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1º Parcial de Sistemas socioculturales de América II

2) En este breve ensayo comenzaré puntualizando las formas de organización específicas de los Incas y de los
Aztecas, enfatizando la dinámica articuladora entre la organización y sus inseparables estrategias de control político-
económico, cuyas raíces se sumergen en aspectos religiosos e ideológicos. Estas pautas nos brindarán el hincapié
perfecto para presentar el análisis comparativo, llevando a cabo una narratividad sistemática y - según el enfoque de
cada autoría - conceptual.

Para entender cómo alrededor de 12 millones de individuos lograron subsistir bajo el dominio incaico en zonas
climáticas y geográficas tan diversas (desiertos costeros, valles, montañas y tierras bajas) era “indispensable” disponer
de una organización social jerárquica lo suficientemente cohesionada para el dominio productivo y redistributivo de los
microambientes Andinos. La unidad de parentesco básica fueron los Ayllu, linaje endógamo vinculado a un mismo
antepasado y grupo étnico (Steve; 1982; 27). Fueron la “mano de obra incaica primordial y la reciprocidad equilibrada
“waje waje” era la clave para entender sus relaciones sociales endogámicas y sus obligaciones mutuas, pero la
dependencia de redes más amplias demostraba su flexibilidad exogámica y aumentaba la rivalidad como los conflictos.
Para garantizar un orden ante la masividad de ayllus se apela a una lógica de estratificación (fuera del concepto imperial
romano). Los señores o Curacas eran entonces los jefes de Ayllus, en muchos casos descendientes o reencarnaciones
(Llactayoc) directas de un antepasado común, cuyo estatus de poder se legitimaba al efectuar las obligaciones -
asimétricas - de reciprocidad conceptualizadas como “minka” ante el conjunto de subordinados. Para el mantenimiento
de su hegemonía era indispensable su liderazgo ritual, militar y la gran“generosidad” en cuanto a bienes materiales
distribuidos. En la cúspide piramidal se encontraba el Sapa Inca como manifestación del divino fundador, con poder
absoluto sobre todo su imperio, encabezando las estrategias y organizaciones claves con influencia de sus nobles . La
génesis del culto solar por ejemplo- como deidad inigualable para la conformación del imperio - hunde sus raíces en la
guerra. Por consiguiente, ante la expansión territorial, era indispensable el control y la incorporación de las nuevas etnias
dominadas. Lejos de erradicar sus cultos y dioses, los subordinan en el nivel inferior de la jerarquía religiosa. Luego
reestructuraron las jefaturas étnicas y los símbolos materiales como insignias literas, tejidos y dianas facilitaban la
transmutación del poder y el estatus hacia sus nuevos súbditos. Tanto aquí como en la población “local”, la clave del
control político fue entonces fomentar un conjunto de normas, valores y morales, donde la alianza matrimonial, los
monumentos, el signo material y la educación obligatoria de los cultos incaicos, rompen con los paradigmas cognitivos
culturales anteriores, estableciendo un nuevo código cultural que entreteje el curso generacional e invisibiliza, la
naturalización de sus nuevas cosmovisiones, acciones y pensamientos. La intervinculación con la reciprocidad
económica entre nobleza y súbditos, se basa en la organización infraestructural redistributiva - tributo del excedente -
posibilitada por la fuerza productiva de 2000 centros provinciales, tanto como los programas de intensificación de
recursos y las deslumbrantes tecnologías agropecuarias que terminan siendo inseparables - junto con la expansión, el
código religioso-ritual-moral y las organización social - para el mantenimiento y retroalimento hegemónico.
Equilibrando la pauta anterior, Ramirez conceptualiza el poder central precario, por evidencias históricas y
arqueológicas, que suscitan la gran cantidad de rebeliones étnicas en contra del joven imperio (1438-1533).
El imperio azteca establecido en 1428 hasta su posterior masacramiento y desintegración por la “barbarie”
española, implementó ciertas características análogas a los Incas pero en diferente grados sociales-políticos-culturales y
cosmológicos. La triple alianza entre los Mexicas, los Acolhuas y Tepanecas evidencia su consagración histórica
específica, situada geográficamente en el centro mesoamericano, que pinta su paisaje de lagos interconectados, altas
montañas y un ambiente principalmente húmedo y pantanoso. El Altepec era una forma de conceptualizar a la sociedad,
a los individuos y redes de relaciones entre centro y periferia. El estado era de carácter teocrático cuyo líder absoluto era
considerado de origen divino. Los sacerdotes fueron los creadores de los códices y encargados de los grandes ritos y
ceremonias Aztecas. Para la organización y el control de las provincias conquistadas y subordinadas fue sumamente
necesario la creatividad y la flexibilidad como estrategia para el mantenimiento hegemónico, como también la
centralización burocratización de sus estructuras . Berdan propone dos modelos provinciales; la tributaria y la fronteriza,
cuya articulación se vincula en el carácter intervinculado de los recursos naturales; extracción pagada en tributo cíclico-
temporal al poder imperial, y en consecuencia, la implementación creativa de seguridad ante amenazas externas que
podrían socavar su producción armoniosa, reposaba en las provincias estratégicas-militares que mantendrían una

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relación recíproca con su líder imperial al defender y controlar las amenazas a cambio de considerables recompensas. La
importancia espacial, la cual reposa en sus extensos territorios para aumentar la eficiencia productiva, la fuerza militar y
la visión de grandeza que el imperio necesitaba comunicar a sus súbditos, es de suma importancia y esclarece los
procedimientos variables - antes expuestos - que explican la lógica decidida a gobernar ciudades-estados tan lejanos de
su centralidad burocrática. En ciertos casos, la localización de importantes centros comerciales funcionaba como escudo
ante algunas provincias tributarias exceptuando la acción de ciudades-estados defensivos, en otros casos tendrían que
establecer funcionarios aztecas y guarniciones militares. Al igual que los Incas, símbolos materiales eran insignias de
estatus (ej traje de guerrero hecho de plumas) que facilitaban la transmutación simbólica, como también las alianzas
matrimoniales estratégicas. Es importante la distinción entre el nexo tributario Azteca, cuyos vínculos de menor fuerza
coercitiva se evidenciaban al posibilitar influencias económicamente independientes en los Altepec, en contraposición
con los Ayllu Incas, donde la reciprocidad minka generaba un grado de mayor asimetría.
Por este medio, las conceptualizaciones evidencian el sistema Azteca como más inestable que el Incaico. Según
Hassig el imperio azteca pronuncia su dominio de forma indirecta, complementando con Clausewitz que demuestra una
extensión territorial amplia de control moderado, donde las autoridades locales logran una semiautoridad
(Novillo;2007;102). El poder también es fuente de conceptualización. Según Luttak se basa en el desequilibrio que
acentúa el consenso sobre la fuerza militar. Pero en realidad se trata de procesos complementarios, donde la oposición
fuerza-poder es errónea, postulando el concepto expuesto por Novillo donde la dominación directa e indirecta hace un
frente argumentativo más deseable al implicar “el poder imperial que utiliza las estructuras de dominación preexistentes
(los Incas en cierto grado) que a nivel local, articula la dominación del centro hegemónico poniendo a su servicio la
organización social y política de los Altépetl sometidos” (novillo;2007;110) en contraposición con las posturas que
implican un imperio sumamente territorial. Por último, la conceptualización que los Colonizadores españoles
implementaron al interpretar el “nuevo mundo”, manifiesta una simbología completamente naturalizada, promoviendo
formas de interpretación lineales y evolucionistas - arraigadas en su contexto temporal-cultural - que terminaron por
englobar las inagotables heterogeneidades culturales mesoamericanas y andinas como homogéneas; aparato ideológico
que auto-justificó su accionar.

5) La zona geopolítica Andina circunscribe todas aquellas organizaciones socio-culturales que ocuparon el largo
de la costa occidental sudamericana hasta mesoamérica, acentuando distinciones conceptuales entre culturas costeras
como los moche, chimú y nazca y en la sierra; Tiawanaco y Wari como también el establecimiento preponderante
Incaico a lo largo y ancho de la zona - entre muchos otras. Incontables autores realizaron investigaciones intentando
comprender los modos de vida dentro de este contexto histórico-espacial; Murra con su interesante concepción sobre el
control vertical de los archipiélagos ambientales, Stern explicando los paisajes precolombinos, la organización de la vida
material-política-religiosa y los drásticos cambios de la colonización, Rowe en su intento por demostrar los modos de
unificación cultural incaica y D´altroy analizando la base económica, infraestructura, políticas y vínculos con sus
recursos naturales. Por ende, el común denominador andino sería el espacio geográfico “común” donde luego es
intervinculado con las maneras de darle significación a la vida atravesando diferentes procesos creativos en sus
respectivas dinámicas prácticas. Esto nos abre la posibilidad de analizar a los pueblos andinos - respetando obviamente
las claras diferencias - en su conjunto, tal como Stern efectúa en su Cita donde “los pueblos andinos [agrupación]
crearon una red de relaciones pasados paralela a su propias relaciones de parentesco” y además “Dotaron a las
relaciones sobrenaturales de la dinámica de la vida material” (Stern:1982:41). Ahora, realmente ¿Qué quiere decir
esto? Lo explicaré y analizaré por dentro de su dinámica.
La clave del sistema económico Andino es su sistema agrícola donde las agrupaciones intentan asegurar su
viabilidad económica llegando a la autonomía, pero idealmente intentando desvincularse de los vínculos de parentesco
exógamos. Estas pequeñas comunidades domésticas podemos denominan Ayllus endógamos. Pero el control directo de
los microambientes dispersos o “archipiélagos” era necesario. Para lograr la autonomía económica los Ayllus
comenzaron a flexibilizarse, incorporando otros Ayllus aumentando así, su demografía. E aquí la creación del
paralelismo “de sus propias relaciones de parentesco” que explica la primera parte de la cita; al realizar este proceso se
establecieron linajes cuya descendencia era socialmente interpretada como un mismo antepasado. La ampliación de sus
redes implica alianzas y conflictos que terminan creando relaciones sociales de carácter señorial o autoritario. Este
conflicto, es el dinamismo clave para comprender que la ideología y la religión como transmutaciones, cuya objetividad

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externa es la de “dotar a los dioses de la dinámica misma de la rivalidad étnica y del intercambio recíproco que regía la
vida material.” (Stern:1982:40) La lucha por la autonomía económica material, es efectuada en el poder de los dioses
que refuerzan la comunidad social para adquirir mayores privilegios. La mitología se expresa como la visión explicativa
que le da coherencia a la vida, de manera tan inminente que la plausibilidad de los mismos difícilmente se pone en
jaque, demostrando el absoluto y totalizante poder de la creencia. Inherentemente entonces la mitología establece una
realidad que justifica la lucha para obtener la autonomía. Los Huacas representan el símbolo sobrenatural como “seres o
fuerzas sagradas” (Stern;1982;40) que se refieren a un mismo antepasado llamado “malquis” expresado materialmente
en montes, agua, cuevas, piedras, montañas. Murra por el otro lado, hace noción específica a través de sus cinco casos
de control simultáneo de “islas” ecológicas donde se evidencia una multiplicidad de sociedades cuyas formas
institucionales se especializaban en el acceso a estas dependiendo demografía poblacional por dentro de “una red de
contradictorios reclamos, ajustes temporales, tensiones, luchas y treguas entre varios núcleos regionales que compartían
un mismo ideal en una etapa preparatoria a los “horizontes” del arqueólogo (Murra:1972:67). Eran indispensables las
relaciones sobrenaturales para poder efectuar con mayor eficiencia una organización que logre contrarrestar, solucionar,
o abordar estas problemáticas a través de un enfoque cosmológico y religioso relacionadas íntimamente con las redes de
parentesco que las sustentaban.

6) El sacrificio se interpreta en ambas sociedades por dentro de sus sistemas simbólicos establecidos y creados
por la experiencia con sus propias realidades. Evidencia una interconexión con la religión (distinción sagrado-profano),
funcionando como vehículo de comunicación en su contexto práctico ritual con los dioses, impregnando y
realimentando la vida de significación y acción.
El símbolo subyacente e inherente de la finalidad, perpetuada en toda performance ritual o religiosa Maya fue la
fecundidad, es decir, la dinámica natural por la cual la vida crece, se reproduce y muere; el símbolo de la vida misma.
Esta cosmovisión última está articulada con la experiencia cinegética y agraria que deslumbran las características socio-
culturales de sus producciones rituales de sacrificio; Danza del arquero flechador como caza en la plaza, cenote sagrado
como poder para hacer llover (por ende alimentar) mediante la inversión del sacrificado, cancha de juego como,
decapitamiento cuya sangre de serpientes le genera fertilidad al suelo; y como he expuesto, todos estos rituales
prevalecieron por dentro de configuraciones espaciales en concordancia con su cosmovisión divina respecto al espacio,
ya que representan vehículos o medios de mayor envergadura sagrada para sus contextos de realización. La guerra Maya
lejos de ser excusada, era una manifestación importante en la lucha cósmica-dicotómica entre fuerzas; inframundo-cielo
(espacio cultural-social y cosmológico); cuyos resultados materiales son lluvias-sequías, noche-día… garantizando la
conservación de la vida, como aspecto dinámico del cosmos natural. Eran politeístas, cuyos dioses principales fueron
representados en y como el Sol, la Lluvia, el Maíz, el Amor, y el Fuego, y por lo tanto la guerra como el sacrificio y las
ofrendas tienen fines reciprocitarios.
Los Mexicas también rendían culto a varios dioses, y su cosmovisión cósmica implicaba la misma dialéctica
simbólica con la experiencia real socio-cultural. La función del sacrificio demostraba la misma “especie” del maya, pero
desde un diferente ángulo cosmológico y grado de importancia; los dioses crearon y controlan la tierra al sacrificarse
poniendo a los Mexicas en “falta”. Esta tendría que ser retribuida formando una reciprocidad inminente; los dioses
necesitan el sacrificio humano como alimento y los humanos de los dioses para la salud, cosecha, bienes y ciclos
naturales.
Una intervinculación entre cosmología y características socio-culturales es el nexo dado por la guerra, la cual
satisface al sol al tener muchos corazones enemigos para sacrificar - tal como evidencia la “Guerra Florida” -
equilibrando el cosmos - mostrando también la importancia del sacrificio - pero además logra promover el estatus y el
poder tanto estatal; a través de la expropiación de recursos y tierras, como de los súbditos; posibilidad de aumentar su
prestigio al combatir como guerreros y capturar enemigos, postulando una clara diferencia respecto a los Mayas por ser
la guerra “una sagrada misión de perpetuar la existencia del mundo” (lópez; 31). Por último, se puede establecer una
analogía simbólica entre los sacrificios Mexicas y las guerras mayas, evidenciando la reciprocidad con los dioses como
aparato significativo que motoriza la cosmología implícita en las características socio-culturales que generan, acentúan y
colorean dinamismos en cada individuo Maya y Mexica.

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Bibliografía

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https://www.youtube.com/watch?v=12unr4yx83o

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