En la tercera semana de septiembre, el tiempo se puso frió: una corriente del
Ártico trajo consigo un viento rapaz que dejo a los árboles desnudos de hojas en pocos días. El frió hizo necesario un cambio de indumentaria y un cambio de planes. En vez de caminar, Julia fue en el auto. Condujo hasta el centro de la ciudad en las primeras horas de la tarde y encontró un bar donde las transacciones de la hora del almuerzo eran animadas pero no estruendosas. Los clientes entraban y salían. Había jóvenes turcos, empleados en bufetes de abogados y contadores, debatiendo sobre sus ambiciones; grupos de libadores de vino cuya única declaración de sobriedad eran sus trajes y, más interesante, un puñado de individuos que estaban sentados solos en sus mesas y que se limitaban a beber. Julia cosechaba una buena cantidad de miradas de admiración, pero la mayoría provenía de los jóvenes turcos. Recién después de pasada una hora, cuando los esclavos a sueldo regresaban al trabajo, detecto que un sujeto estaba contemplando su reflejo en el espejo del bar. Durante los siguientes diez minutos, mantuvo los ojos fijos en ella. Julia continuo bebiendo, tratando de ocultar todo signo de agitación. Y entonces, sin previo aviso, él se puso de pie y cruzo el local hasta su mesa. —¿Bebes sola? —dijo. Julia tuvo ganas de salir corriendo. Su corazón latía con tanta furia que él hombre, seguramente, podía oírlo. El sujeto le pregunto si deseaba otro trago; ella dijo que si. Claramente complacido de no haber sido rechazado, se dirigió a la barra, encargo dos dobles y regreso a su lado. Era rubicundo y un talle más grande que el traje azul oscuro. Solo sus ojos delataban algún indicio de nerviosismo: se posaban en Julia solo por momentos y luego se apartaban de golpe como peces sobresaltados. No existiría ninguna conversación seria; Julia ya lo tenia decidido. No quería saber mucho de él. Su nombre, si era necesario. Su profesión y estado civil, si él insistía. Apartando esas cosas, que solo fuera un cuerpo. Según descubrió, no había peligro de confesiones. Julia había conocido adoquines más charlatanes que él. Sonreía ocasionalmente, con una sonrisa breve, nerviosa, que mostraba unos dientes demasiado parejos para ser auténticos…y le ofreció beber otra copa. Ella se negó, deseando que la cacería llegue a su fin lo antes posible, y le pregunto si tenia