Está en la página 1de 443

D r.

A n g e l A m o r R u ib a l
. PROF. DE L A ÜH IV. F, l/UUt'UíjTI'.T»AWA.

FUNDAMENTALES
D E LA

FILOSOFIA Y DEL DOGMA


La visión de Dios a través de la natura­
leza.—Las teorías griega y latina de la
Trinidad.

T o n o QUINTO

MADBID BARCELONA
S üaÍ e^, P r e c ia d o s , 48. E-B obihana , P u ei'tafei’i'i9a, t4
M. E chev-í ería . Paz, 6. A o d stím B o sch ,
S. Molina, P o n t e j o a , 3. R o n d a U n iv e r s id a d , 5.
ALEMANIA
B. Hebdkr, Fraiburg ita Breisgnu.
Imprimí tu r.
C a bd , Martín se H errera .
ÍN D IC E -S U M A R IO

CAPÍTULO 1

L a v is ió n d e l S e r d iv in o y l a s p r u e b a s d e an e x i s t e n c i a
a t r a v é s (l<i l a f i l o s o f í a h e l é n i c a
( f a s e h i f .s o c i i í t i c a )
P*ga-
La viaiin de la realid ad d e l universo, y «na relaciones con
Jos sistem as acerca de la Divinidad. Dos form as de re­
presentación del ser , ascend en te ab stractiva, y ascen­
den te mtonsificativa. Relaciones de sem ejanza y oposi­
ción en tre el ser on tológicu y el sor teológico. Las
teorías trascen d en tes, p latonizan tes e intrascendentes
en orden a las relaciones d íl unte ontoló^ico y del en te
teológico. Las form as de visión ( I b l a D ivinidad en las
escuelas g rie g a s. D iferencia en tre el panteísm o antiguo
y el moderno en cuanto al reconocimiento del s e r de
Dina. Concento d élo infin ito entra los g riegos. e impo­
sibilidad de aplicarlo a Dios. C aracterística (le las teo ­
rías flloaóBto-teológico griega*. Teorías de la r e a lid a d ,
y de la id ea lid a d . I.n Absoluto de los jou ios, y su cau­
salidad en lo mudable. Lo Absoluto en h á c l i t u como
principio divino. L;i Dñ-ínidad eu \n a x a c o u a s . C arác­
te r de las pruebas de la existencia rin Dios en la escuela
ónica. La D ivinidad en la escuela itálica. El Uno de
Í
os p itagóricos. Carácter de las pruebas de la existencia
de Dio» en esta escuela. Lo Absoluto eu los eleatas: y
concepto de U Diviuidarl en JENÚrAxus. La tesis te o ló ­
g ica y la tesis filosófica en la concepción el eAtica. Ca­
rácter de las pruebas du la existeucia de Dios en esta
escuela. O tras escuelas p re sc c rá tic a t, y su representa­
ción en la m ateria. Aspecto gen eral teológico d e los
sistem as griegos jireaocráticos ............................................... 1-37

CAPÍTULO II

L a v is ió n d e l S e r d iv in o y l a s p r u e b a s d o s u e x is t e n c ia
a t r a v é s d o la filo s o fía h e lé n ic a
(fa s ü k o c k A tip a y r o a is o c u Á ric a )

La visión do lo real y d el ser en la escuela su critic a , y


aspecto cou signien te do los p ro b le m a éticos y teolo-
'gicos, La concepción platónica da los dos m undos en
VI
P ija.

relación (ideal y visible), y la posición de la Divinidad


en orden a ellos. Ba?e gen eral de las soluciones p lato-
ninas y su síntesis. La ¿cíioa en función de la psico­
logía platónica para la. visión do Dios. Deficiencia subs­
tancial del procedim iento. Sus influencias en dem ostra­
ciones posteriores. El argum ento de Izs p a r tic ip a c io n e s
como prueba <le la existencia de Dios. Crítica, de cata
argum entación. Lo* argum entos del m ovim iento, del
orden del universo, y de la fin a lid a d en P l a t ó n , y
en la teología. La tesis aristotélica eu su rotación y d ife­
rencias con la platónica. Base gen eral filosófico en Am s-
t 0 t e i . e s sobre ei ser de 1» Divinidad, y las pruebas de
SU existeucia. El argum ento d el -nutrimiento; id. de la
jia/.encia y neto; id. do la fin a lid a d . O bservaciones
sobro Ib condición intern a de los argum entos (le Alies-
■ iót£l,es, y diferencias radicales que los separan de los
del ariatotelism o teológico medioeval y posterior. Los
sistem as posto rio res. íi lo ni ano y estoico, en orden t la
idea de D ios. Concomios cap itales del estoicism o en la
m ateria, y ad aptaciones de éstos a la teología p atrística. 39-78

CAPÍTULO III

L o s p r in c ip io s liln s ó f lc o s d e s is t e m a t iz a c ió n d e l a id e a
c r i s t i a n a d e la D i v i n i d a d y d e s u s p r u e b a s
Aspecto gen eral do las dos grandes ideas, el en ir ordo!,*'.'
gico y e l ente Utdúgico, en la filosofía h elénica. E volu­
ción cu el concepto de la Divinidad en sus relaciones con
el mundo, Las influencias órfieas antes y después de los
orígen es cristianos. La idea do la creación. L i concep­
ción henoteirta p recristiana de Dios. Las influencia.!
g rie g a s en la teoría cristiana de Dios. Las opiniones
extrem as Criterio* en la m ateria. Tres síntesis filosó­
fico teológicas prim itivas, Carácter di; la ^ b 'tfs is judai-
co-heleuizante; id. de la del gnosticism o; id. de la cris­
tiana en sus orígenes. T riple relación del sistem a cristia­
no: con ln sín tesis gn óstica, con la ju d aica, y con la
filosofía helénica. La gnosin ortodoxa y la heterodoxa.
O rígenes ó r fic G S del gnosticism o. La visión dn ln. re a li­
dad diriuu y de la realidad cósmica en la guosis lietero-
xa y doble orientación gu óstica en este puuto. Tres
m om en tos doctrinales en el gn osticism o. Significación
y carácter del monif.nt.o lilusófiio. E ncuentro de la gno~
sis ortodoxa con la gnosi.i heterodoxa, y primacía de
ésta eu la sistem atización teológica. La « in fera helénico-
judaica en orden al ser de la D ivinidad. L íl tesis de
F il ó n , sus elem entos trtblicos, p la tó n ic a y estoicos, y
causa de su influencia en el prim itivo sistem a teológico
cristiano. Adaptación p latónico-estoica a la idea cristia­
na de Dios y de b u s relaciones con lo finito........................ 79-109
vu

CAPÍTULO IV

L a id e a filo s ó fic a d e la D iv in id a d o n su r e la c ió n
co tí e l u n iv e r s o
Págs.

La idea dfi relación entre lo finito y la Divinidad, ; u n lle­


g a r al conocim iento de ésta. La creación filosófica del
Xu-fOi, v su representación eu este p a rto . Cuntacto de
la gn n ii) ortodoxa cou las f/nosit heterod oxas cu la
doctriua del Xoy^S- Doble representación liloiófica. y
teológica del J ^ yo^ en la or-tO'lu:;a. Am plitud
significativa del Í.Tf.'i; a lnivea J>: los saturnas tilosófico-
tcológicos. E l / n y o ; Jü la lilm-nfla védie^. Id. de la filo­
sofía helénica. Su formación prim er*, y evolución*» p.os-
teriorea. El Xi)yo~ en el sistem a de Pi-.vlhx; id. cu ios
escritos no auténtico.-» a Lri Ui¡:<lfs al mismo, de ia. época
cristiana. El file m r a j en el jiuUisin-j. Sih o r íg e ­
nes. Factores t|iie entran a con stitu irlo. JS1 olemiinto
bíblico. La interpretación p luralista de E lo k in i en or­
den a las entidadea iiilerm ediarU s. O rigen le¡undríuo
de la interp retación ile J a h v c como expresión de la
esencia divina; su aceptación en la to o b e ía L-ristiana, e
ianabsistincia de dicha doetrij.u. El ¡waccptii trascenden­
te de J a h v c , y su formación ¿railii.il. I.a idea de tr is -
cendeuL-io de la Divinidad en su*' ¡:l.ipa« b ib liess. lil
nombre do. Jahvc: su vulor ■;» el Kumit^mo antes de ser
denominación propia d il Dios do N tael; id. d cspiiéí de
au apropiación peculiar tn riempu ¡U Moisés. 1.a evolu ­
ción de base bíblica en l;is Polenrias intsr,ueJlaria.s del
judaism o. El encuentro de la c^ojtri;>v. iradidijual Inter­
mediaria con la lllosol'ia h elénica. I.a tesis de F i l ó * .
Caracteres gen erales del t . ^ o t cu las si!i!.csia filosOiico-
teológicas judaica, libn inu a, y neoplatóuica. El ).oyo;
en P l a t ó j í y en la tcoloRia iTisimmi; id. en ésta y «ti
el sistem a de F i l ó n ; id. en la doolriua ploliniuna y en ia
tesis ortodoxa. Conclusión...........................................................111-170

CAPÍTULO V

E l p r o b le m a d o la D iv in id a d y lu p v iim t iv a a d a p t a c ió n
d e l o s s is t e m a s filo s ó f ic o s a la d o g m á tic a

E l pensam iento filosófieo-teológrieo de las ásmela» sobre la


D ivinidad, eu los comieuzns del cristianism o. El sistem a
filosófico-teológico cristiano en fu reí ación nnn dicha»
eacnelas. Los criterios en la m ateria. E xislcn cia de
com penetración doctrinal directa. El resurgim iento de
la idea de la Divinidad y del pensamiento lilósólico. For-
mas de compenetración” filosófica en orden a la idea de
D ios, y demás dogmas. E l principio de a nalo g ía s p re su -
Tin
PAe».
puestas entre la enseñanza cristiana y la de la filosofía.
Su interpretación m ediante la revelación universal
del l ó y o g . Usos de cita teoría en S. J u s t i n o , C l. A l c -
e tc ., para l:id aproximaciones fi¡03<JfiiT*-fceoló-
ja n e iu n o ,
gica s. Lft com penetración lilosófico-teológica por e x ig e n ­
cias didácticas. Es sucias teológicas prim itiva*. E scu das
alejandrina y antiaqnena, y mus principios iilosófico».
O tras E scu d as an tigu as. mi Indole y formación. La com­
penetración tillMOnco-teológiLu por exigencia* d ogm áti­
cas. Las dos direcciones opuestas cu canuto t i uso te o ló ­
g ico de los iiatomas (ilosólieiw. Fundamento de los que
con T t i n a m s o , L a c ta x o io , etc, rcliusau la utilización
de dichos sistem as; id. de los que con lu escud a alejan-
drina los adm iten. Puntea fie conformidad entre unos»
y otros. Conclusiones acarea de la incorporación de
wm csptos filosóficos al s illo n a teológico, y apreciacio­
nes erróneas en este puuto....................................... ..... . . 171-210

CAPÍTULO VI

L a v i s i ó n d e l S e r d i v i n o y l a s |) i ' n o li a s d e s u e x i s t e n c i a
¡i L is iv é s tle l a t e o l o g í a p a t r í s t i c a

M últiple sisteinatw i;.CÍÓ!i inicial teológica. sobre lii D ivini­


dad y bu conocí m iento. La evolución asim ilativa d é lo s
conceptos íijosófici» liclínicna cu ln ¡ualeria, y diversa
posición on esto de la te o ln g h an ticu a y de la esc o lá sti­
ca, La teoría cíclica como ranwtiirTítica gen erul de las
pruebas de la existencia de Dius cu la te o lo g ía p a trísti­
ca, Su manifestación en las pruebas c idea de ln D ivini­
dad en S, J u s t i n o y T f.ófim i A n t i o m i 'i - n o . Orinalación
psico-ontológica en el D i d a s c a l c o . La doctrina d i
C t. A í.fja p íd k iso sobre el cono.'i.tiienlo de Dios. Los
tr es punto- centrales tle la U'oria, y sus d eficiencias. La
(corla alejandrina de Dios y (le su* prueban en OiiIg-k-
Kra>. Su concepto helénico de lo infinito; s a ;< clases de
argum entación sobre la existencia de D io * ,y l>a¿C ines­
ta b le de sus procedim ientos. F ase m iliheM uicti antigua
en orden al conocimiento y ser do la D ivinidad. R epre­
sentación de 8. Ini:nno en esta fase. Su impuguncióu de
lo» arquetipos di: l;w escuelas platonizantes; y form as
de b u BrgiMienlació)) sobre la existencia de Dios. La
doctrina de I k i u c l u h o en la m ateria. Su oposición
teórica al uso de la filosofía hcleu ica, c influencia p rác­
tica de (Ata eu las teorías de T k i i t u m a m m . El estoicis­
mo en sn doct riua sob re Dios y las pruebas de su exis­
tencia. Critica. O rientación iís hi teología, u l t e r i o r
latina en este punto basta S. jY c ls tin . Él predominio
Ulterior d ei proceso ciclico un el conocim iento de Dios
según las doctrines alejend rin al. Desviaciones de ln
esc u d a aiitioqueita. Ltis pruebas do la existen cia de
Dios en S. A t a n a s i o ; sus m odalidades p eculiares, y
valor de las mismas. La escuela de los ccp « á o c io .s sobre
IX

la existencia de Dios. Sus atcnunciones respecto d e la


escuela alejandrina eu el proceso d em ostrativo p sico ­
lógico; y argum entación de S. B a s t i ó y d el N azean -
cb n o. A specto especial de la d octrina del N isu no en
Ib m ateria, en relación con su teoría cogn oscitiva. E xa­
men de esta d octrino, Dable desviación que o [vece res­
pecto de Ir teoría Alejandrina en et conocim iento do
Dios. La reversión al procoso neop latcu ízautc. Las d oc­
trinan del PsKui)o-Ai:L(n*HriiA v du S. A u l's t-x . Las
pruebas agnstinianas de la existCMin de Díds; su orien ­
tación; sín tesis y valor de las mismas. Las ideas pseudo-
aroopaglticas y agustiniujiíis cu la doctriim escolástica
sobre la existencia de Dios..................................................... 21t-2»S

CAPITULO VIL
L a r e p r e s e n t a c i ó n f i l o s ó t í í i o - t e o l ó g i c a d e l s e r <le l a
D iv in id a d e n la é ]> o ta j ia tr is t ic u
Págs.

Las dos leyes dol conocer lilosóIico-tcoló^ifo de iinnaiteli­


r ia y trasccndencin, aplicadas a la determ inación de
las perfecciones divinas. Las fases en las pruebas de ia
existencia de Dios, y en el conocimiento del se r d é l a
D ivinidad. Evolución de su idea, y diversas gradficiomv
que cabe sefíaiar. Periodo teológico em pírico, su carás­
ter y rem esen fan ón de la D ivinidad mi la éputtL apos­
tólica. Periodo de clasificación. Idea de Dios cu los
ap ologistas griegos y latinos. I.a teoría Je la D ivini­
dad en Cl>. A le j a n d iíix o , y íus particularidades filo­
sóficas. La teoría de O h iü k n k s Su idea d« lo infinito,},'
equivocadas interpretaciones de su doctrina. La teoría
do D ios en la escuela sem itradirionalisU i de S. I r e -
n e o , T e u tu m a n o , L a c t a n c io , ctc. Las infUiencins es­
toicas en la teoría de D ics en T e r t u l i a n o . C aracterís­
tica de la teoría de L a c ia n c io . Dios causa m i. E l
ietlodo do teo ría , y su representación en la escuela de
Íos a l e ja n d r in a y de los capadocios. La filosofía de
la Divinidad sn función de triplo concepto de trascen­
dencia, inm a n en cia y de las pa rticip a cio n es. Utiliza­
ción combinada de la inmanencia y trascendencia por
los alejandrinos y capadocios p aní dar e l concepto de
Dios y de sus atributos. rtilizn ción por ambas escuelas
de la teoría do las p a rtic ip a c io n e s cu orden a la acción
creadora, etc. Lo incom prensible y lo incognoscible
en dichas escuelas; y difereucia entre alejandrinos y
capadocios en fijar lá idea de Dios. La teoría de los «u-
nom íanas rcspocto a la (mmuna idea de Dios. Bti influen­
cia en las escuelas mencionad as. La doctrina de los capa­
docios en orden al valor de nnesttas ideas y denomina­
ciones respecto de D ios. La idea del ser de Dio# en los
P P . latinos no africanos. La teoría de V ic t o m x o afri­
cano. Ln teoría de S. A g u stín , Las doctrinas del Píten-
do-AwRCiPAGiTA. S íu tesis d el proceso constructivo de la
representación filosófica de la D ivinidad en las fases
teológicas m encionadas................................................................ 255-815

CAPITULO VIII

L a T r i n i (1 a d
G É N E S IS y O R I E N T A C I O N F I L O S Ó F I C A D E 1*09 S 1 3 T E U A 8
E N I,A T E O L O G I A T R I N I T A R I A

La personalidad de Dios en cuanto objeta del conocer natu­


ra l, y como te sis d ogm ática. Las oscilaciones doctrinales
en la interpretación científica J e la Trinidad, La tesis
cristiana no es en si uua ijnotU, sino u¡;a d id á c tic a .
L a doctrina inversa heterod oxa. La teoría de la sim ul­
taneidad de la yvtooig y de la y sus consecuen­
cias en la explicación de la teo lo g ía trin itaria antenice-
rm, Doctrina que hn do sostenerse. (.as ley e s filosóficas
an tiguas de la hi/perfrasee^ J encía y do la» p a r tic i­
p a c ió n Cf en la T rinidad. La conciliación del sistem a de
las participaciones con la ortodoxia tr in ita r ia . Pantos
capitales en la m ateria. La teoría grie g a de ln consubs­
tancial i dad en relación con \as p a rtic ip a c io n e s. La te o ­
ría de la p reexisten cia r especio d é la s personas en la
Trinidad. La p re ex iste n c ia e n tita tiv a según el pensa­
miento sem ítico, Id. según el pensamiento g rie g o , y re­
su ltan tes rcspcctivüN en la interpretación do la T rini­
dad. G énesis e inicial separación d el concepto filosófico
de la Trinidad en la teología g r ie g a y latina. Síntesis
de las evoluciones sucesivas en el pensam iento h elén ico.
Idea de la unidad por con vergencia en las persuuas di­
vinas. Idea de unidad por naturaleza común en a b strac­
to, Id. por unidad de operación. Id . p or anidad d esu b s­
tan cia......................................................... ' ..................................... 317-314

CAPITULO IX

L a T r i n i d a d

E XAMEN CO MP ARA DO D E L A S T E 0 B I A 5 G B I EO A T L A T I H A

L a s personas d iv in a s en sw constitución
La estructura de ambos sistem as latino y grie g o p artiendo
d é la noción del ser. Los conceptos determ in antes de la
entidad divina en s i. Id, determ in antes de las personas
divinas. Lns dos direcciones de ambas categorías de con­
ceptos ah la misma escuela socrática. Puntos centrales
d e lu d a teoría exp licativa de la Trinidad. La co/w titu-
ción d é la s p erson as.L ib personas constituidas. E stas
respecto de su s individuales características; id, en orden
XI
Págs;
a si mismas. T riple aspecto en la constitución (le las
personas. Las personas en orden a la n a tu ra le za . Las
personas en orden a. Ih.-í d iv in a s procesiones Lfts per-
sonas y las relacione*. Problem a capital en el prim ero
de estos aspectos. Soluciones opuestas de las teorías
grie g a y latina. P roblem as a resolver en e l segando de
dichos aspectos; y divergencias entro latinos y g rie g o s.
La naturaleza de laa procesiones d iv in a s según las r e s ­
p ectivas teorías ontológica y psicológica. El p rob le­
ma de la na tu ra le za preint'eleet.a en la teoría latina;
sns graves dificultades; y d iversidad de solucionas ea
orden & los p r in c ip io s de liw personas divinas. La tesis
tu b sta íia g e n v it sitbsiantiavi no h eterodoxa, y la. tesis
non est g e n e r a n ) n egué g e n itu , etc. del Latgránense.
Insuficiencia de las diversas soluciones. Las bases defi-
cientea de este sistem a. El sistem a griego en orden a la
n a tu ra le za d iv in a . Su te sis inversa d« la latina, y
consecuencias en orden a las procesiones. La teoría
grie g a de las procesiones divina». La le í ¡a helénica de
las operaciones a d e x tra eu relación con la de las op era­
ciones ad int.ra. La doctrina de la inex iste n c ia de las
divinas personus. Distinción entre la divina generación
del Hijo y la procesión d el E. Santo según latiuo* f
g rie g o s, y diferencias notab les de ambas escuelas. E¡1
diagramroa latino de la Trinidad, el dingram iua griego
católico, e l di agrá mena de F u c io . La cuestión del origen
del E. Santo en abstracto según grie g o s y latinos. La
opinión de E s c o to en ambas teorías, Lá teoría latina y
grieg a de las relaciones divin as............................................... 345-395

CAPITULO X

La Trinidad
1 XAMBH COMPADADO D E LAS T E O R Í A ? G Q I E G A Y L A T I N A

l*at persona» divinas en cuanto constituidat


Las divinas personas en si. La d octrin a de la p ersonali­
dad divina, y la correspondiente a procesiones y re la ­
ciones. La n aturaleza como contenido respecto de las
personas en la teoría g rie g a . La distinción en tre naiu-
ralexa y p e rso n a ajena a la antignn filosoEia g rie g a . La
p e rsona eu cuanto contrapu esta a los conceptos d e
ejan cio y subsistencia entre los an tiguos. La otxsta y
sus acepciones aristotélicas. Los conceptos de fticiataaig,
de itpóoum ov, y de pe rso n a , y sus oscilaciones en la
adaptación a la T rinidad. Fijación defin itiva del concep­
to de kyp ó tta sis y de esencia eu la te o lo g ía g r ie g a . La
na tu raleza, la pe rso n a , y la subsiste u ñ a en tre [os la­
tinos. D eterm inación tardía de este concepto, uo fijado
sn tiempo de S. A ou stIh . L a sín tesis de n a tu ra le za y
p ersona entre los griegos; id . e s tr o los latinos. La de-
xir
P lg t.

finicióo de 'persona según B oecio. E íam an y crítica de


la minina. Él problem a de la aubiist encía en si origina­
do en la teoría latina. Las solucion es encon trados, y sus
defleiantias. El Bislema del p r in c i p w m qtiod y del
p r in c ip iu m quo, y defecto capital que en cierra. La
teoría grie g a de p e rsona 6n orden a su s consecuencias
opuestas a las de la teoría latina. La d octrin a d el D a -
m asce.vo. Las personas divina» y las p r o p ie d a d e s o
nacion es. Conceptos comunes o griegos y latinos en la
m ateria. Las relaciones, las pe rso n a l y las p r o p ie ­
dades y nocionei. D iferencias en su interp retación . La
d iverja enumeración de p r o p ie d a d e s en la Trinidad s e ­
gún g rie g o s y latiuos. Las personas divinas cu orden
a s i tnisisuB. Cuestiones diversas que se ofrecen bajo este
aspecto de la Trinidad. L a doctrina latina sob re la i n ­
m a n encia de las personas divinas (ctrc«tii7ni»e»ii>tt).
La inm a n e n c ia (rcepijribpeoij), en la doctrina g riega.
Sn origen y naturaleza según la teoría latin a, y según la
teoría g rie g a . La síntesis substancial (oaYxs^aXaioKtij)
»n la Trinidad. Loa orígenes de la teoría latina, y sn
fistem atizarióa agustiniaua. El sím bolo pseudo-atuua-
siano y los sím bolos procedentes en orden a las teorías
latina y g r ie g a ...............................................................; , . 367-436
C A R ÍT U L -O I
l a visión del Ser divino y las pruebas de sn
existencia a través de la filosofía helénica

(pase presocrática)

S a m a r l o . La visión de la realidad d el universo, y sus relaciones


COÜ los BÍstemts acírcn de la D ivinidad. D os forran» de represen ­
tación del Her, ascendente ab stractiva, y ascendente intensífica-
tiva. Relaciones de sem ejanza y oposición en tre el ser a n tiló ­
gico y el ser te o ló g ic o . Las teorías trascen d en tes, p latonizan tes
e intrascendentes eu orden a las relaciones del en te on tológico y
del en te teológico. L as formas de visiúu de la D ivinidad en la s
escuelas g rie g a s. D iferencia en tre el panteísm o antigim v el mo-
“ iiderilQ en cnanto al reconocim iento del ser de Dioa. Concepto d e
:V>iiñflfiilo en tre los g rie g o s, e im posibilidad de aplicarlo a D ios.
'Oaráctértoticíi de las teorías fllosófico-teolófrico g rie g a s. Teorías
d e l i + e o í i á o f í , y de la id e a lid a d . Lo Alwohito de I09 jon ios, y
SU causalidad en lo m udable. Lo Absoluto en H e r á c l i t o como
principia divino. La D ivinidad en iN A xÁ aou iíj. C arácter de las
pruebas de la existencia de Dios en la escuela jónica. La D ivini­
dad en la escuela itálica. El Unn do los p itagóricos. Carácter de
las pruebas de la existencia de Dios en esta escuela. Lo Absoluto
en loa cleatas; y concepto do la. D ivinidad en J e n o f a x e s . Lo t e ­
sis teológica y la te sis filosófica en la concepción eleilticn. C arác­
te r de las pruebas de la existenciu de Dios ea esta esencia; O tras
escuelas presocrríiicae. y 9U representación en la m ateria. A s ­
pecto gen eral teológico de los sistem as griegos pyesotrdíicos.

I. La visión ele la relidad del universo y de sus


manifestaciones a través de los sistemas filosóficos y
teológicos, que en los volúmenes precedentes hemos
examinado en sus grandes líneas y conceptos supre­
mos, nó puede menos de actuar también, con Jas va­
riantes respectivas, eu los problemas que suscita el
conocimiento de la realidad divina, ceutro de la
realidad humana y do la realidad cósmica, en las
prnebas de su existencia, y en el contenido de la
idea del Ser de Dios.
Porque es indudable que la teoría de lo divino,
en cuanto elaboración de carácter científico se halla
enlazada, y aun se subordina a la teoría de lo real y
del ser, que debe abarcar todas las proyecciones de
la existencia, y preside a la concepción de todas sus
manifestaciones.
2. De esta suerte se alcanza fácilmente porqué
aparece tan varia desde el punto de vista sistemático,
la idea de la Divinidad, y son tan múltiplos las ma­
neras de presentar las pruebas de la existencia de
Dios, como son diversos los principios filosóficos y
los sistemas a que dichas pruebas se ajustan, y de
donde se intenta hacerlas derivar.
No es esto decir que la cognoscibilidad del Ser
divino quede al arbitrio de las escuelas filosóficas,
con sus mudanzas y contradicciones; pues no queda
tampoco la verdad de la existencia humana, la del
mundo externo, y la de los primeros principios,
cuando sistemáticamente se desvian sus valores, tra ­
duciéndolos por otros conceptos que los que por su
índole y naturaleza representan. Mas todo ello hace
ver como es necesario estudiar el problema de la
cognoscibilidad de Dios en relación coa las teorías
del conocer y del ser, para hacer patente no sólo el
Intimo enlace que guardan unas ideas con otras,
sino también para que resalte la magnitud y gran­
deza del problema de la Divinidad; y al mismo tiem­
po aparezca por lo deleznable e inconsistente de los
sistemas que quebrantan el concepto de la entidad
personal divina, la necesidad de abandonar sus solu-
dones, y de bascar en otra parte la interpretación
y explicación de lo real finito que ellos no pueden
ofrecernos.
3. Dos formas capitales de concebir la entidad
ge ofrecen en la visión de las cosas. Una, que partien­
do de la representación primera del ser, evoluciona
en Bentido de idealización hasta constituir en modo
reflejo la noción abstracta y universalísima de ente,
donde se encierra como en géraen la plenitud de la
inteligibilidad de los singulares, y de lo cognoscible.
Otra, que partiendo de lo real procede por inten­
sificación del valor de la entidad hasta hallar la ple­
nitud de ésta en el orden de las existencias, y
constituir centro y razón de los seres limitados.
El procedimiento primero da origen a la consti­
tución del ente ontológico, expresión plenamente abs­
tractiva del ser,‘mientras el segundo lleva ¡i la de­
terminación del enle teológico, expresión de la pleni­
tud de perfecciones concretas, que es ia Divinidad.
De ahí las diferencias consiguientes a tales di­
versas formas de entidad, dentro de las semejanzas
que produce la nocion ser.
1.° El ente ontológico ofrécese, pues, como
trascendente en el orden de la idealidad. Y el ente
teológico, como trascendente en el orden de la rea­
lidad.
2.° El ente ontológico por su forma de tras­
cendencia ideal hállase fuera da todo genero y espe­
cie. A su vez el ente teológico está fuera de toda es­
pecie y género, debido a su trascendencia por pleni­
tud de realidad,
3.° El ente ontológico aparece simplicísimo por
la no comprehensión da los elementos divsrsificati-
Tos mediante los cuales las cosaB se constituyen en
acto. El ente teológico os simplicísímo por la pleni-
tud comprehensiva de todas las perfecciones en acto
único plenísimo.
4.° El ente ontológico es uno e inmutable por
amplitud universalisima en su extensión. El ente
teológico es también uno e inmutable, pero por la
amplitud intensiva de sus perfecciones.
5.° El ente ontológico es eterno, con la eterni­
dad negativa que le corresponde en cuanto la no­
ción de ser no ha podido jamás corresponder a la de
no ser, ni ésta es confundible con aquello, en nin­
gún momento imaginable representativo de los va­
lores del ser. El ente teológico es eterno con la eter­
nidad positiva que expresa la realidad subsistente
del ser y de la vida poseída sin sucesión ni tránsito
real ni posible.
6.® El ente ontológico es incomprehensible, en
cuanto objeto de una percepción nocional intraduci­
bie en ideas, mientras no se determine por diferen­
cias. De suerte que en su forma pura de ente abs­
tracto, no es otra cosa que vehículo de las determi­
naciones del acto de conocer. El ente teológico es
incomprehensible en cuanto su cognoscibilidad no es
adaptable a ideas limitadas, y representaciones par­
ciales e inadecuadas.
7.° El ente ontológico es infinito, en cuanto
enunciable sin limitación de todo lo que se concibe
real o posible. El ente teológico es infinito por pose­
sión sin limites de todo lo enunciable de un ser per-
fectfsimo.
8.° El ente ontológico ao puedo definirso por la
condición de su infinidad señalada. El ente teológico
no puede definirse, por consecuencia también de su
ser infinito, tan diverso de la infinidad del primero.
9.® El ente ontológico en su forma abstracta
desciende a las realidades concretas no por algo ex­
trínseco al mismo, sino por evolución dentro de su
coutenido representativo. El ente teológico alcanza
a las realidades concretas fiuitas por su eficiencia
creadora, y por su presencialidad a ellas.
4. Esta posición antitética del ente ontológico y
del ente teológico, no obsta sin embargo a que exis­
tan puntos de necesario encuentro entre lo sumo de
la idealidad que el primero representa, y lo sumo de
realidad que corresponde al segundo. La inteligibili­
dad en efecto que deriva de la noción del ente ontoló­
gico. y que éste a la vez supone, corresponde a la re­
presentación mental de todo ser, y sirve de vehículo a
las ideas que podemos formar del Ser primero. Y a la
vez el eute teológico explica la existencia de realida­
des qne hacen inteligible el valor del ente ontológico.
Este encuentro de la idealidad y de la realidad
en sus grados más altos, es susceptible de muy di­
versas interpretaciones, de las cuales depende en
primer térmiuo la doctrina que haya de sostenerse
sobre Dios y su existencia.
Todas las escuelas del trascendentalismo unita­
rio, o paulogisrao, parten de que el concepto de Dios
(ente teológico), y el concepto puro de ser (ente on­
tológico) se identifican eu las regiones de lo Absolu­
to, cualquiera que sea el proceso ascendente o des­
cendente que dichas escuelas adopten.
- 6 —

Las escuelas del trasceodentalismo mitigado, o


platonizante, sin identificar el ente teológico coa el
ontológico, hacen de éste expresión ideal de aqnél,
y fórmula psicológica que lleva necesariamente a co­
nocer a Dios, en cuanto el Ser primero se manifieste
asf en representación trascendente en aquella no­
ción primera. Las variantes del outologismo son for­
mas diversas de la modalidad trascendente a que
aludimos.
En tales sistemas, pues, la representaciéu ideo­
lógica de la Divinidad responde a un valor abso­
luto, si bien con grados diversos eu su objetiva­
ción en el espíritu.
5. Por el contrario, las teorías intrascendentes
(prescindimos de las escuelas agnósticas, que anulan
tódo valor de un ideal), aislando el ser ontológico del
Ser divino, tienden a hacer desaparecer el alcance
significativo del primero eu orden a conocer la Divi­
nidad, aunque dichas escuelas dejen subsistente el
valor del ente en cnanto medio cognoscitivo de la
realidad finita, y base de esta suerte para una re­
presentación del Ser supremo. Así han surgido las
diversas formas de explicar el conocimiento del ente
teológico sin la intuición del mismo en el ente onlo-
lógico; esto sin embargo con variantes de interpre­
tación harto significadas, de las cusles algunas van
a parar al trascendentalismo platonizante, como en
su lugar veremos, mientras otras se coiocau fuera
de toda posibilidad de conocer por vía racional
la realidad y existencia de Dios, y entran por los
caminos del sentimentalismo, o por los de la tesis
tradiáonalista, que ya hemos visto (t. IV) fué cono­
cida en la Edad media, simultaneando con las doc­
trinas neoplatónicas y aristotélicas.
He ahí la base general de las soluciones al pro­
blema de las relaciones entro el ente ontológico y el
ente teológico, que representan otros tantos siste­
mas psicológicos y de ontología con aplicación a la
teodicea y a la teología, según habremos de expo­
ner en el decurso de este tratado.
6. Al efecto habremos de comenzar por la visión
del Ser divino a través de los sistemas de la Grecia,
donde aparecen las fórmulas primarias propiamente
filosóficas de relación entre el ser del universo y el
ser de la Divinidad, sea que esta se revele como prin­
cipio supremo latente eu el fondo de las existencias,
sea que aparezca como centro absoluto ideal que
desciende a la realidad concreta, sea finalmente qae
se conciba como motor inmóvil,que es al mismo tiem ­
po fuente y razón de cuanto evoluciona en lo exis­
tente. La idea de Dios, lo hemos ya observado en
otro lugar, lejos de desaparecer en los sistemas an­
tiguos de conformación pantefsta, a la manera que
acontece en los sistemas del panlogismo y panteísmo
moderno, refleja siempre una entidad suprema que
tiende a delinearse y destacarse en el fondo de las
cosas, siquiera las propiedades peculiares de la Di­
vinidad se encuentren quebrantadas. Como dejamos
expuesto (v. t. II, c. 7) lo infinito eu función del ser,
constituye en la filosofía griega una forma de poten­
cialidad o aspiración a la plenilud de lo real, sea
por uq proceso de intensión o crecimiento en el ser
poseído, aspirando a llenar el tipo de la idea, sea a la
inversa por desenvolvimiento y descenso de la idea
hacia lo real; en uno y otro caso con gradaciones in­
definidas de evolución. Por eso lo infinito ¡como per­
fección, no se enuncia de Dios en las referidas escue­
las; sino que por el contrario es característica del Ser
divino el no poseer lo infinito entendido al modo dicho.
La idea de la Divinidad proyéctase de este modo en
todos los sistemas griegos, con el aspecto peculiar de
cada uno; y a la vez las orientaciones diversas de las
escuelas hacen que cada una cultive, según diremos,
su categoría respectiva de argumentos (físicos, é ti­
cos, inetafisicos) en favor de la existencia de Dios,
tal como iban modelando y cincelando el concepto
del supremo Ser. Veamos su evolución y fases su­
cesivas, hasta enlazar con el sistema teológico cris­
tiano sobre Dios, y en visión a través de la natu­
raleza.
7. El proceso de las diversas teorías helénicas
en todas sus fases no agnósticas, caracterízase por
una aspiración a trasponer las manifestaciones de los
fenómenos del mundo, y hallar una virtud o centro
supremo donde la variedad de los fenómenos y su
mutabilidad eucuentren el principio ontológico de su
encadenamiento y existencia inteligible, y al mismo
tiempo sirvan de base a un principio lógico que per­
mita su interpretación racional y de sistema.
Así pues la visión de la realidad como algo tras­
cendente a los fenómenos llevaba a una concepción
metafísica del mundo, y a tina elaboración también
metafísica de las ideas teológicas, en primer térmi­
no del ser de Dios, como principio del ser de las co­
sas, siquiera no se establecícso distiiicióti bien defi­
nida entre esa causalidad interna que se buscaba en
las cosas, y la Causalidad suprema de todo lo exis­
tente en ellas.
Mas aquolla aspiración característica de la filo­
sofía griega a descubrir en el fondo de las cosas uno
a manera de principio subsistente bajo los elementos
sensibles, no podía realizarse sído mediante una abs­
tracción que disgregase de sus cualidades físcas, el
subslraclum mctafísico anhelado, poniendo así en
contacto el orden de las ideas mediante el cual el
espíritu se trasladaba del mundo visible al invisi­
ble, con el orden objetivo, el cual a la vez hacía re­
tornar lo ideal e invisible a los dominios de lo visi­
ble ante el espíritu. Y he ahí el eje sobre qne gi­
ran los sistemas helénicos (no menos que los poste­
riores formados según sus conceptos), al intentar
determinar el Principio primero, y qne explica el
tránsito y oscilaciones do lo real a la idea, y de és­
ta a lo real, sin conseguir fijar jamás los límites
definidos de lo uno y de lo otro, y dando así origen
a las opuestas orientaciones filosóficas, y a las co­
rrespondientes fases de la concepción de Dios.
8. Todas las teorías griegas no agnósticas pue­
den en efecto ser clasificadas en teorías de la realidad,
o señaladas por el predominio objetivo, y en teorías
de la idealidad, o significadas por el predominio su­
jetivo, ya sean de carácter unitario o panteísta, ya
de carácter dualista. La Divinidad o lo Absoluto en
el primer caso es algo objetivo, cuya realidad de­
muestra el mundo sensible y sus variaciones y mu­
danzas, pero donde lo infinito y lo perfecto es tina
aspiracióu como térmiuo posible ascendente regula­
do en una idea.
— 10 —
En el segundo caso la Divinidad o lo Absoluto
es sujetivo en el mismo orden y grado eu que se
idealiza el principio ontológico de los seres y el
mundo mismo. Y lo infinito y lo perfecto son térm i­
nos posibles de una evolución descendente hacía lo
concreto y lo real.

9. £1 ideal de la filosofía jónica, primera etapa en


el estudio que nos ocupa, está coDStituído por el pro­
blema de la naturaleza y de la vida en cuanto éstas
son producto de lo Absoluto, y al mismo tiempo cons­
tituyen elementos en que viene a manifestarse (1).

(1 ) A d m ite T ales un principio esp ir itu a l, voüg, q ue es m o ­


to r d eterm in an te de las m a n ifesta cio n e s d e la n a tu ra leza ; pero
perm anece incierto si aq uel principio es inm anente & la n a tu r a ­
le z a m ism a, o es a lg o in d ep en d ien te y su p e rio r n e lla . E s d ecir ,
q u e no se p uede p recisar si se tr a ta de u na D ivin id ad tr a scen ­
d e n te , o de u na realid ad in m an en te, au nq ue d ivin a, en la s
cosas.
Por lo primero estaba ya M aroo T ü u o cuando escribía (De
n a t. deor. I . 10) que T a le ? d e M ils s io dijo «deum (esse) eara
mentem q u e ux aqua cunta fingerot», y a quien siguieron no po­
cos. Mas el dualismo consiguiente a esta doctrina, parece ex­
cluido de las enseñanzas de T a le s , pues nos advierte A h i s ií t e l b s
(Met. I, 3), que el dualismo no comienza entro los griegos sino
cou la teoría d e A h a x á ú o e a s. Tbrnbm ann (Man. de la Hist. de
la Phil. I. tr. Cousin) le atribuye fundado en Aristóteles, esta
afirmación: «Todo el mundo está lleno de Dios», que en nqael
filósofo debiera traducirse por «todo en el mundo es Dios». Mas
la expresido de A r is t ó t e l e s (D e A n im a , I, 5) no creemos
pueda interpretarse asi rectamente. Dice el Estagirita que T a ­
l e s creía ná-nv. nXr¡pj) O eüv eTvoti; con lo cual quiso significar
que para T a le s existía multitud de divinidades, o sea per­
sonificaciones de los fenómenos y tuerzas de la naturaleza, tal
-1 1 —

Lo Absoluto como principio genético de las exis­


tencias, preside a éstas y puede y debe llegar a co­
nocerse a través de ellas; pero esto eu cuanto razón
interna de las cosas, apenas definible sino en rela­
ción a las mismas. El principio supremo tal como

com o acon teció en todo p o lite ísm o . L a noción, p u e s, d e lo A b ­


soluto do ap arece bien cara cte riza d a eu e l fu n d ad or d e la es­
cuela jón ica, ni lo s d a to s d e que d isp on em os perm iten con ocer
coa c e rte za el v a lo r o n tita tir o d e l principio d iv in o que inform a
sn te o ría sobre la con stitu ción fís ic a d el m undo. V é a n se sobre-
T a le s ad em ás de lo s h isto ria d o r es de la F ilo s . ( R it t r r , B k an d is,
Z e lle b , U b v e b w e g ), e t c ., J . H . M u í,leu , De' p r in c i p io T h a -
tetis; D o e d b b lin i, A n im a d o , h i s l o r .- c r i í d e T h a la tís e t P y -
th a g . h i i t . r a tio n e j P lo d e q o e t, D i n c r t . d e d o g m a t. 7 h a e -
letis e tc . H a r le b , T r i a p r o g r a m m . d e T h a lc lie d o c tr i n a ,
etc ; P. F l a t t , D its . d e th e is m o 7 h a ! . M . a b ju d ic a n d o -, G oe3,
Üeb. d a s S y s te m d e s T h a le s . D is e r t.; K r is c h e , F o r s c h , a u f
d , Gcb. d . a lt. P h i l . I.
Eu Ajiaxim andko, el p rim ero en d ar form a de unidad y d e
teoría a la e sc u e la jón ica, pueden ya señ a la rse o rien tacion es d e­
án id eal te o ló g ic o . E l ad m ite u na s u sta n c ia cósm ica prim era
infin ita — S n sip ov— , q u e co n tien e tod o en sí m ism a — nzp'Á'/o'i— ,
y que d esig n a con e l nom bre de se r d iv in o — xó ííéío v — , e l
cnal c o n stitu y e principio su prem o d el u n iv er so , en que aq uél s e
traduce en perpetua, tran sform ación . Es la te o ría de un p a n e n -
teism o donde lo finito v lo infin ito s e encuan tran en al s e no de
la d ivinidad com o N a t u r a l e z a , y dondo ésta a au v ez s e in d i­
vidu aliza por Ib d isg r eg a ció n de elem en tos e te r o g é n e o s y a g r e ­
gación en tre si d e lo s h o m o g én eo s. Cunl sea la form a com o s e
contienau en lo d iv in o eso s elem en to s do la n a tu ra leza , e s cosa no-
fácil do d eterm in ar, y co n stitu y e uno de lo s v a rio s p u n to s d isc u ­
tibles a l ex p lica r e l ¿tim pov d e A n a x iu a n d r o . D is c ú te s e , en
efecto, si en su te o r ía lo finito s e co n tien e en lo A bsoluto como-
constituyendo y a en é l ele m en to s d eterm in ad os, de su e r te q ue loa
sores finitos resu lten m ecán icam ente elaborndos por sim p le d is ­
gregación d e su s fa c to re s, o si por el con trario a q u ellos e le m e n -
— 12 —

reconoce A n a x im a n d ro (el primero de la escuela j ó ­


nica que proclama con certeza un factor absoluto su­
perior a los elementos sensibles), es unidad primitiva
no limitada eu su naturaleza, ni en el tiempo ni en
■el espacio. La suprema realidad por la cual ha de ex­

to s son c u a lita tiv a m e n te in d istin to s, y por co n sig u ien te (in ter­


m in ables y eu p oten cia resp ecto d e lo Quito. L a s in d icacion es de
A k is tó te le s (P h y s. I, 4 ) parecen favorecer la prim era in terp re ta ­
ción . P ero no p uede ju z g a r s e tam poco con certe za de su criterio;
y d e Lecho la segu n d a de la s in terp retacion es p rop u estas e s la
man seg u id a por cr ítico s e h isto ria d o r es. BI m ism o A r is t ó t e le s
en la M etafísica (X II, 2 ) ju z g a id én tico en cu an to ni o rig e n de
lo finito, ei p en sam ien to d e A naxim andro y do A n axauou as: x a í
i o B t ’ é a tl i o 'AvaJiXYÚpoa,.. (iCyH* Kat 'Avagi|Jiv8poi>. D e con­
form idad con esto concluyo T e o fk a s to (en S im p lic. C o m e m i. in
A r i i t . P h t/s ), que el fiueipov o infiuito de A k axim an dro e s el
-mismo d e A n axáooh as; cosa que no p u ed e ad m itirse ciertam en te,
p or lo m enos en lo que so rofiere a los p rincipios d e sistem a
en uno y otro filósofo; y a que el voOj ordenador del m undo en
el 4-tEi.pov de A n a x a g o k a s es del todo ajeno a l de Anaximamdbo.
P u d iera d ecirse quo la tooría jón ica d e A n axim andro tien e,
dentro d el tipo propio, an alogífts con el p anteísm o n eoplatdnico;
e l A b s o lu to es lo U no, infinita en la c a n tid a d y e x te n s ió n ,
indefinido en cunnto a la c a a li d id , q ue evolu cion a y se concre­
ta en lo finito. Y esta form a d e in d e fin id o es com o b ase de lo fi­
n ito (cnnlquiora que son la m an era com o está eu lo A b solu to), s i­
q uiera este i n d e fin id o no ofrezca los caracteres d el úápurcov
-de p latónicos y m ás carde de iieoplatdnicos; lo cual h ace sin duda
que A r is t ó t e l e s ju z g u e lo in d e fin id a d ópiatov, com o creación
p osterior aun a A n axagoh as. (V . ad em ás de los liis to r . gen er . de
la P ilo s.; S eh leíem aeh er, U cber A n a x i m a n d r o ¿ Op. t. 2 d e la
3 “ p. B erlín , 1 8 3 8 . Cnnnye, U e c h a rc h e s t u r A n a x i /n a n d r e .
Mem. de la Acnd. d es in sc rip t.; B u sg e n , Ucb. d a s Snetpov A n e -
x im a n d e r s . (D is e it . W iesb ad en , 1SG7).
Eu cuanto a su sistema de divinidades, la doctrina de A n a x i -
mahduo, como la presenta C ic e r ó n (De nat. deor. 1 .10), es abier-
— 13 -

pilcarse la existen cia del mundo es un ser d iv in a


(&swv), que es eterno (y esto eu virtud del principio-
de causalidad, segú n nota A r is t ó te le s ), y que encie­
rra la infinidad (x6 ¿neipov) segú n cabe en la concep­
ción helénica de lo infinito.

taraente el p oliteísm o astronóm ico, que com o to d a s lns form as d el


p oliteísm o es ajen o a la concepción cien tífica d e la a n tig u a filo­
s o fía .
P rescin dien d o de otr o s filósofos de la esc u e la jón ica q ue no
han hecho evolu cion ar el tip o fundam ental del sistem a , h em os
de m encionar com o ex p re sió n d e sil m á s am p lio d esa rr o llo , la
d octrin a de H e u X c u to , que en sn con ju n to, com o te o r ía de nn
d e a l te o ló g ic o , toen y a los con fin es de la s fa se s u lterio r es, y aun
por esto cu én tan lo no pocos fu er a d e la filo so fía jón ica. S in em ­
b a rg o , a e lla p erten ece no sólo por su p a tria , sino esp ec ia lm en te
por la base c ó s m ic a qne se d esta c a en su d o ctr in a , y q u e ta m ­
bién es a! m otivo p or el cu al A r is t ó t e l e s (M etap h . I, 3 ), en um e­
ra a H e r í c u r o en tr e lo s jo n io s : "Iitreacog Sé izup í M E w iov'ctvog
itat 'H páxXeiToj 6 ’E cféaioj, dice d esp u és de h ablar del principio
fun dam ental d e la d octrina de T a le s , do Anaxuveno, ctc.
L a razón su p rem a de la s ex iste n c ia s m ud ables p ara H er A cu -
to e s tá , en fife cto , en nnA su b sta n cia Ign ea, e té r e a , su tilís im a ,
que es el n u b t tr a c tu m d e to d o s lo s s e r e s , a g e n te u n iv ersa l que
encierra el principio D iv in o e in telec tu a l y e s vin cu lo de u n id ad
absolu ta eu todas la s co sa s, cu y a in v e stig a ció n e s p riv a tiv a de la
cien cia. "Ev t ó ao<fáv éTcíaxaoOai yv(i|ir)v, f,- e o¡ éyx'j6epvjjaei(?)
n á v ttt í i á rcáToiv. E ste yvu)[.iy) que ig u a lm e n te es Xá-foj, razón y
orden d e las c o sa s, no es com prendido por e l hom bre: z o ü X ó y c u
to D í’, ád'JTOj áe!, ¿ ü ú vsm i SvfípoíWt. y £Yv ív ‘5* 1-
Todos lo s seres p articip an de ese principio íg n eo in t e ­
lectual y d ivin o en p erp etu a y etern a evolu ción : x ó 7(i9v tó v aüxdv
ftitÍMtiuv o6xb x tj $e<9v o 5 ts ávOpúrcwv ér.civjjsv, yj.X' ?¡y d s l y.al
Saxai ixup deí^wv, &7txá|iEvov |iéipt¡) n « l & íog6£wúj.i‘>¡vov |i£Tp<o.
(Clem. A le j. S tro m . V ., 5 5 9 ). E sta evolu ción es le y u n iv er­
sal de tod as las co sa s, d el m ondo y dol Xóyoc. L a esen cia d e
la s cosas éstíi. en su in cesan te m ovim ien to, n ávxa pEf, d e c ía He-
- 1 4 -
10. Lo existente en su mutabilidad y fenómenos
sucesivos, exige según eso una fuente primera de
existencia lógicamente anterior por lo menos a las
evoluciones múltiples de la realidad cósmica, y en
ellas tiene su demostración la existencia de aquel

sá c lito , a como interpreta P lató n en el Krátilo: fitt mxvta


X«apeC xal oüíév ¡lé'iEi. Ei Universo, pues, está en anf i e r i perpe­
tuo, cuya existencia se efectúa con un perenne ser y 119 ser. S«r
y 110 sol' cuya evolución se renÜZR, dentro de ln unidad de
aquella su b stan cia sim p iicísim a, divina e intelectual, en un doble
movimiento descendente y ascendente; el proceso descendente co­
mienza al m anifestm e la mencionada ígnea substancia en los
aeres todos de la naturaleza y en la vida vegetativa, sensitiva e
intelectual; el proceso ascendente va desde la naturaleza en sus
últimas manifestaciones basta la simplicidad de la primera
substancia, de donde sale todo, y a donde todo retorna después
de desarrollar su actividad, volviendo a repetirse la evolución
eternamente en uno y en otro sentido.
Db esta suerte el fie r i de H e r í c l i t o es la ley de lo Absoluto,
y norma de todo ideal posible realizado sobre una materia única
y universal. Así cu esta teoría aparecen los gérmenes do otras
teorías filosóficas, especialmente de la escuela eleít.icii y de la es­
toica, Ella, como índica A r is t ó t e l e s , fuó ocasión del grRn siste­
ma platónico sobre las idens. y viene, n) cabo de tantos siglos, a
hallarse reproducida e n sus líneas más características e n la con­
c e p c ió n dialéctica de H e g e l .
Juzga S c u l e iy e r u a c h e r , y algunos otros c o n él, q u e es dudosa
en H e r Ac l it o la evolución cíclica de la materia ígnea primera,
c o m o base d e t o d a naturaleza; i n c lu s o la espiritual y divina.
Mas aparte la obscuridad que es frecuente en todos estos siste­
mas (y H b s a c u i o recibid por sobrenombre el dictado de obscuro,
o axoravóc), esa opinión no aparece sólidamente fundada, antes
estfi en oposición con todos los datos que nos trasmite la a n t i ­
güedad sobre este punto. A r is t ó t e l e s d i c e y repite varias vecBS
e n sus obras qno toda» las cosas son para H e r a c l it o aquello
— 15 -

principio primero (la Divinidad), que preside a todas


ellas.
II. Pero lo Absoluto que en esta fase se traduce
por una realidad cuyo tipo supremo está en la enti­
dad a que so olevn el espíritu a través de los fenóme-

materia Ignea primera, y así concluye también en sus libros me­


tafísicas (XI, 10): ’HpáxXenóg cpeaiv Síiavict Y¡Tve0®a^TC>Te fl^P»
La opinión de S chleitehmacbbr es impugnada, entre otros, por
B ba h w s , B br n a ys , Z el lee , etc.
Heobl, a su vez, a quien siguen algunos, cree poder reducir
la teoría de HeeXclito a una elaboración abstracta, sobre la base
ele&tica, donde el s e r y el uo ser halleu una fórmula de concilia­
ción en su consunto oposición. Estas apreciaciones de H e o e l so u
puramente sujetivas; en ninguna parte aparece q u e H e r á c l it o
haya pensado en una idea abstracta del fie ri como centro de
unidad del ser y del no ser. Su doctrina no se funda en uno idea
abstracta, sino eu el repetido principio concreto de lo existente,
como aIma universal y divina de toda la naturaleza.
V. 'Wastermann, H era cliti cpistolce qu<t fe r u n t u r , Her-
nays, D ie H era ktU tichen B ric fe . Cl. Alej. S trora., I, 5; J.
Olear i, D ia trib c do p rin c . re ru m n a tu r . e x m ente H era cli­
ti, y D ia lr , de re ru m n a tu r . (¡onesi e x m ente H a ra c liti\
Gpmarcb, D iss. de H era clito ephcs. p h il. (Upsftl. 1710);
etc. S c h l e i y e h m a c h e r , H era kleito s, der D u n kle , vori E p h e r
sos; W o lfs u. Buttrnann’s Mu&cieuni d. altor th u m w iif. T; y
Op. vol 2. p. 3 .1; .1. Bernays, H eraclitoa; Lasalla, D ie P hilo-
topfüe H cracleitos ('Heraclito presentado según el tipo do la
idea he gol ¡ana); Gladisch; H crakleitos u. Z oro á ster; Hetig,
U eb.cinen A u ssp rtic h Ile r a k lit' $ bci P ia l. Cono. (Disert,
Bern. 1865).
Si aliora contamos en la escuela jónica a A h a z íg o r a s , cuyo
sistema es una resultante ds ln filosofía de H e r Ac l h o , y cuya
base es la realidad cósmica de los jonios, bailaremos ahí la orien­
tación dualista que viene u sustituir ¡ti mouismo de sus predece­
sores, y con lo cual la doctrina de un ideal filosóQco-teológico en
dicha escuela viene a ser profundamente modificada. A n a x á g o b a s
- 16 -

nos sensibles, conviértese dentro de la misma escue­


la, mediante la teoría de H e r á c l i t o en una idealidad
cuya fórmula es la Unidad abstracta de los fenóme­
nos cósmicos en movimiento continuo, y en oposición
permanente, de donde brota la vida universal engañ­

es el primero de los filósofos griegos que reconoce la d ista n cia


de un espíritu, voS;, ordenador del Universo, que no so confunde
con éste; pero admitiendo como principio coexistenfce y cceterro
la materia primera caótica, y al decir de A sibtóteles (aunque su
parecer sea en esto controvertido) compuesta de elementos ho­
mogéneos {SpoMftspij oToixeix), cuya disgregación y diversa com­
binación ulterior origina la variedad de fenómeuos del mundo fí­
sico. El voOj es principio primero de todo movimiento, ópx’i tujs
xtvijg-rjiús, como es principio de toda vida, do toda, actividad y
percepción, t0 “ xócueo, y centro universal de todo cono­
cer; ic¡ívt« £yva> viog dice AraíXqobas (en Simpllc, A r . P h y s,),
De esta suerte el espirita ejerce simultáneamente su acción en
las cosas como motor y ordenador; y es lo que doclara A ristóte­
le s (Pliys. VIII, 1.) al escribir: cp7|d -yáp é«Etvo{ (’AvsgvyópB;),
ifiou Tixvtíov r.al T(p£jiOúvxü)v xóv árceipov /pávcv, aívijo-.v Ih to i-
fyjou tóv vo3v «al SiaxpCvat. Este voüj, fecundo si) aplicaciones
doctrinales después de A ta x ia or a s , h o ofrece sin embargo eu
este filósofo la amplitud a que se presta como centro de teoría,
por la limitada aplicación genático-cosmológica que lince de ella,
y que ya censnraroa P l a t ó k (coufonnándose con él también P l a ­
t i n o , Ennead. I, 4) y A r i s t ó t e l e s . El primero aprueba (Phoed. c.
46) la teoría del voDj como c»uml del Universo; pero reprueba
como ilógico que luego A n a x a g o r a s doscionda del orden m etafí­
sica acudiendo a cansas mecánicas y físicas para explicar la exis­
tencia de los seros. Y de un modo análogo A r i s t ó t e l e s después
de alabar aquella concepción filosófica, lamenta (De Anima, 1, 3}
que ese voD{ resulte en A n a x í q o r a s como uua m á q u in a para el
movimiento mecánico del mundo.
Sobre A naxagoras, F . a . Caru9, D iss. d e A n a x a g . Cosmo-
Theol. fo n tih u s. Hemsen, A n a x a g o r a s clasom enius etc.
disquisit. phil. liist. (D isert. Gott. 1821}; F . J . Clcmens De
— 17 -

drada en el mando por la unión de los contrarios


(iu£ir -ciív ¿vav-cítav), y por el encuentro del ser y del no
ser, que es fuente de un perpetuo devenir en todo lo
que se ofrece a la percepción. Lo Absoluto procede así
de la idea y evoluciona en el mando objetivo hacia lo
finito, como origen de las cosas, concebido a mane­
ra de elemento ígneo de la vida frsp áit gaíov) y de la
inteligencia (nc¡p voepóv).
Doctrina como se ve, en la cual no sa llega a la
existencia de la Divinidad, sino eu cuanto se de­
muestra que existe un principio eterno de movilidad
absoluta que produce las cosas y los hombres, en
substitución de Dios, dice Clemente A lejandrino; si
bien es la Divinidad, o mejor, es en cuanto Divinidad
como actúa aquel principio de vida y de inteligencia.
12. Entre el Absoluto real primitivo de los jo-
nios y el ideal de H rráclito, está, la doctrina de A na -
xágoras, que afirma con el origen de los seres por
composición, la realidad de un principio superior a
ellos; y sobre la tesis de la inmovilidad de la materia
en sí, la necesidad de un principio motor que dé a esa-
materia movimiento y vida. «El universo iufiuitOj
dice A naxágoras (A ristot., Phys. III, 5) es por na­
turaleza inmóvil, porque hállase todo lleno de si
mismo, y nada hay que pueda penetrarlo». Su infi­
nidad material e inerte lejos de constituir una per-
. lección, sería la expresión cumplida do la imposibi-

philosoph. A n a xa gorce; Biíeier, Die p k ilo so p h . d. A n a x a g .


nach A ristó tele s; F . H o f f s u h n , Ueb. die G otlesidee d e t
A n a xa g o i'u s, S ócrates u n d P la to ; G l a d i c h , A n a x a g o ra s
und die h r a lite n \ H. B e c k e l , A n a x . do ctr. de rebus a n i-
aiatis, D iis e r t. (D iso r t. líu n s tc r , 1 8 6 8 ).
— 18 —

lidad de todo movimiento. La materia misma según


aquel filósofo necesita además un ordenador, sin el
cual no aparecería regulada en cada cuerpo ni eu los
diversos cuerpos entre sf.
He ahí pues una doble razóu porqué es necesario
en sentir de A naxágoras, un principio iucofpóreo y
simple de donde provenga el orden y movimiento en
el universo, a la mauera de lo que sucede en un cuer­
po animado, y para que dicho principio sea ordenador
inteligente. «En los comienzos, dice aquél, todo de­
bió ser caótico; la menle puso orden eu todas las co­
sas; ó voOg náv-a 5lsxoo(H¡c£». (ArIST-, Met. I, 111).
Esta posición del problema del ser del universo
con subordinación a una Inteligencia que es inde­
pendiente y autónoma (aatáxpanjs), representa como
66 ve, una señalada evolución en la teoría de la
Divinidad y en el vslor teológico de lo Absoluto, no
menos que eu el carácter de las pruebas que para
demostrar su existencia son invocadas.
13. Lo infinito siu embargo continúa siendo ex­
presión no de lo perfecto, sino de la potencialidad
amorfa ya mentada, que ora parte de la realidad ma­
terial para hacer inteligible su evolución posible e
ideal, ora de la idea de potencialidad para hallarla rea­
lizable eu el orden real. Mas de estos dos conceptos
de infinito hace A n a x á g o r a s una nueva aplicación
desconocida de sus predecesores, y es la distinción en­
tre lo infinitamente grande y lo infinitamente peque­
ño, ambos en condición de potencialidad de orden bajo
la acción de la Inteligencia suprema. Por esa condi­
ción de lo infinito, y a tonor de lo dicho atrás, la
Divinidad cuya existencia prueba AmxA.G0RAS,n0
— 19 -

puede ser de perfección personal infinita, sino ijue es


uua Inteligencia que evoluciona sobTe los seres a
cuyo orden y constitución preside.
Las diversas fases de la escuela jónica que aca-
bamos de indicar, oscilan siempre en ei ambiente de
la realidad cosmológica, y tratan de determinar la
fnente de esa realidad estudiando que es el mundo,
y por consiguiente el origen de la materia, objeto
de nuestras percepciones. Por esto mismo las prue­
bas de la existencia de Dios que cabe derivar de sus
sistemas donde ya so encuentran iniciadas, son de
carácter cosmológico, o sean las pruebas físicas.

14. Una suerte de antítesis con la escuda men­


cionada ofrece la escuela itálica sobreponiéndose a
aquélla, y estudiando los elementos esenciales que
informan el orden cósmico, o sea !o que pudiera decir­
se la forma determinante de la materia. Este eler
mentó formal hállase en las leyes que regulan los
seres, constituidas por el número en sus variedades,
anteriores y superiores a las realidades concretas;
anteriores, porque son norma previa inteligible de las
cosas; superiores, porque no sólo gobiernan las co­
sas, sino que subsisten después de ellas.
Mas por cuanto el número en sí considerado es
elemento abstracto, y como tal forjado en la región
de las ideas, es en definitiva el mundo ideal el qua
preside o la realidad y la hace iuteligible. Los nú­
meros fueron sin duda considerados por los pitagó­
ricos como medida de las cosas, pero sobre todo, y
ilo que más significa en el orden filosófico, tuviéron­
los por constitutivos de la esencia de los seres con­
-2 0 —
cretos. En consecuencia, el mundo sensible vacíase
en el mundo inteligible, y acaba así el pensamiento
yaque no por constituirla realidad total del uni­
verso, como quiere H egel hablando de los pitagóri­
cos, por darle la forma intelectual que el número re­
presenta en el ser. Es en esa correspondencia meta­
física entre el número, la idea y el ser, donde se
origina el orden y !a harmonía en el universo, así
como su inteligibilidad, la existencia de causas fina­
les en é l, y la existencia también de uu orden moral
y de sus leyes (1).

(1) El punto de partida del procedimiento pitagórico e s t á en


una idealización de! universo bftjo el concepto del número. Los nú-
moros son las causas, aín aí, d» las coses, dice Abist. eu ln Metaf.
I , 3, y repite J a s i b l i c o (Vita Pylliag, 12). Los principios del nú­
mero que s o d la unidad y limitación, itss:apa<j|i¿vov, y la dualidad
e indefinido, ¡bisipcv, no son predicados de ninguna substancia,
sino que ellos son, dice A h i s i ó t e l e s , Ift substancia do las cosas.
£ 1 mismo A r i s t . ( t u l vez presentando otro aspecto do la misma
«Bcuela, o el mismo pensamiento en otra forma, pitagórica) ad­
vierte que los números son también ejemplares y arquetipos do
las cosas, y éstas imitación de aquéllos; {ilurjíiv etvai ta 5vt«
tffiv a p i 0 [üfflv.
El principio de harmonía, de perfección ideal o real, o sla
Unidad, |iowÍ£; de la mónada procede también la dualidad,
principio de imperfección y da todo lo iulinrmómco. L a unidad
principio eseocial del número, lo es también de toda la n atu ra­
leza, y es en sí inmutable y universal. Aunque de la a n id a d no
puode menos de proceder la d u a lid a d , que es origen de imper­
fección, sin embargo, en cuanto todo número procede de ella, es
siempre primariamente principio de harmonía, y de inteligencia.
Por el contrario, nunqae la d u a lid a d contiene todo lo que pro­
cede de la u n id a d , y por lo mismo todo lo que es múltiple en el
universo espiritual y corpóreo, sin embargo por sor principio de
imperfección, es primariamente forma de la m ateria. Sobro lw
— 21 -

15. Tal orientación del sistema pitagórico sobre


el elemento formal de los seres, es sin duda más apta
que la de las teorías precedentes para llevar a las
pruebas de la existencia de Dios, y pudiera abrir
las seadas de uoa argumentación outológica y tcoló-

re la c io n e s d e los n ú m e ro s se p re s e n ta n la s e se n cias do tos s e r e s ,


com o p o r l i s c o m b in ac io n es n u m é ric a s se d e te rm in a n lo s o r í g e ­
nes y fo rm a c ió n d a la s co sa s; d e aq u í la c o rre s p o n d e n c ia p ita g ó -
ric o -ra n te m á tic eentre e! o rd e n cósmico, Ja p s ic o lo g ía , la m o ra l
y la te o s o fía . Mas to d o e llo no n o s es conocido sino p o r t r a b a j o s
p o s te rio re s , o a je n o s to ta lm e n to , a los d is c íp u lo s d e P itagobas , o
a d u lte r a d o s p o r lo s n e o p ita g ó r ic o s .
L a d ivin idad rig e y e s o r d e n a d o r a del kcojioj; rana esta
divinidad 110 es ajena ni m ism o m undo, p u es d esarrolla su a c t i ­
vidad en el fu eg o ce n tra l, cu y a b ase es e l s o l. £1 U n iv erso e s
etern o y e s re g id o por la M ónada su p r em a , que ora es norm a
prim era de los ser es (form a da teísm o d u a lis ta ), ora es tilma de
U niverso (form a de p an teísm o em anacista), ora a p a ree s p erson i­
ficada en el principo de los d io se s, Z e a s , que h ace del sol su con­
tra de ob servación , ¿ i í ; oly.oj (puÁixT), alred ed or del cu al se
agru p a la coh orte d e d ivin id ad es d e lo s a str o s (form a mi*
told gica d el p itagorefem o). Da tod as ia s o scila cio n es p it a g ó r i­
ca s, sin em bargo, id e a lis ta s en la conform ación e s e n c ia l d é l o s
seres, te ís t ic o -d u ilis tn s eu su gob iern o, y p a u to ísta s en su p ro­
ducción fís ic a , es e s ta form a la que p uede d ecir se p red om in an te
; norma de lo A b solu to en esta e sc u e la . S in d ad a q u e en F iló n
(1)9 mundi op if. 3 3 ) h a lla se nnn d escrip ción d el se r su prem o p i­
tagórico q ne p arece reun ir tod os lo s ca r a cte re s d e una d iv in id a d
legítim a person al: ¿ott fá ? , eptjolv ( F i l o l a o ) , 6 y]teh<í>v x a i í p / w v
in ív tio v slg fisi fi)V, (ie>vt|ios, áxlvrjToj, aftx¿í a i t $ 6\ioiCii
liep o j- -cuiv £UU>v. N o liem os de d ise n tir con Z r l l e r ( P h t l ■ d .
f i/’.e t c . I) y U e b e b w e o (Q ru n driss e tc . I .) en tre o tr o s , s i e s t a
afirmaci&u ha d e d ecirse do carácter p latón ico o esto ic o , o p u e d e
creerse prop iam en te p ita g ó rico de lo s tiem p o s p reso c rá tic o s o s o ­
cráticos. Cosa es esta im p osib le de d eterm in ar con c e r te z a , p o r ­
que ni la cr ítica ni la h isto ria p uede d em ostrar lo uno n i lo
-2 2 —

gica acerca del Ser divino que los pitagóricos reco­


nocen. «El principio de todo, dice F ilolao , es el
Uno. Existe un Dios que gobierna los seres, siem-
pre uuo, siempre únicc e inmóvil, semejante a sí
propio, diferonte de todo lo deruás>.

otro. Pero sin dada alguna, aunque las palabras citadas fueteo
del F i l o l a o anténtico ( y t a n d i f í c i l 69 demostrar lo auténtico e n
F i l o l a o ) , estarían lejos de poder decirse con certora expresión
del pensamiento de los genuinos pitagóricos en la materia. Si
hemos de creer a Aristóteles (Met. X II,7) p a r a los pitagóricos lo
óptim o no era causa existente fuera de las cosas, sino qne lo
óptimo era efecto de la evolución de las cosas, Los qne esto en­
señaban (que uo puede decirse fuese doctrina común pitagórica)
aparecen harto distantes del concepto de la divinidad de que h a ­
bla F i l ó n , y de la cual hablan otros muchos, e n t r e ellos A t e n a -
c o b a s , L efla t p r o eh r is tia n is , 6. Pflr su parte M. Tu l i o (De
n a t. deor. I, 11). nos advierte que el Dios de P i t A g o r a s era
«animum per satur&m rarum orcmem intentiim, et comnienntem,
ex quo aniiui nostri c a r p e r c n t u r . »
Conviene hacer notar qne la parte m is conocida y abundante
de la literatura pitagórica no es auténtica, o por lo menos es de
autenticidad harto dudosa y controvertida. Prescindiendo ya de
los C a rm in a a a rea , tenemos eu aquel caso, la obra a trib u id la
T im b o d e Loukks, reepl 4'UX®6 KÓa^u> (ad. Berlín, 1763 y Lugd.
Bat. 1836), qne es u n trasunto del T in e a de F l a t ó s ( v . Ten-
cemann, S i/st. d . P ta t, p k ü .. y G u a l t . A b t o l , De origine li -
belli in scr. nepl <j>ay,2{, etc.); la de O c e j .l o L o c k d s , itepi -rt¡{ -coi)
T O 'J tig oóastúc (edic, Par. 1708, con el T i m o ; y separada­
mente, Berlín, 1792, Leipz. 1794, Lips. 1801 con coraent, de
F . W . R o d o l f ) ; lo s fragmentos de A n q u it a s T a k e s t ih o ( F ra g -
m ent. edidit. C. Orelli, Lips. 1829); H a b i e n s t e w , De A r c h y to
T a re n tin i fr a g m e n t. p h il. (Lips. 1833); F ra g m en te des A r -
c h y ta s ti. d. a lt. Pi/i-hay. (Berl. 1840); F. Becrmamh lie
P y ia h tj. re liq a u s ( B e m o l . 1844); finalmente los fragmentos
atribuidos a F ilo lao, admitidos por uno9 (Boeckh, D isp. de
jolat. si/stcm ., etc, y P h ü o la u s nebst d. B ruchsiücfcen
a tines W erkes); rechazados totalmente por otros (Schans-
- 23 —

16. Pero los defectos del sistema filosófico no


pueden dejar de reflejarse eu sus aplicaciones teológi­
cas; y la teoría de los números, incapaz en sí de tra­
ducirse en 1& realidad de las existencias, es igual­
mente incapaz de llevar a la Divinidad personal,
que ha de ser principio de aquéllas sin dejar de ser
pura Unidad primordial matemática, con virtud
operativa. Substantivar el número en si, es hacer
insubsistente y contradiccom la unidad de los seres
como propia de cada uno, y de los mismos elementos
que los integran. Y pensar que el número substan­
tivado puede constituir algo concreto, es romper
con la teoría, y también con el concepto de número
que reclama independencia absoluta de todo fenóme­
no, de toda cosa determinada, por lo mismo que el
numero es aplicable indistintamente a las cosas
más diversas y opuestas, capaz de ser enunciados do
todo sin caracterizar la naturaleza do nada.
De esta suerte la Divinidad como Uno uo es ca­
racterística de nada; sólo puede lógicamente consti­
tuir priucipio abstracto de realidades indetermina­
das. De una mauera más eficaz en cuanto a la exis­
tencia de Dios procedían los pitagóricos fimdándoso

chhdt, D ía angebl. S c h r ijs td lu r e i des PTiilolaurs e t c é t e ­


r a ) ; y j>o¡- o t r o s s i l o p a r c i a l m e n t e ( Z e l l e h , Ph.il. d. G riech. I ) .
Y . sob re el p it.agoroísm o. H . R iller, G aach. d. P 'jth a g o -
reisrh. P h il.i R e u ’h o l d , B e itr a g : itr ErLáatcrung d. Pt/-
ihag. M a 'a p h .; W b iid t, De r eru m p r in c ip a s sccundum
Pi/ifia g ó rico s; B i m n d i s IM>. die Z a h len lch re d er P y th a -
g. u. P la tó n , Rhein. Mus. mi. 1828. G ladisce, Die Pytha~
gara? u. dm. S c h in c tc n . (Dissert. Posen. 184L); Hotheh-
nbebüii, D a i System d. P y tk a g o rv e r n u c h den Aligaban
d . A r is t . (P is e r t. B e r lín , 18G 7).
— 24 —

en el orden moral, y en las aspiraciones del espíritu


a una vida superior a la terrena. Si bien e3 de notar
que esta doctrina, aunque coherente cotí las ense­
ñanzas pitagóricas sobre el orden y la harmonía, ne
deriva de ellos, sino que es importación de las ideas
órficas acerca de las relaciones divino-hnmanas, cu­
ya influencia hubo de dejarse sentir en otras escue­
las filosóficas en análogo sentido teológico-moral,
según ya hemos notado (?. t. II, c. 6.°).
17. Por lo demás el pensamiento pitagórico sobre
el valor abstracto del número, acentuó la significación
de cosa iüdetermiuada y caótica en lo infinito (dimpov),
el cual no podía menos de aparecer contrapuesto a
la idea de orden y medida, distintivos exclusivos de
lo finito y limitado (iwpac); y por lo tanto ni cabía
traducir lo Absoluto por lo infinito sin quitarle la
plenitud de perfección que corresponde al ser de Dios,
ni tampoco era traducible por lo finito, sin reducir­
lo a la categoría de lo contingente. Eu la escuela
pitagórica, a pesar de su aspecto matemático, son
pnes los argumentos morales sobre la existencia
de Dios, y no los metafísicos, los que vinierou a
prevalecer.

IX

18. Como la escuela jónica abre sus cspecnlacio-


nés filosófico-teológicas sobre la tesis de la materia, y
la escuela pitagórica sobre la antítesis de la forma,
los eleatas al hacer resaltar las contradicciones de
las dos fases dichas eu la explicación del universo
— 25 -

y de su primer principio-, propóneose realizar uua


síntesis más alta en las creaciones superiores del
espíritu. Y entre aquéllas diversas orientaciones de
procedimiento, de las cuales una va de lo concreto a
lo abstracto eu la constitución de lo Absoluto, y otra
de lo abstracto a lo concreto, viene a colocarse ‘co­
mo forma intermediaria, la concepción eleática que
intenta hacer desaparecer la insuficiencia y contra­
dicciones de dichos dos procesos interpretativos (con
creto y abstracto) en las escuelas mencionadas, ensa­
yando a su vez una solución en que so quiere hacer
de lo indefinido y de la indeterminación del ser, fór­
mula conciliadora de las antinomias señaladas en las
otras doctrinas.
La solución eleática, si bien se desarrolla en tor­
no a la realidad cósmica, como las anteriores, repre­
senta uu a-vsnee significado en la concepción de lo
Absoluto como centro de convergencia de lo real y
posible, y fuente de las existencias Cuitas, al modo
de un todo divino real-ideal,
19. La teoría pues de los eieáticos, lo mismo on
su fase oatológicii que en la fase dialéctica, responde
a una idea trascendente del Ser, con evoluciones se­
gún la variedad de fouómcuos, que denominamos
realidad y multiplicidad de entidades. Formas to­
das, como decimos, puramente fonnméuicas; única
manera según esta escuela de evitar las contradic­
ciones de las que la precedieron.
Lo Uno de los eleatas prescindiendo de varian­
tes en sus sostenedores, pudiera traducirse por el
Absoluto de las escuelas germánicas siquiera no
tenga sus quilates de sistematización, y mantenga
-2 6 —

un sentido teológico, ajeno al panlogismo moderno.


La proposicióu atribuida a J enófanes (cualquiera
que sea su autor) que todo ha de considerarse bajo
la ley de la unidad. §v t i fiv xai nsv, y que Dios no es
limitado ni ilimitado, ni móvil ui inmóvil, sitio que
es el todo perfectamente igual y semejante a sí mis­
mo, hállase fundamentalmente en los varios filósofos
de la escuela, y pudieran sintetizar el concepto de la
Divinidad, según sus principios. Lo finito es asi ab­
sorbido por lo Absoluto, y toda relacióu, por consi­
guiente, entre una entidad limitada y otra suprema,
que es fundamento para un verdadero ideal teoló­
gico, aparece quebrantada eu la doctrina a que nos
referimos (1).

(1) Sirve (le principio a Junófanes, fmidndor de esta escue­


la, para su teoría de lo Uno y de lo e terno, la tesis equivoca:
De ta n a d a n a d a se hacc. Según esto, rmdn. se produce ni
v i e i w d e n u e v o a I r oxistencía. porque ninguna c o ja puede pasar
de la uada o (leí no ser ftl ser, sin que so suponga ya el ser, y
p o r consiguiente sin que se excluvn una verdadera producción de
la nada. Torio, pues, lo qun asiste, existió eternamente, y p arti­
cipa de una esencia única, ya qus la multiplicidad do esencias
e lig iría is producción d e alguna «le ellas, contra el principio es­
tablecido.
E sta idea de k unidad universal aparece niá* explícita en
Paumbíudes, discípulo y de aigftn iiid-Jo expositor de JcNáFAKi&.
P arte de la nocídn del ser puro que identifica co:i el coiioccr
—t i y&p aútó voeív ¿atív Te xat elvai— (nos dice mío de Ies
fragmentos en C l e u k k t e A l e j . y en P l o t i n o ) , y concluye que el
d o ser, tó [i-rj Sv, no es posible, o sea que todo lo que existo 110

tuvo principio, y es mnmtnHe, uno e indivisible, limitado por si


mismo so^juente. Y si bien la apariencia representa multiplici­
dad, la razón es ln única que percibe la verdad y la realidad, y
ella es la que 1103 dice que todo es ano o inmutable. Las propie-
— 27 —
20. No quiere esto decir que la escuela eleática
prescinda de toda nocida de Dios, y de los medios
de conocer su existencia. Antes bien, intenta justi­
ficar por labios do su fundador el reconocimiento do
la Divinidad y de que ésta no es ni puede ser más

dad es d« la idea so a las propiedades del sor, y lo que es, es todo


perfección y plenitud. He aquí uno de los varios pusnjes de Sim­
plicio ( in. P h y s. A r ia t.) en que se nos oti cco e sta do ctrin a de
PABIIÉNIDES:
M óvog í ' é t i jiOd-as óSoto

Aeítcstcí', ectíV xaüxi) 8 'i r i ¿xctz' Saot


HoXXá jiáV i)j ¿yÉMsxo-v ¿óv x«t ¿viúXe&póv souv,
OSÁov, jtou'iofevig t s x*i á tp s u s j r,3’ diéXia-iov
0 5 jcqz’ ir/y oúS' g a ta t, ÉTtsl vuv ésxlv i[ io5 itáv.
"Ev Juvexíj.
E sta misma doctrina bs Ir s u ste n tad a por M kliso de S au o s,
p a ra quien la p luralidad de cosas, no es sino utia ap arien cia r e ­
lativ a a nosotios. 16 ¿v fyitv; la U nidad, .sin em bargo, so sten id a
por este filósofo es m is bien de continuidad de su b sta n c ia , que
de la ideal identidad de! se r. M euso re p re se n ta el aspecto cós­
mico de los eleat.ns, como Zesé-'i represen ta el dialéctico. P ak -
ménides y J e n ó fa n e s señalan la form n ideológico ontoldgica de
la escuela.
E s de a d v e rtir que el p ensam ietto de J e n ó fa k e s viene in te r­
pretado por el de P a rb é n ld e s , y niediaute el tra ta d o ~ep¡ Esve-
<pivoo{, jtspí Z-rpaivof, jiepl ropTfio’J (atrib u id o ya a A k istó teles*
ya a T e o p rasto , ya a algún ignorado p erip atético ) doudo las
ideas que se exponen no son las de J e k íf a h e s , sino Ius de P a r -
h ésides y M euso. D ígase lo mismo de alg m iai aserciones de
P la tó n (D ial. S oph.) y de A w s tó te le s (M eiaph. I, 6) que se
refieren m ás a Parmémides que a Jek(5fa.ne3, asi como la afirm a­
ción de T e o fra s to , en Simpl. (in P hgs. Ai'ist.}: |v xó 5v x a i n a y
3svocfáv>]v ú^oxííheüíhi.t, aplicada por el mismo T e o fh asío a
Pahuénides (en A lhj, A fro d isio , Schol. in A r is t. M c ta p h ■).
Por esto aunque es frecuente afirm ar que el Dios de Jenófam es.
-2 8 —

<Í9 una. «No hay más que un Dios», enseña J enófa -


KE3.— «No es semejante a los mortales ni en cuanto
al cuerpo ni a la inteligencia».— «Todo él ve, todo
■él piensa, todo é! oye». (Mulach, Fragm. I, 8), Y
es J enófanes quien hace resaltar la inconsistencia

es la U n id ad del tod o cósm ico, es to no es seg u ro ; antea e s b a s ­


ta n te probable que su opinión de unidad u n iv er sa l flu ctu ase la -
d eterm in ad a en tr e la unidad id eo ló g ica de P a ij m é n id b s , y la u n i­
dad cosm ológica de M e l is o , de su e r te q ue el D io s unidad de J e -
n ó fa n k s, n o sn confluida con el de! uno ni con el d el o tr o . E sto
oo n os a u to riza , sin em bargo, para crear le g itim a s ciertas id eas
te o ló g ic a s que se le atrib u yen , y q ao no están nada con torn ea
c o n e l esp íritu g en er a l d e su esc u e la . E n C le h . A l e j a n d r i n o
(S trom . V ) y en E ik b b io (P r a p . « y . X III) se le a trib u ye a Jek ó-
faues:

El; ftióf Sv xs 3-soíoi nal áv9-p07tciiia: ¡ié-ftaTaj


O j i e 3 s |¿ « ; O -v to ro iv í n o t í o j o B is v ¿ T ]]ia

O tras d octrin as y Afirmaciones d e l orden co sm ológico, te o ló ­


g ic o y m oral q u e corren sin su ficien tes garantía.» com o a u té n tic a s
d e J e n ó f a n e s , e s dado h allar e n lo s esc rito r es m encion ad os, en
S e x t o E u r ín ic o , S im p l ic io , S t o b e o , P l u t a r c o , e t e .
V. F ü l l e b o b n , L ib e r de X e n o p h a n e, Zenone, G eorgia
A ris to te ti outtjo tr ib u ta s, e t c . ; J . Q . B ü u l b , C o m m c n t.d e
o r tu et p r o g rc$>;u p a n th e is m l inda a X enophano p r im o
eju s a u cto re a s q u e a d S p in o za m . S p a l d in o , Vindicia; p h i-
lo io p h o ru m M cg aricoram subj. com m eni. in 1 . m p a r tem
lib. de X e n o p h a n e, etc.; F ü l l e h o k n , F ra g m e n te aus den
G ed ich ten des Xennpfian.es u. des P a rm en id e 3 (Beitr. s u r
G esch. d . P h il.): Biundis, Com m eni. eleaticorum , p . /,
X e n o p h a n is, P u r m e n id is et IWelissi, S . K a k st b w , Pk¿~
losoph. g ra eco ru m oéter. oper. rehquice,\ T. BEime, Com-
m o n t.d e A r is t. Ubello do X e n ophane, Z enone et G orgia;
G l a d is c h , D ie E lealen a. d ie Jndier. ; R e in iio l d . De gen u in a
X en o p h a n is d iseip l.; V e ru eh u e n , D ie A u to r s c fia f der d e n
A r iíio le le sjiig e sc /ir. S c fir ift itspl SevoipávooG, nspt Zrjvwvog,
-2 9 —

de la pluralidad de dioses, cuaudo observa que en


eso no han seguido los hombres la voz de la razón,
sino el instinto imaginativo que les llevó a hacer
dioses semejantes a ellos. «Si los bueyes y los leo­
nes tuviesen manos y supiesen hacer obras como las
de los hombres... para representar sus dioses les
darían cuerpos semejantes a los suyos». (L. cit., 7),
Así formula aquel argumento en favor de la unidad
de Dios, que trae A r i s t ó t e l e s , y que tan vivainento
propusierou los apologistas cristianos. Si Dios es el
Ser supremo, necesariamente no tiene igual; porque
la naturaleza que admite otra igual uo es la mejor,
pues no tiene perfecciones que no sean comunicables
igualmente a otro ser. ni nota característica me­
diante la cual se sobreponga a todos los seres,
(Cf. A k i s t . , De Xenoph., I ) . Razonamiento que co­
mo es sabido, expone admirablemente T e r t u l i a n o
en su Conlr. Marcionem (I. I, 42).
21. Pero todas las argumentaciones de J enópa-
mes sobro la materia subordínanse a los principios de
la teoría; y de esta suerte las pruebas acerca de Dios
conviértense eu razonamientos eu favor del princi­
pio divino de los seres, que encierra en su unidad la
aparoute variedad de las existeucias. La unidad su­
prema preside a la multiplicidad representativa de
los fenómenos. Por eso ni para J enófanes, ui para
P armrnides y Z enón so prueba cosa alguna con el

nept ropyfou; Kerx, Q ucestionum X cn n p h a nocir uní capí ¿a


dúo.; Id. S ym b . c rii. a d libvll. A ristot-d. de X enophanv,
Zcnone, etc,; H. Stein, D ie F ra g m en te des P a r n i. 'iwpl <fi-
08i!){ (Symb. Philolog. Bouneiis).
— 30-

razonamiento de la mutabilidad y del movimiento,


que es íorma ilusoria de lo real.
22. Conocidos son los argumentos de Z ekÓ n, tal
■como se interpretan, contra la realidad del movimien­
to y contra la realidad de la materia. Mas, es de notar
■que auuqne se hubiesenluego formulado y planteado
aquellos argumentos, para demostrar que lo extenso
es imposible, en modo alguno cabe hoy pensar que
fuese el propósito de Z e n ó h dar valor absoluto a sus
razonamientos fundados en el número infinito de
partes de que se compone lo extenso. Los argumen­
tos de Z e n ó n van directamente contra la teoría pita­
górica que, segiiu lo dicho, hacia consistir toda en­
tidad en una suma de elementos numéricos, como el
espacio resultaba de una suma de puntos, etc. Y por
cuanto las agrupaciones de puntos en cuanto espacia­
les eran a su vez divisibles en otros, como los ele­
mentos numéricos en cuanto constitutivo de lo ex­
tenso eran fraccionabas cu otros hasta lo infinito,
so pena de llegar a factores no extensos que sin em­
bargo produjesen la extensión, de ahí que Z e n ó n pu­
diese argüir que un tal compuesto exige eu cada ex­
tensión, y en cada movimiento finito en ella, un pro­
ceso y un tránsito múltiple infinito, imposible de
agotar sin multiplicar tiempos infinitos para una
insignificante extensión y espacio (1).

(1) Dado que el espacio dice, Z enóh , es una pluralidad, pa­


ra recorrerlo será antes ñecas ario posar una porción; y Rntes an­
dar l¿ mitad de ésta; y ftst recorrer antes de atravesarlo todo
una infinidad de partes, porque hasta lo Infinito se extiende la
-divisibilidad de los componentes de lo extenso.
En otra foruia propone su argumento harto conocido de
— 31 —

23. Mientras en la escuela jónica se había nega­


do el ser para afirmar el devenir, en la escuela eleáti-
ca se niega el devenir y se afirma el ser. Por eso lo
Absoluto on la primera de estas teorías es el principio
del movimiento existencial de los seres, y constituye
en sí la afirmación del infinito potencial sin realidad;
mientras en la segunda teoría lo Absoluto que es
como expresión de la plenitud consumada de la rea-

A q u ile s y la t o r tu g a ; dos m óviles que p orgru n de qne sea la d i­


ferencia de celerid ad «n su s m ovim ientos, jam ils e l de m ayor l i ­
g er ez a (A q tiilos) alca n za r /» al quo la tie n e m ucho m enor (la
tortu ga), p orq ue siem p re en la d istancia en tre uno y otro h ab ría
p artes de exten sión ¡ufm itas que recorrer.
D e ig u a l su erte p ropone Z ek cn el argu m en to a e Ir fle c h a .
S up uesta In m u ltip licid ad num érica d e elem en tos e:i uu esp acio
dudo, una flecha arrojad a con tod a velocid ad estaríl inm óvil; p or­
que ni se m u eve en el lu g a r donde e s tá , m ien tr a s e s tá a llí, nj en
otro lu gar, donde no e s tá , ni oti el tr á n sito de uno a otr o que
son otros ta n to s lu g a r e s in fin itos, a cad a uno de los cu a les p u e­
de siem pre ap licársole el m isuio a rg u m e n to .
S e v e p u es, qae l o s a rgu m en tos d o Z e n ó s no so refieren a la
extensión o a l esp acio m ien tras sea c o n tin u o , y por l o tanto
ano, nunqne d iv is illo , S e roduee» a probar que es absurda la
tásis p itagórica de la m u ltip lic id a d , a n t e r i o r n u m é r i c a , d e
elementos p rim arios y d istin to s en lo e x te n so , p ara con clu ir q ue
ni la m ateria es una su m a de p u n tos, ni el tiem po u n a su m a d e
instantes, ni el m ovim iento u na su m a de p eq u eñ os m ovim ien tos
correspoudiendo a d iv e rso s p u n tos d el esp a cio . L a eq u ivocada
interpretación que otro sen tid o s e hn dado a los a rgu m en tos
aludidos re sa lta ad em ás cu ando se con sidera q ue los e le a ta s h a ­
cían de la unidad exp resión de la c o n tin u id a d , a su v e z fó r m u ­
la de la perm anencia dol ser; era por tan to con trad ecir su pro­
pia doctrina, si Z enón in ten ta se im p ugn ar to d a e x ten sió n , uun
h 110 fraccion aria o c o n tin u a por n a tu r a le z a , cual si fu e s e com ­
parable a l a d e a g r e y a c ió n de lo s p ita g ó rico s.
— 32 —

Jidad, constituye Ir forma inversa del infinito anterior


(del Susipov) en cuanto algo vacío de ser o de perfección.
La plenitud, en efecto, de ln realidad eleática respon­
de a un tipo solo infinito en la idea, y hace de lo real
una entidad ordenada, y por lo mismo con límites de­
finidos (tcép*s) según la doctrina helénica. No por otra
razón representaba P arménides lo Absoluto con el
símbolo de una perfecta esfera, cumplidamente llena:
nSvTOÜ-EV EVXÚKAOO o ^ a íp ijc ; s v a M ^ x i o v í f i U p

(Phys., III, 203).


La tesis teológica y la tesis filosófica tienen eu
la escuela eleática especial compenetración, y aun
puede decirse que sus soluciones filosóficas son pri­
mariamente teológicas, y giran eu torno del princi­
pio divino délas cosas. Eu esta escuda es donde
comien2a a delinearse de modo preciso el argumento
melafisico de la existencia de Dios.
i

24. Tras las exageraciones del idealismo pan-


teísta de los elcáticos, de lo Absoluto abstracto, ili­
mitado e indefinido, que constituyó el ideal de la reac­
ción contra la doctrinarte la escuela jónica, extremando
al mismo tiempo los procedimientos de la orienta­
ción pitagórica, ofréccnseaos dos nuevas orien fcacio-
nos que marcan a nuestro objeto, un rotroceso en Ins
investigaciones sobre la Divinidad. El ideal pura­
mente cósmico de los jonios sirve de base a las doc­
trinas d» la filosofía atomística, como la abstracción
de la escuela itálica tiene su representación en la de
los sofistas, siquiera en éstos reciba nuevo aspecto y
aplicación.
-3 3 —
25. Después que por el camiuo de la abstracción
llegó la investigación griega en la teoría eleática a un
Ideal, cuyo centro es la nocióu más abstracta de ser,
no podía menos de advertirse la insuficiencia, de esa
unidad suprema, puramente sujetiva, para explicar
la multiplicidad de fenómenos reales que la concien­
cia atestigua. Tanto más, cnanto que ni esa teoría
podía garantirse con fundamentos de ana critica se­
ria de la verdad del mundo objetivo, cual acontece
con los sistemas trascendentales germáuicos, ni re­
presentaba una solución en el campo de las corrientes
cosmológicas imperantes, sino más bien un procedi­
miento evasivo en que se rehuían las respuestas re­
clamadas por ios adversarios.
Por eso no pudo prevalecer largo tiempo el Ab­
soluto eleático coma solución aceptable. EMPÉnocLES
con los suyos, lo mismo que la escuela atomisla,
volviéronse hacia la realidad cósmica, procurando
ajustar a ella toda idealidad. Unos y otros conser­
varon, sin embargo, el principio de la inmutabilidad
del ser, sustentado por los cicutas, afirmando contra
éstos la multiplicidad real de substancias simultá­
neas inmutables en si mismas, pero sujetas a cambio
de relaciones entre sí, de donde proviene la posibili­
dad, el fieri, do los Fenómenos y la existencia de los
mismos. La diferencia fundamental eutre E mpédocles
y el atomismo, está en que mientras aquél, lo mis­
mo que A naxáqohüs, recurre a una fuente superior
del espíritu (el /.óofioj vo^c?, tipo y razón del v.ó3(io«
aJoS-r^á;, a la manera del '¡faz de A naxágoras) para
explicar el movimiento y alteraciones ordenadas en
la materia, la escuela atomista busca en la mate-
— 34 -

ría y el movimiento, la razón última de la existen­


cia y orden de los fenómenos todos del orden sensi­
ble. Fuerza y materia, podemos decir, son la razón
última de In existencia de los seres y de su varie­
dad. El ideal atomista es la sistematización filosófi­
ca de la explicación materialista del Universo, don­
de se excluye todü concepción teológica del primer
priücipio.
26. En los Sofistas (en la buena acepción prepla-
tónica de la palabra, i xffiv co^úw ¿maT^iiuiv, que decía
P hotAgoeas), se rehabilita, sin duda, el espíritu an­
tim aterialista. que hace recordar la reacción itá­
lica en frente a la reversión jónica de los filósofos
antes mencionados. Pero el procedimiento hypercrf-
tico de esta sección presocrática de la filosofía, lejos
de llevar a sus cultivadores hacia un principio supre­
mo de las existencias, condúcelos a un agnosticismo
avasallador y enervante. El nihilismo rl& G orgtas y
el individualismo de P rotágoras. principales repre­
sentantes de la filosofía s o fis ta , son testimonio feha­
ciente de la inhabilidad de sus procedimientos para
llegar a un Ideal legitimo de la ciencia (1).

(1) Sabido es que Id doctrina de G o i jg ia s L e o n t i i í o encerra­


ba estos tres principios capitales: 1.a Nada tieno existencia real:
Ü.° Si algo asiste realmente, no puede conocerse; 3 ° Si algo
existiese y fuese tognosciblo, lio podría comunicarse a loa de­
más. Esta es la doctrina de su nspl xo5 ji-íj fivto;, cuyos
fragmentos nos lia conservado S e x t o Emp. A do. M a th ., y el
P s e o d o - A b i ó t . , Do M al.. X e n o p h G o r g i a . V. H, E. Foss,
Do G orgia L o o n tin o C onm . etc.; L . S p e s o e i ,, De Gorgia
rh eto re, oh la Enva-j-tOY?) (S tn ttg . 1828). P. Kbnn,
K r it. zu tn 3 T lteil d. p se u d o -a r is t. S c h r ifi ne.pl Sív., r..
Z. n. Topylvj. (Oldeuburg, 1869).
— 35 —

27. Las oscilaciones que acabamos de señalar


en la teoría del ser a través de las escuelas presocrá-
ticas corresponden, según se ve, con las variantes en
el concepto de Ser primero y en ol tipo de lo Abso­
luto. En las aludidas escuelas trátase de determinar
el supremo principio mediante el cual puedan ex­
plicarse las existencias y encuentren su coordína­

la . te o r ía de G orgias p a rte d el principio a b stracto de Ib e s ­


cu ela itá lica , como p rocoso en el con ocer, y d é l a d ia lé ctica oleá-
ticü como c r ítica de lo conocido. E s e l Z enón de lo s So fista s
traslad an do los a rg u m en tos de su c r ític a cosm ológica al ord en
o n tológico, y a p lic in d o se a com batir el ser uno y m ú ltip le que
a é l lle g a b a d efe n d id o por p ita g ó rico s y ele á tico s. L o finito y lo
infinito, lo etern o y lo tem p oral so» té rm ic o s co n tr a d icto rio s, y
sin em bargo son térm in os, q u e, seg ú n G orgias; tien en una m is­
ma razón de ser en todo en te , y por e llo ju sta m e n te ninguno
pnede e x is tí]’. E s la n egación d e todo ideal del conocer y d el ser .
P bo t A g o k a s ju z g a que e l conocer hum ano co n siste úuicAmsti-
te en la p ercep ción s u je tiv a d e l fenóm en o ( P l a i . Tecetet. G8),
de su erte que el iileal de ln cien cia es a s i obra su je tiv a ; p u es el
hombre es la m ed ida de todo lo q ue es, y de toilo lo q u e no
e s (la con ciencia cread ora d el id e a lism o , y e n esp ecia l d el p r a g ­
m atism o). E s e l p en sam ien to que D ió g ek es L a e n t. (I X , 61) con­
denso en e s ta s p alabras: tcgévtqjv xp*¡|iá"wv né'Tpov SvS'poíto;, xffiv
[iiv ívcw v <Sij E3-:, it5v oük o v to v (Sig oüx ioxtv. E s ta s p alab ras
p ertenecen, s eg ú n S e x t o E m f. (A dv. M nth., V I I ) al p rincipio dol
tratado K a t a e á X ? . w - s g (X ó ^ cl) ; P l a t ó n en e l Theastut., la s men­
ciona com o p erten ecie n te al p rincipio de 'A Xijíteia. E s p osib le,
como a d v ie r te U em erw eg, que los E x 'a 6 jX X o v x s ;, sean una
misma cosa con la ’A-u.Xoyía'. d e que h ab la D . L a e n c ic , con s u
primera p arto -e p ; aXr¡ÍH iaj.
V. sobre F r o t a s o r u s , G e i s i . D e P r o í a g o r a e s o p h ia ta e v i ­
ta; L . S p e k z e l, D e P r o ta g . r h e to r c en sn S uvay- t £ x v<Sv-
(S tu ttg . 1 8 2 5 ); J. F r e í, Quoest. P r o ia g o r e a t; V itr in o a , D c
P ro ta g o ro e v it a c t p h i lo s o p h ia ; O. W b b b r, Q u cest. P r o t a g ,
-3 6 —
cióa los fenómenos del mundo objetivo y del mundo
sujetivo. Como queda dicho, las principales formas
de prueba de la existencia de Dios encuéntranse ora
implícita ora explícitamente señaladas en la filosofía
presocrática. La fase jónica ofrece la argumentación
física sobre la existencia de un primer principio; y
en algunos de sus aspectos, la base del argumento
metafísico. En la fase pitagórica se acentúa la ar­
gumentación moral o ética (por influencias órficas);
y también se esboza el argumento metafísico. En la
fase eleática prevalece la tendencia a la argumenta­
ción metafísica, coa carácter de tesis ontológicay
de compenetración de la realidad y de la idea.
28. Eu todos esos sistemas, sin embargo, aun­
que incluidos así los principales argumentos de la
existoncia de la Divinidad, 110 es la idea de la perso­
nalidad divina lo que se impone, sino la de una más
amplia esfera del ser que la que aparece a nuestra
vista, y se refleja en los fenómenos del muudo. Por
eso no se siente tampoco entonces la necesidad de
asociar a lo Absoluto lo infiuito en el sentido que hoy
le damos, ni tampoco lo perfecto, siuo que simple­
mente se hace resaltar la prioridad lógica de aquél
respecto de las existencias mudables, y el dinamis­
mo de la acción eu ellas, que es cuanto le bastaba
de hccho para la interpretación del universo en los
respectivos sistemas.
Se ve también que, ¡i tenor de lo dicho, lo per­
fecto queda por exigencia general de la concepción
filosófica y estética helénicas, circunscrito a las mo­
dalidades de lo finito, si bien con las variantes de es­
cuela. Y lo infinito vérnoslo igualmente a través de
— 37 —

las mismas escuelas, ora elaborándose sobre la ma­


teria cósmica a medida que ésta se concibe por vía
ascendente cada vez más indeterminada, abstracta e
indescircible, ora con procedimiento inverso consti­
tuyéndose en el seno de la idea pura indeterminada,
para venir por vía descendente perdiéndose la infi­
nidad a medida que la idea se concreta hasta indivi-
dnalizarse en las cosas. Así, pues, el infinito heléni­
co aplicado a Dios, sólo corresponde a la concepción
abstracta de la Divinidad como principio eficiente de
las existencias finitas, según el tipo general de lo Ab­
soluto en el pensamieuto filosófico-teológico griego.
O A R íT U L O II

La T isión d el S e r d ir io o
y las prnebas de su existencia a través de la
filosofía helénica.

(fa se so c r á t ic a y p o s t s o c r á t ic a )

S u m a r i o . La visión d« lo real y del s e r en la escuela socrática, y


aspocto con siguien te de loa probletuaa ¿ticas y teológicos. La
concepción p latónica de los dos mundos e s relación (ideal y v isi­
b le), y la posición d e la Divinidad en orden a ellos. Base g e n e ­
ral de las soluciones platónicas y su síntesis. La d ia lé c tic a en
función d e la psicología platónica para la Tisión de Dios. Deficien­
cia g n b s ta D c ia l del procedimiento. Sus influencias en dem ostracio­
nes p osteriores. E l argum ento de las p a r tic ip a c io n e s como
rueba de la existencia de Dios. C ritica de esta argum entación.
t Da argum entos del m ovim iento, del orden del universo, y de
la fin a lid a d eu P l a t ó n , y en In teologfa. La tesis aristotélica
en su relación y diferanoiaa oon la p latónica. B ase gen eral filo­
sófica en A k is io x k lb s sobre el ser d e la D ivinidad, y tas prnebas
de su existencia. El argum ento del m ovim ien to ; id . de la po ten ­
c ia y «tcío; id. de la fin a lid a d . O bservaciones «obre la condi­
ción intern a de los a rg u m e n ta de A r i s t ó t e l e s , y diferencial
rad icales que ios separan de los d el aristotelism o teológico
m edioeval y p osterior. Los sistem as p osteriores, filo ni un ci y esto i­
co, en orden a la idea de D ius. Conoeptog oapitales del estoicism o
en la m ateria, y ad aptaciones de éstos a la te o lo g ía p atrística,

29. El trdnsito de la filosofía presocrática a la


de S ó c r a t e s y sus discípulos, es altamente significa­
tivo eu orden ivlos grandes problemas que nos ocupan.
Y no ciertamente en cnanto los maestros de la fase
socrática, P l a t ó n y A r i s t ó t e l e s , dejen de estar en
contacto y recibir influencias harto significadas’de
las escuelas presocráticas; siuo porque en ellos la vi­
— 40 —

sión de lo real y del ser adquiere toda su plenitud,


y las distribuciones jerárquicas entre la realidad y
la idea, entre el mundo seusible y el ultrasensible,
abren nuevos horizootes así ¡i las especulaciones de
la filosofía, como a las conclusiones éticas y teoló­
gicas.
Desde el momento en que el orden cósmico se
subordina por sistema a un orden ideal que tiene
su fuente de realidad fuera del mundo y del hombre,
adquieren nuevo aspecto los problemas del ser y de
las existeucias en sus rolacioues múltiples, y los ám­
bitos do lo cognoscible y de lo realizable alcanzan to­
da la plenitud que le corresponde más allá dol círculo
limitado de las humanas representaciones.
30. La teoría platónica es la primera en que se
plantea la doctrina fecunda de los dos muudos en re­
lación; el mundo visible y el muudo inmensamente
más grande de la idea, no como simple representa­
ción. que entonces no excedería el alcance humano,
sino eu cuauto dotada de aquella virtualidad y dina­
mismo que la tace capaz de actuarse eu los seres
visibles dándole realidad inteligible y valor indi­
vidualizado. P latón que rompe y separa la conti­
nuidad entre lo sensible y lo ideal, para conseguir
así dar a éste un imperio universal más allá da lo
existente, en todas las esferas de lo posible, veso
sin embargo forzado a efectuar la reversión de la
idea sobre la materia con tanta mayor intensidad y
compenetración, cuanto es más grande la dependen­
cia de la materia según el mismo lo establece, re s­
pecto del dinamismo de la idea. De esta suerte lo
materiül y lo inteligible, lo real y lo ideal, lo con­
-4 1 —
tingente y lo absoluto entran en tma comunicación
singular, que es una síntesis antitética en todas las
manifestaciones de la realidad de la materia.
Por esto la tesis platónica implica siempre en la
percepción de la entidad objetiva inmediata, una más
alta visión del ser como fuente del devenir eu las co­
sas, y a la vez la visión de éstas como expresión del
devenir eterno eu las ideas. La ciencia ha de consti­
tuirse comenzando por esa suprema visión que hace
vaya el entendimiento uo do lo pequeño a lo graude
y de lo externo a lo interno eu las cosas, sino vice­
versa de lo más grande a lo pequeño, descendiendo
por las gradaciones participadas de la idea, y de lo
interno y substancial constituido por ella, a las for­
mas exterhas objetivas eu quo se ofrece.
31. lfil proceso de la teoría, segúu ya hemos te­
nido ocasión de observar tratando de las aplicaciones
teológicas de la ideología y ontología platónicas
(v. t. IV, c. 1.° y 3.®), invierte la marcha ascen­
dente de nuestro conocer, y suprime por consiguien­
te el valor de la argumentación propiamente tal co­
mo medio de llegar a la verdad, sustituyendo al ra ­
ciocinio la eficacia de la intuición, auuqne el proce­
dimiento dialéctico sea utilizable y utilizado como
medio de disgregar los fenómenos para la couvo-
uieute visión de la idea.
La Divinidad que en cuanto trascendente auu
sobre las raodaüdados de Ja idea, está más allá de
todo concepto, es eu rigor también indemostrable,
■por el mismo motivo que lo es la idea segúu qneda
indicado, que sólo por intuición puede alcanzarse.
Mas ella preside al nexo y relaciones que existen en­
tre los dos mundos (ideal y sensible), y por lo tanto
como ellos debe de alguna manera manifestarse.
Dios, el Bien sumo, como ultratrascendente al
hallarse más allá de toda definición, está igual­
mente fuera de todo concepto y de toda demos­
tración lógica. Pero al mismo tiempo la correlación
entre el ser de las ¿deas y el ser de la Divinidad como
Idea suprema, hace que mediante aquéllas se alcance
de alguna manera conocimiento de ésta. Por esto la
misma función de la dialéctica que sirve para hacer
que se aclare y destaque en el fondo del espíritu la
nouión d élas ideas que allí existe no delineada y
confusa, hace al mismo tiempo resurgir por intui­
ción el concepto de la Divinidad. En tal sentido la
Dialéctica entra pü funciones teológicas, al mismo
tiempo que preside a las investigaciones de la reali­
dad cósmica para determinar sus principios y cons­
titutivos ideales. Todo el proceso dialéctico, pues,
constituye el medio de prueba de ln existencia de
Dios, y puede decirse que ahf se halla la única prue­
ba platónica referente a la Divinidad, no por vía de
argumentación, sino de aclaración perceptiva del es­
píritu (1).

(1 ) L a s so lu c io n es platóuicA s en la m a teria tie n e n , como se


sa b e, por b ase su s principios id e o ló g ic o s, al m ism o tiem po m eta-
fls ic o s . E l con ocim ieoto de lo n ece sa rio , d e lo u n iv er sa l, de lo
ab solu to cu las cosas j fu e ra de las cosas es la función propia
d el esp íritu . E ste con ocim iento no se alcan za por la s percep cio­
n es sen sib les q ue d erivan du lo m udable y p aram en te fenom éni­
co- E s la b o r d e la in telig en cia por la v isió n de lo innnitcnble
— t ó ívto>s o í — . En la m ente encarnan en efecto la s nociones
— voíjue-ca— u n iv er sa le s e in n a ta s, q u e s« im ponen a nuestro
32. Fácil es de advertir la deficiencia interna
de la tesis platónica respecto a la intuición de D io s, y a
en cuanto al hecho perceptivo, que no aparece en la
conciencia humana, ya en cuanto a la incom patibili­
dad en que se halla esa percepción coa el concepto

espíritu. Y ellas son una proyección de la» ideas —iíé a u — tipo»


eternos y modelos — napaSsC ^ata— de las cosas, origsn de e a -
tAS— —■■7 fuente prim aria do nuestro conocer.
Las idea» que se proyectan sobre el mundo m aterial, consti­
tuyen el muudo verdadero qnses el mundo inteligible; el mundo
sensible en si, es simplemente fenoménico o de apariencia. El
verdadero conocimiento, pues, consiste en la percepción de lo in­
mutable eu el ser, que está constituido por las ideas. Estas son
es si mismas independientes del tiempo, del espacio y de los se­
res perceptibles; son en las cosa» las nociones universales per­
ceptibles; en nosotros, conceptos innatos de la verdar!; en Diosr
ejemplares y arquetipos (te la realidad. Con relación a Dios cons­
tituye la ¿dea el divino entender; cou relación al hombre, el me­
dio de su intelección; con relación «1 universo, es el sollo de su
forran y la medida y tipo de su esencia; puro uo para la crea­
ción sino para su simple ordenación —koojioj—, puesto que la
materia en su forma es eterna, para P latón.
Son múltiples los problemas que esta teoría de Ins ideas sos-
cita, ocasionados eu bn;ua parte por 1& falta de precisión que se
Advierte en los escritos platónicos. Loa principales se refieren al
ser ontológico de las ideas, y al ser cosm otóyico de las mis­
mas.
EU s e r ontológico da las ideas platónicas no es de fáoil d e te r­
minación; silo o rigina las encontradas opiniones de los q u e, con
A ristóteles , S to . T ouás y los escolásticos que lo signen, pien­
san que P latón enseñó que las fo rm a s existen tes en si m ismas,
fuera (te las cosas, y de los que, con S- A au sib i y buen num ero
de escritores m odernos, juzgan que las fo t'm a s platónicas sepa­
radas de las cusas, son ideas e tern as existentes eu el divino en­
tendim iento.
Es preciso reconocer quo el modo do expresarse P latón es h a r-
— 44 —

ultratrascen d en te divino que P latón hace re s a lta r.


33. El proceso dialéctico mentado que en si ea una
te sis a priori, no dem ostrable, lleva igualm ente a un
nexo contradictorio en tre las ideas en sus catego­
rías, y la Idea suma fuera de todo orden categórico.

to ambiguo; y unaa veces parece que las ideas existen en el mundo


inteligible, otras veccs indica que tienen propio ser, otras final­
mente quo existen en ln. Tdea suproran del Bien sumo, la cual se
identifica con la divinidad. Y esto es sin duda lo que prevalece
ea P ia tóh , queriendo siguificar la subsistencia de las ¿deas en
ia subsistencia, de 1a Idea del Bien supremo. Idea que es la cau­
sa de toda f.icultn-d de conosor y de todo ser. Esta doctrina que
así hace primaria la idea de Bien, anterior a la de ser y de co­
nocer, es expresión riel carácter teológico en lnteoriado P lató n ,
donde toda razón de ser está en la bondad del ser. Pero por cuan­
to la bondad no es idea menos univorsal que el ser, la idea del
Bien Sumo es la id cu del Ser sumo, que encierra y causa las
demás idean, como los demás entes en lo que tienen de realidad
o de f o r m a . De estn suerte las ideas son una especie de e m a n a ­
c ió n i n te le c tu a l divina, a la manera dnl e s p ír i tu u n i v c r s a l
qua anima y vivifico «1 mundo, según P l a t ó n , y que ora pueden
decirse existoutos en el mundo inteligible, ora subsistentes en si,
en cuanto formas de realidades concretas que también son eu sí
subsistentes (y precisamente por la idoa que en ellas encarna),
ora en la fo r m a s u p r e m a o Idea suma, donde se incluyen todas
las ideas y de donde todas proceden. No se h a de acudir, pocs
al vulgar recurso de que A k i s t ó t b l b s , p o r malevolencia hacia
P l a t ó n , la atribuyó la doctrina de las ¡deas s u b v M c n t e s . La
aserción amtocúliea es verdadera on cuanto fundada eu los es­
critos de P l a t ó n (r.aso de que a P l a t ó k se refieran sus palabras»
y no a alguno de sus discípulos), pero no es verdadera en cuanto
toma a is la d a m e n te uno de los aspectos de las ¿deas en P l a t ó n ,
disgrogá-udolo del conjunto de su doctrina, con lo cual sobre un
fundamento legitimo nos lleva a una conclusión falsa. Es pasi­
ble, además, que A r i s t ó t e l e s tome la doctrina platónica tal co­
mo fué interpretada por discípulos de P l a tó n , porque en el pa-
—45 -

Forque si el mundo de las ideas incluye la Divi­


nidad, es que las ideas trasponen el ser divino, y
por consiguiente anulan su supremacía, y con ello el
ser de Dios; y al mismo tiempo descendiendo las
ideas por gradaciones a lo creado, y coustituidas eu

saje que se citn ( \ i c t a p h I. 6) baólael Esr a g í r i t a de la doc­


trina de éste, en cuanto eoustítuye escuela y tie;io analogías y
diferencias con la escuela ¡tilica y con I r de H e r á c l i t o . El ori­
gen de las id eos platónicas, que A r i s t ó t e l e s hace notar se halla
en H e r á c l i t o , era do por s i ocasionado a que hiciese resaltar el
aspecto de semejanza con este filósofo, prescindiendo de lo de-
miis que le es peculiar. Por -último Iteraos de nutHr, qua el pasa*
je aladido de A r i s t ó t e l e s dista mucho de ser decisivo y ofrecer
fundamento sólido para resolver este punto. La interpretación
se ha hecho ruAs sobro los comentadores dn A r i s t ó t e l e s , quo so­
bre A h is tó te le s mismo; y mediante aquellos, más qne por éste,
prevaleció nutro los escolásticos. AñAdase que éstos uo couocie-
rou la R ep ú b lica ni el Phoadon de P l a t ó . v , trabajos donde el
pensamiento platónico se advierte mejor, y hubieran permitido
rectificar el criterio tradicional en la m ateria.
En cuanto a su s v r c o im o lá g ic o (puss las ideas, como queda
dicho, son )n f o r m a y norma del inundo y de sus entidades),
pende en principio del i c r o n to ló g ic o de. l a s mismas. Y s o n
cuestiones harto debatidas, si las ideas son ¿rasccn.denies res­
pecto del orden cósiuieo, o in m a n e n te s ; como igualmente si la
m a te r ia platónica es una entidad determinable y potencial aL
modo de la m a t e r ia p r i m x , o ai es simplemente una masa in­
distinta y enética sólo en cuanto a constituir los cuerpos en s n s
categorías. De uno j otro punto habremos de ocuparnos en su
lugar.
Sobre e l peusainiento de P l a t ó n e n s u conjunto («demás de
los escolásticos y escritures antiguos) W. G. Tfnnemamh, S y s ­
tem dar P la t. P h ilo io p h .\ A s t , P ia to ' s Lebcn und S c h r if.
ten; K. F. Heiwasn, G esch. u. S yste m d. P la tó n . P hilo-
s o p h .,3 . V. S t e i n , Z a r G csch. d. P la to n ism u s; Ruhnkeí).
l i m a d L e x ic ó n ; A s t , L e x ic ó n P l a t ó n E d . Z e l l e s , P la to -
- 4 0 -
jerarquía ontológica, no pueden en modo alguno
identificarse con la Divinidad, sin que ésta desapa­
rezca, al evolucionar con las ideas en las categorías
de las mismas.
Por otra, si la Divinidad es trascendente respec­
to de las ideas, 110 es posible llegar a Dios mediante
«I proceso dialéctico, que siempre actúa sobre éstas;
ni menos es posible que el Ser supremo llegue al fon­
do de la conciencia como idea cognoscible por el hom­
bre, cuando ninguna idea puede alcanzarlo.
De esta posición inestable eu la teoría platónica
procede ia inseguridad y oscilaciones de P latón res­
pecto del ser de las ideas, que ora aparecen como algo
independiente de Dios, ora como cosa que de El pro­
cede, daudo lugar a las oncontradas interpretaciones
que de su doctrina eu este punto, como eu otros, se
han sostenido.
34, El procedimiento de P latón en orden a pro­
bar la existencia de Dios, 110 por ser ineficaz ha dejado
de ejercer iuñueucias mny marcadas, en la formación
sistemática do Jas pruebas de la existencia diviua eu
la filosofía y teología cristianas. De él proceden las
diversas formas de pruebas en el intuicíouisnio on­
tológico y místico; y las variantes del argumento rz
priori que antes y después de S. A nselmo se formu-

nisoha S lu d ien ; F. Susejiighl, P r o d ro m u s P la t. F o rschun-


gen\ Id. D ie ¡¡enet. E u tw ic k lu n y d. P la t. P h il.j L uckow ,
.Díú W i í íe n s e h . u kü n s tl. F o rm d. P la tó n S c h r ifle n , etc.;
Munk, Dio, n a iu i’l. O rd m u g d. P la tó n . S c h rifto n ; H. Bonitz.
P la tó n , S t i i d i e n ; U e b e r w e q , U ntcrsuchungen ucb. día Ech-
th e itu n d Z cifolge P la tó n . Schriftcn-, P u t , P la tó n , (Colee.
L e s g i \ p ililo s.)
-47 —
la; no menos que en P latón se funda el argumento
derivado del ejemplarismo di vivo (del valor inmuta­
ble y verdad eterna de las ideas, como reflejo de lo
que son eu Dios), utilizado con frecuencia por los
mismos seguidores del aristofcelismo. Argumento que
si eu la tesis platónica resulta concluyente, es en
virtud de las gradaciones, mediante las cuales las
ideas aparecen a priori y sin pruebas substantiva­
das, de eterna e iuconmutable verdad. Eu tal sentido
decir que la noción de justicia, la del principio de cou-
tradicción, o los axiomas matemáticos son de verdad
eterna, y por lo tauto pruebau la existencia de Dios,
equivale a afirmar según la doctrina platónica, que
Dios revela o proyecta mediante las ideas objetiva.*
das e impresas en nosotros, la rerJidad de si mismo
que mediante l¡i investigación dialéctica es aclarada
y descifrada.
Mas para los que 110 admiten el apriorismo plató­
nico, 11Lla intuición y proceso ideológico que P latón
proclama, todo ese género de pruebas queda sin
base ni fundamento, pues supone siempre aquello
que es menester probar, o sea, exige conocer y ad­
mitir la existencia do Dios para estar cierto del va­
lor de las ideas, cuando de hecho sin esta certeza es
imposible conocer que Dios existe. Desde el momen­
to en que se desecha la fórmula constructiva plató­
nica, es manifiesto qua el valor interno de las ver­
dades necesarias 110 aparece ni puede aparecer como
cosa derivada de Dios directamente, sino como ley
. peculiar del espíritu que conciba lo real antes de
elevarse a ln Divinidad, como lo real aparece con sus
leyes, antes de ser objeto del entendimiento.
— 48 —

35. Derivación de los mismos principios es otro


argumento esbozado en P la t ó n y fundado en las p a r­
ticipaciones, el cual argumento fué en la teología
patrística y en la escolástica de marcada aceptación.
E s la prueba qne se denomina de los grados de per­
cepción, o de las participaciones graduales, y que
puede resumirse asi: Existen seres diíI s o menos
perfectos, más o menos buenos, más o meuos bellos.
Pero no puede darse más o menos sino respecto de
una medida anterior que sea norma presupuesta
coa carácter absoluto, y que no admite meuos ni
más. Luego es necesario que exista algo absoluta­
mente perfecto, etc., o sea es necesario que exista
Dios. A la autoridad de S. A g u s t ín débese princi­
palmente que este razonamiento netamente platóni­
co fuese recibido en ¡a teología latina siu reparos.
Sin embargo, este argumento de las participa­
ciones que como otros muchos conceptos platónicos
y aristotélicos fué trasladado a la teología dislocado
del sistema, no tiene la eficacia de prueba que se in­
tenta, y menos todavía si no son admitidas las bases
ideológicas del platonismo, que desde luego da por
inaceptables la generalidad de los que utilizan aque­
lla argumentación.
No hay para que decir que la génesis del razo­
namiento es en P latón el dinamismo de la i.d<>a p a r­
ticipada, que hace, como él mismo enseña, q'tc dos
piedras o dos teños siendo de la misma naturaleza,
puedan ser desiguales, porque no son la misma
Igualdad en sí (Rep. VII), sino que de ella partici­
pan en más y en menos. Asi el valor objetivo que
caracteriza la idea platónica entra en todo lo inteli­
— 49 —

gible como principio de sti inteligibilidad y de su


realidad cognoscible. Es, pues, un elemento esencia.]
de existencia y do conocimiento de cada ente. Su­
puesto esto, nada más lógico que concluir de la
existencia de algo más o menos perfecto, la existen­
cia de lo Sumo en perfección; porque los grados de
menos y más son lo Perfecto en sí más o mecos par­
ticipado.
36. Mas, desde el momento en que esta inadmi­
sible doctrina no se acepte, ¿qué lógica hay capaz de
hacer válido el argumento que ella encierra? Cierta­
mente los grados de una perfección no los distingui­
mos sin la idea general de la misma perfección; siu la
idea de bondad, p. ej., no podemos pensar en algo
como más o menos b u en o ; pero basta ese concepto ge­
nérico y abstracto mental de una perfección para que
podamos conocer y comparar todos los grados imagi­
nables de más y de ineuos dentro de ella, sin afirmar
ni negar nada de la existencia real de lo absoluta­
mente perfecto. De lo contrario sería necesario decir
que toda idea absoluta de una perfección sitpondria
la realidad objetiva de esta perfección como absolu­
ta; lo cual equivale a reconocer el realismo puro más
exagerado, llegando como término a la objetividad^
intrínseca de las ideas, que es lo que P latón esta­
blece como principio.
Pero ni aun dado el realismo puro podría legiti­
marse el argumento de los grados para demostrar
la existencia de Dios. Porque o la idea de una per­
fección absoluta, mediaute la cual se intenta medir
los grados de dicha perfección eu los seres finitos,
expresa la entidad misma de la perfección de Dios, o
-B O -
no. Si lo primero, es necesario que aquella idea, su­
puesta objetiva en sí, sea la Divinidad misma conoci­
da por el hombre como tipo real de los grados fiuitos
dé perfección. Para esto es indispensable la intui­
ción de Dios, la cual, además de 110 existir pfira nos­
otros, haría inútil la demostración de su existencia
que se intenta efectuar mediante los grados consa­
bidos.
Si la idea de una perfección absoluta no expresa
la misma perfección de Dios, la tal idea no es abso­
luta; y aun prescindiendo de esto, aunque mediante
los diversos grados de esta perfección en las criatu­
ras llegásemos a la idea de una perfección absoluta,
no por eso habríamos llegado a demostrar la existen­
cia de Dios, sino simplemente la existencia de dicha
idea. Que si ésta no tiene en sí realidad objetiva, no
es nada fuera del sujeto de ella; y si se la supone co­
mo quiere el realismo puro, con objetividad propia,
tenemos el absurdo de un tipo entitativo absoluto
que ni e8 Dios, ni puede ser dependiente de Dios,
porque su misma forma absoluta y necesaria hace
imposible toda subordinación.
37. Todavía más; aun prescindiendo de la exis­
tencia de Dios, o suponiendo que Dios no existe, los
tipos ideales de cada perfección subsisteu para nos­
otros de igual manera. Lo verdadero, lo bueno, lo jus­
to, etc., aparecen ante el espíritu mediante la idea co­
mo algo necesario y absoluto, lo mismo para el que
admite la existencia de Dios, que para el ateo que
la niega. De donde se sigue que eí ser necesario de
la idea ni quita ni pono nada en orden a demostrar
la existencia de Dios. Su necesidad intrínseca si al­
- S i ­
go probase, probaría demasiado, porque probaría
que aun negando la existencia del Ser supremo, que­
da subsistente la existencia de la necesidad intriu-
seca de las ideas, y por lo tanto que éstas tienen
ser independiente de Dios; con lo cual la existencia
de Dios quedaría sin probar, y supeditada al ser su­
perior de las ideas.
El ser necesario, pues, que aparece en la idea,
no es más que la propiedad intrínseca del acto cog­
noscitivo, por el cual de las percepciones singulares
el entendimiento se eleva a la concepción universal,
donde aparece la necesidad, la inmutabilidad, etc.,
de la perfección abstracta, aunque su concepto sea
originado por los diversos grados que de hecho
ofrecen los entes concretos.
La equivocación está aquí en convertir en tipo
real y objetivo, lo que no pasa do ser sujetivo e
ideal, inseparablemente unido a la inteligencia don­
de se produce, y que por consiguiente sólo prueba la
existencia del entendimiento que informa. Por eso
ningún tipo ideal como absoluto y necesario reclama
la acción directa do Dios para ser formado, ni por lo
mismo puede servir para demostrar sn existencia.
38. Acabamos de estudiar el argumento peca-
liar de P latón, y sus A griantes, dentro de las exigen­
cias del sistema; y hemos visto también que sus defi­
ciencias son las mismas que afectan al cuerpo de su
doctrina. Mas P latón no desecha en absoluto otras
pruebas de la existencia de Dios, atraque ellas apa­
rezcan como complementarias, y siempre informadas
del espíritu general do su teoría ideológica. Así re ­
produce haciéndolos más viables, razonamientos do
— 62 —
otras escuelas anteriores, eu especial de A u a x á g o -
b a s (y en parte de S ó c b a t e s ) sobre la existencia de

un primer Principio, en cuanto motor, ordenador,


y razón final del mundo.
En las Leyes (1,10) y en el Fedón (227) presen­
ta y expone el argumento del movimiento, (activi­
dad operativa), cuyo resumen es: todo lo qne es mo­
vido por otro no tiene en sf el principio de su movi­
miento; y si en un momento dejase de ser movido, do
existiendo algo que se mueva a sí mismo, cesaría
toda mudanza, y el movimiento sería absurdo. Si
pues existe algo que os movido por otro, como son los
cuerpos, es necesario que algo se mueva a sí mismo.
Esto que se mueve a si mismo es un principio auími-
co universal que determina el dinamismo de la mate­
ria. E informando este principio cósmico de virtud
ideal, hállase el Priucipio inmóvil, la. Idea vivifica­
dora y ordenadora de las existencias finitas.
El razonamiento- está, como se ve, impregnado
del dinamismo de la Idea, y subordinado por tanto
al proceso dialéctico de la teoría, sia la cual, la fór­
mula como aparece, pierde todo su valor.
39. Fuera de esto, la tesis que así niega toda
actividad a la materia en cuanto materia, además de
ser falsa, destruye la argumentación que se pretendo
formular. Porque si algo se ha de probar mediante
el movimiento de la materia, es que existe un prin­
cipio distinto de ella que es causa del movimiento
que es propio de la misma. Pero si se dice que éste
no es propio de los cuerpos, o se lu de concluir que
la causa dol movimiento so muestra a sí misma como
distinta, del elemento movido, o es una petición de
— 53 —

principio afirmar que el movimiento no es natural a


la materia.
Añádese que P latón admite múltiples principios
de movimiento (además del alma del mundo, los es­
píritus motores de cada uno de los astros), (1) los
cuales, según su doctrina se mueven a sf mismos.
Por consiguiente, ni el ser principio de movimiento
prueba el Ser supremo, puesto que no le es exclusi­
vo, ni el argumento del movimiento pudiera condu­
cir más allá del primer motor inmediato y relativo a
la cosa movida, quedando así la existencia de Dios
sin demostrar.
40. Otro argumento platónico es el del orden del
mundo, y de la sucesión en los seres (2), que recla­
man una mente rectora del Universo. «Omnes sa­
pientes, qui vere se extoüunt, eonseutiuut intellec-
tum esse coeli terrpeque regem».
Esa mente ordenadora del mundo no es otra que
la idea objetiva en sus jerarquías presidiendo a la
constitución cósmica (alma y vida del universo). De
suerte que deutro de la tesis platónica sólo lleva el
argumento a la existencia de la idea tipo, no a la
del Principio supremo, puesto más allá de toda idea
y de toda demostración.
Dígase lo mismo del argumento teleológico, o sea
fundado en la razón y fin de los seres. El Bien es el
fin de toda naturaleza, la cual según el principio de
lo mejor, que decía S ócrates, selecciona y dispone
sabiamente los medios, cual si una inteligencia la

(1) De leg. I, 10.


(2 )Pileb. p , 2 7.
— 64 -

gobernase en sos actos. Y en efecto os el alma del


mundo, como participación del Bien, lo que rige y
modera el ser informe de la materia para que tienda
a la realización en st de la Idea, que e- en suma la
que obra y actúa los seres.
Se alcaaza sin -dificultad que la tesis platónica
representa na marcadísimo progreso en la forma de
demostrar la existencia de Dios. Mas no es menos
cierto que para utilizar en Teología los argumentos
mencionados es necesario desnaturalizarlos, y por lo
tanto, sustituirlos por otros; porque desde el mo­
mento en que a una prueba se le priva de la fuerza
que tieue en un sistema dado, aislándola de él, ya no
es aquella prueba, sino otra substancialmente diver­
sa, cualquiera qne sea la semejanza externa que se
mantenga entre ambas.

XI

41. Como el sistema de P latón se diferencia del


sistema de A ristó teles por sus orientaciones y pro­
cedimientos, así es diverso en ambos el camino para
las especulaciones sobre lo divino, y la manera co­
mo se proponen llegar a la Entidad suma. El dualis­
mo persistente que el platonismo introduce entre el
mundo real y el mundo ideal, subordinando en ua
tod) la inteligibilidad de aquél al dinamismo y com­
penetración de éste, hace que sea el valar puro dB
la idea lo que aparece como fundamento de toda de­
mostración de la existencia de Dios, según hemos
— 55 —

visto, si es que de a lg ia modo cabe denominar pro­


cedimiento demostrativo el que así parte do la pose­
sión intuitiva y n prior i de la verdad.
Por el contrario, la posición de A r is t ó t e l e s , que
afirma la consistencia de lo real en sí, le lleva a fun­
dar en dicha realidad antes que ea la idea el valor de
todo proceso demostrativo. Y mientras según La
doctrina de P latón laDiviuidad es principio de todo
movimiento, y tieue su acción eu las cosas mediante
las ideas que descienden a ellas para hacerlas lo que
sou, a la iuversa cu la teoría de A r is t ó t e l e s , la
Divinidad 110 interviene en el ser de las cosas, que
en si tienen su dinamismo propio, permaneciendo
como pura Inteligencia y Centro inmóvil, que es
término, en vez de principio, eu el movimiento eter­
no de los seres y del universo.
42. Ya hemos observado (v. t. IV, n. 330 sigs.)
que si bien las dos teorías a que acabamos de refe­
rirnos, dan un diverso aspecto a la interpretación
déla realidad de las cosas, están desde el punto de
vista metafísico en contacto inmediato, y eu relación
mucho más intima de lo que aparece, puesto que ni
la ¿tica de P latóh tieue valor eu la cosa a donde des­
ciende sino como tipo de su cscncia,, ui la esencia
que del fondo de las cosas s a c a A r ist ó t e le s tiene
valor sino eu cuanto es fórmula objetiva de una
idea; la idea misma que se encuentra eu la tesis pla­
tónica, sirve a la tesis aristotélica, y de alií lu. toma
A kistóteles 1, con sólo hacerla encarnación de la rea­
lidad, mientras P l a to s hace a ia realidad encarna­
ción de la idea ofreciendo análogas dificultades o in­
convenientes eu uno y otro sistema.
— 56 —
El proceso aristotélico, pues, no excluye, antes
bien exige la idealidad como factor del mundo. Mas
por cuanto esta idealidad aparece encerrada ea la
esencia indivisa de cada ser, es en esa esencia donde
ha de buscarse toda la actividad, toda la potencia,
todo el dinamismo de la naturaleza, que P latón po­
ne fuera de ella. De esta suerte el constitutivo
esencial del universo lejos de ser eu el aristotelísmo
un arquetipo que viene do Dios a las cosas, es un
principio inmanente en las cosas, en virtud del cual
se. forman, se desarrollan y mueven hacia un fin,
que no es otro sino el desenvolvimiento y expansión
de aquella actividad esencial en cada ser y en la
agrupación de todos los seres en el universo. El
mundo, pues, aparece como una concepcióu dinámica
donde todo se mueve para completarse sobre sf mis­
mo, aunque a ese movimiento preside un centro in­
móvil que es la Divinidad.
43. Y es desde este punto de vista como hay que
considerar los razonamientos aristotélicos respecto
de la existencia de Dios, que más bien son un postula­
do en la interpretación universal de las cosas, las
cuales se mueven por sí y para sí, sin que la Divini­
dad las cree ui las regule (la creación y la providencia
no son posibles en el aristotelismo), que uo entidad
personal de perfección absoluta revelada por lo mu­
dable y contingente del nnmdo. Es claro que de esta
manera la doctrina de A r ist ó t e le s acerca de la exis*
toncia de Dios, es muy diversa de la que se le a tri­
buye cuando al modo escolástico se prueba que Dios
existe por los denominados argumentos aristotélicos.
El primero de estos argumentos es el del movi­
-57 —
miento (1). «Si todo lo que se mueve es menester
que sea movido por algo, éste o es movido por otro,
o no es movido por otro; si es movido por otro, es
necesario que se dé un motor primero que uo sea
movido por otro... Porque no puede darse un proce­
so infinito cu aquello que mueve y es movido, por
cuanto eu lo infinito no hay primero». Tal es la for­
ma más sencilla del argumento, como lo propoue en
el VIII, 5 de la Física, y que reproduce eu otros lu­
gares de varias maneras.
El segundo argumento se funda en el acto y po­
tencia (2). El acto precede témpora vel natura a la
potencia. La potencia se hace ente eu acto por el
acto existente, como el hombre por el hombre, el
músico por el músico, y siempre lo movido, median­
te algúu motor que ya está en acto. «Luego a la
potencia corresponde un acto supremo, y al movi­
miento uu motor en acto, que es necesario sea in­
móvil, para que no esté de ningún modo en potencia.
El tercer argumento es el de la finalidad (3).
Los seres que no conocen el fin no tienden a él sino
dirigidos por quien lo conoce; luego es necesario
que la naturaleza que obra por un fin sea ordenada
a él por alguien que lo ha prefijado y puede hacer tal
ordenación, que es el Ente primero.
Los demás razonamientos que suelen atribuirse

(1) P hys. n , 1; ¡d. V III, 1 , 4 , 5 y 6.


(2) Metaph. IX , 8.
(3) P hys. II, 8; M otnph. X II, 10.
- 68 —

a A r ist ó t e le s s o b re la m a te r i a , udos so n d e r i v a c io ­
n e s d e é s t o s , q u e t r a e e l E s t a g ir it a , o tr o s no s o n d e
A r ist ó t e le s ( 1 ) .
44. Para poder apreciar el valor de estas prue­
bas en sentido aristotélico y eu sentido teológico,
basta observar además de lo dicho, y completando
aquellos conceptos:
1.° A r i s t ó t k l e s de conformidad con las ideas
expuestas no admito un Ente supremo como causa
eficiente del mundo, sino que declara increada y
eterna la materia (2), como es eterno e increado pa­
ra él el movimiento y el tiempo. El primer principio,
írpüTov wvoBv, no es motor primero en cuanto co­
munica al mundo el diuamismo de su acción supre­
ma; lo es tan sólo en cuanto constituye un cen­
tro absolutamente inmóvil a donde tiende necesa­
riamente el Universo, aspirando a su propia per­
fección, a la manera que el alma es movida y atraí­
da por el bien o por lo bello, sin que ni el bien ni la
belleza ejerzan causalidad eficiente alguna en el es­
píritu. Es el mundo el que va al principio supremo,
como a su finalidad, no es el principio supremo el

(1) (Sdiol. in A ris t., De Coelo) a t r i b u y e al Es-


S im p l ic io
ta q ir itaun argum ento a u ilo g c a.1 do los (¡ r a d o n platónicos que
figuraba- en una de sns obras perdidas. «G eneratim , in qtribus
est nliquid m elius, in his, esc aliquiel etiam optiiuum . Quoninm
ig ita r est in entibas al íud alio mBlIhisi, est proinde al i quid etiam
optim um , quod quidem e rit ¡psniu divinum s. L a prueba que
adnee C ic e r ó n (De u&t. deor. II, 37) en fav o r de la existencia,
de D ios, como tom nda de A r is t ó t e l e s , es un a Ampliación del a r ­
gum ento teleológico señalado.
(2) M etaph. X II, 8; Pliys. V III, I ; De coelo, I, 9.
— Sa­
que viene a l mundo coa su eficiencia,; pues coaio es­
cribe el E s t a g ie iia , é s te m u e v e a l Universo ta n sóla
por lo atractivo de su perfección (1).
2.® A r istó teles q u e p o r e x c lu ir u u a s e r ie n o
o rd e n a d a , s iti f in a lid a d , e in i n te l ig ib l e e n el c o n ju n to

(1 ) De generat. et corrupt. I , 6 . S o b r e e l m is m o c o n c e p -
t o f ó r r e n l a s n a r g u m e n t a c i ó n A t u s t ó i e l e s e n ln M e t a f í s i c a . D a d o
e s to , se a lc a n z a p o r q u é e n la te o r ía a r is to té lic a no c a b e n n Crea­
dor, s in o u u s im p lo principio ordenador ( l a m ateria n o t i e n e
o r ig e n , sin o l a form a e n c u a n t o a c t u a c i ó n d e l a p o t e n c i a e v o l u ­
t i v a e n lft m a t e r i a ) . T o d o m o v i m ie n t o o t r a n s i t o — x ív y js is — ( f r a ­
se d e v a rio s e n tid o en A r i s t ó t e l e s ) de p o te n c ia lid a d a l a c to ,
« s d e te r m in a d o p o r u n a c to p r im e r o q u e p r e s id e a la s f o r m a s d e
lo m u d a b l e , c o m o l o e s p r e s a n l a s y a c i t a d a s p a l a b r a s : á í i y a p £*■
t o ü 8 u v á |ie t 3 v x o g Y Í y v t t a i t ó é v s p f s í ^ 5v u n o Evepystcp ó v t o j (L íe -
ta p h X I , 8 ) . E s t a t r á n s i t o n i e n lo s s e r e s p a r t i c u l a r e s n i e n l a e n ­
t i d a d d e l u n i v e r s o lin c e q u e a l g o p a s e d e I r nada ni Mr, s in o d e
u n e s t a d o d e la m a t e r i a a u u a n u e ^ a f o r m a , o ra sea re s u lta n te
d e l m o v i m i e n t o e n s e n t i d o f í s i c o , o r a e n s e n t i d o te l e o l ó g i c o , o d o
a s p i r a c i ó n i n t e r n a d e l a n a t u r a l e z a . A s í e l p r i m e r M o to r — n p ñ -
xov w v o ü v — es se g ú n A m s t. p o r a s v s p y s ta , o form a p u ra , que
p re s id e a to d a s la s form as, p o rq u e si a s i n o fu e se e s ta r ía , com o
t o d a m a t e r i a e n c o n d ic ió n e v o l u t i v a p a r a n u e s t r a s f o rm a s (x á z t
í]v s iv a i oüv, UXijv x ¿ jtp ü T O V év-.éXé/'.ct. Y“ p ). D io s , p u e s , y a
q u e n o p rin c ip io d e la m a te r ia , e s f u e n te d o s u s m a n ife s ta c io n e s ,
to d o p e u s a m i e n t o , a c tiv id a d y v id a , s iu p r i n c i p i o ; í¡ y á p voü
S'iépyeia. guyií... S u t e síu-f] x a í a iib v a iiv s /T ig xtei ¿ Í S l ó ; S n á p x e t
S-eñ.
P a r a e l p e n s a m i e n t o g e n e r a l d e A k l s t ó i e l e s , incluso e l a s p e e »
to te o ló g ic o , y p re s c in d ie n d o de los in c o n ta b le s tr a t a d o s e s p e c ia ­
le s , a d e m is do los a n tig u o s oscoli& stns (C . Schotien A r is i.,
peripai. quibtts arUlolel.
d b B b a n d ip ) v . P a t b i c i i , D í í c u s s .
phiiosopk. universa , hist. atque dogmata, etc . deciarantur;
C b a s s o i i i , Jnstit. in unió. Arist. p/iilos.: y con m e jo r c r ític a ,
F . B i e s e , Die Phitosuph. des Arist.-, B u a n d i s , A risio t., ati­
ne A k a d e n , Zeit<¡en\ Z e l l b r , A risi, e t c . ; U e o e r w e ü , A ristó ­
— 60 —
universal del movimiento en los seres, declara que
es necesario detenerse, otí¡v«i, y establece un
Principio inmóvil, no reconoce sin embargo prin­
cipio ni fia en el movimiento del uuiverso, una vez
subordinado a ese Centro inmóvil, ni en la serie de
causas y efectos que lo integran, sosteniendo que la
materia es eterna como el movimiento en ella. El
problema medioeval de si es posible uu mundo é/er-
no y creado es en este punto el símbolo de las for­
zadas adaptaciones intentadas entre la tesis aristo­
télica sobre Dios, y la tesis cristiana.
45. Desde este punto de vista, pues, en que se
revela la teoría del movimiento eu su aspecto melafi-
sico, la teoría aristotélica del motor y del móvil no
responde a la prueba que se ¡atonta, y aun puede
decirse verdaderamente opuesta al uso que de ella
se hace, cuando se invoca para demostrar la exis­
tencia del Ser supremo como cansa del universo y
<le todo movimiento en él.
El movimiento (xívrjois) en la doctrina de A r i s ­
t ó t e l e s no sólo no lleva a Dios como fuente del
mundo, sino que aparta de él, y exige intrínseca­
mente la materia increada como base para realizar
el tránsito de la potencia al acto, o como acto quB
es base de la potencialidad movible; « e l y á p ¿ x -to s
iirtáiií'. 0VTO5 yÍYvexai tc Sv teó Svtog.

tele s , ctc. S o b re fu o rie n ta c ió n te o ló g ic a d a A r i b i . si b ien ni con


i g u a l c r ite rio y a c ie r to , ni son el m ism o v a lo r c ie n tífic o , v . V a t s r ,
Vindicinc tkeoL Arist-\ Simóm, De deo aristotol.; R eikhold,
A rist. ttwol. contra hegatian, intfírpret K ym, Dio Go-
tteslchrcd. A n s í.; R einhold, D arstcliung des A rist. Gottes
vegriffs., ele .
— 61 —

3.° Por cnanto la razón aristotélica del movi­


miento ¡está, en la aspiración intima de la naturaleza
a su evolución perfectiva, el Motor inmóvil no puede
ser más según queda dicho, que un centro regulador
de esa aspiración evolutiva en torno del cual se des­
envuelve el mundo. De donde resulta que al trans­
formar dicha fuente interna de movimiento para
trasladarla a un Motor externo a la naturaleza, ,no
sólo se quebranta la tesis aristotélica, sino que se
invierte sil doctrina, convertida en ocasionalismo pu­
ro; porque si el movimiento que según A r i s t ó t e l e s .
está en el dinamismo de la naturaleza se coloca en
un agente externo a ella, la naturaleza, no existe
como principio de acción, y no puede ya tener más
acto que el dado por otro. Es más; el mismo Motor
inmóvil desaparece según la concepción aristotélica
como Ser trascendente, porque no iiuede ser tras­
cendente respecto del mundo, sino que al contrario
debe ser can íntimo a éste como lo son el acto y la
potencia en cada orden de cosas.
Eu esa posición contradictoria encuéntrase de al­
gún modo el mismo A r istó teles al hacer de Dios im
ser absolutamente inmóvil, pura forma, unasvTsXé-
xewx, donde no cabe potencia para uada, ni acción de
ningúu genero, infinitamente distanciado de la mate­
ria y del universo, y sin embargo convertirlo con su
doctrina del movimiento y su cmlro, en un elemeto
parcial del mundo, tan intriuseco a éste como intrín­
seca es en él la correspondencia de potencia y acto,
que no pueden menos de ser del mismo orden y do la
misma naturaleza.
4.° Además del aspecto metafísico a risto té ­
- 62 —

lico del movimiento, existe otro físico o mecánico


e a q u e A r ist ó t e le s traduce la influencia mutua d e
los agentes del Universo. En este sentido, también
utilizado, la aserción aristotélica «todo lo q u e se
mueve es movido por otro» dista mucho de ser un
axioma aplicable a todos los seres con carácter tras­
cendente, Y no sólo 110 se requiere distinción real en­
tre lo que mueve y lo q u e es movido, sino q u e ni aun
es necesaria distinción de facultades en el mismo se­
moviente para ser movido y motor al mismo tiempo,
según oportunamente habremos de ver.
Sin embargo esta interpretación mecánica del
movimiento fué la que dió base a la primera utili­
zación de! argumento del motor y del móvil en la
teología, formulado por los comentadores árabes de
A r is t ó t e l e s , y luego empleado por los escolásticos
con S t o . T omás, si bien entre ellos no faltaron quie­
nes como E scoto y S u á k e z , hicieron constar sus re­
paros, aun sin penetrar en la contextura íntima de
la doctrina aristotélica, como vamos examinándola.
5.° Se ve por lo expuesto como el p“rimer mo­
tor en A ristóteles no es la razón y principio del uni­
verso; ni igual que en su doctrina la existencia y
movimiento del universo no tiene su principio y ra*
zón en dicho motor primero, aunque esto se requie­
ra para explicar aquel movimiento. Del mismo modo
tampoco puede ofrecer la doctrina aristotélica razón
sólida apoyada en esa teoría para demostrar que el
motor primsro ha de ser acto puro.
Pretende, en efecto, A ristóteles fundar la ne­
cesidad del motor en acto en la singular razón de
que el tiempo uo pudo tener comionzo; porquo on
- 63 —

cualquier momento en quo se conciba el tiempo no


se concibe sin instantes que precedan, como un an­
tes y después; y como el tiempo exige el movimiento,
síguese que el movimiento es eterno. El movimiento
eterno exige una actividad igualmente eterna, que re­
quiere tenga su suprema expresión inmóvil en el acto
supremo del primer motor; luego existe un motor
siempre en acto.
46. Desde luego que la tesis de la existencia de
un tiempo eterno es uo sólo gratuita sino contradicto­
ria siempre que la eternidad se tome en su legítimo
sentido. Pero además la razón que da A ristóteles en
favor de sil tesis no es digna de su ingenio. Conce­
bir un antes o un después respecto de cualquier ins­
tante, no equivale a hacer existente ni el antes ni el
después, sino tan sólo a reconocer una posibilidad
de duración, o un tiempo posible, que no es nada
real.
Por otra parte lejos de que quepa argüir por el
tiempo sobre el movimiento, hay que proceder a la
inversa; por cuanto el tiempo depende del movimien­
to y no al contrario. Según la doctrina del mismo
A r ist ó t e le s el tiempo no es nada e n sí, sino la pura
duración de las cosas; y si las cosas pueden comen­
zar y acabar, lo lógico es coucluir que el tiempo aca­
ba y comienza con ellas.
Aun dado que el movimiento y el tiempo fuesen
eternos, de ahí sólo se seguirá que la actividad o
el dinamismo que produce el movimiento debe ser
eterno, como la materia que iuforma; mas no que
haya un principio substancial distinto del mundo
cuya esencia sea el acto puro. Tanto menos cuanto,
-6 4 —

según lo antes expuesto, ese principio en acto so es


para A r ist ó t e le s causa eficiente n i del mundo ni del
movimiento. Ciertamente que si el tiempo o el mo­
vimiento eternos condujesen a un ente supremo en
acto, de igual manera tenían que conducir sin supo­
nerlos eternos, y sólo por ser movimiento o tiempo.
47. Por lo demás, la tesis aristotélica aparece
frecuentemente quebrantada por otras aserciones del
E s t a g i r i t a . Eusefia A r i s t ó t e l e s que el cielo y los
astros son movidos cada uuo por su motor diferente.
Estos motores son también inmóviles, inmateriales,
simples, inteligentes y únicos en su respectiva es­
pecie.
De donde resulta que ni Dios es el ú q íc o motor
inmóvil, ni es supremo motor; por cuanto ninguno
de los dichos motores particulares puede depeuder
de Dios ni en su ser ni en su obrar. No en su ser,
porque no son creados, puesto qne A r i s t ó t e l e s uo
admite la creación (1); no en su obrar, ya porque
A r i s t ó t e l e s no admite providencia en el motor pri­
mero, ya porque los motores particulares son inmó­
viles como el primer motor, y no pueden ser objeto
determinable a cosa alguna; son acto puro, tan aje­
nos a la potencia y a ser movidos, como a ser mate­
ria y uo pura forma; en lina palabra, uo son *ív«jjus»
Sino SvépYEwt (‘2).

(1) S to . T o á is h a b itu a l m en te am p lio a i n d u lg e n te con


A r i s t ó t e l e s , p ie n s a q u e los m o to re s p a r ti c u la r e s so n en lil doc­
tr i n a del E s t a g ib it a ángeles c re a d o s p o r D ioa. C osus a m b a s biou
jijen a s a l a m e u te y a In l e t r a d e a q u e l filósofo.
(2 ) L a d o c tr in a d e Ar is t ó t e l e s so b re e s te p u n to lle v a a ju z -
- 65 —
De esto se sigue que ni el acto puro de un su­
premo motor iumóvil es en rigor necesario, según
la doctrina aristotélica, para el movimiento en la
materia, ni este movimiento podría conducir a dicho
motor supremo, sino al motor inmóvil peculiar a ca­
da ente que se mueve.
6.° La teoría del aclo y do la potemún en A r i s ­
t ó t e l e s aplicada a la Divinidad, tiene el mismo ca­
rácter que la del motor y del móvil, cuando se tra ­
ta de probar la existeucia del motor primero. Las
observaciones, pues, que henius hecho acerca de di­
cho punto son igualmente válidas respecto de la
potencia y acto, que no es sino la forma abstracta
del argumento del motor y del móvil.
7 .° A r i s t ó t e l e s haciendo de Dios forma pura,
lo identifica con el peusaraieuto puro, donde sujeto
y objeto de intelección son una misma cosa; «son
como dos puutos, dice en la Metiif., que do pueden
tocarse sin confundirse». Por esto mismo niega
A r i s t ó t e l e s que la Divinidad pueda conocer el mun­
do ui cosa alguna fuera de sí; porque entonces su­
jeto y objeto del conocimiento no serían idénticos,
y la perfección de Dios dependería de lo que no es
Dios, dejando éste de ser acto puro (1).

g a r que no adm itía potencialidad mAs qne cu los compuestos


(lo m a t e r ia y form a, o sea en I 03 cuerpos. P o r aso de la privación
de ln m ate ria en Jos sores espirituales concluye rjuc son inm or­
tale s y acto puro. ’E t . t o í v j v T a ú x x í Ssí oficia; s t v a i ó ív s u
’A íílous Y&p Eéí, s 'z s p ye n a l ¿tX’/.ú -.1 á tíio v . ’Evsp-fE’.^ 4 ? a
(MeUpli. XII, 6).
(1 ) Quiere S t o . T o m á s q u e Ja doctrina de A r i s t ó t e l e s no
significa negación t i d conocitüiculo divino tía la s t o s a s del n iiiti-
-66 —
De esta suerte, y por cnanto el motor supremo
no conoce nada ad extra y es acto inmóvil, tampo­
co tiene operación alguna ad extra. Mueve el «pri­
mer cielo» (1) según A r i s t ó t e l e s , pero no como
causa eficiente. sino como fie hacia el cual va el uni­
verso, de la manera atrás expuesta.
De conformidad con esto, la finalidad y orden de
los seres en sentido aristotélico, no exige la exis­
tencia de una inteligencia suprema, ni prueba cosa
alguna en favor de ella, siendo como es del todo
ajena al gobierno del mundo.

48. De lo expuesto resulta como consecuencia


importante, que si bien los argumentos de P l a t ó n y
los de A r i s t ó t e l e s en favor de la existencia de Dios
representan muy señalado progreso científico sobre
las teorías precedentes, ni unos ui otros son utiliza-
bles conservando ea ellos el carácter de sistema qne
representan. Y si se despojan de su valor sistemáti­
co y fuerza dialéctica qne preside a las teorías res­
pectivas, no pueden decirse ya argumentos de P l a ­
t ó n y A r i s t ó t e l e s , sino razonamientos peculiares

d o , bíuo s im p le m e n te q u e éstfm no c o n s titu y e n e l o b je to fo rm a


d e l e n te n d im ie n to d e D io s. N o sólo no s e h a l l a en A r is t ó t e l e s in ­
d icio alg n r.o d e e s t a d o c tr in a , sino q u e e lla e s t á en opo sició n con
e l co n ju n to d e s u s p rin c ip io s y a s e v e ra c io n e s .
(1) M etaph. X I I .7 .
-6 7 —

de los que los formulan, sobre A ristóteles y P la ­


tón ; son piezas dislocadas del edificio doctrinal de
é sto s, objeto de adaptaciones las más diversas en
muchas escuelas posteriores.
Lo que prevalece sin embargo como característi­
ca de las escuelas platónica y aristotélica, y al mis­
mo tiempo es punto fundamental en la evolución de
las pruebas de la existencia de Dios, es la teoría
general de potencia y acto, cuya distinción definida
aparece por vez primera en la filosofía griega, con
la escuela socrática.
P latón y A ristóteles son los representantes de
dicha doctrina, que es la base de la teoría del motor
y del móvil cu sus varias adaptaciones aplicada a la
demostración de la existencia de Dios.
Mas sobre todo, y ampliando la aplicación de su
tesis de potencia y acto en la interpretación ile lo
real, P latón y A ristóteles colocáronse en un térmi­
no medio cutre los extremos de H eráclito y P armé-
nides acerca de la naturaleza de ios seres y lo que en
ellos expresa el movimiento. El primero de éstos
segúu lo dicho, negando todo acto, toda estabilidad
de naturaleza, Inicia del movimiento, como perpetuo
fieri, la naturaleza de las cosas. El segundo negan­
do todo fi'iii en los seres, excluía todo movimiento
y toda potencialidad eu ellos. H eráclito excluía el
elemento estático, y negaba el acto en los seres;
P arménides negaba el elemento dinámico y excluía
la potencia.
49 . La escuela socrática trata de conciliar am­
bos extremos distinguiendo una parte estable y una
parte inestable en las cosas, con lo cual ni todo es
— 68 -

acto puro ni todo es fieri puro; sino que acto y po­


tencia entran en la naturaleza como factores do la
realidad y de sus transform aciones, y como g en era­
dores necesarios del movimiento con el cual algo que­
da y algo aparece o desaparece en todo lo que cambia
o se produce.
L a teoría en su misma indeterminación y vague­
dad, perm ite m últiples aplicaciones concretas, que
pueden ser o uo sostenibles, pero que caben dentro de
aquella. En esa tesis encuentra en efecto, su base
la teoría de ¡a materia y forma; la de la esencia inmu­
table, y de los singulares mudables; la teoría de los
universales y de su individuación concreta, y de
todo, en una palabra, lo que supone conciliación en
la altern ativ a en tre el ser y no ser en una misma
realidad, dentro de la escuela platónica y de la a ris­
totélica.
50. Pero si bien la escuela socrática está con­
forme en señalar la potencia y aclo como intermedio
con que. ev itar las dificultades de escuelas extrem as
indicadas, no así está conforme en l¡i manera de ex­
plicarlos, ni de aplicarlos.
En el concepto aristotélico del movimiento p re ­
domina el aspecto mecánico y de aplicación directa a
los entes en cuanto informados de nuiicria (los entes
intelectuales hemos visto que son inmóviles para el
E s ta g ir ita . El movimiento en el platonismo comien­
za por ser propio de los en tes en cnanto informados
por la idea; que por eso los actos cognoscitivos y
volitivos son propiam ente movimientos. Así es quo
el movimiento según P la tó n , no nace de la m ateria,
siuo del principio anímico universal que la informa,
— 69 —
y que m oviéndose a si mismo, mueve tam bién los
cuerpos. Por el contrario, según A ristóteles , el mo­
vim iento es originario y propio de la m ateria, aun­
que le sirva de centro para el desenvolvim iento de
la actividad m otriz, el ente espiritual e inm óvil que
preside a la evolución de dicha energía (1 ).
Concretándonos al aclo y potencia el platonismo
y el aristotelismo proceden en dirección inversa. En
«1 platonismo el acto es determinado por la idea
que viene a constituir la cosa por un proceso dia­
léctico que es a la vez lógico y ontológico; y la po­
tencia no es más que la posible participación de la
idea, única capaz de hacer inteligible las variaciones
del ser participante.
En el aristotolismo, por el contrario, el acto es
principio de la idea, como esencia que por lo mismo
no constituye la cosa, sioo que la supono constitui­
da por el ser intrínseco de esa esencia colocada en
un intermedio no definible entre lo real y lo ideal.
La potencia es la posible participación del acto se­
gún el ser de una esencia ya actuada. Dígase otro
tanto de la aplicación de la teoría a los universales,
y a la constitución de los singulares, etc. donde pla­
tónicos y aristotélicos signen camino inverso, aun­
que por lados opuestos vengan a encontrarse.

51. Delineadas así en la filosofía socrática las

(1 ) T o r lo in d ic a d o a p a re c e m a n ifie s ta l a e q u iv o c ació n d e
los es c o lá s tic o s q u e d a n p o r e q n iv a le n te s l a d o c trin a d e P l a t ó n
y U d e A r i s t ó t e l e s a c e re n del m o v im ie n to com o ta m b ié n lo h a c a
S to . T o h í s (C o n tr. G eni. 1 , 1 3 ), y o tro s n i u j p o s te rio re s , e n t r e
« lío s K l e d i q e n ,P h il. d . V io rs e it, 1 . 1 , 1).
— 70 —
orientaciones para las pruebas de la D ivinidad, no por
eso ha cambiado entoaces el concepto de lo infinito
en la noción del ente prim ero, el cual por lo mismo
que tiende en P l a t ó n y A r i s t ó t e l e s a constituirse en
personalidad trascendente, ha de excluir de manera
más definida lailim itación confusa, el fate’-pov, que aun
en las escuelas do que tratam o s continúa siendo
opuesto al orden do las cosas constituidas. Es así co­
mo concibe P l a t ó n lo infinito ya por grandoz:i ya, por
pequenez (las dos formas infinitas que dicho filósofo
propone), base y m ateria indeterm inada general así
del orden en el número, como del orden eu las
¿cicas, y mediaute ellas eu las cosas, que para ser
ordenadas no han de ser innumerables, han de ser
concebibles j finitas. L a noción platónica de lo in ­
finito tiene sin embargo dentro del tipo geueral
helénico, su característica peculiar; y es quo apare­
ce distribuido, sin perder su carácter amorfo, en se ­
ries o categorías diversas, cual si fuese la m ateria
preexistente donde deben modelarse los sores con­
cretos o sus atributos. Así lo infinito en el número
no está en la adición de unidades tratáudose de lo
infinitam ente grande, ni eu la disminución de ele­
mentos Lratáudose de lo infinitam ente pequeño; sino
ón una noción generalizada de la cantidad n u m éri­
ca, que recuerda la base de la teoría de lo contíuuo
en las matem áticas actuales, y que P l a t ó n hace co­
mo el fondo generador de los números concretos (1).

(1 ) E s t a d o c trin a sin e m b a rg o y com o se vo p o r lo q u e d e ­


cim os a c o n tin u a c ió n , no es u n a t e o r í a ni e x c lu siv a ni d ir e c ta m e n ­
t e m a te m á tic a , a u n q u e otra. cosa, p ie n s e n a lg u n o s , e n t r e ellos.
- 71 —

52. Lo que sucede cou lo infinito eu orden al


número, acontece con lo infinito en orden a las cosas
numerables sensibles. L¡i materia platónica es en si
indefinible y elemento primordial infinito, que me­
diante las determinaciones impresas por la idea se
hace inteligible, determinado y por lo tanto finito.
La relación entre la materia presupuesta infinita, y
la cosa ordenada y liuita, es la misma que existe
entre la cantidad pura numerable, y los números
que representan las cosas eri cou ere to numeradas.
Pero todavía la noción de aquel infinido caótico
va más allá, y alcanza al mundo inteligible donde
parece oo debiera reinar más que la plenitud del or-
deu. Y en efecto en las ideas como inteligibles im­
pera esa razón de orden y de medida que excluye la
infinidad aludida; poro ellas aparecen elaboradas so­
bre un fondo abstracto indefinible e infinito que
constituyo sil fase de origen y hace tengan entre
sí un primordial parentesco. Existe, pues, una
malcría primordial d t las itlms (1), como exista
una materia primordial do las cosas, en cuyos ámbi­
tos se realiza la infinidad amorfa, por ausencia
de toda determinación, mientras ésta uo le sobrevie-

A ru o ld R cy iü o n tl (Logiqae ni Aíxt/wriia/tqucs, c. 2 ), sino u n a


Tase do su t e o r í a g e n e r a l filosófica de lo in fin ito . lío b re Jas a p li"
cftcioncs m a te m á tic a s d e la s d o c trin a s n liiiü á n s le P la tó n , r . a d e -
oiá.3 d e Reyinond, ob. c it ., M ilhiiiul, Les philosophe* qóamé-
¿res du la fjrürtr, Ko'oin. La tkeorie pUUonicnna des Idées
el dei nombres d'aprás Arisi-dü; e tc .
(1) Ya Heinze hubo de significar este concepto ocupándose
del &K£ipov platónico como elem ento interno no tneuo.s en la subs­
tancia de los sores m ateriales que eu la de las m ismas irlens.
— 72 —

na ya mediaute el tipo ideal respecivo, ea el mundo


de las ideas, ya mediante la encarnación de la idea-
tipo en el mundo de las cosas.
53. Todo, pues, resulta asi constituido en el
platonismo (y es observación muy de tener en cuenta)
por dos factores, supremos, lo infinito y lo finito, que
están en contacto perdurable como el fieri y el esse de
las cosas y de Lis ideas. El ser mismo de la Divini­
dad, el Bieu e Idea suprema, está de una parte puesta
fuera do toda categoría do lo inteligible, y ea con­
tacto. por abstracción, con el fieri o devenir de lo
infinito, mientras de otra parte y relii'¡endose al o r­
den de las ideas como inteligibles, presido ea lo
trascendente, a toda inteligibilidad, a todo orden, y
a la escala universal de lo finito o determinado, se­
gún la concepción helénica.
La doctrina de A r i s t ó t e l e s , sobre lo infinito,
diferenciase ciertamente ile la de P l a t ó n eu lo que
se refiere a su origen y a su modo de interpretarlo,
singularmente aplicado a los problemas matemáticos
y geométricos (en lo cual llévale reconocidas venta­
jas P l a t ó n ) ; mas la diferencia desaparece cuando se
trata do la naturaleza en si de lo infinito, que es en
uno y otro igualmente caracterizada por la indeter­
minación da sus constitutivos.
Juzga ciertamente laudable A ristóteles que hu­
biese quienes hicieron de lo infinito principio del
ser; por cuanto uo pudieudo lo infinito ser hecho
por nadie, es lógico que sea él principio de todo lo
demás. Esta tesis es en el fondo la misma de P latón,
pues según lo dicho, hace,ésto de lo infinito (amorfo)
principio ds las ideas y de las cosas, sosteniendo así
-7 3 —

la prioridad de lo infinito como materia de elabora­


ciones ordenadas y finitas; si bien ello dista inmensa­
mente del coacepto de nuestro infinito, y más aun
en el sentido de un infinito personal, fuente de las
existencias, a donde tampoco llega el E s t a g i r i t a .. La
tesis platónica es también de A r i s t ó t e l e s . aunque
la formulo de diversa manera. Nos advierte éste, en
efecto, que los filósofos que hacen de lo infinito prin­
cipio de las cosas, le dan carácter de substancia (i);
y A r i s t ó t e l e s lo considera no como substancia sino
como un acállenle derivado de Ja cantidad. Mas este
accidente origina una modalidad primordial en orden
a la constitución de los seres, por cuanto es a modo
de potencia para el ser, corno la materia, que 110
existe en concreto sino mediante la forma, y es apta
para revestir innumerables formas, sin que en sí
tenga ser alguno. Por eso advierte A k i s t ó t e l e s que
lo infinito es «todo lo contrario de lo que dicen los
filósofos» (o que piensa A r i s t ó t e l e s decían éstos);
porque no es en modo alguno aquello fuera de lo
cual no existe nada, sino que es aquello fuera de lo
cual existe siempre algo.» Es decir, que supuesta
la condición potencial de lo infinito para convertirse
en algo real, siempre existe fuera de él todo cuanto

(1) E l filósofo d e E s t a g i r a no dudo, « firm a r q u e A n a íim a n -


dbo y d e m í .5 filósofos d e s u e s c u e la , e n s a ñ a ro n q u e lo inQ nito,
p rin c ip io d e la s c o s a s , e r a lo d iv in o . A u n q u e a ln noción a n t i ­
g u a de lo A b s o lu to (e q u iv a le n te a lo d iv in o ) se a j u s t a la iu d e te r »
m inucióu d e lo in fin ito , u in g ú n te x to e x is te , sin e m b a rg o , q u e j u s ­
tifique esn id e n tific a c ió n , q u e m ás bien p a r e c e s e r u n a i n t e r p r e t a ­
ción arislotiM icii. p a r tie n d o d e q u e la D iv in id a d a p a re c e en A s a x i-
k a h d h o como a m o rf a ,y p rin c ip ia d e la s fo rm a s d e la fin ito .
— 74 -

es en aclo, como cosa concreta y fiuita. Por eso aña*


de A ristóteles que si bien lo infinito envuelve todas
las cosas como nu grau todo, es uii error «hacer do
lo infinito el continente y no el contenido.» Conte­
nido en efecto, como los elementos potenciales se
contienen eu la realidad actuada, y la malaria en
su forma. Pero que a la vez puede considerarse co­
mo contimnle, porque según esa teoría, tío existe
realidad que no resulte do ese factor iufiuito pre­
existente, viniendo de esa suerte comprendido y
abarcado por él, como también la forma que deter­
mina una materia, ha de brotar de ella y originarse
en ésta.
Son, pues, esas dos maneras de considerar lo in­
finito, variantes de uu mismo tipo fundamental, de
entidad imperfecta, y elemento actuableen los seres
al constituirse según su forma peculiar (ordenada y
por tanto finitaI en sus respectivas categorías.
54. Aparece, pues, una vez más manifiesto que
el infinito helénico es incompatible con la idea de Dios
personal. El ótrasipov, es el fondo vago c indefinible
que sirve para traducir eu fórmula la multiplicidad
sin principio determinable, ni fin cognoscible de las
evoluciones en los seres, como razón y base de su po­
sibilidad y de su devenir.
Dios, por lo tunto, no es infinito eu la toorfa de
A bistóteliís ni en la de P latón, aunque sea una
entidad trascendente, uo traducible por concepto al­
guno humano. Por el contrario, el mundo puede eu-
tra r y de hecho eutra en la categoría de lo iufiuito;
es, como enseña A ristóteles , y responde a la doctri­
na de P latón, finito en el espacio, porque ooustitu-
-7 5 ^ -
ye entidad determinada y ordenada; e infinito en el
tiempo (o mejor eu su formación evolutiva), porque
brota de un estado caótico indefinible que precede a
toda medida real e idoal; pero que eu realidad es cosa
muy diversa de lo que nosotros denominamos eterno e
infinito, y cuyos conceptos exigen siempre la pleni­
tud absoluta de perfección dentro del orden del ser.
Por lo dicho es fácil apreciar la distancia que
existe entre la mente de A ristóteles sobre los pro­
blemas que uos ocupan, vista en la contextura de su
sistema, y la misma a través de las múltiples desvia­
ciones que de su doctrina aparecen por doquier. Se
ve también cuan lejos se halla la cuestión de la posi­
bilidad o no posibilidad de un uuindo eterno tal co­
mo se formuló eu la Edad media por los filósofos
árabes y judíos, y luego por los escolásticos inter­
pretando a su modo h A kistóteles, (la tesis ñdeis-
ta de S to. Tomás sobre la necesidad de la revela­
ción para afirmar que el mundo no es eterno, de
ahí procede), y el pensamiento genuino del E stagi­
rita que no couoció lo eterno ni lo infinito al modo
como es concebido por los teólogos y filósofos me­
dioevales, e igualmente era ajeno al concepto de
creación que unos y otros sostienen.

55. Los sistemas platónico y aristotélico repre­


sentan singularmente en la materia de que tratamos,
la fase suprema cíe la especulación helénica; que por
eso se han impuesto eu tiempos posteriores, y fueron
utilizados, previa adaptación muy varia, como sabe­
mos, para la elaboración científica del sistema teo­
lógico.
- 76 —

Dos variantes doctrinales vinieron a cooperar en


las ulteriores investigaciones sobre el concepto de la
Divinidad y sn existencia. El sistema de F i l ó n , cu­
yo sincretismo de teología judaica y filosofía griega,
•es preliminar del neoplatonismo dé P l o t i n o , y del
neoplatonismo cristiano eu orden a la idea cío Dios y
de sus relaciones con los seres finitos; y la teoría
-estoica, que a su vez proporciona elementos a la doc­
trina filosófica sobre el Ser de Dios y sn acción con­
servadora de las cosas.
Huelga decir, y consta por lo atrás expuesto
(v. t. IV c. 1.° y 2.°) que la noción de lo infinito y
de Dios en el neoplatonismo plotiuiauo como en el fi-
lonismo, dista mucho de los conceptos correspondien­
tes en la teología cristiana; siquiera su influjo e in­
tervención en estos sea inuegablo.
Igual acontece con las doctrinas de la filosofía
estoica; cuya adaptación a la teología cristiana eu
los primeros tiempos, no quita que eu sí considerada
aparezca harto lejana de una fórmula consistente so­
bre lo infinito, y su expresión única adecuada, la
Divinidíid.
56. Siu duda que la escuela estoica, reprodu­
ciendo ideas de teorías que la precedieron, sostenía la
existencia de un supremo y eterno principio, Dios.
Mas no sólo la Divinidad exigía la materia como fac­
tor esencial coeteruo para la constitución de los se­
res (los dos priucipios, «p^aí, coexistentes), sino que
uno y otro eran elementos esenciales en la indivi­
dualización de cada entidad finita. Así, pues, Dios,
alma universal, nvetSua, sólo tiene entidad en cuanto
se ordena a ser el constitutivo plástico del TJuiver-
- 77 —
so; y éste eu tanto existe, en cuanto participa de la
Divinidad, que le da su valor real y sentido inteligi­
ble. El Universo es uno cou el Ser divino, el cual se
manifiesta necesariamente en las cosas, porque no-
existe ni puede existir fuera de ellas.
Desde el punto de vista cosmológico. Dios es el
calor vital que anima el Universo y se manifiesta a
su manera en cada ser; desde el punto de vista raeta-
ffsico es la razón de la existencia del mundo, que lo
ordena según su norma; desde el punto de vista éti­
co, es la regla de justicia, de premio y de castigo,,
como sanción necesaria. Todo el ideal de ta ciencia
está eu ese triple conocer humano, combinado con el
obrar de la virtud, que es el vivir según la n atura­
leza.' A^o>.oyrtup,ávos t p ú £í¡v (1); lo cual equivale a
vivir según la Divinidad que la informa.

(1) L as ideas teológicas y demíis qne A s í s t a t e l e s expone eo


l a M etafísica, son llevadas poi’ Ion estoicos, do conform idad con
s u s principios, a la F ísic a , y e s ta es elevada a la c a te g o ría su­
p re m a de las ciencias. E l de H e h í c l i t o quo constituye eL
s e r de todas lns cosas, pareció a Z e k ó n «1 concepto m ás apto p a ­
ra se rv ir do tipo a sn sistem a, y a él hubo de acom odarse en su
doctrina de panteísm o a l a vez psicológico y m ate ria lista . Dios
como queda indicado vive en la m ate ria y en nosotros; todos los
sares son participación de la D ivinidad. El alm a es nu o sp iritu
o hálito ard ie n te — rcveüna iv0ep¡iov— , que form a ’p ai'te dal a l­
ma ilul mundo, y como ella es divina y c orpórea, com puesta y pe­
re c e d e ra . C l e a k t e s y P a s e t io sostenían que e l alm a e s n a tu r a l­
mente m ortal.
Los tre s aspectos físico, m etafísico y m oral de la divinidad
estoica, a rrib a señalados, Iiállanse expuestos en el Himno de
O l e a n t e s a Zeus (en E s t o b e o , Ecl. I, 30) documento el mfts im­
portante de la teología estoica, que no es posible tra s la d a r aquí
(v. uus p a rle en Ueuekwiíg, Gasc/i. d. P kii. I). A ¿1 perteiio -
— 78-

57. La teoría estoica, sin embargo, y es esto


muy de recordar a nuestro objeto, eu combinación
con conceptos platónicos, proporcionó a la, sistemati­
zación de la teología patrística mútiples elementos,
que disgregados de la tesis pautefsta del estoicismo,
sirvieron para formular la doctrina de las relaciones
entre Dios y el mundo sobre el'influjo divino en la
conservación de las criaturas, y la eficiencia íntima
ordenadora que representaba la virtualidad univer­
sal del de tan amplia aplicación eu la concep­
ción teológica antigua.

c e n e s t o s v e r s o s s o b r e la. p r o v i d e n c i a d iv in a , q u e ta n p o c o so
c o m p a d e c e n c o n e l s is to u m p a n t e l s t a y m a t e r i a l i s t a d e l P ó r tic o :

"Ayou 8é |i ’ tí) Ze3 xa- o¿ y" ■}; Hsiipifltiévvj


" O s o : íto 9
/ &| i i v ó tji l ? t x - E x a f f i é v o s

"Üg l'pOpa.1
. y ’ Soxvos íjv 5é ni) 3-¿Xo>
l£ a y .ó g Y £v ó |i£ v í> í, o ü í á v ijxxüv “ cJjojicu .

S o b r e e l e s t o i c i s m o v . e! H i m n o J e O l e a n t e s , y lo a f r a g . d e
U ris íp o y P o s id o n io . D a to s h is tó r ic o s en C ic e r ó n , A r r u m o , S to -
b k o , D ió g . L a e r c io , P l u t a e c o , e tc , V , a s im is m o , J . L ip s io , M a ­
r i u d u c t io a d s to ia a m p tú L n s o p h .; I d . P h y s i o i o f f i a S t o é c o r .;
T . G a t a k e r i , D e d i& c ip l. s t o ic a e u m s e n tís a l i i s c o l l a t a ( e n s u
e d i c . d e A n t o n i u o ) ; F . d e Q u c v E D O .- D o c í r m a ¡ t o i c a , (o b . t . I I I ) ;
J . F . B b d k o . I n t i ’o d . ¿ n p h ilo s o p h , s t o ic a m (e o l a e d ic , d e A n t .
d e W o l l e ) ; V . H e i n e , S t o l c o r u m p a n t h e is m u s e i p r i n c . d o c t r ,
■c t h i c c c , e t c .
C A R ÍT U L O III

L o s p r in c ip io s filo só fico s do s is te m a tiz a c ió n


de la id e a c r is tia n a d e la D iv in id a d
y de s u s p r u e b a s .

S u m a r i o . A f e c t o g e n e ra l de las dos g ra n d e s ideas, el e.ntn nnln-


liffico y e l cu le ten! ójico, en la filosofía helénica. E volución ea
el con c ep to d e la D iv in id ad en sus re la cio n es con ul m undo. L as
influencias órficas a n te s y después do lo s o ríg e n e s c ris tia n o s . L a
id ea de la creación. L a coucepció» heno teísta p re c ris tia n a de
D ios. Las influencias g rie g a s en la te o ría c ris tia n a de Dios. Las
opiniones ex tre m as. C rite rio s en la m a lc r ía . T re s síntesis lilosó-
flco-teológicas p rim itiv a s. C a rá c te r d e la xinlexÍR jn d aico -h elem -
za n tc; id . (le In del gnosticism o; id . d e la c r is tia n a en sus o ríg en e s
T rip le relación del siste m a rrisLiitnu. con la sín te s is g n ó s tie a , con
la ju d a ic a , y con l a filosofía h elénica. La gnosis o rto d o x a y la
h e te ro d o x a . O ríg e n es órfinos d el gn o stic ism o . L a visión d e In
re a lid a d d iv in a y do la re a lid a d cósmica. en la gnosis h e te ro d o x a ,
y doble o rien ta ció n ¿n ó stic a eu e s te p u nió. T re s m om eutoe doc-
irin a le s eu el gn o stic ism o . S ignificación y c a rá c te r del piomeuio
fllo.sófijo. E n cu e n tro de la g n o s is o rto d o x a cou la g n o sis helero*
d o i a , y p rim ac ía d e e s ta cu la siste m atizac ió n te o ló g ica . La sín­
tesis lieléuico-judaica eu o rd e n ni s e r d e la D iv in id ad . L a tesis
de F i r j j s , sus elem entos bíblicos, plató n ico s y estoicos, y cansas
de su influcacin. en el p rim itiv o swtcmn. teológico c ris tia n o . A d a p ­
ta c ió n p la tó n ico -e sto ic a a la id ea c ris tia n a do Dios y de s in r e ­
laciones con lo finito.

X
58. Penetrando en la constitución iutiroa de los
sistem as griego s, bajo su aspecto filosóíico-teológico,
hemos v isto las oscilaciones con que se ofrece el
concepto abstracto de ser y el concepto del ser de la.
D ivin idad (el ente ontológico y el ente teológico en
bus relaciones), y hem os podido apreciar como esas
dos grandes id eas, hállanse en contacto perpetua­
mente, ora cuando se trata de interpretar la reali­
— 80 —

dad mudable y contingente, ora para interpretar la


realidad inmutable que es principio de aqcelia; ya se
reconozca una distinción inicial entre dichos concep­
tos separando así de algún modo el ser de Dios del
ser ideal abstracto, ya se compenetren en sos valo­
res deutro de la unidad inestable de lo Absoluto.
59. Hemos visto asimismo que la idea de la Divi­
nidad y do lo infinito tal como aparecen eu las escue­
las griegas hállanse harto alejadas de lo que eu la
filosofía y teología del cristiauisrao debían significar.
La suma de principios teológicos que informan di­
chas escuelas habrá de confirmar eso mismo, según
vamos a presentarla.
1.° La filosofía helénica, lo agnóstica afirma en
general el ser de la Divinidad como razón de las
existencias, y como fin de ellas, aunque no así como
principio independiente que las produce. En la época
clásica, antes por consiguiente de la época filosófica,
la Divinidad no es principio v i fin de los seres, se­
gún hemos visto al tratar de la Psicología de la
oración (t. II, c. 9, n .“ 334 siguientes); sino que lo
divino constituye un grado mis alto de lo humano,
como elemento superior del conjunto cósmico. Por
consiguiente si de hecho aparece necesario el reco­
nocimiento de su existencia, la Divinidad no explica
ni la realidad de los demás seres, ni el orden en ellos.
La dogmática del período filosófico griego da por con­
siguiente nn avance muy significado cambiando el
carácter de la Divinidad al modo dicho.
2.° Las ideas órficas, tan extrañas por su ori­
gen como por su carácter al espíritu griego, y que
sin embarga alcalizaron allí arraigo singular cou
— 81 —

aspecto moral en la época clásica (v. t . III. cit.),


perduran después en la época filosófica, y su influen­
cia religiosa se extiende a trav és de Ja filosofiia grie­
ga al prim itivo sistem a teológico cristiano. El pen­
samiento órfico de un desenvolvimiento cíclico de
las existencias, que vienen do fuente divina y deE-
pués do evolucionar en el tiempo bajo la energía
misma divina, retornan a su origen, adquiere, en
efecto, carácter teológico en las escuelas griegas, y
hace que se acentúe la idea de Dios en ellas, con la
aspiración del espíritu a descubrirlo a través de la
naturaleza. Y ese pcusamicuto, como hemos notado
antes de ahora, informa las concepciones más altas
de la filosofía helénica, desde la de H e ra c lito . y la
de los pitagóricos, prescindiendo de otras, hasta la
de los estoicos, eu que revive con la pujanza teoló­
gica que se deduce do lo que dejamos expuesto, debi­
do en buena p arte a la sistem atización que el ciclo
órfico adquiere en las teorías de P la tó n y de A ris-
t ó t e l e s ; on la del primera, donde lo divino viene m e­

diante el mundo de ¡as ideas a lo humano y a las co­


sas visibles, y éstas a sn vez vau en retom o a lo di­
vino mediante el valor e inteligibilidad que las ideas
le confiereu; y en la de A r i s t ó t e l e s , donde igualmen­
te todo lo finito se mueve por su esencia (variante
al fin de la idea platónica), y evoluciona eternam ente
en rededor del centro supremo inmóvil que preside a
toda actuación posible.
60. Puede decirse que el orfismo proporcionó el
concepto capital que preside a la teología g rieg a, y
es la razón de la unidad de los sistem as en su tipo
fundamental, a p esar de sus divergencias. Ese mismo
TnMn v
proceso cíclico que informa primero el gnosticismo, y
pasa luego cou las ideas platónicas y estoicas a la
ciencia teológica primitiva, explica aquella gran
corriente de inmanencia y trascendencia que hemos
examinado en el tomo precedente (v. t. IV), y
cuyas oscilaciones se dejan sentir eu todas las fa­
ses de la teología cristiana. Por lo demás, 110 pocas
obras ele carácter órfico fueron directamente utiliza­
das por el ueoplafconismo, como también, dentro de
sus límites, por escritores cristianos; y ya hemos
notado (t. IV, c. 7) que Cl. A lejandrino cita entre
otras, cl 'ispój xóyos, uno de los escritos más signifi­
cados de las doctrinas órficas tradicionales.
3.° El coücepto que el clasicismo religioso he­
lénico sostenía de lo infinito como algo informe e in­
determinado, pasó a la faso filosófica con igual ca­
rácter; pero adquiriendo aquellos dos aspectos atrás
señalados; uuode evolución ascendente en un princi­
pio material caótico hacia la forma determinada (y
por lo tanto finita) do una idea; y otro de evolución
descendente de una idea abstracta e indeterminada,
hacia la incorporación concreta y finita de la misma.
Es uua aplicación de los cklo$ órftcos a la interpre­
tación de lo infinito.
Por eso mismo, si bien el infinito helénico no se
identifica con el principio divino de los seres, hálla­
se sin embargo en contacto con la divinidad, y es
generalmente medio de interpretar la virtud produc­
tiva de las existencias. Un Dios personal es incom­
patible con el ÍDfinitp helénico; pero a la Divinidad
helénica be ajusta su iiocióu de lo infinito, y explica
sus manifestaciones a través del ser del universo.
- 83 -

4.° Mas si el Dios de la filosofía helénica no es


personal ni infinito al modo como esta idea se en­
tiende actualmente, no por eso deja de poseer una
forma de individualidad, capaz de mantener su efi­
ciencia respecto de las cosas, y de permitir concretar
allí la razón de la existencia de éstas aunque no sea
propiamente caus® de ellas. La idea de creación o pro­
ducción de las cosas de la nada es una de las de más
difícil y tardío alcance racional; y de hecho es doc­
trina que fué desconocida en todas partes a donde no
alcanzó la enseñanza revelada. Los conceptos más
elevados en oste punto no pasabau de considerar al
universo a modo de una obra de arte, por analogía
con las obras humanas, prescindiendo del origen y
naturaleza de la materia o elementos que sirven pa­
ra su elaboración. Pero con más frecuencia eran
aquellos elementos tenidos por eternos (no como ma­
teria formada, sino como algo informe y premalerial
incapaz por lo tanto de ser producido ni aniquilado)
sobre lo que recaía con especial propiedad el concep­
to helénico de lo infiuito, y que no impedía pensar
en un Dios personal si en su conjunto lus teorías no
obligasen a la indeterminación respecto de aquella
personalidad.
Gl. Al lado de esa concepción del elemento pre-
material improducido, aparece la del mismo elemento
con igual carácter prematerial, pero producido por
la entidad suprema como manifestación inicial de su
propia actividad sobre si misma, y que luego en vir­
tud de aquella actividad dicho elemcuto informe se
convierto en elemento formado y por tauto defiuible,
sea como cosa inmanente en el Ser que lo origina,
- 84 —

sea como manifestación exterior a éste y transeúnte.


Aparece aquí, como se re, la tesis panlelsta; pe­
ro de un panteísmo que lejos de excluir la idea de la
Divinidad, la presupone y exige; que por oso es com­
patible a su modo con un sistema teológico sobre la
realidad divina, y las pruebas de su existencia. Es
esta la gran diferencia que existe entre el panteísmo
antigua, y el panlogismo o panmunismo moderno,
a que atrás hemos aludido (v. c. I n. 6). En el pan-
monismo no bay entidad alguna anterior ni superior
al Universo, que sea principio de éste, sino que la ra­
zón de cuanto existe es lo existente mismo, por su
propia virtud de evolución. «De esta suerte todo es
homogéneo, y nada es principio presupuesto para co­
sa alguna», decíamos antes de ahora (t. II, n. 296).
Por eso la significación teológica y metafísica des­
aparecen ahí eu absoluto del concepto de Dios, ai
cual nada corresponde en realidad.
En el panteísmo antiguo, en especial en el grie­
go, la Divinidad preside a las demás existencias, en
las cuales se manifiesta, y mediante las cuales puede
ser reconocida como anterior lógicameute y superior
a cuanto procede de ella.
5." La concepción griega de ta Divinidad en sa
condición de principio no determinado de las cosas,
constituye el tipo más cumplido del hcnolelsmo; que
es, como hemos visto (t. II, n. 295) la forma inter­
media (sea espontánea, sea refleja y filosófica) entre
el monoteísmo y el politeísmo, de base panteísta o
sin ella.
62. El concepto del infinito griego aplicado a
la Divinidad hace que ésta se ofrezca como un prín-
— 85 —

■ripio abstracto y único donde lo divino se encuentra


como en un centro expansivo multiplicable por natu­
ral manifestación en uno o en muchos entes, en que la
Divinidad como tai se realiza y actúa. T en eso con­
siste el henoleísmo; en una forma abstracta de lo di­
vino, como principio no sólo de las cosas que no son
Dios aunque en ellas se manifieste, sino como prin­
cipio del ser concreto divino, sea éste uno o m últi­
ple, como acontece en las formas politeístas. Así el
henoteismo tiene un aspecto primario absoluto,
y otro relativo, en que la creencia se concreta,
pero en cuanto se encuentra allí concretado lo di­
vino.
63. Esto explica como el politeísmo que a pri­
mera vista parece inconciliable con los sistemas filo­
sóficos estudiados, donde la Divinidad es una, sin
embargo, oo sólo se asociaba con ellos, sino que en­
contraba allí su justificación científica. La misma
afirmación panteísla permite la multiplicación con­
creta de los entes divinos bajo un tipo abstracto de
Divinidad, con igual lógica que no renuncia a admitir
la multiplicidad de las cosas y de los hombres.
D e esta suerte los principios abstractos de la fi­
losofía, y los concretos de la creencia eucuéntranse
eslabonados, y ésto s aparecen como una aplicación de
aquéllos, en cl ciclo teológico-religioso en que palpi­
ta y vive la creación órfica a que atrás nos hemos re­
ferido.
E stas ideas que co n stitu y en como el substractum
-de la conformación interna y dinamismo de los s iste ­
m as griegos en su aspecto filosófico-teológico, hacen
ver de nuevo, no m enos que Iqs sistem as m ism os, la
distancia que media entre la concepción griega y la
cristiana en orden a la Divinidad.

64 Mas si esto muestra que el sistema teológico


cristiano no es continuación de la teología helénica,
no por eso se excluyen sus influencias y aun concep­
tos primarios, traducidos en ideas no iucempatiblBS
con los dogmas, siquiera su adaptación adecuada y
exacta hubiese de ser paulatina y de fases sucesivas.
Y con eso indicamos ya la solución que corres­
ponde a una controversia de antiguo sostenida sobre
las relaciones del dogma, ea especial del dogma de
la Divinidad, con el helenismo, singularmente con
los sistemas platónico y ostoico.
Dos opiniones extremas so han significado en la
materia, de las cuales ninguna cabe admitir. Una,
que declara derivación directa del helenismo, y eu es­
pecial de la filosofía platónica y platouizante, la doc­
trina cristiana acerca de Dios. Otra, que intenta
mantener en alejamiento absoluto las enseñanzas de
la teología patrística, de toda influencia de la filoso­
fía griega.
Lo primero se ha sostcuido coa dos variantes
opuestas y encontradas: la de los que a priori des­
echan todo sobrenaturalismo eu la teología, y creen
por lo tanto obligado el nexo de la teoría cristiana
sobre Dios con el de la teología helénica, como evo­
lución de la misma, en contacto con otros factores
complementarios; y la de los partidarios del sobre-
naturalismo tradicionalis'a, que afirma la existen­
cia de relaciones substanciales entre las doctrinas de
los filósofos acerca de Dios y las doctrinas del cris-
-8 7 —
tiacismo, en cuanto unas y otros tienen como fuente
común la revelación primitiva, en la cual, como se
sabe, funda el tradicionalismo el criterio supremo de
verdad eu el humano conocer.
Así, pues, mientras los adversarios de lo sobre­
natural rebajan hasta la filosofía la Dogmática cris­
tiana, para hacer a ésta continuadora de aquélla, los
tradicionalistiis con su sobrenaturalismo inadmisible,
elevan la filosofía a la categoría del dogma, para
hacer de aquélla preliminar v precursora de ésta.
65. En frente a tales aseveraciones, hubo do in­
sinuarse la tendencia opuesta en absoluto a la tesis
del influjo filosófico eu la formación del sistema teo­
lógico. Do esta suerte, uegaudo que la teología anti­
gua y la patrística fuesen influidas por los sistemas
helénicos, creíase alejado todo peligro de las exage­
raciones heterodoxas a que llevaban las opiniones
antes mentadas.
Todos estos procedimientos por su misma índole
a priori, que lejos de ajustarse a la verdad de los
hechos, intentan ajustar los hechos a las fórmulas
de los respectivos sistemas, llevan en si cl germen
de su inestabilidad y de su descrédito.
Es indudable que la idea teológica cristiana eu
contacto con la filosofía griega, recibió de ésta
influencias marcadas de sistema y de elaboración
científica. La doctrina de las participaciones cu
línea doscendento de lo infinito a lo finito, y en
linea a la vez ascendente de lo finito a lo infinito,
según lo dejarnos demostrado en otro lugar (v. el
t. IV de esta obra), hace ver :omo habían penetrado
en lo más íutimo de la organización sistemática dol
-MB8—
dogma, las proyecciones del proceso cíclico del hele­
nismo, a través principalmente de las doctrinas pla­
tónico-estoicas. Mas, es igualmente cierto qne lejos
de servir de base las antiguas teorías de la filosofía.
a la idea cristiana de Dios y de lo infinito en si, no
menos que en sus relaciones con lo finito, son por el
contrario estas ideas ya definidas las que sirven de
base y norma de adaptación a las enseñanzas de la
filosofía, que la teología patrística recibe coino fór­
mulas de explicación doctrinal; que por eso muchas
veces aparecen ora cercenados ora quebrantados en
su genuina significación, múltiples conceptos de la
filosofía al introducirse en los dominios del dogma;
como a la vez son fruto de la inadaptación filosófica
cuantos desvíos se advierten en los antiguos teólo­
gos, cuando exageran la utilización de las teorías
de la filosofía, qne al fin se ven precisados a abando-
nar, para permanecer dentro de los principios de la
ortodoxia.
66. La idea cristiana de Dios, está formada den­
tro de los principios del cristianismo, según los dic­
tados de su doctrina y la exigencia ineludible de sus
enseñanzas. Es la idea misma que ofrece el hebraís­
mo, siquiera se eleve y perfeccione, con una desig­
nación más determinada del ser divino, de sus a tri­
butos y operaciones, y con una afirmación más con­
creta de los valores de lo iufiuito, que eu la teología
hebraica se ofrecen harto indeterminados y flutuan-
tes. (V. t. I, c. 5).
El perfeccionamiento científico de e?a idea de la
Divinidad, y la elaboración de los argumentos racio­
nales probativos de su existencia débese a la inter­
— 89 r-r

vención de los conceptos de la filosofía, primera­


mente del platonismo en sus variantes, y del estoi­
cismo; como más tarde a la mediación aristotélica y
neoplatÓDica.
67. Más para determinar el carácter del influjo
filosófico en ios orígenes de la idea y de la concepción
de Dios (que como hemos indicado, se señala por la
intervención del platonismo y estoicismo), alejaudo
las exageraciones de las opiniones atrás aludidas, es
menester que fijemos criterios en la materia; tanto
más importantes, cuanto son aplicables no sólo al
concepto de Dios en su entidad natnralmente cognos­
cible, sino al concepto de la Trinidad, y a la elabo­
ración científica de los dogmas todos en que las anti-
guas fórmulas filosóficas tuvieron su intervención.
Tres principales sínlesis filosófico-teotógicas se
nos ofrecen en los comienzos de la construcción cien­
tífica de la creencia cristiana.
La sínlesis teosóGco-filosófica del judaismo hele-
nizante.
La síntesis del gnosticismo.
La sínlesis de los antiguos teólogos cristianos.
La síntesis del judaismo helenizante se caracte­
riza por hacer entrar el concepto de Dios, y en ge­
neral el conteuido do los dogmas, en los cauces y
orientaciones filosóficos de los sistemas griegos, prin­
cipalmente del platonismo.
La síntesis gnóstica se distingue por su aspira­
ción a llevar el sincretismo filosófico peculiar de las
variantes gnósticas, a la idea de la Divinidad, como
a los demás dogmas. De suerte que sin intentar re­
ducir el dogma a una filosofía, según el proceder del
- 9 0 -
judaísmo helenizante; crean una dogmática mixta de
elementos filosóficos, viniendo a parar al mismo resul­
tado que la síntesis helenizante judaica ya mentada.
La síntesis teológica cristiana no constituye en
sus principios labor orgánica semejante a las.sínte­
sis precedentes, sino que es obra de yuxtaposición,
en que se intenta de una parte mantener intacta la
verdad dogmática, y de otra recoger de la filosofía
cuanto pudiera cooperar a su explicación, y eu espe­
cial a su defensa, cualquiera que fne.se la escuela, o
sisttíina utilizable. La idea de la Divinidad responde
a un Ser personal infinito, creador, etc., a la mane­
ra que hubo de expresarlo el símbolo dicho apostóli­
co. Pero eu la interpretación de su ser, háceuse in­
tervenir ora los principios de la filosofía platónica,
ora de la filosofía estoica, etc., según las diversas
tendéDcias. Su personalidad, eu lo cual no se man­
tenía distinción entre la entidad naturahnonte cog­
noscible de Dios, y la personalidad que expresa el
dogma de la Trinidad, es por doqsiguiente interpre­
tada como verdad puramente revelada, y misterio
sobrenatural. Y por cuanto las pruebas de la exis­
tencia do Dios no pneden ser eficaces sitio refiriéndo­
se a un Ser personal, resulta lio pocas veces difícil­
mente explicable si se iuteuta probar racionalmente
la existencia personal de Dios como Ser naturalmen­
te coguoscible, o como Ser de personalidad sobrena­
tural, y por lo tanto conocida tan sólo mediante la
revelación. De ahí ese criterio indefinido coi el cual
de una parte se sostiene el carácter de misterio en la
Trinidad, y de otra parte se quiere hacer demostra­
ble mediante argumentos racionales.
— 91 —

Como en el Ser de la Divinidad, asi en la perso~


nalidad divina aparecen proyectándose los concep­
tos de los escuelas filosóficas.
La infinidad de Dios, lo mismo que su eternidad,.
y demás atributos, que aparecen formulados según
la doctrina bíblica del A. T., reciten sucesivamente
la interpretación más determinada, según las ideas
van respondiendo a uua fórmula filosófica, si bien
manteniendo los valores peculiares que expresan en
el judaismo, desconocidos de los filósofos griegos.
De esta manera el encueutro de los conceptos de
la creencia con los de la filosofía coraieuza por sim­
ple yuxtaposición; y paulatinamente se convierte en
inlersuscepción, al elaborarse el sistema teológico
del conocimiento de Dios, de sus atributos y ope­
raciones, cou las variantes que habremos de exa
miliar.
68 . La síntesis teológico-cristiana, asf cu cuanto
al Ser de Dios, como en orden a sus demás dogmas,
pneda considerarse eu sus relaciones con la síntesis
gnoslica, con la síntesis judaico-helénica, y directa­
mente coa las escuelas griegas, singularmente con
la platónica, que en especial aparece utilizada en los
comienzos de la Dogmática.
Toda síntesis doctrinal primitiva representaba
una ynosis, y por lo tanto la síntesis cristiana era
expresión de la gnosis peculiar, que constituía los
preludios del sistema teológico. La gnosis, eu efectoj
no es otra cosa sino el conocimiento humano
de lo divino y sobrenatural; y por lo mismo uua for­
ma superior al modo vulgar de conocer.
De esta gnosis hablan no sólo los SS. Padres
— 9 2 -

-•sino también la E scritu ra (1), y S. P ablo la contra­


pone en 1% falsa gnosis Oí TwsufltDvúji?) yvfflaic), y a la
gnosis que hincha yvo>ol( tpoaiot).
69. No es m enester decir que en la falsa
■gnosis se comprenden primariam ente las manifes­
taciones gnósticas cuyos gérm enes anteriores al C ris­

ti) Son v a ria s la 1) acepciones de la yvCJaif en los libros s a ­


g rad o s, aunque así en el texto griego del A ntiguo Tostam enlo
como e s el N uevo, siem pre conserva la significación fundam ental
de conocimiento superior. U nas veces la gnosis significa la cien­
cia de Dios (Rom. X I, 83); o tra s la ciencia infusa '1 . a C o rin t.,
X II, 2 8); o tra s el conocimiento m ediante la Te (L as. 1 ,7 7 );
o tras finalmente «1 conocimicuto científico teológico (L uc. X I, 52;
Eom . II, 20; 1 .“ Corint. I, 5; y 2 .a II, 14; Eph. III, 19).
L a Yvffiai£ es conocimiunto especulativo; y se diferencia del
conocimiento práctico, o o ? 1 k , y tam bién draatijiis. El g n o sticis­
mo p rete n d ía e s ta r cu posesión de ana gnosis su p erio r a la gno-
sia d octrinal de la Ig lesia, y contraponía su gnosis a la fe (jl£o"1{)
d e los cristiauos que tra ta b a n de su b s titu ir con a q u élla.
El gnosticism o que como cuw po sistem ático se extiende desde
el s . II lia sta el V. en que desaparecen sus últim as sectas, puede
dividirse ea dos épocas generales; la época del gnosticismo teo-
s ójieo en que en tra n especulaciones más o menos filosóficas, y la
del gnosticismo ¿eüryico en que los elem entos filosóficos son
•reemplBzftrtos por revelaciones y ritos m isteriosos y cabalísticos,
a tra v é s de los cuales silo se descubren las lincas g en erales del
gnosticism o de la prim sro ápoca. El gnosticism o teosófico com­
prende las sectas respectivas del siglo II; el teú rg ico la s q u e so ­
bre éstas se forman desde el s. III.
L a s clasificaciones del gnosticism o con se r tan v a ria s (u n as
-de c arácter lógico, o tra s cronológico, o tra s fundadas on el ele­
m ento filosófico O religioso-judaico, cristiano, o p agano que a p a ­
rezca dom inante), ninguna es adecuada y com pleta. P o r eso ¡o
m ás práctico es atender a la división geográfica, que da los tip o s
principales: gnosticism o sirio o asiático, y gnosticism o cyipcio
* alejandrino.
tianismo, reciben ya aspecto cristiauo en los tiem­
pos apostólicos.
El gnosticismo, pues, se presenta de antiguo en
la Iglesia, aunque su sistematización varia y comple­
ja tío aparezca cumplida sino en el siglo n. Sus orí­
genes son hurto discutidos; para nosotros la fuente
del gnosticismo está, aunque nadie haya pensado en
ello, que sepamos, en las doctrinas órficas y eu el
culto dionisíaco, con elementos yuxtapuestos de las.
religioues semíticas, y de la filosofal helénica, hasta
sistematizarse luego con la teología bíblica. Hemos
visto en otro lugar la gran influencia del orjismo y
dionisismo en la filosofía griega; así como también
la procedencia ciertamente no griega, y probable­
mente asiática, con otras derivaciones, de aquellas-
doctrinas religiosas (v. t. II, n. 830 y sigs.) Esto-
explica como han podido formarse y evolucionar los
tipos helénico y oriental del guosticisino cou sus T a ­
rjantes respectivas, sobre la misma base cíclica ór-
fica consabida (1).

(1) H an pensado algunos en a c á base puram ente religioso,


ora perita, or>i india, o ra cabalística, e tc.; o tro s se in d in a n a una
base p uram ente filosófica (platónica, pitagó rica, filoniium, etc.);
otros creen h a lla r en el gnosticism o una gradación evolntivu de
síntesis y a n títe s is entre las tre s form as de religión cristian a, ju ­
daica y pagana. De ahí la clasificación en fata s que hace B abee:
una de aproxim ación gnóstico-cristiana; o tra de oposición al
Cristianisoio y de aproxim ación gnóstico-judaica; la te rc e ra de
disgregación de ambas; y finalmente una c u a rta , de síntesis ju ­
d aico-cristiana. Sem ejantes & ésta auuque cou m enos divisiones,
sou la3 de N eah o es, J a c o b i , etc. P or n u e stra p a rto nos atenem os
a lo a rriba indicado.
En general la p a trístic a es de parecer qne si gnosticism o n a ­
— 94 —

70. La gno:is ortodoxa, por su índole, hubo de


permauecer no sólo alejada de la falsa gnosis sino en
lucha de principios cou ella, hasta lograr su extin­
ción. Ni podía monos de ser así dado que las doctri­
nas e interpretaciones gnósticns no representaron
nunca teorías indiferentes respecto del dogma como
otras teorías filosóficas susceptibles de una aproxi­
mación a Jas teorías ortodoxas. Las afirmaciones
gnósticas resultaban siempre de uua fusión de ele­
mentos filosóficos o teosóficos (mezcln. estos últimos
do tradiciones indias, persas, y en especial asirio-
babilónicus), con las doctrinas bíblicas, sea del Viejo,
sea del Nuevo Testamento. Constituíau un verda­
dero sincretismo teológico-filosófico, donde se trans­
formaban radicalmente los principios de la fe que la
Iglesia debía custodiar; y por lo tanto no cabía con­
ciliación ni aproximación doctrinal entre la gnosis

cía de la filosofía, singularm ente platónica, ncoplutópica y res­


te s pitagóricos. Tal pensam iento es eu especial masitonirlo por la
escuela que direm os tr a d ir io n a h s ia e n tre los P P . A n tig u o s, y
escritores eclesiásticos que apenas hallaban más que, e rra re s en
los filósofos ( v . g r . , T b k t c l ia n o , S . I r e n e o , L a c t a n c io ) . E so m is­
mo indican los Philosop/iittrtrnm cuando dicen que las h erejías
provienen de las enseñanzas de los filósofos, y de las enseñanzas
ocultas y enigm as astrológicos: í k !o 7 -(iáxu)v tpi/.oo&¡j>®u|i¿vmv x«l
HOaxÉp'.úv v-al áaxpoXéytuv ¿s;i6ofisv<i>v. Tam bién P lo tim o « firm a
( E i , n . , 2, 1. IX ) <¡un ios im buidos en la filosofía a n tig u a se con­
v e rtían en gnósticos dentro del cristianism o, No obstante osa co­
rrie n te , ano de ios más antiguos escritores sobro la m ate ria ,
E a s s iro (>‘n Eusn-un. Hisc. E . IV ., 2'2) señ ala como fuente de
l?is p iv in c m s liDi'ejín,.', enl.rn las t u a le s efctá la do los " n ó rtic o s ,
l a s c u s e iu H z is j u d a ic a s , alu d ie n d o sin d u d a n i s in c re tis m o filo­
sófico y teoüólico d el ju d a is m o .
— 96 —

ortodoxa y las gnosis de los gnósticos, sin que estos


renunciasen a sus teorías, y la Iglesia a sus ense­
rian zas.
71. Dos rumbos o direcciones generales ofrecen
ca sus orígenes las teorías gnósticas para la, visión
científica de la realidad divina y de los seres finitos.
Uno de interpretación cósmica y de simbolismo reli­
gioso (tipo teosóficu-semftico); otro de interpretación
abstracta de lo real, y de explicación filosófica de las
ideas religiosas (tipo teosófico-heléuico).
Ambas orientaciones tenían antes del adveni­
miento del cristianismo (pues anteriores son a éste
los gérmenes gnósticos, aunque eu el campo cris­
tiano encontrasen elementos de expansión y vida) su
puato de convergencia ea los libros del Antiguo Tes­
tamento, así en los auténticos como en los apócrifos.
Alrededor de ellos íbasc formando el cuerpo de tra ­
diciones y de interpretaciones alegóricas y teológico-
mfst’cas, que los judíos palestinenses hubieron des­
pués de traducir eu sistema (de ellas resultaron
ambos Talmud, eu especial el babilónico); y los judíos
alejandrinos trataron de armonizar cou los conceptos
de la filosofía, mezclados con otros conceptos reli­
giosos singularmente orientales, que el cosmopoli­
tismo do Alejandría, como centro de letras y ciencias
entonces, ponía al alcance de todos.
Recordemos en efecto que eu el judaismo encuón-
transedesde A l e j . M a g n o ( s . iv a . J. C.) aquellas dos
bien definidas secciones cada una cou sus tendencias
características. Los de ln Palestina, cuyo centro era
Jernsalem, representan la corriente que liemos deno­
minado de teosofía semiíica eu sus tradiciones. En
— 96 —

ellas se comprendían elemeutos asirios, babilónicos,,


persas, e tc ., y a recogidos de diversas fuentes, ya im­
portados por los mismos judíos bajo la acción de sus
dominadores. Cuatro periodos, en efecto, principales
comprende )a dominación ex tran jera respecto del pue­
blo judaico: 1.° el babilónico; 2.° el persti, 3.° el he­
lénico (1), bajo A lejaxdbo; 4 .° el romano; éste ú lti­
mo sin significación especial en orden al punto de que
nos ocupamos.
Los judíos de la dispersión, establecidos en terri­
torio griego recibieron más ampliamente las influen­
cias de la filosofía heléuica y aun de otras doctrinas
admitidas en las corrientes de la civilización griega
en el período a que nos referimos. A esto: judíos es
debida la dirección que hemos diclio de teosofía
helénica.
Cou todo, ui de Jernsalem ni de los judíos alejan­
drinos partió la primera aproximación de sus doctri­
nes con cl cristianismo; sino que esta vino do Sama­
ría, donde por modo especial se dejó sentir el influjo
de las doctrinas orientales en la teosofía semítica.
Samaría asumió la representación del gnosticis­
mo helenizante; y samaritanos y heleuizantes hubie­
ron luego de encontrarse cuando llegó cl período de
la sistematización gnóstica, o de las grandes teorías
que aparecen con el siglo i i ( 2 ).

(1¡ C f. S g u ü r k r , G csclt. de s jiid is c h .V o lk e s im Z e iia lt.


J . C/l. W e lliu u s e n , terui'ltíifchu n .ju d . Gesch.; S ch later,
Tsraels G a c h . con A le z a n d c r d em G rosn. bis H a d ria n ;
D q R elig ión des Juderdum s in nouteatani. Z e ita ltc r.
B o u s b t,
(2) E n tre el gnosticism o sirio, y cl gnosticism o egipcio > e
establecieron «sí co rrien tes de aproxim ación, p o r lo menos en «i
- 9 7 -

72. P ara .mostrar la oposición del sincretismo


gnóstico coa la gnosia ortodoxa, basta fijarse en las
lineas salientes del sistem a, en cnanto concepción
orgánica de la Divinidad y del universo, o mejor de
lo infinito y de lo finito, tan distanciado de lo que
expresa la gnosis ortodoxa.
La síntesis gnóatica, cu efecto, no es una filoso­
fía, ni aun una filosofía del dogma; sino una dogmá-

periodo más salien te de la gnosis ale ja n d rin a , cuando ln gnosis


de Ift S iria estaba declinando. En cuanto a si esta gnosis h a de
tenoreo o no como preludio y base del gnosticism o alejandrino,
es cosa d iscutida, y que no habrá de resolverse ya, al menos con
los datos existentes. De hecho !n aparición de las g randes escue­
las gtióslicas, advierte H aknack (Dof/'nen,ífcsch, 1) desde el
Egipto a las Galios coincide con la proyección de las ideas y
rito a de la S iria sobre t i mundo do Occidente. P ero a oste hecho,
sin duda r e a l. hay que oponer otro no monos m anifiesto, y es
q u s de nnn p a rte el sincretism o alejandrino Rpnrece en poaesióa
de mi tipo gnóstico reform ado sin que so echcn de ver las osci­
laciones y ten ta tiv a s de. mi periodo de form ación; y de o tra , que
este gnosticism o encontrábase eu 1111 medio ambiente de tra d i­
ciones teosóíkns qnu no e ra njeno a las tendencias y tradiciones
del gnostisism o de la S iria , siquiera procediese ¡oüiertintnmente
de o tras fuentes. Por esto, salvas derivaciones com plem entarias,
el gnosticism o alejandrino no necesitó p a ra existir tal cual es,
do ln aparición sim ultánea del gnosticism o sirio. Desda el punto
de vista filosófico, la idea capital do un dualism o suprem o, con
lineas no bien definidas de un vago panteísm o, bailábase en la
concepción gnóstica asiática como en la africana, si bien en é sta,
merced s i contacto helénico aludido, su evolución fue más aca­
bada y com pleta. Desdo el punto de v ista místico, igualm ente
era concepto aceptado por ambos una oposición en tre Ir ¡dea de
Dios según el V iejo T estam ento y la idea del Dios suprem o,
contro de una religión m is am plia y universal, según indicamos
ftl señalar luego los t a r a d eres saliente? ilc la gnosis heterodoxa.
— 98 -
tica falsificada según la filosofía o el sincretismo
filosófico constituido por el gnosticismo; que es pro­
cedimiento del todo opuesto al que practica y exige
la gnosis ortodoxa.
Pueden distinguirse en la síntesis gnóstica tres
momentos doctrinales: aj el momento del sincretis­
mo filosófico, o esquema racional que preside en
general a su sistema; b) el momento teológico, o
interpretación de la doctrina revelada, según aquella
filosofía que constituye la Regula fidei del gnosti­
cismo; cl el momento moral y místico, o sea la inter­
pretación práctica de la creencia, cou sus normas
de moralidad, su culto, sus iniciaciones y sacramen­
tos, de que nos hablan, Cf. A l e ja n d r in o y S. I e e n e o .
73. Dicho se está que las enseñanzas en el que
hemos dicho momento filosófico de la gnosis heterodo­
xa extienden sus proyecciones a todas las ulteriores
manifestaciones del gnosticismo. Y sou tales ideas
filosóficas las que dan la norma doctrinal en orden
al ser de Dios, y a sus relaciones con lo finito. Así,
aparece el ciclo ternario de realidades quo resumen
el ser y obrar de todo lo existente, y cuya grada
ción es la siguiente: l.° Una concepción la más abs­
tracta posible de la Divinidad, como algo absoluto,
indefinible e incognoscible por los seres creados. Una
verdadera abstración, a la manera platónica, pero
llevada a sus últimos quilates, hasta los lindes del
no ser, del abismo, de la nada, (piifio;, fi oO*a>v o &éo;),
de donde ha de brotar el ser el orden y la vida. Con­
cepto propio del platonismo modificado con nociones
de cosmogonías orientales.
2.° La idea de la materia como antítesis de lo
-9 9 —

divino; o sea como algo en sí caótico e ininteligible,


((!•)) (¡>v) incapaz de se r ente bueno, ni fuente de bien
alguno, sino principio del mal. Es la idea platónica
de la m ateria modificada y entendida según la teoría
de F ilón.
3.° Una ¡dea mixta del cosmos, como resu ltan ­
te de dos factores antitéticos, la materia, y el espí­
ritu, o sea una participación de lo divino; y por
consiguiente, una concepción del mundo como m ez­
cla de bien y de mal, de luz y de tinieblas. Es con­
cepto tomado del filón ismo.
74. El elemento del bien que informa el Univer­
so como vibracióu de lo divino en la materia penetra
no sólo en la naturaleza física de los seres, sino en la
constitución psíquica humana, y según predomine o
no en el hombre, éste se manifestará bueno o malo por
condición, más que por voluntaria y libre determina­
ción. De ahí la triple gradación conocida de hombres
en espirituales, (donde predomina el elemento divino
y que obran siempre el bien); psíquicos (en los cuales
se equilibran el elemento divino y el material, y que
pueden obrar bien o mal); híliccs o materiales (so­
metidos al elemento material que obran siempre mal
(nvtujiaiixo!, óAiy.o!).
De esta manera el ciclo ternario de realidades
antes señalada, reprodúcese también dentro del or­
den humano. Es división ya existente en el platonis­
mo, con pequeñas variaciones.
Para el ordon cósmico y correlación eutre la Di­
vinidad Suprema y la materia, existe el orden ultra­
sensible intermediario, compuesto de entidades o di­
namismos que participan de lo divino., sean o no
— 100 —
emanados del Ser de Dios. Entidades que constituí
yen una serie gradual descendente, desde los eones
más próximos a Dios, hasta los que están tocando
los conGnes do la materia. Eu c n a n t o al carácter de
su realidad, ora son realidad en sí e hipostasis con­
cretas (interpretación más común del gnosticismo si­
rio), ora abstracciones o fuerzas de la divinidad per­
sonificadas (gnosticismo alejandrino). La primera in­
terpretación reproduce la doctrina de los ángeles
bíblicos, y la de los espíritus (daimones) helénicos.
La segunda responde, a una de las interpretaciones
de las ideas platónicas, y también a la teoría estoica
do las causas.
75. A los seres intermediarios corresponde por
naturaleza ordenar la materia preexistente, y formar
el muudo; dándoles el ser con qne se nos ofrece. Dí­
ganse pues ideas, causas o hiposlasií, tales eones
constituyen medianeros indispensables cu la creación
y en ol gobierno de los seres; porque la Divinidad
pura queda inaccesible y alejada de todo lo creado.
Su misión priucipal en el tiempo es descartar el ele­
mento espiritual o divino del elemento material, y
malo, para que el primero se sobreponga y triunfe.
No hace a nuestro objeto el estudio del aspec­
to moral y leolóqico, con la aplicación que el
ciclo mencionado de realidades ofrece cuando se
trata ora de la Redención, ora de las manifesta­
ciones de la Divinidad en el Viejo y Nuevo Testa­
mento (sólo en éste se revela la plenitud d¿l Ser di­
vino, según la realidad trascendente de que arriba
hemos hablado). Basta recordar que en esto, como
en las demás manifestaciones de las teorías guósti-
- loi­
cas, aparece, con las respectivas variantes de los
sistemas, la fórmula general filosófica atrás señala­
da. Con lo cual se pone también de manifiesto la dis­
tancia que separa en sus derivaciones y consecuen­
cias, la gnosis ortodoxa y el sincretismo gnóstico.
No es esto decir que nunca se encontrasen en el
terreno de la filosofía cou aplicaciones a la Dvini-
dad, la gno&is ortodoxa y la ynnús heterodoxa,. Sino
que la adaptación en tales casos verificábase de di­
versa manera, y con criterio antitético por lo que s»
refiere a la fusidu de los elementos filosóficos con/we
elementos del Dogma. (o &
76. Desde este punto de vista la oposición
teología patrística al gnosticismo es imánime y rafc-
uifiesta. Pero es de notar que los maestros de la o S
todoxia no comenzaron oponiendo a las teorías gnós-
ticas un sistema doctrinal ortodoxo y de principios
filosóficos, como ofrecían aquellas; puesto que la pa­
trística no 5o había aun elaborado. Ni aun opusieron
entonces los Padres al gnosticismo, por lo menos
inmediata y directamente, la tradición doctrinal de
la Iglesia; sino su tradición jerárquica y de autori­
dad, mediante la cual era eila dueüa de una tradi­
ción religiosa, de carácter sobrenatural y divino.
Por esto, si los Padres del s. n, período el más sa­
liente de lucha con los gnósticos, impugnaron, deci­
didamente el gnosticismo, no fué tanto desda el pun­
to de vista filosófico y ñe teoría, como desde el pun­
to de vista práctico y de heterodoxia. La doctrina
de la Iglesia y esta con su magisterio desconocen y
desechan las doctrinas guósticas; luego estas son he­
terodoxas e inadmisibles.
- 102 —
E sta argum entación tan sencilla como práctica,
era sin duda la más adecuada a las circunstancias, y
ella fue, casi exclusivam ente, la que hizo triu n far
entonces la verdad.
Hemos dicho que la ortodoxia no podía oponer
un sistem a a los sistem as de los adversarios, porque
aun no lo poseía. Y debemos añadir ahora, que ha­
biendo sido los gnósticos los primeros en organizar
teorías, y sistem atizar doctrinas, de ellos hubieron
de aprender y tom ar procedimientos, y aun ense­
ñanzas los cscritorcs cristianos.
77. Los primeros ensayos de adaptación de la
filosofía a los dogmas (aunque en realidad fuese a ex­
pensas de éstos), la prim era síntesis científica y de
sistem a, así como los primeros trabajos de crítica y
de exégesis en los comienzos de la Iglesia, fueron sin.
duda obra de los gnósticos, o mejor de los m aestros
en el gnosticism o, que sólo asi podían hacer valer
sus doctrinas, y sostener de algún modo sus con­
ceptos. Los datos que nos quedau de la lite ra tu ra
gnóstica, y los restos existentes de la misma de­
m uestran claram ente que eu todos los órdeues refe­
ridos supieron aquellos herejes tomín 1 posiciones na­
da despreciables ( 1 ).

(1J B a r d e n c e w k b (Gcsch. d. altkircklich. Liiter.) sobra


la representación literaria de los gnósticos. También H a r n a c k ,
Lehrbuch d. Dogmengeach I. Gcsch d. altehristl. L iit,
Las fuen tes sobre el gnosticismo, estA.ii constituidas ora por
las referencias y citas de los escritores eclesiásticos, ora por los
documentos conservados. De éstos, v. la Epístola, de Toiomeo
a Flora, en S. E p i t a n i o (Eneres. XXXJH); la Pistis. Sofía pu­
blicada por A c h w a r tz e y P e t e r h a n n , (sobre éste, H a r k a c k , Ueb.
— 103 —

XI

78 . Por lo que hace a la síntesis helétiico-judai-


ca, y a su concepto de la Divinidad, la actitnd de la
ortodoxia en-sus primeros defensores, filé, en princi­
pio, análoga a !a observada con el gnosticism o. Sin
embargo, de hecho, los m aestros cristianos disgre­
gando el elemento filosófico del elemento religioso,
hubieron de utilizar el primero con h arta frecuencia,
ocasionando orientaciones no siempre fáciles de con­
ciliar con la ortodoxia, según hemos visto en p arte, y
tendremos ocasión de ver adelante.

das gnosí. B uch Pislis Sophia; y ta m b ié n Liechtenhaiw ,


Z tjr .fu r tcisácnsch. Thcot..); los p a p iro s e g ip c io s p u b lic a d o s
p o r A m e lin a u ( L 831),y m e jo r p o r S c q u id , e n t r e e llo s el Libro del
gran Logas, (Kopihcíi-fjnostichc Schrittcn}. P a r a los f r a g ­
m e n to s gnóstico.') co le ccio n ad o s, a u n G r a b e , SpeciCegium. s. s.
P atrum , y M a s s ü e t , ed . d e l A da Hmrfi.ses d e S. I RE n e o ;
id . S t i e r e h , ed d e l>i m ism a o b ra . H i l h e n f i e l d , Die K e t s e r -
gesehichlc des Urchristcml. e tc . V . asim ism o p n ra r e f e r e n ­
cia s so b re el ffiio stirísiu o , a d e m á s do C l. A le ja n d r in o y O r íg s -
Adccrstts hcereses, el P s e a d o - T e r tu lia n o L í­
k e s , S. Iu e n e o ,
ber ado. üinucs hec rosee; F i l a s m ío, Da ficere si tiué; S. Eptpa-
k i o , Philosophoumena.
Gomo carAlogo de los datos bibliográficos s o b re In materia,
H abnack , Die Uebcriieferun<¡ und der Be stand der a lt-
christl. LU w f’alur; F a y e , latrod. a t’ciude da gnosti­
cismo, etc. O b ra s do conjunto so b re el gnosticism o, son d e m en ­
c io n a r, e n tro otras 0 . B eh db n hb w eii , ol'. c i t .; L ip s iu s , Der
gnoslicUmus, sa n Wese.n, Ifrsprung e tc .; K o ffm a n , Die
gnoús nach tendeas u. O ryunisution; H i l o e n f i e l p , o b . cit.
— 104-
L a sistem atización holónico-judaica, en efecto,
se consuma y llega a su plenitud, con las doctrinas
de P ilón, las cuales, en su parte filosófica, sou ya
derivaciones de o tras teorías, singularm ente del pla­
tonismo y del estoicismo. T por cuanto las ideas es­
toicas, y en especial las platónicas constituían el
medio ambiente en que se habían formado o se for­
maban la mayoría los filósofos y eruditos de la épo­
ca. nada más natural que al ingresar en el cris­
tianism o. utilizasen como explicación racional de su
fe, los conceptos recibidos, adaptándolos en lo posi­
ble a las doctrinas de la Iglesia. Mas esta adapta­
ción encontrábanla mucho más fácilmente realizable
m ediante el filonisrno, por ser a! fin un ensayo de
síntesis entre la filosofía y el Viejo Testam ento,
que mediante ningún otro sistem a. De ahí ese tin te
general de las ideas filoim cas que aparece en las
exposiciones teológicas de los antiguos Padres de la
Iglesia, auuqite en realidad uo hubieran salido de la
escuela de F ilón, Por otra parte los que sostenían
ideas platónicas o estoinas generalm ente mezcladas
con. elementos del platonismo o neoplatonismo, ve­
nían a convenir en las lincas generales, en cuanto
aplicables a los dogmas, con lo que aparecía en el
sistem a de F ilón, más o meuos depurado para ser­
vir al mismo objeto. “Rl platonism o, el estoicismo y
las ideas filonianas son, pues, fuentes comunes de
adaptación al sistem a teológico, sin que siempre sea
fácil determ inar (lo cual de riiebus escuelas provie­
nen algunos conceptos capitales que aparecen en la
patrística evidentem ente tomados de los sistem as
filosóficos mencionados.
- 105 -
79. Sabemos y a, según lo expuesto en otro lu­
gar (v. t . IV) la .influencia del platonismo en la no­
ción de un Dios trascendente y abstracto, puesto más
allá de todo ser y de toda realidad ex isten te y con­
cebible. E sta misma idea pasó a través del Sionis­
mo, uu tatito modificada y oscilando en tre un Dios
concreto y un Dios abstracto, a los gnósticos; como
luego, dejó huella de aspecto filoniano bastante mar­
cada en antiguos escritores de la Iglesia.
El estoicismo oponiéndose al concepto de ab s­
tracción pura de los platónicos, introdujo la Divini­
dad como un factor interno de la naturaleza, como el
principio de vida y elemento activo de cuanto tiene
ser. y movimieuto. F ilón utilizó este concepto para
hucer intervenir a Dios eti la naturaleza mediante
sus E n ergías o P oten cias, que ora se dígan v irtud
operativa de Dios, ora principios de acción diversos
de E l, hacen que sea Dios el au to r de toda actividad
y de toda vida, y el que obra por medio de aquéllas
en el cielo y eu la tierra, eu los aires y eu las aguas.
Mas al mismo tiempo, para no desprenderse de su
platonismo e invirtiendo el pensamieuto esiüico, de­
clara que por su esencia Dios no está en parte algu­
na, sino que El es el que da lugar y espacio n las
cosas, conteniéndolas y encerrándolas a todas bajo
su plenitud, exterior y superior a todas ellas. Sobre
este concepto semiestoico y semiplatónico están cal­
cadas las explicaciones de lu in m e n sid a d y de la
ubiqu idad de Dios en varios Pudres y escritores de
la Iglesia.
Harto conocido es igualm ente (v. t. IV , cit.),
que del platonismo procede la teoría de las ideas
— 106 —
como ejemplares eternos y abstractos de las cosas,
ya se digan subsistentes en sí, fuera de Divinidad,
ya se conviertan en ideas-tipos en el ser de Dios.
Los estoicos partiendo de la inmanencia de la D ivi­
nidad en el seno de lo real, dieron a las ideas o ma­
nifestaciones del Logos, un dinamismo eficiente de
la realidad raisma, que hace a un tiempo su ser f ísi­
co y su ser inteligible; el logos sperm alikos cu sus
variantes, no es sino la manifestación viviente de la
idea en lo real.
80. F i l ó n según lo dicho, sobre la base de las ideas
platónicas, crea la serie de E n erg ía s o P oten cias,
que unas veces son formas ab stractas do la virtud di­
vina, otras se convierten en realidades subsistentes
(según la interpretación objetiva de las ideas plató­
nicas), y que en contacto con las doctrinas del Viejo
Testam ento vienen traducidas en E spíritus o A nge­
les interm ediarios en tre la Divinidad y las criaturas.
Pero la virtu d o p e ra tiva de tales ideas, sea como
elementos divinos, sea como Potencias separadas, es
ajena al platonismo; F ilón fué a buscar ese dinamis­
mo de sn dinamología hyperfísica a la teoría estoica
que tan clara y explícitam ente lo presenta. De la
misma teoría tomó F ilón la característica de su Lo­
gos como principio de ser y de o b ra r de las cosas,
que le da la realidad, m antiene eu cohesión sus
componentes y específica sus efectos y operaciones.
En general, la actividad y energías que en orden
al mundo reconoce el lilonismo en las Potencias abs­
tractas del platonismo, son resu ltan tes de una apli­
cación sistem ática de los principios estoicos, mode­
rados unas veces por las infiuencias de la teoría de
— 107 —
P latón, y o tra s veces e x p u esto s en c o n trad icció n
con-ellas, seg ú n es d e v e r en m uchos lu g a re s de los
tra b a jo s del filósofo ju d io .
81. En la an tig u a p atrística prevaleció la teoría
platónica.en cuanto a las ideas-tipos de las cosas, o
ejem plares existentes en la mente divina, con un
doble dinamismo, exigido en parto por el concepto
de Dios, según los principios cristianos, y en parte
aceptado y a como explicación filosófica de los tipos
ideales de las cosas, y a como explicación de la reali­
dad misma, y cuya base era un estoicismo platoni­
zante, como más tard e se convirtió en un platonismo
aristotélico, según en otro lugar habremos de v e r.
E l concepto de Dios exigía en efecto la potencia
infinita, para la realización de los eternos ejempla­
res de las cosas; y a sn vez los eternos ejemplares
no eran tales siu la virtu d omnipotente que les die­
se el ser realizables m ediante la libre determinación
divina; porque lo posible exije, segúu la teoría a
que aludimos, dos elementos; uno el del tip o ejem­
plar, y otro el de uua actividad que pueda realizar
aquel tipo, y dar ser a la cosa representada. E stos
dos elementos vienen a encontrarse, por decirlo asi,
y entrar en relación m utua, m ediante el ser de Dios.
Pero la misma mediación de la entidad diviua hubo
de concebirse de dos m aneras: como realizando en sí
los ejemplares de lo posible por su propia existen­
cia, lo cual equivalía a derivar todo dinamismo en
ellos de su identificación cou Dios; o como realizan­
do Dios la existencia de los ejemplares a m anera de
obra suya lógica y aun cronológicamente posterior
al divino ser lo cual ponía los ejemplares de las co­
— 108 -

sas y su dinamismo muy por debajo del dinamismo


esencial divino, y constituyendo como un grado me­
dio en tre la trascendencia inaccesible de Dios y la
realidad contingente de lo creado.
La primera- de estas interpretaciones es filosófi­
cam ente de carácter estoico, con tin tes platónicos;
la segunda, y má.s común en la antigüedad teológica
es de origen platónico o filoniatio, con tintes estoicos.
E n cuanto a la interpretación de lo real creado
según los eternos ejem p la res, la teoría platónico -
estoica prevaleció tam bién eu los comieuaos de la
teoría de los dogmas, siquiera más tarde viniese a
ser reemplazada por la teoría aristotélica de las
esencias, que en realidad d ista mucho menos del
platonismo de lo que se ha creído y muchos piensan,
como en su lugar veremos. La realidad esencial es
concebida por los antiguos a modo de objetivación
de las ideas-tipos, que se introducen, por decirlo así
«n el fondo de las cosas para darles ser, y con cl ser
darles virtu d operativa y el dinamismo de su pecu­
liar naturaleza.
82. E l estoicismo, como sistem a principalmen­
te ético y teológico dentro del aspecto panteísta, no
prescinde de la teoría de las cauf.au, ni de las prue­
bas de la existencia de Dios; la realidad divina es
probada según ellos así por la diviuación, como por
•el consentimiento universal, por las causas finales, y
por la Providencia. Al mismo tiem po, la penetración
de Dios en las cosas para darle se r, unidad y d e s ti­
no, e inform arlas de un soplo de lo divino, hace que
su virtu d sea razón sem in a l de todo, y en las cria­
tu ra s racionales singularm ente se manifieste esa
- 109 —
participación divina por modo más singular. De ahí
la natural inclinación del hombre a adm itir la exis­
tencia de Dios, y la necesidad que siente de u n a
religión.
El Sionismo que acepta la teoría estoica do las
p a rtic ip a cio n es, aunque modificada, sustituye la
teoría de las causas, por el principio de perfección
como regla y dinamismo de la vida, singularm ente
intelectiva. A sí la teoría de la vida como una a s p i­
ración , que es principio ético de los estoicos, viene a
serlo tam bién de F iló n , partiendo de diverso punto
de vista.
Los P adres antiguos aceptan el principio de
causalidad, como medio de dem ostrar la existencia
de Dios, con los estoicos, y adm iten con el filonismo
el principio de perfección; pero adaptando uuo y
otro a la ortodoxia cristiam i, no pueden menos de
fraccionar en esto, como en los demás casos análo­
gos, las teorías a fin de hacerlas en trar al servicio
de la nueva filosofía que comienza a formarse, y cuya
orientación eu los problemas referentes a la D ivini­
dad habremos de estudiar.
C A P Í T U L O IV

La idea filosófica de la Divinidad en sn relación


con el universo
S u m a r i o . L a id ea d e re la ció n e n tre lo fioito y ln D iv in id ad , p a r a
lle g a r a l conocim iento d e é s ta . L a creación filosófica del J-oyos,
y s u re p re s e n ta c ió n eu e s te p u n to . C o n ta cto de la gnosis o rto d o ­
x a coa las ynusis h ete ro d o x as en la d o c trin a del XofOt;. D oble
re p re s e n ta c ió n filosófica y te o ló g ica d el Xoyog en l a gnosis o r ­
to d o x a. A m p litu d s ig n ificativ a d e l A o f o t a tra v é s d e los sistem as
filoaóficc-teológicos. El X oyos do la filosofía v éd ic a. Id . d e l a filo­
s o fía helé n ic a. Sn form ación p r im e r a , y evoluciones p o ste rio re s.
E l Xoyoi; «u el sis te m a d e P l a t ó n ; id . en los esc rito s no a n té n -
tico s a trib u id o s al m ism o, de la época c r is tia n a . E l l o y o g fM em-
r a j en el judulam o. Sus o ríg en e s. F a c to re s q u e e n tra n a co n s ti­
tu irlo . E l ele m e n to bíblico. L a in te rp r e ta c ió n p lu ra lis ta d e E lo -
h im en o rd e n n las en tid ad e s in te rm e d ia ria s . O rig e n a le ja n d rin o
de la in te rp r e ta c ió n de J a k v e com o expresión de la esencia d iv i­
n a: su ac ep tac ió n en la te o lo g ía c r is tia n a , e in su b sisten c ia d e d i­
cha d o c trin a . E l concepto tra s c e n d e n te d e J a k v e , y su form ación
g ra d n a l. L a id e a do trasc en d e n cia d e la D iv in id ad en sus e ta p a s
bíb lic as. El no m b re de Jahvc; nu v a lo r cu e l sem itism o a n te s d e
B e r denom iuación p ro p ia d e l Dios d e Is r a e l; id. d espués d e su
apro p ia ció n p e c u lia r en tiem p o d e M oisés. La evolución da base
bíblica en las Potencias in te rm e d ia ria s d el ju d aism o . E l encuen­
t r o d e lo d o c trin a tra d ic io n a l in te rm e d ia ria con la Gluaofla h e lé ­
nica. Ln tesis d e F i l ó n . C a ra c te r e s g e n e ra le s d el X o y o ; en las
síntesis M osófico-teológicas ju d a ic a , filoniana, y ncoplntónicn. El
y.oyo^ en P l a t ó n y e n la te o lo g ía c ria tia u a ; id . en é s ta y en el
s istem a d e F iu > x ; id . en la d o c trin a p lo tiu ia n a y e t la tesis o r t o ­
doxa. C onclusión.
X
83. L a idea que prim ariam ente se impone para
determinar la orientación dei conocimiento de Dios,
-y de sus pruebas, es la de las relaciones qne existen
entre el U niverso y la Divinidad. Y esta idea la en­
contramos de antiguo en función de una singular
creación filosófica que recorre el mundo de la ciencia
— 112 —
antig u a, cual es el Logos de que reiteradam ente h e ­
mos hablado, como expresión de la actividad de Dios,
o medio do su conocimiento, o ambas cosas a ln, vez.
En este punto que es fundam ental cuando se tr a ta
do fijar las lincas salientes eu el ordon científico de
la comunicación de Dios coa lo fiuito, entra de a lg u ­
na manera la gnosis ortodoxa en contacto con las
gn osis h eterodoxas, por las fueutes comunes plató­
nico-estoicas que utilizan en la explicación del ser
del universo, de su inteligibilidad y su relación a una
idea infinita en el Ser divino.
E a la gnosis ortodoxa ofrece el Xóyog dos aspec­
tos muy diversos e inconfundibles. Uno como expli­
cación de la realidad del mundo según el pjñtnptar
preexistente en el Artífice supremo que hace in teli­
gible las cosas por participación de la idea, y al
mismo tiempo es la razón de qno ellas tiendan orde­
nadam ente -a sns fines. El otro aspecto del Xd-foj s ig ­
nifica un concepto sobrenatural, y responde a la
personalidad del Verbo en la doctrina revelada de
]a Trinidad mediante el cual aparece otra categoría
de comunicaciones de quo ahora no hablamos.
E a el prim er sentido es el J-óyog una adaptación
filosófica a la tesis cristiana, verbal y de concep­
to , en cuanto compatible, o estim ada compatible,
con la doctrina ortodoxa sobre la causalidad de Dios
en las cosas, y la dependencia de las cosas respecto
de Dios. Eli el segundo sentido no se utiliza en mo­
do alguno el Logos de la filosofía, como en el ca­
so anterior, porque no responde al concepto sobre­
natural indicado, como veremos. E xiste de hecho
una apropiación denom inativa, tan to más utilizable
- 113 —
cuanto env expresión que llegaba a la teología pri­
m itiva por fuentes bíblicas, no menos que por las
profanas.
84. El Xoyoc entra desde su génesis doctrinal ea
los ámbitos de las soluciones filosófico-teológicas coa
el carácter significativo ora do uu elemento dinámico
divino o divinizado, ora como factor plástico, pero
trascendente, de la im tnraleza de los seres, ora
finalmente en uuo y otro seutido, como nexo do co­
municaciones con el centro divino en el ciclo univer­
sal de las existencias. La fasft más amorfa, y más
antigua conocida al mismo tiem po del J.oy°s> nos la
ofrece la filosofía teológica védica, donde aparece a
modo de elemento eficiente y dinamismo divino que
envuelve y vivifica los entes finitos. En dicha doc­
trina india Vádc (palabra, pensamiento, loijo.'.j era al
mismo tiempo que una divinidad, principio vivifica­
dor del mundo, que lleva ios espacios y abarca la
universalidad de los seres. «Yo, dice el layas, V&cky
en el Rifj- Veda, soy expresión, del padre (Roma) ba-’.
tiendo eu sn fren te, y mi asiento está sobré las
aguas, en el Océano. De aquí me extiendo a todos
los seres, y hasta el cielo levauto mi cabeza». «Co­
mo el viento, yo envío mi soplo, y abarco los seres
todos que hay más allá del cielo y ea la tierra» ( 1).

(1) A haiu s n ré p iídram asyn m úidhnm , m am a vonih aps-


vaintali aam udré, t a t a h v itis h té blinvanft ana vigvii
u t a (uuúíd
díjaiu yarslitDanáin upa jprijami.
AhaiH éva vátnli iv a pravám i á v a b lia m a n á blmvAiiún: v i? v á
S uá prtliivyú G tíivnti m ahliiA s a ín tftb h ü v a .
paraU d i v l p a r a h
(Kig-Vecjt^.jX, 1 2 5 ),
Prti'tt-éf C^xto intCLjrj, v. A moh R uisat., Filología compara -
— 114 —
85. Se han querido ver en el sistem a teológico
persa m anifestaciones de un Logos. Pero no hay nada
que haga viable tal aserción, Coa más insistencia, en
especial desde que D a r m e s t e t e r divulgó la existen­
cia de supuestas influencias neoplatónicas en el
A vesta, se ha hablado de analogías entre el Vohu-
tn an ah persa y cl xóxoí de F i l ó n , asi como entre las
íuvoíjisií filonianas y los A m echas Spenl.as persas, E n
otro lugar (t. II, n. 321, L a oración en los p u eb lo s
arios¡ hemes visto que todo eso carece do base es­
table; y no sólo los conceptos persas de las entida­
des aludidas y de otras, no tienen aspecto alguno
filosófico (son abstracciones de carácter moral y re ­
ligioso como los N u m in a romanos) siuo que uo se
halla en todo el A vesta sistem atización filosófica al­
guna que pueda servir de fuadameuto a uua teoría
del Wyos ( 1 ).

'
da, t, I, c. I. En uno de los sistemas filosóficos M imaiisa la pri­
mara emanación de la Divinidad es un hálito divino que constitu­
ye U Palabra-Pensamiento, un Xoyo% etéreo y universal, del
que participan todos los seres, o mejor todos los seros son oxpro-
s iín imperfecta del misino. Esa participación de lo divino m edian­
te e l >.0-(0£ ¡lidio explica eu la aludida teoría I r eficacia de la
invocación de tirnhma, y de los encantamientos.
(1) V . el t. II, 1. c it., nota. Nada liemos de decir de los
que creen hallar ua intermediario teológico equivalente al Xoyoz
cristiano según unos, al Espíritu Santo según otros, ea la fór­
mula del Avesta, (¿punto mainrjus; Qpenísto m uinyus. El
participio Qpenlo (gpenisto m superlativo), raíz g u ,. no tiene
en modo alguno la arbitraria significación que se le atribuye;
significa augere, eeoleerc, favere; y en la frase referida, cl
espíritu favorable, augusto, e le ,, (e! espíritu bueno, contra­
puesto al malo en el dualismo iuazdeo}. Confirmando lo dicho,
— 115 -
86 . E l concepto vago y universal de la entidad
divina en cuanto, Logas, y que aparece ora como p rin ­
cipio físico de la realidad cósmica, ora como base diná­
mica de la actividad de los seres, ora como v irtu a li­
dad ultraseasible que penetra en la m ateria para
constituir la forma y entidad peculiar de cada cosa,
y aun de cada especie de cosas, ora finalmente como
tipo metafísico de lo real, y condición de su in teli­
gibilidad, recorre la filosofía griega h asta las ú lti­
mas manifestaciones del neoplatonismo- en la era
cristiana.
H eraclito que introduce un *oyos fundam ental en
la naturaleza, inconsciente ( 1), pero vivificador y ac­
tivo, como la substancia ignea de que lo reviste en
sus m anifestaciones, haciendo oscilar su naturaleza
entre lo espiritual y corpóreo, entre lo divino y lo
no divino, da ki norma y pacta a todas las variautes
posteriores del Xoyos, que unas veces v endrá tra d u ­
cido en dinamismo divino superpuesto a la m ate­
ria, y convertido en voa; por A naxágohas, otras re ­
cobrará su carácter do Xor^s para ser principio de

la v ersió n p e h lv i de Qpento p oue o .ts u n ik (r a íz a f s u ) c u y a s ig ­


nificación lé x ic a es' jlis ta m e n te la, s e ñ a la d a a l a p a la b r a t r a d u c i ­
da: a u g e r c , p r o s p e r u r n fa c e r a . B a s ta e sto p a r a j u z g a r l a in­
co n sisten c ia d e U le s te rg iv e rs a c io n e s .
(1) H em os h a b la n d o a n te rio rm e n te de la t e o r í a filosófico-
te o ló g ica de H e r A c lito (v . c . I) . E a c u a n to a s u í .o - p j, e s o b je to
de in te rp r e ta c io n e s d iv e rs a s . E s p re s e n ta d o p o r m íos com o id é n ­
tico a la m a t e r ia Ig n e a de q u e h a b la (a s i lo h ac o ta m b ié n C l. A l e ­
j a n d r in o , y lo t r a e E u se b io p a r a o tro s es l a s u b s ta n c ia i g n e a u n a
form a d el Xoyos; p a r a u n o s el á o y ° í in c o n sc ie n te , y com o t a l
sin d u d a d ebe te n e rs e a u n q u e o tro s lo c o n v ie rta n en c o n s c ie n te .
— 116 -
m ovim iento atóm ico ea L eocipo y D emocrito —ndvta
(Ytvetai) I* Xáyou Vtal 6n’ iivKf''-y]í— en fl’aSO do STOBEO¡
a tra v é s del p lato n ism o y a ris to te lism o a d q u irirá el
c a rá c te r de tipo esencial o ejem p lar, como base ideal
o como base o b je tiv a da lo re a l; y el estoicism o lo
h a rá in te rv e n ir en todo el dinam ism o de la n a tu ra le ­
za sea como a.ór°s in m an en te o tra n s e ú n te (svaiáfleTog
y npocpopiwós), haciendo de todo lo e x iste n te un v e rd a ­
dero pan lo g ism o ; los n e o p ita g ó ric o s ju n ta r á n e l
xíyo; de P latón y de los estoicos p añ i ima fo rm a de
« ro s m ezcla de inm anencia y tra sce n d e n c ia, id e a li­
zadas sem ejante a la form a del xóyd;, de los neopla-
tónicos. F ilón u n irá finalm ente al j.5y° s. da P latón y
de los estoicos, la d o c trin a bíblica y la trad ició n ju ­
daica. a la m anera de uu nuevo sin cretism o que h ag a
de la filosofía un cuadro teológico, y de la teo lo g ía
u n a creación filosófica.
L a d o c trin a del ¡iparece siste m á tic a m e n te
e n tre los g rie g o s cou H eráclito ; m as cu cl uo se r e ­
v e la por lo m eaos de u n a m a n e ra definida el c a rá c te r
no ya personal pero ni a u n individualizado del >.ór®s.
sino que é ste e n tra en su s iste m a como d e m e n to
su b sta n c ia l de la u n iv e rsalid ad de los s o re s, que sólo
se sobrepone a e sto s en cu an to elem ento ideal de
todos ellos (1 ). Decim os que con H eráclito com ienza

(1) La personalidad del /.cyftc do H e rA c lito es sin embargo


afirmada po t J . B e ie n a ts en su Heraclitea, y fleruclilische
Studien (Reilin. Mus., V il y IX), y entre otros la acepta Ze-
ia e r , Die ph'tl d. G r . N ié g a n la , con otros, Scnueiur!, L.« s a ­
l l e , Die phil. HeruclfíUas, etc.; M a x H e i n z e , Lchre a. L a ­
gos. El Xóyo? como impersonal es sin embargo el substrnctum
(¡ermaceule del fieri continuo de las c o s a s , y i>:i este sentido
— 117 —
sistem áticam ente, po rq u e u a a forma inicial d e l xa-r*»
la en cu e n tran alg u n o s en la m ism a filosofía de T ales
y de A naxímakdo (1).
Dejando a p aite los eleáticos, cuya, teoría de in­
movilidad absoluta uo era apta para la afirmación de
un ser superior al ser del universo, aparece la teo­
ría pitagórica cuya tesis, que lo mismo puede ser
inmanente que trascendente (y de ambas maneras es
interpretada), no perm ite deducir una progresión del
Wyo? sobre los conceptos do H e r a c l it o . L a concep­
ción de ios neopitagóricos acerca de este punto es
harto más explícita, debido a posteriores ingeren­
cias doctrinales.
Es A naxágoras, al decir de A ristóteles, según
atrás hemos visto, el primero que hace una distinción
precisa eutro la m ateria y el E sp íritu, siquiera sea
discutible si reconoce o uo personalidad en éste. Su
vouS queda cicrtam ento diferenciado de la m ateria,
como principio de orden y distribución en la misma;
pero lo demás referente a la naturaleza de esa Ente,
déjalo aquel liiósofo sin determ inar ( 2 ).
87. En S ócratrs tal como su doctrina nos es pre-

SHSíeplible do n n n id e a l in d iv id u a liz a c ió n . V. Z e l l e r , ob. c.;


Compeuz, G r. Bunker, I , j Z¡¿ Hnrakti ts/ehre.
(1) Eu favor T eiciim ü lle r S ta d ic n s . G etch. d. B u g r if-
fe; eu c o n tra , Z e l l e r , ob. c ., I , y can él la g e n e r a lid a d d é lo s
h is to ria d o re s d o la lil. g r i e g a .
(2) No puede compararse la significación vaga do voü£ en
este periodo dn la filosofía, con el sentido que despuós alcania
esta palabra. No pocos Padres, como S . G hecohio N acianorno ,
cI N izeho , S. Juah C iu b ís io h o , etc. y con ellos Eusnim emplean
la palabra vo&j para significar substancias espirituales, persona­
les, como son los Angeles.
— 118 —
sentada, aparece no sólo una distinción entre m ateria
y espíritu, sino entre las ideas del espíritu humano y
el espíritu superior que asiste al hombre (Baijiown),
del cual los antiguos nos presentan asistido al mis­
mo S ó c r a t e s . No hemos de discutir aqui lo que en
realidad fuese el e s p ír itu o genio protector de Só­
c r a t e s . Sea que signifique en la interpretación de

los qne nos hablan de él, una influencia p re te rn a tu ­


ra l, sea que exprese en general la personalidad in te ­
lectual superior que inspiraba a S ó c r a t e s , como
otros quieren ( 1), es lo cierto que en esa creencia se
nos revela uua marcada orientación hacia la trascen­
dencia con carácter personal no sólo de lo divino, sino
de una virtu d mediadora o potencia superior en tre lo
divino y lo humano.
88. P ero la teoría platónica de la9 id e a s, o me­
jor la interpretación de éstas en sentido objetivo, co-

(1] Sabido es que los adversarios do S óchates atribuíanla


la introducción de nueras divinidades, en lo cual sin duda alu­
díase al 6h(í.dviov tomado en sentido personal. Lo mismo pensa­
ron otros después, y P lutarco , y con P lutarco , M ism o de Tibo
y A p d l e t o , tienen al Saijioviov por u n a substancia espiritual per­
sonal. P la tó n , sin embargo, no declara quo se trate de la perso»
ua de un genio superior que asistiese a S ócrates , sino de dioi-
num quiddatn, para valernos de la Frase’de M arco T d lio , (De
D ivinal. 1. I) que así traduce a un tiempo el Sai^av:ov y la men­
te de P la tón . De igual suerte se expresa J enofonte en sus Me-
morabilia I.1 . Los Padres, en general, areptiiron la denomina­
ción en senlido estricto y personal de demonio o espíritu; y es
de notar qne S. J ustino (A pobg. I, V) al b tibiar de la revela,
ción por el Xófo{ o Verbo divino antes dol Cristianismo, mencio­
na a S ócbates como especialmente influido por su acción. No es
ciertamente la interpretación del daimon como individuo la que
hoy se adm ite, en verdad nada verosím il.
— 119 —
mo realidades independientes de Dios, subordinadas o
no subordinadas a El, ea relación con las cosas, ora
en cuanto forma ideal de ellas, ora como principio
de la inteligibilidad efectiva de las mismas, repre-
senta la etapa cnlm iuaute, desde el punto de vista
filosófico, de un Logos Ae la id e a lid a d contrapuesta a
la realidad sensible, y al mismo tiempo en conexión
cou ella como v irtu d ríe la Divinidad, como m ente o r­
den adora, vou?, de todas las cosas; t* suí voo SeSijnwup-
füifiova—, según frase de P latón en el Timeo.
La personificación del x¿yo« hállase ya implícita
cu esa doctrina, que sólo necesitaba ponerse ca con­
tacto cou un sistem a conveniente de ideas religiosas,
para que llegase a su completo desarrollo. L a obra
de F ilón- y de los neoplatónicos responde a ese pe­
riodo evolutivo del Xóyos en el sentido atrás indica­
do, y del que tendremos ocasión de hablar adelante.
89. La base que proporcionaban las ideas p la tó ­
nicas p a ra tra d u c irla s eu expresión filosófica m ás o
meno3 deform ada de un My°c te o ló g ico , fu é ocasión
de que se in te n ta se n aproxim aciones ile g ítim a s e n tre
el Xíyos c ristia n o y el p la tó n ic o , y de que co rriesen
con el uom bre de P l a t ó n lib ro s e v id e n tem e n te e sc ri­
tos bajo la influencia de ideas c ris tia n a s , cuyos con­
ceptos reproducen falsificados.
Así en el E p in o m is, o b ra pseudo-platónica, en-
cuentrase la afirm ación categórica del Xíros como
Hijo do Dios, y expresiones que parodian pensamien­
tos del Evangelio d eS . J uan tales como la referente
a haber sido hechas todas las cosas por el Verbo:
om nia p e r ip sn m factn su til; por una a'.tía in-.a w-
fo» Te «al smaTr(|ii¡£ 3-sía$ áiró S-eoü y^vonsvij. D íg ase 10
- 120 —
mismo de conceptos análogos de las E pístolas no
auténticas atribuidas a P l a t ó n , objeto do com enta­
rios, por tom arlas como legítim as, entre los antiguos
P adres (1), qne de una parte utilizaban tales apócri­
fos para apoyar en P la t ó n la doctrina teológica, y de
otra se veíun en cl caso harto difícil de m antener dis­
tanciadas dichas enseñanzas, y señalar sus diferen­
cias respecto del contenido de la revelación. Los ad­
versarios de la dogmática cristiana encontraron en
tales apócrifos un recurso tan favorable como inse­
guro y deleznable.

X I

90. Pasemos ahora al w-fos judaico como interpre­


tación filosófica del dinamismo divino sobre el univ¿r-
so, en relación con las doctrinas precedentes.

(1) S. C irilo ub A lf.jaíidüía copia a ¡n. letra (Contra Ju l. 1.


VIII, M igas, P. gr. LKX.VI) alguno de los textos ¡iludidos, que
tiene por autóuticos. y no llalla ulrti diferencia respecto de la
ortodoxia qua el no hablarse allí rio la con.'wbstancitiíidud del
Verbo. V. también Enscaio, Prcnp. vennf),. I. O, c, 16, (ed.
D in d o ri-, L eip i. 18157-71). L* edición clásica de las obras de
P latón de Mausiuo F ic in o , con otros libios apócrifos incluyo el
Epitiomis y E p is to la r du,odt!i:im , como ediciones posteriores
hechas sobro aquella. M aiiAí, eu su sulmi edición de los Apolo­
gistas griegos (Prolegom . a S. J u stin o , cd. Pai is 1742) discute
cl sentido de lo» textos psondo-platónicos sobre cl Loyos cual si
fuesen legítimos; y ¡un en nuestros días no faltan quienes como
el P. Mi’.rilio reproducen como :iut£ul:cos tules textos, r¡l exam i­
nar cl pensamiento de P l a t o s en relación con el Logas cristia­
no (Jesucristo y la I g l., t II), cí.foizáii.lose asi en explicaciones
lío siempre convincente», y por o:iv. parto ya que uo
es P latos el que litihln, sino un anónimo que lo l'i'.lsiíicft.
- 121 —
Es desde luego necesario d istinguir entre el con­
cepto de la Divinidad. de la doctrina bíblica, con­
tenida en los libros del Viejo T estam ento, y la
doctrina de la tradición formada en parte sobre las
enseñanzas bíblicas, y en parte por ideas ajenas a la
Biblia, y debidas no pocas a influencias de sistemas
filosóficos y religiosos de otros pueblos. Sobre esa
base tradicional formóse uu vago concepto de un ser
intermediario entre la esencia divina inaccesible e
inefable, y las criaturas finitas y lim itadas; concep­
to que encontraba su apoyo en la Biblia, ora eti
aquellos pasajes que implicaban pluralidad de perso­
nas divinas, ora en los que parecían indicar una
distinción eutre Jahve y las m anifestaciones de su
gloria, o entre las apariciones del A ngel de Jahve
en las teofanías, ora finalmente en la idea de la S a ­
biduría y del Verbo o P alabra divina (dábar) perso­
nificada.
Así, con un núcleo en los libros sagrados, pero
independientemente de ellos, comienza desarrollán­
dose el sistem a teosóíico judaico, cuyo contenido vi­
no a condensarse en las m últiples e irregulares mani­
festaciones de la Cabala, después do proporcionar la
materia de los T a rg u m s, y por consiguiente del T al­
mud. Es en aquellos y éste donde se encuentra deli­
neado el tipo del Logos judaico-teosófic.o, o «Verbo»
jiU m r a /, que guarda marcadas analogías con el
Logo:( filouiítno.
91. No lia de decirse ciertam ente que el conteni­
do délos T a rg u m in sea expresión de la prim itiva tr a ­
dición judaica a que nos referimos. Con toda pro­
babilidad el Logos (Memra) judaico ta l como aparece,
— 122 —
es ya un. trasu n to del Logos de F ilón , y envuelve
sin duda elementos recogidos en el medio ambiente
del sincretism o alejandrino. Pero eso no obsta a que
sa base teológica se encuentre eo las tradiciones del
judaismo palestinense,donde se juntaban entre otros,
elementos babilónicos y persas, aportados al ju ­
daismo eu los períodos respectivos del pueblo hebreo
(v. n. 71), y de donde procedían igualm ente las tr a ­
diciones que sobre, el mismo punto se conservaron en
A lejandría, y utilizó F ilón para fundirlas en el tipo
helénico-judaico que su doctrina nos ofrece. Y es en
efecto en esta forma como se realiza el nexo teosóíi-
co alejandrino-palestineiise, transm itiendo la P ales­
tina el elemento religioso a los alejandrinos para su
elaboración filosófica, y dando éstos a los palestinen-
ses los factores filosóficos para la sistem atización de
sus conceptos religiosos ( 1). E sto explica como haya
quienes remonten a g ran antigüedad el sistem a teo-
sófico judaico, partiendo de sus principios religiosos;

(I) El elemento griego lué sin duda el preponderante, y


aun FüANKf'¿a K dbal', etc,) deriva el sistema filosúücu-reli-
gioso judaico de I i m itología indo-persa, no puede esto demos­
trarse, por lo menos en cuauto obra de sistematización; bien qua
algunos de los elementos religiosos qup. más tarde se m in en er,
la C á b a la sufriesen la iufluencia indo-irania, y a por ln mediación
do A l e j a n d r í a , ya (interiormente pur influjo m is directo singu­
larmente persa. Contra la tesis de Füakk, y la antigüedad de la
Cállala, v. J an., Die líclt'jiorwphilosop/iic des Sohar V. asi­
mismo S c h ü re ií, Geseti. der jüdisch. Volkes tn ZeílalL. t . J.
W e l m j a u s e n . Israclilisfi. u.jüdisc/u! Cíesch. Sobre los
elementos de loá Turguiniri, v. Ahór Rujbal, Los problemas
fundamontales de la Filología comparada, t. I . —Filología
sem ítica— .
— 123 —
y quienes a la inversa, partiendo de la elaboración
filosófica lo hagan posterior al cristiauism o. Pero se
ve igualm ente con lo dicho, que ni cabe afirmar lo
primero ni sostener lo segundo en absoluto y sin las
debidas distinciones ( 1 ).
92. T res factores, pues, integran el w-rot judai­
co: 1.° el bíblico; 2 .° el tradicional; 3 .” el filosófico.
El elemento bíblico lo proporcionan, según he­
mos indicado, todos aquellos lugares en que se reve­
la sea una p lu r a lid a d en lo divino, sea una d is tin ­
ción entre el ser y la v irtualidad operativa. Tales
lugares en su mayoría son los que vinieron a u tili­
zarse ou cl cristianism o como confirmación de la p lu­
ralidad de personas eu Dios, y como indicio de la
beatísima Trinidad, dando ocasión a las antiguas dis­
quisiciones teológicas sobre si los judíos tuvieron o
no tuvieron algún conocimiento de dicho dogma.
El rígido monoteísmo judaico, de personalidad
única en Dios, la alteza del m isterio que necesita
para ser admitido toda la plenitud de certeza en su
revelación, y la oscuridad de los pasajes bíblicos re­
ferentes a este punto, hicieron no sólo que la Trini-

(1) Los Rabinos de ta Eíftd media fueron los principales


propalndores de lo antigüedad de las doctrinas talmúdicas y do-
mi9 recibidas por ellos. AI Jezisnih, ru ja antigüedad varias v e­
ces lia querido cu vauo restablecerse, lo h a c ía n remontar aquéllo»
hasta los tiempos de Abrahán. V. S u h ü r e r , ob. c it., S c iila tt e b ,
Israi’U Gesch. o. A lcx. bis. H adrian. Sobre la d o c trin a ema-
nntista en la Cábaln, v, entre otros K l e u k e r , Ucb. dic N a tur.
u. der Urtsprung d. Em anations Ichre be.L A. Kabba-
Uslen . Sobre la influencia de F il ó n en las tradiciones Ca­
balísticas, v . Siegfrlcd, ob. c.; D iuiuond, The je icise h M at-
tiah.
— 124 —
dad, no fuese admitida ( ¡ ii aun la pluralidad de per­
sonas divinas), sino que los textos bíblicos sirviesen,
para apoyar y dar fundamento a categorías de e n ti­
dades que, como las del sistem a ÍUoniauo, ora osci­
lan entre lo creado y lo increado, ora quedan inde­
finidas catre lo abstracto y lo concreto.
El Génesisj abre la historia de la creación se­
ñalando una pluralidad eti Dios: «y dijo E lohin:
ü'n'?# — H agam os SN no^aujiv — a l h o m ­
bre a im agen n uestra sem ejan za n uestra

y creó E lohim , etc.


Aquí donde se halla pluralidad de la acción crea­
dora E loh im , que habla eu plural, A fijam os... a ima­
gen n u estra , semejanza n a e s lra , se eucuentra tam ­
bién la expresión singular de agente: Y d ijo , y creó.
De suerte que lo mismo cabía uua interpretación
dé la. p lu r a lid a d que ele la u n id a d ; y no siendo co­
nocida previam ente la conciliación entro lo uno y lo
m ú ltip le en Dios, no restaba sino optar por uno
de dichos extrem os, o buscar la conciliación entre
ellos introduciendo bajo la poi.enr.ia suprem a de
Jfthvé una jerarquía de -potencias subordinadas. P a­
ra reducir a la significación de unidad personal
divina las expresiones de multiplicidad bastaba tra ­
ducir el E lohin y las formas hagam os etc., a u n
simple plural m%}p'Stálico o de dignidad, que es
aun hoy interpretación hurto recibida. Y puesto que
la multiplicidad de Dios es excluida sin duda alguna
de la doctrina judaica, siempre que quisiera conser­
v ar la significación y sentido de p lu r a lid a d eu el
pasaje citado, era m enester explicarlo por la exis­
- 125 -
tencia de seres interm ediarios, partícipes de la vir­
tud divina, a fin de poder abarcarlos en la denomi­
nación suprema de EIohin, pero bajo la unidad de
dictámen y de noción: Dijo E lo h in ... Creó E lohim ,
de una m anera análoga a lo que más tarde había de
constituir la explicación de los que hallaron en esas
palabras y eu el contraste del plural y singular alu­
didos, una prueba del dogma de la Trinidad.
93. ( Nótese que E lohim (sing. fiZ;arameo y fenicio
El., asirio llu ! de que atn is hemos hablado ( t .I , c. 6 ),
puede traducirse por Potencias: o V irtudes operativas
sin alterar su seutido, y mm ajustándose a é! ( 1). En

(1) Aunque In etim ología de la palabra es iueierim, y tal


vez no será ya posible determinarla. como con razón tiota B u iil
Handioorlcrbuch, etc ., es probable, y desde luego sin dificultad
trad u c ib le p o r o (p o te n a f n it) . o p o r (to rtis
fn it); e s to ú ltim o q u ie re n E ivald , K osio e t c .; lo p rim e ro es sin
em bargo lo m ás re c ib id o .
D klitzs, Babel a. Bibcl. y artes L a g .í r d e . quieren qite El

E8B derivación de la pvep.^í?, hacia, a, en sentido de direc­


ción y de finalidad , indicando R Elohim como el Un de las as­
piraciones do los hombres; eso mismo acepta también L a g ra ng e ,
Rdig. aéniitiques. Pero esto, desde el pumo de vista do^
concepto, ofrece pocas probabilidades, dado que en c.l semitismo,
singularmente en el judaico, se tendía a representar a Dios más
como ser altísim o e inaccosible, que como término de humanos

deseos Lesicnmente tampoco significa finalidad, sino sim ­


ple dirección, ni hay nada que justifique la adaptación snsteu-
livaja de ni> hacia sin otras determinaciones, paro expresar el
Ser divino. En aeirio Imitamos ciertamente alguna fórmula qua
indica a un Dios como punto a donde mira el mundo, pero sólo'
como expresión poética, y refiriéndose a ln diviuidad del Sol por
>1 cual el mundo es iluminado. Ej. las palabras del tanto o psal-
— 126 -
«1 sentido bíblico tradúcese bien por un plural m a-
yeslálico, cuando se tra ta de Ser Supremo, como
A d o n a i, que evidentem ente y sin discusión
tiene la significación de un plural de g ra n d e za . Y
como A d o n a i (literalm ente, m is Señoresj, equivale
a Rector sumo (Providencia), así E lohin tomado en
análogo sentido m a yestá lico significa E l que tiene la
suma de todo poder (Todopoderoso). Pero Elohin no
sólo es susceptible de expresar Potencias superiores,
d istin tas de Dios, sino que de hecho, en la E scritu ra,
toma ese y otros sentidos. E lohim , significa, en efec­
to , además del Dios verdadero, dios falso (1), dioses
falsos (2), la imagen de un dios (3), enviados de Dios,
sus Angeles (4), principes y jueces, etc.
De esta suerte la tradición extrabíblica encon­
trab a m últiples m aneras de explicar el E lohin y de
traducirlo en las categorías, que conviniesen a sus
teorías, cuando los judíos comenzaron a tenerlas.
P o r eso F ilón que distaba mucho de pensar en la
Trinidad a la manera cristiana, no vacilaba en soste­
ner que el E loliim del primer capítulo del Génesis
expresaba una verdadera pluralidad, de la cual hacía
b ro tar su Logos, ta n distanciado de la esencia divi­
n a. Y por análogo procedimiento un escritor del s i­

mo babilónico: Digil ¿rsiiim rapasktn. «El signo bacía el cual


dirije sus miradas la tierra lejana». Bien se ve que ni esta ni
otras maneras análogas de hablar, dicen nada en orden s la e ti­
m ología de que se trata.
(1) 1 R g ., 6, 7.
(2) Exodo, 12, 12.
(3) E s., 32. 1.
. (4} P s. 96, 7.
- 127 —

glo n antea de J. C., E z e q u ie l e l t r á g ic o , sostenía


la existencia de un Lagos bíblico, un in term e d ia rio
dim ito (participe de la divinidad en sentido platóni­
co próximo al jndaico-eraanatista) que fué el que se
apareció a Moisés en la zarza ardiendo.
94 . Una cosa debe tenerse presente cuando se
truta del concepto judaico de la Divinidad, y de la
evolución de su teoria in te r m e d ia r ia . Y es que en la
teología bíblica se nota ya una progresiva tendencia
a hacer resaltar la idea de Dios como trascendente,
alejándose así en algún modo de los seres creados,
mientras se aproxima a ellos por su g lo ria , su v ir ­
tu d , p ro vid e n c ia , y per el ministerio de sus e sp ír itu s
¡ángeles c enviados!. E ste aislamiento acentúase
principalmente después del cautiverio de Babilonia;
adviértese entonces un marcado intento de alejar de
los judíos toda idea antropomórfico de Dios, y de
todo concepto que pudiera aproximarlos al pensa­
miento pagano en orden a la Diviuidad.
Uua denominación, correspondiendo a la mencio­
nada idea trascendente, hubo de adquirir especial
relieve para expresar por antonomasia al ser de Dios
en sí, la plenitud de la Divinidad. E s el nombre
inefable de run’ Jahvé (el sppvjxov de los
masoretas) el cual en sus variantes significativas
(plenitud del ser, del viv ir, de la no dependencia o
subordinación a otros, que estas acepciones ofrece ea
lá Biblia) sólo tenía aplicación y sentido propio re s­
pecto do la Majestad, que a si mismo se había hecho
denominar de esa manera: Sic dices filiis Israel: Q ui
tsi rrity¡ (soy), m isit me ad vos». (Ex. III, 14).
- 128 —
95 . Ja k vé (Ja) (y también Jahvé — E loh im , Do-
m inus-Deus, Dios por excelencia entre los dioses), se
contrapone a todos los espíritus intermediarios a to­
das k s criaturas, y dioses de ios demás pueblos. P or
eso losjudios hicieron inefable su nombre, que no pro­

(6) L a p ro n u n c ia c ió n Y ehova. (Jeová.) es sin d u d a d e f e c tu o ­


s a , y se o rig in ó en la v o ca liz ació n e x t r a ñ a q u e los ju d ío s d a b a n a
I r p a l a b r a . Los pocos m o d e rn o s q u e a u n la c o n s e rv a n ( M e te r ,
U e u n A n i e tc ,) eolo p u ed e n s o s te n e r la a c u d ie n d o a u n a co m p o si­
ción d e la p ala b ra, v e r d a d e r a m e n te i r r e g u l a r c in v e ro s ím il. (G f.,
H e tz e n a u e is ob. c . I) . L a p ro n u n c ia c ió n Jihoe se fu n d a en q u e
'"ty?’ ( te r e . p e rs . d el irnp. d e k a l ) del v erb o a r r i b a ni ene. a 6
su p o n e í e s el o rig e n del n o m b re. P e ro a u n d a d o e3e o rig e n la
f o r m a p rim itiv a (q u e tie n e ta m b ié n co m p ro b a ció n p o r el á r a b e ) ,
es ‘"'v'TV, y p o r lo m ism o ln f o r m a d e p ro n u n c ia c ió n d el uom -
h re e s J a h e é . Q u ie re » a lg u n o s (G esk n ju s, L a g a u d e , S c iiü ltz ,
K i t t e l , e tc .), q n e cl v e r d a d e r o o rig e n de Jahvc e s tá en la fo rm a
ip h ít; co sa qno g r a m a tic a lm e n te 110 es im p o sib le, p ero si im p ro ­
b a b le d e s d e el p u n to d e v is ta d e l a M gnilicación: p o rq u e Jaluse
y a no s ig n if ic a r ía a s í al q u e e s . s in o el q n e d a el ¡re/*. F ü s s i
H a n d to ó r lc r b u e h , e tc .) ju z g a q u e c o e x i s t i é r o n l a s d o s proD un­
cía d o n e s , Y e h u c a y J ih o e , é s t a e n t r e los h e b r e o s , y a q u é lla
com o p ro n u n c ia c ió n g e n e r a l s e m ític a - P e ro no liay n a d a q u a j u s ­
tifiq u e la excepción re s p e c to del ju d a is m o .
L a tra d ic ió n p a t r í s t i c a (ln coiuo p ro n u n c ia c ió n j u d i a ; ’latí»
'latuV a (O ríg e n e s ) ; ’l a ú , ’l a ( C l . A lb j.} ; ’Ia € é , ’l a (S . E im fan io );
V a h o (S . Jeiióa’isio). T u o d o k e to s e ñ a la ’A ía p a r a los h e b re o s , y
l a Í B p a r a lo s s a m f,r íta n o s , En la s in s c rip c io n e s b a b iló n ic a s, e j
com o hem os dicho a t r á s , Ja-d-ec; Ja -te; J a -ú -u m . T odas
e i t a s fo r m a s re s p o n d e n sin d u d a a l tip o fo n é tic o d e Jahoti.
P o r lo q u e hac e a l o rig e n de dich o u o ra b re , d e b e d e c irs o
que asi Jakce com o e l v e rb o h e b re o d e d o n d o s e i n t e n t a d e r iv a r ,
son d e riv a c io n e s u su v e z do u n p re c e d e n te co m ú n en cl s e m itis ­
m o con s ig n ificac ió n a l m ism o tiem p o v e r b a l y n o m in a l, c u y a
d ife re n c ia c ió n re a liz a r o n las tr ib u s c a n a u l a s en con so n a n cia con
— 129 —
nunciaban segó a se escribe, eu señal de respeto a la
A lteza suma, y según el concepto trascendente que
comenzaba a formarse de la Divinidad.
Una falsa interpretación de aquellas palabras le í
Levítico: « E tq u i p ro tu lerit uornen Jahve morte mo-
r i a t u r . q u ú i protulifc nomeu m oriatur». llevaba a
los judios a uo pronunciar el nombre de J a h v e , para
guardar conformidad con la trascendencia aludida de
la idea de Dios que ellos vinculaban a esa palabra;
porque los demás nombres (Elohim, Adonai, etc.), no
tenrau dificultad eu pronunciarlos, a pesar de que con
ellos también designaban al mismo Jahvé.
96. El texto meuciouado del Levítico no se re ­
fiere a otra cosa sino a prohibir se blasfemase en for­
ma alguna de Dios. P rim itivam ente ios judíos, eu su
falsa interpretación del tax to referido, limitábanse
a no pronunciar Jahve según su verdadero nombrB
fu era del tem plo, pues, como hace notar Matmónides
/ Yad chasaqa, XIV) en el templo el Sacerdote los
ten d een por el nombre verdadero de Dios; más ta r ­
de, añade ei mismo, aun esta invocación fnó su p ri­
mida, para que no la conociesen hom bres in d ig n o s de
saberla.
De esta su erte una deuominación de Dios, venía
a sintetizar un proceso evolutivo en la idea de la

sus id e a s re lig io s a s . D e sd e lu e g o , n in g ú n n om bro p ro p io e s en


sil origen, p rim itiv o , sino fo rm a d o por s u a p r o p ia c ió n d e u u
apclntivo q iia sn i n d iv id u a liz a . M ucho manos b1 v erb o p u ed o d e ­
cirse p rim itiv o , ya q u e g lo to ló g ic u m e n tc to d a fo rm a c ió n v e r b a l
es p o s te rio r h. ln ü o n iiim l. P o r eso es d el to d o im p ro c e d e n te pqp-
e»v en la Dignificación o r i g i n a r la da Ja/ti'c com o v in c u la d a a la
s gnificactóu d e u n a fo r m a v e r b a l.
tom o v 9
— 130 —
Divinidad; el cual proceso term ina en una noción
ultratrascendeute de Jahvé, y en la gradación in te r ­
m e d ia r ia tan acentuada en los últim os tiempos del
judaism o.
Que si no faltan quienes juzgan prim itiva la
diversidad significativa de J a h vé, y de E lohim , con
las demás denominaciones aplicadas a Dios, ta l dis­
tinción en modo alguno puede tenerse por originaria
y prim itiva, y menos todavía como característica de
diversos tipos religiosos y doctrinales ( 1 ).

(1) Partidarios do una significación particular primitiva en


Jakcé son desde ¡negó cuantos mantienen la distinción entre do­
cumentos bíblicos jehoi'istas y elohistas, como expresión de d i­
versas divinidades en un supuesto politeísmo anterior. Lo son
igualm ente por diverso concepto, los que piensan que el nombre
Jakcé uo fué conocido de los Patriarcas, con anterioridad a Moi­
sés, juzgando que ha sido formado por vez primera cuando Dios
ordenó a Moisés le diese a conocer bajo tal deuominación a su
pueblo. Esto decía ya J osefo F l a v io , repiten después varios P a ­
dres {entre ellos S. B a silio y S. G regorio M .), y hacen prevale­
cer lo» expositores antiguos, a quienes siguen otros moderaos.
Como fundamento se invocan aquellas palabras del Exodo (VI, 3)
donde después de decir Jahve que es el Dios de Abinliam, Isaac
y Jacob, añade; «Et nomen meam Adonai (Jahré) non indicavi
eis». Mas, lio significa esto que ese nombre no existiese {cuando
m uestras hay de que era conocido aun de los no semitas), Lo
que significa es que Dios no se liabín impuesto dicho nombro co­
mo ahora lo hace, seleccionándolo entre los demfts nombres; y
también que no se había manifestado la majestad y el poder di­
vinos a los Patriarcas, como ahora iba a revelarse. Por eso aña­
de: Ahora sabréis que yo soy cí Señor (Jahuó). (Nunc sete-
tia, etc.)¡ indicando luego las obras de su poder cuya realización
mostraría la grandeza de su nombre auto su pueblo. De esU
suerte, lo que en realidad comenzaba era lf. apropiación del
nombro de D ios por antonomasia, Jaitoe, con la representación
- 131 —
97. E s indudable lo hemos indicado ya (v. 1.1,
c. 6 ) que ninguno de los antiguos Dombrcs utilizados
en el hebraísmo para designar a Dios, guarda rela­
ción especial y privativa con la Divinidad; todos ellos
tienen un sentido teológico común en cuanto a e x ­
presar el Ser divino, aunque vavien sus aspectos. De
igual su erte, ninguno de los nombres referidos per-
tenece por títu lo exclusivo al hebraísmo, sino que
son comunes al semitismo para expresar sus respec­
tivas ideas teológicas. E lo h im , segúu queda indica­
do, recorre eu d istin tas formas las diversas religio­
nes semíticas (v. tam bién t. 1 , 1. cit.); Ja/ivé perte­
nece igualm ente al fondo común semítico; de donde
muclio antes de Moisés hubo de recogerlo la cultura
religiosa asirio-babilónica, m ientras de ésta recibie­
ron probablem ente los sem itas la designación de
Schadai (Dios de las a ltu ra s, en correlacióu con el
asivio sch adu j, no menos que el concepto que encie­
rra el Jahvc T sabaol, Üios de los ejércitos (prim itiva­
mente, y en asirio, de los ejércitos celestes, o de los
astrosI ( 1 ).
Así, pues, el nombre do Jahve era uno de los

de la excelsitud de su ser y de su obrar en Israel según el mis­


mo Dios manifestaba al caudillo de su pueble; lo cual jamás ha­
bía hecho antes a los Pn triareis.
(I' V. en cl t. I, nota al n. 218, el T s a b a o th bíblico on el
sentido de ejército cclcsle. Por lo demás esta f ó r m u la nsirin es
reiteradamente significada en e l judaismo; a s í yernos p. ej. que
H b lc ía s hizo arrojar d el te m p lo dol Señor, to d o lo c o n s a g ra d o a
Baal, el universa: m ili tice c oeli; e hizo dcsnpareeer los adivi­
nos, el eos q u i a d o le b a n t in c e n s u m B a a l , e t S o lí, c t L u n a ,,
et d u o d e c im sigáis, e t o m ni m itita i c o c ti (Reg. 1. IV , c. 23).
— 132 —
diversos nombres de la Divinidad entre los sem itas,
conocido mucho antes de la apropiación hecha por el
Dios verdadero, del Dios de Israel como nombre su ­
yo por antonom asia, al ordenar a M o i s é s : «Sic dices
filiis Israel: Jahve m issit me ad vos». Con anterio­
ridad en muchos siglos a M o is é s (eu la época de
Hammurabi) se nos ofrece aquella denominación a
trav és de la antigua litera tu ra asirio-babilónica
como significativa del S er divino: Y a -á -ve-ilu ; Ya-
v e-ilu ; Y a -ú -u m -ilu , son formas según dejarnos no­
tado (t. I, c, 6 ) que responden al nombre semítico de
J a h m ; siu que los reparos que algunos ban querido
suscitar sobre esto punto puedan b astar para hacerlo
dudoso ( 1).

(1) No hace a nuestro objeto entrar nqui en ln exposición


ni ea la critica de las disensiones suscitadas con ocasión do las
referidas palabras. De los das puntos principalmento quo entra­
ron en controversia, uno referente a la lectura, de Ja-a’-ve iln,
etc., otro, a ln derivacióu y consiguiente sentido de J a - a ’-T8. Ya-
u, ninguno puedo hoy resolverse en otro sentido que en el e x ­
puesto arriba. Por lo que hace alprim oro de estos puntos, aun­
que la lectura Y a -a ’-bi-ilu propuesta p o r B e z u l u euiuo ln de
Y a-a’-pMu (ambas por razones gráfico-históricas inaceptables)
so supusiera admisible, liada obstaría al origen exótico de la
palabra y a la expresión do Jahce carianeo, que fácilmente se
descubre a través de nsa alteración fonética. Jíu cnanto a Ja - ii~
um -ilií, así ha de leerse, y uo como propone Kónig ( tíibcl und
Babel) con otros, Y’a-a~ina-ilu. Como notamos arriba, la ni
es debida a la m im aciún harto conocida cu ol antiguo babiló­
nico, y de la cual por consiguiente debe prcpciudirso para la
etim ología de la palabra.
- Eu c u a n to a la fo rm a ció n de Ya-d-oe tam p o co o frece n pro­
b a b ilid a d o tr a s d e riv a c io n e s quo la de Jlmve F un z Hom m el
(Die altoriant.alitckcn Dcnkmüler, e tc .) b ac e p ro c e d e r ol
-1 3 3 -
98. La composición de los citados nombres, en la
interpretación y lectura propuesta, revela dos cosas;
de una parte, que se tra ta de palabras, (por io menos
en su elemento fundamental Y a -á -vcl extrañas a la
rama sumcro-babilónica; y de otra parte que son,

Ya, Yau de u tm divinidad (d io s a ) su m eria rm A ya (luna), qne


igualmente existo en babilónica, y que con variantes pasó a otros
pueblos sem íticos. D g l i t z s c i t {Babel u. Bibcl) objeta que esta
divinidad babilónica Y a u —Ai «sólo existe cu In fantasía de
H osh el», y añade que éste no podría presentir nu solo pasaje
que h a b le de u n dios babilónico Ya o Yau, E s t a critica d e
D elitszcii no U oncuciici'rt H om jibl. justificada, p o r c u a n to no h a ­
b la él de un dios Ya ni Yau, sino de l a diosa Aya, para d e r i­
var de ubi el Ya, Yau, etc.; y la existeuciA ile A ya es mani­
fiesta no sólo en ln. religión asirio-babilónica, sino fuera de e lla .
L a respuesta d e Homjiel no es sin embargo .satisfactoria. D e sd e
luego A ya no so convierta en Ya o e t Yau sin algo en que se
apoye esft transformación. Pero además 110 es admisible que fuese
conocido JVi-rt como d io s (iltt) en Babilonia, siendo el mismo
nombre y Ir misma cosa con Aya, diosa que allí continuaba
venerándose; y no es menos inverosímil qna no aparezcan v esti­
gios del culto bíibilóuico de Ya-it, como aparecen de Aya-, ya
so tengan por divinidades distintas, yn como nombres distintos
de una misma divinidad originaria, si es que ha de dársele a
T a-ti cl caráctor de divinidad que ineludiblemente reclama.
Lo que decimos de la derivación do Aya, so aplica igual­
mente a la hipótesis de los que piensan en qne Yu-u proceda de
Ea, tercer dios do la gran triada babilónica. Ya-u no Agora
jamás ni al lado del dios Ea, ni en el panteón babilónico. La
forma Ya-a-ve, Ya-vn es totalmente ajena al lenguaje asirio-
baliilónico. Ni habría en tal supuesto mds razón para derivar
Ya-a~ve de Ea, que para hacer proceder al dios Ea de una for­
ma atenuada de Y a-a-ve. Ciertamente que H qílmel (1. c.) no
duda afirmar que Ea deriva de A ya (la diosa luna de que
antea hablamos), y al efecto traduco E -a por casa estación
de la luna («H nus,— Mondstation»), aunque su verdadero sign i-
— 134 -
por su carácter, debidas al semitismo septentrional,
introducidas sin duda por las antiguas trib u s caldeas
que pasaron a Babilonia (1).
99. La significación de las tres mencionadas for­
m as babilónicas, asi interpretadas, es la misma de la

casa del agua (A lusión al circulo divinizado de


ficado es el de
apsu que en sentir de los babilonias rodean el
la s aguas del
mundo); la diferencia e n t r e A ya y Ea es harto manifiesta.
Dando un paso más, declara como forma fundameutal de todos
estos nombres, un primitivo Ya; de donde Yaum, resultarla
por simple terminación del nominativo somítico y por mimación.
Esta idea la había propuesto antes S a y ce , y la reproduce
G. M argoliout (del Museo Británico), Hebreiv Ba.bilon.ian
A ffin itics. Pero u n primitivo Ya o A i, A a sólo hace idéntica
l a formación originaria de la divinidad en n c tipo común sem í­
tico, siu decidir nada sobre el carácter privativo que el nombre
to m a en cada raruadel semitismo, y que no es posible coníuiidir
cou los d«má3. Por eso mismo hay q u e decir que aunque la
forma Ya-á-ce (o al Jahop. « m a n e o ) no s e a , como no es, primi­
tiva, ella de ningún modo es forma babilónica, sino importada
allí; como la forma Ya-u en los nombres Ya-cc-ilu, Y a -u -
um -ilu resulta de Ya-oe, y no de otra cosa ni con otra signi­
ficación.
(1) Que se trat.a de ni) elemento extraño ni babilónico, es m a­
nifiesto desde el momento eu que se parta do la forma la-u>a
(ii, e, u.)~il (u). B1 primer miembro de esta palabra compuesta
la - ’tca, la-'toe o la -iv a (la-'hn-ve, etc.), es ciertamente
ajeno al léxico asirio-babilónico; y aunque II, ll-u e s t i deutro de
este lenguaje, nada hay quB obste a hacerlo expresión de El, coo
el mismo origen que la - ’fia-oe. Un vorbo hanc, hana o iafici
iava no se encuentra en asirio-babilónico. Es si» duda la forma
del semitismo caldnico en tiempos de Abraham, que corresponde
al eaiianeo ihya (en asirio-babilóuico i/tutn), ser.
AI mismo tiempo la - ’a-ve- ¿tu, en su doblo escritura, acusa
su formación, sin inconvenientes, sobre la baso de Jahoe- El,
(Jahve-Elohim) por conformación analógica de El, cor IL (« ),
— 135 —
antigua frase caldaica, y luego judaica, J a h ve-E l, o
Jahve-E lohim , «Jahvé es Dios» ,en. la segunda forma,
«Jahvé es Dios de dioses» (Dios supremo, y verda­
dero Dios). Y supuesto que Jahve tenga la probable
equivalencia de ser, e x istir, la frase J a h v e -E l pueda
traducirse por el Ente-D ios, E n te supremo, cuya
síntesis queda hscha en El que es, J a h ve; como vino
a prevalecer en la Biblia, para expresar por anto­
nomasia a Dios en sn soberana e infinita naturaleza.
La antigüedad del nombre J a h v e explica como
ea muchos lugares del Génesis se encuentra usado
para denominar a Dios. Ello constituye una prueba de
que el nombre de Jahve fué conocido y usado con gran
anterioridad a la existencia de M o i s é s ; porque h a­
biendo M o is é s utilizado para la composición del Gé­
nesis documentos anteriores, es lógico afirmar que
en esos documentos figuraba ya el nombre de J a h -
ve qne allí aparece, toda vez que no hay nada que
pruebe ni justifique una alteración de los textos
primitivos hechos por M o i s é s ; antes bien sería inex­
plicable realizase esa alteración o cambio de J a h v e
por E lohim , cuando en tantos lugares se c o u s o m el
nombre de E lohim , perm itiéndola clasificación cono-

de ignal significación (Dios) en cananeo y en asirio-bnbilónico. De


la misma suerta Y a -á -u m -ilu se origina de Jalive-EI, poi' a te ­
nuación (Yace, Yara, Yau) de Ja -a-oe-ilu, (la m es de oii-
geu puramente forécico, debida a ln miniación).
Asi se explica también al origen do nombres en que entra el
nombre do Dios (que en aquella edad todavía no era tenido este
vocablo por sagrado e ¡nefabic), como en Yambtlu (^ Y n -u m -
ilüj, en hebreo Joal\ en Ya' kabt-lu, Yabnik-Uu, Ya' zir-ilu ,
Yarbi-ila-, y otros análogos.
— 136 —
cida de los documentos originarios en elohistas y
jehovistas.
La forma misma dé expresarse M o is é s al hablar
al pueblo supone conocido de éste el nombre J a h v e :
«Dominus, Jahve., Deus patrum vestrorum D etts
A b ra h a m , D eus h a a c , et D eus Jacob m issil me a d
vos». «D om inu s, J a h v e , D eus p a tr u m v eslro ru m
a p p a ru U m ih i ». Y el pueblo «creyó» y oyeron q u t
Jah ve v isita b a a su pueblo y le a d o ra ro n ; ( E l . III,
13). Nadie opoue la, menor extrañeza por la denomi­
nación de J ah va ; nadie pregunta qué significa este
nombre, ni inquiere qué diferencia debe reconocerse
entre Elohim y J a h v e , como era natural y aun obli­
gado si tal denominación fuese creada entonces, y
por vez prim era sonase eu los oídos de los hebreos.
P or el contrario oyen a M o i s é s , y creen que Jahve
v is ita ti su pueblo.
100. R esulta de lo expuesto: 1 .° La denomina­
ción de Jah ve no expresó en sus orígenes nada carac­
terístico y de m is alto sentido que las demás denomi­
naciones de la Divinidad. 2 .° Aun después de la apro­
piación y selección que de aquel nombre hace Dios
al denominarse J a h v é por mediación de Moisés, ese
nombre no adquiere significación trascendente o mis­
teriosa. 3.® P o r eso mismo en vez de hallarse eu di­
cho nombre el origen de un sentido inefable y tr a s ­
cendente, por el contrario tal significación y sentido
fué impuesto de una m anera extrínseca a aquella
denominación, y es consecuencia de los conceptos
teosóficos que paulatinam ente se desarrollaron entre
los judíos. La significación do un nombre consagrado
por elección divina, y la falseada interpretación dol
— 137 —
precepto de no blasfemar, ya iudicada, favorecieron,
sin duda la creencia de un sentido m isterioso y ocul­
to en J a h v e .
La trascendencia en sentido tcológico-m islico a
que nos referimos conviértese luego merced a la
labor del judaismo helenizaute en trascendencia de
carácter fiUwólico. E l nombre de Jahvé representa
entonces la plenitud del se r. como esencia pura ul-
traideal, eu la forma más ab stracta im aginable, del
.ser puro e inmóvil. J a h v e , pues, no sólo equivale
desde entonces por su valor gram atical y léxico al
que es, sino que encierra un valor m elafisico que
expresa el que es p o r esencia, o sea la esencia como
ser infinito.
101. E ste concepto de J a h v e como expresivo de
la esencia de Dios pasó del judaismo alejaudrino a la
teología patrística, y de ésta a la posterior ( 1 ) h e r ­
manándose primeram ente con el pensamiento p lató ­
nico del ser, como más tarde con el aristotélico. Y
he ahí la fuente de un seutido uietafísico en el nom­
bre Jah ve para expresar la esencia de Dios, recibido
en la teología cristiana, y por muchos tenido como

(1) Del judaismo recibió igualmente Iftpatrística la falsa


creencia Je que el hebreo era la lengua primitiva, doude las pit-
1abras respondían exactamente ni ser ilo las cosas, siempre qno
se llegase a penetrar el verdadero sentido de aquellas. De ahí
que el nombre Ja/toe, elegido por Dios mismo, debía responder
al ser tle Dios, y contener el concepto de 90 esencia. Las m últi­
ples invenciones de Ift CAbaln sobre Ins senliilos ocultos y m iste­
riosos de los nombres divinos, son una aplicación y continuación
de aquel Ins uiismns insostenibles as ere iones. V. sobre ln 110 ori­
ginalidad primitiva del hebreo, etc.. A mor Su i b a l . Filología.
tom.pa.radn., t. II.
-1 3 8 —
incuestionable, cuando en realidad ni la teología he­
braica fué nunca metafísica sogún queda demostrado
(v. t. I, c. 6 ), ni la denominación concreta de J a h v e
recibió carácter filosófico hasta mucho después de la
época de la teología hebraica.
Por lo demás, esa aceptación tradicional, a t r a ­
vés deí judaism o, dol seatido de esencia de Dios en
J a h v e no puede tampoco justificarse de modo c ie n tí­
fico. P ara sostener, en efecto, tal doctrina de modo
estable y fundado, sería necesario: 1 .° una significa­
ción cierta y única en el nombre J a h v e , que hiciese
indiscutible el carácter de su contenido ideológico;
2 .° uu concepto fijo e indiscutible también del cons­
titu tiv o de la esencia de Dios; 3.° un testim onio au­
téntico de que at nombre J a h v e va vinculada la idea
de la esencia de Dios, toda vez que el nombre en sí
no lo declara.
Ahora bien; ninguna de estas condiciones indis­
pensables se cumple en nuestro caso. La significa­
ción de Ja h ve es objeto de controversias, como es
sabido, y sólo como probable puede sostenerse qne
significa el qup.es; ni menos consta quo en tal se n ti­
do de el que es, lo tomase Moisés y luego los he­
breos al recibirlo de sus labios.
Tampoco es cierto, siuo harto discutido, que la
esencia divina haya de consistir eu la a s e id a d , y no
eu la in telig e n c ia , eu la in fin id a d , etc., aun dentro
de las orientaciones escolásticas; y por lo tíinto aun­
que Jahvé signifique el que es, no por eso se sigue
que signifique la esencia. Finalm ente falta en abso­
luto on el relato bíblico todo testimonio de apropia­
ción de aquel nombre como e sen cia l , pues nada hay
— 1B9 —
allí que lo indique; ni tampoco tendría finalidad aludir
a la esencia divina, dado que el pueblo distaba mucho
de hallarse en condiciones de entender ta l sentido, y
de tenerlo por consiguiente como distintivo de la D i­
vinidad, Que si esa apropiación existiese, y constas»
que Dios había tomado el nombre de J a h v e ea signi­
ficación esencial determ inada, ya no sería discutible
ni el valor de dicho nom bre, ni el constitutivo de la
esencia divina; cosa que ni los mismos teólogos que
hablan de tal apropiación dejan de reconocer; renun­
ciando cou ello a la tesis misma que intentan sus-
teu tar.
E sto que acabamos de indicar contra la asevera­
ción judaico-heleuizante tan insegura como ex ten ­
dida en tre los teólogos, es concluyente de igual mo­
do contra el judaismo alejandrino que introdujo en
Jahve la significación de la esencia de Dios. E lla
sin embargo, constituyó al contacto cou la filo­
sofía griega, la fórmula de una Divinidad u ltra tra s-
cendente, en el tipo de puro ser abstracto, irreduc­
tible a forma concreta y personal; cuyo principio
hállase en la concepción pietista postbabilónica de
un Jahve im pronunciable, que llevaba cousigo los
gérmenes de las creaciones interm ediarias poste­
riores,

102. Como preliminares que coadyuvaron a lau l-


tratrascendencia filosófica de Jahve eu cuanto nombr&
esencial divino c inenarrable, aparecen aquellas m úl­
tiples perífrasis bíblicas, y expresiones figuradas re s ­
pecto de Dios y de sus teofanías que se encuentran
en el Viejo T estam ento. Asi no es de Dios de quien.
- 140 —
se dice que se deja ver, es de la g lo ria de Jahvé del
ángel de Jahvé, da la v ir tu d de Jahvé, que vienen a
interponerse entre la inaccesible y soberana, alteza
de la M ajestad, y la pequeñez humana. El cap. I. del
Génesis nos presenta al e sp ír itu de D ios D'~ ^
que se mueve sobre las aguas ( 1 ).
Cuando leemos (Gen. X V I, 7) que «el á n g e l de
Jahvé» encuentra a A gar cerca de una fuente de
agua, y la dice que vuelva, etc., bajo esa denomina­
ción es el Señor, es Ja h vé quien se manifiesta. En el
mismo cap. XVI, 13, se hace constar así: «Vocavit
autem uomen Dotniai qui loquebatur ad eam: Tu
D eus, q u i v id is li me. D ixit enim: Profecto Me v id i
p o sterio ra v id m lis me. Eu ei cap. X V III son los
ángeles del Señor (tres v ir i l los que so presentan a
Abraham , y es el Señor mismo el que se le aparece y
con quien habla el P atriarca ( 2 ) , y ante quien se pros-

(1) Entre las dos interpretaciones extremadas del ruaj


Eloíin, spiritus liei; una la de ios que traducen espirita de
Utos por cíenlo fortisim a que «opiubíi subía l is aguas (forma
de superlat. hebreo, como cedros de Dios—cedros altísimos
etcétera), y otra la de los que creen significado on el Spiritus
Dci el Espirita Santo, tan inaceptable esta como aquella está la
que arriba indicamos, en la cual el espíritus de Dios no siguí-
fien sino Dios ¡uismo obrando la continuación de la obra divina,
de conformidad con cl leuguaje bíblico en otros muchos lugares,
donde la virtud de Dios, el espíritu de D ios, son la Divinidad
presentada a través ríe un circunloquio.
(2) Es este también un pasaje donde b e ha querido ver sig ­
nificada la Trinidad, y no pocos teólogos signiendo a algunos
S. S. Padres, lo reproducen en ese sentido. Pero uo hay manera
d e justificar esa interpretación como prueba do aquel dogma
ateniéndonos ai texto, según es menester. En sentido figurado
- 141 —
te rn a . En el cap. X X II el á n g el de Jahvé es el que
habla a Abraham cuando va a realizar el sacrificio;
y no o bstante es Jahvé quien dice «Juro p o r m i (la
V ulgata traduce p er m em elipaitm ju r a v i! que por
cuanto h iciste t s t a cosa (disponerse a sacrificar a su
hijo) bendiciendo U bendiciré y multiplicando m u lti­
p lic a r é (m ultiplicaré en gran manera) tu descenden­
cia, etc.» En el cap. XX , ‘2 1. 11. habla Jacob de lo
que le fué dicho por el á n g e l de Jahvé. y no obstante
Jahve es quien le dice: «Yo soy el Dios de Bethel,
para el cual ungiste eslá lu a (xinxisli la p id a n , en la
Vulgata)- Eu el capítulo X X X V III, 1 G, J acob deno­
mina A ngel, M alhak, al D io s-E lo h im ■de Abraham e
Isaac, que había invocado en el versículo anterior.
En el Exodo, cap. III, 2, el án g el de Jahvé
níH] ’lí&í? (los LX X -/.upícm; pero eu la V ul­
gata; D om in n s) se aparece a M o is é s eu la zarza
de fuego; y el mismo A n g el de J a h v é , es Jahvé:
«Cernens autem D om inas (el ángel de Jahvé que vió
Moisés), quod p erg eretad vindendum, vocavit eum
de medio rn b i... E t a it Ego su m D ens p a tr ia lu í,
Deus Abraham , D eus Isaac, el D m s Jacob, e t c .( l ) .

pu ed e h a lla r s e » lg o a llí a p lic a b le a la T rin id a d ; p ero e s o Aís­


l a m ucho de s e r lin a p ru e b a d e e l l a . « E x u í u locjuem li c t coa-
tdx.tu, d ire m o s a q u í can un a u t o r n a d a s o sp e c h o so , H e tz e n a v e r ,
T h c o l bibLi. I) I isb c se n te n c ia v i s p ro b a ri p o t e t e s t , D eque cod-
sensiun conirunui P n tr u in com ii'.enciaUii'».
(1) Estas pnlabrns son utilizadas por algunos para probar la
pluralidad de personas en Dios, funchiiidose el razonamiento en
quo el ángel ditl Señor debe decirse distinto de Dios que habí»,
como el enviado o legiuto os distinto del quo envía. Todo ello
depeude de la personalidad quo se le atribuya al ángel de Jah-
- 142 —
En el cap. X X X III, 21 después de haber mani­
festado Dios a Moisés que no podía ver su rostro,
porque «non v id tb il m e homo el v iv e l, esto es,
«m ientras vive en la tierra» , (ib ., 2 0 ), le ordena;
«E starás sobre la piedva; y cuando p a sa re m i g lo r ia
te pondré en la cavidad de la piedra, y cubriré con
mi diestra, m ientras paso; y cuando quite mi mano,
me verás de espalda, pero mi rostro no podrás ver­
lo». P asaje de igual sentido e interpretación que su
análogo del tfénesis (X X V I, 13) antes citado (1).
E n los Jueces, cap. X III., Mamie dice a su esposa
que van a morir uno y otro porque vieron a Dios:
«morte moriemur quia vidimus Deuin», y sin em­
bargo es el án g el del Señor el que habla, y el quo
se aparece: a p p a r u it ángelus D om ini, etc. En el
cap. V I el án g e l de Jahvé se aparece a Jedeón hijo
de Joas; y a la p regunta que formula le responde el
ángel convertido en Jahve: «Respexitque ad eum
Dominus et a it, etc,» (v. 1 2 , 13, 14).
103. De ese modo, p u es,y con esta manera de ais­
lar lagraudeza de Dios, y darle como una representación
ante los hombres mediante algo que procede de Jha-
vé, pero qne se distingue de él. preparabánse en el

vé en cuanto enviado. Desde luego Ir Vulgatu n.1 traducir por


Dominua, el Sefior, la expresión hebraica M aihak-Ja/me,
arriba citada, quifcn todo valor al texto en aquel sentido. Los
demüs pasajes en qua aparece el ángel de Jahcc sin qne quepa
traducirlo por persona distinta de Jahco, no dnn tampoco baso
estable a aquel intento.
(1 ) T k r td i.ia u o p re te n d e vcv cu la (¡loria d e Dios al H ijo
d e Dios, com o los judíos p re te n d ie ro n h a l l a r eu ese y pnsujes
análogos, la e x is te n c ia ds lea in te rm e d ia rio s divinos.
— 143 -
orden tradicional los caminos para la personificación
de seres intermedios que, como el logos filoniano,
no fuesen Dios, aunque procediesen de El. Asi tara-
hión se echa de ver como la ¡dea de la S a b id u ría va
adqnirieudo desdo Job hasta los P roverbios, S a b id u ­
r ía y E clesiástico una objetivación creciente,que casi
constituye ima verdadera personificación, y qiie per­
mitía a los palestinenses y alejandrinos darle carác­
ter de Potencia interm ediaria entre Jahvé y las cria­
turas; como a los cristianos después hallar ahí la ex­
presión de la segunda Persona divina. Recuérdense
aquellas denominaciones: Yh/joj- de la v irtu d d?. Dios;
em anación sin c era de la c la r id a d de D ios o m n ipo­
tente; candor, de la lu z ete rn a , y espejo
sin m ancha de la m a je sta d de Dios (Sap. 7 ,2 4 . 27).
Eu los P rovcrb. aparece no menos significada la ob­
jetivación de la misma sabiduría: Domiüus (Jahvé)
possedit me ab initio /c re a v il m e ? — k an au i—), ab
initio o in initio —b erch ch it— ; lee. de S . J ükón. y
del texto siriaco, aunque uo del tex to masorético)
viarum su a ru m antequam quidquam faceret a prin­
cipio. Noudum eraut abyssi et ego jam concepta (na­
ta)... Quaudo pracparabat coelos aderam ... Cum eo
eraui cuneta componens (apud eum eram a rtife s ), et
delectabar per sin g u lo sd ies lndens(operaucto) coram
eo omni tempore; Indens (operando) in orbe terra-
rum», etc. Eu un todo sem ejautes a estas son las
frases del Eclesiástico X X X IV , 5-7, 12 14.
104. Como la Sabiduría, así la P a la b ra viene in­
dividualizada,y aun personificada, con su acción ope­
rativa, y en cnanto instrum ento de la Divinidad.
Y es de notar que la versión de los L X X texto
— 144 —
obligado para, los judíos alejandrinos, en el mani­
fiesto intento de ev itar cnanto se aproxima a una
representación antropouiorfista de Dios, acentúa visi­
blemente la virtualidad mediadora de Jahvé, para
distanciar más y más do los hombres bu esencia
inefable. Guando el tex to original habla del brazo de
D ios, los L X X traducen el poder (Siva^?) de Dios;
cuando mencionan su presencia, hablan de su g lo r ia ,
cuando se tra ta de Jahvé, recurren a la virtud, de
Jahvé, al nom bre de Jah vé etc.; y el nombre de
Jahvé es sustituido por el de D o m in u s (kupws). En
cuanto al Mros, la versión de los LX X no habla
jam ás de él en sentido de entendim iento o acto inte­
lectual divino, sino que le da el valor exclusivo de
p a la b r a , como m anifestación exterior, y por consi­
guiente como instrum ento respecto del E terao, para
m antener así alejado, segúu su habitual criterio , el
Ser de Dios de todo lo que no aparezca como Dios
mismo.
105. E sta tendencia de los L X X es reflejo del
ambiente común del judaism o, singularm ente del he-
lenizante, y al mismo tiempo hubo de contribuir a
confirmarla. Sobre las expresiones bíblicas, los libros
apócrifos del Viejo Testam ento hacen resaltar la dis­
tancia de Dios respecto del mundo, y en consecuen­
cia objetivan y dan mayor relieve a los elementos
interm ediarios, esforzándose en hacer recaer sobro
estos los simbolismos y ligaras de carácter autropo-
morfista que Ja E scritu ra ofrece hablando de Jahvc,
Asi es como la Palabra o Verbo, el Logos, adquiero
entre los judíos la condición de Potencia in term e­
d ia r ia , que aunque emanada de Dios, tiene ser
- 145 —
propio e independiente, según la misión que la carac­
teriza. E l A po ca lip sis de f ia r u c h y el Libro I V de
Eüdras ofrecen ejemplos bien marcados de lo que
venimos dicieudo.
La. M em ra de los T a rg n n s {Verbo interm ediario
que obra en nombre de Dios, mediaute el cual crea
el mundo y se revela a los hombres); la Schckina
del Talmud (la G lo ria de Dina cou igual misión y
oficio que la M em ra), y el M eiralom hclenizado (el
P rim ero cerca d el trono de D ios, que es el in stru ­
mento divino eu todas las teofanías), son las ú lti­
mas y más concretas manifestaciones de los concep­
tos tradicionales qne de antiguo prevalecían en la
doctrina teosofico-jndaica ( 1).
Así las interpretaciones y las teorías tradiciona­
les de los judíos veníau insensiblemente a encontrar­
se cou las corrientes filosóficas helénicas; y sólo fué
menester que P ilón un jadío de raza, pero griego de
ideas y de lengua, internase la síntesis hebreo-helé-
□icaj pura que se realizase la obra de fusión, con a s­
pecto científico y de sistem a según aparece en las
obras de aquel filósoFo-teólogo, que consiguió sobre­
vivir a las ruinas del saber alejaudrino.
106. E s entonces cuando aparece la síntesis filo-
sóíico-teológica del helenismo judaico, como explica­
ción del ser de Dios y del mundo; y créase la gnosis

(1) Sobre cl snti'opoiuorüsmo del Verbo (Meium) y demás


Potencias íiicorniedinriíis judaicas, v. jIayuavn. Dí?- Antropo-
morpMeti bal Onkelos, etc,; Scnuuun, Gtisch. d.jiXd. Volket,
II, entro otros ya citado». También S ch ünselder , Onkelos
u. Peschilio, quien trata de hacer de la M em ra uu intermedio
ontro ol Logos filoniano y el del N . T .
— 146 —
judaizante de que hemos hablado, que como sus análo­
gas, ju u ta elementos religiosos y filosóficos para mo­
delarlos según el tipo de los antiguos sistem as cícli-
eos. Si llega a una noción de Dios como algo distinto
del mundo, realizando la obra de disgregación bajo
el concepto de una entidad inGnita divina, esta in­
finidad es entendida no como elemento entitativo y
directam ente personal, sino como forma de abstra-
.ción y trascendencia sobre el mundo que recuerda el
infinito antiguo de los griegos aplicado a Dios (v.
1 .1). De ahí que el Dics asi concebido tiene ln objeti­
vidad inmóvil de la idea a b stracta proyectada sobre
lo real, que en cuanto infinita por abstraciúu pueda
hacerse comunicable en m últiples gradaciones in te r ­
m ediarias, sin detrim ento de su estabilidad inmóvil
cuando se considera en sí misma. E stas gradaciones
son en efecto representadas por los seres, e sp íritu s,
o Poten cias interm edias entro Dios y el muudo, para
explicar la creación, y salvar la distancia infinita que
separa el ser infinito del ser finito.
107. E videntem ente tales seres intermediarios,
de los cuales es el Verbo o logos ol primero, no pueden
ser ni Dios mismo, porque de otra suerte se reduci­
rían a la inmovibilidad absoluta que se le atribuye, y
perderían la condición operativa de interm ediarias,
única razón de su existencia, ni tampoco pura cria­
tu ras, porque ni tendrían el poder creador que se
Ies supone, ni hubieran podido existir sin que el
Dios que se aísla de lo creado, fuese creador de ellos,
lo cual d estruiría totalm ente el sistem a y la expli­
cación a que se in ten ta ajustarlo. He ahí porque en
todas las síntesis filosófico-teológicas así en la jn-
— 147 —
daica, como ea la filón iana, gnóstica y neoplatóuica,
los sores interm ediarios no son ni eternos ni tempo­
rales, creados ui increados, sino que revisten ambos
aspectos, oscilando siempre en tre lo fiuito y lo infi-
nito, en tre lo diviuo y lo no divino. Y el Verbo qne
en nnas teorías era la Potencia suprema y en otras,
como en el judaismo, tendía a ser la única represen­
tación de todas, hallábase en iguales condiciones a
las señaladas.

n i

108. Al llegar a este punto,después do examinar


las grandes sistem atizaciones eu que aparece la idea
filosófica del í-oyoe como centro de comunicación entre
lo finito y lo infiuito, y fuente del conocimiento de
la Divinidad, dos tipos im portantísim os se nos ofre­
cen en la concepción del J-oyoe, uno ontológico y otro
person al, dentro del sistem a doctrinal de la teología
cristiana. Aquí conflnyen de uua p arte las teorías
precedentes en cuanto ubilizables en ln interpretación
filosófica ortodoxa de las comunicaciones cou lo infi­
nito; y de o tra parte la doctrina de un Logos sobre­
natural, quo está por lo tan to fuera del ordea y s is ­
tema en titativ o y cognoscitivo de la naturaleza.
La elaboración filosófica del sistem a teológico en
formación,y al mismo tiempo la consabida indistinción
<ntre la personalidad de Dios como ente infinito ■,y su
personalidad como ente sobrenatural, todo era ocasio-
aado al trán sito de la fórmula filosófica del ser perso­
— 148 —
nal divino, a la interpretación teológica del ser per­
sonal de la Trinidad, y viceversa. De aquí la adapta­
ción uo siempre exacta de los conceptos filosóficos a la
doctrina teológica de la Trinidad, eu la teoría do su ser
personal, y de su corauuicacióu coa los seres finitos.
Mas de ahí a sostener, como se l n querido, que
la teoría del Xo^oí eu las escuelas filosóficas es Ift
fuente de l<v doctrina del Logos o Verbo do la T rini­
dad, media uu abismo. Y tan to más houda es la dis­
tancia que separa el Xcyos de la filosofía del Logos
trinitario , cuanto, aun siu contar las diferencias r a ­
dicales de entidad en uno y otro, el Logos de la T ri­
nidad comienza como dogma sobrenatural sin referen­
cia a la interpretación d é la realidad del universo,
m ientras el xoy°g de la filosofía no ofrcco antes ni
después del cristiauism o otro aspecto ni finalidad que
el de hacer inteligible la existencia del niuodc, en
sí, y eu sus relaciones cou un ente supremo.
109. La diversidad, por otra parte, profundísi­
ma de naturaleza y propiedades entre el Logos sobre-
u atu ral cristiano, y el ?,oTos filosófico, no perm ite la
menor duda en este punto. Im porta al objeto hacer
resaltar, siquiera sea someram ente, las diferencias
entre uno y otro. Tres sistem as de filosofía se han
ensayado en la comparación de su Xoyog respectivo
con el Logos teológico: el de P l a t ó n , el filoniano, y el
neoplalónico, singularm ente según aparece en P lo -
tino.
Por cuanto el Xí-fos platónico apenas es sepa­
rable de la tr ia d a que platonizantes de diversa ín ­
dole han querido oponer a la Trinidad cristiana, ha­
bremos de considerar ese proceso ternario, para quo
— 149 —
sa vea como 03 insostenible toda comparación con
el dogma referido, y que en modo alguno ni el Logos
ni la Trinidad deben en su concepto de creencia n a ­
da al platonismo."
La triada que pudiéramos llamar fundam ental de­
rivada del sistem a de P latójt , porque de ella depen­
den todas las demás que se intenten form ar, es re ­
sultante de la mente su p rem a (voS{)> de la id ea o esen­
cia in teligible (bé#, voíityi, oúoía), y de la míiteria (oxri).
En esta triada se encuentra la función eje m p la r y
din ám ica del Wyoc tradicional en la filosofía griega,
ya estudiado, singularm ente del Xáfo? de H e r a c l it o ,
y asf en el elemento de la m ente p iim c r a , como en el
de la id ea. De ahí proceden las m últiples aplicaciones
de las doctrinas del xdvos que aparecen como de
P latón eu las teorías platonizantes posteriores, has­
ta la neoplatónica; prescindiendo de las creaciones
apócrifas de un Wyos sem icristiano, a que atrsís he­
mos aludido v. n. 89), y que es copia de la doctrina
teológica del cu arto Eyangelio.
E nciérrase sin duda en la triada mencionada la
solución platónica al problema de lo Absoluto, de
Dios, y de sus comunicaciones con el mundo, que
es, como sabemos, problema perdurable en las teo­
rías teológico-filosóficas de la antigüedad. Pero esto
mismo es lo que aleja esa solución (prescindiendo
ahora de lo que en sí pueda valer), da toda relación
con la idea cristiana del Logos, y del concepto de la
Trinidad en que tiene su personalidad el Verbo.
110. L a doctrina aludida, en efecto, cuenta como
extremos indispensables, el ente necesario y el ente
contingente, la m ateria y su creador (su principio or­
— 160 -
denador en el platonismo). E n la doctrina dogmática
del Logos (y de la Trinidad), todo coexiste en el seno
de la Divinidad, sin referirse más que al ser divino.
En el primer caso trátase de una actividad e je m p la r
y productora, qne por su índole corresponde al libre
ejercicio del Ser primero, desde el momento en que
en él se reconozcan sus verdaderas prerrogativas.
E n el segundo caso, trátase de una manifestación
necesaria en la vida de D io s, que es su propio existir.
La triada platónica fórm ase por y u x ta p o sic ió n de
elementos irreductibles a la unidad, y sólo suscepti­
bles de ser agrupados por relaciones que diremos a i
e x tr a . La doctrina cristiana de Dios Trino está cons­
titu id a por elementos intrínsecos a la naturaleza
divina, e imposibles en ella si no es dentro de su uni­
dad substancial. En el platonismo la triad a es un pro­
blema de c a u s a lid a d respecto del ser del mundo.
En el cristianism o la T rinidad es doctrina de perso­
n a lid a d respecto del ser de Dios.
E videntem ente, pues, la doctrina del Wyog fun­
dada en la teoría de P latón no es, como queda indi*
cado, sino una continuación de las intepretaciones
teológico-cósmicas precedentes, radicalmente diver­
sas de cuanto se refiere al Logos do la doctrina tr i­
n itaria cristiana.
III. Si quisiéramos íiacer resaltar más esas dife­
rencias intrínsecas de conjunto entre la tesis teoló­
gica y la tesis platónica o platonizante, bastaría un
somero análisis de las fórmulas vagas e indecisas del
platonismo, cuya inseguridad ea cuanto a su valor
absoluto doctrinal, hemos tenido ocasión de notar.
¿Qué se entiende por los tres elementos de la
— 161 —
mente su p re m a , la idea y la m a teria ? E s Dios, su
inteligencia, y el térm ino dol acto intelectivo divinos
haciendo la inteligibilidad del muudo? E s el mundo
inldiijilil-p, abstracto, indepeudieute a un tiempo del
Ente primero y de la m ateria, que coexiste coa am ­
bos y a uno y otra se refiere? Es la id e a su p rem a cou
el Bien sum o, y el mundo inteligible que depende da
dicha id e a , y el mundo real donde se refleja impreso
el mando ideal como alma del universo? No es posi­
ble determ inarlo.
La m cnle (¿ voSs) dice referencia eu la te o r á pla­
tónica a ana idea suprem a, que es la idea del Bien
(ios éy«0o5, táfaOóv). L a id e a (vo’rj-rij, ouoicr.) ofrece una
doble rclacióu, con la m ente su p re m a y con la m a ­
teria. La m ateria (oxij) dice relación a la idea, ea
cuanto el mundo sensible {xíajioj atoSij-tij), refleja el
inundo inteligible (x<b|i=c vc^táj). Que género de de­
pendencia establezcan estas relaciones es cosa muy
disputable, segúu lo indicamos en otro lu g ar. Quie­
ren uuos que el Bien se ideutifique con cl E nto p ri­
mero, del cual la m cnle su p rem a no sería sino la
forma de conocimiento. Segúu e s u hipótesis, no se
trata en la doctrina de P latón más que de reconocer
un primer principio inteligente que es origen de la
inteligibilidad del U niverso, sin que haya distinción
real entre la Bondad y la Inteligencia suprem as. E a
este caso ni aun vestigios de Triuidad ui del Logos
triuitario es posible descubrir ahí.
Piensau otros que la m ente su p re m a no se iden­
tifica con el E n te primero, el cual está constituido
por el Bien su prem o . De ser legítim a esta in terp re­
tación, el Bien supremo y la M etile su p re m a consti­
— 152 —
tu irían dos realidades d istin tas; pero serían dos
esencias o naturalezas diversas, y además la segun­
da dependiente e inferior a la prim era, a la cual apa­
rece subordinada en P latón. Tal doctrina aléjase
más todavía que la anterior de la sostenida por la
dogm átisa, constituyendo una especie de d u a lism o
absurdo, y del todo inconsistente desde que el prin ­
cipio d é l a m ente suprem a, queda dependiente del
principio del su prem o bien.
Ea nuestro sen tir (v. n. 31, nota) la M enta s u ­
p rem a y B ien sum o en la doctrina platónica, son la
idea suprem a de Bien, en cuanto P ató n habla de
principio de toda idea; una idea absoluta superior a
todas las demás, que se objetiva como bien y como
pensamiento en la escala de lo in teligible. En este
supuesto tenemo3 uoa forma de emanación idealista,
por la cual lo mismo puede llegarse a un panteísmo
id e a l, que ir a parar a la prim era de las in terp reta­
ciones señaladas, sin relación ni analogía la más re­
m ota con el dogma de que nos ocupamos.
112. P o r lo que hace al segundo de los elementos
señalados, la idea , es bien sabido que unos apoyándo­
se en A r i s t ó t e l e s creen que P l a t ó n atribuía su b sis­
tencia a las ideas, independientemente de otra re a ­
lidad; m ientras por el contrario pieusau otros que
no tienen ser sino en la inteligencia divina. En uno
y otro ca90 se va a p aiar a alguna de las hipótesis
ya indicadas, al hablar de la distinción o identifica­
ción del Bien suprem o y de la Mente su p rem a , con
las mismas respectivas consecuencias.
Por último, la m a te ria platónica puede conside­
rarse en si misma, o en cuanto es inteligible. Consi­
— 153 -
derada ea sf misma sia participación de la idea,
autiquo constituya el fondo m aterial de las cosas,
debe denominarse no ente (w ík), algo así como la
m ateria p r im a ; sin forma ni cualidad (5nop?ov
anoiov). Considerada en su relación con la id e a , P l a ­
tón nu explica como la. idea puede hacer in telig i­

ble. la m ateria ni como en tra en contacto con ella.


La obscuridad en esto nótala A r is t ó t e l e s , quien
advierte el absurdo de una participación de las ideas
típicas en los entes sensibles, y a lo cual propende
sin embargo P lat ó n en varios lugares. E ste es uno
de los motivos porque se ha acusado de panteísmo
el sistema platóuico. Pero sin discutir ahora este
punto, es lo cierto que ni como m ateria simplemen­
te tieue realidad complota en titativ a, ni como m ate­
ria inteligible la tiene independiente de la id e a ; por
lo cual, dicho se está, pierde toda significación en
orden a la pretendida representación que se le a tr i ­
buye para co n stitu ir elemento no ya del dogma t r i ­
nitario cristiano, sino de una triad a propiam ente tal,
cu la que no pensó P l a t ó n , sino los platonizantes
posteriores ( 1).

(1) Es da advertir en efecto que la doctrina platónica en


este punto no adquiero forma concreta, ni nos es proseutada en
fornu de triada, sitio mediante el influjo del neoplatonismo, ol
cnal utilizaba a su ol>jetD m últiples escritos pseudo-platónicos,
influidos por ideas cristianas, como el Epinomis atrás mentado,
no menos que la Epístola 2.°- ad Dioni/sium y la Ep. 6 . a ad
Coriscuni, qu 9 son las qne más fijamente pueden decirse apó­
crifos, siquiera el conjunto epistolar de P l a t ó n 110 ofrezca g a ­
rantías de autenticidad. (Cf., entro otros. H. T. K a rs te i» . De
Pial, quae fe ru n tu r epist.). Y a hemos observado qne eu esas
— 154 —
113. No existe, pues, unidad substancial en los
tre s elementos, supuesto que deban separarse entre
sí, pues constituyen otras tan tas nutuvalezasjno ex is­
te la distinción necesaria en tre ellos, dado que hayan
de unirse; porque se reducen a elementos de un solo

fuentes mismas, en cuanto utilizadas por los adversarios, y en


los comentaristas neoplatóuicos, fundaron uo (jocos P P . del siglo
lv y v sus juicios sobre la triada platónica. «Estas palabras de
P l a t o s (escribía E ü s ib io aludiendo a un texto de la ep. ad
D ionysium ) , redórenlas los que interpretan la mente del filó­
sofo, al Dios prim ero al segundo principio, y al terrero , quo
suelen denominar alma del mundo, Dios tercero»; ir.l xóv ^pffltov
9-eáv, ént i£ SeÚTEpov a tiíov’ x al ipixov tou xóojaoo ij'UXI7)
9-eov Tpixov xaí auzr/y opvsófisvoi eívai. (Pr<ep, CV. II).
Sobre el carácter do esta triada así fabricada fuera de tas
obras auténticas de P latón , ya sus expositoros discrepaban en­
tre sí. P lotino (Eim. 5 , 1) llama al primero de dichos tres prin­
cipios, mente superior — xptítovn vo¡5v— ; a la seguwla, nlen­
te posterior —vrjüv ísúxspov— , imagen de ¡a primera; el ter­
cero es cl alma, producida por el segundo principio, cuyo A¿y°C
constituye. El principio primero, según P lo tin o , es en P latón
una misma cosa con el Bien sumo.
N ü n e n io lia ce Ir. triada platónica compuesta de un doble
principio uctivo, y de un término de su actividad, que es el
mundo. Asi lo explican Eosebio (Prcp. II) y PrioCLo (in T i-
mcetun, II), si bien con algum s van an tes en uno y otro. Según
ésf.B, llama K u h e n io en sn interpretación platónica Padre al
primer principio, Hacedor al segundo, y Obra o Universo «1
tercero, producto da los dos artífices: n n í p a jiév jtaXei. xóv 7ipúS-
-i o v , tóv Seúcepov, cov Tpnóv, i yáp -x óopos x i -

-lau-óv. Aráloga a esta es la exposición de Alcinoe.


P roclo por su parte, no cree quo en la triada mencionada s#
«xprese la doctrina de P latón acerca, del Ente supremo. Juzga
que según éste, se tl¿ un principio superior a la triada, donde
fe reducen a la unidad los elementos de multiplicidad: reSoa 0-eíx
p,6’- í cctó ^svá5o£ fipxe'cai' Beí (iev fdp exxp'.aíog npoUw. tóv
— 155 —
ser; no existe igualdad en tre los miamos desde qne
sb admita un contacto de relación, porque ésta no

puede ser según lo expuesto, m ás que o de la p a rte


al todo, o de entidad inferior a entidad superior.
Por último no se encuentran ea la triada platónica.

ápiíl-jiév tóv 8-eíív, jtp i xv¡g tp'.xSoc -f¡ [iov±g. Ln opinión ilfc
Fuoclo, tuvo sus seguidores y sus im pugnadores m itre loa neo-
platónicos. No pocos P P . de la Ig lesia, entra ellos S. C irilo , si­
guen en la interpretación platóuica sobre la tria d a , a P lo tib o .
Y expresión del m ismo criterio , y aun reflejo de plntininna in­
fluencia, parece el himno de Sinesio n la T rin id ad , cuando entre,
otras cosas escribe:
T n é p á o p a v o ü x a p ijv w v
’AXü -ítp y.uíe'; y attuv
0 S ¿ £ s ¡ ítib 8 o s & a á a < js i.
’F.voi^ tüI'j évá{
MováScov iio v d t te n p ú ts .
S eg ú n la ex p o sició n de A r i s t ó t e l e s , pu d iera {orinarse un.
proceso tern a rio p a ra la existencia de las cosas con la BAi], como
cansa m ate ria l, las ideas como causa form al, y el esp íritu divino
como causa m otriz. A t o i e y o lo ex p o n e d e la misma m an era:
«Tria initm reru m , dice (De hab. d o clr. P la t. I) a rb ítra tn r
Plato; Deum, m ateriaru, re ru m q u e form as, quas id eas vocat».
Colocándose en el punto de las id e a s , que es capital eo P l a -
ióN,y a s í comienza por declararlo A r a c o , ju z g a é s te (eu E u s e b ,.
Pr&p. eo. XV), que en la doctrina platónica b a de recoiiocersc
dicho proceso te rn a rio de la idea del A rtífice prim ero, los ejem ­
plares ¿dealca — voi^|ia-:a— producidos por él j subsistentes, y
las cosfiH ejem pladas, qne de ellos reciben la in telig ib ilid ad . Do
una m anera a u llo g a oxplicft A lcin o e la significación de la idea
platínica. « E s t idea, quod nd Deum a ttin e t, notio Dei; ad nos v e ­
ro prímiim intelligible; ad m nteriam , m odus; ad m nndum sen si-
bilem, exem plar; ad se ípsam , essentia». ’E a - t n a l ISáa « s (iáv
apáf fteóv, vÓYjJtg aü x o ü ' «15 Sé J ip ó j í\\íS.í, vo eió v jipuS-coV á)£,
ís npúg tt|V lié'upoV £)£ Sé xov a iodijtdv xóojj.ov, ita-
pa8Eiy(j.a' 5é npdj aDx^v égsm^a^iivT], oSaía. (Ale. Comm. 4).-
— 156 —

ni vestigios de p e rs o n a lid a d ; P latón uo dice ni una


sola palabra que baga pensar en la existencia de
personas en el seno de Dios, ni menos en una gene­
ración del Verbo ea las profundidades de la vida
divina.
Huelga, pues, buscar otros motivos de exclusión
•dal platonismo; que si quisieran aducirse, los snmi-
Qistraria abundantes el conjunto del sistem a sn p er-
n a tu r a lis la de la teología antigua como nos ofrece
-el dogma desde los comienzos de la Igiesia, cou los
mismos caracteres con que hoy está constituido, (las
varian tes de sistem a científico no quitan ni ponen a
nuestro objeto), y que hacen verdaderam ente despre­
ciable toda hipótesis de platonismo.
114. üem os de insistir por último en la idea an­
te s indicada; y que prueba que lejos de venir el Logos
personal y el dogma trin itario del platonismo, fué uno
y otro llevado de la teología cristiana al platonismo.
E s el hecho de que ninguno de cuantos escritores

Sobre 1a teoría de l a s ideas en P l a t ó n , prescindiendo de lu s


monografías d e B i h j c k e r , S c h u l z e , P l e s s i s g , D a m m a n n , etc. (to ­
dos del 0. xrill), los trabajos posteriores de J. F. H e h d a r t , De
P ia l, sijstam. fu n d a m en to ; T b e n d k l h m b d r o , P la to n is de ideis
idees et n u m eris d o c trin a lv x A r is t. illu s tr a ta ; R ich teu , Da
_plat.; W i e n b a r q , De p r im it. id e a r. P l. sensu; K. F . H e r ­
m á n » , V i ad, disp. de idea B o n i ap. P l.; H . B o n i t z , Disptit-
p ia l . du<e(d e idea Boni, et auiroa m u n d i ) ; F . E b b e u , Do P la t.
id e a r, d o ctrin a ; N o u u b i s s o h , Q u id PL de ideis senserii;
Id. E xp o s, dti la Ih to rie p la t. des idées: M a g u i r b , A n essatj
on the P la t. idea; H . Cohbk, D ic p la t. Ideenthere (Zcclirf.
de Lazurus, t. IV, 1864); A. F o u i l l é b , E x p o s. k is t. et crit.
• d e la th . des idées (de P l a t ó n ) ; 0 . S t á c e e l , D cr B e g r ifí dar
Idee bei K a n t u n d be¿ P la t.
— 157 -
anteriores a J .C .h a n expuesto las doctrinas de P l a ­
t ó n , hallaron en sus conceptos sobre la D ivinidad,

sobre las ideas, etc., la Triuidad y el Logos que más-


tarde se ha querido descubrir en sus escritos. A r is ­
t ó t e l e s , sn discípulo, que tan frecuentem ente se ocu­

pa de! sistem a platónico, aludiendo como sabemos en


no pocas ocasiones a su teoría sobre las ideas y a su
noción de la Divinidad, en ningún caso menciona lo.
supuesta triad a divina. Ninguno de los demás dis­
cípulos y seguidores de P la tó n , aluden tampoco en
parte alguna a la trinidad teosótica del m aestro. Más
tarde, los restauradores del platonismo, y los par­
tidarios de A ca d e m ia m edia y tercera A ca d em ia ,
guardan perfecto silencio sobre punto tan capital; y
ninguno de los impugnadores de la escuela de P l a ­
tón tiene una sola palabra que haga presum ir nada,
semejante a la Trinidad cristiana. P or el contrario,
en admiradores y conocedores tan concienzudos como-
Marco T u lio de las doctrinas filosóficas y religiosas
de P la tó n , hallamos la crítica de lo que él estim a
inconstancia en sus ideas acerca de la Divinidad, y
los varios aspectos como juzga que P la tó n la conci­
be; pero ninguna cosa que se refiera al puuto de que
nos ocupamos (1). Fuera de esto, on escritores pos-

(1) J a m de Platonis in c o n s tn n tia , esc rib o C ic e ró n D e n a t..


deor. I) lo n g u o i est d icfie. q u i in T íih h ío patretn hujns m u tid i
nominan aegat puase; ín Legum antera líbris quid sit omnino
Deu9 , inquirí oportere nou ceiiset... Idem et in Tiinroo d ic it et
i n L e g ib u s , et muudum Deum esse, et coeliim, et astra, »t te-
rram, ut finim os, et eo» quos mnjoram institutis accepimus; qu®-
et per se suiit falsa perspicua, e t iuter sese voliementor r e p u g -
MDtia,
- 158-
terio res, de renom bre, como en P l u t a r c o , o quien
quiera que sea el autor del serio estudio De p la c itis
p ld ls o p k o n im (I , 3 , 4 y 7), en D ió g e n e s L aercio ul
ocuparse de la vida y doctrinas de P l a t ó n (P e Vil.
P h ilo soph . III), y en A p ü le io , De vita P la to n is, no
aparece vestigio ni alusión a la pretendida triada di­
vina platónica. Sólo el neoplatonismo eu contacto con
los libros del viejo y del nuevo Testam ento, eu con­
sorcio cou el filoiiismo, que rep resenta la primera eta­
pa de la fusión doctrinal, verificada eu Alejandría
sobre los libros santos y las tradiciones judaicas, y
■finalmente en relación con los escritos psendopita-
góricos, elaborados igualm ente con elementos teoló­
gicos, pudo acom eter la em presa de buscar en P l a ­
t ó n lo que todo neoplatúnico llevaba ya, de la Biblia,

115. L o q u e d ecim os d el p en sa m ien to platónico


re sp e c to a l Logos tr in ita r io , ha de d ecirse d el J-óyoí
de P l o t ik o , c u y o s o r íg e n e s q uedan s e ñ a la d o s, y cuy:»
d isco n fo rm id a d con el L ó¡j o s d o g m á tico es m anifiesta.
V é a n se s u s más s a lie n te s d iferen cias:
1.° Por su n a tu r a le z a . El Verbo cristiano tiene
la misma substancia y naturaleza de Dios, y como
E l, es Dios mismo. Ei Verbo judaico, como cl filo-
niano, en cuanto objetivo, no es de la misma natura­
leza de Dios sino quo unas veces es a modo de exten­
sión o difusión de lo divino, otras veces una de las
P otencias interm ediarias, si bien la m4s próxima a
Dios (1). E n cuanto in m a n e n te , no tiene otro ser
■que el de uua idea pura.

(1) F im n {Qucest, in, E x . I I , 6 8 ) lince al V a rio s u p e rio r n


— 159 —
2.® P or la personalidad.. El Verbo cristiano tiene
do sólo personalidad, sino que ésta es igual u la del
Padre, cuya naturaleza, es idéntica en ambos. E l
logos de F iló n como el judaico oscila entre personal
e impersonal. Ora es la ciencia de Dios e;i la crea­
ción, ora es su sombro., —oxw -^sos 8s 6 \¿'(oz s-jtoo ¿oto— ,
que ntiliza como instrum ento para crear las cosas
(1). P ero o tras veces tiene verdadera personalidad,
inferior a la de Dios, si bien participante de lo divi­
no. Así llama F iló n al logos «segundo Dios» —tdv asó­

la* nem ás P o te n c ia s e s p iritu a le s , e m a n a d o delS e r a b s o lu to ,


Vertium E n tis , y a l m ism o tiem p o p rin c ip io «le Ihs derníls
P otencias con el S e r , y « s e m illa y f í e n t e » d e los e n te s . £ n esta
sentido el loyos es un m e d ia d o r e n tro D ios y In? co sa s. Bu o tro s
lu g ares (v . g r . Di! C hcrub. 2 7 ) coloca e n t r e las ti os P o te n c ia s
Bondad y P o d e r, q u e e in a n u n d e D io s, el tuyos q u e la s une
—tpizov di aovaY íayóv i(L<jotv ¡isaov Xiyov — , sien d o p o r lo t a n ­
to una te r c e r a V irtu d q u e se so b re p o n e a la s o i r á s . C u an d o
el Verbo se c o n s id e r a no con re la c ió n a la s P o te n c ia s , sino con
relación a D io s, q u e d a en la c a te g o r ía d e é s ta s . A si (D e AOra-
fui ni 21) d esc rib o « u n tr i a d 11 cuyo c e n tro o cu p a e l P a d re de
todos les a e re s — ¡i sv tüv oJ.iav í |¿ s o o j— , y a su s la d o s ,
las P o te n c ia s — S vjsinE tj— m á s a n t i g u a s y m ás p ró x im a s a l S e r.
C onsideradas a s i la s P o te n c ia s son com o «la s e rv id u m b re d el
R«y u n iv e rs a l» — -jn a p ^ o i toB navvjYefiGvo;— (D e som m . I),
y ellas son la s quo c o n s titu y e ]) l a jera rq -.i (a d e e s p í r i t u s (datm o-
nss, para, los g r ie g o s , atújeles en la E s c r it u r a ) .
P e ro cu a n d o la s P o te n c ia s se co n s id e ra n com o inmanentes;
resalta s u c a r á c t e r id e a l, y c o n s titu y e n el luntnlo in te lig ib le ,
como tip o s d e la s co sa s a la m a n e r a p la tó n ic a , " m o n e e s la s P o ­
tencias, y el lagos con o lla s, son eternas — ayysví,x'>')s— (Quod
])au¡¡ immu i., 1 7 ), q u e e s p a rc e n s ie m p re lu z y b rillo en to rn o
de Dios (ib .); son in fin ita s e tncireuiiseriptibtoi com o D io s
—¿TCpífpacpoG 4 8-5d{, ám spÍY patfoi 8é n a l a i B ovrtjieit odJ-coü.—
(1) 01. L ey. a ltes, I I I , 9 6 ; y I, 1 9.
— 160 -
isfov5-eóv—; «primogénito (le D ios»,—itpanóyovov &cov—,
o «el más autiguo de Jos Angeles», —SyyéUwv npsoSó-
■taxov— (1). A la im p e rso n a lid a d del logos, como de
las demás Potencias, era m enester recurrir para sal­
var la accióu de Dios sobre el mundo. A fo p e rso n a li­
d a d , para alejar a Dios de toda acción creadora, y
de todo contacto con las criaturas (2).
3 .° Por el origen . E l Verbo cristiano es térm ino
necesario de la, eterna generación clel Padre, tan
iutiir.o al ser de Dios como las demás Personas
divinas. El lotjns judaico-filoniano, como las otras
Potencias, de igual manera que uo tienen una natu­
raleza definida, tampoco se ofrecen con un origen
determinado.
116. Es idea dominante eu F il ó n , y conforme no
sólo a la concepción platónica sitio también a la ju ­
daica, según queda expuesta, que Dios como inmen­
samente superior a las cosas, no se llalla realmente
preseute a ninguna por su ser propio, sino según las
manifestaciones de su v irtu d , cuy;i expresión son
las Potencias; las cuales en cnanto ¿í/cn.sdan ia nor­
ma del mundo, y en cuauto seres, encadenan y esla­
bonan sus elementos. E stas P o ten cia s, y el logos
en prim er térm ino, aparecen geueraim ente como una

(1 ) Cf. De conf. L in g ., 2 8 ; Du a grie., 1 2 ; Q uis rer


d io. heres. V. tam bién E o s e b . Pro¡>. ccantj. VII, 13.
(2 ) distingue e u t r e Potencias p erfectas y menos
F ilo s
su pro si mi dad a D io s y su m isió n ; p e r o n o dis­
p e r f e c t a s segÚ D
tingue Potencias personales e impersonales, como algunos
lia n s o s te n id o (K e p e h s te jh , P kilo ’ s Le/ire v. d. golil. Mítiel-
Wflssü/i). L a psi’Bonalidnd e im personalidad so n aspectos diver-
303 de Uüas m ismas Potencias.
- 161 —
resultancia natural de Dios, y fluyen de El espontá­
neamente para realizar el nexo entre lo infinito y lo
finito. Así enseña F ilón que proceden de Dios cual
los rayos de la luz, como uua luz de otra luz arque­
tipo —6 ít-sis <?®s *wt—qpawde ápxs'ctMwv— (De C k e r 97,
etc.). Pero eso uo obsta para qne al considerar dichas
Potencias en contraposición a D ios,las declare el m is­
mo filósofo obra voluntaria, a m anera de uua exten­
sión en titativ a del Sor diviuo, resultantes por una
especie de seccionam iento de sí propio — -c<¡>v
latnou 5nvá|icüiv.— E s declaración obligada para poder
considerar las Potencias en si, con virtud operativa
distinta de Dios (1).
4.° Por la fin a lid a d . El Verbo cristiano siendo
por naturaleza Dios mismo, y como persona, térm ino
necesario de eterna genoracióu, uo tiene finalidad
distinta del sor de Dio3, cuya razón de ex istir está
en ser lo que es. L a finalidad ea el logns helénico-
judaico es tan varia e indeterm inada como la n atu ­
raleza y origen de las demás Potencias. Por eso el
Yerbo tiene unas veces por objeto cl ser norma ideal
para la realización de las cosas; otras, es ol in stru ­
mento operativo de la Divinidad; y otras el elemento
interno a los seres, que los hace inteligibles y discer-
nibles entre sí. E sta es la misión del Wrog xoiísús, o lo ­
gas que seccion a y separa los seros «penetrándolos

(1) De esta oscilar.idn en tre el ser personal e im personal d e l


Verbo, procede qilB ©1 Logos lilouiann no sea creado ni increado,
como el :ui»ino F iló n , enseña sino u n m edio entre ealos ex tra -
"i os. — Oij- 2 áYávT)T0C 6 a-ei? fi>v o5»e Yew rp¿£ ó)? ifists,
iXXá n¿ 30 { xáiv á*pa)v — (Q uia ror. d iv ■k a c r ., 42).
- 162 —
como lámina sutil» (1), el cual se identifica en el fou-
docon el dinamismo universal de todos los lo g o s h e ­
lénicos para constituir la entidad física y la entidad
ideal de universo, como unidad c ó sm ic a , o realidad
ordenada e iuteligible.
E l logos filoniano colocado entre.D ios y el mundo
creado, no podía monos de participar de la naturaleza
de uno o de otro, y sin embargo era menester so ste­
nerlo aislado de ambos. Eu cuanto P o te n c ia divina,
debía ser una m anifestación de Dios mismo. Pero
como lo que se t r a ta de explicar es el tránsito de lo
increado a lo creado, el logos asi enteudido deja sin
resolver el problema, pues queda tan lejos de lo
finito como Dios mismo. Reducido ei lo g o s a la cate­
goría de criatu ra, se reduce a lo finito y se baila den­
tro de su esfera; y por consiguiente alejado do Dios
infinitam ente como las demás criaturas, cuyo origen
por lo tan to en manera alguna sirve para explicar.
117. Tal es la razón lógica de las oscilaciones del
Verbo filoniano, ora aproximándose a Dios, ora ba­
jando h asta las criatu ras. E sto mismo nos da la
explicación de las v ariantes uo sólo en la significa­
ción y oficios del lo g o s, sino en el número de P o ten -

(1 ) A lgunos en tre ellos M ax H g in z e , ob. c it., creen h allar


en et Xó-fos tojisúc de F jló n Ja influencia, de las d octrinas de He-
B Í c l i t o . Sin em bargo, la función d i v is o r ia q u e asi so le
a trib u ye al logas e s ti dentro de la te o ría platónica, y puede
considerarse cono una continuación de Ins funciones especifica­
tiv a s de los seres, según sn natu ra le z a en el orden inteligible.
Además de asta form a del logos son bien conocidas las d el logos
in n a tie n ie y transvurile (X áyo; évSioíOsxoj; npoifopwif),
que luego hubieron de reproducir los P adres de la Ig lesia.
- 163-
ctas filoníanas. Porque de una p arte estas potencias
en cnanto eran presentadas como participación de
Dios, no podían salir de lo infinito y se reduelan a
la unidad del Ser Supremo. En este sentido todas
las P o te n c ia s aparecen a veces en F il ó n como
variantes de una Potencia única, De otra p arte, una
vez supuesta la m anifestación de Dios fuera de si,
en las P o te n c ia s , éstas pueden y deben m ultipli­
carse hasta lo infinito, porque infinita es la activi­
dad que en ellas se manifiesta. De aquí la m últiple
variedad que en dichas P o te n c ia s adm ite F il ó n , desde
su objetivación en los espíritus más elevados, hasta
h que se m uestra en los últim os seres vivientes, y
aun en los seres posibles. El logos no podía menos
de seguir la misma su erte en objetivarse de variadí­
simas m añeros, entrando en todo lo que significa ser
espiritual, ontológico, lógico o psicológico y moral;
y debe teuerso presente que la mutabilidad del lo -
goa, como de las demás P o te n c ia s , no es m etafó­
rica, o correspondiente a maneras m etafóricas de
expresar un mismo concepto, ni tampoco significa
uua contradicción en el procedimiento doctrinal, sino
que es la manifestación lógica de la teoría, que por
ser lógica ha de aparecer forzosameute contradic­
toria en señalar la característica de los seres in te r ­
medios en tre lo finito y lo infinito, así como eu la
multitud de sus derivaciones. (1).

(1) Creen algunos críticos quo la inestabilidad y antinom ia»


de F iló n r e s u lt a n ile h a b a r querido ju n ta r co rrien tes doctrinales
na conciliables (v. g r. C a iu d , Tho cvoliit . o f Iheology in thr.
gr. p h il. I I ) . Otros sostienen, por el con trario , qu.e & trav és
- 164 —
L a inestabilidad del Myo£ y demás in te r m e d io ¿
de F il ó n refléjase d e manera análoga en el neopla­
tonism o, y antes en el gnosticismo, si bien en estas
sectas, por su carácter más sincrético, son frecuentes
otras contradicciones ajenas al núcleo filosófico de las
entidades interm ediarias.

118. Innecesario ad v ertir que las diferencias y


oposición que hemos notado entre el Wr°í de F il ó n
y el Logos dogmático aparecen de igual forma entre
éste y el xóroc neoplatóaico, y primariam ente el de
P l o t in o , cuya doctrina es aquí la más siguificada. Por
consiguiente lo dicho del sistem a filoniano es subs-

de las apariencias a n titétic a s sobre e l logos y las P otencias


eiiatrs en F i l ó n una idea estable, quo es ln de explicar 1a acción
pro p ia de Dios en las c ria tu ra s , aunque rec u rra n expresiones
m etafóricas, p a ra hacer asequibles las m últiples m aneras dej
o b rar divino. De esta suerte Ir contradicción no sería más quo
a p aren te o de form a; (Cf. D h u m h o u d , P h ilo judceits. II); a n á ­
lo g a a esta interpretación es la de los que explican a F i l ó n d is­
tinguiendo e n tre el se r trascendente de la esencia divino, que es
inaccesible a las c ria tu ra s, y las operaciones divinas no tra sc en ­
dentes sobre el mundo y los hom bres, las cuales son cognoscibles
en m últiplo variedad; {Cf. L e b r e t o n , Lús ieories du logos, etc.;
E tu d e s, 1906). J u z g a E n ru le n (L es idees ph.il. Ct relig. de
P h iló n , e tc .) quB en la teoría Otomana no se contrapone un
Dios trascendente a un Dios personal, co n propiedades reales
que sean a trib u to s suyos, m edianto los cuales entro oti contacto
con lo creado; 3ino que se tr a ta de excluir de Dios las d eterm i­
naciones específicas y las cu a lid a d es en .sentido de la filosofía
estoica u t q u id p ro p riu m corpóreo y m ate ria l. N ada d e esto se
necesita para explicar la inestabilidad de F i l ó n , que es c o n d ic ió n
in h erente a la teoría de los in term ed ia rio s en cualquier sistem a,
cuando se quiere se r lógico con los propios principios.
— 165 —
tancialmente aplicable al sistem a plotiniaiio con sus
derivaciones. Y puede aua añadirse que la preteu-
sión de hacer venir de P l o t in o , cualquiera que sea la
triada que se excogite en sus doctrinas,el Logos cris­
tiano, y ol dogma trin itario , es todavía, si cabe, m is
absurdo que el hacerlo proceder de F il ó n . Absurdo en
el orden genético e histórico, en cuanto por el tiempo
en que P l o t in o formulaba su sistem a (s. m ) el dog­
ma ceutral del cristianism o hallábase declarado en
m ultitud de escritos, de tal manera qne no era posi­
ble adquiriese nada del neoplatonismo, eu ninguna
de sus formas, aun considerada la Trinidad como p ro ­
ducto de teorías filosóficas. Absurdo en los principios
constructivos de la teoría, que son la antítesis de la
tesis dogm ática. ¿Qué analogía ni semejanza cabe se­
ñalar eu tre el U n u m , S a j i v , de P l o t in o impersonal,
abstracto, universal, quo está fuera de toda entidad,
del cual no se puede predicar ni el ser, ni la esencia,
ni la vida» (Enn. 3 .a X V III, 9), con el ser personal
omnisciente concreto de Dios, y cotí su personalidad
en la Trinidad cristiana? ¿Qué significa la vos?, ema­
nación eterna de lo Absoluto, evolución de lo Uno,
inteligencia universal, si se compara con la g enera­
ción viviente personal del Verbo, consubstancial al
Padre, y por ello de su misma uatunilezu individual
y singular? ¿Qué relación guarda aquella emanación
de la iuteligencia que constituye lo que P l o t in o de­
nomina a lm a u n iv e r sa l, toü 7tavcdg, principio obs­
curo y subordinado a los dos precedentes, con la
persona del Verbo, etern a, perfecta, e infinita como
las personas de la Trinidad cristiana?
119. L a doctrina de P lotiuto de uo traducirse por
— 166 -
un panteísmo análogo al de S c h e l l i j o , al cual le eqni.
paran algunos, es de todas suertes innegable que
enciérralo s gérmenes del panteísmo dinámico, que
'os común a toda la fase filosófica del neoplatonismo,
según la cual todo ser y todo conocer en tra siempre
en el círculo de lo Absoluto. Expresión fundam ental
del pensamiento de P l o t i n o pueden decirse estas
palabras: « ¿ v x ® t í í v t a t<7> í v é éatvi S v -u a (Enu. 6 . IX , 1 ) .
Dígase pues panteísta esa teoría, o paneuteísta,
queda siempre fuera do toda comparación su triada
con la de la Iglesia; y aiiDque quisiéramos, con
algunos, pensar en un monoteísmo piotiniauo, cosa
harto inverosímil, seria necesario prescindir siempre
de toda noción de personalidad en la idea de Dios,
que excluye su Unidad ab stracta e informe: £fiop<pcv
Si é x s i v o (lo Uno) x a í j i o a ^ g V07)v7¡s (Euu. 5, V , 10).
La personalidad divina es, en general, dentro del neo­
platonism o absurda y contradictoria; por eso, como
se ha notado ya, entre el cristianismo y el neopla­
tonismo se sostuvo una exclusión antitética, quo
impedía radicalm ente toda fusión substancial (1).

(1 ) E l X óyas d e P io t i n o v ie n e a s e r el p rin c ip io fe cu u d u n to
d e l a m a t e r ia h a c ié n d o la in te lig ib le m e d ía n te la. im p re s ió n del
a lm a u n ie e rso l. ”H x a í aüiY) (el a lm a ) Xóyog x a í x s 'f siXaiov
Tfflv XÓ'ÍIÚ'J x a l biépyetoi ttfl-rífc x a x ’ OÜafav eúspyOúavjs ol XcíyP,,
■f¡ t i ovala d ü v a m í iróv Xffywv. (E n n . B. I I . ñ ). E l X iyog de
P lo t i k o g u a r d a a n a lo g ía s con el Xófog ajispuaxiK Ó g d e los e s ­
to ic o s .
V. R ic h te r, N cu fla to a iech o S in d ic a , III; P a I' lyss R ca-
lencyklop. t . V . a r t . P totinus de Steinp& rt; H a n c k -7 ? « i
tcn cyklo p . f. p r o t. 'Ihaot, etc. t. X III. A rt. neu p lato n is-
u u ü , de H eiuze, H e ik 2E, D ic L e h r c von L o g o s. V . asimismo
B r a u d i s , G cscft. etc. II. y la ? m onografías, (os q a e dom ina et
— 167 —
Sin la noción do personalidad ea Dios, es imposible
no sólo la idea de la Trinidad, sino aun la de Dios
mismo como se alcanza sin dificultad; el xóro? de P lo -
tino queda, pues, snbstancialm ente alojado del Lo -

gos trin itario , tan vivam ente significado en el cuar­


to Evangelio, sin que qnepa sosteuer seriam ente, a
pesar de los esfuerzos heterodoxos, parangón entre
uno y otro (1). No hemos de detenernos a enum erar

criterio que exponemos) de E. K ocqalp, P lo ü n und das Chis-


¿enLuti; P a u l R . E. G ií.y i h e h , D as P ro b lem de)' Jheodisee
¿ni N cu p la to n ism u s.
(1) Las diserc-pancias da la heterodoxia al p reten d er fijar la
significación del Xóyo;, se])¡ir¡indoso del sentido obvio que tiene
ea cl texto riel ennrto E vangelio, objeto de sus especiales in cu r­
siones, son indicio de sn a rb itra rie d a d . Segó» míos el W yog e s ­
tá eu vez de 6 isydnevos; equivaliendo a la fórm ula m ás usada
5 «pxójisvOw e' prom etido, el esperado, aii cuunco el M esías era
objeto d« cspectacitfn, sin referirse a la unid» substancial del
Verbo con D ios. De esta m isma m anera in te rp re ta K c ln o e l en
rus ('oí». N . T . las pa la b ra s de !a confesión de S. Pediío
(Matth. XXVI, 16), «Til es C liiislus films Doi viví», como equi­
valentes a tu eres el M asías. T al es la significación del Xóyoi
según L orenzo V a lia (Adn. in Joauu.}; Cb.vuher Beitr(i;)e Z a r
D clord. thcúl. íie n n in iss o ., etc.
Otros juzgan qne el \ófO£ es equivalente a \éyu>v xa -cou d-soO,
o sea in térp rete de La doctrino, de D ios, pueslo que on el
mismo N . T. Xóyog significa doctrina (v. gv. en S . M a t . V II. 2 4 ,
2C; S, Fedijo, I II, 5; S. P a b lo , H cbr, IV 12 j Rom. IX . 6), Asi
piensan Eckeümanh, I h e o í B e ilragan, II; Dokdem .rin. ín st.
Theol. r/ir is t. I.; S to u r, Uvb, d en Zuwnk d. liv a u ff., ote,
Qiiinrnn oíros qne el \ó-¡0' no sen m asq u e lina form a da p e r­
sonificación ríe la ciencia de Dios que preside a todds sus obras y
le acompaña eu sus divinas disposiciones, ta l como nos la o fre ­
cen la S a b id u r ía y los P roverbios; Xóyos y orxp¡a 60ti u n a
raisiuri cosa a b stra cta quo es personificada p a ra d a r m ayor f u e r'
- 168 —
las m últiples diferencias consiguientes a esa funda­
m ental. El prim er término de la triada además no es
inteligente, al contrario de lo qao sucede en el dog­
ma de la Trinidad; el segundo es inferior al primero
y el tercero subordinado al segundo, contra lo que
enseña la doctrina ortodoxa. L as personas en la T ri­

za a Ib expresión del concepta. L o e f f l e k , K u r s e D a n tc liu n g ,


etc. ( 7 . otros cit. eu K uinosl, C om enta etc., Prolegom .) Una
v a ria n te de tos que así sienteu es la de tos que tra d u c e n el
J.ÓY0 £ por exposición, o proyección rip. la inteligencia, a la m a -
c e ra de la palabra; en este sentido J . C. puede decirse in té r ­
p r e te de Dios.
K¡ es m ayor la conform idad en cuanto a tos orígenes del L o ­
gos joánnico; pues m ientras unos creen que S . J o a n tra tó de
acom odarse a las c o m e n ta s identificas del tiempo eu quo escri­
bís, mezcla de judaism o y filosofía, estim an o tro s que su \óyo$
viene d ¡re d a m a n te dul judaism o, y uo es una adaptación del
E v an g elista n un sistem a e s t rano, sino qus es I» traducción en
ln persona de J . C. del sistem a oriental, conocido desdi; la c a u ti­
vidad babilónica por los ju d ío s, que privaba, e n tre ellos; según
el cual sistem a, el Verbo no es sinn «na de las ai r i a d a que por
emanación provienen de Dios; la teo ría de la C ib n la en sus p ri­
m eras m anifestaciones.
E u tre los que exponen en el prim or sentido el XófO' del
Evangelio, unos innütieuen su significación a b stracta en sentido
fiioniano, otros optan por convertir dicho Verbo en substancia 1
ó n c m a o i;, tarabiéu dentro del c riterio de FimSn. (CE Monus,
RecU . in. E va w j. Joh.; Kan., De D octoribus oat. Jíccí., e tc.;
L an g e, E r h lü r u n y des Eo. Joh, etc.). P a ra todos los que así
piensan, el Verbo es u n í divinidad de 3eguudo o rle n , 3-soj 6só-
'tepos, ínpftl’ior ft todo lo creado, e in fe rio r a Dios; qne en lo que
enseña FiLirr, cuando llam a al Verbo: x p s n S ó z -coa 0so 5 Xá-
y o v , y más explícitam ente, xov npsaSúzip ov t<5v yávsaiv &tXe-fó~
xrnv. ¿Las pruebas de tales aserto í? Inútil t r a t a r ile in q u irir­
las, porque uo so encuentran. Y por eso misino iunecesano es
tam bién t r a ta r da re fu t a r os.
— 169 —
nidad resultan de la actividad consciente en la esen­
cia infinita, con plenitud de couoct,r y de amor recí­
proco en todas ellas; en la triada plotiniana el térm i­
no que procede conoce únicam ente a aquél de donde
procede, pero no se couoce a sí mismo, ni al que a su
vez proceda de él. El conocer realizase siempre aquí
del principio inferior al superior, y uo viceversa; de
suerte que lo Uno nada conoce ni am a, no conocién­
dose ni amáudose a si mismo tampoco. E l alma uni­
versal de P lotiiío está en inferior condición e n tita-
tiva que su Xóyos, como simple principio de inteligi­
bilidad de las cosas; y por lo mismo nada es m enes­
ter añadir sobre ella.
Por estas someras indicaciones (prescindimos de
las múltiples diferencias que en el conjunto sistem á­
tico le apartan del cristianism o), se alcanza sin difi­
cultad que no es el Logan teológico el que debe nada
al sistema plotíuiano, sino m ás bien, en lo que pare­
ce guardar aualogía ex tern a con el dogma, el sistem a
de P l o t in o es deudor a la teología.
120. En conclusión; si es necesario reconocer que
la teoría del Myoc constituye factor capitalísim o do
las grandes concepciones filosóficas antiguas, no es
menos cierto que envuelve en su concepto el germ en
de múltiples contradicciones, y es nexo ideal de mu­
chas formas de panteísmo. La idea cristiana rompe la
tradición del aun conservando su noción gene­
ral, para ofrecer dos nuevos tipos, por decirlo asi, de
aquél. Et tipo onlológioo que despojado de su carác­
ter u n ita rio persevera como interpretación del ser
de las cosas, y preside a aquellas dos graudes leyes de
inm anencia y irascandencia que hemos visto evo-
— 170 -
lucioDiir a trav és de la filosofía y teología cristiana
eu el tomo precedente (v. t. IV ). Y el tipo teológico,
que se refiere al orden estrictam ente sobrenatural,
y aparece en las esferas de la vida de Dios. Que si
es centro también el Logos o Verbo divino de la
interpretación da un mundo histórico, este mundo
está fuera de los alcauces del orden natural y de su
ser filosófico, aunque en él venga a incorporarse co­
mo medio de elevación a una esfera de sobrenatu-
xaleza, de que ahora no nos corresponde ocuparuos.
E l logos ontológico que según acabamos de ver,
tan hondamente influyó en la idea de la Divinidad
fuera'de1, cristianism o, sobre la forma de conocer­
la, y en sns relaciones con lo fiuito. si bien modifica­
do por la idea cristiana, m antiene a trav és de la
teología su representación filosófica en los tres cita­
dos aspectos, según se deduce de lo ya expuesto, y
aparece en las doctrinas que a continuación estudia­
remos sobre el conocimiento n atu ral de Dios, y ca­
rácter de las pruebas de su existencia.
CAPÍTULO V
El problema de la Divinidad y la primitiva
adaptación de los sistemas filosóficos
a la dogmática.

S u m a rio . El pensamiento filosófico-teológico de las eacuelas sobro


I» Divinidad, 011 los comienzos del cristianismo. El sis tam a Alosó'
fico-teológico cristiano eo su relación con dichas escuelas. Los
criterios en la m ateria. Existencia de compenetración doctrinal
directa. Ei resurgim iento de la idea de la Divinidad y del pensa­
miento filosófico. Formas de compenetración filosófica en orden a
la idea de Dios, y demás dogmas, £1 principio de analogías pre -
supuesta» entre t i enseñanza cristiana y la de la filosofía. Sn in-
tsrpretación m ediante la revelación universal del \ ó t 05 . Uso
de esta teoría en 8 . J u s j m x o , C l. A l e j a s d i u n o , e tc., p a ra las
aproximaciones filosófico-leo lógicas. La compenetración filosófico-
teológica por exigencias didic ticas. Ea cu olas teológicas prim iti­
vas. Escuelas alejandrina y anlioquena, y sos principios filosó­
ficos. Otras Escuelas antiguas, s u índole y formación. La compe-
D e tra c ió n filosASco-teoiógka pur exigencina dogmáticas. L as dos-
direcciones opuestas en cuanto al uso teológico d élo s sistemas
filosóficos. Fundamento de loa que cou T - E U T ü líí .v o , L a c t a n c i o ,
etc. rehnsan la utilización de dichos sistemas; id. de los que con
laescuola alejandrina los admiten. Puntos de conformidad en­
tre unos y otros. Conclusiones acerca de la incorporación de
conceptos filosóficos al sistem a teológico, y apreciaciones e rró ­
neas en este punto.
X
121. P or lo expuesto puede formarse concepto
debido sobre la orientación de las escuelas filosóficas y
Slosófico-teoMgicas antiguas acerca cíe Dios y de su
conocimiento a trav és de la naturaleza. La Divinidad
se nos ofrece ahí eu su ser y en su obrar represen­
tada a expensas de uua ontologia ideal y vaga, como'
una entidad difusa, y en algún sentido am orfa, que
recorre las gradaciones diversas de lo real, por cuyas
participaciones se hace inteleglble de algiin modo ea
— 172 —
s í, según la variedad de sistem a, y en su relación con
el universo.
E l sistem a filosófico-teológico cristiano, aun sos-
teniendo vigorosamente la idea de un Dios personal,
y definido plenamente ea su entidad infinita, 110 sólo
se constituye con influjo indudable y positiva utili-
aación de las teorías antiguas, al modo a trá s indica­
do, sino que de ellas toma ideas capitales de su
orgauismo cieutífico sobre la Divinidad y sus mani­
festaciones, las cuales ideas, a modo de principio vi­
t a l incorporado a la ciencia cristiana de Dios, se
m antiene y perdura en los más varios aspectos de
las doctrinas sobre el E nte supremo, sin parder ge­
neralm ente su selio de origen, ai las deficiencias
consiguientes, com í veremos al p isa r luego al es­
tudio del organismo doctrina! de Deo.
122. Mas por cuanto se tr a ta de la compenetra­
ción del sistem a teológico con los sistem as filosóficos,
en especial con las ideas ontotógicas, es necesario se­
ñalar las normas que presidieron a aquella aproxi­
mación filosófico-teológica, al modo que lo hemos he­
cho con las diversas gnosis, por la importancia quo
esto reviste en la obra y estru ctu ra científica del pro­
blema de la Divinidad que nos ocupa, y en !a de los
dogmas en general; confirmando asi la doctrina yfv
sentada, según la cual no puede adm itirse ui la
afirmación de los que niegan el ¡aflujo de la filoso­
fía antigua en la dogmática, ni la de los que por
el contrario juzgan la dogmática formada a expen­
sas de los conceptos filosóficos antiguos:
1.° Segúu se colige d élo dicho, la gnosis cris­
tiana en contacto con las gnosis heterodoxas, hubo do
— 173 —
acudir como éstas para su sistem atización a la in­
tervención directa de los sistem as filosóficos y ea
primer térm ino a los conceptos capitales Mitológicos,
y psicológicos que aparecen en la interpretación
racional de la realidad divina y de la realidad cós­
mica.
123. De esta suerte la gnosis cristiana, al mismo-
tiempo que abre una nueva era teológica, con un con­
cepto de la D ivinidad, y de las cosas finitas descono­
cido fuera d é lo s ám bitos de la revelación, seflala
también rumbos nuevos y nuevas soluciones a los-
problemas filosóficos de antiguo planteados. Y con
ello levanta el esp irita de la ciencia, h asta el punto
do que puede decirse que fué aquella la que salvó
tos enseñanzas filosóficas de la decadencia a que
habían venido a parar en los comíeuzos de la era.
cristiana. Los antiguos sistem as habían caído en-
touces en profundo abandono y aun descrédito. L a
filosofía griega trasladada al territorio romano ha-
bia perdido sn vigor peculiar, fraccionada en mul­
titud de sectas, que lejos de conducir a la inves­
tigación de la verdad, llevaban al escepticismo.
Si algo quedaba subsistente eran los principios prác­
ticos y del orden m oral, sostenidos más que nadat
por el espíritu y n atu ral tendencia de los romanos.
Y si alguna vez la ciencia lieléuica ha querido vol­
ver por sus antiguos prestigios del orden especulati­
vo, no ha podido efectuarlo sino asociándose ora a
tradiciones orientales, ora tomando formas fraseen-
¡entes con los sincretism os gnósticos y judaicos, al
modo dicho. Ni im solo filósofo de originalidad .y r e ­
nombre se nos ofrccc en el primero y segundo siglo
— íU —
<Ie la Iglesia; como tampoco sistem a alguno aparece
ea ese tiempo que consiga impouerso a los demás.
L a gnosis cristiana, an a a pesar de sus insegurida­
des como sistem a, fué la doctrina única que con ca­
rá c te r de cuerpo científico consiguió sobreponerse a
los restos dispersos de la filosofía, atrayendo los
-elementos utilizables, y fundiéndolos en el conjunto
harmónico de su doctrina (1).
2.° ' La compenetración filosófico-dogmática co­
menzando por la idea de Dios y de sn ser, aparece
realizándose: a j por a n a lo g ía s p resu p u e sta s eutro
las afirmaciones dogm áticas, y las afirmaciones filo­
sóficas, como participaciones de uua misma v e r d a i

(1) El eclecticismo romano hablase convertido en general


escepticismo, y fuera de In; enseñanzas prácticas de lft filosofía
g rie g a nspecialm entc estoica, nada d e ella h ab la a rra ig a d o entre
los rom anos, que tam poco la conocieron antes de la conquista
d e G recia. Con todo, en los albores de la era cristia n a puede
decirse que la filosofía helénica, había ganado sn e x ten sió n y en
-aspectos. En extensión, porque la a n tig u a p riv a tiv a ciencia helé­
nica era a h o ra del dominio del pueblo rom ano y del pueblo j,i-
dnico En aspectos, porque la Fusión de los sistem as orientales y
-occidentales, de te o ría s religiosas y filosóficas, produjo nuevas
direcciones especulativas, cuya base principal era la conteiD[ila­
ción de lo absoluto.
El m ovimiento científico de e sta época puedo decirse que lia
tenido por objeto: 1 .° C onservar los sistem as existentes, si biau
con m últiples modificaciones y alteraciones. 2 .° H acer revivir
ciertas especiales doctrinas, como las pitagó ricas y órficus, o que
era n tenidas como U les. 3 .° R eunir diferen tes sistem as por -sin-
crotism o y eclecticism o, en el que especialm ente entraban ln filo-
6o fía d c P la tú k , A kisti5tiíi.es y V í t á o o e a í . i . " F u n d ir las U tas)'
el esp íritu de! Oriente y del Occidente, según los criterios ¿c ln
épccit,
— 175 —
c o m ü n ;b l por exigencias didácticas y académicas
oti la enseñanza así de la filosofía en sentido cristia­
no, como de las doctrinas dogmáticas sobre todo
con fines apologéticos; c) por exigencias más al*
tas de sistem a y de organización de la cieucia dog­
mática.
124. E l primero de estos conceptos es sin dnda el
qne abre más amplio camino a las ideas filosóficas en
la esfera de la teología, aun a aquellas que no ofre­
cen adaptación cumplida con las ideas dogmáticas.
Aparece en efccto un criterio singular a p r io r i en
las prim eras escuelas cristianas referente al uso de
las doctrinas filosóficas, el cual, m ientras de una
parte es en sí mismo reflejo de la filosofía helénica
(concepción estoica), do o tra parte vino a franquear
los caminos a las incursiones más amplias, y a v e ­
ces exageradas de aquellos sistem as, eu los dominios
del dogma. Es el criterio del tóros oitspijwt-suiíc, deri­
vación del Logos de la Divinidad de que a trá s hemos
Labiado, como sim ien te u n ivei'sa l de v e r d a d . Todos
los Hombres participan de esa virtu d ilum inativa del
/ojos, mediante la cual eo todos los sistemas y es­
cuelas se halla un fondo doctrinal de verdades co­
munes (además do las primeros principios), que es
preciso reconocer. De esta su erte nada más legítimo
que estudiar las doctrinas filosóficas para tr a ta r de
descubrir lo que hay de verdad en ellas, e incorpo­
rar ese contenido al depósito de las verdades cris­
tianas; pero tampoco nada más expuesto a dar a eso
amplitud y proporciones inaceptables, como de hecho
acontecía.
E s criterio term inante de la antigua patvls-
- 176 —
tica. Según S. J u s t in o , los filósofos gentiles tuvie
ron en la razón n atu ral el primer destello de 1»
luz y del xóroc, que ilumina a todo hombre que busca
la verdad, cuya, suprem a participación está en la,
lum bre divina de !a fé que ilumina al hombre cris­
tiano ( 1 ) . Esto mismo deciara C l e m e n t e A l e j a n d r i ­
n o , quien enseña que como se subordinan otras dis­

ciplinas racionales a la filosofía, así so ordena la


filosofía a la utilidad e inteligencia de la ciencia
(divina) (2). E lla es a manera del riego que prepara

(1) L a participación del í-iy o ; es universal — xó ifuju-


tov icavti avOpoíiítuiv onépjia to¡¡ Xófoo— (Ajiol. II, «. 8 ) ; y
revélase, eu m edida rela tiv a , en los filósofos y nmi en los poetas:
ol fií p O'JYVpa'pí'íS itá v T s j 8 iá ítJ s ¿¡íyúzo’j to ü \ 6‘{0 »
c n o p a í áfiípffis éíúvavto ípav xk 5v i* . Pero el cristianism o es el
quo p a rticip a de la verdad plennm ento: 8 a a oüv rznpá -xda v.a-
/.ó>; etprjxai, ■íjfwüv ~&i yjn.3zvx.wHv ea 'iv , dice en la misma Apol.
I I, c. 13. Según Ir teo ría de S. J ustin o la sem illa da la r a z ht-,
como 61 la donomitm usando frase de los ¡sstoicos (a-ápij.* -su
Xóyou, ansp|xaxix ¿5 Xófo'), es semilla del V erbo p a ra a lc a n z a rla
v erd ad y la virtu d ; de aquí que los que liau p rocurado una y
o tra , aun e n tre los gentiles, pueduu decirse c ristia n o s, se£'ún
S . J u s 'n s o . Oí ¡ is x i í-áfo o ypiazix^oí eitr., w5v Srjeo:
6VO¡ita6rja«v, 3voT tv "EXXijai jiív EwxpcÍTi]; v.«! 'H p íx X '.x o í-...,
{Apol. II, 83. Cf. II, 76; I. 46).
Muchos otros t 9st¡inonios aparecen en sus escritos, análogos
a los precedentes, que no es m enester tra e r aq u í. De ser de
S . Ju stin o el tra ta d o ’AvatpOíiij 8 oy(¿áxu)v r.váSv ’Apíoxotcá'.xiüv.
que es puram ente filosófico, tendríam os en í l tam bién Ift demos­
tración p ráctica del cultivo de la filosofía por nste apologista
Mas siü duda no puede a trib u írselo , y 09 trab ajo que con las
’Kptm rjiec; xpiaxiavty.aí y las ’Eput-yjcrs'.g iJ.Á.r.vi/’. a t, atribuidos
a; mismo, h a sido escrito siglos después dospuéí da S. Ju siw o .
(¿) t í ByKÚJ.ia ¡iaQr¡¡iv.-M, dice en el I de sus Sb'OHt.,
cjfiS á Á X e T a i í t p ó ; ^laO oo^íc'.v v/jv Béaíco'.yciv 'jSi i &'i , oCt'j) yXoso-
cfCcs aire -f¡ Jtpóg o s t i a s K xvjíiv ou v a p T et.
— 177 —
el campo a la sazón do la siem bra, disponiendo el
entendimiento para la semilla que ha de germ inar
en el esp íritu (1). L a filosofía g rieg a, añade, es co­
mo una preparación para la fe y para las altas v e r­
dades de su gnosis (2). «El mismo Dios, dice en el

(I) K a O í-s p y « p o t YEiupYOt jip O x p fiE D ca v is; xr¡v yjjv eI8'


ffüxu» 3 ,x s p ;ia < w i« 3 á » .o o y .v oúxto 8é x a i f¡\isZz t<¡¡ iw cljíü) xfiJv
reas IXXsoí X óyoí 'i 7tpoap8;áop.EV zo aixfflv, r.-xpaSk-
g a a fla i t ó x ax7.6aX X t> fi£’iOv c n é jia n v s u j . i a w é v n a l xoüxo é iijia -
pil£ lv.-.p¿-pa.‘. SúvasOai. (I S trom m .)
S ir v e d a oca sió n a e s te p a s a je d e C l . A l e j . u n d o c u m e u to
apócrifo, L a P red ica ció n do S. P e d ro , p e ra com o a d v i e r t e
F u eppel (P íitr o l. V III) e s to uo q u ita nado a la e x p re s ió n d a su
pensam iento.
Poco después dice vu el I. cit. C l. A le ja n d rin o quo la
filosofía fué duda a Io3 griegos como su T esta m en to propio;
de igual s u e rte que 011 sn E x h o r ta d o a d G r a c o t, V III, h a ­
bla de las verdades filosóficas como de centellas de lu z del
diciao Verbo . — ávaüo(iaxS \r iyou. E sta m anera de h ab lar de
Cl. A lejan d iíiso y loa que se lo asem ejan en ello, como S. J u s -
r.'No, OufüENcs, etc. dió lu g ar a la tooría de los que piensan que
h doctrina >le loi SS. Padrea acerca de los m edios de conoci­
miento pa ra la salvación y la necesidad do p ertenecer a la Ig le ­
sia, i;o os una misma en todos. Pues luis titra s unos dicen que
eí indispensable cl conocimiento do. la revelación q;ie no» ofrece
Cristo como M -.diador, otros estim an suficiento p a ra la sa lv a ­
ción de los gam ites el conocíiniouto de la rovelación n a tu ra l que
ofrcco el Verbo como fuente de toda verdad. De la verdad eu Ift
Bbsofía, de la verdad en la época de las profecías, y do la v er-
d«d en la Iglesia, triple orden que C l . A l e j a n d r i n o disliiigna
tomo diversas m aneras de una cotnúu revelación del Verbo. T al
forma de interpretación y dtisiUcación respoi.de a las tendencias
iMdicionalisias; que alirm an un único origen so b ren atu ral a to d a
verdad, y con las racionalistas en cnanto «sí se d e sv irtú a el
principio de la vida de sobrcuaturaleza.
i (2) 4 >i¿.OG0 ¡fía Sá f¡ éWsv.y.r¡ oVn npoy.xOaípe'. n a l TuisÜt'ei
- 178 —
V I de los S trom ., autor de los dos Testam entos, es
el que ha dado a los griegos la filosofía, m ediante la
cual lo han glorificado como Todopoderoso. Por eso
de la doctrina griega y de la institución mosaica es
de donde salen todos los que abrazan la fe; de ma­
nera que componen una sola familia, un solo pueblo
que m archa por sus caminos a la salvación. No exis­
ten tres pueblos separados por el tiem po, de otra
suerte pudiera creerse triple la naturaleza; sino te s­
tam entos diversos bajo los cuales cada uno es ins­
tru id o ... Dios en sus propósitos de salud para los
judíos, les envía profetas. En el seno de la Grecia
suscíU hombres superiores y los constituye profe­
ta s en su propia lengua, en cuauto sou capaces de
p articip ar el don celestial» (1).
La filosofía, pues, no sólo no ha de excluirse del
cristianism o, según C l. A l e j a n d r in o , sino que ella
es su preparación; y no sólo no está eu pugna cotí
la teología, siuo que es necesaria para constituirla
científicamente; porque la verdadera se com­

tt¡v dm xV irapSc^ív niotsm j, ¿o ’ r¡ ir¡'j yvtüc’.v irtoi ->t£)íí>;»sl


7) á.Xifiz’.'L (VII Sti’omm, 27).
( 1 ) Son m últiples los testim onios análogos del jefe íc l D:-
dascaleo, Segur, oportuna comparación del mismo, eu el cit. üb Ii
Strom , el que prescindo de Ift filosofía y de la dialéctica, cre­
yendo perder el tiem po en sil estudio, p a ra atciierso s ilo a la ?c>
ese se asem eja a aquellos que pretendon coger uvas antes de :i¡i-
b e r p reparado la viña. ’E«ioi yac sypue'g oíáfisvot slvai «f-.oüsi
<p'.Xoaocpí«s SirtsaBat SiaXsxTix^c— sxiiavBávs'.v' íaíJv»¡v
v.al ^j'Xíjv tj¡v itíctiv Anxixoücí úio7t£p et ¡¿ijSeníav Tjgíoav d;r.-
¡isXsiav itoivjainevoi xi¡? ¿finéXúu eiiflú; é ; áp'/Jii "coog p d « ’jí3
X«|iSxV£LV,
— 179 —

pone de filosofía y de la fe, que es la npóXvjtK para


llegar a la ¿tuoxtuíí) aceptable y verdadera.
125. El mismo pensamiento fundam ental del uso
de la filosofía para el servicio de la teología infor­
ma clarísimamente los escritos de O r ígen es , en
cuyo elogio no duda recordar S. G regorio ue
N eocesaeea (O rat. pauegyr. ad Origmem) aquella
su comparación, quo así como los israelitas apropiá­
ronse el oro y plata de los egipcios, y con ello ador­
naron el tabernáculo del verdadero Dios, de manera
análoga los cristianos liau do utilizar la sabiduría
de los gentiles para hacer de ella uso conveniente
eu la Iglesia de Dios. Como perteneciente a la es­
cuela de C lementk A lejan drino , participa de sus
tendencias eclécticas eu filosofía, y halla esparcida
la verdad por las diversas escuelas griegas; aunque
de hecho en el orden especulativo su preferencia está
decididamente por P latón , interpretado a lo neopla-
tónico, en el cual halla vestigios de la doctrina de
la Trinidad, y con cuyas ideas guardan conformidad
muchos puntos de su doctrina; en la parte práctica
prefiere la doctrina estoica, y subordina P latón a
E pictbto G. Gels. VI, 17 (1).

(1) L a adaptación de doctrinas tra íd a s de los campos de la


filosofía gentílica, e 3 objeto de encomio por los mismos Padres
da [alglosiR. Asi S. G i i e s o r i o h e N i s a (D e cita i i o s ú , I ) « t i b i a
c o n ologio de S. B a s i l i o , porque utilizando la ciencia p a g a n a,

lialifi traído las riquezas de E gipto al servicio de la Ig lesia — 5


itcdiS; xáv AiyOjixiov nX oO w v ¿uicups'jQ xiisvo; w , ~ i tó v tv¡s v sq -
T jjioj, y a o v o i vial á v a O sí; t r j 0s¡j) x ij tO lO úx» xa>a>'.oo|i'i;5x6 líjv
áXí¡H} -tjjj éxxA.K)o!aí axijvvjv, S. A g 'jü tín , (pie en su Cuidad, de
■D'Oo liacc o s to ta c ió u práctica de su saber profano, reconocien­
— 180 —
126. O tra fuente t a r t o sí guiñeada de las apro­
ximaciones en tre la filosofía y las doctrinas teológi­
cas, débese a las exigencias didácticas y apologéticas
en las Escuelas cristianas de los primeros tiem pos,
entre las cuales se hicieron singularm ente célebres
la escuela A lejandrina y la Antioquena, Pudiera de­
cirse que estas Academias constituyeron centre ofi­
cial de la ciencia profana y de la ciencia eclesiástica

do la vordad de la doctrina de los filósofos, donde q u iera que las


lla lla , en su tra tad o D e doctrina. ch risU a n a , después de h a ­
blar del estudio de la gram á tic a , retó ric a , etc. añade como pro-
p a r ación inm ediata p a ra la teología, el estudio de la filosofía
g rie g a , presentando de nuevo el sím il de las riq u ezas de E g ip to ,
usado por el N is e n o , y repetido tam bién por S . J bkóhim o .
In terrogado este S to. P a d re por M agno, orad o r romano, sobre
el uso que h acia de ejem plos tom ados do la lite ra tu ra pro fan a,
no duda en responder (E pist. A d M agnuni oratorem ) que si es­
tu v iese -versado en las sa g ra d a s le tras ha b ría advertido como lo
mismo en el viejo que eu el, nuevo Testam ento tríe n s e palabras
y ejem plos profanos, sin que esto d e sv irtú e lo que se expone.
,Jf el mismo S. J erónim o presenta como ejem plares dignos de se r
im itados, m erecedores de to d a alabanza, en tre otros a C le m e n t e
A l e j am o h ín o y a O r í g e n e s , por su erudición filosófica. «Clem ens...
meo judicio omnium erudltissim us, octo scripsil S ü o m a tu iu li­
bros e t totidem Hypotiposeoii et alium contra gen tes, Pacdago"
g i quoque tr ia volumina, Quid in íllis indoctum ? Quid non do
m edia phílosoplm ?» Y hablando luogo dol seguudo añade: «Hunc
im íta tu s OniGEXiss, dum snripsit S tro m ateas, christian o m m et
philosopliorum in te r se sententías com parans e t onm ía nostrte
religionís dogm ata de P i .a t o n e e t A m s t o í i í l e , Nuruenio Cornu-
to q n e confirman®». Non aspicim us, dice S. A g u s t I n , q u in to fturo
e t arg en to e t veste .suffarcinatus exie rit de Aegvpto Cvpríaous
doctor sunvissim us et m artjT beatíssim us? quanto L a c t a n t j d s ?
q u a n to V i c t o r i n o s , O p i a t o s , H i l a u d s ? Efc u t de latinis taceara)
q u a n to in-num erabíles grseci? (De cloctr. c k r is t. I I , 40).
— 181 —
comparadas. De ellas salieron las fórmulas doctrína­
les más durables sobre Dios, la croación y los desti­
nos humanos; y en ellas se labraron a su m anera y
bajo el criterio dominante en cada uua, loa cuadros
generales d é la sistem atización de los dogmas. AUf
se disentían los principios de la filosofía, para lúe*
go declarar cuales fuesen subsceptibies de in te r ­
pretación racional, y hacerlos e n tra r en la constitu­
ción científica del dogma. Eu ellas se impugnaban
los diversos sistem as filosóficos en su parte no acep­
table, utilizando muchas veces las propias armas
o las que otros sistem as análogos podían sum inistrar.
En ellas, en fin, so adiestraron los defensores de
la ortodoxia para responder en el terreno filosófico a
las heregías, campo generalm ente obligado de com­
bate en la impugnación de los dogmas. Y fué tan
marcada la influencia ejercida por la dirección filo­
sófica de las escuelas mencionadas, que no es po­
sible dejar de adv ertirla en los P adres de la Iglesia
formados en cada una; nadie que esté versado en la
evolución de las controversias teológicas ignora el
aspecto diverso con que se ofrecen las cuestiones
dogmáticas por [el siglo i v y v de la Iglesia, se­
gún los dos criterios antioqueno y alejandrino de
las escuelas respectivas (6). A continuación habre-

( 6 ) V arias son las escuelas do quo se hace moucidn, co rres­


pondientes a los prim eros siglos de la Ig le sia , y que rep resen tan
los prim eros pasos do sistem atización doguifttica. Ln p rim e ra faó
h fundada en Rom a p a r S. J u s t in o ; e u tre sus discípulos cuén­
tase T a c i a n o , el célebre im pugnador de las d octrinas p a g a n as
(despoás de sa couversión y antes de au c a ld a ) ,y Ruó d o s . E s te
último, según los datos que nos proporciona E u s e b I o , fué mae s-
— 18-2 —
moa de ver como en estas escuelas se desenvuelve la
idea de la Divinidad, y la forma de conocerla.
127. La adaptación filosófica por exigencias dog
m áticas responde a nna mayor compenetración, y de­
puración relativa de las ideas,en especial o to ló g ic a s,

tro cc dicha escu d a teelógica. L as relaciones de aquel con


S. JnsTrwo estila atestiguarlas por S. Irb k s o , A d a . Hacre.ies;,
por T e r t u l i a n o , Da P ra a c r ip ü o n e : S. J e r ó n i m o , /)í> Sr.ript.
eucLeUaaticis, P h i l a s t a i o , Dfi Hacre&ihus, Teodoíieto, Fiaeret-
fa b ., e n tre otros. No es improbable que ol mismo T a c ia n o Imbiu-
r a sido j e f e cu ln esei:elft rom ano, puesto qno se^ún n testíg u d -
S. J e h ís im o (D,i ¡criplor, vccl. <17), E eodón estudió eu Rom a:
bajo T a c i a n o , y esto misino declara. R u s b b io (H ist. c. V ) : | i a í h j -
‘tnS-e’. ; trcl P é iié ijs Tanavíji. RnoDóN, pues, ap arece como suco-
so r da T a c i a n o en el Didascnleo romano, cuya serie de jefes pue­
de reh acerse liasta «I tiem po eu que el a n to r de los P h ilo so -
p ku n ie n a nos p resenta a C l e o u e n b í form ando p arte de la misma.
Es este dato im portante pitra ju z g a r como dos tendencias al
parecer tau encontradas como la de S. J u s t in o y T a c ia x o re s ­
pecto de los filósofos griegos, oran com patibles en u u a misma es­
cuela. S e h l h r fundado en n a testim onio de E u s e u io , n o duda en
sostener eu sus Saleóla cap. que C l e m , A l e j a n d r i n o f u é tam ­
bién discípulo da TAcrAno. El testim onio no es lo suficientemente
preciso p a ra u n a conclusiin cierta; pero de ser exacta I r hip ó te­
sis, tendríam os explicada ahí la filiación d irecta de la escuela
a le ja n d rin a . E s probable, c o m o advierte F r e p p e i ., que T a c ia n o
tu v iese n su cargo en la escuela de S. Jo srm o la exposición de la
E sc ritu ra , pues S. J e h ó n im o le señala como m aestro de R uo d ó n
eu ella. Como quiera, l o s varios escritos quo so mencionan de
T a c ia n o , y su O ra tto ad g rosco? prueban qne no hab ían aban­
donado las cuestiones racional es eu sus relaciones con las reli­
g io sas. P o r o tra parte el e sp íritu de los escritas de S. Ju stin o ,
las necesidades de los convertidos vonido.i de la filosofía p ag an a,
y las controversias habidas con los filósofos de Rom a y con las
h e re g ía s botanizantes, nos a utorizan p a ra pensar qne el carácter
d e la escuela rom ana e ra análogo al que dominó en la escuela
— 183 —
recibidas; pues si bien las exigencias teológicas son la
finalidad común en las aproximaciones de que se tr a ­
ta, la interpretación inm ediata de uu dogma y de su
valor filosófico impone necesariamente una mayor se­
lección en los recursos de sistem a. Y esto es lo que

alejandrina. E l Imbsr.-e atribuido, siquiera sen indebidaineute, a


S. J ustino los tratarlo* filosóficos a trá s m encionados, obedece
sin duda a que ellos gu ard an analogía con el modo con que
solíft tfrttfii- S. J u s m o tules m aterias.
Más notable que la a D t c r ío i' y de m ayor alcance científico filé
la escuela ortodoxa de Alsjandrifi: la Schola ecclesiaítictt,
que dicen S. Jerónim o (C atal. X X X V Iil.) y K u fim o (H ist. eccl.
II.); el S'.Saay.aXsíov w / ispffiv [iaO-'/;|iátojv de SoaOMKNO (II. 1.
III), o coma escribe Eusebio (H. I, Y .) i ó 1:7)5 x a i-r^ s E to ? 5;8as-
x a lsto v . E m parentada, o por lo menos fundada según la norm a
do la « c u e la de S . J u s t in o , li a s e desarrollado iuíü am pliam ente,
debido en buena p a rte n )n claso de nnsmigos que debía comba­
tir, al medio am biente religioso y lite ra rio de A lejan d ría, a la
selzúii emporio v m i versal del saber de ambos m u n d o s , y do
una m anera especial a la preponderancia que ten d ían allí a ad ­
q uirir sobre el cristianism o, la ram a del neoplatonism o plotinia-
no y Ir del filoníaiio, rep resen tan tes respectivam ente de la e s ­
cuela lie lo iiiz a n te y ju d a i z a n t e a l e ja n d r in a .
Dasdn m ediados del siglo 11 en qu# apivrece líi escuela cate-
qiiética va consolidando sil sistem a ofensivo y defensivo a la m a­
nera de las escuelas d é l a G recia. Según F e l i p e S id e t e s ( fra g ­
mento ile su H isi. criet. en 2 1 1 ¡!).,on D ndw ell,D ¡ssert. in I re u .),
A t ej U c o iía s fu 6 el prim ero que dirigió la escuela de A lejandría,
Si asi hubiera sido, la orientación rilo>.óíicR del Diduscaleo e s ta ­
ría ya definida (losde sus comienzos en conform idad con-el esp í­
ritu de osto discutido apologista. Pero la afirm ación del m encio­
nado h istoriador, quo escribía a fines del siglo iv, mert-ce poca
fe, cualquiera quo sea el pensar de algunos críticos en e ste pun­
to. La m ala información do S i u k t s s sobre los orígenes da la es-
cnela ño A lejandría lleg a lm sta hacerle conv ertir a P a n t e n o en
discípulo du C r,. A l e j a n d r i n o cuando el mismo C l e m e n t e d e ­
clara haber sido discípulo do P antano.
— 184 —
queremos significar al señalar esa torcera razón de
compenetraciones Slosófico-dogmáticas.
128. Esa labor de selección ha dado origen a dos
criterios diversos,que hallaremos luego en los proble­
mas del ser de Dios y de su conocimiento, acerca del

Hace a A t b h íq o b a s jefo «de una escusla d e filo so fía A cadé­


m ica o p l a t í n i c a » , c o n fu n d ie n d o a s i e s t a a c a d e m ia filosófica con
el D idascaleo. E n a n á lo g a co n fu sió n i n c u r r e c ita n d o lo s noiubros
d a los e m p e ra d o r e s a q u ie n e s so d ir ig ió A ie n ío o r a s un su a p o lo ­
g ía (A driano y A n to iiin o , e n v e z do M arco Am elio y Cómodo.
P o r su p a r te S óciiates (H. V II.) y F o c io (Bibi. c a d . 33) e stiin
c o n fo rm es eu re c o n o c e r que la a u to r id a d d e S id etes as muy s o s ­
p e c h o s a . Ni s e e x p lic a como de h a b e r sid o A xenágoiias el jefo
p rim e r o do la es c u e la o rto d o x a a le ja n d r in a , no lo h a y a m e n c io ­
nado com o ta l E dsebio ni S. J erókimo a quienes d ebem os (un es­
p ec ial a l p rim e ro ) los m i s im p o rta n te s p o rm e n o re s sobre d ie b a
in s titu c ió n .
D ejando, pues, la insegura afirmación de S i d e t e s , y buscan­
do un m aestro prim itivo a quien la escuela a le jan d rin a debe in ­
dudable celebridad, hallam os desde luego a S. P a n ta n o , a tra íd o
del estoicismo a la Ig le sia , según testim onio d e 3 . Jiíkónim o. E u -
sebiq y F c c io , a qnion (J l e u i . A l e j a n d r in o d en o m in a «la a to ja
de Sicilia» (a u n q u e S id e t e s lo h a g a ateniense). Si b ien uo q u e ­
da obra alguna de P a n tiík o , tenem os datos su ficie n te s p a r a ju a ­
g a r do las enseñanzas d e l D id a s c a le o . P a n t s x o . fc te 7 ia i5 ;ia ;
ávfjp evSoEoTaxa?, como dicc E u9ebio (H , e. X), nos es p resen ­
tado por la autigüedad como un filósofo que prosigue en el ca ­
tolicismo los estudios racionales. y como un asiduo cultivador
de las doctrinas bíblicas. S. Jeró n im o (C at. X X X V I) ¿ice qne
escribió g ra u núm ero de com entarios bíblicos, y cl f-ié cl que b a­
iló e n tre los fieles de la India (es decir en la A rabia oriental pro­
bablem ente) el texto hebreo (aram aico) del Evangelio de 8 . M a­
t e o , como lineen constar S . J e r ó s i h o 1. c it. (a u n q u e sin duda

h ay erro r cronológico al StSiiaUu' la época dt: la e s ta n c ia de PaN -


t e n o eu dicho país), y K u f ik o en s u s G om ent a E w buih. DI m is­

mo S . Jkhóhim o nos etiseiia q u e P am tkko no e r a m enos ilu s tr e


— 185 —
uso de los sistem as de la filosofía ea los ámbitos de la
teología, según las diversas apreciaciones sobre las
probabilidades del peligro y las probabilidades de
positivas ventajas. Uuos pensando eu ellas, utilizau
los sistem as de la filosofía, según hemos visto aote-

por su erucliciói) teológica que por su saber filosófico. « P a m te -


sus Stoic® sectee P hilosophus... tiw t® prudentise e t eruditionis
iu s c rip tn m divinis, quarn in steo u lari litte ra tu v n fi i i t, n t, etc.»
De él U heredó C l. A l e j a n d r i n o , y cuando O h í s e s e s , h ubo de
justificarse de su actividad en el cultivo do ln filosofía helénica,
invocó el ejem plo de P a.-íten o , quien con este m ism o género de
estudios tan señalados servicios h a b ía prestado a k cansn do la
verdad (Orig. cit. por E c s e e io . H. o, V I).
Cou C l. A le ja n d h in o acentúase el m ovimiento da aproxim a­
ción filosoQco-teoiógica, tal como se rev e la en las obras de este
esentor emitiente, y que puede decirse constituyeron la norm a de
procedimiento doctrinal en el Didascaleo. L a instrucción que ae
daba, allí constituía a fines del siglo u d istin ta s c a tfg o ria s, y en
tiempo de OjiIgenks fué necesario dividir los oyentes en dos cla­
ses, con sus m aestros respectivos, como nota E u se b io (H, e. V I.)
Es decir, que el m odesto P a id e v le rio n prim itivo hab íase
convertido en una e sc u d a cientiQuti y teológica capaz de compe­
tir con la s d e P l o t i s o y - F i ló » , ¡t las cuales debía im p u g n ar, no
si 31 Asimilarse lo que de una y otra fuese aceptable. No siguifica
esto que aquella institución eclesifistica hubiese perdido su ca­
rácter, ni que hubiese pasado a ocupar el Museon, como p re te n ­
den los cencuriadoros de M agdeburgo, confundiendo el c n ric te r
J la realidad del Museon y del D idascaleo. In stitu ció n puram ente
P»íjuna d Museon, nada tenlo de común con cl D idascaleo, ni
mui fué perm itido a los cristianos on=cfmr eu él tmstn. después do
la paz de C onstantino. Cuando C aracalla dispersó los m iem bros
del JIuseor., el Didascaleo proseguía su labor sin interrupción
(Diok. C asio. H¡ s 6, rom , LX X V II); como después, al sur re s ta ­
blecido por Constantino, liada influyó esto en la esencia a le ja n ­
drina que subsistía independiente. E ntre ios m aestros de esta
escuela cuíntanse D ionisio de A l e j a n d r í a , a qiiisti E u se d io cali-
— 186 —
riorm ente. O tros, por el contrario, considerando las
desventajas, rechazan el uso de todo sistema filo­
sófico, declarando la teología muy por encima de las
teorías humanas. Y he ahí el origen de laa dos direc­
ciones qne es dado señalar eu los Padres de la Iglo-

ficad a (ira n d ií, T eo cn o sto , y P ie rio , todos ellos escrito res muy
siguiBcados, form ados en el neoplatonism o c ristian o , y alguuos,
como P im ío , con m arcado c a rá c te r o rigenista, a l decir de Focio
(Bib!. cotí. 106).
No faltan quienes cuenten en tro los jefes del Didascateo a
A r r i o , lo cual no puede legítim am ente sostenerse, uo sólo poique
sus tendencias y los erro res por él defendidos arguyen la baso
filosófica de lo. escuela autioquena, sino porqus reuniendo los tin­
tos do E usbb I o, R u f in o , S . J e r ó n im o , S id etes y Focio, lio lo lm-
llam os incluido e u tre tos m aestros de aquel centro, lo cual seria
inexplicable, si en realidad bubieso ejercido ese cargo.
Acabamos de roferiroos a la escuela de A ntioqnía como de
o tras tendencias que la alejaudrina. Eu eructo, diclia escuela,
p o sterior a la de A le ja n d ría (d a ta en sus orígenes del siglo III),
rceibió la d ireceióc teológica coroúu R este género dé institucio­
nes. D o r o te o y L u c i a n o señaláronse en ella p o r sus estudios bí­
blicos, coltivando singularm ente el h e b re o . No ta rd a ro n en sig­
nificarse en la escuela antioquena corrientes filosóficas, comple­
m ento obligado de la exposición cien tífica, apareciendo también
la oposición que desde luego se hizo n otar e n tre la escuela an-
tio q u o n a y la alejan d rin a. L a prim era daba p referen cia a la ex-
posicióu g ram atical de la Biblia, ateniéndose a la le tr a más que
a o tra in terpretación, al contrario de lo qne acontecía con los
alejandrinos, que conservaban en p a rte la in te rp retació n alegó­
rica de OnÍGEKí», con tendencias especulativas. E u filosofía, los
de A lejandría estaban preferentem ente p o r P l a t ó n ; en loa antio-
quenos ejerció A r i s t ó t e l e s principal influencia. De aquí qne l#s
dos serias de h e regías qué resu lta ro n del abuso de las doctrinas
dé ambas escuelas llegan el sello de su origen. U nas q ú 9 pudié­
ram os decir de p ro ced im ien to anaH tico, como la s do Ainuo y
N e s to b io , se» de base a ristotélica; o tra s que p u d ieran deriomi-
- 187 —
sia, las cuales más que diversidad de principios, indi­
can diversidad de norma práctica, y de procedi­
mientos. Señalan uua oposición eu el uso de los
sistem as, más que eu él de los razonamientos do la
filosofía.

liarse <le p ro ced im ien to sintético, como el motiofisiamo y el


monotelismo, son (te base platónica. L a escuela de A lejan d ría
propendió siem pre raás al fideísmo que al racionalism o; la de
Anlioqnfa m ás al racionalism o quo al fideísmo; y en g en eral el
como de los m isterios e ra m ás rospetado eu la p rim era que eo l a
segunda, siq u iera uo faltasen hom bres em inentes en mía y o tra
escuela.
Pertonecen a las orientaciones del D idascaleo, además d e los
mencionados atl'üs, el g ra n S. A t a na sio , D id ih o el ciego, E u s e ­
bia de C e s á r e a , etc. E n O ccidente p a r ti c ip a n d e Ie s m ism a s te u -
dencins doctrinales los t r e s célebres doctores S. H il a u o , S. Am-
unosio y S. A g u s tín .
Son d e l a e s c u e la n u tio q n e n a , e n t r e o tro s , S . E f r é n , E u s e -
bio de Embsa, D io d o h o d b TaB SIS y T e o d o k o d e M o p s tte s iia . E l
re p re s e n ta n te m ás a u to r iz a d o , q u e h a u tiliz a d o la s v e n ta ja s do
esta escu ela s in s u s d e fe c to s , fu á S . J ü a n C ntsósT O Jio.
La e s c u e la d e los capadocios r e p r e s e n ta d a p o r S. B asilio
Magro , S. G reqorio N a z ia s c e so , y p o r el N ise n o , es a m odo d e
intermedio e n tro l a a le ja n d r in a y l a a n tio q u e n a ; si bien con
m ayores a fin id a d e s cou l a p rim e r a , q u e con ln s e g u n d a .
Las dos escuelas teológicas, aleja n d rin a y a n tioquena, siguie­
ron sus respectivos caminos, con frecuencia encontrados, aunque
sin impugnarse directam ente. Sólo al s u rg ir la s lierngías del siglo
iv y v, y con ocasidu de la controversia sobre el origenism o, ofre­
ciéronse claras las riv alid ad es, sobre todo en el campo de laesé-
gesis. M oderada la oposicióu, no por eso abandonaron sns d irec­
ciones respectivas, las cuales se m anifiestan auu eu escritora»
posteriores.
Reproducción de la escuela a le ja n d rin a íu é la de C esares,
qua debió a O r í q e n e s su iustitución (Euseb. H , e, VI). P o r el
contrario, la escuela de Edosa, que llegó a a d q u irir g ra n im por-
-1 8 8 —
129. Los que estila por el uso de la filosofía si­
guen las huellas délos P adres cuyos testim onios he­
mos presentado, y que se refieren no a la aprobación
de ninguna teoría o sistem a en cuanto ta l, sino a lo
que juzgan v e r d ades, patrimonio d é l a humanidad,
que allí pueden en cerrarse.

t nucí a 7 sirvió de interm ediaria pitra las versiones arftbigus ds


A r is tó te le s , hechas directam ente del siriaco , siguió los rumbos
de la escuela da A ntioquía. A ellfi se roñare Teodoeo: ’Ev ’ESáj-
0 5 tü TcdXet ÍL Íaoxalstov y¡j>i<jzia.'/iv.áv -rijj nepo'.wijt, <5j
etc, (H. 1. I I ) . El mismo au to r nos ad v ierte que inva­
dida por el nestoriauism o la escuela de Edesa sirvió de propa­
g a n d a a la lieregla por toda la P e rsia . Como en E d esa, existia
otro centro oclssióstico en Nisibe «Ubi divina lex, dice Jctmilio
( D e p a r t. dio. leg. a d P rim a ñ itm .. 1. I), per m ag istro s pú­
blicos, sicu t apud nos in m undaoi; studiis g raim n atica e t refclio-
ricft oriiine nc re g u la rite r tra d itm ».
Su criterio exegético era el de la oseuela de A ntioquin, do
la cunl tomó tam bién su c riterio teológico.
Y. sobre el Di das cítiso además do las fnnntes citad as, Guehi-
ke, De S cko la quce A lexa n d rics flo r u it ca tcek ; M ichagus,
E zercita lc o h isí. de cholas aleas, origine, o te.; D ir ie w a ir ,
P ro g ru ra n ia de cet. in Seh o la a le x . D oclorum serie.
C. F . W . H a s íe lb a c h , De sehola que A le x . flo ru it cat.: Id.
D s C a techum enorum ordiniltus. Adem ás M a tte r en su HiU.
de V envíe i ’ Alc.xan.drie; J . Sim ón, H isí. de l’ ¿enl.it
d 1 A le x . Pueden tam bién verse, adem ás de B a ltu s eti su Dé-
fe n se das S S . P ir e s , e tc., M oeiíleíi. P a tro lo g . t. I ., R ru tu ,
H U Í. de la p h il. t. V ., Baugm artbn-Ciítisius, Dogoiengesch. I-,
SOHJtiiZER, Q rtg. V., R edkpensiho, O rig. I-, FuaprEL. P a ii'o -
log. t . V III.
Sobre la escuela de Á ntioquia, ademAs de Eosedio (H. e.
V III), M üntek, C am m cntatio de sehola A atiochena; T w lo,
Ueb . E tacb. o. A le x a n d r . a. üb. Euseb. o. Emesa; L e \-
aEaKK, D i E p k ra o n io S e r ip . sa cr. in te r p r .,ld . D u E p h r .
- 189 —
Las razones que explican esa comunicación filo*
sófico-teológica, son según los antiguos, generalm en­
te dos; ora la revela ció n in te r io r por el xóyos, de qua-
hemos hablado, y la transm isión tr a d ic io n a l cta
unas mismas ideas respecto al ser de Dios y del
mundo, como quiere S . J u s t in o ; ora dicha acción del
Myo;, y )a doctrina escrita de los libros judaicos, se­
gún Cl. A l e ja n d r in o y otros; ora finalmente la doc­
trina tra d ic io n a l y e sc rita , qua aun S. A g u s t ín re­
cuerda como medio de las comunicaciones dichas (1 ).

arto herm enéutica; Acerca de estos y otro s escritores de esta-


escuela, S . Jbroh. Do oír. itla a tr. S í c u a t e s , I I. S o zo m eso , I II ,
y E ü seb io , 1. cit.
(1) De la revelación p o r el Xóyoc en S . J ustino h e m o s
hablado ya. Pero no lim ita a eso la Fuente de verd ad es en el
paganismo. En diversos lu g are s de sus escritos, declara, que m u-
chis doctrinas de los filósofos y poetas, o a tic tom adas por tra d i­
ción de los libros santos. Fundándose en D iodoro dn Sicilia sóbre­
los viajes de H omcko, S o lón , P it Aqobas y P i .atón por el E g ip to ,
dice qne allf recogieron tradiciones ile los libros del V. T. De la.
noción mosaica de Dios, <Yo soy el que soy», tomó P l a tón , se-
gAti S. J ustino , la que pone éste en el Timeo «el que es». En el
Tratado de Ins leyes, al decir P latón que «Dios es et principio,
el Un y el medio de las ío s r s , com o enseria la tra d ic ió n », d e ­
signa por estas p alabras la tradición de M o is é s , míls antiguo-
que todos los filósofos y poetas. Los suplicios do S ififo y T á n ta ­
lo on H o m e r o , y la creación descrita en el escudo de Aquiles
8on reminiscencias de la E sc ritu ra , oorao la fábula do ios T itanes.
De m anera análoga piensa C l. ALEJANDaiNO sobre esto. E n
todos los hom bres oxiste mi mismo principio de conocer, lina
misma prenoción, npóXij'Jns, acerca del M onarca Suprem o, d i­
ta en el V. de los Strom as (presentim iento, itpóvou, escribe:
ei) la E xh o rt, a d G raec. c. 1 0 ). E n cuanto a la fuente tra d ic io ­
nal la admite tam bién del modo más explícito, con la dife­
rencia de qne C l . A l e j a n d r i n o piensa, según notam os arrib a,.
-1 9 0 —
130. Los que estiman, que debe abandonarse el
uso de las teorías filosóficas del paganismo, hacen re ­
sa lta r sobre sus m éritos, los errores en que los filóso­
fos incurrieron, y consideran a aquéllas como manan­
tial de recursos para la heterodoxia de donde es me­

q u e lo s filósofos re c o g ie ro n d e lo s lib ro s s a g r a d o s d ire c ta m e n te


m u c h a s de s u s d o c trin a s .
P o r lo q u e h a c e a l /u u d a m e u to d e ta le s a s e rc io n e s, n in g u n o
iitiy e s ta b le , n i a u n q u e o fre z c a probabilidad© .1; de v e r d a d e r o .
S in d a d a q u e a p o r te d e o tr a s re fe r e n c ia s , A i u s t ó b u l o , c u y o tes­
tim o n io t r a e E u s e b i o (P rcep a ra t. ecang. XIII), a f u m a que
P l a t ó n u tiliz ó los lib ro s ju d a ic a s , tr a d u c id o s , s e g ú n é l, al
g r ie g o a n te s d el im p e rio d e A le ja n d ro , y p o r lo ta n to con an ­
t e r i o r id a d a Ja v ersifiu d e loa S e t e n t a . E s te te s tim o n io e s invo­
ca d o c a b a lm e n te p o r C l, A l g j a k d h i n o p a r a s o s to n e r s u doc­
trin a . P o ro la a s e v e ra c ió n d e A e I s i ó b t j lo , con q u le u oatím
(Q uod D eas im m uéab.; V ita A íoüa, II) y
c o n fo rm e s P i l ó n
JO S E F O H . (CoTii. A p p . I ) , n o m ere c e f e , ni tie n e fu n d a m e n ­
to - A n te s d e las c o n q u is ta s d e A le ja n d r o e n A s ía , e l g rie g o
a p e n a s e r a conocido ni en E g ip to ni eu l a P a l e s t i u a . L o s j u ­
d ío s , p u e s , no p o d ía n n e c e s ita r en E g ip to u n a v e rs ió n g rie g a ,
n i m u ch o m en o s e s t a r í a n d is p u e s to s a p e r m i t i r se h ic ie s e p ara
lo s g e n tile s , d e loa c u a le s s e g u a r d a b a n c u id a d o s a m e n te , y que
ta m p o c o l a n e c e s ita b a n , ni la e n te n d e r ía n . P a r a q u e en tiem po
d e los P to lo m e o s so t r a d u j e s e n al g rie g o los lib ro s s a n to s filé
m e n e s te r to d o e l peso ü e la n e c e sid a d q n e e n to n c e s a p r e m ia b a a
lo s ju d ío s d e A le ja n d r ía , y « u n a s í fu á a c to co n s id e ra d o como
s a c rile g io p o r el re s to de la n a c ió n ju d a ic a . P e ro au n d a d o que
t a l v e rs ió n p rim itiv a h u b ie se e x is tid o , n a d a n o s a u t o r i z a partí
a f ir m a r q u e h a b ía id o a m an o s de P i t á g o e a . s , P l a t ó n ’, e t c .,
p u e s lio e x is te d e oso el m e n o r in d icio . T odo ello , p u e s , e s m ía afir-
rnacíóD g r a t u i t a , p ro p a la d a p o r l a e s c u e la j u d a ic a a le ja n d rin a ,
a Gn d e c o n q u is ta r ol re s p e to d e los g e n tile s h a c ia su3 lib ro s y
d o c trin a s .
Y h e a h í la e x p lica ció n de la s a firm a c io n e s q u e eu el mismo
s e n tid o h a c e n S .J u s t i n o y G l t s j i e x t e , re c o g id a s en la s fuentes
— 191 —
nester perm anezca alejado et dogma, el cual por otra
parte uo requiere para au legítim a interpretación
las enseñanzas q ve pueda proporcionar la ciencia
pagana.
Tal dirección es singularm ente sostenida por T e r ­
t u l ia n o , el cual juzga reprobable el saber del paga­

nismo, sea S ó c r a t e s , P l a t ó w o los estoicos quienes


lo representen en la ciencia (1). Del mismo criterio
participan A r n o b i o y L a c t a n c i o . E sta teudencia es­
tá representada en primer térm ino, entre los g rie­
gos, por T a c i a n o el Asirio. Unos y otros sin embargo
distan más de las doctrinas sistem áticas de los filó­
sofos, que de los conceptos que en ellas se encierran.
Y a la manera que los Padres antes menciouados
mientras proclaman la utilidad de la filosofía, no du­
dan afirmar que biiána p arte de las verdades filosófi­
cas son debidas al influjo de los lib n s del Viejo Tes­

de A le ja n d ría . D e a llí s a lie ro n ig u a lm e n te los e s c rito s a p ó c rifo s d e


O r f e o , S ó f o c l e s , E u r í p i d e s . M e n a n d h o , e t c ..( l le n a s d e h e ­
braísm os, de g ir o s in u s ile d o s e u tr e lo s e s c r ito r e s g rie g o s , d e a n a ­
logías con el c f tilo d e l a v e rs ió n d e los S eten ta.), q u o los ju d ío s
a lejandrinos h ic ie r o n c i r c u l a r ,y do q u ie n e s los to m a S . J u s t i n o ,
y C l . A l e j a n d r i n o ta m ­
quo tan frecu e n ten ] ¡m; te lo s re p ro d u c e ,
bién V a . l o k r n a . e r ( D ia tr . de
A rislóbulo J u d .), B o e c k { A e s-
ckyli, S q fk o clis, E urípides, n unc que su p e rsu n l genuino,
« n i om nia, y B r u n c k (G nom icipoeta?. G rcici); liau p u e s to
fuera d e d u d a e l o rig e n do la s fa lsific acio n e s a q u e nob re fe rim o s .
(1) V . E . S .C ip r ia n o , D ia lrib e aca d . qua expend. illu d
TcW u¿¿..'H fQ reticoi’iim p n tria rc)iffl philosop hi.R E C H E N B E R G E R i
D i s s e r t . a n h a r e í . p a í r i a r c / i a c p h itosophi.C un. G-. S c h C t z ,
De regula, fid ei tipud I c r lu r tl . E . W . A m m o m , O. L ac-
tanlii F irn i. opiniones de r e lij. iri s¡/ste¿n. redaet,. R e su
miando el p ro c e d im ie n to o p u e s to , v . J . A. N r a n d k r , De ftdei
gnoícosque idea etc. sccuadum m cnfeni C ;.. A í .f x a n i j t i i n i .
— 192 —
ta m e n to , de ig u a l s u e r te lo s e s c r ito r e s que acab a­
m os de in d ica r m ie n tr a s p arecen lim ita r el campo
do la verdad a la e s fera de lo revolad o, no vacilan
en u tiliz a r la fu erza d el ra c io cin io y en argü ir cou
lo s m ás h á b ile s r e cu rso s d ia lé ctic o s de la filo so fía , de
q u e e s buen ejem plo T iírtüliano ; e l m ás decidido im ­
p u g n a d o r d el u so de los s is te m a s filosóficos en la
te o lo g ía (1 ) .

(1) H o ttqui un te s tim o n io d e L a c x a s o io q u e p u ed e servil'


p a r a a p r e c ia r el c r ite rio m o d n rad o 6ti la e s c u e la de T é i i t u l ia s o :
« N on sic p liilo so p liia m n o s o v e r tim u s , d ic e , n t A c ad eiu ici so-
le u t , q u ib u s ¡id om nia r e s p ó n d e le p ro p o s itu n j o st; quoii e s t po-
t iu s c a lu m n ia n e t ¡ilu d e re . S ed do ce m n s tiallam. seciam. fuis~
so ta m d ecia m ñeque píiilosop/iorum q u em q u a m lam ina-
nem , q u i ñori e id e rií a liq u id ex ce ro ... Q nod si e i s t i ti s s e t
a liq u is , q u i v c r iU te m s p a r s a in p e r s in g u lo s p e r s e c ta s dliru-
sam c o llig e re t in un uní <ic r e d ig e r e t in C o r p u s , is p ro jcc to non
d issen tire t a tiobiií. S e d lioc r.eiuo fa ceru n is i p o iilu s v e ri nc
s c ie u s p o c e s t. V e ra m aufcem s c ire tioutiisi e j u s e s t , q u i fiK i'it
e d o c tu s a D om ino». ( J u s t . V II, 7 ).
H em os in d icad o a r r i b a a T a r i a n o como re p r e s e n ta n te de las
te n d e n c ia s a q i o v en im o s re firié n d o n o s , Y. en efe c to , él a n lu s :lo
s u m í d a , es el r e p r e s e n ta n te n uis g e n n in o <l«s la e x a g e ra c ió n :le
T e b tu m a jío , con qu io n g u a n t a no p o ca s a n a lo g ía s en s u c a rá c te r
y en s u h i s to r ia , E n sn d is c u tid a a d . Grcieeos -A .íyo;
i tp ó j "EXJ.rj'Jííc— q u e p u d ie ra 'd e c ir s o c rític a del FlelenUmv.
re c h a z a la filosofía g r i e g a , no re co n o cie n d o m é rito a lg u n o a
P latón ni a A k isló teijes . N ie g a to d a o rig in a lid a d a l s a b e r h e­
lén ico , sefli.i a ndo a sil luodo ilu a p o r u n a las f n e n ie s d e s.i.s
p rin c ip a le s co n o c im ie n to s, y lince r e s a l t a r la fla g r a n te c o n tra ­
dicc ió n d í lad o «cuelas y s is te m a s e n tro t i . ¿Q ué h a d e j t u g a r s e
d e lu la b o r do T aciano ? N o líos c o rre s p o n d e h a b l a r a q u í del apo­
lo g i s t a a s i r í a m ás q n e an o rd e n a s u c r i;e r io ülosóíico, j éste
aparece ubiertaineute c-xagcrado. Pero el deieruiiiiíir si a pesar
de todo es su Discurso un reQcjo do la m isma filosofea quo iro-
— 193 —
131. T rátase, pues, de dos direcciones sistem áti­
cas diversas, de las cuale3 la primera hace resaltar el
predominio del elemento racional, m ientras la se­
gunda subordina la acción de éste al elemento teoló­
gico revelado, por una su erte de tr a d ic io n a lis m o

p u g n a , no s e r ia y a p u n to rte m a y o r em p e ñ o . C ie rta m e n te q a e l a
a n tig ü e d a d e c le s iá s tic a (C l. A l e j a n d r i n o , O s íg e n e s , S . Jb b ó h i-
aa, E u sedio , e tc ) crey ó a d m is ib le s las a s e rc io n e s d o c tr in a le s ¿ 6
T aciaiio, q u e recibo sin c o n tra d e c ir . O tro s e s c rito re s p o s te rio ­
e llo s P etavio ( T h c o l, D o ym a lu m , II I ) y H u h
re s, e n t r e
(O i'iyen. II ) s ig n ific a ro n s n s d u d a s s o b ra ta s a c e n tu a d a s in f iltr a ­
ciones filosóficas q u e a q u e l e s c rito r e v e la . L a c r itic a p r o t e s t a n te
1» ju z g a m á s d u ra m e n te ; y K r c o(Cic*ch. d. P h il. a ll. ¿ eit),
(P ro ü a b ü ia , 2) tíé n e n lo p o r n o
lo mism o q u e B r e t s c h j j e i d e r
escrito p la tó n ic o con c o lo r do c r is tia n is m o . BwjcKEa (G asch. d .
P hil.) lo c ree in s p ira d o en p rin c ip io s do te o s o fía ju d a i z a n t e j
ca b alístic a. R m t n p e r su p a r te {Gcsch. d. e h r is tl. P h il. I ) ,
no d u d a co lo c a rlo en loa confines d el g n o s tic is m o .
L a c r ític a o rto d o x a , p o r el c o n tr a r io , sig u ie n d o l a s h u e l l a s
de B blarmino y B a ro k io , c r e e eti g e n e r a l s o s te n ib le to d o el co n ­
tenido de la O ra c ió n d e T a cia no , s e ñ a lá n d o s e en ta l s e n tid o M a­
san , M o ehler y P e e p p e l , e n tro o tro s .
Siu dudft que el Aóyog upój 'K X X i^ s es susceptible d® sci
interpretado en sentido ortodoxo. De o tra s u e rte no se explica­
rla como S. Jerónim o y E c s e b io , e tc., no tieuon una p alab ra de
reprobación p a ra sil doctrina, m ientras combaten con la m ayor
euergia los e rro re s d e Taciamo después do su calda.
lia s e n s e ñ a n z a s d e T a c ia x o a c e rc a d o l a cre a c ió n re v e ía n le
alejado ile la t e o r í a p la tó n ic a en e s te p in ito f u n d a m e n ta l y en
los que de él se d e r iv a n , u s i corao d el e in a u a tism o 3e los c a b a lis ­
tas ju d a ic o s . P e ro no p o ca s d e s u s nociones p s ic o ló g ic a s y
teológicas, a c u s a n no y a in flu en c ia d e l a d o c tr in a d e S . J o s n -
3o, a quien oyó, sino re m in is c e n c ia s d ire c ta m e n te p la tó n ic o -e s ­
toicas, y n e o -p la tó n ic a s .
A lgunos p a s a je s son d e d ifíc il i n t e r p r e ta c ió n , y s ó lo q u e r ie n ­
do s a lv a r s u o r to d o x ia s e g ú n el s e n tid o s u je tiv o , p u e d e lim ita r *
— 194 -
prim itivo. Pero de todas suertes esas dos variantes
cu la c riterio lo g ía de o rien ta ció n , llamémosla asi,
que trae consigo diversidad de sistem a, son de tener
en cuenta, sobre todo eu la interpretación de los
dogmas de mayor alcance filosófico, como el del ser

se o modificarse su significación objetiva. L as fluctuaciones de


los expositores del discutido D iscurso son buena prueba de lo
q ae indicamos. L a explicación del origen dol Verbo (refiriéndolo
solam ente a las c ria tu ra s ), es siu duda, algatm de orig en filonia-
no, adoptando como dice bien S c h w a k s (D ogm sngesch. I) «no
sólo b1 lenguaje sino tam bién Los puntos de v ista de F iló n » . Los
rep aro s do P e í avio (I. cit.) reitérense tam bién ti este p u n to , que
apenas adm ite jnítificneión. H schas e s ta s observaciones diram os
a n uestro objeto queTiciA!»o, con ser uno do los m is decididos
im pugnadores de la Glosvfía, es tam bién uno de los q u e m is la
em plean al exponer los dogm as, lo cual dem u estra qun no es l.i
filosofía en realidad lo que esty e scritor, como o tro s de su Indo­
le, com bate, sino los sistem as del paganism o ea sa conjunto.
V . so b re i'l D is c u rs o d e T. v jia n o l a e d ic . de M a ra u cotí su s
(C orp. apol. V I , J b h . 1S51),
p ro le g s . ( P a r ís , 1743), id . d e O n o
id . d e S cu w A rrz (L e ip z . 1883). D a n i e l , T a lia n
der Apologct.;
H . D bm bow ski, Dio Apolog. T a tia n s (D ie Q u e 1,leu d i r c h r is tl.
A p o lo g .); W .S tR U E r, Die G otlcs-ii. Logoslehre de-i Tutean-
C . K n su i.A , T a tia n s sogenannle' Apología. I d . T a tia n s
R eda a n die Rellenan; P o-n s c h a b , l a ti ana R ed e an die
G ricchen; A . P u e c u , R acherc/ics s u r le d isco u rs, e tc . Ade­
m á s d e t r a t a d i s t a s g e n e r a le s , com o M o e h l e r , GirTER, M a tte j: y
S c h w a n e (o b s c i t s .) .
Gnn el escrito de T a c ia n o , en lo que se reñero a la critica de
las escuelas filosóficas, g u a rd a n a nalogías la S á tira de los filóso­
fos (Irrisio gent, p h ilo so p h o r u n , o según et tex to , A'.aaup|i¿;
•cüy ifju) cfiXooáíptov} de H e rh í/ls, a quien tienen m uchos por con­
tem poráneo de T a c ia r o , pero que en rea lid a d pertenece al si­
g lo ív o v de la Ig le sia . (Hace uso del tra b a jo pseudojustino
C o h o rta tio a d Grcecos, que es sin du d a p o sterio r a los da
J ulio A f r ic a n o ) . H k e m ía s hace desfilar an te el lector las ascu e-
— 195 —
de Dios, la creación y la cristología, en cuanto enla­
zada con la teoría de la Divinidad y de la entidad
humana.
132. Un priucipio general comúu preside al doble
procedimiento y orientación de la teología p atrística

lis y te o ría s de la G recia, evidenciando sus contradicciones m u­


tuas, lo e defflclos de que adolecen y los absurdos en que frecuen­
temente in cu rren tos filósofos, presentando su tra b a jo un con-
jnnto critico qne si no es do g ran m érito cieutfGco, es de b astan ­
te eficacia a su intento.
Se h a Lecho n o ta r y a la existencia de analogías muy m arca­
das entre la S á tira de H e i l m í a s y la crítica de las sectas que hace
«n sns escritos L c c i a x o de Sanios ata.. Y ft la v erdad, leyendo el
H ermótinio y la s S e c ta s, e tc., principales producciones que co­
rren como del escrito r griego, no puede menos d e venir a la m em o­
ria la S ü tira d e H e b i i í a s . Los que colocan a ésto en el siglo m , j
lo liacou contcniporlneo de L u c i a n o , no puoden menos tle h a b la r
con sorpresa de las coincidencias de ambos escritores, la cual no
tiene razón de s e r desde el momento en que se h a g a a H e r-
mías posterior a L u c ia n o . E s m enester ad v ertir adem ás, 1.®
-que la sá tira es más exagerada eu L u c ia n o que en H o m í a s ;
2 .° que en éste se d irig e la crític a no contra la filosofía, sino
contra les sistem as filosóficos su sus deficiencias y falsedades,
mientras la critic a de L u c ia n o abarca estos y aquella; 3 .° que la
s itira de H e u m ía s va d irig id a a un fin, a hacer re s a lta r la nece­
sidad de uu g u ia a ln razón hum ana, qne se halla en la doctrina
del cristianism o, m ie n tra s la del filósofo de Sam osata, aunque
puede conducir al mismo objeto, no tiene o tra finalidad inm edia­
ta más que el escepticism o. Es una c ritic a p uram ente negativa.
Ciertamente que se lia intentado liaeei’ de L u c ia x o de Sam osata
nn oculto propugnador del cristianism o, en su impugnación da
1&8 sectas de los filósofos. Es tu tesis inverosím il y tem e ra ria h a ­
lló ingenioso defensor en K e s t h e h (Die Aya-pe. Je n a , 1819), si
bien no pudo prevaloccr un m om ento, y por entonces mismo s a ­
lió la refutación do E i c h s t a d t ( P r o lu s io , L u c ia n u s nura serip-
H t su is a d ju o a re relig. c h r is t ootucrit.) m ostrando ol ospiri-
— 196 —
en este punto; y es el de la distinción entre el orden
racional y el de la fe, en tre la tesis dogmática y la
tesis filosófica, de las cuales la segunda era siempre
subordinada a la prim era, y ordenada a servirla.
Las discrepancias originábanse al tra ta r de la selec­
ción de elementos utilizadles en este servicio, y de
la am plitud mayor o menor en su uso.
Son postulados primario en ln m ateria y 1.° La
tesis dogmática y la tesis filosófica son dos deriva­
ciones de una fuente suprema que es Dios, y por lo
mismo no pueden estar eu contradicción. 2.° La
doctrina dogmática no está su jeta a error, porque
viene inmediatamente de lu, Verdad suma, a la inver­
sa de lo que acontece con las doctrinas filosóficas
que inm ediatam ente derivan de la razón humana.

t u g e n e r a l d e l o s e s c rito s de L u cia no , bus a ta q u e s a l c r is tia n is ­


m o, y 1# f a l s a p re te n s ió n d e q u e e l P k ilo p a tr is s e a o t r a d e l
s o fis ta g r ie g o , s iq u ie ra s e l e h a y a a tr ib u id o , com o o tro s t r a b a ­
jo s a p ó c rifo s , (v . G e ssn e i1, De cetaie D ia l. L u c ia n e i q u i Phi-
lo p a tr is in íc r ib itu r).
H e r m I a s utilizó sin duda p a ra su I r r itio geni. p h il. los es­
critos de L u c ia n o , asi como se valió del tra ta d o del Pseudo-P io-
taeco Plácito, phitoaopharum ., cuyos cinco libros contienan

m u ltitud de datos aprovechables y de hecho hábilm ente aprove­


chados por los apologistas de los prim eros tiem pos. E l defecto
que se a d vierte en el a u to r D e p la c itis p h il. en no t r a t a r de
los sistem as ni por orden lógico ni cronológico sb echa de ver
ig u alm ente en el a u to r de Ir S á tira dn los filósofos gentiles.
(V. H EruiAE en M a rín , cdic. de S. J u sn n o ; O t t o , ob. cit-., IX;
H . D ils, D o xo g ra p h i greeci, y D e H ennice g en i. p h il. irri-
sione. (Juzga é ste que H ekm Ia s es de! s. n o m , dando l a s seme­
jan z a s con el escrito pseudo-justino aludido an tes, por resu ltan ­
tes de una fuente común a ambos). P a ra la referoncia de lo 9 có­
dices, H a b n a c k , Getch d. altchrisü. LiÜ ., I.
-1 9 7 —
Por eso la, fe es siempre norma y regla para la v e r­
dadera ciencia. 3.° Toda doctrina que sea inconcilia­
ble con los principios de la creencia ortodoxa, es
error, y lejos de couducir a la ciencia, aparta de
ella. Seüalar el camino para d istin guir lo verdadero
dB lo falso en los sistem as filosóficos, a fia de apro­
vechar lo primero y desechar lo segando, es labor
de estudio sucesivo y de crítica, que habrá de ejer­
citarse teniendo siempre presentes las normas de
verdad reveladas.
133. De uhl que establezcan como base implícita
o explícita d« procedimiento, la existencia de elemen­
tos filosóficos aceptables (coa mayor o m enor am pli­
tud bo adm itirlos), y de otros que no lo son. «Philoso-
pha ñeque in ómnibus legi Dei contraria est, ñeque
ia ómnibus cousoua, dice O kígenes (Hora. XIV in
Gen.), por cuyas palabras puede traducirse el pen­
samiento general patrístico sobre la materia.
Nada, pues, más natu ral, que siempre qne se
trata do doctrinas opuestas a la razón, o ab ierta­
mente inconciliables con las enseñanzas reveladas,
sean unánimemente desechadas. Tal sucede cou las
aserciones netam ente pan teístas; y con el conjunto
teológico pagano, severam ente juzgado por todos
los Padres de la Iglesia. E l sistem a teológico, ta l
como lo presenta V arrón , cuyo concepto reproduce
S. A gi’s i í » (De civ. Dei, V I, 5), E usebio y otros,
abarca el coujuuto politeísta, con la filosofía aplica­
da a la exposición de la teología, cosmogonía, etc.,
del gentilismo. En este sentido, toda la filosofía
aplicada, eu cuanto aplicada, va envuelta on fro­
mentos y razonadas críticas de desaprobación. Sak
-1 9 8 —
J ustino , Clemente A lejan drino , G regorio , N acían *
zeno , S. J uan Crisóstomo , y en general todos los
Padres que se ocupan de la ciencia pagana, hacen
resaltar las contradicciones, absurdos e incoheren­
cias de esa filosofía teológica. S. A gustín eu los diez
primeros libros de su Ciudad de Dios, y E usebio en
la P rcep. E van g élica (singularm ente eu los I. X I,
X II, X III y XIV), son testimonio fehaciente de
como la gnosis cristiana ha sabido notar las falsas
enseñanzas de las sectas filosóficas.
4 .° Eu las doctrinas filosóficas de vario sen ti­
do, susceptibles por lo tan to de ser adm itidas o
desechadas según la acepción que se le d ie s e le s
tam bién diverso el criterio do los antiguos teólogos.
Así vemos quo irnos defienden la teoría de las ideas
do P la tó n y la encuentran justificable aun en su
sentido teológico; otros la combaten resueltam ente;
cada a n o de conformidad c o n lo que piensa acerca
de la teoría platónica y de su alcance doctrinal.
Unos impugnan a A r i s t ó t e l e s , por su teoría sobre
el alma y el entendim iento, eu cuanto aparece negan­
do su inm ortalidad; o t r o 3 no hallan nttda reprensi­
ble en su do ctrin a, porque in terpretan de diversa
m anera el pensamiento aristotélico. E sto acontece.
6ü m últiples puntos doctrinales de P l a t ó n , A r i s ­
t ó t e l e s y filósofos posteriores.
134. A tenor los anteriores criterios débese reco­
nocer que la ontología y la psicología helénicas entran
directam ente en la constitución científica no sólo deí
sistema filosófico, sino del sistem a teológico cristia­
no, comenzando por su adaptación a la idea de la
Divinidad, en sus manifestaciones así en el orden
— 199 —
de la naturaleza, ea cnanto Creador, como en el
orden sobrenatural, y en cuanto se refiere este o r­
den a las comunicaciones diviau-liumauas.
Conocido es el problema critico y herm euénticó
que ocasiona el lenguaje de los teólogos antenicenos
acerca del Logos; el cu¡il leuguaje si bien no quita
nada, a la integridad de loa principios dogmáticos-
profesados por los mismos que lo emplean, hace
ver de una p arte el proceso rudim entario de sis­
tem atización en la doctrina sobre el ser de la Divi­
nidad, y de otra p a rte m uestra de manera incuestio­
nable las relaciones que hubieron de establecerse
entre la gn osis cristiana y la filosofía helénica direc­
tam ente y aim sin el intermedio de las gnosis hetero­
doxas, de cuyo contacto cou la teología hemos habla­
do ya.
E sta confluencia iuicial filosófica y teológica en
el sentido dicho y respecto al concepto mismo so­
brenatural de Dios, revélase de múltiples m aneras.
Al objeto bastíi señalar tres aspectos principales, que
son otras tan tas pruebas del influjo doctrinal pla-
tónico-filoniano mentado:
1.° E l concepto u ltratrascendente de Dios, de
que repetidam ente hemos hablado, y el no trascen­
dente del Verbo, como ser que participando de lo
divino, no lo expresa en su pleuitud. De ahí que
m ientras de una p arte Dios no puede en cuanto ta l
aparecer en el universo, ni m ostrarse con relación
alguna a lu g a r , tiem p o u operación sobre el mundo,
el Verbo, por el contrario, es por su naturaleza ca­
paz de todas esas manifestaciones. E sta doctrina do
S. J ustino / D i a l 60, 127), de T eófilo A ntio Qüeno ,
— 200 —
etc., nos da la explicación del modo de in te rp re ta r
ios antiguos las teo fa n ía s del V. T . como m anifes­
taciones sensibles del Verbo, o del A n gel de D ios,
y no de Dios mismo. E s una consecuencia de las ideas
filosóficas sobre Dios en la teología p atrística (y no
opinión puram ente exegética como suele presen­
tarse), de igual índole a la que hemos visto en las
fórmulas judaicas de interpretación bíblica sobre las
mismas teofanías.
2 .° El concepto del Verbo, en relación con
la doctrina seflalada ea el número anterior, co­
mo ente de categoría d istin ta a la de la Diviuidad
en sí, aun esforzándose loa que eso ensoñau en m an­
ten er la correlación de personas divinas, ea cuanto
p a r tic ip a n te s de la misma Divinidad. A s í S. J ustino
explica el ser del Verbo no como engendrado, si­
no como creado, sin preteuder con ello qne sea pura
criatu ra. Su fórmula, que es la de los Proverbios:
Kiipioe 6xtwb (íe, responde a la doble manera ya m enta­
da de concebir al Verbo a d in lr a , en la mente divi­
na, y a d e z tr a , en cuanto persona, como p rim o g é n i­
to de lo creado (nptuTó-toKos x-cfosio;, como dice
T eófilo A ntioqueno , I I, 10), y obra prim era de la
Divinidad (epyov repu-tóíoxov, eu frase de T aciano ). L as
mismas influencias filoniauas son las que hacen que
Obíq e n e s denomine al Verbo segundo Dios, Ssiitepoj
0e£>s (Contra Cel., V); no de otra suerte que llevan a
C l. A lejandrino a presen tar al Verbo como ca u sa se­
g u n d a osiHspav aütiov, y al Padre como c a u sa p r im e r a ,
npüjxDv atuov (S tr. V II.)r declarando eu el mismo 1. VII
que la n a tu ra le za del Hijo es m ili/ p r ó x im a a la del
sólo Omnipotente: u¡oo x<p nóv<i> navxwjíátopi ji¡»5-
— 201 —
«xtatctT»). No de otra suerte aparecen en T aciano , dis­
cípulo de 8 . J ustino m últiples expresiones filoniaaas,
no muy alejadas de las del gnosticismo, al cual vino a
parar. Y concretándonos al Verbo de Dios (califica­
do por T aciano , su b sta n cia de to d o , -.oü Ttaviój intóa-
too*), lo señala como producido eternam ente no
en acto sino en loysx^ flanee, esto os, cu el divino
poder, como las derads criaturas. E ste Verbo proce­
de de Dios por un acto de su voluntad, y no se pier­
de como la p a la b r a humana en los espacios, s in ¿
que constituye la obra p r im e ra del Padre. íí
135. Lo propio acontece con O rígenes % cuyafoiv
mauióu filosófica varias veces hemos aludido. S. J eró ­
nimo le acusa de sostener eu el n®?¡ ¿px®» que elVertio

non esl n a lu m sed fa o tu m ; qne comparado al Padre


no es él la verdad; que el Hijo no conoce al Padre
como éste se conoce a sf mismo, etc.; utilizán d o la
comparación de dos estatu as, declara que el Padre es
como una imagen inmensa que llenase el muudo, cuya
grandeza la hiciese imperceptible en sus coatoraos,
mientras el Hijo semeja una pequeüa esüatua, cuyas
líneas se alcanzan sin dificultad. E s una de las va­
riantes del platonismo renaciente en Alejandría. Y
aunque a nosotros no liaya llegado la obra de O rí­
genes sino por la traducción de R u fin o , que cons­

cientemente alteró eí te s to , el testim onio de S.


J erónimo es h arto admisible; tan to más cuanto que
el mismo tradujo tam biéa la obra (aunque su ver­
sión no llegase a nosotros), protestando de las in te r­
— 202 —
polaciones de R u fin o , siu que por otra parte falten
iadicios suficientes de ta l doctrina en O r í s e n e s (1).
En el 1. V III., 1 5 , contra C e ls o dice que el Hijo es
«subordinado» al P adre, según aquellas palabras «el
que me ha enviado mayor es que yo»; y en cl III,
34, manifiesta que «entre lo increado y el conjuuto
de las obras creadas se halla el Hijo», que es fór­
mula netam ente filoniana. E ste pensamiento lo ex­
pone con mayor extensión, interpretando el comienzo
del E vang. dB S. Juan (in Jo. II, 2), donde d istin ­
gue en tre la palabra Dios con artículo, a 0eós, y sin
artículo, ©eos; de igual suerte que distingue 4 í-óy^c
y Xóyoe simplemente. El Xóyog, sin artículo, es la
razón humana, que es una derivación y participación
de la razón suprem a; esta suprem a razón es el ¿ Xiyos,
con artículo, ejemplar y fuente do toda razón. De la
misma m anera, «el verdadero Dios, afirma O r íg e ­
n e s , es el 6 9eí£. Eu cuanto a aquel que se dice
Dios fuera de este aSxóOsos, por participación, debe
ser denominado s»ós sin artículo; es el primogé­
nito de todas las criatu ras, aquel que siendo el pri­
mero ea Dios, atrae a sí la divinidad, y goza de
mayor honor que los seres, respecto a los cuales
es principalmente Dios el Dios-Verbo».

( 1 ) E a la m ism a tra d . de R o m o )■ I, 2, 13, dice ObIgsmís


que el H ijo es «U im agen de la bondad de Dios, m&s no la Bon­
dad m ism a», y que ano es como el P a d re absolutam ente b u e n o ,
a quien no pueden aplicarse nqaellns p a la b ra s de J. O, «ut cog-
noscant te soluiu Denna vei'um». Y" del E s p irita Santo dice cu el
P r e fa c io qne no apm-ece cierto si bu d e llam arse nucido o iuua-
to ^ iu tr u m n a tu s n u in n ata s, vel filius otiam Dei ipae babendus
s it Decae».
- 203 —
3.® Las fórm ulas referentes al mismo Dogma
que: a l hacen del Verbo una p a r tic ip a c ió n o parte-
de la naturalcaa de Dios jiepio^v, que es expre­
sión de T aciano , y , de un modo equivalente, de otros
muchos); bl las que suponen ftl Verbo m ed ia d o r par»
Ja creación, el cual ejerce su ministerio cerca de las
criaturas (^cupriav, le llama S. I heneo , con quien
están conformes, en tre otros, T eófilo A ntioquüno y
Cl . A lejandrino , aunque sea expresión aquella r e ­
probada por S. Cirilo be A l e ja n d r ía , D ial, 3. De
Trinit.). E ste oficio de mediador en la creación le es
singularm ente asignado el Verbo por F iló h . que,
como es sabido, juzga indigno de Dios el obrar
sobre la m ateria; y a esto es debido también el
dem iurgo de las sectas del gnosticismo; c! las que
presentan al Verbo como producido por la v o lu n ta d
de Dios, expresión en unos del platonismo y del-
filonismo, y reacción en otros contra la emanación
gnóstica; así como aquella doble forma de señalar al
mismo Verbo divino como engendrado a d in lr a y co­
mo engeudrado a d e x tra , w-foí ívíiáfie^os y ^óy°s rcpocpá-
pwicT lenguaje de T aciano , A tenágoras , T eófilo Ah-
TIOQUENO, etC. ( 1 ) .

(1) No habrem os de extendernos aq u í sobre el uonjuuto de-


ideas cosmológicas y especínluiuute psicológicas que reflejan cl
itiOiijo de c o m e n ta s platónico-lilonianM nt¿:; o menos a c e n tu a ­
das. Así se nos Imbla, de u n inadi'idor pura ln creación, que
aplica 1«. fu e r z a crea d o ra de Dio*, y extiende su e sp íritu ,
en la form a a trá s indicada; y se coloca por algunos el Asiento-
del mal en la m a te ria (tesis am bas de F iló»); so establece la pro-
posición de la im posibilidad de antes iguales en lo increado, r e ­
servando s ilo p a ra los finitos el poder ser ig u ales. í b fi4v f«p-
— 204 —
I3G . Con lo expuesto hay lo suficienteparapoder
apreciar de una p arte la actitud en principio de loa
antiguos teólogos acerca del uso de las ideas filosó­
ficas; y de otra, el alcance que de hecho obtuvieron
'ís ta s en la conformación sistem ática del conocimien­

dice A n a x I g o i u s , i b í é á y é v i j i a
Y » v s tá 2 ( io i a i o i g n a p a 5 s ¡ Y H « 3 i|
avo|ioia¡ que es propoaiciáu d iractarasn te de in c id a de la doc­
trin a platónica. E a cuanto al hom bre, notarem os la. doctrina
•que la haca compuesto de cuerpo, alm a y e sp íritu , bien c la ra en
T a c ia n o , reflejada eu T e ó fil o da A ntioquta, S. J ustino y S . I k e -
.s k o ; la doctrina extendida entre loa P F , y escrito res de los p r i ­
m eros siglos, comenzando por S. Ji'STitíO, ro fa re ate a la m o rta li­
d a d n a tu ra l del alm a como p a rte del mundo, y su inm ortalidad
.adquirida por 1a influencia, y como com penetración del esp íritu
divino que la hace im porecaiera; la de la existencia de un e sp i­
r i t a universal secundario distinto del esp íritu de Dios, y a n á lo ­
go al alm a, qne lo mismo puede decirse im portación do origon
estoico que de origen platónico. Bajo la influencia de am bas e s ­
cuelas nos h a b la T a c i a n o de esa alm a universal que siendo u n a ,
anim a todas las cosas a pesar de las diferencias e n tre ellas, los
a stro s, los ángeles, las plantas, los hom bres, los anim ales: Saxiv
ouv revsupla év (pcucTí|poi, rcveünx év “ Y T ^ ol€i £v cputoíj
xal TC veü^ a é v á v O p i ó n o i j , n v e D f i * á v C tíi3 i{ í v fié S n á p x o v
Kal laú io v , 8 iácpopi$ év a ú tü Káxxrj'cai. (Ol'ftt, c. 13). Reflejo en
él de la doctrina estoica (que no es ajena a v a rio s soguidores
dfll platonism o), es la admisión de \apsyche lm m ana coino m a ­
te ria l y com puesta de pintes: i ’JX'*) oüv ■fj t(3v Av0pu>it(iiv no-
XgjiEp7]{ 2 s t l r.c/A oO p.ovop.Epv)¿.
No querem os prescindir aquí de las ideas de C l. A l e j a n d r i n o
y O b Iqenes sobro la m ateria, por tra ta rs e , como sabem os, de dos
je te s de la escuela cristiana m is a u to riza d a entonces, la catequé-
tic a de A le ja n d ría .L a doctrina de uno y o tro í e v ílase im pregnada
de platonism o y Glonismo cuando no de elem entos estoicos y p ita ­
góricos, siem pre en cl orden científico a que nos referim os. D e­
jan d o ap a rto lo que atañe al elem ento racional del Xóyo( y da la
g n o s is hum ana, donde es imposible no a d v e rtir la acción de las
— 206 —
to de la Divinidad, asi ea su coadición de E nte su­
premo, naturalm ente cognoscible, como en cuanto a-
su ser trin o , sólo asequible mediante la revelación.
La representación filosófica del ^.óyoí ta a ampliamen­
te extendida como hemos visto para la intcrprota-

ideas filosóficas e s p a rc id a s en A l e ja n d r ia ;y p re s c in d ie n d o d el p r o ­
ceso d e a b s tra c c io n e s h a s t a l l e g a r a lo u no p a r a p r o b a r I r e i i s -
ten c ia d e D io s, q u e p re s e n ta C l, A l e j . , s ig u ie n d o la s h u e lla s d e
F iló n , y el con c ep to de D io s y d a an in fin itu d a lo p la tó n ic o , q u e
ofrece O rna e n e s , con o t r a s m u c h a s a n a lo g ía s fá c ilm e n te p arce p t i ­
l l e s , a q u ie n le y e re su« e s c rito s , é c h a s e d e v e r p o r m ode e s p e c ia l
dicha in flu en c ia en s u t e o r í a c o s m o ló g ic o -a n tro p o ló g ic a , sin d u d a ,
p o r la m a y o r lib e r ta d en e s te p u n to , c o m p a ra d o con o tro s m i s d e ­
licados. E l p la to n is m o e n se ñ a la e x is te n c ia e t e r n a d o la m a to r ia
p rim e ra , y C l. A l e j a n d r i n o y O iiío h .n ’ k s e n s e ñ a n ln c re a c ió n e t e r ­
na de la p rim e r a m a te r ia ; el p la to n is m o , c o n tra p o n ie n d o el e s p í­
no inteligible, u n a e s p e c ie d e no
ritu a la m a t e r ia , h ac e a é s t a
ente, qu e F il ó h c o n v ie rte en en te m alo e im puro; y C l . A l í j .
ser, y en lo ­
con OafaB.NBS, tié u e n la d e ig u a l s u e r te p o r u n casi n o
que le conceden s e r , lo h a c e n im p u ro y d e s p re c ia b le . E u el p l a t o ­
nismo ol a lm a y la id e a , c o n s titu y e n toda la n a tu r a lm a h u ­
m ana, no p u d ie n d o a s í d e fin irse e l h o m b re « a n im a l ra c io n a l» ,,
po rque la p a r ta c o r p ó re a es n u a c c id e n te en n o s o tro s ; en la
to o ria de C l. A l e j . y O r í u e m u s , el h o m b re h a d e d e fin irse ta n
só lo p o r ol e s p í r i t u , p o rq u e l a m a te r ia le es a ñ a d id a . E n el p l a ­
tonism o s e a d m ite l a p r e e x is te n c ia de la s a lm a s , e n c e r r a d a s e n
la m a te r ia p a r a s u c a s tig o ; y O e íg e h b s c o m o C L . A l b j . d e c la r a n
la p re e x is te n c ia d e la s a lm a s con a n t e r i o r i d a d a l a g e n e ra c ió n
del in d iv id u o , y su p u rific ació n en s u l u d i a con la m a te r ia . E l
platonism o e n s e ñ a la dicotom ía q u e r e s u l t a d e l a c o n tr a p o s i­
ción d el cu e rp o y d el e s p í r i t u , y do la p le n itu d e n t i t a t i v a de é s t e
in d e p e n d ie n tem en te d e a q u é l. C l. A l e j . y O iiÍ'Ie n e s s o s te n ie n d o
eso m ism o en p rin c ip io , t r a t a n d e f ija r u u c e n tro d e a p r o x im a ­
ción e n tre m a te r ia y e s p i r i t a m e d ia n te u n a e n tid a d d e t r a n s i ­
ción, q u e r e c u e r d a e l m e d ia d o r d e F i l ó » , e l a lm a corpórea,
— ao fiaiiK ^ w » 5 ju x o a p x ix ó v — q u e dice C l . A l e j . , e le m e n ­
- 206 —
«¡óu del mundo y de Dios, explica fácilm ente no sólo
su predominio en la teoría cristiana sobre la Divini­
d ad, en cuanto hum anam ente perceptible, sino la
aplicación por analogía y extensión a la vida divina
«o la Trinidad, con las deficiencias e inexactitudes
consiguientes a dicha adaptación.
137. Y si es falso en absoluto que el Logos teoló­
gico y el dogma trin itario fuesen importados al cris­
tianism o de ninguna escuela filosófica, según hemos
v isto; lo es igualm ente que la teoría del logos filosó­
fico no ejerciese señalado influjo en la evolución doc­
trin a l de aquel dogma. Sólo las inexplicables exa­
geraciones, abiertam ente sectarias de los que como
S ouvesain, Mosheim, L ofler, etc. (1) se propnsie-

to in ferior, m ortnl y privarlo de raz á u , que eslabona el alm a l'n-


-cionnl al cuorpo. «Los m andam ientos, dice C l . A l b j . iiito rp r o -
ta n d o alegóricam ente !!! r o tu ra y restauració n de Jits tab las de
la ley, los m andam ientos Tuero» escritos dos vacas, p a ra las dos
«lm ns que hay en el ham bre, p a ra el principio dom inador (he-
gemoni/con) y pan» cl principio subordinado». Ya el g n o stic is­
m o h abla adoptado Urabién cl dualism o psíquico eu la teo ría de
la s dos aluins una pneum ática y otra fisia a , recibirla dicha
teo ría de las m isinis fuentes de d o u le derivan ln sn jsi C l. A le j,
y O r I c e n k s . E ste, contando U doctrina de su m aestra que acep­
t a , señal» (Da P r in c ip . III) tre s opiuiones sobre la m ate ria ,
e n tre las cuales, según él, puéileso librem ente e le g ir. Según la
p rim era existen dos alm as eu cl hom bre, uua su p erio r, y o tra
in ferio r que es principio de la vida sensitiva. S eg ú n la segunda
no existe en el hom bre más que una sola nlrrm la cual está fu er­
tem ente fttraidn por el cuerpo que In, hace sil esclava con frecuen­
cia, do donde r e s á l ta l a lucha de la p a rte su p erio r contra la in ­
ferio r. Según la terc e ra no existe m is que una sola alm a, ln cual
es señora del cuerpo, pero vive sólo extrínsecam ente unida a cl.
(1) H arto conocidos fneron en efecto L e p la to n ism o
— 207 —

ron dem ostrar el origen platónico o neoplatónico de


aquel dogma, pudieron o rig in a rla defensgjigualmen-
te exagerada de los que como B alto (1), se han

déeoilc, au essa i to u c h a n t le eerbe P la ío n ie icn , de S o ü v e -


«ai»; De tú r b a la p e r reccnítorcs P la tó n ico s Ecctesia, de
JÜ03BEIM (adem ás de m u adiciones al T /ts tru c in tellectu a l ayg-
tane, e tc ., de C u d w o r i h en la ed. L agd. B atav . 1773); y Ver-
s«efl. üb. d en P la to n is m u s d c r K ir c h e n ta tc r , de L o fp lb b ,
sin contar otros muchos que re p ite n y reproducen las m ismas in­
exactitudes, con Análoga fa lta de c ritica y de recto c riterio . P e ­
ro a ellos, sobre todo a los dos prim eros es debida ln v u lg ar
tradición en U tro lo g in heterodoxo, dol plntonism o trin ita rio en
la p atrística prim itivo, que es l o q u e hace los recordem os nqiii.
(1) L a posición do B alto , Defensa de* S. S. Púres accu-
sé$ de P la to n ism o , y ile los que lo repro d u jero n , responde a
Ja actitud extrem osa de los adversario?, eu espcciul <le S ouvb-
maiw, contri» cuyas aserciones va directam ente didio libro. El
cual libro si bien eu esc sentido respondió a s a objeto (la c rítica de
H . y . S te iw , G esck. d . P la t., p . 3 .n', d e b ie ra ig u a lm e n te re f« -
rirna a los q u e B a l t o im pugno.), i¡o es e x p re s ió n e x a c ta d e ln
verdad; a u n q u e a e s a o b r a a c u d a n com o a u to rid a d significarlos
teólogos (e n tr e ello s el in s ig n e J. P h b r o n e , L . L i e b e h ji a k r , y
p o sterio rm e n te Cii. P e s c u , eu s u s re s p e c tiv o s t r a t a d o s Do T ri-
nttute; sin le c tu r a a t e n ta p o r lo incuo-; del lib ro ). Si h u b iésem o s
de a te n e m o s a l a s a s e v e ra c io n e s d e B .il t o . y d e su s e x t r a c t a ­
d l e s , t e n d r e m o s c o n t r a l a d o c trin a q n e v en im o s so s te n ie n d o :
I . “ qne los P P . no fueron p a rtid ario s del platonism o, porque uo
fueron educados en é l, pues «lejos da qne so enscfin.se la filoso­
fía plofaua en las ose.uelas cristian as de los pritnoros siglos, no
so lia hecho, por cl co n trario , o tra cosa que r e fu ta r su s e rro ­
res». (Dófcn&e, o te ., 1. I, 2). 2.° que «los an tig u o s cristianos
estuvieron muy lejos de a d herirse a ninguna filosofía p a g a n a,
poique todas las diferentes sectas de la filosofía form aban p arte
del paganism o. Serlu tan nbsurdo acusar a los P P . de h a b e r so-
guido la filosofía pagana, como do haber abruzado cualq u iera de
las de los h w ejes de sn tiempo» (ib. 1, 71. 3 .° qne los P P . no
propuesta hacer ver que la doctrina platónica e u s a s
diversas firm as y derivaciones, era del todo ajena a
la teología p atrística, y a los m aestros que la ense­
ñaron.

lian soguido Ift filosofía p la tín ic a ; porque ellos singularm ente


com batieron el platonism o, en cuanto form aba p a rte del p ag a­
nismo, y en cuanto ensenaba graves errores sobre Dios, sobre el
hom bre, acerca del m undo, de los espíritus, etc. Que los P P . im­
pugnan y «.un se bnrl&n do muchos conceptos tra íd o s del plato­
nismo. Que le tuvieron siem pre por enemigo peligroso del dog­
m a, por lo cual le combatieron da una m anera m ás señ alad a quo
a los demfls sistem as ¡In la filosofía g rie g a . Que la filosofía p la ­
tónica no podría ser «copeada por los P P ., porque eu los comien­
zos de la Iglesia estaba la filosofía platónica «en com pleta r u i­
na». Que, finalmente los P P . profesaron desde los albores de la
Ig lesia mi eclecticismo racional que les alejab a de ten er prefe­
rencia alguna por el platonism o sobre todas las demás escuelas.
T a l es su m a i'ia m e u ta lo quo e x p o n e B alto en e s p e c ia l en
los lib . II y III de s u o b ra , d o n d e sin d u d a a b u n d a la e ru d ic ió n
ta n t o com o f a lt a s e n tid o c r ític o y p ru e b a s c o n c lu y e n te s d e 1a t e ­
sis fu n d a m e n ta l q u e s e p ro p o n e s o s te n e r. Que los e r r o r e s del p l a ­
to n ism o fu e ro n im p u g n a d o s p o r io s P P .; q u e fel p la to n is m o no e ra
l a ú n ic a e s c u e la filosófica, y h a b ía d e g e n e ra d o en la s d iv e rs a s
fra c c io n e s q n e y s se n o tn n an e es d e l c r is tia n is m o , son co s a s que
n a d ie p one en d u d a ; p ero n a d a d e e s o s irv e p a r a d e m o s tr a r que
el p la to n is m o ta l como a p a r e c ía con s u s -v a rian tes filo n ia u a s y
n e o p la tó n ica s d e ja s e d e e je r c e r s u in flu e n c ia en lo s P P . q u e han
p r e fe r id o u t i li z a r l a s .
P o r lo dem ás, es lücil de a d v e rtir en las indicadas aserciones
de B a l t o , y en todo su libro, al par que un h a b itu a l desquicia­
m iento y desvío de lo que debía ser objeto de sus p ru eb as, un
fondo de contradicción, que resu lta de lo extrem ado de sus a se r­
ciones m ism as. B alto afirma V repite que el platonism o estaba
como extinguido, y no te n ía signilicación alg u n a cuando el ad­
venim iento del cristianism o. Y al mismo tiem po sostiene que el
platonism o fuá objeto constante de im pugnación p a ra los P P . de-
— 209 —
138. Como síntesis general del estudio que aca­
tam os de hacer sobre el encuentro primero de las
ideas teológicas, y elementos filosóficos en la sistem a­
tización de la doctrina acerca de Dios (aplicable tam ­
bién a las demás tesis teológicas), resu lta quo la com­
penetración iuicialy elevación del dogma de la D ivi­
nidad a principios de teoría, hubo de efectuarse: 1.°

la Iglesia, Q uiere q u itarle toda ¡ ¡u p o ru n d a cuando trata, de h a ­


cer creer qne no fué adm itiilo en las escuelas Cristian as, y se 1»
concedo extrem ad*, canudo quiere m o strar quo lo.' P P . le fueron
contrario4, luciótidolo objeto di> todos sus cuidados. ¿A qué im­
pugnar t ín Loimz:neiir,n los e rro re s del platonism o, y so Salar sus
doctrina* como peligrosas p a ra la Iglesia, si el sistem a platónico
hu tía desaparoddo. y sólo ru in a s quedaban do 61, sin dignifica­
ción ni alcance? B a lto presenta, al pl&bouisrao como puro e rro r,
y sin em bargo reconoce que loó P P . 1c han alabado en v arias de
sin doctrina*, y aun las han creído derivadas del antiguo T e s ta ­
mento.
Por o tra p a rte , e: mismo B alto sostiene que loa P P . de la
Iglosia fueron e o lític o s en filosofía, recordando al efecto las
conocidas y y.\ citada» p alabras da C l. A l e j a n d r i n o , por las
cuales se r e su propósito de buscar no el sistem a, sino la verdad
qne en uuo u otro sistem a se descubrióse, sin distinción de es­
cuelas Y sin em bargo pretendo que el platonism o fué co n stan te­
mente desechado, eicluítlo asi del concurso general y sin excep­
ciones que el eclecticismo patriótico req u e ría .
En una palabra, en B a lto aparece sim ultáneam ente el p lato ­
nismo como ol m ás im portante sistem a filosófico y como el de m e­
nor significado!), como el m ás seguido y como el meno3 seguido,
como aceptable en algunos de s n s puntos y como reprobablo en
todos, como no excluido por los P P . en la cooperación g eneral que
la filosofía puade p resta r al dogm a, y como objeto de prem editada
exclusión y aislam iento. T o d o ello, repetim os, debido a la e x a ­
gerada posición quo acepta, y que le obliga tam bién a form ular a r­
gumentos que están lejos de probar su intento.
TOMO V 14
— 210 —
por contacto con los sistem as filosófico-religiosos ya
de algún modo constituidos, tul cotno el do la sín te ­
sis judaico-helenizante, y el de la gnnsts heterodoxa,
por preceder a la gnosis ortodoxa en asimilar los fac­
tores filosóficos y eregirse en sistem a; 2 .° por deri­
vaciones doctrinales d élo s mismos sistem as, aplica­
das en primer térm ino a determ inar las relaciones en­
tre el universo y la Divinidad, fijando así, en forma
científica, a tenor de la filosofía, el concepto de co-
muiiicacioues dm no-hum anas, y eutrc Dios como
criador, y la entidad fiuita creada; 3.° por incorpora­
ción directa de las teorías filosóficas griegas m is en
uso, depuradas un tanto para servir a la interpre­
tación del concepto cristiano de Dios en sí, y en sus
m últiples manifestaciones; de su erte que mediante
aquella aproximación se erigiese en sistem a tina filo­
sofía del dogma, siquiera fuesen m últiples las osci­
laciones que auti debía experim entar.
Sobro esta trip le forma de adaptación (de qne
acabamos de ocuparnos eu los caps. III, IV y V) se
ha constituido el articulado de la filosofía en el dog­
m a, bajo un eclecticismo amorfo, fuente de oscilacio­
nes tan varias, y de la fusión uo siempre coherente
de doctrinas filosóficas diversas, que eu parte liemos
notado, y tendremos luego ocasión de observar de
nuevo.
CAPÍTULO VI
La visión del Ser divino y las pruebas de su
existencia a través de la teología patrística
S u m a r io . Múltiple sistematización inicial (cológica sobre la D ivi­
nidad y AU conocimiento. La evolución asimilativa de lo* concep­
tos filosófico.! helénicos en la materia, y diversa, posición en esto
de la teología antigua y de l.i escolástica. La teoría cíclica como
carecterlstica general de Tas prueba» de la ¿xisiencia de Dios en
la teología patriótica, Su man ifestación i:n las pruebas e idea de
Ja Divinidad cutí. Justino y Ik jfii.o A.v.muliiNü. Orientación
psico-onto lógica. cu cl Didancaleo. La doctrina do C l. A t.ejan-
diuso HObre cl conocimiento de Dios. Ia s ires punto» centrales
de la teoría, y sus deficiencias. La teoría alejandrina ce Dios y
desús pruebas en OuínRVES, Su conuaj-ln helénico (le lo infinito;
*ns clases de argumentación sobre la uxititcncia de Dios, y base
inestable de siih procedimiento*, Fasn a.-¡l,¡helénica antigua en
orden al conocimiento y ser de la Divinidad. Ee prese litación de
S. Ikrneo en esta {ase. Su impugnación de ios a r q u tlip o i de las
escuelas platonizantes; y formas de su argumentación sobre la
e iin c n c ii de Dios. La doctrina d e T iw ii.U N o cu la materia. Su
oposición teórica al uso de la (ilo.ioíit helénica, e influencia
práctica ds ésta en las teorías ilc Tkütl'uaNo. £1 estoicismo en
hu doctrina sobre Dios y la.1 prueban du hu exigencia. Critica.
Orientación d i la tcalo^ia ulterior latina 01 c s ti punto hasta
S. A oiistin. 151 predominio ulterior del itraceso ¿íctico en el co­
nocimiento de Dios según las doclriiias alejandrinas. Desvia­
ciones de la escuda aationvena. Las pruebas de la existencia
de Dios en 8. A tasasio; sih modalidades peculiares, y valor
de las mismas. La escuela de los capador-ios nohre la exis­
tencia de Dios. Sus atenuaciones- renpeeto de la escuela ale­
jandrina en cl proceso demostrari vy psicológico) y argumen­
tación de S. B aeiuo y dul Naüianceno, Aspecto especial de la
doclriua del N is k s o eu la materia, ca relación con an teoría
cognoscitiva. Examen de esta doctrina. Doble desviación quo
ofrece respecto de la teoría alejanJriu:t un cl conocimiento de
Dios. La reversión al proceso neoplatonizaute. Las doctrinas del
Pífddo-A p.eopagita y de S. Aguwtím. Las pruebas agusliaianas
de la existencia do Dina; su orientación; síntesis y valor de las
mismas, Las ideas pacúdo-areojiagJticas. y agua tiiii anas en la
doctrina eicolistica sóbrela existencia du Dídh,
X
139. Lógica derivíteió:: de lo expuesto acerca-de
las inflacucias de los sistem as lipléuicos, es !a m ulti­
plicidad inicial de sistem atizaciones eu la doctrina so­
— 212 -
bre la D ivinidad .y cuanto a ella se refiere, que apa.
recea cual proyecciones diversas de una misma idea
teológica reflejada en ideas filosóficas de varia ín ­
dole y distiuto aspecto.
Conn sabemos por lo dicho, la tesis de laroalidad
divina y de ia realidad cósmica entendida eu rela­
ción de lo creado a lo increado, no podía vaciarse en
los moldes de ios viejos sistem as filosóficos, ajenos a
los principios de la teología del cristianism o, sino
quebrantando la uuidad de aquellos sistem as, y to-
maudo luego sus conceptos adaptables, como piezas
aisladas e inertes de un antiguo mecanismo que pa­
san cou más o menos modificaciones a integrar otro
nuevo. Así comienza una gradual asimilación de con-
ceptos, representada por el eclecticismo primitivo
que Cl. A l e ja n d r in o nos recuerda, y que eu no po­
cos problemas no pasaba de ten tativ a provisional,
sin que los m aestros cristianos en su variedad dé
ten tativ as llegasen a desprenderse enteram ente de
conceptos inconciliables cou la dogmática, quedan­
do así flnetnante la interpretación filosófica de la
doctriua teológica. En ello contrasta la fase autigua
de la teología con la medioeval, donde ol esfuerzo
por una inteprotación filosófica del dogma rigurosa­
m ente exacta, condujo a una disgregación y fraccio­
namiento completo de P l a t ó n y A r is t ó t e l e s en los
puntos vitales do los respectivos sistem as, de suer­
te que reducidos éstos a piezas de anfiteatro, nada
impedía ju n tarlos eu un todo, con la interpretación
que al conjunto se le diese. De esto, entre otras
muchos, tenemos ejemplo en la manera medioeval de
ju n ta r para las pruebas do la existencia de Dios
— 213 —
fórmulas platónicas o neoplatónicas, cou las aristo ­
télicas, o que como tales eran tenidas; no m enos
que en la interpretación de las relaciones del ente
ontológico con el ente teológico , eu cuanto fuente
de aquél y de las ideas que expresa, según en p arte
hemos visto ( t. IV, c. 6.°) y ad elántese confirmará.
En la. fase p atrística a que ahora uua referim os
la idea de Dios y la de las pruebas de su existencia
evolucionan eu g en eral bajo las iuflueucias de la
teoría cíclica de las p a rtic ip a cio n es, cuya fórmula
sintetiza la doctrina del Myo; Asi encon­
tramos cou la doctrina acerca del conocimiento del
Ser diviuo, u u í l confirmación concreta de la teoría de
in m a iu n c ia y tra scen d en cia según atrás la hemos
expuesto (v. t. IV ).
140. Es en efecto esa idea la que informa las
doctrinas de los antiguos m aestros cristianos, comen*
zaudo por los apologistas S. J u s t i n o y T e ó f i l o An*
t j o q u e n o , sobre la representación cieutffica de la
Divinidad y las pruebas de su existencia.
La teoría de S . J ustino acerca de Dios y de su
conocimiento, hace ver el influjo filosófico de P ilón
y de la escuela estoica. Proclamando la inaccesible
alteza de Dios, que está más allá de todo conoci­
miento posible, según la u llra lra sc e n d c n c ia de las
doctrinas platonizantes, parece aislar la Divinidad
eu sf del contacto inmediato con la m ateria, si bien
su acción persiste mediante la virtud operativa del
Verbo, o mejor del Logos en cuanto dinamismo ge-
noral participado de Dios en las cosas, y que por
modo especial el Verbo divino entrarla y significa.
E sta concepción del ser de Dios respecto del
- 214: -----
mundo (que refluye ea ambiguas expresiones semifi-
lonianas acerca, de la naturaleza del Verbo), hace
que su modo de probar la existencia de Dios sea de
carácter intuicúinista, en cnanto por el logos uuíver-
sal se rofleja en el espíritu el principio supremo de
donde procede. La idea de la existencia de Dios,
pues, está grabada en la humana naturaleza
f¡¡ ipuos1.xíSv £tv8p<5rca>v soja 0 eíu) ¡il modo de !a ley n a tu ­
ral (1).
141. Los principios quti informan las doctrinas de
S. J ustino presiden igualm ente a las de T eófilo Ah-
tioqueno. La sp.müta del Logos que es la razón de la
inteligibilidad de ¡as cosas, constituye eu la con-
cieucia humana el medio eu que se refleja la Divini­
dad, no ciertam ente como ésta es en sí, sino en
cuanto se reconoce como fueuto de todo lo inteligi­
ble y de toda la actividad eu las cosas, Por eso
S. T eófilo exige para la percepción de la existencia
de Dios una a manera do visión clara eu cada uno

(1) Aunque S- J u s t i x o profesa la d octrin a de la cre a c iin del


universo e n c n a n t o ésta se o p o n e n todo sistem a em an atista,
que rechaza, no «si es cln.ro que adm ite como c read a la m ateria
p rim era ea<3ticax> ii.T o i'iu e (uu no ente cu sentido platonizante),
que como tal e ra t e n i d a por no crcablo ni aniquiU blo. No d a re ­
mos por absolutam ente c ierto q u í S. J u s m o acepta dicha d o ctri­
n a , según afirm a, cutre otros, R i t t e r (Gescíl. d. chrisll. Phil.,
I); pero tampoco cube a seg u ra r lo opuesto como hacen do poco»
(v. g r ., Scswme, Gctch. d. dogm., I¡ S i O c k l , Chistl.
phil., etc.). Eri este punto, lo mismo que en la form a de expli­
car la pers&iialidad del Verbo, S. J u s t i n o proceda bajo e l in f lu jo
filoniano y estoico, y da como fórm ulas cicntíficanieiite acepta*
bisa, sin renunciar a la o r t o d o x i a , algunas que en sentido r ig o ­
roso no son adm isibles.
— 216 —
de sí mismo; por cuanto es en la conciencia donde se
proyecta la idea de Dios, a modo de ley uatnral del
espíritu. M uéstram e tu hom bre, y yo le m o stra ré m i
Dina, escribe T eó f., ¡Ad A n to licu m , I, 1) para sig­
nificar que del estado do la conciencia, limpia o en­
tenebrecida por la culpa, depeade que sea o no reco­
nocida su existencia.
Además de esa fonua de prueba psicológica, r e ­
conoce el misino, y emplea la prueba cosm ológica
(1. c., n. 5), o sea la derivada del orden y belleza
del Universo.
Pero el valor de esta prueba viene subovdiuado
al de ln representación psicológica, no sólo en cuan­
to es la participación del Logos la que da el conoci-
raiauto de las leyes que rigen la ordenación y con­
textura deí cosmos, sitio en cuauto expresamente
exige T bófclo A ntioquemo para llegar a Dios me­
diante esta prueba, la purificación del espíritu y de
la conciencia, deudo debe seutirse la eficacia de ella
al contacto cou el mundo esterno (1).

( 1) Respondo toilo ello a la teo ría consabida semifiloniana


>le que Dios h a ideado las c o s a s desde l.i ete rn id a d eu 9* mismo
según el logos a d in tr a qne os como e! tipo universal lie la
cianci.i divina: ÉvSiáOs-co; sv t o t ? ¡Bíotg (xo5 9-eoü) craXa-j-
Xv°i{- Y n i rea liz a r la cinnrión proyectó Dios en las cosas a q u e ­
llos misinos tipos ideales como exteusió» a la realidad e x tern a;
asi es comí) cl L o g o s a l «cr c o n s iilu id o p o rso u a l m en ta en re a li­
dad ad e x tr a (toD-jov tóv Xóyov éyivvijae jtpo^opiitóv), hizo in­
teligible le creado.
Ed T e ó f il o A n t io q u e n o es mucho más precisa la irlea de la
creación de la nada, qiifi en S. J u s tin o ; y m is n a tu ra l por con si-
gaieute ver im plícito en «u argum entación cosm ológica un priu*
tipio de argum ento inctafísico; y a quo la siuoplc ordenación
- 216 —

142. La corriente psico-ontotógica de la ilumi­


nación in terio r mediante las irradiaciones del Logos
pasa a trav és de los primeros apologistas a sn for­
mación refleja y sistem ática en’ la escuela de A lejan­
dría, donde adquiere el especial relieve con que se
ofrece en Clemente de A lejandría y O rígenes , y que
en orden a la existencia de Dios perdura no sólo en
los teólogos alejandrinos posteriores, sino también
en los de la escuela de Capadocia y aun en la escuela
anfcioqneua, no obstante ser ésta en principio la an­
títesis de la prim era, sobre todo en lo que se refiere
a la teología científica estrictam ente sobrenatural, y
a la esegética escrituraria.
Tres, puutos podemos señalar como centrales en
la teoría alejandrina del conocimiento de Dios: 1.® el
concepto de la Divinidad; 2.° el proceso de las abs­
tracciones cognoscitivas; 3.° el concepto de la g n o ­
sis. Cada uno de estos conceptos, y más todavía la

de las cosas ( a r g u m e n t o cosmológico) n o e s eu si p r u e b a He q n e


e l o rd e n a d oí' s e a c r e a d o r d e e l l a s . E u s e b i o e n s u H i s t . e d . a t r i ­
buye a T e ó f i l o A n t i o q u e k o m i e s c r i t o c o n t r a , e l ¡ u i s t o t é l i c o - p l a -
t o o i z u n t e H e r m ó o e n e s q u e s o s t e n í a q u e ln c r e a c ió n s e h a b í a e f e c ­
tu a d o s o b re la m a ta ría caótica p r e e x i s t e n t e , n i m o d o p l a t ó n i c o ;
e r r o r ig u a lm e n te im p u g n a d o p o r T e í t u l i a s o Adoerátis H a m o -
genem.
Ni eil A tb n Ig d u a s ni oii T a c ia n o . nps.ear de ocuparse de la
D iv in idad, y de su ser, se encuentran form uladas pruebas de
su existencia. M is nu es necesario a d v e rtir que en uno y otru
los principios y doctrinas en la m ateria son los mismos da
S . J ustino y T bófílo ArcrioquENO, agravados en T aciano en la
form a atr&s señalada; aunque M oehle ; (Athai¡üsiu.j, I, 43), y
otros después se esfuerce eu d a r señuelo ortodoxo n expresiones
que no pueden recibirlo sin dislocarlas ilol conjunto a que se s u ­
b ordina.
— y 17 —
suma de todos ellos, qne constituyen el núcleo del
sistema cognoscitivo de que se tra ta , exige en las
pruebas de la existencia de Dios una base psicológi­
ca e intnioionista al modo de las pruebas que propo-
ue y usa el ontologismo.
La Divinidad, aunque es en la escuela alejandri­
na el Dios mismo de los cristianos; con sus a trib u ­
tos, viene presentada a la manera platónica como un
Ser do tal suerte trascendente que en el orden del
conocer rev iste los caracteres de uua verdadera ab s­
tracción. Asi es como lo concibe Cl. A m .t a n d h in o ,
más allá de toda forma de ser, de toda idea y de lo
Uno. Pensam iento en que conviene O r í g e n e s (aun­
que denomine a Dios la Mónada y lo Uno para ca­
racterizarlo), y que corre eut.re los sucesores en la
escuela y doctrinas.
Una vez puesta de ese modo la realidad de Dios
fuera de todo concepto, y del ser mismo concebible,
no hay posibilidad de llegar a Dios por vía de de­
mostración, sino tan sólo por via de intuición psí­
quica, fuera de toda idea, sea por especial teudencia
innata, sea por intuición mística. Y de esta manera
■es como concibe C l. A l e j a n d r i n o y su escuela de­
mostrable la existencia de Dios, y asequible a todos
los hombres porque on todos reviste la naturaleza
los mismos caracteres.
143. Pero Cl. d e A l k j a n d t u a quiere además que
pueda de algún modo conocerse a Dios partiendo del
mundo externo. Y a esto responde el segundo plinto
señalado del proceso de la s abstracciones; cu el cual
proceso aparece marcada analogía entre la doctrina
de la escuela alejandrina y la teoría de F iló n , P or
— 218 —

medio de abstracciones (¿vcttüji;) sobre el mundo sen­


sible es capaz el hombre, según C l. A lt íj., de ele­
varse al conocimiento de Dios. La gradación para
esta forma de conocer, es ]a consabida de gradacio­
nes: por abstracción de las propiedades físicas eu el
mundo sensibie, se llega, a la representación pura de
espacio; por abstracción del espacio tenemos la no­
ción del punto geométrico sin dimensiones; y ha-
cieudo abstracción del punto espacial, no resta ya
sino la unidad, sin térm inos que ¡a concreten ni es­
pecifiquen. En ese uno, está el principio del conoci­
miento de Dios; y pot' consiguiente la realización de
la prueba de su existencia por la vía ascendente e x ­
terna señalada (1).
144. Mas, no es dificil advertir qua esto intento
de demostración partiendo del inundo externo, no es
sino uua apariencia. Si la universalidad indistinta a

(1 ) E ü C i,. A l e j a n d r i n o l o s c aiiC L 'p to s u e o p la t ó n i c o s y filo-


n ia iio s so i m p o n e r a lo s c o n c e p to s e s t o i c o s r e s p e c t o d e ln e í i s -
t e a c i a tic D i o s , c o n s e r é s t o s t o n n o t a b l e s q u e c o m o re its i'& d a m o ii-
t e lie m o s a d v e rtid o a p a re c e n tro z o s e n te ro s d e M u s o m o ou lo»
S tr o 'h a ta jP e d a y o g o .L n razón de causalidadfte D i o s r c s p e c 'o
d e l u n i v e r s o q u e C l . A l e j a n d r i n o e n t i e n d e s e g f iu s u s i s t e m a g t -
D e fo n l. C l.A tc x a n d r.
n e r a l, r e fle ja o r ig e n e s to ic o . V . S c b e c i ,
Dio S tr o m a le is d. Cl. A le x a n d r , ta m ­
( P r o g r .1 8 8 9 ) ; H e u s s i,
b ié n , d e m e n t o f A h ix a n d r ie M h c c la n ie s ( e d . cou in lro d . d e
H o r t y M a y o r); W e n d la n d , Q aaxtioncs M usoniaruz; K i.irs ,
B e d c u t. d. a le x. C í c m c m , e t c . V . t a m b i é n C ü b r a t , CL d ’Afo-
xa n d r ic , sa doctrina et sa p olcm .; Sentí rm a n s , Die hellunis-
che B d d u n tj , u. ih r . V e rh d íln . s . c k r is il. nach darstcll.
d. CL o. AU 'x.; M e r k , CL A le x . in s. A b h d n g ig kcii o. d . gr.
P hil.; H i t j .h r , Zar Qurllr.nkriuk d. Cl. A/ex. (Hcrnics,
t. 21); con otros ntr&B cit. (v. t. IV , c. í ) .
— 219 —
que conduce la gradación ascendoutc dicha se id err
tiflcaso con la Divinidad, tendríam os como conse­
cuencia que procediendo por la vía inversa descea-
dente, Dios se identificaría, con todas las cosas, co­
mo se identifica lo uno, que sólo por abstracción se
separa de su coutcnido. Por la vía ascendente, pues,
se iría a parar a uu panteísmo ideológico; y por la
vía descendente, a un panteísmo real. E s el re su lta ­
do de la indistinción entre el ser ontológico (a eso se
reduce lo uno abstracto); y el m íe teológico, o sea
la Divinidad.
A fin de ev itar esa consecuencia, Cl . A lejahdri -
m y su escuela, como todos los platonizantes poste­
riores que procedeu por modo análogo, se apresura
a hacer notar que Dios está, más allá de lo un o; de
suerte que éste sólo sirve para Imcer que el espíritu
se lance a vislum brar la divinidad en otro campo
superior mediante la contemplación. Lo cual equiva­
le a anular en absoluto el proceso del muudo e x ter­
no, como prueba de la existencia de Dios, transfor­
mándolo en simple vehículo del proceso in tern o , o
de intuición psíquica, que es a lo que se reduce el
procedimiento.
145. El tercer punto en la tesis del conocimiento
de Dios, y que responde a la teoría general cognosci­
tiva de Cl . A lejandrino , es la doctdua de h gnosis
cristiana. Partiendo el jefe del D idascu lco de la
universal iluminación mediante el Logos, que es a la
vez, como ya sabemos, lumbre divina (en cuanto
viene de Dios y a Dios conduce), y lumbre natural,
por ser elemento propio de la v irtu d n atu ral cog­
noscitiva, sien ta la doctrina de que la fe como íor*
— 220 —
m a de conocer, e stá conexa con la percepción ra c io ­
n a l, y am bas se com pletan en la visión de la verd ad .
L a fe. en un sen tid o am plio es a modo de n a tu ra l iu -
d in a c ió n y aspiración a p ercib ir ia verd ad p or la r a ­
zón; y C l. A le j. tiéneln, por cim iento y base del c o ­
nocim iento racio n al: Ka[ Sí] ^ itpuccT] itpós aotp£a|i veSoií ^
níc-cig fjiitv ávKqwívé'm. ¡S tro tn ., II, 377).
De esta su erte la verdadera gn o ú s, que es un
conocimiento dem ostrativo de la verdad, superior
por lo mismo a la fe, no existo sin presuponer ésta;
a sí como la fe no se actúa en su objeto y finalidad si
no llega a completarse con la gnoiis: 05xe yvüaic &‘«u
jiCtroioj. oB9-' r¡ niotig Svsu (Ib. V, 220). No r e ­
nuncia Cl . A le .i . a que la fe en sentido teológico es­
tricto sea de índole sobrenatural y adquirida; pero
quiere que esa misma fe sea como iucorporada e in ­
crustada en la virtud natural de la creencia; y lo
mismo esa primaria fe natural que la sobrenatural
añadida., deben term inar en la gnosis, o sea en una
visión racional má,s o meaos cumplida del objeto de
la creencia. A sí, pues, existo una gradación sucesi­
va en el conocer, cuyo principio eficiente es la ilu ­
minación del Logas, que se manifiesta en todos los
hombres (de ahí su doctrina, y de su escuela, acerca
del valor de esa revelación natural para obtener la
salvación sin la fe teológica). Sobre ella está la fe
del A , T .; sobre ésta a su vez la dsl N. T.; y sobre
todas, la gnoais.
146, Una cosa aparece manifiesta a nuestro obje­
to en esta singular teoría del conocimiento, de la es­
cuela alejandrina, donde tan vacilante se encuentra el
concepto do fe teológica, como el del conocer racional,
- 2521 -

y es, que para lle g a ra conocer científicamente, se


requiere ccmenzar por creer. La creencia es en C l .
A l e j ., a la numera estoica, una eflorescencia prim a­
ria espontánea indispensable pava teuer certeza, que
luego la reflexión perfecciona y librem ente hace
orientar a una u otra doctrina.
Eu consecuencia, a la existencia de Dios no se
llega sino en cuanto primero se s¡elto la necesidad
de ir a él; no al modo s e n tim e n ta lista de los moder­
nos, sino por ley n atural del espíritu, impresa como
•el derecho n atural (según estoicos y platónicos) en
cl alma. Dios, pues, por exigencia de la g n o sis, al
igual que por los couceptos atrás señalados, 110 es
objeto de dem ostración, sino de creencia, aunque
luego se razone ésta para justificarla y convertirla
en gnosis, o ciencia sobre la fe.
147. La conclusión sentada no es simplemente el
resultado lógico del sistem a cognoscitivo de la escue­
la de que se tra ta ; es además afirmación y tesis ex­
presa de Cl . A lejandrino , el cual declara que k exis­
tencia de Dios tío es dem ostrable por modo de cien­
cia: O' (i¿v oBv S'SÓí ¿vaíiofeLXTo; tsv oix Iotlv éir.c-rsiiov.‘/.óc.
(Str. IV , 537). Y form ulando un argum ento qne
más tarde hubo de ser utilizado por diversas escue­
las agnósticas en orden al s e r de Dios, enseña el
mismo, que siendo cada cosa demostrable por sus
propios priucipios, la existencia de Dios no puede-
demostrarse, porque Dios no tiene principio del cual
dependa (1).

( I ) ’A XX’ QÜ& éniG-rig'ig Xxji6ávs-3i'. x f a “ o 5 a v .x ij- kIJ-m)


Yctp ¿k rcpoiéptov s m ú Y v «'P '-fi<u" = P to v o u v íc .a x a t, t s 3 8¿ á-j-evvíj-
too oijíáv itpoOjtápxei- (Str. V., 588).
— 222 —

E s éste un sofisma en que se confunde la prioridad


que eu e! orden lógico tiene Dios sobre todo, cou el
orden cronológico del conocer humano, en que prime­
ro se alcanzan los principios, y luego el ser de Dios
inediauie ellos. Pero a un platonizante, siu renunciar
al iutuicioniKino, le es licito exigir la visión de una
idea según la constitución a p r io r i de la misma; y por
lo tanto reclamar para la percepción de Dins, la in tu i­
ción de su idea, sin que se subordine a ningnua otra,
y a q u e el ser de Dios eu sí tampoco se subordina.
A sf, pues, sacrificada la demostración propia­
mente argum entativa, Cl . A l e j . proclama re ite ra ­
damente la prueba in tu itiv a , ora eu cuanto el hom­
bre llera ea sí la imagen do Dios (Strom . V , 14,
etc.), ora en cuanto el alma tieu e una noción innata
de su presencia en la natu raleza. (Paedag. III, I,
etc.). De suerte que «el más grande conocimiento
que es el de sí propio, lleva al conocimiento de Dios:
y cl conocimiento de Dios, lleva a asemejarse a El»:
■re&vctov i-iáfiatov ’iySrwiiui'/ yvw vat eaí>"óv éoí'jxáv t i ; é i‘
Yvrá7) , í -e ¿ v &e ¿ v Sá elS ii? é j s - i o i u f l i g s e x 'r i í s i p .^ L .C i t .) .

14-8. La orientación que ofrece el Didascaleo cu


Cl . A l e j ., es igualm ente sosleuida por O rígenes , cu­
ya teoría sobre el'ser de Dios y su conocimiento, res­
ponde a la doctrina de su m aestro. Y no puede me­
nos de ser asi desde que so acepten los dos concep­
tos capitales de la escuela en la m ateria: la ultra-
trascendeucia de la Divinidad, a que no alcanza nin­
guna idea; y la acción psíquica del logos como ,s<;-
m ilta de la verdad cognoscible, y nexo natural de ¡a
naturaleza con su Creador, en cuanto es dable re­
presentarlo por sus vestigios ea nosotros.
Ya hemos tenido ocüsíóii de ver repetidas veces
las dificultades y contradicciones a que expone Ja
doctrina de uti Dios ultratrascendcnto. Y ésta3 se
reproducen en O r í g e n e s , no menos que en C l . A l k j . ,
al tra ta r de concretar el valor significativo del
concepto humano tic Dios, como til determ inar sus
atribuios que también O rígenes estudia, anulando
así el tipo ultratn isc en cíente de la Divinidad. Pero
en la doctrina do Okíousks sobre el ser de Dios apa­
rece además una particular adaptación do la filoso­
fía griega acerca de lo in fin ito, quo hace más ines­
table todavía la uitrutrnsccüdencia mencionada. Sa­
bemos ya que cl infinito lieiéuico es incompatible
cou lo perfecto, en cuanto aquél uo adm ite núinjro
ni medida ni cu cantidad ni en c a lid a d , o ssa en
cuanto lo infinito no tieue propiedades quo lo d e te r­
minan. A la trascendencia de la Divinidad según la
teología holóuica, podia aplicárselo tal concepto de
intiuito; mas ¡il Dios trascendente cristiauo no puede
OjtíoKrnss aplicarle la trascen den cia hcléuica, ni ha­
cerlo eu igual sentida in finito. Y así so decide por
declarar el ser de Dios ultratrasceodente, pero fin i­
to, para de este modo uo renunciar a que sea p erfec­
to (según la tesis griega), y por la razón consi­
guiente de que nn Dios infinito no podría conocerse
a sí mismo (1). Didio se está que la concepción
cristiana de lo fin ito no es compatible ni con las

(1) Citemos sus p iln ’oi-nsr neitspaajisvijv ycr.p síva-. xa! tíjv
xoO $ s o ü X s v .t É'jv i).r) ic p o s s ís s i r¡iv T is ^ y p a -
¥T]v a ¿-rijs i r e p i s i p s - É o v . 'E a v y ií? ■?) ú x z t p o ; -f, 0 - e ís S iv o fii;,
¿ v á fx v j aO ^ijv ¡irj3 ¿ éotu WJ v v o s ív . t'{¡ y á p < fÍ5S i xó «iíceipov i n s p i -
l>ritxov. (Da P rine., II, t. I).
— 224 —

perfecciones de la Divinidad^ ni con su trasconden-


cia, como quiera que se la considere.
149. P or lo que hace a las razones sem inales
mediante ci logos, y a Id teoría consiguiente del co­
nocimiento, aparece O rígexes conforme con Cl. A le­
jandrino , salvo I¡t mejor interpretación en el primero
do la fe teológica. No se propone O rígenes , como
tampoco su m aestro, enseñar que el conocimiento de
Dios derive de la fe. Pero hace a la fe base y princi­
pio de todo conocer a la manera antes expuesta, o
sea en cnanto originada aquélla eu la iluminación
universal del lugos que es inopia de la naturaleza.
(Cf. Contr. Cels., I, 4S; fíe P rin c ., I I , 11; y III, i ,
etc.) ( i) .
Eu consonancia con todo ello, sostieuo O rígemes
como prim aria la prueba de la existencia de Dios de
carácter psicológico, deducida de la noción de .se?' til
nosotros y de las leyes del espíritu, que exigen a
Dios obrando en nosotros.
Supuesta esa in tern a percepción, también reco­
noce OiifaissEs que cl hombre puede y debe elevarse
a Dios por las obras de la naturaleza, y por la sabi­
duría que en ellas se revela. «Ita crgo quasi iwdii
qui-Jam sim t Dei natura; opera diviure p ro v id e n te .

(1 ) Sobre l n orientación filosóílco-rtoguiíiLicn d e O r í s e k e s


v. a t r á s (t. IV , c. 2j, y olii-. allí c i t . V. tam bién, W . F a iiiv v e a -
tiieh , Origen and Uie greck pair. ptálasophy; J . D enis, De
la phyl. d'Orirt,; D a v i e s , Origen.'$ thcory o f kn.t)iolodf¡e
(Amcr. Jonr. o f theol., t . 2 ) : H c d e p e n n im g , Orígenes, cinc
Dcirstollung s. Lcbcns u. seirier Le tire; K rüoeh, Orttj., üb.
scin Verhaltn. zu, Ammonius Sa/tkas; FiscnEit, Commcn-
taiio de Orig. Üieologia et cosmología.
— 225 —

et ars u n iv ersitatis hujus naturae». (De princ. I, 6).


E l coacepto, pues, del ser de la Divinidad ultra-
trascendente pasa a trav és del platonismo y de la
síntesis de F iló n a los apologistas; sistem atizándose
luego en la escuela alejandrina. Pero con la modifi­
cación im portante de la virtualidad del Logos, que
las corrientes estoicas prim itivas aportaron a la sis­
tematización teológica. Y las pruebas de la existen­
cia de Dios que prevalecen ea dicha escuela, y se
perpetúan después de Cl . A l e j . y O ríg eh es , son la
psicológica platonizante, y la c o m o ló tjic a señalada,
con subordinación a la prim era. La base general es-
toico-platcuizaute del logos en estas argum entacio­
nes hace que la inestabilidad de aquella doctrina se
refleje en las pruebas de qne se tra ta , como fácilmente
se advierte.

250. Mas, an tes de proseguir en el estudio y


en el examen de la evolución en la doctrina helénica
sobro Dios y sus pruebas, liemos de considerar otra
fase doctrinal casi sim ultánea sobre la m ateria, que
representan los teólogos antiguos meaos adeptos
a la filosofía, partidarios de la especie de tr a ­
dicionalism o a que atrás hemos aludido. Son estos
principalmente I reheo y T ertuliano .
La posición de S. I r e s e o cu freute a las ideas
gnósticas, llévale a desviarse del uso de las teorías
helénicas aplicadas a Dios. La Divinidad, aunque-
en si incomprensible:, e stá en coutacto cou los seres
finitos, que así como los ha producido siu entidades
inlermi'.diarias, de igual suerte puede conservarlos
por acción directa, y m anifestarse eu ellos. P or eso
TOMO V 15
- 226 —

la razón por su virtud innata nos lleva a reconocer


a Dios, y quo E l reina sobre el Universo. Mas este
conocimiento en el hombre finito y limitado ofrécese
con gradaciones, y es más imperfecto antes del ad­
venim iento de J. C. que después de éi; porque la
revelación constituye un complemento obligado de
la inteligencia humana para no apartarse de la seu-
da de la verdad. «A Dios pertenece in stru ir al hom­
bre, y al hombre aprender de Dios, y esto siempre»:
'I v a a si (itv 6 fl-eoj 5 i 5o¡ox7¡, Sv0 pu)7io{ Si í i i « tv ió g jvxvOivj]
napa &toD. (A d v. tlCBr, I I , 26, etc.) (1).
Se ve en S . I reneo una aspiración a formular
razonam ientos ajenos a las orientaciones platoni­
zantes en uso entonces, alejándose con ello en lo
posible de todo contacto gnóstico. Su argum enta-

(1) V . su Adu. fuer eses fapó; aípéosi;) bd la ed. de


EfcASMo, Opus eruditiss, Dtci írerenaei, etc. o p era Das, E ras-
m i, etc. ¡ tam bién y especialm ente la m aurin n . reproducción en
en Mióme, P . g r . t. V II. P a r a los fragm entos del texto griego,
ea especial Eusebio, H¿s(. c.c.aL, c u tre otros (S. E p ifah io , Hi­
p ó lito , etc.; sabido es flue sólo s í conserva íu le g ra la versión la ­
tin a da aquella obra), Sobre los fragm entos g r. de Ada. haerc-
ses, v. Zahn, Forschm i'jfin z. Gcsch. etc. IV ; Loors, Die fían-
dschrf. d. laiüin. Ucberseisuntj d. Irrn& is, file. Nuevos
frag m cutos griegos, en A. pAFAr>OPULOS-KEABMEü3 , 'AvdJ.Ey.ta
UpoooX'j(iiTix^s o~axuoJ.o-(ía;, I. Im portantes trozo» siriacos y
a r m a m o s , u n P i t e a , Analecla sacra', H a r v e t , eu s u e d i c . , t. II.
^ o b re su d octriua, etc. r . Z ie g l e r , Ircnüus, c tc .; K iím z e , Die
Gottetlehre des lrcn(ius\ G o u illo d d , Vi, Irenéact so n tempi;
F rb p p b l, Sé. Irenée', y prescindiendo de las m onografías sooie
d i v e r s a s doctrinas da S. I r e n e o , no relacionadas con el s e r Je
D ios, da que tratam o s, v. el estudio (le M assubt, cu Mkske c ;t.,
j on la ad. do H a íiv u y cit. (1G59); Asimismo, Bou.i.’sgch, Die
Kirche Christi, t . I .
-2 2 7 —

ción sem ilra d ic io n a lisla es de carácter cosm ológico;


y aun se encuentran en él, los principios d é la prueba
onlológica, ea cuanto es absurdo un proceso i» in fi-
n*(ww. E a efecto, aunque S . I reneo n o u tiliz a ’este
argum ento, para probar d irectam ente lalexistencia de
Dios, ísa lo para dem ostrar que repugna la existencia
necesaria de p o ten cia s o e n erg ía s in te r m e d ia ria s al
modo gnóstico, lo cual equivale a probar que es ab­
surda la serie in in fin ü u m de seres contingentes.
251 Asi, pues, sogún S. I reneo, la acción de
Dios, por ser inm ediata en las criaturas, no exige ni
aun la existencia de a rq u etip o s en el sentido platoni­
zante y flloniano mencionado (1, c it., 2, 4). P orque si
se establece que nada puede ser hecho sino median­
te a rqu elipos precedentes, es necesario concluir que
para form ar éstos se rcquioren otros anteriores; y a
la vez para estos últim os son indispensables otros;
de suerte que sería necesario un proceso infinito,
sin encontrar un principio primero; lo cual hace ab­
surda la teo ría y el procedimiento. (L. c it., 7, 6).
E sta idea del absurdo de un proceso infinito la u tili­
za también S. I reneo para probar la repugnancia de
una m ateria preexistente en la creación, y en gene­
ral es arm a que esg rim e de v arias m an eras c o n tra la
cosmogonía gnóstica.
E ste argum enta de la serio infinita contra los
arquetipos divinos, lo encontramos casi literalm ente
reproducido eu S . eA tanasio p ara dem ostrar que el
Verbo por el cual fu ero n hechas todas las cosas, no
pudo ser bocho o creado. Razonamiento que a la vez
reproduce S. A gustín al m ismo objeto que S . A ta -
hasio . (Y. en el t . IV , i:.0 85 y fcsü).
-2 2 8 —

252. L a doctrina de S . I reneo que representa


una ru p tu ra con las teorías que comenzaban a pre­
valecer, y a las cuales dió luego nuevo impulso la e s­
cuela alejandrina, viene e a sus lineas generales a
ser continuada por T ertuliano .
E ste, a pesar de su abierta oposición a las escue­
las de la filosofía, y de sus tendencias especulativas
a una ospecie de tradicionalismo teológico, vuélvese
sin embargo con todo ahinco hacia las fuentes racio­
nales cuando impugna o defiende como su til y dies­
tro filósofo. No es difícil por otra parte descubrir
en T e r t u lia n o un fondo de filosofía estoica, bien
que con el carácter ético-legal y aun ascético que
revistió el estoicismo en tre los latinos, de que son
buen testim onio M arco T u lio , y S é n e ca (éste sobre
todo en el orden ascético; a quien T e r tu lia n o llama
Seneca nosier, a pesar de ser pagano), sin coatar
los jurisconsultos romanos, estoicos en su casi to-
talidad (v. t. III, c. 2).
E sto explica la tendencia marcadísima en T e r t u ­
lia n o a hacer resaltar la virtu d c im perativos de la
natura leza , uo sólo respecto del conocer humano de
Dios, sino aun en orden al conocimiento de índole
sobrenatural. Recuérdese sino la solemnidad coa que
proclama al espíritu quo piensa según la actividad
n atu ral, un alm a cristiana p or n a tu ra le za . «O tes-
timonium. anima: aafcuralifcer christianae».(A pol.117).
En esta atm ósfera de estoicismo cristianizado,
la prueba cosmológica de la existencia de Dios, con
la cual proclama T e r tu lia n o que el universo, obra
la más bella, fué hecho para revelarse Dios en él
(Adv. M arc., 13), recibe un tin te psicológico que la
— 229 —

aproxima muy mucho a las pruebas ya indicadas de


otros m aestros que no se propusieron como T ertu ­
liano alejarse do los filósofos precristianos. Dígase
otro tanto de la prueba ontológica que se halla im-
plícita en su impugnación de una m ateria preexis­
tente para la obra creadora, qne recuerda la doctri­
na de S. I reneo ; y sobre todo en sus vigorosos y
conocidos razonamientos acerca de unidad (u n ic id a d 1
de Dios. Porque T ertuliano estim a que la base del
■valor de todo humano discurso aplicado al orden teo ­
lógico, está en una especie de instinto de la n a tu ra ­
leza (sem ejante a la virtualidad del x.4r°c estoico),
que hace eficaces nuestros razonamientos más allá de
1» categoría de las humanas percepciones. E l alma tie ­
ne por naturaleza tendencia a la verdad. «Sus te s ti­
monios son cuanto más verdaderos, más simples (de
menor discurso); cuanto más simples, más in telig i­
bles; cuanto más inteligibles, más universales; cuan­
to más universales, más naturales; cnanto más na­
turales, más divinos» (1). De esta m anera en lo más
abstracto, como en lo más concreto, lo mismo en las
percepciones inm ediatas, como en las abstracciones
reflejas, siempre que en una u otra forma aparezca
la simplicidad representativa, y la posibilidad de
universalización inm ediata del concepto, encuentra
T ertuliano ia eficacia más cumplida do la n atu rale­
za, y de lo d iv in o mediante ella y por ella (2).

(1) Hajc te s tim o n ia a n i m a q u a n to v e r » , ta n to li m p l i c i a ;


q u a o lo S im plicia, ta n t o v n l g a r i a ; q u a n to v u l g a r i a , t a n t o c»m *
m anía; q u a n to co m m u m a, ta n t o n a t u r a l ia ; q u a n to n a t u r a l ia , t a n '
to d iv in a : (Da tettim. anima, 5 ).
(2) V . e n tr e lo s m ú ltip le s e s ta d io s a c e r c a d e T k ít l u n o ,
— 230 —

253. La existencia de Dios está ea la conciencia


de todos, y todo el mundo la atestig u a aun en sus
exclamaciones involuntarias e inconscientes, porque
aquella idea vive en el seno de la naturaleza hum a­
na, y levanta su voz por doquiera ésta se encuentre,
. aun en medio d el paganismo. No pretende T ertuliano
hacer innata asi la idea de la Divinidad, sino p ro ­
clamar una forma de sen tido de lo divino a lo esto i­
co que lle v a necesariam ente a conocer n Dios, y que
hace recordar el sen tido ila tiv o de alguuas carian­
tes de pragm atism o moderno, y a su modo de las es­
cuelas sentim entalistas. Por e s o nos dice que «la
naturaleza es la m aestra, y el alma (la m ente) dis­
cipular ; a la vez quo el m aestro de la naturaleza es
D|os, que en ella se m anifiesta. «M agistra n a tu ra,
anima discipula. Quidquid au t illa edocuit, aut ista

N b a n d ib , Aníignoslicns, oder Geist d. Terlultianus, und


Ei.nleit.in detsen Schriflen; E ü g e le a íid i, T erlu llia n ssch rif-
tstcll. Characier (Zchi-f. f. h ist. Theol, 1852); H a u sc m ld , Dio
raiionale Psyehologie u. E rkenntnisslhcone TertulUant:
S tib b , Die Goítes u. Logos-Lchre Tertul/ians; S to ck i , Ter-
tut. Da anim. harn. nat.-D c lertu U ia n i doctrinapsychoto-
giea\ Schblow sky, Der Apotog. ia seinem, VerhüU nitt j u d.
griech.-rónútchcri Philosophie-, y aun a l objeto, W . Müns-
c h b h , Darstcllung der mor. Ideen, des Cl. non Alexandrien.

u. des Ter tullían (Henkes Magftz. f. B elig. p h il., t. IV); E. P.


S o b u lzk, Elemente eincr 7fieodic.ee bei T crtutl. (Z tsrf. f.
ttís s . Theol., 1900); T . E o t e i , Aktünge au. Cicerot «De n a tu ­
r a deornm » bei M inucius F vlix u.T ertu ltia n ( P r g r . 1001). So­
b re crítica te x tu a l, v . e n tre otro Koymann, Qu&stionee Teriu-
lliarue critico;; id. Kriliache VorarbciUn fü r den 111 u. IV
B a n d d. neu. le rtu llia n s ansgabe; H. C o m p e r z , lerta ltia -
nea; v a h d e r V i l e t , Tertullianus, critica et iníerpretato-
ria (Studlft occl. I),
— 231 —

perdidicit, a Deo trad itara es t, m agistro scilicet ip-


sius niagistrse». (Adv. M arc., I, 10).
254. La ingerencia estoica aludida revélase lu e ­
go en ulteriores conceptos del ser de Dios según T er ­
tuliano , en consonancia con lus procedentes. Ast se
esfuerza en establecer una distinción entre el ser de
Dios invisible, y según su diviua realidad, y el ser
de Dios visible no sólo por la Encarnación del V er­
bo, sino a través de la uaturaleza y en cnanto actúa
sobre ella, que es en su opinión la forma accesible
de la realidad de Dios, y por la cual pueden enun*
ciarse de El todas las propiedades humanas (en sen­
tido estricto, v . g r ., la ira, el am or, con sólo restar
los imperfecciones en ellas (1). De igual proceden­
cia es la doctrina de la co rp o reid a d en toda subs­
tancia, y por consiguiente aun en Dios, que Téifcru-
tiANo enseña, y que los teólogos tratan de e x p i a r

(1) L as f ó r m u la s de T e m o u a n o acerca del Verbo, tam poco


son exactas, j revelau la influencia del estoico. D istingue
entre la r a tó n divina, el Verbo, y la palabra creador a. L a
rasen diatna es como la ra íz del Verbo, de la cu&l es éste a n a
manifestación u lte rio r; y la palabra creadora contiene al V er­
bo, y le d i su propio ser distinto personal, nunquo a la vez sea
el Verba como expresión an te rio r do la rasón dieina, el que
da eficacia a la palabra ersadora. E sta palabra bro ta do
Dios «sicnt rad ix fructicem , e t fons lluvium , e t sol radium *
(Adv. P r o i . , 8 :; y ella produce y penetra to d a la n a tn ralex a,
que par eso ésla nos habla de Dios, al modo que el Xóyo; esto i­
co tra z a en lo intim o de los se re s el nombro de la Diviuidad. De
ello procede tam bién que T e r t u l i a n o h a b le del Verbo como infe­
rior ai Padre: « P a tc r cu ira to ta substancia ost; Filius T ero d eri-
vatio a t p o n ió . (Ib, 9). Esto no obsta para que, prescludiordo
de las rem iniscencias filosóficas dichas, la doctiiuft de Tebivjli*-
mo sea en el fondo la do l a teología ortodoxa.
- 232 —

de varias e inaceptables m aneras, con el propósito de


e x c u sa r le do antropom orfism o, dol cu al sin embargo
7 a pesar de su doctrina, se halla lejos T e r t u lia n o ,
Sabido es, según dejamos dicho (v, u. I I, u. 56) que
el estoicismo no adm itía substancia ea la que ao en­
trase elemento corpóreo; si bieD sucesivam ente el
predominio del concepto indefinible de la m ateria pro­
pio délos sistem as filosóficos anteriores al estoicismo,
vino a.iotroducir en la idea de la co rp o reid a d uni­
versal gradaciones tales, que la realidad corpórea en
la s esferas supra- sensibles redúcese a un elemento
vago (sem ejante a la antigua m a te ria p rim a !q u e es
simple condición de la individualidad de los seres e s­
pirituales, y base de su cognoscibilidad represen­
ta tiv a .
' 255. Bajo la influencia de tales ideas cree T sr-
tüliano con otros antiguos, que sin uegar la espiri­
tualidad de Dios, ni menos incurrir ea antropom orfis­
mo, debe adm itirse ea E l, la entidad de una m ateria
sutilísim a, o mejor el substractura de la perfección
m aterial; para los efectos antea señalados. La tesis
de T ertuliano , pues, apóyase de lieuo en el principio
estoico de quo en el concepto de ente entra la m ate­
ria, y donde esta falta uo hay ser; como el mismo
repite: «Omne quod est, Corpus est sui generis; ni-
hil est incorpórale, nisi quod non est». (A d v. P r a v .,
7, etc.). Lo cual, a tenor de lo dicho, no obsta para
que proclame la espiritualidad de Dios, sia excep­
tuarlo de la ley universal mencionada: «¿Quis euim
negavit, escribe, Deum corpus esse, et¿i Deus spi-
r itu s est, S piritus enim corpus sui generis sua offi-
gie». (A d v . P r a x ., 1. cit.).
— ¿33 —

A3í, pues, la oposición a las incursiones platoni­


zantes y filonianas en la teoría de la Divinidad y de
sos pruebas, iniciada por S. I reneo, es en principio
proseguida por T ertuliano ; pero de hecho é n to , a
pesar de sus declaraciones contra los filósofos, cede
ante ellos más que el prim ero. Y aun respecto del
platonismo, y de la filosofía de los a rq u etip o s divi­
nos objetivados, contra los cuales hemos visto a r ­
güir sólidamente a S. I reneo , se encuentran en T er ­
tuliado frases de aceptación, ya que tales arqueti­
pos se compadecen liieu con su doctrina sobre la
razón y el Verbo divino, etc., de que atrás hemos
hablado. Por eso establece expresam ente: «Deus ni-
hilsine exem plaribus in sua dispositione m olitus,
paradigraate platonico p lenius», (D e a n im a , 43).
256. P ara juzgar la doctrina de T ertuliano en
este punto hay que distin g u ir entre el valor de los
razonamientos en sí, según su ser objetivo, y la mo­
dalidad peculiar que ofrecen bajo la influencia estoica.
En el primer sentido su discurso, en cuanto puede
generalmente aislarse de la interpretación estoica,
es no sólo válido, sino de gran fuerza dialéctica y
solidez. En el segundo sentido (que en general no
muestran conocer los qne adticeu testim onios de T er ­
tuliano, a pesar de que ahí so halla la geuuina in ter­
pretación de este), sus argum entos sou tan vulnera­
bles como la teoría en que aparecen vaciados, y signi­
fican una reversión a la tesis de las p a r tic ip a cio n es
de las cuales T ertuliano sólo en teoría consiguió
aislarse. P er consiguiente, son los mismos inconve­
nientes de aquella tooría en los teólogos platonizan­
tes los que obstan a la doctrina del doctor africano.
— 234 —

257. Con todo, la orientación de la teología lati­


na, desde T ertuliano abandona las sendas platoni­
zantes, y vuélvese más hacia las pruebas cosm ológi­
cas de la existencia de Dios en sontido obvio y n a tu ra l
(muestra de ello el hermoso O elavius de Minucio F é ­
lix ) (1), que no hacia las pruebas de carácter psico­

(1) E l citado Oetaoiaa de M isucio F é lix , d a y& la nornit


de 1a orientación aludida; y A u n q u e se ve quo lo sirvieron ds
g u l a d o s s e g u i d o r e s d e l estoicismo, M a r c o T ü l i o ( e n s u s Dn Di-
vinatione, y De natura deorum), y Sbmeca (De procidencia
y De supcrsti¿ion.e), m autiénese amello m á s libre que T b ii t u i .u -
n o d e l is influencias f ilo s ó fic a s que aparecen en é ste. El tipo de
sus v a ria s pruebas de la existencia de Dios ofrécenlo estas su*
p alab ras: «Quid euim p otest esse U ní a p e rtu m , tam confe.isuni,
tam qne parspicuum , ciidi oculos iu coelnni s u s t u l e r i s , et qua:
su n t in fra cirenque lu s tr a r e n ? , qu&m aliquod esse Numeu procs
tantisaioiro m e n t í s , quo omnis n a tu ra i n s p i r e t u r , m o v eatu r, aU-
tn r , g u l e r n a t u r ! » (O ctav., 17).
Sin duda e n tre el Octacius de M . F é l i x y el Apologética
de T e r t u l ia n o existen uo sólo relaciones sitio influjo de uno eu
otro. Los a n tig a o s en ge n e ra l, y algncos m odernos, creen que
M ik u c i o F é l i x utilizó la obra de T e b t o l i a k o , dando desde luego
p o r supuesto que T g h t o l i a n o es an te rio r n M. F é l i x (S. J c h ó k i-
m o , De cir. illustr., u . 53, asi lo supone). Poro lo m is verosí­

mil y probablo es que T e r t u l i a n o se valió de M in u c io F é l i x , lo


c u a l y a íostíeneu en tre o tro s, E b e h t y S c h w e s k e ; como iguflhiieu-
te y de modo manifiesto 1 o reproduce en p a rte el tratad o
S . C i p s i a a n o Quod idola dii non sint. L o que L a c t a n c i o da a
en ten der aobre liaber escrito M i n u c i o F k l i x con anterioridad i
T e r t d l u n o (Dio. Inst., t. V, 1) deba tenerse por cosa c ie rta . Pu­
r a l a c ritica d e l O ctavias, v . S v k m e k b e r g , Ran.dbemp.rkun-
gen za Minucius Félix-, E. B e h r , Dar Octao. des M Félix in
teinem Vcrhüítaís zu Ciceros Büchcrn De nal. deorum
(D isert. 1680); y a d e m á s d e T e . K b im (eu el Cclaua' icakrtt
W ort), j G. L o e s c b e («n lahrb. f. p rot. TAeoL). E. K iíbn,
— 235 -

lógico, hasta, qne viene a hacerlas revivir S. Agus­


tín con pujanza comparable a la de los alejandrinos,
sin que en una n otra forma Uegueu ya a desaparecer
del mundo latino, al igual que otras muchas ideas
que el neoplatonismo importó a la teología de D cor
como bien se advierte por lo qne dejamos antes ex­
puesto (v. el t. IV ).
12
258. Siguiendo las oscilaciones de las corrientes
filosóficas antiguas de tan varia m anera ramificadas
sobre el campo de la teología cristiana, volvemos a
encontrar predom inante en el conocimiento do Dios la
intervención del proceso cíclico. E a efecto, la teo­
ría científica de la Divinidad y de las pruebas de
sn existencia según el sistem a de la escuda ale­
jandrina, hubo de continuar en la teología griega
manteniendo su predominio con pequeñas modi­
ficaciones, sin que el desvío incoado, y aun opo­
sición, en la teología latina adquiriese relieve sufi­
ciente para extin g u ir aquél.
Los principios filosóficos, sin embargo, que dife­
renciaban la escuela alejandrina (platonizantes y es­
toicos), de la escuela antioquena (estoico-aristotéli­
cos), no dejaron de refluir en la doctrina sobre las
pruebas de la existencia-de Dios, aunque sus diver­
gencias capitales se refiriesen a otros órdenes de con­
ceptos teológicos (doctrina de la Trinidad, de la E n­
carnación del Verbo, de la Gracia y exégesis bíblica).

Dsr Octaoius des Minucius Félix, e tc .; D b F e l i c e , Elude


tur i' Oetaoius de M inucius F élix ; B o is s ik r , L ’ Octaoius de
M. Félix («d su F tn du pagan.., I); asim ism o , B. S b i l l e b , De
sermone M iausiano (P rogi’. 1893).
— 23 6 —

L a escuela an tio q u en a (S. J uan C risósiomo y


los bien conocidos por su in terv en ció n en la s c u es­
tio n e s c risto ló g ic as, D iodoro de T arso y T eodo­
ro de M o p s n e s t i a , e tc .) con s u c a rá c te r a n a lí­
tico de m arca a ris to té lic a , y proceso ascen d en te do
lo in tu itiv o concreto a lo a b stra c to , u tiliz a las p ru e ­
bas de c a rá c te r m oral y cosmológico, d e riv a d a del
o rd e n , belleza y finalidad de las cau sas seg u n d as; sin
q u e ofrezcan en e ste p u n to las id eas de d ich a e sc u e ­
la n ad a c ara c te rístic o , a no se r su ten d eu cia a a is ­
la rse del s iste m a p lató n ico y ale jan d rin o .
259. Los procedimientos de la escuela alejandri­
na, ontre cuyos seguidores del tiempo a que nos re ­
ferimos (s. iy) es el más saliente S. A tanasio , no se
apartan en lo substancial de los recibidos y p ra c ti­
cados por los m aestros antiguos, aunque revistan
formas diversas complementarias.
A sí vemos que S. A tanasio sin prescindir de las
pruebas cosmológica y teológica, hace resaltar la
prueba psicológica, si bien presentándola con aspec­
tos peculiares. El espíritu humano es para S. A ta -
nasio centro de la demostración más cumplida de la
existeacia de Dios, en una doblo manifestación, é ti­
ca, e ideológica. En uno y otro aspecto el espíritu
es el cam ino que conduce a Dios, y la razón es su
guía. Desde el punto de vista ético, el alma se halla
naturalm ente inclinada a su fin. y aspira a Dios, y
le busca, tan to más vivam ente, cuanto más pura
está la conciencia, y más claram ente ve de ese modo
el hombre las tendencias de su espíritu y las leyes
morales que le rigen, descubriendo además en el o r ­
den de los seres, y en la exactitud con que respon­
— 237 —

den a sus fines la mano del Creador. P or eso la cul­


pa, y en general, la ceguedad del espíritu, cualquie­
ra que sea su origen, es la fuente capital de las ne­
gaciones y errores acerca de Dios. Y com o. según
S. A t a n a s i o fuera de la verdad se T a a la negación,
a la n a d a , al ap artarse de Dios el hombre camina,
hacia el no ser. De esta suerte para apartarse del no-
ser hay que acercarse a Dios, y para llegar al cono­
cimiento de Dios sólo se requiere que conozcamos
nuestro propio ser, que nos conozcamos a nosotros:
D p ó j d i víjv t a ü x i it YirtjSo'.v x i l áw p tífj /caxciXi)t|jiv o jy. í XXidv
io tiv •fluiv yotia ¿ x x ' yjiifijv cun<¡jv (Contr.
g e n t., c. 3 0 ) ( 1 ) .
260. Se ve aquí una adaptación especial de la

(1) Véase sobre la d o c trin a acerca de Dios jr su conocimien­


to en S. A t a n . , A . M o e u l e r , A thanasius d. yr. u die Kirche
ttin er Zeit, etc.', G . K r ü g e r , Die Bedeutung des Athanasius;
L v o c h b r t , Dic Lehrc d. til . Athan.\ B o e i u k o b r , Die g r.
Vster des drit. u. ciert. Jahrh.-A thanasius u n i A r iu t ;
Y o i q t , Die L chrfid. A tka n a iíu s, etc. auj grund der btbL
Lehro con Logos; A t z b e k g e h , Dte Logodchre det hl.
Athanasius, P u ra su c ritica te x tu a l, en tre otros, y . D k a s e k e ,
Alhanasiana', tam bién, aunque con c riterio ¡Dsosfcenibl» sobre
los tro tados a que se refiere, Unlcrsuchungen ü dic unter
Aths. Ñamo ni Uberltef. Schrf. «Gegen Hellenen», u. *Vou d e r
monschwerd. des L ogos»; R i c y n o l d s , A thanasius, h it Ufe and
work\ IC. H o s s , Studien, etc. til). d. Theologie des A ifiun.
auf. G rund ciner Echlhcitsantersuch. v. A . «CoDtra gen-
tos», rm íi «De incarnationc»; S t ü l c k e n , A lhanasiana, (L it.
n. Dogmengescb- U ntersnch.) Pero toda le c ritica c o s tra ria a la
autenticidad dol Contra gen tes (A iy o j y.axi 'JLXW/vwv) que es­
pecialmente citam os a rrib a , al ig u al qne la opuesta a la Oratio
de ¡ncarnatione (rorirti conjunto con el tn ita ilo a n te rio r, y
S . J e b ó n lm o los une); c ritica itic ia d a por D k a s e r b , ob. c it.,
ha fracasado en absoluto.
- 238 —
teo ría platón ion sobre la relación de la verdad, fru to
de la id e a , y el ser, que la idea constituye al hacer
¡as cosas inteligibles, y sacarlas del no ser, y de su
inteligibilidad. Sólo que S. A tanasio parece id e n tifi­
car el valor ontológico que ea dicha teoría resulta
de la inteligibilidad de las cosas, con el acto psíqui­
co de la intelección, o del ejercicio de ésta sobre lo
inteligible. Lo cual lleva a convertir el vaior obje-
tivo de los seres, en un fenómeno sujetivo de su re ­
presentación en acto, que es un verdadero idealismo.
261. Prosiguiendo sobre la misma tesis de que
en nosotros hállase el p u n to de p a r tid a para llegar
a Dios (1), sienta además de su razonamiento ético ,
otro directam ente ideológico, en forma también pri­
v ativ a suya, e incorporado al elemento teológico.
Piensa, en efecto, S. A t a n a s io que la realidad h u ­
mana está, constituida por dos momentos diversos
de la acción creadora. El primer momento es aquél
en virtu d del cual el hombre es constituido en su
ser como las demás criaturas en cl suyo; según el
cual la naturaleza humana es im perfecta, incapaz de
alcanzar de modo conveniente un conocimiento de
Dios, y que por sí tiende a la nada como los demás
entes del mundo. E sta primer momeo to corresponde
a l a creación universal mediante la acción del Ver­
bo, como medio creador.

( 1 ) El punto de p a rtid a decimos, o principio de conocer »


Dios, <x?’ BÜjjeiv t-íjv ápjrrjv 5'jvatóv, segün el tex to ; p refe­
rible a denom inarlo bo.se At>\ proceso dem ostrativo por intuición,
como trad u ce menos Ih e rr.ln .ie ü U ^ [ o u i i l l i í en bu. Athana-
sius d. Gi*., etc , nunquo en «I fondo viene tam bién a signifi-
•enr el proceso psíquico ile q u e 88 tra ta .
— 289 -
En el segundo momento, Dios le comunica a la
naturaleza humana un ejemplar de las ideas divinas,
en virtud dol cual se levanta la categoría de la r a ­
zón, completándose por decirlo así en orden al cono­
cer, singularm ente en orden a conocer las cosas di­
vinas. E ste momento segundo es obra tam bién del
Verbo creador, pero con acción especial, que se ca­
racteriza por ser obra del Logos ea cuanto ta l, como
eco de su ser inteligible (1).
262. E sta teoría enlázase en S. A t a n a s i ó con
la doctrina anteriorm ente indicada del aspecto ético
del conocimiento de Dios. Y segúu ello concluye que
siendo el estado del hombre en el Viejo Testam ento
do culpa y obcecación, la naturaleza humana se ap ro ­
ximaba entonces a su m omento p rim e ro de crención
por su desconocimiento de Dios; m ientras en el Nue­
vo Testam ento se manifiesta el hombre como en el

(1 ) líti m is d e una o casión supone S. A t a n a s i o a l h o m ­


b re en el p rim a r m om en to c r e a d o r d e s titu id o do c a p a c id a d r a ­
cio n a l. D e e s t a s u e r te in u tiliz a torio el v a lo r perfectivo que in ­
t e n ta d e r iv a r d e l se g u n d o m o m en to p a r a h a c e r ni ho m b re s u p e ­
r i o r * ati p rim e r a co n d ic ió n ; p o rq u e si el s e r racional es e le ­
m e n to e s e n c ia l d¡> la iw tu ru liiz i. h u m a n a , com o re co n o ce S . A t a -
n á s i o , l a pai’C ií l p w í n ?jam¡>!ar d i l s e g u irlo momento c re a d o r
lio es m ía p erfec ció n quo s o b re v ie n e n.1 h o m b re , s in o un fa c to r
p rim a rio de s u c o n s titu c ió n p rim it i v a. V é a s e s in e m b a rg o com o
se e x p re s a S , A t a n a s i o : t ó ávO p^niav y i ' o ; éXevj-sa; x a l 6-eio-
p ^ a a j, 0 '3 x I x x v ó v e'ív] V.7.-.X t ó v i 5 ¡ ; í 5 :« g y 2 ‘/Í3 s!i> ; S iajiév e'.v
d s l 7lXÉov 1 £ £«p£ó¡llf¡vo; a u t o r ; , o r/ oír.\(á- üvr.zp irá v c a - a srel
4X oy « éitx;03 toú ; av O p tú -o u j, áXXx v .a - á tv¡v ía u to u
í i x í v a in o ty ja s v a ü to ó c , jiS T a J iS c i; o tjta C ; «m í t i ] j -.'a i t í i o u \ ó -
You íu v a jiiu );, v a iw a.xsp ■zv.’. i- xvia.- syy¡~t‘ to ü Xó-'O) x a í ? e -
vfi(isvo’. Xo-ftiioí Gi-»ii.áv='.v ¿v jia-/.a=LÓirjí', 2 \>v7¡Uú¡ n . {De [ncarn.
Verbi, 11}^
-2 4 0 -
segutido m om ento, para, llegar racionalm ente a la
afirmación y conocimiento de la Divinidad.
Los m últiples puntos vulnerables de esta d o ctri­
na no han obstado para que S. A t a n a s i o la juzgue
fundam ental respecto de la teoría del conocimiento
de Dios. Pero sin embargo, como hemos ya notado,
no vacila en reconocer y u tilizar las pruebas de ca­
rácter extrínseco como la Id eo ló g ica , y la cosm oló­
gica, incluyendo generalm ente la primera en la se ­
gunda. Eu el universo encuentra escritos en g ra n ­
des caracteres el nombre de Dios; y en ól como on
espejo se refleja la imagen del Creador (el Padre y
SU Logos!: ú>c ¿V tta-ón-cpq) 3-ewptC trjv ely.év* to S n a x ? ¿ { tó v
Xiyov Htáiv aútljS TcvIIccxépa ■/.. t. X. (Contra g 6 T lt, , C. 34).
De esta m anera hubo de m antenerse la outologia
platónica y neoplatónica eu la teoría cristiaua del
conocimiento de Dios, mediante el influjo remoto dol
Didascaleo alejandrino, no sin variautes e innova­
ciones, como acabamos do ver, que marcan la erolu-
cióu del pensamiento cristiano en el campo de la
filosofía.
263. En osa evolución filosófica ocupan también
señalado lugar los teólogos capadocios (S. B asilio ,
G regorio N aíjuncjsno y el N iseno ), cuya escuela sin
abandonar los ya hondos cauces de la tradición p la­
to n iz a r e , representa una posición intermedia entre
la délo s teólogos alejandrinos, y la do los antioque-
nos, moderando un tan to los postulados de unos y
otros sobre todo en lo que se refiere a los problemas
capitales entonces en controversia (<;1 trinitario y el
cristológico). y por derivación consiguiente eu los
demás relativo al sor cío Dios y a su conocimiento.
— Ü41 —
L a representación más cumplida de la teoría ca-
padocia sobre Dios hállase en las doctrinas de S . G r e ­
g o rio d e N is a , cuya formación filosófica era muy su ­
perior a la de S. B a s ilio y de S. N azian cen o . E n
S. B a s ilio donde se eucueatra taa frecuente uso de
las E n n eadas de P lo tih o , se halla sin embargo la
fórmula más moderada de la doctrina intuicionista
en cnanto al conocimiento humano de la D ivini­
dad (1). Los argum eutos de su preferencia son el
cosmológico, y el p sicológico; pero ésle considerad»
en cierta mauera como variante del prim ero, y uo
directam ente con carácter intuicionista o de visión
en nosotros de la idea de la Divinidad. E l conoci­
miento de si mismo, dice S. B a s ilio , conduce al
hombre al conocimiento de Dios, sin que le sea ne­
cesario m irar al mundo externo; basta la contem ­
plación de esto pequeño mundo en uno propio para
poder adm irar la sabiduría del Creador. Que Dios es
incorpóreo lo enseña la incorporeidad del alma; que
no ocupa lugar alguno, lo dice el alm a la cual
tampoco ocupa lugar, aunqno al inform ar el cuerpo
se circunscriba a él; que es invisible, lo pone de ma­
nifiesto el ser invisible del alm a... (2). Y por este

(1) P a ra la s o b ra s d e S- B a s ilio v . la s e d . c it. a t r i s ( t. IV ,


c. 2); y s o b re ln m a te r ia d e q u e t r a ta m o s , v. K . U s t k k s i - m i n ,
Dio naturliche G ottcserkenntnis nach Lchrc d. kappad.
Kirchan., B a silim , G r. c. N a cía n :, u. Gr. oon Nyssa;
B r r g p r . Die Sch.djfang$t<ikrp. des, h l■ Basilius; K l o s e ,
Basilius d. Grossa nach s. Leben u. Lohre; F a u l h a b e r ,
Die y r. Apolog. der ktas. V d u rzeií, I.-B asilius d. Gr.
(2) S. B a s i l . Ilom il. Altando tibí ipsi, n. 7 . Sín tesis de
so pensam iento, é stas p alabras on v a ria s form as re p e tid a s :... év
to m o v 16
— 242 —

modo procede ampliameute S. B a s i l i o para m ostrar


la existencia y propiedades de la Divinidad; que es
in ten tar probarla con el mismo argum ento cosmoló­
gico, sia o tra diferencia que la de argüir sobre la
naturaleza del hombre, ea vez de hacerlo sobre la
naturaleza del mundo externo. Conócete a tí mismo
para que conozcas a Dios, es la síntesis de su a rg u ­
m ento: Upóos/*) «5v osai)T<¡), Eva icpooéxíií -S-eíp. Su modo
de arg u m en tar sin embargo no desmiente la escuela
a que pertenecía. Y la misma confirmación demos­
tra tiv a que funda en las propiedades del a lm a , acu­
sa la presuposición de la teoría platonizante o neo-
platónica, P orque siendo necesario que el medio de
demostración sea más conocido que lo que se intenta
dem ostrar, el argum euto tomado del alma y sus p ro ­
piedades resu ltarla totalm ente inútil si uo se p a r­
tiese de una teoría eu que el espíritu es antes que
o tra cosa no sólo cognoscible sino de hecho conocido
por todos, y presente en la conciencia a través de
la idea cou la realidad plena que la idea tiene en el
platonism o o neoplatonismo.
E s decir, que la ontología de los alejandrinos
continúa eu principio dominando entre los capado-
cios (lo cual se hace aun más ostensible en las doc­
trin a s de éstos acerca de la Trinidad), siquiera la
aplicación, como se ve, aparezca de varias maneras
atenuada.
264. Y esto mismo lo confirman los conceptos
del N a z i a n c e n o en la m ateria de que se tra ta . E ste,

oeow tQ otovei ti v t v.dojx<¡>, to ü v.-i-


oav-cáj oe ooiptav. (L , c i t .) .
- 243 —

en efecto, a la manera de S. B asilio , juzga que al


conocimiento de Dios puede llegarse por doble vía;
una ex terio r, que es la contemplación de la belleza
y harmonía del Cosmos, como obra donde se revela
la sabiduría de un soberano Artífice (G r . N ., O ral.
28, c. 12), o sea el argum ento dicho cosm ológico; y
o tra la contemplación de nuestro ser interior, de
nuestra substancia, mediante lo cual nna ve2 cono-
cida nuestra entidad espiritual, podemos elevarnos
al conocimiento del espíritu supremo que es Dios.
E sta elevación tiene según el N aziakceko, doble as­
pecto; el aspecto cosmológico siempre que la prueba
se fundo en la sabiduría qne revela la obra del ser
humano; y el aspecto psicológico que dicho Sto. Padre
hace resaltar por modo especial,y según el cual pode­
mos conocer eu nosotros mismos la imagen (ideal) de
Dios, no como es en si, sino tal como la medida de
su manifestación a nosotros lo p erm ite, y por modo
reflejo a sem ejan za de la im agen del sol proyectada,
en la s a g u a s , donde la v ista, incapaz de m irar el sol
directam ente sin ser ofuscada por sus resplandores,
se hace capaz de contemplarlo (1),
S. G regorio N azianceno utiliza tam bién el a r­
gum ento teológico, y el del movimiento en cuanto
Tcgulado en los seres, y al mismo tiempo originado
por un motor primero, reproduciendo eu sil aspecto
externo la argum entación de A ristóteles eu este

(1 ) T ctuxa y *P T* ó a a n$x’ sx sív o v éx tív a u


Yvw¡jía|ia- 0!. tiloti f.p a i xa-S-’ fiBatov í|X.íoo oxiaí jcaí sbtáveg xotíj
aap 6 at{ óijieoi 7iap n 6 ei)'.vyoai xóv rfAim, sus! |jlí) aiixcv TtpsuSXÉ-
•rceisi oíov t i , xijJ áxpswpvsí xou aüixó; viy.ffivxa xfj-v &is9r¡«tv. (G r,
N az. Or. 28, 8 ).
— 244 —

p u n to . Decimos en su aspecto externo, porque ya


hemoB visto (c. II, n. 38) que tam bién P l a t ó n u tili­
za el argum ento del motor y del móvil, sin renun­
ciar a su teoría, antes haciendo uso de ella; y cosa
análoga acontece con el N a z ia n c e n o en este caso (1).
265. E s la t e s is g e n e r a l c o g n o s c itiv a de la m is ­
m a e s c u e la la q ue in form a las d o ctrin a s d el N is e u o ,
b ien que con m ayor a ce n to de p erson alid ad d en tro de
la s o rien ta cio n es p la tó n ic o -e sto ic a s .
Hemos señalado anteriorm ente el criterio cog­
noscitivo en general de S. G regorio de N isa (v .t.IV ,
c. 2), aplicable así al orden sensible como al conoci­
miento de Dios. En él se ju n tan una posición semi-
agnóstica respecto de la verdad, y una forma per­
ceptiva por intuición. E sa actitud al parecer a n tité ­
tica en el teólogo capadocio es sin embargo perfec­
tam ente explicable y coherente en sus doctrinas.
Recordemos^ al efecto que según los!, principios de
ultratrascendencia que^profesa, Dios uo'es ni pm de
ser conocido m ediante discurso, ya que este term ina
siempre en una idea,£y lo trascendente a lo platóni­
co, se halla fuera de todo tipo ideal. Y por cuanto

( ]) V. s o b ra el N a c ia n z e k o a nuestro e b jeto , U n te rs te ln ,
Die n aturl. Gottuavr-kenn. cit.; H ek g esro rn en , Die Lehre v.
der gütllichcn Dreuügkci nach Gr. e . Na¿ian¿; U llm a k h ,
G rcgorim con N asianz; A. B e n o i t . S i. G r. de N azianzc.
V . ta m b ié n e a s e n tid o 'p la to n iz a n te los c o m e n ta rio s do S . M á x i­
mo (el e x p o sito r;rifil Fsendo-AkEOPAGlTA; d e q u e n o s h em o s o c u ­
pado en el t . IV ), Ambigua in S. G r. Theologum; id. De i>a-
riis di fficilibv.s [locis S, S. Dionisii (el FsbucIo-A reopagita)
et Gregorii Thcologt (M. g r . t. ¿1). Sobre su c r it i c a t e x t u a l
v . a trá s t . IV , c . 2.
— 245 —
las cosas son hechas y e jem p la d a s por la causalidad
de Dios, tampoco en sa naturaleza o esencia son
cognoscibles ea forma discursiva por el hombre, se­
g ú n el N iseno (1 ).
El razonamiento no es de solidez; y por ta l pro­
cedimiento habría que negar todo valor asi a los
conceptos como a las percepciones externas. Porque
o estas percepciones y conceptos corresponden a los
ejem plares divinos en cuanto norma de toda verdad
(sobre todo según concibe la verdad el platonismo),
o no. Si lo primero el hombre puede conocer las m a­
nifestaciones divinas e je m p la d a s cu las cosas, sin
ver por ello el ser propio de Dios; y si lo segundo,
no hay verdad ni esencial ni no eseucial cognoscible
por el hombre, ya que la verdad no existe eu las co­
sas sino por los divinos ejemplares que reflejan, se ­
gún la doctrina de que se tra ta .
Mas, dejando tales reparos, que pudieren m ulti­
plicarse y qne caben generalm ente ea toda la teolo­
g ía platonizante, hallamos en oposición a esa acti­
tud casi agnóstica, la afirmación del conocer plató­
nico intuitivo, o de presencia inicial, por la que más
Be sien te que se conoce la realidad de Dios, a la m a­
nera que se representa en nosotros la forma sensi­
ble y exterior de las cosas, que es otro aspecto d<*
l a percepción de lo real que el N is e n o reconoce.

(I) Acerca del pensam iento del N iseno, r , B oh b ik q ib , Die


drei Kapadosisr (Die K irche C hristi, t. VIII); U h te rs te in , ob-
c i t . ¡ J . R u p p , Gregors, des Bisohops ooa N y s s a , Leben u .
Mcintingen\ D iekam f, Die Golíeslehre d. hl. G r, d, N yisa;
t a » EercEivr, Der Gottesbcweis in d .p a tr. Zeit (sum ariam ente
d e los caparlocios y a nteriores).
— 246-—
266. A si, pues, al conocimiento de Dios puede
llegarse por doblo vía, si bien con un mismo supre­
mo y últim o fundam ento, que es el sentim iento de lo
divino en nosotros: la vía psicológica, la más próxi­
ma al fundamento dicho, y l¡i vía cosm ológica, en
cuanto las formas y orden del mundo sensible, con­
ducen, sobre la vía psicológica, a la representación
de la Divinidad y de sns atrib u to s. En el orden p s i ­
cológico Dios es conocido por interna representación
y natural movimiento; y de igual su erte que el sol,
a pesar de su m agnitud, puede verse representado
en un pequeño trozo de cristal en la totalidad de su
disco, disminuyendo sus dimensioues en proporción
al cristal utilizado, así en la pequeüez de nuestra
naturaleza se refleja como eu imagen reducida la
grandeza indecible de las propiedades divinas (1).
En el orden cosmológica, si bien según el N is e n o
es inaccesible el conocimiento de las est’ttdfi.s, basta
la percepción de la realidad sensible ta l como se d o s
ofrece, pava que podamos descubrir en ella la obra
de Dios, y reconocerlo a trav és de las perfecciones
de las criatu ras. Su argum entación, de conformidad
con el agnosticism o respecto a la uaturaleza intim a
do las cosas, procede especialmente por a n a lo g ía ; y
m ediante ella encuentra la imagen divina eu las co­
sas; la extensión incomensurable del cielo revela la
infinidad de Dios; la estabilidad de la tierra indica
la inm utabilidad de Dios; y la penetración de los

(1) ’Ev (Jpaxúrr]T(. -ífc if¡(i.sxépoís epiostoj xffiv ¿(ppáoxojv


ixtíviftv "ifft 3 -E9 «exo( iSiopáxtúv a l ebtóveg áKX.¿|inouoiv. (De
anim. ei retsurr., 196; oto.).
— 247 —
rayos del sol en este suelo que ilumiiia y vivifica,
no obstante la distancia iamensa que lo separa de
nosotros, nos hace ver la potencia de Dios que nos
rige y que interiorm ente nos ilumina. ( De iis q u i
prcem at. a b ñ p ., 331).
267. V ariante de esta misma argum entación es
la quo formula S. G regorio de N isa sobre la condi­
ción dei humano ser, compuesto de cuerpo y alm a. De
igual modo qne del mundo sensible externo nos ele­
vamos a Dios que está, fuera de nuestra percepción
natural, así del modo de hallarse unida el alma al
cuerpo, podemos llegar a la misma conclusión. P o r­
que con ser diversas substancias cuerpo y alma, ésta
se halla en comunicación cou aquél, y ejerce en él y
m ediante él sus actividades y energías. Lo cual nos
m uestra ol camino de reconocer a Dios, a través de
la humana naturaleza donde también obra, dándole
inteligencia y vida. Por otra parte la naturaleza
humana es uu pequeño mundo, un m icrocosm os, qne
encierra compendiosamente todos los elementos que
integran el universo (1). De ahí que en nosotros ha­
llemos medios suficientes para llegar al conocimien­
to de la Divinidad.
En suma; la evolución de la teoría del conoci­
miento de Dios en la escuela de los capadocios r e ­
presenta una atenuación de la ontología platonizan­
te en doble sentido. De una p arte, en cuanto la v i­
sión psicológica no responde ya a uua percepción del

( 1) A é-fS T at i r a p i t ü v 0G9 ÓW (iix p ó ; t i j e ív a i x i o j i o j 6 áv-


6pn>jio$, xaUTot év £aux$ \ !j . a t o i x eí* > M o u ji'
siíTE^pe-wH.; x. i . X. (De anima, et resurr., 28).
s e r eu la idea, m ediante la cual se llega a los um­
brales de lo divino, para term inar eu úna forma de
intuición semimfstica; sino que la representación
psíquica no es más que la forma de aspiración innata
a Dios, determinablo reflejamente en la conciencia,
de modo análogo a la presencia de los principios de
la ley n a tu r a l en el espíritu.
De otra p arte, como consecuencia de la atenua­
ción psíquica dicha, aparece una mayor acentuación
en el conocimiento externo, ol cual adquiere siquie­
ra sea parcialm ente, el dominio de la realidad que le
corresponde, como medio regular de percepción,
prescindiendo de la condición inm ediata de los a r ­
quetipos ejempiados en las cosas.
268. La ontologfa platonizante parecía ya en*
tra r por caminos más regulados que en fases anterio­
re s, en lo que hace al ser de la Divinidad y sus p rue­
bas, pesando en los teólogos un tauto la tradición de
criteriología elemental aristotélica, no ignorada del
N iseno . Pero dos graudes m aestros se presentan ea
el campo del saber cristiano, decididos a m antener
enhiesta la bandera de los platonizantes, cuyo influ­
jo y a no desaparece de los ámbitos de la filosofía
y teología, ni aun en los tiempos medioevales en
que su predominio parece extinguido bajo los pres­
tigios y autoridad de las enseñanzas aristotélicas.
Son esos m aestros, como fácil es adivinarlo, el
Pseudo-AREOPagita en el mundo helénico; y S . A gus ­
tín en el mundo latino.
Sobre la teoría cognoscitiva y teológica del P sen-
d 0-ARE0 PA&iTA, nada habremos de añadir aquí a lo
que dejamos ampliamente expuesto en otro lugar
- 249 —

(v. t. IV, c. 3). La teología pseudo-dionisiaua r e ­


presenta una reversión completa a los tiempos p r i­
meros de la escuela alejandrina, con el aumento con­
siderable que significan los factores de la filosofía
neoplatónica allí vaciada a manos llenas.
P o r lo q ue a ta ñ e a S. A gustín , su te o ría de la
visión de Dios eu el conocer n a tu ra l, a u n q u e calcada
en e l neoplatouism o ta m b ié n (la tra d u c c ió n de P lo -
tino hecha p o r V ictoriano dr P ettaij , fu é u n a de
sus p rincipales fu e n te s), ofrece m ás h o riz o n te s y
crite rio m ejor reg u la d o ; que por eso han podido p r e ­
valecer mucho m ás fá c ilm e n te conceptos a g u stin ia -
nos a u n e u tre los teó lo g o s a risto té lic o s de la esco­
lá stic a , que no los del Pseudo-ARECPAGITA, siq u ie ra
su influjo m edioeval sea in d u d ab le.
Dado que el centro del proceso cognoscitivo
agustiniano hállase como atrás hemos v isto (v . t. IV ,
c. 2) en la participación de los ejemplares divinos
en las criaturas, y eu la mente humana, ya se a l­
canza cual haya de ser la orientación general de sus
argum entos acerca de la existen cia de D ios. El hom­
bre no v e l a lu z, que es D io s, pero nada ve sino
mediante esa luz, eu frase do S . A gustín (v . t IV ,
1. cit.); y por lo tan to, toda percepción, sin excluir
la del muudo externo cuyo valor el D octor d e H ifo -
n a no niega, se apoya y estriba en la eficacia repre­
sen tativa de los ejemplares que se ofrecen en el
mundo de las ideas.
269. El concepto humano de la Divinidad no pue­
de ser otro según S. A g u stín , que el de una entidad
suma que corresponde a una idea indeterm inable, casi
a lo platónico. Y por cuanto nuestras definiciones su*
- 250 -

ponen un objeto conocido, y Dios uo puede ser carac­


terizado por ninguna de nuestras ideas y expresio­
nes, no podemos dar una definición de Dios. No obs­
tan te Dios no sólo nos es conocido, sino que nada
nos es cognoscible más que en virtud de la lumbre
infinita que ilumina el muudo, al modo ya dicho. Y
así es necesario que Dios se halle en contacto con la
m ente humana si ésta ha de llegar a la verdad.
«Qui humanis mentibus nulla mibura interposita
proesidet». (Solil., I . 1 1 ; id. De Gen. ad lit., X I I ) .
Y es ademds indudable qne Dios uo podría ser invo­
cado, ui lo distinguiríam os do otros objetos, si an­
te s no nos fuese conocido (1). De suerte que para
nosotros existe un conocimiento cierto de Dios, qne
es anterior a toda otra percepción, aunque falte en
nosotros una fórmula ideal y nna definición dol m is­
mo. Por esto declara cl í I ip o n e n s e quo Dios .te cono­
ce m ejor ig m i án'lolo; va que el mayor conocimiento
de Dios cousiste eu saber que no se puede cono­
cer (2). Fácilm ente se advierte qne ia génesis de
esta doctrina de conocimiento y desconocimiento de
Dios hállase en los dos principios platonizantes
agustinianos atríls señalados (t. IV , 1. c it.), uno de
movimiento hacia la Divinidad m ediante la id e a
(forma cognoscitiva de recouocer a Dios); y otro de
movimiento por c o n ta d o e s p ir itu a l (form a de pre­
sencia sen tida¡, sin recu rrir al orden de Jas ideas.

(1) «Ser) quis te invocat nesciecs te? A liud eoiro p o test invo­
care nesciens». (Con!. V II, 16).
(2) «Qui scitur (Deus) m elius nesciendo.— Cujus nulln scien-
t ia est in anim a, nisi scire quomodo eum n e s c in t» . (De O rd., I I ,
Ai, 47).
- 251 —

E ste últim o movimiento lleva a Dios sin discurso.


El primero origina las diversas m aneras de prueba a>
que podemos llegar.
270. Estos argum entos son principalm ente ea
S. A gustín de carácter psicológico, de conformidad
con su tesis; y cuando invoca argum entos de origen
cosmológico es siempre revistiéndolos del tin te p sí­
quico o psicológico-místico qne destaca en sus escri­
tos. Las formas principales de prueba en S. A gustín ,
son: 1.® el argum ento p úqu icó-noélico, fundado en la
necesidad, inconmutabilidad y eternidad de lo v e r­
dadero, de lo bueno y de to bello representado en
nuestras ideas. Por eso no duda afirmar en sus C on­
fesiones: «Ubi inveni veritatcm . ibi iuveni Deum
menm ipsain veritatem » (1). Las leyes que rigen los
ax io m a s, la formación de los números, y las leyes
geom étricas, siempre fijas e inm utables, son para
S. A gustín una prueba indudable de una Verdad
eterna objetiva, de donde derivan esas participacio­
nes de Verdad que se hallan en las cosas y en la
m ente.
2.° El argum ento psíquico-ético, fundado eu
que en nosotros existe impresa la noción de lo bueno
como de la verdad ¡m enlibus no stris im p ressa est
nolio b e a lila lis (2). Y así somo la noción de la V er­
dad nos lleva a reconocer una Suma Verdad, de

(1) ConF. 1. 10, c. 24. £1 mismo pensamiento aplicado & I»


bello encuéntrase en el 1. 7, c. 7 de la Coof.
(2) Da lib. arbitr. 1. 2, c. 9. «Sient... notio beatitatis ita
etian s&pienti® notionem habemus impressam». «Ñamo sine sa-
píentia beatus est. Natnos beatus est Disi Summo Bono qaoA in
ea veritatem, qnam sapientiem vocamus, ceruitnr Bt tenetur».
— 252 —

igual modo la noción de bondad nos lleva a adm itir


un Sumo Bien, que es centro n atu ral de nuestras
aspiraciones.
Dios, pues, es el Bien p e r se de donde procede
todo io que tiene razón de bien. E n presencia de
los bienes, cualesquiera que sean, escribe (De T rin it,,
1. 8, c. 3), no podríamos decir que uno es mejor que
otro y ju zg ar con verdad, si no tuviésemos impreso
en el alma el conocimiento del bien en sí mismo, en
v irtu d del cual apreciamos las cosas viendo la una
preferible a otra, en cuanto es mayor o menor su
proximidad a él.
3 .° E i argum ento de la con tin gen cia. E l m un­
do se ofrece por doquiera mudable y finito; las cosas
aparecen para desaparecer luego; y el mismo espíri­
tu que domina el mundo sensible, se reconoce débil,
limitado y contingente. P or eso eu vano busca el
alma a Dios en las criaturas doüde no le halla, y
cada una le responde «no soy Dios». Mas si esto es
verdad, no lo es meuos que esas mismas criaturas
nos señalan el camino para llegar u Dios, y levantar
el esp irita a la contemplación del Creador. -E x ope-
ribus corporis agnosco viventem ; ex operibus crea-
t u r a non potero agnoscere creatorem?». De esta
suerte puede llegar el hombre a reconocer la D ivini­
dad por la fábrica del universo; pues «así como sin
ver el alma, escribe S. A gustín , conoces su existen­
cia ea el cuerpo al cual gobierna y mueve, así tam ­
bién por el gobierno del mundo y de las almas m is­
mas, debes conocer a quien lo hizo, a su Creador»,
in le llig e C reatorem .
271. Todos los argum entos utilizados por S . A gds-
- 253 —
tí k , y q u e eD ninguna p arte formula sis te ra áticamen­
te, se reducen a las tres categoría7 señaladas. Y el cen­
tro de todas es, como se ve, la supremacía del reino
de las ideas, y el movimiento innato del hombre a
buscar et principio supremo que las preside.
Puede decirse que con el Pseudo-AiiEopAGirA en
la teología griega, y cou S . A g u s t ín en la latina,
ciérrase la etapa respectiva de los grandes pensado­
res acerca de la idea de la D ivinidad a través de lo
real finito, y la evolución correspondiente del pen­
samiento filosófico-teológico en la m ateria. Qne si
existen en la fase estudiada grandes lagunas de sis­
tematización, y graves defectos de argum entación,
no son debidos a o tra cosa, que a las deficiencias de
las teorías filosóficas utilizadas, cuyos inconvenien­
tes aun para los más altos iugenios de la teolo­
gía, como hemos v isto, distaban de ser fáciles de
vencer. La época escolástica en cuyo examen vamos
a en trar, ensayará p enetrar más intim am ente en la
naturaleza de la visión de Dios a trav és del univer­
so, no sin tropezar con serios obstáculos en los
principios de la filosofía que u tiliza para conseguir
su fin.
CAPITULO VII

Xa representación fllosófico-teológica del ser


de la Divinidad en la época patrística.

S a m a r i O. L as dos leyes del conocer f¡ losó fico-teo lógico de inm a­


nencia y trascendencia, ap lica d as a la d e te rm in a c ió n d e la s
perfeccionen diviuas. Lus tuse» en las p ru e b a s de la ex iste n c ia de
D ios, y en el cenocim iento d el s e r de l a D iv in id ad . E volución d e
su id e a y div ersa s g ra d acio n e s que cabe s e ñ a la r. P erio d o te o ló ­
gico e m p ír ic o , su c a r i c t e r y re p ie s e a ta c ió n d e ln D iv in id ad en
la época ap o stó lic a . P c r io ío d e clasificación. Id e a d e Dioa e a
ios a p o lo g is ta s g rie g o s y la tin a s . L a t e o r í a de la D iv in id ad en
C l. A l e j a n d u i n o , y sus p a r tic u la rid a d e s filosóficas. L a te o ría
de O itiO Exss. Su idea de lo infinito, y equivocadas i n t e r p r e t a ­
ciones de su d o c trin a . L a te o ría d e D ios en la escuela aemítra*
dicioiialista de S. I r e n e o , T e r t u l i a n o , L a c t a n c i o , o te. Las
influencias estoicas en la te o ría d e Dios en TEaTüiiá-N o. C ara c­
te rís tic a (le la teu rln de L a c t a w c i o . Dios cauta »ui. E l p e rio d o
de teoría, y su re p re s e n ta c ió n en la escuela d e los alejandrinos
y d e los capadotins. La filosofía d e la D iv in id ad en función del
t r i p l e coucepto d e trascendencia, inmanencia y d e las parti*
citaciones. U tilización co m binada de l a in m an en cia y tra s c e n ­
d en c ia p o r los a le ja n d rin o s y capadocios p a r a d a r el concepto
d e Dios y d e sus a trib u to s . U tilización p o r am bas escuelas d e l a
t e o ría de las participaciones e u a rd e n a La accióu c re a d o ra , e tc .
Lo incomprensible y lo incognoscible en dichas escuelas; y d i­
fe re n c ia e n tr e ale ja n d rin o s y capadocio-i en fija r la id ea do Dios.
L a te o r ía de los eunomianot re sp ecto a la h u m a n a id e a do Dios.
S'.i influencia en las escuelas m encionadas. L a d o c trin a de les capa*
docioa en o rd e n al v a lo r de n u e s tra s ideas y denom inaciones r e s ­
pecto de Dios. L a id ea d el s e r de Dios en los P P . la tin o s no a f r i ­
canos. L a te o ría d e V i c t o h i n o a fric a n o . L a te o ría d e S. A g u s ­
t í n . L as d o c trin a s d el Pseudu-Ar.BOPAGiTA. S íntesis d el proceso
co n stru c tiv o ( l e l a re p re se n ta c ió n filosófica d e la D iv in id ad en
las fases teo ló g ica s m encionadas.

X
272. Las dos grandes leyes en el couocer filosó-
Eco-teológico de la trascen den cia e in m a n e n c ia , que
hemos estudiado y hemos visto recorrer ( t. IV) las
escuelas orientales y occidentales, autiguas y me-
- 266 —

dioevales en sus diversos aspectos y matices, no


pueden menos de encontrarse en la elaboración cien­
tífica de esa grandiosa imagen de la Divinidad, cin­
celada como inmensa estátu a a trav és de las edades
por generaciones sucesivas de sabios y de santos.
Que si las deficiencias del sistem a hubieron de refle­
jarse en la obra resu ltan te, eso mismo acontece con
cuautas teorías vienen después de esta a utilizarse
en la teología.
L a inmanencia y la trascendencia tienen su cen­
tro convergente, lo sabemos y a, en la doctrina de las
participaciones. Y la teoría de las participaciones, a
la manera platónica o estoica, neoplatonizaute o
aristotélica, es como el eje sobre el cual giran con sus
modalidades propias todas las v ariantes de proceso
cíclico que aparecen en la ciencia teológica para ex­
plicar los dogmas. Asi ese proceso que desde el
punto de vista ontológico comienza con la teoría de
los divinos ejemplares, y de las esencias ejempladas
en correlación viva y perm anente, prosigue en el
orden cosmológico mediante la interpretación del ser
como algo que exige el dinamismo divino no solo
eficiente sino conservador del esse y dol fieri o deve­
n ir segúu la esfera evolutiva do cada forma ejetn-
plada; de igual modo que en el orden psicológico la
doctrina de las participaciones explica el ciclo de las
ideas que m ediante el logos unviersal aparecen co­
mo proyocciones diversas en e! espíritu, y a su vez
constituyen proyecciones cognoscitivas del espíritu
hacia Dios; de ahí las ratones seminales de que
hemos hablado en otra p arte (v. t. I, c. 6) que en
el orden de la naturaleza son ol gérmen de la vid?,
- 257 —

psíquica; no de otra su erte que en el orden de sobre-


naturaleza son el vehículo de los dones de la g racia,
razón a sn vez del ciclo sobrenatural de comunicacio­
nes di vino-humanas, cuyo dinamismo comienza en la
Divinidad, se actúa en la humanidad, y retorna con és­
ta a Dios en la visión beatífica. Así en todas las m ani­
festaciones la realidad de Dios, y la posición de la h u ­
mana naturaleza respecto a E l, es punto fundamen­
tal y prim ario.
273. De esta manera se explica como en la fo r­
mación del pensam iento teológico, que es la actua­
ción científica de la creencia, vayan entretegiéndose
aquellas ideas capitales ontológicas y psicológicas en
gradaciones sucesivas, según las exigencias de la for­
mación del sistem a de la dogmática.
P or lo que hace a la visión de Dios a través de la
naturaleza hemos ya notado la aplicación y uso g ra ­
dual de la teoría de las p a rtic ip a cio n es con sus va­
riantes y deficiencias. Pero es en especial en las
doctrinas acerca de la determinación del ser de la
Divinidad donde se acentúa la intervención de aque­
lla teoría, hondamente reflejada tam bién en la in te r­
pretación del ser de Dios en su Trinidad.
Las tre s fases sucesivas que podemos señalar
en las pruebas de la existencia de Dios, em p í­
rica do clasificación , y de le o ria , aparecen igual­
mente en las ideas referentes al conocimiento dol
ser divino.
Y con relación a cada uua de estas fases pode­
mos d istinguir diversos problemas de base filosófica
respecto del conocimieuto do la Divinidad: l . ° E l co­
nocimiento de la existencia de Dios(s^i írav), pero no
— 268 -
sólo como realidad, sino como representación, o con­
ciencia inicial de su soberana personalidad.
2 o E l conocimiento del ser de Dios determ ina­
do por el conocimiento de sus atributos; o concien­
cia inicial de como es (no¡ éouv).
3.° E l conocimiento del ser de Dios según los
atributos en cuanto constituyen categorías (absolu­
tos y relativos; negativos y positivos), o sea con­
ciencia inicial de lo que es Dios (xts á<mv).
4.° E l conocimiento de los lim ites en el hum a­
no alcance en cuanto a como es, y en cnanto a que es
Dios; o sea conciencia de cuan grande, cu a n to es
DiOS s a ttv ).
274» El período que hemos denominado e m p íri­
co, y que corresponde a la p atrística apostólica (1), es
fase de pura afirmación de los valores da la Divini­
dad, desprovista de todo elemento filosófico. E n ella
no se discute ni la existencia de Dios ni sus a trib u ­
tos, sino qne se supone una y otra cosa, segúu las
enseñanzas positivas bíblicas que son la fuente doc­
trin a l recibida. De conformidad, pnes, con los postu­
lados de la teología del Viejo Testam ento, que el
N. T. confirma, la idea de Dios aparece en su g ran ­
deza, como dotado de todas las perfecciones, pero
sin un concepto reflejo de ellas, y de su distintivo

(1) Gomo es sabido, le p a trístic a apostólica y su teología la


componen: la l . ” epístola de S. C le m e n te (Roma); el P astor de
H e rm a s (Rom a o Corinto); l a e p íst. d ic h a 2 .a de S. C le m e n te (?);
laa epístolas de S. Ig n a c io (A ntioqnía, etc.); la e p ís t,d e S. P o li-
c a r p o (Esmirim): los fragm entos de P a p ía s (H ierapolis de F rigia);
la A iía^i] (P alestina, probablem ente); la epíst. dicha de B erna ­
bé (Egipto pro b ab l.), apócrifa.
— 269 —

supremo, la in fin id a d ; cuyo concepto es presupues­


to con el carácter indeterminado que hemos visto
aparece en el A n t. T est. (r. t. I. c. 6), donde frases
como esta del salmo: D o m in u s r e g n a vit in celernum
el u ltr a , son tan expresivas de la grandeza de Dios,
como inexactas científicamente, y u ud contradicto­
rias si en ellas se intentase buscar una intervencióa
filosófica y de sistem a.
Debido a ese influjo tradicional bíblico ( i) los
atributos más significados en cl concepto de Dios,
son los o p era tivo s y éticos. Dios único, Dios vi­
viente (en oposición a los ídolos), Dios creador, om­
nisciente, y presente a todas las cosas; Dios santo,
sa b io y ju s to . etc. Tales son las características de la
representación de Dios en la fase teológica a que uos
referimos, especialmente en S. Ig n a c io , en Hehmas
y en la AiSaxí]. Una somera comparación de esta doc­
trin a con la que constituye la teología acerca de
Dios ea el A iit. T estam ente ( t . 1 .1 , cap. 6 ) b a s ta ­
ría para evidenciar la identidad de procedim iento, y
el concepto representativo de valores prácticos ea el
ser de la Divinidad. Dos diferencias hay sin embar­
go entre una y o tra teología bien fáciles de explicar.
La prim era es la nota de Dios red en to r que la p a trís­
tica apostólica acentúa; y la segunda está en que al
coacepto de los atribntos con carácter operativo no
se contrapone una noción de trascendencia diviua
como, ora im plícita ora ex plícita, aparece ea el Vie-

(1) E n la p a trístic a apostólica aparecen otros influjos tra d i­


cionales uo bíblicos (v. g r . en la I ep. de Cl ., y en la II que se
le atribuye como en el P a sto r de H erm as.
— 260 —

jo T.; sino que más bien el carácter moral de los


atribu to s se ordena a una aproximación de la vida
cristiana a Dios, a una forma de imitación de su s
divinas perfecciones.
275. E sta doctrina acerca del ser de Dios, más
que expresiva de la realidad divina, respoude a las
exigencias en la conciencia de una representación de
Dios, a la necesidad de una idea de la Divinidad en
cuanto se ofrece en concreto como algo quo es
( f l t i E c t i v ).

Por otra parte, según lo expuesto atrás, en el or­


den cognoscitivo hnmano, la realidad divina al igual
de las demás entidades cognoscibles, aparece pri­
mero como p red ica d o que como sujeto; es decir, que
primero se fija su valor como algo enunciable de en­
tidad presupuesta, y 110 conocida, que como sujeto
conocido, y del cual se enuncian como predicado
éstas o aquéllas propiedades. En ta l sentido como
decíamos en el tomo I (n. 187) «antes se alcanzan
las manifestaciones de lo divino como detorm inables
en uu sujeto, que el sujeto o el Ser divino como de­
term inante de su m anifestaciones».
Mas por cuanto en la p atrística apostólica se par­
te de la existencia de Dios como conocida, se explica
fácilmente que primero encontremos en ella un bos­
quejo de representación de la Divinidad m ediante nn
estudio inicial de las divinas propiedades con anterio­
ridad a la exposición de la existencia de Dios.
276. E l período de clasifica.ñón, que pudiéramos
decir tam bién de a d a p ta c ió n al orden filosófico, res­
ponde al conocimiento inicial de como D ios es (™¡s lo-civ),
y qué es Uís ¿onv) y m a n to os {r.áao^ áa^tv). E s la fase
— 261 —

de la teología do los A p o lo g ista s griegos y la ti­


nos, y aunque ea grado diverso evolutivo alcanza
a la teología autenicena. E l centro griego hálla­
se en S . J u s t i n o , T e ó f i l o A n t i o q u e k o , C l e m e n t e ,
A l e j a n d r i n o y O r í g e n e s , que son como atrás he­
mos visto, los que introducen las pruebas de la
existencia do Dios con aspecto de sistem a, y que
de igual su erte inician la sistematización de sus
atributos. M a s en orden a esto últim o, merecen r e ­
cordemos aquí otros apologistas que si respecto do
la existencia do Dios nada ofrecen sistem atizado y
peculiar, dáudohi generalm ente por reconocida, se-
ñalanse sin embargo eu la determinación del divino
ser, sostenieudo en frente a los adversarios la doc­
trina que debía seguirse. Son de este número, A b í s -
t i d e s , A t e n á g o r a s y M k l i t ó n d e S a r d e s . El prim e­
ro señala desde luego como d istintivo de Dios, y al
mismo tiempo norma de nuestras ideas acerca de E l,
la in com preh en sib ilid a d , qne el filósofo ateniense
traduce por un no conocimiento completo de como es
L íos (™íó; Mas ello 110 obsta para que poda­
mos significar sus propiedades, que al igual de su
existencia, se revela a trav és del mundo eicado (2).
La Divinidad no tiene nom bre, es increada, es per-
fectísim a, es inm utable, no solo en cuanto puesta
fuera de nuestras pñrcepcioues, sino en cuanto es­
p iritual, y ajena a toda realidad sensible; sin miem­
bros, ni figura, presente a todas las cosas y no obs­
tan te ajeuo a ellas. Por todo eso, y por el contraste
que A r í s t i d e s hace notar entre el concepto cristiano
de Dios y el de o tras religiones (griegos, egipcios y
bárbaros), se yen ya las notas características del co­
— 262 -

nocimiento de Dios, que luego habrán de ser siste*


m atizadas.
277, Como A r ís t id e s , y de modo todavía m á s v i­
vo, hace resaltar A t e k á g o r a s en sa Legalio p ro chris-
tia n is la suprema belleza de Dios respecto a la6 co­
sas creadas, no sin recordar que éstas son suficientes
para elevarnos a E l, y que así lo reconocieron los an ­
tiguos filósofos. Lo improducido y eterno (ir^vTiTov
iitswv), hállase a distancia iucomeusurable respec­
to de lo producido y corruptible (r^etr,v *aL <fOaptV)v),
h asta el punto de que parezca aislar a Dios de todo
contacto con el mundo, y se haga en tal sentido har­
to discutible su pensamiento. Dios es inmóvil («v.cvrj-
t» v). e inm utable en todos los órdenes, increado,
inmenso, invisible, y creador de todas las cosas (1).
E sta doctrina explícita respecto a la idea hum a­
na de la Divinidad adquiere carácter más filosófico
en T a c ia n o , en cuanto influido por las ideas filonia-
no-estoicas según a trá s hemos visto (iiúm. 130 no­
ta). La entidad diviua según la preseuta en su O m ­
ito a d granos, no tiene causa ni principio, eu oposi­
ción a la entidad del universo, producida, mudable y
tem poral. Dios, unidad prim era y absoluta, es incor­
póreo (¿sájiscraj) y por lo tanto invisible e intangible
por naturaleza, a la inversa de lo que acontece con el
universo m aterial. Dios es incomprensible, y por lo
tan to inefable; aunque ello no obsta ni a que me­
diante el universo sensible nos elevemos a Dios, ni a

(1) Ed su Da rosarFectioao h a c e r e s a l t a r los a tr ib u to s d«


1& p ro v id e n c ia y o m n ip o te n c ia , c o a l a v o lu n ta d d iv iu a y s a
j u s ti c ia .
— 263 —

la presencia de Dios ea ol mundo sensible. En cuan­


to a la relación en tre el E n te prim ero y el universo,
no es preciso y claro el peusamiento de T a c ia n o ; an­
tes bien parece reflejar la teoría estoica de la D ivini­
dad como a lm a del m u n d o , al afirmar que D ios es
u n e sp íritu , que no solo p en etra la m a te ria (di­
fundido en ella), sino qué a llí crea la v ita lid a d m a ­
te ria l (espíritus hiücos) y la s fo rm a s de la m a te-
r ía : Oó S'.iji'.ív 8ia xf¡-' GXt¡; (9e¿?) Rvsupdxcnv 34 SXíkóv xa!
TtÜv év 17.0*2 (O b . C. n . 4 ).
278. En S. J u st in o hemos visto la representa­
ción primera ya saliente de la aplicación de la filosofía
a la dogmática para la constitución de la gnosis o rto ­
doxa, en frente a las otras formas de gnosis; fo ju d a i-
co-filoniana, y la heterodoxa. La gnosis cristiana
habrá de recu rrir, como las otras formas de gnosis,
a la fuente de la filosofía, aunque uo para vaciar en
ésta la dogm ática, sino a la inversa, para vaciar en
la dogmática la filosofía; y habrá de tom ar de los
mismos sistem as gnósticos elementos de organiza­
ción científica, que estos fueron los prim eros en
elaborar, como dejamos notado (v. c. 3). L a evo­
lución sucesiva del pensamiento filosófico, con apli­
cación inm ediata al problema del ser de Dios de
que ahora tratam os, señálase desde S. J u s t in o hasta
O r íg e n e s por modo lm rto significado.
Dios y el universo entran aquí do mauora franca
como factores capitales de la teoría, cuyo centro
hállase en la doctrina consabida del logos en sen­
tido de medio cognoscitivo universal e innato, expre­
sión del pensamiento cíclico que estoicos, filonianos y
gnósticos perpetúan.
— 264 —

E l mundo conocido naturalm ente como obra de


Dios, según S. J ustino; lo es sobre todo por la
lumbre interna del logos que ilumina toda n atu rale­
za; bien es verdad que este logos no sea en cuanto
n atu ral, suficiente por sf sólo para form ar idea de la
Diviuidad según es m enester. Necesitase para esto
otra luz más alta, quo proviene del logos que formó
a los profetas, y en la profecía (como forma de en­
señanza) manifiéstase la verdadera doctrina, que
completa y purifica la primera.
A sí, puos, m ediante el nexo psicológico del lo ­
gos, y una especie de purificación interior que pre­
para los camiDos de la intuición, quiere J u s t i n o m an­
tener de una p arte la trascendencia ‘de Dios, ajouo a
todo nombre, y a toda propiedad q u e d e El puede
enunciarse como concreta; y de otra parto in ten ta
salpar la acción y contacto inmediato de Dios con
sus criatu ras. Por eso si declara a Dios fuera del
mundo (tip ímíp aóanov &e<í>)i con o tras frases análogas
lo reconoce testigo de nuestros pensam ientos y h a ­
chos ( ¡ í á p i u p i lyfiv-csi t s A o y io jH B v - /.a l tu > v ^ p a § s c v ) . E d

la Apol. II hace constar que el nombre Dios es m ani­


festación natural del espíritu , pero como expresión
de una cosa inenarrable: iipay ideaos SuayiSay^Tou
ifúogL tüv Avüpénwv Boga, Y tra ta de justificar que
Dios uo tieue nombre, por lo mismo que no tieue ori­
gen; y a que para imponer nombre es necesario pre­
ceder a aquél a quien se le impone; y nadie es p ri­
mero que Dios.
279. L a doctrina de T e ó f il o A n tio q u e h o sobre
la idea humana de la] Divinidad es análoga a la do
S. J u s t in o , derivada de la misma teoría psicoló­
- 265 —

gica y ontológíca. La luz del logos nos haca v e r


que Dios existe, su grandeza y atrib u to s, como nos
ofrece los primeros principios lógicos y morales. Y
ol mundo externo, merced a esa misma im presión y
sello del logos que ostenta, conduce a su vez al reco­
nocimiento de la Divinidad. Dios es inefable; y la
misma designación que de El se hace por sus a trib u ­
tos, no significa qne éstos se hallen propiamente en
Dios, sino que indican la m anera de m anifestarse en
sus obras. «La form a de Dios, dice S. T e ó f il o en su
A d A n lilo cu m , es inefable, indecible, e invisible a
los ojos corpóreos... Si lo denomino lu z, es su obra,
la que designo; si le llamo p a la b r a , es su m andato.»
Y a este tenor continúa refiriendo la inteligencia, sa­
biduría, providencia, etc., a l a s obras divinas como
razón de los atrib u to s de Dios. E s ésta una doctrina
que erigida en sistem a como más tarde aparece, lle­
va al agnosticismo respecto de Dios, haciendo do sus
atributos denominaciones puram ente extrínsecas y
relativ as a lo creado. Pero no es esa sin duda la
mente de T e ó f i l o , sino sim plem ente acentuar la dis­
tancia que hay entre nuestro conocer y ía realidad
divina, que se esfuerza por m antener in efa b le, sin re­
nunciar por ello a reconocerla en contacto inmediato
con las criaturas. Dios, dice T e ó f i l o , se llama así
por su movimiento operativo (5ii fl-s-.v), eu cuanto su
actividad se extiende a todas partes para mover y
sostener las cosas creadas. Y según otra etimología
igualmence errada, pero expresiva de su inteuto que
el mismo apologista invoca, Dios se denomina asi
eso?, porque todas las cosas reposan en él como en su
baSe; x¿ ■csüeixávai xá raí vía érei tíj íi'jio ü ác^eJ-sl^c-
— 266 -

La aspiración a resolver el problema de la repre­


sentación humana de Dios m ediante predicados ex­
trínsecos, lleva a T e ó f il o a acentuar la prueba de
los atrib u to s divinas, mediante el argum ento cosmo­
lógico de la existencia divina. Así m uestra a poste -
r io r i como es creador, provisor universal, sabio y
omnipotente Señor de las cosas, que El mueve como
el alma a! cuerpo, y corno el piloto a la nave (sin que
con tales ejemplos in ten te T e ó f il o ir a p arar al oca­
sionalismo).

280. La sistem atización del concepto de la Di­


vinidad, como la organización filosófica de la teología,
recibe en C l e m e n t e A l e ja n d r in o singular empuje, d e ­
bido a sn más alta concepción de la teoría del dogma.
E n elg ran d e estudio desús tres escritos {P ro lre p tic u s,
P tedagógn s, Strom ateiJ que deben tenerse como di­
versos tratad o s de una obra misma, realiza la aproxi­
mación más amplia y más alta de la concepción es­
toico-platónica a la teología que hasta entonces se
había realizado, y que perdurará a través de las evo­
luciones del pensamiento de la escuela. La idea filo­
sófica uo es ya un simple auxiliar de la idea teológi­
ca, o un instrum ento de defensa como aparece en los
demás apologistas que hacen uso de ella. E s un ele­
mento interno a la inteligibilidad humana del dogma,
y único capaz de hacer que éste pueda ofrecerse en
organización científica. La g nosis cristiana, pues, no
•es tan sólo recurso contra los adversarios, ni tam po­
co una in trodu cció n a la dogmática, sino expresión
ideológica y ontológica del contenido de los dogmas,
para hacer que éstos rev istan el carácter de ciencia
- 267 —

teológica. Y es que C l e m e n t e penetrado mejor qu&


todos sus predecesores y contemporáneos del alcance-
y significación de sistem a que representaban las di­
versas escuelas de los gnósticos, supo asimilar sus-
modalidadcs p ara hacer aplicación de conjunto en
sentido ortodoxo, a las enseñanzas del cristianismo.
De esta su erte el contenido del dogma revélase
con valores determinados en el campo tam bién de la
filosofía; y el logos que en J ü st in o y demás tiene una
representación supletoria y fragm entaria dentro de
los ámbitos de la creencia, se eleva, eu C l e m e n t e a
punto central de su teoría, con m anifestaciones en to­
das las esferas del orden de naturaleza y sobrenatu-
raleza, h asta eslabonarse el logos (idea y germ en de
idea a lo estoico), con el Logos sobrenatural, de don­
de procede y se doriva aquél. Y si el primero
es expresión de inteligibilidad y vida eu la entidad
humana y en la entidad cósmica según su n atu ral
condicióu, el segundo es regenerador de éstas, y
creador de otro mundo nuevo incorporado al antiguo
para elevarlo, que por lo tanto renueva y eleva los
valores del logos que lo informa. Así reto rn a el ¿ogros
natural al Logos sobrenatural de donde procede, y
de donde recibe ahora otra v irtu d y eficacia.
281. Se ha dicho que la labor de C l e m e n t e A l e ­
ja n d r in o es comparable a la de F il ó n en el judaismo.

E sto que desde el punto de v ista doctrinal y de alcan­


ce científico puede adm itirse (C l e m e n t e utiliza a F il ó n
citándolo en algunos casos y sin citarlo en muchos
más. como utiliza trozos enteros del estoico Muso-
n io etc.), de niugún modo es verdad en cuanto a la

índole y significación de la obra del filósofo judío y


-2 6 8 —

del filósofo-teólogo cristiano. P ues m ientras P il ó n


lealiza un sincretismo que funde la teología bíblica
en su sistem a filosófico, * la inversa C l e m e n t e trae
la filosofía a la sistem atización teológica para servir
■de interpretación al contenido racional del mismo, y
por lo tanto sin transform ar nada en él; que bien se
ve cuan lejos está eso de su intento en la que pode­
mos denominar su obra tr ip a r tita (los tres escritos
mencionados), donde se levanta el edificio de la too-
logia como ciencia del dogma.
El logos, que es el dinamismo n atu ral para la in­
terpretació n del mundo perceptible y del mundo so­
bren atu ra l de la fe, aparece plenamente representa­
do en la ¡7«osjs cristiana, da que a trá s nos hemos
ocupado (v. n . 45). T la gnosis en cuanto se refiere
a l conocimiento de Dios, p arte de un concepto hyper-
trascendente de la D ivinidad, que sin embargo se
m anifiesta a través de sus propiedades, accesibles eu
ellas y por ellas al esp íritu . Y a hemos visto atrás
•como C l e m e n t e al hacer a Dios inaccesible a la de­
m ostración p o r p r in c ip io s , tr a ta de compensar esto
con la percepción interna, y la inclinación innata
hacia la Divinidad. Y al efecto señala C l e m e n t e la
purificación del espíritu, recordando por analogía los
m isterios de E l e ü s i s , s u purificación para conocer la
naturaleza y los seres que la integran. Al mismo
tiempo, queriendo m antener el valor cognoscitivo
externo, recurre a las cosas creadas como medio de
elevación a Dios (los seres y sn actividad (Strom. T,
c. 38); la belleza y orden del universo (Potrop. c. I);
el alma hum ana como imageu divina (■cou év*f) JILV O-stiv:
S tr. I, c. 19),
— 269 —
A prim era v ista parece que C lem en te apoyándo­
se en la realidad creada, nos ofrecería sobre esa base
el concepto de Dios y de sus propiedades, derivadas
por analogía de las perfecciones de los seres, des­
cartando lo imperfecto y limitado en ellos, Sin em­
bargo, dominado por el procedimiento constructivo
a p r io r i, la realidad de lo finito es utilizada en sen­
tido muy diverso para llegar a Dios: «Por analisis,
dice, podemos nosotros aprender a contem plar. De
este modo llegamos a la inteligencia prim era, par­
tiendo de los seres que le están sometidos; desligan­
do las cosas corporeas de sus propiedades naturales,
-luego abstrayéndolcs de sus tre s dimensiones, pro­
fundidad, latitu d y longitud. R esta después un pun­
to, o por decirlo así, una m ó n a d a , que está en un
espacio (¡jovdj, (¡>; aíitsTv, H nv áxouoa). Suprímase este
mismo espacio, y queda eu el espíritu sola la
d a d , la m ó n a d a ; voeriai noví;. (S tr. v ., c. 1 1 ). Luego
concluye que así llegamos a la inmensidad, y al
Omnipotente; mediante aquel uno ideal, puesto fu e­
ra del tiempo y del espacio, porque «la causa pri­
m era, concluye, no está en lu g ar alguno; sino que
se halla más allá del espacio, del tiempo; más allá de
todo lenguaje y de todo pensam iento». (L . cit.) P or
eso afirma que ninguna denominación conviene a
Dios, «Si la denominamos el Uno, el B ie n , la I n te li­
gencia el Ser mismo («¿tí t í íy); P a d re , D ios, C rea ­
dor, Señor, ninguno es nombre propio de la D ivini­
dad, xív 4y»ii<£ííu),usv athó acx» ou épicos; sino que a falta
de nombre, uos servimos de nobles apelativos, a fin
de que la mente teniendo a que asirse, no se e x tra ­
vie (S tr, Y, c. 12).
— 270 —
El proceso, pues, ascendente de C l . A l e j . por
las criatu ras a Dios, así como no conduce a probar
su existencia, sino a una abstracción, así tampoco
lleva a determ inar las propiedades divinas, sino a
excluir toda propiedad de la representación abstrac­
ta 011 la m ó n a d a p u r a ; que es sin embargo lo que
según C l em en te conduce a Dios.
282. Con todo, C l . A l e j a n d r i n o no es un idea­
lista trascendente, ni in ten ta suscribir la tesis de los
neoplatónicos. Los principios de teoría que vemos in­
forman su dogmática sobre D ios, se ordenan a soste­
ner la in com preh en sib ilid a d divina, dentro de los
conceptos platónico-estoicos que profesa; siquiera re*
suite h arto deficiente la explicación que éstos le pro­
porcionan. De ahi que por uua especie de reversión
sobre lo In com prehensible, en cnanto visto a través
de las representaciones hum anas, formule su doctri­
na acerca del concepto de Dios, y de sus atrib u to s.
La unidad divina contra el politeísmo griego, y
bárba ro, es sostenida con especial vigor, utilizando
la prueba de la existencia de Dios, L a inm utabilidad,
la eternidad, la sabiduría, la bondad y justicia (qu&
tra ta de conciliar contra los m arcionitas), aparecen
igualm ente declaradas. Del mismo modo enseña que
Dios es creador (no obstante su concepto platonizante
de creación), que es Señor y Providencia del mundo, y
y Padre de todo cuanto existe; xai &hi- iíu exou n«-crjp.
Los atributos absolutos adquieren en la teoría d&
Clem enie un carácter trascendente indefinible, al
modo del ser de la Diviuidad, si bien constituidos en
categoría determ inada, y capaces por lo tan to de fi­
ja r cl concepto del E n te supremo. Los atributos re-
- 271 —
la liv o s, son la inversa, denominaciones medidas por
a
lo existen te finito, dondo se nos ofrecen a manera de
proyecciones de las perfecciones infinitas, y de ellas
derivadas.
283. Mas cuando se in ten ta estudiar el enlace y
nexo de los atrib u to s absolutos con los relativos, y
por consiguiente su relación con los seres finitos, no
puede menos de revelarso ia dificultad que existe en
ello, por la diversa e irreductible condición en que la
teoría coloca a unos y a o tro s,y la opuesta manera in­
dicada de evolucionar su formación en nosotros. Esa
dificultad aparece más en concreto en lo referente a
la in m e n sid a d de Dios, por tra ta rs e de un atributo
que incluye la iu trin seca presencialidad divina a las
cosas creadas y creables, y poique en él se juntan
por modo singular el valor absoluto y el especial re ­
lativo (significado por la a c tu a l presencia o u b iq u i­
d a d /. De ahf las oscilaciones d e C L . A l e j a n d r i n o pa­
ra conciliar de una parte la trascondencia de la D ivi­
nidad, puesta más allá del ser mismo; y de o tra, el
hallarse Dios según toda su entidad realm ente pre­
sente a todo ser finito y a sus más íntimos elemen­
tos. La dificultad que ofrecen varios pasajes de Cle -
h e n t e en este punto (ya notada por los teólogos, y
que P e t a vio hace destacar), depende de la teoría filo­
sófica del jefe del Didascaleo. No duda C l e k e n t k que
Dios se halle en todas partes: n¡ív-e»i fdp 4 &o¿{ sanv
dice expresam ente. Pero más bien se refiere a la p re­
sencia de Dios por su virtu d y eficiencia (evepys(a), la
cual frecuentem ente acentúa, que no a la presencia
esencial del divino ser. Juzga en efecto un prodigio
inefable, (*«5n« sPPt]-cov) que Dios esté a la vez lejos y
-2 7 2 -
c e rc a de la s criatu ras. «Lejos en cuanto a la subs­
ta n c ia ; 7td0(Sü> « « ’ oflo’av; ¿cómo podrían aproxi­
m a r s e lo creado y lo increado?; n<Bs yip &v ouveifíaiiuio-
t í t i TWYBtov *$ ccyevv^Tigi. (S tr. II, C. 2). Su propósito
s in embargo d e im pugnar el panteísmo estoico, y a l
mismo tiempo el hacer resaltar la eficieucia divina e n
cuanto cognoscible por nosotros, en oposición a la
incognoscibilidad del ser de Dios, hacen explicable
e l lenguaje de C l. A l e j a n d r i n o , sin que eu absoluto
lo ju s tif iq u e n .
284. Los principios filosóficos que informan la
teoría de C le m e n te y que luego caracterizaron s u es­
cuela, son las que aparecen en la teoría do su discípulo
O r íg b n b s , segiln a trá s hemos visto. La elaboración
del concepto de la Divinidad realízase bajo la doctri­
na de la trascendencia neoplatóuica, "si bien mode­
rando s u carácter idealista como lo exige el pensa­
miento cristiano y el dogmatismo bíblico, contrapo­
ne O r íg e n e s a ese idealismo, al igual de C le m e n te , el
valor de la percepción externa para el concepto h u ­
mano de Dios. A sí, pues, como ambos admiten esa
doble vía, ideal y real ex tern a, para llegar al cono­
cimiento divino, así también proceden sobre esa do­
ble base a la u lterior determinación del ser de la Di­
vinidad, si bien informadas sus soluciones por la v ir­
tualidad laten te de la id e a , o del logos ejemplar y
ejemplado en las cosas.
L a unidad de Dios, es iiiseparable del concepto
d e Dios, y O r íg e n e s la sostiene no sólo como verdad
teológica, sino filosófica y racional. La síntesis de
las enseñanzas del símbolo que contiene en su prefa­
cio el P e r ia r j m , nos presenta en prim er término la
— 973 —
unidad divina: P r im o , quod u n u s Deus, etc. Des­
pués de la unidad divina, el problema que plantea en
el pref. del P e n a r j . , es de como se ha de concebir a
Dios; esto es, si habremos de concebirlo como dotado
de cuerpo, o de figura y forma determ inada, segúu
e l antropomorfismo que C elso echaba en cara a lo s
cristianos, fundado en pasajes bíblicos. O r Ig e n e s d e­
clara que es ese un punto uo tratado hasta entonces
explícitam ente (implícita solucióu la daban muchos
anteriores) en la enseñanza teológica: «Quod utique
in prsedicatione nostra nmnifeste nou designatur».
Como de filósofo más platonizante que estoico, y de
teólogo en especial, la solución del insigne m aestro
no podía menos de confirmar la plena espiritualidad
de Dios, que sólidamente hubo también de defender
contra C elso , rocordando cou su m aestro C l em en te ,
la simplicidad de Dios como M ó n a da suprema, y ab­
soluta Unidad ¡ex om ni p a rte novde, e t u t ita di-
cam íváj).
285. Sentado esto, la representación de la D i­
vinidad se desenvuelve en la doctrina de O r íg e n e s
sobre dos bases de trascendencia. La trascendencia
en el tiempo, y la trascendencia en el espacio.
Por la trascendencia en el tiem p o , Dios es in m u ­
table, es eterno, y es om nisciente, sin que ninguna
cosa pueda acontecer que uo fuese prevista y d eter­
minada (sin lo cual Dios tampoco seria inm utable).
Y esta presciencia respecto de los actos libres, le
lleva a sostener de una manera precisa y term inante
(y guarda esto correspondencia con su platonismo so­
bre lo inteligible) que la libre elección humana no se
efectúa porque Dios la haya previsto, sino que a la in ­
- 274 —
versa, la ha previsto porque así habla el hombre de
determ inarse. (In E p. ad Rom., V II, n. 8 ; De o ra t.,
n. 7; in Gen. II, nüm , 7).
Por la trascendencia en el e sp a d o , Dios es in-
meBSí», y es om nipoten te. A trib u tos que no obstante
su ser trascendente toman aspecto relativo, el pri­
mero, por la presencia de Dios al mando limitado
( u b ic u id a tij, y el segundo por la acción crea d o ra
que recae en un mundo finito. L a omnipotencia in ­
cluye la acción del entendimiento y la voluntad, que
no obstante su trascendencia, ofrécense igualm ente
en forma relativa eu lo que denominamos p r o v i­
d e n c ia .
Como C l . A l eja n d r in o tra ta O r íg e n e s de conci­
liar la trascendencia, de Dios, y de sus atributos ab­
solutos, con la divina iuiuunencia en las cosas, y los
atribu to s relativos. Y para ello utiliza la misma doc­
trin a de la v ir tu d o d in a m ism o diviuo, por el cual
está Dios presente a las cosas, aunque El no se halle
difundido en éstas al modo estoico, sino que se man­
tiene en sus inaccesibles alturas.
286. La trascendencia do los atributos es la
misma de la Divinidad, en la categoría respectiva de
aquéllos. Asf, refiriéndose a tales propiedades como
trascendentes respecto al tiem p o en el ser de Dios, no
duda afirmar que son u//r«eíe?,7ias:«S upra omne tem-
pus e t supra omnem rcternitatem mtelligendu, sunt ea
quffi de P a tre e t Filio et S. Sancto dicuutur». (Pe-
riarj. IV . 28). Lo mismo ea cuanto trascendentes
respecto al espacio; ya que Dios habita m á s a llá dB
lo s c ie lo s (tóv ímspoupáVLOv 8íiv),
P o r esa misma trascendencia, Dios no tiene nom­
— 275 - -
bre; según igualm ente enseña C l em en te . Sabido e s
que según l;i tradición judaica y filoniana, el nombre
responde a la naturaleza de los seres, constituyendo
a modo de su definicióu esencial abreviada (ea ta l
sentido interpretaban que Dios puso nombre a las co­
sas). Y de conformidad con ello era lógico que la e s ­
cuela alejaudrina declárase la Divinidad inaccesible
a la idea, excluyendo toda denominación como pro­
pia para significarla ( 1); si bien sosteniendo, para
evitar el agnosticismo, que en la impropiedad de los
nombres se eucerraba un concepto, aunque sea ina­
decuado, de Dios.
Hemos indicado ya que el procedimiento de esla­
bonar la hypertrascendcucia de Dios con su inmanen­
cia en lo creado mediante la virtu d (evapora) divina,
es harto dcficieuto y vulnerable. O r íg e n e s tra ta de
salvar esa laguna qne destaca en C l em en te , afirman­
do que donde está la actividad divina, allí está la Di­
vinidad: Bi>vai»s xii 8 ecu. Mas ya se ve que si es­
to basta para salvar la integridad y ortodoxia de la
doctrina acerca de la preseucialidad divina, dista muy
muebo de corresponder a la tesis ultrafirascendente

(1) Es jo que O k íu e n e s concedía a C e ls o cuando dice: «Si


¡ntelligit verba nut res verbis signifisatas, non usse qu¡e Dei pro-
jirielfites reprffisentent. vernm dicit». (C ontr. 0 ., V I, 65). H a-
. d u n d o n o tar la salvedad quo indicamos a rrib a , y dentro d e !»
cual ei nombro d iv in o p a r excRlp.ncia es El que e s. «In Deo vero,
qui iirvnnaüilis innm tabilisque sem per est, wm m idem que sem­
per e s t veluti n otücn, Qui e s ! , ote. (1. cit.) V. tam bién, Contra
C.. I ; 26; D e oral., 2-í; E xko rt. ad m art., 46 sobre los
nombres aplicados n, Dios. C f. P a t i u c e , The a p o h g y o f Orig.
in rephj lo CeUus, eutre otros.
— 276 —
que preside a su exposición científica, y con la cual
esa forma de inmanencia está lejos de concillarse,
287. A la oposición en tre lo trascendente e in­
creado, y lo uo trascendente croado, corresponde ea
la escuela alejandrina, y por lo tan to en O r íg e n e s , la
respectiva en tre lo infinito y lo finito. La idea de lo
infinito sin embargo respecto (le Dios m anliéuese poco
precisa, y más bien en cuanto expresiva de la teolo­
gía bíblica (en espocial del V. T .), que no como de
carácter filosófico, o de sistem a teológico. Que si
no han faltado, audando los siglos, teólogos que
negasen pudiese dem ostrarse filosóficamente la in fi­
n id a d de Dios, no es para sorprender la imprecisión
de ese concepto ea la época de que tratam os.
O r íg e n e s , a quieu hemos visto volverse a la idea
del infinito helénico (v. atrás n. 148), íau incompa­
tible con la idea cristiana de Dios, declárase p arti­
dario de la no in fin id a d de Dios, ii Gu de reconocer­
lo perfecto. Pero si la tesis de uu Dios finito según
la teología cristiaua no es admisible, no por eso ha
de decirse en contradicción con ella la doctrina de.
O r íg e n e s . Porque lo que ésto in ten ta excluir y ex­
cluye en realidad no es el infinito cristiano sino ol
infinito griego (expresión de lo caótico e iudescorui-
ble), al cual contrapone lo o rden ado e in telig ib le,
respondiendo a lo finita helénico. De suerte que esta
forma de lo finito no excluye el infinito cristiano,
aunque tampoco lo exprese.
E ste punto tiene aplicación inmediata en la teo­
logía de O r íg e n e s a su concepto de la om nipotencia
divina que expono con singular criterio. Piensa O r í ­
g en es que Dios, aunque obrando libremente en sus
— 277 —
producciones ád e x tra , no ha dejado jam ás de crear,
y por lo tanto de producir criatu ras ab e te r n o , por­
que de otra su erte habría que concebir un Dios mu­
dable y no omnipotente de hecho en todo tiempo (en
sentido de dom in a d o r o señor} ya que do en todo
tiempo habría estado en ejercicio de su dominio. Otros
mundos, pues, lian existido ab ceterno antes dol
nuestro, y otros vendrán después de él. E n esta crea­
ción perenne, la primera categoría es la de los esp í­
ritu s (voDc). E s una reminiscencia de la teoría de F i ­
lón y plotiniaiia so b relo s seres in term ed ia rio s de
existencia eterna subordinada a Dios, que O r íg e n e s
cristianiza a su m anera, doctrina que más tard e
arraig ará en lsi filosofía arábiga, donde por los mis­
mos motivos que O h íg en es invoca se declara el mun­
do eterno. La distinción en tre ja actividad eterna
creadora no creando p ro cetcrno, y el térm ino no
eterno realizado según el divino beneplácito p ro lem -
pore, era ajena a la época que nos ocupa. Por eso
O r íg e n e s no acierta a distinguir entre om nipotente
navToídvaiiot), que es denominación abso lu ta y sobe­
ra n o dom in a d o r (navxoitpánDp), o crea d o r, que es re­
lativa. Distinción que luego hubo de iniciar la teo­
logía latin a con T er tu lia n o , al reconocer éste que
las denominaciones a b so lu ta s responden a atributos
absolutos y eternos en Dios; m ientras las r e la tiv a s
son temporales y no necesarias eu E l, porque se de­
rivan de sus efectos tem porales.
288. Después de lo dicho O r íg e n e s so propone
explicar porqué la potencia de Dios no produce un
término infinito. Y la solución (P e r ia r j., II, c. IX ,
n. 1) ha dado lugar a explicaciones encontradas. P ara
— 278 -
unos, que se a tie n e n a la tr a d u c c ió n del P e r ia r j . d e
RtTFiKO, no cabe producción in fin ita, p o rq u e lo infini­
to no se ría g o b ern ab le; q u ia ubi fin is non est, nec
com prehensio u lla , neqne circ u n sc rip tio esse potesl.
P a ra los que prefieren el te x to g rie g o do J u s tin o , co­
mo lo a ce p ta H ü e t (O rir/en iatta, I I , c, 2 , q. 1) con
los que le s ig u e n , la producción de los seres no es
in fin ita , porque es lim ita d a la p otencia d iv in a:
lIsnepaaiiÉvijv y á p etvai x a t t y jv íúvajuv 0eoü Xextéov.
Ambas interpretaciones son igualm ente inadmi­
sibles, y proceden sobre un desconocimiento de la
filosofía de lo infinito aceptada por O ríg en es . Desde
luego la primera de las interpretaciones dichas para
sostener que O rígenes no niega la infinidad de la
O m n ipoten cia divina, le hace negar la om nisciencia,
excluyendo de Dios el conocimiento de todo infinito;
qne es excluir la infiuidad de Dios mismo; ya que
Dios se conoce a sí propio y en tal hipótesis no se
conocería si fuese infinito. Por otra parte eu la pro­
ducción ab a te m o y usque in (Bternum que O rígenes
proclama, cabe la infinidad de los posibles; los cua­
les si no son cognosciblos por Dios, ni son posibles,
ni Dios es Dios.
La interpretación segunda al lim itar la potencia
divina, hace finito el divino ser; y siendo el motivo
la misma incomprensibilidad de lo infinito, Dios que
según O r íg e n e s se conoce a s i propio, resultaría di­
rectam ente reconocido finito en su esencia.
289. Hemos ya observado a n te s de a h o ra (n.
148) que O rígenes no pudiendo m an te n er el concepto
helénico de la tra scen d en cia d iv in a , ni e i de lo in f in i­
to co rresp o n d ien te a aquél, que eq u iv ale como s a b e ­
— 279 —
mos a lo caótico, indescirnible o in d e te rm in a b le ,
mantiene el tipo trascendente de Dios, pero bajo la
modalidad de lo fin ito, en sentido helénico también;
o sea contrapuesto como lo determ in a d o y h a rm ó n i­
co, a lo que carece de tales propiedades. P or eso dice
que lo in fin ito no es comprehensible; ñeque com pre-
hensio u lla , nec c ircu n scrip lio esse polest. Por lo
tanto dista mucho el pensamiento de O r íg e n e s d e ser
contrario a la infinidad de Dios, que presupone coa
frecuencia; como distan las soluciones aludidas de
responder a su doctrina (1).
290. De idealistas y de agnósticas han sido
más de u n a v e z calificadas las doctrinas de O b íg e h k s ,
como las de C lem en te acerca de la Divinidad. Mas
olio es inexacto en cnanto se refiere a la finalidad y
co n testara del sistem a, quo se ordena totalm ente a

( i ) Lo que acabam os do exponer explica porqué uno do los


d i¿ 8 decididos a d v ersario s de Oitícm&s y de época m ás próxim a
al mismo, S. M b t o d i o d r O u a r ., que apesar d e todo recibe in­
fluencio tan m arcada del mismo O r íg e n e s , 110 le fiti‘ib n y - la ne­
gación de la infinidad de Dios o de sus atrib u to s, como él e s tá
lejos de profesarla. Prescindiendo de lo referen te a la ete rn id a d y
necesidad de la creacióu com batida por S. M e t o d i o , n a d a b a ; en
la teología del uno quo no entre en la teología del o tro . V. M e th o -
d u , De returrect.; y De crcalie (M .G r., t. X V III); sobre el m is­

mo, B o n w e ts c h , Die Thcoiogic des M cthodius o. Olj/mpits


(¿bhhand. der kó n ig l. Gcselsch- d. Wí’ssm ácA .., t . VIH). Se
colige de lo expuesto que si no es totalm ente e x u d o lo que dice
Luhpbb respecto da O k Io en és «Nihil o c c u rit in O rigine cirsa De-
um, divinas que perfectiones a b s o lu ta s , quod perfecte orthodo-
xum n o n sit» , (H ist. etc. P a tru m ... tr in in priscor. ssecnl. O rig .),
tampoco cabe a d m itir que su te o lo g ía sea m ás desviada qne la de
otros a lejandrinos de la ortodoxia.
-2 8 0 —
la exposición y defensa del pensamiento ortodoxo
acerca de la idea de Dios. Lo cual uo obsta a que los
principios filosóficos utilizados se ofrezcan a deducir
o tras consecuencias que las que la escuela alejandri­
na deduce.

291. En fren te al carácter filosófico abstracto y


especulativo de la escuela alejandrina, señálase la
dirección que hemos dicho de carácter tr a d ic io n a lis la
(v. n. 259), por su tendeucia antifilosófica. al meuos
ea principio, de la cual son S. Tr e n r o y T e r t o u a h o
los representantes más significados. Y aunque no
faltan quienes hacen a éstos, jefes de dos variau-
tes de orientación teológica (la asiática, de S. I r e -
h e o , o teología de los hechos; y la africana, de
T e e t ü u a j í o , o teología norm ativa y de la ley), con­
trapuestas ambas a la teología a b ü r a c la alejandri­
na, uo tiene base suficiente aquella distinción, ni
constituyen aquéllas tampoco etapas definidas y de
ulterio r duración.
La nota distin tiv a (le la. Divinidad que S. I reneo
hace resaltar, por oposición a los errores gnósticos
que im pugna, es la de la u n id a d . Dios es en prim er
térm ino, ú n ico, creador y señor del universo, autor
dol Viejo y Nuevo Testam ento; y por lo tan to ni la
m ateria puede ser eterna e independiente de Dios, ni
en tre alguno puede ex istir no creado por E l. A de­
m ostrar esto hace converger su argum ento cosm oló­
gico, fundado en la imperfección, mutabilidad y
contingencia del universo; y sobre todo, el argum en­
to metafísico, tam bién atrás señalado, del proceso
in in fin itu m que frecuentem ente utiliza. Desde ani-
-0 8 1 —
logo punto de v ista filosófico, aunque sin p reten d er
mezclarse en filosofía, señala S. I r e n e o la base d e
los atributos y propiedades divinas: Dios es absolu­
tam ente perfecto, in óm nibus p erfectn s; y es plena­
mente perfecto, porque es improducido, o sin p rin ­
cipio (tií.sicsyip 5 áyévvr¡T9{). Por eso mismo, Dios es
eterno, simple, inmenso, y presente a todas las co­
sas. E s omnipotente; y su omnipotencia se identifi­
ca con la divina voluntad, según S. I r e n e o (sua v o ­
lú n ta te et v irlu le s?i£>sJ«n¿¿rt u s u s j, como e lla es la
norma, de todo ¡el esl su b sta n lia om nium vo lu n ta s
ejns) . E sta teoría v o lu n la ris la , frecuente en la te o ­
logía antigua, y que también utiliza T e r t u l i a n o , no
es en general expresión de que lo posible dependa
de la voluntad de Dios, de su erte que pueda conver­
tir !a verdad eu error, o lo absurdo en verdad; sino
que más bien significa una indeterminación y f a l t a
de sistem a en la m ateria.
292. S. I r e n e » que se esfuerza eu sostener la
acción inm ediata de Dios, rechazando basta la doctri­
na de los a rq u e tip o s, para alejar así radicalm ente los
sistem as g nó stico s, plantea también en frente a éstos
el problema de como es Dios coguoscible para el
hombre. El gnosticism o declaraba incognoscible al
Dios supremo, por su hypertrascendeucia; que sólo
se hizo do algúu modo conocido por la revelación dei
Logos o Verbo. Y S. I r e n e o , p a rtie n d o del concepto
de Dios, uuo y creador puede fácilmente sostener
que se manifiesta a través del mundo creado fm u n -
dus m a n ifesla l a u n q u i se d is p o su itj; y al mismo
tiempo admite la revelación de Dios m ediante el
Verbo, en cnanto a su mejor conocimiento, y a la
— 282 —
personalidad sobrenatural que el Logos nos da a co­
nocer.
Dicho se está que el criterio positivo y tradicio­
nal que domina eu S . I bgneo, hace que apoye am­
pliam ente sus doctrinas en la tradición y testim o­
nios bíblicos.
293. E l concepto de la Divinidad es en T eriii-
l ia n o de tnás filosofía que el de S . I b e n e o , aunque
participe de sus tendencias. La idea de Dios es a mo­
do de una continuación en T ertu lia no de las pruebas
de sn existencia; lo cual, muy lógico en principio,
obedece de hecho on el apologista africano a su doc­
trin a sobre el testimonio innato y espontáneo del a l ­
m a n a tu ra lm en te c ris tia n a ; testimonio que se com­
pleta y perfecciona con el de la realidad externa del
uuiverso. El alma en sí y eu sus aspiraciones, es uua
revelación de Dios; y la incapacidad de aquélla para
abarcarlo y para comprenderlo es la mejor prueba
de su grandeza, y de su infinidad. El mundo exte­
rior confirma la voz de la naturaleza. Y una vez
dada la idea de la Diviuidítd como uua, infinita y
trascendente, sus demás atrib u to s fluyen con lógica
irrebatible, y con la fuerza dialéctica que caracteri­
za el discurso ardiente de T er tu lia n o ,
Hemos ya señalado el influjo estoico que se re ­
vela en la labor teológica tcrtu lianea (v. n. 252 y
sigs.); el cual se manifiesta por modo especial en la
forma constructiva de la idea de la Divinidad. Las
dos corrientes filosóficas más significadas, la del es­
toicismo y la neoplatómca-filoüiauu que T ertüliako
pudo apreciar, representaban en diversas formas
una especie de henoteísm o, una m últiple m anifesta­
-2 8 3 —
ción. concreta de lo divino, bajo un tipo universal y
único de la Divinidad. Y T e r t u l i a n o aprovechando
hábilm ente ambos extrem os según la concepción es­
toica (1), el de las manifestaciones de lo divino ea
las cosas, y el de la Divinidad como algo de su p re­
ma y necesaria universalidad, los trausform a en
conceptos cristiauos.
Así la naturaleza aparece como un reflejo de la
Divinidad, que ella proclama, pero sin participar de
la misma; y la Divinidad se encuentra en contacto
con la naturaleza, pero no como algo abstracto di­
fundido o participado en ella, sino en cuanto Ser
primero en sí y por sí subsistente que conserva el
mundo y ejerce su causalidad sobre él.
La idea de la Divinidad es eu T e r tu lia n o , como
en S. I r en eo , la del pensamiento cristiano despoja­
do de las especulaciones alejandrinas, y elaborado
m ás según proceso dialéctico, qne con carácter me­
tafísico.
2 94. Tres cosas se hacen notar sin embargo en
la teoría tertulianea. El concepto de la esencia divina,
el de la omnipotencia; y el de la corporeidad de

( i) L a D ivinidad, neoplatnnica eti su ultratr& sceudencia, y


sus m&nifestacionon p a r tic ip a d a s eu los in term e d ia rio s, no
ora a p ta p a ra la adaptación J e T e r t u l i a n o alejado de esa filoso-
fla; y por o tra p a rte hallábase ta l doctrina en m anos del g n o s­
ticismo. L a D io inidad estoica como entidad en sí, v iv ien te j
o perativa a través de la n a tu ra le z a , o frecía o tra s v e n ta ja s al
objeto; a p a rte de que en el estoicismo se había form ado T e r tu ­
l i a n o . Recordnrom os el concepto d e e»a Divinidad de los estoico*

según lo tra e L a h u c i o : St|[h.oupyóv (el/ou) itijv SXtav kocI áoTtep


J t a - é p i í j k í v h o v x o l v ú Sj x s n a i t o fié p o j « ¡h o o t ó S it jx o v íiá i i t i v -
iwv, « , x. X, (D. L a e rt, I , 7).
— 284 -
Dios a que atrás hemos aludido. En cuauto a la d i­
vina esencia es T e r t u l ia n o el primero entro los teó­
logos latinos que señala la a seid a d como centro de
los demás atrib u to s (la doctrina de la aseidad esencia
data, como sabemos, de la escuela jndaico-alejandri-
na); y el primero en absoluto que distingue entre
atrib u to s in se existentes en Dios, y atributos rela­
tivos, que provienen de la creación de las cosas.
Por lo que hace a la potencia de Dios, T e r t u l ia ­
n o , siguiendo y aun acentuando el criterio de S. I r e ­

n e o , constituye la divina voluntad en árbitro de lo

posible e imposible: Den n ih il im p a ssib ile est n isi


quod v u tl. Y lo que es más, aplica esta misma doc­
trina a Ja Triuidad, cual si fueso Dios libre eu cons­
titu irla ( 1 ) . T e r t u l ia n o parte siempre de que Dios
puede hacer lo que quiere, pero eu cuanto su volun­
tad es ordenada y legítim a en querer. Mas, si uo
existe posible ni imposible con anterioridad lógica
al querer divino, ¿cómo puede ex istir norma segün
la cual aquella voluntad se diga legítim a y orde­
nada?
295. En cuanto a ¡a constitución del Ser divino,
T ertu lia n o aparece influido p o r la doctrina estoica,
como sabemos; según ello la Divinidad no es ajena a

(1) Así A d v ersa s P r a x ., 10: «üei euim (viene hablando


de la T rinidad) posse, velte e s t, e t non pose, nolis; quod aatem
v o lait, et po tu ít ec oatendit. E ig o quia si? v o lu it ssinetipsuni
sibi filium faceré, potuít; et quia si p o tu ít, fecit, tnne probabis
illum e t potnisse e t voíuisse si probaveris illum faciese*. L a
afirmación es teológicam ente inexacta, aunque algunos tra te n
de explicarla: (v. g r . A d . D 'A lé s .L a théoloa. de J e r tu -
Uion, III),
— 285 -
na elemento corpóreo, como uinguua de las c ria tu ­
ras, sean ángeles o almas humanas. De ahí las dos
afirmaciones antropomórJicas: D eus Corpus e&t; Deus
passib ilis esl, de U n difícil interpretación ortodoxa,
como notaba ya S. A g u s t ín . Según ésto ¡De h<eres.,
86) la expresión c o rp a s ha de entenderse en sentido
de r e a lid a d , de su b sta n cia ; interpretación que hubo
de privar en tre los teólogos ( I ) . Si bien más tard e
alterna con o tra propuesta por P e t a v io , según la
cual dicho vocablo tiene sólo un sentido analógico,
semejaute al que tienen las pasiones (ira, odio, am or,
etc.) cuando se enuncian de Dios, y cuando se dicen
de las criatu ras.
Pero T ertu lia no que tanto acentúa en Dios la
expresión de las pasioues aludidas como las de su
corporeidad, hace aplicación explícita de ésta a las
substancias espirituales distinguiendo entre espíri­
tu y m a te ria en ellas; y por consiguiente anula el
sentido metafísico de cuerpo en cuaDto r e a lid a d o
su bstan cia, no meuos que la interpretación analógica
que se le atribuye. El mismo S u m m u m m a g n u m de
la argumentación de T ertuliano sobre la unidad de
Dios, es interpretado por algunos en sentido del «tm -
nrara estoico, salvo su distancia del panteísmo (2).

(1) En igual sentido, L e Nodkky, D in . in Apologeticam,


c. 8; J . Pam hhus, P aradoxa Tarlutiiani, y aun S c h w a h í,
D ogmenggsck., I, etc. Eu cuanto ti la intei prefación de P k ta -
vio (I. I I, c. I) el mismo declara qne uo obstan te eso, et len g u aje
de T e rtu lia n o deja que desear.
(2) V. Q. S ch blow sky, D er A p o lo j. in scinem Verh&lt-
niss su d. g r .-r ó m . P h il., a t r í s cit. Es esto sin em bargo e x ­
trem ado eu la apreciación del p e u s ir de T ertuliano .
— 286 —
P o r lo demás esa reminiscencia estoica, común a
otros teólogos antiguos, se encuentra antes en San
I r e n e o que atribuye al alma un elemento de corpo­
reidad (4). Más tard e esa doctrina ju n tase al neo­
platonismo &rábi£o y luego al cristiano influyendo
en los escolásticos (v. a trá s, t . I II , c. 4).
296. Hemos notado ya ( 7 . n. 257) que a pesar
del espiritu filosófico (menos raetaffsíco que dialécti­
co) mantenido en los escritos de T e r t u l ia n o , el pen­
sam iento teológico de los latinos no se inspira en la
filosofía helénica h asta S. A g u s t ín . Y en efecto, la
idea, de la Divinidad en el O cla viu s de M in u c io F é ­
l i x de manifiesta conexión con el pensamiento de

T e r t u l ia n o , aun siendo filosófica, como en el A d v e r ­


s a s gentes de A b n o b i o , y en las D ivines In slilu lio -
nes de L a c t a n c io , no representa nada de las altas
especulaciones alejandrinas, que A b n o b io y L a c t a n -
c io repelen. Su doctrina es la que pudiéramos decir

filosofía del buen sentido, según las enseñanzas


ortodoxas, salvo algún desvio en A s n o b io (sobre
todo respecto al origen del mal), y en L a c t a n c io
(referente a que Dios tiene form a y figura!. El
De ir a D ei va todo a dem ostrar que no es monos
verdadera en Dios la ira contra los malos, que su
amor hacia los justos.

(4) Cf. K lbbba, D ie A n th ro p o l. des hl. Iren a cn s. A lgu­


nos con S tie r (D ie Gaótcs und L o g o s-L ch re T eriu llia n s,
c it.) ju zg a n esa te o ría de corporeidad proveniente en T e rtíilta -
no de influencias judaicas, sin n egar sin em bargo todo contacto
con el estoicism o. No hrty nada quo seriam en te jastifiq ae ese
c riterio; ni ea el judaism o antiguo se encuentran tale s corrien­
te s m a te ria lista s. Confírm alo tam bién D ’A lé s, T heol. de
T ert., 1. c it.
— 28? —
297. Uua singularidad digna de notarse aparece
sin embargo c u L a c ta n c io respectoalaesenciadeD ios.
Absobio, su mas tro, define la a se id a d por la fór­
mula uegativa del ser in g en ü u s (la a g c n e sia de los
griegos); mas L actancio entiende la esencia divina
de una manera p o s itiv a , esto es, no sólo como re a ­
lidad sin principio (caren s o rig in e /, y que conviene
tam bién a los atrib u to s, sino como fuente del se r, del
que es por propia virtud (ex se ipso est/, señalando
así la base de la determinación m etafísica de la
esencia. P uesto en este camino, L a c ta n c io avanza
más; y llevado del concepto de naturaleza-esencia
como priucipio activo, sobre todo a lo estoico y neo-
platónico, nos ofrece a q u é lla , a modo de actividad
productora de Dios, como uua antogénesis de Dios
mismo (aiVcoYsv-íjg, ai-coífuég de los griegos). La doctri­
na modernamente sostenida aun en la esfera teoló­
gica como lo hace S c b e i l bajo el influjo kantiano, de
que Dios es cau sa su i, tiene sus precedentes no sólo
en la filosofía griega, sino en tre los teólogos la ti­
nos, en L a c t a n c i o , según el cual Dios se creó a sí
mismo desde la eternidad: «V ern m quia fieri non po-
test, quín id quod sib aliquando esse coeperit, couse-
quens est, u t quando nihil ante ¡llura fu it, ip se a n te
om nia et ex seipso s it p ro c ré a la s» . (Tnst., 1. I, c.
7). En este mismo sentido reproduce la frase estoica
de S énec a : Deus ipse se fácil. LACTAiício'completa su
doctrina con una tesis que si uo es ¡lógica supuesta
la precedente, m uestra lo absurdo de ambas; y es,
que Dios cansado por sí mismo, tiene el ser que ha
querido tener: «E x seipso est, ul in p rim o d ix im u s
libro; et ideo la lis , qualem se esse v o lu it ». ( I n s t.,
— 288 -
]. II, c. 9). Tales enseñanzas de una causalidad antos
de ex istir, y de un querer libre autes de tener volun­
tad ni libertad, aplicadas Además al Ser necesario,
son un conjunto de contradicciones; y de especial in ­
congruencia en L a c t a n c i o , que m ientras de una p a r­
te se m uestra adversario de las especulaciones helé­
nicas, acaba por aceptar, disgregadas de sistem a,
las que menos son capaces de su bsistir. Por eso no
es de ex trañ ar que dichos conceptos no fuesen recibi­
dos, y S. A g u s t í n como S. J e r ó n i m o los rechacen.
«U tínam , exclama éste refiriéndose a la escasa exac­
titu d dogmática de L a c t a n c i o , tata nostra affirmare
potuisset, quam facile aliena d estruxit!». E p ., 68;
10) ( 1).

XX

298. El desvio de las ideas filosóficas antiguas


no representa un éxito en la fase a que acabamos de
referirnos; ya que al ser abandonados los antiguos
principios na aparecen sustituidos por otros mejo­
res. P or el contrario la teología griega postniccna,
tra ta de m antener las normas generales del procedi­
miento alejandrino, pero moderando la concepción
filosófica antigua, y modelando a la vez más cuida-

(1) No m entam os a S. C if k u n o , porque, s a lro algunos con­


cep to s de su Quod idota non s in t d ii, apenas se ocupa de la
d o c trin a especulativa acerca d e Dios; y aun lo que expone se
reduce a to mismo qu e enseña M inücio F é l ix y T k r tu ú a n o . En
especial h ace re s a lta r los a trib u to s m orales de D io s, en couFor-
midftd con el ca rá c te r práctico de sus escritos.
— 289 -
dogamente la expresión del contenido dogmático. És
éste el período que hemos dicho de te m ía .
299. L a s dos m od alid ad es filosóficas m ás s a lie n ­
te s de la idea d e D io s quo ahora s e nos ofrecen son la
de la te o lo g ía alejan d rin a, r e p r ese n ta d a en p rim er
térm in o p o r S . A takasio (con é l s e a g ru p a n D ídimo
el cieg o , S. Cirilo , E dse b io , e t c .) , y la de la te o lo g ía
d e lo s ca p a d o cios (1 ) .
Las líneas fundam entales de la outología e ideo­
logía de ambas escuelas que son las del neoplatonis­
mo cristianizado, les perm iten reproducir aquella
interpretación d é la naturaleza y de la Divinidad,
según el proceso cíclico de la verdad y del bien que
integran el concepto y la realidad del ser, en el pen­
samiento neoplatónico.
La doctrina de la Divinidad se desarrolla en fun­
ción del triple concepto: de la trascendencia o n lo ló -
ijica y lógica; de la in m a n e n c ia , y del dinamismo
de las p a rtic ip a c io n e s.
Por la transcendencia ontológica. Dios está fuera
del concepto humano de los seres, aunque no en el
orden de las abstracciones al modo neoplatónico. De

(1) En cuanto a la escuela antioqueua (el C nistm ouo, Dio-


doko de T a b s o , T e o d o r e t o , etc.) ir:A9 señalada en exégesis, y «o
los problem as cristológieos, no ofrece especial ca rá c te r ea las
investigaciones especulativas aceirri de la D ivinidad, según n o ­
tam os a t r i s (n. 258). R epresentan e n tre los g rieg o s una a ctitu d
análoga & la de T e r tc lia n u , A kmobio y L a c t a n c io e n tre los la ti­
nos, Los a tributos que más hacen re s a lta r son los de carftcter
moral, y los relativos a las c ria tu ra s , de conform idad coa las
dos form as de prueba de la divina existencia; la e s c ritu ra ria , j la
cosmológica, o derivada del orden y harm onía en el u n iv erso ,
- 290 —
suerte que si el ente ontológico puede ser vehículo
(aun a lo platónico) para llegar.a Dios, eu modo a l­
guno se ha do identificar con éste, o sea con el ente
teológico. La forma de esa trascendencia, y aq u e
no definida do un modo positivo, resulta asi determ i­
nada negativam ente y p e r v ia m exclu sio n is. L a na­
turaleza divina es, pues, sobresu bstan ciai ((mepoúaiog,
8eii£, dice S . C ir ilo ) , y de una mauera análoga
S . A t a n a s io (í 6iteps«siva naorjc oúoias), etc. P or la mis­
ma razÓD, y a base de la trascendencia ontológi-
ca, origínase la trascendencia lógica, por la cual la
Divinidad está fuera de toda categoría de conceptos
humanos; y en primer ténniuo, de todos los p r e d i­
cados y las formas de c a n tid a d y c a lid a d que Ies
sirven de base, segúu alejandrinos y capadocios re i­
teradam ente lo sostienen. De todo eso deriva la po­
sibilidad de señalar en Dios sus propiedades para
fijar su concepto, como en ambas escuelas se recouo-
ce: l . D La inm aterialidad e incorporeidad divinas
(fiuxoe w i áow^atoe, como escribe S . A t a n .) ; y aun en
forma platonizante, su h y p e rin co rp o reid a d (&nepaut&-
dice D ídim o). 2 .° La exclusión de todo acciden
te que sobrevenga al divino ser (<¡>s iv 1 % oüoí^ ouh-
6eS7]x¿{). 3 .° L a posesión plena de todas las perfeccio­
nes (nx^pije nal xéAítoí). 4 .° La incomprehensibilidad
del Dios, consiguiente a su doble trascendencia
señalada, y a su plenitud de perfección, que h a ­
cen esté la naturaleza divina por encima de todo e n ­
tender (yoü yátp éítéxsiva <i*vt6c i¡ 0eou (fúaij). B.° La infi­
nidad en la potencia (omnipotente); y en la dura­
ción (eterno), que igualm ente se enuncia de la esen­
cia divina y eu orden a todas sus perfecciones.
- 291 —
300. L a idea de la trascendencia divina a s í mo­
derada, aunque se refleje en los atrib u to s de Dios,
mantiene en equilibrio la condición imprescindible de
realidad concreta predicable de la Divinidad. Y ello
hace a la vez quo esa fornm de trascendencia sea com­
patible coa la ley de in m a n e n c ia realizada por el di­
vino Ser, cou su presencialidad necesaria a los entes
creados. Porque desde el momento en que se que­
branta el priacipio neoplatónico referente a la nega­
ción de las propiedades divinas, y so hace por el
contrario de ellas elemento de perfección, la Divini­
dad se concreta, y la obra creadora lejos de oponerse
a su ser, hállase eu piona conformidad con él, como
expresión de sus atrib u to s (en primer término de la
omnipotencia, y sabiduría; y en especial de la bon­
d a d , de la teoria alejandrina). La inmanencia, pues,
en las cosas, es una resu ltan te de la plenitud de
perfecciones, según las escuelas de que tratam os,
que se traducen en la realidad del ser, presente a llf
donde puede o b ra r; o lo que es igual, presente a to -
do lo creado y posible, sin lim ites, que equivale a ia
in m en sidad en su valor absoluto; como en el relativo
es su omnipresencia. Dios se halla asi preseute a todo
en virtud de la in m a n e n :ia (paralela a la tra sc e n ­
den cia], m ientras como trascendente habita m ás allá
de todas las cosas; ££<■>Bi küv tmívtmv ftáXiv 4<rci n<izk tT)V
« í a v cpúaw, dice S. A t a n . (De Decr. Nic. Syn. n. 11).
E s decir, que sim ultáneam ente se halla dentro y so ­
bre ellas, según resume la fórmula de S. A t a n . , otro
alejandrino, S. C irilo : é5u> te itávxaivxai ev naatv iar.v
(In Joan. XV II, 13).
L a formación, pues, de la representación ideal
— 292 —
teológica de Dios ea la escuela alejandrina y de los
capadocios. realízase sobre los principios filosóficos
de la trascendencia e inmanencia, en correlación. De
suerte que los divinos atributos absolutos responden
al concepto trasceudente, m ieutras los relativos al in ­
manente; pero por lo mismo que el aspecto inmanente
de Dios no es sino una a manera de proyección del as­
pecto trascendente en el cual se funda, de igual modo
los atributos relativos no existen sino como deriva­
ciones o aplicaciones de los absolutos en que s b apo­
yan, segiln en efecto vino después a establecerse de
modo más explícito, con mejor sentido filosófico.

301. El tercer punto en el problema de la D ivi­


nidad hemos dicho lo constituye el dinamismo de las
p a r tic ip a c io n e s ; sobre el cual reposa k idea de la
creación, como resu ltan te de dicho dinamismo, in te r­
medio entre la trascendencia e inmanencia divina.
También en esto se hallan conformes las escuelas men­
cionadas, bajo el predominio del pensamiento neopla-
tónico del B ien com unicable. La razón de bondad es
1» determ inante de las pa rticip a cio n es, de las cuales
es la primera y fundam ental la creación. De todos
los nombres aplicables a Dios, dice S . C ir i l o , ningu­
no que ie convenga como los de Uno y de Bien |i¿x-
Xov f¡|v xoS ív¿{, x*¡.-ct|v ToíYa®°“). Uno, en cuanto es sim-
plicísimo y entidad que se basta a sí misma; B ien ,
en cuanto es fuente de los seres, y difusivo por na­
turaleza. E sta fórmula de S. C ir il o (Contr. Ju l., 1.1,
n. 5 4 ) es reproducción cristianizada de P o r f ir io ; co­
mún a S . A t a n a s io y a D íd im o ; como a S. B a s il io y
al N iz e n o .
— 293 —
Mas la obra productora no es al modo neopJató-
níco resu ltan te necesaria del Bien sumo; sino acción
creadora,, bien que entendida, a modo de fuerza e x ­
pansiva de la B o n d a d , siu quebranto de la divina li­
bertad. Ed eso unos y otros se separan del neopla­
tonismo, y de la, tesis de O r í g e n e s , si se exceptúa
tal vez a D íd i h o , un tan to oscilante hacia la doctri­
na de O r í g e n e s , de quien era ferviente admirador (1).
Dios existe y tieue la plenitud del ser 110 por propia
voluntad (oün ¿x ^uAijoeidc), ni tampoco contra su q u e­
rer, o forzosamente (áváyvij), sino por condición de su
naturaleza (?úae:). Mas los otros seres no existen por
naturaleza, sino por voluntad de Dios, según la me­
dida del bien que les comunica.
302. La diferencia más acentuada entre la es­
cuela alejandrina y la de los capadocios hállase en la
mayor determinación de la doctrina de los segundos
sobre cl valor de nuestras ideas acerca de la D ivini­
dad; si bien es verdad que en S. C ir il o se encuentra
iniciada l;i conveniente distinción entre nombres p o n ­
imos, que expresan algo positivam ente en Dios, y
nombres n egativo s, que indican lo que Dios no es.
Eu unos y otros aparece el intento de hacer valer
la distinción en tre lo incom prensible y lo in co g n o s­
cible, de suerte que a pesar de la incomprensibilidad

(1) Esto decimos, caso de s e r de D íd im o , como a lg u n o s j u z ­


A deersuz A r iu n i ei Sabclliuni, q u e a p a re c e
g a n , el t r a t a d o
e n tre la s o b ra s del N isem o. En s u t r a t a d o De T r in ita te afirm a
sin d u d a q u e en Dios p ensar es obrar (I. I, c. 8) a l m odo c r i-
g e n is ta ; irías en o tro s lu g a r e s so s tie n e q u e la s c r i a t u r a s tienen
p rin cip io e n s u e x is te n c ia (v. g r . 1. I I , c. 6 ), q u e es lo c o n tri-
rio de l a afirm a c ió n d e O ríg e n e s ,
- 294 —
que exige la trascendencia de Dios, se deje a salvo
un inadecuado conocimiento del mismo. En unos y
otros se eucuentra la doble forma de conocer lo divi­
no; la e x te rn a , proveniente de las percepciones sen­
sibles, y la in tern a que p arte de la aspiración de la
naturaleza y de la visión de la idea, unas veces con
carácter m ístico, otras psicológico (1).
Pero los alejandrinos tienden en general, a acen­
tu ar el conocimiento neg a tivo de Dios, que es ua
m ín im u m en el conocer, y que responde al grado d a
trascendencia platonizante de la escuela. De esa ma­
nera sólo se alcanza como una som bra de semejanza
d é l o que es Dios en Erase de D íd im o : ¡n»?* h ; *»■£
oxux í(ioití)aeu); o[ov£tiuc{ (De T rin ., I. I, C. 15).
La escuela de los capadocios sistem atiza mejor
las dos formas n e g a tiv a y p o s itiv a de conocer, por

(1) En S. Gre. N a c u n z p .k o se acentúa la ídoa de Dios como


d e riv ada especialm ente del mu rulo externa, m ientras en S, B a ­
s i li o , y singularm ente an S. Gu. e e N isa la iilea. de la Divinidad
m ás cum plida pronono del mundo in tern o . E l alrua im agen
de D ios, conocida por refloxián, y lim pia y pu ra hace v e a ­
m o s en ella la Divinidad, segnu el N isen o : ¿v xip ¡9!qi ttá -
XXsi tt¡{ S'síag íf'joiui; xa9 ap% xi]v eiv.í'/a. (Da b e s tit., O ra t.
VI); como según S. B a s i l io , igualm ente S. A ta k a s io , pero
ni unos ni otros explican la m anera de ese conocer por in ­
tuición, el cual no ea en realid ad sino una adaptación neop!at<5
nica, d esgajada de sil sistem a de visión on los tipos ideales, e
incapaz por le tan to de ser filosofhomente explicada por las que
no los Admiten de igual m anera. Mas aso mismo haca ver,
a p a rte de o tra s m uchas p ru eb a ;, que no se tra ta de nn ascenso
intuicionista en el conocimiento de Dios, aunque o tra cosa hayan
a lg u n o s afirmado (entre ellos, M e v e r , Dic G-oileslchre dea G r.
e. N y s s a , que adem ás extrem a e l sujetivism o de éste: on cou-
t r * D d s k a b f, D ie G otteslehre, d. h l. G r. c. N y s ta ; etc.J.
— 29ñ —
lo menos en cuanto al valor representativo de los
conceptos; ya quo un conocimiento adecuado de las
cosas, aun de las finitas, no lo adm ite la escuela de
que tratam os. (Véase lo dicho eu el t, IV , c. 28, cou
referencia especial a S. G reg. de N iza ; y en este t .
n. 265).
303. En otro punto se señala la orientación filo­
sófica de los capadocios menos ab stracta en orden a
Dios que la d é lo s alejandrinos. Los capadocios en
efecto ftl form ular la trascendencia de la Divinidad,
la establecen directam ente sobre el valor ontológico
de lo infinito, concebido uo a la manera de Or í &enes,
sino eu seutido de la plenitud del ser y perfección.
Por consiguiente la esencia infinita equivale en ellos
a la plenitud del ser, a la iuversa de la abstracción
pura que significa en el neoplatonismo. Y la trascen­
dencia divina por lo tau to es más compatible con la
representación concreta d élo s atrib u to s, que uo la
de la escuda alejandrina. Por eso mismo la Divinidad
ha de representarse no simplemente como razón de
las existencias, de la vida, del poder, etc., sin quo
nada de esto se le pueda ¡irtibuir cou propiedad; sino
que por elco u trario la Divinidad en sí ha de conce­
birse como esencialm ente p o d e ro sa , esencialm ente
sabia, (aüi;o3i3va|iiír aS-coaotfla), etc.
La evolución del pensamiento alejandrino en el
sentido que acabamos de señalar eu la escuela de los
capadocios, débese en prim er término al encueutro
con la teoría, de los eunom ianos, neoplatonizantes a
su vez, que utilizaban esa filosofía en servicio do la
heterodoxia.
304. La tesis de E unomio desde ei puuto de vis­
— 296 —
ta psicológico aparece apoyada sobre las dos varian­
tes cognoscitivas que se hablan formado sobre el sis­
tema neoplatónico, y que eran utilizadas por los teó ­
logos: una, la percepción m ediante la idea pura, por
la cual llegamos a la esencia del ser divinp; y otra la
percepción m ediaute las obras, en erg ía s o efectas. por
la cual no conocemos, sino que más bien desfigura­
mos la realidad de Dios. E l primero de estos proce­
sos cognoscitivos supone como térm ino la noción de
Dios D eoplatónica, a manera de un punto indefinible
puesto fuera del tiempo, del espacio y del ser m is­
mo. E l segundo por el contrario supone el concepto
de Dios cou la representación de sus atributos, se­
gún la manera de percibir las cosas exteriores, y de
su exterior modo de ser descritas (1).

(1) E stas dos formns de conocer responden ni sistem a neo-


platónico en su interpretación corriente en la teología a n tig u a.
Y ambos han de tenerse en n ic n ta pal a no e rr a r sobie la íudole
de la doctrina eunoruíanu. Algunos (entre ellos T e b n e m a n k ,
G esch. d. P h il, V III). creyeron deiivnda est» doctrina del
a risto telisrno, fijándose p a ra afirm arlo en ln segunda lo n n a cog
noscitivft señalada, o percepción a p o slerio ri; y a ello dieron
lu g ar algunas afirmaciones p a trística s. O tros fijándose en el co­
nocer in tu ic io n ista , dicen procedcutB el e rro r eunomiano de
la confusión de Dios, ente prim ero, con el ser universal
a b stracto de los neoplatónicos. «U ltim a rad ix , e rro ris Eunora.
in co c ra t, dice F r a n z e l ín , quod Deum p u ta re n t iludí oiso
u niversale et abstrftcturn, quod primun a nobis concipitur...»
(D e Deo uno, th . X). D octrina que otros impugnan fundados
en que los eunomianos reconocían en Dios los a trib u to s que la
E sc ritu ra le a sig n a, tomo enuncablea del Set infinito (v. gr.
P ic c ib b l l i ; De Deo uno, etc.). M ientras no faltan quienes co
mo el ilu stre teólogo V . íz q d e z (Disp 37, c. 2) dan por in-
ersib le que E d n o m io haya sostenido la comprensión h u m ana de la
— 297 —
305. Según esto., por la primera de estas formas
de conocer se alcanza la percepción de Dios (a lo neo-
platónico, en la intuición de la idea). Mediante la se­
gunda nos representam os a Dios de una m anera im­
propia, que nos aleja do su verdadero concepto. So-

Divinidad; y otros ju zg a n con SuAsez (1. II, c. 8) que no bu h a ­


blado de la comprensión por las fuerzas tintú rales, sino m ediante
la revelación. Todo esto, y otras desviaciones, son completam en­
te insostenibles. Gil ninguna p arte da Eunowio preferencia' filosó­
fica a A ristó tcf.as; y no sólo sn teorfa es la neoplatonizante de su
tiem po, sino que m uchas de sus aserciones contradicen las del
E s ta g iu ita . No es verdad tampoco que los eunomianos hayan
identificado el se r de la Divinidad con la idea de ser abstracta,
según d k o F ra n z e lin , etc.; pero es fulso tam bién que conserva­
sen el concepto común de D ios, y no adm itiesen una idea espo-
cin.1 del ser divino reflejo de la idea a b s tra c ta da ser al modo
neoplatónico. T ales falsas interpretaciones proceden de una tnny
incom pleta noción del sistem a filosófico eunomiano.
P a r a j u z g a r d e b id a m e n te ln d o c tr in a e u n o m ia n a y la te o ló g i­
ca d e los im p u g n a d o re s d e E onom io, os n e c e s a rio te n e r en c u e n ta
J a s d o s Cuente* d e co nocer q u e s f fin laníos n rr ib n , y s u v a lo r en
d ic h a e s c n e la . N o sin ra z ó n a d v ie r te KifTEB q u e la s m ism a s r e ­
fe re n c ia s p a t r í s t i c a s no son s ie m p re s e g u r a s , a u D q u e esto es sólo
d e b id o a q u e no se propD iion e s t u d i a r cl co n jtiu lo dol s is te m a .
P o r lo q n e h a c e a la s d o s fo rm a s d e c o n o c im ie n to , uno esencial
(el d e la idea), y o íro no pseneinl (e x te rn o y p o r los e f e c to s ), a
qne a r r i b a a lu d im o s , s o n d a r a s , e n tr e o t r a s , e s ta s p a la b r a s de
Eunom io; i u o tv fdp í)¡ilv xsxjj.í¡|iév(r>v 69(8v irpóg ttjv x ñ v £>¡to'j-
]¿évo>v gupe-j-.y, |u á { jiév, y.afr’ í^v x á{ oOoia{ a 'jx á c im sx o ic ó ó n e -
v s i v.a0ap<¡J i:s p i aúxóív Xó'/if tijv ¿ x á a io u ittt.oijp£0a vcpíaiv,
Beoxépa; Sé xf¡{ Siá xú>v Í'jiípyshüv á£sxá<jsu>s, V¡v ¿y. xwv 8r]|.it£i>p-
Yijuáwflv x a : xflv á-F.ote/'.eaiiáxujv aiaapivoiiev. Apolng., 20.
V. Además del 'AicoXoyigTixós (U. g r. t . XX X, con las obras de
S. B asilio), los trozos doctrinales do Eunomio ( R e t t b e r g e r , M ar-
¿elliana). Asimismo K losb, GcscA■u. Lchrc d a Eunomius',
y D ibeakp, Die Goltes-Lehrc des hl. G r. e. N ., cit.
- 298 —
tire tal impropia representación y completándola se­
gún Euhomio, se origina el sistem a de diíím ctones
de r a tó n , aplicadas n Dios, -m X inivoiav.
A esa doble categoría de conocimiento de la D i­
vinidad, responde o tra doble categoría de denomina­
ciones, o nombres d im o s . La primera categoría es
de nombres esenciales. Reproduciendo la doctrina
judaico-filoniaiia de que los nombres expresan las
esencias de las cosas, concluían: 1.° que los nom­
bres fueron impuestos por Dios a las cosas, segúu su
naturaleza; 2.° quo la denominación propia de Dios,
el ser in g én ito , respondía a su esencia y la
significaba. Porque Dios con anterioridad a todo con­
cepto humano es ingénito; y la razón natural (xata
<j>i>oiv.Y¡v ivvoiav) y la tradición p atrística (t<8v natépuw #■.-
8o<ní«X!av) enseñan que Dios ni se ha hecho a s í m is­
mo, ni fué hecho por otro: (i í / t s i t a p ' é a m o ü , ( i i j x s rc a p "
¿xépou

La segunda categoría es de denominaciones con­


vencionales, que responden a nuestras distinciones
de razón, y no expresan el ser de la cosa en sí, sino el
que nosotros le atribuim os. Respecto do Dios son
ostas las que se dicen figuradas y simbólicas con que
nos lo representam os.
306. Sobre esta base establecían: 1.° Que el
esencial de Dios es el de in gén ito; como es esencial
nombre del Verbo el ser en g en d ra d o . P or consiguien­
te Dios y el Verbo se distinguen esencialmente. 2.°
Que entre conocer a Dios por la representación id ea l,
y verbal correspondiente según su esencia, y no co­
nocer sino la representación figurada y sin valor real
que sujetivam ente formamos, no se da medio: o in­
— 299 —
comprensibilidad absoluta, o to tal comprensión; %
í\r,nxof eívm, f¡ xeXsa>s es la alternativa propues­
ta por los eunomiauos.
A través (le los múltiples y notorios sofismas del
proceder eunomiano, descúbrese un problema de alta
significación teológica, debatido más tard e amplia­
mente por la filosofía y teología arábigas, y luego en
los sistem as de la escolástica. Los dos extrem os el
del in lu ieion ism o y el del agnosticism o (en forma
nominalista) encuéntrense reunidos en la tesis euno-
miana, como acabamos de ver, y entre esos ex tre­
mos los Padres capadocios tratan a su modo de fijar
un justo modio, en cuanto los es dable alcanzarlo.
Admiten ciertam ente el doble modo de conocer
in tern o y externo, segiiii queda dicho; mas eu nin­
guna de esas formas reeouocen medio suficiente para
la com prensión de Dios. Lo mismo S. B asilio que el
Nacianzenq y el Niseno formulan como tesis común
que lo incom prensible no es incognoscible; y ya h e ­
mos visto (t. IV , c. ‘2) como S. G regorio de N isa
acentúa y señala este punto aun respecto de las co­
sas finitas. No conocer, pues la esencia, no es desco­
nocer del todo la cosa; pues podemos conocerla bajo
un respecto a pesar de ignorarla bajo otros: a u « ¡xév
olía, k«x’ sxa.0 5¿ if'/Qui, dice S .B asiu o . Acaso, escribe
el mismo, poiíemos decir que el cielo es invisible,
porque nu estra vísta no lo alcanza totalm eute? ¿No
decimos, a la inversa, que el cielo es visible por lo
que nosotros vemos de él? Pues lo mismo acontece
con nuestro conocimiento de Dios: oükd 3t¡ nspi eaoo,
(Ep. 233, u . 2).
307. E l conocimiento por tanto ofrece grados
— 30Ó —
múltiples; y según las modalidades de nuestra peí-
cepción señalamos las propiedades percibidas ea las
cosas. En tal sentido nos habla la E scritura de m últi­
ples propiedades diviuas. Los nom bres con que la E s ­
critu ra designa a Dios, no responden a la esencia d i­
vina como ta l, sino que expresan las ideas que según
el humano conocer nos formamos de la Divinidad.
Ni el lenguaje es otra cosa que un instrum ento hu­
mano ordenado a significar las cosas segúu la forma
de las ideas a que se refiere. Do estos nombres unos
son p o sitiv o s y expresan algo de lo que es Dios;
otros son n egativo s y dicen lo que Dios 110 es. (S. B a ­
silio A d v . E unom ., 1. I , 1 0 ). E xisten además deno­
minaciones de carácter absoluto y de carácter r e la ti­
vo', las prim eras se refieren a la cosa en sí; í«utí
7ipocp«póji£va; y las segundas que señalan propiedades
en relación con otras cosas; np¿« g-cspa
Ni el nombre de ingénito ni el de génito expre­
san la esencia divina, ni son absolutos, sino r e la ti­
v o s ; y en consecuencia no prueban ni significan nada
de diferencia esencial en las Personas divinas, como
tampoco expresan propiedades presupuestas a la pa­
ternidad y filiación, (Cf. S.B asil . 1. c it.; elNACiAtfz.,
O rat. 29, n. 10; y el N iseno , C ontra E u n om ., 1. I I ,
20, entre otros lugares).
308. Puede decirse que con la doctrina de la es­
cuela de los capadocios se formula la teoría de las d is­
tin cion es r e a l, v ir tu a l y de r a ió n p u r a , que más
tarde utiliza la escolástica sin añadir nada substancial
en la m ateria. Así mismo la teoría del conocimiento
analógico de Dios aparece erigiéndose eu sistem a, si
bien quedan oscilando los elementos filosóficos de
— aoi —
aquél, harto deficientes auu más tarde ea sus pro-
pugo adores.
Finalm ente la teoría de la co m p ren sib ilid a d vie­
ne delineada tal como so ha sostenido hasta la época
del escolasticismo, en sentido platónico, o sea to ­
mando la norma para la in c o m p re n sib ilid a d de la
desproporción rep re se n ta tiva de la idea. Mientras eu
épocas posteriores se vino a, tomar dicha norma de la
desproporción e n lila liv a entre el que conoce y la co­
sa no comprensible, según veremos en otro lugar
Asf, pues, como la controversia arriana hace fi­
jar la Mitología ortodoxa en ordeu a la Divinidad, de
igual modo la modalidad eunomiana de dicha contro­
versia, determ ina las normas de la psicología y en
especial del problema gno seológico humano respecta*
de Dios, moderando los principios neoplatónicos qim
son característicos de la filosofía teológica griega
la escuela que nos ocupa, al igual de la alejandrinas

309 . Los principios filosóficos que hallamos pre­


sidiendo al proceso constructivo del concepto de la
Divinidad en las escuelas griegas mencionadas, pasa
al mundo latino por los mismos vehículos y de modo
análogo a como hemos visto evolucionar entre los la­
tinos las leyes del movimiento cognoscitivo cíclico (v.
t. IV , c. 6). V ic t o r in o el africano, S. A g u s t ín , y la
versión latina del Pseudo-AREOPAfiiTA, con los Esco­
lios d e S . M á x im o , sostienen la orientación doctrinal
helénica en el modo de concebir a Dios, aunque no con
un mismo criterio, e igual preponderancia filosófica.
Constituye sin embargo como un pequeño parén­
tesis en esa elaboración del pensamiento teológico la
— 302 —
actitud doctrinal más bien tradicional y práctica que
especulativa y de principios que -representan los P a ­
dres latinos no a frica n o s, H il a r i o , A m b r o s io y J e ­
r ó n im o , que pudieran decirse de alguna manera, au n ­

que en otro am biente, continuadores del procedi­


miento de T e r t u l ia n o y L a c t a n c io . Y son de recor­
dar aquí esos grandes m aestros cristianos, no por su
influencia científica en la m ateria, ni por la novedad
de sus enseñanzas (que son las comunes entonces so­
bre Dios y sus atrib u to s), siuo porque de hecho coo­
peraron al criterio moderado de la filosofía teológica
en sus doctrinas acerca del ser de Dios.
310. El principio ontológico, en efecto, que pre­
side a la idea de la Divinidad en aquellos P adres, es
que el sc.r de Dios h a de entenderse de una manera
concreta, eu sentido de realidad plena, desviando asf
la tesis de la trascendencia aeoplatónica, y como cen­
tro efectivo de todas las perfecciones, sesrún la fór­
mula de T e r t u l ia n o y L a c t a n c io , así como de los ca­
padocios, bien que éstos proceden sobre otras bases
filosóficas. P ara los tres doctores de que tratam os la
esencia divina es como la síntesis de las perfeccionos
todas¡ a la iuversa de lo que acontece en las teorías
platonizantes; de su erte que descrita ésta, queda he­
cho el esquema del E ute prim ero, ya que los atrib u ­
tos absolutos se derivan como consecuencias nece­
sarias.
L a esencia divina el mismo Dios la ha señalado:
Ego sum q u i &um, dice S. H ilario (De T rin., I , 4);
y con ello ha designado la plenitud de su se r. «Ipse
e ü , aflade el mismo, qui quod est non aliande est-...,
suus sibi est, et ipsi sibi omnia est, etc.» (In ps. II,
- 303 -
6 ). De numera análoga piensa S. A m b r o s io , quien
encuentra como modalidad prim aria de la. eseücia d i­
vina la e te rn id a d , el ser siem p re (S. A m b r o s io des­
compone la palabra esencia, eirfx, en <«0. Y si
Dios se denominó el que es fué porque le correspon­
de el ser siempre; q u ia n ih il la m p r o p riu m Deo
quarn sem per esse. (Iti ps. 43, n. 19). De modo p a­
recido piensa S. J e r ó n im o , y de igual suerte que los
precedentes juzga que el nombre inefable de Dios se ­
gún los judíos, el que es. coustituye nombre propio
de Dios; quod p ro p rie í)ei vo ca b u lu m so n a t. ( la ps.
V III, 2). Débese notar sin embargo qne ln afirma­
ción que asf encontramos sostenida de un nom bre
pro p io de Dios, derivada de la tradición judaica so­
bre el sentido de Jahve, no es opuesta a la doctrina
•de los capadocios qne niegan pueda aplicarse deno­
minación alguna propia a Dios, como a primera vista
pudiera creerse. Porque lo que éstos desechan no es
una designación. capaz do expresar propiedades ex­
clusivas de Dios, que es lo que los primeros entien­
den por nombre pro p io de la Divinidad; sino que n ie ­
gan exista denominación alguna ad ecu a d a del Ser
divino contra lo que pretendían los eunoraianos.
Dos proposiciones formula S. J eró n im o que pudie­
ran juzgarse derivación teológica neoplatónica, aun­
que probablemente no lo sean: Una, en que afirma que
las criaturas no tieuen propiamente ser, porque eu
algún tiempo no existieron y deben cesar de ex istir.
(E pist. 15 ad Damasum. 4), m ientras Dios sólo es
verdadero ser: u n a esl D ei el so la n a tu ra quee vera
est. La otra proposición se refiere a que Dios es pre­
sentado como causa de sf mismo; el ip se su i origo
TOMO V 2Q
- 30á —
est, sitceque oau sa subslanlice (Ad E ph., III, 14).
Doctrina que hace recordar la análoga da L actancio
entre los latinos, y que si se tomase a la letra, acu­
saría influencias eu S. J erónimo que no son probables.
311. Mas la verdadera sistem atización filosófica
latina de la idea de Dios en sentido helénico aparece a
través del pensamiento de los teólogos antes raencio-
nados.En V ic t o r in o A f r i c a n o revive la teoría de P l o -
tin o no sin cierta independencia de las adaptaciones
de las escuelas teológicas g rieg as, por lo que hace
al modo de concebir el E nte primero. La Divinidad
es descrita por V ic t o r in o ¡i la m aneia hypertvascen-
dente de los alejandrinos, y mejor aun de P l o t i n o ,
pero en vez do aproxim arla a lo abstracto sin conte­
nido concreto, procura encerrar eu la abstracción la
pleuitud de las perfecciones, con lo cual invierte el
procedimiento plotiniauo. Por esa plenitud ie per­
fección a d in tv a es Dios incognoscible; q n ia ¿sin in-
í?ts sn n t, et in se conuersa su n t, omuia ipw aía, aSií-
xpiTa, in cógn ita et in d isc re ta sn n t. (A dvers. A r iu m ,
I V , 20), Por eso reconoce V íc t o r in o los atributos en
Dios, pero no como nosotros los representamos: 0»»-
nibu s m odis p e rfec tu s, in te n n in a tn s inmensus', sed
coeteris; sihi, te rm in a tu s , et raen sus. — In /in itu m ,
in te r m in a tu m ; sed a liis ó m n ibu s, non sib i. (L. IV.
cit., 24 y 19). Considerada en si misma la Divinidad
no es ni lo Uno ni la ploaitud de los seres, porque se
halla más allá de todo; s u p e r o m n ia , et id eirco nu-
llu m de óm nibus. De a llí que uo s e a ñeque un um ,
ñeque o m n ia . Mas si se considera en orden a lo finito,
entonces debe decirse, a la inversa, que es Uno y es
to d a s la s cosas (virtualm ente): in uno o m n ia , vel
- 305 —
u n u m o m n ia ; o m n iu m e u im p r in c ip iu m . (Ob. cit.
II, 22). Todo ello responde a uua ontología te o ­
lógica de doble aspecto; el aspecto helénico que
lleva la representación de la Divinidad por la vía de
abstracción sobre el tipo de la entidad m etafísica, y
cl aspecto latino que tiende a la representación de
Dios por la vía concreta, sobre el tipo de entidad f í­
sica. El primero, que aleja a Dios dol mundo, y el
segundo que le pone en contacto con él. La ulterior
elaboración y equilibrio de ambos factores, como ya
se inicia en S. A g u s t ín , dará cutre los escolásticos
la teología y filosofía de Dios; y dará además origen
a las controversias sobre m últiples puntos, cuya di­
ficultad radica eu el siucretismo latente eu la obra de
sistem atización y teoría. Ea de tener en cuenta que
V ictorino siguiendo al neoplatonismo afirma como
L actancio que Dios es cau sa su i, «Quod cum sit
(Deus) se esse eíBcit». Y como causa prim era: «Cau­
sa principalis et sibi e t aliis causa est».
312. La interpretación más adecuada del pensa-
miento filosófico-taológico que S. A g u s t ín tiende a
realizar, no obstante sus prefereucias platonizantes,
hace que a trav és de sus escritos pueda hallarse una
síntesis la más completa de la antigüedad acerca del
ser de Dios, y nuestro conocimiento del mismo. El
neoplatonismo que preside al sistem a general agus-
tiniano, y en especial a su teodicea, pueden hacer
vulnerable la base filosófica de sus especulaciones;
pero ello no obsta a que el concepto de la Divini­
dad que elabora, ofrezca elevación y contextura cien­
tífica bien proporcionada y completa.
L a idea plotiniana de la Divinidad se sostiene en
— 306 —
cuanto a su infinidad, y por lo que atañe a bu tra s ­
cendencia respecto a la visión y comprensión de las
criatu ras; paro modificada en cuanto al coutenido
real de las perfecciones bodas susceptibles de ser h u ­
manamente interpretadas. He aquf las características
del concepto de Dios en la teoría agnstiniana: 1.° El
concepto de ser, como entidad llena y concreta; y al
mismo tiempo difusiva, no por p a rtic ip a cio n es eati-
ta tiv a s, sino por manifestaciones fundadas en la di­
vina voluntad y potencia, paro como proyecciones de
los eternos ejemplares en que se refleja la virtualidad
divina. 2.° El proceso cíclico proveniente de la ejem -
p la r íd a d esencial divina, que perm ite llegar de Dios
a las criaturas, y pasar de éstas a Dios. En este
proceso puede fijarse la siguiente trilogia:D ios p rin ­
cipio del se r, y como tal principio de las cosas; Dios
fuente de toda verdad, y como ta l, lumbre intelec­
tual de la m ente creada; Dios fuente de toda ley, y
como ta l origen del valor en las normas de derecho
n atural, y en cuantas éstas influyen. Y por rever­
sión, las cosas creadas llevan por su esencia a reco­
nocer su principio divino; la luz interior de la ver­
dad, a la verdad suprema que la causa; la ley y la
moral a su fuente como fin y destino del hombre. 3.°
El ser en sí, como realidad que se extiende a todos
los atrib u to s, o mejor, hace que los atributos puedan
señalarse en el ser divino. Dios es infinito, es e ter­
no, es inmenso, etc.; pero todo ello no le sobrevie­
ne a modo de c u a lid a d , sino que tales atributos es­
tán incluidos en la entidad misma eu que se d istin ­
guen. «Sine cualitate bonnm, sine q u an titate mag-
num, sine ulla sui m utatione m utabilia facientem,
- 307 —
sino tempore sem pitem um , sine situ prsesídentem,
sin eh ab itu contincntem , síüq loco ubique totura.»
(De Trin. 1. V, c. I). La entidad de Dios, pues, que
se manifiesta en forma relativa según el proceso cí­
clico semiplotiniano antes señalado, tieue también su
aspecto absoluto; y es ol que rige cuando se conside­
ra la Divinidad en sí misma. E sa inmanencia del ser
divino eu todas las manifestaciones y propiedades
que en él señalamos, es la razón últim a de la infini­
dad de D iosen perfecciones, y de su infinita superio­
ridad sobre lo creado. Por eso misino (invirtiendo el
procedimiento neoplatónico) hulla S. A g u st In que
Dios no pueda en modo alguno decirse causa su i,
porque seria iuferior a sus propias criaturas, n ingu­
na de las cuales se pvodnce a sí misma , n u lia en ivi
omninn res e st, q u a seipsam ¡jignnt ut s it. (De Tr.
1. I, c. 1). Razonomiento que sólo puede ten er algún
seutido eu cuanto la ca u sa su i en lo infinito en el
ser, dista infinitamente más de lo posible que el que
fuese causa su i una entidad lim itada y finita.
Sobre tales bases se desenvuelve toda la ontolo-
gía agustiniaua, diseminada en sus escritos, pero co­
herente eu sus conceptos.
313. Así atenuada la doctrina p lo tiin au a,S . A g u s ­
tín puede utilizar la explicación de los nombres d ivi­
nos según la escuela de los capadocios (aunque direc­
tam ente no trate este problema) ,y aun completarla en
varios aspectos. Los capadocios, en efecto, estudian
el problema de las denominaciones en orden al valor
de las ideas humanas respecto de Dios; y S. A gustín
se refiere con preferencia al valor de las ideas y de
as denominaciones entre si dentro de la simplicidad
— 308 —
de Dios, haciendo resaltar la compenetración íntim a
del contenido de cada idea en la suprema idea de
Ser infinito. Al mismo tiempo, señala-el valor de las
diversas ideas respecto de la realidad concreta p e r­
sonal de Dios, distinguiendo así los conceptos abso­
lutos referentes a la naturaleza divina, y los concep­
tos rela tivo s peculiares a las persogas. De igual
suerte que raanticno la otra distinción de propieda­
des abso lu ta s y r e la tiv a s , en cuauto se tra ta de a tr i­
butos divinos independientes de la obra creadora, o
de los consiguientes a ésta.
Segiln el proceso ontológico agustiuiano en la
realidad de Dios, se distinguen: el ser divino, tr a s ­
cendente e incomprensible, pero expresión de pleni­
tud en titativ a, desviándose del neoplatonismo, como
queda dicho. Eu tal sentido Dios sólo es verdadera­
m ente, y todo lo creado no es. Frase, que ni en S an
A g u s t ín , ni en otros, como en S. J e r ó n im o , tiene el
sentido neoplatónico de la negación de la realidad
fuera de la idea, siuo sentido teológico-bíblico, como
expresión de la coutiugencía de las cosas finitas (i).
314. Después del ser, tiene su prim era represen -
tación la esencia, la cual la toma en sentido ora de
natu ral?,ta ora de substancia, en concepto de uni­
versalidad semiplatónica, si bien manteniendo su rea­
lidad concrcta, como el ser, para cnanto se refiere a
la constitución y distinción de las personas en la T ri­
nidad.

(1) De igual s u e rte , y por lo mismo, es del todo ftilso que


responda aquella fórm ula a una actitu d escéptica d e S. A güstín
respecto al mundo e storno, como e n t r e o tros, quiere H abh 4.c e ,
D ogm engesch. III.
- 309 —
Después de ln esencia, aparecen las determ inan­
tes ya esenciales (atributos), ya de p e rso n a lid a d
( relaciones y personas divinas). Y así como la esen ­
cia se determ ina en función del ser divino, las p r o ­
piedades o a trib u to s, en función de la esencia; y de
igual suerte la s , personas divinas en función de la
usencia y de las relacionas. E ste proceso ontológico
en la Divinidad representa uosóio una especial con­
cepción filosófica de la u n id a d de Dios matizada de
neoplatonismo, sino sobre todo una total tra n sfo r­
mación en el concepto filosófico griego de la T r in id a d .
Puos m ientras la teología griega parte,como veremos,
de la distinción de perso n a s para lleg ara la unidad de
esencia, eu el sistem a agustiniano se procede a la
inversa, y partiendo de la unidad de esencia, se vie­
ne mediante la oposición de relaciones, a la d istin ­
ción de personas. De esta manera las personas de la
Trinidad son necesariam ente por id e n tid a d de n a tu -
r a lc ia D i o s;y las formas varias desuboTdinacionismo
quedan destruidas en su raíz y bases; si bieu en
cambio ofreceu o tras muchas dificultades, consi­
guientes a esa anticipación ontológica de la n a lu -
ra leza , cual si fuese algo en si cou prioridad a los
individuos,
315. Al proceso ontológico señalado responde el
proceso psicológico y cognoscitivo. Prim ero se deter­
mina a Dios por sus propiedades y personalidad, que
por su esencia; y ésta es más represenU ble que sa
ser, respecto del cual sólo nos restan designaciones
nogativas. Y en todo conocer de Dios, las denomina­
ciones divinas, diceu menos de lo que encierrau las
ideas; las ideas dicen menos de lo que advierte en si­
— 310 —
lencio el espíritu; pero todas las formas de conocer
distan inmensamente de la realidad divina.
La marcada templanza del neoplatonismo agusti-
uiauo eu los dominios del dogma, es contrarrestada
por el retorno a las teorías griegas que e r forma la
más exagerada representan las doctrinas del Pseudo-
A r e o p a g it a . N o hay para que m entar aquí s u enor­
me influencia medioeval atrás estudiad» (v. t . IV , c.
3), ni su sistem a cognoscitivo a lo vez externo e in ­
tern o, ascendente y descendente , de in tu ic ió n , y de
tin ieblas, según las manifestaciones de D ios en la
naturaleza y en el espíritu, con los procesos psíqui­
cos ora en e s p ir a l, ora c ir c u la r en el conecer de
la Divinidad, h asta la intuición estática en que un
ra y o de la obscu ridad divina constituye e l reposo
del esp íritu . (V. t. IV , 1. cit.)
316. En principio la teología del Pseudo-AnEO -
p a g i t a es la ortodoxa, según la modalidad neoplalóni-
ca común a alejandrinos, capadocias, ctc., poro de tal
suerte influida por las docti’iuas de P l o t i n o , y ert es­
pecial de P r o c l o , que sil sistema sobre el ser de Dios,
se identifica en muchos puntos con el de éstos (v,
atrás, t. IV. c. 3). De ahí las opiniones encontradas
sobre la doctrina de las A re o p a g íiica s, no sin funda­
m en to discutida. Y si unos creen hallar en ellas uu
intuicionismo de la Divinidad, otros juzgan al Pseu-
do- A b e o p a g i t a escéptico, o también agnóstico cu
teodicea; m ientras no pocos lo señ&lau como pauteís-
ta en diversas variantes sobre esto (1).

(1) P or el intuicionism o teológico del Pseudo A r e o pa o iia


d e c lá ra s e , e n tr e o tro s , N i e m e ie r , A reopag. D octrince phil.
et theologicce. R i i t b r (G esck. d. c h r itll. p h il. 1) lo tie n e por
— 311 —
Sin d u d a q u e e l Pseudo-AREOPAGiTA ni p r o p o n e
ni acepta forma alguna de panteísmo, que está en ab­
soluto fuera de sus intentos; pero dentro de la s fór­
mulas aeoplatóuicas qne suscribo no acierta a e x p l i ­
car las relaciones del mundo con Dios; y con un con­
cepto inexacto de la acción creadora, la presenta co­
mo una manifestación espontánea de la Divinidad,
com o un desbordamiento de la plenitud del Bien (v .
t . IV, n. 122), a lo neoplatónico. Desde este punto
de vista el concepto de Dios uo es lo preciso y claro
q u e e x ig e la teología y filosofía ortodoxa. Y es me­
nester una verdadera transform ación del pensamien­
to pseudo-dionisiano para llegar a las conclusiones a
que le llevan A l b . M agno y S to . T om ás , y demás que
proceden de igual forma.
317. E u l a oütologíadelP scudo-A R E O P A G iT A ,com o
en la de P lotino y P ruclo , la Divinidad está fuera d j
la uocióu de ente; y p o r lo tanto nada puede servir de
norma para fijar su concepto y sus atributos, si no
es de una manera en absoluto inadecuada. E l Pseudo-
A r e o pa g it a no quiere llegar ni llega a las conse­
cuencias últim as a que conduce la doctrina del tu p e r-

escéptku en cuRiito se lefiere ni coiiociiuieuto de Dios, y aun eu


orden a l conocimiento de todn vnrdad. S c h w a n e (D ogm en-
gesch., II) encuentra en el Pseudo-DioNisio cl «gnosticism o trn -
ilicionaligtB. y Ift tesis de que solo k reTelHCidu nos lleva at co­
nocimiento de Dios. Siebbm (D ie M etapk. u. E ih ilt des
P tea d o -D io n .) se in d in a h quu domina en las Arc.opafjiticas
un panteísmo dinámico; otvo3 como BMTBLOAnTEH-CRnsjüe (D e
Diont/sio A rco p a tjila), dascnbre nn em anatisrao gnóstico, etc.
Todo lo cuftl encuentra bas» más o meiiOR explícita en ls d octrina
pseudodíooisiarm.
— 312 —
ente. Por eso, a pesar de la hypertrascendeucia, quie­
re se roconozcau en Dios todas las perfecciones, si­
quiera sea con uua plenitud ultrareal e indefinible.
De ahí las frases que aquél inventa para su uso, y
los calificativos que emplea, transform ando denomi­
naciones comunes.. Sus formas de combinación más
com en tes las hace con los tres elementos califica­
tivos: 6nép (expresión de su p erem in en cia ; como
írnspoiaioc, sobreesencial); apxh (ea sentido análogo al
anterior; v. g r. ¿ p x ^ 7 « M t é p o C, sobreprincipal); y « 6 x ¿ ,
en seutido de la perfección en sí; p. ej. auxor.-xa-Mx-qí,
la bondad en sí, sobreeminente), etc. (1).
, En esta forma procede la teología afirm ativa, se ­
ñalando en el lenguaje mismo lo inadecuado que e sti­
ma el Pseudo-D iom io cuanto se puede afirmar de
Dios, La teología negativa es, paos, laque aparece de
hecho dominando en ln doctrina de las A re o p a g ííic a s ,
unas veces como afirmación im plícita de eminencia
indescifrable, o tras como negación de los conceptos
eu cuanto capaces de ser predicados de Dios, etc. De
ahí la doble forma de conocer c a la fá lic a y a p o fá tica
dé que atrás hemos hablado (t. IV , n. 115); sobre las
cuales se forma la síntesis del contenido de nuestros
conocimientos acerca de Dios.
3(8. E s, pues, uua filosofía de idealidad pura la
que utiliza elPseudo-Domsio para describir la Divini­
dad, apoyada en el neoplatonismo,con modalidades de

( t ) V . D i o h y s i i A r e o p a g . Op., ed. B a l t , C o b d e h u ; sobre


todo el O nom asticon D ion ysia n u n i de é ste , h) fina) del t- 1-
donde se pueden ver las m últiples combinaciones verbales del
Psendo-AREOPAGiTA, literalm ente intraducibies.
— 318 -
adaptación para sostener dentro de ella el concepto
cristiano de Dios, no sin quebrantar alternativam en­
te ora este concepto ora el su p er id ea lism o que lo
informa, a fia de m antener de algún modo los postu­
lados de la ortodoxia.
El proceso cíclico m etafísico y psíquico corriente
en la escuela en que profesa el Pseudo-AREOPAGITA,
revive como se ve, en toda su plenitud, para dejar
huellas duraderas en toda la teología de la Edad m e­
dia, L as oscilaciones entre el intuicionism o y el ag­
nosticism o, entre la, percepción directa y el simple
conocer revelado, son consiguientes a la te s is plato­
nizante que en todo tiempo la encontramos pasando
de uno a otro extrem o, por exigencia lógica del s is ­
tema, según hemos notado al tratar dol tr a d ic io n a ­
lism o en los platonizantes m edioevales. (V. t. IV ,
c. 5).
319. Con lo dicho podemos dar por definidas las
lineas fundam entales del movimiento filosófico en o r­
den a la evolución científica de la idea de Dios La on-
tología antigua que aparece como y uxtapuesta en. los
tiempos primeros, la vemos después como uua in tu -
suscepcióa en el concepto de la Divinidad, a medida
que éste va definiéndose científicamente, y aquél va
modelándose según tal concepto, y modelándolo a la
vez. El ente ontológico penetrando en las regiones
del en le teológico, hace unas veces que éste aparezca
idealizado o idealizable trasladado más allá de todo
lo rBal; o tras veces parece hacerlo descender a las
catfigorias de lo real finito; o tras finalmente en tra en
una especie de proceso metafísico en que de una par­
te trasciende a todo lo real, m ientras de otra parte
— 314 —
viene por ley de inmanencia a las órdenes de lo finito.
320. El período que hemos dicho de le o ria , sig­
nifica un progreso ea ese sentido muy notable, por-
que de mía manera refleja se tra ta en él de equilibrar
la significación del enle ontológico eñ orden al ente
tenlógico, daudo a cada uuo el lugar que le pertenece,
si bien, como so compreude, sin una sistem atización
completa, y utilizando conceptos filosóficos sobre el
mismo ente poco aptos para un éxito cumplido en la
m ateria. Resultado del equilibrio aludido es en pri-
' mer térm ino la determinación de las relaciones de lo
finito y de lo infinito; y con ello la fórmula del cono­
cimiento humano de la Divinidad que inicia el siste­
ma escolástico de la an a f i l i a , según lo indicado. La
diferencia en tre lo infinito en el enlc ontológico y lo
infinito en el tinte tcotógieo uo puede menos de refle­
jarse al determ inar filosóficamente la naturaleza de
ambos. El concopto del infinito helénico, eu sentido
de lo in d e te rm in a d o , y ana de lo indefinible, hubo
de concretarse al enle ontológico en sentido de u ni­
versal sin contenido concreto; la indeterminación del
antiguo iufinito (corriente como hemos visto — 1 .1 —
en la teología bíblica del A . T.) viene precisándose en
acepción de la plenitud de perfecciones y de ser real,
sin limitaciones, como requiere el enle ontológu-,o.
M ientras el coucepto de la entidad ea sentido ontoló-
gico a lo neoplatónico, influyó sobre el concepto filo­
sófico de la entidad teológica, era fácilmente expli­
cable que prevaleciese el infinito no teológico aun en
la teología, o que para excluirlo se procediese a ne­
gar la infinidad de Dios, a la m anera de O r íg e n e s .
E sto explica tarabiéo o tras influencias no legítimas
— 316 -
paulatinam ente eliminadas o atenuadas en la form a­
ción sucesiva teológica. E l áópuxov y el Siteipov, pues,
quedan en la ontologfa antigua en acepción de lo ín-
d c te rm in a d o e indefinido, puesto fuera de todo gé­
nero o especie en cnanto abstracto; pero pasa a la
teología con el carácter de la plenitud del ser sin lí­
m ites, y en cuanto ta l uo susceptible de ser medido
por ningún género ni especie.
321. E n virtu d de esta misma oposición que su ­
cesivamente va destacando entre el ente ontológicoy
el teológico, surge el problema de las perfecciones en
lo infinito, su forma de deducirlas, y la conciliación
de ellas en tre sí. Lo cual origina la distinción entre
atributos absolutos y relativos (que exigen el con­
cepto de creación), y eutra perfecciones sin imper­
fección, perfecciones coa algo im perfecto, de las cua­
les debe restarse este elemento para enunciarlas de
Dios (las que m is tard e se dirán perfecciones sim -
p lic ite r sim pliccs, y perfecciones sim p lices respecti­
vamente). Y si bien las relaciones entro el ente ou-
tológico y el teológico (incluyendo en primer térm i­
no la doctrina de loa posiblesl quedan harto indefi­
nidas, con huellas marcadas de la p a rtic ip a ció n
neoplatónica, do hecho el otro problema de las r e ­
laciones en tre lo finito y lo infinito resuelto en sen­
tido creacionista, ejerce influencia sobre el prim e­
ro moderando sus soluciones siquiera éstas aparez­
can poco precisas hasta la mayor aproximación pla­
tónico-aristotélica que representa la teología esco­
lástica.
C A P ÍT U L O VIII

La Trinidad

GÉNESIS Y ORIENTACIÓN FILOSÓFICA DE LOS SISTEM AS


EN LA TEOLOGÍA TRIN ITA R IA

S u m a r i o . L a pernouulidad ú e Diva en cu a n to o b je to d e l conocer


n a tu r a l, y como tesis d o g m á tic a . Las oscilaciones d o c trin a le s en
la in te rp r e ta c ió n científica J a la T rin id a d . L a tesis c r is tia n a no
es en si n n a gnosis, aino u n a didáctica. L a d o c trin a in v e rs a
h e te ro d o x a . L a te o ría d e la s itn n lta a e ld a d d e l a y v o ía ij y d e la
8iBaj(7), y sus consecuencias en la explicación d e la te o lo g ía t r i n i ­
t a r i a an te n íc en a. D o c trin a que h a do auateuerse. L a s ley e s filo­
sóficas a n tig u a s i e la JiypeTtrascendencia y de l a s p a rtic ip a ­
ciones e a l a T rin id ad , L a conciliación del siste m a d e las p a r tic i­
paciones con l a o rto d o iia t r i n i ta r i a . P u n to s ca p ita le s en l a m a­
t a r ía . L a te o ría g rie g a de la « in s u b s ta n c ia lid a d e n re la c ió n con
las participaciones. L a te o ría á e la preexistencia re sp e c to d e
las personas en la T rin id a d . L a preexistencia e n t ita tiv a seg ú n
el p ensam iento sem ítico. Id . seg ú n e l pensam iento g rie g o , y r e ­
s u lta n te s re sp ectiv as en la in te rp re ta c ió n d e la T rin id a d . G éne­
sis e inicial s e p a rac ió n del concepto filosófico d e la T rin id a d «n
la te o lo g ía g r i e g a y la lin a . S íntesis d e las evoluciones sucesivas
en el pen sa m ie n to helénico. Id e a d e la uu id ad p o r co n v e rg en c ia
en las p erso n as divinas. Id e a d e u n id ad p o r n a tu ra le z a com ún en
ab s tra c to . Id . p o r u n id a d d e o p eració n . Id . p o r u n id ad de su b s ­
ta n c ia .
X
322. La entidad divina, en su pleoitud infinita llé­
vanos a estudiar 911 personalidad, principio y síntesis
a la vez de todo el ser de Dios y de sus perfecciones.
La condición de E n te supremo exige un supremo ser
personal el cual en el sentido genérico de una sub­
sistencia es objeto del humano conocer en el mismo
grado y en igaal forma que podemos llegar al cono­
cimiento de la existencia de Dios. Mas el problema
-3 1 8 —
de la personalidad divina ofrece otro aspecto cuando
se considera teológicam ente, y por lo tanto segúu
los principios de !a creeucia sobrenatural, que pro­
pone y enseña la doctrina de la Trinidad rfp. personas.
De esta su erte el problema de la visión de Dios a
través de la naturaleza viene a eslabonarse por mo­
do indisoluble en la teología con el problema de la
visión de Dios a través del contenido de la fe; siquie­
ra desde el punto de v ista de sistem a haya éste de
ser explicado, en cuanto sea factible, según las n o r­
mas de la interpretación filosófica, y de teoría doc­
trin a !.
E a este punto del encuentro de la creencia con
la filosofía hicense necesarias algunas observaciones
complemento de lo que eu otro lugar dejamos e x ­
puesto, a fin de apreciar convenientem ente las osci­
laciones doctrinales acerca de la T rinidad.
323- Hemos dicho ya como so ha constituido la
gnosis ortodoxa,'entre las formas judaica y cristiano-
heterodoxa. Pero esto en modo alguno implica que el
cristianism o sea una tjnosis, o uua concepción cien­
tífica del orden de naturaleza ni del orden de sobre-
naturaleza; aunque en él existan elementos suficien­
tes para co nstituirla en contacto con la filosofía. Es
decir, que la obra estrictam ente teológica, como fac­
to r de estudio científico comienza en contacto con el
cuerpo d o g m ático ; m as no para crearlo, sino para
explicar y desarrollar su contenido, E l dogma, pues,
no puede eu n ingún caso proceder de la teología, su­
cesivamente formada sobre aquél, contra lo qne pre­
tende H a r n a c k , y antes y después de él euautos
quebrantan el concepto sobrenatural de la dogmáti-
— 319 —
Ca; antes a la inversa, la teología procediendo del
dogma, lo supone y exijc objetivam ente completo.
Y es por eso por qué el sistema teológico puede
ofrecer y ofrece oscilaciones m últiples, siu que ello
afecte al contenido dogm ático.
324. Innecesario es ad v ertir que las teorías que
admiten ora verdaderas transform aciones en los dog­
mas, ora desarrollo y crecimiento real y objetivo en
ellos, parten siempre im plícita o explícitam ente de
que el cristianism o es una gnosis, y de que entre la
teología y los dogmas en cuanto tales existe una
compenetración substancial ilim itada, según los sis­
temas heterodoxos, o con determ inadas limitaciones
según el evolucionismo objetivo no heterodoxo.
De ahí procede que en dichos sistem as, y es muy
lógico en ellos, se reconozca y establezca una g rad a­
ción transform adora de lo abstracto, a lo concreto,
de lo indeterminado, a lo determinado, con salveda­
des o sin ellas respecto del origen sobrenatural de lo
revelado, según Ja clase de evolucionistas de que se
tra te . Son fases de evolución m is comunmente reci­
bidas, un periodo germ inal amorfo, sin enunciados
concretos; un período de fo rm a ció n con enuncia­
dos no bien definidos; y un periodo de consum ación
en que aparecen los artículos doctrinales fijos y evo­
lucionados.
Al extrem o opuesto van a p arar los que según
procedimiento tradicional, suponen una actuación
pleua prim itiva no sólo en el dogma sino en la apre­
ciación del sentido qne ai mismo correspoude. Por
este camino se ven forzados a sostener que el cris -
tiauismo desde sus orígenes es sim ultáneam ente un
Tomo v 21
— 320 —
cuerpo de dogmas y una gnosis, por lo menos én
cuanto a los dogmas contenidos en el símbolo. P o r­
que de no adm itirse, como no se adm ite en esta opi­
nión, que baya gradaciones y oscilaciones en cono­
cer el sentido de aquellos dogmas a través de los
tiempos y sistem as, hay que concluir que el conocer
primario y nocional, fué siempre acompañado en la
Iglesia del conocer adecuado y to tal, como lo ex i­
ge una verdadera teoría. Todas las discusiones, to ­
das las controversias habidas para fijar el concepto
de los dogm as en la época patrística, en frente a la
heterodoxia, serían de esta su erte puram ente ex­
ternas.
325. N osotros partiendo de la tesis histórica­
mente incontestable, de que el cristianismo no co­
mienza por ser una gnosis sino una d id á c tic a teológi­
ca y moral, sin procedimientos de teoría filosófica, se­
gún ya hemos visto al tra ta r de los símbolos, debemos
formular conclusiones de una p arte opuestas a las de
la últim a teoría eu cuanto a la existencia de un ver­
dadero desarrollo doctrinal, y opuestas'de otra parte
ál modo de desarrollo segán las teorías evolucionistas.
A sí, pues, distinguim os: un período de enunciados
prim itivos cuya síntesis son los símbolos, y que r e s ­
ponden al conocimiento nocional y primario del a r­
ticulado de la fe; un periodo de teo ría en form ación
sobre los enunciados prim eros, y para ulterior cono­
cimiento de los mismos; un período de s istem a con
adaptación más clara y precisa de este conocimiento
a aquel articulado, y eslabonamiento más íntim o de
los dogmas con las doctrinas filosóficas.
Según esto, es m enester adm itir verdadero des­
— 821 —
arrollo doctrinal respecto de los dogmas; pero el
proceso de este desarrollo no va de lo abstracto a lo
concreto, sino de lo concreto a lo abstracto, esto es,
del conocimiento inicial inseparable de la proposi­
ción dogmática, al conocimieuto por principios y
sobro bases generales filosóficas que perm ite mayor
penetración y alcance en su sentido.
Y m ientras el desarrollo ab stracto así se efectúa
teniendo por norma lo concreto, en la direccióu
opuesta lo concreto se fija y precisa más determina*
damente bajo las normas abstractas., por las cuales
se tra ta de tradu cirlas, experim entando con ello sus
altern ativ as y vicisitudes.
326. L as consecuencias de estas diversas posi­
ciones en orden a la interpretación de las variantes
doctrinales sobre los dogmas fundam entales, en espe­
cial acerca de la divinidad del Verbo, y de la T rin i­
dad, en la teología p atrística, son fáciles de advertir.
Si preguntam os a la crítica heterodoxa (hogeliana;
p ro testau te-p ro g resista, y prag m atista), hallaremos
que la Trinidad y la Cristología son de formación su ­
cesiva a trav és de la teología p atrística, con una base
en la filosofía g rieg a, que van modificándose sucesi­
vamente h asta producir ei tipo fijo dogmático post-
liiceno. E l Xoyo{ de S. Justino pura S k m l e r / Gesoh.
d . ch rh llich G lciubenslehre, II), como pava L o f f l e r
¡D a rslell. d. E nsteh unlisart d . D rein ig k eilslek rt’} ,
etc., es todavía la representación de la fuerza y
actividad norm ativa de los seres, sin personalidad,
ni divinidad propias, cuya determinación debía cos­
tar grandes altern ativ as en la teología. No es otra
fundamentalmente la tesis de H abnack (Lehrb d .
- 322 —
Dogm . I), que responde a su vez a ?las aspiracio­
nes comunes eu .este punto de protestantes progre­
sistas, p rag m atistas etc.
Sin duda alguna que la intervención de las ideas
filosóficas es fácil de señalar en la teología dé la
patrística. Mas es do todo punto imposible probar
que el concepto de la Trinidad al igual que el de la
divinidad del Verbo, se baya formado progresiva­
m ente, ni que en aquel concepto entrase como fac­
to r la tesis filosófica.
Cabalmente tales ideas capitales de la creencia
cristiana son tan to más sencillas y ana correcta­
m ente significadas, cuanto más nos remontamos a
los orígenes del cristianism o, y nos desviamos del
período ea que las teorías filosóficas comienzan a fi­
gurar en el terren o de los dogmas. P or eso mismo
las Confesiones do los m ártires aparecen tan e x ­
presivas en fav o r de la divinidad de J . C., como
alejadas de la intervención de la filosofía. La tesis
d eH /u m .cK , por referirnos a uno de los más signi­
ficados en la heterodoxia, es sencillamente indemos­
trable, ni él tampoco parece proponerse dem ostrar­
la, ni menos impugnar los argum entos de hecho en
que se apoya la tesis católica, evidenciada h a sta la
saciedad de m últiples m aneras que no es del caso
tr a e r aquí,
327. La teoría tr a d ic io n a l, qne uo hace al dog­
ma resu ltan te d é la filosofía, pretende, implícitamente
por lo menos, hallar desde los orígenes una filosofía
resultan te del dogma, que fijando su interpretación,
excluyó en todo tiempo la yuxtaposición de elemen­
tos filosóficos menos conformes con el tipo dogmático.
— 323 —
E sta tesis de todo punto imposible de sostener,
hace que la revelación se considere sim ultáneam ente
como nna stíax1) y como uua sin que pueda ais­
larse lo uno de lo otro.
A sí pues, la fe , y los conceptos de ella en cuan­
to traducibles en fórmulas doctrinales, más o m e­
nos desarrolladas coexisten y se compenetran en to ­
do tiem po. D e donde se sig u e que si los Padres en
alguna época apareciesen interpretando m ediante fór­
mulas filosóficas inexactas el contenido dogm ático,
estarían por eso mismo fuera de la profesión le g iti­
ma de la fe, siquiera fnese inconscientem ente. Y
por el contrario basta que coDSte haber profesado
aquéllos la fe verdadera, para que deba tenerse por
garantida la interpretación filosófica de las creen­
cias según su valor ortodoxo.
Esto que está laten te en la teoría a que nos refe­
rimos, origina y explica al mismo tiempo las dos
tendencias que se han significado en ella. Una la de
los que partiendo de lo que en si significan algunas
de las teorías filosóficas y sus conceptos aplicados al
dogma por los antiguos P adres, piensan que el sentir
de eso no pocos de éstos en la época antenizena no
puede tom arse como expresión genuiua del contenido
de la fe, pues no la entendieron ni explicaron conve­
nientem ente. O tra, la de los que partiendo de la fe de
los P ad res, niegan ex ista interpretación inexacta en
sus expresiones. Los primeros hacen resaltar la in­
compatibilidad de las ideas filosóficas profesadas con
los dogmas a que se aplican. Los segundos tra ta n do
aplicar aqnéllas subordinando su sentido al de (a
dogmática en la manera que les sea posible.
— 324 —
328. Siguiendo la prim era de las tendencias re ­
feridas, el principe do los teólogos positivos D ih isio
P eta y io con otros raeuos siguificados, sostieue que
loa Padres auteuiceuos m in a s recle, sen lie ru n l eu lo
referente a la uuidad y consubstanci&lidad do las
tres divinas Personas; y el ilustre teólogo aduce eu
el 1. I, de T r in it. (c. 3. 6), copiosos testim oaios en
favor de su aserto. Hubo sin embargo de modificar
su tesis, declarando su pensamiento favorable a la
ortodoxia de aquéllos P . P. en ud trabajo especial
que hoy constituye él P refa cio a los libros De T rin i-
la te ; si bien lo que dice en éste y lo que enseña en
el lag ar citado, no son cosas co n cilu b les/n i que p er­
m itan una concordancia de testim onios que tam po­
co su autor trató de realizar.
Camino opuesto a P etavio que es de una in ter­
pretación literal absorbente d é la fe en las teorías,
siguieron y siguen en genaral los teólogos (1), dando
en el extrem o de una interpretación ab stracta e
ideal y absorbente de las teorías en la fe según U
últim a de las tendencias señaladas, que perm ite
construir, más que exponer, la teología patrística a
voluntad, sobre los dogmas. Después do N atal A l e ­
ja n d r o , M ara n /D e d iv in . J. C k r.j, y M oehlek
(A th a n a siu s d . Grosse etc.) la aludida in te rp re ta ­
ción se hizo corriente eulre los teólogos, aun los más
significados (2).

(1 ) E n t r a lo s im p u g n a d o re s de P b ta v i o (P eTA u)ciiéotasfl el
a n g lic a n o B u lo ('P r tz f. a d deferís, fide.i. niccon.), p ero en m ás
d s u n a ocoaión s e v a le d e los d o c u m e n to s d el t r a b a j o m ism o en
q u e F b t a t i o m odifica s u p r im e r p a r e c e r.
(2 ) E n t r e ello s h a b r e m o s do re c o r d a r a l i l u s t r e J . P ssro n k
— 326 —
3 2 9 . Teológicamente la doctrina a que acabamos
de referirnos supone una couoxión necesaria y para­
lela entre la fe y la visión de su contenido ¡inlellec-
tu s calholicus!, de suerte que no sólo la verdad,
sino el como de su existencia sean desde el principio
posesión de los que pudiéram os decir teólogos p ri­
m itivos. Pt;ro esto no pasa de una suposición. El
problema justam ente comienza ahí; eu determ inar si
lo que se llama entendim iento católico entra como
factor necesario para profesar la fe católica. Y esto
es lo qne nosotros uo juzgamos verdadero, ya por­
que ello haría imposible toda declaración dogm ática,
no menos que el sentido im p líc ito del contenido del
dogma, y a porque así se anularía la diferencia entre
el conocer nocional y primarlo, y el refleja y cientí­
fico que es propio de sistem a.
3 3 0 . En nuestro se n tir, pues, ha de sostenerse
según la teoría atrás esbozada sobre la determinacióu
de los valores en el conocer (v. 1 .1 , c. VI):
1.° La distinción ya señalada entre el conocer

(De Diuin.it. J. Chr. t . II, y s u s Prmlcct, Theol., De Tri-


nit.), y F r a n z e l in , De 7 rin it. Con a n t e r i o r i d a d a a m b o s B al ­
to h a b la D egado to d a influencia, d e la filo so fía eu la ép o c a a n t i ­
g u a d s la t e o lo g ía , con el c r ite r io in e x a c to y d e s ig n a ! q u e a t r á s
h em o s n o ta d o .
E n tre e s te extrem o y e l otro de P e ta v i o, h a ensayad o cou
m ejor cr iter io K üd » en su tratad o de T rin id ad , colocarse en ud
térm ino m edio d istin gu ien d o en tre la credibilidad del d ogm a y
eu inteligibilidad. La id ea de K oah es fu n d ad am en te la de F e -
d e r (Jítslin s Le/u‘e o. Jesús), y la d o D 'A l e s (La Thcol. de
Itirtult.) E ntre los h isto ria d o r es del d ogm a, in c lin a s e en
ig u a l sen tid o T i x r o n t (Histair d as Dotjmot), y e n eentid o
op uesto S dhw ank {Domcngesch. 1 .}.]
- 326 —
primario y nocional que es indispensable para tener
noticia de algo, y el conocer científico y reflejo que
perm ito sistem atizar aquel conocimiento prim ario.
A sí, se distingue en el orden teológico como en el
orden filosófico y génesis del conocimiento, el con­
cepto de re a lid a d , y el de la interpretación cien­
tífica e ideológica de lo real. Lo primero es base del
valor objetivo do las ideas y proporciona el tipo p ri­
mario del objeto. Lo segando comienza muy fre­
cuentem ente por ser elaboración hipotética, (aunque
sujetivam ente se tome muchas veces como verdad
absoluta) dentro de la cual se vacía la realidad co­
nocida para alcanzar más amplio conocimiento de
ella. E ste carácter de la formación científica de la
idea teológica, hace que sea muchas veces provisio­
nal, y susceptible de ser abandonada o de varias ma­
neras modificada antes de que venga a aceptarse co­
mo verdad definitiva.
2.° A tenor de lo indicado, el conocimiento
doctrinal previo al in lellectu s cathnlicu s, en cuan­
to no adquiere carácter estable mediante declara­
ción auténtica, o por reconocimiento gonoral de su
valor, es susceptible de oscilaciones que hacen no
sea católico (de valor universal) siuo en aspi­
ración y propósito. E n tre este periodo de formación
refleja, h asta la fijación adecuada del contenido dog­
mático se encuentran las fases de evolución filosófico-
teológica que hemos ya podido apreciar y vemos
tam bién en este punto concreto.
331. En efecto, la incorporación ontológica frac­
cionaria y de yuxtaposición que en el decurso de nues­
tro estudio hemos tenido ocasión de encontrar influ­
— 327 —
yendo en la idea de Dios, éphase de ver por tnodo es­
pecial cuando se tra ta de la Trinidad. Innecesario in­
sistir en las formas prim itivas de asociar la filosofía y
la dogmática de la Trinidad (v. atrás n. 134, sig ts .; y
antes t. IV, c. 2). Son de recordar sin embargo aquí
aquellas ideas m etafísicas que hemos encontrado en
las relaciones de la Divinidad con el universo. La
h ypertrascen den cia , las pm 'ticiparÁ ones y las n a tu ­
ralezas in te r m e d ia ria s . Todo ello que hemos visto
sirve para explicar cl ciclo de las existencias y del
orden de lo finito a lo infinito, tiene cuando so tra ta
de la Trinidad su aplicación coucrcta al rauudo de la
existencia y personas divinas en sus m utuas depen­
dencias y relacioues.
332. La hypertrascendencia diviua, explícala
realidad sobresubstaucial del Padre, y sn condición de
fuente suprema de las demás personas divinas al modo
griego. Y en ella encontramos la fórmula primera de
la unidad en las personas divinas, o sea lo uno de
hypóstases d istin tas, en la Divinidad y por la D ivi­
nidad según veremos.
La teoría de las p a r tic ip a cio n es origina la doctri­
na de transm isión de lo divino como participado en el
Verbo no menos qua en el E, Santo, con aquella es­
pecie de escalonamiento ontológico de que ya nos he­
mos ocupado (v. lugs. c i t . ) - A su vez la doctrina de
las naturalezas in te r m e d ia ria s explica la singular
teoría del ser del Verbo sin la eternidad propia del
Padre, y sin embargo no tem poral, y anterior a toda
criatura (a la manera de lo que d ic e el P a s to r d e H E B -
ma.s, etc.); y es la razón igualm ente d e que en la pa­
trística prim itiva aparezca el mismo Verbo con la (i-
— 328 —
liación adquirida en el tiempo y paralela a la obra de
la creación, uo obstante s l i existencia previa (con per­
sonalidad obscura) ea el seuo de Dios, y coustituyeu-
do una cosa cou la mente divina (el Wy°í bvíuxBstoí y cl
xíyos xpo5popiK¿? consabidos). De igual suerte, a pesar
de la divinidad del E . Santo, este representa uo só­
lo otra gradación diversa de la del P adre, sino de ln
del Verbo. A si es como puede sen tar O b í g e n f -s que la
potencia del Padre se extiende a todos los seres,
siu excluir al Hijo y al E . Santo; la potencia del
Hijo se circunscribe a los ¡>eres in teligentes, siu ex-
cluir el E. Santo; la potencia del E . Santo está a sn
vez circunscrita a las persouas santificadas; ¿iú
ftóvoug to ú ; á -( ÍO 'j$ . <

33 3 . A si, pues, las mismas leyes filosóficas ge­


nerales que presiden a la solucióu del problema teoló­
gico y del cosmológico, eucuéntrause en la solucióu dol
problema trin itario , en cuauto era posible interpretar
mediante su uso la realidad de las personas divinas.
Ya hemos visto que ea la escuela alejandrina es
donde se ofrece prim eram ente la orientación filosófi­
ca platonizante; y ella es la quo lleva a sus repre­
sentantes más significados, comenzando por C l em en ­
t e y O r íg e n e s , a darle cabida e.u la interpretación
de la Trinidad, donde el Padre es expresión de la
trascendencia ds lo Uno y de existencia necesaria
en absoluto, m ientras la necesidad de la existencia
del Hijo en cuanto persona, más bien aparece como
condición del obrar divino, y razóu de la posibilidad
de la crcacíóu; como la persona de E . Santo es nece­
saria para la santificación de las criaturas, y comuui-
cacióu de los divinos dones. E sta doctrina es ya en
— 329 -
general de la teología de los apologistas, bien que
ain carácter sistem ático, y con otra modificación im­
portante, cual es la de que el hecho de la creación
determina el tráusito del ser del Verbo al ser del
Hijo, según lo ya indicado, con lo cual no están
ciertam ente conformes C l. A leja n d r in o ni O r íg e n e s .
En la teoría alejandrina se afirma y sostiene la
consubstaucialidaJ de un tuodu más decidido que en
los Apologistas, pero se introduce en l¡i divinidad
una triple gradación descendente que apenas se en­
cuentra esbozada eu éstos: la gradación de o b jeti­
vid a d ; la de p e rs o n a lid a d y la de operación.
Por la primera se distinguen en el Logos tres
estados: 1.° el de Menlo d iv in a (voO;,); 2.° el de
M ente o S a b id u ría iustrum ontai y típica de la crea­
ción, como entidad personal y viviente 2<xfí«);
3.° el del Logos encarnado. Pero ninguna de estas
gradaciones rompe la unidad substaucial, fuera do
la cual se hallan las m últiples manifestaciones de la
virtualidad del logos en el orden del ser y del cono­
cer finitos como atrás hemos visto.
Por ta gradación de p e rso n a lid a d se distingue
como plenitud el P adre, como derivación natural el
Hijo, y como proyección ulterior el Esp. Santo.
Finalm ente, por la gradación operativa, ocupa
el primer lugar el Padre; el segundo el Hijo; y el te r ­
cero el E. Santo.
334. La filosofía que imponía estas gradaciones
no llevaba sin embargo a los teólogos que la utiliza­
ron a ronunciar de la ortodoxia ni en su creencia en
la Trinidad. Antes bien, juzgábanla compatible coa
ésta, y e n su defensa e exposicióu la utilizaban.
- 330 —
P ar» in terp retar debidamente este punto, es menes­
te r tener en cuenta dos cosas harto inadvertidas:
Una es la teoría helénica de la co n su b sta n cia lid a d ,
que es la inversa de la teoría latina; y otra es la
teoría de la preexistencia- en sentido judaico y en
sentido griego, que vienen a enlazarse con la teoría
filosófica de la Trinidad.
La teoría g rieg a de la co n su b sla n cia lid a d es una
variante de las p a rtic ip a cio n es en el seno de la Di­
vinidad. E l ser divino do las personas no se origina
do la realidad substancial lógicamente anterior y pre­
supuesta a las personas, como en la doctrina latina,
sino que, por el contrario, lus persouas, por el hecho
mismo de p articip ar de lo divino, sea cualquiera la
gradación que como personas representen, tienen
verdadera consubstancialidad. E s una adaptacióu
peculiar de la teoría filouiana cristianizada en cuan­
to cabe, y que persevera como característica de las
escuelas netam ente g riegas.
335. La teoría de la preexisten cia es por modo
especial significativa en la m ateria. Dos formas di­
versas y aun opuestas en tre sí aparecen en función de
la idea teológica: la teoría judítica (o mejor dicho se­
m ític a ), y la teoría helénica de la preexistencia.
En la teoría sem ítica la realidad de los seres no
constituye u n a gradación ulterior evolutiva sobrasa
p o s ib ilid a d en Dios; sino que a la inversa, todo lo
que viene a la existencia, representa en ésta los mis­
mos valores efectivos que le correspondían desde la
eternidad. Todas las cosas tienen en Dios (en su om­
nipotencia y en su omnisciencia) la misma entidad
que cuando aparecen a la v ista o ante la inteligencia
-3 3 1 -
humana. P o r lo tan to el ex istir de las cosas no es
sino una proyección ex tern a relativam ente a nos­
otros, sin que aquéllas en sí cambien del no ser al
ser, sino más bien de uua categoría de ser a otra ca­
tegoría exteríorm ente d istin ta. Ln omnipotencia y e]
poder divino, vistos a modo de entidades nor­
mativas universales donde están físicam ente modela­
das las cosas, perm iten esa manera de concebir la
existencia como una modalidad representativa; como
un tránsito de lo oculto a lo mauifiesto (?avspov).
De conformidad con esto encuéntranse como con­
ceptos de la teoría: 1.® que la preexistencia no se­
ñala una perfección en las cosas, sino más bien enun­
cia la perfección de Dios que conoce y hace el proto­
tipo de ellas con 1%realidad de las mismas; 2.° que
la existencia en lo que tien e de perfección se halla
en su preexistencia, si bien el hecho de ex istir nos
sirvo para apreciar su prototipo en Dios, y recono­
cer la grandeza divinn al mismo tiempo que la con­
tingencia y relatividad de las criaturas que son ante
El cual si no fuesen; 3 .° que lo ex iste n te puede de­
cirse como una copia del original existente en Dios,
en cuanto para nosotros se desdobla aquella copia en
la forma de realidad que apreciamos, aunque perm a­
neciendo substancialm ente idéntica ésta al ejemplar
que tiene en el cíelo.
336. L a falta de precisión científica, y aun re ­
sultantes contradictorias que cabe señalar en esta
doctrina, son consiguientes a la inexacta noción de
lo posible camo tal, y a la indeterminación de la obra
creadora, y ausencia en general de una concepción
estrictam ente filosófica de lo finito y de lo infinito.
— 332 —
Mas ello explica como bajo la influencia de esta teo­
ría sem ítica se ha originado la doble modalidad del
Verbo siu filiació n antes de la creación, con realidad
exclusiva eu la mente divina, y Ja del mismo Verbo
corno Hijo, con la personal existencia del Logos ex-
le rio riia d o , sin cambio substancial en su ser divino.
Porque la proyección externa con sus modalidades
que nada quita ni pone en la p r ee x iste n c ia de las
criatu ras, tampoco pone ni quita cosa alguna en la
naturaleza del Verbo, qne es según su preexistencia
en el P adre, eterno y divino como El. Y he ahí el ori­
gen de la distinción dol svíia«s-¿s y del Xór°c
tpopwís, aceptada como compatible con la dogmática;
y que luego la influencia de la filosofía helénica hizo
desaparecer en la escuela alejandrina, ya que la teo­
ría griega de la p reea islen cia no adm itía los postula­
dos de la tesis sem ítica, ni por lo tan to aceptalni sus
soluciones teológicas aplicadas al Verbo.
337. La p ree x iste n c ia helénica, en efecto, no
responde al carácter religioso que ofrece la teoría se­
m ítica, sino que procede sobre la realidad e inteligi­
bilidad de las cosas, para explicar las relaciones de és­
ta y de aquélla. Por lo tanto Ja teoría de la p ree x iste n ­
cia que entro los sem itas no tiene sentido sino con
subordinación a la D ivinidad, aparece entre los grie­
gos con independencia de Dios, aunque venga, después
a ajustarse a la idea religiosa, singularm ente en cl
cristianism o.
La p ree x iste n c ia helénica es uua perfección de la
cosa cuyo ejemplar ideal precede a su realidad, y de
la cual se distingue. Lo real no responde nunca en
su plenitud al tipo de preexistencia, que más bien lo
- 333 -
limita y desfigura. Por consiguiente la tesis de la
preexistencia en este sentido no puede aplicarse si­
no a los seres finitos, respecto de los cuales exclu­
sivamente cabe el predominio del ser ideal sobre el
real. Su aplicíicióu u las personas divinas equivale a
reducirlas a la condición de criaturas. Por eso la es­
cuela alejandrina no aceptaba la teoría dei doble e s­
tado de Logas, a que antes hemos aludido, y que só­
lo como reminiscencia semítica hubo de introducirse
en la teología de los apologistas.
Aplicación inmediata do la doctrina semítica so­
bre la p reexisten cia es el concepto judaico del Me­
sías, el cual es persona divina porque en Dios tiene
una existencia pretem poral, y en él habita la p le n i­
tud de la Divinidad. Pero si ti d istinguir sn eterna
substancial generación, que llevaría a reconocer plu­
ralidad de personas eu Dios, contra la doctrina judaica
de la unidad fliviua, ni tampoco vislum brar la Tazón
de Dios-hombre, por asunción de la naturaleza huma­
na. El Mesías es preexiste como latente y oculto en
Dios (preexistencia general de los seres), y responde a
una entidad personal qne o stentará la grandeza divi­
na sin dejar el tipo de hombre, tal como debía venir a
la existencia. De ahí que la idea de una encarnación
del Verbo, de sus humillaciones y sufrim ientos en la
naturaleza humana, se viesa como un imposible y
un escándalo.
338. La idea helénica de la p ree x iste n c ia esla­
bonada con la teoría platónica y neoplatónica, altera
de una parto el elemento divino mesiánico, confundido
con una de las naturalezas interm ediarias, y de otra
parte quebranta su elemento humano, declarándolo
— 384 —
indigno e inadecuado para ser expresión de la realidad
visible del Verbo. Y como extensión de esas mismas
ideas, bien que modeladas en teorías diversas, se lle­
gará, ora a in ten tar m anteuer la elevacióu del Verbo
aislándolo de lo sensible por interposición de la per­
sona humana (nestori unismo); ora a pretender d ig­
nificar la humana naturaleza, eleváudola a participar
de la divina, y borrando así los confines entre una y
otra (monofisismo).
339. Mas concretándonos ahora a nuestro obje­
to, en el influjo de las teorías mencionsdas. encontra­
mos no sólo la explicación de las doctrinas teológicas
prim itivasacercade laT riu id ad , sino tam bién el modo
de justificar su ortodoxia losPndres qne la sostenían;
puesto que ni la distinción del Verbo como produci­
do a d in lr a (en la mente divina), y ad e x tra como
persona según la preexistencia semítica se oponía a
la identidad persoual del mismo; ni la teoría de las
p a rtic ip a cio n es dentro del ser de Dios excluía la na­
turaleza divina, ial como se concebía a lo platónico,
como nn elemento de universalidad, tanto más eleva­
do cuanto era más grande la idealización trascenden­
te de la Divinidad. P o r eso las gradaciones en titati-
vas del Verbo y del E . Santo 110 rompen la unidad
esencial, a pesar de que no se le reconozca la cate­
goría trascendente del P ad re, que es expresión por
autonomasia de lo divino (v, a trá s, núrn. 134-35).
Que si las teorías utilizadas son vulnerables y
llevan a consecuencias incompatibles con la dogm áti­
ca, eso no obsta a que se recibiesen sus generales
conceptos como medio de explicar la realidad divina,
p;I igual que se utilizaron en orden a la realidad hu­
— á35~
mana y a la realidad cósmica, sin que ello significa­
se la aceptación de ninguna teoría filosófica griega
ea todris sus partes,
340. Dada esta inicial incorporación filosófica,
se explican sin dificultad las m anifestaciones sucesi­
vas del pensamiento teológico griego respecto de la
Trinidad informado en sus varias etapas por la onto-
logía platonizante que hemos vista al tra ta r del ser
de Dios uno, y de su conocimiento por nosotros. Con­
viene al efecto qne señalemos las características de
aquel pensam iento. 1.® P uesta la idea dogmática de
Dios en tre la tesis judaica y la de la filosofía heléni­
ca, hallaba en ambos extrem os clemeotos de aproxi­
mación, sea por lo que hace a la trascendencia helé­
nica, sea en lo quo se refiere a la individualidad di­
vina del judaism o. L a diferencia radical introducida
por el cristianism o hállase en que la filosofía con su
concepción trascendental, y sobre todo el judaismo
se ordenaban a un Dios úuicoen su personalidad ú n i­
ca tam bién; m ientras la tesis cristiana m ultiplicaba
las personas dentro de la Divinidad. En ia persona
única divina de judíos y filósofos, vieron los teólogos
la condición de P a d r e , con lo cual se determ ina la
relación al Hijo, y m ediante éste la rolación n.1 E spí­
ritu Santo. De su erte que aquella condición de Padre
hubo de in terp retarse como subordinada a la idea
del D ios-persona según el concepto judaico y a la
vez helénico.
De este modo el sistem a filosófico-teológico re s­
pecto a la Trinidad quedaba iuiciado ea una progre­
sión, por decirlo así, en linea recta descendente (de
conformidad a la vez con la teoría de las p a r tic ip a -
- 336 —
d o n e s ), y asi hubo de constituirse entre los griegos.
No se pensó, pues, prim itivam ente eu la naturaleza
o substancia como previa fres p r w in lc lh ü a ) a la s
personas P adre, Hijo, E . Santo; sitio que cada p er­
sona hubo de considerarse en sí misma concretamen­
te. E l Padre es la plenitud del ser, o Dios por anto­
nomasia; el Hijo es Dios por el hecho coucreto de s:i
divina generación, abstrayendo de su común n a tu ra ­
leza con e! Padre; y el E . Santo lo es a su vez por
proceder del P adre con procesión que partiendo de
éste pasa m ediante el Hijo ¡i co n stitu ir la tercera
persona divina. A sí, lejos de ser la naturaleza la que
sirve de centro a la Trinidad de personas, son las
personas las que deben decirse centro respecto a la
naturaleza. En consecucucia, el concepto de la uni­
dad de naturaleza aparece corno una resultante del
concepto de personas, y no viceversa, como acontece
en la teología latin a.
La teoría latin a, parto do la unidad do natu­
raleza, y hace sobrevenir como térm ino lógicamen­
te subsiguiente la distinción de personas. La teoría
griega p arte de las personas como lógicamente a n ­
teriores a la unidad ríe substancia, y funda sobrn
aquéllas la comunicacióu de ésta. La teoría latina al
comenzar por la esencia para ¡legar al supuesto, ha­
ce de la persona como un modo do sor de aquélla.
P or el contrario, la teoría griega comenzando por cl
supuesto p ara descubrir allí la esencia, presentan,
ésta como el contenido de la persona. La fórmula la­
tina es: Tres porsonas en un solo Dios (en una esen­
cia divina); y la fórmula g riega: Un Dios en tres
personas.
— 337 —
341. Hemos flicho que eu la teoría griega la uni­
dad de naturaleza aparece como una resultante de la
realidad de las personas divinas; y de eso procede
que; bajo la influencia de la teoría de las participacio­
nes, se haga extensiva la divinidad a las personas con
abstracción de la unidad do la naturaleza, y por lo
lauto siu som eter explícitam ente a esta unidad y
medir por ella la extensión de lo divino a las per­
sonas. Las gradaciones que la teoría griega nos
ofrece partiendo de esn manera de coucebir la T rin i­
dad, hasta que se in vieite el procedimiento con los
nuevos conceptos de la teología latina, pueden redu­
cirse a los siguientes:
1.° Idea de unidad en las personas divinas ea
cuanto sou un solo Dios; pero sin precisar el concep­
to de esa nnidad y monarquía divina, que aparece más
bien como resultado de uua ú n le s is , y como punto de
convergencia, como v é r t i c e — q u e dijo
S. D i o n i s i o R o m a n o . Con esa fórmula que eu el fon­
do es más negativa que positiva, tampoco eran posi­
bles más que soluciones negativas, según en efecto
aparecen en los primeros siglos, señalándose enton­
ces mejor lo que no os Dios-Trino, que lo que hace
la Unidad eu la T rinidad.
2 .a Idea de la unidad en las personas reducida
a la unidad de naturaleza ccmúu abstrayendo de la
unidad de identidad substancial. E sta fórmula filosó­
fica debe su origen a la necesidad de defender la di­
vinidad de la s tre s personas siu adm itir tre s Dioses.
Al comenzar la lucha contra ol arrianismo es usual
el argum entar sobro la unidad de esencia en el Padre
y en el Hijo para probar que éste no es criatu ra y es
— 338 -

Dios como el P adre. Mas se advierte sin dificultad al


exam inar los argum entos utilizados y ejemplos pro­
puestos, que ea la mayoría de casos los Padres pro­
ceden razonando sobre la u n id a d especifica de las
personas divinas, ta l como so encuentra la unidad
especifica hnm anaen cada uno de los hombres,
342. E sta manera de entender la unidad de la
Trinidad si se tomase a la letra, convertiría la na­
turaleza divina en un universal predicable de ca­
da persona, y en consecuencia destruiría el con­
cepto de Dios Tritio; pero el desarrollo de la ex­
posición doctrinal no podía hacer sino paulatina -
m eute su camino. «La definición de la esencia, di­
ce S. B a s i l i o (ep. 38 fíe u ú a eí ln¡poslasi} no es
una respecto de P e d r o , otra respecto do S i l v a n o .
otra para T im o t e o . Sino que los caracteres por los
cuales se define la esencia de P a b l o se hallan también
en los otros. Todos tienen la misma esencia ákXr¡in;
íjisuúoioi, porque todos son definidos por una misma
razón esencial. «De ahí qne cl mismo S. B a s i l i o no
vacile en aceptar la sem ejan za en la esencia -Sucio;
■nazi, ouoíav— como equivalente de identidad esen­
cial con ta l que la semejanza no adm ita diferencia
a lg u n a , porque en ese caso tiene una sola definición
(cf. E p. IX , 3).
Con este criterio halla S . H i l a r i o justificable el
SfioLoóoioc, no ciertam ente en cuanto se proponga ha­
cer concesión alguna a los arríanos o semiarrianos,
sino en cuanto juzga que toda semejanza en la natu­
raleza es forzosamente ig u a ld a d en ella. Decir que
dos tienen naturaleza sem ejante, enseña S. H i l a r i o .
equivale a decir que tienen la misma naturaleza, Ast
- 339 —
todo hijo es por naturaleza igual a su padre, porque
le es semejante en uaturaleza. «Omnis itaque filius,
seeunduni naturalem nativitutem , tequalitas patris
est, quia est et similitudo naturio.» (De S yn o d is,
ii. 78). Mas si la semejauza cu la naturaleza, con­
cluye lógicamente en su doctriua S. H i l a r i o , es
siempre igualdad, lo es precisam ente por la unidad
que supone, auuque ésta sea de género. «Aequalitas
n a tu ra non potest esse nisi mía sit; una vero non
personarum u n itate, sed generis.» (Ib. 74).
343. Es de notar que m ientras se propone una
tal solución acudiendo a una íonna media de u n iv e r ­
sales, que hace de la naturaleza divina principio de
uuidad ab stracta, con detrim ento posible de la unidad
real y numérica de dicha naturaleza, se ensaya tam ­
bién otra forma extrem a de universales, la del r e a ­
lism o p u r o , que recuerda las exageraciones de la
Edad media, y que llevan directam ente a negar la
unidad d é la s tres personas que se tratab a de d e ­
fender.
E sta doctriua la sostiene y de ella hace aplica­
ción a la Triuidad S. G r e o o b io d e N i s a . Según é l ,
la naturaleza es una entidad universal, que en su
universalidad tiene el mismo ser real que los indivi­
duos. «Decir muchos hombres, escribe, es somejante
ft decir machan n a tu ra le za s h u m a n a s ... D esigna­
mos con nombre singular; u n pueblo, tirm tr ib u ,
una a r m a d a , u n a a sa m b lea , aunque el concepto de
estas cosas encierra m ultitud; y de igual modo, para
ser exacto, debiera absolutam ente decirse un solo
hombre, aunque sean muchos los que aparecen en la
misma naturaleza». ¡'Quod, non sint Ircs d ii M.-F,
— 340 —
G r. 45). De esta manera, y empleando otras compa­
raciones análogas para probar que es un abuso {*.%-
Tdxpsow-uva ouvvjOias), «multiplicando por naturaleza
los que no son distintos por naturaleza», concluye
que siendo una la n aturaleza divina, es imposible
que sean dioses diversos las divinas personas. Pero
lo que en realidad se sigue de su doctrina es que o
no hay individuos dentro de cada naturaleza, ui por
lo tanto distinción de personas eu la naturaleza d i­
vina, o que los individuos son específicamente diver­
sos, y por lo mismo tan m últiples las naturalezas eu
Dios como las personas (1).
3.° Idea de la uuidad cu las persouas expresa­
da por la u n id a d de op era ció n .

(1) E n tr e los quo coi rig e n la te s is del N is e s o , y a u n p arece


r e f e r ir s e a á l, s in n o m b ra rlo , fig u ra en p rim o r lu g a r S . Gugookio
N acianzeno . Eti su O r a t.X X X i haco c o n s ta r re p e tid a m e n te q u e ii>?
D inguna m a n a ra so p u ed e d ocir q u e D ios e s u n o en d is tin ta s pi?r-
sDim s, corno la h u m a n id a d cti u u a en d iv e rs o s in d iv id u o s , [Jorque
l a c o m u n id ad sólo tie n e u n id ad eu l a m ente, — y¡ w .y ix y¡j i d ev
ÍX ei|ió v o v ém voiot— , m ie n tra s la s p e rs o n a s d iv in a s I» tie n e n si: t;i
r e a lid a d . P e ro el m isino N a c ía .«EN o p a iv c u m ás de u n a vez ir n.
p a r a r a) e x tre m o o p n e s to , no reco n o cie n d o en la s p e rs o u a s baso
de d is tin c ió n r e a l. E s e sto r e s u lt a n te d e la s in flu e n c ia s fllosóti
c a s d e P o r f i r i o , s e g ú n cii^ a d o c trin a h a c e d:'[>‘j m le r el Seo. D oc­
t o r la in d iv id u a c ió n , do los a c c id c u tc s , y é s to s eu D io s no pueden
ex is tir.
L a m a n e ra d e v e r de S . Git. N a c ia n z e x o se d e s c u b re Lien ftii
s a d is c íp u lo e l D a m a scg n o , c u a n d o dice (De íide o r th f. <-..
V I I I ) , q u e cu la s c r ia t u r a s la s hyp'istixaiá son r e a lm e n te d is tin ­
t a s , y la u n id a d d e n a tu r a le z a esp e cifica e¡ aólo té rm in o d e un
c o u c íp to — xffi X ófw é o n t t a i n p i j t ^ — ; m ie n tra s en la T rin id a d s i r
ce d e a la in v e rs o — - i ¿vinatX '.v— ; p o rq u e la u n id a d es lo real
— "tó xoivóv £v TtpKYiiaf.voia 8¿ 16 S iijpijpévov— Con lo c u a l sólo
e x i s t i r í a e n t r e la s P erso u B s d iv in a s u u a d is tin c ió n de ra z ó n .
— 341 —
344. Es ésta una explicación filosófica que en­
vuelve directam ente el concepto de unidad de n a lu -
raleza, porque es sabido que la naturaleza se toma y
la toman los Padres como principio de accióu. Al mis­
mo tieuipo esta manera de plantear el problema desde
el puuto de vista de la operación, perm itía de algún
modo prescindir de la cuestión ab stracta de tos uni­
versales aplicada a la Trinidad, cuyos vestigios de
aplicación acabamos de ver.
E s frecuente eu los Padres el argum entar sobre
la uuidad operativa externa para probar la unidad do
las tres persouas, sin dejar por ello de utilizar otras
fórmulas de explicación. Asi, S. B a s il io al mismo
tiempo que establece entre las personas el vínculo
de osencia entendida del modo y a señalado, recurre
también a que la uuidad de operación externa de las
tres personas, es prueba de su uuidad (v. C ontra
E unom . 1. II). Y S. G h g g o r io N j s b k o (1. cit.) des­
pués de darnos la solución indicada a trá s, ofrece
otra fundada en el obrar divino, partiendo para ello
de que el nombre D ios lio es nombre de naturaleza,
sino de operación, a lo cual llega fundado eu la equi­
vocada etimología del nombre —6¿o;— que tiene, cou
otros muchos antiguos, como derivado de &s«o0a-., v er,
cou equivalencia de regir y g obern ar el mundo según
el N is e n o .
Nótese que la teoría g riega subordina eu absolu­
to la naturaleza a la persoua; y eu consecuencia los
que hablan de la unidad de operación no lo hacen
nunca partiendo de la naturaleza lógicamente presu­
puesta como anterior a la s personas, sino partiendo
de las personas que como tales se comunican la ope-
-3 4 2 -
racióo, y asi ésta pasa del Padre al Hijo, y m ediante
éste, al E sp íritu Santo, conservándose la misma que
p arte del Padro: ’E* nK-upós, escribe S. G r . d e N isa ,
á^popftólTai, y.xl 5 iá xou u’. i ü re p itió ;, x a t áv -ttp» T tveüfiati
i«\bioSí«i.. (L. C .).
4.° Idea de la unidad de las Persouas mediante
la u n id a d de su b sta n cia , pero entendida, como vere­
mos, con subordinación a la persona.
E s esta la fórmula que expresa cumplidamente
la idea de la unidad eu la Trinidad; fórmula latente
que a trav és de las varias oscilaciones del tyooúows
acabó por. imponerse de modo explícito y definido.
P ero los griegos, uo concibiendo en su tooría la
persona como un modo de la naturaleza, a ia manera
de los latinos, sino ésta como el contenido de la per­
sona, hubieron de in terp retar la con su b sta n cia lid a d
en igual sentido por exigencia de su sistem a. De ahí
la doctriua de la compenetración de las Personas di­
vinas, a m anera (le la in ex isten cia m utua; la reca ­
p itu la ció n de la Trinidad —auYxepaXttíwoií—, qne más
tarde viene a estudiarse como á rc u n isn siá n , o habi­
tación de cada una de las tros divinas personas I.i
una en la o tra.
345. La doctriua de la c o n su b sta n cia lid a d desen­
vu elta como teoría sobre la interpretación de la escu­
eta p rein te lec tn entre los latinos, uo dejó de ejercer
sn influencia en el desarrollo del pensamiento griego
acerca del ser consubstancial do las divinas personas,
aunque sometiéndose a las modalidades peculiares del
sistem a gríogo que luego veremos. Dicha latina in­
fluencia pasó en especial mediante S. A t a n a s i o a los
griegos, y el conc. de Nicea, que a su vez recibió do
— 343 —
los latíaos la fórmula m entada, hubo de consagrarla
definitivamente, sia perjuicio de las diversas orien­
taciones de sistem a entre latíaos y griegos.
Los efectos de la adaptación de la teoría latiua a
la teoría g rieg a échanse tambiéu de ver eu las dos di­
recciones, sólo parcialm ente opuestas, que represen­
tan S. A t a n a s io con los qne le siguen, y la escuela
de Capadocia, cuyos principales representantes son
S. B a s i l io , S. G r e g o r io N a cian zisno y S. G r e q . N i j
z e n o , ya mencionados. S. A t a n a s io insiste en lo

identidad substancial de las personas divinas, en la


comunicación de la substancia única, qne representa
el 4|ío»coloí, sin estudiar lo que son las personas en
si, ni como so distinguen cu sil entidad privativa.
En realidad uo m uestra poseer una palabra para ex­
presar el concepto de pursona; rehuye en efecto em­
plear el vocablo upóoamov, y el de h ip ó sla tis lo confun­
de habitual mente con el de esencia, oüeta. «La hipos-
tasis es la esencia, dice en su E p ist. a d A fros, y no
significa otra cosa que cl mismo ser». ’H 8s úníoxaoig
oOoía ! o t¿ y,%i oOB¿v dXXd sqpst'.vópsvgv ccOx¿ t ó 6\.
La influencia latina vieue así a reflejarse doblemente
en S. A t a n a s io , como en el conc. de Nicea: en la
orientación hacia una substancia representada con
anterioridad lógica a las personas, que sin em ­
bargo él mismo no quiere hacer prevalecer; y en la
indistinción significativa cié h ip ó sla sis y su b sta n cia ,
bien marcada en tre los latinos, y ocasionada a no pe­
queñas dificultades en la antigua teología occidental,
como ya notó S. J e r ó n im o .
346. Por cl contrario los P adres capadocios,
sin dejar de adm itir la doctrina de Nicea, tra ta n de
— 844 —
ajustarla a la tradición de la geouiua escuela griega,
anteponiendo más vivam ente el concepto de persona
al de naturaleza, y distinguiendo la hipó si asís de 1;\
esencia (oüoia) (1), Hechas estas observaciones 1 vea­
mos de penetrar en la contextura íntim a de los sis­
tem as ortodoxos griego y latino de la Trinidad, y.i
que ello ayudará no poco a apreciar el valor e influ­
jo de los elementos filosóficos que entran a consti­
tuirlos.

(I) L os C apadocios in flu y ero n 'k'iiiUdiviaúiite en fija r la tío-


r í a ac o ren del d o g m a de 1a T rin id ad , co m p le ta n d o la ob ra 'le
S. A ta n a s io . S u leng-najc q u e re c u e r d a k escu ela do O bígenL '.
cu ya p arte s a n a r e p r e s e n ta n , y s u d isc o n fo rm id a d p a r c ia l, no :lu
fe , sin o de te o r ía te o ló g ic a , con S . A ta n a s io , s irv ie ro n d e ocasiósi
p a ra a c u s a rlo s de in n o v a d o re s en la d o g m á tic a , e i n t r o d u c t o r a
d el s e m iaiT tan ism o eu l a I g lesift. E s l o q u e repiten H a k h a c k «u su
c it. Dogmcnrjríieh. II; S b b b e s o , L ü h rb . d. D ognwriyesch.;
G w atíin ', Stadian q f ArtanU m , cou otros m u flios que l o d is ­
tin g u e n eu tre l a t e o r í a g rio g a y Jii te o ría latins, so b re ln T rini'
d ad ; y q u e co n c e p tu a n d o a p r io r i ni d ogm a como resu ltan te de
lo s s is te m a s filosófico-teológicos, I r a d u c e n las variuulei» d e é»tos
por a lte r a c io n e s cd a q u é llo s .
C A R I T U L . O IX

La Trinidad

EXAMEN COMPARADO DE LAS TEORÍAS GRIEGA Y LATINA.

L as person a s d iv in a s en su constitución

S u m a r i o . L a'estructura ile ainíjgs «¡atem os latino y griego p a r ­


tiendo de ln noción del ner. Los conceptea <1ule m in a n te s de la
entidad divina, en si. Id. d e te n n ¡m a te s de tas persouas divinas,
Las dos direcciones de aiubtia categorías de conceptos kii la m is­
ma escuela socrática. Ptinlus ventrales de toda teo ría explicativa
de la Trinidad. La constitución de Irts personas, Las personas
constituidas. Eatna respecto de su» individuales características;
id. cu orden n ai mismas. Trii'lc uspccto on la constitución de las
personas. Las personas en orden a la, naturaleza. Las peraonaa
en orden a las «iim uat proceniones Las personas y las relacio­
nen. Problema capital en el prim ero dételos aspectos. Soluciones
opuestas de las teorías griega y latina. Problemas a resolver en
el segundo cío dichos ¡t-qieLtos; y divergencias entre latinos y
griegos. La iialn rn le/ad e las jjroccsTOvics t¿tt;iiia»segl'tli las res­
pectivas leorias ortológica y ¡ysicoligicr. K1 problema de Ift
naturaleza preinteUala oti ía teo rii latina: sus graves dificul­
tades; y diversidad de soluciones u i orden a los principios de
l.u p ersonis divinas. La tesis mihstntia genuil substuntiam no
heterodoxa, y la tesis non est ga-crcins ñeque, genita, etc. del
Lateranenfte. Insuficiencia <lc las diversas soluciones. Las bases
deficientes de cite sistema. El sistema griego en orden a la na­
turaleza divina. Su tesis iui'ersa de la latina, V consecuoucias
en orden a las procesiones, La teoría ¡fricffa de ían procesiones
divinas. La tesis helénica de las operaciones ad extra en relación
con la de las operaciones ad intrti. La doctriua de la inexisten­
cia de las divinas personan. Distinción cutre la divina generación
del H ijo y la uroecs-óu del B. Santo sepún latinos y griegos, y
diferencias notables de ambas escuelas. El dias;rnmma latino de
ln Trinidad, el diagram m a griego católico, el diagram m a de S o ­
cio. La cuestión del ori"¿u del E, Santo en ab stracta según g rie ­
gos y latinos. La opinión de E sco to en arabas leorias, La teoría
latina y griega da las relaciones divinas.
X
34?. Con lo dicho tonemos ya señalado el pro­
ceso y aun la estru ctu ra general filosófica del sistem a
- 346 —
griego en oposición al latiuo. acerca de la T rinidad.
L a idea del Ser supremo como realidad eu sí (ser
su b sta n cia l/ se desenvuelve eu ambos sistem as para
constituir la Trinidad, según las diversas catego­
rías de entidad que, al modo humano, hay que
distinguir en la realidad divina para presentar en
nexo indisoluble la pluralidad hypostática dentro de
la unidad substaucial. De ahí la necesidad de tra s­
ladar a lo Infinito divino ideas elaboradas sobre la
constitución de lo finito. Eu la representación consi­
g uiente de la Divinidad dos categorías fundam enta­
les de conceptos se utilizan: unos son lo s conceptos
d eterm in an tes de la en tid a d d iv in a en si, otros los
conceptos c a racterístico s de esa m i m a e n tid a d co­
mo p erson as d iv in a s . Al primer grupo pertenecen
las ideas de esencia (p r in c ip iu m entendí; o sea, id
quo res e st id quod est); la de n a tu ra le z a [p r in c i­
p iu m a g e n d i, o principium actionis seu operationis).
que sólo se diferencia de la idea de usencia, en cuan­
to ésta expresa una modalidad estática, y la n a tu ­
ra leza una modalidad dinámica; y la de subsistencia
(p e rso n a lü a s, ratio con stitu tiv a personas). E sto,
según las nociones filosóficas tradicionales, como sn
encuentran adaptadas al sistem a teológico en las
escuelas.
348. Ambas teorías profesando los principios
de la escuela socrática, coinciden eu la apreciación
fundam ental de generales conceptos. Mas por cuanto
tales ideas se subordinan a la idea de ser, y es­
ta es de diversa modalidad según se tra te de la
orientación platónica o do la aristotélica, de ahí el
diverso aspecto que revisten las ideas de su b sta n cia ,
- 347 —
de esencia , n a tu ra le za y subsistencia, en tre los
griegos, seguidores de la prim era, y los latinos más
iniciados en la segunda de dichas orientacioaes. Y
es que, según sabemos, el ser platónico representa
la pleuitud de la idea en su orden como contenido en
la realidad, donde so actúa. Mientras el ser a risto ­
télico representa la idea como conU-niendo la re a li­
dad, que es el contenido de aquel. De esta su e r­
te las varias categorías ab stractas (substancia,
esencia, etc.) se desenvuelven eu el prim er caso
dentro de cada tipo concreto; y eu el segundo, a la
inversa, cada tipo concreto de ente se desenvuelve
dentro de su categoría ab stracta respectiva. He
ahí eu sn génesis la línea divisoria de las escuelas
que habremos de estudiar.
34 9 . P ara ello comencemos por n otar que la
parte científica y de sistem a acerca del dogma de la
Trinidad, puede reducirse a tres puntos centrales:
1." Constitución d é la s personas divinas. 2.° E x is­
tencia y características de las divinas personas. 3.°
Las personas divinas en tre sí.
En la constitución de tas d iv in a s personas se
hallan como elementos explicativos del dogma, los
conceptos de las procesiones d iv in a s, y de las r e la ­
ciones. Y se distinguen como es sabido: dos p ro ce ­
siones u orígenes de las personas divinas (g en era ­
ción del Hijo por el Padre, y procesión del E . Santo
del Padre y del Hijo) (1); cuatro relacion es de ori-

(1) L a te o lo g ía g r ie g a rom o la l a t i n a d i s t i n g u e lo a d o s
ó rd e n es fum lam cntftle» de o ríg e n e s o proccrianes. L a proce-
8¿;¡n inmanente o ad inlra, y ! a procesión, transeúnte o a i
extra. D entro lie la p rocesión in m a n e n t e , la s d os ca teg o ría s;
— 348 —
gen correspondientes a las dos procesiones m enta­
das, segúu el principio y término de éstas ( P a tern i-
la s el F ilia lio , en la prim era de dichas procesiones;
S p ira tio a c tiv a S p ira tio p>issiea en la segunda de
aquéllas). De ahí las tres perso n a s, correspondieudo
a la Paternidad y Filiación (Padre e Hijo) de un;i
parte, y a la S p im tin p a s siv a (E. Santo) con origen
eu la S p ir a tio a c tiv a , común al Padre y al Hijo, c
indistinta por tauto de ellos.
350. Mas la diferencia entre griegos y latinos
en los principios filosóficos ya m entada hace que sc¡i
■también muy diversa la interpretación de los concep­
tos dichos; diferencia que según habremos de ver,
alcanza asf a los conceptos atinentes a la constitu­
ción de las personas, como a los quo se refieren a las
personas co n stitu id a s. Todo ello a pesar de su hornla
significación no es apreciado ui aun señalado por la

nrni de procesión fin iia (que los latinos dice» fís ic a y que al­
gunos fliccn im p erfe cto ) en que ol térm ino ile la producción
dependa de su origen coíiio de propia c a u sa , y uo so idenlilKii,
con él eu la m ism a num érica n a tu ra le z a ( r. g r ., la m ente hu­
m ana y la ¡dea); y o irá tle procesión in fin ita (que Human Me­
ta física y p e r fe c ta los latinos), en que el térm ino producido
no se diferencia en natu ra le z a de su origen, ni depende do ¿I
como de ca u sa , sino tan sólo como de principio (la persona del
Verbo en orden ni P a d re , y Iti dnl S . Santo en orden al Patlro y
ni Verbo).
En las procesiones transeúntes las dos form as: unn de l¡i
obro creadora en cl orden n n lu rn l, y otra 1» de elevación y de
la g r a c ia en cl orden sob ren atu ral. P ero lo m ism o en la int?i’-
pretación fie las p rocesion es inmanentes, que cu Ift de la;
transeúntes (n atu ral y so b ren a tu ra l), ex iste n la s m arcadísim as
d iferen cias en tre g r ie g o s y la tin o s, q u e’corresp on den a los >li-
v e r so s sistem as filosóficos de an os y o íro s.
— 349 -
teología latina, harto deficiente ca g en eral' eu lo
que ataüe a la, filosofía de la dogmática, y más t o ­
davía en ln, génesis y estru ctu ra intim a de los sis te ­
mas aun de los mismos creados o transform ados por
Ifi ciencia escolástica.
351. En la r e a lid a d existencia!, de la s p e rs o ­
nas, se ofrecen para considerar cada una de las
hypóstasis eu sí de la Trinidad. L a razón de sus de­
nominaciones peculiares (Padre, Hijo y E . Santo); y
las operaciones individuales que les corresponden, o
les son atribuidas por a p ro p ia ció n . Y en especia!,
las notas características que expresan las p r o p ie d a ­
des o nociones divinas. Son estas p r o p ie d a d e s , seña­
ladas en todo tratad o de teología según el sistem a
latino, ]¡\in n a sc ib ilid a d , la p a te r n id a d , la filia ció n ,
la apir a tío activa y la sp ira lio p a s s iv a . Ya vere­
mos las discrepancias en este punto, según cl sis­
tem a griego.
Y por cuanto lo que se refiere a la acción indivi­
dual de las personas divinas, así como a sus pecu­
liares denominaciones (respondiendo a la generación
eterna del Hijo, y a ía p rocesión del E , Santo), en
lo que tienen de dogmático es común a la teología
griega y latina; y en lo demás resulta de ¡a índole
de las procesion es, ora de la de las p ro p ied a d e s, nos
atenemos sobre ello a lo que acerca de estos puntos
habremos de exponer.
352. La doctriua acerca de ta s p e rso n a s respec­
to de sí m ism as, comprende lo atin ente a la e n u m e ra ­
ción en la Trinidad, ig u a ld a d de las persouas, ord en
en ellas, m isiones divinas; y sobre todo la idea de la
inexistencia m utua de las personas divinas de e s­
- 350 —
pecial significación para caracterizar las escuelas 1¡\
tin a y griega.

353. Comenzadlo por lo que atíiñe a la consti­


tución de las personas divinas, deben estudiarse ís-
tas en tres aspectos: 1.° Las p ersonas en orden a la
esen cia.^ .'3 L a s personas en orden a la s d iv in a s p r o ­
cesiones. 3.° Las perso n a s y la s relaciones d iv in a s.
El problema que se ofrece estudiando las perso­
nas en orden a la n aturaleza o esencia de Dios, há­
llase en determ inar como (según nuestro modo de
concebir) actúa la esencia en las personas; y por lo
tanto si la naturaleza ha de considerarse como ele­
mento porfectivo y determ inante de la persona, o
por el contrario la persona es determ inante da la na­
turaleza. P ara lo primero es necesario considerar la
persona corno una cosa amorFay en si indeterminada,
que la naturaleza viene a concretar y fijar. Para io
segundo es necesario p a rtir de que no existe natu­
raleza concreta y real por lo tan to , sino en virtud
del supuesto o persona que la hace ser lo que es. y
por lo mismo nunca el supuesto ni la persona son
cosa amorfa a que la esencia sobrevenga o preceda
ni en el orden real ni en ol lógico, o de concepto.
Y he ahí ol origen de discrepancias entro latinos y
griegos.
Las personas en orden a las procesiones, ofrecen
los problemas de los orígenes en si de las hypósta-
ses divinas. He aqui los tre s puntos doctrinales en
la m ateria: Prim ero, el de la determinación de la
naturaleza de las procesiones divinas como fuente
de las persouas que proceden. Segundo, el de la de­
— 351 —
terminación de la característica do cada procesión
divina en orden a la diferencia entre las personas
procedentes, u:ia p e r cetem a m r/eno a tio n em (el
Verbo), y otra p e r sim pficem proccssionem (el E .
Santo); es el problema do como se origina y eu que
se funda la diversidad entre la generación del Hijo
y la procesión del E, Santo. Tercero, el de la d eter­
minación del valor de cada procesión para originar
las dos personas. Verbo y E. Santo, que preceden;
es el problema de como es o no necesario que el E .
Santo proceda dei Padre y del Hijo para constituir
persona distin ta de ambos.
354. Dicho se está que el punto fundamental en
la materia es el de la naturaleza de las procesiones; y
es también donde resalta la oposición entre la teo­
ría griega y la latina: pues m ientras en la prim era
las p> Acei'ionrt u orígenes divinos son (le naturaleza
ovti'lófjica, como proyecciones del ser directam ente,
según veremos; en la segunda teoría, dichas pro ce­
siones son de naturaleza p sicológica, como proyec-.
cioaes de la vida intelectiva y volitiva divina, sobre
la base ab stracta de una n a h tra le za p r e in l electa.
La teoría griega reflejando la teoría de lasjfjaWí-
cipaciones en sentido nietafísico adaptadas a liiT ri­
nidad, in terp reta ia s procesiones a m anera de do n a -
ción por la que una persona divina transfiere a otra
su ser al mismo tiempo que ésta permanece inma­
nente en la persoua de doude procede, por exigencia
del mismo principio que eternam ente está dándole
lo que es.
La teoría latina partiendo del tipo psicológico
humauo cou aplicación a lo divino, presenta las p r o -
— 352 —
cesiones eD Dios a modo de las acciones vitales hu-
nas el entender y qu erer, funciones de la, naturaleza.
Es el procedimiento consagrado por S. A g u s t ín , qne
utiliza por modo especial S. A n se lm o , y que luego
acepta la escolástica después de S to. T omás . Proce­
dim iento que influido por elementos platónicos deri­
vados del mismo S. A g u s tín en buena parto, fué exa­
gerado en las escuelas platonizantes medioevales
h asta pretender descubrir insculpido en el alma el
tipo de la Trinidad, y llegar mediante su considera­
ción con plena seguridad al original divino que allí
se imaginaban representado.
355. Sin duda qne esta teoría donde cou tanta
facilidad los fenómenos de la psicología humana se con­
vierten en elementos de ¡a ontología divina, ofrece
ventajas a primera vista significadas, tales como la
consabida de hallar eu las funciones anímicas del en­
ten dim ien to y v o lu n ta d correspondencia y paralelis­
mo (bien que no muy sólido y sostenido) con la condi­
ción de las dos procesiones divinas; la de perm itir
uua explicación rác-il, siquiera sea discutida entre los
mismos teólogos latinos, del porqué la procesión del
Hijo (con origen intelectual) es generación, y la del
E . Santo (con origen en la voluntad) no lo es; final­
m ente, la de ofrecer una solución clara de como cl
E. Santo procede del Padre y del Hijo por procesión
común, no obstante su ser personal distinto. En va­
no s e in ten taría buscar en la teología griega esa for­
ma de solución psicológica ea los problemas de la
Trinidad.
Y es que a trav és de tales formas psicológicas
revélase la tesis de una esencia o su b sta n c ia comúu
— 358 —
lógicamente anterior ¡il entender y qu erer, y a las
personas divinas; lo cual es la an títesis do la doc­
trina de los griegos en la materia,, según se colige de
lo antes dicho. En esa forma de prioridad en el con­
cepto de la esencia respecto de las personas divinas
hállanse justam ente los más graves inconvenientes
de la teoría, no ignorados por la teología griega, y
que los latinos apenas consiguen disim ular.
356. Desde luego el proceso cognoscitivo que
partiendo, segúu la teoría exige, del concepto de n a ­
tu ra le za llega, asi al de persona, reclama como prim a­
rias dos ideas di versus que lian de compararse y com­
pletarse entre sí para expresar la realidad de las hi-
postases divinas. Sin eso seria imposible la tesis es­
colástica corriente: i h pem onis q u n ten u s a d ea-
s n itia m e o m p a ra n tu r , y sus análogas. Ahora bien;
o dichos don conceptos respoudeu a formas realm ente
diversas, o só’o equivalen a modalidades diversas
de la misma realidad en cuanto ab stracta / n a tu r a le ­
z a/\ y concreta ¡persona!. Lo primero uo es desdo
luego admisible ni adm itido, porque equivaldría a
reconocer distinción real entre la naturaleza y las
personas divinas, con todas las consecuencias que
en orden al ser de Dios eu sí y eu cuanto uno, y al
de la Trinidad como ta ls e s ig u e u inmediatamente.
Ni tampoco la Diviuidad cuya existeucia se prueba
en el orden racional sería idéntica a la Divinidad
que enseña-la teología, por cuanto la Trinidad no
significaría una perfeccióu ulterior en el mismo ser
uno conocido por discurso n atu ral, sino una entidad
realmente ajena y yuxtap u esta a dicho S er.
Lo segundo tampoco aparece aceptable. Lo pri­
— 354 -
mero que se ofrece notar es que desdo el momento
•en que se opone la n a tu ra le z a a la p erso n a como lo
abstracto a lo concreto, no puede ya decirse que la
n aturaleza preceda lógicamente a la persona divina,
ya qne de esta tiene que derivarse aquella abstrac­
ción; sino que al contrario, la persona es la razón de
la naturaleza y de cuanto de ella se enuncie en cual­
quier forma que se conciba, que es lo que establece
la filosofía griega de la Trinidad. Por lo tanto no ca­
be en modo alguno presentar aquella u t fo rm a p e r ­
fe c tiv a persones (perficiens personara), según hacen
los latinos, sino que por el contrario p e rso n a eü
fo rm a p erficien s n a lu r a m .
P or otra parte el concepto abstracto de n a tu ra ­
leza o responde a un u n iv e r sa l, segúu la forma de
las abstracciones en nosotros, qne es de lo que se
tr a ta , o no respoude a idea alguna, ya que toda idtia
no concreta, o es ab stracta o no es nada. E sto ú lti­
mo, pues, anula la tesis de una n aturaleza p r a c in lt-
llecta; y lo primero más que anularla la hace absur­
da; porque uu u n ive rsa l predicado de Dios, no ya se­
gún el platonism o, sino según el aristotelism o mo­
derado, haría enunciable de las tres personas la na­
turaleza divina como proporcionalmente se enuncia
en universal la naturaleza humana (la humanidad
de los individuos singulares; y por consiguiente ten­
dríamos m ultiplicadas las personas como se m ultipli­
can los hombres dentro de la especie humana, que
seria un verdadero triteísm o
357. Si ahora queremos fijamos en los concep­
tos de n a tu r a le z a y p e rso n a comparados en tre s i; lia-
llamos que siendo aislables, puede ser pencado el uno
— 355 —
sin el otro; y por lo tanto si respouden a algo real
en Dios, no pueden menos de bacer aislables por
modo p rccisivo las persouas y la naturaleza. Lo
cual conduce o a la afirmación de una subsistencia
individual absoluta en cada uuu do las personas, o a
la doctrina de una subsistencia absoluta en Dios,
además de las subsistencias personales. Y eso es la
base justam ente de l.i teoría de C a y e t a n o (recibida
por la escuela tom ista, y ¡uní por otros que son aje-
nos a ella), según la cual es necesario reconocer en
Dios dicha subsistencia absoluta, con más las rela­
tivas, tratando desde luego de mantener la ortodoxia
de su tesis. Pero ello no evita las graves dificultades
con que tropieza, que hicieron llegase a ser tachada
de peligrosa para la fé, según ya la declaraba tiem ­
po ha el ilu stre teólogo T o l e d o .
Debe reconocerse sin embargo que supuesta la
teoría latina de una naturaleza p r m n td z c t a , es m u y
lógica la conclusión de C a y eta n o ; y a ella habrían
de ir a parar cuantos la desvían, si no se viesen luego
otras inaceptables consecuencias. Y es de notar que
la doctrina de las subsistencias relativas contrapues­
ta a una absoluta, a fuerza de in ten tar desviarse de
la teoría griega, significa una reversión inicial a ella,
por lo <jue hace al ser concreto de las personas d ivi­
nas; porque así vieueü a constituirse en principio de­
terminante del ser de la subsistencia absolut¿v.
- 356 -

LAS PERSONAS EN ORDEN A LAS PROCESIONES DIVINAS

358. Pasando ahora al aspecto psicológico ya


mentado d é la teoría latina de 1a s procesiones d iv in a s,
se echan de ver análogos inconvenientes y dificulta­
des. Exigencia n atural de la teoría es, que c-1 en te n d í -
m iento y v o lu n ta d divinas teugan segda el concepto
de la naturaleza p rc in tc le c ta el mismo carácter ab­
soluto de ésta con la cual se identifican; y ello dificul­
ta gravem ente la interpretación del ser personal de
la Trinidad. El Hijo, en efecto, procede del entendi­
miento divino, en esta teoría, como a su vez proce­
de el E . Santo de la voluntad. Y por cnanto volun­
tad y entendim iento se identifican con la ;iaturalc-
za prein te lec la , sin que en ello quepa, ninguna dis­
tinción virtual-, el entendim iento y voluntad son
comunes a las tres persouas; y el P adre, el Hijo y el
E . S anto tienen idéntico querer e idéntico pensar,
de la misma indescirnible maucra que tienen idéntico
ser. Es decir, que fundam entalm ente desaparece !a
razón prim aria de la distiución real de las personas
divinas según el procedimiento latino. Al mismo
tiempo las personas divinas no son explicables en
esta doctriua sino a base del entender y querer
esenciales en cuanto d istintos. Pudiera, pues, traer­
se aquí uu razonamiento que ya empleaba D u r a n d o
contra la doctrina aludida, si bien con diverso in­
tento: el Hijo entiende infinitam ente como el Padre,
y nada producá; y sin embargo el Padre entendien­
do produce el Hijo; y el Padre y el Hijo queriendo
producen el E. S anto, sin que el querer del E . S anto
- 357 —
produzca nada. Por consiguiente ni el entendí miento
ai la voluntad pueden decirse principio inmediato de
las procesiones divinas.
359. La significación del problema propuesto, y
la importancia y dificultad que en la teoría de que
tratam os encierra, lo m uestra bien el empeño de los
escolásticos en resolverlo, y las encontradas opinio­
nes sobre hi m ateria. A este propósito se ha acudi­
do a la consabida distiucióu en tre el sujeto operan­
te (principium (¡itod, que son las personas divinas),
y el principio mediante el cual obra el sujeto (prin-
cipium quo!; subdividiendo éste en principio rem oto
de las procesiones (la naturaleza divina) y p r ó x im o ,
o razón inmediata de aquéllas, objeto de m últiples
opiniones y controversias. Siendo de notar que mien­
tras así discuten uuos la forma de constituirse las
personas divinas supuesta la naturaleza p re in le le c ta ,
sin avenirse en tre sf, otros más lógicos dentro de la
escuela suprimen tal distiución entre principio p r ó x i­
mo y rem ólo, y pouen en esa naturaleza p r c in te le c ta ,
que al fin se da por operativa, la fuente inm ediata de
las procesiones divinas. E s el procedimiento que al­
gunos creen utilizado por Ricardo de San V íctoh, al
sostener como sostiene no sólo qne la esencia divina
engendra al Hijg, sino a la substancia del Hijo. Su
tesis famosa es: S u b sla n tia g en u it s u b sta n tia m (De
T rinit. c. 22). Tesis que no pocos teólogos han creído
condenada por el conc. de L e t r í h , y que según ve­
remos al tra ta r de la visión de Dios a través de la
filosofía medioeval, d ista mucho de ser así, como ya
notó P etav io , aun sin alcanzar cumplidamente la
teoría de R . San V ícto r. Pero si en esa tesis pue­
- 358 —
den- v e rse los oríg en es de fa d o c trin a alu d id a, es
sólo en cu an to venga en te n d id a la frase s u b sta n lia
g e n u it su b sla n iia m , eu el sen tid o la tin o de s u b s ta n ­
cia prein telecla lo cual no responde al pensam iento
de R . de S a n V íc to r.
A la cabeza de los que tien en a la esen cia d iv in a
por principio in m ed iato de tus procesiones débese
contar a D urando, quien ju z g a que la esen cia eu
cuanto in fin ita y fecunda, es U quo ob ra in m e d ia ta ­
m e n te , y no sus fa c u lta d es, e n te n d im ie n to y v o lu n ­
tad , como fu e n te de las procesiones m encionadas.
S eg ú n hemos-dicho e sta a c titu d es la m ás lógica eu
la te o ría la tiu a ; y su s a d v ersa rio s p a ra im p u g n a rla
vense forzados a re p le g a rse ate n u an d o cl se r de la
eseücía (de la cual hacen d ep en d er el valor re a l de
la s p erso n as), h a sta c o n v e rtirla en reflejo de las
p e rs o u a s j.y por co n sig n ien te su b o rd in a r ¡i ella s ni
v a lo r esencial, c o n tra los po stu lad o s do la te o ría .
360. Y sou de notar dos clases de argum entos
■positivos utilizados contra la doctrina de D urando.
Uno de el ios es la fórmula del Conc. de L e trá n , tr a ­
sunto de la de P . Lombardo: «Quaelibet trium perso­
narían e st illa res, videlicet, su b stan tia, esseutia,
seu natura d iv in a ... I£t illa res non est generans, ue-
que g en ita, neque procedens». (L a t^ IV, c. 2, dam-
nam .) Por le mismo que se daba par condenada ahí la
doctrina de R . de S a n V í c t o r , se inteutaba excluir
por igual títu lo la doctrina que patrocinó Durando;
y por ello quedó como si fuese un dogma la mencio­
nada fórmula del L a t e r á s e n s e , en sentido absoluto.
Pero ni el L ateran en sg alnde a la enseñanza de 11. de
San V ícto r, sino al trifceísmo de esencia g en era n s
- 359 -
et gen ü a en el sentido de R o s c e u n o , y d e l abad J oa ­

quín (que nomiaalmente señala el concilio), ni menos


define cosa alguna respecto a las interpretaciones de
sistema que. salva la u n id a d do Dios y su Trinidad,
discutieron los escolásticos libremente.
Otra fuente de argum entación halláronla los
teólogos en la p atrística griega. Desconociendo la
teoría helénica de la T rinidad, uada más fácil que
encontrar ou la teología griega la afirmación conti­
nua de que a la esencia con abstracción de las p e r­
sonas no corresponde el ser principio de las proce­
siones divinas (1). Pero no es la tesis de D u r a n d o
lo que excluye la patrística g riega, sino toda la
teoría latina sobre las procesiones.en cualquiera de
sus formas y opiniones; por la razón sabida de qne
la teología griega niega todo valor significativo a la
naturaleza p r e in ld e e ta respecto d>i las personas, y
por lo tanto nunca hace mención de aquélla iu en el
sentido de D u k a n d o ni en e! de ningún otro.
Dicho se e s tá qne 110 in te n ta n m cou lo e x p u e s to
ju s tific a r la te sis de D tr a s d o , sin o sim p lem en te h a ­
cer n o ta r que re s u lta la d o c trin a m ás lógica en el s is ­
tem a; y que sus im p ugnadores d e n tro d é l a te o ría
la tiD a , no pueden ju stific a r con solidez su im p u g ­
nación.
% '

(1) E n tal seutiilo. y eu tr e otr o s m u ch o s, puede verse la


tesis de T o u r r e l t , De 'ín m t., ai t . III, (lo Citamos por su cri­
terio m is ecléctica que el d e l¡i generalidad de los escolásticos),
rtoGda se ofrecen en síntesis los te x to s m ás usuales de la p a ­
trístic a g r ie g a co n tn i la ilc e tiin a de D u iu n d o , y quo et) prim er
térm ino segú n lo dicho a rrib a son contra la uatura!ez& pre-
intelecla, b ase d e to d a la te o ría latin a .
-3 6 0 —
361. Ciertam ente que la labor filosófica del siste­
ma latino ofrece eu su complejidad una gran contex­
tu ra lógica de conjunto. Pero es necesario reconocer
también que eu sus bases no presenta úna proporcio­
nal solidez. Comencemos por recordar que la n atu ra­
leza prein tclecla o responde a un u n iv e r sa l, lo que no
puede adm itirse, o no responde a realidad alguna en
sí; y por lo taato uo puede uuteponerso ni aun lógi­
camente a lo real concreto de las personas; de donde
resulta aderads que ninguna de las distincioues y va­
riedades de p r in c ip io s de acción que se proponen,
puede resolver sólidamente la cuestión co n tro v erti­
da. Es también indudable que en Dios no existe uo
ya distinción real, sino n i a u n v ir tu a l entre la na­
turaleza del Padre, del Hijo y do! 1£. Santo. Por
consiguiente todas las distinciones que derivan de
dicha divina naturaleza ab stracta para constituir
luego en ella cada una de las personas divinas, están
inevitablem ente destituidas de base suficiente objeti­
va. Y sin embargo sobre dicha abstracción se inten­
ta desenvolver el contenido, tam bién hipotético en
su aplicación, de la teoría psicológica hum ana, para
explicar según ella ¡a Trinidad, trasladando ¡i Dios
aun las mismas distinciones psíquicas, por analo­
gía con las de los acto? humanos, donde hallamos
un p r in c ip iu m quod de tales acciones (el hombre);
un p r in c ip iu m quo remoto del entender y que­
re r (el alma); y un p r in c ip iu m quo próximo de
entender (el entendim iento), y otro de querer (la
voluntad). Pero las deficiencias señaladas basta
rían para que todo el sistem a apareciese como labor
constructiva extrínseca en absoluto al contenido
-3 6 1 —
de la tesis dogmática que se in tenta explicar me­
diante el proceso aristotélico.
362. Por otra parte es necesario tener en cuen­
ta que en la teoría psicológica do que tratam os, no
sólo el análisis, clasificaciones y distinciones se apo­
yan en la hipótesis mencionada de ¡a preexistencia ló­
gica de la uaturaleza, sino qna todo ese conjunto a n a ­
lítico y sintético o coustructivo recae en la misma
naturaleza como tal, y eu clla se encierra. De modo
que toda la elaboración aludida no sale objetiva­
mente de la naturaleza misma; y por ello, en rigor,
la naturaleza eu cuanto tal 110 dará minea las per­
sonas más que en nuestra apreciación sujetiva, per­
maneciendo según el valor objetivo que el sistem a
le coufiere cou prioridad al de las hypostases, ín te ­
gra, idéntica e indivisible.
Y es por eso mismo porqué en el sistem a de que
nos ocupamos tío ofrece interpretación estable el
principio patrístico um versalm ente reconocido: in d i-
v itiis om nia sn n l com m 'tn ia ubi non obstat o p p o si-
tio re ia lio n is. Porque siendo las procesiones d iv in a s
condición lógicamente previa pura las relacion es, si
se aplica-el mencionado principio, no hay manera de
sostener cl valor de las dos procesiones como dis­
tintas; y si no se aplica, lejos de fundarse las p ro ­
cesiones en la naturaleza común p ro in telecta , vienen
a concebirse aquéllas como expresión concreta en la
naturaleza de uua hypóstasis respecto de o tra, que
es transform ar la teoría, pura ir ti parar al sistem a
griego.
Recordemos por últim o que si de una parte re ­
pugna que la esencia divina constituya un universal
— 362 —
respocto do las divinas personas, de otra parte es
contradictorio co n stitu ir sobre elhi el sistem a de p r o ­
cesiones, relacion es y p ersonas sin conferir a la divi­
na naturaleza el carácter de universalidad que perm i­
ta las mencionadas determinaciones del ser de Dios,
ea cuanto nos es dado concebirlo así.
Por todo ello se ve quo !a teoría latina, a pesar
do la inmensa labor que representa, se apoya sobre
bases h arto débilus, que es necesario tener en cuenta
cuando se tra ta de apreciar el nexo de la filosofía y
del dogma, como veuiiuos haciéndolo. Pero con todo,
tampoco se ha de echar en olvido que se tra ta no sólo
de la Divinidad, siao de la vida de Dios eu la T rin i­
dad do personas, que es el misterio más alto posible,
y aute el cual todo sistem a humano es siempre iu
mensamente inadecuado.

IX

363. La teoría griega sigue, corno se deduce de


lo expuesto, otros caminos qne cambian radicalmente
la interpretación del dogma de la divina persona-
lid.vd. Por cuanto la n a tu ra le z a no es aquí presu­
puesta a la persona como en la teoría latin a, se ante
pone el concepto de persona al de n aturaleza, a lu
m anera común de producirse los seres, y a la inversa
en cierto modo do lo que enseña la teología latina
P or lo tan to el movimiento divino en orden a las
personas (6piníi &sra), comienza en el Padre como po
seedor de la naturaleza divina, para dar origen al
— 368 —
Hijo; y pasa mediante cl Padre y cl Hijo a consti­
tuir ¡i! E. Santo, según la fórmula habitual: H n»-
tfó{ ar HoD áv ii';s6(jaT'.. De fiiit.i suerte lns procesiones
divinas no son operación y movimiento de la n a ­
tu ra le za p rein lc lec ta , tino actos vitales, a modo de
donación (1) qne vienen a pasar de la persona consti­
tuida, eo el momento lógico de serlo, a la perso­
na que es originada; de la persona que posee la
Divinidad, a la persona que ha de constituirse con
posterioridad lógica a la primera. De ahí la proce­
sión de las personas de la Trinidad en línea recta
según queda dicho. De ahí igualmente el principio
de origen griego de que la naturaleza no en g en d ra ,
ni es en g e n d ra d a , n i procede; que si bien los lati­
nos lo proclaman a su vez, y el símbolo pseudo-
atauasiano lo reconoce, es muy otro el sentido que
recibe en tre éstos, por ser otra como sabemos, la
manera de relacionar la naturaleza con las personas.
De esa m anera da concebir las procesiones divi­
nas eu la teología griega resu lta igualm ente que no
haya que discutir ni explicar en ella como la esencia
puede sin ser un universal ofrecerse como algo de­
te rm in a b a en las personas. Desaparece también, se­
gún veremos, la tesis latina de la generación ex in -

(1 ) E ste con cepto h elén ico de posesión, donación, etc. en


sentido e n tita tiv o en o r d e n a las p erson as d iv in a s si d e una p ar­
te es con form e a la te o ría lilosólica p red om in an te, d e o tr a en ­
cu en tra el ap oyo en la E scritu ra, y S . A ta k a s io , en tre otros nos
Orática quee habet
recu erda a q u e llo s conocidos testim on ios:
Paler mea. sttní; y el de Mea omnia lúa snnt; con 1»8 d e m is
ex p re sio n es como la d e data est miht, accepi, tradita su r tí
rruhi, e tc . (C f. C ontra arian, ora t. 3 ).
— 364 —
U lle c tu . y de la procesión ex o o ln n ta te como razón
de ki personalidad del Hijo y del E . Santo, cou sus
dificultades. Dígase otro tanto del problema de la sub­
sistencia absoluta en Dios, no tan im portante en
sí, cuanto lo es por la grave dificultad que encubre
acerca de la objetividad de la eseucia divina conce­
bida como an terio r a las personas, a la mauera latina.
3G4. El sistem a helénico que así se opone al sis­
tem a latino en el modo de entender las operaciones di­
vinas a d in lr u , tiene qne diferenciarse de igual suer­
te en la interpretación de las operaciones a d extra.
La obra de la creación, conservación, etc., es presen­
tada, en efecto, a través de la teoría latina cual re­
sultan te de operaciones vitales (entendim iento y vo­
luntad) comunes, y en el orden lógico presupuestas a
las tres personas, de igual modo qne se distingue c!
ser de Dios y sus operaciones en cuanto uno y eu
cuanto trin o en los tratados consabidos de Deo uno,
y de T r in ita te (1). En ¡a teoría griega uo sucede

(1) C onocida es la doctrin a la tin a sobre la acción da Dios


creador: «Creator est D eus P itler , F iliu s e t S. S an ctu s qui
cren nt prout su nt uuum , illa n sm p e u na s cien lia queee ilirigit,
e t volu n tn s qm e e s t efficnj; &d ex tra . P r o c e s io n e s pro inde per
s on ím in i iiecessariee non su til, n tD e u s er ee t, uisi q u aten us nec-
ce sse est ut D e u s s it illa s eicn tia et volu n tas e tc .» (P a lm io n ,
De Deo creante, tli. V II). N o lian fa lta d o sin em bargo diver­
g en cia s en e s t e punto; y los a n tig u o s te ó lo g o s señ alau tres .so­
luciones: Una 1a so sten id a por E n r iq u e d e G a n o ; seg ú n ella la s
p erson as d ivin as son en si n ecesarias para la obra creadora,
p orq ue la in telección esen cia l e s por sil ín d o le ineficaz y sólo da
una rep resen tación e s p e c u la tiv a , com o e l q u erer e se n c ia l «a
ind eterm inado y no e je c u tiv o . O tra la de los que dicen que la
p lu ralid ad de p erson as en m odo algu u o e s n ece sa ria , sino que
— 365 —
lo mismo; sino que las persouas intervienen exclusi­
vamente como tales en la obra creadora, y demás
operaciones ac¿ ex tra ; y así es necesario desde
que uo se concibe corno preexistente la n atu rale­
za a la personalidad, sino viceversa. De igual m o­
do que una persona de la T rinidad in h a b iia en
la otra, así una obra por la otra con identidad
de potencia y de voluntad. La in k á b ita ció n , v e r­
dadera in m an en cia (la circun m isesión do los teó­
logos latinos) es una resu ltu u te de las procesiones
divinas, en lin ea ■''ec.la su b sta n cia l según queda
dicho; y no de o tra manera la creación y cuanto a ta ­
ñe a las obras a d e x tra , es resu ltan te a su vez de
las pi-ocesione*, 110 en cuanto significan transm isión

basta la unid ad del sor d e D ios re p resen tad a por una form a p er­
sonal, v. g r . el P a d r e , a la m a n irá de la idea ju d a ic a de D ios
creador. L a te rce ra , inr<>nn<<dia, es la que sin tn tiz a la ta sis c i ­
tada de P a lu ib r i, c o m e n te entre los te ó lo g o s , seg ú n la cu a l la s
personas crean en cu an to incluyen los a tr ib u to s es e n c ia le s d e in ­
teligencia y v o lu n ta d , o sea eu cu anto c o n stitu y en un solo ser por
n atu raleza, y no en otr o sen tid o . S in duda qne en la te sis la tin a
de una n atu raleza prcinldccUt esta ú ltim a es la d octrin a única
aceptable y a ce p ta d a . P e r o en la te o r ía g r ie g a donde ln o a tu ra -
leza do tien e va lo r sin o por el ser de las p erson as eu su c o n s ti­
tución m u tu a, la creación uo es posib le sin o en cu an to la s p erso ­
nas renlizitD cou su prop io ser I» n a tu ra leza , q ue por lo ta n to
silo en ella s y por e lla s es o p e r a tiv a , a la m an era arriba s ig n i­
ficada. En la m ism a te o ría la tin a la operación de la n a tu ra leza
no puede m enos de ap arecer condicionada por la e x is te n c ia de
las diviuas^personas (conditiontii sine quibus la s donomiu&n
algnuos; c f. R u iz, De T n n . d, III, s. 1 .a). que es en el fondo
anular la p resu p u e sta virtu a lid a d de la n a tu ra leza preinte-
Iccta, en la que E n r . d e G ahd ap en as d escu b re sino una fó r­
mula ab stracta de a ctu acion es p osib les.
— 366 —
substancial, sino ea cuanto expresan transm isión da
un unto'm ism o do v o lu n ta d , de persona a persona.
De su erte que así como ol ser procede del Padre y
pasa gJ^-Hijo, y luego por uno y otro al E . Santo,
ast procede cl acto únic-o libre en sus determ ina­
ciones del P adre, pasando al Hijo, y luego al E.
Saiifo. en virtu d de la unidad de inm anencia mutua
que a las divinas personas corresponde. P or ello pue­
de decir S. C ir il o jerosoliuiitano qne «el Padre por cl
Hijo y el E. Santo es el dador de todos los bienes,
'O flavíjp í í tto3 auv 'A y ¡!|> IIvs6 [iaxi Ttsc'rta xa p iteicu (C u-
thech. XV I). De igual forma se expresa toda la a n ti­
güedad g rie g a , cayo pensamiento sintetizan estas
palabras de-S. A t a n a s i o : ao-ó; ¿ nat-ijp 5l¿ xeo Aóyoa i»
t«p IIueú(iati. ÉvEpyEl * a i íiStooi t i 7;ávTa. ( A d S e r a p ., 0 ))-
III). E l Padre es el que haco y da todo por cl Hijo
en el E. Santo (1).
365. De con to rm iJad con ío dicho la doctrina
griega sobre la Trinidad lo podía adm itir n i admitió
la teoría de la a p ro p ia ció n personal en el sentido de
que sea esta una aplicación analógica a cada perso-

( I ) L a m ism a fórm u la en la e sc u e la d e los cap ad ocios. S*x


B a s ilio , en tre e llo s , con creta a sí mi pensam ien to: N o ex iste sino
u a solo P rin cip io rte los s er es (el Pariré) que obra por el Hijo, y
con su m a por e l E. S a n to . ’Ap)(í| y i p tS ii «vxwv piiix, í i T :e3 5ij-
fitoupyoDoa x a ! xcX ;‘.oOoa év IIveüjj.a-u. (De S. Sancto, c. XVI)
Y com o fórm u la d el asp ecto de esa com ún o p eración , estableíc
que el S eñ or (el Padre) es el que decreta., el H ijo el que obra, j
el E . S anto cl que confirma: T pía xoívuv voerg, xóv spoo-ciiacvM i
Kúpiov, -coy 8T¡(iLoupYoSvta A áfo'i, xóv G xepzoüxa xó IIv s u jjx . (I.,
c, p srftg. 1 8). Por donde se ve U r a tié n que se trnta da doctrina
com ún no sólo n la te o lo g ía g r ie g a a iiten icen a , sino tam b¡6:i a la
p o stn ic en a . '
— 367 —
Ha divina de algún atrib u to absoluto con fundamen­
to en la naturaleza absoluta de Dios. Porque inclu­
yendo la a p ro p ia c ió n así entendida una cQjnparación
de las personas a la eseucia presupuesta'',* que era
ajena a los g riegos, no podían enseñar d fth s'o p ro -
p iación , de la cual uo tuvieron concepto. L arap ro -
p ia c ió n en el sentido indicado es peculiar de los
latinos como resu ltan te de su moción de esencia
absoluta y su comparación a las persouas ( i) .
366. Hemos aludido a l a in m a n en cia (rtepixiíipi]-
ci{) de las divinas personas, como expresión de la uni­
dad de operación y de naturaleza en la T rinidad. Es
denominación relativam ente tard ía en la teología grie-

(1) Eu s u prim era etapa, (lijó se apropiación tod a denom i­


nación p ropia a S g m a d íi calificativo de utin p erson a d ivin a. S o ­
bre todo en la tc o lo g iu m is tico fué donde lift tenid o lu g a r con e l
predom inio sim b ó lic o . En sen tid o m ás cien tífico la apropiación
expreso lu e g o la ap licación n una p erson a de p erfecciones com u ­
nas por razón de la ese n c ia . En este sen tid o dico an u S io . T o-
mA» que apropiar uo es sin o commane trahere ad proprium
(Da o o r it, 9 . 7 , a 8 ) . Tfll con cepto de apropiación hubo da
ser corregid o por ú ltim o en el ssn tid o do que no b a s ta en unciar
ana p erfección d e cu alq u ier p erson a d ivin a; sin o que d eb e tr a ta r ­
se de p erfeccion es que s e enuncien por motioo peculiar de nna.
persona cotí preferencia, a otra sobre la b ase de la esencia y op e­
ración com ún. C uando lo s te ó lo g o s la tin o s hablan de es ta apro­
piación en tr e lo s g r ie g o s no h acen siu o tr a sla d a r sn p ecu liar
teoria a dond e no e x is te ni puedo tener s e n tid o . L a apropiación
g r ie g a tien e nn a sp ecto simbólico, y, otro tcoh’.gico. E ste ú lti-
iao no,efr sin o la en u nciacióu de la c a r a c te r ís tic a do cada p erso­
na SegUn-su. s e r nocional, en su s d iv e rsa s m a n ifesta cio n e s, p re­
sen tad as cón in d ep en d en cia o aisla d a m e n te <le la s d em ás perso­
n as. En el p rim er sen tid o es una am pliación figu rad a y m ístic a
de la apropiación te o ló g ic a .
— 366 —
ga, <te donde la tomaron los latinos, (bajo el uom-
bre de ciru m incessio en S. B u e h a v e n t . , circum ces-
sio en otros, y definitivam ente cirm m innessia},
merced sobre todo a las versiones latinas del D a -
m a s c e n o . Pero la idea de in m a n en cia en la Trinidad

no sólo se lia m antenido como inseparable de la te ­


sis dogm ática, sino que entre los griegos vino a
constituir, a trav és de las diversas etapas que he­
mos señalado (v. n. 341) en el concepto de la unidad
trin ita ria , la expresión suprem a del ser uno de Dios
en la Trinidad de personas. Es decir, que mientras
la teoría latina vino a constituir en la essentia p rcc-
inteilecla el centro y razón de la uuidad de las tres
personas, los griegos la señalaron definitivamente
en la in m an en cia substancial de las tres h yposlases.
E sto explica porqué es tan diversa la significación
de la inmanencia dicha, o circun m isesión eu la teo­
ría griega y eu la latina,aunque ello pase inadvertido
en la doctrina teológica tradicional. Los latinos en
efecto partiendo de la naturaleza divina común
preex isten te, dan la in ex isten cia m utua de las per­
sonas como manifestación de aquélla; y por lo tanto
la circ u m isisió n es uua consecuencia de la unidad de
substancia. Según esto en la T r in id a d se tía in ­
existen cia de la s p e rso n a s, p o rq u e son consubstan­
ciales.
367. Mas excluida por la teoría griega tal pre­
existencia en la naturaleza, uo puede hacerse depen­
der de ella la inexistencia m utna en las personas de
que se tra ta . De ahí la tesis inversa a la de los lati­
nos antes señalada. E n la T rin id a d la s p e rso n a s son
consubstanciales p o rq u e son i?iexislentes. Por eso
— 369 -
6u la p atrística griega aparece con U n ta frecuencia
utilizado el texto: Ego in P a ler cl P a ler in me est,
para dem ostrar la consubstancialidad del Padre j
del Hijo. Porque no pueden habitar u to en el otro,
sia identificarse en la Divinidad, y uo pueden iden­
tificarse en ésta sin ser consubstanciales.
Ya veremos adelante como en esta in ex isten cia ,
o divina inmanencia de las persouas está la razón
del ser consubstancial de las mismas (Jpcoáaios). In ­
existencia que en las escuelas griegas no tiene el
carácter estático con que aparece en tre los latinos;
sino que por el contrario es esencialmente dinámi­
ca, y expresiva del acto eterno de la p a te rn id a d y
filiación , y de la procesión del E . Santo. Todo ello
constituyendo la vida dft Dios, que por eso mismo
exige la inmanencia de las tres personas; y por la
inmanencia, la indivisible consubstancialidad de las
mismas. El Padre es así el principio de la vida divi­
na que mantiene por la eterua generación en el H i­
jo; al igual que éste, eu cuanto Hijo, la mantiene
eu el P adre, y ambos en el E. Santo, como éste en
aquéllos. «El P adre, dice S. A t a n a s i o , habiendo d a ­
do todas las cosas al Hijo, posee de nuevo todas
las cosas en el Hijo: y poseyéndolas el Hijo, las po­
see en él el Padre. P or cuanto la divinidad del Hijo
es la divinidad del Padre, por eso el Padre gobier­
na en el Hijo (por el Hijo) todas las cosas». Con lo
dicho hay lo suficiente para apreciar las hondas dife­
rencias de la escuela griega respecto de la latina en
orden a las procesiones d iv in a s , y su relación a la
divina naturaleza. (Contra A rríanos, Or. III, 36).
Con lo dicho hay lo suficiente para apreciar las
- 870 —
hondas diferencias de la escuela griega respecto de
la latin a en orden a las p rocesiones d ivin a n , y su re­
lación a la divina naturaleza.

36S. Pasando ahora a la prim era de las dos cues­


tiones consiguientes a la doctrina de las dos -procesio­
nes u orígenes de la Trinidad, a saber: como se d istin­
guen y ea que se halla la razón peculiar de la g en e­
ración del Hijo y la procesión del E . Santo, aparecen
desde luego marcadas diferencias entre la teología
griega y la latin a, también echadas en olvido por los
teólogos, y harto dignas de ser tomadas en cuenta.
L a teoría latina con su forma estática de la esen­
cia p rem iele c la y de las procesiones a modo de fun­
ciones psicológicas de en ten d í m iento y v o lu n ta d que
prevalece, da ocasión a m últiples soluciones; de és­
tas uuas se subordiuau a las funciones psíquicas
mencionadas, o tras son independientes de ellas. A
esta últim a categoria corresponden entre o tras, la
de B ig a r d o d e S a n V íc t o r (señala como razón do ¡íi
diferencia dicha, el recibir el Hijo del Padre n atu ra­
leza fecunda para producir el E . S anto, m ientras eu
éste es infecunda); y la de S . B u e n a v e n t u r a , de ori­
gen agustiniano (según ella es generación la del
Hijo por proceder sólo delPadre; m ientras el E. San­
to por proceder de dos; Padre e Hijo, no puede de­
cirse engendrado).
A la prim era categoría pertenecen las diversas
variantes fundadas ora eu la diversidad funcional ds
entender y q u e rer, ora en los fenómenos de la iuts-
lección y volición en sí mismos. Y sobre ellas, jun­
tándolas de algún modo, está la doctriua más co­
- 371 —
rriente que cou S io. T omás enseña ser generación el
origen del Hijo, porque procede por el en len d im ien -
to, del cual es propio el asim ilarse el térm ico, y pro­
ducir su forma en el esp íritu . Mientras la procesión
del E sp íritu S auto se hace por la v o lu n ta d , que por
su naturaleza uo tiende a asim ilarse su térm ino, sino
simplemente a la unión con cl.
No hemos de detenernos a estudiar estas solucio­
nes de índole psíquica harto rudim entaria, cuyo exa­
men haremos al tr a ta r de la filosofía teológica de
los escolásticos. Aquí sólo las recordamos en cuanto
es menester para hacer apreciar también en esto la
diversa orientación de la teoría griega, que siu d a ­
da es de mucha mayor elevación ontológica.
369. Puesto que las personas son la plenitud de
Dios, ellas constituyen las síntesis hypostática de lo
que diremos en lenguaje imperfecto c u a lid a d e s
físicas y morales de Dios. Sabido es quo en la
Divinidad no se dan propiamente cualidades, como
bien expresam ente lo reconocen griegos y latinos.
Mas eso no obsta a que se acepte esa denomi­
nación para expresar lo que virtualm ente las re p re ­
senta. Y en tal sentido denomina la teología griega
cualidad, por antonomasia; la plenitud de la
perfección según la r e a lid a d fid o a en Dios, y la ple­
nitud de la perfección según la r e a lid a d m o ra l. Te­
nemos. pues, que la fuente de todas las perfecciones
es en Dios la persona del Padre; cl Hijo, que es su
imagen, es como dice el D a m a s c e n o , la suprema cua­
lidad física del P adre, por reproducción substancial
dBlas perfecciones físicas de la naturaleza de aquél,
(inteligencia, querer y peder); y el E . S anto ea
— 372 —
la suprem a cualidad moral del Padre y del Hijo (como
expiesión substancial del bien y de la santidad infi­
nita). Por esto al Hijo que representa a un tiempo la
s a b id u r ía , la om nipoten cia y la vo lu n ta d de Dios,
le es atribuida la ordenación y creación de las cosas.
Y al E sp íritu Santo que es la santidad substancial,
le es señalada la obra santificadora de las cria­
tu ra s.
«Llamadle Ve"bo, dice el N i s e n o , o Sabiduría, o
P oder, o Dios, no os habremos de contradecir. Cual­
quiera que sea el nombre o la palabra, una misma
cosa se significa, a saber, cl eterno poder de Dios,
creador de los seres, ejemplar d él o que ao existe,
conservador de lo que existe, presciente de lo que
habrá de suceder». ¡O ral. cathecheL c. V). Tal es !o
que hace al Hijo imagen substancial del Padre, y to ­
da su perfección física.
370. A su vez el E. Santo, lejos de ser designado
Sanio porque santifica las criatu ras (interpretación
que vino a prevalecer entre los latinos), se dice tal
por expresar substancialm ente la, S a n tid a d , que es
noción personal, y constituye ei ser de la tercera per
sona divina. «El E . Santo, dice S. B a s i l i o , siendo
substancialm ente santo, es dicho la fuente de la, san­
tificación; iirjfí) áy'.asftoü nprjorjyópETai.» , (De S. S í i n c t f l ,
48). E s esta la doctrina de toda la teología g rie g a (l).

(1) En la te o ría la tin a el E . S fi u t c i e s dicho sm itifkitJor


p orque santifica; m ientríts en la te o ría g r in g a san tifica porque es
santificH dor. Y P e t a v io (D e T riri.. V II, c . 13) sosten ien d o la
te o ría In tica , y procurando redu cir a olla, la d octrin a g r ie g a se
v e con todo p rocisad o a reconocer que por lo m en os a lgu n os P a ­
dres, grtecos aliquot P a ire s , declaran &l E . S an to subs-
— 373 —
El Padre, dice S . Gr. Taumaturgo resumiendo el pen­
samiento helénico, se caracteriza por la p a te rn id a d ;
el Hijo es el L ogos, sabiduría, poder creador; el
E. Sauto es fu en te sa n ia , sa n tid a d , y d istrib u id o r
de la santificación ; 'Y,yf] ó.f'.a, i y w r r¡;, iy-m aiiaD yo(>y¡fá'.
Supuesto lo que acabamos de exponer se entien­
de fácilmente cual sea la razón de la distinción entre
la generación del Hijo y la procesión del E. Santo.
La personalidad del Hijo es la reproducción de todas
las perfecciones física s del Padre; por consiguiente
su ser es a modo de reproducción igualm ente física .
Y por lo tanto según el modo de reproducirse la v i­
da en la naturaleza, a la procesión divina del Hijo con­
viene el nombre y el concepto de generación .TLn cuan­
to al E. Sauto, su personalidad es lastim a de la p e r ­
fección m o ia l infinita del ser divino. Y por cuanto las

tu n c m lm c n te S a n tid a d . P e ro no h a y u u o s ó la q n e a p a re z c a d is-
co rd au d o d e in te o rif t q u e a r r i b a s e ñ a la m o s , y q u e a le ja n d rin o s y
cn p a io c io s reco n o ce n y p ro fe s a n ; S . A ta n a s io , S . C i r i l o oh
A lb ja b d b ía , 8 , B a s ilio , el N a c u h z e n o y el N ts r n o o frece n Jos
te s tim o n io s iuiU e x p líc ito s so b re e s te p u n to . Lo q u e o c a s io n a la
eq u iv o c ació n d e P e t a v i o , tn u ch o m ás a c e n tu a d » en c u a n to s re c o ­
g e n te x to s g rie g o s A islados, y d e s lig a d o s d el s is te m a , e s q u e í s
fijn. en Jos efectOB d el E . S a n to , eu v ez d e a t e n d e r a lo q u e s ig -
niBca el m ism o S a n to E s p í r i t u com o c a u s a d e e llo s. D e t r e s m a n e ­
Santidad,
r a s su ela ser- d e s ig n a d a e s ta t e r c e r a p e rs o n a : com o
como poder santi/icador . y com o acrión divina. E a el p rim e r
y fu e u te de to d a
sen tid o e s s u b s ta a c ia lin a c te s u u lo (ir.fijtiü s ) ,
san tifica ció n ; en el se g u n d o s e n tid o es p o d e r d e .‘ta n ttific e c id n
(Stivafii;)- eu el t e r c e r o , es acció n san tific a d o ™ (é'/épyiíx). L oa
dos ú ltim o s a s p e c to s se s u b o rd in a n a l p rim e r o com o su b a se y
r a a í n d e e s i s t i r . Com o el H ijo es fu e n te d e lo co g o o sc ib le p o rq u e
«s la m i s m a sabiduría , aü-zooorpia, a s í el E , S a n to e s fu e n te de
1» sa n tific a c ió n , p o rq u e e s la ta n íid a d m ü m a , «¡hoaYi<5tr¡j,
- 374 -
cualidades morales no son reproducción física, ai de
igual modo se constituyen, sino que simplemente so
originan y -resultan coma proyección d é la s personas
físicas, y coma un estado de las mismas, por eso el
E. Santo, o S a n tid a d esencial de Dios procede del P a­
dre y del Hijo, por radicar en olios, sin ser engendra­
do; de suerte que cl hecho de proceder como m anifes­
tación interna eu el aspecto moral de la vida de Dios,
es. lo que hace sea necesariam ente persona, como las
otras dos de donde procede.
371. He ahf, pues, porqué de las dos procesiones
dipinas una es generación y otra no; y porqué ambas
son inconfundibles e irreductibles, como lo son las
perfecciones físic a s y las m orales. El dinamismo
divino al m anifestarse m ediante el Padre eu cl o r­
den físico de la vida, engendra al Hijo, imagen física
d e aquél. E ste dinamismo al revelarse en el orden de
la vida moral (que siempre supone personas físicas
en que se manifieste), como Santidad, y expresión de
estabilidad infinita e inm utable en el bien, según
frase d e S. B asit .io , produce el E . Santo. Lo cual
explica a la vez porqué el E . Santo procede por única
espiración del Padro y del Hijo; porque no siendo
el E . Santo sino expansión del ser de ambos eu sen­
tido de expresar su perfección moral, no sólo debe
comprender necesariamente al Padre y al Hijo, sino
tam bién la eterna producción del Hijo por el Padre.
E sto mismo hace ver la in m a n en cia de las divinas
personas, o inexistencia múfcna por la circulación y
eterna compenetración substancial de la vida física
y de la vida moral en ellas, según adelante diremos.
Toda la vida en Dios es personal y consciente; por
— 376 -
eso la manifestación de la vida moral constituye una
divina persona, consubstancial con las demás, al igual
que la vida física las origina.
E s ésta sin duda uua concepción más grande y
más elevada de las manifestaciones de la vida en
Dios y de los orígenes de sn trin a personalidad, quo
la que lim ita estos orígenes y vitalidad a funciones
del entender y querer divinos.

372. Viniendo ft la segunda cuestión señalada


atrás, o sea al origen del E . Santo en cuanto proce­
dente del Padre y del Hijo, sabido es que hay eu
ello dos puntos doctrinales muy diversos. Uno, si el
E. Santo procede realmente y do hecho del Padre y
del Hijo. O tro, si abstrayendo de la realidad del dog­
ma y considerado especulativam ente el origen del
E. Santo, pudiera según nuestro modo do concebir
proceder del Padre y no del Hijo, sin que no obstan­
te se confundiese con éste.
Que el E . Santo realm ente procede del Padre y
del Hijo como de un solo principio, es verdad dogmá­
tica bien conocida y expresam ente defiuida. Pero uo
así es conocida la diferencia entre la interpretación
griega y la latina en la m ateria. Tres formas de
explicar dicha divina procesión podemos señalar,
con los correspondientes d ia g ra m m a s que simboli­
zan las teorías respectivas. La forma griega cató­
lica, que es la prim itiva; la forma latina, y la
griego-cismática de Focio, que se m antiene en la
teología h etero d o x a greco-rusa.
En la teoría griego católica, la doctrina de la pro­
cesión del E. Santojno es sino una aplicación del con­
— 376 —
cepto general do las procesiones divinas y a expuesto.
Su diagramma es la consabida lin c a recta, que rep re­
senta el movimiento substancial de una persona a otra
persona, y el carácter ontológico que a los orígenes
divinos de la personalidad corresponde, según el pen­
samiento griego tí>3 Ila-póc 8:á xoü Tío3 ív ttj) Ilveú/i»-;:.
P crconsiguiente en ese movimiento eterno que va del
P adre al E . Santo m ediante el Hijo, cada persona que
es principio de o tra, se considera según su ser formal
adecuado (que por eso no se presupone el prin ri-
p iu m qao de la naturaleza p rein tclrcta .l; y como el
Padre es fuente de dicho movimiento, el E . Santo
constituye término y perfección del mismo (tíXo«). El
P adre engendra qualenua P a fer, y al mismo tiempo
produce q u a te n u s P a ter (esto es por ei heclio de ser
P adie) al E . S auto, no de otra su erte qne el Hijoea
igual sentido, q u a ten u s F ilin s , lo produce también,
por resu ltar en lin ca m e ta de ambos, y por proceder
como v id a m oral y S a n tid a d del ser físico del Padre
y del Hijo. E s lo que expresa la fórmula de S . A ta ít a -
s i o , que a la vez es de S. B a s i l i o , y de toda la pa­

trística griega: «el Padre mismo hace y da todo me­


diante el Hijo en el E. Santo»; *•;*i; 5 n«Tr¡p 8^ -.ñ
A&fou ív t« ¡ riv a 'jji'tx i ávt-pysí y.a! S!8a>{i m n á v t a (1 ). E s d c -
cir, que como exponeS. Gb. N iseno toda la virtuali­
dad divina partiendo del P adre, pasa al Hijo, y ter­
mina en cl E, Santo (2). De ahí la formula corriente
entre los griegos de que el Hijo procede in m e d ia ta -

(1 ) A TD A ». O p ., Ad Scrap.,e\> IIT, 5 (M. g r . t . 2 6).


(2 ) UpoorjKei cJv 5’j ;sc|iiv sv. ü on p óc u.¿y_Híévrfi, ¡ t il tí rio5
npo'Soüoav, x x i li IIveú]¿Kv. T>.s'.ou[iévY¡y v o ílv . (E p. ad He-
n c. 1, M. g r . t. 5 6).
-3 7 7 -
mente (¿¡is^wc) del Padre; m ientras el E . Santo pro­
cedo m ed ia ta m en te (éwiésoc), o sea por interposición
del Hijo en Ift linca común de procedencia.
373. E sta doctriua de la procesión del Santo que
sin duda alguna choca con la tradicional do nuestra
teología, latina, es consecuencia n atural de los princi­
pios sentados, y declarada asi en la teología p a trís­
tica como eu la de sistem a. Por eso B essa r io n en sil
Rvf. de M. de Efeso. expresam ente la reconoce (céa-
se más adelante); y otro ilu stre teólogo griego pro­
pagador como B e ssa r io k de la ortodoxia, M. C a l e ­
r a s , de igual modo la sostiene. «La persona del P a ­
dre, dice, subsistiendo en su propiedad de Padre, se­
gún esta propiedad inmediatam ente engendra al H i­
jo, que es de él; y p o r cl acto m ism o de e n y en d ra r,
produce el {em ite} el E . Santo. sí x?a -(»v4 v, x«i tó
meante Tcpo6aaxE-. E l uno procede inmediatamente del
Primero; de suerte que si él no fuese P a d r e , 110 se ­
ría fuerte ¡t'-minar! del E, Santo, iTiotí sí fi-fj-a-Y¡p í|v,
o'jíé npoíoXssíis áv (Do proc. S. S ., M. g-r. 162).
E s la natu ral resu ltan te de la visión de las per­
sonas divinas como una proyección en ú n ica lin ca
recia al modo dicho. En esta teoría como bieu se a l­
canza, no existiendo sino una dirección en cl movi­
miento vital divino, uo cabe discutir la fórmula q u i a
P aire p r o c e d a , porque es manifiesto que el E . Santo
al proceder del Padre necesariam ente procede del
Hijo, por cuanto toda procesión del P adre pasa ne­
cesariamente por el Hijo en la única línea de acción
divina. Y tan to más cuanto en ia teoría griega la
acción vital que es origen del Hijo, expresa al mis­
mo tiempo que la plenitud del ser físico divino, la
-3 7 8 —
plenitud del ser moral que eo el E . Santo se mani­
fiesta físicamente personificada, al modo indicado.
37 4 . Da aquí resalta que dentro de la mentada
teoría, la p atrística griega no sólo podría sostener que
elE . Santo procede del Padre y del Hijo sin señalar
más que la fuente común, el P adre, sino que ese
lenguaje era muy natural y lógico en su sistem a.
Por eso es a p r io r i del todo improcedente e ile g íti­
mo el apelar, como lo hacen los teólogos greco-rusos
del cisma ( v . especialmente M a c a r i o B u l g a k o t , cu
su principal obra a trá s citada P n u m la v n o e d o g m a -
(¿ckiesk. bogvd o vie; y antes F i l a r e t G u m ile y s iíi,
P r a v o sla v . d o g m a tich iesk ., etc., tam bién c it., so­
bre la procesión del E . Santo según Focio), a los
testim onios patrístico s en que no se habla sino del
Padre como principio de la procesión del E . Santo.
H asta cincuenta pasajes de los P P . griegos contaba
ya FiLABEr eu sus D iálogos [ R osm ow i m ie d x i, etc.)
como pretendido apoyo de su tesis, y con no disimu­
lado espíritu de triunfo. Mas estos recursos de Fi-
la .re t, ni los añadidos por M a c a h io B ülg ., de tan
marcada influencia entre rusos y griegos, prueban
ni vateu por lo dicho, cosa alguna a su intento, si
no es transform ando el pensamiento patrístico según
la falsificación de la teoría griega que hace Focio, y
a que luego aludiremos. Esto aparte de las múltiples
afirmaciones positivas y claras que reiteradam ente
y con las más varias ocasiones hacen los P P . griegos
acerca del E. Santo procedente del Padre y del Hijo,
según es de ver en los tratad o s teológicos católicos,
y por modo especial eu las actas del conc. de Flo­
rencia, donde se ponen de manifiesto al mismo tiem­
- 379-
po que la te sis dogmática, las ideas principales de
la teoría griega que exponem os, siquiera hubiese
allí de prevalecer la de los latinos por más clara
oposición a las tergiversaciones de M a r c o s d e E fe -
s o , y al sistem a fociano red ivivo.

375. La teoría latina con su base psicológica,


nos ofrece el diagram m a simbolizando la Trinidad eu
la forma conocida de un triá n g u lo , que en realidad
responde a su doctrina. Sabemos ya como eu el siste­
ma latino se considera primero la naturaleza como si
fuese algo en sí, y luego las personas cual si fuesen
término evolutivo de ella. Y si a la naturaleza in te­
lectual corresponden el entender y el qu erer, la pri­
mera persona divina en que aquella se concreta se
ofrece con sus dos facultados de en tendim iento y
v o lu n ta d , que, prosiguiendo la conformación p sico ­
lógica de la teoría, son priucipios nacionales de las
otras dos personas de la Trinidad. En cuanto Dios
entiendo y piensa, se dice en esta escuela,engendra el
Hijo, y es Padre; en cuanto quiere y ama, Dios pro­
duce el E . Sauto. Pero si este proceso se ajusta al
proceso psicológico humano de donde es tomado,
resultarían dos direcciones divergentes; cada una de
las cuales tiene su objeto y su térm ino operativo
diverso; y así el E . Santo debiera, decirse proceder
del Padre tan sólo (operación do la voluntad), como
de él exclusivameuLe procede el Hijo (operación del
entendimiento). L a primera explicación form ulada
para evitar este grave inconveniente aparece casi
simultánea al sistem a, y consiste, en hacer constar
que si bien son d istintas operaciones la intelectiya y
y volitiva, el acto de querer supone y exige el de
entender/»;'/^ vo lih tm quim p r a c o g n itu m j; de suer­
te que la generación del Hijo lleva a éste la actua­
ción del querer del Padre, por lo cual el E. Santo
se origiüa de ambos. Más esto, a parte de hacer pro­
ceder el E, Santo del Padre qu alen u s P a te r , y de ori­
ginar ademas que el acto volitivo constituyese en cl
Hijo principio nocional diverso peculiar suyo, tam­
poco basta para sostener la procedencia en el E . San­
to del Padre y del Hijo; porque el conocimiento que
acompafia al acto volitivo uo es sino una simple
condición del acto de querer, el cual ha de presupo­
nerse en todo decreto y providencia divina, sin que
por lo tanto sirva para constituir acto nocional que
es de lo que se trata.
376. Por esto se imposo utta desviación de la ba­
se psicológica de la teoría eu la materia, acudiéndo-
sc a las dos lin e a s en el orden de e n tid a d , correspon­
dientes a dos momentos lógicos enks/>rocesto?iesdivi-
D as. En un primer m om ento lógico el Padre quala-
ñus P a te r , produce al Hijo; y cu un segu ndo mo­
m en to lógico el Padre qu a len u s fíe u s produce el
E. Santo, de igual modo que lo produce el Hijo
q u alen u s I ) e u s ( l ) . De esta suerte el Hijo procede

(1) L a síntesis correspondiente del pensam iento Je loa teó­


logos en las am plias y complicados discusiones del conc, de Flo­
rencia sobre la proc. del E. Santo, es: P a lerp ro d u cil Filiaú
qua P ater. P aterp ro d u cit Spir. Sunctum non qua Pater,
ted qua Deus. Filius produeitur a P a ire qua Filius el pro-
da cit Spir. Sanctum qua Deus. Es la f á m u lo corriente de li
te o ría que la au to rid ad de loa escolásticos, en especia! de S*kt«
Tom ís, hizo prevsU cer.
— 381 —
en la linea de entidad persoual mediaute la relación
del Padre y del Hijo; mientras el E. Santo procede
en la línea de naturaleza, del Padre y del Hijo, y eu
cuauto común a uno y otro. Era esto exigencia obli­
gada, dado que de uoa parte, la procesión activa no
podía confundirse con la paternidad y filiación; y de
otra, la filiación no se opone siuo a la paternidad, de­
biendo por tanto restar común al Padre y al Hijo el
origen del E. Santo. Comunidad que la teoría psico­
lógica sólo puede aspirar a sostener, apartándose co­
mo acabamos de ver, de su propia significación y con­
tenido. A esta deficiencia inevitable en el sistema
latino es debida la distinción de los dos m om entos
lógicos. Pero al suprimirse así la base de la aoalogía
con el proceso de la vida psíquica, fundamento de to­
do el sistema, es claro que a esa solución falta toda
garantía científica de valor real y objetivo. Esto sin
contar con la grave dificultad que ofrece la teoría pa­
ra explicar como puede obrar el Padre y cl Hijo con
movimiento común, qne siendo personal no es idénti­
co al acto constitutivo de sus respectivas personas y
como al mismo tiempo un acto que deriva su identi­
dad de la naturaleza común p r e in lc lec ta a dichas dos
personas, puede no ser común a las tres personas, 110
obstante hallarse la tercera en identidad de naturale­
za con aquéllas. Son estos inconvenientes ya adverti­
dos por S . A n s e l m o en la teoría agustiniana, que es
la p sicológica de que se trata, y que él se declara in­
capaz de resolver. Antes se había hecho cargo de ellos
Focio (1) para impugnar el dogma, cuando sólo im-

(1) V. Focto, Mystagogia, etc. (M. g r. t . 52) .Cf. H erben-


boethek, Animadovrs. in M yttagogia Photii,
p u g n a b a u n s is te m a de i n t e r p r e t a r l o ; y e n el couci-
lio d e F l o r e n c ia , d o n d e la tin o s y g r ie g o s d efe n so re s
d e la o r to d o x ia d ie ro n m u e s tr a s a d m ira b le s d e sn
s a b e r e in g e n io , fu e ro n t a l e s d ific u lta d e s o b je to de
la s m á s v iv a s c o n t r o v e r s i a s , s in q n e a lc a n z a s e m a y o r
c la r id a d s u s o lu c ió n .
El símbolo de la teoría latina está en el mentado
(üagramnjii de un triá n g u lo eq u ilá tero , donde el
fondo común bajo la igualdad de sus lados represen­
ta la esencia común p r e iu lc te d a ; los ángulos que se
in clisan a, un punto común significan la acción de
las dóspersotias, Padre e Hijo, que convergen a la
producción del E. Santo. Responde, como se ve, n
la tesis expuesta de la escuela.

377. Pasemos a la teoría greco-cismática formu­


lada por Focio, y utilizada por el cisma hasta nues­
tros días. Sabido es que entre las erróneas doctrinas
deF ocioesde las más significadas la qne sostiene
que el E. Santo procede del Padre, pero no del Hijo;
o sea qne el Hijo y el E. Santo son de un mismo ori­
gen único, y colaterales eu proceder. Para apreciar
la Índole doctrinal y de sistema en la tesis hetevo-
doxa^del'pélebre patriarca griego, ha ie tenerse en
cuenta que su teoría es resultante de un sincretismo
amanerado de las teorías griega y latina de que nos
hemos ocupado. En la teoría, en efecto, griego.cató-
lica hemos visto que las personas proceden en írnsa
recta-según lo expresa su diagramzna, de suerte que
es imposible llegar al E. Santo sin pasar por el Padre
y el Hijo; mientras a su vez ni cl Hijo ni el E . Santo
proceden de actos psíquicos aislados del entendí-
miento y voluntad, sino mediante el ser personal e
hypostático adecuado eu que cada uno tiene su ori­
gen. Sabemos también que' en Ja teoría latina las
procesiones se explican por el diagrarama tr ia n g u ­
la r , que a la vez responde a la interpretación del
origen del Hijo y del E. Santo mediante los actos
psíquicos del en ten d er y q u erer; de suerte que el
querer responda a un acto común al Padre y al Hijo..
Ahora bien, Focio toma de la teoría griega el modo
de explicar las procesiones como acto personal
exclusivo, de modo que es exclusiva también la in­
tervención .hipostática en la producción de las perso­
nas que proceden, y per lo tanto sin que haya lugar
a función alguna de la voluntad tomada como común
al Padre y al Hijo. Al mismo tiempo excluye Pocio
el proceso en lin ea recta, y lo sustituye por el dia-
gramma latino, pero a fin de hacer valer en él lo que
toma del sistema griego, suprime uno de los lados
al triá n g u lo , con virtiéndolo así en un án g u lo a g u ­
do, donde las personas que proceden se aíslan entre
sí, al modo que luego indicaremos. Que éste fué real­
mente el diagramma de Focio nos consta por testi­
monio del mismo, y por cl trazado que uno de sus ma­
nuscritos nos ha conservado (1), y que corresponde

(1) Hé aquí la reproducción del diegram am aludido, con


tu s inscripciones g rie g a s, y la explicación focian» del mismo:
% P a ts p

UVOg HVSU[M(¡
— 384 —
exactamente a su teoría. Sus seguidores lo han man­
tenido igualmente y por B esarhün , el gran impugna­
dor griego de M arcos d e E fe so en el conc. florenti­
no, émulo de Focio en saber y talento, si bien puesto

«Sea A el P a d re obrando e te rn a y n a tu ralm en te; B el Hijo,


y C el E . S anto. Aquí hay dos operaciones d ife ren te s, a saber,
l a que va de A a B , esto es, la generación del Hijo; y la de
A a G, es decir, la procesión del E. Santo. Se diferencia, pnes.
el E . Santo del H ijo, porque existe difaj encía e n tre las opera­
ciones que se term inan en cada uno de ellos. P o r lo mismo no .se
req n iere o tra distinción en tre el H ijo y el E. S anto, bastando I»
diversidad de operaciones productivas p a ra distin g u irlo s» . Cou-
t r a esta explicación la teología católica hizo siem pre constar que
de hecho, y según las enseñanzas de la E sc ritu ra , la distinción
de personas no sólo exige distinción de orig en , sino adem ás opo­
sición de relación por este origen, la «nal desaparece en la d octri­
n a di'. Focio. Y eso mismo hace constar B e s s a r i o n arguyendo vi­
vam ente contra M a rc o s d e E f e s o . «Todos conceden aMARRosTdicc,
que las dea m aneras de proceder (el H ijo y el E. S anto) son di­
versas. Mas en qué sentido? En cuanto la generación del Hijo
no p a rte sino dol P a d re , m ientras la procesión del E. Santo par­
te del P a d re y del H ijo, o si-se prefiere, del P ad ro por el Hijo;
es decir, que la procesión tiene lu g a r m ediante la generación,
rí]v áxnápetiaiv íicí t»¡{ •(evvy ¡aeuto rtpoíevai». Es esto un reflejo del
pensam iento griego, Pero de un modo to d av ía más claro y preci­
so se. refiere luego B b s s a b io h al ángulo de Focio, y al disgratu-
m a g rie g o de la lineX recta. <Eo vano os esfo rzáis, escribe en
la mismn Refut. de M. de Efeso, en ra z o n a r sutilm en te sobre
figuras y líneas p a t a sorprender a los profanos ¿Qué d iriu is , si
alg n ieD reduciendo a una v u e stra s dos lineas,-colocase al Padre
como principio de d ich a línea, y luego al H ijo en la misma tíuoa,
y después de ambos al E. S anto, que procede a s í de los dos? Go-
m iría ii sin duda al v e r quo a n a sola linea os hace p e rd e r note
los profanos v u e stra buena reputación de g eó m etras. Y sin em­
barg o este diegram m á (el de la linea rec ta ) es el m is conforme
a la enseñanza de los doctores. L a M ónada, d ic í G r e g o r i o alteó-
— 385 —
á servicio de la heterodoxia, sabemos que persistía
como persistió después aquel símbolo (1).
378. Este simbolismo angular significa ea sa
vértice al Padre, y en los otros dos extremos abiertos,
al Hijo y al E. Santo, procediendo cada uno por lineas
independientes y totalmente aisladas entre sí fuera
del centro de convergencia en el Padre. No hay
procesión común al Padre y al Hijo, porque, conce­
bida al modo griego la acción de la persona como úni­
ca propia de la naturaleza, tampoco cabe la voluntad
común qne los latinos admiten. «El Padre, dice Fo-
cio, es principio de las personas que proceden de él,
no en razón de su naturaleza, sino en razón de su
hypóstasis, cú x¿y<p r ¡ j$ epúoecoj, x<3 í ¿ X<3y<p t i j g S iw o x c i-

<jew{. Ahora bien; nadie hasta hoy ha osado jamás


englobar la hypóstasis del Hijo en la razón de la
hypóstasis del Padre (ni aun S a b e l i o que inventó la
monstruosa Filio-paternidad). Luego el Hijo no pue­
de ser en modo alguno principio de una persona de
la Trinidad», M ysla g o g .; 11; en M. gr. 1. cit.).
Este testimonio con otros muchos que trae la
obra citada, y cuyoj conceptos con tanto empuje

logo, va desde el principio a la D úada, y lleg a h a s ta la T ria d a .


Es manifiesto que este doctor se represe a ta ta l m ovim iento so ­
bre an a sola linea». De esta term inante m anera pone el ilu stre
teólogo griego de m anifiesto la distancia en tre (a teo ría g rieg o -
católica, y la de F o c io , y al mismo tiempo señala la c a ra c te rís ­
tica de las respectivas doctrinas, según lo venim os exponiendo.
La m isma d octrina en el c it. M. C a l b e a s ( v . n. 373), que re ite ra -
damente expone y defiende contra loa seguidores de Focro.
(1) V. Ia im pngnación hecha artícu lo por artícu lo del t r a t a ­
do de M . d i E ch so p o r E e s s a r io n , —R efu t. de M. de Éfeso,
en M, g r, 1 . 159, col. 220.
defiende y expone M arcos d e E f e so , confirman cla­
ramente lo que antes hemos dicho sobre el sincretis­
mo fociano, que le permite utilizar de tma parte el
concepto griego de las procesiones divinas, y de
otra el diagramma latino de esas procesiones, su­
primiendo uno de los lados del triángulo, para hacer
viable su tesis. Eu la teoría griega es tan evidente
la procesión del E. Santo del Padre y del Hijo, que
no se requiere en el símbolo la adición del F ilioque
(a Patro F ilioque p ro ce d itj para que dicho dogma
aparezca confesado. En la teoría latida, cualquiera
que sea su valor puramente científico, el dogma que­
da sin duda garantido, pero el F ilio q u e es necesario
para asegurar la interpretación de la teoría en sen­
tido ortodoxo. T Focio, con sus seguidores eu el
cisma greco-ruso, trata de utilizar la teoría latina
en lo que puede servirle para excluir el F ilio q u e ,
mientras trunca la teoría griega para confirmar su
intento.
379. Dicho se está quo Focio conocía no solo la
teoría griega sino la latina, y buena prueba de ello
tenemos en lo expuesto. Pero además de esto, los
doctores entonces más leídos no sólo en Occidente
sino también en Oriente, S. A g u s t í n , S. A m b r o s i o y
S. J e r ó n i m o , son citados por Focio con ocasión de la
Trinidad, a quienes se propone rebatir, y cuyos
prestigios reiterada y expresamente trata de mer­
mar. E l error de Focio, a través de las sutilezas
dialécticas de M a r c o s d e E feso , llegó al máximum
de su sistematización, tal como hubo de perpetuarse
y aparece defendido en los teólogos greco-rusos, en
-8 8 7 -
especial en F i l a b e t G u m ile v s k i, y M a c a rio B u lo a -
kov (1 ) .

380. Por lo que hace a la otra cuestión pura­


mente especulativa sobre la posibilidad de concebir eu
abstracto la persona del E. Sauto corno distante del
Padre y del Hijo si no procediese de ambos, es cono­
cida la respuesta de los teólgos contra la opinión de
E scoto y de ios que le sigueu. Afirman en general los
teólogos que el E. Sauto uo se distinguiría del Hijo en
la hipótesis que uo procediese del mismo; y en con­
secuencia sientan como indiscutiblemente válido este
argumento de uso muy repetido en las discusiones
del couc. florentino: El E. Santo es persona divi­
na realmente distinta del Hijo: luego cl E. Santo
procede tambiéu del Hijo. Mas E scoto niega que el
argumento en abstracto sea concluyente, porque
pudiera el E . Sauto distinguirse del Hijo sin proce­
der de él.
Esta cuestión puramente especulativa merece sin
embargóse» mencionada por ol aspecto filosófico que
revisten las diversas soluciones ea relación con las
teorías respectivas, y que ios teólogos echan en
olvido. Ea la teoría griega es absurdo qne el E. San­
to pueda, proceder del Padre sin proceder del Hijo,

(1) V , e n tre otros tra ta d o s ruaos que a t r i g hemos malicio-


nado ( t . I , c. 6 ) , los citados de F i l a b e t , M . B u lg a k o y , j a n a d»
A. A n p h ite a T o v ; entre los grieg o s (cism áticos), la advonsig, etc.
de K u r s u l a a í , slu ta sis tic l a s a n t e r i o r e s . Contr. B vlg a -Ko v , t . e l
Exam en doctrina Ma.cu.rii, de F b a h z b l in confirmativo del
pensamiento teológico rom ano, si bien con el c a rá c te r ordinario
de o tro s t r a t a d o s .
— 388 -
porque según lo expuesto toda operación del Padre
tieue necesariamente lugar mediante el Hijo, Ea la
teoría latina, supuesta la esencia p rein telecla , y la
posibilidad de distinguir la operación divina del P a­
dre qu a len u s P a le r , y la otra diversa q u a le n u s
D eus, común al Padre y al Hijo, es igualmente in­
negable que el E . Santo no se distinguiría del Hijo
si no procediese de éste. Mas esta teoría no es un
dogma, antes ofrece serios inconvenientes; y si en
concreto, dada la doctrina dogmática definida, pue­
de ser aceptado otro sistema para interpretarlo, mu­
cha mayor libertad queda para prescindir de dicha
teoría cuando se trata en abstracto del problema
hypotético mencionado. E s c o t o , sin saberlo, viene ¡i
partir en su tesis especulativa del concepto griego
de persona, para adaptarlo a la teoría latina, lo
cual lleva a modificar el triá n g u lo del diagramma
latino en ua símbolo angular que recuerda el de
Focio. Con la inmensa diferencia de que el heresiar-
ca griego crea el sistema para tergiversar un dogma
abiertamente consignado ea la revelación; m ientra
E s c o t o procede en el terreno hypotético, y según l;i
posibilidad abstracta en nuestro modo de concebir.
E a tal sentido la opinión de E s c o t o es perfectamen­
te lógica y coherente, y no cabe duda que desde el
momente en que se prescinda de la realidad y hecho
del dogma para entrar ea el orden de las abstraccio­
nes, puede sostenerse como expresión de teoría al
modo dicho. Su impugnación, pues, desde el puuto
de vista del sistema latino, como se hace, es del
todo ineficaz e improcedente, si antes no se prueba
que dicho sistema es ol único concebible como ver­
— 389 —
dadero. Por eBO mismo el recurso habitual: in Deo
o m n ia s n n t com m un ia ubi non obslal oppositio r e -
la liv a, que toma su valor del hecho de lo revelado,
se subordina especulativamente a las interpretacio­
nes posibles de las divinas procesiones. Y aun den­
tro del dogma recibe las modalidades correspondien­
tes a la manera de entender el su n t co m m u n ia grie­
gos y latinos.
El defecto está en que Escoto formula su opi­
nión dentro de la teoría latina, única que conoce, y
en ella quiere hacerla valer. Cosa no viable, y que
ha valido a su doctrina censuras varias de los teólo­
gos; sin que ninguno, que sepamos, haya advertido
la posible justificación abstracta de su tesis.

381. La teoría latina de las relaciones divinas


está naturalmente vinculada a la de las procesiones,
revistiendo como es lógico earácter análogo con su­
bordinación a la idea de la naturaleza p re in tc le c ta .
Mas la condición misma de las relacion es en cuanto
representan la distinción real y dependencia mutua
de las personas divinas, hace que resalte más hon­
damente la dificultad de sil elaboración sobre la base
de aquella naturaleza indistinta en sí, lógicamente
preexistente, y al mismo tiempo idéntica en concre­
to a cada uua y a las tres personas de la Trinidad,
sin que quepa entre éstas y sqnélla ninguna distin­
ción ni aun virtual, como sabemos. Eso explica (a
parte de las discrepancias sobre la doctrina de las
relaciones que no es de este lugar examinar) las di­
versas maneras de entender el valor de las relaciones
en orden a la s personas divinas. Prescindiendo de
t- 3.90 —
los qué en la escolástica juzgan la constitución de
las persouas independiente de las relaciones ea Dios
con criterio nominalista, o siu él, son de recordar
aquí otras opiniones, como la que coloca la razón de
la distinción de las personas eu las procesiones y no
eu las relacion es, por sobrevenir éstas a aquéllas
(S. B u e n a v e n t u r a ) ; las variantes de C a y e t a n o , - ScÁ-
h e z , V á z q u e z , la que el F g i u i a r i e n s e nos ofrece con
otros, como de S-ro. TomJLs, etc., donde se refleja la
natural inseguridad eu juntar por síntesis sobre la
naturaleza pura y abstracta lo que por análisis ella
en sí no es susceptible de dar (i).

(1) No es necosuno insistir en esto, que se a d v ierte en todo


el sistem a trin ita rio latina, según m ye por lo que e x p o lie m o s
arrib a , y puede comprobar.** en cualquier tra ta d o de 7 riniia-
te. Ann fu era de la p a rte pnram euto g cn sral de teo ría, encontra­
mos ejem plos manifiestos de ese perenne trá n sito de unviversali-
dud « singularidad y viceversa, por obra íixr,ilusivamente s u je ti­
va. Tomemos, p. e j., lns razones porqué son tre s y n ad a más ni
menos las personas divinas según la escolástica. «Prim a (dice al
intento B i l l o t . uno de los U álogos modernos de criterio m e n o s
am plio, y que parnr.n n veces hacer del sistem a que sostieuc p o c o
menos que un dogma}, quia tnatcri&lis riistiixtio plurium rernm
ejusdem ratio n is, locum non hitbet iiisiiaplicíbus. Omnis eniin fo r­
m a irre cc p ta in subjecto, e st in suíi itUjoue illim itftta, ac per cori-
sequens, única», Pero esto lujos de probar como se preten d a, quii
silo hay un l ’a d re . un Hijo y un E. S a n to , pro b aría, si algo va­
liese, que no existo sino una personalidad úuica, caso de existir
alg u n a. P orque la form a irrecepta in aubjeeto, o es nn u niver­
sal (aristotélico o platónico), o no es nada; y e n cuanto universal
no responde jam ás a uiugúu sujeto; quo si a tilguuo respondiere
s e ría al úuico que cabe p re se n ta r en la universalidad objetivada
como tal.-r- «Secunda (rntio), quia in divinis non est nisi uuura
intelligoi’Pi e t nnum velle; 11011 w g o esse p o test nisi una genera
tío Verbi, et uua spiratio 3. Sancti». Prescindiendo de que se da
— 391 —
382. Eu cuanto a la teoría griega, al modo que las
proccsioues en ella no sq díssarrollaa ea fnncióu de
la naturaleza sino de la personalidad, (el Padre d a su
ser al Hijo, y el Hijo posee lo mismo quo el Padre; el
E. Santo procede del Padre en cu a n to P a d re , y por

conap indudable que el relie e in telligcre son la razón <ln ser del
Hijo y del E . S anto, con ello sólo so doterrainan dos órdenes de
procesión; pero no dos personas exclusivam ente produribles. P i ­
ra lim itar a dos l a s p e r s o n a ; así p r o c e d e n t e s es neceando p a rtir
do ios actos nocionales, como exclusivos, que es lo que está en
cuestión; y asi se comienza por suponerlos exigidos por la n a tu ­
raleza p re in lc lc c ta según la presupone e l sistem a, auuque ésta
en su condición a b stra cta sea incapaz de incluir las d eterm inacio­
nes m eutartas.— « T e n ia (rucio) quia curn n a m ra divina sit dno-
bus modis cemmutiicnbilis, utroqui? n i e l o p r o c e d o est ex i p í i US
natur® e x ig e n tia ... Cnin ig itu r m illa íil val esse po^.slt. ratio do-
tenuiimtioni.s certi num eri procedentiim i seoundnm utmmquen-
que processionis nsodum, necesse oronino est nt persona n atu ra-
liter procedens n t Verburo, sit única; c t sim iliter ea q u * natu -
raliter pro te d il u l Am or». (De Deo Trino, tli. 3S, a r C). O tra
ve* aqut de los dos momios abstractos o dos o r d e n a diverso*
comunicabilidad (per '.icneralionom e t p e r processionem ) se
intenta deducir la lim itación c o n c r e t a a nsi* persona producida
per genera tione.'n, y a o tra p er proceasionc/tt , incurriendo en
el mismo defecto a n tes señalado. Con el mismo razonam iento
pudiera de igual suerte dem ostrarse que b u cada especie de v i ­
vientes, anim ales o vegetales. 110 debo protluciific raAs que un in­
dividuo, porque en la natu ra le z a respectiva nu.Ua est ra tio
determ in a tío n is cerií n u m eri procedr.níiu m . Y como 1a na­
turaleza asi considerada en Abstracto no tiene realid ad , de ig u al
suerte eu ella n u lla e s t r a tio deta rm in u lio n is; asi lógicam ente
puede negarle que llegue nunca a co n stitu ir individuos, ni aun
a m ultiplicarse; ya qne Ue o tra tu e rto cabría decir una n a tu ra le z a
como ta l, cDgendr» o produce o tra n a tu ra le z a , m ttu r a gene­
ran» n a tu r a m sin individualizarse jam á s.— «Addi tándem po-
lest et q unrta ra tio vfttdo efficax. N riu filiatio iu diviuis se hft-
— 392 —
lo tanto recibe del Padre por el H ijo, y posee de am­
bos su misma naturaleza), (1) igual acontece con las
relacion es que sólo aparecen ’como un e sta d o tras­
cendente de la realidad divina que expresan la pro­
yección de la personalidad y Ja definen.

bet ad personara F ilii, cicut so crateitas ad Soeratem , u t suprn


dic;tina e s t. S icut ergo im possibile e st esse p lu res lili os in dm -
nis; idem dic de S . S&ncto». Mas pac cuanto la socralcidad na
es ni puede ser sino una ficción im aginativ a, porque de lo cou-
tra rio se c onvertiría eu un verdadero universal, sígnese que pa­
ra sostener la equivalencia sería ruonester decir que la filiación
en ln segunda persona dn la T rinidad es ig u alm en te ficticia
cuando se considera eu ab stracto ; lo cual h a ría imposible cuuu-
c ia r d9l Hijo nada del contenido de la idea a b stra cta de JiUa-
ción, única qne sirve de base a cuanto podemos conocer del Hijo
y del P a d re en concreto y en cuanto tales.
P o r este breve exam en de los razonam ientos sintetizados por
el a u to r cit. (De Deo Trino, th . 38, a rt. 6 ,'q u o recuerdan otros
análogos S a t o l i.i , Iu S . T h .. De T rin il., enyos conceptos refleja
con Frecuencia cl a n te rio r), y que son m odalidades de otros di; la
escolástica y de S t o . Tom /U, fácil es a d v e rtir como la teo ría aun
en sus rem otas aplicaciones hace visibles sus defectos.
(1) E ra de t&l suerte reconocida por los g rieg o s la teoría
del origen en linea recia, de las personas de la Trinidad,
que la fórm ula del E. Sauto del Padre por el H ijo, ¿y. naipií,
Si uíoü, fué in te rp re ta d a en la escuela do A n tio q u ía como expre­
siva de la procesión del E. S anto r tra v é s del H ijo, sin inter­
vención activ a ele é ste , debido a la eficiencia m isma del P ad re »n
e l Hijo. Asi lo enseña T e o d o ro d e M o p s i j e s t i a , negando por lo
dicho quo el E . Santo recibiese existencia del H ijo, o5 t s Btá jíoO
ttjv Ü7iapEvv £ÍXetpo{, sino etilo a ¿ ra o é s del H ijo. Cosa auáloga
so stenía T e o e o b e td sn discípulo. P o r su p arte S . C i r i l o eu sus
AnatemaUsnios (A.nu.th,em. IX) h acía constar la doctrina ls-
g ítiraa. No fa lta n tam poco quienes in te rp re tan la s doctrinas de
T e o d o ro y T e o d o r e to ea sentido, uo de n e g a r éstos al Hijo la ra­
zón de principio activo, sino la de causa respecto del E . Sauto,
— 393

303. La persona divina es significada por una r e ­


lación subsistente lo mismo para los griegos que para
los latinos; para unos y otros ambos conceptos se
exigen intrínsecamente; y unos y otros expresan
de esa suerte que el Padre no sería Dios si no tuvie­
se la paternidad, ni el Hijo lo seria siu la filiación,
etc. Mas en esa compenetración de lo re la tiv o y de
lo absoluto en la Divinidad, no puede menos de ser
diversa la interpretación heléuicadela interpretación
latina. Pues mientras ésta se apoya en lo absoluto
(esencia divina) para derivar lo relativo (personali­
dad), la teología griega halla eu lo relativo la razón
de lo absoluto; es Dios en el estado de Padre, Dios
en el de Hijo, Dios eu el de E. Santo lo que hace con­
cebir la esencia divina como una,por la unidad intrín­
seca a la oposición de los términos en relación subs­
tancial. En este seutido escribe el Nacianzeno: «Cada
una de las personas no (fice menor relación a las otras
que a sí misma, con la misma substancia y poder,
i ó iv Sjtótoxo 'i aü x flv icfó? tó o’j Y*£Íp-evov o ü ^ ^ x tc v ?) " p ó ;
t »¡{ 8uvix[j.eu>{, Es ésta, en
éa\nú>, tejí w j t i p n j s o J c ía g « a l
cuanto podemos comprenderla, la razón de la reduc­
ción a la unidad». (Orat. XXXI, 14) (1).

según unos, y de principio prim ero según otros; con firmando


por lo tanto la tesis coimíu g rie g a sobro la procesión tíel E. S an ­
to de P a d re por cl Ilij» .
(1) C ada porsona diviua s í, pues, a si misma y es a o tra
1» que es; y por ambos conceptos que se eucuentr&n eu 1» rela -
cíó d subsistente, las persouas tienen idéntica substancia y n a tu ­
raleza. Es la d octrina común de lu p a trístic a g rie g a , que el Da-
HA9CKN0 Bintetiza sobre b1 principio c o m e n to , y casi con las
m ismas pa la b ra s del Naciah&enc: Cada persona dice relación &
— 394 —
384. La teoría griega reconoce como ao puede me­
aos de reconocer, la diferencia en t t t p r in c ip io y p r in ­
c ip ia d o en la Trinidad t í aix»v *«1 aíx'.ai^v, dicc
c l N is e m o y sobre ello funda el carácter relativo que
distingue a las personas. Por estas palabras p r in c i­
p io y del p r in c ip io , dice el citado S. G r, d e Nisa,
de ningún modo significamos una naturaleza, ni tales
palabras contienen nada que designe la naturaleza;
sino que enseñamos la diferencia de estados de ser,
zo etvai. Al decir; éste es principiado, aiziarov, y
aquél es siu principio, ¿vsu «¡tí^í. no separamos su
naturaleza por alguna razón quiditativa; sino que
expresamos que el Hijo no es por innascibilidad, y
que el Padre tampoco es por generación (1). De con­
formidad con esto mismo hace constar S. Gr. Na-
c ia n z e n o que el ser relativo de Dios está expresado
por las personas como tales: «Sabed, pues, grandes
sabios (se refiere a los arríanos) que la voz p a d re no
es un nombre de substancia, ni un nombre de opera­
ción, sino un nombre de esta d o y de relación enlrc
aquél que es el p a d re, y a q u él qne es el H ijo; w -
a s to j Sé x a l to ü 7t<Bj n P*C ¿ T t« frjp , f¡ ¿ u t¿ £ upó;

x 6 v 1C « T ¿p K » ( 2 ) .

Ia o t r a uo menos que a sí m ism a ; Bv yáp Ixasxov aixáv i/i-.


npi( t é g tap o v oOx f¡w ov fj j t p i ; laúzo'i. (De Pide orthod. 1 .1
c. 8).
(1) Quod nan sint tres dii, al final. (M. gr. t . 45).
(2) Os. N a c ia j íz . Orat. 29. Contesta al dilema de los arría­
nos: O el Padre es nombre de n aluraicja, o de operación.
Si lo primero, el Hijo que es realmente distinto dol Padre ea de
distinta naturaleza; si lo segundo, el Hijo es término de una ope­
ración dol Padre, y por lo tanto es criatura. Y el N a a ia rz is o
— 896 —
En esto, como en otros muchos puntos, la concep­
ción latina es de carácter estático. En ella la pleni­
tud de perfecciones consiste en el ser en a cto. La.
concepción griega, de tipo platónico, es de carácter
dinám ico. Lo perfecto no consiste sólo en ser en ac­
to, sino en ser p r in c ip io y fuente de acción. Esto ex­
plica porque la naturaleza divina (principio de ac­
ción) es antes de las personas que de sf propio, a la
inversa de lo que creen los teólogos latinos.

les hace v e r como la disyuntiva ea sofistica, porque se da térm i­


no medio que es la condición re la tiv a en ia designación de la i
personas divinas como tale s.
CAPÍTULO X

La T r i ni da d
EXAMEN COMPARADO DE LAS TEORÍAS GfilEGÁ T LATINA

L a s p e rso n a s d iv in a s en c u a n to c o n stitu id a s
S u m a r io . Las diviuas personas cu si. r„a doctrina de U perso­
nalidad divina, y la correspondiente a proccsionc$ y relacio­
ne». La naturaleza como contenido resjjeclu de los personas
en la teoría griega. Ln distinción e n tre naturaleza y persona
ajena a la a atigna filosofía griega. La persona en cnanto contra­
puesta s lo# conceptos de esencia y subsistencia entro los an ti­
guos. La aüaC* y sus acepciones aristotélicas. Loa conceptos de .
ún íiT aav;, de npéotüjtov, y de persona, y sus oscilaciones en la
adaptación a la Trinidad. Fijación definitiva del concepto de hy-
póslasis y de esencia en la teología griega. La naturaleza, la
persona, y la tubtiílencia entre los latinos. Determinación t a r ­
día de eslc concepto, no fijado e n tiempo de S. A o u S t í n . La s ín ­
tesis de naturaleza y persona c atre los griegos; id. e n tre loa
latinos. La definición de perunna negiin B o e c i o . Examen y c ríti­
ca de la misma. SI problem a d e l s, subsist eíicia et! íí originado
en la teoría latina. Las soluciones encontrados, y sus deficiencias.
F,l sistema del principium quod y del principium quo, y de­
fecto capital que encierra. La teoría griega de peruana en orden
a uua consecuencias opuestas a la) de la teoría latina. La d o ctri­
na del D a m a s o r x o . Las personas divinas y las propiedades o
nocto»e». Conceptos comunes a griegos y latinos en la m ateria.
Las relaciones, las peruanas y las propiedades y nociones.
Dlferonciag en su interpretación. La diversa enumeración do
propiedades en la Trinidad según griegos y latinos. Las perso­
nas divinas en orden a si mismas. Cuestiones diversas quo se
ofrecen bajo este aspecto de la Trinidad, La doctrina latina so­
bre la in m a n e n c ia de las personas divinas (circ/tiimüeiton).
La inmanencia. (-Epix&psats), en (adoctrin a griega. Su origeny
naturaleza según La teoría latina, y segúu la teo ría "rie g a . La
eiatesis substancial (auYV(sq:i*Xa{ücij) eu la Trinidad. Loa oríge­
nes d« la teoría latina, y su sistematización a^ustiniana. El sím­
bolo pseudo-atanasiano y los símbolos precedentes eu orden a
las teorías latina y griega.
I
385. La diversa interpretación del ser de las p r o ­
cesiones y del de las r e la iú n e s en el sistema griego
y en el sistema latino, pone de manifiesto la difereu-'
- 398 —
cía que existe ou el moflo de concebir «nos y otros
las personan eu oráeu a la naturaleza. Partiendo el
concepto griego directamente de la persona para ira
otra persona en la Trinidad, la naturaleza aparece
no como et continente, o sea aquello sobre que se
actúa la persona; sino como cl contenido, de suerte
que nada sale de ella ni sobre ella se elabora, sino
supuesta la persona. Así se realiza el tránsito de
una a otra persona, sin contar como intermediaria la
naturaleza prein t electa que no pasa de una abstrac­
ción, como tampoco lian de brotar de ella las relacio­
nes a la manera latina, dando lugar a las múltiples
dificultades consabidas. Las personas, pues, en sí
mismas ofrecen modalidades de coucepto harto di­
versas en la teología griega y en la latiua dignas de
ser rotadas.
386. Aunque la filosofía griega, eu especial la de
P l a t ó n y A r i s t ó t e l e s , había distinguido entre natu­
raleza, esencia, e individuación en los seres, no asi
alcanzó a setlalar distinción alguna entre naturaleza
y persona". Fué esta distintión obra posterior de la
filosofía cristiana, consiguiente a la necesidad de ex­
plicar el dogma de la Trinidad, respondiendo de al­
gún modo a las exigencias del principio de no contra­
dicción, y la de la unión hipostática en la Encarna­
ción del Verbo. A esta deficiencia filosófica débensc
las oscilaciones en fijar los conceptos, y más qua es­
to, las denominaciones en la teología antigua. Los
nombres do Dios, natu raleza, substancia, relación,
aparecen fácilmente determiuables para la filosofía
teológica platonizante y aristotélica. En cuanto a los
conceptos de persona contrapuesto al do esencia, y
— 399 —
al de subsistencia como distinto de ambos, sucede
de otra manera, y diversamente entre griegos y la­
tinos.
A r i s t ó t e l e s tratando de la cüoIk (Categ. c . Y ) [e
había dado la doble significación de substancia p r i -
mei'ii, o individuo subsistente, y la de substancia
segunda, o substancia, o esencia especifica en una
categoría de seres. De suerte que esta denominación
según la doctrina aristotélica (que desde luego pre­
valeció en la materia) podía ser tomada ora como ex­
presión del ser subsistente, ora como ser aislado de
la subsistencia individual. En el primer sentido la
multiplicación de la siguifica la multiplicación
de personas; en el segundo sentido representaba la
multiplicación de la esencia. De ahí las dificultades
que ese leuguaje antiguo hubo de ocasionar en la in­
terpretación dogmática.
387. Para limitar el sentido anfibológico de la
expresión oüjía, dos denominaciones hubieron de po­
nerse en uso en la teología griega. Lh denominación
do bigamo:;, y la de 7tpioo>Hov. Esta última expresión
utilizada entre los latinos que en occidente escribie­
ron en griego, aparece en el mismo sentido de perso­
na qne la teología latina tenia en uso, debido a in­
fluencias del derecho romano. Pero si la denomina­
ción persona os en sil origen expresiva de representa­
ción, oficio externo, etc. (conocida es la evolución
del personare latino, qne va desde el sentido de apa­
riencia exterior, a la significación real del individuo
humano), de igual modo el «pócumov griego en su ori­
gen equivale a fa z, aspecto¡ etc., en correspondencia
— 400 -
con la voz latina p erso n a (1). Por esto la teología
griega rehusó el uso de la frase mencionada, sobre
todo aplicada a la Trinidad, ya que teológicamente
aquella palabra parecía menos apta para expresar lo
subsistente divino. Que si más tarde llegó a recibir­
se, fué mediautc su previa adaptación eu la teología
del Verbo h u m a n a d o , donde la person a divina se con­
cebía como centro de las funciones humanas, y por
lo tanto coa el carácter de represen tación y oficio
de la personalidad del hombre que venía a substituir,
justificando de algún modo la significación primitiva
al igual que la latina de p ersona.
388. La expresión que hubo de prevalecer al la­
do de la de oio-a, fué la de ímóo-castí, dando lugar a no
pocas confusiones, debido a ser esla palabra tomada
por unos en sentido de h y p ó sta sis personal o persona,
mientras otros muchos la tuvieron por sinónimo de
oí,aU o substancia. Los primeros distinguiendo así
entre la süa:« e h yp ó sta sis enseñaban tres personas
eu una esencia o substancia; los segundos identifi­
cando aquellas palabras decían una- h yp ó sta sis o
substaucia (obiix), no obstante reconocer igualmeute
tres personas en Dios. Y es qne la voz íwtoauwK so
prestaba a ambas interpretaciones. Ni eu P l a t ó n ni
en A r is t ó t e l e s se ofrece dicha palabra con un valor
filosófico determinado, H y p ó sta sis es en A r is t ó t e l e s
y en acepción común, equivalente a cosa r e a l en opo­
sición a simple apariencia; asi hablando da los me­
teoros, los distingue en ajparenles y reales / k a tk ' hy-

(1) Ambas expresiones son prese n tad a s como equivalentes


por B oecio, que no llegó a apreciar debida-mente sus diferencia-3.
— 401 -

p o sla sin j. Sentido que también ha estado en uso


entTe los teólogos; y que aun conservan S. E f i f a h i o
fHceres , 77, 24), S. B a s i l i o ( Contra E u n o m ., 1. II.
16), y el N iseno ( C ontra fin nom . 1. II, 7).
L a idea de realidad expresada por la hypóslasis
prestábase, pues, ora a significar la realidad de la
substancia en los seros (equivaliendo a la oiota), ora
la realidad en cuanto subsistente, con equivalencia
de su p u esto , y de p e rso n a en su caso. Eu la escue­
la de O r íg e n e s prevaleció la fnjpóslasis en acepción
de persona contrapuesta a la idea de substancia o
esencia expresada por la otá*. Fuera de esta escuela
continuó utilizándose indistintamente una y o t r a p a ­
labra para significar la su bstan cia o exauda, hasta
la época am ana y de S. A t a n a s i o . quien confundió
toda su vida la acepción de !a eiaía y de la
La intervención de los capadocios, singularmente ta.
de S. B a s i l i o , hizo se fijase definitivamente el c m fi
cepto de oü«a eu sentido de esencia o n a tu ra le z /p j
el de &nía-t«0 LCen sentido de persona. 1^1
389. Ciertamente que el predominio de\jfe
ideas neoplatóuicas so dejó sentir entonces por moro
especial al fijar el concepto de esencia; y aquellos
mismos teólogos que subordinaban en absoluto la ra ­
zón de n a tu ra le z a a la razón de p erso n a , a tenor de
lo dicho, no dudaban ahora objetivar aquelLa natura­
leza (bien que siu renunciar a la prioridad de la p e r ­
sona respecto de ella), presentándola como realmente
una en Dios a pesar de la distinción de personas, de
igual modo que es una realmente la naturaleza huma­
na (según el pensamiento de los platonizantes) no obs­
tante la distinción de los individuos singulares; bien
-4 0 2 —
es verdad que esto sólo se aceptaba como fórmula ex­
presiva de la idea de uuidad divina, contra loa que
implícita o explícitamente la ponían en tela de juicio.
Entre los latinos los nombres de naturaleza y
persona se mantuvieron sin dificultad, hasta que la
necesidad de unificar el leuguaje griego y latino, cotí
motivo de la controversia de las tros hypóstases,
ocasionó la discusión greco-latina sobre la denomi­
nación de persona, en que hubo de intervenir la au­
toridad pontificia de S. D á m a s o . Y es que asf como
la hypóstasis se tenia por expresión de sabor arriana
(tomada en acepción de substancia o esencia), de
igual modo se le daba a la voz persona (tomada en
su significación primitiva de apariencia o represen­
tación) sentido sabeliano.
390. En realidad la teología latina híillabase pri­
vada de una expresión que significase la subsistencia,
distintivo capital en la constitución de la persona.
Los griegos hicieron resaltar esta deficiencia, que si
no quitaba en modo alguno el valor del concepto la­
tino de persona, hacía que no tuviese el relieve qne
le correspondía. No han faltado ciertamente quienes,
com o P e t a v i o , juzgaron ilegitima la recriminación
griega a los latinos, creyendo que éstos conocían y
utilizaban la expresión de subsistencia. Mas es indu­
dable que esta palabra en el período de la controver­
sia de las tres hypóstases, aunque no desconocida,
no era utilizada con el valor teológico-filosófico que
le corresponde en la personalidad (1). Los dos gran-

( 1 ) Que la frase latin a subsistentia e ra conocida en tre loa


latinos a la saz$n, lo dem uestra M ario V ictorino cou su Adoer-
— 403 —

des maestros ea el estudio de la Trinidad, S. H ila­


r ioy S. A g u s t í n , desconocen aquella expresión, y no
hablan de la subsistencia eu la interpretación de di­
cho dogma, donde tan oportuno y debido uso alcanzó
después. El primero que tratando de interpretar las
divergencias de latinos y griegos eti la cuestión de
las tres hypóstases y tres substancias, utiliza erv
sontido estrictamente teológico la expresión subsis­
tencia, es Rufino en su Ilist. ccol. (1. I, c. 39). E x ­
poniendo allí la controversia aludida, la sintetiza en
pocas líneas diciendo que mientras unos tenían la
substancia y subsistencia por idénticas, excluyendo
asi las tres subsistencias en la Trinidad, couio se ex­
cluyen tres substancias, otros venían a dar sentido
muy diferente a ia substancia y a la subsistencia;
quid substanlia rei alicujus naluram ralionem qm
qua constat, designet; subsistentia autem uniuscu-

s u iA r iu m q u e expresam ente h a b la de '.ida substancia y tre s s u b ­


sistencias ( su b sisten iiu i tre s). P ero cl mismo V ic to x ih o con las
d iversas significaciones q u e da ti la p alab ra subsittencia, de-
m uestra no hallarse tutu concretado su valo r y sentido. P o r eso
e í que S. A g c s tí x , conocedor y n n n 911 p a rle Formado en los e s­
critos ríe V ic to rin o , uo ao m u e s tr a in fo rm a d o del concepto de
su b sistencia en orden 11 l a íiDCitiude perso n a . P o r el c o n trario ,
B oecio que reproduce ln doctrina do V ic to rin o , p resen ta la sub­
sistencia (su b sit(ere) ain el c a rácter teológico propio, y como
algo que do existe bajo accidentes, eu oposición a su b sta re , o
que s irv e d e sujeto a accidentes. E l testim onio del opúsculo ln
sym botum a p o slolorum q u e tam bién invoca P e t a v i o en favor
d e s n te s ií, uo v a le al objeto; ya que uo es, como se creía eu su
tiem po, obra de S. A m brosio, sino tra b a jo posterior, y e s t á
adem ás su texto interpolado. {Cf. R ía n o s , Eludes, etc. 1.* se­
rie , s. 3, c. 2).
-4 0 4 —
ju s q u e persones hoc ip su m q u o d ex la l e t su b sista
o sten dai (L. ct.). R u f in o opone el su b sta re (cón
igual valor que la oúaí*, s u b sta n c ia l, al subsisterc
(con el mismo valor de la (mioxaois, persona), y de
esta suerte las dificultades e inconvenientes que se
encontraban para formular la interpretación del dog­
ma quedaron orillados. La misma doctrina aparece
luego aplicada, entre otros, ( 1 ) por R ú st ic o al dog­
ma de la Encarnación del Verbo (Disput. contra
aceph.), donde h y p ó sta sis y subsistencia se encuen­
tran como correspondiéndose,mostrándose conformes
los interlocutores del diálogo en reconocer eu valor y
equivalencia. La acepción de h yp ó sta sis,p erso n a ,su b -
sisten cia, queda asi definitivamente reconocida, y eu-
tra e n el lenguaje general de la teología y de la Igle­
sia, sin que dicho concepto haya de mezclarse ea ade­
lante con el de esencia y n a lu r a le itt. Pero adviértase
que la h yp ó sta sis o p erson a, y subsistencia aparecen
equiparadas, uo obstante el carácter concreto de
aquélla ^abstracto de ésta que más tarde tratan de
distinguirse por espíritu de escuela.
391. Hemos asistido al proceso analítico en la
determinación de lo que ha de decirse sub sta n cia y
jpersona, en cuanto se distinguen en una misma enti­
dad. Si ahora con procedimiento inverso pasamos a
realizar la síntesis do una y otra, tratando de fijar
la relación mutua de ambas en l¡i realidad de los se-

(1) Bien precisa es la fórm ula de P ascasio di icono (fiaes


del s. v) reñriéndoss ft la T rin id a d . 7 roe hypostascs vel sub-
tiste&tias, sed non tres tubstantias. (De S. Sancto, 1. I,
c. 4 ). '
- 405 —
rea, encontramos otras discrepancias harto significa­
das sostenidas en las escuelas, y en primer término
la divergencia de la ontología teológica griega y de la
latina, que es lo que más hace a nuestro objeto.
Hemos ya advertido que la distinción entre n a tu ­
ra leza y person a no se encuentra en P latón ni en
A r is t ó t e l e s , sino que es originaria de la filosofía
teológica; pero do por eso ósta al formular dicha dis­
tinción dejó de hacer intervenir en ella ora el pensa-
samiento aristotélico ora el platónico. La teología
griega, más propensa al platonismo, concibiendo
el ser individualizado como expresión de una idea
en su plenitud, halla en la subsistencia y en la p e r ­
so n a lid a d la expresión de aquélla, por ser esto la
nota característica de dicha idea y de la entidad a
que se refiere.
La teología latina, en especial la que prevaleció
como escolástica, dando predominio al aristotelismo,
halla ea cada ser individualizado la síntesis de las
categorías que van de lo abstracto a lo concreto en
el orden de realidades, reproduciendo a la letra el
proceso del á rb o l de P o rfirio , tan en uso entre los
escolásticos por mediación de Boecio. La su b sta n cia ,
pues, y el in d iv id u o son los dos extremos de la rea­
lidad de los seres, con la primacía categórica que a la
primera corresponde sobre la individualidad.
Por el procedimiento griego el concepto recae
primaria y directamente sobre la p erso n a , y por lo
tanto la n a tu ra le z a no es sino un factor de ella,
que la persona posee, y do la caal la derivamos por
abstracción.
En el procedimiento latino el coacepto recae di­
-4 0 6 —
rectamente sobre la n a tu ra le z a , a la que se añade
luego el concepto de p e rso n a , como cosa complemen­
taria. y que es poseída por la n a tu ra le za .
Esta diferencia entre los dos sistema de que atrás
hemos hecho mérito, hace que la doctrina griega sea
mucho más sencilla y más sosteuible que la doctrina
latina, cuya complicación y dificultades sólo el hábito
de tenerla por indiscutible puede hacer pasen inad­
vertidas.
392. La usual difinicióa de B oecio : p erson a est
n aiu ree r a tio n a lis in d iv id u a s u b sta n tia , harto dis­
cutida en otro tiempo, acabó por imponerse más que
por su valor científico, por responder n la tradición
aristotélica aludida. Primero una su b sta n cia , luego
una en tid a d ra c io n a l, y por último la in d iv id u a li­
d a d , por la cual la su b sta n c ia viene a hacerse pecu­
liar de solos los individuos, o con la nota de indivi­
duación, segúu el descenso aludido mediante la escala
de determinantes porfirianos.
El primer elemento de la definición: su b sta n tia ,
ha sido de antiguo notado como deficiente; ya que si
bien todo su pu esto es substancia, uo toda substan-
es supuesto; ni por lo mismo toda substancia racio
n a l es necesariamente supuesto humano o persona.
De otra suerte la unión hypostática délas dos natura­
lezas divina y humana en una persona sería absurda.
El mismo B oecio no ha mantenido un criterio unifor­
me sobre esto, pues uo a gran distancia de la noción di­
cha de persona, reiteradamente define ésta: natu ra:
r a tio n a lis in d iv id u a su b siste n tia . Piensan algunos
que la expresión su b sisten tia fué introducida por ma­
no ajena eu el texto para salvar los inconvenientes do
-4 0 7 -
¡a p a la b r a su b sta n tia . P e r o do h a y n a d a q u e dé
d erec h o a ju z g a r in te r p o la d o el t e x t o , y m e n o s o f r e ­
cien d o a llí la d efin ició n p r im e r a m e n c io n a d a . Lo
c ie rto e s q u e , s e g ú n h em o s a d v e r tid o B oecio si
b ie n no id e n tific a b a su bstan cia y subsistencia,, n o
te n ía c o n c e p to o x a c to de la d ife re n c ia e n t r e u n a y
o tr a .
Por lo demás, heiuos y ;i observado que h y p ó s ta ­
sis, p e rso n a y subsistencia significaron desde. Ruin tío
una misma cosa, hasta después deSio. T o m á s , quien
todavía identifica aquellas expresiones. Por consi­
guiente decir que la persona es naturce r a tio n a lis
in d iv id u a su b siste n tia , es dar por definido lo que se
intenta definir. La su b sisten cia por otra parte iuclu-
ye tan intrínsecamente la individuación de la cosa,
que hace inútil y superfino en absoluto hablar de
que es in d iv id u a .
393. Queda notado que ¡a individuación sobre­
viene a la su b sta n c ia corno última uo tu eu la consti­
tución del gu pu esto. Pero al mismo tiempo toda su b s­
tan cia para que sea tal, ha de tener su individuad ja,
(ha de ser in d iv id u a su b sta n tia I, aun no siendo su­
puesto. Es indudable que las piezas de un reloj, p. e j.t
los miembros del cuerpo humano etc., no son en ¡si el
su pu esto reloj, ni el su p u e sto hombre, y sin embar­
go aquéllas y éstas son verdaderas su b sta n c ia s in -
d id u a s. Por lo tauto la nota señalada no es suficien­
te para fijar el concepto de su p u e sto , ni cu su caso,
el de p e rso n a (1).

(1) L a definición de B oecio ae hn coustituido em pírica me ot e ,


y por ola de exclusión de lo que no es persona. Do ah í su fa lta
— 408 —
La definición, pues, tal como aparece es insoste­
nible, y sólo la labor de adaptación sucesiva de que
es susceptible dentro del criterio aristotélico ha po­
dido hacerla prevalecer entre los latíaos.
Las deficiencias señaladas obligaban a una ulte­
rior detenniuacióu del concepto de supuesto y p e r ­
sona. Partiendo eu efecto de que la sttb sta n c ia lleva
prioridad sobre la in d iv id u a c ió n que ha de recaer
sobre aquélla, hacíase necesario fijar eu primer tér­
mino el valor de ésta respecto de la substancia pre­
supuesta; y luego estudiar la naturaleza de dicha
individuación para poder apreciar cuando y como un
supuesto o persona pierdeu el carácter de tales.
394. En cuanto a lo primero la su b sta n tia in d i­
v id u a de la definición, dió lugar u que la su b sisten cia ,
identificada primeramente como sabemos, con la hy­
póstasis, comenzase a tener, después de S t o . T o m á s .
valor diferente, en sentido abstracto, equivaliendo ¡i
p e rs o n a lid a d , o forma complementaria capaa de dur la
individualidad necesaria para constituir un supuesto.
Dicho se está que considerada así la su b sisten cia en
abstracto como algo opuesto a la s u b sta n c ia pura,
cabía darle el valor y sentido que se creyese más
oportuno para hacer válida la consabida definición de
B o e c io ; si bien con ello se creaban graves dificulta­

do precisión científica, y sus inexactitudes, al e stu d ia rla filosáficti-


m ente. E l mismo elem ento de naturaleza, naturm rationalis
(naturce inlellectualis p a ra qne sen aplicable a Dios y a los es­
p íritu s angélicos), añadido al de substanHa indicidua en ln
definición de quo se tra ta , es nupérflno en rig o r; ya que la na­
tu ra le z a racional es necesariam ente substancia, como la substan­
cia racional «s necesariam ente natu ra le z a .
-4 0 9 -
des, ora ea cuanto al valor de la substancia presu­
puesta, que no puede pasar de una abstracción, ora
en cuanto a la su b sisten cia como tal, que do podía
dejar de ser abstracta igualmente; al mismo tiempo
suponiéndola concreta, la subsistencia, misma se con­
vertiría en uniMpwe*ío por si sola, ya que de no ser
así habría de reducirse a un accidente de otra subs­
tancia; lo que equivaldría a negar el valor substan­
cial de la personalidad. Y uo hablaremos da los in­
convenientes que se refieren al nexo de la substancia
o naturaleza cou la subsistencia sea que se conside­
raren ea su forma abstracta, sea que se estudien
realidades concretas que sólo pudieran yuxtaponer-
se entre, sí.
395. Mas todo ello conduce al segundo problema
de la naturaleza de la su b siste n c ia eu sí, que resulta
de la doctriua en cuestióu, ya que lleva a la ulterior
evolución escolástica en el estudio de la definición de
persona. Porque de igual suerte que el concebir la
n a tu ra le z a como previa al supuesto o persona, obli­
gó a contraponer la p e rs o n a lid a d o subsistencia, a
la naturaleza, así este concepto inicial de personali­
dad como complemento de la substancia, condujo lue­
go a inquirir en qué consiste ese complemento, y
qué realidad ha de corresponder a la subsistencia.
Conocidas son las opiniones encontradas de la fi­
losofía y teología escolástica sobre la cuestión. Las
principales sou las que representan los extremos de
C ayetano y de E scoto ; de las cuales la primera no
duda afirmar que la su b sisten cia es una verdadera en­
tidad distinta de la substancia, capuz de existir se­
parada de ella, sin ser sin embargo propiamente subs­
— 410 —
tancia. Es una conclusión lógica dentro de la tesis,
aunque ella demuestre lo absurdo de la misma.
En la opinión de E scoto la subsistencia no sólo
no es una entidad en si distinta de la substancia, si­
no que se reduce a uua pura negación de ulterior
grado de comunicaciones en la cosa. De suerte que
toda la realidad del ser subsistente y personal,fuente
de las supremas perfecciones en los entes, es una co
sa puramente negativa. Y mientras las categorías de
los seres se determinan medíante, elementos positivos
(y por modo especial en la doctrina escotista de la
h eceidadj, la suprema perfección en dichas categorías
queda excluida de esa común condición.
396. No es de este lugar el examen detenido de
tales sistemas, como tampoco la exposición de las múl­
tiples variantes derivadas de los mismos. El defecto
comilo a todos está en referirse a la naturaleza o subs­
tancia antes que al supuesto o persona, y Juego tra ­
tar de derivar esta de aquélla, o añadirla como com­
plemento; lo cual obliga a presuponer subsistente la
n a tu ra le z a con prioridad a ift subsistencia qne se dice
ha de darle el subsistir, y con los inconvenientes con­
siguientes para hallar una subsistencia que;sobreven-
ga a aquella entidad substanciare puTa abstracción.
Por esto mismo el elemento s u b sta n tiv o en la de­
finición de persona es la n a tu r a le z a , aunque ella no
es nada sin una subsistencia; y el elemento adjetivo
que aparece como secundario, es el in d iv id u o {suba-
ta n lia in d iv id u a ! a pesar de que éste constituye to­
da la razón de ser y obrar de la naturaleza concreta.
Inversión que es defecto radical de todas las opinio­
nes latinas en la materia.
- 411 —
La teoría la tin a tra s la d a el orden lógico de las
abstracciones al orden mefcafísico Je las re a lid a d es,
para confundir é ste cou aq u él. Y por c u au to com en­
zando por la d istrib u c ió n lógica, (siem p re d e n tro del
árbol de P orfirio ) es prim ero la su b sta n c ia que el
individuo, y se puede p e n sa r en a b stra c to la p rim era
sin el segundo, se deduce de ahí que tam b ién en la
serie de realid ad es e x iste p o sterio rm e n te el in d iv i­
duo a la s u b sta n c ia , deteniendo la e n tid a d eu la
s u b sta n c ia a n te s de p a sa r al indiv id u o ; cuando todo
ello en el orden real y ontológico sncede y no pue­
de m enos de su ced er a la in v e rsa.
La claridad, pues, y precisión de la teoría, tiene
buena parte de apariencia, fundada en un proceso
constructivo de artificio que se revela a poco que se
profundice en su estudio.
397. La natural evolución de dicha doctrina lle­
vaba a una conclusión, que si es lógica en la teoría,
constituye nueva prueba de su inconsecuencia. Nos
referimos a la distinción del p r in c ip iu m quo y del
prniciptum quod de las operaciones. Distinción per­
fectamente legítima eu sí, y muy anterior a la esco­
lástica en equivalencia. Pero que es menester enten­
der de modo muy diverso de como se entiende en la
teoría latina. El p r in c ip iu m quod ag it es el sujjtt&s-
lo (posterior en la teoría latina a la naturaleza), y
el p r in c ip iu m quo aq it es la n a tu ra le za . Nótese
desde luego qne mientras la fraso p r in c ip iu m quod
ágil tiene sentido perfecto, la otra frase p r in c ip iu m
quo á g il, no lo tiene, y es necesario completarla en
esta forma: m t u r a est p r in c ip iu m quo á g il su p p a -
u lu tn , o sea, quo á g il p r in c ip iu m q u od. Mas dado
— 412 —
esto, que es indudable, la naturaleza tiene razón de
causa in s ln tm e n la l respecto del su pu esto, el cual
viene a ser la cansa eficiente de la accióu. Y he ahí
una transformación de todo puuto inaceptable, e in­
compatible con la uidad operativa del supuesto. Es
en efecto absolutamente falso que se dé causa instru­
mental alguna en la razón de supuesto o persona.
La causa instrumental es por su Indole distinta da
la causa eficiente, la cual por serlo, aparece ya rea­
lidad completa en su orden. Por lo tanto si así se
distinguiese la causalidad del supuesto o persona, y
de la naturaleza habría que teuer unos y otros como
supuestos diversos. Al mismo tiempo toda causa
instrumental supone y exige la preexistencia de al­
guna causa eficiente. De suerte que aun eu dicha hi­
pótesis habría que pensar en el supuesto con priori­
dad a la naturaleza, contra lo que se pretende.
398. La doctrina verdadera sobre este puuto, y
que guarda conformidad cou la teoría griega acerca
de la persoua, es que cl p r in c ip iu m quod o supuesto,
representa la causalidad ejem p la r y fin a l (ambas se
completan y constituyen la catogorla suprema de
causalidad), en el modo y grado que a cada orden de
supuestos o personas pueda correspouderle aquella
causalidad. El p r in c ip iu m quo á g il s u p p o situ m , o
sea la n a tu r a le z a , representa el dinamismo de efi­
ciencia, o sea la virtud de la causalidad eficiente,
que se actúa bajo la causalidad ejemplar y final di­
chas, en el supuesto y por ei supuesto o persona.
Por ello no sólo se excluye la diversidad de causali­
dad en cuanto instrumental y eficiente, sino que se
hace depender intrínsecamente del ser del supuesto
— 413 —
la causalidad de la naturaleza, sin negar a ésta el
dinamismo que así en la teoría platónica como en la
aristotélica la caracteriza. La prioridad, del supues­
to respecto a la naturaleza os lo que hacu tenga sen-
tido legítimo la doctrina dei p r in c ip iu m quod a g it,
y d e l p ’ZncípiMJtt quo a g it p r in c ip iu m quod.
399. Por lo dicho pueden ya conocerse las lí­
neas generales del criterio filosófico de la teología
griega en orden a la personalidad. Nada de un fondo
común abstracto de donde se haya de hacer salir el su­
puesto concreto. La persona o hypóstasis se ofrece por
si misma como realidad concreta poseedora de su natu­
raleza que le corresponde por el hecho de ser lo que
es, y que sólo mediante un proceso analítico de abs­
tracciones aislamos del supuesto, fuente y razón de
la realidad de aquélla. Pudiera decirse que se invierte,
y con razóü, el procedimiento sobre el árboi de P o r ­
f i r i o . Los latinos según la tradición peripatética, co­
mienzan en este árbol por la universalidad de la subs­
tancia, para descender mediante géueros y diferen­
cias, hasta los individuos. Los griegos, según el va­
lor ontológico ds los seres, que es de lo que se trata,
comienzan por la realidad de los individuos para as­
cender luego mediante análisis de éstos, y por labor
mental (»e(í>pn¡o;s) hasta la substancia, D e esta suerte
mientras para los escolásticos la substancia es la que
aparece reclamando la subsistencia, entre los grie­
gos es al contrario el supuesto el que exige por de­
finición mismo el poseer uua naturaleza con sus ac­
cidentes, de igual modo que exige el existir en si.
He aquí la fórmula gráfica del D amasceno : ’H b¿ Ohóim
— 4l4 —
•w io ij $ á A e i S x Etv odotocv |¿ e t& o ü ji6 e 6 t] x ó x ü w nal ■
m .V ¿ n u t-íjv m píd-

i*6«i /D ia le c t. 23).
Asi la.s hypóstases se ssparan por sí mismas del
concepto de substancias, como cada especie de hypós­
tases (el su p u esto divino, angélico, humano, etc.)
se separan por sí propias las unas de las otras, al
decir del D a u a s c s n o . «Y es por esto, añade, porqué
también el individuo recibe con propiedad el nombre
de hypóstasis; porque es en ¡a hypóstasis donde se
halla contenida la sub&tancia.que recibe los acciden­
tes» (1). El su p u e sto , pues, envuelve de una mane­
ra directa la plenitud del ser y de obrar propio de
las cosas subsistentes. Es el ser completo en su or­
den; que por serlo, no necesita de otro que le sirva
de sujeto ni para obrar ni para existir. Pero esto úl­
timo como resultante y consecuencia del s« co m p le ­
to en s í, y no como producto de una subsistencia su­
perviviente. En tal sentido caracteriza a la hypósta-
sis «eu especial la incomunicabilidad y la condición
de existir separadamente de las demás cosas»; nXfov
ndvtojv, tip (i-i) é') ou{ üWú. «e^u)pio(iévü)g stvai. (D o
Fide ort,, I, c. 8).
400. El mismo D a m a s c e n o quien sin distinguirse
por su originalidad es en cambio eco fiel de la filosofía
y teología de sus predecesores, define gráficamente la
hypóstasis: Ttjv xa9' a ü - z i xa! líioaúaxawrov Gitapgiv (Dia-
lect. 42); lo existente en sí, y quo se basta a si mis­
mo para sostenerse. De conformidad con esto hace
luego resaltar la diferencia que hay entre la hypós-

(1 ) M i « « l t ó S t o f i o y * u p ! u > s t ó i f ¡ ; i n o o i c t a ^ u j ; ¿ x ta } p (i> o a -
TO Svojjta' ¿v «Cffl Y&p ■?) oO aía éytpyetq {xpíoiaxat 7ipooX«Éo3aa
t i ov(i6a67)x¿t«. (D ial. c. 49).
- 415 -

ta sis y eV ¿vjnáavx-ov; palabra que no tiene equivalen­


te en latín ni en las lenguas modernas (algo así como
in h y p o s lla tic u m , en sentido do encerrado o incluido
en la hypóstasis), pero que expresa bien la condición
de la hyp ó sta sis en cuanto representa toda la vir­
tualidad y dinamismo del ser, y lo que se considera
a manera de poseído por la hipos tasis Uv z z it fcoa-zi-
oeoi frsupoúnevov). «Así, añade, la n a tu ra le z a h u m a n a
no ha de considerarse en una peculiar hypóstasis su­
ya, ¿v iu% ünooTáae'. oú íeMpsíta: (a loque conduce la
teoría latina), si hq en Pedro y Pablo y en las de-
..más hypóstasis de los hombres». (1).
Con esta teoría, como fácilmente se colige, des­
aparecen las complicaciones quo ofrece la teoría lati­
na eu cuanto al nexo de la mituraleza y del supuesto,
en orden a la entidad de la subsistencia, y a cuan­
to se refiere al mecanismo artificial del p r in c ip iu m
quod y del p r in c ip iu m quo tal corno se ofrece en las
•escuelas. Todo supuesto, toda hypóstasis es indivi­
dua!, y es esto que es, porque ella y no otra cosa con

(1) D ia le t., 44. En el mismo lu g a r hace ot-rfi aplicación del


évDTtúoTBTov, en cuanto dos substancias com pletan con su unión
una h y p ú s W S i s ; y t r a e el ej. ( le í alm a y cuerpo en I r persona
hum ana. P ero la acepción p rim aria que 1o señala ol D a m a s c e n o ,
y que hace a nuestro propósito os la arrib a indicada. En ig u al
sentido ínhipostátieo habla el D am asckno de la hipristasis en
cuanto su je to de accidentes y cualidades individuales. Y as un
l e rro r manifiesto de algunos teólogos (qua reproduce B i l l o t , De
Trinit. q. 29), pensar que t r a t a el D a h a s c e k o de la individua-
.■ eitfn como sobreviniendo a la naturaleza específica al modo
: arittotélLco y k ti tío.
- 416 —
prioridod ni con posterioridad a ella tiene el ser;
7/ UUctoTBglg 10 etvB l OT)(l«tV£l ( 1 ) .
401. L a s personas d iv in a s y la s nociones. —La
diversa manera de concebir las personas respec­
to de la esencia divina antes señalada, refléjase
en la doctrina respectiva de griegos y latinos cuan­
do se trata de las personas de la Trinidad respecto
de sus propiedades o nociones. Unos y otros recono­
cen que las propiedades que distinguimos en la Tri­
nidad no son sioo aspectos de las relacion es divinas,
como éstas lo son de las personas. La relación se di­
ce tal en cuanto expresa la referencia de una perso­
na a otra (del Padre al Hijo, etc.) al constituirse. La
person a expresa no Iíl relación en sf, sino lo r e la ti­
vo, osea el sujeto y término constituido, (Padre,
Hijo, etc.) en que se incluye la relación. La p r o p ie ­
d a d significa la relación (v. gr. la p a te rn id a d , la
filiación , etc.) pero en cuanto sirven para distinguir

(1) El gi'AU m aestro de la erudición p a trístic a P h tavio ,


si bien h a rto menos conocedor de ln filosofía de ésta., advierte
tam bién la diferencia, entro latinos y griego.; en este punto. «Est
anim ad ver sione dignum , escribe, alicer fere ab in tiq u io rib iis
theologis quam ab scholasticis u s u rp a ri liase vocabula substsien-
tice et existentúe. Nftm isti pro abstractis u t v o tan t, uomiui
bus hfec habere solent; u t sint modi he atienes queedam natura; si-
ve e sse n tie , qnam modos vulgo m m cnpnnt, et ax utriusfiuB
complesu componi p u ta n t eam qunm persouam veb etiam subs-
taq tiam individúan! a p p e lla n t... At v steres s ubsisientiurn et
existentiam pro concretis u t díci solflt, nom inibus aumpserauc
e t cum persona ac substantia confuderunt», (Do T rín , 1. IV,
c. 3), L as últim as palabras m uestran lo que antes indicamos
sobre el im perfecto conocimiento que revela P eta vio en éste como
eu otros puntos, de las teorías filosóficas en los antiguos tsólogos.
lo relativo (el Padre como tal, el Hijo por su filia­
ción, etc.) Y esto mismo expresan las nociones, que
soq las mismas propiedades; sólo que, como se sabe,
dicha designación expresa directamente cual es la
razóu formal del Pudre en cuanto Padre, del Hijo en
cuanto Hijo. etc. Puede decirse, pues, que las propie­
dades o nociones son como las notas de individuación
de las personas divinas.
Mas uua diferencia radical aparece cutre la teoría
griega y la latina, simple resultante de las ya seña­
ladas. Eu la teoría latina de la esencia prein lelecta
la individuación de k s personas significada por las
prop ied a d es depende primariamente de aquella esen­
cia, donde se halla la razón de la personalidad en
Dios; que por eso S to . T omás repitiendo el pensa­
miento agnstiniano y de S. Anselmo, enseña que ip-
,?ft d iv in a es sentía est. secundnm se suhñstens (1). Es
lo qne en la misma escuela tomista llevó a afirmar la
subsistencia absoluta de la esencia, a que atrás he­
mos aludido. Y, que, de no procurarse la limitación
d é la tesis en varios sentidos, conduce lógicamente
al universal a p a r le reí de platónicos y platonizantes.
402. Por el contrario en la teoría griega las p r o ­
p ie d a d e s en cuanto expresivas de la individuación y
por lo taüto de la personalidad divina, uo se fuudan
cu la esencia como subsistente, sino en las sub­
sistencias personales donde se halla todo el sub-

(1) Se refiere precisam ente ft este punto: «In divinis, escri­


be, propriettltes personales non sunt principium subsistendi divi-
n® e s se n tis , ipsn emm divina essentin ase secnmdum se subsis-
teus; sed e e converso pi-oprie tatos personales Iinbeut quod aub-
s ista n t ftb esseuliu». De P o t., q. 9, a. íi, ad I3m ,
— 418 —
sistir que se puede enunciar de la esencia de la esen­
cia infinita.
En ambas teorías las propiedades personales no
siguifican fo r m a lü e r uada de la esencia divina, sino
simplemente la relación ; pero con la diferencia con­
siguiente a subordinar las personas a la esencia, o
la esencia a las personas al modo dicho.
De eso mismo depende que en la teoría latina la
naturaleza sea eu orden a las propiedades personales
a modo de forma abstracta, o en el lenguaje escolás­
tico, id quo esl la realidad concreta; y las p ro p ie d a ­
des dichas constituyan id quod est, osea lo deter­
minado dentro de la eficiencia del quo est abstracto
(como en la humanidad el ser concreto de hombre, en
la personalidad el ser concreto de persona, etc.). Nó­
tese que aquí la significación del quo esl y del quod
esl es til en oposición con la que se le atribuye al p r in ­
c ip iu m quo y al p r in c ip iu m quod á g il, apesar de re­
ferirse ambas fórmulas a la n a tu ra le za respecto de
la p e rso n a . En la primera fórmula cl quo est abstrac­
to se constituye en ca u sa eficiente de lo concreto, o
del quod esl (supuesto o persona); mientras en la se­
gunda fórmula el p r in c ip iu m quo es un in slru m en lo
respecto del p r in c ip iu m q uod (supuesto o persona)
que obra utilizando el p r in c ip m m quo a c itio n is , co­
mo atrás hemos visto.
En la teoría griega el quo e st y q uod est men­
cionado no tiene lugar. La naturaleza o eseucia es, y
caracteriza en su ser concreto la p e rso n a o el sm-
p u e sto ; y el su p u esto o pe rso n a po see o tiene la na­
turaleza que existe en el su p u esto y por el su p u e s ­
to . Maturo, est; p e rso n a habet n a tu r a m .
— 419 —
403. Otra diferencia entre ambas teorías en la
materia hállase en la enumeración de las p r o p ie d a ­
des o mejor d& las Mociones (en. cuanto por esta deno­
minación se siguifica como sabemos el distintivo res­
pecto al conocer nuestro), En la teoría latina son cin­
co las nociones consabidas: la in n a sc ib ilid a d (comun­
mente recibida eu el número d &p ro p ie d a d e s), la filia­
ción la s p ira tio a c tiv a y la s p ir a tio p a s iv a . Tres
correspondientes al Padre; dos al Hijo; uua al Espíri­
tu Santo. Todas ellas en cuauto expresivas de algo
real en Dios, y concebidas cual modalidades divinas
por nosotros, sou conocidas y admitidas por la teología
griega: ÓSfevvVjaia, i t o n p i t r ^ , I J T t p o S o X r , , é x itíp íu d -.j que
corresponden a las respectivas latinas.
Mas una cosa es reconocer lodo esto como reali­
dad eu Dios; y otra muy diversa hacer consistir eu
aquel número concreto y preciso las nociones de
la Triuidad. Porque si es indudable que tío se puede
negar de Dios ninguno de los conceptos oxpresados
sin quebrantar el Dogma, nada obliga a contarlos
todos o no añadir otros cual propiedades o nociones;
pues de uua parte son varios los aspectos que ofre­
cen las relacion es diviuns, eu que se apoyau, segúu
lo dicho, las nociones, y de otra la enumeración de
éstas es labor de puro sistema teológico.
404. Eu la teoría griega la p ro p ie d a d e s (¡í;u>i¿a-
t«), las nociones (YvoipisimTa), o p ro p ie d a d e s nocionales
(taiátíjTss aparecen señaladas de diversas
maneras. La forma más corriente es la de enumerar
tres nociones , como distintivo cada una de la respec­
tiva persona, de la Trinidad. Son éstas: la in n a scib i­
lid a d í«Y*vvii«a) respecto del P a d r e ; la filiación
— 420 —
(yewéoLj) respecto del Hijo; y la procesión o el proce­
der (éKitdpsuais) respecto del E, Santo. «Las tres san­
tas hypóstases no s e diferencian sino por estas pro­
piedades hypostáticas», dice el D amasceno (D e fide
ortod. 1. L c. 8) (1). Debido a esta forma de clasifi­
cación, por decirlo asi, de cada persona aisladamen­
te, la teología griega no señaló jamás la s p ira tio a c ­
tiv a como p r o p ie d a d o noción divina, apesar de re­
conocer expresamente aquélla en el Padre y en ol
Hijo; más por eso mismo por tratarse de acto común
a dos personas de la Trinidad, dejaron de señalarla
como noción dipina (2).

(1 ) Fundados en esto cre e n (lignitos, nu tre ellos H e r g e m -


zoetheb (ob. c.) poder Formular contra Focio y los suyos el sí-
g niente argum ento: Ln teología griega, no señala zumo propiedad
del Pudro )« procesión, de! E . Snnfco, no obstante afirm ar qu e
de él procede. Luego la p a trístic a grie g a reconocía la proce­
dencia del E. Santo como rio exclusiva del P a d re , o sea comiin al
P a d re y al H ijo, porque no aparece como oota c a ra c te rístic a del
P adre.
(2 ) Uuo v a ria n te dentro del núm ero te rn a rio de p ropieda­
d es, es la de S. B a sil io ; quien cuenta la paternidad, la filia­
ción, y ¡a xan tifióte ion; 7iazpóxr¡-<t ta l o tó ^-ca * a l «Yictajirív.
P e ro nótese que la santificación quo designa al E . Santo se
identifica con lá procesión del mismo, púas y a hemos v isto como
la teología grie g a entiende U procesión del E. S an to , y h a lla ea
él la persona de la sa n tid a d y ju stic ia .
-4 2 1 —

XX

LAS PERSONAS DIVINAS EN ORDEN A 61 MISMAS

405. Eu este aspecto doctrinal de la Trinidad,


pueden apreciarse también varias discrepancias entre
la teoría griega y latina, que son resultantes de las
que atrás hemos señalado. Pero la más significada es
la que atañe a la in m a n en cia o citcu m n isesió n de las
divinas personas (1), y de la cual habremos de ocu­
parnos preferentemente.

(1) L a s o tra s cuestiones que en esta punto se ofrecan son:


1.° L a enumeración en la T rinidad; 2 .” Ift igualdad y sem ejan­
z a de los divinas persones; 3.a el orden en las mismas; 4 .* la
misión de las personas en la T rinidad. P o r lo que hace a! p rim e r
punto, los griegos reh u saro n en geuei'&l reconocer ¿«numeración
p ropiam ente dicha en la T rinidad, que sólo adm itieron en cnanto
sirve p a ra d istin g u ir los sujetos según los nom bres de las perso­
n as. «Los nombres propios, dice S. B a s i l io , son los que nos in ­
di can lo quo debemos creer. En cuanto al núm ero se h a de consi­
d e ra r tínicam ente como signo p a ra conocer los su jeto s» . (D e S .
S a n c ío , 44). L a m isma doctrina en S. A g u s tín e n tre ios latin o s
De JriniC. 1. V II, c. d), Y la razón de unos y o tro s am pliam en­
te ex p uesta por S. A g u s tín , es que uo cabe enum erar sino lo q u e
se d istin g u e y tiene algo com ún a los seres enum erados. Mas ea
la T rin id a d nada de eso sucede. P o rq u e en lo que se d islin g aeo
la s p ersonas no hay nada común a ellas; el P a d re es uno, como
el H ijo es uno, y no dos P a d res o dos H ijos, etc ; y eo lo q u e
tienen de común, la n a tu ra le z a , no es posible enum eración p o r­
que se d a plena identidad; la n a tu ra le z a es iíd íc r. P o r eso reco­
nociendo S. A o r a r í x que en la Trinidad so n tre s , p reg u n ta ; p e ­
• La in k a b ita ció n m u tu a o inexistencia de cada
.persona divi,na en las demás, puede considerarse en
su génesis u origen, y en su naturaleza y carácter
■que reviste. Desde uno y otro punto de vista la c ir-
qumise&ión es de condición diversa en la'teoría grie­
ga.'y en la latina.

ro, tres qtiét Quid igitur lrc»t Y acaba por d e c la rar que debe
hacerse recaer el uúm ero según las designaciones personales, en 1
las personas, m u q u e el nombre persona sea de tal su e rte vagó
que se aplica lo mismo a Dios que a las c ria tu ra s .— Los escolás­
ticos no disienten en el fondo de este c riterio , pero precisan mfts
el concepto. L a enum eración no existe en la T rin id ad en cuan to
m ultiplica los individuos dentro de una c a te g o ría específica o
g enérica, quo es como se rea liz a el núm ero en el orden n a tu ra l.
P ero tiene in g ar en cuanto sirve pa ra oponer y d istin g u ir las
p ersonas, tomando la persona en el sentido vago de algo que
subsiste; que os tam bién lo que enseña S ío . Ton As, según es ne­
cesario reconocer p a ra sosten»? la verdad de Dios como Trino.
En cuanto a la ¿r/ualdad eu las personas divinas, liemos v is­
to las oscilaciones filosóficas de lita prim eras fases d é la in te rp re ­
tación teológica, y como hayau da explicarse. Iín el período de
teoria a que nos referim os, la teología g rie g a fo rm u la ln tesis
dogm ática con toda la precisión que pasn n la teo lo g ía latin a.
Eso no obsta pitra que so refleje aquí la m odalidad peculiar
del sistem a general griego, como acontece a su vez on el latino.
Ei diagraium a griego de las procesiones en linea roela como
queda dicho, y con el cará c te r de donación, y no de emanación
como entre los latinos, hace que el r a d i e sea expresión de la D i­
vinidad p o r antonom asia, porque es quien pofee la p lenitud del
se r divino, según nuestro modo de concebir, comunicable a l a s
dem ás persoD fis. P o r eso es el ó 8 205 (con a rtícu lo ), m ien tras las
dem ás persouas son sim plem ente 8 soe, aunque cou idéntica n a ­
tu ra le z a y divinidad.
Lo que decimos de la igualdad en las p ersonas, se dice del
orden en ellas. E ste orden d o es sino la realización de l a s pro-
ciscones divinas (generación d e l H ijo y procesión dol E . Santo)
- 423 —
406. La teoría latina, ea efecto, según lógica'
derivación de los principios sentados, en especiaí del;
concepto abstracto de la essen tia p m in le.lle.cta , y con-'
vertida' la persona por consecuencia en una especie ¡
de modalidad de ésta, no puede menos de establecer
qne la razón de la in ex isten cia de las personas divi­
nas hállase en esa previa representación abstracta
de la esencia, dentro de la erial viene luego a deter­
minarse el ser personal de Dios. De ahí la tesis: L as
p e rso n a s d iv in a s son inexistentes u n a s en o tr a s ,
porque son con su b sta n cia les. Y como razones de di­
cha mutua inexistencia subordinadas a la anterior,
aparecen: 1.° la razón de origen, en cuanto las per­
sonas divinas proceden por actos del entendimiento
y de la voluntad, que son inmanentes; 2.° por-razón
de las relacion es constitutivas de las personas divi­
nas, eu cuanto éstas exigen la correspouencia simul­
tánea da los extremos en relación.
Dado que en este procedimiento la cousubstan-

en cuanto excluyen to d a form a lie a n teriorid ad y posterio rid ad


la lina respecto de ln o tra . Pero eu ln teo lo g ía la tin a se
a ju sta n & un tipo de procesión, y eu la teología g rie g a a o tro ,
como sabemos, dando lu g a r a las v a riantes consiguientes eu el
modo de entender dicho orden divino eu ln TrioidAd.
lin cuanto a las divinas misiones, convienen g riegos y la ti­
nos en eu coacepto por lo qnu hace a significar u u a procesión
de origen, y ui> comienzo de ser en un término ad exira .
M as se diferencian en las m odalidades consiguientes a las r e s ­
pectivas teo rías de las procesiones segúu liemos visto, y a la m i ­
n era de entender la acción santificado™, de la g rac ia , que los
g riegos explican yoi’ un verdadero contacto substancial e iuhabi-
tacitfn personal de las personas divinas, como oportunam ente
verem os.
— 424 —
cialidad es idea presupuesta a las personas, como lo
e3 la idea de esencia, el problema de la c irc u n m ise -
eión es presentado en general como secnudario por
los teólogos latíaos, y sin especial alcance en la doc­
trina de la Trinidad.
407. Muy otro es el pensamiento griego acerca
del origen y significación de la circun m isasión , en
frase griega más expresiva y exacta, n e p ^ p r ^ . Sabe­
mos ya cual sea la teoría helénica sobre la interpreta­
ción doctrinal del dogma que nos ocupa. Y de confor­
midad coa ella, la inexistencia m u tu a , que es una ver­
dad dogmática definida, no sólo no es una doctrina se­
cundaria eu la teología de la Trinidad, sino que cons­
tituye centro primario de su interpretación, siendo
como la base y síntesis al mismo tiempo del concepto
humano do Dios ea cuanto uno y trin o eu sus perso­
nas. La esencia divina como sabemos no es uada, oo.
la doctrina griega, con prioridad a las personas, sino
que por el contrario, según exige la constitución
ontológica, la realidad de los entes, los seres indivi­
duales, eu nuestro caso las persouas, son los que ha­
cen tengan valor real las esencias. La uuidad, pues,
de ln esencia divina en la Trinidad depende de la
compenetración substancial de las personas, y de la
exigencia metafísica de la ine.xinUnc.ia de una eu
otra para que cada una sea persona, y sea inteligi­
ble como tal. De ahí la tesis en qne podemos resumir
su pensamiento. Las personas divinas no inhabitan
una en otra por ser consubstanciales; sino que son
con su bstan ciales p o r la exigencia in trín se c a de la
in existen cia m u tu a , inexistencia, qne es un simple
aspecto de la necesidad metafísica de cada persona
- 425 —
para que existan las demás por relación. De ahí el
razonamiento que con diversos aspectos recorre la
teología griega. Dios es un ser infinitamente simple;
y eso no obstante sin dotrimeiitode su simplicidad in­
finita, el Padre contiene en sí al Hijo y al E. Santo;
el Hijo al Padre y al E . Santo, y éste al Padre y al
Hijo; luego las tres personas sou y no pueden me­
uos de ser una misma substancia (1).
La razóu, pues, de la inexistencia de las divinas
personas es eu primer ténniuo la relación substan­
cial que liace existan dichas personas; y que las ha­
ce al mismo tiempo inconfundibles, inseparables, y
de tal suerte inmanentes que unas h o son inteligibles
sin las otras. Una persona es ademán 011 otra por
razón de origen , en cuanto los actos de p ro cesió n
son inmanentes en la simplicidad infinita; que es un
aspecto diverso de la primera forma do inmanencia
señalada y de donde resulta la necesaria consubsla-n-
c ia lid a d de las personas divinas. De esta manera lo
que en la teoría latina es principio del ser consubs­
tancial de la Trinidad, aparece en ia teoría griega
como simple resultante de ella.
408. La fórm ula g e n e ra l del p ensam iento h elén i­
co enciérrase en estas p a la b ra s del N acian zeiío de v a­

( l ) P etavio (I. IV , c. 16, 2 ) no puede menos (le reconocer


eu Ib p a trística g rie g a esta doctrina; pero sin fo re jar concepto
adecuado de sil conjunto. De alit sn esfuerzo por tra d u c irla en
fórm ulas latin as. Por eso cree que la maiidonail& argiim nntacida
g rie g a ha ile entenderse como hecha a posterior i y 110 a p r ta ­
ri, o sea como razonam iento quo p re s tí pono otros f andullos e n la
cousubstanci.il idad al raotlo Intiuo. Poro P btavio no prueba ni
puede probar tal aserción, que contradice todo cl sistem a g rieg o .
— 426 —
rías maneras repetido por el mismo en sus obras: Ca­
d a perso n a contiene la u n id a d por sn relación a la s
o tr a s, no m enos que p o r su rela ció n a s i m ism a s;
Ev yitp íic a a to v ar>t(3v Éyf-i npóz -ó izipov, o'i'/_ íj-c-cov ?] n p ó ;
íautóv. lOi'&t. 31.16). Procediendo sobre el mismo
coucepto había enseñado S. D i o n i s i o de Alejandría
la in se p a ra b ilid a d (consubstancialidad) de las per­
sonas divinas, por la relación y dependencia mutua
eütre ellas. «Nombro al Padre y antes que añada el
Hijo, ya loho auuriciado en el Padre, Añado el Hijo,
y antes de nombrar el Padre lo hallo comprendido en
el Hijo. Menciono el E. Santo, mas con sólo eso de­
claro de quien y por quien nos lia venido.» Y luego
por la misma idea de relatividad concluye: «De esta
manera eu la Trinidad extendemos la Unidad sin di­
vidirla, y luego recojemos en la Uuidad la, Trinidad
sin disminuirla.» s i s ^ t ¡¡v T p'.xí?. xrjv Mo-
v á 9 * 7cXax’j v o (jiiv i 5 r a í p 6 t o v , n a t t í ¡v t p ; * 5 a k x X lv á j i e í u n o v s i ;

tt¡v MovctS* a'jy/i!?%Xw/j'jfisfJi. (S. AtAXAS. Dfí Si'ftlt'nt.


Tiionysii, 17).
El mismo S. A t a n a s i o quo reproduce como aca-
bamos de ver el concepto y palabras de D i o n i s i o de
Alejandría, propone uu ejemplo harto significativo
para explicar como la unidad resulta dol ser relativo
de las personas divinas. «Eu el retrato existe la for­
ma y la figura del rey, y en el rey existe la figura
que está en el retrato... De esta perfecta semejanza
resulta qne el retrato pudiera decir al quo deseara
ver at rey: Yo y el rey somos una misma cosa. Yo
soy en el rey y el rey es en mí... De donde se sigue
que por cuanto el Hijo es la imagen del Padre, es ne­
cesario pensar quo la divinidad y la propiedad dol
-4 2 7 —
P adre es el ser del Hijo; -íj Seóttjc x«t f¡ tíid-rijc -tos n«-
ipdí -id eívai xou ríoü est!. Y esto ns lo que significan los
textos, P u ícr in me est, y el otro, Q ui in fo rm a D ei
ex isten s.» (Contra A rian. O rat. I II , 5).
409. Do i¡i misma índole es la semejanza co­
rriente entre los g rieg o s, que representa a la Trinidad
como tres soles incluidos unos en otros, cuyos rayos
van a confundirse en la unidad cual si fuese un solo sol.
O io v i v t j X í o l j t p i s l v t ' / o ¡ i . i v a i ' áX X ifjJ.íU V , ( i? a xi5i> tfm ~ .c z o 'j y r . p a -

me, dice el N acianzeko (O rat. 31, 14). Y de esa doc­


trin a común ea la escuela helénica toma el Pseudo-
A heopagita. conceptos y ejemplos cuando compara
la Trinidad a tre s lám paras cuya luz se confunde en
nna misma claridad. «Cuando se encuentran, dice,
tre s lám paras en una habitación, cada luz está toda
entera en las o tras enteras a su vez, y sin embargo
cada una tiene su propia y d istinta existencia. E llas
están unidas en la distinción, y son distin tas eu la
unión... Que si se saca fuera de la habitación una de
las lám paras, ésta lleva consigo toda su propia luz,
sin q u itar la de las otras ni dejar nada de la suya.
Porque esta unión tan perfecta de todos en todos, es
sin embargo sin confusión u¡ composición alguna.
(De div. nom., c. II, 4).
El D a m a sc e n o , síntesis del pensamiento filosófico -
teológico griego, después de reproducir el simfl de
los tres soles, hace constar tax ativam ente que la
circu n m isesión o inexistencia m u tu a de las personas
d istin ta s, es la razóu de su unión substancial. E x ­
plicando como las liypóstases divinas están unas en
o tras sin confundirse, dice: «Porque estas personas
están unidas, según hemos dicho, no para confundir*
-4 2 8 -
se, sino por contenerse la una ea la otra. Existe, en
efecto, entre ellas una circun m isesión (-/,v iv áXXjjí.a^
•n:spix<ipsaiv ¡Sxooi), sin mezcla ni confusión, en virtud
de la cual Jas personas 110están separadas ni dividi­
das ea substancia, contra lo que dice la lieregía de
A rkio». (De Fide o rt., 1. I, c. 8).
410. Dado el origen de la c irc u n m isesió n griega
fundada en las rela c io n es divinas, y no eu la esencia
p r e in te le c ta , resta determinar su n a tu r a le z a . Co­
menzaremos por notar que la teoría latina no obs­
tante su elaboración de índole abstracta y predomi­
nio dialéctico, aparece do hecho como una interpre­
tación puramente e s tá tic a de la Trinidad. Por el
contrario, la teoría griega, de carácter concreto y
tipo ontológico, es sin embargo de estructura emi­
nentemente dinámica. E sta reunión de elementos al
parecer antitéticos en cada teoría, resalta por modo
especial cnaudo se trata de la c irc u n m isesió n . La
teoría latina, en etccto, que se sirve del proceso
dialéctico pava formular el concepto abstracto (ni
universal ni individua!) de la e se n c ia , lo convierte en
base inerte de la in e x is te n c ia de las persouas divinas
respecto de cuya in e x iste n c ia no siguifica la esen­
cia dicha más que el centro de donde se originan
ias persouas, y que por ser una misma en ellas,
hace que éstas sean inmanentes entre si. De suerte
que la c irc u n viise sió n sólo representa una modali­
dad eu las personas divinas, comparable por remota
analogía, a las posiciones diversas quo un cuerpo
puede tener respecto de otro. Este coucepto de la
circ u n m isesió n llevado al extremo dentro de la mis­
ma teoría latina, sobre todo en el escolasticismo no
— 429 —
clásico, originó la doctrina que explica dicha c ir ­
cu n m isesión por la in e x iste n c ia de las personas di­
vinas dentro de la in m e n sid a d de Dios; que es la for­
ma menos teológica y más irregular de explicar la
c irc u n m isesió n , pero también la más estática y de
simple modalidad extrínseca, según nuestro modo
de conocer, eu las personas divinas.
La tsoría griega por lo mismo que parte de la
realidad concreta de las personas para llegar a la
comunidad de naturaleza, exige que la c irc u n m ise-
sián exprese una coexistencia dinámica, el verdade­
ro e intimo inovimieuto vital qne so revela cu las
re la c io n e s divinas, y por lo tanto en las personas
como términos relativos dentro de la actividad infi­
nita.
411. Dos momentos distintos dobea señalarse,
según el pensamiento helénico, en la tesis de la divina
in m a n en cia . La circulación en acto de la vida divi­
na, la *epix<¡>pseis (c ircu n m ise sió n entre los latinos);
y la r e c a p itu la c ió n o síntesis substancial de las di­
vinas personas eu la unidad, la ouvxsipaXa'ijwig, que
puede decirse expresión de la in e x iste n c ia de las
persouas eu cuanto constituyen lo Uno divino. Am­
bos conceptos representan la c irc u n m isesió n helé­
nica en sn plenitud.
La jiepixiápiai?, pues; significa segúu su nombre
e idea que envuelve, la c irc u la c ió n mutua de una
cosa a otra, de suerte que ambas se exijan y so
completen en la realidad de esa circulación. Y res­
pecto de la Trinidad es el movimiento mismo vital
que hace que el Padre sea eternamente tal, por­
que eternamente engendra al Hijo, como el E. Santo
— 430 —
está en acto eterno procediendo del Hijo y del Pa­
dre- Por lo tanto lejos de caracterizarse la in e x is ­
ten cia por el reposo, o forma estática de las perso­
nas, como en la teoría latina, se distingue y señala
por la actividad, por el dinamismo de la vida
substancial qne pasa del Padre al Hijo, y al
E. Santo, y determina el ser relativo del Padre
como Padre, del Hijo como tal, y del E. Santo como
procediendo de arabos. El ser relativo de las perso­
nas hace que una no pueda ser entendida sin la otra,
como términos en relación. Y estos términos de las
relaciones divinas, hacen a sn vez que la in e x is te n ­
cia y c irc u la c ió n v ita l no exprese un estado diná­
mico de simple concepto, sino la entidad misma y la
realidad de un dinamismo infinito en el seno de Dios.
El Hijo, dice a este propósito S. C i r i l o , «es llamado
L o g o s o S a b id u r ía , porque ésta procede de la inte­
ligencia y permanece eu la inteligencia misma, debi­
do a la compenetración o ir ru p c ió n reciproca de lo
qne significan aquellas denominaciones, x a! xr¡v sx-
eX a x<Sv osjiai.vop.ívtr)v. t¡>{ dv elnoi íts ávxejiÉoXTjv. (In JoaiD.
1. I, c. 1). Las personas, pues, son e sta d o s d e l s e r
divino en sus variedades del origen personal, ip iw .
•tfjt üratpfcwí (1), y por ello en esencial movimiento,

(1) Que la nepLx<í>?6o;c o la circunndsMMn. g rie g a se d i­


ferencia radicalm ente de la latina es cosa lie la m ayor evirtenna;
y P etavio (De T r i n !, IV , c. 1G, 9) no sólo lo reconoce a s f .
sino que hace re s a lta r la diferencia e n tre am bas. P ero su p re ­
vención latina a trá s notada de ln natura previntcllecio, háeele
in te rp re ta r los t a i n o i tfjs OTcápgent?, en sentido de maneras de
ser de aquélla (1. IV , c. 8), en los m últiples testim onios que se
le ofrecen. Sia a d v e rtir que ta l in terp retació n no s ilo no eu -
— 431 —
ea el cual Dios vive, y es Padre, Hijo y E. San­
to por necesidad indeclinable de ose vivir divino en
triple manifestación relativa.
Con esto queda tambiéa señalado el sentido de
ln re c a p itu la c ió n o o^xE^aXatooi;, en cuanto té r­
mino del movimiento vital de Dios según las divinas
relaciones, que al mismo tiempo que oponen las
personas divinas, en sn mismo concepto relativo las
sintetizan por necesidad de la misma relación, y las
hacen converger a la infinita unidad. «Para nos­
otros, un solo Dios, porque existe una sola Divini­
dad, y porque aunque confesamos T r e s , éstos pro­
ceden del Uno y convergen al U n o » (1). Es por eso
mismo porqué las personas en relación aparecen,
consideradas a modo de p r o p ie d a d e s inmanentes del
ser infinito; y S. A t a iía s io interpretando el testo de
S. P a b l o : C h ristu m D e i v ir tu te m ef. D e i sa p ie n -
tia m , uo duda afirmar que el Hijo es f o r m a lite r la
sabiduría y poder del Padre; y es por lo tanto su
perfección física, uu solo Principio, «con propio
Hijo de este Priucipio, su propia, sabiduría su pro­

cuentro. basa a lguna eu la escuela g rie g a , sino q u s o stá en


a b ie rta co n tra d ic e n con la teo ría de la circunmisesión qu e 41
mismo declara opuesta ¡i la latin a, l o que Lace ap a re c e r a P e t a
t í o incoherente consigo misino. P o r lo dem ás b a s ta ría la co m p a ­

ración que tra e sobre dicha Trajo el N a c u n z e .n o p a ra reconocer


su v a lo r dinám ico en el sentido a rrib a dicha. Un á rb o l, dice,
puodo ten e r el ser por ptantación, el sor por siembra, y el
ser por n a c im ie n to espontáneo; son tre s m aneras de existencia,
- t p t m o t t t a á p g c w c , según el N a u i a n z e m o , qu» expresan el dinam is­
mo de origen, segúu a rrib a acabam os de señalarlo.
(1) ' H j j i T v eí{ 8 s¿ c, fitt fila ¡heótn];, * a í xp¿z lv xá aOtoO
tí¡v ivotifopiv §x*li TPiw «lOTEÚMai. (O i'at. 31, 14),
- 432 —
piO Logos»; (líag ’Apx^S “-¿Si i8£x ooyía, ISiog Xó^Og ég
aúxís onctpxuv. (C. A ria n ., O rat. 4 ,1 ) . Teoría qne
encuentra eco en oíros P P . p ara hacer resaltar la
unidad en v irtu d de la Trinidad misma, Tal es,
p. e j., la fórmula del Nacianzeno que distingue las
personas divinas, como lo V e r d a d e ro , la V e r d a d
y el E s p ír itu d e V e r d a d ihrfiuúv, *ai tav, va.'.
7tv¿n^a áJ.7j0£¡aí. (Orat-. 23, 11). «La fuente del P o ­
der, dice el N iskko, es el Padre; el Poder del Padre
es el Hijo; el espíritu del Poder, es el E . Santo;
titiy Í] j j í v 2 u v á |ie ii> ; i a n v ó IIsc-ítjp" S u v a j u ; 3 í " o ü H'xxf&i 6 u E ¿ ;'

auváneojj 6é "viCjia I Iv c ü (i* zi (Adv. MílCed, ,13).

Con lo expuesto quedan trazadas las líneas fun­


dam entales de los sistem as griego y latino acerca
de la T rinidad, con sus respectivas orientaciones
filosóficas ta n to más de tener en cuenta cnanto ma­
yor es el desconocimiento de la más interesante de
dichas teorías, que es sin duda la teoría griega,
para la conveniente apreciación comparada de una y
otra escuela. L a doctrina trin itaria helénica, la más
antigua, y de más alto seutido filosófico, fue al m is­
mo tiempo condición y aun base de la sistem atización
trin ita ria latin a, la cual con ser su an títesis, ha re ­
cogido significados elementos de la teoría griega.
F ué ciertam ente S. A oustín el que presentó
eu cuerpo doctrinal la tesis latina que más tarde
hubo de imponerse mediante el escolasticismo. P e ­
ro la labor sistem ática que representa la teoría
en sus diversas gradaciones de las p e r s o n a s en
sí, y en orden a la n a tu r a le z a d iv in a ; las p r o c e s io ­
n es, las r e la c io n e s , la misma in m a n e n c ia o circun-
— 433 —
misesión, respecto de las personas y de la naturale­
za divina, todo ello catve los latinos se desarrolló
merced a la teoría griega, siquiera fuese dosviáudo-
se de ella. Las dos ideas capitales que separau a los
latinos de los griegos, son como sabemos:, « je l con­
cepto de naturaleza, anterior y presupuesto a las
personas; b) la interpretación p sico ló g ica de las
p ro ce sio n e s (origen dé las personas que proceden
explicado por el e n ten d im ien to y la, v o lu n ta d divi­
nos). La primera de estas- ideas, sin ser tomada
como base do la personalidad divina, sino al contra­
rio, como explicación do unidad subsiguiente, hemos
visto se encuentra utilizada por la filosofía teológi­
ca griega, en especial por la escuela, de los capado­
cios. Bastaba, pues, uua simple inversión de proce­
dimiento, y convertir la- unidad consiguiente de na­
turaleza. en unidad p r e c e d e n te a las personas para
obtener la tesis latina sobre esto punto. Teudeucias
eu tal sentido respecto de la Trinidad se encuentran
en la escuela de los a n tio q u e n o s, doude el aristote-
lismo y sus procedimientos analíticos llegaron a pre­
valecer, y aun fueron llevados al exceso que demues­
tra en la cristología la herejía nestoriana.La teología
latina iniciada ya eu esa dirección que por uu momen­
to llegó a dejar sentir su influencia en el campo grie­
go (en los tiempos de S. A t a n a s io ) , uo encontró, pues,
dificultad en apropiarse el sistema helénico trans­
formándolo a su manera,, y ofreciéndolo luego como
expresión clara de la unidad de la esencia y de la
«insubstancialidad de personas, según lo hace San
A g u s t ín , para dar asi por excluidas de raíz las he­
rejías antitrinitarias, siquiera la misma facilidad en
-4 3 4 —
excluirlas hiciese ya entonces mirar coa desconfian­
za la seguridad de. la solución.
La segunda idea, o sea ia interpretación p s ic o ­
ló g ic a de las procesiones d iv in a s , fué ea sus prin­
cipios entre griegos y latinos una simple compara­
ción o imagen que, como otras muchas semejantes,
sirvieron para explicar de algúu modo como puede
concebirse la pluralidad dentro de la unidad, al mo­
do que distinguimos en una sola alma, su ser de
espíritu, el entendimiento y la voluntad. La acen­
tuación sucesiva del paralelismo "buscado entre la
trinidad psíquica y la Trinidad divina llevó a t r a ­
ducir analógicamente por las funciones auímicas las
funciones vitales de Dios en su ser trino. Eu el
misma S. A g u stín abundan m u y m ucho tules imáge­
nes o fórmulas de la Trinidad, que se encuentran a
cada paso en sus obras, en especial ea sus libros de
T r in ila te . Eu estos símiles o imágenes agnstinianos
que varios han coleccionado, son los más salientes
los de las tres categorías: 1.° de la naturaleza en
general; 2.° de la naturaleza humana sensible; 3.°
de la natnraleza espiritual (1). Son tales fórmulas
las que dieron lugar a las amplias proposiciones es­
colásticas intituladas De. v e s tig iis T r in ita tis in

(1) P a ra los sím iles agnstinianos r . , e n tre o tros, K. S c ip io ,


D. A a r. August. M eiaphisik. Citemos algunos de eltos. De
la 6 criaturas en. gcnerál: Unitas (P a le r); Species (Filius);
Ordo (S. Saíictns). Exi&tcntia (P .); Scientia (P .); Am or
utriu&qüe (S. S ).— Del ho vibre ¿ensiblc: Res (P ,) ; oisio ex­
terior (F .); Aninxi inlenlio (S. S .) .— Del orden esp iritu a l ■
Este (P .); Inlclligere (F .); Vioere (S. S .). Mens ( P .); Noli-
í¿<*(F.); Am or (S. S). Y d este tsn o r o tra s m uchas fó rm u las.
— 435 -
c r e a tu r is , utilizadas a su vez entre los teólogos pla­
tonizantes para hacer ver a su modo las relaciones
entre lo creado y lo increado según dejamos notado
(t.IV ).
Por selección entre esas múltiples fórmulas se
impusieron, como es natural, las de carácter psíqui­
co, y entre ellas la más significada y expresiva de la
vida psicológica, cual es la del e n te n d e r y q u e r e r
dentro de la unidad anímica y de conciencia; y que
se convirtió, como queda dicho, en elemento esen­
cial de la teoría trinitaria latina, juntamente con la
tesis de la substaucia abstracta p r c in te le c ta , nece­
saria para completar la teoría.
Esos modestos orígenes del sistema latino no
obstaron a su desarrollo y preponderancia, en espe­
cial debida al ascendiente de sus sostenedores co­
menzando por S. A g u s t ín , y a la mayor pujanza
posterior de la teología latina sobre la teología
griega, que con el cisma llegó a su ocaso, cayendo
luego eu olvido, como sistema, la grande obra ne
aquellos grandes maestros, digna sin duda alguna
de mejor suerte.
Así, pues, mientras los antiguos símbolos de la
fe en la Iglesia griega y latina expresan el concepto
primitivo de la Triuidad partiendo del ser personal
del Padre, pasando al del Hijo, y luego al del E.
Santo, segúu la progresión en linca recta de la teo­
ría griega, después de la época agustiniana, y re­
flejando abiertamente la teoría latiua entonces or­
ganizada, aparece el símbolo P s e u d o -a ta n a g ia n o
anteponiendo el concepto de n a tu r a le z a co m ú n a
las personas, y desenvolviendo sobre éste el con­
— 436 —
junto de la doctrina trin ita ria . Los símbolos prim i­
tivos,. en efecto, desde el denominado apostólico
(expresión de la fórm ula baptism al), comienzan por
la fé en. el P a d r e : «Credo in Deura P a tr e m (prim e­
ra persona), «et ¡u Jesum Christum filium, etc. (se ­
gunda persona)» et in S . S n n c ta m (tercera perso­
na). E s la fórmula prim itiva común a griegos y la ­
tinos, de la cual se tiene como reproducción proba­
ble la c a te q u e s. X IX de S. C irilo de Jerusalem :
üiat&tlu) sij... Ttaxépa., xaí xiv uíáv, xal -cd m eu ^ x xó
iIyiov etc. Por el contrario, el símbolo pseado-atana-
siaao de formación latina y agustiniana (probable­
mente español y de origen galaico) comienza invir-
tiendo el procedimiento: «Fides cntholica heec est,
u t u n u m D eu m (una naturaleza divina) in T riaita-
te, e tT rín ita te m in u n itate veneremur,» etc. De esta
suerte, sin dejar de profesar una misma doctrina la­
tinos y griegos, aparecía cada cual significando su
manera de in terp retarla.
e :r :r ja -,i i.a . s

Varias s e h a n d e s liz a d o en e l d e c u rs o d « e s te (orno, y a l g u ­


n a (oom o la d e V ic to rin o o s P e ta U en vez d e V ic to m n o A f b i-
o u n o , ' la m&» sig n ific a d a ) re fe r e n te a n o m b res propias. Todas
e lla s s in e m b a rg o , de fi c i l in te r p r e ta c ió n , y q u e do e x ig e n la s
tra s la d e m o s a'qnl.

También podría gustarte