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A lo largo de esta obra, Bauman1 explica claramente cuáles son las condiciones del

individuo en una sociedad de consumo del siglo XXI, periodo al que denomina como
modernidad liquida. Plantea que una de las características fundamentales de esta sociedad
actual es que nos encontramos ante una multiplicidad de objetos que la sociedad nos ofrece
y que se presentan con el atractivo de consumirse en poco tiempo, sin el menor esfuerzo y
sin complicaciones. Esto vale para alimentos, informaciones, múltiples servicios y muchas
cosas más.
Ello manifiesta lo que denomina “síndrome de la impaciencia” y que significa que la
inversión de tiempo en una actividad “se considera unánimemente abominable,
injustificable e intolerable; en realidad, un desastre y una bofetada a la dignidad humana,
una violación a los humanos”. Este ahorro del tiempo lleva a procurar una serie de “atajos”
gracias a los cuales se logra el objeto deseado en el menor tiempo posible.
Se preguntaran, ¿todo esto qué tiene que ver con la educación? Lo anterior permite
ver que en la actualidad hay una creciente tendencia a considerar la educación más como un
producto, una mercancía, que como un proceso siempre inacabado y en permanente
expansión, cuyo mejor fruto puede ser un deseo de conocimiento imposible de satisfacer.
No se habla más de pequeñas porciones de conocimientos reservados para las
diferentes profesiones y oficios, situación en la cual “el deber” de una persona se limita a la
posesión de la porción que le corresponde. En la nueva etapa “líquida” en la cual vivimos,
disminuye la importancia de “aquello que se conoce” para centrar la atención en “la
capacidad” para responder a nuevas situaciones, en la posibilidad de “digerir” cualquier
nueva información que se pueda presentar. Esta concepción es la que manifiesta en un
artículo reciente el rector de la Universidad de Yale cuando escribe que “en la actual
economía del conocimiento […] la característica más importante de una persona

1
Sociólogo. Nacido en 1925 en Poznan (Polonia), catedrático de Sociología de la Universidad de Varsovia. Su
carrera académica lo ha llevado a ejercer la docencia en las universidades de Leeds, Tel Aviv, The London
School of Economics, entre otras. Desde sus inicios en la década de 1970, su visión de la sociología ha
reivindicado para esta disciplina un papel menos descriptivo y más reflexivo. Proviene de una familia judía y
por ello es que debió huir de Polonia a Rusia cuando la amenaza nazi se hizo una realidad allí, tras la
ocupación de Hitler.

1
altamente educada no es el conocimiento sobre temas específicos, sino la destreza para
asimilar información nueva y resolver problemas […] Dominar determinado cuerpo de
conocimientos tiene escaso valor permanente en un mundo en rápida transformación”.
En sí, la visión que impera en la sociedad “sólida” es que los conocimientos se ponen
en contacto con datos duraderos, datos que se multiplican y se pueden acumular. Por el
contrario, en la sociedad “líquida” en la que vivimos, la posesión de esos productos
duraderos y permanentes ya no interesa más.
En el consumismo de nuestros días no interesa acumular, sino el breve goce de las
cosas. La educación, por su parte, se debe poner en contacto con conocimientos de uso
rápido e instantáneo, que sirven por el momento y luego se pueden desechar. Los
conocimientos son mercancías, que se pueden comprimir y patentar, cuyo valor comercial
refleja lo que distingue al producto de los ya existentes, antes que su calidad intrínseca. De
este modo, “se termina con la concepción según la cual la educación puede ser un
‛producto’ que uno gana y conserva, atesora y protege. No son los contenidos los que
definen a la educación en esta etapa ‘líquida’, y con ello se habla cada vez menos de la
educación ‘institucionalizada’.
Todo esto va contra la esencia misma de lo que era el aprendizaje y la educación a lo
largo de la mayor parte de la historia. Ello implica también la consecuencia de que, por
ejemplo, la memoria pierda su lugar privilegiado, ahora se la entiende como potencialmente
inhabilitante o inútil, ya que se relaciona con vínculos inquebrantables, con lealtades y con
compromisos duraderos, los cuales ahora son considerados obstáculos que hay que apartar
del camino al éxito rápido y visible.
Podemos decir entonces, que en la modernidad líquida, todo lo que dura ha perdido
su encanto, ya que el mundo vital de los jóvenes contemporáneos pone en tela de juicio lo
invariable y considera la solidez de los vínculos humanos como una amenaza. Ahora, dice
Bauman, las cosas más valiosas envejecen rápido y se espera que ni siquiera los hábitos
que debían durar sean inalterables. ¿Cómo, en este contexto, puede ajustarse el
conocimiento al uso instantáneo? Bauman diría: transformando su sentido. Ahora, se
concibe al conocimiento para ser utilizado una sola vez, encogiendo el lapso de vida del
saber y tratándolo como una mercancía de uso rápido.

2
Frente a esta realidad, Bauman plantea que “En el pasado, la educación adquiría
muchas formas y demostró ser capaz de ajustarse a las cambiantes circunstancias,
fijándose nuevos objetivos y diseñando nuevas estrategias. Pero, lo repito, el cambio actual
no es como los cambios del pasado. En ningún otro punto de inflexión de la historia
humana los educadores debieron afrontar un desafío estrictamente comparable con el que
nos presenta la divisoria de aguas contemporánea. Sencillamente, nunca antes estuvimos
en una situación semejante. Aún debemos aprender el arte de vivir en un mundo
sobresaturado de información. Y también debemos aprender el aún más difícil arte de
preparar a las próximas generaciones para vivir en semejante mundo”
En conclusión, en un mundo en constate cambio, en el cual la información se presenta
como desbordante, en un mundo “líquido” que presenta “a la carta” diversas ideologías y
religiones, que pretende sumir en una perspectiva relativista todo conocimiento y cualquier
compromiso, se presenta con carácter urgente reflexionar seriamente sobre esta “oferta”
educativa”.

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