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CONTENIDO

Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 Capítulo
1: La ética del consejero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 Capítulo 2: Los
recursos espirituales y las limitaciones en la consejería . . . . . . 25 Capítulo 3: Las razones
del comportamiento humano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40 Capítulo 4: La visión integral del
aconsejado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45 Capítulo 5: Definición de crisis, sus causas, y
resolución . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58 Capítulo 6: Los agentes de las tensiones y patrones de
resolución . . . . . . 65 Capítulo 7: Los conflictos interpersonales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . 71 Capítulo 8: Las diferentes técnicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
Capítulo 9: La sexualidad y la homosexualidad, las desviaciones . . . . . . . . . . . . . 80 Capítulo
10: El noviazgo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102 Capítulo 11: El
asesoramiento pre-nupcial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 108 Capítulo 12:
Problemáticas del matrimonio, la violencia familiar y la separación 115 Capítulo 13: La
paternidad, la niñez y la adolescencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125 Capítulo 14: Las
adicciones, la depresión y el suicidio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 132 Capítulo 15: Las
enfermedades, la muerte y el duelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 142 Bibliografía . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148
Nota: Los trabajos para la lección 1 se hacen antes de presentarse para la segunda lección con su
profesor. Este mismo sistema de trabajos anticipados seguirá durante todo el estudio de esta
asignatura.

Consejería Pastoral Edgardo Muñoz


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PREFACIO
El ministerio de la consejería es mi favorito. Siento enorme placer en ponerme en las manos del
Señor para escuchar y ser su portavoz. Por otra parte, me atrae todo lo que se relaciona con la
naturaleza humana. La declaración de Dios sobre el corazón del hombre (Jer. 17:9) no deja de ser
una verdad permanentemente actual que cada día compruebo en mí y en los demás.

Cuando tomé la materia de Psicología Pastoral con el excelente profesor, Pablo Hoff se me abrió un
universo fascinante. Cada clase era una delicia. En aquel seminario me afectó un problema de
salud que me postró en cama por algunos días. ¡Cómo lamentaba la pérdida de esas
enriquecedoras horas! Pero allí aprendí lo que es un consejero. El Hermano Pablo llegó hasta mi
casa y me dispensó un tiempo especial. ¡Nada menos que el autor del mejor libro de consejería
que había leído hasta aquel entonces me había visitado! El ánimo recibió una inyección capaz de
retomar las clases con nuevas fuerzas en mi convalecencia.

Por esas cosas que sólo Dios sabe, llegó la hora de enseñar esta materia, primero en el Instituto
Bíblico Río de la Plata y luego en el ISUM. Sabía que los niveles eran distintos entre un seminario y
el ISUM, pero no podía evitar el referirme a Hoff cada vez en las clases del instituto.

Lo mismo ha ocurrido con casi todos los profesores de consejería que tomaron el ISUM. “El Pastor
como Consejero” tiene temas tan oportunos y necesarios que nadie quiere dejarlos fuera de sus
clases en los seminarios. Cuando el Instituto de Superación Ministerial entendió que Hoff era de
dominio público, y que los que tomaban la materia de Psicología Pastoral ya lo habían leído,
comenzó la búsqueda de un texto nuevo. ¡Nada se halló con un contenido tan amplio como su
antiguo libro!

Otra vez, el sentido del humor del Señor hizo que me involucre en el tema. Me puse a escribir un
texto nuevo. Con orgullo y vergüenza al mismo tiempo debo reconocer que Pablo Hoff, sus
contenidos y temario aparecerán una y otra vez. Además, lo que en este texto figura es producto
de todo lo leído, aprendido y experimentado en todos mis años de ministerio. ¿Cómo saber cuál es
la obra y quién el autor de algo que ya forma parte de mis venas? Como dijera Salomón: Nada
nuevo hay bajo el sol… todo ya está inventado.

Intenté enfatizar algunos temas de mayor necesidad o actualidad como así también conceptos
prácticos para el ejercicio del ministerio. Este manual llevó dos años y medio, combinando un
temario piloto en clase y recabando datos. El trabajo de mi ministerio y luchas personales detenían
el movimiento del teclado de las dos computadoras a las que sobrevivió la obra. Mi oración es que
la misma sirva de puente para que el estudiante se interese en cada tema e investigue más,
mientras surja, ante los desafíos de una sociedad cambiante, una obra de mayor actualidad.

Edgardo Muñoz , Lomas de Zamora, Buenos Aires, Argentina, 2010

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CONSEJERÍA PASTORAL
Por Edgardo Muñoz
INTRODUCCIÓN
La consejería es una de las prácticas más frecuentes del ministro del Evangelio. Sea cual
fuere el ministerio, siempre habrá personas que necesitan consejo en el Señor para continuar con
su camino cristiano.
A veces, por erróneas razones vinculadas a deseos de notoriedad, asociamos el ministerio
a un púlpito y a las multitudes. Es la época de las grandes concentraciones, la moda de lo
mediático. Pero, más allá de los énfasis volátiles de turno, jamás habrá un contacto eficaz con las
masas sin pensar en los individuos. Podemos ministrar al “montón”, pero necesitamos llegar a
“cada uno”.
Al presentarse Jesús como el buen pastor, dejó varias características a nuestro alcance para
que las consideremos. Una de las señales de un buen pastor es el conocimiento de las ovejas por
nombre. Tal vez, gracias a esta condición, el pastor de las 100 ovejas de la parábola se haya
percatado de la ausencia de una. Podemos convertir a las personas en número y hacer un censo
estadístico. Luego de un nuevo conteo advertiremos la ausencia de alguien. Allí nos veremos en
problemas: ¿A quién buscaremos? ¿Por dónde lo haremos? ¿Desde cuándo faltó? ¿Por qué ya no
está en el redil?
Hubiera sido más fácil conocer a cada uno. El día que fulano de tal no esté, nos daremos
cuenta. No hará falta pasar lista, simplemente veremos que alguien con nombre y apellido a quien
conocemos bien, no está presente.
Circula entre los pastores un chiste sarcástico descriptivo de algunos malos ministros:
“Amo a las multitudes… lo que en realidad detesto son las personas.” Esta afirmación paradójica
no está tan lejos de algunas tendencias contemporáneas. La imagen de este tipo de pastores ha
reemplazado la oficina pastoral por un camarín, el púlpito por un escenario, el culto por un show y
a los creyentes como público consumidor de un producto religioso. Sin dudas, esta tendencia
conducirá a la ruina de las iglesias en sólo un cambio de generación.
Para que la iglesia se mantenga vital hasta que Cristo venga a buscarla, hacen falta
pastores que amen a las ovejas responsablemente. Son necesarios ministros que conozcan a la
feligresía. Para lograr esto, la consejería deberá ocupar un lugar prioritario por sobre otras
actividades.
Antiguamente, quien deseaba adquirir un traje debía recurrir a un sastre para que se lo
confeccionara a medida. Con la demanda masiva de trajes, las sastrerías prepararon moldes de
diferentes talles y de esta manera comenzaron a producir ropa en cantidades industriales. De esta
manera, los compradores se conducen a los percheros donde prueban la medida que mejor les
quede. Sin embargo, siempre hará falta un retoque final, porque nadie hay exactamente igual a
otro. De la misma manera la predicación de un púlpito se envía en una medida estándar. Pero la
consejería ayudará en los retoques personalizados que nos permitirán servir efectivamente a la
comunidad que Dios nos asignó.
El ejemplo de Cristo marca la tendencia que debería regir al ministerio. A pesar de predicar
a las multitudes, jamás se privó de tomar tiempo con los individuos. Lo hizo con una mujer

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samaritana. Un judío prefería morir de sed antes que pedir agua a un samaritano, pero Jesús se
metió en una situación incómoda a cualquier amor propio para bendecir a aquella mujer.
Nicodemo se acercó al Maestro con una serie de elogios que intuitivamente pedían
atención. La prudencia con la que lo arribó era suficiente como para que Jesús agradeciese y
continuase su camino. Pero le hizo al líder un desafío que despertó una larga conversación. No fue
tiempo perdido… hubo frutos (Jn. 19:39). Las personas que se acercan para mostrarnos su afecto o
adhesión, no siempre esperan nuestro agrado, sino tal vez buscan entablar un diálogo que
satisfaga su necesidad.
La mujer sirofenicia, en cambio, fue al grano con una necesidad. Jesús no se conformó con
la concesión de lo demandado, sino que provocó una conversación reveladora de la actitud de
aquella.
Cuando se presentaron al Señor aquellos postulantes al discipulado, recibieron de Cristo
un planteo capaz de atravesar sus almas y poner en relieve la motivación de su ofrecimiento. Algo
parecido ocurrió con el joven rico, que podría haber recibido una respuesta convencional a su
pregunta, pero Jesús lo amó y se interesó en él. No podía dejarlo ir sin confrontarlo con su
verdadero problema.
De la misma manera, nuestra tarea demanda interés en cada uno de los que se nos
acercan, una verdadera relación de profundidad.
Siempre habrá personas con necesidad de trato individual. La vara y el cayado del Salmo
23 son instrumentos que se usan con una oveja por vez. La vara para corregir, el cayado para
rescatar y encaminar. Tanto la parábola del Hijo Pródigo como la de la Oveja Perdida apuntan al
trato individual. Las personas con diferentes heridas o situaciones especiales no pueden sanarse
con predicaciones generalizadas, requieren atención, amor dirigido, respuestas concretas. Somos
individuos con nombre, y así necesitamos que se nos trate.
Mientras estamos sobre esta tierra nos exponemos a circunstancias capaces de
tambalearnos en la fe y también en el ánimo. En esos momentos no podemos encontrarnos solos,
necesitamos que alguno se ponga a nuestro lado y nos oriente. Veamos algunas circunstancias
bien especiales.
Los más fuertes de los golpes en la vida son las grandes pérdidas. Cada vez que se nos va
un ser querido nuestra alma sufre un quebrantamiento. El duelo requiere compañía, comprensión,
soporte y cuántas otras asistencias más que la consejería ofrece. Los robos también nos marcan.
Tenemos que contar con un ministro que nos ayude a reacomodarnos luego de la sustracción
injusta de algo valioso. Las pérdidas del trabajo y la vivienda suelen ser devastadoras. Sin estos dos
elementos los humanos reducimos toda dignidad. Hay personas que enloquecieron luego de estas
circunstancias, simplemente porque nadie los ayudó a sobreponerse y darle una correcta lectura
de los hechos. Sin ir tan lejos, cuántas personas abandonaron la fe por enfrentarse a alguna de
estas pérdidas sin la asistencia de un siervo de Dios.
Existen otras condiciones, menos traumáticas, pero que no nos pueden encontrar solos: La
paternidad, la maternidad, la enfermedad, el nido vacío, la jubilación y otros cambios significativos
poseen la propiedad de quitarnos el equilibrio y someternos a una serie de sentimientos
contraproducentes. Quizás, el lector haya pasado por alguna de estas condiciones y hoy pueda
valorar la importancia de haber recibido consejo.
En la vida, invariablemente todo humano pasará por etapas de conflicto superables si se
proporciona una buena consejería. La adolescencia, paso obligado hacia la madurez manifiesta un

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movimiento pendular en la conducta y actitudes. El adolescente no se siente ni de aquí ni de allá,


sufre, desarrolla ideales utópicos y carentes de experiencia, se decepciona, se deprime y a veces
se exacerba. Algunos ministros asumen un perfil demasiado alejado de los adolescentes, que
termina distanciándolos de la misma iglesia. Una buena charla de cuarenta minutos podría evitar
decisiones capaces de arruinar cuarenta años.
La menopausia, conocida en algunos como la edad crítica, se caracteriza por cambios
químicos, físicos y también anímicos. Algunas mujeres que atraviesan esta etapa suelen encubrir
estados de angustia bajo otro tipo de conflictos. Un buen tiempo de consejería podría aliviar el
sufrimiento ocasionado por perspectivas distorsionadas. La andropausia, si bien difiere en sus
características de su versión femenina, requiere en algunos casos de buen tiempo de asesoría. La
ancianidad también presenta cambios significativos que a veces se viven de manera solitaria. El
tiempo que un pastor dedica a un anciano, de ninguna manera es tiempo perdido. No ministrar a
una persona que por sus años se ve impedida de producir, es una actitud muy cruel.
Las parejas que están por contraer matrimonio requieren un buen asesoramiento. Cada
vez, las uniones matrimoniales se ven menos comprometidas y por consiguiente menos pensadas.
La fragilidad del núcleo familiar quebranta a los hijos que a su vez trasmitirán sus problemas a las
generaciones sucesivas. ¡Cuánto dolor se evitaría si los novios contasen con un ministro capaz de
orientarlos paso a paso!
Los tiempos actuales se caracterizan por una obsesiva búsqueda de seguridad.
Antiguamente se asumía que una cosecha podía fracasar, que una sequía podía sobrevenir o que
una enfermedad tenía el potencial de terminar con todo. Pero en los últimos dos siglos nos han
vendido la idea de omnipotencia humana. Con la revolución francesa, se instaló la deificación de
los humanos y la predicación demagógica de que por fin se podían combatir los cardos y espinos
de la tierra. Frente a esta idea, los mínimos cambios de la vida se tornan trágicos y enferman a una
sociedad sustentada en fantasías. ¡Qué bien viene charlar con un pastor para entender que la
única seguridad está en Cristo, y desarrollar una escala de valores sana!
Cada cambio de escenario desorienta a los protagonistas. Allí está el consejero para evitar
que alguien se pierda. A veces los creyentes no saben que necesitan orientación. Pero la mayoría
de las veces, la comunión cristiana permite un único intercambio dado por la iniciativa de los
necesitados.
RAZONES POR LAS QUE SE BUSCA CONSEJERÍA
Pablo Polischuk, en su libro “El consejo terapéutico”1, enlista cuatro tipos de problemas
por los que se pide consejería. Veremos algunas de ellos para saber cuál es nuestro campo y, en
base a ello prepararnos en las respuestas necesarias.
1. Problemas personales intrapsíquicos: Son aquellos esenciales del individuo que, separados de
las circunstancias se manifiestan con sufrimiento.
Dentro de este tipo de problemas tenemos los estados depresivos, en los que el
individuo no puede gozar de la vida debidamente.
Los sentimientos de culpa son el resultante entre lo que se debería ser o hacer y lo
que se es o se hace. Todos los seres humanos cometen acciones opuestas a un
determinado ideal. Esto deja un sentimiento de deuda imposible de saldar. En algunos
casos las personas tratan de compensar este déficit de su conciencia con acciones

1
Pablo Polischuk, El consejo terapéutico, (Terrasa, Barcelona, CLIE, 1995), pág. 246

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filantrópicas que calman temporalmente su malestar. Pero la mayoría experimenta cierta


infelicidad.
La ansiedad es otro problema frecuente de este tipo. Las personas se sienten
nerviosas y tensas. Algunos presentan una abrumadora intranquilidad respecto al futuro.
La falta de paz es el común denominador de las ansiedades.
El temor es otro de los problemas comunes que llevan a pedir ayuda. El temor
posee diferentes niveles de los cuales la preocupación es el más bajo y el pavor o pánico el
más elevado. El temor se asocia a menudo con la ansiedad y ambos llevan a los individuos
a perder el gozo y buscar ayuda porque “se sienten nerviosos o turbados”.
Las expectativas sociales, a veces son tan fuertes que tienen la propiedad de hacer
sentir descalificados a los que no las cumplen. La vergüenza no es otra cosa que el sentirse
fuera de competencia, por debajo del estándar y expuesto al desprecio. Muchas personas
piden ayuda a los ministros por sentirse avergonzados de sus acciones, su pasado o
condiciones que las rodean.
La angustia también lleva a pedir consejería. La palabra “angustia” proviene de
“angostura”. Quienes la padecen poseen la sensación de encontrarse en un túnel muy
estrecho. Se identifica a la angustia con el dolor por situaciones presentes, preocupación
hacia un futuro difícil o bien un estado depresivo sin aparente origen.
Como anteriormente decíamos, la variante más leve del temor es la preocupación.
Las personas suelen buscar alivio en un consejero que les ayude a disipar algunos
nubarrones y les muestre probabilidades más optimistas acerca del futuro.
La ira suele atormentar a las personas, no tanto por tenerla como por sus
consecuencias sobre las relaciones humanas, la salud física y la relación con el Creador. A
veces llegan al despacho de un ministro hombres y mujeres que esconden tras una
aparente depresión un estado iracundo.
Nuestra sociedad vive a un ritmo demasiado acelerado. Los enemigos a los que
nos enfrentamos ya no son fieras, soldados o tormentas. Aquellos agentes a los que
tememos no son físicos. La inestabilidad económica, la lucha de poderes, las presiones
laborales, las malas noticias del mundo son adversarios demasiado complejos contra los
que nuestra adrenalina queda sin consumirse por el uso de nuestros músculos. Vivimos
tensos, preparados para el ataque o la huída… pero no hay a quien atacar ni de quien
escapar. La consecuencia de la realidad presente es el estrés.
El agotamiento o colapso suelen suceder al estrés. Cada vez encontramos más
personas con sensación de no hallarse a la altura de la realidad.
Los estados de confusión o perplejidad se presentan con más frecuencia que
nunca en los últimos años. Hay demasiada información, muchísima comunicación
unilateral, los formadores de opinión pública arrojan gran cantidad de datos, la gente no
sabe qué hacer. También los problemas individuales dejan a las personas anuladas y sin
saber qué camino tomar.
En los tiempos de Hipócrates se creía que las personas eran gobernadas por
ciertos fluidos que determinaban su comportamiento. En la actualidad se sabe a ciencia
cierta que las glándulas segregan diferentes hormonas capaces de afectar los estados de
ánimo. Además circulan en las células del cerebro “neurotransmisores”, cuya carencia

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produce verdaderas alteraciones en el ánimo y hasta en la conducta. Es por ello que los
desequilibrios químicos son capaces de sumir a los individuos en estados que los llevan a
pedir ayuda por malestares inespecíficos. Debemos estar preparados para encontrarnos
en la consejería con personas de dolencias de este tipo.
Las adicciones conducen a quienes las padecen a estados complicados. Allí
golpearán la puerta de la oficina pastoral.
En plena época del libertinaje sexual y la desinhibición, nos encontramos con seres
que advierten luchas en su identidad sexual. Sea por valores morales, religiosos o de otra
índole, no están tranquilos con sus inclinaciones. Debemos prepararnos para que nos
consulten.
Finalmente, Polischuk cita como problemas intrapsíquicos a los relacionados con la
autoestima. Los seres humanos solemos pasar por épocas de pronunciada desvalorización
de nuestra persona. De los que no pueden resolver tales estados, los más sensatos piden
ayuda a algún tipo de consejero.
2. Los problemas interpersonales: Se presentan en el trato entre dos o más personas. Somos seres
sociales y resulta sumamente perturbador no vivir en armonía con nuestros semejantes.
Entre los problemas interpersonales están los familiares. Las familias interactúan
con diversas normas que a veces son alteradas por algunos integrantes llevando a
desentendimientos, distanciamientos y enemistades. Los que más sufren seguramente
buscarán asesoramiento, sea cual fuere su real motivación.
Los problemas interpersonales más frecuentes son los matrimoniales. Nadie nace
sabiendo cómo comportarse con su cónyuge, sobre todo si sus padres no han sido un
ejemplo satisfactorio.
La amistad es un tipo de relación indispensable para los humanos. Pero cuando las
expectativas que cada uno posee del otro fallan surgen los desengaños y las peleas. No
faltarán personas que lleguen quebrantadas a la oficina del pastor por perder un amigo.
La iglesia suele brindar múltiples amistades de diversos grados. La variedad de
interacciones de personas tan distintas hace que sea un verdadero milagro la convivencia.
Sin embargo, la vieja naturaleza aflora y los problemas se hacen notar en unos y otros. El
pastor es parte clave en este punto.
Finalmente, nuestras relaciones interpersonales van más allá que nuestra familia,
matrimonio, amigos o iglesia. El trabajo, los vecinos, los compañeros de estudio y hasta el
empleado que frecuentamos pertenecen a nuestro mundo. Los problemas con ellos nos
hacen angustiar.
3. Los problemas situacionales: No están vinculados ni al interior de cada individuo, ni en relación
a sus semejantes. Son simplemente circunstancias muy difíciles de asociar a personas,
aunque no es difícil responsabilizar a los humanos por ello.
En esta categoría encontramos a los problemas financieros. Las crisis de este tipo,
cuando adquieren cierta severidad, sumen a la gente a fuertes patologías.
Las catástrofes no se relacionan con las personas, pero poseen la característica de
ubicar a los individuos en verdaderos estados de confusión.

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Los cambios drásticos en la composición familiar, eclesiástica o social también son


objeto de consultas.
4. Los problemas espirituales: Son nuestra área específica y en la que mejor nos sentiremos. Se
refieren a la relación del individuo con Dios.
Polischuk, con muy buen acierto los divide en: personales-doctrinales, donde las
personas presentan dilemas de su fe, personales-habituales de conducta, donde las
personas manifiestan preocupación por lo que hacen en relación con lo que creen,
interpersonales-doctrinales, cuando dos o más individuos entran en conflicto por
diferencias en su fe y ajuste a la comunidad, que son las situaciones en las que un creyente
ha cambiado de grupo de comunión y debe adaptarse al nuevo sistema.
LAS METAS DE LA CONSEJERÍA
No siempre el acto de aconsejar ocasiona placer. A veces se torna una fuerte carga y
tensión para el que ejecuta la acción. Sin embargo el llamado a esta tarea es ineludible. ¿Qué
buscamos al aconsejar a una persona?
Ojalá hubiese una respuesta única a esta pregunta. Pero, si los problemas que conducen a
la búsqueda de un orientador son múltiples, de ninguna manera podemos imaginar que los
objetivos sean pocos. Una buena lista de metas está a nuestro alcance para darle dirección a una
charla con un necesitado.
1- Aceptación de la realidad
Los humanos solemos experimentar situaciones más que incómodas. Nuestra mente no
termina de prepararse para los golpes de la vida. Hacen falta mecanismos que amortigüen el
trauma para que el quebranto no sea irreparable. En esos momentos la negación se comporta
como un escudo transitorio que sólo permite pasar unos pocos dardos por vez. Tarde o temprano
habrá que asumir lo ocurrido.
En otras oportunidades la fantasía o las justificaciones engañosas descomponen el impacto
por un tiempo hasta que por fin se acomodan los pedazos esparcidos. Cada uno de los ardides
mentales que fabricamos frente a lo que nos hiere se llama mecanismo de defensa.
Los mecanismos de defensa son importantes para reducir el golpe inicial de un problema.
Pero tarde o temprano se debe tener una idea clara del estado de las cosas, las causas y los
efectos. Caso contrario nunca aprenderemos y siempre cometeremos los mismos errores. Quienes
se aferran invariablemente a sus mecanismos de defensa caen en una suerte de locura en la que
se aíslan del mundo que los rodea y terminan solos.
El consejero tiene el deber de ayudar al aconsejado a adoptar una percepción adecuada de
los hechos y situaciones. Sobre esta base real se podrán elaborar estrategias coherentes y útiles.
2- Objetividad del problema
Cuando David escuchó de Natán la historia del hombre cruel que mató para guisar a la
única corderita que tenía el hombre pobre, reaccionó con mucha indignación (2S. 12.1-10). Como
el corazón del hombre es engañoso y perverso, David no sintió que fuese tan grave acostarse con
la mujer de uno de sus soldados más leales. Al evaluarnos a nosotros mismos oscilamos de lo
severo a lo transigente, simplemente porque nuestros afectos tuercen nuestra percepción.
A menudo decimos de algunas personas que se ahogan en un vaso de agua. Esta es una
manera de expresar que perdió objetividad en su problema y lo sobredimensionó.

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El consejero debe ayudar a sus aconsejados a ver las cosas de una manera clara, alejada de
subjetividades distorsivas. Muchos sentimientos de culpa son producto de haber perdido la
objetividad y juzgarse de acuerdo a expectativas exageradas.
3- Alivio de la tensión
Cuando visitamos al dentista por un fuerte dolor de muelas, el profesional nos envía de
vuelta con dos tipos de medicamento: un antibiótico y un anti-inflamatorio. Por más que le
roguemos que extraiga aquella muela se negará aduciendo que una extracción en medio de la
infección, simplemente desparramará los microbios y agravará la dolencia.
De la misma manera, las tensiones endurecen el trato, impiden el buen razonamiento,
inducen a errores, complican las relaciones humanas y ocasionan bastante malestar.
Existen personas que con sólo tranquilizarse pueden hallar solución a su inconveniente. En
ocasiones, el simple hecho de escuchar con cordialidad sin emitir consejo, permite que el
aconsejado se calme y pueda valerse por sí mismo sin riesgos de complicar las cosas.
4- Sentirse amado y aceptado
Entre las necesidades básicas de los individuos hay un aspecto social. Dios nos creó como
seres interrelacionados. Dependemos de los demás al igual que ellos de nosotros. El amor y el
afecto permiten una convivencia armoniosa. A su vez, el amor y la aceptación suavizan las heridas
que nos producimos cuando nos auto-descalificamos. Es una manera de entender que no
debemos ser tan severos al juzgarnos.
Un ambiente tierno y sin rechazo crea condiciones óptimas para sanar el alma. A su vez
reivindica el valor de los seres humanos.
5- Resolución de las crisis
Las crisis de la vida representan la gran oportunidad de crecimiento y superación. Pero en
medio de ellas resulta fácil caer en un laberinto y no saber resolverlas. Una cosa es salir de las
crisis y otra es encontrarles solución. Los evangélicos tendemos a huir de las crisis, en lugar de
resolverlas. Echar el polvo bajo la alfombra es la manera más fácil de anestesiarnos y enfermarnos
sin dolor. La buena consejería propone patrones de resolución que, en lugar de posponer los
problemas los confronta para salir definitivamente, o al menos para encarar una estrategia que
permita pilotearlos.
6- Recibir una perspectiva divina
Jamás deberíamos olvidar que somos pastores. La distorsión de la imagen pastoral lleva a
que deseemos invadir otros roles. Buscamos añadirnos títulos, anexar profesiones y volvernos
hombres orquesta por creer que es poca cosa lo que somos y hacemos. Un pastor es un siervo de
Dios, alguien que recibió el llamado a actuar en nombre de Cristo.
Nuestra comunidad provee muchísimos profesionales relacionados con la tarea de
aconsejar. Pero los ministros del evangelio contamos con un recurso único: El Espíritu Santo que
nos permite ser fieles representantes de Cristo.
Dios ve lo que los hombres no podemos descubrir. Lo que a cualquier mortal se esconde,
para el Señor es patente. Por lo tanto, cuando Cristo nos inspira podemos pronunciar palabras,
consejos y sentencias que superan a cualquier ayuda humana. Jamás subestimemos esta área, que
será la mejor arma.

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7- Rectificación de actitudes o conductas erróneas


Errare est humanum reza el proverbio latino. No se puede esperar otra cosa de nuestro
género que las equivocaciones. Afortunadamente Dios nos permite aprender, ya que somos seres
educables. Una actitud incorrecta hacia una circunstancia de la vida, deriva en un serio problema.
A veces, por no saber cómo enfrentar una situación, nos comportamos de maneras inapropiadas,
que alteran las relaciones interpersonales, la relación con Dios o consumen muchas energías
propias.
8- Crecimiento en la confianza en Dios
Si somos ministros de Cristo, no podemos eludir la responsabilidad encomendada de
estimular la fe de nuestros aconsejados.
La fe viene por el oír y el oír de la Palabra de Dios. En medio de una sesión podemos emitir
variados conceptos empapados de la Palabra de Cristo. Si estamos llenos de la Palabra de Dios,
nuestro discurso lo reflejará. Todo esto ayudará a que las personas puedan ver al Señor tras los
nubarrones de tormenta.
9- Eliminación de los sentimientos negativos
¡El que se cree libre de sentimientos negativos, que tire la primera piedra! La tristeza
descontrolada, el enojo perdurable, los malos recuerdos o la mala lectura de estos y tantos otros
frutos de la carne, nos acosan a menudo. El mayor problema consiste en que, por lo general no
advertimos en nosotros mismos estos sentimientos.
Nuestros aconsejados, de igual manera pensarán que sus sentimientos, al menos que les
causen algún tipo de angustia, son absolutamente normales. La injerencia pastoral permitirá, con
la perspectiva bíblica y la asistencia del Espíritu Santo, a quienes buscan ayuda, mayor objetividad
en cuanto a sus sentimientos y en la lucha contra ellos.
10- Aliento a las acciones positivas
A los cristianos se nos suele acusar de activistas. Hacemos y trabajamos incansablemente
hasta colapsar. Casi nos parecemos a Marta, que evidenciaba un gran estrés frente al Maestro. No
obstante, cuando se trata de personas que buscan consejo, rehuimos plantearles una acción
determinada. No nos conformemos con servir de mera válvula de escape para que la persona
descargue su ansiedad y se vaya. Más bien tenemos las herramientas para señalarles a los
desorientados un camino a seguir.
11- Incrementar la autoconfianza y la autoestima
Algunas experiencias de la vida tienen la propiedad de humillarnos traumáticamente.
Alguien dijo que Moisés, en sus primeros 40 años se sentía un perfecto líder. Los segundos 40 años
de su vida sirvieron para que este se viera como un perfecto inútil. Pero en los finales 40, Dios le
mostró lo que podía hacer con un perfecto inútil. El fracaso con sus congéneres lo sumió en el
autoexilio. Allí Dios lo llamó y sacó con mano poderosa.
De la misma manera, los pastores podemos actuar como instrumentos de Dios para
realzar a los que se sienten perfectos inútiles y ponerlos en carrera.
12- Fortalecer el sentido de responsabilidad
Pareciera característica de algunos grupos evangélicos librar a sus fieles de todo sentido de
responsabilidad. Fácil resulta tomar las decisiones por los creyentes y volverse una suerte de padre
que mantiene a sus subalternos sumisos y dependientes. Algunas iglesias se tornaron

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numerosas gracias a este modelo. Pero mucha de su gente quedó anulada y sin fructificar cuando
el pastor murió. Nadie sabía qué hacer.
Por el contrario, el correcto pastoreo consiste en lograr que los creyentes asuman sus
responsabilidades y midan las consecuencias de sus acciones. Asimismo, la madurez de un hijo de
Dios se manifiesta en el grado en que se hace cargo de su rol en la vida.
EL CONCEPTO DE UN CONSEJERO
Con dolor he visto, a lo largo del ministerio cómo se ha tergiversado la tarea del Pastor en
cuanto a la consejería. Incluso algunos siervos del Señor, fascinados por los misterios de la mente,
ingresaron al mundo de la “sanidad interior” con el único resultado de meter a las personas en un
laberinto emocional, en el que complicaron el estado de los sufrientes.
En el plano de lo legal, cada país posee sus normas acerca de las limitaciones de los que no
son profesionales de la salud. Existen naciones que tildarían de ejercicio ilegal de la medicina a
cualquier maniobra que ostente parecerse a una terapia.
Por su parte, las malas consecuencias de una consejería pastoral pueden desembocar en
juicios por mala praxis.
Estas y otras razones nos obligan a ofrecer una posición muy clara de lo que es nuestra
tarea y, obviamente lo que no lo es.
En primer lugar, un pastor consejero no es un psicólogo. Estudiar unas pocas horas de
psicología y leer un par de libros no nos amerita para ocupar el lugar de este tipo de profesionales.
Los psicólogos pueden diagnosticar diferentes trastornos, patologías o disfunciones. A su
vez pueden ofrecer tratamientos o terapias que permiten la resolución, el alivio o la estrategia
para sobrellevar algunas enfermedades de la mente. El psicólogo puede detectar la lectura que el
paciente posee de la vida y reeducarlo para lograr una interpretación más o menos coherente.
Estos profesionales han leído innumerables libros de decenas de autores que pasaron su vida
observando a las personas con problemas afectivos, cognoscitivos o conductuales. Conocen
técnicas y saben buena parte de los mecanismos de la mente. Además, su tarea se da
exclusivamente en el marco de un espacio terapéutico, mediante un contrato con el paciente, y
están capacitados para responder ante los posibles desajustes.
Sin dudas, la psicología no es lo nuestro. Nuestra especialidad es la Palabra de Dios. Si Dios
nos va a usar para sanar una mente, será por la acción del Espíritu Santo y no por tocar de oído lo
referente a la ciencia de la mente.
Mucho menos, el pastor consejero es un psiquiatra. Los psiquiatras son médicos que,
además de haberse adentrado en el terreno de la psicología, conocen el aspecto orgánico de la
mente y los efectos de los fármacos sobre la misma. Los psiquiatras conocen muy bien las
patologías de la psiquis y pueden tratar a los pacientes con buenos resultados. A veces, los
psiquiatras regulan la farmacoterapia, mientras los psicólogos trabajan en las conductas y
actitudes.
Figuraría en la tapa de los diarios si un pastor intentase comportarse como un psiquiatra.
Una vez fijada la posición de los profesionales de la salud, estamos en condiciones de
establecer lo que es un pastor consejero.
El pastor consejero es UN ORIENTADOR. En otras palabras, la consejería cristiana de un
ministro se limita a la ayuda a las personas que en su vida cristiana requieren saber qué les sucede

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y qué deben hacer. Para decirlo con mayor sencillez, el consejero NO CURA O SANA, sino que
simplemente orienta.
A veces subestimamos a los que nos vienen a pedir consejo y creemos que ellos de por sí
jamás hallarán salida a su problema. Pero debemos poner en firme, para nuestra humillación, que
la gran mayoría de los que nos buscan para consejo, hallarán la solución a su interrogante por sí
mismos y sin el auxilio de nadie. ¿Para qué estamos entonces? Para contener, para servir de
testimonio divino, para evitar que en la búsqueda de una solución de la emergencia los creyentes
se desvíen o sufran innecesariamente.
La Biblia destaca una palabra que sintetiza la labor del consejero: “paraklesis”, la cual se
suele traducir como: “exhortar”. Etimológicamente paraklesis significa ponerse al lado, lo que por
extensión denota consolar, confortar, aconsejar, rectificar, alentar, fortalecer y aún defender. Por
alguna razón Jesús llamó al Espíritu Santo el otro Parakleto, mientras que Él mismo es llamado así
por Juan (1 Jn. 2.1). Los “parakletos” de los griegos eran los que acompañaban a su amigo al
tribunal, para alentarlo y asesorarlo de tal manera que saliese airoso de la presencia del juez. No
hay mejor ilustración para describir nuestra labor.
LA FUNCIÓN Y METAS DEL PASTOR ORIENTADOR
Una vez que hemos fijado posiciones de lo que es y lo que no es un pastor consejero,
necesitamos detallar con más profundidad su función. Cualquier otra tarea no especificada podría
considerarse una extralimitación en las funciones del ministro. Por alguna razón compleja de
explicar, los siervos del Dios omnipotente aspiramos a sentimientos de omnipotencia que nos
estrellan con la triste realidad de los fracasos. Si nos circunscribiéramos a nuestro deber primario,
tendríamos suficiente trabajo.
1- La primera tarea a cumplir consiste en ayudar al aconsejado a tomar sus propias
decisiones. Nos resultaría muy fácil dar algunas directivas a cumplir y crear así un puñado de gente
dependiente e inútil. Por otra parte, cuando decidimos por los que nos consultan los exponemos a
consecuencias que ellos, y sólo ellos, deberán enfrentar. Si los resultados fueran positivos no
habría problemas. Pero muchas ocasiones la acción a tomar se torna compleja, trabajosa y de alto
riesgo. Seríamos irresponsables si enviáramos a la batalla a personas que simplemente nos hacen
caso y nosotros no nos moviésemos de nuestro escritorio.
En cierta oportunidad sugerí a una pareja de novios que se encontraban más que tentados
en el área sexual, que se casaran de una vez, dado el tiempo que llevaban en esta relación
sentimental. Hicieron caso, pero ante una gran crisis que enfrentaron, no titubearon en culparme
por “empujarlos” a la decisión de casarse. Más allá de sus razones y las mías, aprendí que se debe
dejar bien en claro que un consejero jamás debe decidir por sus aconsejados, sino dejar que ellos
escojan el camino que crean más conveniente.
2- La acción inmediata a la toma de las propias decisiones es asumir las consecuencias de
lo decidido. Esto es actuar con responsabilidad.
Cuando dejamos una franja de opciones amplia, permitimos a los aconsejados ejercer su
propio juicio y no el nuestro. La libertad de elegir, aunque no siempre concluya con decisiones
aceptables, contribuye a la maduración de los que solicitan nuestra ayuda. No son pocas las
ocasiones en que se aprende más por los errores cometidos que por los consejos a priori. Los
árboles pequeños, cuando se trasplantan requieren una guía al lado que lleva el nombre de
“tutor”. Con el tiempo el tutor desaparece para permitir el crecimiento de la planta. De la misma

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manera los heridos de la vida pueden requerir un tutor hasta afianzarse pero con el tiempo
necesitarán crecer solos.
3- La tercera tarea, que se comporta correlativa a las dos anteriores, es la de mostrar las
diferentes alternativas a seguir. Cada vez que alguien llega con un determinado problema,
debemos optimizar la creatividad que Cristo nos dio, presentando distintos caminos a seguir. En
pocas ocasiones existe una única salida. Por lo general hay variantes que sacan de la angustia al
aconsejado. Cuando una persona debe apostar todo su capital en una sola opción, el pánico se
apodera, ya que la posibilidad del fracaso lo sumiría en una pérdida definitiva. Por el otro lado,
cuando mostramos diferentes opciones, se puede elaborar una escala que comienza con las
mejores alternativas y finaliza con las menos afortunadas.
Todo individuo que encuentra diferentes opciones, siente el alivio de la libertad de
elección y la seguridad de un plan “B” si el original falla.
4- El consejero es una especie de atalaya, que puede ver lo que los demás no. Por este
motivo, la cuarta tarea, que se desprende de las anteriores, consiste en adelantar las
consecuencias. Alguien que se muestra afligido por su situación estará abrumado al punto de
perder la capacidad de pronosticar los resultados de su acción. Los estados de ánimo conllevan a
tomar decisiones que favorecen el bienestar inmediato al precio de perjudicar el futuro.
Nuestra tarea, sin dudas, nos obliga a que, en medio de las diferentes opciones se
conozcan los precios a pagar y las consecuencias de lo hecho.
5- La quinta tarea pertenece a la esencia del ministerio. No podemos despegar nuestra
función de la identidad que poseemos: somos siervos de Dios y por lo tanto debemos hablar de
parte de Dios. El mayor consejero, el Parakleto siempre nos lleva hacia el Gran Pastor y Amigo
Jesucristo quien nunca nos abandona y siempre nos muestra la verdad. Así también, el pastor
consejero encamina al aconsejado hacia una relación más cercana con Cristo e insta a la persona a
reflexionar sobre principios bíblicos y a medir sus pensamientos y conducta a la luz de ellas para
determinar cuáles cambios o decisiones debería tomar. Somos responsables de enseñar la
perspectiva de Dios en cada situación.
A menudo llegan personas cuyo conflicto es el saber qué aprueba el Señor y qué condena.
Si alguien experimentase alguna crisis en la que Dios no tuviera nada que ver, que vaya a un
consejero secular o a un sicólogo. Pero si recurren a nosotros, los ministros, es porque esperan
que les digamos lo preferible ante el Señor.
6- En sexto lugar, debemos aplicar la Palabra de Dios en cada situación. Imposible sería
deslindar la perspectiva de Dios de su Palabra. Así como los dictados paternos poseen la propiedad
de predisponer a los niños, la cita bíblica puede incorporarse a los aconsejados y tornarse directriz
de sus pensamientos. Que nunca deje de haber una Biblia en el escritorio del Pastor Orientador.
7- Comportarse como un instrumento del amor de Dios es la séptima tarea y motivación
de lo demás. Somos reflejos de Cristo, sus representantes. Vivir en el nombre de Jesús significa
hacer todo por Él y para Él. Cada aconsejado verá a Cristo en nosotros. Nuestro trato al prójimo se
interpretará como el trato de Dios hacia él. Por eso debemos transmitir el amor de Cristo a cada
uno. Se suele decir por ahí que el amor es terapéutico, y es la verdad. Una buena parte de las
heridas de la vida posee el ingrediente de la falta de amor, o al menos el amor mal expresado.
Cuando nos dejamos usar como instrumentos del amor de Cristo ejercemos una tarea sanadora.
8- La octava tarea es la intercesión. Nuestro sacerdocio incluye la tarea de orar por los
afligidos en presencia de ellos mismos y cuando no los tenemos delante. La Biblia dedica varios

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pasajes a este tema. No sólo Dios responde a la oración, sino que, en medio de ella puede
revelarnos sus propósitos y hasta la estrategia para encarar el problema.
9- Otra fuente de problemas radica en las relaciones interpersonales. Somos ministros
comprometidos con toda una comunidad. La familia de Dios no se diferencia tanto de cualquier
familia terrena. Los malos entendidos, las diferentes escalas de valores, las luchas de poder y
cuanta carnalidad ande suelta pueden provocar una hecatombe. En consecuencia, la novena tarea
del ministro consejero consiste en mediar entre las partes.
A veces, un matrimonio pasa por determinada crisis que requiere la mediación de un
tercero imparcial. Otras oportunidades, cuando se trabaja en un mismo espacio se suelen invadir
territorios muy caros para las partes que terminan en una enemistad. Cuando el ministro cumple
con su tarea de mediación interpersonal halla la satisfacción de ver una iglesia que adora a Dios
con dicha y sin obstáculos en su conciencia.
10- Finalmente, el consejero debe hablar de parte de Dios. Jamás deberíamos olvidar que
a nuestra palabra (para bien o para mal) se la suele interpretar como de parte del Señor mismo.
Esto aumenta nuestro sentido de responsabilidad frente a los que necesitan apoyo. No podemos
evadirnos de la obligación de buscar a Dios para dar una palabra oportuna de sabiduría en tiempos
de necesidad. La consejería pastoral busca edificar a los santos, lo que significa conducirlos a un
mayor grado de madurez, santidad y disciplina espiritual. Nunca dudemos que Cristo nos usa
mientras cumplimos con nuestro ministerio.

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CAPÍTULO 1: LA ÉTICA DEL CONSEJERO


Cuando nos referimos al aspecto ético queremos abarcar todo lo que hace a la prudencia y
a la integridad de quien ejerce la acción de aconsejar. Todo profesional cuenta con un reglamento
ético que regula su accionar. Aún los colegios donde los éstos se matriculan han instrumentado
tribunales de ética para tratar las malas praxis o conductas inapropiadas en el ejercicio de la
profesión.
Alguien dijo que los médicos cubren sus errores con tierra, los abogados con papeles y los
ingenieros con revoque. Los pastores no tenemos cómo cubrir nuestros errores, ya que nuestra
actividad suele ser masiva y expuesta. No tratamos pacientes aislados, sino a familias enteras y
creyentes que entre sí poseen una relación fluida.
Por su lado, una mala praxis ministerial puede generar falsas expectativas en el aconsejado
que derivarán inevitablemente en la decepción espiritual. Jesús explicó con fuerza que, cualquiera
que hiciere tropezar a algún pequeñito se enfrentaría a la ira de Dios. Con tristeza veo
periódicamente a creyentes que llegan arruinados a una entrevista de consejería debido a un
accionar cuestionable de su pastor. Con todo el dolor y vergüenza ajena que esto nos ocasiona,
debemos reconocer que son afortunados los que pueden apelar a otro ministro. Pero supongo que
por cada afortunado, seguramente hay otro que opta por abandonar la iglesia y caer en un abismo
de lejanía con el mismo Señor. Aún, entre los mismos sobrevivientes de un escándalo, se puede
advertir una mirada de poca confianza y mala predisposición hacia el nuevo ministro que
adoptaron.
Por ello resulta imperioso dar exagerada importancia a la ética del consejero.
APTITUDES DE UN CONSEJERO
En cualquier trabajo se buscan, para ciertas tareas, determinados perfiles. El perfil es, ni
más ni menos, el conjunto de aptitudes, experiencias y actitudes de un individuo.
No cualquiera se ajusta a lo que se espera de un orientador. Los creyentes se acercarán
únicamente a quienes les ofrezcan cierta garantía de seguridad y eficiencia. ¿Cómo se logra?
Desarrollando las aptitudes.
1- La primera de las aptitudes es el amor. La Biblia nos enseña a amarnos fraternalmente,
pero también a amarnos con el amor de Dios. Nadie sin amor puede dar, al no ser que abrigue
intereses mezquinos. El joven rico, que creía cumplir con todo, Nicodemo, que se sabía doctor de
la ley y la samaritana que se mostraba autosuficiente en su fe, fueron objeto del amor de Cristo. El
Señor tomó tiempo con ellos, los amó, les dedicó su empeño.
Si no amamos nos enfrentaremos a una tentación irresistible a desahuciar a los casos
complicados y rechazar a los repugnantes. El amor de Cristo le llevó a estar a menudo en lugares a
los que cualquiera hubiese evitado. Tales son los casos del estanque de Betesda, las casas de los
publicanos y los espacios donde estaban los leprosos.
Los aconsejados perciben con mucha facilidad si nuestra actitud es amorosa o distante.
Más vale que amemos sin fingimiento, porque tarde o temprano manifestaremos la actitud de
nuestro corazón.
Diversas situaciones probarán nuestro amor. Entre ellas nos encontraremos con fracasos
recurrentes, recaídas sorpresivas, faltas de sinceridad en los aconsejados, persistencia en actitudes
pecaminosas o resultados infructuosos en nuestra labor.

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2- El arte de escuchar pertenece al perfil del consejero.


Muchas veces, con el solo hecho de abrir nuestros oídos, logramos que el aconsejado
ordene sus pensamientos y halle por sí mismo la solución. Un conocido mío, que era psiquiatra,
padecía una severa hipoacusia. Él no podía sostener una conversación fluida con sus pacientes,
porque la mayoría de las veces debía pedirles que repitieran lo que decían. Ante tal obstáculo optó
por grabar disimuladamente las entrevistas. Sus preguntas eran lo suficientemente ambiguas e
impersonales como para permitir que sus pacientes se explayaran con libertad. Al final de la
jornada, con la ayuda de un amplificador especial oía los diálogos. Con frecuencia encontraba
frases tales como: “gracias por escucharme, su consejo me ayudó muchísimo”. Obviamente, estas
personas encontraron su propia solución ante alguien que solamente mostraba una actitud de
escuchar.
Cuando nos disponemos a escuchar a una persona, no solamente le permitimos ordenar el
atolladero de su mente, sino que podemos tener una idea clara de su padecimiento, antes de
apresurar una conclusión. Por su parte, un individuo que se sabe escuchado coopera en la
consejería.
3- En tercer lugar, el respeto y la valoración del aconsejado representan un aspecto vital
del consejero. Jamás deberíamos entablar una entrevista con aire de superioridad. Personalmente
suelo reconocer que el que recurre a mi labor posee una nobleza especial. No cualquiera está
dispuesto a abrir su corazón ante un tercero para pedir ayuda. Esa persona que tengo delante de
mí es un redimido por la sangre de Cristo, estoy ante un verdadero tesoro de Dios, no puedo jugar
ni actuar livianamente.
Nunca nos engañemos creyendo que podemos ayudar a alguien, no podemos dar lo que
no tenemos. Somos meros instrumentos de la gracia de Dios y tan vulnerables como lo es nuestro
aconsejado. La gente advierte rápidamente cuando es subestimada, nadie acude ni permanece al
lado de quien degrada su dignidad.
4- La confiabilidad es otra aptitud propia del consejero. Debemos preguntarnos con
frecuencia qué es lo que necesitamos ser y hacer para que los creyentes nos tengan confianza.
La confiabilidad se basa en lo predecible. No nos referimos a soluciones predecibles en un
problema, sino a reacciones y carácter predecibles.
Nos tornamos confiables cuando inspiramos lealtad. Un individuo que sufre, adquiere tal
grado de susceptibilidad que puede sentirse traicionado con el solo hecho de que una de sus
expectativas no se cumplió.
En una ocasión llegó a mi escritorio un joven ministro que, habiendo fracasado en la
moral, estaba bajo la tutela de un consiervo. Sólo le bastó al joven escuchar una opinión dura de
mi colega sobre un asunto determinado, para creer que sería condenado por quien lo estaba
ayudando a restaurarse. No pude persuadirlo a olvidar el exabrupto, nunca más pisó esa iglesia.
5- En quinto lugar, nuestra neutralidad será vital. Toda parcialidad espantará a cualquiera
que pida ayuda. Un médico amigo debió asistir a la corte por una división de bienes con su ex -
cónyuge. Al momento de plantearle a la jueza sus reparos a las pretensiones de la otra parte, sintió
que la magistrada no daba lugar a estos. Algo molesto por la actitud le dijo: “Me da la impresión
que Ud. está mal predispuesta hacia mi persona”, - a lo que la jueza respondió: -“¡por supuesto
que lo estoy! ¡Ustedes los hombres, son todos iguales!”. La neutralidad, en este caso no existía.

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A veces podemos condescender más con un género determinado. Otras ocasiones, la fama
del entrevistado puede quitarnos objetividad. Hasta puede ocurrir que en el caso de mediar en un
conflicto, tengamos más afinidad con una de las partes. Más vale que derivemos esa consejería a
un consiervo, y no que arruinemos una o dos vidas.
Para mantener la neutralidad, nunca nos fundamentemos en información unilateral, ya
que las percepciones de un solo individuo podrían llevarnos a conclusiones erróneas.
6- La sexta aptitud consiste en sabernos contener. Cada tanto, por no decir casi siempre,
escucharemos cosas desagradables. Quienes piden consejo, no lo hacen por buenas cosas sino por
inconvenientes que les duelen o avergüenzan. De nuestra reacción dependerá la confianza que nos
tengan para abrir su corazón y permitirnos ayudarlos.
Cuando observo que un aconsejado se pone incómodo para confesarme su problema, le
suelo decir que si un médico se impresionara viendo sangre, más vale que se dedique a vender
libros. Análogamente, prosigo, si un pastor se escandalizara por las miserias humanas, más vale
que venda libros junto a ese médico frustrado. De una vez necesitamos comprender que no
estamos pastoreando a un conjunto de ángeles, sino a peregrinos que, al igual que nosotros,
tienen sus pies sucios de tanto caminar por esta tierra.
El ejemplo de nuestro Padre celestial que calla de amor (Sof. 3.17), servirá para guardarnos
de cualquier exabrupto que eche a perder la oportunidad de encaminar a los extraviados.
7- Otra aptitud es la consagración de un ministro. Lo contrario a consagrar es profanar.
Nunca subestimemos a la tentación de aprovecharnos o beneficiarnos con la información que nos
proporcionan nuestros hermanos necesitados. La mente y el corazón humanos son engañosos al
punto de “timonear” las conductas hacia puertos indebidos.
Los pastores consagrados ven como principio y fin de su ministerio de la consejería a Cristo
mismo, lo que los lleva a ni más ni menos, hacia donde Dios quiere.
8- La firmeza en la fe nos ayuda a no doblegarnos ante la insistencia de una persona
persuasiva. Las madres de los hijos sumidos en la delincuencia, fieles a sus afectos, los justifican y
hasta suelen decir: “mi hijo no es una mala persona”. Los afectos tuercen el juicio, la connivencia
se encuentra al acecho. De no tener una fe firme, podríamos terminar dándole la razón a cualquier
actitud carnal. A su vez, nuestro frecuente encuentro con las miserias humanas podría bajar
nuestra guardia de integridad de no saber qué espera el Señor de nosotros.
9- En noveno lugar, el consejero debe ser emocionalmente estable y maduro. Aunque
todos creemos adoptada a esta cualidad, las señales de la misma resultan inconfundibles.
El individuo maduro es seguro. La inseguridad conlleva a comportamientos inestables,
consejos ambiguos y hasta actitudes autoritarias y despóticas.
A su vez, la madurez se manifiesta en el equilibrio. Entre el libertinaje y la rigidez debe
existir un punto medio. Cualquiera de los dos extremos asumidos descalifica al buen consejero.
El consejero, también, debe sentirse satisfecho en su vida y en sus necesidades
existenciales. Cada uno podría ponerle un nombre y un rostro al caso del consejero que se
enamoró de la aconsejada, porque su matrimonio no funcionaba satisfactoriamente.
La negación a controlar y manipular es una constante de la estabilidad y la madurez. No
tratamos con títeres, máquinas ni mascotas, sino con personas que, aunque crean haber perdido
la dignidad, la tienen. Quien imparte estrictas directivas a los aconsejados no hace más que

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subestimarlos por un lado… y por otro subestima su propia capacidad de ayudar si las cosas no
salen según su propio protocolo.
Algunos ministros viven con el sabor a algún fracaso del pasado. Otros luchan con ideas
fijas que nadie apoya. En estos casos es común usar al que pide ayuda para probar teorías o
probarse a uno mismo que se es bueno, competente o brillante. No son pocos los casos de
consejeros que satisfacen su narcisismo a costas del pobre aconsejado, entregándolo a la
desdicha. Por ello, una señal de madurez consiste en renunciar a la propia vindicación ante el
aconsejado.
10- La penúltima de las aptitudes apunta a la entereza del ministro. El consejero debe ser
íntegro. Años atrás me encontré con un colega que aparentaba un estado de trauma por una
persona a la que debió ministrar. En su conversación me impresionaron en forma negativa los
detalles que dedicaba a las intimidades de su aconsejado. Parecía disfrutar cada aspecto morboso
que relataba. Una buena razón me apartó de oír lo inconveniente. Percibí que no había diferencias
entre las imágenes que esta persona recreaba en su mente y la pornografía. La integridad es un
sello que nunca debe faltar en los que aconsejamos.
11- La decimoprimera y última aptitud de un consejero es la discreción. Cualquier persona
que confía en un ministro sus penas, deposita en el siervo de Dios un tesoro muy valioso. Ese
tesoro posee intimidades, vergüenzas, afectos, temores, rencores, culpas y dudas. Si exponemos
este tesoro ante otros, no sólo causaremos problemas, sino que heriremos de muerte a quien
confió en nosotros. Abundan los creyentes heridos por escuchar a su pastor, desde el púlpito,
predicaciones que los desnudaron ante la congregación. De más está decir que la mayor parte de
estas personas, preferirán llevar a la tumba una gran angustia, antes que pedir ayuda a un siervo
de Dios.
DECÁLOGO ÉTICO DE UN CONSEJERO
La conducta de quien practica el ministerio de orientar a las personas requiere claras
directrices. Las prohibiciones ayudan dramáticamente a evitar desastres. Si pudiésemos sintetizar
a un decálogo las prohibiciones esenciales en la consejería, encontraríamos las siguientes:
1- No censurar
2- No divulgar
3- No alarmar
4- No olvidar
5- No subestimar
6- No desatender
7- No involucrarse
8- No impacientarse
9- No condenar
10- No fingir

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Obviamente, no se abarcan, en este decálogo todas las precauciones a tener ni las prohibiciones
son absolutas, pero nos ayudarán a evitar graves problemas. Expliquemos cada prohibición.
1- No Censurar. Una persona que llega atribulada a nuestro despacho, necesita valorarse y
aumentar su autoconfianza. Además, debemos ganarnos su confidencia para que, por fin descubra de su
corazón lo que le está molestando. Si desaprobamos evidentemente la acción de quien solicitó nuestra
ayuda, lo inhibiremos de seguirnos contando su problema. Reservémonos la censura de un hecho a lo
profundo de nuestro corazón y permitamos que el individuo decida por sí mismo cambiar de modo de
pensar o actuar.
2- No divulgar. Por impactante que nos resulte un relato, jamás debemos violar el “secreto de
confesión”. La publicidad de lo dicho en privado cierra las puertas de la consejería. En una ocasión el
aconsejado había confiado a su orientador una experiencia bochornosa. Se ve que el orientador
compartió con un pastor amigo lo oído. El aconsejado visitó la iglesia de este pastor y escuchó en la
predicación SU PROPIA HISTORIA. Ya no confía en ningún pastor.
3- No alarmar. Circula el mito de que en una sesión, el sondeo es realizado sólo por los
orientadores. Pero toda persona que se acerca a un consejero necesita tomar recaudos que le inspiren
seguridad. Por lo tanto el sondeo es recíproco. Una ocasión, mi hijo menor había sufrido una arritmia
cardíaca severa. El médico de la guardia que lo atendió fue nada considerado. Simplemente dijo: “Nadie
puede vivir con trescientas pulsaciones por minuto. Hay que llevarlo a terapia intensiva, luego operar el
corazón para quemar ese nervio y se acabó el problema.” Mi pobre hijo comenzó a temblar
incontrolablemente y yo me lo imaginaba en la sala de operaciones con el pecho abierto. Tres días
después nos dijeron que la enfermedad no era para nada grave y que se podía vivir toda la vida con ella,
que los síntomas eran lo único molesto. Otros profesionales, en cambio, en los casos de emergencia y
gravedad inducen tranquilidad en el paciente de tal manera que este coopera en toda maniobra y sale
airoso de la crisis. Nuestras palabras, lenguaje gestual del rostro y ademanes pueden reflejar en el
aconsejado que estamos escandalizados por lo que nos cuenta. Esa será nuestra última entrevista con
aquella persona.
4- No olvidar. Entre las necesidades de las personas, hemos dicho con frecuencia que todos
necesitamos que nos consideren como individuos únicos. El olvido del nombre de la persona o detalles
vertidos por la misma durante entrevistas anteriores, presumen que el entrevistado no es importante,
sino uno del montón.
Parte de la acción terapéutica de una consejería radica en el afecto demostrado. Los contenidos
de la memoria se comportan como indicadores de afecto. Conocer el nombre del entrevistado, de su
familia, de su trasfondo, y aún preguntar puntualmente cómo marcha el problema que le condujo a la
entrevista, serán la venia para conservar la confianza en el ministro.
Sin embargo, cuando los aconsejados abundan. Nada servirá más que algún tipo de registro
gráfico de los entrevistados. Las fichas ayudan a recordar el contexto familiar, los antecedentes, el
problema central y algunos otros rasgos que pueden ser de utilidad al momento de aconsejar.
5- No subestimar. El ejemplo que Cristo nos dio jamás debería olvidarse. Él se humilló hasta lo
sumo y puso su tabernáculo entre nosotros. Nació en un pesebre y murió en un sepulcro prestado. Nada
de esto tendría relevancia de no ser que hablamos de Dios mismo hecho carne. Cuando un adulto se
pone en cuclillas para hablar con un niño demuestra su empatía. En cambio, cuando lo hace desde su
altura natural, hace resaltar la diferencia. De hecho, los niños buscan a los que se ponen en cuclillas.
Los ministros de Cristo debemos aprender a “ponernos en cuclillas” para hablar con las
personas. No es que estamos más altos que los demás, sino que no podemos mirar al sufrimiento
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humano desde arriba. Esto es identificarnos con el problema del aconsejado. Nuestras palabras,
nuestros consejos, y toda ayuda que pudiéramos proporcionar, jamás serán tan eficaces como el
mensaje que demos al ubicarnos de igual a igual con las personas. Todo aire de superioridad o
arrogancia nos alejará de quienes esperan comprensión.
A menudo escuchamos de nuestros entrevistados frases tales como: “-Pastor: quizás le parezca
una tontería lo que le tengo que decir pero…” Nuestra invariable respuesta debería ser que NADA QUE
LLEVE A UNA PERSONA A PEDIR CONSEJO ES UNA TONTERÍA. Una cosa es ayudar a que el aconsejado
vea a su problema en una dimensión menor a como lo está viendo, y otra cosa es que nosotros mismos
minimicemos su inconveniente.
Cada creyente tendría que saber que su pastor jamás subestimará sus aflicciones.
6- No desatender. Algunas parodias acerca de los psicoterapeutas, los muestran dibujando
caricaturas o durmiendo mientras el paciente relata su problema. No sería extraño que tales
representaciones se relacionaran con la realidad en alguna ocasión. Pero en el caso de los siervos de
Dios, una pequeña falta de atención será interpretada como desinterés en quien sufre.
En el diálogo “aconsejado – consejero” surgen aspectos dignos de tenerse en cuenta. El mismo
paciente expresará de diferentes maneras el mal que lo aqueja, la preocupación que lo atormenta o la
decisión que está por tomar. Por ello, una pequeña distracción o lapsus no alterarán el concepto que nos
debemos formar. Sin embargo, el entrevistado que advierta en la cara del consejero, que se tomó un
recreo mental, dirá que su problema no le interesaba al ministro.
7- No involucrarse. La imparcialidad resulta vital en toda labor de consejería. La percepción de
quien busca ayuda, es a veces demasiado particular y subjetiva. La tarea del orientador consiste en
permitirle al aconsejado que vea las cosas de una manera distinta para así tomar decisiones
equilibradas. Nadie puede sacar a una persona de un pozo, si se encuentra inmerso en el mismo.
Algunos orientadores, por cuestiones de afinidad, o a veces, por intereses malsanos, dan apoyo a sus
confidentes de una manera muy peligrosa. De esta manera pierden objetividad y empujan a la persona
hacia una miseria mayor. Jamás deberíamos confiar en información unilateral ni resolver la ecuación con
tan pocos datos.
8- No impacientarse. Toda tarea que realizamos por primera vez tendrá como compañera
inseparable a la desconfianza y el temor. Por lo tanto la marcha hacia el desarrollo de la misma será
lenta y titubeante. Quienes nos piden consejo necesitan garantías de seguridad. Buscan comprensión,
aceptación, amor, y propuestas positivas. Nadie quisiera enfrentar regaños y mucho menos malos tratos.
El acercamiento de los creyentes a su consejero difícilmente sea franco y directo. Habrá sondeos y
parquedad. En algunos otros casos el aconsejado dará rodeos incongruentes. El orientador nunca
deberá apresurar esta etapa. Caso contrario alejará al que sufre sin haber llegado al borde del real
problema. Cuando advertimos que una persona da vueltas, deberíamos discernir la razón de esta
conducta y con paciencia ganar la confianza del otro hasta que se anime a decir lo que lo angustia.
9- No condenar. Si Dios nos llamó al ministerio de la consejería asumamos que no siempre
hallaremos víctimas inocentes del sufrimiento. Tarde o temprano nos tocará atender a individuos a los
que la sociedad, de conocer sus hábitos y pensamientos, los tildaría de verdaderos monstruos. Otras
veces escucharemos por enésima vez a un reincidente en alguna inmundicia. En estos días me tocará
atender a una pareja que enfrenta serios desajustes. No sé cuántas veces hablé con ellos, y cada vez
desenrollaban líos que me demandaban más de una hora de escucharlos sin avanzar gran cosa. Todo
parecía en su cauce normal cuando me entero que entraron nuevamente en crisis. Debo atenderlos y
escucharlos, pero no puedo negar que lucho con la tentación de pedirles que me dejen en paz.

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Obviamente, hasta el momento no he caído en esa tentación y pienso no escuchar a la voz de la carne,
ni rechazar o abandonar a creyentes lavados con la sangre de Cristo.
10- No fingir. Normalmente fingimos para no herir con la realidad de nuestros sentimientos. No
existe el perfecto actor y mucho menos en el ambiente del ministerio. Debemos ser francos y genuinos.
Toda actitud simulada mostrará un punto débil que descubrirá nuestra actuación. En consecuencia, nos
volveremos poco creíbles y poco confiables. Lo más triste es que estaremos pecando contra el Señor que
nos encomendó la tarea y perderemos así nuestra autoridad. Debemos tener en claro que una cosa es
fingir y la otra tolerar. Asimismo necesitaremos ensayar todas las maneras posibles de que nuestro
desagrado hiera o incomode a quienes tenemos delante. En una oportunidad llegó a mi oficina un joven
que vivía en pareja con otro del mismo sexo. Se justificaba ante mí de todas las maneras posibles por su
elección. Debí ser muy franco al respecto, pero con un respeto tal que por varias semanas vi al joven
asistir a nuestras reuniones manifestando verdadera emoción. Finalmente interrumpió su asistencia.
Imagino que, como el joven rico, se alejó triste al confrontarse con la demanda del Señor. Tengo la
tranquilidad de no haber influido en su decisión final.
11- Aunque la lista sería interminable, acerca de las prohibiciones que debemos hacernos en la
consejería, vale la pena incluir el no manipular. Repetiremos hasta el cansancio que cada individuo
posee valor y dignidad. No estamos trabajando con muñecos o mascotas. No se trata de “réplicas del
perro de Pavlov” a quienes podemos provocar la conducta deseada. Los aconsejados poseen su libre
voluntad y sus propios criterios que, equivocados o no, deben respetarse y discutirse.
LA POSICIÓN FÍSICA DEL CONSEJERO
Cada cultura determina el contacto físico y la distancia aceptable entre dos personas. Mayor
contacto y menor distancia, suelen interpretarse como invasión de la intimidad. Aún existen casos en
que, a pesar de una distancia aceptable, algunas personas se sienten sumamente incómodas. Tal es la
razón por la que la posición física, que transmite un mensaje, debe considerarse con seriedad.
Una de las primeras precauciones a tener en cuenta consiste en colocar un obstáculo físico entre
el consejero y el aconsejado. Mediante el tal se puede lograr una cercanía que permite la
confidencialidad al mismo tiempo que evita la intimidad. Un escritorio o mesa podría ser lo mejor, ya
que en éste puede colocarse la Biblia, los efectos personales del entrevistado y/o del consejero. Algunos
consideran que muebles de este tipo podrían comportarse como barreras, aunque es preferible una
barrera a una mancha en el testimonio y un escándalo.
Para evitar el efecto barrera, hay quienes prefieren sentarse a un costado del entrevistado. De
esta forma, se aprecia al consejero desde su costado y se elimina todo miedo a la confrontación.
Muchos prefieren enfrentarse a una oreja que a un par de ojos inquisidores. La Iglesia Católica aprendió
bien este beneficio y lo aplicó a los confesionarios.
Como también debe cuidarse la imagen de consejero y aconsejado, una ventana traslúcida a
espaldas del entrevistado impedirá que los mal pensados apelen a sus fantasías para compensar lo que
no ven. Con tal disposición se puede conocer el lugar en el que se encuentra cada uno de los
protagonistas, pero el aconsejado tendrá la confianza de que nadie lo verá expresar sus sentimientos
con libertad. En cambio, el consejero podrá ver si alguien está a la puerta para llamar o avisar algo.
Tal vez parezca obvio, pero jamás, y bajo ningún punto de vista se debe trancar la puerta. No
sólo induciría al pánico a cualquiera que está adentro, sino que daría lugar a todo tipo de malas
suposiciones en los que están afuera.
Desde otro ángulo, el aporte mobiliario de la oficina de consejería debería ser lo más sobrio
posible. La decoración debería manifestar un discreto buen gusto. La fotografía familiar del consejero

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habla de su historia y aporta la autoridad de administrar bien la propia familia. Es válido el reclamo de
Pablo en Timoteo acerca de que los ancianos deben gobernar bien su propia casa. La sobriedad de un
consultorio hará que haya una mínima posibilidad de distracción. Entre los adornos murales el reloj de
pared, situado a espaldas del aconsejado permitirá mantener el control del tiempo sin transmitir un
mensaje de impaciencia por mover el brazo para ver la hora.
La iluminación juega un papel importante. Si bien las penumbras son poco aconsejables, menos
aconsejable es una lámpara semejante a las que ponían en las películas a los criminales para que
confesaran. Una luz cálida ligeramente menos intensa que la del exterior de la oficina contribuirá a un
ambiente distendido.
No está de más el hablar de la comodidad. Una persona a la que sentamos por cuarenta minutos
en un taburete sin respaldo poco colaborará en la consejería. Cuanto más relajamiento permita el lugar
donde se siente el asesorado, más facilidad encontraremos en la comunicación. Cada elemento del
ambiente debe inspirar confianza, comodidad y ausencia de peligro.
Se sabe que el contacto físico es necesario entre las personas. Una mano en un hombro
transmite muchísimo más que decenas de palabras. La forma en que estrechamos nuestra mano
también indicará el grado de compromiso hacia alguien. Pero jamás deberíamos traspasar los límites de
la prudencia. Por el bien del aconsejado, y por el nuestro, el contacto físico se mantendrá acotado.
CUANDO LA CONSEJERÍA SE DESARROLLA ENTRE AMBOS SEXOS
La atracción sexual no es diabólica sino natural. Por lo tanto no se considera monstruoso
reconocer que una persona del sexo opuesto puede ejercer cierta atracción sobre un consejero. Así
como en un avión de pasajeros hay varios circuitos de alarmas, por si uno falla, el ministro de Jesucristo
necesita varios indicadores de peligro.
La selección de un lugar de entrevistas distinto a la oficina pastoral, en relación al sexo opuesto,
representa una imprudencia bastante común, que podría causar verdaderos desastres. Cuando
Nehemías realizaba la tarea de reconstrucción de los muros, lo invitaron a reunirse en el campo de Ono
para negociar quién sabe qué asuntos. En realidad, sus enemigos le tendieron una trampa. Querían que
dejase su lugar, donde estaba protegido y haciendo lo suyo, para caer en el desamparo. Nehemías fue
sabio; no se movió de su lugar de trabajo. Innumerable cantidad de persoas desequilibradas quisieran
tener al pastor en “su territorio” para acosarlo, seducirlo o ensuciarlo.
Pablo Polischuk, en su libro. “El Consejo Terapéutico”2. Sugiere mantener especial cuidado ante
ciertas condiciones. Veámoslas.
1- Si la persona aconsejada es atractiva encontramos una señal de alarma. La consideración del
atractivo de alguien es lo suficientemente subjetiva como para entender que si calificamos a alguien de
esta manera… es porque nos atrae a nosotros y no necesariamente a los demás.
2- Seductividad es una palabra inexistente en nuestro vocabulario. Pero valga el neologismo, si
percibimos que el entrevistado muestra un potencial seductor sobre nosotros, pidamos ayuda. Hay
personas a las que les gusta seducir, pero otros no son conscientes del efecto que ejercen sobre el otro
sexo. Mantengamos distancia, derivemos sin titubear a otro consejero.
3- Algunos individuos demandan atención emocional a los que les ayudan evidenciando una
intensa necesidad afectiva. ¿Qué ego no se complace en saberse satisfactorio de necesidades afectivas?

2
Pablo Polischuk, El consejo terapéutico, (Terrasa, Barcelona, CLIE, 1995), pág. 337

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No subestimemos el peligro de caer en una sutil trampa de acariciar corazones del sexo opuesto y
alimentar fantasías que con facilidad pueden tornarse en reales.
4- Si el contenido de una conversación suscita sentimientos sexuales, “nunca levantemos la
guardia”, simplemente “tiremos la toalla” y dejemos el combate para quien no tenga esa vulnerabilidad
ante una determinada persona. Recordemos que con el habla llegamos donde muchas veces
quisiéramos llegar con los demás miembros de nuestro cuerpo. Las palabras sondean y si, nuestros
interlocutores lo permiten, éstas construyen puentes al otro lado de las fronteras de la ética. Una vez
que construimos esos puentes nos será mucho más fácil llegar a la otra orilla.
5- No suena excepcional que un grupo considerable de personas se sienta insatisfecho en sus
necesidades íntimas. A veces, porque poseen una insatisfacción esencial y otras, por desajustes en la
pareja. Pero la entera satisfacción de la intimidad carece de parámetros objetivos. Los consejeros
pueden formar parte de ese grupo en forma temporal o más o menos permanente. La alarma, en estos
casos debe sonar estruendosamente en nuestro sentido de la prudencia.
Todo lo explicado anteriormente se sitúa en el área de lo que pasa en el interior del ministro en
cuanto a su percepción. Pero también se encontrarán casos en los que las señales de peligro son
externas, en el aconsejado mismo. Seis diferentes condiciones habrá que tener en cuenta para derivar.
1- La dependencia y demanda de atención crecientes se evidencian cuando el entrevistado
recurre a excusas banales para comunicarse con el consejero con mayor frecuencia. Los obsequios,
llamadas telefónicas, cartas o curiosidad por la vida personal del ministro pueden parecer halagadores,
pero en el fondo suelen transmitir un mensaje perturbador.
2- Los elogios constantes e innecesarios hacia el consejero son intentos de conquista, sobornos
que buscan ganar los afectos y bajar la guardia ética de los que ayudan. Obviamente, muy pocas son las
ocasiones en las que existe un genuino y legítimo amor. En realidad se busca la transacción que satisfaga
las complejas necesidades afectivas del aconsejado.
3- También deberíamos dejar de aconsejar a pacientes que verbalizan quejas que aluden a la
soledad y la necesidad de compañía. Una buena parte de estas quejas va acompañada de invitaciones
sutiles o insinuaciones que abren las puertas de la intimidad.
4- Las dádivas, regalos o atenciones especiales al orientador pueden significar un alto grado de
gratitud por el apoyo recibido o también la demanda insana de afecto. En el conjunto de acciones se
puede advertir.
5- Otro signo a tener en cuenta, en lo que a prudencia entre sexos se refiere, es el contacto
físico.
Existen diferentes espacios: el público, cuando nadie se siente invadido por la presencia de
terceros, el social, cuando sólo se advierte la invasión si el espacio es ocupado por alguien ajeno al
grupo, el personal, en el que permitimos la presencia de individuos con los que guardamos cierta
relación y el íntimo, reservado a nosotros mismos y aquel con quien compartimos nuestra vida familiar.
Cada cultura determina la superficie que abarcan cada uno de los espacios. Pero los contactos físicos
sólo se logran cuando se permanece en el espacio íntimo.
Tener la mano del consejero por más de treinta segundos, o tomarle el brazo mientras se le
habla muestran un deseo de control o a veces seducción. Cualquier contacto entre la mano de uno y el
rostro del otro puede denotar intención transgresora.

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6- Finalmente, otro síntoma externo de riesgo entre orientador y orientado es el cortejo. El


cortejo consiste en una serie de rituales que realiza un individuo para conquistar eróticamente al otro.
En el cortejo se presenta una imagen agresiva de las capacidades propias del género del “cortejador”.
Alguna de sus manifestaciones son: caballerosidad (o femineidad) excesivas, exposición de
atributos sexuales (llamar la atención hacia la zona pelviana o torso), galantería, cortesía y amabilidad
en demasía, mostrar destreza, fuerza o habilidades y otras.
Nuestro mensaje, como siervos de Dios debe ser inequívoco. La integridad, no sólo nos hará más
confiables ante los que nos requieren, sino que glorificará a nuestro Padre y traerá tranquilidad
ministerial y espiritual.

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CAPÍTULO 2: LOS RECURSOS ESPIRITUALES Y LAS LIMITACIONES EN LA CONSEJERÍA

En cierta ocasión un electricista se ofreció a reparar un artefacto electrodoméstico. Su


preparación lo capacitaba para instalaciones de red eléctrica. Como el artefacto a reparar funcionaba
con este tipo de energía, imaginó que no tendría ningún misterio el ponerlo nuevamente en
funcionamiento. Para su sorpresa, y la decepción de los dueños del aparato, su intento no hizo más que
dejarlo definitivamente inutilizado. Ignoró sus limitaciones.
Análogamente, la honestidad y ética de los ministros debe llevarnos a la renuncia a los
sentimientos de omnipotencia. Pisar un terreno ajeno nos sitúa en la inseguridad, el daño potencial y
hasta en la ilegalidad.
A su vez deberíamos entender que nuestros recursos y llamado son únicos, y que podemos
hacer lo que otros no. Los recursos espirituales son (o al menos deben ser) nuestro principal
equipamiento.
El Espíritu Santo regeneró nuestras vidas, las transformó y produjo el llamado al ministerio.
Además, la Tercera Persona gestó el carácter de Cristo en nuestros corazones. Los ministerios y los dones
resultan de la acción del Espíritu, y su implementación es vital para el funcionamiento del Cuerpo de
Cristo.
En vistas de lo expresado, los recursos espirituales son inherentes a nuestro servicio, y por tanto
indispensables en la consejería. Dios ve lo que el hombre no puede ver, y su asistencia hará eficaz a
nuestra labor. La sabiduría, que permite encontrar soluciones a problemas difíciles, viene de lo alto.
1- El discernimiento espiritual pertenece a los dones mencionados en la Biblia. Algunos siervos
de Dios se empecinan en usar este don para conocer el nombre o tipo de demonio que causa un
determinado inconveniente. Pero lejos de esto, el discernimiento de espíritu apunta al conocimiento de
las intenciones de los hombres. Detrás de una adulación puede haber un intento de soborno. Un
individuo que se comporta con mutismo puede padecer una seria sicosis, puede estar endemoniado, o
simplemente paralizado por una fuerte tensión. ¿Cómo saber qué rienda invisible dirige los pasos de las
personas? Hasta un profesional se equivoca en esta área. Dios puede mostrar lo oculto a los ojos de los
hombres. Aprendamos a ser sensibles al Espíritu Santo en nuestra tarea. No divorciemos la consejería de
la actividad guiada por el Espíritu, que nuestras armas son poderosas en Dios.
Pablo aconsejó en Gálatas 5:25 que andemos en el mismo Espíritu que nos dio la vida espiritual.
Su consejo apunta al desarrollo del carácter de Cristo, es decir el fruto del Espíritu. Pero también se
refiere al compañerismo con el Señor.
2- La vida de comunión con Dios proporciona un conocimiento, de su Divina Persona,
excepcional. Cuando el siervo de Dios camina con Dios, aprende a marcar el paso al compás de Él. En
consecuencia, la guía del Espíritu puede ayudarle a entender los tiempos adecuados para cada accionar,
la pregunta clave a formular o la respuesta a medida para proporcionar.
3- La comunión de los santos es, por excelencia un recurso insustituible. Se dice que una
persona posee madurez emocional cuando sus relaciones con los demás resultan óptimas, sin descartar
los sentimientos acerca de sí mismo. Proverbios afirma que para afilar un cuchillo hace falta nada menos
que… otro cuchillo. Para ubicar al ser humano en su lugar existencial hacen falta referentes humanos.
Más allá del aspecto social que puede aportar la iglesia del Señor, como comunidad terapéutica,
encontramos el funcionamiento corporativo. Cada hermano funciona como un miembro del Cuerpo de
Cristo capaz de actuar en función de la cabeza, que es Cristo mismo. Nunca menospreciemos los
ministerios y dones que el Espíritu Santo concedió a la iglesia como recurso espiritual. Así como los reyes

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de Israel contaban con profetas que les aconsejaban qué hacer y qué no, valgámonos de personas de
oración que nos hablen de parte de Dios y empleen el discernimiento.
4- Ya que hablamos de la oración, consideremos su importancia. Durante los tiempos de Josué,
los gabaonitas, por temor a que Israel los aniquilase, fingieron provenir de tierras lejanas y conjuraron al
pueblo de Dios para que no los destruyesen. Los hebreos, dieron crédito a lo que sus cinco sentidos les
mostraban y accedieron. En consecuencia, el pueblo de Dios quedó atado a un lastre innecesario POR
NO CONSULTAR AL SEÑOR. Antes de cada acción asesora necesitamos pedirle a Dios discernimiento y
sabiduría. ¿Por qué no clamar por palabra de conocimiento? Después de una charla seguramente habrá
decisiones por tomar y ejecutar. ¿No sería bueno solemnizar las mismas ante el Señor? Al final de la
jornada de consejería nuestras almas quedan cargadas por el peso de las preocupaciones, gastadas por
las emociones experimentadas en el proceso de escuchar, abrumadas por la impotencia ante algunos
casos difíciles. La oración nos permite descargar nuestra ansiedad sobre Él, que tiene cuidado de
nosotros.
Los milagros existen, pero el clamor siempre los precede. Nunca descuidemos la oración como
recurso espiritual de alto poder.
5- La meditación. Pocos cuentan con la lucidez de proveer una respuesta oportuna a los pocos
segundos que escuchan un dilema. Un buen número de personas que nos presenten sus problemas,
requerirá una segunda, tercera y tal vez más charlas. La meditación debe acompañarnos siempre. ¿En
qué consiste la meditación como recurso espiritual? Consideremos algunos ejemplos de otras
profesiones.
Un abogado, luego de escuchar a un cliente, le proporciona una serie de directivas. Pero su tarea
no concluye allí. Consultará leyes y jurisprudencia. Luego elevará el caso a su equipo de colegas para
establecer una estrategia.
Un médico, luego de la consulta de un paciente, puede prescribir una batería de acciones
terapéuticas. Sin embargo, irá a su “vademécum”, consultará otras obras, investigará las nuevas terapias
y verá los análisis solicitados. Eventualmente convocará a una junta de especialistas, para que cada uno
aporte respuestas desde su ángulo.
En nuestro caso, los pastores, en honor a la fe evangélica, desistimos de todo tipo de
“absolución sacerdotal” en la que damos respuesta al penitente y lo enviamos libre. Cada persona
atribulada que llega a nuestro escritorio tal vez reciba un cóctel de primeros auxilios, pero no podemos
desligarnos de la responsabilidad. Debemos meditar en su caso, revisar ante la Palabra de Dios su
corazón y el nuestro, buscar de Dios la opción más sabia. Esto lleva el nombre de meditación.
6- La Palabra de Dios será nuestra aliada en nuestra vida de orientadores. El Señor dijo a Josué
que nunca se apartara de su boca el libro de la ley, sino que de día y de noche meditaría en él. El uso de
la Biblia en la consejería cumple múltiples funciones, ya que es la única regla infalible de fe y conducta.
En primer lugar, la Palabra regula nuestras acciones y pensamientos. Ningún consejo que demos
debe alejarse del espíritu bíblico, AUNQUE NO SIEMPRE NECESARIAMENTE DEBAMOS CITAR TEXTOS
BÍBLICOS.
En segundo lugar, la Palabra de Dios es el código mutuo de orientador y orientado. Esta
autoridad que se posee en común provee una plataforma clara e indiscutible de entendimiento. El
asesorado no se ofenderá con su consejero, si este le plantea un principio bíblico a cumplir, porque el tal
es parte de lo acordado mutuamente.

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En tercero y último lugar la Biblia es la “leche espiritual no adulterada”. Es la palabra que sale de
la misma boca de Dios, que escudriña y conoce la mente y el engañoso corazón. La Palabra de Dios es
como espada de dos filos que penetra a lo más profundo del hombre.
Las Perlas Bíblicas, como así se las llama en varios países, se transformaron para muchos en una
suerte de horóscopo espiritual. Más allá de las razones para cuestionar la práctica podemos rescatar el
principio de la autoridad bíblica. La persona toma esa tarjeta, lee el texto y lo considera rector de su vida
durante ese día. Valiéndonos de este principio, un texto bíblico bien empleado (y bien interpretado)
puede cambiar el curso de la vida de quien solicita asesoría.
La siguiente tabla, adaptada de la obra de Gary R. Collins3 posee una serie de textos bíblicos
aplicables a las situaciones más comunes de consejería.

SITUACIÓN ANTIGUO TESTAMENTO NUEVO TESTAMENTO


46:1-2, 9-11; 55:22; 50:15; Mt. 1:28; 6:31-32; Jn. 16:33;
ANSIEDAD Y PREOCUPACIÓN 68:19; 86:7; Pr. 3:5-6; Job. Fil. 4:6-7, 19; 1P. 5:6-7.
34:12; Is. 40:11; 41:13
Sal. 23:4; 71:20, 21; 116:15;
119:28, 50, 76; Is. 43:2; Mt. 5:4, 11:28-30; Jn. 14:16-
18; 16:22; 2Co. 1:3,4; Fil. 1:21;
AFLICCIÓN 1Ts. 4:13; 2Ts. 2:16,17; Ap.
Nm. 14:9; Dt. 31:6; Sal. 23:4; 21:3, 4.
27:10; 46:7; 73:23; 94:14; Mt. 5:4; 11:28-30; 20:20; Jn.
103:17; Is. 41:17; Lm. 3:22-23. 6:37-39; 14:16, 18; Ro. 8:28,
CONSUELO 38-39; 2Co. 1:3-4; 2Ts. 2:16-
Sal. 27:14; 28:7; 37:10-11; 17.
55:18; 62:11; 72:13; 142:3; 2Co. 12:9; Ef. 3:16; Fil. 4:13.
147:6; 2Cr. 16:11; Is. 40:29, 31;
DEBILIDAD 41:10; 57:15; Jer. 10:6; Hab.
Gn. 28:15; Sal. 20:7; 43:5; 3:19.
Jos. 1:9; Sal. 27:14; 34:4-8, 17-
19; 43:5; 46:1; 55:22; 100:5;
Juan 10:10; 15:10-12; Gá. 5:22

Mt. 11:28-30; Jn. 14:1, 27; 16:33; 2Co. 4:8-9; Ef.


DEPRESIÓN Sal. 30:5; 34:18; 40:1,2; 42:11; 1:18; 2Ts.
126:5; Sof. 3:17;
DESESPERANZA/DESALIENTO 32:17; Ez. 34:16; Dn. 2:23; 3:3; He. 4:16; 10:35; Stg. 1:12.
119:116; Is. 40:29; 51:6; Jer. Hag. 2:4.

DIRECCIÓN Sal. 32:8; Pr. 3:5-6. Jn. 16:13 DUDAS Sal. 37:5; Pr. 3:5-6. Jn. 7:17; 20:24-30; He. 11:6.
ENFERMEDAD Sal. 103:3. Stg. 5:14-15 ENOJO Sal. 37:8. Col. 3:8; Stg. 1:19. ENVIDIA Sal. 37:1-7;
Pr. 23:17. Ro. 13:13; Gá. 5:26 FE Ro. 4:3; 10:17; Ef. 2:8-9; He. 11:6; Stg. 1:3.
IMPOTENCIA Sal. 34:7; 37:5, 24; 55:22; 91:4. He. 4:16; 13:5-6; 1Pe. 5:7. MUERTE Sal. 23:4;
116:15. Jn. 14:1-6; Ro. 14:8; 1Ts. 5:9-

3
Gary R. Collins: “Orientación Sicológica Eficaz”, Editorial Caribe, Miami, Fl S/F, págs. 32 - 33

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10; 2Ti. 4:7-8; Ap.21:4.


NECESIDADES Sal. 34:10; 37:3-4; 84:11. Fil. 4:19. ODIO Ef. 4:31-32; 1Jn. 1:19; 2:9-11. PACIENCIA
Gál. 5:22; He. 10:36; Stg. 1:3-4; 5:7-8, 11.
85:8; 119:165; Is. 26:3; 32:7; Mt. 11:29; Jn. 14:27; 16:33; Ro.
PAZ 57:2. 5:1-2; Ef. 2:14; Fil. 4:7; Col. 3:15.
Ex. 33:14; Nm. 6:24-26; Sal.
Ro. 3:23; 6:23; 1Jn. 1:9. Stg. 5:15-16; 1Jn.
PECADO Sal. 51:1-4, 10-12; Is. 53:5-6; 55:7;
59:1-2. 1:9.
PERDÓN DEL PECADO Sal. 32:5; 51:1-19; Pr.
28:13; Is. 55:7.

PERDONAR A OTROS Mt. 5:44; 6:14; Mr.11:25; Lc. 17:3-4; Ef. 4:32; Col. 3:13.
Lc. 19:10; Jn. 3:16; 5:24; 10:10;
SALVACIÓN 1Jn. 1:9-10;
Hch. 4:12; Ro. 3:10, 23; 6:23; 10:9; Ef. 2:8-9;
SOLEDAD Sal. 27:10; Pr. 18:24. Jn. 15:14; He. 13:5.
4:8; 27:1, 3, 8, 14; 28:7; 31.24; Mt. 28:20; Jn. 14:27; Ro. 8:31;
46:1-2; 56:3, 11; Pr. 3:26; 14:26; 2Co. 1:10; 5:6; Ef. 3:11-17; Fil.
16:7; 1Cr. 16:25-26; Neh. 4:14; 4:9, 13; 2Ti. 1:8-9; He. 13:6;
TEMOR/VALOR Is. 35:4; 41:10; 43:1-5; 51:12; 1Jn. 4:18.
Dt. 1:17; 7:21; Jos. 1:7-9; Sal. Jer. 15:20; Joel 3:16;

TENTACIÓN 1Co. 10:12-13; He. 2:18; Stg. 1:2-4, 12; 2Pe. 2:9.
50:15; 121:5-8; 138:7; 8:28; 2Co. 4:17; 2Ti. 3:12; He.
TRIBULACIÓN Mt. 5:10-11; Jn. 16:33; Ro. 12:7, 11; 1Pe. 2:20; Ap. 3:19.
Sal. 9:12; 34:7; 37:39,40; 46:1;

6- Finalmente, reconozcamos que cada conversación traerá decenas de incógnitas sin resolver.
Mientras nuestros pies estén sobre la tierra lo natural prepondera. Ser espirituales no significa vivir en
un mundo mágico mientras flotamos. El sudor y el esfuerzo son la cuota diaria. Sin embargo, como
recurso espiritual, contaremos con la esperanza de la intervención sobrenatural. Dios no hará por
nosotros lo que a nosotros nos toca hacer. Pero cuando las posibilidades humanas se agotan o el Señor
quiere glorificarse en determinada situación, llega el milagro. Nada resulta tan satisfactorio como
cuando asesor y asesorado quedan boquiabiertos por el poderoso accionar de Dios.
LAS LIMITACIONES EN LA CONSEJERÍA
Párrafos atrás habíamos manifestado la renuncia a toda aspiración a la omnipotencia.
Deberíamos huir de todo autosuficiente que nos ofrece sus servicios y de sentimientos semejantes en
nosotros. Sin embargo, antes de identificar aquellas situaciones que representan un tope para nosotros,
podríamos señalar un gran punto a favor que necesitamos explotar sensatamente.
Los ministros poseemos un atributo llamado “mística”. Definamos por “mística” a una combinación de
misterio, expectativas y buena predisposición hacia la investidura pastoral. Por alguna razón, las personas
aconsejadas suelen cometer el lapsus linguae de decirnos: “doctor” en lugar de:

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“pastor”. Es verdad que ambos sustantivos terminan con las tres mismas letras, pero más allá de eso, las
personas nos ven como alguien que tiene la solución a sus problemas. No conocen los entretelones de
nuestras vidas, y perciben de nuestras prédicas una seguridad inusual. Obviamente tomarán con mucha
más seriedad nuestro consejo que si se lo diese su mejor amigo.
Esta ventaja, combinada con la sabiduría de Dios, nuestra honestidad y el poder del Señor,
puede arrojar resultados muy positivos. Así y todo, los límites deben advertirse cuidadosamente para
evitar decepciones destructivas o severas consideraciones de renunciar a la tarea.
Lo primero a tener en cuenta son dos paradojas que, a pesar de nosotros mismos, nos
mantienen en humildad.
1- La mayor parte de los problemas que los aconsejados nos presentan poseen solución sin
nuestra ayuda. Descartemos las ideas mesiánicas y dejémoslas para los inmaduros y los narcisistas. Un
buen número de las personas que buscan ayuda cuenta con la resolución de su inconveniente. Lo que
ocurre es que los fuertes estados emotivos y la inseguridad inherentes a los momentos difíciles,
requieren de una voz distinta a las innumerables voces que en el interior se levantan. Se trata de
personas que sólo necesitan un empujoncito para continuar su camino con su propia motricidad.
2- La segunda paradoja nos dice que otra buena cantidad de personas presentará dificultades
que no poseen solución. Las grandes pérdidas no se resuelven, tampoco las carencias, mucho menos los
sentimientos timoneados por corazones duros y reincidentes.
Podemos ayudar a elaborar estrategias de lucha frente a este género de circunstancias y aún
podemos ayudar a cambiar perspectivas, pero nunca lograremos revertir vivencias desencadenantes de
una tragedia.
Si ignoramos la segunda paradoja, nos enfrentaremos a menudo con la sensación de fracaso en
la noble tarea. Entonces recurriremos al mecanismo de defensa de echar la culpa a la poca fe o mala
voluntad de nuestro entrevistado. Este será el principio del fin de nuestra eficacia.
Un vecino de mi casa trabajaba como mecánico. Representaba una enorme tranquilidad contar
con quien resolvía los desperfectos de mi maltrecho automóvil. Para mi tristeza, un día cerró su taller
porque “los metales eran ingratos”. Al poco tiempo abrió un centro de lubricación de automotores. No
hace mucho le pregunté cómo iba el negocio y me dijo: -“luchando”.
En todo oficio y profesión aparecen las complicaciones. La tarea del consejero puede
entorpecerse por diferentes actitudes del aconsejado. Por cada vez que llegue la tentación de
abandonar, el sólo hecho de conocer los obstáculos aliviará la frustración. Aprendamos de una vez que
las complicaciones son parte de la normalidad en toda relación humana.
3- Cuando el aconsejado no es concreto, sino que da vueltas en su exposición, el consejero
experimenta fatiga. La conversación se alarga, el tiempo transcurre infructuosamente y el orientador
experimenta impaciencia.
Los rodeos pueden tener varias razones. A veces se trata de personas que aprendieron ese
sistema de comunicación en su seno familiar. Otras veces pueden deberse a fuertes estados emotivos
que impiden la coherencia. En los peores casos, alguna patología logra este efecto. Lo mejor que
podemos hacer con cosas semejantes es sintetizar lo que creímos entender que era el mensaje y
repetírselo al entrevistado para que corrobore o no lo que percibimos. Resulta todo un arte el poder
interrumpir con amabilidad para recapitular los aspectos significativos.
Las vueltas que el aconsejado da pueden ser, también, maneras de sondear al orientador antes
de dirigirse al punto. De manera semejante, otros suelen complicar la conversación con detalles

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innecesarios, porque simplemente no desea entrar en un tema que le produce temor, dolor, vergüenza o
ansiedad. En estos casos la paciencia juega un rol importantísimo. Al igual que un cazador de aves, con
tranquilidad debemos esperar el momento propicio. De nada sirve apresurar un diálogo, si el aconsejado
no se encuentra preparado para ello.
La tercera razón de los rodeos puede ser el mero deseo de tomar tiempo con el asesor por
necesidad de seguridad, afecto o aceptación. En caso de ser así, habrá que ahondar los motivos de
semejante apetencia.
4- Cuando el entrevistado se vuelve dependiente crónico del consejero, las entrevistas se repiten
periódicamente, pero el contenido de las charlas se vuelve superfluo. El entrevistado busca todo tipo de
motivos para conversar con el pastor. Necesita de su tutela para cada detalle. En otras palabras,
incorporó al consejero en su sistema y reemplazó su propia responsabilidad por la de este mismo.
Frente a situaciones como esta, bastará con espaciar las entrevistas y los contactos para
desalentar el “cortocircuito” buscado. Otras veces, una charla franca hará que, ante una determinada
consulta el consejero devuelva la pregunta: “-¿Y usted? ¿Qué cree que podría hacer en el problema que
me plantea?”
5- Aunque anteriormente hablamos del tema, toda vinculación afectiva entre el consejero y el
aconsejado hará perder objetividad. Pero además, el consejero puede verse tentado a que la frecuencia
de las consultas se aumente por el solo hecho de compartir tiempo con quien necesita ayuda. Además, si
el paciente posee conflictos interpersonales, el consejero puede llegar a hacer causa común con su
aconsejado sumiéndolo en problemas más profundos aún. Obviamente, las implicancias éticas y
morales no necesitan explicarse.
Con frecuencia, la oficina del consejero puede admitir interrupciones. Desde algún integrante de
la familia o una secretaria hasta hermano impertinente, componen la lista de candidatos a interrumpir
una sesión. Personalmente veo positivas las interrupciones, porque inspiran la transparencia propia de
alguien que no teme que lo sorprendan en cualquier momento.
6- Sin embargo, tenemos que saber que muchas personas llegan a un nivel de confianza y fluidez
de las comunicaciones con bastante esfuerzo. Usualmente llamamos a este punto “que la persona se
abre”. En estos casos, una interrupción representa largos minutos de retroceso que nos harán volver al
punto de partida.
Los agentes de interrupción, según su frecuencia tienen un orden. El primer lugar lo ocupan los
teléfonos móviles. Hasta hace algunas décadas, la vida era más tranquila. En nuestros días, la ansiedad
es tal que somos incapaces de apagar nuestros artefactos aún en las reuniones de adoración. Nadie, de
los tantos que poseen nuestro número, sabe a ciencia cierta qué estamos haciendo en el preciso
momento de consejería y la música irrumpe en el tiempo menos oportuno. Para los que necesitan tener
el teléfono activo a toda hora, mejor les sería configurarlo a modo silencioso y tener a la vista la
identificación de llamadas para decidir si vale la pena discontinuar un momento clave.
Lamentablemente, nada podremos hacer en el caso que el teléfono móvil que llama pertenezca
a quien vino a buscar consejo. Será decisión de la persona atender o no. Como sea, aunque el asesorado
decida no atender, el solo hecho de escuchar al ruido y mirar el identificador de llamadas representará
un retroceso.
Los teléfonos de línea en el escritorio del pastor hacen lo suyo. Sería de utilidad, en tales casos
delegarlos a un secretario que defina cuándo una llamada puede transferirse.

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Finalmente las interrupciones de cuerpo presente existen. Un secretario/a o asistente bien


adiestrado podría filtrar toda comunicación inoportuna.
7- Un obstáculo inusual en la vida del consejero radica en la insinceridad del aconsejado. Por
miedo, vergüenza, intereses de alguna índole o alguna patología los entrevistados pueden perder la
franqueza. No es difícil detectar las insinceridades. Cada vez que hay cambios de volumen o velocidad
en la voz, cuando el idioma gestual muestra movimientos exagerados y/o la mirada se torna esquiva,
probablemente nos encontremos ante una situación de conflicto o una insinceridad. La inconsecuencia
de un relato se encargará de develar las faltas de sinceridad. Poco se puede hacer en situaciones así,
salvo orar e invitar al asesorado a tener confianza.
8- Otra frustración experimentada consiste en la desaparición del aconsejado. De pronto no hay
más entrevistas y el problema no ha sido resuelto. Sin dudas esto deja un desagradable sabor. Es
probable que ante situaciones de este tipo pensemos que tenemos en nuestras manos la iniciativa de
buscar al “perdido”. No sirve de nada sentar bajo presión a quien no lo desea. Lo máximo que podemos
hacer consistirá en expresar que las puertas quedan abiertas y disimular nuestra decepción. Más de una
vez los consejeros castigan con la indiferencia a los desertores de su consejo con el único resultado de
alejarlos más y para siempre.
En algunos casos aislados podemos encontrar personas que interrumpen abruptamente la
entrevista, por percibirse amenazados en su seguridad. Esto se suele dar con más frecuencia en los
casos de mediar entre dos partes en conflicto. En estas ocasiones, uno de los dos se levanta con fastidio
o indignación, se excusa y se retira. Aliviará tensiones continuar la charla con el que queda, pero
también será saludable citar al evadido, porque claramente demostró un punto débil o sensible que
merece examinarse.
9- Uno de los problemas más comunes en el aconsejamiento a los adolescentes responde a las
respuestas llamadas monosilábicas. Estas consisten en un “si”, un “no” y otras expresiones que cortan
secamente a la comunicación con una sola explosión de la boca.
Podríamos culpar al asesorado por responder de maneras así. Sin embargo, los ministros
podemos ser los culpables de escuchar estas palabras sin sentido por realizar preguntas que demandan
la emisión de un solo sonido. Si le preguntamos a una persona: -“¿se encuentra triste?”. Probablemente
la persona, en especial si no nos tiene confianza dirá “sí” o “no”. Pero la habilidad del consejero
conllevará a preguntar: -“¿Cómo se siente?, lo cual dejará más chances para expresar una oración
completa que refleje algo más el estado del asesorado.
Un recurso infalible, para arrancar al paciente de su silencio, es el permanecer de la misma
manera con nuestras cejas arqueadas, demandando así una frase de la otra parte. No temamos al
silencio y permanezcamos hasta que la persona elabore su discurso. Por lo general, las primeras frases
responden a moldes convencionales y prefabricados, pero nuestra apertura al interlocutor empujará a
que diga lo que no se imaginaba ni pensaba, pero sentía.
De ninguna manera pensemos que los monosílabos son inútiles en la consejería, ya que habrá
respuestas que los requieran, pero tengamos en cuenta que si nuestras preguntas demandan un sí o un
no, iremos al tanteo y nunca sabremos con precisión el problema que aqueja al aconsejado.
Así y todo, nos encontraremos con personas especialmente reacias al diálogo. Otra vez, nuestro
silencio y actitud expectante lograrán hilvanar frases de la otra persona.
10- Un tipo de parquedad sin solución se da en los que van a una sesión en contra de su
voluntad. Los cónyuges y los padres ansiosos nos traen a sus seres queridos para que nos digan lo que

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no les dicen a ellos o bien, para que les digamos lo que no les quieren decir los que lo empujaron a la
cita.
Una persona que llega a la oficina poco convencida de hacerlo, no está madura para una
entrevista. La consecuencia caerá en faltas de franqueza, la comunicación pobre y el mismo silencio.
Evitemos acceder a las solicitudes de terceros, para librarnos del disgusto de perder tiempo con quien no
desea cooperar. En contadas situaciones, los orientados estaban indecisos en acudir a la cita, pero
recibieron el empujón del bienintencionado. En este caso, demos tiempo a que el citado se convenza de
lo productivo de la entrevista.
11- Las emociones juegan un papel importantísimo en la vida de la persona y por ende, en sus
comunicaciones. Debemos prestarles atención en la labor de aconsejar. Las emociones suelen afectar la
percepción de la realidad y también contribuyen a que un mensaje no se transmita fielmente.
En una sesión puede ocurrir que el entrevistado quede anulado por su estado emotivo. El
mutismo a veces responde a estados sicóticos pero otras ocasiones suele manifestar un estado de
choque o estupor. Sin acudir a estos extremos, hay personas que, al evocar vivencias traumáticas, se
ensimisman, bloquean o permanecen absortos. En otros casos quedan imposibilitados de medir la
manera de decir las cosas o gesticular, impresionando de esta manera como una falta de respeto al
consejero.
La paciencia nuevamente encuentra su protagonismo en el orientador. Dejemos que brote toda
la presión, que el creyente descargue toda su tensión o que pueda elaborar sus pensamientos al punto
de poderlos expresar. Nunca apresuremos nuestro juicio en tales circunstancias. Simplemente tomemos
tiempo.
12- La decepción que el entrevistado sienta por su consejero es otro inconveniente inevitable.
Algunos párrafos atrás, decíamos que la mística de un ministro juega a favor de la consejería y la
predicación. El creyente en problemas lo ve al siervo de Dios como un tutor y hasta con cierta
superioridad. Este sentimiento combina las buenas expectativas, la imagen que el ministro posee (que
por lo general es buena, ya que un siervo de Dios la cuida, especialmente ante el público) y la
percepción de misterio. Esta última surge del pensamiento de que el pastor sabe más que uno y que
dice menos de lo que bien sabe.
Cada persona posee su propia colección de expectativas del consejero. Si alguna de ellas se ve
defraudada, los más inmaduros terminan decepcionados, y el encanto llamado mística se desvanece.
Todo individuo maduro sabe que ni aún los mejores profesionales de este mundo escapan de su propia
humanidad. Pero el porcentaje de personas inmaduras se eleva entre los que solicitan entrevistas de
aconsejamiento.
Cuando una persona se decepciona de su consejero, ya no tomará seriamente lo que se le
sugiera ni lo que se le muestre. Simplemente querrá cambiar de orientador o interrumpir los
encuentros. A veces, coincide con la decepción, que el aconsejado superó la crisis y recuperó su
autovaloración, lo que, muy a pesar nuestro es positivo. No obstante será de utilidad enlistar los
posibles motivos de decepción:
A. Falta de respuestas concretas por parte del consejero, pasividad o poco dinamismo
B. Mala retroalimentación
C. No escuchar o prestar debida atención al entrevistado
D. Olvidar detalles vertidos

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E. Manifestar indiferencia poco afecto o mínima cordialidad


F. Actitud autoritaria
G. Rigidez en las alternativas de resolución
H. Espíritu crítico hacia otros
I. Fallas éticas, morales o en las relaciones familiares o interpersonales
J. Indiscreción
K. Mostrar demasiada vulnerabilidad o inmadurez.
L. Chismografía del consejero o hacia el consejero
M. Expectativas demasiado elevadas sobre lo que es un orientador
13- Muy relacionada con las decepciones del entrevistado está la excesiva familiaridad entre
ambos integrantes del diálogo. La familiaridad ayuda, muchas veces a que se fortalezcan los
indispensables lazos de confianza, pero la mayor parte de las ocasiones, se diluye la objetividad y los
consejos no se toman con el rigor que el asesor esperaría. La distancia entre el ministro y el creyente
inspira un respeto que el aconsejado no quiere quebrantar. Jesús anticipó que no hay profeta sin honra,
sino en su propia tierra y en su casa. (Mt. 13.57) Por tanto, cuando el aconsejado nos siente de su propia
casa, se perdió el encanto magistral.
14- Jamás deberíamos olvidar que, dentro de los habituales reveses, el fracaso de una
determinada serie de consejerías ocupa un lugar nada despreciable.
A veces, el consejero pone todo lo mejor en técnica, amor, dedicación y sabiduría. Aún el
paciente llega con la mejor predisposición. Pero los resultados no son los esperados.
No somos omnipotentes y debemos mantenernos humildes para reconocerlo
permanentemente. Puede ocurrir que hemos interpretado mal el problema planteado, o el orientado no
fue franco, o que no había deseos de salir de un estado determinado, o también que el estado
psicológico le impidió modificar una actitud o conducta. Como sea, esta es la limitación más dolorosa
que debemos tener en cuenta para no abandonar la noble tarea.
Dentro del abanico de problemas y personalidades que deberemos enfrentar, hallaremos
individuos con hábitos repugnantes y una historia no menos agresiva para nuestra manera de ser. En
tales situaciones corremos el riesgo de abominar al orientado y perder toda buena voluntad hacia él.
Cualquier ministro que en su niñez haya sufrido algún tipo de abuso sexual, seguramente
luchará con muchos fantasmas si debe aconsejar a quien se confiesa abusador. Otras veces tendremos
frente a nosotros a personas que hicieron daño a otras muy allegadas a nosotros.
Más vale que le busquemos otro asesor al desahuciado por nuestra alma, antes que perder el
tiempo, herirnos inútilmente y dañar a quien se dispuso a confiar en nosotros. Con todo, recordemos la
enorme responsabilidad que tenemos de denunciar las acciones delictivas y no pasar por alto que las
conductas aberrantes, por lo general son consecuencia de severas patologías que requieren obligado
tratamiento médico.
15- La información unilateral representa un riesgo importante a la hora de evaluar los
problemas. Todos percibimos las cosas a nuestra manera, aún con ligeras diferencias respecto a la
percepción de los que nos rodean. Confiar meramente en lo que nos dice el aconsejado, sin proveernos
de otros medios de conocer un hecho, linda con la simpleza.
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En los conflictos matrimoniales es común que una de las partes tenga sobrados argumentos
para declararse dueña de la verdad. Sólo basta escuchar a la “otra campana”, para entender que “un
cuadrado no siempre es la cara de un cubo”. En otras palabras, las cosas no son lo que aparentan, por lo
que necesitamos valernos de bastante más información de la que el aconsejado nos proporciona.
16- En relación con lo anterior, tenemos a veces que escuchar un exceso de información por
parte del paciente. Todo aquel que, antes de mostrarnos su problema, refiere una larga historia, nos
está imponiendo que aprobemos la teoría de que su problema se debe a su historia. Sin embargo, no
siempre será así.
Otras personas se van por las ramas, o bien porque son dispersos, o, porque desean que los
conozcamos más. Dentro de estos casos, aparecerán en la lista personas que confiesan malestar de su
alma, pero los síntomas que nos explican son vagos e imprecisos.
Puede colmar la paciencia que alguien se acerque sin saber exactamente para qué lo hace. Pero
aún en casos así, más allá de las nimiedades que nos presenten se hallan fuertes pedidos de auxilio que
deberemos descifrar.
Saber seleccionar la información, y descartar elementos innecesarios es un arte que no se logra
de un día para el otro.
17- La última de las frustraciones a mencionar en esta parte se da cuando el aconsejado
describe síntomas vagos. Así como en la medicina, una serie de síntomas poco relacionados entre sí
desconciertan al médico, en la consejería ocurre lo mismo.
Necesitamos saber, antes que nada, que no siempre lo que el aconsejado comenta coincide con
su verdadero estado. A veces, en el caso de individuos con trastornos de ansiedad, existe una tensión
interna a la que le hallan el discurso de turno. No nos conformemos con una determinada verbalización,
sino que veamos más allá de lo que se expresa. Busquemos siempre el motor de cada acción, porque
siempre habrá detrás de múltiples dolencias internas, unas pocas causas comunes.
Los obstáculos citados, pueden llegar a ser insorteables. Nuestra sensatez humilde nos guiará a
buscar ayuda frente a casos así. La pregunta es: ¿a quiénes deberíamos pedir ayuda o derivar el
aconsejado? Todo depende de la limitación que hallemos.
Cuando el límite pertenece a nuestra profesión ministerial o persona misma, sin dudas un colega será la
opción. Si llegamos a desahuciar o abominar a un creyente que busca consejo… hasta allí llegó nuestra
tarea. Si el inconveniente que se plantea se relaciona con alguna problemática que no hemos podido
resolver en nuestra vida familiar o vida privada, hemos llegado a la raya, le toca el turno a otro.
En otros casos detectaremos que la persona confunde con puros estados de ánimo a ciertos
dolores de pecho o “pocas fuerzas” a lo que bien podría ser una disfunción cardíaca o simple anemia.
¿Es la falta de apetito un problema anímico, espiritual o físico? Más vale que, paralelamente a nuestra
labor invitemos a que el creyente se haga una revisación clínica completa para descartar lo que nos
traería serios aprietos de no tratarse. El médico es uno de nuestros amigos en el área de la derivación.
Dentro de la medicina están los psiquiatras. Antiguamente se consideraba que los psiquiatras
atendían sólo a los locos. Hasta hoy, si queremos decir que alguien experimenta un desequilibrio
determinado, comentamos que tiene “problemas psiquiátricos”.
El psiquiatra es un médico especializado en los aspectos orgánicos de la mente.
Está plenamente comprobado que nuestras neuronas, las células del cerebro, cuentan en su
conexión con la ayuda de muchas substancias químicas llamadas: “neurotransmisores”. La carencia o

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mala receptividad de los neurotransmisores altera el ánimo y la conducta de las personas. La ciencia
desarrolló una variedad de fármacos que regulan la receptividad de los neurotransmisores y logran el
equilibrio de personas que se veían sumamente perturbadas.
Nadie mejor que un psiquiatra para medicar psicofármacos. Alguna vez, quizás, hayamos
juzgado mal a un creyente que acudió a un médico psiquiatra. Sin embargo, de no ser correcto asistir a
un profesional de este tipo (cosa que de ninguna manera afirmo), resulta peor concurrir a un médico
clínico que nos da un tranquilizante porque nuestra gastritis o hipertensión se deben al estrés. Una cosa
es “tapar” los síntomas o paliarlos y otra es corregir los desajustes producidos por un desequilibrio
químico.
Los pastores, a medida que ganamos experiencia en el trato con los creyentes, podemos
detectar las ocasiones en que deberíamos derivar a un creyente al psiquiatra. Pero ¡Cuidado!
Advirtamos a nuestro aconsejado que el psiquiatra no es un mero “locólogo”.
No siempre corresponde al área química o neurológica el comportamiento o el ánimo.
Experiencias de la vida, dictados paternos y formas en las que fuimos criados nos llevan a que
percibamos la vida de determinadas maneras. Como resultante, hasta podemos afectar las relaciones
interpersonales.
Determinados sentimientos de culpa, temores, angustias y otros sólo requieren de una
“reeducación”. Quienes conocen las leyes que rigen al comportamiento y la mente, están entrenados
para ayudar a su paciente a que enfrente los problemas de la vida con diferentes estrategias o
conceptos. Tanto para conocer el origen de una dolencia (en el caso de las corrientes psicoanalíticas)
como el adiestramiento para vencer sentimientos y tendencias (en las corrientes conductuales), así
como en otras escuelas, los psicólogos tutorean a sus pacientes hacia la madurez y la autodeterminación
equilibrada.
Con frecuencia, los psiquiatras tratan farmacológicamente a sus pacientes, a la vez que
comparten el tratamiento con la asistencia de psicólogos para que, sobre una buena base química, el
paciente aprenda a regular su vida y tornarla más agradable, con la obvia resolución de problemas y
conflictos.
Podemos contar con otros trabajadores del área de la salud como consejeros, paramédicos,
asistentes o psicólogos sociales y varios más. Es sabio mantener una agenda con sus nombres y
teléfonos a la mano, porque con toda seguridad lo necesitaremos.
Por último, un grupo que jamás deberíamos olvidar en la acción honesta de derivar, son los
creyentes a quienes podemos confiar nuestros orientados, para que ejerzan la tutoría sobre ellos. Luego
de los primeros auxilios en los heridos del alma, y las sucesivas verificaciones de su estado, cualquier
creyente maduro y consagrado puede acompañar en la tarea de ayudar a caminar en la vida al que ha
buscado consejo. Recordemos que “derivar” no es abandonar a la suerte de otros. El buen samaritano
de la parábola derivó, pero no se desentendió del problema ni abandonó su compromiso para con el
herido.
Cuándo derivar a un especialista de la salud
Gary Collins4 presenta una acertada lista de manifestaciones que nos dejan en la incompetencia.
4
Gary Collins “Personalidades quebrantadas”, Editorial Caribe, Miami, Fl. s/f pág. 15

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1- Encabeza la lista la serie de quejas infundadas e inespecíficas de alguien que busca ayuda.
Cada vez que una persona se queja de malestares físicos que no poseen explicación clínica,
enfrentamos, probablemente algún trastorno ajeno a nuestra posibilidad de ayuda.
2- No solo las quejas físicas entran en esta categoría. Los que manifiestan permanentes
descontentos con sus semejantes, su situación, su familia, su vivienda y más, dejan en relieve que su
problema no radica en lo que aluden, sino en un estado cercano a las alteraciones mentales.
3- Algunos indicadores psicológicos deben ocupar nuestro conocimiento para descubrir
problemas serios. Entre ellos, la agresión frecuente hace sonar una alarma importante. Todo el que se
muestra agresivo en sus palabras o acciones debe derivarse a profesionales que lo traten. La agresividad
no se presenta sólo hacia terceros sino que puede dirigirse al mismo individuo, lo que con más urgencia
nos sugiere recomendar a un profesional. Últimamente, la violencia familiar cobró muchísima
importancia al punto que en casi todos los países encontramos carreras universitarias para tratar el
tema.
4- Las personas que se retraen reiteradas veces representan el típico caso de graves problemas.
Todos sentimos la necesidad de aislarnos un poco de los demás y estar solos. Por lo general esto
coincide con períodos depresivos o de autocrítica. Pero si tales manifestaciones se repiten en frecuencia
e intensidad exageradas, no perdamos más tiempo.
5- Los mecanismos de defensa, de los que más adelante hablaremos en detalle, son reacciones
que desarrollamos para evitar un quebranto anímico. Frente a una circunstancia amenazante a nuestra
autovaloración o imagen echamos mano a algún mecanismo que “amortigua” la realidad para darnos
tiempo a digerirla. Sin embargo, el uso excesivo, injustificado y sostenido de tales mecanismos revela
que el razonamiento del individuo se encuentra distorsionado.
6- Los trastornos en la percepción también se presentan con frecuencia en personas que
necesitan tratamiento especial. Nuestra mente recibe un determinado estímulo a través de nuestros
cinco sentidos. El reconocimiento del objeto que produce el estímulo lleva el nombre de “percepción”.
Podemos sentir un ruido en el cuarto contiguo, pero la percepción se encarga de reconocer que se trató
de ropa mal colgada que se cayó o un espíritu maligno.
Entre los trastornos perceptivos tenemos a la reducción o el aumento de la sensibilidad. Una
persona a la que los ruidos le molestan más que de costumbre, o que ya no los siente, acusa una
dolencia importante.
La percepción torcida merece una explicación especial. Todo estado emotivo intenso distorsiona
a la percepción. Se cuenta de un joven que murió en el cementerio por jugar una apuesta con otro de
animarse a clavar un cuchillo en medio de unas tumbas abandonadas. Con bastante temor enterró el
arma y al echarse a correr sintió que alguien tiraba de su sobretodo. El terror superó la resistencia de
ese corazón. A la mañana encontraron su cuerpo inerte y su abrigo inexplicablemente clavado en la
grama con un puñal.
7- Las personas que malinterpretan lo que ocurre o lo que se dice están con problemas de
percepción que revelan problemas mayores. El ámbito evangélico pentecostal es un caldo de cultivo
para las percepciones distorsionadas de personas que confunden su enfermedad con cosas que Dios les
muestra.
8- Las alucinaciones pertenecen a la más severa de las percepciones torcidas. Otra vez nos encontramos
con la lucha entre la fe, la buena voluntad y la ingenuidad. Los individuos que ven lo que otros no ven
pueden ser profetas, locos o mentirosos. Ciertas drogas se comportan como alucinógenos, también
algunas enfermedades o episodios febriles sumen al individuo en un estado de semi-

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inconsciencia en el que la aparición de personas, cosas o traslados del cuerpo no son raros. Sin embargo,
cuando alguien que nos visita para consejo relata más de una visión acompañada de otros síntomas,
estemos alertas.
9- El pensamiento pervertido es otro signo de alarma para nuestra tarea. No se trata de ideas
sexualmente perversas, sino de la secuencia de ideas que nada tienen que ver con la realidad. Cuando
una persona relata contenidos sin sentido lógico, o incoherencias, es probable que necesite ayuda
profesional. Otras veces, al encontrar una progresión vaga de ideas o salto de un tema a otro dentro de
un mismo discurso, estamos frente a un tipo de pensamiento pervertido.
10- En el área de las expresiones emocionales también podemos hallar señales suficientes para
derivar un caso.
Por ejemplo la inexpresión, donde el individuo se comporta casi catatónico, merece su atención.
Cuando una persona se encuentra en sus cabales, su área afectiva funciona. De esta manera, cualquier
situación fuerte desata una serie de reacciones claramente visibles. El llanto, los ojos humedecidos,
arqueo de cejas o entrecejo fruncido, rubor o palidez súbitos y muchos otros gestos demuestran que la
persona siente. Pero alguien que permanece inmutable ante el dolor ajeno o las propias tribulaciones
nos avisa que su área cognitiva le impide comprender una situación y en consecuencia sentirla.
Tal vez, lo contrario, en cuanto a manifestaciones son los estados eufóricos. Todos
experimentamos euforia en determinados momentos de alegría intensa o después de una adecuada
resolución de una lucha. Pero las euforias inexplicables o infundadas, y a veces cíclicas nos deben
preocupar al punto de buscar ayuda de algún profesional.
Las depresiones están al orden del día en la población. Hay edades muy vulnerables para los
estados depresivos. También debemos contemplar que los problemas de la vida nos sumen en estados
depresivos que deberían resolverse con el correr de los días o semanas. Pero tenemos casos en los que
las personas dicen tenerlo todo, que no les falta nada en la vida, pero enfrentan una inexplicable e
intensa angustia. No dudemos en derivar estos casos, así como los de angustia profunda por alguna
causa tangible, porque, de no actuar con responsabilidad, podríamos caer como culpables de un
suicidio.
Si se pudiese realizar un gráfico de los estados de ánimo de una persona en relación al tiempo,
hallaríamos una línea suavemente ondeada. Nuestro organismo, compleja creación de Dios, cuenta con
todo tipo de substancias que viajan en nuestra sangre, capaces de alterar el ánimo cuando su
proporción cambia. Las buenas y las malas noticias hacen lo suyo. Sin embargo, cuando una persona
experimenta distancia elevada entre la onda superior y la inferior, estamos frente a un trastorno que se
podría aliviar con ciertos medicamentos. No se puede tomar a la inestabilidad emocional a la ligera.
La falta de ubicación en identidad, tiempo y espacio es un nítido aviso de gravedad que sin duda
alguna demanda la búsqueda de un médico especialista.
Las últimas señales que mencionaremos, dentro de las expresiones emocionales ineficientes son
la culpa, el miedo y la ansiedad infundados. Hace varios años, un joven muy sumiso, que estudiaba en la
universidad me consultó porque tenía “problemas espirituales”. Cuando indagué en qué consistían sus
problemas, descubrí que presentaba un altísimo grado de ansiedad. Oramos, por los exámenes que
debía rendir en sus estudios y pareció calmarse, pero a la semana me llamó por teléfono porque tenía
miedo de “haber blasfemado contra el Espíritu Santo” en algún momento de su infancia. Traté de
explicarle en qué consistía la blasfemia, pero su terror no menguaba. Le aconsejé que fuese al médico a
hacerse un chequeo (porque hablarle de un psiquiatra en ese tiempo hubiese sido suficiente como para

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insultarlo). A los pocos días supe que estaba en manos de un especialista que pudo contener ese brote
de sicosis y ayudarlo a tener una vida más o menos normal.
11- Dentro de la actividad motora se puede advertir la hora de derivar.
La hiperactividad, donde la persona es incapaz de dejar sus piernas o manos tranquilas, presenta
tics exagerados, necesita pararse, caminar mientras habla con nosotros o desarrolla cualquier otra
acción compulsiva, nos muestra un daño que no podemos solucionar.
Seguramente brota de nuestra mente la posibilidad de encontrarnos con un endemoniado.
¿Cómo diferenciar un problema mental de uno espiritual?. Algunos facilistas nos dirían que los
endemoniados no pueden mencionar el nombre de Jesús, o cosas por el estilo. Pero hay personas
maníacas que sienten aversión por lo religioso, debido a malas experiencias del pasado o cosas
semejantes.
Si somos ministros de Jesucristo no menospreciemos los recursos espirituales, entre ellos el
discernimiento de espíritus o palabra de ciencia para conocer bien lo que pasa.
Así y todo necesitamos considerar qué ocurre con los endemoniados y su actividad motora. En
una buena parte de los casos que enfrentamos, pareciera que las manifestaciones violentas de un
endemoniado son consecuencia de la lucha interna entre el individuo que quiere ser liberado y el
demonio que no quiere salir. Esto explicaría algunos de los casos de los Evangelios. Tampoco
descartemos que los demonios buscan cobrar relevancia para distraer. Como sea, la oración, aunque
terminemos derivando a una persona, es infaltable en el consejero.
Párrafos atrás mencionamos la catatonia. Quien la protagoniza se muestra totalmente
paralizado, sin siquiera pestañar. De más está decir que, toda consejería con quien se comporta como un
muñeco, sirve para nada.
Por último, entre las señales motoras de enfermedad, la actividad compulsiva posee su
importancia. Personas que repiten mecánicamente cierto movimiento necesitan ayuda profesional
especializada.
12- Collins5 añade a la completa lista de casos que necesitan derivarse, a la desorientación, los
comportamientos extraños y algunas señales sociales como el fanatismo. Un seminarista, que al poco
tiempo de terminar sus clases desarrolló una serie de acciones violentas que lo condujeron a una
internación, solía guardar la fruta que sobraba de sus almuerzos en su valija, y se levantaba por las
noches a comerla en un rincón. Lamentablemente supimos de su comportamiento previo, cuando uno
de sus compañeros, enterado de su internación se animó a contarlo.
Antes de finalizar con este capítulo haremos una descripción de las tres categorías del
sufrimiento anímico: Las crisis, las neurosis y las sicosis. En la actualidad se trata de evitar el uso de las
últimas dos palabras, más bien relacionadas con el freudianismo, pero nos sirven para comprender los
niveles de gravedad. La neurosis se relaciona más bien con el aspecto afectivo de las personas y es
tratable con perspectivas de cura. En cambio la sicosis se vincula al área cognitiva de las personas y su
tratamiento es paliativo en la mayoría de los casos. Esto no significa que los sicóticos no experimenten
problemas afectivos o que pierdan el total sentido de la lógica.
CRISIS SIMPLE
1. Se trata de situaciones en las que las personas, por lo general necesitan orientación o apoyo.
2. Se deben a problemas agudos que se resuelven

5
Collins, Loc. Cit.

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3. La tarea pastoral ayuda a aliviar el dolor y encontrarle un sentido a lo que ocurre.


4. La labor pastoral afianza en la fe al individuo.
5. Casi nunca hace falta la derivación
NEUROSIS
1. Casos de sufrimiento intenso
2. Pérdida del sentido de la vida
3. Incapacidad de disfrutar de los bienes de esta vida
4. Pensamientos y deseos recurrentes
5. Angustias incontrolables
6. Sentimientos intensos de culpa
7. Ansiedad constante o frente a determinadas situaciones que no la ameritan
8. La persona es consciente que necesita ayuda
9. La persona teme enloquecer
10. Mantiene la sensibilidad hacia los problemas ajenos
11. Puede ocuparse de sus asuntos
12. Algunas pocas veces no es necesaria la derivación
13. Cuando la derivación es necesaria, no abandonar el respaldo y la consejería espiritual
14. A veces es necesaria la medicación
SICOSIS
1. Pérdida del sentido de identidad, tiempo y/o espacio
2. Inestabilidad profunda en el ánimo: de la euforia a deseos de quitarse la vida 3.
La persona puede representar un peligro a la sociedad, su familia o a sí mismo 4.
Instalación de pensamientos carentes de lógica
5. Alucinaciones o falta de límites entre la realidad y la fantasía
6. Insensible a los problemas ajenos
7. No puede ocuparse de sus asuntos normalmente
8. La derivación es obligada
9. Hace falta medicación con permanente monitoreo médico
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CAPÍTULO 3: LAS RAZONES DEL COMPORTAMIENTO HUMANO

Dos indicadores ponen en relieve el estado de una persona: lo que esta siente y lo que hace.
Cualquier anomalía de alguna de ambas situaciones conduce a solicitar ayuda. Afortunadamente, nada
llega sin razones. Se puede conocer en buena parte, alguna raíz del estado presente de un individuo.
La tarea pastoral, de ninguna manera debe usurpar, como varias veces dijimos, al rol de los que
se han preparado debidamente en la psicología. Pero, sin perjuicio de lo anterior, algunos elementos de
la ciencia nos permiten realizar mejor nuestro trabajo. Así como un abogado penalista debe conocer
algo de medicina forense para establecer una defensa, los pastores necesitamos instruirnos en todo lo
que coadyuve en una buena consejería.
¿Por qué necesitamos saber el origen de un determinado malestar en nuestro aconsejado?
Porque conociendo dónde se gestó (o las raíces del padecimiento actual) comprenderemos el sistema (o
las vivencias y creencias) que sostiene al síntoma que se nos presenta. No solamente asimilamos de
manera sistemática lo que en la escuela nos enseñan. Aprendemos a hablar, sentir, comportarnos e
insertarnos en la sociedad en la que vivimos. Durante la niñez, son los padres y seres más cercanos,
quienes moldean en el sujeto una serie de conceptos, que integrarán luego su personalidad. Justamente,
algunos aprendizajes, que resultan de una determinada percepción de las vivencias o errores
transmitidos, se vuelven dañinos en relación con el entorno y realidad presente. Muchos sostienen, y en
gran manera tienen razón, que si detectáramos los malos aprendizajes o percepciones de un individuo
sufriente, podríamos reeducarlo (o reprogramarlo en términos cibernéticos) y lograr así su perfecta
adaptación al medio en el que se encuentra.
La ciencia descubrió, gracias a las imágenes computarizadas, que en nuestro cerebro, las
experiencias vividas y lo que de ellas sintetizamos se deposita en niveles muy profundos y crea un
verdadero “mar de fondo”. Algunos de estos eventos se pueden recordar con bastante precisión, pero
difícilmente se pueden alterar las actitudes hacia los mismos. Un fuerte estado emotivo, alguna droga o
la hipnosis logran que “floten” esas vivencias profundas. Una vez sacadas a la superficie se pueden
modificar para guardarse de una manera adecuada.
Como sea, si los ministros pudiésemos conocer un poco más de la historia de alguien que pide
ayuda, advertiríamos qué ideas equivocadas o destructivas amenazan su integridad. Allí sabríamos,
entonces, contra qué enseñarles a defenderse y luchar.
Todo comportamiento humano posee una causa y una razón. De nada vale que obliguemos a
una persona a dejar de enojarse por tener su billetera vacía. Sólo lograremos que aprenda a disimular su
disgusto y consumirse por dentro. En cambio, si por ejemplo, advirtiésemos que ese individuo
experimenta un alto grado de ansiedad frente a la ausencia de dinero porque sufrió grandes privaciones
en su niñez, y entendiésemos que muchos enojos en realidad son irritabilidad e intolerancia por altos
estados ansiosos, podríamos ayudarlo a quebrar la cadena de sentimientos que lo conducen a ello.
Simplemente, el comprender que las experiencias de la vida difícilmente se repiten, que con las fuerzas
del Señor podemos adaptarnos a cualquier circunstancia y que, ni un cabello de nuestra cabeza cae sin
la permisión del Señor, se transforma en un arma importante contra la ansiedad.
Cuando alguien reconoce que su sentimiento o acciones perjudiciales responden a un patrón
erróneo, probablemente deje de justificarse y comience a elaborar una estrategia de control y
entrenamiento.
Veamos, entonces las razones por las que alguien llega a estados de sufrimiento.

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Podríamos clasificar al ser humano de acuerdo a cuatro áreas que componen su ser. La
biológica, la psicológica, la social y la espiritual. El área biológica comprende el funcionamiento de todo
su cuerpo. El cerebro juega un papel importante, pero no menos las glándulas y la constitución física en
general. La psicológica se relaciona con su razonamiento, afectos, memoria y voluntad. La social abarca
toda vinculación del individuo con sus semejantes. Finalmente, la espiritual toca la relación que la
persona posee con Dios.
Cualquiera de estas cuatro áreas influye en los sentimientos y en el comportamiento del
hombre. Pero a su vez, se combinan dos tipos de factores en los que estas áreas interactúan. Estos son
los de predisposición y los desencadenantes. Los primeros crean condiciones más o menos propicias
para determinadas reacciones. Luego, los factores desencadenantes son los sucesos más recientes de un
individuo, que lo llevan a la ejecución de las mismas reacciones.
Para ejemplificar el párrafo anterior diríamos que, una pared levantada con una mala mezcla de
cemento será muy frágil. A esta condición la llamaríamos “factor de predisposición”. Como se veía al
muro bastante sólido, un muchacho de gran porte decide treparlo, lo que ocasiona un derrumbe. Esta
acción del joven recibiría el nombre de factor desencadenante.
Análogamente al ejemplo de la pared, todo aconsejado llega a la oficina del pastor con una
predisposición que, combinada con eventos precipitantes, le ocasionaron algún tipo de quebranto. En
mis más de treinta años de ministerio pude advertir verdaderas fisuras tempranas en personas que
parecían felices y desinhibidas que, con el correr de los años y algún suceso adverso, ocasionaron un
derrumbe en su ánimo.
Conocer los factores de predisposición representa una gran ventaja porque ayuda a prevenir los
“puntos vulnerables” de un individuo. El pasado de las personas revela bastantes de esos sectores
débiles y permite armar una estrategia coherente. Casi siempre intentamos armar nuestra propia
defensa contra esas grietas. Pero la carencia de objetividad y los pensamientos viciados, por no salir de
nosotros mismos, impiden que la esta sea equilibrada, coherente y benigna.
Analicemos, entonces, los agentes que predisponen para cada una de las áreas citadas.
1- Dentro del área biológica, la herencia constituye un elemento importantísimo. De hecho, se
sabe que la esquizofrenia, una patología grave, se puede transmitir genéticamente. Sin ir tan lejos, las
tendencias que los padres poseen se transmiten a sus hijos. Siempre resulta favorable pedir a los
aconsejados una semblanza de sus progenitores.
Como anteriormente decíamos, la constitución física y el sistema endocrino (las glándulas)
influyen considerablemente en el temperamento de las personas. Aunque la teoría de los cuatro
temperamentos de Hipócrates carece de validez, es innegable que la química de nuestro organismo
influye en el ánimo y hasta alguna vez se estudió acerca de la relación entre el temperamento y la
fisonomía de los humanos.
Las discapacidades y lesiones adquiridas juegan un rol destacable en la formación de la
personalidad. Quienes los padecen desarrollan una autoimagen particular y una manera propia de
asumir sus limitaciones y la lucha para salir adelante.
2- En el área psicológica hallamos diversos factores. Uno de ellos tiene que ver con el modo de
crianza. El descuido maternal afecta sensiblemente al desarrollo psicológico de los niños, aunque
parezca que por su temprana edad no lo advierten. Dejarlos llorar, sin satisfacer las necesidades básicas,
genera en la mente de los niños una sensación de miedo y abandono que tiende a perpetuarse con el
correr de los años. Los pediatras advierten que los estados de angustia, enojo o ansiedad, más o menos

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prolongados de los padres, son demasiado bien percibidos por sus bebés. Espasmos, irritabilidad y llanto
suelen ser indicadores de fuertes tensiones en el grupo familiar.
De la otra cara de la moneda, la absorbencia paterna despersonaliza a los niños al punto de
“sembrarles” en su mente que su razón de ser son sus mismos padres y nada más. Los padres
demandantes, a veces creen que simplemente están estimulando a sus hijos, pero en realidad los están
usando para sus necesidades de atención y afecto insatisfechas. Todo eso influye en el desarrollo de
cualquiera y se transforma en un punto vulnerable.
Las malas relaciones con los progenitores del sexo opuesto son causal destacado en los futuros
desajustes matrimoniales. Asimismo, los inconvenientes con la identidad sexual refieren a vinculaciones
disfuncionales con una o ambas figuras paternas.
El perfeccionismo de los que ejercen el tutelaje y las consecuentes exigencias desarrollan
angustia a largo plazo de los individuos. Muchos consumen demasiadas energías en sus actividades
sociales porque sienten que “rinden examen” ante sus semejantes. El estrés consecuente será
inevitable.
Los hogares mal constituidos, los monoparentales y las malas relaciones intrafamiliares se
encuentran entre los factores psicológicos de predisposición también. Podríamos sumar a la lista todo
trauma en la niñez, aprendizajes inadecuados y las mismas diferencias individuales de percepción.
3- Collins6 continúa el cuadro con los factores sociológicos.
La primera línea destaca a las ocupaciones o profesiones. Cierto estudio basado en las encuestas
a diversos trabajadores arrojó el dato que los más felices en la vida tenían la ocupación de ayudar a los
demás, indistintamente de sus ingresos económicos. Los ministros religiosos encabezaban la lista, les
seguían los bomberos, y de ahí en más todos los que tenían la posibilidad de cambiar el destino de las
gentes para bien. Al extremo final se hallaban los abogados y empleados públicos.
Existen tareas muy expuestas a diferentes presiones. Se pueden observar ocupaciones muy
ingratas. Todos los que componen las fuerzas de seguridad se enfrentan a menudo al peligro y su trato
se vincula con dos extremos: sus autoridades exigentes, por un lado, y los marginales por el otro. En la
época en que vivimos, los docentes de determinadas comunidades deben tratar con un ambiente hostil
mientras ellos mismos han sido despojados de todo poder frente a manifestaciones de insolencia.
Como sea, la actividad laboral de cada cual puede darnos pistas sobre los posibles problemas
que debe enfrentar.
Las clases socio-económicas componen, también, el cuadro de los factores sociológicos. Se sabe
que la bulimia y la anorexia se manifiestan por lo general en las zonas urbanas pobladas por las clases
media y alta. Como contrapartida, algunos grupos de indigencia han perdido su dignidad y en
consecuencia se volvieron más propensos a la drogadicción, la delincuencia y la promiscuidad sexual.
Aquellos que simplemente creyeron que la buena moral podía servirles para progresar en la vida, se
decepcionaron y ya no les importa nada, hicieron de sus miserias humanas un sistema primitivo de
subsistencia en la vida del que se sienten orgullosos.
El género también ocupa un lugar importante. En los países donde la desigualdad sexual se
advierte marcada, la depresión y los sentimientos de culpa están a la orden del día.
No podríamos olvidar la incidencia del estado civil como factor de predisposición a nivel social.
Un hombre casado posee la carga, sobre sus hombros del bienestar y provisión de su familia. Sin

6
Collins, Op. Cit. pág. 14

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embargo, los hombres solteros de edad avanzada, como así los que han quedado solos por diversas
circunstancias de la vida, enfrentan otro tipo de situaciones.
Para finalizar en el área sociológica, el aspecto religioso tiene que ver muchísimo en lo que a
predisposición se refiere. Los que se vinculan a la brujería y religiones que fomentan la lascivia,
adquieren un desorden en sus valores y relación misma con Dios, que perjudican sensiblemente su
equilibrio emocional. Por otra parte, aquellos que adoptaron algún sistema religioso lleno de prejuicios,
irracionalidades y permanente represión en las acciones y pensamientos, suelen presentar profundas
neurosis.
A su vez, los que han experimentado la gracia de Dios, su amor y cuidados se desarrollan muy
sanos.
4- Como el hombre es un ser bio-psico-socio-espiritual, valga el neologismo, no puede ignorarse
el área de su espíritu, es decir su relación con Dios. La incredulidad, según afirma Collins7, genera una
sensación de desamparo y temor, capaz de enfermar al más fuerte. La carencia del sentido de la vida
sume al humano en el despropósito y consiguiente hedonismo. La ausencia de Dios en la existencia y su
propósito, trae resultados impredecibles, pero siempre definitivamente malos en la mente.
Aunque se pueden reconocer con más facilidad a los factores desencadenantes en una
determinada dolencia, debemos distinguir al menos, a los más importantes, para ayudar a las personas a
establecer una estrategia positiva, en el Señor. Además, mirar con los ojos del Espíritu a una experiencia
traumática, nos eleva de nuestro pozo y permite una visión panorámica y despejada de la situación para
cambiar la actitud.
1- En el área biológica, el descanso y la alimentación deficientes, durante un tiempo más o
menos prolongado, suelen detonar crisis. En el seminario en el que sirvo, desde hace unos 26 años, me
ha tocado observar a jóvenes que luego de someterse a la tensión propia de la época de exámenes, en
la que poco se duerme y mal se come, estallaron en brotes sicóticos y conductas antisociales.
Obviamente, la predisposición existía patente en aquellos casos.
Las diversas enfermedades hacen lo suyo. Cualquier infección altera el humor de una persona. El
mal funcionamiento de una glándula podría hacer creer a un creyente que su vida espiritual es una
sequía. Pero así es el organismo: Posee la capacidad de alterar el ánimo y la tendencia de los
pensamientos. Ni qué pensar de las afecciones físicas que dejan a las personas al filo de la muerte, o al
menos les hacen tomar conciencia de lo frágiles y volátiles que son. Las mutilaciones y las postraciones
temporales o permanentes precipitan estados de angustia y sufrimientos, luego de los cuales no somos
los mismos. Si la lesión se produce en el cerebro, la complejidad de problemas es mayor aún.
No podemos ignorar que los agentes químicos hacen lo suyo también. Desde el alcohol hasta un
medicamento recetado, pasando por las drogas ilegales son responsables de ocasionar alteraciones en
el comportamiento y pensamiento.
Se cierra la lista de los factores biológicos desencadenantes con los cambios de etapa a lo largo
de los años. Los pasos de la niñez a la pubertad, de allí a la adolescencia y de la vida adulta a la senilidad
no son sólo nuevas hojas en el almanaque. El organismo funciona distinto, algunas glándulas cambian su
producción de hormonas y las personas experimentan dificultades que las llevan a buscar ayuda en un
consejero.
Un muchacho preocupado por sus sueños eróticos acompañados de poluciones nocturnas
hallará alivio frente a un consejero que sabe que su sistema reproductor llegó a su mayor capacidad, y

7
Collins, Loc. Cit.

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que esto influye en lo referido. Si se entrevistase con quien ignora esta etapa, podría desarrollar el
pensamiento de que se encuentra poseído por quién sabe qué demonio. De más está decir las
consecuencias. Una mujer que circunda el medio siglo sufrirá sensaciones y estados de ánimo que
podrían alterar su relación matrimonial, de no contar con un buen asesoramiento. Los hombres también
sufren cambios biológicos en sus años de madurez. Cambios de los niveles de testosterona pueden
causar lo que a veces se llama “andropausia”. Algunos síntomas incluyen padecer de fatiga, pérdida de
energía, y no tener la misma agilidad física que antes tenía. Un buen consejero puede ayudarlo a
entender esas nuevas etapas biológicas.
2- A nivel psicológico, los agentes de tensión detonan alteraciones importantes. Aunque más
adelante hablaremos a detalle de todo ello, al menos identifiquemos los tres tipos más relevantes: las
presiones, los conflictos y las frustraciones. Las primeras consisten en circunstancias o personas que
obligan a actuar de determinada manera, en contra del gusto o voluntad. Los conflictos, en cambio, son
diferentes alternativas a escoger. Bien suele llamárseles “encrucijada”, porque el individuo sabe que una
mala decisión le representará más pérdidas que beneficios. Las frustraciones se dan cada vez que una
expectativa no se cumple. Si la frustración se relaciona con elementos que ocupan un alto lugar en la
escala de valores, la tensión que se genera es mayor.
3- En el área sociológica se presentan múltiples factores definitorios. Sin dudas, las tragedias de
la vida, las guerras, las catástrofes y los accidentes ocupan un lugar prominente. Las modificaciones en el
estado civil de las personas suelen dejar efectos trascendentes.
Las pérdidas y las reestructuraciones en la escala social hacen lo suyo respecto a las afecciones
del alma. Otras veces las tensiones propias de determinadas ocupaciones o profesiones socavan el
ánimo de las gentes. Finalmente, los cambios en las responsabilidades de la vida suelen ser un elemento
desequilibrante de la psiquis.
4- Finalmente, el pecado, la culpa y la falta de comunión con el cuerpo de Cristo forman parte de
los factores desencadenantes espirituales de una personalidad quebrantada.
Cada vez que el consejero escucha a un individuo sufriente, deberá evaluar y reconocer cómo ha
sido su historia para interpretar la manera en la que el aconsejado percibe al pasado inmediato. A su
vez, las carencias y traumas de la niñez revelarán la sensibilidad que las personas hacia determinadas
situaciones.
Para decir lo anterior en otras palabras, la manera en la que un humano percibe a su presente,
depende, en gran parte, de lo que aprendió de sus vivencias pasadas.

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CAPÍTULO 4: LA VISIÓN INTEGRAL DEL ACONSEJADO

Como afirmamos en el capítulo anterior, conocer los aspectos vulnerables o factores de


predisposición de alguien, es, en cierta manera, “encontrar la punta del ovillo”. Asimismo, informarse
sobre el o los acontecimientos que desencadenaron el daño resulta provechoso para enseñar la manera
de atacar al problema. Pero no podemos basarnos solamente en lo que el aconsejado nos relata.
Precisamos recabar toda la información posible, aún de lo que no nos dice quien pida ayuda. Para ello
será de utilidad repasar varios aspectos.
En la era de las sopas y los cafés instantáneos nos encantaría “escuchar, hablar y despachar” al
creyente que solicita nuestra asistencia. Pero si el plan de redención llevó años de historia antes de
culminar en Cristo, y nosotros mismos hemos necesitado que Dios nos prepare por tiempo antes de
recibirlo en nuestro corazón, no podemos esperar menos de dos sesiones para orientar debidamente a
un atribulado.
Por lo general, la primera sesión posee limitaciones aunque resulta clave para el desarrollo de la
consejería. En esta el aconsejado libera sus tensiones. Llega por lo común con un nudo de sentimientos y
pensamientos que se presentan desordenadamente. Es frecuente que la persona se diga en voz alta:
“¿Por dónde empiezo?”. Allí probablemente llore y descargue sus emociones de manera grotesca. Los
odontólogos saben muy bien que no pueden extraer una muela infectada, porque su remoción
desparramaría los gérmenes. Antes tratan la infección con antibióticos y antiinflamatorios para luego
proceder a la extracción. Análogamente, las personas buscan a un ministro cuando se sienten
desbordadas e impotentes. Habitualmente esto ocurre cuando su mente y corazón se hallan inflamados.
Armémonos de paciencia y entendamos que aquellos son momentos sagrados y clave para ayudarle a
ordenar su mente, y así “desinflamarla”.
Otros pacientes, en cambio, llegan tomando excesiva distancia prudencial por temor a la
reacción del consejero al dejar en evidencia sus problemas, fallas y vergüenzas. La cautela con la que se
acercan incluirá resistencia a toda sugerencia que podamos proporcionar. Nadie en la vida acepta
consejos de desconocidos de primera mano.
Para uno y otro caso, nuestra franqueza y predictibilidad acercarán las partes. Asimismo, la
actitud que manifestemos podrá infundir nuestro amor y aceptación hacia el orientado o nuestro
rechazo e impermeabilidad.
Cada vez que el doliente se siente comprendido, amado, aceptado, y en especial oído por el
pastor, se habrá logrado el punto óptimo para un diálogo fructífero.
Para mirar desde otro ángulo lo expresado, digamos que la primera sesión básicamente,
establece las reglas de juego sobre las que se desarrollarán las sucesivas entrevistas. Con que logremos
esta meta en el primer día, démonos por satisfechos. Sin embargo podemos adelantar algunos otros
elementos de utilidad que permitirán conocer el perfil del aconsejado.
Imposible de obviar es el género. Hombres y mujeres poseen diferente naturaleza, diferentes
propensiones y distinta crianza. La manera en la que se exponen a la sociedad también difiere.
Posiblemente, un hombre sienta mayor preocupación por satisfacer su necesidad de poder que por la
necesidad de seguridad. Una mujer suele dar mayor atención a la seguridad que a cualquier otra
ambición.
Cada edad enfrenta sus diversas problemáticas. Los adolescentes se concentran más en el futuro
inmediato que en el lejano. Los adultos suelen medir las consecuencias con mayor anticipación.

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La inclusión de la edad del orientado, en la base de datos que el pastor lleva, contribuye a un
tratamiento más detenido en los aspectos propios de esa etapa.
Otro factor dignísimo de tenerse en cuenta es el estado civil. Las estadísticas advierten que las
depresiones y los suicidios aumentan su índice entre los solteros y aún más entre quienes se encuentran
solos luego de haber conocido la vida matrimonial. Las entrevistas con una mujer casada tendrán más
probabilidades de tratar sobre asuntos matrimoniales o maternales antes que los de otra índole.
Por otra parte, la situación familiar en la que se encuentra el aconsejado revelará muchísimo el
origen de sus padecimientos. ¿Es una familia disfuncional? ¿Viven sus padres? ¿Se trata de una familia
armoniosa? ¿Existe violencia familiar? Son todas preguntas a las que deberemos hallar la respuesta.
El grado de instrucción del orientado arroja innumerables datos sobre el perfil de este. Las
personas de escasa preparación podrían ignorar la previsión a largo plazo. Algunas de ellas han
sucumbido a sus deseos inmediatos, porque no les inculcaron una cultura de responsabilidad. Las
personas que en las ciudades de grandes adelantos mantienen un bajo nivel escolar, suelen ser
consecuencia de padres que no se interesaron en su futuro, lo cual dejará huellas imborrables.
Cada ocupación posee sus riesgos y ventajas. Las posibilidades de que un bombero sufra
accidentes relacionados con su abnegada labor siempre serán más, porque su tarea representa grandes
riesgos. Se sabe que los docentes se exponen a condiciones muy poco salubres. La resistencia de los
niños para acatar de buena gana las indicaciones, la condescendencia de los padres hacia sus hijos, las
presiones de sus autoridades, las políticas de turno, y cuanta complicación surja ejercen un deterioro
sobre quienes adoptaron la vocación de la enseñanza. Para un orientador, el conocer la ocupación de los
individuos que trata, le ayudará a familiarizarse con sus particularidades.
Algunas corrientes filosóficas tratan de introducir el concepto erróneo de que somos producto
de nuestro entorno. Aceptar tal afirmación significaría ignorar el alto grado de responsabilidad que
tenemos de nuestros hechos. Más bien somos producto de un sinnúmero de factores, de los cuales
nuestra voluntad ejerce una importante influencia. Pero no podemos ignorar que la comunidad en la
que nos encontramos influye en nosotros con su escala de valores y principios.
Los corintios no podían entender por qué Dios condenaba la fornicación. Ellos se habían criado
al pie de una altiplanicie en la que se erigía el templo de una de las diosas más importantes de su
cultura. En aquel templo, se cree, más de mil sacerdotisas ejercían la prostitución y todos los hombres
de la ciudad concurrían a rendirle culto a Afrodita por medio de la práctica sexual con aquellas
muchachas.
Paralelamente, los judíos que allí residían se escandalizaban de semejantes prácticas, y no había
manera de que entendiesen a los naturales de Corinto. Sin dudas, el conocimiento del entorno de quien
orientamos, aportará datos valiosos para dibujar su perfil.
Quizás parezca redundante, pero la historia del aconsejado también sirve para conocerlo con
mayor profundidad. Su pasado revelará cualquier factor de predisposición y también lo que
desencadenó su problema. Las experiencias sobresalientes que haya vivido forman parte de esa historia.
Todo hecho que el aconsejado puede evocar, seguramente influyó en su ánimo y forma de percibir la
vida. Si lo recuerda… es simplemente porque lo afectó.

Las preguntas que debemos hacer


Muchas de las preguntas que haremos son más que obvias, pero no por eso las evitaremos.

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La primera de ellas: ¿Cuál es el motivo de la entrevista?, conduce directamente a la molestia con


la que el individuo carga. Habrá ocasiones en que la respuesta no será sincera por razones
anteriormente citadas. Pero debemos comenzar de alguna manera y el diálogo allí se iniciará.
¿Desde cuándo se encuentra así? ¿A partir de qué experiencia? Son dos preguntas en una que
guiarán al paciente a descubrir el factor precipitante de su estado de ánimo. No olvidemos que en el
ejemplo del muchacho sobre el muro, este último se cayó, porque había una falla en su construcción.
Nuestra habilidad y discernimiento espiritual guiarán al descubrimiento de todo mar de fondo que haya
contribuido a los efectos indeseados.
En algunas ocasiones podríamos identificar como factor desencadenante a una experiencia que
en realidad no precipitó absolutamente nada. Basta con preguntar: ¿Es la primera vez que le ocurre? Si
la respuesta es negativa, habrá más trabajo por delante hasta saber qué inició el problema.
De ninguna manera debemos catalogar a estas preguntas como un interrogatorio policial, y
menos asociarlas con las que un médico nos hace mientras elabora la ficha clínica. Nuestra tarea se
concentra en ayudar al aconsejado a que halle junto a nosotros la punta del ovillo. Así y todo, debemos
distinguir lo que dice de lo que en realidad quiere decir. Esto es: prestar atención a su lenguaje gestual y
a las omisiones. Los que a nosotros acuden por ayuda no son expertos en lengua y gramática. La
precisión de las palabras no importa. Desarrollemos el arte de escuchar más allá de lo que oímos.
La sabiduría de las preguntas
Toda información que recopilemos se basará en los dichos del aconsejado. Pero poco nos dirá de
su pasado e íntimos pensamientos si no sabemos preguntar. Nuestros interrogantes deben ser lo
suficientemente ambiguos como para que el paciente escoja, entre un abanico de posibilidades a
responder, lo que considere más significativo.
A su vez, para extraer del orientado lo que este no se imagina necesitamos ser perspicaces. De
allí que la formulación de nuestro cuestionario requiere sabiduría. ¿Cómo saber a dónde queremos
llegar con nuestras preguntas? En base a la experiencia de muchas respuestas escuchadas de otros.
Como todo esto es difícil y se logra sólo con el tiempo, definamos, al menos cómo interrogar.
Lo primero a evitar son las consultas que requieren respuestas monosilábicas. “¿Se siente bien
con esta decisión?” nos puede resultar magnífico para formular. Pero el aconsejado simplemente dirá
“si”, “no”, “más o menos” o “no sé”. Obviamente, tales reacciones no nos sirven de nada. En cambio si
formuláramos: “¿Cómo se siente con esta decisión?”. Recibiríamos un lujo de información.
Los cuestionarios adverbiales comienzan casi siempre con: “Qué, cómo, cuándo, desde cuándo,
cuántos, quiénes, por qué, para qué, qué y otras semejantes”
Estas preguntas poseen la facultad de ayudar al interrogado a descubrir por sí mismo cómo está
funcionando su esquema de pensamiento. No hace mucho pedía consejo una señora que sufría una
fuerte angustia con las tormentas eléctricas. Le consulté si alguna vez había tenido alguna mala
experiencia o había recibido la información de alguna desgracia por efecto de los rayos y los truenos. No
recordaba nada.
Mientras la charla proseguía indagué acerca de la actitud de sus padres hacia las tormentas. Allí
surgió que su madre, cada vez que pasaba por allí un avión decía a sus hijas: “¡vayan! ¡Escóndanse bajo
la cama que se les caerá encima!” Aunque de adulta, la aconsejada supone que su madre lo decía
jugando, en realidad transmitió su temor a las hijas. Los truenos son lo que más se parece a un avión por
el fuerte ruido, y porque su proveniencia llega del cielo. Hoy sabe, esta mujer, que el origen de su

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ansiedad en las tormentas nació de un miedo infundado en su madre. Ahora puede controlar mejor su
temor. Las preguntas la llevaron a buscar y hallar.
No hay nada más incómodo entre dos personas de relativa confianza que el silencio. Para un
consejero, en cambio, el silencio debe ser nuestro aliado. No le temamos.
La inexperiencia de un orientador hace que este se vuelva impaciente por la falta de reacciones
de quien le solicitó ayuda. Este factor provoca al consejero a responder por el aconsejado y anticiparse a
sus respuestas. Inmediatamente hace conjeturas y pone aseveraciones en boca de su paciente que lo
alejan más y más del verdadero motivo de la consulta.
Cuando preguntamos, sepamos esperar y logremos que el orientado rompa el silencio cuando y
como lo desee.
El último detalle a considerar son las acciones que acompañan a las respuestas. Unos párrafos
más adelante analizaremos brevemente el lenguaje no verbal por ser este de muchísima importancia en
la consejería. Cada respuesta en la que se transforma el rostro, la postura, la voz y los gestos, demuestra
un enigma que debe dilucidarse.
Cómo estimular al diálogo
Lo primero que un interrogado responde, son, por lo general, respuestas elaboradas. Todos
tenemos frases bien armadas para no sentirnos invadidos en nuestra intimidad, cada vez que se nos
requiere alguna información. Algunas personas que desean calmar su sed en un grifo desconocido,
suelen dejar salir el primer chorro para beber luego el agua fresca. Análogamente, dejemos salir el
primer chorro para conocer lo genuino. Para ello nada mejor que expresiones estimulantes del diálogo.
1- Algunas de estas frases simplemente transmiten empatía para que el sufriente se halle
comprendido y aceptado. Cuando el aconsejado evoque una situación triste, estas frases bien dichas
suavizarán las llagas. “Lo lamento”, “lo siento”, “cómo lo lamento” nos ubican hombro a hombro con
nuestro paciente.
2- Los que padecen un dolor interior necesitan que sepamos que sufren de verdad. En el primer
momento de las pérdidas nadie quiere ser consolado, por el solo hecho de que no aceptan el hecho,
simplemente lo niegan hasta que terminan de digerirlo. Mientras una persona atraviesa la etapa
negatoria se convierte en un bálsamo decirle: “esto debe ser muy duro para Ud.”, “sus lágrimas no son
exageradas” y cosas por el estilo.
3- Hace unos años atrás, en una clase de Psicología Pastoral hablaba de lo importante que es
para el orientado sentirse comprendido por el consejero. En ese momento pidió intervención uno de los
pastores que estudiaba. Recordó que mientras era seminarista residente había sufrido la pérdida de un
ser muy querido. En aquel momento, en mi función de Decano del seminario, tomé tiempo con él, le
escuché, lo dejé llorar y le dije: “puedo comprender tu dolor”. Años después, en la clase de Psicología
Pastoral de ISUM explicaba lo bien que le habían hecho esas pocas palabras.
En los años setenta, cuando el auge del psicoanálisis llegaba a su cima, se satirizaba a los
terapeutas en las tiras cómicas como individuos que dormían en su silla mientras el cliente desarrollaba
su monólogo en el diván. Los pastores deberíamos mantenernos bien lejos de toda identificación con
esa imagen. Los que nos buscan esperan que los oigamos en cada detalle, y que nos acordemos de su
drama como si fuese el único en el mundo. He aquí algunas expresiones que darán la tranquilidad al
aconsejado de que lo oímos y seguimos el hilo. A estas se les llama frases reflejas.
a- “Ud. Quiere decir que…” y parafraseamos su afirmación. Esta manera nos permite adquirir
seguridad en lo que estamos entendiendo, a la vez que le inspiramos esa tranquilidad al asesorado.

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b- Semejante a la oración anterior es: “Si mal no entiendo…”. También podríamos decir:
“Déjeme estar seguro de que entendí bien. Lo que pasa es…”
El simple parafraseo de lo que hemos oído también suele ser una buena frase refleja.
Un recurso inmejorable en este tipo de expresiones consiste en repetir lo referido por el
aconsejado pero enfatizando algunos puntos relevantes, que nos parecen inusuales o que responden a
un sentimiento o conducta inadecuados del aconsejado. De esta manera le ayudamos a descubrir
aspectos muy positivos o negativos.
Párrafos atrás mencionábamos que el silencio debe ser nuestro aliado. Sin perjuicio de lo dicho,
algunas locuciones provocarán más información por parte del aconsejado.
c- “¡Ahá!, ¡Hmmm! ,“cuénteme más” y “¿cómo se siente al respecto?” se comportan como
estimuladoras porque demuestran que el consejero está interesado en el asunto.
d- Para concluir con el tema, reiteremos que aquellos que necesitan ser escuchados esperan que
los aceptemos y no los rechacemos a pesar de sus desaciertos. Podemos anticiparnos a su sondeo y
decirles en determinados momentos: “No crea que esto es el fin…”, “Yo no diría eso… (cuando alguien
emite un juicio muy severo sobre sí)”, “No es el único a quien suceden estas cosas”, “más personas de lo
que Ud. se imagina atravesaron lo mismo.”
Preguntas que debemos hacernos
En el protocolo de recabar datos tenemos preguntas infaltables, que no van dirigidas al doliente,
sino a nuestra comprensión del caso.
1- ¿Es un problema personal o interpersonal? La respuesta no es fácil. Pueden llegar a nuestra
oficina personas que manifiestan un conflicto con sus semejantes, pero la causa se encuentra en ellos
mismos y su naturaleza. Una vez descubierta la verdad seguiremos preguntando sobre el individuo solo
o sobre su relación con otro.
2- Así como en las enfermedades físicas, debemos identificar si el padecimiento es crónico o
agudo. Se le llama crónico si se repite con frecuencia. Se relaciona con la estructura misma del individuo
y la modificación de la estructura cuesta muchísimo trabajo y paciencia.
En cambio, si se trata de un problema agudo, entendemos que comienza y termina. Entonces
nuestra labor servirá para que termine bien y no de manera dañina.
3- La tercera pregunta deberá tener su respuesta durante el primer encuentro: ¿Requiere una o
varias entrevistas? Nuestra tendencia será reducir lo más posible la cantidad de citas de los que nos
resultan desagradables y estirar la cantidad de quienes nos agradan o tocan nuestros afectos de manera
especial. Seamos honestos y abnegados para hacer de nuestra tarea un instrumento de Dios.
4- La cuarta pregunta, en cierta manera definirá la continuidad de la labor con una determinada
persona: ¿Hay alguna patología?
En capítulos anteriores se explicó someramente la sintomatología de las patologías. Nuestra
cotidiana investigación sobre el tema y la experiencia acumulada afinarán nuestra puntería con las
apreciaciones de problemas severos. No contamos con el suficiente entrenamiento como para
diagnosticar una patología. Pero con toda seguridad podemos detectar que algo no anda bien y que se
requiere un especialista.
5- Para responder mejor a la cuarta pregunta debemos llegar a la quinta: ¿Qué síntomas
presenta?

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Si los síntomas son físicos, debemos cerciorarnos que no sean psicosomáticos. Una mujer
contaba que en cierto momento del día sufría una insoportable picazón en todo su cuerpo. Mientras me
relataba su padecimiento se presentó el episodio referido. Miré detenidamente el antebrazo de esta
dama, y no había ningún tipo de salpullido que justificara el síntoma. Finalmente el médico confirmó mi
sospecha: la señora enfrentaba una fuerte tensión que la hacía sentirse sucia, lo que le provocaba la
sensación de urticaria.
Los síntomas cognitivos nos advierten que tal vez, debamos remitir a profesionales. Algunas
veces las personas pueden abrigar errores de concepto por ideas mal enseñadas o mal aprendidas. Pero,
cuando quien tenemos frente a nosotros en su discurso no separa la fantasía de la realidad, o que
recurrentemente manifiesta faltas de lógica, estamos frente a un caso en el que nos deberemos declarar
incompetentes. De todas formas esto no significa desahuciarlo sino hacer que alguien que posee la
capacidad de hacerlo trate el problema. De nuestra parte, deberíamos continuar con nuestra asistencia
espiritual hacia este tipo de individuos, siempre y cuando no interfiera con lo que el especialista indica.
Los síntomas afectivos se relacionan con el ánimo del asesorado. La tristeza, la depresión, la ira,
el odio, la nostalgia, el nerviosismo, la hipersensibilidad y otras tantas señales indican que el asesorado
pueda necesitar ayuda profesional y eventualmente medicación. De todas maneras nuestra asistencia
puede aliviar sensiblemente a las personas, si se tratara de sentimientos relacionados con alguna crisis
determinada.
Algunos ministros del Evangelio sienten que traicionan a la fe si derivan al aconsejado al
especialista que los medicará. La razón de tal predisposición radica en un falso concepto que debe
rectificarse.
En primer término, es un mito, y como tal debe desecharse la idea de que todos los estados
anímicos se deben a problemas espirituales. De ninguna manera puedo considerar de origen espiritual,
que mi perro se haya muerto y esto me traiga tristeza.
Muchos estados de ánimo también se deben a factores químicos exógenos o endógenos. Entre
los primeros están los alimentos, en el orden natural, y las drogas. El calcio de la leche posee efectos
sedantes. Muchos bebés, luego de beber leche duermen. También tenemos el ejemplo bíblico de Sísara
a quien Jael dio leche en lugar de agua, y durmió. El café y algunas otras infusiones autóctonas
contienen pequeñas dosis de alcaloides que energizan levantan el humor y quitan el sueño. Algunos
psicofármacos sintetizan o concentran lo que habitualmente provee la naturaleza, a veces para bien y
otras para mal.
Los factores químicos endógenos dependen de las substancias segregadas por las glándulas y
algunas células del propio organismo. La misma hormona que ayuda al nacimiento de un bebé estimula
la producción de leche materna y a su vez ocasiona en el individuo una sensación de amor y confianza.
La agresividad suele tener como ingrediente a la testosterona. La melatonina infunde sueño. Si la
tiroides, glándula con forma de mariposa que se localiza en la base del cuello, funciona mal, el insomnio,
el nerviosismo y la angustia se apoderan del que padece esta alteración.
Otro mito a desechar consiste en creer que el uso psicofármacos prescriptos es pecado porque
alteran la personalidad y “dopan” a la gente cual el alcohol también lo hace. Que el que usa estas
medicinas es un drogadicto legal que con la ayuda del médico se evade de la realidad y sus
responsabilidades. Suponen, los que sostienen esta creencia, que la paz que Dios debería dar, es
reemplazada por comprimidos.

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Ningún buen médico buscará enmascarar los problemas de su paciente con “pastillas de la paz”.
Si el desorden que el individuo manifiesta, tiene su origen en su química, el profesional prescribirá
medicamentos que corrijan el desequilibrio a ese nivel.
Tal vez Dios desapruebe más que los pastores tomemos anti-ácidos o anti-hipertensivos por la
tensión que nosotros mismos generamos con nuestras autoexigencias, que alguien que posee un
desequilibrio ingiera un psicofármaco.
Volviendo al tema de los síntomas del orientado, debemos prestar atención a las señales
espirituales. ¿Hay comunión con el cuerpo de Cristo? ¿Cómo marcha la búsqueda de Dios? ¿La relación
con el Señor es armoniosa? ¿Los pecados cometidos son ocasionales o habituales?
Puede ocurrir que algún problema anímico aparente ser espiritual. No toda persona que se
resiste a orar o leer la Biblia tiene perturbaciones sobrenaturales. Un abatido podría comportarse de la
misma manera. Los que desarrollan fobias sociales buscarán alejarse de las reuniones donde asisten los
demás creyentes.
Una vez determinado el conjunto de señales evaluaremos el posible origen de la dolencia
consultada.
Como hemos detallado, las causas se relacionan con los factores de predisposición y con los
desencadenantes. Pero también deberemos diferenciar las causas primarias de las secundarias. Siempre
habrá múltiples orígenes de un problema determinado, pero debemos discernir cuál es el principal y
concentrarnos en él.
Finalmente necesitamos conocer las causas sistémicas del aconsejado. Este tipo se vincula a
errores de concepto y conductas repetitivas. A veces caemos en un determinado problema por sólo una
decisión mal tomada. Pero otras ocasiones, la mala elección corresponde a un patrón que nos controla.
Una persona desordenada sufrirá todo tipo de inconvenientes en sus relaciones interpersonales, su
economía, su trabajo y hasta su tiempo y energías.
Todos encaramos alguna dificultad de una determinada manera. Pero muchas veces creamos un
molde que suponemos nos da resultado y lo usamos invariablemente a pesar de afectarnos
negativamente en otros aspectos. Ello también puede ser causa sistémica.
Párrafos antes decíamos que el lenguaje gestual ocupa un espacio importante en nuestra
atención. Pero no sólo los gestos entran en esta área. Toda señal física no verbal complementa
inequívocamente al mensaje que recibimos.
Los cambios en la velocidad del discurso pueden señalar conflictos o faltas de sinceridad. Una
persona que comienza a hablar más lentamente, quizás necesite escoger las palabras adecuadas para
transmitir un punto delicado. También puede estar controlando cada idea que emite para evitar
contradicciones. Otras veces puede deberse a la mera precaución, en la que monitorea las reacciones
del consejero ante cada palabra que se dosifica.
Las variaciones en el volumen de voz significan miedo, vergüenza, vehemencia, ira o defensa.
Las señas gestuales y posturales, en cambio, pueden transmitir un mensaje totalmente divorciado del
discurso. Las manos sintetizan los hechos, los pies, a dónde quisiéramos ir y el tronco la exposición a la
lucha, el esquive o la huída.
Por lo general, las posturas físicas traslucen un nítido mensaje que nace de las reacciones
primitivas de la niñez. Se menea la cabeza para negar, como si rechazáramos el alimento que aproximan
a nuestra boca. Se ponen los brazos en jarra, como para mostrar un pecho dispuesto a enfrentar un
embate. Se cruzan los brazos para ocultar el pecho de un golpe. Se mantiene un pie por delante del otro

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para mostrar predisposición a salir. Se juega con algún utensilio o tamborilean los dedos sobre la mesa
cuando hay aburrimiento o impaciencia. Se inclina la cabeza para escuchar cuando se acepta una parte
de lo que se dice o se trata de indagar más.
Con la práctica se logra distinguir en el rostro una expresión de temor, de auto-desaprobación,
de disgusto o compasión. Pero sin dudas, cuando el cuerpo altera su ritmo o intensidad de movimiento,
sabemos que hay elementos para repasar en ese punto del diálogo.
El aspecto del entrevistado dice mucho de su personalidad. Aquellos que han visto a un gato
asustado frente a un perro, habrán observado que el felino arquea su lomo y así aumenta su estatura.
Como lo que añadió hacia arriba, simplemente fue quitado de abajo, eriza su pelo para aumentar su
volumen. Como si esto fuera poco, balancea su cola como si fuera un garrote mortal. Todo esto servirá
para persuadir a su posible victimario, de que la lucha no es conveniente.
Los humanos no diferimos en gran cosa del animalito. Con frecuencia intentamos mostrar de
nosotros lo que sabemos que no somos ni tenemos. En especial, aquellos que conviven con el
permanente sentimiento de inferioridad se mostrarán arrogantes, decididos y lucirán su pedantería.
Otras personas estarán frente a un abatimiento tal, que se verán notablemente descuidados y
desaliñados. Los que manifiestan un aspecto semejante también, son los afectados por patologías más
severas.
El narcisismo, dentro de las personalidades distorsionadas, se evidenciará con un importante
despliegue en el vestuario y los cosméticos. También llegará acompañado de relatos heroicos y de otras
grandezas.
El modo de mirar del aconsejado revela también mucho de su actitud. Una mirada concentrada
en los ojos del orientador no siempre demarca sinceridad. A veces puede tratarse de un desafío
amenazante. Otras ocasiones, un embustero o un manipulador se comportarán de la misma manera. La
mirada en el vacío responde a varias posibilidades. Ciertas culturas consideran una grave falta de
respeto la mirada directa. La timidez conlleva a desviar la vista del interlocutor. Otras veces se mira al
vacío para recrear un recuerdo o inventar una historia. La alteración de la verdad en un relato impulsa a
evadir el rostro del consejero, porque es una forma de decir: “por favor, no me pregunte más, que tengo
temor de que se me pille en la falsedad”.
Finalmente, la respiración representa una señal notable. Alguien que está aterrorizado paraliza
su respiración porque su mente le está enviando la señal de que está escondido y cualquier movimiento
lo hará blanco de un ataque. Todo el que se muestra agitado, intenta oxigenar sus músculos para la
huída.
El establecimiento de una meta
En toda labor de orientación las metas son obligadas. Los ministros ejercemos la docencia en
todo momento. Quien se encuentra con nuestro oficio seguramente aprende algo nuevo y bueno (o al
menos así debería ser). El orientado debe experimentar algún tipo de cambio luego de las sesiones.
Uno de los objetivos posibles es la modificación de conceptos equivocados. Un matrimonio
visita al pastor por serias desavenencias entre ellos. El pastor descubre que la causa primaria de la
desarmonía radicaba en la renuencia de la esposa a las relaciones sexuales. Luego de indagar lo
suficiente sale a luz que la mujer se había criado en un hogar de violencia donde el padre golpeaba a su
esposa con fuerza. Las relaciones íntimas de aquel matrimonio eran tan tempestuosas como sus
discusiones. La niña asimiló que el coito era una experiencia dolorosa y no consentida por la mujer.

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¡Ese sí que era un concepto equivocado! El pastor debió dedicar semanas de instrucción para
asentar que el sexo es obra de Dios que se practica placenteramente bajo el mutuo consentimiento y el
amor de la pareja.
No sólo los conceptos se pueden modificar sino también las conductas. Los seres humanos
adquirimos hábitos de todo tipo. Algunas de nuestras acciones pueden tornarse destructivas o dañinas
para nosotros y/o los demás. Un joven llegó al despacho pastoral porque se sentía sin amigos. A decir
verdad, no se trataba sólo de un sentimiento sino de una realidad. Todos sus contemporáneos rehuían
su presencia. Por razones bien complejas de explicar, el muchacho acaparaba las conversaciones y hasta
se tornaba impertinente y desubicado. Tuvo que cambiar su comportamiento. El pastor le explicó que la
interacción gratifica la comunicación y a su vez consolida las relaciones de amistad. Además hubo que
trabajar en las razones que llevaron a este muchacho a asumir semejante comportamiento.
Pareciera demasiado fácil cambiar la conducta o los conceptos. Lejos de ello, ambos elementos
son producto de la construcción que uno hizo de su propia vida con la ayuda de sus allegados. Por lo
tanto la reeducación es imperativa a la vez que trabajosa.
Tal vez tengamos una docena de asuntos que deben arreglarse en la vida del aconsejado. Pero
considerémonos felices con tratar un asunto a la vez… aunque algunos temas demandan muchas
sesiones.
Durante la asistencia escolar los maestros nos daban tareas para el hogar. De niños pensábamos
que tales trabajos eran muestras de sadismo docente, empeñado en hacernos imposible la estadía
hogareña. Hoy sabemos que las tareas reforzaban el aprendizaje. Análogamente, cada vez que
sembramos un nuevo concepto en el orientado o, lo alentamos a desarticular su esquema de
comportamiento, necesitamos ayudarlo a reforzar lo vertido.
Algunas veces doy a quienes asisto una lista de versículos bíblicos a memorizar. Otras ocasiones
motivo a que algunos esposos busquen todas las semanas alguna manera creativa de mostrarles amor a
sus cónyuges. Todos son trabajos que fijan el correcto accionar.
Unos padres buscaron ayuda pastoral porque su hija se había ido de la casa luego de una
discusión. Ellos lloraban y se sentían víctimas de la ingratitud de quien había recibido todo tipo de
bienes. En la casa de la tía estaba la joven llorando, porque a su vez se creía damnificada por la
incomprensión de quienes eran incapaces de ver sus necesidades. Hubo que trabajar bastante en los
sentimientos y expectativas de cada parte. Pero una sola acción era necesaria: Comunicarse con la hija y
proponerle una tregua en la que intentarían prestar mayor atención a sus carencias. Las acciones a
tomar representan una meta obligada.
En contraste con las anteriores, el establecimiento de acciones a evitar forma parte de los
objetivos a establecer. Un joven ingresó al mundo de las drogas como la mayoría lo hace: a través de
nuevos amigos. El pobre muchacho tenía todo el deseo y la intención de interrumpir su costumbre. Pero
cada vez que se reunía con el grupo recibía presiones de todo tipo que lo empujaban a consumir las
substancias. El problema tenía una buena base de solución si el joven evitaba la acción de acercarse a sus
amigos.
Aquel esposo que está por abandonar el hogar, una vez ministrado puede eludir la tentación de
semejante acto e intentar reconstruir lo derrumbado.
Por último, el reconocimiento del verdadero problema forma parte de nuestra meta en el
proceso de aconsejar. Cuando el individuo asume lo que está mal, se halló parte de la solución. Casi
siempre la gente busca ayuda por lo desagradable de sus síntomas. Pero nuestro deber no consiste en

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“anestesiar síntomas” sino a sacar raíces. El salmista decía: “ciertamente enfermedad mía es esta” (Sal.
77:10), luego de esta declaración, los versos del Salmo cobraron mayor optimismo.
LOS MECANISMOS DE DEFENSA
Todos, sin excepción necesitamos resguardarnos de situaciones que desintegren nuestra
autoconfianza y autoestima. Los mecanismos de defensa amortiguan el impacto de cualquier agente
que amenace nuestro interior y dan tiempo a que digiramos adecuadamente los sucesos que podrían
destruir nuestro sentido de dignidad.
Se definen como mecanismos de defensa a las reacciones del inconsciente frente a situaciones
que la persona considera peligrosas. A pesar que estos son de valiosa ayuda en los primeros momentos
de un golpe psíquico, su uso prolongado o abuso suelen ser indicadores de inmadurez o insania. Por eso,
los tales pueden tornarse un verdadero obstáculo en el progreso del aconsejamiento ya que el orientado
no puede asumir su verdadero problema y encarar una acción positiva. A su vez, el consejero puede
percibir mal el problema del paciente y malograr los resultados.
Dentro de la enorme cantidad de mecanismos de esta índole, mencionaremos los más
frecuentes.
1- La represión consiste en olvidar todo recuerdo bochornoso o que causa dolor. También ocurre
que quien articula esta reacción borra de su memoria algún compromiso que consideraba desagradable
en algún sentido. Hallamos varias situaciones en las que una persona no puede recordar lo ocurrido
inmediatamente antes y después de haber sufrido un accidente. No debe confundirse con las amnesias
temporales o permanentes que surgen de las conmociones cerebrales. Suelen presentarse serios
entredichos entre las personas que reprimen fragmentos de un diálogo desafortunado y quienes bien
recuerdan los detalles.
2- “En esta iglesia hay mucha gente hipócrita”, decía un creyente a quien el pastor había
reprendido por una inconducta. En realidad, este sujeto no hacía otra cosa que ver en los demás su
propio problema. Actuaba la vida cristiana en la iglesia, pero su privacidad decepcionaba. Tal es la
proyección. Cada vez que alguien “proyecta” en los demás su propio problema y echa culpas en los otros
de lo que es su responsabilidad estamos frente al mecanismo de defensa. A mayor inmadurez, más uso
de los mecanismos. Por eso hay que tener especial cuidado al escuchar a un individuo que culpa a los
demás de ciertas acciones y actitudes.
3- La racionalización, en cambio, no descarga la culpa sobre otros de una manera concreta, sino
que la descompone en una secuencia de pensamientos en los que pueden o no estar involucrados
terceros. El hombre adúltero, a quien se le recrimina el hecho, puede explicar que fue seducido por
aquella mujer, que su propia esposa no le prestaba la atención ni le dispensaba cuidados, que estaba
pasando por un momento depresivo y necesitaba gratificarse de alguna forma, etc. Quizás tengan que
ver todas estas razones, pero ninguna justificaba a tal acción, que siempre dependió de la voluntad del
marido infiel.
4- De niños, cuando nuestra capacidad de comunicación era limitada, la única manera de
manifestar disgusto, temor o dolor era el llanto. En la medida que adquiríamos el control y nos hacíamos
entender, disociábamos la angustia del enojo y podíamos mostrar episodios de ira pateando muebles,
usando los juguetes como proyectiles o golpeando puertas. Todas estas reacciones conmovían a
nuestros padres que corrían solícitos a nuestro lado y obviaban las reprimendas que habían iniciado. La
regresión se comporta como un retroceso hacia la infancia, donde ejercemos acciones de comunicación
primitivas que traslucen angustia o ira. Lloriquear en medio de una discusión, retirarse de una charla
desagradable con un portazo o dar puñetazos contra un escritorio en medio de una controversia son

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formas de regresión. También el terminar abruptamente una confrontación mientras afirmamos que no
nos quiere nadie, o que nadie nos tiene en cuenta pertenece a este tipo de articulaciones.
5- Una forma cómica de graficar la sustitución, que es otro mecanismo, se suele ver cuando el
jefe trata mal al empleado, porque su esposa lo maltrató antes de salir al trabajo. El empleado, al final
de la jornada se comporta hostil con su mujer en la casa. La mujer regaña brutalmente a su hijo. El hijo
patea al perro, éste muerde al gato y el felino persigue al ratón que una vez en la cueva salta cruelmente
arriba de la araña. La sustitución consiste en canalizar una reacción de una manera equivocada y
sustituir a quien deberíamos hacerlo objeto de nuestra reacción por alguien que consideramos menos
amenazante. Todo agravio necesita una vindicación para volvernos a valorizar. La necesidad de
vindicación se vuelca en personas inapropiadas para ello, pero se produce el alivio de todos modos. Los
problemas que esto genera se acentúan en las relaciones interpersonales.
6- La sublimación consiste en volcar de una manera distinta en objeto y forma las diferentes
tensiones que se experimentan. Un caso típico de sublimación se da en mujeres que, luego de haber
discutido infructuosamente con sus hijos se ponen a limpiar sus pisos frenéticamente o estrujan la ropa
que lavan de manera descontrolada. Recuerdo a uno de mis hijos que, en un momento de frustración,
descargó sus energías con estridentes acordes del piano. No siempre se sublima de maneras positivas.
Con frecuencia se ven hombres que luego de una acalorada pelea se largan a fumar un cigarrillo tras
otro.
7- La compensación posee similitudes con la anterior. Pero la dinámica consiste en balancear las
frustraciones con los logros. Aquellas personas que en los deportes se creen ineptos suelen desarrollar
su capacidad intelectual más de lo usual. Los hombres que toman conciencia de atravesar la
andropausia, pueden volverse tenaces deportistas, o bien, incansables lectores, expertos cineastas y
quién sabe qué otras metas compensatorias de su disminución viril.
8- Uno de los aspectos de la inmadurez es la falta de identidad propia. De niños queremos ser
como nuestros padres. De adolescentes buscamos otros modelos más que no son necesariamente
nuestros progenitores, porque caminamos hacia la independencia. En esa época, los dormitorios de los
muchachos y muchachas se ven empapelados de fotografías de sus ídolos. Estas figuras muestran a los
jóvenes lo que ellos quisieran ser hasta que, poco a poco, forman una identidad propia e independiente
de sus tutores circunstanciales.
Pocos afiches o posters se ven en el cuarto de un adulto. Sin embargo, aquellos que no
maduraron lo suficiente o que se consideran poca cosa asimilan la personalidad de algún notable y
adquieren sus formas. Con vergüenza debemos admitir que las réplicas baratas de Billy Graham, Oral
Roberts, Jimmy Swaggart, Marcos Witt o Carlos Annacondia circulan por todos lados. En el mundo
secular, los Diegos Maradonas y los Elvis Presley demarcan el estado de la sociedad. Así es la
identificación
9- La imaginación y la creatividad son el toque Divino que nos diferencia de los animales. No sólo
esto sin que los adelantos científicos y tecnológicos se obtuvieron gracias a estas áreas de la mente.
Algunos sostienen que resulta muy saludable el fantasear por momentos. Así y todo, cuando la mente
“vuela” con el propósito de evadir de la realidad a un individuo, no debe pasarse de breve recreo y
retornar los pies sobre la tierra. Por eso las fantasías compensatorias pertenecen a los mecanismos de
defensa. Casi todos hemos soñado alguna vez con nadar en una piscina de dinero, hacer un viaje de
maravillas o retorcer el cuello del bandido que nos defraudó. Pero tal imaginación no habrá trascendido
de la medianoche. Cuando ese estado se prolonga por horas y nos anula en el actuar debido, abordamos
lo malsano. La pornografía tiene que ver con la fantasía. Quienes hacen uso de la inmoral gráfica utilizan
su imaginación para realizar con su pensamiento lo que hubiesen querido concretar físicamente.

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10- La formación de reacción hace que la persona se comporte exactamente contraria a como lo
siente habitualmente. Para ejemplificarla, un creyente se halla resentido con su pastor porque lo ve
lejano a sus necesidades y problemas y porque no cumplió sus expectativas de cuidado pastoral. Este
creyente está enfadado con el ministro al punto de determinarse que no lo mirará ni le dirigirá la palabra
si se cruzan en el camino. Sin embargo, cuando el pastor lo llama a su oficina, el creyente se muestra
muy amable y hasta empalagosamente amigo del siervo de Dios. No se trata de hipocresía. No está
dando el beso de Judas. En ese momento siente un cariño genuino y espontáneo.
Otro típico ejemplo se da en los padres de hijos que en su momento fueron indeseados. Estos
padres, como en su inconsciente tratan de deshacerse de su descendencia, actúan con temor de
perderlos y los sobreprotegen. Pareciera que hay una lucha interna entre dos criterios. En la formación
de reacción, el criterio más débil se impone y el más fuerte, que por lo general es indeseable se relega.
11- Cuando Sigmund Freud, precursor en el estudio del inconsciente, escribió sobre la histeria, la
catalogó como manifestación exclusiva de las mujeres, dado que la cultura de aquel entonces favorecía
tal reacción. Los desmayos, las parálisis, las cegueras voluntarias y tantas manifestaciones somáticas de
índole dramática abundaban en la Europa del siglo XIX. Histeria proviene del latín y a su vez del griego
“hyster” que significa matriz (de allí histerectomía = extracción del útero). En nuestros días sabemos que
este tipo de reacción no es exclusivo del género femenino y que se presenta como consecuencia de
angustias o conflictos reprimidos.
Un ataque convulsivo podría alarmar al orientador en medio de una entrevista. Pero si el tal se
comporta de una forma contradictoria con cualquier razón clínica, la indiferencia será el mejor remedio.
El caso de las parálisis es semejante. Toda parálisis repentina correspondería a causas neurológicas.
Cada miembro o sector del cuerpo posee una zona de comando en el cerebro. Si hubiese un daño
cerebral capaz de causar la inmovilidad, esta se presentaría acompañada de otros síntomas y señales. En
el caso de las cegueras voluntarias, las distintas intensidades de luz hacen variar el diámetro de la
pupila.
12- El término “neurastenia” significa sin fuerzas por causa de los nervios. Los que experimentan
este mecanismo se confiesan débiles, sin ganas de nada, con escasas energías para hacer y para hablar.
Algunos, frente a circunstancias adversas se dejan caer en la cama y se desentienden de los asuntos
cotidianos. De esta manera eluden responsabilidades y presiones.
13- El aislamiento no es, como la palabra lo insinúa, apartarse de los demás. Lo que se aísla es
una secuencia de conductas de otra. Con vergüenza ajena noto que algunos ministros del Evangelio se
muestran con una investidura de piedad, pero sus actitudes y acciones en el hogar o en la calle dejan
mucho que desear. Un juicio liviano acusaría de hipócritas a los que se comportan así, pero en realidad
separan de su conciencia un accionar del otro. Mientras ejercen su buen rol olvidan su violencia verbal y
se sienten los santos de vitrina. Cuando llega el momento de manejar sus asuntos personales, se aíran y
borran de su atención el rol benévolo. Se creen con toda la razón del mundo de hacer lo que hacen.
14- Por último, la negación tal vez sea el mecanismo de mayor uso. La mujer a la que el marido
golpea reiteradas veces, en cada oportunidad está segura que no lo volverá a hacer. Aquella madre cuya
pareja abusa sexualmente de su niña, no cree los relatos de la pequeña, aunque hay claras señales de
los hechos. Ese novio, a punto de casarse con la joven bonita que no teme a Dios, prefiere ignorar el
futuro incierto que le espera. El enfermo al que proporcionaron un mal diagnóstico piensa que se
equivocaron. Ese hijo, que contempla al cuerpo inerte de su padre en el féretro, cree que está
respirando. Todas estos casos refieren lo que es la negación. Hasta el borde de nuestros labios aflora la
frase “no puede ser” o “no lo puedo creer” cuando oímos algo desdichado.

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Estos y otros mecanismos de defensa más tendrán el potencial de desviar nuestra atención y la
del orientado del verdadero problema o bien, la propiedad de señalarnos el punto clave de un conflicto.
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CAPÍTULO 5: DEFINICIÓN DE CRISIS, SUS CAUSAS Y RESOLUCIÓN

Un joven tenía bien claro lo que esperaba de su futuro. Había estudiado en la mejor universidad
disponible en su ciudad, y con los mejores profesores. Pese a su edad, los mayores lo tenían en cuenta y
admitían en sus reuniones privadas.
Las puertas de la política se le abrieron de par en par y estaba a punto de tomar un
protagonismo que lo lanzaría al estrellato. Contaba con el aval escrito de los más altos líderes. Rumbo a
la ciudad donde se consagraría protagonizó un incidente traumático que lo llevó a reconsiderar
seriamente su razón de ser y para quién debía trabajar. En medio de tal crisis le sobrevinieron todo tipo
de síntomas y quedó anulado por varios días. En ese punto de divergencia tenía la opción de entregarse
al abandono y la auto-decepción o cambiar de dirección. Un buen consejero lo reorientó al punto que
este joven afectó mucho más luego de la crisis que antes. ¿El nombre del consejero? Ananías. ¿El joven?
Saulo de Tarso.
Una crisis, para los griegos, era el momento en el que un camino se bifurcaba. Cuando un
enfermo llegaba a un punto donde comenzaba a sanarse o empeorarse, se decía que llegaba a su crisis.
Para los chinos, el ideograma de crisis consiste en dos signos, de los cuales uno demuestra pérdida de
esperanza y el otro una nueva oportunidad. El diccionario define a la palabra como “mutación
importante en el desarrollo de procesos de orden físico, históricos o espirituales”. Otra definición reza:
“Momento decisivo de un negocio grave y de consecuencias importantes”.
Por lo común, las crisis de intensidad van acompañadas de síntomas físicos, como pasó con
quien sería Pablo. Cayó al piso y perdió la vista. Las crisis leves no desatarían semejantes elementos,
pero generan la tensión suficiente como para que la presión sanguínea se eleve, aumente la frecuencia
cardíaca, se incremente la sudoración y se perciba un dolor profundo en el pecho. Las crisis a largo plazo
suelen detonar enfermedades.
Las manifestaciones mentales como el temor y la obnubilación en el ejemplo bíblico, son
frecuentes y variables según el valor de los posibles resultados del conflicto. Quien atraviese la
encrucijada enfrentará múltiples pensamientos que punzarán su tranquilidad. A mayor ansiedad, serán
más las ecuaciones mentales que ensayará el afectado en su desesperada búsqueda de resolución.
En el área social, una situación compleja puede alterar las relaciones interpersonales. Quien se
concentra en su problema se suele aislar de los demás y comportarse poco tolerante hacia el prójimo si
no indiferente.
Espiritualmente las crisis también dejan sus efectos. Luego de un episodio trascendente las
personas aumentan su confianza en Dios o descreen su poder. Todo dependerá de quien les ayude a
interpretar adecuadamente el momento. ¿Dónde está Dios? Me preguntaba una joven que había
perdido a su padre recientemente. Hoy es una sierva de Dios capaz de consolar a los sufrientes. Mi tarea
consistió en mostrarle dónde estaba. Ananías halló a Saulo, y logró que aquella crisis lo transformase en
el Gran Apóstol Pablo.
Los estudiosos clasificaron a las crisis en tres tipos diferentes: Las accidentales o situacionales,
las de desarrollo y finalmente las existenciales.
Las accidentales se presentan a menudo por diversos factores que se conjugan entre sí. Una
pérdida produce un camino bifurcado. Una discusión con personas de alta estima, una reestructuración
laboral, una mudanza, un desacuerdo matrimonial o una catástrofe ocasionan crisis.
Las de desarrollo son estaciones obligadas de todo humano. El paso del kindergarden a la
escuela, de la soltería al matrimonio, de la fertilidad a la menopausia y otros tantos pertenecen a esta

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categoría. La persona que atraviesa aquellos momentos se encuentra en medio de nuevas


responsabilidades, cambios de rol y temores distintos a los de siempre.
Las crisis existenciales se dan, por lo general como consecuencia de las anteriores. ¿Quiénes
somos? ¿Para qué estamos? Son preguntas que la filosofía intentó responder desde infinidad de años.
Dios siempre tuvo la respuesta, pero cada ser humano necesita saber si cumple con el propósito
asignado durante su breve estadía. A menudo, los que alcanzaron una alta cumbre, luego de muchísimo
sacrificio enfrentan el famoso: ¿Y ahora qué? Cada vez que un individuo ve obstaculizada su proyección
al futuro, cae en una crisis existencial que hasta podría volcarlo al alcoholismo, las drogas, las conductas
antisociales y el cinismo.
Solemos interpretar a los embates como una bomba que deja desolación por todos lados.
Pensamos en un solo impacto que nos deja aturdidos y anulados. Pero si reconociésemos a los
diferentes elementos de una crisis, podríamos descubrir y desarticular las diferentes piezas de una
maquinaria. Si una sola pieza de un reloj de cuerda se rompiera, el reloj entero dejaría de funcionar. En
el caso de las encrucijadas de la vida, si detuviésemos alguna de las piezas que las componen,
pondríamos a las situaciones difíciles en su verdadera dimensión y consumiríamos menos energías.
Norman Wright8 diferencia cuatro elementos fácilmente distinguibles. Veámoslos entonces.
El primero es el agente o suceso. Este es el disparador de toda la complejidad. Podría tratarse de
una persona o la acción de ésta. También un accidente podría ser el responsable. La evaluación de cuál
es el agente permite encuadrar la situación de manera objetiva.
Una joven señora comenzó a experimentar una verdadera angustia de muerte. A pesar de que
algunos pastores reprendieron al “espíritu de muerte”, las mejorías no eran notables. Indagando acerca
del momento en que comenzó con lo que yo diría era un “ataque de pánico”, se supo que para esos
tiempos, su mejor amiga había muerto en un accidente. A partir de entonces la invadió una sensación de
vulnerabilidad que le llevó tiempo en asimilar. Hoy lleva una vida absolutamente normal en compañía de
su amado esposo e hijos. El agente fue la manera en que perdió a su amiga. Una vez reconocido el
suceso, era necesario construir una línea de razonamiento sensata.
La vulnerabilidad es el segundo elemento. La persona se encuentra en un estado muy frágil y
permeable. Hay momentos en la vida en los que una experiencia no nos hace mella. Pero en otras
ocasiones tenemos las puertas de nuestra alma abiertas de par en par para que ingrese el intruso que
nos trastorna. Puede ser un momento depresivo. También una enfermedad nos predispone. Quizás una
sucesión de frustraciones prepara el terreno para que seamos fácil presa de los pensamientos críticos.
En el ejemplo de la joven señora mencionamos la sensación de vulnerabilidad. Una cosa es la
sensación y otra la vulnerabilidad misma. La sensación a la que llamaremos factor precipitante, es el
tercer elemento. En las pérdidas y las tragedias cobramos conciencia de lo expuestos que estamos a las
circunstancias y la poca defensa que tenemos ante las mismas. En estas circunstancias se da un efecto
pendular que va desde la sensación de omnipotencia al terror por la suma fragilidad. De pequeños nos
encontramos demasiado protegidos por nuestros padres. Poco nos enteramos de los dramas cotidianos
y todo impacto recae sobre los que ejercen el tutelaje para que lo recibamos amortiguado. Casi no
vamos a los funerales de nuestros contemporáneos mientras tenemos escasos años y no nos interesan
las noticias de los periódicos y la TV. Los muertos de la película vuelven a vivir en la siguiente serie y en
los dibujos animados, los personajes caen de muchos pisos de altura y se levantan con algunos cómicos
machucones.

88
Norman Wrigth, “Cómo aconsejar en situaciones de crisis”, Editorial Clie, Terrassa, Barcelona, 1990, pgs. 19-22,

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En la medida que crecemos nos exponemos al mundo de la realidad, que poco tiene que ver con
el de la infancia. Allí nos desbalanceamos al punto de vernos blanco de todo lo que podría pasar, aún en
el más remoto de los sitios del planeta. Pequeños detalles que nos ocurren pueden ser la “gota que
rebalsa al vaso”.
El cuarto elemento es la sensación de impotencia o crisis activa. En este punto la persona se cree
superada por las circunstancias. En términos marítimos ha perdido el timón y la orientación. Por lo
general, este elemento va acompañado de síntomas de estrés. El insomnio, los dolores musculares, los
cambios de hábitos alimentarios y la irritabilidad son moneda común.
La actitud de pánico o derrota se apodera del individuo, lo cual lo paraliza o conlleva a
decisiones desesperadas y a su vez erradas.
La consecuencia lógica de tal estado es la búsqueda de ayuda externa. Alguien que siente la
impotencia, si posee un adecuado grado de madurez se refugiará en el consejo de quien esté fuera de su
crisis.
La actitud de derrota tiene la característica de robar muchísimas energías en el desempeño de
los asuntos cotidianos. Quienes atraviesan una crisis suelen actuar aletargados y con poco ánimo. Se
equivocarán con frecuencia en sus asuntos y su grado de atención será deficiente debido a que el nudo
conflictivo ocupa la mayor parte de su mente.
Una ocasión llamó equivocadamente por teléfono una dama a mi casa. Decidí hablarle de Cristo
y surgió un diálogo enriquecedor. En él, la señora comentaba que hacía unos meses había sufrido un
asalto violento en su hogar. Desde ese entonces y por varias semanas la invadió el dolor y la auto
conmiseración. Se preguntaba: ¿Por qué a mí me ocurrió todo esto? En determinado momento le llegó
una luz, según decía, que la llevó a cambiar de posición: ¿Y por qué a mí no? Desde allí se compensó en
sus emociones y entendió que estas cosas suelen ocurrir, pero que de ninguna manera tienen que
ocurrir obligadamente o no van a suceder nunca.
Cada golpe en la vida necesita incorporarse bajo un pensamiento sensato que difícilmente se
halle en el mismo damnificado. La asistencia de un ministro ayuda a respaldar y fortalecer a los que
transitan por las crisis de la vida. Nada mejor que la perspectiva de Dios dada por un siervo bien
conectado con Dios. Veamos algunos factores coadyuvantes en una situación de crisis.
1- Lo primero que los ministros debemos tener en cuenta al tratar a una persona que atraviesa
un momento crítico es la percepción dimensionada y objetiva del problema. La famosa frase de
“ahogarse en un vaso de agua” hace referencia a una perspectiva sobredimensionada. El problema que
a veces no detectamos, al ayudar a ser objetivos a nuestros aconsejados, que la escala de valores de
ellos no coincide exactamente con la nuestra. Los valores que están en riesgo en un momento difícil no
siempre son debidamente interpretados por los orientadores.
La empatía es la clave para ponernos en el lugar del doliente. Una vez que hemos calcado la
escala de nuestro paciente pongámonos al lado suyo y ensayemos los posibles desenlaces,
cerciorándonos, a cada momento si pueden pagar los precios de cada decisión. Muchas veces
fracasamos en nuestro respaldo a los que sufren porque les “recetamos un paquete de acciones a
realizar” sin medir adecuadamente los dignos sentimientos de nuestro amado prójimo.
2- Lo segundo es lograr un buen desempeño social del afectado. Una persona que enfrenta una
crisis y permanece sola, hará fermentar el problema y se intoxicará en él. Las múltiples relaciones con
los demás ayudan a medirse, comparar, probar las reacciones, ensayar soluciones y tomar recreos
mentales. Además, no olvidemos que el amor y la aceptación, virtudes que se dan sólo en un grupo,
ejercen un efecto terapéutico.

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La iglesia de Cristo cumple una función única en los tiempos críticos. Cuántos creyentes hallaron
refugio en los hermanos de la gran familia de Dios. Mientras escribo estas líneas vuelve a mi mente lo
ocurrido en este día cuando una joven salía de mi congragación mientras sollozaba. Inmediatamente
una hermana la observó y se le acercó. Cuando supo que el motivo de la angustia había sido una fuerte
discusión con su madre, tomó tiempo para oír a la joven, brindarle cariño incondicional y sugerirle
algunas acciones. La joven salió con una perspectiva distinta y para bien.
3- En tercer término, se debe lograr una batería de respuestas adecuadas. Surgen muchas
preguntas en momentos de dificultad. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Quién? ¿Cómo? Y otras tantas son
producto del estado de conmoción. Por su lado, algunas respuestas no se desprenden de las preguntas
sino que responden a la necesidad de acción.
La pasividad en una crisis sólo aumenta la tensión. Hay que enfrentarla de la manera adecuada.
Junto al que padece el problema se deben considerar las posibles acciones y soluciones. ¿Cómo
reaccionar? ¿Cuándo? ¿A quiénes enfrentar? ¿Qué hacer? ¿Qué decir? Nunca debemos precipitar este
actuar sin antes cerciorarnos que la persona ha salido del estado de conmoción.
4- Por último debemos conducir a la persona a que logre limitar la duración de la crisis. Un
pastor amigo, en una de mis clases de Psicología Pastoral emitió un proverbio que sintetizó lo que
estamos diciendo: “Más vale un fin doloroso que un dolor sin fin”.
En nuestra labor de consejería necesitamos reconocer las etapas por las que una persona pasa
cuando enfrenta una crisis. De esta manera evitaremos consumir energías cuando caerán en “saco roto”
y a la vez podremos respetar los tiempos de los que sufren. Desarrollar esta sabiduría nos evitará
comportarnos como “amigos de Job” y nos ayudará a contener a los que buscan nuestra ayuda de tal
manera que, terminada la tormenta se encuentren espiritual y mentalmente enteros. Nuevamente
Wright presenta una tabla que nos permitirá advertir los tiempos.

SECUENCIAS DE UNA CRISIS


FASE II FASE III AJUSTE RECONCILIACIÓN
FASE I ESCAPISMO FASE IV
IMPACTO CONFUSIÓN RECONSTRUCCIÓN
TIEMPO Horas Días Semanas Meses
RESPUESTA Lucha – huída Ira – Empiezan los sentimientos Esperanza
Temor – Culpa - Furor positivos
objeto perdido Consolidación de la solución Contemplación perpleja
Ambigüedad, incertidumbre Reanudación Exploración enfocada
PENSAMIENTO Parálisis, Esfuerzos para Prueba de la realidad
desorientación recobrarlo, separación
Resolución del problema COMPORTA MIENTO DE
Búsqueda de un nuevo BÚSQUEDA
DIRECCIÓN Búsqueda del objeto Reminiscencia
Aceptación de los objetivo espiritual
sentimientos Apoyo, Llegar al otro lado.
AYUDA QUE PRECISA Dirección orientada al comprensión Esperanza reforzada

Expliquemos la tabla.

Por un lado, en la franja horizontal tenemos a las cuatro fases que atraviesa una persona en el
estado mencionado. En la franja vertical las áreas o aspectos y su manifestación en las diferentes fases.

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Para una mejor comprensión comencemos con la primera fase, a la cual llamamos impacto. Se
trata del momento en que el factor precipitante crea un estado de aturdimiento. La duración de ese
momento suele abarcar horas o pocos días, hasta que poco a poco comienzan a asentarse los
pensamientos. Mientras tanto el individuo intenta luchar y/o huye. El comportamiento negatorio es
común en estas instancias. La persona se resiste a aceptar la condición, creyendo que puede hacerle
frente, pero se da por vencida y se evade.

El razonamiento de los que viven estas instancias se caracteriza por parálisis y desorientación.
No sabe qué hacer. Nunca se deben tomar decisiones trascendentales en circunstancias de este tipo,
porque la mente se encuentra frente a un serio desbalanceo. En cambio, el orientado requiere
decisiones pequeñas de corto plazo. Quienes se enfrentan a la pérdida de un ser querido que tienen a su
cargo no necesitan que se los proyecte hacia el futuro lejano. Simplemente precisan ayuda en las
pequeñas decisiones como los trámites funerarios, el aviso a los conocidos, los gastos inmediatos y el
cuidado de los que viven en la casa durante el proceso de funeral.

En cuanto a dirección, la pérdida no se acepta, por lo que se busca el objeto perdido. Por
ejemplo, alguien que fue despedido de su trabajo hablará con sus compañeros y meditará en hacer
reconvenir a su jefe la decisión tomada. La modalidad en la que se manifiesta la búsqueda será más leve
que en las sucesivas fases. La nostalgia caracterizará a esta etapa. En el caso de los que experimentan
pérdidas afectivas, la búsqueda consistirá en la revisión de fotografías u otros objetos que se asocian al
ser que ya no se verá.

¿Qué podemos hacer los consejeros en este tiempo? Como decíamos, las pequeñas e
imprescindibles decisiones inmediatas para evitar daños colaterales, deben tomarse. Pero por sobre
todo el acompañar a quien sufre y aceptar sus sentimientos.

Algunos creyentes copian el modelo de Jesús, que dijo “no llores” a la viuda de Naín. Pero la
licencia para dar tal orden provenía del milagro posterior. La mujer estaba llorando innecesariamente,
porque el motivo de su llanto se revertiría en absoluto y pasaría del abatimiento a la euforia. En cambio,
si ante la muerte pronunciamos palabras así, causamos un resentimiento impredecible. Quien sufre
necesita expresarse como sea. Su explosión será caótica, pero necesaria.

Recuerdo cuando asistí a la sala funeraria donde unos padres amorosos acompañaban el
cuerpecito de su pequeño, muerto de una infección agresiva y repentina. Antes de poder abrazar a
aquella madre, ésta me dijo con su dedo índice amenazante: -“estoy muy enojada con Dios”. Yo mismo
le había preguntado a mi Señor: “¿Por qué?” una y mil veces sin respuesta. Solamente le pude
responder a aquella madre: “Tu enojo tiene su razón”, y me puse de su lado. Cuando llegó, al otro día, el
momento de la inhumación ambos padres me pidieron que oficiase el servicio. Lo hice. Ya hace dos años
de ese trágico día. Aquella mamá y su esposo aún no pueden explicar razón alguna por la gran pérdida,
pero tienen paz con Dios y lo sirven con renovadas fuerzas.

Los ministros, de ninguna manera somos abogados de Cristo. Más bien nosotros lo necesitamos
a él como nuestro abogado. Dios se defiende por sí solo y se encarga de hablar directamente a los
corazones dolidos que lo buscan. Nuestras apologías nos ubican una vez más en la categoría de amigos
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de Job. El Señor nos puso para llorar con los que lloran en esos casos, servirles en sus necesidades y
nada más.

La segunda fase es la del escapismo y confusión. Su duración suele extenderse a varios días.
Los sentimientos negativos predominan en la respuesta del afligido. La ira, el temor, la culpa y el
furor se presentan aleatoriamente. Los verbos potenciales como hubiera y hubiese brotan, y el afectado
rebobina la cinta de su experiencia y se pregunta qué hubiera pasado si hubiese tomado otras
decisiones. Supe de personas que frenéticamente golpeaban la puerta de su ropero o la almohada de su
lecho. Necesitan a quien culpar, hay ira y ésta requiere un objeto que puede ser el agente de la crisis,
uno mismo o a veces a quien más aman. Recordemos que los mecanismos de defensa sirven de
amortiguador temporal y luego deben retirarse. La proyección, las racionalizaciones, la sustitución, la
sublimación y la fantasía, entre otros emergerán de manera desordenada.

El pensamiento será ambiguo e incierto. Un día creerá una cosa… otro día otra. La persona
“ensaya” líneas de razonamiento hasta encontrar la más satisfactoria. Nunca nos preocupemos por la
inestabilidad de quienes sufren estos momentos. Es lo más normal. Así como los pimpollos florecen por
sí solos, y cualquier ayuda manual los daña, la maduración de los sentimientos pos-traumáticos tiende a
madurar por sí misma.

En cuanto a las acciones a tomar o dirección, comienzan los esfuerzos por recobrar lo perdido.
La persona intenta sobreponerse pero sufre altibajos y son más los momentos en los que se halla
deprimida que exaltada. Las energías perdidas en la fase de impacto no se recuperan de un día para el
otro y esto se hace sentir en la segunda fase.

El comportamiento de búsqueda de lo perdido es más bien contemplativo y sin posibilidad de


resolución lógica. El individuo comienza la lucha en la aceptación de la realidad, pero aún carece de la
capacidad de superar el dolor.

Los consejeros, en esta fase podemos contribuir a que el aconsejado vislumbre un horizonte. Es
momento que asuma una dirección hacia la resolución de la crisis. El establecimiento de una esperanza
de una manera sutil puede presentarse.

En la fase de ajuste, la persona empieza a acomodarse a la realidad. El famoso dicho de “si no


puedes contra ellos, únete” parece cobrar vigencia en los que padecen el conflicto. La duración de esta
etapa es de semanas. Las reacciones del individuo se orientan hacia el lado positivo y pro-activo. Los
pensamientos ya no son retrógrados sino que apuntan a la solución. La persona acaricia un final
esperanzador.

Cuando uno se ajusta a la realidad, deja la búsqueda del objeto perdido y se lanza al reemplazo.
No estamos afirmando que lo perdido se sustituye fácilmente como si fuese un jarrón de vidrio común.
Sencillamente decimos que se redistribuyen los afectos, las energías, el tiempo y las esperanzas de
acuerdo a los objetos existentes. Podríamos comparar este ajuste a una persona que cobró un sueldo de
100 pesos para vivir un mes. De pronto debe comprar un medicamento de manera imprevista que lo
deja con 90 pesos. Las primeras horas del gasto se lamentará y preguntará cómo hará para vivir sin esos
10 pesos. Los siguientes días estará malhumorado porque esos 10 pesos le hubieran significado

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tranquilidad y comodidad. Pero luego de una semana dirá: “estoy con 10 pesos menos y sin ellos debo
aprender a vivir. Deberé AJUSTARME a lo que tengo y dejar de lamentar lo que no poseo. Ya no son 100
pesos en 30 días, sino que debo reubicar los 90 pesos en ese tiempo.

La acción a tomar ya no es ambigua. En la fase anterior la persona busca lo perdido y busca lo


que no sabe, pero ahora la exploración se concentra en un punto. La persona ya sabe tras lo que ha de
ir.

El orientador, en el estadio mencionado debe acompañar al sufriente sin precipitarlo. En nuestro


afán de ver a las personas superando el dolor, empujamos a la acción, sin importar cómo. No sirve de
nada lo que logremos bajo presión. En ese caso estamos haciendo correr a un recién operado. Una cosa
es acompañar y otra empujar. Debemos comprender al aconsejado, permitirle ensayar soluciones y
solamente protegerlo de acciones que pudiesen tener malas consecuencias. En esos momentos
necesitaremos ponernos al lado y enseñar a caminar nuevamente al que sufrió una herida de la vida.

La última fase, de reconstrucción – reconciliación, da término a la crisis. Esto no significa el


hallazgo de la solución. Llevará meses. Pero la persona que llegó a la puerta trasera de la crisis
experimenta esperanza. Puede ver la luz al final del túnel, cobró energías y está dispuesta a luchar
positivamente a favor de su bienestar. Poco a poco se reconstruyen los pedazos y se acaricia el modelo
de resolución.

La dirección que el afectado toma es de reanudar su vida y su camino, pero esta vez desde una
óptica distinta, porque luego de las crisis nadie vuelve a ser el mismo. Para ese entonces la meta
establecida se encuentra a la altura de las circunstancias.

La tarea de consejería, a este punto se reduce a reforzar las esperanzas del damnificado y
prepararlo por posibles reveses. Otra vez el acompañamiento resulta vital y no debemos pensar que la
consejería llegó a su fin, sino que debemos dejar las puertas abiertas para los permanentes ajustes que,
luego de resuelta la crisis se requerirán.

Conocer las diferentes etapas, no sólo sirve al asesor, sino que ayuda al orientado a reconocer
dónde está parado, no angustiarse por los sentimientos que lo invaden y animarse a vivir cada fase
naturalmente y con deseos de progresar a la siguiente.

Como al principio se comentaba, toda crisis incluye un camino bifurcado. La labor del consejero
debe conducir a la elección del mejor camino, que obviamente, en el caso de consejeros cristianos, debe
consolidar la relación con Dios y conducir al afligido a una madurez y sabiduría capaces de multiplicarse
en otros.
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CAPÍTULO 6: LOS AGENTES DE LAS TENSIONES Y PATRONES DE RESOLUCIÓN

Vivimos en la era del estrés. Cuando el médico no encuentra causa razonable de algún dolor
diagnostica un fuerte estrés. La palabra deriva del inglés “stress” que puede interpretarse como énfasis,
aumento de intensidad, fatiga o tensión.

El término surgió en base a estudios del médico y fisiólogo vienés Hans Selye9. Otra manera de
denominar esta afección es “síndrome general de adaptación”. Se define como el conjunto de síntomas
psico-fisiológicos que emergen de condiciones de exigencia y amenaza que con más frecuencia se dan
en el área laboral.
No podemos decir que el estrés es definitivamente malo. Más bien es un mecanismo de
protección que predispone para la acción frente al peligro o algún otro tipo de presión. Las substancias
químicas que el organismo libera durante los momentos exigidos preparan al cuerpo para la lucha. La
sangre circula con más rapidez y presión. La respiración se acelera y los músculos se tensan alistados
para el ataque o huída. En pleno siglo XXI hallamos un gran problema: Los enemigos que enfrentamos ya
no son fieras, tormentas o pueblos invasores. Contra ellos se peleaba antaño usando la mayor fuerza
muscular. Pero en el presente los enemigos son invisibles, abstractos e inciertos. ¿Cómo pelear contra la
escases económica? ¿Cómo luchar contra las fuertes exigencias laborales que restan tiempo a la
compañía familiar que reconstituye? ¿De qué manera enfrentar a la inseguridad que las noticias nos
venden?

Como si esto fuera poco, los medios de comunicación ubican frente a nuestras narices las malas
noticias de cada rincón remoto del mundo. La TV pone la lupa en las revueltas y los vandalismos.
También contribuyen a las malas nuevas la Internet, los periódicos, la radio y los abundantes canales de
noticias que el cable proporciona. En pocas palabras, la gente de la ciudad recibe mucha más
información de la que puede digerir.

Haciendo cuentas, vivimos atormentados con un sinnúmero de fantasmas y usamos armas poco
válidas para estos. En consecuencia “nuestros músculos se encurten en adrenalina”.

Mientras que el estrés es la respuesta psicofísca a situaciones de peligro tangible, el distrés es el


estrés residual que no encuentra el canal adecuado de acción. Un empleado administrativo y un jugador
de lucha libre tal vez enfrenten el mismo grado de estrés. Pero el luchador quemará todo ese
combustible mientras que el empleado habrá consumido apenas el 10% de su estrés. El 90% restante se
habrá transformado en distrés. Los que lo sufren experimentan todo tipo de dolencias y finalmente se
enferman.
Ya demasiado duro es que el cuerpo pague las cuentas de la mente. Pero, como si eso fuera
poco, la tensión disminuye el rendimiento intelectual, afecta la memoria, roba energías a la voluntad y
distorsiona la capacidad afectiva. Los creyentes que padecen esta verdadera patología afectan a sus
trabajos, sus familias y a la iglesia misma.

Los pastores nos exponemos al distrés muy fácilmente. Pertenecemos a una raza que trabaja
más con la cabeza que con las manos. Las muertes prematuras de los ministros deben su causa, en
9
Hans Selye (1907 – 1982)

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buena parte al mal de las últimas décadas. Conozcamos algunos síntomas que nos permitirán descubrir
este problema en nosotros y en nuestros aconsejados.

El sistema nervioso simpático, que actúa sobre los músculos involuntarios, recibe mayor
excitación. Por consiguiente habrá taquicardias, dolores estomacales, trastornos digestivos e
intestinales, aumento de las pupilas y aceleración de la respiración.

Las hormonas de la tensión, que son la adrenalina y la noradrenalina se liberan y producen un


grado de alteración y exacerbación. Se las conoce a estas hormonas como las de las emociones intensas.
De allí que los deportes de alto riesgo son favoritos de los “adictos a la adrenalina”.

En la sangre aumenta la proporción de glucosa y otros combustibles musculares, además de


variar otros valores. El consumo energético se eleva y deja a la persona en condiciones de salud
vulnerables si se prolonga este estado.

Hay varios factores estresores que debemos tener en cuenta: Ya habíamos comentado acerca de
la abundante información que el ser humano recibe debido a la fluidez en las comunicaciones. Bueno
resultaría a los creyentes practicar, de vez en cuando, un ayuno de noticieros y de chismes.

El medioambiente hace lo suyo. Habitaciones pequeñas, lugares sin luz natural, altas
concentraciones de gente por metro cuadrado, mobiliarios incómodos y lugares poco aireados
aumentan la tensión de las personas. En los años ochenta el seminario en el que sirvo experimentó una
explosión en su crecimiento. Como no queríamos frustrar el llamado de tantos postulantes aceptamos a
todos los que entraban en las aulas e improvisamos habitaciones extras. No obstante debimos llamar a
emergencias médicas con más frecuencia que en otras épocas. Malestares digestivos, desmayos e
insomnio parecían epidémicos. Paralelamente se acercaban estudiantes a pedir consejo por su
agotamiento, crisis nerviosas, faltas de concentración y fricciones con otros. Sin dudas, las altas
densidades de gente aumentan los niveles de fatiga.

Como contrapartida, el aislamiento social ocasiona exactamente el mismo efecto. Entre los
presidiarios y los marinos que se embarcan por tiempo considerable, aumenta la tensión. Peor es el caso
de los que han sido secuestrados o quedaron exiliados en lugares solitarios. Tal estado es el lógico
resultante de personas que poseen afectos e intereses fuera de su confinamiento. La ansiedad de no
tener el contacto directo con el mundo exterior más el fluido de pensamientos viciados que no pueden
cotejarse con otros, generan muchísima tensión. Un presidente latinoamericano que sufrió el
confinamiento por sus ideales políticos, preservó su salud mental contando hormigas. Su esposa, que
también estaba recluida, tuvo mejor suerte: tenía algunas compañeras de celda. Se dedicaban a escribir
y a compartir posteriormente entre ellas sus obras inéditas. Ambos experimentaron muchísimo estrés.

Cualquier situación que se perciba amenazante ocasionará el daño referido. Sea en el trabajo, la
universidad, el hogar o la sociedad misma, las condiciones que crean sensación de peligro en el
individuo producirán cambios indeseados.

Las enfermedades y los traumas dejan secuelas de esta índole. El estrés pos-traumático es
motivo de abundantes consultas a los médicos. Un joven conocido sufrió un atraco en el que, por
haberse resistido, vio cómo martillaron el gatillo varias veces con el arma en su cabeza. Dios no quiso

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que el muchacho partiese a su presencia. Sin embargo, requirió un tratamiento severo de ansiolíticos
porque quedó por varias semanas en estado de choque. Luego del tratamiento farmacológico le
indicaron psicoterapia para manejar la tensión.

Se reconocen tres estadios en el proceso. La alarma de reacción es el primero, donde se


reconoce el estímulo externo. El segundo es la adaptación, cuando el cuerpo arma todo el mecanismo
defensivo. Finalmente llega el agotamiento, en el que el cuerpo pierde las fuerzas en la defensa.

A manera de síntesis, hay tres agentes básicos, capaces de alterar a una persona en su área
psico-fisiológica.

El primer agente que estudiaremos son las presiones.

Estas consisten en personas, cosas o circunstancias que impelen al individuo para que este actúe
en contra de su preferencia o gusto. Un jefe que insiste a su empleado que trabaje más horas de las
estipuladas ejerce presión sobre su subalterno. Las exigencias de un esposo para que su mujer acepte a
nuevos amigos, por simple conveniencia económica, están dentro de la categoría. El exceso de estudio
para aprobar una carrera universitaria también lo es.
Algunas presiones son directas, pero otras responden a las expectativas que terceros tienen de
uno. Una madre acompañaba a su hijo pequeño mientras observaba a jóvenes, que con sus libros y
elementos escolares esperaban para rendir exámenes compensatorios por haber obtenido malas notas.
–“Ahí están los asnos” dijo la madre al niño señalando a los muchachos. Tal comentario fue suficiente
como para que unos años después este, ahora adolescente, sintiese la presión de no aplazar materias
por temor a la desaprobación materna.
Entre las diversas presiones está la de grupo. Explotando la necesidad de asociación de la gente,
se les establecen condiciones de adhesión a ciertos individuos. Los más débiles sucumben ante tal
presión y otros la resisten. En todos los casos se enfrentan fuertes tensiones.
El segundo agente son las frustraciones. En las mismas el afectado percibe que el objetivo o
anhelo que interiormente se estableció se ve truncado por un determinado obstáculo. Cada expectativa
que no se cumple es una frustración franca.
Por lo general las frustraciones se canalizan a través del miedo o el enojo. Un ama de casa a la
que se le malogra la comida con la que espera su esposo enfrenta una frustración. Mayor intensidad
tendrá la frustración de alguien que abrigaba la esperanza de ascender en su trabajo y se entera que un
subalterno suyo obtiene el puesto. Otras maneras de llamar a este agente son “desilusión” o
“decepción”. Como sea, los sentimientos de miedo o enojo aumentan el grado de estrés.

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Los conflictos son el tercer agente de tensiones. Los conflictos también son llamados
encrucijadas o dilemas. Cada vez que una persona se enfrenta a diferentes posibilidades a elegir en una
decisión está en medio de un conflicto.

Algunos ejemplos de conflictos se dan cuando un joven debe escoger una carrera universitaria.
Otras veces cuando debe elegir entre satisfacer los gustos de unos amigos o los de otros. Cada objeto de
un conflicto puede presentar atracción o rechazo. No es difícil la elección si debemos optar por ingerir
una bolsa de clavos o una porción de helado. El primer objeto nos inspira rechazo y el segundo
atracción. En esta ocasión el estrés no existe. En cambio, cuando debemos elegir entre un buen postre y
una buena película estaremos frente a una tensión que surge del temor a perder algo bueno.
Lamentablemente, los conflictos no se presentan con tanta sencillez como en los casos
anteriores. En un mismo objeto pueden coexistir factores de atracción y de rechazo. Las cosas se
complican más aún cuando tenemos más de dos opciones con sus puntos a favor y en contra cada una.
El juicio que debemos realizar para resolver el conflicto necesita muchísimas energías mentales si las
pérdidas y ganancias que están en juego son considerables.
Frente a la alta exposición al estrés de las personas debemos establecer algunos patrones de
resolución de las crisis que permitirán ayudar a nuestros aconsejados de maneras nítidas.
Seis son las opciones de solución, a saber:
1- Enfrentamiento. Un buen amigo suele decir ¿Para qué dilatar una crisis si podemos
enfrentarla ahora? Cuando sabemos que contamos con todos los elementos y una idea madurada, el
enfrentar a los agentes de tensión suele tener como ventaja que acorta la duración del estrés y elimina
la ansiedad de lo porvenir.
No son pocas las personas que temen recurrir al médico por temor a recibir una mala noticia
respecto a su salud. En este caso se trata de un conflicto, ya que deben escoger entre dos opciones:
acudir, lo que significaría el alivio de la dolencia o bien la mala noticia (atracción – rechazo); o no asistir a
la cita que implicaría no escuchar nunca una mala noticia de la salud o perder la oportunidad de hallar
un buen tratamiento.
Un hombre es presionado por su cónyuge para que les diga a sus padres que no se entrometan
en su matrimonio. En una situación de este tipo debería enfrentar, o a su mujer y decirle que no está de
acuerdo con su postura, o a sus padres para transmitirles la mala nueva. No queda otra alternativa que
enfrentar.
2- El retiro puede evitar muchísimos problemas. Todo el que acepta una guerra también debe
aceptar heridas. A veces decidimos enfrentar por una mera cuestión de altivez. La provocación de un
individuo podría responderse con una agresión o con el retiro del campo de batalla. La iglesia se
comporta como una gran familia, y por lo tanto es inevitable que hablemos los unos de los otros. En
nuestras opiniones podríamos dañar los sentimientos de nuestro aludido, pero no es nuestra intención.
Lo mismo ocurre cuando nos enteramos que hablan de nosotros desfavorablemente. Eclesiastés 7:21
dice: “tampoco apliques tu corazón a todas las cosas que se hablan, para que no oigas a tu siervo
cuando dice mal de ti.” Podríamos enfrentar al autor del comentario o simplemente dejarlo pasar y

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retirarnos de la posible lucha. Toda disputa tiene varios “rounds”. El hecho que ganemos uno de ellos no
garantiza ganar la pelea… y una pelea consume demasiadas energías aumentando las ansiedades.
3- Otra estrategia en la resolución de situaciones complejas es la dilatación. El Hno. David
Grams, en un seminario de ISUM relató una anécdota que ilustra a la perfección los beneficios de dilatar.
Una ocasión, mientras caminaba por la calle con su impecable traje color claro pisó una baldosa floja
que, asentada sobre agua lodosa, expulsó todo el contenido sobre el pantalón. De haber actuado
impulsivamente hubiese desparramado la mancha fresca. Simplemente esperó. Al final de la jornada era
sólo una costra seca que se desintegró con una pasada de cepillo.
En los primeros momentos de las crisis fluyen muchísimas emociones contradictorias y a veces
negativas. Cualquier acción arrebatada complicaría sensiblemente las cosas. El aconsejado debe tomar
distancia de su problema por unos momentos. Así como el pintor de cuadros se aleja unos metros de su
obra para comparar proporciones, debemos ayudar a nuestros pacientes a distanciarse del problema
para ubicarlo en su verdadera dimensión. La dilatación ayuda a ello. Recordemos que hay problemas
que se solucionan solos. A la vez, nuestra tarea que ha sido delegada por el Señor debe incluir la
confianza en un Dios que dice “Jehová peleará por vosotros y vosotros estaréis tranquilos.” (Ex. 14:14)
4- La negociación suele comportarse como un recurso altamente positivo. Los conflictos
interpersonales se inflaman con frecuencia porque abrazamos nuestros intereses apasionadamente.
Basilea Schlink, en su libro “Así seremos diferentes” comenta de un caballero al que se le averió la rueda
de su automóvil. Como no tenía su gato elevador advirtió que a unos centenares de metros de la ruta
había una casa con su luz interior encendida y un vehículo estacionado. Mientras caminaba para solicitar
aquella herramienta pensó para sí: “le pediré si sería tan amable de prestarme su gato elevador”. A los
metros imaginó que, como el dueño de casa no lo conocería pondría un poco de resistencia en prestar el
accesorio. Entonces consideró persuadirlo con mayor vehemencia debido a que en la ruta estaba
desamparado. En la medida que se acercaba, sus pensamientos ya habían creado una historia por cierto
de consecuencias negativas. Al momento de llamar. Una tierna anciana de sonrisa hospitalaria abre la
puerta y el contrariado caballero le dice, antes que la señora abriese su boca: “Bien, ¿Me dará ese
condenado gato o no?”.
Con frecuencia nos mal predisponemos por dar lugar a fantasías nefastas. Discutimos y hasta
peleamos en nuestra imaginación, lo que aumenta el estrés. Tal actitud eleva el tono de voz y la fuerza
de las palabras, cosa que gana la mala voluntad del interlocutor.
Lo primero a enseñar a los que enfrentan situaciones difíciles con otros es a que bajen sus
expectativas. Se debe iniciar un diálogo desde el punto cero. Lo normal será la nada. De allí habrá
múltiples concesiones a lograr. En los conflictos matrimoniales las peleas surgen del hábito predictivo de
los cónyuges. Se anticipan a las reacciones de sus pares y arman una batería de ataques frente a la
presunta respuesta.
Cuando respetamos la dignidad de los demás y enseñamos esta virtud en los que orientamos,
inducimos a valorar los intereses del prójimo y considerarlos tan sagrados y legítimos como los propios.
Para ello necesitamos despojarnos de todo “cartel de víctima” que el diablo intente colgar en nuestro
cuello. Detrás de ese cartel siempre hay escondida una “licencia de victimario”.
Una vez respetada la integridad del prójimo llega la negociación propiamente dicha. En ella
planteamos nuestras necesidades y nunca las faltas o deberes de la otra parte. Es importante saber que
discutir no significa pelear, sino encontrar opciones creativas que satisfagan a ambas partes. Como
veremos en el capítulo siguiente, siempre se tratará de intereses comunes y no condiciones que cada
uno establezca parcialmente.

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5- El acomodamiento es otra manera de resolución. Consiste en adaptarse a las nuevas


condiciones. Un buen amigo mío tenía toda una vida por delante, llena de jugosas perspectivas de éxito
en su profesión. Un día amaneció con una serie de síntomas preocupantes que condujeron a varios
estudios neurológicos. Una enfermedad progresiva e irreversible que quitaría paulatinamente su
movilidad estaba golpeando su cuerpo. Mi amigo podría haberse desmoronado en auto-lástima y
resentimientos varios. Sin embargo se dijo: “Esta es mi realidad y de acuerdo a ella viviré de la mejor
manera posible”. Pasaron más de treinta años de su padecimiento inicial y en el presente se
desenvuelve con excelencia en su área de ministerio. Es feliz y al mismo tiempo transmite un verdadero
ejemplo de vida. Algunos identifican al acomodamiento con la resignación. Para muchos el término
suena desafortunado ya que inspira la idea de nostálgica conformación. Pero etimológicamente significa
volver a dar precio. En otras palabras alude a dar un nuevo orden a la condición arribada.
6- La proyección hacia el futuro es un óptimo recurso en medio de las tensiones. A menudo me
ha tocado alentar a personas en vísperas de intervenciones quirúrgicas complejas. La mayoría se
concentra en la operación en sí misma. Charlar un buen tiempo sobre los planes futuros y soltar la
imaginación para cuando el convaleciente se reintegre con los suyos relaja los ánimos.
En nuestra congregación celebramos periódicamente reuniones de padres que han perdido a
sus hijos. Habíamos comenzado con cautela, sin saber exactamente el efecto de tales encuentros. Para
nuestra agradable sorpresa todos manifestaban lo bien que les sentaban estas actividades, cuando
luego de escuchar a los que hacía más años sufrieron la pérdida veían esperanza y sentido a su futuro.
Algo parecido aconteció con las reuniones de personas que quedaron solas en la vida por circunstancias
dolorosas. Saber que se puede seguir viviendo luego de los momentos difíciles se torna un magnífico
recurso para aliviar la tensión.
Poco a poco aprenderemos a utilizar los patrones de resolución con destreza, y veremos cómo
las personas que acuden por ayuda se comienzan a ver aliviados del dolor interno, que suele ser muy
cruel. El estrés es un huésped infaltable en la gran parte de nuestras consejerías, con el tiempo
aprenderemos a desalojarlo del recinto al que llegan los que necesitan ayuda.
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CAPÍTULO 7: LOS CONFLICTOS INTERPERSONALES


Una buena porción de nuestra consejería responderá a problemas de nuestros aconsejados con
otros. No sólo somos seres sociales a quienes nos afectan los inconvenientes con nuestros semejantes.
También somos creyentes en Cristo y miembros de su cuerpo. Las expectativas que poseemos de
nosotros en relación con los demás siempre son óptimas. Nos preocupa muchísimo más que a los no
creyentes la calidad de nuestras relaciones interpersonales. La Biblia habla de postergar toda ofrenda a
Dios si las cosas no funcionan bien con nuestro prójimo. El amor práctico habita en cada rincón de las
Escrituras. Por lo tanto, tal vez, el mayor porcentaje de hermanos que nos consulten se deberá a los
conflictos con sus semejantes.
Gary Smalley10 dedica con excelencia, abundantes detalles al mecanismo que denomina “la
danza del miedo”. No pretenderemos sintetizar una obra de tanta magnitud, pero sí adaptaremos
algunos aspectos de suma utilidad para actuar como eficientes orientadores en el área de los vínculos
humanos.
A manera de introducción diremos que, como seres humanos, poseemos una vasta cantidad de
necesidades psicológicas, físicas, sociológicas y espirituales. El área física, tal vez es la más desarrollada
desde el nacimiento, mientras que las otras necesitan del paso de los años para llegar a la plenitud de
funcionamiento. Sin embargo, muchísimos estímulos que el cuerpo recibe desde las primeras horas de
vida afectan a, por lo menos, la psiquis y la sociabilidad. Las primeras reacciones a estímulos
desagradables o generadores de dolor se asocian al miedo.
El miedo es toda una perturbación angustiosa que nos permite defendernos de alguna manera
frente a los peligros que podrían dañar nuestra vida. En un niño el hambre produce miedo, la irritación
de su cuerpecito por la acumulación de orines también surte el mismo efecto. Los cólicos inquietan con
el mismo ánimo y así sucesivamente.
De grandes, contamos con necesidades muchísimo más complejas que la alimentación, el abrigo
o el descanso. Nuestra mente se ha desarrollado lo suficiente como para percibir otro tipo de
sufrimientos que poca relación tienen con el cuerpo. Análogamente, nuestras aversiones ante una
insatisfacción también se sofistican con el correr del tiempo. Las reacciones, por ende, ya no se
concentran en el llanto sino en una variedad de cuadros.
Los intereses personales de los adultos no son otra cosa que la conjugación de distintas
necesidades, algunas de las cuales surgen de lo más profundo del alma. Cada vez que se traspasan los
intereses o no se satisfacen las necesidades de un individuo se producirá alguna forma de temor.
Cuando decimos formas de temor, estamos aceptando los diferentes grados del mismo con sus
consiguientes exteriorizaciones.
La preocupación es la versión más suave del miedo. Quien presenta este tipo de estado de
ánimo simplemente teme en un grado controlable algunos desenlaces. La preocupación, por lo general
va acompañada de pensamientos recurrentes y caída del humor.
La ansiedad, en cambio, encuentra su manifestación con estados fisiológicos y se la suele llamar:
nerviosismo. Las formas más intensas de temor que siguen a la ansiedad se diferencias, una de la otra
por su duración y etiología. El susto es una explosión intensa de miedo, pero de corta duración mientras
que la fobia suele tener la misma intensidad, pero su efecto es duradero (tal vez en toda la vida). En el
primero los estímulos son variados y muchas veces no reconocidos a priori. En las fobias el estímulo es
siempre el mismo, se lo reconoce a priori y existe una aversión al mismo de vieja data.

10
Gary Smalley, “El ADN de las relaciones”, Tyndale House Publishers, Inc., Colorado Springs, 2005

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El pavor, el espanto, el pánico y el terror, en ese orden, representan las mayores intensidades en
las que la persona se halla en estado de choque y enajenamiento. El pánico por su lado, es la más común
de las formas intensas de temor y acompaña a ciertas patologías psicológicas.
En una interacción se da con frecuencia que una de las partes perjudique los intereses de la otra.
Santiago fue sabio al escribir: “Porque todos ofendemos muchas veces” (Stg. 3:2). Obviamente, el
Espíritu Santo conoce la naturaleza humana. Pero muchas de las llamadas ofensas son interpretadas así
por algunos mientras que por otros no. La razón radica en que no todos tienen la llaga en el mismo
lugar. Cada uno posee diversas áreas sensibles que intenta proteger. Las necesidades inherentes a cada
uno son, ni más ni menos, los intentos de resguardar las vulnerabilidades.
Cada vez que una persona afecta los intereses de la otra generará en ésta última un dolor que
despertará algún tipo de miedo. Entonces se desencadenará una reacción destinada a intimidar y rendir
a la otra parte. Esta reacción producirá un sentimiento similar en el individuo que inició el proceso y así
sucesivamente hasta caer en lo que Smalley llama “danza del miedo”.
Una y otra vez llegarán a nuestro escritorio personas ofendidas por el ataque que un tercero les
propinó. La pregunta obligada en tales situaciones será: ¿Por qué cree que aquella persona reaccionó
así? Seguramente dirán que dijeron algo que no merecía semejante explosión. Allí será la oportunidad
para explicar que pocos atacan sin razón y que algún miedo se ha disparado para que estallara.
Difícilmente un perro muerde a alguien porque tiene fastidio o enojo. Normalmente lo hacen frente a
situaciones que percibe amenazantes. Los humanos no diferimos de algunos animales en ciertos
aspectos.
Las cuatro reacciones básicas frente al temor son: el ataque, la huída, la parálisis o la rendición.
La primera reacción desata problemas persistentes entre personas cercanas y es al mismo tiempo la más
común. Para resolver algunos conflictos interpersonales debemos ayudar a descubrir cuáles son los
disparadores (o botones según Smalley) del miedo que se tocaron. Las preguntas a realizar serían en
este caso: ¿Cuál fue el desagrado o miedo que sintió al comienzo de la discusión? ¿Por qué cree que
siente este temor? ¿Cuál fue la reacción que tuvo luego de ese miedo? ¿De qué manera más productiva
y menos nociva hubiese podido reaccionar?
Por su lado, nuestra tarea de asesoría a los sufrientes debe ayudarlos a salir de su
ensimismamiento. Por lo tanto, luego de un conflicto que traen sobre nuestro despacho enseñemos al
aconsejado a concentrarse en el punto sensible que dañó de la otra persona y no en la reacción de esta.
Cuando alguien se ve molesto hacia nosotros con claras señas de hostilidad deberíamos
preguntarle, si no sabemos, qué cosa que dijimos o hicimos le hizo sentir mal y ayudar a que el ofendido
se exprese de una forma constructiva acerca de su miedo. De esta manera habremos ayudado a
desarticular la danza del miedo.
En la negociación para la resolución de un conflicto hay tres posibles resultados: A- Uno gana,
otro pierde, B- los dos pierden y C- los dos ganan. Pareciera que a todos nos gusta ganar. Pero
justamente por esta razón el que pierde se sentirá muy mal y buscará una revancha. Debemos
concientizar al aconsejado que no existe nada más insípido que ganar una discusión. Puede obtener
satisfacciones pasajeras, pero ha ganado un enemigo y mientras se tienen enemigos los rumores de
guerras existirán.
Que los dos pierdan no es muy buena opción, pero algunos la abrazan por motivo de su mezquindad
espiritual. Hay personas que terminan diciendo: “ni para ti ni para mí” y acto seguido caen en una acción
destructiva. Los cínicos sienten placer en perder si eso significó la derrota del

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contrincante. Cada persona que pierde en un conflicto se siente damnificada y con derecho a represalias
que vuelven el conflicto interminable.
Finalmente, que los dos ganen será el mejor resultado. En una discusión las partes deben
señalar lo que necesitan, pero al mismo tiempo ofrecer ventajas mutuas. Sólo la amargura, el odio y el
rencor conllevan a evitar estos resultados. Pero un corazón sano buscará resultados positivos y
duraderos. Estos vendrán cuando todos los involucrados en una situación se sientan satisfechos.
Como decíamos anteriormente, la mezquindad espiritual esquiva las ventajas equitativas. Pero
nuestra labor de consejería debe lograr que se fije en la mente de los aconsejados una verdad
trascendental: Nunca se gana o se pierde absolutamente. Puedo ganar una ventaja pero el precio que
pagué es tan alto que el balance dio pérdida. Cierto pastor se caracterizaba por tener buena capacidad
de persuasión, aunque no siempre tenía razón. Como dejaba mudos (pero no satisfechos) a sus
contrincantes de ideas, quedó solo y sin amigos. Ganó, pero perdió.
Algunos ministros sabios prefieren recibir algo de maltrato sin defenderse. En pocas palabras
han perdido un poco el respeto de otras personas. En cambio ganaron la confianza y el amor de
muchísimos más. Siempre debemos decidir si deseamos que nos teman o nos amen. Si optamos por lo
segundo, habremos perdido algo… pero ganamos mucho más.
El segundo consejo a los que enfrentan diferencias con otros es que se deben concentrar en lo
que ganaron y no en lo que perdieron. Quien se fija sólo en las pérdidas cae en la derrota y la infelicidad
que perpetuarán los problemas. Pero el que mira lo obtenido manifiesta una actitud de crecimiento.
Tercer consejo: Siempre es bueno decidirse a perder. Cuando una parte tomó la decisión de
perder abandona los sentimientos de derrota. El perdón es una manera de hacer esto. Perdonar es
regalar lo que nos han quitado. Si un ladrón me quita la billetera, quedaré con la amargura de que me
han despojado. Si, por el contrario, yo decido dársela, sólo perdí una billetera, pero no mi poder. La
decisión ha quedado en mis manos y no en las del delincuente. Jesús nos enseñó a dar la capa a quien
nos pide la túnica. (Mt. 5:40)
Una vez resignada la pérdida, el aconsejado debe descubrir todo lo que ha ganado. En este caso
la pérdida deja de ser tal y se transforma en un precio pagado. Más gratificante aún, será para el
orientado el hallazgo de todas las pérdidas que evitó al despojarse voluntariamente de algún valor.
Iniciamos este libro con la importancia de la Palabra de Dios en nuestra tarea de
aconsejamiento. Finalicemos este capítulo, entonces, con un principio bíblico que debemos establecer
en los que llegan a nosotros con problemas interpersonales:
Los cristianos solemos ser muy vengativos porque nuestras expectativas del prójimo son muy
altas. A su vez esperamos que nuestro prójimo sea benévolo en sus apreciaciones para con nosotros. Las
venganzas del cristiano no son cruentas, sino sutiles. Nuestra metodología incluye al trato distante, la
murmuración y la exclusión de nuestro círculo a nuestros deudores.
Pero si tomamos represalias con nuestro prójimo es porque lo creemos merecedor de las
mismas. Por lo tanto expusimos a un juicio condenatorio al que nos ofendió, quebrantando el consejo
de Jesús, de no juzgar para no ser juzgados.
Pero además, tales acciones hablan de una falta de perdón. Nos hemos negado a perdonar la
deuda y nos la estamos cobrando de alguna manera. Si rechazamos la gracia, rechacémosla también en
nosotros. Las personas que actúan implacablemente hacia los demás terminan con importantes daños
emocionales porque el juicio a otros y la falta de perdón terminan carcomiendo a su conciencia lavada
por la sangre de Cristo.

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En síntesis, la renuncia a la venganza y el perdón son síntoma de buena salud espiritual y actitud
de triunfo. Pero además, permitirán evitar conversaciones tortuosas y conflictos con personas que
amamos. El orientado necesita aprender esto y reconocer las fragilidades de su prójimo para respetarlas
y a su vez dignificarlo. Veremos con satisfacción los logros de los que aprenden estos principios.
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CAPÍTULO 8: LAS DIFERENTES TÉCNICAS


La palabra “consejero” significa, en su sentido estricto: alguien que da consejo. Sin embargo, la
consejería no posee como protagonista a un “hablador”. En ese caso también escucha, pregunta, sugiere
y analiza. Pero la dinámica de estas, y otras funciones puede variarse en sus combinaciones para
obtener los mejores resultados en el aconsejado.
Si bien las diferentes técnicas son estudiadas por la psicología, su uso no se restringe a estos
especialistas. Así como el método científico no es exclusivo de los científicos, las diferentes técnicas de
una entrevista pueden ser valiosas herramientas en manos del consejero.
Si algún lego en el tema preguntase cuál es el mejor método o técnica en la consejería, la
respuesta de rigor sería: todos. Pero si la pregunta fuese acerca del peor, la respuesta no se basa en el
antónimo. La peor técnica es una sola, cualquiera sea. Cada ministro tiene su tendencia, de acuerdo a su
personalidad. Los hay muy habladores y de los otros también. Cada cual sentirá mayor comodidad en el
empleo de la forma que mejor se adapta a su naturaleza. Encontramos algo de valioso en esta
predisposición, pero no olvidemos que la persona más importante a servir es el aconsejado y se requiere
que la manera de arribarlo y ayudarlo sea a su propia medida.
¿Qué tal si vamos a una casa de indumentaria y el vendedor nos recomienda una buena camisa,
de acuerdo a su propio gusto? En mi caso particular, me agradan los motivos lisos y de colores más bien
sobrios. Quizás el vendedor me presione con un determinado modelo que está de moda, que es
original, que gusta al 100% de la gente joven y que le encanta cómo me queda. Pero así y todo, me
sentiré tan incómodo caminando por la calle con esa ropa, como si vistiese un equipo de astronauta.
Una técnica inadecuada al problema y personalidad de un individuo le creará una sensación de
inseguridad que lo “cerrará” ante todo intento de ayudarlo. En el mejor de los casos, habremos perdido
el tiempo sin obtener los objetivos propios de la tarea de orientación.
Algunas ocasiones hallaremos que los entrevistados necesitan información. Por ejemplo,
algunos tipos de voyeurismo responden a mera curiosidad. Una vez descubierto que es así, la curiosidad
se satisface con información y esta proviene de manera unilateral más alguna que otra pregunta del
aconsejado.
En los primeros momentos de la acción orientadora, el consultante puede comportarse algo
timorato. La buena exposición del pastor, comentarios ocasionales y el establecimiento de las pautas a
seguir aflojarán la tensión y estimularán al diálogo tan necesario.
Como el “pastoreo” es nuestra labor específica, enfrentaremos momentos en los que debemos
tomar la iniciativa de citar a una persona por conocerle alguna conducta inapropiada o actitud
incorrecta. En estos casos, antes de disparar a mansalva contra el pobre convocado, necesitaremos
indagar en el corazón del individuo. Los síntomas están a la vista, pero la enfermedad debe descubrirse.
Allí deberemos escuchar un buen rato y luego exponer los puntos a rectificar.
A lo largo del ministerio una cantidad considerable de personas llegará con serios errores de
concepto e interpretaciones desviadas. La tarea de reeducar guiará a todo un intercambio entre el
consejero y el aconsejado. En otras ocasiones habrá que educar a los que tenemos a nuestro frente
porque necesitan entender la vida en Cristo de una manera personalizada. Quizás esto lleve mayor
tiempo de monólogo que de diálogo.
Por otro lado, tomar tiempo con un individuo será la clave para que abra su corazón y se inicie
un tiempo de permeabilidad para la consejería. Sin embargo no debemos descartar la bendición de
trabajar con un grupo, donde cada uno puede sentirse identificado con los demás que tienen problemas

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semejantes. Allí, cada cual puede comprobar por sus propios medios que no es el único y que no está
solo, que cuando habla, los demás pueden entenderlo en su totalidad. Habrá situaciones en las que la
consejería será a dos personas tales como madre – hija, padre – hijo, cónyuges o creyentes en conflictos
interpersonales.
Cada uno de estos casos nos demuestra que llegará el momento en que no echaremos mano (al
menos conscientemente) de la lista de técnicas. Sencillamente alternaremos en forma casi intuitiva
entre las diferentes maneras de tratar. Por lo tanto, la metodología a considerar en este capítulo
solamente servirá para estimular nuestra creatividad y sacarnos de nuestra monotonía inercial.
Veremos en este capítulo unas cinco técnicas básicas que utilizaremos alternadamente, según la
naturaleza del problema y las características de quienes debemos orientar.
La técnica directiva es la primera a considerar debido a que se la usa con más frecuencia que a
las otras, tal vez por ignorancia o quizás por costumbre. En esta el consejero pregunta y el entrevistado
responde. Luego de repetidas secuencias de preguntas y respuestas el consejero evalúa. Una vez
evaluada la situación el consejero prescribe tal cual ocurre en el consultorio de un médico.
Por ser el más común de los recursos no necesariamente se espera que sea el más efectivo. Las
preguntas del consejero casi siempre siguen un circuito de prejuicios. Ante la sospecha de que el
paciente presenta tal o cual situación, interrogamos con un pobre enfoque y descuidamos un universo
de posibilidades. Hace unos años circulaba la anécdota de un hombre que murió aplastado en una
habitación en la que también había un elefante. El detective estaba tan enfocado en buscar al asesino
(humano por cierto), que no podía incorporar a su investigación el posible accidente protagonizado por
el paquidermo. Su lupa buscaba huellas digitales y pisadas de huída de algún hombre. La investigación
no condujo a ningún esclarecimiento por un mero prejuicio.
Por otra parte, las respuestas del aconsejado serán, ni más ni menos las solicitadas por el pastor
y difícilmente pueda rescatar conclusiones por sí mismo o descubrir aspectos de sus conductas o
sentimientos que le estaban velados, porque todo ello estará en manos de quien interroga.
Finalmente, el monólogo del consejero tendrá sus limitaciones. Es consabido que nunca se
aprende tanto como cuando se investiga por sí mismo. La batería de consejos tal vez se comporte como
una suculenta comida de la que se digerirá sólo una parte y la otra se perderá. La pregunta que nos
hacemos es: ¿Qué segmento de lo hablado al que pide ayuda quedará y qué se perderá?
En especial los pastores somos amantes de los sermones. En los mismos “amén” es la única
participación que solemos dar a la feligresía. El poder que nos confiere el púlpito suele concentrarse
cuando tenemos a un solo receptor a casi un metro de distancia, lo que suele intimidar y avasallar sin
permitir una retroalimentación adecuada. Como otras veces lo dijimos, el guardar silencio animará al
ayudado, cosa que en la técnica directiva no se hace a menudo.
En la técnica no directiva, el consejero pregunta, el entrevistado responde y reflexiona, luego el
consejero afina las preguntas y el entrevistado, finalmente descubre y resuelve su problema.
Es la más difícil de las técnicas ya que, para saber preguntar se debe contar con un buen registro
de los problemas más comunes. Además, las innumerables leyes de la mente no son nuestra
especialidad. Por lo tanto se trata de una práctica a usar con precaución y sencillez. Como expresamos en
capítulos anteriores, las primeras preguntas ayudan al acopio de antecedentes y formación del perfil del
entrevistado. La historia ayuda en la consejería porque el aconsejado evocará las vivencias más
trascendentes que, por lo general, dejaron huella en la personalidad de quien pide ayuda.

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Una buena lista de preguntas servirá al entrevistado, para que reflexione: ¿Por qué…? ¿Cómo
cree que le afectó esta experiencia?, ¿Está seguro/a de que siente esto por tal razón?, ¿Desde cuándo
enfrenta estos episodios?, ¿Tuvo algún incidente que le haya afectado de tal o cual manera? ¿Qué
personas le inspiran este sentimiento? ¿Por qué le parece que esto está mal… (o bien)?
Un pastor tuvo una entrevista con una esposa afligida y a punto de separarse. La razón consistía
en que su esposo la había insultado. El pastor afinó las preguntas y pidió que la mujer dijese
textualmente cuál había sido el insulto. La señora manifestó que en realidad la había tratado de infiel,
porque “se puso muy nervioso insistiéndole que quería saber quién la había llamado al teléfono”. De
hecho, tal acción no podía llamarse precisamente un insulto y la ofendida comprendió que había
atribuido mucha gravedad a la interpretación de los hechos. Las preguntas se dirigieron a la historia del
esposo y su niñez. La mujer recordó el dolor que mostraba su marido cada vez que relataba cómo su
madre lo había abandonado a él y a su padre para irse con otro hombre. No pasó mucho tiempo hasta
que esta hermana comprendió que el terror de perderla motivó al ataque de nervios. De insulto pasó a
la categoría de halago. Sólo un buen conjunto de preguntas ayudó a la reconciliación matrimonial.
El caso anterior explica muy bien la tarea de refinar las preguntas y permitir que el entrevistado
descubra el verdadero problema para encararlo de la forma debida.
Lo que uno advierte por sí mismo adquiere un valor único por una razón más que sencilla. Las
personas aprenden cuando prestan debida atención de un punto. Pero esta atención se relaciona
directamente con el interés. Si algo no nos interesa no le prestaremos atención. A su vez, el interés es
producto de la necesidad. Justamente los interrogantes que el consejero emite despiertan el sentido de
necesidad del aconsejado y desencadenan la posibilidad de fijar con intensidad los conceptos a cambiar.
Ayudemos al paciente a hallar por sí mismo la punta del ovillo, aunque él mismo se arroje las glorias y no
nos reconozca. Tal resultado será suficiente para festejar una sanidad.
La técnica confrontativa se suele utilizar en los casos en los que se observa una conducta
inapropiada en alguna determinada persona. Por lo tanto la entrevista, por lo común es iniciativa del
consejero. Normalmente, si hay que confrontar se debe a que una persona está actuando de una
manera distinta al criterio de la autoridad. Esta es la razón por la que el consejero suele convocar al
individuo.
Así como quien aconseja da el puntapié inicial, marca las pautas o puntos a tratar. Digamos que
si un ministro llama al hermano fulano de tal para comentarle que le preocupa la manera en la que se
maneja en las finanzas, deberá explicarle justamente que ese es el tema a tratar y acto seguido
presentará la información recibida y los daños ocasionados.
Lo más prudente, en todos los casos sería preguntar las razones de tal o cual comportamiento.
Podría ocurrir que poseemos una mala información o percepción del tema, o que aún el convocado
tuviese realmente una buena justificación.
Por último, luego de acordar los puntos correctos y los que deben rectificarse, el orientador
invitará al asesorado a cambiar su actitud o accionar. En tal caso, siempre hay que invocar la autoridad
que respalda tal persuasión. En algunas situaciones la Palabra de Dios será el parámetro, pero la buena
hermenéutica deberá estar presente ya que no faltan quienes emplean la Biblia para sustentar lo
insustentable.
Esta generación de creyentes sufre las consecuencias de los desatinos de la anterior. Se acercan
a las iglesias personas que se iniciaron en la fe, pero por toparse con líderes que hicieron de la iglesia un
museo cultural, fueron disciplinados y hasta expulsados. Todos ellos debieron experimentar alguna
entrevista de confrontación de la que salieron heridos de muerte. Un buen número de nosotros, los

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ministros, recordaremos las duras disciplinas que se aplicaban a los que usaban, hacían, cantaban,
hablaban o vestían elementos que hoy empleamos con naturalidad.
Podemos encontrar también que la autoridad es la razón lógica, o el bienestar de los demás, o
las reglas y normas establecidas. Otras veces la autoridad se concentra en una persona con un cargo
jerárquico, pero en ese caso, la confrontación debería llevarse a cabo por un tercero imparcial. En
cambio, si debemos confrontar por un daño recibido, el mandato de Jesús en Mt. 18:15-17 continúa en
vigencia.
La terapia de grupo, en estricto sentido profesional es vedada a los que no tienen un título. Sin
embargo, los ministros podemos reunir a personas con problemas en común y sorprendernos de los
logros que se obtienen.
En la terapia de grupo el consejero es en realidad un moderador. Siempre habrá en un equipo de
personas, quienes permanecen mudos y los que hablan hasta por los codos. El orientador callará a los
charlatanes y preguntará a los tímidos. Acallará a las voces de censura o afrentadoras y valorará a las
que tienen la valentía de mostrar transparencia.
La mayor habilidad del consejero yace en el estímulo al diálogo. Las preguntas disparadoras de
opiniones pegarán primero a los extrovertidos y casi al final a los otros. Cada vez que se integra una
nueva persona, estará el desafío de crear un nuevo equilibrio. De los diálogos que se susciten habrá
muchísimo que aprender. Por eso, al finalizar la sesión el moderador hará una síntesis.
Alcohólicos Anónimos funciona como terapia de grupo. Allí los pacientes revelan sus
debilidades, su historia, su realidad y se fortalecen mutuamente. Capítulos atrás había mencionado a
dos grupos de mi congregación que se reúnen para el mutuo fortalecimiento. Uno de ellos, el de
personas que han quedado sin su pareja y a la vez avanzaron en años. Es característica de este grupo la
disminución de chances de rehacer la vida. Por otra parte señalé a sus integrantes que ellos eran los
pioneros del trance que, tarde o temprano, deberemos vivir todos. Poco a poco contaban sus miserias,
sus desencantos y sus miedos. Hoy, no sólo se reúnen para hablar sino que salen de paseo, tienen
salidas de campo y celebran fiestas llenas de vida y de Cristo.
El otro grupo citado es el de los padres que han perdido hijos. Hace unos meses, cuando fallecía
una joven de un cáncer de páncreas me fijé que en el funeral estaba sentada al lado de la sufriente
madre, una mujer que hacía poco tiempo atrás había enfrentado un trance parecido. La receptividad de
la primera ante quien ya había transitado el camino era única. Allí se prendió la chispa. Hoy, alrededor
de una veintena de personas se juntan. Cada vez alguien distinto cuenta su historia. Cada vez se integra
un nuevo mutilado. Aún quienes vivieron la experiencia décadas atrás asisten a las reuniones y
muestran cómo está su cicatriz y que cada tanto vuelve a sangrar. Todos, a una quieren regresar a la
próxima cita… dicen que les hace muy bien. Ellos tienen una guardia permanente: cada vez que la
tragedia golpea a una familia, alguno de los del grupo se encarga de acompañar a los padres del dolor.
Un tercer grupo funciona en el que se reúnen los pacientes oncológicos y con enfermedades
crónicas. Un sicólogo de la iglesia los modera. Juntos aprenden a desenvolverse en esa guerra sin
cuartel, en la que contadas veces se gana en forma definitiva. Para la mayoría cada batalla consiste en
mantener a raya al enemigo para que no avance. En algunas ocasiones aparecen los caídos, pero entre
todos se fortalecen. El grupo no se reúne con la misma frecuencia que los otros, pero las veces que se
juntan sienten el provecho de hacerlo.
La última técnica que mencionaremos es la interacción de partes. Esta metodología ayuda en los
conflictos matrimoniales, entre creyentes que mantuvieron una diferencia y también en conflictos
familiares.

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Casi siempre se comienza con alguna de las partes que solicita ayuda o mediación.
Inmediatamente el consejero cita a los integrantes del conflicto para escuchar a cada uno. Se establecen
pautas de comunicación y se censura cualquier exabrupto. Se analizan las diferentes posiciones mientras
el moderador estimula al diálogo productivo.
De suma importancia es que las personas aprendan a expresarse en su totalidad pero se debe
limitar toda manifestación dañina. Cada uno debe explicar cómo se siente, pero evitar reclamos e
injurias hacia la otra parte. Resulta vital la mediación. Esto sugiere que el consejero haga propuestas
para que los individuos enredados en el problema concedan algunas cosas y conquisten otras.
La fase final es la misma reconciliación. Para lograrla se deben destacar los afectos, fomentar el
perdón, instar a la mutua comprensión, hacer renunciar a la mala fe y despejar del tema en cuestión las
historias añejas que no sirven para nada.
No subestimemos al abanico de técnicas mencionadas. Cada situación de consejería nos
demandará el uso de alguna de ellas.

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