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Había una vez un comerciante que tenía un loro precioso, con plumas de bellos colores y muy,
muy listo.
El pájaro vivía en una elegante jaula dorada y se paseaba el día hablando.
Un día, el comerciante tuvo que marcharse de viaje a un lejano país. Antes de partir, todos sus
amigos le pidieron algo. Entonces, el hombre le preguntó al loro:
Poco después, el comerciante partió para aquel lejano país. Allí arregló sus asuntos y luego
compró lo que habían pedido sus amigos.
Ya sólo le quedaba cumplir el encargo del loro. Así que se fue al bosque de lo loros felices. Era un
bosque frondoso, de árboles enormes, en cuyas ramas vivían cientos de loros. El hombre alzó la
vista hacia las ramas y dijo:
Los loros guardaron silencio, y de repente, uno de ellos se cayó al suelo desde una rama. Poco
después, le pasó lo mismo a otro; y luego, a otro más. El comerciante no entendía nada. Repitió la
pregunta y volvió a ocurrir lo mismo. El hombre se marchó asustado.
Poco después regresó a su país. Se reunió con sus amigos y les preguntó lo que le habían pedido.
Aunque todos estaban contentos, él estaba preocupado: tenía que contarle a su loro que no traía
ninguna respuesta.
El comerciante, muy sorprendido, lo sacó de la jaula y lo puso a la ventana para que le diera el
aire.
Inmediatamente, el loro abrió los ojos y se escapó volando hasta una rama cercana.
- Gracias por traerme la respuesta- le dijo le loro a su antiguo dueño-. Mis amigos loros te dijeron lo
que yo tenía que hacer para ser libre. Y ahora que soy libre, ¡ya soy un loro feliz!
Luego, el loro se alejó volando por el cielo.
Ser feliz no siempre significa no tener dificultades. A veces significa todo lo
contrario. Ese principio se representa en la historia de un joven esposo que
solo es capaz de llegar a casa con seguridad después de que su carga es
mucho más pesada.