristo Jesús, te liberó de
la ley del pecado y de la muerte" (Rm 8,2). Este proceso de liberación, hecho posible por el
dinamismo espiritual que comunica Jesús, el Señor resucitado, compromete a vivir de una
manera consecuente, ya no según el régimen del pecado que conduce a la muerte, sino según el
impulso interior del Espíritu.

➢ Una moral de la libertad: Al redescubrir en Cristo el sentido de la Alianza con Dios,


el cristiano queda liberado del yugo de la Ley que lo esclavizaba. Desde este momento la
libertad como superación de la esclavitud del pecado y de la muerte se convierte también en un
proceso activo por medio de la caridad. Porque la condición de libertad no puede convertirse
en una justificación del egoísmo, sino que, por medio del amor, se traduce en actitud de servicio
mutuo (Gál 5,13). Ahora bien, en el amor del prójimo se concentra toda la exigencia de la
voluntad de Dios tal como la formula la ley: "Pues la ley tiene su plenitud en una sola palabra:
amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Gál 5,14). Mientras el legalismo entorpece y hace
imposible la comunión, el obrar guiado efectivamente por el mandamiento del amor cumple la
intencionalidad originaria de la ley misma (Cf. 5,16-25). El amor, en cuanto respuesta adecuada
por parte del hombre al don de la salvación, es el valor primero que incluye y perfecciona todos
los demás valores morales: “El pleno cumplimiento de la ley es el amor” (Rm 13,10).

➢ Una moral comunitaria: En el ámbito de la vida comunitaria eclesial, el Espíritu Santo


suscita y anima los dones espirituales y los ministerios, para que estén al servicio del bien
común y del armónico y unitario crecimiento del cuerpo de Cristo (lCor 12,4-11.12-27).
Culmen y medida de autenticidad para todos los carismas o dones espirituales es la caridad, que
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tiene su origen en Dios y encuentra su pleno cumplimiento en la comunión escatológica (lCor
13,1-13). La caridad sincera está, en efecto, en el origen de unas sanas relaciones comunitarias
y define el estilo de la vida espiritual de los creyentes (Rom 12,9-16). La caridad, continuamente
alimentada por la experiencia de fe, es el vínculo de la unidad profunda entre los creyentes,
fuente de alegría, de apoyo y sostén mutuo (Flp 2,1-5). Las relaciones comunitarias entre los
creyentes están marcadas por la veracidad, orientadas al apoyo mutuo y a la acogida, al perdón
generoso, en un clima de alegre y reconocida oración (Ef 4,25-32; Col 3,12-17).

➢ Una moral como «respuesta» al don de la Salvación: En correspondencia con la


predicación de Jesús, los escritos paulinos acentúan el primado de la salvación con respecto al
comportamiento ético. La salvación es gracia, que hace posible la vida moral como respuesta,
como responsabilidad y tarea de realizar el bien recibido, y no al revés. Es decir, el cristiano no
se salva porque “es bueno”; sino que “puede ser bueno” porque primero ha sido gratuitamente
salvado. Ya que Cristo ha muerto y resucitado por él, el creyente debe vivir para Cristo y no
para sí mismo (2Cor 5,15): pero eso es posible porque la muerte y resurrección de Cristo hace
que él sea “en Cristo” una “creatura nueva” (v. 17). El imperativo ético sigue al indicativo de
la salvación: “si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por él” (Gal 5,
25).

➢ Una moral que implica un “camino” por recorrer: La moral paulina oscila entre el
indicativo de la salvación ya anunciada y el imperativo del esfuerzo moral para realizarla en la
vida. Por lo tanto, es una moral de confianza agradecida que tiene su fundamento en la victoria
de Cristo y en la voluntad salvadora de Dios. Pero dado que el cristiano se sabe todavía en este
mundo de pecado, la moral paulina está también marcada por la conciencia del lento esfuerzo
y la necesaria ascesis de los itinerantes. La salvación ya dada y operante, que orienta y mueve
al creyente en su vivir, es al mismo tiempo una salvación todavía no alcanzada. El deber ético
continúa y se encarna en las decisiones cotidianas la decisión de fe (cf. Ef 2, 8-10; Fil 2, 13-
16), hasta el día en el que Dios dará a cada uno según sus obras (Rm 2,6). Son frecuentes en las
cartas paulinas los textos en los que se recuerda la situación de tensión aún existente en el
cristiano entre la obra del Espíritu y el influjo de la carne con sus deseos (cf. Gal 5).

3) La moral en los escritos joánicos


➢ Una moral del mandamiento: La moral que encontramos en los escritos joanicos,
parece centrada no en la observancia de la Ley, sino del mandamiento dado por Jesús a la
comunidad creyente: Jn14,21-24; 1Jn 3,22-24. Por lo tanto, para Juan hay un único
mandamiento: la exigencia venida del Padre y del Hijo de vivir en el amor y en la comunión.

➢ El mandamiento recibido del Padre: No son sólo los creyentes los que han recibido
el mandamiento de su Señor; también Jesús ha recibido del Padre un mandamiento (Jn 12, 49-
50). La obediencia al mandato del Padre llega a su culmen en el amor hasta dar la vida. Al
vivirlo, Jesús se convierte en maestro de vida y garante de las promesas divinas. Pero el Cristo
resucitado no ofrece sólo un modelo a seguir, sino que además da la gracia que hace posible la
vida en el amor. Sólo unido al Señor, permaneciendo en El, que es la Vida, (sarmientos - vid),
el creyente puede producir los frutos que el Padre espera. Este "permanecer en El" fundamenta
el esfuerzo moral, la perseverancia en la verdad y la obediencia a los mandamientos (que se
discierne en la comunidad joánica por el amor que se tengan unos a otros).

➢ El mandamiento recibido de Jesús: En los discursos de Juan de la última cena un


único mandamiento, el de la caridad fraterna, es presentado como palabra ética normativa que
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el Señor confía a sus discípulos (Jn 13,34; 15,12.17): es lo que los define en su relación con El
y lo que permite su identidad frente a todos. La fuente, el modelo y la medida es el mismo amor
demostrado por Jesús hacia ellos. No basta amar al hermano, sino que es necesario amarlo como
el Señor ha amado a los suyos, es decir, hasta la entrega de la vida. Hasta aquí llega el
seguimiento y la identificación con el Maestro. El amor a los hermanos se convierte así, en una
continuación y cuasi-sacramento del amor con que el Padre ha amado a Jesús y al mundo.

Para profundizar:

✓ A quienes deseen profundizar en el tema, les sugiero que continúen la lectura del
documento de la Pontificia Comisión Bíblica: Biblia y moral. Raíces bíblicas del actuar
cristiano (2008), específicamente los puntos 3, 4 y 5 de la primera parte. Versión digital:
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/pcb_documents/rc_con_cfaith_doc_
20080511_bibbia-e-morale_sp.html.

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