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En medio de esta realidad histórica surgirán los cristianos predicadores encargados de dar
continuidad a las enseñanzas de los Apóstoles. A estos cristianos los conocemos como Padres
Apostólicos, creadores de los primeros textos no canónicos, que constituyen la primera literatura cristiana.
- Las Constituciones.
Son regulaciones para la organización de la Iglesia que se cree que fueron expuestas por los mismos
apóstoles y publicadas para los creyentes por Clemente Romano. Sin embargo, muy probablemente, tal
colección es de origen Sirio y fueron compuestas por un autor anónimo basándose en fuentes antigua, a mitad
del siglo IV. Tales constituciones están escritas en ocho libros.
Estas Constituciones nunca fueron recibidas fuera de un estrecho círculo. Para muchos fueron
consideradas falsas incluso en una edad tan extremadamente poco crítica y por tanto nunca llegaron a
entrar en conjunto en ninguna de las grandes colecciones de derecho eclesiástico, aunque una parte del
libro octavo aparecen en varias colecciones con frecuencia.
- Cánones.
Por su parte los ochenta y cinco Cánones tienen la forma de decisiones sinodales y proceden de la
misma fuente no mucho más tarde. El destino de las dos colecciones, tan estrechamente cercano en su
origen, ha sido diferente.
Los Cánones fueron recibidos generalmente como genuinos, siendo incluidos en muchas
colecciones de derecho eclesiástico y traducidos a varias lenguas orientales; hasta hoy están al principio
del sistema canónico de la Iglesia Oriental.
Los Cánones Apostólicos surgieron, probablemente con la idea de suplir la falta de autenticidad de
las Constituciones mediante una nueva falsificación. Sus números varían; la división en 85 parece ser la
más antigua. Aparte de las Constituciones, sus fuentes son los decretos del Sínodo de Antioquía del año
341 y otros concilios. El canon 85 es el interesante canon del Antiguo y Nuevo Testamento, que omite el
Apocalipsis, pero incluye las dos cartas clementinas y las Constituciones como Escrituras canónicas.
- Textos apócrifos.
Se conoce como libros apócrifos a una amplia cantidad de libros que no fueron reconocidos por las
Iglesia Cristianas de los primeros siglos como parte de la Sagrada Escritura. Sin embargo, estos libros se
muestran con temáticas, autores o nombres que los hacen parecer como si fuesen libros canónicos.
Cabe aclara que también en el ambiente judío existen textos apócrifos (por ejemplo el libro de
Sabiduría del Antiguo Testamento es considerado como apócrifo para los judíos y, por lo tanto, no se
incluye en el canon de los textos judíos).
- Evangelios apócrifos.
A los evangelios apócrifos se les dio el nombre de “evangelios” por su aspecto, similar al de los
cuatro evangelios admitidos en el canon del Nuevo Testamento. Sin embargo, difieren de los evangelios
hoy llamados “canónicos” en su estilo y en su contenido, y fueron de inmediato o progresivamente
desechados por las comunidades cristianas para el anuncio de la “buena noticia”.
En los evangelios apócrifos, se pueden encontrar relatos de abundante fantasía (en algunos de
ellos, Jesús realiza milagros mucho más numerosos y extravagantes), o doctrinas diferentes de las
transmitidas en los evangelios canónicos, o enseñanzas misteriosas reservadas a unos pocos. Las Iglesias
cristianas históricas consideraron que estos escritos son el resultado de una incorrecta comprensión de lo
que significa la palabra “evangelio”.
Algunos de los Evangelios apócrifos surgieron en comunidades gnósticas (por ejemplo, el
Evangelio de Tomás) y contienen “palabras ocultas” al entendimiento de la mayoría, quizá con la
finalidad de dar apoyo a sus doctrinas cuando estas no estaban en total acuerdo con los materiales
canónicos, incluidos hoy en la Sagrada Escritura. Estos mensajes ocultos que incluían discursos atribuidos
a Jesús, estaban reservados a los iniciados en esas comunidades.
Es muy larga la lista de textos conocidos como evangelios apócrifos, aquí solo mencionaremos
algunos.
- Evangelios gnósticos
Evangelio de Tomás
Evangelio de Marción
Evangelio de María Magdalena
Evangelio de Judas
Evangelio apócrifo de Juan
Evangelio de Valentín o Evangelio de la Verdad
- Evangelios de la Natividad
Protoevangelio de Santiago
Evangelio del pseudo-Mateo
Evangelio de la natividad de María
Evangelio Secreto de la Virgen María
- Evangelios de la Infancia
Evangelios de la infancia de Tomás
Evangelio árabe de la infancia
Historia de José el carpintero
Evangelio armenio de la infancia
- Evangelios asuncionistas
Libro de San Juan Evangelista (el Teólogo)
Libro de Juan, arzobispo de Tesalónica
Narración del Pseudo José de Arimatea
No es pretensión de este curso profundizar en el conocimiento de los textos apócrifos, por lo que
nos limitaremos a leer y realizar la hermenéutica únicamente del Protoevangelio de Santiago.
Se supone que el texto lleva el nombre del autor: Santiago, el pariente de Jesús, identificado por
algunos con Santiago el Justo.
Los estudiosos actuales, sin embargo, creen que el texto fue escrito mucho más tarde, durante el
siglo II, por un cristiano procedente del paganismo (desconoce las costumbres judías) y que ignoraba el
hebreo, pues usó como fuente la Biblia riega de los LXX. Es muy probable que utilizara también como
fuentes los evangelios de Mateo y Lucas.
La primera mención de este evangelio se encuentra en las obras de Orígenes, quien lo aduce para
demostrar que los llamados “hermanos de Jesús” eran en realidad hijos de José con su anterior esposa, lo
que significa que el texto era ya en el siglo III lo suficientemente antiguo como para ser tenido por
auténtico por Orígenes. Aunque no se han encontrado menciones anteriores, la referencia de Justino
Mártir, muerto en 165, al nacimiento de Jesús en una cueva parece revelar que conoció la obra. Por su
parte, Clemente de Alejandría, muerto en 215, asegura en uno de sus escritos que la virginidad de María
fue constatada por una comadrona, en lo que puede ser una referencia a un episodio narrado en el capítulo
XX del protoevangelio.
Para efectos de nuestro objetivo del curso leeremos y analizaremos la Carta o mejor dicho, el Acta del
Martirio de San Policarpo.
Hacia el año 155 marchó a Roma para defender, ante el papa Aniceto, la costumbre de las iglesias
de Asia de celebrar la Pascua el día 14 del mes de Nisán, según el calendario hebreo, aunque sin éxito; a
pesar de que no pudieron conciliarse los dos puntos de vista, por seguir Policarpo el uso oriental y Aniceto
el occidental, no se rompió la comunicación entre ellos.
Vuelto a su patria y habiendo estallado la persecución, según refiere el llamado “Martyrium
Polycarpi”, se dejó convencer para que se refugiara en una casa de campo cerca de la ciudad. Pero la
traición de un criado hizo que cayera en manos del procónsul romano Estacio Quadrato. Invitado a
renegar de Cristo, el anciano respondió que lo había servido con lealtad durante 86 años y que no tenía
motivo para renegar de Él precisamente en aquel momento.
El relato de su martirio dice que fue colocado sobre la hoguera y que pronunció entonces una
bellísima plegaria; como las llamas lo respetaran, fue muerto con una espada.
Se ha discutido mucho sobre el año en que Policarpo sufrió el martirio; la fecha probable parece
ser el año 156.
Ireneo habla de varias obras suyas dirigidas a la Comunidad de Asia Menor; de ellas conservamos
solamente La Epístola de Policarpo a los filipenses. Esta epístola pertenece al grupo de escritos de
aquellos autores que se ha convenido en llamar “Padres Apostólicos”, porque, a pesar de pertenecer a una
generación posterior a la de los apóstoles, estuvieron directa o indirectamente en relación con ellos. De
aquí la gran importancia histórica y literaria de estos escritos, entre los cuales la Epístola de Policarpo a
los filipenses ocupa un lugar notable.
Muy pronto empieza la organización jerárquica en la Iglesia. En la iglesia post-apostólica, los obispos
surgieron como supervisores de las poblaciones cristianas urbanas, y un clero jerarquizado tomó poco a
poco la forma de epíscopos (capataces, obispos), presbíteros (ancianos), y diáconos (servidores).
Mientras Clemente y los escritores del Nuevo Testamento utilizan los términos de supervisor y
anciano de manera intercambiable, una estructura episcopal se hace más visible en el siglo II. Esta
estructura fue reforzada por la doctrina de la sucesión apostólica, donde un obispo se convierte en el
sucesor espiritual del obispo anterior en una línea de búsqueda de los primeros apóstoles.
Cada comunidad cristiana tenía presbíteros o “ancianos”, como fue el caso de las comunidades de
origen judío, que también fueron ordenadas y con la asistencia del obispo; a medida que se extendió el
cristianismo, especialmente en las zonas rurales, los presbíteros ejercieron más responsabilidades y
tomaron forma distintiva como sacerdotes. Por su parte, los diáconos llevaban a cabo ciertas tareas, como
atender a los pobres y enfermos.
A pesar de que la evidencia es escasa en el siglo II, la primacía de la Iglesia de Roma está afirmada
por Ireneo de Lyon en su documento Contar las herejías (189 d.C.). En respuesta a la segunda enseñanza
gnóstica del siglo, Ireneo creó el primer documento conocido por describir la sucesión apostólica,
incluyendo los sucesores inmediatos de Pedro y Pablo: Lino, Cleto, Clemente de Roma, Evaristo,
Añejando I y Sixto I, que la Iglesia católica considera actualmente como los sucesores de Pedro y los
primeros papas, a través del cual estos últimos afirmarían autoridad.
- Las Herejías.
Uno de las funciones primeras de los obispos, y de los Santos Padres, era refutar las herejías. En
principio, eran generalmente cristológicas en su naturaleza, es decir, se le negaba autoridad divina a
Cristo, como Dios eterno y humano. Por ejemplo, el docetismo sostuvo que la humanidad de Jesús no era
más que una ilusión, negando así la encarnación; mientras que el arrianismo afirmaba que Jesús, aunque
no era meramente mortal, tampoco fue eternamente divino y era, por tanto, de estado menor que Dios
Padre como afirma Jn 14, 28.
El Trinitarismo sostuvo que Dios Padre, Dios Hijo y el Espíritu Santo eran todo estrictamente uno
solo con tres hipóstasis. Muchos grupos fueron dualistas, manteniendo que la realidad se compone de dos
partes radicalmente opuestas: la materia, normalmente vista como mala, y el espíritu, visto como bueno.
El cristianismo ortodoxo, por el contrario, sostuvo que tanto lo material como espiritual fueron
creados por Dios y por lo tanto eran buenos, y que esto se representa en las unificadas naturalezas divina y
humana de Cristo.
Ireneo de Lyon fue el primero en argumentar que su posición y enseñanza (“antiherética”) era la
misma fe que Jesús dio a los doce apóstoles y que la identidad de los apóstoles, sus sucesores, y las
enseñanzas del mismo eran todas de conocimiento público y bien conocido. Esto era por tanto un
argumento temprano apoyando la sucesión apostólica. Ireneo estableció por primera vez la doctrina de los
cuatro evangelios y no más, interpretando los sinópticos a la luz del Evangelio de Juan. Los oponentes de
Ireneo, sin embargo, afirmaban haber recibido enseñanzas secretas (gnosis) de Jesús a través de otros
apóstoles que no son de conocimiento público, o en el caso de Valentin el gnóstico, se basa en la
existencia de tal conocimiento escondido, haciendo referencias breves a las enseñanzas privadas de Jesús.
También han sobrevivido en el canon de las escrituras (cfr. Mc 4,11) cuando hizo advertir por Cristo que
habrían falsos profetas y maestros. Otros adversarios de Ireneo también afirmaron que las fuentes de la
inspiración divina no cesaron, lo que se conoce como la doctrina de la revelación continua.
A mediados del siglo II, tres grupos de cristianos ortodoxos se adhirieron a una gama de doctrinas
que dividió las comunidades cristianas de Roma, las del maestro Marción; con las efusiones de profetas
cristianos pentecostales de éxtasis de una revelación continua, en un movimiento que se llamó
“Montanismo” porque había sido iniciado por Montano, sus discípulas mujeres, y las enseñanzas
gnósticas de Valentino. Los primeros ataques sobre supuestas herejías formaron el motivo de prescripción
de Tertuliano contra los herejes (en 44 capítulos, escritos en Roma), y de Ireneo “Contra las herejías” (en
180caítulos, en cinco volúmenes), escritos en Lyon después de su regreso de una visita a Roma.
Las cartas de Ignacio de Antioquia y Policarpo de Esmirna a varias iglesias, advirtieron sobre
falsos maestros, y la Epístola de Bernabé, aceptada por muchos cristianos como parte de la Escritura en el
siglo II, advirtió sobre la mezcla de judaísmo con cristianismo, al igual que otros escritores, lo que lleva a
las decisiones tomadas en el primer concilio ecuménico, que fue convocado por el emperador Constantino
en Nicea en el año 325, en respuesta a la controversia polémica aún más perturbadora dentro de la
comunidad cristiana, en ese caso sobre los conflictos arrianos sobre la naturaleza de la Trinidad.
El Nuevo Testamento habla de la importancia de mantener la doctrina ortodoxa y refutar las
herejías, lo que haba de esta preocupación ya desde la antigüedad. Debido a la prohibición bíblica contra
los falsos profetas (especialmente Mateo, Marcos y las Cartas Paulinas), el cristianismo siempre ha estado
preocupado por la “correcta” y ortodoxa interpretación de la fe.
2.1.-Apologética: Justino
Las obras de Justino Mártir representan a los primeros sobrevivientes de los “apologistas”
cristianos de notable importancia.
La mayor parte de lo que se conoce sobre la vida de Justino Mártir proviene de sus propios
escritos.
Nació en Flavia Neapolis, una ciudad reconstruida en el 72 d.C. de las ruinas de Shechem en la
provincia romana de Judea, ubicada en el actual Nablus. Según la tradición de la iglesia, Justino padeció el
martirio en Roma bajo el emperador Marco Aurelio, cuando Junio Rustico era prefecto de la ciudad (entre
162 y 168).
Justino se llamó a sí mismo un Samaritano, pero su padre y el abuelo eran probablemente griegos o
romanos, y éste se crio como un pagano. Parece que San Justino tenía propiedades, estudió filosofía, se
convirtió al cristianismo, y dedicó el resto de su vida a enseñar lo que él consideraba la verdadera
filosofía, todavía con el vestido de filósofo para indicar que había alcanzado la verdad. Es probable que
viajara mucho y finalmente se estableciera en Roma como un maestro cristiano.
Justino tenía, como otros, la idea de que los filósofos griegos habían derivado, si no prestado, los
elementos más esenciales de la verdad que se encuentra en su enseñanza de la Biblia hebrea. Por lo tanto
no tenía escrúpulos para declarar que Sócrates y Heráclito eran cristianos (Apol., I. 46, II. 10). Su
objetivo, por supuesto, era hacer hincapié en la importancia absoluta de Cristo, de modo que todo lo que
alguna vez existió de virtud y verdad podían ser referidos a él. Así, los antiguos filósofos y legisladores
tenían sólo una parte del logos, mientras que la totalidad aparecía en Cristo.
Eusebio de Cesárea se ocupa de él y nombra ocho de sus obras, la mayoría de las cuales se han
perdido, pero al ser citadas por Eusebio, se supone que estaban en circulación.
La Primera Apología de Justino Mártir está dirigida a Antonio Pío, sus hijos, y el Senado Romano.
Las alusiones a Simón el Mago y a Marción en el capítulo 26 sugieren que pudo haber sido escrita
en Roma: en el capítulo 24 se detiene a hablar sobre una estatua de Simón el Mago que había en esa
ciudad con la inscripción Semini Deo Sancto. Actualmente la crítica piensa que se refiere a la estatua de
Sancus.
La datación de la obra se realiza por tres vías: en primer lugar los destinatarios, que estuvieron al
frente del Imperio entre los años 147 y 161. Segundo, que en el capítulo 46 se dice que Cristo había
nacido “hace ciento cincuenta años”. Finalmente, en el capítulo 29 se cita un hecho sucedido en
Alejandría involucrando al prefecto Municio Félix, que fue prefecto entre 148 y 154. Por estos motivos
suele datarse a la obra cerca del año 155.
- La fe cristiana.
Con el capítulo 13 comienza el “Ciclo Amplio de Pruebas” y que llega hasta el final de la obra:
consiste en un repaso detallado de ciertos aspectos de la vida de los cristianos para mostrar que no son
malos ciudadanos. La primera exposición de la fe cristiana que hace Justino retoma el Sermón de la
Montaña que pronunció Jesús: es un texto comúnmente utilizado para la primera aproximación de un
catecúmeno al cristianismo. También explica que el hecho de ser cristianos los impulsa a ser buenos
ciudadanos, citando la obediencia debida a la autoridad y la frase “Den al César lo que es del César”.
A partir de entonces y hasta el capítulo 23 Justino “se deja llevar del fácil curso de sus ideas” y, sin
un hilo conductor concreto, escribe sobre la resurrección de los muertos, el fin de los tiempos, el infierno,
y hace analogías entre el cristianismo, el estoicismo, la mitología y literatura homérica
En el capítulo 23 Justino traza el resto de la obra diciendo que quiere probar tres puntos:
Que la doctrina de Cristo y de los Profetas es la verdadera revelación y que es anterior a todas las
demás.
Que Jesucristo es el verdadero Hijo de Dios, y es Dios mismo.
Que antes de su llegada los demonios inventaros muchos mitos y religiones para apartar a los
hombres del cristianismo.
El primer punto abarca los capítulos 24 a 29, el segundo está entre el 30 y el 53; y el último entre
el 54 y el 60. La exposición de los temas es confusa. Según Daniel Ruiz Bueno: “El autor se permitirá
vagar y divagar a su placer, y un poco a nuestra desesperación”, mientras que Gustave Bardy critica “La
ilación de las ideas es turbada a cada instante por repeticiones y por digresiones que nos la hacen perder
de vista. Son graves defectos que hacen difícil la lectura de San Justino”.
La prueba de la divinidad de Jesucristo se asemeja al resto de la apologética cristiana de los
primeros siglos: se evita la mención de los milagros para que no se lo identifique con un simple mago o
ilusionista. En cambio, se recurre al cumplimiento de las profecías como prueba de esa verdad.
- Liturgia y eucaristía.
La Primera Apología de San Justino es, entre todos los textos cristianos de los primeros dos siglos,
la que hace una mejor y más detallada descripción de la liturgia dominical en la Iglesia. Se mencionan los
siguientes puntos:
En “el día que se llama del sol” se reúnen todos los cristianos del campo y de la ciudad, y se leen
en público los “Recuerdos de los Apóstoles”, o los escritos de los profetas.
El que preside la asamblea hace una exhortación para que el pueblo imite los ejemplos que se han
leído.
Los presentes elevan oraciones suplicando la gracia para permanecer fieles al mensaje evangélico.
Tras las oraciones, se dan mutuamente el saludo de la paz.
Luego “el que preside a los hermanos” recibe de la asamblea pan y un vaso de vino mezclado con
agua, tributa alabanzas al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y pronuncia “una larga acción de gracias”.
El pueblo responde “Amén”.
Los diáconos dan a cada uno de los asistentes una parte del pan y del vino mezclado con agua.
En el Diálogo con Trifón, después de una sección introductoria, Justino se compromete a mostrar
que el cristianismo es la nueva ley para todos los hombres, y para probar por medio de la Escritura que
Jesús es el Cristo. La sección final, demuestra que los cristianos son el verdadero pueblo de Dios.
La percepción que tenía de sí mismo era la de un académico. Justino estaba seguro de que su
enseñanza era la de la Iglesia en general. Sabía de la división entre los ortodoxos sólo en la cuestión del
milenio y de la actitud hacia el cristianismo judío más suave, que él personalmente estaba dispuesto a
tolerar, siempre y cuando sus maestros, a su vez, no interfirieran con la libertad de los conversos gentiles;
su milenarismo no parece tener ninguna conexión con el judaísmo, pero creía firmemente en un milenio, y
generalmente en la escatología cristiana temprana.
La segunda: A principios del siglo XX se descubrió una antigua traducción literal en la lengua
armenia de una segunda obra, escrita después del “Adversus Haereses”; esta es la Prueba de la
Predicación Apostólica. Aquí el objetivo del autor no es refutar a los herejes, sino confirmar a los fieles
exponiéndoles la doctrina cristiana, demostrando la verdad del Evangelio por medio de las profecías del
Antiguo Testamento. Aunque fundamentalmente no contiene, nada que no haya sido expuesto en el
“Adversus Haereses”, es un documento del más alto y un testimonio magnífico de la profunda y viva fe
de Ireneo.
De sus otras obras sólo existen fragmentos dispersos; muchos, sin duda, se conocen sólo a través
de las menciones hechas de ellos por escritores posteriores, ni siquiera nos han llegado los fragmentos de
dichas obras.
Las otras obras son:
- Un tratado contra los gentiles titulado “Sobre el tema del conocimiento” (mencionado por
Eusebio).
- Un escrito dirigido al sacerdote romano Florino “Sobre la Monarquía, o como Dios no es la
Causa del Mal” (fragmento en Eusebio).
- Una obra “Sobre el Ogdoad (el Octavo)”, probablemente contra el Ogdoad de Valentino el
Gnóstico, escrito para el mismo sacerdote Florino, quién se había pasado a la secta de los valentinianos
(fragmento en Eusebio).
- Un tratado sobre el cisma, dirigido a Blasto (mencionado por Eusebio).
- Una carta al Papa Víctor contra el sacerdote romano Florino (fragmento conservado en siríaco).
- Otra carta al mismo Florino sobre la Controversia Pascual (extractos en Eusebio).
- Otras cartas a varios corresponsales sobre el mismo tema (mencionado por Eusebio, un
fragmento conservado en siríaco).
- Un libro de varios discursos, probablemente una colección de homilías (mencionado por
Eusebio); y otras obras menores para las cuales tenemos testimonios menos claros o ciertos.
Según la “Cronología del año 354” (Catalogus Liberianus), un 13 de agosto, probablemente del
año 236, los cuerpos de los exilados fueron enterrados en Roma, el de Hipólito en el cementerio de la Vía
Tiburtina. Lo anterior nos lleva a supone que antes de su muerte fue recibido nuevamente en el seno de la
Iglesia. Esto estaría además confirmado por el hecho que desde entonces es reconocido como santo y
mártir.
El papa Dámaso I le dedicó uno de sus famosos epigramas. También, Prudencio transpuso
elementos del mito griego de Hipólito, el hijo de Teseo (cuyo nombre en griego significa “el que desata
los caballos” y que murió arrastrado por sus caballos) a su relato sobre la muerte del santo cristiano. Así,
describió de manera conmovedora el cruel suplicio del Hipólito histórico, lo que es muy probablemente
una leyenda.
Por tales razones, se transformó en el santo patrón de los caballos. Durante la Edad Media, los
caballos enfermos solían ser llevados a St Ippolitts, en Hertfordshire (Inglaterra), donde una iglesia le
había sido consagrada.
También fue autor de numerosas obras exegetas del Antiguo y Nuevo Testamentos: comentó las
bendiciones de Isaac, Jacob y Moisés, sobre el Profeta Daniel, el Cantar de los Cantares, dando inicio a
una larga serie de comentarios patrísticos sobre este poema bíblico, que por su contenido, todavía hoy
expresado de manera audaz, había suscitado perplejidad en los núcleos judaicos y cristianos.
Existe un Comentario sobre David; en él se fija el nacimiento de Cristo en el 25 de diciembre, lo
que constituye la mención más temprana de esta fecha; sin embargo, el pasaje correspondiente parece que
es una interpolación, aunque muy antigua. Se conserva una homilía sobre la historia de David y Goliat (1
Sam 17).
De sus obras dogmáticas tenemos sólo una completa, que además está en griego: El Anticristo. En
ella, basándose en las profecías de Daniel, explica que la llegada de este personaje no es inminente, y se
extiende sobre sus características y las de su venida; fue redactada hacia el año 200. Entre otras cosas,
incluyen un relato animado de los eventos precedentes el fin del mundo. Fue escrito probablemente en la
época de las persecuciones de Septimio Severo (aproximadamente en el año 202).
Asimismo, se conservan tratados cronológicos: uno es la Crónica, escrita para tranquilizar a los
que pensaban que el fin del mundo estaba muy cerca; incluye material tomado de otras obras
contemporáneas, y de interés en otros campos, como por ejemplo la medida de la distancia entre
Alejandría y España, con la descripción de costas, puertos, lugares para aprovisionamiento de agua y
demás informaciones útiles para la navegación.
El Cómputo pascual es una obra que trata de determinar con exactitud la fecha de la Pascua, para
no depender de los cálculos de los judíos; pero el sistema que propugna no es idóneo, y a los pocos años
ya no concordaba con la astronomía.
Te damos gracias, ¡oh Dios!, por tu bien amado Hijo Jesucristo, a quien Tú has enviado en
estos últimos tiempos como Salvador, Redentor y Mensajero de tu voluntad, Él que es tu Verbo
inseparable, por quien creaste todas las cosas, en quien Tú te complaciste, a quien envías del cielo al
seno de la Virgen, y que, habiendo sido concebido, se encarnó y se manifestó como tu Hijo, nacido del
Espíritu Santo y de la Virgen; que cumplió tu voluntad y te adquirió un pueblo santo, extendió sus
manos cuando sufrió para liberar del sufrimiento a los que crean en Tí.
Y te rogamos que tengas a bien enviar tu Santo Espíritu sobre el sacrificio de la Iglesia. Une a
todos los santos y concede a los que lo reciban que sean llenos del Espíritu Santo, fortalece su fe por la
verdad, a fin de que podamos ensalzarte y loarte por tu Hijo, Jesucristo, por quien tienes honor y
gloria; al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo en tu santa Iglesia, ahora y en los siglos de los siglos.
Amén.
(Lectura del Texto: Del Tratado de san Hipólito, presbítero. Refutación de todas las herejías. “El Verbo
hecho carne nos deifica”. Liturgia de las Horas, Oficio de Lectura. Día VI Infraoctava de Navidad. 348-
350).
En el año 202, fue víctima de la persecución de Septimio Severo, se vio obligado a abandonar
Alejandría y buscar refugio en otras partes; hasta que se estableció en Capadocia. Comenzó a desarrollar
sus libros, en ellos se propuso escribir sobre la defensa del cristianismo, muestra a los paganos lo vanos
que son los mitos y las leyendas griegas y la superioridad de la filosofía cristiana a la pagana: comienza
atacando los misterios y los oráculos (símbolos que poseían mucha importancia en el mundo pagano, aún
más que las divinidades). Luego, indica que las divinidades solo son hombres divinizados. Asegura que, el
paganismo no sabe encontrar respuesta a los tormentos del alma, en cambio, la Sagrada Escritura si lo
hace. En definitiva, Clemente asegura que el cristianismo es la única fe en que el alma humana puede
encontrar la paz y la serenidad.
Creó una idea de lo que se trataba en esa época ser un verdadero cristiano, cuyo carácter moral se
consolidó sirviéndose ante todo de pasajes de las Sagradas Escrituras, llegando después a desarrollar un
tratado directo. Lo anterior creó un nuevo pensamiento en la historia de la literatura y de la filosofía
cristiana. A modo de defensa de su pasado pagano, aseguró que la literatura profana y filosófica era una
forma de revelación y un medio de que dispone el hombre para llegar al conocimiento de la verdad
suprema. En ese momento surge una preocupación por fusionar la filosofía griega con la cristiana, de
donde surgirá la teología de Clemente.
- Orígenes.
Nació en Alejandría hacia el año 185 y murió en Tiro (hoy Líbano) en el 254.
Teólogo y Padre de la Iglesia griega. Nacido en el seno de una familia cristiana (su padre murió
martirizado en el 202), sucedió a San Clemente de Alejandría al frente de la escuela cristiana de
Alejandría, que convirtió en un prestigioso centro de teología. Su rivalidad con el obispo Demetrio, que le
reprochó haberse hecho ordenar sacerdote sin su consentimiento, lo llevó a exiliarse en Palestina (231).
Algún tiempo después sobrevino la persecución de Maximiliano, y Orígenes tuvo que ocultarse,
pasando luego a Grecia y Arabia. En virtud de un edicto del emperador Decio, fue encarcelado, cargado
de cadenas, y puesto en el tormento, pero no decayó por eso su ánimo, y en la cárcel misma escribió una
obra célebre contra Celso.
Exponente privilegiado de la gnosis ortodoxa, Orígenes fue el primero en concebir un sistema
completo del cristianismo, integrando las teorías neoplatónicas. Sus ideas, recuperadas y sistematizadas en
los siglos siguientes por una corriente de pensamiento llamada origenismo, suscitaron vivas controversias
y fueron finalmente condenadas en el concilio de Constantinopla (año 553).
- Obras de Orígenes.
Escribió, según testimonio de San Jerónimo, alrededor de 800 obras, la mayoría referidas a
comentarios sobre la Biblia. Fue proverbial entre sus contemporáneos su gran capacidad para el trabajo, al
punto de recibir el sobrenombre de adamantius (hombre de acero).
Obras de interés filosófico son Contra Celso (refutación, en ocho libros, de las críticas dirigidas
contra el Cristianismos por el neoplatónico Celso) y Sobre los principios (cuatro libros); también han
llegado hasta nosotros el libro Sobre la oración y exhortación al martirio y algunos fragmentos de su
monumental Biblia conocida como Hexapla, que presentaba en varias columnas el texto bíblico hebreo y
varias versiones en otras lenguas.
Sus obras sobre la Biblia se dividen en tres categorías: Escolios, es decir, explicaciones a pasajes
difíciles; Homilías, prédicas tendentes a ilustrar libros enteros de las Escrituras, y Comentarios, examen
sistemático de los textos. En estos últimos, Orígenes aplica una exégesis simbólica, distinguiendo en la
Escritura tres niveles de significado, correspondientes a las tres partes de la naturaleza humana (física,
psíquica y espiritual). En la Escritura, pues, se da un sentido literal, que se limita a considerar los hechos
históricos narrados; un sentido moral, que descubre en la historia orientaciones éticas, y por eso interpela a
la voluntad, y un sentido místico, perteneciente a la profundidad del misterio de fe oculta en la letra.
En sus obras doctrinarias (Contra Celso, Sobre los principios), Orígenes expone su pensamiento
filosófico, en el que se muestra deudor del platonismo, del estoicismo y del neoplatonismo. Orígenes
postula la creación del mundo ab aeterno, como corresponde, según él, a la inmutabilidad de Dios, y a su
bondad, la cual por su propia naturaleza tiende a una manifestación y donación continuas.
Tertuliano recibió una educación excepcional en gramática, retórica, literatura, filosofía y derecho.
Poco se sabe de sus primeros años de vida. Sus padres eran paganos, y su padre pudo haber sido un
centurión de una legión africana asignada al gobernador de la provincia.
A finales del siglo II, la iglesia de Cartago se había hecho grande: estaba firmemente establecida,
estaba bien organizada y se estaba convirtiendo rápidamente en una fuerza religiosa poderosa en el norte
de África. Para el 225 había unos 70 obispos en Numidia y Proconsularis, las dos provincias de La África
romana.
Tertuliano surgió como un miembro destacado de la iglesia africana, utilizando sus talentos como
maestro para instruir a los no bautizados y a los fieles, y como un defensor literario de las creencias y
prácticas cristianas. Según San Jerónimo (347-420), Tertuliano fue ordenado como ministro de la iglesia,
muy probablemente desempeñando el papel de presbítero. Lo más posible es que Tertuliano ostentara
algún título dentro de la iglesia, ya que es muy poco probable que pudiera escribir el tipo de tratados que
escribió sin ostentar algún role de autoridad. En el contexto norafricano, las iglesias tenían una estructura
basada en “ancianos laicos”, los cuales gobernaban la iglesia. Probablemente, Tertuliano pudo haber sido
un anciano laico de su iglesia, sin llegar a ser obispo.
- La importancia de su obra
Como personaje histórico, Tertuliano es menos conocido por lo que hizo que por lo que escribió.
Sin embargo, el alcance de sus intereses y el vigor con el que los buscó, alentaron a otros cristianos a
explorar áreas de la vida y del pensamiento no investigadas anteriormente.
Al igual que sus contemporáneos, Tertuliano escribió obras en defensa de la fe y tratados sobre
problemas teológicos contra oponentes específicos, como Contra Maarción, un líder de una secta gnóstica
que creía que el Dios del Antiguo Testamento no era el mismo Dios del Nuevo Testamento; o como
Contra Hermógenes, un pintor cartaginés que afirmaba que Dios creó el mundo a partir de materia
preexistente; o como Contra Valentino, un gnóstico alejandrino y dualista. También escribió el primer
libro cristiano sobre el bautismo, un libro sobre la doctrina cristiana del hombre y un tratado dirigido
contra la herejía. En fin, su obra es muy prolífica.
La evidencia sugiere que Tertuliano fue el primer teólogo en usar el término “Trinidad”, del latín
trinitas, para referirse a Dios. Tertuliano utilizó el término en Contra Práxeas, un escrito del 213 en el que
buscaba explicar y defender la naturaleza trina de Dios en contra de la enseñanza de su contemporáneo
Práxeas, quien sostenía una doctrina conocida como “monarquismo”. El tema de la Trinidad se seguiría
tratando en la Iglesia, por lo menos hasta el Concilio de Nicea del 325, cuando fue finalmente confirmada
como doctrina esencial de la fe cristiana.
Además de los trabajos apologéticos y polémicos, abordó una amplia gama de problemas morales
y prácticos sobre los retos que enfrentaban los cristianos de su época, tales como la vestimenta apropiada,
el uso de cosméticos, el servicio en el ejército y la decoración militar. También sobre si uno debe huir bajo
la persecución, sobre la idolatría, sobre el arrepentimiento después del bautismo, sobre el matrimonio y el
volverse a casa, sobre la castidad y sobre la monogamia. Igualmente trató de las artes, del teatro y de los
festivales cívicos.
- El legado de Tertuliano
Los escritores cristianos posteriores a Tertuliano lo mencionan con poca frecuencia, y luego de
manera desfavorable. Sin embargo, muchos reconocieron sus dotes literarias y su aguda inteligencia.
Cipriano (200-258), Agustín de Hipona (354-430) e incluso Tomás de Aquino (1225-1274) deben mucho
a este importante pensador. Como ya se señaló, su obra fue clave para el desarrollo inicial de la doctrina
de la Trinidad.
En los siglos XIX y XX hubo un renacimiento de su persona y obra. En tiempos modernos
Tertuliano ha sido ampliamente leído y estudiado, y es considerado una de las figuras formativas en el
desarrollo de la vida y el pensamiento cristiano de Occidente.
Tertuliano también se considera un exponente sobresaliente de la perspectiva de que el
cristianismo debe oponerse sin concesiones a su cultura circundante. Fruto de eso su famosa frase: “¿Qué
tiene que ver Atenas con Jesucristo?”
La mentalidad práctica y legal de Tertuliano expresó lo que luego se consideraría el genio único
del cristianismo latino. Como la mayoría de los cristianos educados de su época, reconoció y apreció los
valores de la cultura grecorromana, discriminando entre los que podía aceptar y los que tenía que rechazar.
Finalmente, es importante reconocer y enfatizar que Tertuliano es una de las figuras más
importantes en la transición del cristianismo: que pasó de ser una minoría perseguida a tener una
influencia clave y central en la sociedad romana. Esto lo logró al defender a la Iglesia, a través de sus
escritos, de los ataques y persecuciones del Estado por medio de la defensa del principio de la libertad
religiosa como un derecho fundamental de todo hombre; principio que la Iglesia está llamada a defender
en cada época.