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hacia

el sudeste. Había arrancado la persiana. La luz de un farol de la calle bañaba las


paredes.
—Te oyó —dijo ella.
—Tenía que ver la tormenta —respondió él con sencillez—. Lo necesitaba.
—Casi te descubre, maldición.
Frank meneó la cabeza.
—No existen los “casi” —dijo, sin dejar de mirar por la ventana. Después de una
pausa—: Quiero ir allá afuera. Quiero tenerlo todo otra vez.
—Ya lo sé.
—No, no lo sabes —le dijo—. No puedes concebir el hambre que me domina.
—Mañana, entonces —dijo ella—. Mañana conseguiré otro cuerpo.
—Sí. Hazlo. Y quiero otras cosas. Por empezar una radio. Quiero saber que esta
ocurriendo afuera. Y comida, comida de verdad. Pan recién hecho…
—Lo que necesites.
—…y jengibre. Del que viene en conserva, ¿sabes? En almíbar.
—Ya sé.
Él giro la cabeza y la miró brevemente, pero sin verla. Esta noche había
demasiado mundo que conocer de nuevo.
—No me había dado cuenta de que estábamos en otoño —dijo, y volvió a mirar la
tormenta.

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