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Discurso

Había una vez un comerciante que tenía un loro precioso, con plumas de bellos colores y muy,
muy listo.
El pájaro vivía en una elegante jaula dorada y se paseaba el día hablando.

Un día, el comerciante tuvo que marcharse de viaje a un lejano país. Antes de partir, todos sus
amigos le pidieron algo. Entonces, el hombre le preguntó al loro:

- Y tú, ¿qué quieres que te traiga?


- Allí hay un bosque donde viven unos loros que son muy felices – dijo el loro -. Pregúntales cuál es
el secreto se su felicidad.

Poco después, el comerciante partió para aquel lejano país. Allí arregló sus asuntos y luego
compró lo que habían pedido sus amigos.

Ya sólo le quedaba cumplir el encargo del loro. Así que se fue al bosque de lo loros felices. Era un
bosque frondoso, de árboles enormes, en cuyas ramas vivían cientos de loros. El hombre alzó la
vista hacia las ramas y dijo:

- Amigos, mi loro quiere saber cuál es el secreto de su felicidad.

Los loros guardaron silencio, y de repente, uno de ellos se cayó al suelo desde una rama. Poco
después, le pasó lo mismo a otro; y luego, a otro más. El comerciante no entendía nada. Repitió la
pregunta y volvió a ocurrir lo mismo. El hombre se marchó asustado.

Poco después regresó a su país. Se reunió con sus amigos y les preguntó lo que le habían pedido.
Aunque todos estaban contentos, él estaba preocupado: tenía que contarle a su loro que no traía
ninguna respuesta.

Un poco apenado, el hombre se acercó a la jaula y dijo:

- Tus amigos no han querido responderme.


- ¡Es imposible! – dijo el loro-. Algo te habrán dicho.
El hombre intentó explicarle lo ocurrido:

- Cuando se lo pregunté, todos se quedaron callados. Luego se desmayaron y se cayeron al suelo.


No lo entiendo.
Entonces, el loro guardó silencio y… ¡plof! También se desmayó.

El comerciante, muy sorprendido, lo sacó de la jaula y lo puso a la ventana para que le diera el
aire.

Inmediatamente, el loro abrió los ojos y se escapó volando hasta una rama cercana.

- Gracias por traerme la respuesta- le dijo le loro a su antiguo dueño-. Mis amigos loros te dijeron lo
que yo tenía que hacer para ser libre. Y ahora que soy libre, ¡ya soy un loro feliz!
Luego, el loro se alejó volando por el cielo.
Ser feliz no siempre significa no tener dificultades. A veces significa todo lo
contrario. Ese principio se representa en la historia de un joven esposo que
solo es capaz de llegar a casa con seguridad después de que su carga es
mucho más pesada.

A veces, quizás pensemos erróneamente que la felicidad consiste en no


tener cargas; pero llevar una carga es un elemento necesario y esencial
del plan de felicidad. Debido a que nuestra carga personal tiene que
generar tracción espiritual, debemos tener cuidado de no acarrear en la
vida tantas cosas agradables pero innecesarias que nos distraigan y
desvíen de las cosas que verdaderamente tienen mayor importancia.

Consideren la invitación particular e individual que hace el Señor de


“llevad mi yugo sobre vosotros”. El hacer y guardar convenios sagrados
nos ata al Señor Jesucristo y al yugo junto con Él. En esencia, el
Salvador nos está invitando a depender de Él y a tirar de la carga junto
con Él, aunque nuestros mejores esfuerzos no sean iguales a los de Él,
ni se puedan comparar. Cuando confiamos en Él y tiramos de la carga
junto con Él durante la jornada de la vida terrenal, realmente Su yugo es
fácil y ligera Su carga.

No estamos solos ni es necesario que lo estemos nunca. Podemos


seguir adelante en nuestra vida diaria con la ayuda del cielo. Mediante la
expiación del Salvador podemos “recibir de [Él] la fuerza” (“Señor, yo te
seguiré”, Himnos, Nº 138) y capacidad superior a la nuestra. Tal como
declaró el Señor: “Continuad, pues, vuestro viaje, y regocíjense vuestros
corazones, porque he aquí, estoy con vosotros hasta el fin” (D. y C.
100:12).

Y también aliviaré las cargas que pongan sobre vuestros hombros, de


manera que no podréis sentirlas sobre vuestras espaldas” (Mosíah
24:14).

El último día del crucero, un miembro de la tripulación le preguntó a cuál


de las fiestas de despedida asistiría. Fue entonces que el hombre supo
que no solamente la fiesta de despedida, sino casi todo a bordo del
crucero —la comida, el entretenimiento y todas las actividades— estaban
incluidas en el precio del pasaje. El hombre se dio cuenta demasiado
tarde de que había estado viviendo muy por debajo de su privilegio.
La pregunta que surge de esta parábola es: ¿Estamos, como poseedores
del sacerdocio, viviendo por debajo de nuestras posibilidades en lo que
se refiere al poder sagrado, los dones y las bendiciones que son nuestra
oportunidad y derecho?

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