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Aunque parece que los incas conocían desde antiguo las posibilidades de esta montaña situada

dentro de su Imperio, no fue hasta 1545 cuando no se empieza a tener conciencia global de lo
que allí había. Un pastor quechua llamado Diego Huallpa pasó la noche en las faldas de esta
colina junto a su rebaño de llamas protegiéndose del frío con una fogata. Cuando despertó se
encontró con que brillaban junto a él infinidad de vetas de plata. Cuando regresó lo puso en
conocimiento de las autoridades y un 1 de abril de 1545 el capitán Juan de Villaroel tomó
posesión, junto a sus hombres, del cerro.

Los primeros documentos que hacen referencia a Sumaq Orcko (que así conocían los incas al
Cerro rico) alaban la disposición de plata incluso en la superficie de la montaña. En pleno siglo
XVI en Europa apenas había unas pocas minas de plata que no daban más que un exiguo
porcentaje de este mineral. Las de Sajonia (en la actual Alemania) estaban en declive desde el
medievo y aquel hallazgo en las lejanas tierras andinas fue todo un filón no sólo para los
conquistadores españoles sino para también una Europa ávida de metales preciosos. Aquella
mina la explotarían durante siglos los españoles con mano de obra indígena de mano de la
mita, un sistema de esclavitud incaico, pero llegaría a España apenas un 15-20% de la plata. El
resto fue para piratas ingleses que utilizaban el saqueo y los secuestros para hacerse con este
preciado tesoro, o incluso se acuñaba moneda en otros imperios de fuertes de Oriente
(Mogoles de india, otomanos e incluso en China). Si a esto le sumamos los banqueros
alemanes, los gastos de guerras, pillajes y lujos desmedidos por parte de los criollos (nacidos
en América pero de origen europeo), era mucho lo que se quedaba en el camino. La Iglesia
también se apropió de lo suyo e incluso hoy en día en el Vaticano y en muchas iglesias
romanas es posible ver altares y obras de arte hechas con material proveniente de Potosí.

El método de obtención del mineral se fue haciendo cada vez más complejo, haciendo falta
refinados y tóxicos con las que separar una plata que cada vez era de peor calidad . Se
excavaron miles de galerías hasta llegar a las actuales 5000 que hacen del Cerro rico un
verdadero queso emmental sacudido por el gélido viento de altiplano. Entonces murió
muchísima gente en las minas o a causa de las enfermedades provocadas de estar largas
jornadas allí dentro. La esperanza de vida menguó de tal manera que era complicado
sobrevivir más de siete años seguidos de trabajo. Las cifras oscilan desde los varios miles a los
exageradísimos ocho millones de muertos que toma Eduardo Galeano en su estupenda obra
“Las venas abiertas de América latina” (muy recomendable para dar respuesta a muchos
porqués, aunque se tambalee en ciertos datos), quien había bebido de fuentes de un inglés,
Josiah Conder, que jamás había viajado al continente americano y se basaba en informaciones
de otros viajeros. Sea como fuere, más cerca o más lejos en las cifras, Potosí es un símbolo de
lo sucedido en América y, en general, en todos los territorios colonizados “a la fuerza” en el
mundo (lo que pudo ser Estados Unidos con la llegada de los colonos ingleses, África y su
reparto como si fuese un simple pastel, ese polvorín llamado Israel y Palestina etc…) La historia
ha sido y es así. Los íberos y celtas fueron masacrados y explotados por los romanos, los
romanos por los bárbaros, y así sucesivamente hasta encontrar que siguen existiendo las
colonias, pero sobre todo en términos económicos.
Por otro lado nos encontramos con que empieza a nacer una ciudad en las faldas de la
montaña, a más de 4000 metros de altitud. Trabajadores de las minas, ejército, nobleza,
religiosos, etc… Todos ellos comenzaron a sentar las bases de la ciudad de Potosí, a la que
también recayó mucha de la riqueza obtenida del cerro milagroso. Sin el orden de otras
ciudades coloniales de nueva planta (ver 5 ciudades de América latina que me enamoran),
Potosí creció de una forma desordenada, pero con edificios deslumbrantes. Se levantó la Casa
de la Moneda, conocida como El Escorial de América, de donde provienen muchas de las
monedas acuñadas con la plata potosina, y el barroco más opulento y recargado se puede ver
hoy día en las fachadas de numerosos templos religiosos. Las casas palaciegas y suntuosas
balconadas siguen asomándose a la calle de una ciudad que en el Siglo XVII fue algo muy
parecido a “la capital del mundo”. Tenía 160000 habitantes, incluso más que París y Londres en
la época, y su importancia comercial hacía que fuese la clave tanto en América como en una
Europa que veía aumentar sus arcas.

A esa Gran Babilonia llamada Potosí acudían gentes de muchos rincones del mundo porque era
todo un centro de poder, sobre todo económico. Pero a todo le llega su declive y, como se
esperaba, la plata se fue agotando hasta ser realmente difícil obtener unas cantidades muy por
debajo de lo que en su día fueron. Se empezó a sacar estaño y todavía, aunque muchas
organizaciones pongan en duda la rentabilidad de las minas (y su seguridad), nadie cierra la
puerta al Cerro rico. Ni Evo Morales, el primer presidente indígena de la historia de Bolivia, dos
siglos después de ser un país independiente, ha sabido (o querido) decir que “Potosí se acabó”.
Aquel sueño vestido de codicia nacido a las pocas décadas de la llegada de Colón a América,
sigue siendo una máquina a la que se agarra un pueblo agotado. Muchas ONGs denuncian la
presencia de niños enlas minas y las ineficaces o, más bien, inexistentes medidas de seguridad
en aquella ciudad subterránea. No es difícil hallar noticias de accidentes o víctimas que han
dado su último suspiro a Cerro rico, una de las muchas puertas que tiene el infierno.

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