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CULTURA Y SOCIEDAD - EDUARDO BERICAT

Los seres humanos estamos tan impregnados de cultura que, como los peces en el agua, ni
siquiera percibimos su existencia. Encontramos tan «normal» las maneras de comportarnos o
relacionamos, y las formas en que sentimos, pensamos, juzgamos o percibimos el mundo, que
nos parecen sencillamente «naturales». En general, somos ciegos a la cultura porque nos
constituye tanto por fuera como desde dentro. Por fuera es como una campana de cristal que
nos envuelve, sólida pero transparente. Desde dentro es el ojo que nos permite ver, incapaz de
verse a sí mismo. Existen dos situaciones típicas, aunque opuestas, en las que la cultura pasa
prácticamente desapercibida. La primera es propia de las comunidades locales géneas,
cerradas, estables y tecnológicamente simples de los pueblos primitivos o de las sociedades
tradicionales. La profunda inmersión de los individuos en la cultura del grupo hace que estos
confundan cultura y mundo. La segunda es característica de nuestra sociedad global, compleja,
abierta, heterogénea, tecnológicamente sofisticada, cambiante, individualista y cosmopolita.
En este caso, la pluriculturalidad de los individuos, la libertad con la que asumen y combinan
unas u otras identidades, unos u otros estilos de vida, genera el espejismo de que la cultura no
es una realidad social, sino que pertenece en exclusiva al ámbito de la conciencia individual. La
cultura solamente puede revelarse por comparación, sea en el tiempo, contrastando la cultura
de distintas épocas, sea en el espacio, confrontando la cultura de distintas sociedades. No es
casual que en 1721 Montesquieu utilizara en sus Cartas Persas personajes de una cultura
oriental muy diferente a la occidental para criticar, con una mirada entre divertida y
estupefacta, la irracionalidad de las costumbres e instituciones francesas, denunciando al
mismo tiempo el régimen absolutista de Luis XIV. Y es precisamente la capacidad que tiene la
cultura para, al menos de cuando en cuando, pensarse a sí misma, esto es, su reflexividad, lo
que ha hecho de los seres humanos aquello que somos. La cultura puede verse como una
realidad «implícita», incrustada en la vida social y encarnada en los individuos, o puede verse
como una actividad «explícita», innovadora y creativa, que mediante la producción de obras
morales, artísticas y de pensamiento introduce un principio de libertad en el devenir y en la
organización de las sociedades humanas. La breve historia de la humanidad que nos ofrece
Douglas S. Massey muestra el desarrollo de la cultura. Los seres humanos habitan la tierra
desde hace al menos seis millones de años. Durante los primeros 3,5 millones supervivieron
alimentándose de forraje, y los siguientes 2,5 fueron recolectores-cazadores. Los instrumentos
de piedra más primitivos datan de hace 2,5 millones de años. El volumen craneal fue creciendo
desde 450 c.c. hasta los actuales 1.450 c.c. del homo sapiens, que vivió en el Neolítico, hace
ahora tan solo 50.000 años. En torno a esta fecha se produjo la gran revolución cultural,
llamada revolución simbólica. La capacidad cognitiva del ser humano adquirió una dinámica,
flexibilidad y adaptabilidad inusitada, y la cultura material evolucionó y se diferenció muy
rápidamente. Hasta que se fundaron los primeros asentamientos estables de las sociedades
agrarias, hace ahora entre diez y doce mil años, no hubo personas enteramente dedicadas a
labores cognitivas. La agricultura dio lugar a las eras de bronce y de hierro, y al desarrollo de
instrumentos y armas más eficaces. Desde la aparición de las primeras Ciudades-Estado, hace
diez mil años, hasta el año 1800 de nuestra era, el agrarismo fue la forma dominante de
sociedad. Pero la innovación del lenguaje escrito sentó las bases de un nuevo desarrollo
cultural. Hace diez mil años los comerciantes sumerios comenzaron a utilizar
inscripcionessobre arcilla fresca para contabilizar cargamentos y ventas, y cinco mil años
después desarrollaron un lenguaje silábico. Hace tan solo unos cuatro mil años los fenicios
desarrollaron un alfabeto fonético. La escritura impulsó la creación de una cultura teórica (un
sistema lógico de pensamiento basado en la racionalidad y la experiencia) aunque, dado el
analfabetismo de las sociedades agrarias, el pensamiento mítico perduró durante mucho
tiempo. En torno al año 1800, hace solamente 200 años, la humanidad entró en una nueva era,
la industrial, de gran crecimiento demográfico, económico y cultural, y de extraordinarias
trasformaciones sociales. En ese año el 85 por 100 de la población mundial era analfabeta,
mientras que en 2015 el 85 por 100 sabe leer y escribir. A partir de 1980, la humanidad inicia la
época post-industrial o posmoderna, que ha acelerado aún más el ritmo de cambio. La
sociedad de las tecnologías de la información y de la comunicación, basada en ordenadores
personales y artefactos móviles conectados a una Internet global, está llamada a transformar
radicalmente nuestras culturas y nuestras sociedades.

II. CONCEPTOS DE CULTURA

La cultura se ha definido de múltiples maneras. Aquí destacamos sus tres conceptos


esenciales: como modo de vida, como universo simbólico y como virtud.

1. L A CULTURA COMO MODO DE VIDA

El concepto de cultura como modo de vida de un pueblo, una comunidad, una nación o un
grupo humano es amplio y abarca muchas cosas. En la clásica definición de E. B. Taylor, la
cultura es un todo complejo que comprende conocimientos, creencias, arte, moral, leyes, usos,
costumbres y otras capacidades adquiridas por el hombre en tanto miembro de una sociedad.
Para Ralph Linton, la cultura es el conjunto de ideas, respuestas emocionales condicionadas y
pautas de conducta que los miembros de una sociedad adquieren mediante educación o
imitación, y que comparten en cierto grado. La cultura se trasmite y se comparte, es la
herencia social que reciben los individuos. Desde esta perspectiva, la cultura incluye: el
conjunto de ideas, creencias, valores y actitudes; los objetos e instrumentos materiales; las
normas, leyes y hábitos; y las pautas de comportamiento de los miembros e instituciones de
una comunidad. En suma, comprende la cultura inmaterial, la cultura material y la conducta de
individuos y organizaciones. Así definida, la cultura se identifica con el modo de vida de un
grupo humano. Pensemos en el modo de vida tradicional de los esquimales. Viven en casas de
hielo o iglús que mantienen la temperatura interior mediante un aislamiento creado con sus
pieles. Se desplazan a gran velocidad con trineos tirados por perros lobos. Son excelentes
artesanos zapateros, pues allí donde el zapato no ajusta la circulación se detiene y el pie se
congela. En la caza de la morsa anudan varias vejigas hinchadas como globos al arpón, para
que con la resistencia que oponen al movimiento el animal agote sus energías en la huida. Los
esquimales adoran a una diosa, llamada Sedna, que domina los recursos marinos (ballenas,
morsas, focas) y la meteorología. Su religión conforma una cosmología, cuenta con jefes y
sacerdotes muy poderosos, vinculados con Sedna, y están investidos con poderes para obrar
milagros y sanar enfermos por otros seres sobrenaturales. Construyen grandes casas
dedicadas al culto y a la danza, actividades que siguen un estricto ritual. Su norma de
hospitalidad exige acoger al viajero solitario ofreciéndole alimento, morada y, con el debido
consentimiento mutuo, compañía sexual. Los viejos que no son útiles se van a morir solos o
piden que les abandonen. El pueblo esquimal es amante de la paz y goza de muy buena salud.
2. L A CULTURA COMO UNIVERSO SIMBÓLICO

Un símbolo es una realidad sensible capaz de indicar, representar o significar otra cosa para la
conciencia, un medio para la creación y comunicación de significados. Clifford Geertz define la
cultura como un esquema históricamente trasmitido de significaciones representadas en
símbolos, un sistema de concepciones heredadas y expresadas en las formas simbólicas con las
que los seres humanos comunican, perpetúan y desarrollan su conocimiento y actitudes frente
a la vida. En síntesis, la cultura es el universo simbólico, o red de significados, creado por los
seres humanos para poder desarrollar en él su existencia. Esta red es compartida por los
miembros de un grupo y existe más allá de la conciencia individual: la cultura es pública
porque la significación también lo es. El lenguaje ha proporcionado a la especie humana un
extraordinario sistema de comunicación y representación del mundo, otorgándole la facultad
de reflexionar usando conceptos abstractos y universales. Aristóteles dirá por ello que el ser
humano es un animal racional. Pero para Ernst Cassirer es un animal simbólico, pues cree que
la Razón no puede dar cuenta de toda la riqueza de la cultura humana, ya que esta incluye el
lenguaje, el mito, el arte, la religión y la ciencia. La cultura es el conjunto de formas simbólicas
públicamente disponibles mediante las que la gente experimenta y expresa significados y
sentidos, y ello incluye creencias, ceremoniales, religiones, ideologías políticas o formas
artísticas, y también cotilleos, historias y rituales de la vida cotidiana. Todas las cosas, según
Cassirer, más allá de su realidad material, pueden asumir una función simbólica y portar un
significado. La piedra se trasforma en regalo cuando es ofrecida a otro, en adorno si es bella y
se exhibe, en marca de portería de fútbol cuando unos niños juegan, o en amenaza cuando hay
pelea. Geertz compara un tic y un guiño, dos movimientos físicos idénticos que constituyen
hechos radicalmente diferentes, uno fisiológico, otro cultural. La persona que guiña un ojo
envía deliberadamente un mensaje a otra persona sin que pueda ser visto por los demás.
Quién guiña hace dos cosas, cerrar un ojo y enviar una señal. El guiño puede ser muchas cosas:
una conspiración, un guiño fingido, una parodia de guiño o un mero ensayo. Lo esencial es
comprender el significado y el sentido del símbolo en el contexto de interacción en el que se
produce, y esto implica, en palabras de Geertz, pasar de una descripción superficial a un
descripción densa, propia de los hechos culturales.

3. L A CULTURA COMO VIRTUD

Todo «cultivo» presupone la existencia de un ser en un estado bruto (el peral silvestre produce
fruta dura y amarga), e implica cambios posteriores que activan sus potencialidades (ahora
engendra peras dulces y comestibles). El concepto aristotélico de virtud o areté alude
precisamente al desarrollo de la excelencia conforme a la naturaleza de cada ser, y
recordemos que para Aristóteles el ser humano es un animal racional. En este sentido, para
Simmel la cultura es el cultivo del espíritu que resulta de un proceso de progreso de la especie
hacia la realización plena y perfecta de la verdadera naturaleza del ser humano. Según
Raymond Williams, la cultura es un proceso de desarrollo intelectual, espiritual y estético. De
ahí que este concepto de cultura remita a las obras más excelsas de la literatura, el saber, el
arte, la filosofía, el cine, la ética o el conocimiento, pero también, por extensión, a todo aquello
que nos hace mejores, que nos aproxima a la virtud y nos aleja de la barbarie. Simmel
distingue entre la cultura subjetiva o personal, que constituye el fin último del proceso de
cultivo hacia la perfección y la excelencia, y la cultura objetiva, que es un medio para lograr
aquella (las normas de cortesía mejoran el trato entre las personas). Sin embargo, la tragedia
actual estriba en que frente al descomunal desarrollo de la cultura objetiva asistimos a un
empobrecimiento y banalización de la cultura subjetiva. Sigmund Freud, por su parte, aun
comparando las maravillosas conquistas alcanzadas por la cultura frente al estado de barbarie,
advirtió del malestar que la represión de los instintos e impulsos biológicos genera en el
individuo. En su Sociología de la comida, Simmel muestra cómo sobre la pura necesidad
fisiológica de alimentarse, estrictamente individual y egoísta, puesto que lo que come uno no
se lo puede comer ningún otro, la cultura ha desarrollado un acto en común, el hábito de
reunirse para comer y beber. Se han estandarizado y regulado las comidas, ordenado los
turnos, los modales y las maneras, y embellecido tanto los alimentos como las vajillas. Todos
tenemos que comer y beber, de ahí que la comida se haya convertido en un acto social, en un
rito mediante el que refundamos nuestra cultura y sociabilidad. Al comer juntos y compartir
mesa celebramos un acto de comunión. El progreso de la cultura, como ha mostrado Norbert
Elias en El proceso de la civilización, se manifestó en la elevación del umbral del asco y en la
regulación de los modales en la mesa. La gastronomía, surgida en la Francia del siglo XIX,
constituye otro ejemplo de la dialéctica de lo bruto y de lo cultivado implícita en el concepto
de cultura como virtud.

III. COMPONENTES DE LA CULTURA

Los elementos constituyentes de la cultura son únicamente tres: las ideas, los valores y las
emociones. Toda unidad cultural, simbólica o comunicativa (expresión humana) estará en
alguna medida compuesta por elementos cognitivos, valorativos y emotivos IDEAS

Entendemos por ideas los conocimientos considerados verdaderos que una cultura tiene sobre
el mundo, sea natural o social, en tanto realidad externa y objetiva. Las ideas son conceptos,
modelos o representaciones cognitivas que nos informan sobre qué y cómo son, o cómo
funcionan, etc., las cosas existentes en nuestro entorno (incluidas las personas). Ningún grupo
humano puede subsistir en su medio ambiente sin un acervo de conocimientos objetivos y
verdaderos sobre la realidad. Este conjunto de conocimientos, usado por el grupo en tanto tal,
establece una cosmovisión que funciona bajo el supuesto de que, en efecto, la realidad
objetiva designada por nuestros conocimientos es «realmente» así, tal y como la vemos. Y esto
significa que toda idea, en tanto conocimiento cierto sobre la realidad, debe cumplir o
satisfacer los criterios de verdad y de realidad que cada cultura establezca. Ello no quiere decir
que todas las ideas sean ciertas (muchas son falsas): la Tierra «fue plana» durante siglos; el
estrés, y no la bacteria helicobacter pylori, «fue» causante de la úlcera de estómago durante
años. Ambas, ideas y creencias, son conocimientos considerados ciertos, pero las segundas no
pueden ser contrastadas empíricamente. Si afirmamos que una pared «es» blanca, podemos
demostrarlo midiendo la longitud de onda de la luz que emite; si afirmamos que la vaca «es»
sagrada, no cabe demostración empírica posible. Muchas de nuestras ideas son creencias,
como las creencias religiosas o las ideológicas. Y creemos en muchas ideas tan solo porque
confiamos en la autoridad de la fuente o del criterio que afirma su verdad. A partir del
Renacimiento, la prueba lógico-experimental, utilizada por la ciencia, fue imponiéndose como
criterio de verdad. Desde entonces, la cultura y los conocimientos científicos han tenido un
impacto social fabuloso, aún mayor en la actual sociedad del conocimiento. Con todo, la
ciencia configura solamente una parte de las ideas presentes en la cultura. Las sociedades, y
los individuos en su vida cotidiana, utilizan continuamente conceptos, categorías,
descripciones, esquemas mentales, argumentos, afirmaciones, discursos, historias, gráficos,
fotografías o ideologías que implican ideas consideradas reales y ciertas acerca de las cosas del
mundo. Este es el gran ámbito de los conocimientos de sentido común. Tanto las ideas
científicas como las de sentido común configuran la realidad tal y como es percibida en el seno
de una cultura. Además, según el postulado de W. I. Thomas, sabemos que «si los seres
humanos definen las situaciones como reales, serán reales en sus consecuencias».

2. VALORES

Los valores son principios o criterios generales mediante los que juzgamos la bondad de las
cosas, las acciones o los agentes. Están íntimamente relacionados con lo que consideramos
bueno, importante, preferible o Deseable y, por ello, fundamentan los objetivos y metas que
anhelan las personas y las sociedades. Libertad, tolerancia, amistad, salud, seguridad, orden,
igualdad, belleza, cohesión social, conservación de la naturaleza, honradez, riqueza, tradición,
felicidad, o respecto a los demás son ejemplos de valores sociales. Los valores son ideales que
indican cómo deberían ser las cosas y cómo deberíamos comportarnos (deber ser), frente a lo
que realmente son

y a cómo nos comportamos (ser). Talcott Parsons define el valor como un elemento de un
sistema simbólico compartido que sirve como criterio para seleccionar entre las diversas
alternativas de acción posibles en una situación. Ello no significa que la conducta se ajuste a los
valores, pues entre el deber ser y el ser existe siempre una tensión: en unos casos anima la
voluntad, en otros promueve la hipocresía. El universo axiológico o valorativo de una cultura,
de un grupo social o de una persona, está compuesto por los valores a los que se adscribe, y
está ordenado según preferencias y jerarquías. Shalom H. Schwartz resume las principales
características de los valores: 1) al ser criterios generales que definen lo que para nosotros es
importante en la vida, despiertan emociones, positivas cuando asistimos a la realización de los
valores, y negativas cuando percibimos que están siendo amenazados, 2) hacen referencia a
metas deseables que motivan la acción, 3) son generales, por lo que trascienden los objetos,
acciones o situaciones a las que se aplican, 4) son principios o criterios que guían la evaluación
y la selección de conductas, políticas, personas, acontecimientos u objetos, determinando si
son buenos o malos, legítimos o ilegítimos, deseables o indeseables, 5) forman un sistema en
el que están ordenados jerárquicamente según su importancia relativa, y 6) en toda evaluación
y selección entran en juego múltiples valores, por lo que hay que decidir cuál es de aplicación
en cada caso.

3. E MOCIONES

Todos sabemos por propia experiencia subjetiva qué son las emociones, así como la
importancia que tienen en nuestras vidas y en todos los fenómenos sociales. Sin embargo,
mucho más difícil es llegar a definirlas. Experimentamos las emociones como cambios
fisiológicos que acontecen en el interior de nuestro organismo (temblamos, lloramos,
palidecemos, se agita el pulso, sudamos), pero las emociones son algo más que eso porque
somos conscientes de ellas (algo nos duele, entristece, enamora, irrita, alegra, atemoriza,
avergüenza). Las emociones son la conciencia del cuerpo y, como cualquier otro tipo de
conciencia, según demostró Sigmund Freud en el caso de la ansiedad, cumple una función de
señal: las emociones le dicen algo al sujeto que las siente. En suma, las emociones son
manifestaciones corporales vinculadas con la relevancia que un hecho del mundo natural o
social tiene para un determinado sujeto. Estaré triste si ha fallecido un ser querido, y alegre si
ha ganado mi equipo. Aburrido en una fiesta si no tengo amigos, y temeroso si alguien me
acecha. Por muy internamente que sintamos las emociones, la naturaleza de las emociones es
relacional (yo-mundo), ya que informan de lo que sucede en el entorno desde la exclusiva
perspectiva del sujeto que lo habita. Además de informar, la conciencia emocional dispone y
orienta la energía del cuerpo hacia la acción: el miedo prepara para la lucha o para la huida, el
estrés permite concentrar las energías en un objetivo perentorio, el asco provoca el vómito
que expulsa la substancia dañina, y la vergüenza nos mueve a recuperar nuestra deteriorada
imagen a los ojos de los demás. Es importante distinguir entre emociones primarias (alegría,
tristeza, miedo, ira y sorpresa), que son respuestas fisiológicas, innatas, prefijadas y
universales del organismo ante determinados hechos, y emociones secundarias y
sentimientos. Según Antonio Damasio, las emociones secundarias son pautas o conexiones
sistemáticas que, a través de la experiencia individual y social, han quedado establecidas entre
determinados objetos y situaciones, de un lado, y determinadas emociones primaras, de otro.
Estas pautas de respuesta dependientes de la experiencia son flexibles, y esto explica que el
repositorio de emociones y sentimientos disponibles en el seno de una cultura sea tan
numeroso y sofisticado (ternura, odio, empatía, frustración, etc.). Los sentimientos, según
Steven Gordon, son pautas socialmente construidas de sensaciones, gestos expresivos y
significados culturales organizados en torno a la relación con un objeto social. El hecho de que
las emociones sean conciencia y sean cuerpo, es decir, impliquen cambios tanto corporales
como mentales, hace que también el universo emocional de una sociedad o de un grupo sea
parte de su cultura.

IV. REFERENTES VITALES DE LA CULTURA

Las ideas, los valores y las emociones son los elementos constituyentes de la cultura porque
los seres humanos experimentan la vida como resultado de la interacción y de las relaciones
vitales que establecen con el mundo natural, el mundo social y el mundo personal, sus tres
referentes vitales. Cada uno de ellos se ha ido desplegando en tres grandes ámbitos de la
cultura, la Ciencia, la Moral y el Arte. En cada uno rige, según Jürgen Habermas, un criterio
ideal diferente: la verdad, propia del conocimiento objetivo de las cosas; la corrección, que
califica el valor social o moral de las conductas humanas; y la autenticidad, aplicable a las
emociones que los individuos sienten y expresan. En suma, los tres referentes vitales de la
cultura son el «yo», las «otras personas» que pueblan el mundo social, y las «cosas» que
existen en el mundo natural. La Ciencia, pero también las técnicas, la artesanía, los saberes
prácticos, la brujería, la magia, los mitos, la prensa o el sentido común, es el ámbito de la
cultura especializado en la creación y desarrollo de conocimientos verdaderos. La Moral, pero
también la religión, la ética, la justicia, las fábulas, los debates o los chismorreos, produce
cultura tendente a regular la interacción entre los miembros de un grupo mediante consensos
sociales alcanzados, al menos idealmente, por medio de un diálogo comunicativo perfecto
mantenido entre individuos libres e iguales. El Arte, la música, la literatura, la pintura, el cine,
la fotografía o la arquitectura, expresa imaginando y creando mediante formas simbólicas
aparentes el sentido del mundo tal y como es auténticamente experimentado por el «yo». El
arte refleja las relaciones vitales de los seres que sienten la vida, de los individuos que sufren o
disfrutan.

La distinción de estos tres componentes es en gran medida analítica, pues toda unidad
expresiva o cultural verdaderamente humana configura su significado y sentido articulando
una estructura simbólica que necesariamente incluye ideas, valores y emociones. Por ejemplo,
se supone que los artículos de prensa deberían contener exclusivamente informaciones
objetivas (juicios de hecho), pero además siempre incluyen valoraciones de los hechos (juicios
de valor), y siempre proyectan en el lector una determinada estructura afectiva (clima
emocional). Incluso una señal convencional, como el rojo de un semáforo, transmite ideas
(otros vehículos o peatones circulan por el cruce), valores (la seguridad en el tráfico) y
emociones (temor al accidente). También las concepciones o visiones del mundo incluyen,
según Wilhelm Dilthey, los tres componentes: una imagen del mundo (ideas); una valoración
de la vida (valores); y una orientación de la voluntad (emociones). Toda cultura, en cuanto
constituye una red de significados comunicables entre los miembros de un grupo, requiere el
conocimiento y uso de sistemas de códigos o lenguajes. Los tres lenguajes más importantes de
la cultura actual son el matemático, configurado por números, el natural o narrativo,
elaborado con palabras, y el visual o icónico, compuesto de imágenes. En general, la cultura se
ha asociado más al lenguaje natural o narrativo, sea en la forma de cultura oral o escrita. El
lenguaje matemático sustenta el impresionante desarrollo de la cultura científica desde que
Pitágoras descubriera que el tono musical emitido por una cuerda que vibra depende de su
longitud. Ahora bien, su colosal importancia está oscurecida por el hecho de que su uso, salvo
el de las cuatro operaciones básicas, queda reservado a un cuerpo de especialistas, aunque
cada vez más extenso. Por último, con el desarrollo exponencial de las pantallas y de las
imágenes digitales, la cultura visual está adquiriendo una extraordinaria relevancia en la
sociedad, la política, la ciencia, el arte, el consumo, las relacionales sociales y, en general en
todos los aspectos de nuestras vidas. La imagen y el lenguaje icónico se está convirtiendo en el
modo de comunicación hegemónico que domina el universo simbólico multimedia de la
sociedad global. Ya advertía Walter Benjamin en su Pequeña historia de la fotografía, de 1931,
que «no el que ignore la escritura, sino el que ignore la fotografía será el analfabeto del
futuro». Analfabeto será también aquel que no sepa leer las imágenes. La cultura, cuya
naturaleza es esencialmente simbólica, necesita portadores materiales. La conciencia de los
individuos generada en el cerebro tiene capacidad para incorporar (socialización) y almacenar
(memoria), pero también para operar y crear (reflexión, imaginación) cultura. Este portador
contiene la cultura subjetiva, que para Simmel era la fundamental. En segundo lugar, la cultura
se objetiva en las comunicaciones mediante soportes materiales de todo tipo, como el de un
libro, grafiti, whatsapp, escultura, carta, conversación, periódico, Internet o ritual. Todos estos
soportes materiales se han creado con el único fin de comunicar, y sabemos que, en la medida
que la cultura es una realidad social, está fundada, como puso de manifiesto G. H. Mead, en la
intercomunicación. Ahora bien, existen muchos objetos, conductas y actividades que si bien
han sido creados primordialmente para cumplir un función instrumental, pueden llegar a
cumplir una función expresiva, es decir, a comunicar algo. Un coche, un vestido, un corte de
pelo, el consumo de cierto producto, una forma de caminar o de mover las manos puede, por
ejemplo, expresar nuestra identidad o nuestro estatus social. En general, todos los objetos y
conductas pueden expresar algo en la medida que una cierta cultura esta incrustada en ellos.
El arado, el tenedor, el balón de fútbol, el bidé o la pipa de fumar tiene incrustada una cultura
porque en gran medida estos objetos y actividades han sido creados por ella. De ahí que la
cultura material también forme parte del modo de vida.

1. L AS NORMAS SOCIALES

Las normas tienen un estatuto muy especial por estar en la frontera y, al mismo tiempo,
formar parte tanto de la cultura como de la sociedad. Las normas sociales son guías que
regulan el comportamiento de los individuos en el seno de una comunidad o grupo social. Hay
muchos tipos de normas, como los usos sociales, las mores, las leyes, los códigos o las
regulaciones administrativas. Hay normas sociales formales, como las jurídicas, y normas
sociales informales, como las de cortesía, aquellas que no estando registradas en ningún lugar,
los miembros de un grupo conocen, aceptan y en general aplican. Gracias a la fuerza de las
normas sociales las conductas de los miembros de un grupo son previsibles, lo que facilita la
interacción entre ellos y el orden social. El cumplimiento e incumplimiento de las normas está
vinculado a determinadas reacciones o sanciones sociales, unas positivas (halago, premio) y
otras negativas (ridiculización, castigo). Unas normas establecen prescripciones (socorrerás al
herido), y otras proscripciones (norobarás). La importancia que el grupo otorgue a la norma
determinará la reacción social y el rigor con el que se exija su cumplimiento (tabú: incesto,
canibalismo). Podría afirmarse que el esqueleto de una sociedad está formado por la tupida
red de normas sociales que la conforman. Pero para verlas todas, tanto las normas manifiestas
como las normas latentes, es preciso hacer una buena radiografía. Los geniales «experimentos
de ruptura» ideados por Harold Garfinkel sacan a la luz un gran número de normas sociales,
casi inconscientes, sobre la forma de comportarse, por ejemplo, de los varones y de la
mujeres. En suma, el estatuto especial de la normas estriba en que pertenecen al mismo
tiempo al ámbito simbólico o del decir (intercomunicación), y al ámbito de la energía y del
hacer (interactividad). Le dicen al individuo lo que hay que hacer y, según cual sea su conducta,
la sociedad reaccionará sancionándole positiva o negativamente con otro hacer.

V. MODELOS DE SOCIEDAD Y DIVERSIDAD CULTURAL

La enorme diversidad que observamos en el ser humano es debida al extraordinario grado de


flexibilidad y adaptabilidad que la cultura le aporta. Y puesto que la cultura únicamente puede
germinar, tomar cuerpo y echar raíces en el seno de un grupo humano, la diversidad cultural
es tan amplia como la social. El estudio de la cultura ha tenido dos referentes sociales básicas,
las comunidades locales y las nacionales. Ahora debemos añadir un tercera, la sociedad global.

1. COMUNIDADES LOCALES, ESTADOS-NACIÓN Y SOCIEDAD GLOBAL

A lo largo de la historia los grupos humanos se han organizado en pequeñas comunidades


locales, relativamente aisladas, estables y homogéneas. En estas condiciones, en las que
probablemente exista un alto grado de adaptación o acoplamiento entre el sistema simbólico,
de una parte, y las condiciones materiales de existencia, de otra, la antropología descubrió el
concepto de cultura como «modo de vida» de las tribus y pueblos primitivos, así como su gran
diversidad cultural. En el seno de una comunidad es probable que la cultura opere como un
sistema cerrado, integrado y coherente de elementos compartidos por todos sus miembros y
trasmitidos de generación en generación. Desde una visión esencialista y comunitarista de la
cultura, como la mantenida por Herder, padre del romanticismo alemán, toda cultura se
corresponde con el espíritu de un pueblo, y cuenta con un centro de gravedad que otorga
sentido al conjunto de sus elementos. Para R. Linton la cultura de cada comunidad está
orientada por unos intereses clave. Por ejemplo, mientras que la cultura del pueblo Comanche
gira en torno al ideal competitivo y al grupo de jóvenes guerreros, que entablan una lucha
feroz y permanente por el prestigio, los Tanala son extremadamente cooperativos y muy
sensibles a las demandas familiares y sociales. En la Grecia clásica el espíritu de atenienses y
espartanos también era distinto, como lo es el de cualquier comunidad que haya desarrollado
su cultura en el curso de una historia independiente. El Estado-nación, congregando bajo un
único poder centralizado diversos territorios, se convirtió en la unidad política fundamental de
la sociedad moderna. La idea de cultura concebida inicialmente para las comunidades locales
fue transferida a las comunidades nacionales. El Estado, según Max Weber, monopoliza el
ejercicio de la violencia en su territorio, pero también requiere un orden cultural que lo
legitime, y una identidad social que cohesione su ciudadanía. Se supone que los miembros de
una nación comparten una misma lengua, costumbres, leyes, historia, valores y un mismo
carácter. Ahora bien, dada su extensión territorial, su creciente división funcional y laboral, y la
movilidad espacial de sus habitantes, las culturas nacionales nunca fueron del todo
homogéneas. A la idea esencialista, procedente del romanticismo, se opuso la concepción
universalista, racionalista y pragmática de la cultura, mantenida por la Ilustración francesa. La
razón universal de los individuos interactuando en diferentes entornos, pensaba Montesquieu,
antes que la historia particular y la singularidad de cada pueblo, explica la diversidad cultural
«entre» las diferentes sociedades. La extensión y la heterogeneidad social de las naciones
obliga a tener muy en cuenta la diversidad cultural «intra» existente en su seno. Una
subcultura es el modo de vida o el universo simbólico característico de un grupo o colectivo
que difiere en parte de la cultura general de la sociedad en la que está inserta. Estos rasgos
distintivos, sean en la forma de comportarse, vestir, hablar, o pensar, suelen formar parte de la
identidad de los miembros del grupo. Las subculturas pueden formarse en función de
diferentes criterios, como los de clase social, edad, género, etnia, estilo de vida, gusto artístico,
o una combinación de ellos (subculturas juveniles, de la pobreza, de clase obrera). Cuando la
subcultura no solo se distingue, sino que además se enfrenta a la cultura general en tanto que
cultura dominante, podremos calificarla de contracultura. La situación de la cultura cambia
radicalmente con el advenimiento de la sociedad global, de la posmodernidad y de la sociedad
red, con la globalización y la digitalización. Según Manuel Castells, en el centro de esta
revolución encontramos Internet, una nueva infraestructura global y reticular de información y
comunicación capaz de integrar en un mismo sistema, así como de almacenar, recuperar y
trasmitir al instante, cualquier tipo de contenido simbólico, sean textos, imágenes, números o
sonidos. Internet cambia el carácter de la información y de la comunicación y, por tanto,
transforma radicalmente la cultura. En paralelo a la red neuronal de la mente de los individuos,
se forma un verdadero cerebro o conciencia planetaria en la que se fijan digitalmente y operan
todos los contenidos de una nueva cultura global. Noticias internacionales, competiciones y
espectáculos mundiales, miedo a las pandemias y al terrorismo global, informaciones del
sistema financiero multinacional, guerras planetarias, músicas del mundo, cine trasnacional, o
avances científicos y tecnológicos configuran un proceso imparable de globalización cultural en
el que las referentes vitales de las sociedades y de los individuos son cada vez más
cosmopolitas. El ámbito nacional utilizado por Merton en 1957 para distinguir entre «locales»,
o personas que viven inmersas en su pequeña comunidad, y «cosmopolitas», aquellos que
gestionan el sentido de su vida en el contexto más amplio de la nación, se ha quedado
pequeño. El proceso de digitalización está transformando radicalmente tanto la producción
como el consumo cultural. Casi todos los contenidos, procesos y flujos simbólicos pertenecen
hoy al reino de la cultura digital. Castells mantiene la tesis de que estamos entrando en la
cultura de la virtualidad real. Las culturas están hechas de procesos de comunicación, y todas
las formas de comunicación se basan en la producción y el consumo de signos. La realidad, tal
y como se experimenta, siempre ha sido virtual, porque siempre se percibe a través de los
símbolos. Sin embargo, lo radicalmente nuevo estriba en que la misma realidad es capturada
por completo «en un escenario de imágenes virtuales, en el mundo de hacer creer, en el que
las apariencias no están solo en la pantalla a través de la cual se comunica la experiencia, sino
que se convierten en la experiencia». Ahora la cultura ya no se fragua en comunidades locales,
regionales o nacionales, sino en comunidades digitales y en redes sociales digitales.

2. L A DIVERSIDAD CULTURAL EN LAS SOCIEDADES CONTEMPORÁNEAS

En el contexto de la sociedad global, los conceptos de cultura blanda y de pluri-culturalidad


son clave. Fueron introducidos en 1969 por Ulf Hannerz en su estudio etnográfico sobre la vida
de los habitantes negros de un gueto pobre en Washington. Frente a la idea de cultura como
sistema integrado, cerrado y completo, observó la existencia de una cultura blanda, cuyos
contenidos dependían tanto de la situación vital de las personas, como de su capacidad para
gestionarla. Frente a la idea de que los habitantes del gueto estaban inmersos en una
subcultura de la pobreza, demostró que eran «biculturales», pues combinaban pautas
culturales de la pobreza con pautas de la cultura dominante general. La «pluriculturalidad» de
nuestras sociedades trasciende la mera «multiculturalidad» (coexistencia de culturas
diferentes en un mismo territorio físico). Pluriculturalidad implica coalescencia entre culturas
blandas que interactúan en el espacio digital y territorial combinando pautas y fragmentos
culturales que proceden de repertorios diferentes. Los repertorios culturales son conjuntos de
unidades o patrones simbólicos que pueden ser utilizados con sentido en el marco de la acción
social (v. g. rasgos culturales, discursos, rituales, marcos, prácticas significativas, iconografías,
ideologías, reacciones emocionales). Las culturas nacionales ya no son sistemas
simbólicosimpermeables, sino repertorios carentes de una sólida cohesión interna. La cultura
global del futuro no conformará un único universo simbólico sino, utilizando el término
introducido en 1895 por Williams James, un «multiverso». El sentido de los seres humanos
será conformado en el seno de un multiverso simbólico donde convivirán numerosos mundos
culturales paralelos, dimensiones de sentido interpenetrantes y repertorios alternativos de
diversas culturas comunitarias, nacionales y globales. La interacción entre culturas, la gestión
multi y pluricultural de la diversidad, y el choque y coalescencia de culturas duras y blandas,
serán claves de virtud en el futuro. De ahí la importancia de algunos conceptos (culturas
dominantes y dominadas, subculturas, shock culturales, contraculturas, culturas tradicionales,
culturas emergentes, etc.), y de algunas actitudes o planteamientos morales, como
etnocentrismo (percepción de las culturas ajenas desde los criterios de la propia, que se
consideran superiores), relativismo cultural (percepción de cada cultura desde sus propios
criterios, que se consideran igualmente válidos), multi o interculturalismo (valoración positiva
de la diversidad y del encuentro cultural), mono culturalismo (valoración positiva de la
uniformidad cultural en el seno de una entidad política), etc.
VI. LAS RELACIONES ENTRE CULTURA Y SOCIEDAD

Sociedad y Cultura son realidades interdependientes. La comunicación entre las personas


requiere sistemas de códigos compartidos que posibiliten la comprensión de los mensajes, del
mismo modo que su actividad conjunta requiere hábitos, usos, normas, costumbres y valores
que la coordinen. Cuando cultura, naturaleza y sociedad están perfectamente acopladas, Sin
embargo, el ajuste perfecto entre sociedad, naturaleza, cultura y persona es altamente
improbable. En una sociedad cambiante, abierta y global, la relaciones entre cultura, individuo
y sociedad aún son más inciertas y contingentes. Carlos Marx sostuvo que no es la conciencia
de los seres humanos la que determina su existencia, sino, al contrario, es su existencia social
la que determina la conciencia. El modo de producción mediante el que se obtienen los bienes
en una sociedad, en el que operan unas fuerzas productivas (fuerza de trabajo humano,
conocimiento tecnológico, medios productivos), y se tejen unas relaciones sociales de
producción, constituye la base real o material (infraestructura), de la que surgen y en la que se
asientan determinadas formas culturales, sean jurídicas, políticas o religiosas
(superestructura). La vida material (praxis, trabajo, actividad) determina el proceso del
pensamiento y de la vida espiritual. Cada sistema económico o modo de producción
(esclavista, feudal, capitalista, comunista) recrea un universo simbólico diferente. Para los
teóricos de la modernización, la industrialización y el desarrollo de un país implica cambios
culturales predecibles, como el abandono de normas sociales de carácter absoluto, o la
valoración de la racionalidad, la tolerancia y la confianza. Daniel Bell vinculó el hecho de que
más del 50 por 100 de los trabadores estuvieran ocupados en el sector servicios, y el desarrollo
de las tecnologías de la información y del conocimiento, con el advenimiento de la sociedad
post-industrial, que daría lugar a grandes cambios culturales basados en el incremento del
consumo, del hedonismo y la primacía del yo (individualismo). Según Ronald Inglehart, en la
sociedad posmoderna los valores vinculados a necesidades fisiológicas y de seguridad física
dan paso a los de auto-realización y auto-expresión personal. Asimismo, es evidente que
cuando el desarrollo afecta a las tecnologías de la comunicación, tanto las formas como los
contenidos culturales cambian en profundidad. Marshall McLuhan sintetizó la unidad entre
tecnología y cultura en su archiconocida sentencia: el medio es el mensaje. En La Galaxia
Gutenberg analizó el modo en que las formas de experiencia, mentales y expresivas, fueron
alteradas por el alfabeto fonético, primero, y por la imprenta, después. Del mismo modo
puede analizarse la influencia en la cultura y en la sociedad de la televisión, el ordenador, el
teléfono móvil, la cámara fotográfica digital o Internet. Max Weber, aún aceptando con Marx
la influencia que las condiciones e intereses materiales ejercen sobre el modo de vida y el
carácter de las gentes, creía que la cultura desempeñaba un papel causal en el desarrollo de
las sociedades. En concreto, mostró cómo el dogma de la predestinación está en la base del
origen del capitalismo. Este dogma generaba en la persona religiosa una profunda inquietud
debido a la imposibilidad de conocer los designios divinos. Así, incapaces de saber si
alcanzarían la salvación en el otro mundo, los calvinistas interpretaron el éxito terrenal, en el
que se afanaban sin descanso, como una clara señal de que se encontraban entre los elegidos.
Weber entiende por «acción» una conducta humana a la que el propio sujeto agente enlaza un
sentido subjetivo, y solamente podremos comprender e interpretar este significado o sentido
en términos del universo cultural que lo hace inteligible. De ahí la importancia de la cultura y
su influencia sobre la sociedad. Siguiendo la estela de Weber, Talcott Parsons ubicó uno de los
componentes de la cultura, los valores sociales, en el centro de sus teorías de la acción y del
sistema social. El sistema cultural, que mediante la determinación de los valores da coherencia
al conjunto, controla al resto de los sistemas (social, personalidad, y organismo conductual). En
el sistema de la personalidad, las normas y los valores, que son interiorizadas por los actores
mediante el proceso de socialización, llegan a convertirse en parte de sus conciencias. Aunque
Parsons advierte que cuando los actores persiguen su intereses particulares, en realidad están
sirviendo a los intereses generales del conjunto.

L OS RITOS SOCIALES

Los ritos, que al igual que las normas tienen con respecto a la cultura un estatuto especial, son
ceremonias o actos organizados que se desarrollan siempre de la misma forma conforme a un
conjunto de reglas estrictas e invariables. Son actos, pero tienen un contenido expresivo o
simbólico extraordinario y fundamental, pues todo rito condensa en su seno un significado o
sentido clave de la cultura. Emile Durkheim sostuvo que cuando los individuos adoran a sus
dioses están adorando, aún sin saberlo, a la propia sociedad. Tomando el rito sacrificial de un
pueblo polinesio (Arunta) como modelo de cualquier ritual, desveló el mecanismo mediante el
que los ritos producen sociedad. El ritual es una ceremonia colectiva en la que los miembros
de un grupo sincronizan sus conciencias: a) manteniendo unas mismas ideas o foco de
atención, b) compartiendo unos mismos valores, y c) sintiendo juntos unas mismas emociones.
El ritual crea una comunión espiritual de individuos provocando una efervescencia colectiva
mediante la que manifiesta emocionalmente en su interior la fuerza de lo social. Según Randall
Collins, cuando el ritual tiene éxito, el individuo abandona la reunión con renovada energía
emocional, y la solidaridad grupal se actualiza y refuerza. En un funeral, los asistentes centran
simultáneamente su atención en la persona fallecida, celebran conjuntamente el valor de la
vida, y se funden en un mismo sentimiento de tristeza. La vida colectiva está plagada tanto de
grandes ceremoniales y actos que adquieren naturaleza ritual, muchos de ellos mediáticos y
globales (las Olimpiadas, el atentado de las Torres Gemelas, la foto del niño sirio Aylan muerto
en la playa, un partido de fútbol), como de infinidad de pequeños rituales cotidianos (el gesto
de reconocimiento que hacemos al cruzarnos con una persona conocida, la cena de
Nochebuena, las fiestas locales).

2. TIEMPO, CAMBIO SOCIAL Y CAMBIO CULTURAL

La cultura articula de diversas maneras el tiempo pasado, presente y futuro de la sociedad. Las
tradiciones, el sentido común, y las ideologías y utopías son tres de ellas. Tradición es un
elemento del sistema cultural establecido en el pasado, que se mantiene en el presente con
idéntica forma, bien porque siempre ha sido o se ha hecho así, bien porque se desea
conservarlo debido a la legitimidad o valor que le otorga su perdurabilidad. Las costumbres
son las prácticas o maneras de obrar tradicionales de un grupo. Los hábitos son maneras de
proceder que se repiten mecánicamente en el tiempo. El sentido común es el conjunto de
asunciones y supuestos sobre la realidad que los miembros de una cultura toman por ciertos
de una forma tan tácita, irreflexiva o subconsciente, que tienen la apariencia de ser una parte
totalmente natural, transparente e innegable de la estructura del mundo. La perspectiva del
sentido común es la del realismo ingenuo con la que los miembros del grupo operan en el
tiempo presente. La mayor parte de los shocks culturales que experimentamos al convivir en
una cultura que no es la propia derivan de nuestro absoluto desconocimiento o falta de «ese
sentido común». Por último, en clara oposición al sentido común, que gobierna las definiciones
de la realidad presente, y a las tradiciones en vigor que actualizan el pasado, emergen
constelaciones culturales, doctrinas, verdades o visiones del mundo orientadas hacia el futuro.
Según Ann Swidler, en tiempos de trasformación social las ideologías, en tanto sistemas
sumamente articulados y explícitos de creencias y ritos que aspiran a ofrecer una respuesta
unificada a los problemas de la acción social, desempeñan un papel especial. La utopía, ese
«ningún lugar» creado por la imaginación desde el que se puede evaluar el presente, abre el
campo de lo posible más allá de la realidad actual, siendo un evidente esfuerzo de la cultura
por alcanzar la virtud y la perfectibilidad humana. Existen otros muchos fenómenos relevantes
en la relación entre cambio cultural y social. Por ejemplo, hablamos de rezago cultural (cultural
lag) cuando, debido al mayor ritmo del cambio social, tecnológico o económico, las pautas
culturales de unas sociedad quedan retrasadas con respecto a las condiciones de existencia del
momento presente (las vacaciones escolares estaban ajustadas al período de la cosecha
agrícola; la capacidad tecnológica para prolongar la vida exige la regulación de la eutanasia y
de la muerte digna). Esto supone que ha de haber un cierto grado de adaptación o ajuste entre
el mundo natural, el social y el cultural. La imaginación, los descubrimientos científicos, la
innovación tecnológica y la creatividad simbólica van en otros muchos casos por delante de la
sociedad, que queda retrasada con respeto a la cultura.

VII. EL INDIVIDUO, LA CULTURA Y LAS TEORÍAS DE LA ACCIÓN

En comunidades pequeñas, cerradas, densas, estáticas y homogéneas, la cultura puede llegar a


ejercer un influencia determinante y monolítica sobre la conducta de sus miembros. En las
sociedades globales y digitalizadas, heterogéneas y cambiantes, caóticas y conflictivas,
pluriculturales e insertas en complejos multiversos simbólicos, su influencia será
necesariamente más compleja y leve. En todo caso, las diversas teorías de la acción revelan
distintos mecanismos mediante los que la cultura influye en la conducta, así como diferentes
grados de influencia. Weber y Parsons creen que las sociedades están organizadas en función
del logro de un conjunto de metas establecidas de acuerdo a una específica estructura y
jerarquía de valores sociales. Unas valoran más la igualdad que la eficiencia, la riqueza material
que la felicidad, la colaboración que la competencia, o la tradición antes que la innovación y la
creatividad. El funcionamiento de estas sociedades requiere que sus miembros interioricen y
se adscriban a esos valores, disponiendo para ello de un complejo y continuo proceso de
socialización, muy intenso durante los primeros años del niño, pero que se desarrolla a lo largo
de toda la vida. En la medida que las personas asuman esos valores como propios tenderán a
comportarse con arreglo a ellos. Parsons entiende que los valores son criterios mediante los
que las personas seleccionan entre las diferentes alternativas o cursos de acción posibles en
una determinada situación. Con el fin de garantizar que la conducta individual se ajusta y
contribuye tanto a la realización de los valores, como al cumplimento de las metas societarias,
la sociedad también establece un entramado de normas sociales que sus miembros deben
cumplir. El lenguaje humano constituye una formidable herramienta de comunicación capaz
de albergar, mediante una estructura de códigos, el contenido de un sistema simbólico
trascendental. Dado que el significado de las palabras se establece convencionalmente en el
proceso de interacción entre los actores sociales, cada comunidad humana desarrolla en
íntima conexión con el curso de su vida una lengua propia y característica. La red de
significantes y significados creada por una lengua natural a lo largo de su propia historia es tan
extensa, tupida, sofisticada, compleja y precisa que los usuarios de la misma apenas pueden
ver el mundo si no es a través de los términos, categorías, conceptos, clasificaciones o
relaciones que su estructura contiene. Así, por el mero hecho de aprender y usar una lengua
incorporamos a la conciencia, en gran medida de manera sub o inconsciente, una fabulosa
matriz cultural. La controvertida hipótesis de Shapir-Worf sostiene, incluso, que las personas
apenas pueden comprender conceptos u objetos a menos que su lengua tenga las palabras
adecuadas para designarlos. Es casi imposible sentir la «saudade» si no se es portugués, o
distinguir más de cinco tipos de nieve si no se es esquimal. Cada lengua despliega una
estructura semántica para cada ámbito de la vida, y cada elemento de la cultura (ideología,
discurso, rito) dispone de su estructura semántica particular. Así, una sociedad sexista utilizará
un lenguaje sexista, y una que discrimina un lenguaje racista. Las pantallas terminológicas de
Kenneth Burke (retículas simbólicas que nos permiten representar las cosas, pero que
seleccionan el modo en que percibimos la realidad y hacia dónde dirigimos nuestra atención)
es una forma de ver cómo la cultura incrustada en el lenguaje condiciona la vida y el
comportamiento de los individuos. La perspectiva de los teóricos estructuralistas es todavía
más radical, pues entienden que la sociedad se configura en la misma forma que opera el
lenguaje, y que los individuos están atrapados, aún sin saberlo, en las estructuras semánticas
de su lengua. La teoría de la práctica de Pierre Bourdieu trata de explicar la conducta
(integrando tanto la realidad objetiva y subjetiva, como la realidad macro y micro) utilizando
dos conceptos fundamentales: campo y habitus. Un campo está configurado como una red de
relaciones objetivas entre posiciones sociales, definidas objetivamente, según cual sea la
situación actual y potencial de sus ocupantes en una estructura que distribuye distintos tipos
de poder (económico, cultural, social, simbólico), con cuya posesión se accede a determinados
beneficios que se valoran y están en juego en el seno de cada campo. Los campos son sistemas
de relaciones de fuerza, campos de batalla, en los que los actores persiguen estratégicamente
mantener o mejorar sus posiciones. En el interior de estos campos la subjetividad de los
actores está configurada por sus habitus, es decir, por un conjunto perdurable y transferible de
esquemas de percepción, valoración y acción que resultan de la institucionalización de lo social
en el cuerpo de los individuos. En el habitus, los individuos encuentran el sentido de su mundo
social y la forma de comportarse en él. En suma, el habitus es un sistema estructurado de
disposiciones, encarnado en el cuerpo de las personas, desarrollado en la vida práctica, que es
al mismo tiempo principio generador de sus conductas prácticas. La coincidencia de las
disposiciones subjetivas del habitus y las posiciones objetivas del campo explican que el
habitus funcione por debajo del nivel de la conciencia, que las personas se sientan habitando
un mundo conocido, repleto de sentido e interés, y que se comporten de la manera en que lo
hacen. En suma, las personas no se comportan así por un cálculo racional, como presuponen
las teorías de la elección racional, sino porque las disposiciones encarnadas en sus cuerpos les
mueven a ello. En palabras de Bourdieu, la realidad social existe dos veces, en las cosas y en las
mentes, en el campo y en el habitus. Erving Goffman mostró en Frame Analysis que tendemos
a percibir los hechos en función de unos marcos de referencia, y que cada uno proporciona
una descripción diferente del hecho al que se aplica. Difícilmente podemos considerar alguna
cosa o hecho sin valernos de uno o más marcos o esquemas interpretativos. Estos marcos de
referencia, disponibles en nuestra cultura, son básicos para el reconocimiento, la comprensión
y la explicación del sentido de lo que está pasando (accidente, engaño, juego, chiste, broma,
hazaña, hecho inexplicable, fallo, hecho fortuito), pues establecen los principios de
organización de los hechos y de nuestra implicación subjetiva en ellos. Los marcos convierten
en algo que tiene sentido lo que de otra manera carecería de él. Los individuos no son
conscientes del conjunto de rasgos que cada marco organiza, pero ello no les impide aplicarlos
con facilidad. Algunos de ellos son sencillos (una perspectiva, un enfoque), y otros son
bastante complejos. Según Goffman, los marcos de referencia primarios de un determinado
grupo social constituyen una parte central de su cultura, si bien en las sociedades actuales
estos marcos interpretativos no se comparten totalmente. Los estudios de psicología cognitiva
han demostrado que las sociedades no trasmiten su cultura como un bloque completo,
coherente y totalmente estructurado. Sucede más bien que los individuos van acumulando en
su conciencia a lo largo de sus vidas, de forma indiscriminada y relativamente desorganizada,
una ingente cantidad de todo tipo de informaciones. Cada cultura, como hemos visto, posee
un amplio repertorio de esquemas mentales o tipificaciones, y de este modo influye en la
conciencia de los individuos condicionando su conducta. Los individuos utilizan estos marcos o
esquemas activando dos procesos mentales diferentes: la cognición automática y la cognición
deliberativa. La cognición automática, la más habitual e importante, se basa en el uso casi
inconsciente, mecánico, rápido e implícito de los esquemas, modelos, guiones o tipificaciones
disponibles en la cultura. Ahora bien, en algunos casos los individuos usamos estos esquemas
explícita, verbalizada, lenta y deliberadamente. Por ejemplo, cuando un problema reclama
nuestra atención, cuando el hecho despierta un especial interés, o cuando los esquemas
disponibles no se ajustan a la situación, utilizamos el modo de pensamiento deliberativo,
crítico o reflexivo. En suma, Paul Di Maggio cree que la cultura incide en la conducta mediante
la interacción de tres elementos: a) la información que, más o menos indiscriminadamente, los
individuos acumulan en su memoria, b) los esquemas mentales, pautados socialmente, que
configuran el modo en que atendemos, interpretamos, recordamos y reaccionamos
emocionalmente a la información, y c) la cultura como sistema de símbolos externo a la
persona, incluyendo el contenido del habla, la comunicación en los medios, y la cultura
incrustada en los objetos, en el entorno natural y en las pautas de comportamiento. Hemos
visto que Weber y Parsons sostienen que la cultura influye en la conducta definiendo los
valores e intereses que animan la voluntad de los individuos y las metas de las sociedades. Ann
Swidler cree, sin embargo, que los valores no explican la conducta, y ve la cultura más bien
como un conjunto de recursos simbólicos que los individuos seleccionan y utilizan
estratégicamente. La cultura no es un sistema unificado que impulsa la acción en un dirección
estable, sino un abigarrado conjunto de símbolos, estilos, discursos, concepciones y guías de
acción que a menudo entran en conflicto entre sí (el refranero contiene refranes que
aconsejan una cosa y la contraria). Como dijo Harold Garfinkel, los seres humanos no son
«idiotas culturales» que se ajustan a los valores y aplican ciegamente las normas sociales. Para
Swidler lo importante es saber cómo usan los actores la cultura, no en qué grado les influye. La
cultura es un «juego de herramientas» (tool-kit) o repertorio de recursos simbólicos que los
individuos utilizan selectivamente en sus estrategias vitales. Entendiendo por «estrategia», no
un plan concreto conscientemente organizado para alcanzar un objetivo, sino el modo en que
los individuos organizan en general sus vidas con vistas al logro de diferentes metas vitales.
Swidler demostró, por ejemplo, que las personas utilizamos, según las circunstancias, dos
diferentes discursos sobre el amor, bien el del amor romántico, idealizado, puro y eterno, bien
el del amor prosaico, realista y problemático que experimentamos en la vida cotidiana.
Usamos estas dos concepciones del amor porque la naturaleza del matrimonio es dual. Es al
mismo tiempo una institución social, configurada según el mito del amor romántico, y una
relación social que hay que mantener viva cada día y a lo largo del tiempo.

VIII. CULTURA Y PODER

Puesto que la cultura condiciona tanto la conducta individual como la organización social, los
grupos humanos aprovechan su maleabilidad para darle forma en función de sus propios
intereses. De ahí que la cultura sea también un recurso de poder simbólico, y mantenga
siempre una íntima conexión con la estructura, la distribución y el ejercicio del poder. El poder
basado exclusivamente en la aplicación de fuerza bruta es efímero, inestable y endeble. Solo
perdura en tanto autoridad, esto es, si los gobernados lo consideran legítimo. Pero la
legitimidad se sustenta sobre un conjunto de ideas, valores, sentimientos, creencias, ritos y
discursos. Desde la perspectiva del consenso, la cultura se percibe como factor de cohesión,
legitimación y sostenimiento del orden social. Desde la perspectiva del conflicto, como una
estructura simbólica que legitima y mantiene la desigualdad, explotación, opresión,
discriminación y la estratificación social. En este contexto, las ideologías y los discursos tienen
una especial relevancia.

1. E L CONCEPTO DE IDEOLOGÍA Y EL ANÁLISIS DE LOS DISCURSOS

El concepto de ideología, como el de «falsa conciencia», alude a una desviación del


pensamiento respecto a la realidad y, especialmente, a un encubrimiento de esta por parte de
aquel. Vilfredo Pareto consideraba que los seres humanos, aun cuando en general actúan de
acuerdo a impulsos o motivos irracionales (residuos), siempre tratan de «racionalizar» o
justificar su conducta mediante teorías, mitos e ideologías (derivaciones). En el sentido
utilizado por Karl Marx, ideología es un conjunto sistemático de ideas consideradas
verdaderas, aunque en rigor falsas, que reflejan los intereses de una determinada clase social o
sociedad. Las clases dominantes encubren sus verdaderas intenciones e intereses legitimando
mediante la ideología un sistema económico, político y social. Así, la propiedad privada, que
permite apropiarse de la producción colectiva, o la religión como opio del pueblo, formarían
parte de la ideología burguesa que garantiza la explotación del proletariado. Karl Mann heim,
en su obra Ideología y Utopía, generalizó y amplió el concepto. De una parte, creía que no solo
el pensamiento social y político del adversario está influido por su posición en la estructura
social, sino que este condicionamiento ideológico afecta tanto a mi propio pensamiento como
al de todos los demás. De otra parte, sostuvo que no se trata de un mero condicionamiento
psicológico vinculado a los intereses de clase, sino una influencia derivada de la concepción
general del mundo o de la mentalidad que es fruto de la situación social o de las condiciones
generales de vida en una época. Paul Ricoeur cree que el concepto weberiano de legitimidad
(aceptación del dominio basada en la creencia de que quien ejerce el poder tiene el derecho a
hacerlo) vertebra el concepto marxista de ideología, como deformación de la realidad
(conflicto), y el de Geertz, como sistema simbólico que fomenta la integración y el orden social
(consenso). La tensión dialéctica de la cultura como recurso simbólico de poder deriva del
enfrentamiento entre la pretensión de legitimidad que esgrimen los actores sociales que
ejercen el dominio, y la creencia en, o la resistencia de los dominados a, tal legitimidad. Según
David Howarth existen tantos conceptos de discurso como teorías acerca de la naturaleza del
mundo social. El socio-cognitivismo considera que los discursos son marcos o esquemas
mentales con los que determinados grupos tratan estratégicamente de modelar la
comprensión del mundo que legitima y motiva la acción social. El marxismo ve los discursos
como sistemas ideológicos que «naturalizan» la desigual distribución de recursos y de poder
en la sociedad. El análisis crítico del discurso parte de la idea de que existe una relación
dialéctica y constituyente entre los discursos y los sistemas sociales, por lo que es necesario
desentrañar el modo en el que los poderosos usan el lenguaje y los significados para engañar y
oprimir a los dominados. Otros incluyen en el concepto de discurso todas las prácticas y
significados que configuran una determinada comunidad de actores sociales. Según Michel
Foucault, el discurso alude al hecho de que un conjunto de categorías lingüísticas relacionadas
con una cosa, así como el modo en el que la describen, conforma la compresión de esa cosa y,
además, la constituyen. Un determinado discurso sobre el aborto (asesinato, o derecho de la
mujer), o sobre la homosexualidad (delito, enfermedad, o libre orientación sexual), no solo
describe los hechos, sino que los constituye como fenómeno social. Foucault desarrolló una
obra extraordinaria sobre las relaciones entre conocimiento y poder, interesándose
especialmente por la conexión entre prácticas discursivas e instituciones y actividades no
discursivas. Todo discurso implica un decreto, una norma cuyo incumplimiento comporta
castigo. El discurso que en el siglo XVIII distinguió entre razón y locura, separando al demente
del sano, especificaba la naturaleza de la locura, los tratamientos a aplicar (electroshocks), por
quién (psiquiatras), y en qué instituciones (hospitales psiquiátricos). Pese a todo, Foucault
pensaba que allí donde se aplica poder, siempre surgen fuerzas de resistencia que se le
oponen.

2. L A DINÁMICA SOCIOCULTURAL: CONSENSOS Y DISENSOS, DEBATES Y CONFLICTOS

La importancia clave que tiene el universo simbólico en los juegos del poder explica los
permanentes debates y conflictos culturales que intervienen en la definición de las metas
colectivas, la distribución social de los recursos, y la arquitectura moral de una sociedad. Las
grandes concepciones del mundo, las religiones, las ideologías, las subculturas y los discursos
establecen luchas interpretativas, éticas y afectivas sobre el significado y el sentido de los
fenómenos sociales. En el ágora de la opinión pública se activan y desactivan
permanentemente múltiples debates (aborto, refugiados, eutanasia, educación religiosa,
tauromaquia, transgénicos, inmigración, machismo, corrupción, La cultura de una sociedad
está conformada por consensos (ideas, valores o emociones en los que una gran mayoría está
de acuerdo) y disensos (desacuerdos entre grupos de población). La dinámica y los resultados
de estos debates determinan tanto el mantenimiento del statu quo como los procesos de
cambio cultural y social. La dialéctica de los debates culturales articula las dimensiones del
orden y del conflicto social. En muchos casos la diferencia o el descuerdo forma parte de la
diversidad socialmente aceptable (alternativas culturales). Pero el debate puede transformarse
en conflicto simbólico si las partes consideran perentorio alcanzar una decisión colectiva. Será
guerra cultural cuando los contendientes solo conciben la victoria sobre el adversario con la
pretensión de imponer a todos un nuevo modelo de vida o de sociedad. Según la controvertida
tesis de S. Huntington, publicada en un artículo de 1993 titulado «¿Choque de civilizaciones?»,
en la sociedad global los conflictos culturales llegarán a ser tanto o más importantes que los
económicos.
3. L A CULTURA, ¿DISTINCIÓN SOCIAL O VIRTUD HUMANA?

Paul Di Maggio ha demostrado que durante el siglo XIX las élites sociales de Boston financiaron
instituciones que diferenciaban entre «alta cultura» y «cultura popular», sacralizando y
monopolizando para sí los objetos considerados como alta cultura. Pierre Bourdieu concibe la
cultura como un recurso (capital cultural) que las clases dominantes utilizan estratégicamente
para distinguirse de las dominadas, mejorando así su posición social y preservando sus
privilegios. Por ejemplo, el bajo rendimiento educativo de los hijos de las clases trabajadoras
obedece a que la escuela evalúa a los niños según su familiaridad con la cultura de la clase
dominante. El habitus, o conjunto de disposiciones y esquemas perceptivos, valorativos o
emotivos que los individuos adquieren por su experiencia en las condiciones de vida típicas de
su posición social, genera unos modos y estilos de vida diferenciados según clase (habitus de
clase) que contribuyen a legitimar la diferencia. Incluso los criterios del «gusto», una
estructura afectiva asociada con el placer y el displacer, están condicionados por el capital
económico y cultural de cada individuo. Así, el gusto por el golf, la música clásica, el arte o la
sensibilidad estética se convierten en marcas significantes de distinción social. Afirmando
mediante su poder simbólico la superioridad cultural de su modo de vida la clase dominante
ejerce violencia simbólica sobre los desfavorecidos. En los años 60 del siglo pasado, la escuela
británica de Birmingham impulsó un nuevo campo de investigación, los «estudios culturales»,
revalorizando y mostrando interés por el análisis simbólico de la «cultura popular», esto es,
por el modo de vida de las clases populares. Acotaron este campo alejándose tanto de la
«cultura de masas» (cultura diseñada, producida y distribuida para el consumo del gran
público), como de la «cultura folklórica» (manifestaciones culturales hechas por el pueblo para
el propio pueblo), y realizaron interesantes análisis de las subculturas de clase trabajadora, de
las juveniles (punks, mods, rastas), y de muy diferentes estilos de vida (del scooter italiano; o
de los adolescentes ociosos). Entendieron la cultura popular como modos y estilos de vida que
podían ser leídos e interpretados en función de unos contextos problemáticos de relaciones de
poder en los que entraban en juego tanto las formas de dominación, como las formas de
resistencia de las clases populares. Los pensadores críticos de la Escuela de Fráncfort, desde
una perspectiva de la cultura como virtud, alertaron del proceso de degradación que estaban
sufriendo el arte, y la creación cultural, debido a su mercantilización y conversión en mero bien
de consumo. Para ellos la «cultura de masas» era mera «pseudocultura». Hanna Arendt, por su
parte, estimó necesario distinguir entre «cultura» y «entretenimiento» o «espectáculo».
Cultura, con mayúsculas, es todo aquello que contribuye al desarrollo intelectual, moral,
espiritual o estético de la humanidad, mientras que el entretenimiento cultural está pensado
más para la diversión y el disfrute inmediato de la gente. En suma, pensaban que la cultura ha
de ser considerada, en sí misma y fundamentalmente, como virtud humana

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