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MODULO II

UNIDAD DIDACTICA:
CARRERA: Licenciatura de La historia de Tucídides
Filosofía

3. Introducción a la historia

MODULO II
El método histórico y Tucídides

Unidad La historia de Tucídides


Didáctica
2.1.
La situación
La Guerra Peloponesia se puede dividir en los siguientes capítulos:
política social
de Grecia
antes de la
• Desde su comienzo hasta la paz de Nicias (431-421), período en el que hay que destacar
Guerra
Peloponesia el combate de Platea, en cual los tebanos, aliados de los espartanos, fueron derrotados
por los plateos;
• la plaga en Atenas (430), que diezmó la polis;
• la capitulación de Potidea; los triunfos navales en el Golfo de Corintio;
• la muerte de Pericles (429);
• sublevación de Mitilene contra Atenas (428);
• la reacción brutal de Atenas, en 427, con la toma de Mitilene, la ejecución de sus
jefes, la murallas arrasadas y división de la isla en 3000 lotes;
• en el 425, una flota ateniense, al mando de Demóstenes se apodera del promontorio de
Pilos, en la costa mesenia.

Los espartanos se encuentran impotentes para recuperarla. El prestigio militar


espartano sufre un duro revés. En el 424 los ateniense toman las islas de Citerea y Nisea, el
puerto de Megara. Pero la buena fortuna de Atenas tocaba a su fin. Demóstenes e
Hipócrates habían planeado la invasión de la Beocia pero ésta acabó en una tremenda
derrota, la batalla de Delio. La caída de Anfípolis, a la cual Tucídides no pudo defender,
precipitó la necesidad de un acuerdo de paz. Esta es conocida como paz de Nicias (421),
firmada entre Atenas y Esparta por un período de cincuenta años.

A continuación tenemos un paréntesis que corre desde el 421 hasta la reanudación de


la guerra en 413. Procuraremos sintetizar los hechos principales de este período. Ante todo
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se advirtió que la paz de Nicias no era viable. Argos, enemiga de Esparta, se unió a viejos
aliados de Esparta disgustados por la firma de la paz: Corinto, Mantinea y Élide. En 418 se
produjo la victoria espartana de Mantinea, que pudo restablecer su dominio en el
Peloponeso. Atenas, por su parte, atacó en 416 a la isla de Melos, que se había rehusado a
unirse a la confederación ateniense y ejecutó a todos los hombres en edad militar y redujo
el resto de la población al estado de esclavitud.

Atenas se empecinaba en su camino imperialista y, como vemos, su política se


endurecía cada vez más. Y, a continuación de la conquista de Melos, dirigió su mirada a
Sicilia. El pueblo votó por la intervención, a pesar de las advertencias de Nicias, y se
nombró como jefes de la misma a Lámaco, al mismo Nicias y a Alcibíades. Era el verano de
415 y poco antes de partir la flota, Atenas amaneció envuelta en una blasfemia y un
escándalo: los pilares prismáticos, estatuas del dios Hermes, aparecieron mutilados por
toda la ciudad. El principal sospechoso era Alcibíades y sus amigos pero, aún, se creyó
prudente dejar partir a la expedición.

Ya en Sicilia, los griegos se apoderaron de Naxos y Catana antes de atacar Siracusa.


Pero antes del asalto final, Alcibíades fue llamado a Atenas para dar cuenta de las
acusaciones de impiedad. Lejos de cumplir con el mandato se escapó y pidió refugio en
Esparta. Los atenienses respondieron con la condena a muerte, en rebeldía, y la
confiscación de sus bienes. En tanto Nicias estableció el sitio de Siracusa. Parecía inminente
su caída pero en este preciso momento interviene Esparta en el conflicto y, bajo la jefatura
de Gilipo, rescata a los siracusanos de la derrota segura. Su presencia levantó el ánimo de
los siracusanos y Nicias, enfermo, debe pedir refuerzos a Atenas.

En la Grecia continental Esparta, entre tanto, y merced a los consejos de Alcibíades,


estaba pronta para reanudar las hostilidades. Pero Atenas debe centrar su atención en el
problema de Sicilia y, no sin gran esfuerzo, envió una segunda expedición, al mando de
Demóstenes. Esta expedición fue un desastre. Los siracusanos no sólo resistieron el sitio
sino que, además, obtuvieron una victoria sobre la flota ateniense, cerrando toda
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posibilidad de escapatoria por mar. A los invasores no les quedaba más que la retirada por
tierra. Esta también se tornó imposible y Nicias y Demóstenes tuvieron que rendirse y
fueron ejecutados. Sus tropas fueron destinadas al trabajo servil en las canteras de
Acradina y después se los vendió como esclavos. El fracaso terrible de la expedición
ateniense a Sicilia, comenzada con el mal presagio de la profanación de las estatuas de los
Hermes, llevó a Atenas a un estado de crisis y al fin del precario paréntesis de paz que
había establecido la paz de Nicias

2.1
Atenas parecía estar al borde de la ruina: su flota estaba destruida y su ejército en
Segunda etapa
bancarrota; Esparta había puesto una guarnición en la fortaleza de Decelia, en las puertas
de la guerra
del Ática y negociaba con el partido aristocrático.
peloponesia.
Desde el
Se nombró, entonces, un Consejo de Diez, para enfrentar la crisis. Como de costumbre
fracaso de la
en estas circunstancias se fijó la atención en la política fiscal: se estableció, así, un
expedición
impuesto del diez por ciento sobre todas las exportaciones o importaciones en toda la
siciliana hasta
confederación ática. Pero los miembros de la Liga, como Quíos, Lesbos y Eubea,
la caída de
respondieron con la sublevación. Esparta, por supuesto, las apoyó. Y Persia, en este juego
Atenas (413-
dialéctico, ofreció su ayuda a Esparta y entre ambos estados se firmó el tratado de Mileto,
404)
en 412.

Pero Atenas todavía no estaba vencida. Ante todo, y en un esfuerzo tremendo,


procuró reconstruir su flota. A continuación bloqueó a Quíos, que se sometió a los
atenienses y después derrotó a Lesbos, pero sufrió la defección de Rodas. No podía, sin
embargo, sostener por mucho tiempo esta situación cuando un acontecimiento vino a influir
en su favor. Este fue la ruptura de Alcibíades con Esparta: el hombre que asombró a sus
contemporáneos por su desmesura pronto mostró su verdadera naturaleza a los espartanos y
se ordenó su muerte. Alcibíades fue a buscar refugio en la corte de Tisafernes pero, a la
vez, se esforzaba por preparar su retorno a Atenas, en donde se especulaba con la
necesidad del apoyo persa para restaurar un gobierno oligárquico, que sacaría,
eventualmente, a Atenas de la crisis.
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La conspiración oligárquica triunfó y el nuevo régimen fue conocido como el


gobierno de Los Cuatrocientos. La nueva constitución no parecía, a primera vista, muy
diferente de la antigua. Los Quinientos cedieron su lugar a un consejo de cuatrocientos
individuos, de los cuales la cuarta parte fue elegida por un comité de cinco ciudadanos
nombrados al efecto y los demás por los primeros en quienes recayese la elección, debiendo
designar cada uno de éstos tres nuevos consejeros. 1 A la asamblea general la substituyó
una conformada por 5000 ciudadanos, designados según su fortuna y condición. Pero pronto
la división apareció en el gobierno oligárquico: el partido de los moderados, liderado por
Teramenes y el de los extremistas, comandado por Frínico y Antifón. Además el ejército y
la flota de Samos se declararon por la antigua democracia.

Estaban dadas todas las condiciones para la caída del régimen oligárquico y, para
agravar el panorama, una flota espartana apareció en el Pireo y tomó rumbo a Eubea. La
flota ateniense partió en su persecución pero fue completamente derrotada, lo que provocó
la insurrección de la Eubea.
Entonces, ante la espada y la pared, una asamblea depuso a los Cuatrocientos y los
substituyó por una constitución moderada o Polity, en virtud de la cual la ciudadanía se
redujo a los 5000 ciudadanos que podían proveerse de armas. Los oligarcas, en su mayoría,
se refugiaron en Decelia. Otros, incluido Antifón2, fueron ejecutados. El régimen de los 400
había durado sólo cuatro meses (de mayo a septiembre de 411). Su fin fue digno de los
medios que había empleado para usurpar el poder. Atenas se alternaba, pues, de modo
frenético entre regímenes que restringían y que después restauraban la libertad. Pero,
entre tanto, la guerra seguía su curso.

A fines de 411, un almirante espartano, Míndaro, se dirigió hacia el Helesponto y se


enfrentó con la flota ateniense. Esta lo derrotó en Cinosema y Abidos. Y al año siguiente los
atenienses lograron la doble victoria de Cícico, ciudad a la que había puesto sitio Míndaro,
con apoyo de los persas. La flota espartana quedó prácticamente destruida y el propio
Míndaro cayó en la acción. Esparta pidió la paz pero Atenas no se la otorgo. Parecía el
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triunfo de la democracia. Las victorias atenienses continuaron en el año 409: Tasos,


Selimbria y Calcedonia fueron sometidas. Y estos éxitos agrandaron la ya legendaria figura
de Alcibíades, que de retorno en Atenas fue nombrado comandante general de la guerra en
mayo de 407.

Apenas desembarcó Alcibíades, el pueblo, necesitado de dirección acudió a


recibirlo. Se subió a una tribuna y, después de haber lamentado sus desgracias y de
quejarse, muy diplomáticamente, de los atenienses, atribuyó toda su mala suerte a un
demonio envidioso de su gloria. Después exhortó al pueblo a recobrar el valor. Los
atenienses le devolvieron todos sus bienes y se comunicó a los eumólpidas y a los heraldos
la orden de retractar las maldiciones pronunciadas contra él. Todos las revocaron, excepto
el jenofante Teodoros.

Sin embargo, los sacerdotes no perdonaron nunca en el fondo de su corazón al que


había puesto en ridículo sus ritos sagrados: los eumólpidas se habían opuesto a su vuelta y
le profesaron un odio implacable.

Alcibíades había entrado en Atenas el día en que la diosa protectora de la ciudad


parecía salir de ella cuando se cerraba su templo y se despojaba su imagen de los velos
sagrados para llevar sus adornos al mar, lavarlos y purificarlos. Era costumbre suspender el
movimiento público durante las horas en la que Atenas Poliada no estaba en el medio de su
pueblo pero Alcibíades consagró aquel día al regocijo; los devotos de Atenas afirmaban que
semejante fiesta había enojado a la diosa y que era esto presagio de futuras desgracias.

Pero Alcibíades se caracterizaba por su astucia y la seducción del pueblo. Aprovechó,


para ello, una vieja tradición que se había convertido en la costumbre de llevar, en la fiesta
de los grandes misterios, la estatua de Iacos a Eleusis por la vía Sacra, pero desde que los
lacedemonios dominaban la campaña se hacía necesaria el viaje por mar hacia el templo.
Alcibíades quiso que la procesión pasara de nuevo por la vía Sacra y restaurar su viejo
esplendor.
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Los lacedomonios de Decelia no se atrevieron a molestarle. Esto redundó a favor de


Alcibíades y el pueblo llano reclamó el poder supremo para él. Pero el triunfo de Alcibíades
sería breve, como todo en su vida.

Y a ello contribuyó un importante cambio en Persia. A su frente se hallaba ahora


Darío había confiado a Ciro el gobierno de las provincias marítimas, sucediendo a
Tisafernes. Este había sostenido una política pendular entre Atenas y Esparta, a fin de que
se aniquilaran mutuamente en provecho de Persia. Pero Ciro tenía otros planes: pensaba en
la futura disputa por la corona y buscaba el apoyo de Esparta, el pueblo más aguerrido de
Grecia. Sustituyó, entonces, las calculadas ambigüedades de Tisafernes por un apoyo sin
reserva a la causa de Lacedemonia.

Y al mismo tiempo se produjo en Esparta otro cambio desfavorable para Atenas: el


ascenso de Lisandro, un gran almirante, quien se ganó la confianza de Ciro. Por su padre
descendía de los Heráclidas; su madre era extranjera, tal vez ilota. De modo que Lisandro
no se podía considerar por completo un ciudadano. Esta mancha en su nacimiento lo
alejaba de los altos cargos pero, a la vez, lo impulsó hacia los más grandes esfuerzos.
Combinó, para el logro
de sus fines, la astucia del zorro y la fuerza del león

Lisandro aprovechó al máximo la alianza con Ciro. Viajó a Sardes, en donde el


príncipe residía, y obtuvo de él un subsidio que permitía aumentar la paga de sus marinos.
Lisandro preveía con ello, futuras deserciones de la flota ateniense y así ocurrió. Alcibíades
reaccionó zarpando de Atenas en 407, hizo escala en Nocio, junto a Efeso, donde sus
tropas, al mando de uno de sus tenientes, se vieron forzadas a pelear contra Lisandro y
sufrieron una completa derrota.
En Atenas se acusó a Alcibíades de haber entregado el mando del ejército a sus
compañeros libertinos; se lo censuró por su apego al lujo y se lo acusó de haber construido
una fortaleza en Tracia para retirarse, lo cual implicaba el cargo de traición. El pueblo
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tenía fundados motivos para sospechar del hombre que había promovido la expedición de
Gilipos a Siracusa, que fue la causa de la ocupación de Decelia por los espartanos; que
había sublevado a Quíos y Mileto. Se lo acusó de traición y se nombraron diez jefes, entre
los cuales figuraba Conón, para sustituirlo. Alcibíades ya no contaba con ningún apoyo y
entonces decidió, con el sostén de tropas extranjeras, ir a guerrear a Tracia por su cuenta.
Lisandro, entre tanto, había tenido que ceder el mando de la flota espartana a
Calícrates. Este aumentó la flota y se decidió atacar a Conón, junto a Mitilene, en Lesbos.
Lo derrotó y Conón quedó bloqueado en la bahía de Mitilene. Atenas, con los restos de su
vieja energía, logró organizar una flota de rescate y en las Arginusas, al sur de Lesbos, se
libró un combate sangriento, que terminó con la destrucción de 70 barcos peloponesios y
con la muerte de Calícrates.

Pero esta victoria ateniense trajo un paradójico resultado. Después de la batalla un


gran número de atenienses quedó abandonado al naufragio, debido a una súbita tormenta.
El pueblo ateniense atribuyó el abandono a la negligencia de los generales y todos ellos,
menos Conón, fueron enjuiciados, condenados a muerte y confiscados sus bienes.

Atenas se arrepentiría de esta sentencia pero ya era demasiado tarde3 y pronto iba a
expiar, por la incapacidad de sus generales, en Egos-Potamos, aquel injusto arrebato de las
pasiones humanas ejercido contra los vencedores de la batalla de las Arginusas (406).
Por ese tiempo moría Sófocles, cargado de gloria. Su vida feliz había comenzado con
la liberación de la patria y terminaba con el rumor de la última victoria y fue honrada hasta
por los lacedemonios, que respetaron el cortejo fúnebre cuando avanzó hacia Colona por el
camino de Decelia. Su Antigona, brillante consagración del deber de los vivos para con los
muertos, había dejado recuerdos y enseñanzas que, muy probablemente, influyeron en la
terrible sentencia. En aquel mismo año, otro poeta, Aristófanes, viendo aquella vez
claramente el verdadero interés de Atenas, se atrevió a pedir que se llamase de nuevo a
Alcibíades, a quien muchos de sus oyentes volvían a reclamar. “Atenas, dice el Baco de Las
Ranas, Atenas le echa de menos, le odia y quiere tenerle”. Eurípides se opone, porque
Alcibíades fue un mal ciudadano, y Esquilo le contesta: “Lo mejor sería no criar leoncillos
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en la república; pero si el león ha crecido, preciso será someterse a sus caprichos” y


Aristófanes acaba por recordar el consejo de Pericles: “La flota es nuestra riqueza, la única
con la que se debe contar”4
El desastre que los peloponesios habían sufrido en las Arginusas era considerable y a
petición de todos los aliados de la costa de Asia y la de Ciro, Lisandro fue el encargado de
remontar la crisis (año 405). Un espartano no podía ser dos veces almirante; Aracos,
nombrado para ese cargo, permaneció en Lacedemonia, y Lisandro, su segundo, obtuvo
plenos poderes para actuar. Ciro, que veía próxima la muerte de su padre, dio al espartano
todo el oro que este quiso y, así, pudo reconstruir una flota digna de ese nombre, con la
que surcó el mar Egeo y hasta desembarcó en el Atica.

Lisandro se había dirigido hacia el Helesponto y acababa de saquear Lampsaco, en


cuyas aguas dio orden de anclar, cuando vio frente a él, en Egos-Potamos, cerca del sitio
llamado arroyo de la Cabra, una flota de 180 galeras atenienses, reunidas para perseguirle.
Por la mañana, los atenienses presentaron la batalla, que Lisandro rehusó y, persuadidos de
que era por temor, volvieron a su estación, seguidos de lejos por algunas ágiles galeras que
observaban sus movimientos. Sin advertir esta labor de inteligencia, los atenienses
desembarcaron y se dispersaron en búsqueda de víveres y en esa playa permanecieron
durante cuatro días, confiados en el temor de sus enemigos.

Alcibíades, que se encontraba cerca y advirtiendo el peligro, se dirigió a caballo al


campamento de los atenienses y los previno y exhortó a abandonar aquella playa y dirigirse
hacia Sestos. No se lo escuchó e inclusive se le reprendió duramente puesto que era un
desterrado que no tenía derecho alguno en esos asuntos. Alcibíades se retiró.

Al quinto día Lisandro ordenó a los comandantes de las naves enviados como
observadores que volvieran con toda la rapidez posible cuando hubiesen visto a los
atenienses en las playas. Estos, dispersos en la costa, son sorprendidos por el ataque en
línea de la flota enemiga; las galeras vacías son capturadas, en un número de 180 y se
toman prisioneros por miles. Esta vez había vencido el zorro y no el león, pues ni siquiera
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hubo lucha: Atenas merecía acabar mejor. Una hora antes de esta ruina todas las
probabilidades estaban a su favor; el oro de los persas, el hábil ardid de Lisandro y el
descuido fatal de los generales atenienses hicieron en un instante lo que no había podido
hacer durante veintiséis años la Grecia entera conjurada contra una sola ciudad.

Todo estaba agotado ya; no había una sola nave en el Pireo, ni dinero en el Tesoro,
ni un hoplita en la ciudad que pudiera servir para formar otro ejército. Atenas iba a caer
pero no por falta de valor sino de hombres. Roma fue más feliz ante Anibal, no tuvo
divisiones internas ni partido oligárquico alguno que sacrificase los mejores jefes para
substituirlos por hombres incapaces.

Esparta sitió por tres meses a Atenas, por mar y tierra. Los atenienses resistieron el
cerco hasta que el hambre y la sed los agotó. Se les impuso la destrucción de la gran
muralla que protegía la comunicación entre Atenas y el Pireo; el abandono de todas sus
posesiones; la entrega de su flota; el regreso de todos los desterrados políticos, enemigos
de la democracia y la firma de un tratado con Esparta, en el cual se aceptada la hegemonía
de ésta (abril de 404).

Ninguna ciudad resistió el avance espartano: Bizancio, Calcedonia y todas aquellas


polis ante las cuales se presentó Lisandro abrieron sus puertas. Su primera medida era
abolir la democracia, confiriendo el poder a un harmoste lacedemonio y a diez arcontes,
tomados de las sociedades secretas que tenía organizadas.

El destino de Atenas era la restauración de la oligarquía. Critias, hombre rico


apoyado por Lisandro y Teranemes, organizaron el cuerpo de los Treinta, con el fin de
revisar la constitución ateniense. Respaldados por la guarnición espartana de ocupación, los
Treinta Tiranos, como se los conoce, implantaron un régimen de terror y de persecución del
que fue primera víctima el propio Teramenes, opuesto a tan drásticas medidas.

Tucídides ha expuesto de manera clara las causas de la ruina de Atenas:


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“Mientras Pericles estuvo a la cabeza del Estado, gobernó con moderación y Atenas
fue poderosa. Cuando la guerra estalló, apreciando justamente la fuerza de los atenienses,
les dijo que si cuidaban su marina, absteniéndose de conquistas, y no precipitando a la
república en aventuras, obtendrían la victoria. En todos estos puntos hízose lo contrario de
lo que él aconsejaba. Para satisfacer ambiciones e intereses particulares, los atenienses
acometieron empresas inútiles al fin de la guerra, que en caso de buen éxito no habrían
aprovechado más que a los particulares, y en caso adverso habrían de poner en peligro al
Estado. Los hombres que sucedieron a Pericles, deseando todos ocupar el primer puesto,
abandonaron los asuntos al capricho del pueblo, lo cual condujo a muchas faltas, que por
la extensión del dominio ateniense hiciéronse desastrosas. La principal fue la expedición a
Sicilia, en que se debió deplorar, menos aún la locura de una empresa comenzada contra
enemigos cuya fuerza se había apreciado mal, que la conducta de aquellos que, después de
influir para que se acometiera, no pensaron en ir en auxilio de sus conciudadanos en
aquella campaña lejana. Entregados del todo a sus cuestiones respecto a la preeminencia
del Estado, dejaron que las operaciones languidecieran por falta de auxilios, y en Atenas
no se ocuparon más que hacerse mutuamente la guerra. No obstante, aunque el pueblo
hubiese perdido en Sicilia muchas de sus fuerzas militares con la mayor parte de su flota, y
por más que en el Estado reinasen las discordias internas, resistió aún diez años contra los
enemigos con quienes había empeñado la guerra, contra la mayor parte de sus aliados, que
abandonaron la causa, y más tarde contra Ciro, hijo del gran rey, que ayudó a los
peloponesios, dándoles dinero para su marina. Si al fin cedió, no fue hasta después de
haberse aniquilado a sí misma por cuestiones interiores; y por esto se ve que al principio
de la lucha Pericles tenía motivos para creer que los peloponesios por sí solos serían
incapaces de disputar la victoria a Atenas.” 5

Los Treinta Tiranos llevaron su régimen al extremo de tornarlo odioso. La reacción


fue encabezada por un grupo de exiliados comandados por Trasíbulo, quien expulsó a los
Tiranos y restableció la democracia. Para poner fin a estas guerras civiles, se votó una
amnistía, el olvido de las injurias con el fin de restablecer la paz interna. Pero el odio
popular se desató contra los nobles y sus aliados. Sócrates será la principal víctima de esta
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reacción (año 399)

Trabajo Práctico Obligatorio.


PROPUESTA DE
TRABAJO N° 7 Realice un cuadro de la guerra del Peloponeso y relaciónelo con todo lo dado hasta el
momento en el Modulo.
Vea Causas y Consecuencias. Actores Primarios y Secundarios. Ciudades que intervinieron.

2.2 Noticias biográficas sobre Tucídides

La Atenas del siglo V a C constituyó el punto más elevado de la historia de la cultura


griega. Casi todas sus glorias literarias se concentran en él. Con Esquilo, Sófocles y
Eurípides, la tragedia llega a su madurez; la comedia con Aristófanes; la elocuencia con
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Pericles; con Sócrates, la filosofía y la historia llega, podríamos decir a su madurez, en la


severa prosa de Tucídides.
No tenemos demasiados datos certeros sobre la vida de Tucídides. La principal
fuente la constituyen aquellos pasajes de la Historia de las Guerras del Peloponeso en
que nos transmite datos de sí mismo. Se conserva, además, la biografía de Marcelino.
Tucídides se encontraba emparentado con Cimón, su madre descendía de un rey tracio, una
de cuyas hijas se había casado con Milcíades y en tiempos de Plutarco, se tumba se veía
entre las de la gloriosa familia de los Filaidas.
Tucídides nació hacia el año 460; su familia era propietaria de minas de oro en
Tracia. Fue elegido estratega en el 424 y no pudo evitar la caída de Anfípolis, lo que le
valió ser condenado al exilio6. Vivió en Tracia hasta el 404, y realizó en ese período viajes a
Sicilia y a la Magna Grecia. A pesar de la amargura que le produjo el exilio se mantuvo
vinculado a la democracia ateniense hasta su muerte, acontecida en el 395. Pensó y
redactó la Historia de las Guerras del Peloponeso, que enfrentó a Atenas y sus aliados del
Egeo contra Esparta y la Confederación del Peloponeso entre los años 431 y 404. El relato,
dividido en VIII libros concluye con la expedición de Alcibíades a Sicilia (415-413). La
continuación del conflicto fue relatada por Jenofonte en las Helénicas 7.

Estos datos biográficos nos dan la pauta de que Tucídides no era un historiador
improvisado sino que, por tradición familiar, estaba iniciado en los asuntos públicos y tenía
motivos de cerca para conocer la prehistoria de la guerra del Peloponeso. La tradición
militar y política de la aristocracia ateniense nunca se doblegó ante el ascenso de la
democracia y de aquella cantera salieron algunos de los nombres más significativos de la
democracia: como Clístenes, como Pericles. N acido en el seno de tal familia y criado en
un ambiente en donde la política era la principal ocupación del ciudadano, no podía
Tucídides desinteresarse de ella. Su niñez y primera juventud son testigos de los días
gloriosos de Atenas, en paz con Esparta y Persia, y cabeza de un gran imperio, que llega al
apogeo de su prosperidad comercial, de su poderío militar, de su libertad política evitando
los desenfrenos de la demagogia posterior. Y es el momento también en que Atenas pasa a
convertirse en “la escuela de Grecia” como el mismo Tucídides dice.
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La coincidencia en él de una gloriosa tradición familiar aristocrática y de la


admiración por el político demócrata -Pericles-, que conducía al pueblo ateniense en los
años de su juventud, hizo que Tucídides no pudiera ser nunca un hombre de partido, en el
sentido estricto del término. Es significativa su amplitud de visión, que sabe ver las
ventajas del sistema democrático como las del gobierno aristocrático e igualmente los
abusos de ambos8; admira tanto a Esparta como a Atenas y, sobre todo, su ideal es un
hombre cuya política es la su tío Cimón: Pericles.

Tucídides toma parte en la guerra del Peloponeso al lado de Atenas; su primera


misión destacada, y también la última, es en el año 424, cuando fue nombrado como
estratego o general y esto implica que ya antes había servido en el ejército. No sólo conoció
personalmente el aspecto militar de la guerra, sino también aspectos menos gloriosos. El
mismo sufrió la peste que asoló a Atenas en el año 430, cuando por causas del hacinamiento
de la población del Ática en el casco urbano por causa de la invasión peloponesia motivó el
nacimiento de la epidemia.9 Allí pudo comprobar la descomposición moral que fue peor que
la enfermedad misma y que tan bien ha descrito en su obra.10 Y, sobre todo, cuando,
siendo estratego, no llegó a tiempo para salvar Amfípolis de la inesperada incursión de
Brasidas del año 424.11 El pueblo ateniense, entonces, impulsado por el demagogo Cleón,
le condenó al destierro o tal vez a una muerte de la que salvó con el exilio. Veinte años
duró esta pena12, vale decir, hasta el fin de la guerra del Peloponeso.

Nuestro historiador no volvería a Atenas en virtud de una amnistía general sino de


una ley especial votada en el año 404, a propuesta de Enobio, para su regreso. Tucídides no
debió morir muchos años después de esta fecha, aunque sí algunos, pues toda o la mayor
parte de su obra está escrita después del fin de la guerra. Parece seguro que no pudo llegar
a ver el resurgimiento de la liga marítima ateniense bajo Conón, a partir del año 394.
Tampoco sabemos cómo ni dónde murió: los autores antiguos vacilaban Atenas y Tracia y
hablan de muerte violenta, pero en circunstancias divergentes.

Tucídides, como el mismo afirma, pudo seguir con mayor tranquilidad el curso de la
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guerra, tanto o más en lo que se refiere a los peloponesios que en lo concerniente a los
atenienses13. Sus palabras dan a entender, claramente, que estuvo en territorio
peloponesio. En su posesión de Escapta Hila debió pasar la mayor parte de este largo
período de su vida. Terminada la guerra, pudo enterarse en Atenas de la política interna de
la ciudad durante sus años de exilio. Con esta experiencia y sumados sus conocimientos su
obra cobró mayor relieve y como entre aristocracia y democracia, Tucídides también tiene
una visión de término medio entre Esparta y Atenas.

En la introducción de la obra, calificada de arqueológica, pues trata sobre los


orígenes de Grecia, Tucídides expuso su método de historiador en un texto famoso14. Dudar
de cuanto está admitido constituye su punto de partida. La historia se inicia con la
sospecha:
“Es difícil dar crédito a los documentos en su conjunto… Los hombres aceptan las
cosas sin previo examen”
Para llegar a ser historiador es preciso distanciarse de la opinión común, generadora
de tantos errores acerca del pasado y del presente. Por tanto, no se debe aceptar la
primera información que nos llega. Tampoco debemos ser víctimas de la ilusión que
engendra el hecho de haber participado en los acontecimientos. En efecto, “los hombres
comprometidos en la guerra consideran siempre la más importante aquella en la que
participaron”. 15
Tucídides emplea, con respecto a la crítica de las fuentes, lo que podríamos llamar
el arte de la duda. Rechaza a los poetas, porque “amplifican los acontecimientos” y va más
allá de Heródoto y su historia narrativa. Pero no por ello deja de emplear los relatos épicos,
para extraer de ellos los caracteres de las costumbres, sobre hechos bien puntuales (vgr., la
piratería) o para deducir el número de hombres enviados contra Troya. Pero diferencia
siempre el plano de lo maravilloso mítico y el de la realidad histórica. Y al despreciar a los
logógrafos 16 Tucídides conserva sólo las fuentes más seguras y entiende por tales la más
próximas a los hechos que se relatan. Recordemos que la historiografía más antigua procede
de Jonia, de los tiempos en que se inició la investigación natural y ésta se encuentra
comprendida en ella y aun constituye su primitivo y más propio contenido. Hecateo, de los
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grandes físicos de Mileto, es el primero que transfiere la pesquisa de la Physis a la tierra


habitada, que hasta entonces sólo había sido considerada como una parte del Cosmos. Su
ciencia de los países y de los pueblos, combinando empirismo y construcción lógica, debe
ser considerada en conjunción con su crítica racionalista de los mitos y con sus
genealogías17. Esta es la relación de Tucídides con el pasado lejano.
En cuanto a los acontecimientos contemporáneos se reserva siempre cualquier
opinión a priori, conservando únicamente lo que ha visto o lo que ha dado por sentado
después de contrastar los testimonios en pro o en contra. Tampoco deja de recurrir a
documentos oficiales: el texto de la paz de Nicias (422), por ejemplo, grabado en mármol,
se corresponde palabra por palabra con el de Tucídides.
Establecer los hechos e insertarlos en las correspondientes cadenas causales
constituye la etapa decisiva de la operación histórica. Determinadas expresiones no dejan
lugar a dudas: “para examinar los hechos”, “ver claro en los hechos pasados”,
“confirmados por los hechos”. Los hechos, con tanto esmero reconstituidos, es preciso
también juzgarlos y evaluar su importancia, de donde procede el paralelismo entre las
guerras médicas y la del Peloponeso18. Queda lo esencial: establecer las causas de los
acontecimientos. En unas líneas decisivas, Tucídides distingue entre las razones inmediatas
del conflicto (el enfrentamiento entre los habitantes de Corcira, aliados de Atenas, y los
corintios, aliados de Esparta) y su causa profunda: el temor que sentían los lacedemonios
ante los progresos del imperialismo ateniense.

También enuncia, Tucídides, las reglas de una forma de escribir la historia. Se trata
de una verdad en construcción, de un relato construido a partir de un cierto nivel de
información, que comporta siempre una parte de lo no – establecido: “así era, según mis
investigaciones” 19; “no nos equivocamos al juzgar los hechos, aproximadamente tal como
los he informado” 20 Como rechaza cuanto es maravilloso, el historiador ateniense se
decanta por un estilo sobrio, desprovisto de cualquier artificio literario, adecuado a la
finalidad perseguida: “ver claros los hechos del pasado”. Sin embargo, se permite,
invocando a la lógica de la verosimilitud, reconstruir “los discursos pronunciados por cada
uno de los beligerantes”. Su narración se encuentra, así, esmaltada con treinta y nueve
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arengas debidas a Pericles, Alcibíades, Nicias, etc. En vez de “citar con exactitud las
palabras que fueron pronunciadas” expone el pensamiento completo de cada uno de ellos,
vale decir: su substancia.

Se puede pensar en la Historia de las Guerras del Peloponeso la creación misma


del género histórico y las tres etapas de su obra21: (1) un trabajo crítico que establece las
fuentes y los hechos; (2) una actividad lógica que compone sistemas de pruebas y (3) una
actividad organizadora que constituye conjuntos coherentes, en los que cada hecho y cada
discurso participan de un orden sistemático.
Pero la misión del historiador no concluye aquí: es preciso también ser útil a sus
semejantes y estímulo de sus meditaciones. Ambición justificada, en la medida en que los
hechos que se relatan se someten a la ley del eterno retorno que gobierno el curso de las
cosas humanas. Esta convicción, que podríamos calificar de determinismo racionalista, se
relaciona con una concepción cíclica del tiempo y en la fe en la perennidad de la
naturaleza humana. Por tanto, los mismos procesos psicológicos deben tener,
necesariamente, como consecuencia, el retorno de los mismos acontecimientos.
Después de estas consideraciones sobre el método sólo resta formular algunas
consideraciones sobre el resultado, la Guerra del Peloponeso. Todo lo que podríamos llamar
como cualidades del historiador se despliegan allí: información extensa, abierta a una
forma inicial de arqueología, cuando el autor describe las antiguas sepulturas de Delos o
cuando se interroga acerca de los vestigios que ha legado Esparta. Cuando cita documentos
lo hace con exactitud. Y en algunos casos se puede comprobar. Su versión del tratado de
alianza firmado entre los habitantes de Atenas, Argos, Mantinea y Elea, en el año 420-419,
se corresponde, con ínfimas variantes, con el texto encontrado en una estela de la
Acrópolis. Es difícil recusar su imparcialidad, en la medida en que deja hablar a los
contendientes. Pero, aún así, podemos detectar su inclinación por la democracia ateniense
y por ciertos políticos como Pericles o Nicias.
Una de las investigadores europeas que más conoce la obra de Tucidides, Jacqueline
de Romilly, examinó la lógica subyacente de la Guerra. Bajo la sencilla apariencia de un
relato lineal se oculta, en verdad, un discurso coherente y personal, en el que todos los
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episodios se remiten el uno al otro y se hallan cargados de significación interna al sistema.


Por ejemplo, Tucídides no se pierde, cuando relata el sitio de Siracusa, en el relato de las
ocho victorias atenienses. Se centra en torno a la lucha de dos intenciones opuestas: sitiar
a Siracusa/no dejarse sitiar. Lejos de perderse en el meandro de los acontecimientos,
construye de hecho, un pequeño drama.
En líneas generales, quiere huir del desorden de los hechos no analizados para
quedarse únicamente con los elementos que los vinculan entre sí. Su estilo otorga a estas
relaciones un rigor casi matemático. Las conclusiones corresponden a los proyectos. Cada
idea y cada hecho adquieren un carácter definido a lo largo del relato. Todo adquiere forma
de necesidad, a costa de una simplificación excesiva. En La arqueología, el conjunto gira en
torno a la génesis del Imperio ateniense, en detrimento de la Confederación espartana. El
conjunto de la obra se halla sometido a un “racionalismo organizador” que se pone de
relieve al clasificar los acontecimientos y al relacionarlos siguiendo un encadenamiento
coherente.

Una obra anterior de Jacquelline de Romilly, Thucydide et l´Imoperialisme


athénien22, había mostrado cuáles eran la filosofía y la moral contenidas en la Historia de
las Guerras del Peloponeso. El imperialismo ateniense se convierte en ella en una fuerza
abstracta que gobierna el curso de la historia, independientemente de las condiciones que
le dieron origen. La ciudad de Atenas, en su conjunto, está animada de una voluntad pura y
una; está presente como imperialista, en bloque, sin distinción de tendencias. Tal ambición
colectiva se ejerce mediante el sistema de la talasocracia. Se trata de una voluntad de
poder sobre el mar, que halla en sí misma su finalidad sin tener en cuenta el problema del
aprovisionamiento del trigo y la necesidad de subvenir a las carencias de la clase popular.
En suma, tal voluntad de conquista es una fuerza abstracta que se nutre de si misma. Es
una pasión que tiende a la gloria. Los atenienses se abandonan a ella por motivos
psicológicos: placer en la acción, necesidad de autoridad y búsqueda de fama. Al mismo
tiempo hallan en ella algo así como la culminación de su libertad de ciudadanos.

Aunque puedan aislarse las sucesivas formas del imperialismo ateniense (Pericles, o
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la potencia conciliada con la mesura; Cleón y Alcibíades o los desencadenamientos de la


hybris, el abandono a las ambiciones ilimitadas), éste presenta una unidad fundamental,
expresada en una simple fórmula: “los atenienses deseaban más”. En consecuencia, su
comportamiento se doblega ante una lógica implacable: manifestar su fuerza para hacerse
temer; convertirla en el impulso normal de las relaciones humanas; aplastar a los débiles.
¿Procede esta visión del mundo de la experiencia del historiador o de las enseñanzas de los
sofistas? En cualquier caso, respira un profundo pesimismo. Cualquier poder, cualquier
dominación, sufre de la tentación de la desmesura. Al acometerla hasta más allá de sus
fuerzas, corre hacia la perdición. La hybris llama a la Némesis.
Rico en enseñanzas filosóficas, organizada como una red coherente de signos, la
obra de Tucídides no es un simple documento acerca del conflicto entre las dos mayores
potencias del mundo griego. De hecho, es preciso ver en ello un documento-pantalla,
elevado ante la realidad para edificación de las futuras generaciones. Este testimonio
erigido a la gloria de Atenas, invita al lector a recordar y le asigna tareas para el presente.
En este sentido, la función de toda la obra es comparable a la de la célebre oración fúnebre
pronunciada en el año 431 por Pericles, reescrita por Tucídides en honor de las primeras
víctimas del conflicto:
“En una palabra, lo afirmo, nuestra ciudad en su conjunto es la escuela de Grecia
(…). Así es la ciudad de la que, con razón, estos hombres no quisieron dejarse despojar y
por la que murieron valerosamente en el combate; por defenderla, nuestros
descendientes, estarán dispuestos a hacer toda clase de sacrificios” 23

Tucídides contaba con treinta y cinco o cuarenta años cuando comenzó la guerra del
Peloponeso, sobrevivió a ella algunos años más. De este modo, al comenzar las hostilidades
se encontraba en plena madurez de su espíritu y se propuso seguir atentamente las
peripecias de aquella lucha, en su decir
“(…) la más grandiosa que se produjera en Grecia, en la cual intervinieron los
bárbaros, o más bien una parte de ellos y que agitó… todo el universo”
Y en el encabezamiento de su libro dice
“El ateneniense Tucídides ha redactado la historia de la guerra que se hicieron los
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3. Introducción a la historia

hombres de Atenas y del Peloponeso y comenzó su trabajo desde el principio de las


hostilidades, persuadido de que esta guerra tendría más importancia que todas las
anteriores, a causa de los inmensos recursos de los dos pueblos que iban a chocar entre sí”
Empleó todos los medios que le permitía su fortuna, sus relaciones y hasta su
destierro de veinte años para componer una obra única, escrita, como él mismo lo dice,
para la eternidad24. En ella estudia de cerca los acontecimientos y los hombres pero,
después, los considera en su conjunto, sin detergerse en esos detalles que tanto complacen
a los cultivan un género que, en calificación de Croce, podríamos llamar historia
anecdótica. Sigue a sus personajes en el Ágora, al consejo, a la batalla y no penetra en sus
asuntos privados porque sostiene que a los hombres públicos se los debe juzgar según los
consejos que dan y los actos que ejecutan y que la historia no tiene interés en penetrar la
vida privada sino en tanto ésta tenga alguna injerencia en la vida pública. Tucídides no ha
escrito una historia que, en términos modernos, podríamos llamar “entretenida” y no se
puede leer, como la de Heródoto, para distraerse. Tucídides es un escritor arduo y ha
procurado redactar una historia formal, producto de largos estudios y que se propone como
modelo para la acción racional de futuros hombres políticos.
Tucídides fue el primero en intercalar discursos en la historia, como Homero lo había
hecho en la epopeya y los poetas trágicos en el drama y como los oradores los prodigaban a
diario en el ágora pública. En este sentido es el continuador de una tradición: su libro
contiene treinta y nueve discursos, sin contar con los que cita de manera indirecta. Allí
donde los modernos introducen explicaciones para facilitar la inteligencia de los hechos, los
antiguos ponían en boca de sus personajes las razones que debían inducir a tomar tal o cual
resolución. El procedimiento era el mismo, en el fondo y la diferencia sólo radica en la
forma. Los modernos historiadores han renunciado a transcribir estas arengas que producen
la ilusión de documentos auténticos; pero en manos de un observador tan atento como
Tucídides, que estudiaba cuidadosamente los hechos y los caracteres, el procedimiento
oratorio tenía ventajas y pocos inconvenientes, porque en sus discursos, además de su
elocuencia, se siente la seguridad de encontrar una gran suma de verdades. En cuanto a los
actos oficiales, como los tratados, tenemos la prueba, al menos para el convenio entre
Atenas y Argos, de que los transcribe casi textualmente.
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3. Introducción a la historia

Se ha erigido en juez de campo entre Atenas y Esparta y su misión consiste en dictar


sentencias justas. Aunque sus preferencias sean para la aristocracia, sabe que todos los
gobiernos, exceptuando los violentos, son buenos según la época y las circunstancias; que el
interés dirige la política de los pueblos, pero también que las ideas y los sentimientos
ejercen su influencia y se empeña en demostrar cómo, de esta triple acción, resultan los
hechos. Se le ha llamado ateo 25 pero no ataca a los dioses, como lo hicieron tantos
contemporáneos suyos; pero tampoco cree necesitarlos para explicar los hechos de los
hombres. En vez de actos arbitrarios, encuentra en el universo leyes generales. Su actitud
la podemos parangonar con la de Laplace, católico militante, pero que excluía a Dios como
hipótesis para la explicación del universo físico.
Tucídides, además, renunciaba a la antigua doctrina del destino, para no creer sino
en la razón. Con esta actitud señala el principio de una nueva edad del mundo. En vez de
atribuirlo todo a la fuerza de la fatalidad, de la fortuna o de la providencia de los dioses,
buscó en la más completa libertad de su razón las causas humanas de los sucesos y hacía
suyas las palabras de Anaxágoras: “La casualidad es una causa ininteligible; el destino, una
palabra falta de sentido” o como Polibio: “Atribuir la prosperidad de la liga aquea a la
Fortuna sería una cosa tan ridícula como loca. Es preciso buscar la causa de ella, puesto
que sin causa no sucede nada bueno ni malo”
Tucídides no reconoce la acción divina en los fenómenos naturales que atemorizan a
los pueblos, ni en los acontecimientos políticos. Para él, Némesis ha muerto 26 y a
propósito de un fenómeno semejante, escribe con mal disimulada ironía:
“Decíase y se creía que era una señal del porvenir”27. Caribdis, el monstruo
devorador, pierde su condición para no ser más que el punto de encuentro, y por esa razón
no muy peligroso, de dos corrientes contrarias28. Y mientras el piadoso Nicias se espanta de
un eclipse de luna que le induce a tomar una resolución desastrosa, Tucídides observa, con
motivo de un eclipse de sol, que este fenómeno se había producido en el novilunio, “único
tiempo en el que, al parecer, esto puede ocurrir” 29.

En la prosa de Tucídides todo vale para despojar a los dioses del gobierno del
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3. Introducción a la historia

mundo; ya no habla de la bondad ni de la justicia, que se representaban como atributos


necesarios de la divinidad. La teología ha hecho bien en enseñar esta creencia saludable,
parece decir Tucídides, pero la historia debe consignar hechos distintos: que en esta tierra
hubo siempre una infinidad de miserias y de iniquidades cuya suma no disminuye sino por
el progreso de la inteligencia y de la moralidad entre los hombres. Tucídides parece haber
percibido como una impiedad sacrílega atribuir todos estos males a la voluntad de un
demiurgo. Este, en cambio, parece afirmar el historiador, nos ha hecho libres e inteligentes
y es a nosotros mismo a quienes toca desterrar estas miserias y establecer la justicia. El
hombre se encuentra solo frente a su propio destino. En la ora de Tucídides destella, pues,
un pensamiento viril pero también, podríamos decir, desencantado.
En sus juicios con respecto a la tierra, no se le escapa a Tucídides que se han
producido enojosos cambios en la sociedad griega y que las democracias, cuando se dejan
conducir por demagogos no pueden arribar a buen término30. Tucídides ve
que las nociones morales han sufrido grandes trastornos a causa de la peste, de la guerra y
de las muchas vicisitudes que acontecieron a los pueblos. Y observa que solamente reina
una divinidad, la Fuerza y que el fuerte se atribuye todos los derechos, incluso el de violar
la justicia. De esta manera, Tucídides, se comporta como un moralista, además de
historiador.
Tucídides ha sido considerado como el padre de la historia “científica” frente al
estilo narrativo de Heródoto, espontáneo y atrapante. C. N. Cochrane, en Thucydides and
the Science of History, ha escrito que la influencia predominante en él es la de la
medicina hipocrática31. Hipócrates es tanto el padre de la medicina como de la psicología.
Colligwood advierte su influencia tanto en la descripción tucidiada de la plaga, como en
ciertos análisis de temas netamente psicológicos, como los relativos a las neurosis de
guerra, en general, y de forma particular, en los referidos a la revolución de Corcira y al
diálogo de los melianos32. Si se puede considerar a Heródoto como el padre de la
historia33, Collingwood concluye que Tucídides bien puede ser considerado el padre de la
historia psicológica.
La historia psicológica no es verdadera historia, sino una ciencia natural de un tipo
particular. No se reconstruyen ni se relatan los hechos por los hechos mismos. El propósito
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3. Introducción a la historia

principal es establecer leyes pero leyes de tipo psicológicas. Una ley psicológica no es un
acontecimiento, ni tampoco un conjunto de acontecimientos. Es una regla constante que
rige las relaciones entre fenómenos. Heródoto centra su atención en los hechos mismos, en
tanto que Tucídides se concentra en las leyes según las cuales acontecen los hechos. Y esas
leyes son formas eternas e inmutables. Recordemos que, para la mentalidad griega, esas
formas eternas e inmutables eran las únicas cosas susceptibles de conocimiento.
Colligwood remarca que Tucídides no es el continuador de Heródoto en el derrotero
del pensar histórico. Sino que es el hombre en quien el pensamiento histórico fue ahogado
bajo el peso de las motivaciones anti-históricas.

Tucídides tuvo una gloriosa posteridad, puesto que los historiadores de Roma lo
tomaron como modelo y lo imitaron. Fue el precursor de Polibio, de Maquiavelo y de
Montesquieu y será el maestro de todos aquellos historiadores que quieran buscar un
método en la reconstruir de los hechos y leyes que procuren explicar el acontecer de los
mismos.

Es un hecho notable el de escribir una historia contemporánea (la guerra del


2.3 Peloponeso, 431-404, se desarrolla durante toda la vida de Tucídides). Cuando Tucídides
Tucídides y planeó la obra, al comenzar la guerra, ni siquiera había sido publicada la Historia de
los logógrafos Heródoto, culminación de la historiografía jónica, que, no pasa de las guerras médicas.
y Heródoto Tampoco había visto la luz la Athis o Historia Ática de Helánico de Mitilene, también
dentro de esa misma tradición y que incluía la historia de Atenas hasta la guerra del
Peloponeso. Sin embargo, como al redactar su obra Tucídides conoce -y crítica- estas dos
obras, tendremos que ver las diferencias entre uno y otro tipo de historia.

El interés histórico se nota ya en la poesía épica post-homérica, el llamado Ciclo,


que organiza la leyenda en forma cronológica. La Teogonía de Hesíodo procede de esta
misma tendencia. Pero lo único que se establece aquí es un nexo de sucesión y el interés
continúa centrándose en conservar la gloria de los héroes y de los dioses. De la misma
manera ocurre con los logógrafos, herederos en prosa (en mayor o menor medida
poetizada) de esta tradición “histórica”. Todavía Heródoto escribe “para que los grandes
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3. Introducción a la historia

acontecimientos, tanto de los griegos como de los bárbaros, no se olviden con el tiempo ni
pierdan su esplendor”34. Las únicas novedades son que el espíritu curioso de los jonios de
esta era de grandes navegaciones, añade a las cosas dignas de memoria las costumbres
extrañas de los diversos pueblos y la descripción de sus países. También advertimos un
tímido comienzo de racionalismo en Hecateo y Heródoto. Pero aún continúa dominando el
interés por lo mítico.
Por lo tanto, los logógrafos escriben genealogías, cronologías, fundaciones de
ciudades, disertaciones etnológico-geográficas (con datos históricos) sobre diversos
pueblos. Sólo las guerras médicas, consideradas tan gloriosas como las antiguas leyendas,
merecieron el honor de ser relatadas por Heródoto más de cincuenta años después de su
fin. Y Helánico le imitó continuando su Historia Ática unos años más, aunque sin llegar al
presente. Pero ni siquiera Heródoto logra crear una historia de concepción moderna. La
ordenación de los acontecimientos es temporal y local, sin rastros de una lógica interna de
los mismos. Su única explicación del acontecer histórico es de orden religioso. Cuando el
orden humano es alterado por el excesivo poder de un hombre o de un pueblo, los dioses lo
restablecen en brevedad. Es este el significado de la envidia de los dioses.
Con estos antecedentes podemos apreciar la gran distancia que hay entre Heródoto
y Tucídides. La historia de Tucídides no es la historia de un pasado mítico o asimilado al
mito, contada para eternizar glorias. Es la historia de un presente glorioso y miserable a la
vez, contada por su valor ejemplar. No es la envidia de los dioses el motor del acontecer
histórico, sino, en cambio, la lógica interna de los hechos y de las acciones y de la
reacciones de la psicología y de la inteligencia humanas. La crítica y la imparcialidad
constituyen la clave del método histórico. Esto en cuanto al contenido; en cuanto a la
forma, veremos que la diferencia no es menor.
Los logógrafos y Heródoto proceden del mundo jónico y Tucídides es un ciudadano
ateniense. En primer lugar, hay que contar con la esencia misma del espíritu ático de este
siglo. No es el mito, sino el presente, lo que interesaba en Atenas. Tampoco atraían a los
espíritus la geografía, la etnología ni la ciencia natural en general sino el hombre en cuanto
ser social: su conducta en la vida privada, la moral y en la vida pública, la política, aunque
una y otra no estuvieron nunca bien delimitadas. El único género poético que floreció en
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3. Introducción a la historia

Atenas -que lo creó- es el teatro, es más real de todos. En síntesis: es la conducta y el alma
humanas lo que estudia en sus míticos personajes.
El único poeta ático fuera del teatro, Solón, trata temas morales y políticos. Si del
resto de la elegía griega se ha rescatado sólo a Teognis, es debido porque fue adoptado por
Atenas. En manos de una ateniense, Sócrates, la filosofía dejó de lado los temas naturales y
se consagró al estudio de los temas morales y políticos. El nuevo género en prosa que crea
Atenas, la oratoria, es por su esencia, político y judicial. En esta misma línea está el paso,
en manos de Tucídides, de la historia legendaria y etnográfica de Heródoto, presidida por la
intervención divina, a la historia contemporánea y política de Tucídides, presidida por la
acción y el pensamiento humanos.
La influencia de los sofistas en lo externo, el estilo de Tucídides es innegable, y ello
hace verosímil que también en la ideología de Tucídides se encuentren rasgos sofísticos. Los
sofistas, jonios apátridas atraídos por Atenas en la época de su mayor esplendor, tienen un
ideal pragmático y se dedican a la instrucción política (incluida la retórica) de la juventud.
Su pragmatismo iba mucho más lejos que el de los atenienses. Además lo fundamentaban
racionalmente mediante una crítica relativista de la tradición. Como Sócrates, Tucídides
cree en el poder supremo de la razón: áquel como factor moral; éste como factor político e
histórico y, además, como única arma para descubrir la verdad histórica. Tucídides habla
del poder histórico de la inteligencia; de su oponente, la fortuna, que no tiene un
significado religioso sino que representa, simplemente, los factores no sujetos a cambio.
Pero, como Sócrates, Tucídides es absolutamente opuesto al relativismo; su obra quiere ser
una conquista definitiva de la validez35. Además, si con la ayuda de la razón lucha contra la
tradición histórica, creando un método riguroso –como Sócrates- es para superarla en una
doctrina más absoluta que aquélla. Y, por otra parte, si Tucídides rechaza con los sofistas
(y contra Sócrates) la moral como criterio para juzgar los hechos sociales y políticos36,
tampoco acepta el antimoralismo y la irreligión a que llegaron algunos de ellos: la pérdida
de la moral y de la fe en los dioses son síntomas de corrupción37.
Un rasgo sofístico muy definido es el estudio de “lo congruente o verosímil”, como
fundamento de la crítica histórica. La llamada Arqueología38, por ejemplo, está construida
casi toda sobre este principio, que tanta difusión había de alcanzar en la oratoria judicial.
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3. Introducción a la historia

Los sofistas lo utilizaron, entre otras cosas, en sus disquisiciones sobre el origen de la
cultura.
También en cuanto al pensamiento propiamente dicho tiene a veces Tucídides
precedentes sofísticos. El más importante: la doctrina de la fuerza como factor político
decisivo, tal como se manifiesta, sobre todo, en el diálogo de Melos39. En la estructura
misma del pensamiento de Tucídides, tan frecuentemente desarrollado a base de antítesis,
hay influencia sofística innegable. En síntesis, los puntos de contacto con los sofistas, no
casuales, están en el interés político, en coincidencias de fondo y en cuestiones de método
y de forma. Pero Tucídides pretende hacer verdadera ciencia y procura apartarse de su
relativismo.
Hay un tercer punto de partida del pensamiento de Tucídides, el representado por
los filósofos naturales y los médicos jonios. Hay muchos puntos de contacto entre Tucídides
y el pensamiento de Anaxágoras, Demócrito e Hipócrates.
La tradición pone en relación a Tucídides con Heródoto, Antifón, Anaxágoras y
Pericles. Al oír leer a Heródoto un pasaje de su historia en Olimpia, Tucídides habría
sentido despertar su vocación de historiador. Fue discípulo de Antifón y Anaxágoras y
compañero de Pericles, cuando ambos recibían las enseñanzas de Anaxágoras. No sabemos
con certeza si estas tradiciones son ciertas pero sí que tienen un significado. Así como en
Anaxágoras el espíritu, una vez puesto el caos en movimiento, le deja actuar solo conforme
a sus propias leyes, en Tucídides no hay intervención de ninguna providencia divina40. La
historia es solo un encadenamiento de circunstancias materiales y de hechos humanos. Del
mismo modo que Anaxágoras negaba la divinidad del sol y de la luna, Tucídides se ríe de los
oráculos y de los presagios41. También se podría verificar la influencia de Demócrito, cuya
filosofía atomista es la primera que de manera clara establece el concepto de ley natural.
Concepto que Tucídides extenderá a los hechos humanos.
Pero, sobre todo, son Hipócrates y su escuela quienes mayor influjo ejercen sobre
él. La medicina es la primera ciencia natural que se desprende de la filosofía y su
importancia como modelo es enorme. Todos los socráticos están llenos de ejemplos
tomados de este dominio. En el tratado Sobre la medicina antigua (430) se prescribe un
método empírico que parte de la observación de los hechos, capaz de clasificar las
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3. Introducción a la historia

enfermedades y de penetrar por inducción en las causas de la salud y de la enfermedad.

Este es el método tucidídeo. Se trata de dar un pronóstico basado en los “síntomas”


y después de deducir las causas de los hechos sucedidos mediante la experiencia y el
razonamiento. La distinción de Tucídides entre las causas y los pretextos, motivos
ocasionales de la guerra, responde a la distinción hipocrática entre causa y síntomas de la
enfermedad. Las explicaciones en Sobre los aires, aguas y lugares acerca de la influencia
de la condiciones naturales del país, sobre el carácter físico y moral de los pueblos,
transmitido después por herencia, etc., recuerdan la exposición de Tucídides, en el Libro
primero, del carácter respectivo de espartanos y atenienses en relación con su historia.
Finalmente, la célebre formulación del Sobre la enfermedad sagrada (la epilepsia) de que
todas las enfermedades son igualmente humanas e igualmente divinas, tiene un matiz
anaxagórico y tucidídeo. La escuela hipocrática está influida por Demócrito.
Nadie puede extrañarse de la adopción de los principios de una ciencia natural por
una ciencia del espíritu. En la antigüedad podemos señalar la influencia de la medicina en
los socráticos; inversamente, el concepto del Cosmos nace de transponer al mundo natural
una concepción nacida en el estudio del mundo moral42. Tucídides se encontraba en
circunstancias favorables para recibir estas influencias: Anaxágoras perteneció al círculo de
Pericles, por el que siente admiración Tucídides; Demócrito nació y vivió en Abdera, ciudad
próxima a la residencia tracia de Tucídides; y en cuanto a Hipócrates, se debe señalar el
interés médico que demuestra Tucídides en la famosa descripción de la peste de Atenas y
en su conocimiento del vocabulario médico contemporáneo.

Luego de haber leído estos textos, puede analizar algunos aspectos centrales del
PROPUESTA DE
TRABAJO N°8 módulo.
Relate en qué consiste el método tucidídeo
Envíe al campus sus comentarios
Realice un análisis de la obra realizada por Tucídides.
PROPUESTA DE
TRABAJO N°9 Las diferencias planteadas con Herodoto y la grandeza que se observan en sus
escritos
Envíe al campus sus reflexiones
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3. Introducción a la historia

Discuta en el Foro con sus compañeros la figura de Tucídides y su método


FORO
histórico de desarrollar los acontecimientos.

2.4
Composición Heródoto había organizado su Historia en torno a los conflictos entre Oriente y
de la obra Occidente, que culminan en las Guerras Médicas. Pero la historia de Persia da pretexto,
cada vez que este país se pone en contacto con otro, a largas disertaciones histórico-
etnológicas que interrumpen la narración.
En Tucídides, las pocas desviaciones de la línea general de la obra están en el Libro
primero, que sirve de introducción y tienen una clara justificación: la Arqueología y el
pasaje sobre los tiranicidas43 dan un ejemplo del método histórico. La Pentacontaetia o
historia de los cincuenta años que van de las guerras médicas a las del Peloponeso, sirven
para explicar la génesis del imperialismo ateniense. El carácter eminentemente científico
de la obra de Tucídides condenaba, además, todo rasgo anecdótico y episódico, al contrario
de la historiografía anterior. Collingwood ha podido, así, escribir que “(…) al leer a
Tucídides me pregunto: ¿qué a este hombre que escribe así? Y contesto, no tenía la
conciencia tranquila. Trata de justificar su afición a la historia convirtiéndola en algo que
ya no es historia”44

Tucídides podía contar solamente con el modelo de la prosa doctrinal o científica de


los sofistas y de los filósofos jonias, de los que sólo conocemos los escritos hipocráticos, que
no alcanzan gran riqueza de composición. Pero la historia necesita unos procedimientos de
composición peculiar, y así Tucídides es el primero que basa su obra en una precisa
cronología de los acontecimientos45.
Además, un elemento de primordial importancia en la composición de la obra de
Tucídides son los discursos, que más que la realidad de lo dicho en una determinada
circunstancia dan al lector una orientación sobre las fuerzas en juego en aquel momento.
En Heródoto, los pocos discursos que hay son especies de conversaciones de menor
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importancia. Tucídides tuvo que acudir a la praxis misma de los oradores de Atenas y a la
incipiente retórica de Gorgias y Antifón. En lo relativo a la composición, a los estímulos
recibidos de los sofistas y filósofos jonios¸ se refleja en su obra el espíritu ateniense.
Fue en Atenas donde surgieron por primera vez obras extensas de una composición
equilibrada y armónica. El teatro, el diálogo platónico, la oratoria. En Heródoto y Tucídides
observamos la misma tendencia a la unidad armónica, maciza y visual que da vida al
Partenón, a la estatutaria ática o a la teoría de las ideas de Platón.
En lo referente al estilo hay que destacar que la historiografía anterior, que gustaba
del mito y de la anécdota, adoptó el estilo lento del cuento popular a base de parataxis y
de ornamentación poética. Tucídides, lleno de idea, creó un estilo austero. El uso de las
antítesis los tomó de los sofistas y los imitó en una serie de figuras de dicción y lenguaje,
como la alteración.
Tucídides es el creador casi solitario de la prosa literaria ática. Lo acompañan en
esta tarea el autor anónimo de la Constitución de Atenas, atribuida falsamente a
Jenofonte y el orador Andócides. El ático no había tenido cultivo literario en prosa y había
que imitar la prosa jónica. Fue una hazaña el haber disciplinado la lengua hablada, en la
que el gesto, los presupuestos comunes, la entonación, etc., sustituyen a la mayoría de los
nexos sintácticos de subordinación, hasta lograr una prosa literaria capaz de la exposición
de las ideas abstractas. Y si pensamos esto, tal vez podamos disculpar la oscuridad de las
expresiones empleadas por Tucídides, que hicieron exasperar a Collingwood.

2.5 Tucídides es el creador de la historia política, ha afirmado Jaeger46, a diferencia de


Historia y Heródoto, quien escribe la historia con un espíritu extraño a la política. Tucídides se
política en encuentra enraizado profundamente en la vida política (pública) de Atenas de la época de
Tucídides Pericles. Desde que Solón, en el marco de las luchas sociales del siglo VI a. C., puso las
bases de la conciencia política que se advierte en los ciudadanos de Atenas, la participación
de todos los hombres en los negocios públicos permitió alcanzar una gran suma de
experiencia política y llegar a la madurez de las formas del pensamiento político. El hecho
de que el centro de sus problemas se halle en el estado es perfectamente natural en la
Atenas del siglo V. Pero Jaeger subraya que
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“Lo que no parece tan evidente es que los problemas políticos hubieran de conducir
a una consideración más profunda de los problemas históricos. La historia de los pueblos de
Heródoto no hubiera llevado, por sí misma, a la historia política. Pero Atenas, orientada y
concentrada en el presente, se vio de pronto sumida en un recodo del destino en que el
pensamiento político despierto se vio precisado a completarse con el conocimiento
histórico, aunque en un sentido distinto y con otro contenido: era preciso llegar al
conocimiento de la necesidad histórica que había conducido la evolución de la ciudad de
Atenas a su gran crisis. No es que la historia se haga política, sino que el pensamiento
político se hace histórico. Tal es la esencia del fenómeno espiritual que halla su realización
en la obra de Tucídides”47

El primer libro de la obra es una introducción. Afirma, como apertura, que la guerra
que va a narrar es la mayor de todas las sucedidas anteriormente, para, a continuación,
hacer un recorrido por la historia primitiva de Grecia, lo que le brinda la oportunidad para
la exposición y ejemplificación de sus ideas acerca de la ciencia histórica. Pasa después, al
conflicto entre atenienses y corintios en Corcira, motivo ocasional de la guerra; las
deliberaciones subsiguientes en Esparta, los discursos de los corintios y de los atenienses,
que nos dejan ver la verdadera causa de la guerra, es decir: el choque inevitable entre el
creciente poder ateniense y la antigua hegemonía espartana. Nos relata, inmediatamente,
el origen y el crecimiento del poder ateniense hasta el presente del autor. El libro primero
se cierra con un discurso de Pericles aceptando la guerra y justificando la política
ateniense. Propone, al mismo tiempo, un plan de guerra: no luchar contra el enemigo en
tierra firme, pues la superioridad naval, económica y de organización de Atenas podrá con
Esparta a la larga. Este discurso se completa con otro de Pericles, en el Libro II, en el cual,
a la justificación interna del imperialismo ateniense se une el elogio de su moderación y de
su significado espiritual.

A partir del Libro II, hasta el IV inclusive, se relatan en cada uno de ellos las
campañas de tres años (431-423). Se destaca, como ya se señalado, la narración de la peste
de Atenas48, en que muere Pericles, con lo cual se abre paso a la decadencia de Atenas y a
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la conducción de la guerra en un sentido contrario al que había diseñado Pericles (y el


mismo Tucídides). A partir de allí la política ateniense degenera en aventura. Pero,
paradojas de la historia misma, se obtienen triunfos, como la toma de Pilos y la captura de
trescientos prisioneros espartiotas. Estos logran, sin embargo, el desquite con la expedición
de Brasides contra las colonias de Atenas49 en Tracia. Sumamente reveladores son los
pasajes en los que se relatan los estragos morales de la peste en Atenas50; el cansancio de
la guerra51; el problema de las luchas civiles52 y los problemas internos del imperialismo53.

El Libro V relata cómo se arribó y cuáles fueron las características de la Paz de


Nicias (421 a. C.) y del período no totalmente pacífico que siguió hasta la reanudación de
las hostilidades. A propósito de la conquista de Melos se expone ampliamente la teoría de la
fuerza y la conveniencia como factores determinantes de la historia54.
Los libros VI y VII cuentan la desastrosa aventura ateniense en Sicilia; el duelo
oratorio Nicias-Alcibíades desarrolla las dos tesis contrarias sobre la política exterior de
Atenas. Esta se desvió cada vez más de los objetivos que le había impuesto Pericles, ideal
de Tucídides y algo análogo ocurre con la política interior.
El libro VIII trata de la reanudación de las hostilidades y narra, sobre todos, la guerra
naval de los atenienses y peloponesios (ayudados ahora por los persas) en el Egeo y el golpe
de estado oligárquico en Atenas. Y en medio del relato de estos acontecimientos del año
411 se interrumpe bruscamente la narración.

2.6.
Lo que narraba Tucídides eran hechos contemporáneos de valor paradigmático y
Qué entiende
dependientes del juego de fuerzas materiales y humanas. Lo decisivo es que Tucídides no
Tucídides por
cuenta el presente por extender a él un interés histórico general suyo sino que, por
historia?
contrario, su interés por el presente (por la política) le lleva a escribir la historia del
mismo: la verdad histórica le servirá para descubrir la verdad política. Como vimos más
arriba es perfectamente natural el interés, en un ciudadano ateniense del siglo V, por la
política, por los problemas del Estado. Y recordemos que para el mundo antiguo lo que hoy
llamaríamos la sociedad civil (la polis), era un ámbito inescindible del Estado55. La división,
introducida por la modernidad, entre sociedad y Estado ha debilitado, en lugar de lo que se
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afirma habitualmente, la conciencia política del hombre común, llamado “ciudadano”. El


verdadero ciudadano, consciente y sujeto de derecho concreto y no abstracto, era el
hombre antiguo que no dividía su vida entre los público y lo privado ni la moral de la ética.
El ethos de la polis era la totalidad de su vida. Pero, también hay que decirlo, su sentido
histórico se encontraba debilitado. Así lo vemos en Tucídides cuando afirma que su relato
es una “conquista definitiva” y cuando sostiene que lo humano es que los hechos que
cuenta se repitan y que, dado que él los ha historiado, puedan entonces preverse56.
Hace la misma afirmación respecto a la peste57 y este paralelo entre hechos
naturales y hechos históricos nos convence de que, para Tucídides, la historia es una
ciencia de leyes. El pasado le interesa en cuanto puede explicar el presente (y por ello
relata la historia de la Pentacontaetia): por sí mismo no le interesa y su obra comienza con
la afirmación de que los sucesos antiguos son de poca importancia. Cuando quiere
reconstruirlos, se imagina el imperio de Minos o el de Agamenón según el modelo de
Pericles. Y en cuanto al futuro, se lo figura también análogo al presente. Se puede hablar,
así, de una destemporalización.
Esta falta de sentido histórico es común a todos los griegos (y a los romanos, con
excepción de Tácito). Platón, en su República y en sus Leyes, excluye la idea de la historia
tanto al tratar sobre la constitución ideal como de las reales y a lo más lejos que llega es a
establecer una alternación regular de estas últimas. Lo mismo le ocurre a Aristóteles que,
cuando Alejandro inicia una revolución política radical en el mundo antiguo, sigue pensando
en su Política según los modelos tradicionales.
La historiografía antigua se divide toda en dos líneas (dejando aparte a los
logógrafos y analistas, que representan una historia en embrión): la de los retóricos, con la
historia considerada como opus maxime oratorium (Teopompo, Eforo, Livio, Dion Cassio,
etc.), y la de los militares y políticos que escriben memorias sobre hechos en los que han
intervenido o de los cuales han estado cerca (Tucídides, Jenofonte, Filisto, Ptolomeo,
Polibio, César, etc.). De ellos sólo Tucídides y Polibio supieron adentrarse en la médula del
acontecer histórico y sacar de él lecciones perennes. Porque hay que insistir que nuestro
exacerbado sentimiento histórico, que procede del liberalismo y del romanticismo del siglo
XIX y que no existía en la época del Renacimiento (que creyó resucitar la vieja Roma), ni en
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la época del barroco (que cubrió de remiendos disonantes los monumentos artísticos
anteriores), ni en el siglo XVIII (que creyó en el proceso indefinido), aunque tiene el mérito
de haber logrado por primera vez la construcción de una historia científica del pasado, ha
exagerado al señalar las diferencias entre las distintas edades, y no siempre es propicio a
reconocer valor intemporal a lo que, como la Historia de Tucídides, lo tiene eterno.

2.7
El método No alcanza con afirmar que la Historia es la ciencia de las leyes del acontecer
histórico político para poder definir su concepto en Tucídides. Al comienzo de su obra hace ver que
los acontecimientos del pasado son sujetos de historia al igual que los del presente; pero
los deja de lado alegando una razón metodológica: dificultad de reconstruir el pasado; y
una razón de fondo: poco importancia de las fuerzas en conflicto, lo que confirma con un
estudio de la demografía y de los recursos naturales de la época homérica. Se puede añadir,
por tanto, una segunda nota: la Historia se preocupa sobre todo por los conflictos entre
grandes estados y por sus causas. Estas causas son, para Tucídides, las que estudiaremos
infra. Pero antes debemos destacar que la historia así definida, como ciencia, necesita de
un método. Y el propio Tucídides es consciente de ello cuando nos expone su programa58.
Este programa rechaza la historia poética y propugna la crítica histórica, cuyo
descubrimiento es, en lo esencial, obra suya. Si el racionalismo de Tucídides en general, y
en particular su teoría de “lo natural” tienen raíces sofísticas, es Tucídides quien, tras
antecedentes esporádicos, aplica estos elementos con fines de crítica constructiva. La
crítica histórica gana también un doble apoyo en la cronología y la geografía, estudiadas en
forma sistemática. Para la conciencia moderna su cronología, basada en la distinción en
cada año del invierno y el verano, y luego “cuando grana la espiga”, “en la vendimia”, etc.,
no es suficientemente precisa y su geografía, a veces, contiene errores. Pero, una y la otra
constituyen verdaderos avances. Y otro avance es su aprecio por los documentos auténticos,
que Tucídides reproduce en varias ocasiones, si bien la comparación demuestra que no llega
a la literalidad de la copia.
El fundamento y la base de todo el método histórico tucidídeo es la imparcialidad.
Su obra hace sobre nosotros un efecto directo y la personalidad del autor procura ocultarse
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lo más posible. Sin embargo, las líneas generales de su pensamiento son fáciles de
reconocer. No juzga por el éxito59 y procura evitar todo prejuicio. Es, así, capaz de expresar
admiración por Brasidas, su enemigo y advierte las virtudes y los defectos lo mismo en
Atenas que en Esparta. Censura por igual a aristócratas y demócratas, en relación con las
revueltas de Corcira60. Pero, en el fondo, siempre juzga y condena, por ejemplo, a Cleón y
a los cuatrocientos y admira la política de Pericles.
Otros principios básicos del método de Tucídides sólo pueden ser comprendidos
partiendo de su concepción del saber histórico. Lo que verdaderamente le interesa a
Tucídides ante todo son las causas, que procura distinguir de los motivos accidentales y
descubrir por inducción. Estas causas están en el juego complicado de las fuerzas que
gobiernan la sociedad griega, ideas, pasiones, riquezas, circunstancias materiales y
morales. Las fuerzas morales que, defendidas por los dioses, eran el motor de la historia en
Solón y Heródoto, han desaparecido de ésta. No es que Tucídides no les dé importancia: la
decadencia moral es, para él, parte de la decadencia política. Sólo fue que Tucídides
separó radicalmente la esfera de la política de la de la vida privada, limitando a esta última
el papel de la moral. Esta teoría tiene una raíz sofística y no sólo se opone a Solón y a
Heródoto sino a los socráticos.
Un solo ejemplo: Tucídides admira profundamente a Arquelao de Macedonia61, que
para los socráticos era el ejemplo máximo de abominación62. Tucídides le admira por sus
realizaciones políticas y se desinteresa por los crímenes que cometió para subir al poder;
Platón, en tanto, es incapaz de separar moral y política y al querer identificarlas, al
equiparar vida pública con vida privada, es el polo opuesto de Tucídides.
Las fuerzas activas en la historia son, según Tucídides, unas de tipo material y otras
de tipo espiritual. Recuenta cuidadosamente los recursos de los atenienses y de los
peloponesios al comenzar la guerra (primer discurso de Pericles). Pero su especialidad es el
estudio de las fuerzas espirituales, es decir: de la psicología humana. Y en esto se asemeja
a un contemporáneo suyo: Eurípides. El papel de la inteligencia es para él decisivo en la
historia. Y junto a la inteligencia, la audacia constituye la segunda condición del éxito63.
La psicología individual no le interesa más que como un elemento importante en la
acción política. La importancia que atribuye a los héroes es grande: sus referencias a
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Temístocles, Pericles, Cleón y Alcibíades, así lo atestiguan64. También la psicología nacional


es relevante para Tucídides: véase el discurso de los corintios en el Libro primero, donde se
describe la psicología de Esparta y Atenas. Pero es la psicología humana en general la que
le interesa. Conoce la volubilidad de las multitudes65, el pánico repentino de los ejércitos,
el desenfreno que acompaña a las guerras civiles, el cansancio de la guerra y el afán de
echar la culpa a alguien tras las primeras desilusiones66. Sin embargo, lo que le interesa a
Tucídides son los conflictos entre las grandes potencias. Y se propuso estudiar las leyes de
esos conflictos, leyes basadas en la manera de ser de los hombres.

Las ideas de Tucídides están expuestas, sobre todo, en una serie de discursos. La
obra citada de Romilly67 nos servirá de guía para tener un esquema de las mismas. El
imperialismo de Atenas, y es extensivo para cualquier otro en general, está sometido, en
primer lugar, a una ley política. El país que tiene un imperio es detestado por sus súbditos,
y, por tanto, no tiene otro remedio que defenderse manteniéndolos bajo el yugo o
sucumbir68. Esto siempre que se trate de una dominación no consentida, como es el caso –y
Tucídides lo dice expresamente- de Atenas. Los golpes y contragolpes aumentan de modo
progresivo y se puede fijar una curva de evolución del imperialismo.

La segunda ley del imperialismo es psicológica. La naturaleza del hombre no se


contenta nunca con lo que tiene y ambiciona cada vez más69.

Estas dos tendencias existentes en la naturaleza humana pueden conducir al éxito o


al desastre. Ello depende de que la política exterior sea prudente o imprudente. La
multitud no es capaz de sabiduría y contención: Tucídides remarca su versatilidad y
apasionamiento. Hombres como Cleón y Alcibíades son igualmente imprudentes y
apasionados y además son demagogos. El discurso de Diódoto contra Cleón70 es la mejor
exposición de este punto de vista. Lo que hace falta es un conductor inteligente (de ahí el
papel que en la Historia de Tucídides desempeña la inteligencia) que sepa conducir a la
multitud haciéndola creer que ella es la que manda, y ese hombre es Pericles71.
Al morir Pericles el logos deja de gobernar la política de Atenas para dejar paso a la
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hybris. De ahí el fracaso. Pericles tenía razón al hacer frente a Esparta, y sus planes de una
victoria sin brillantez y a la larga, gracias a la mayor capacidad de resistencia Atenas, eran
exactos. Pericles no se engañó al valorar muy alto el poderío de Atenas. Pero sus sucesores
fueron de error en error, y llevaron al pueblo de aventura en aventura. Y la más desastrosa
de ella fue la campaña de Sicilia, que bien podría haber tenido éxito con una mejor
dirección72.
Queda la tercera ley, la más relevante, y que afecta a todos los estados por igual. Es
una ley filosófica, que tiene su origen en la sofística. El más fuerte impone su voluntad,
sobreponiéndose siempre en la práctica a la idea de justicia, que sólo actúa ante rivales de
igual poder. El más fuerte busca únicamente su conveniencia. Es en el diálogo de Melos
donde más crudamente se expone este principio, presente en toda la obra y atribuido a la
naturaleza humana. Aquí está la raíz del conflicto entre Atenas y Esparta. Esta veía el
constante crecimiento del poderío ateniense, que forzosamente había de volverse contra
ella cuando se produjera la desigualdad de fuerzas. No podía hacer otra cosa que luchar
contra Atenas. Y Atenas no podía hacer otra cosa que aumentar la opresión de su imperio y
acrecentarlo.

Es una afirmación brutal pero tiene, en Tucídides, una atenuación y está contenida
en el célebre discurso fúnebre pronunciado por Pericles en honor de los muertos del primer
año de la guerra. Esta oración fúnebre es, más que cualquier otra de las obras de Tucídides,
una libre creación del historiador. Y ha sido interpretada como la oración fúnebre de
Tucídides a la gloriosa Atenas antigua.

Ello es perfectamente justo porque precisamente la muerte tiene el poder de


manifestar en su pura apariencia la idea de lo desaparecido. En las oraciones fúnebres
tradicionales de Atenas a los héroes caídos, era costumbre ofrecer una semblanza de su
valor. Tucídides prescinde esto y traza un cuadro ideal del estado ateniense en su
totalidad. Sólo podía ponerlo en boca de Pericles, puesto que éste era el único hombre de
estado de altura suficiente para alcanzar a conocer el espíritu y el genio de aquel estado.
En tiempos de Pericles, la política está en camino de convertirse en un dominio de los
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arribistas y los virtuosos, seducidos por la caza de la fuerza y del éxito. En esto consiste,
precisamente, para Tucídides, la grandeza de Pericles y lo que lo pone por encima de Cleón
y aún de Alcibíades: llevaba en sí un ideal de estado y del hombre, cuya realización daba un
sentido a la lucha. Ninguna reproducción puede rivalizar con la maestría con que Tucídides
resuelve la tarea. Prescinde de todas las trivialidades de la elocuencia habitual y, nos
ofrece, en su grandiosa sobriedad, la imagen del estado ateniense con toda la energía de su
potencia imperial y con la plenitud indescriptible de su espiritualidad y de su vida73

Se ve también comparando sus palabras con las de Cleón y Alcibíades, tan


semejantes en muchos aspectos. La Atenas de Pericles mantiene la moderación en todo lo
posible y es menos injusta de lo que su fuerza le permite. Y, sobre todo, tiene en sí misma
un ideal del Estado que concede al ciudadano una libertad e independencia mayores que en
ningún otra parte y un ideal de hombre –cultural- que la tornan en escuela de Grecia y dan
sentido a la lucha.
En todo el discurso está presente la contraposición con Esparta. Esto es lo que hace
de Pericles el héroe de Tucídides frente a sus sucesores, que no tienen en común con él ni
la conciencia de lo que defienden ni sus dotes de gobernante.
Sólo le queda como lazo común la ambición, que Tucídides no censura pero que no
considera suficiente.

¿Cuál fue el origen de la Historia de Tucídides? Hay que partir del hecho de que se
2.8
trata de una historia inacabada, interrumpida bruscamente en medio del relato. Parece
La escritura
además que el Libro VIII y el V presentan rastros de faltarles una revisión final. Partiendo de
de Tucídides
este hecho se ha querido encontrar en la obra de Tucídides rastros de retoques de la mano
de un editor y, sobre todo, se ha tratado de separar dentro de la historia de Tucídides,
“estratos” antiguos y modernos y deducir, en consecuencia, la evolución de su
pensamiento.

En dicha evaluación se encuentran, asimismo, una serie de causas alternativas para


el estallido del conflicto: la querella entre Corcira y Potidea, en primer lugar, explotada
por los corintios, que eran rivales de los atenienses en lo comercial; posteriormente
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3. Introducción a la historia

aparece el miedo espartano al poderío ateniense como causa central.

Y también este proceso afecta incluso a la motivación de la obra. Al principio


Tucídides pretendió hacer una narración imparcial de la guerra para después transformarse
en un “ética del estado”. Y, finalmente, aparece un panegírico del imperialismo de
Pericles.
Carácter dramático de la historia en Tucídides
Un estudio literario de la obra de Tucídides se encuentra antes que nada con la
necesidad de estudiar los discursos. Estos son la culminación de la obra y en ellos se
condensa el pensamiento del autor y se encuentran redactados en un estilo muy cuidadoso.
La gran importancia que Tucídides concede a los discursos se encuentra en relación con el
papel que la oratoria tenía en la vida pública ateniense. Pero en su época no existía
procedimiento alguno para recogerlos literalmente, ni era costumbre publicarlos, como se
hará posteriormente. Además, muchos de los que figuran en su historia fueron pronunciados
en circunstancias en las cuales es sumamente inverosímil que nadie tomara nota de ellos
por escrito. Consecuentemente, el mismo Tucídides74 dice que pone en boca de los oradores
las palabras que más apropiadas le parecerían para el caso.

Parecer ser que los discursos de Tucídides, más que la verdad histórica, es decir: las
palabras realmente pronunciadas en cada caso, pretenden expresar la verdad política, esto
es, poner al descubierto los verdadero motivos del comportamiento de los personajes o
estados, o los verdaderos puntos de vista que en el fondo se contraponen. E incluso
podemos dudar de los razonamientos tan sinceros que Tucídides pone en boca de sus
personajes.

El valor de los discursos de Tucídides no sólo se mide por la política sino por alta
intensidad dramática. Cornford ha llegado a hablar del carácter trágico de la obra de
Tucídides. Y algo de esta nota se encuentra en el torneo de los discursos del Libro I, cuando
se discute en Esparta sobre la paz o la guerra; o el que precede a la expedición de Sicilia; o
los discursos antitéticos, muy frecuentes o bien, el diálogo de Melos.
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El carácter trágico parece desplegarse, asimismo, no sólo en los discursos sino en


toda la obra. Todo el relato de la expedición a Sicilia se ha comparado en su técnica con
una tragedia. No es dudoso que la tragedia ática haya ejercido una notable influencia en
Tucídides. Recordemos el patetismo de ciertas narraciones, como la de la salida de los
plateenses burlando el cerco de los peloponesios75, o la descripción de las últimas luchas de
Corcira76.
Lo que más vigor da a éstos pasaje tucídideos es la ausencia de comentarios.
Tucídides posee el arte verdaderamente dramático de poner ante el lector los
acontecimientos en toda su inmediatez, desapareciendo él de la escena. Nunca dice todo lo
que quiere expresar; siempre deja que el lector descubra él mismo una parte de la realidad
histórica. En este aspecto, tan sólo Tácito se encuentra a su par.
La concisión, la elevación, el carácter directo, la falta del elemento anecdótico y
pintoresco son, en efecto, las principales características de su obra. Aunque teórico de la
historia y descubridor de esta nueva posición, nunca repite innecesariamente su
pensamiento a la manera de Polibio. Sus afirmaciones no suelen están hechas
taxativamente más que en un solo pasaje o en uno decisivo junto a otros secundarios. Por
ejemplo, la caracterización del pueblo ateniense no está hecha más que en un pasaje, el
discurso del Libro I, ya comentado, y, sin embargo, el carácter impulsivo y emprendedor de
esta ciudad, se trasluce en el origen de la fortificación de Pilos77 o de la empresa de
Sicilia78. Tucídides no es un escritor para ser leído de manera rápida y cada afirmación suya
hay que tenerla en cuenta en el conjunto de su obra.

La falta de los anecdótico y pintoresco, de lo individual, se advierte con claridad en


la caracterización de los héroes de la historia. Y son éstos más bien tipos generales de
humanidad que individuales. Pericles es el gobernante ideal; Cleón, el demagogo. Son raros
los rasgos más personales, y la etopeya a la manera de Lisias falta por completo. Como
también falta la descripción física. Lo que importa es la manera de proceder y de pensar de
los héroes. Y este es un rasgo muy ático. Los personajes de la tragedia han ejercido sobre
Tucídides una notable influencia en calidad de modelos.
Además de la seriedad del pensamiento tucidídeo no hay duda de que al logro de las
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características de que hablamos contribuye también el espíritu sintético del arte ático, que
tiende a la simplificación sin llegar al esquema, para dejar ver mejor las líneas
fundamentales. Es lo mismo que ocurre en la obra en lo relativo a los problemas teóricos de
imperialismo. La obra de la Sra. De Romilly demuestra muy bien en sus dos primeros
capítulos cómo Tucídides, para poder abarcarlos mejor, simplifica los hechos al narrar el
comienzo de la guerra (dejando de lado incidentes secundarios) y al presentar el problema
del imperialismo en sí, es decir, en el alma humana, tomando sólo por encima sus
implicaciones económicas y de política interna.

GLOSARIO Busque el significado de estos conceptos y envíelos al campus


eumólpidas
harmoste
arcontes
consejo de Diez
Lisandro

2.9
Rasgos El estudio del estilo y de la sintaxis de Tucídides nos lleva también a las mismas
principales de consecuencias sobre su posición espiritual. Pero, además, aquí Tucídides se encontraba
la escritura de ante el problema de escribir una obra densa y profunda en una prosa apenas existente; y,
Tucídides por otra parte, las ayudas con que en esta tarea podía contar estaban con frecuencia en
contradicción con íntima manera de ser. Este solo planteamiento de la cuestión muestra el
extraordinario mérito de Tucídides y explica que aquí no obtuviera un triunfo completo,
pues no llegó a crear una obra insuperada luego, como ocurre en lo relativo al pensamiento.
Pero hay que hacer una reserva. Cuando Tucídides escribe la mayor parte de su
Historia, es decir, después del año 404, existía ya una prosa periódica, aunque sin exceso
de subordinación, y libre de los artificios sofísticos y Lisias así lo demuestra. Lo que ocurre
es que cuando consideramos la prosa de Tucídides como casi una creación, nos referimos al
hecho de cuando Tucídides, tras veinte años de ausencia de Atenas (424-404), vuelve a su
ciudad, es incapaz de desprenderse del estilo que estaba de moda en su juventud, los
artificios aludidos, y de asimilarse la periodización regular a que se había llegado durante
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su ausencia. Así, pues, estilística y lingüísticamente, la obra de Tucídides nació ya


anticuada; y como apenas se conservó rastro de prosa arcaica griega, ya los antiguos no
supieron bien cómo clasificar la de Tucídides ni, muchas veces, cómo entenderla; Dionisio
de Halicarnaso, por ejemplo, llega a creer que busca a propósito lo contrario del uso normal
con el fin de distinguirse.

Podemos señalar los rasgos sintácticos y estilísticos:

1. Usos sintácticos poco frecuentes posteriormente. Por ejemplo, uso


irregular del artículo; frecuencia del presente histórico. Y, sobre todo,
abuso de la expresión nominal; abstractos con régimen en lugar de verbos;
perífrasis consistentes en un verbo convertido en auxiliar con su
complemento; abuso de los participios, que hacen algunos pasajes
verdaderamente intraducibles; frecuente substantivación de adjetivos,
participios e infinitivos.
2. Faltan los períodos cortos y rimados a la manera de Trasímaco (que actuó
en Atenas después del año 424); faltan también los períodos largos, pero
bien estructurados, de época posterior. Tampoco se hallan en Tucídides
con frecuencia construcciones paratácticas a la manera de los escritores
jonios.
3. Gran frecuencia de expresiones parentéticas y también de anacolutos, ya
como falta de paralelismo entre los miembros de una misma frase, ya, en
los casos más extremos, como interrupción absoluta de la construcción y
comienzo en la mitad de ella de otra nueva.
4. Empleo constante de expresiones antitéticas, ya en uso paralelo, ya en uso
opositivo. El gusto de Tucídides por la antítesis llega a hacerle introducir
añadidos innecesarios para obtener una construcción antitética. Todo esto
son reminiscencias de Gorgias.

¿Cómo se comprende esta multiplicidad de elementos? Por la siguiente combinación


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de circunstancias:
1. Arcaísmo, debido a haberse ausentado Tucídides de Atenas antes del año
424. Así los primeros usos sintácticos de 1 y la inhabilidad de construir
períodos de 2. El abuso de la expresión nominal y de las construcciones
antitéticas depende de esto sólo parcialmente.
2. Influjo sofístico antes de 424. De aquí las notas señaladas en 4, que, como
acabamos de ver, constituyen también una especie de puntales para la
arquitectura de la frase.
3. Influjo del fondo de la obra. Tucídides quiere escribir una obra científica y
no de entretenimiento79. La densidad de pensamiento trae como
consecuencia la concisión y la búsqueda de la expresión abstracta. De ahí
las notas últimas de 1 y también las de 4, y, a veces, el anacoluto de 3.
Pero Tucídides no podía admitir totalmente las artificiosas figuras retóricas
gorgianas, que para él son sólo una ayuda y una moda. Si es gorgiano en el
detalle, no lo es en el conjunto.

Estos son los contradictorios factores que crean el original y fuerte estilo y sintaxis
de Tucídides. Se ha dicho de él que es una armonía de contrarios. Nada de particular tiene
que ya Cicerón, versado en las letras griegas, hable de su oscuridad. En general, podemos
decir que la frase de Tucídides es fuertemente sintética en conjunto porque abarca un
grupo de ideas, cada una de las cuales podría ser desarrollada ampliamente; pero también
fuertemente analítica en su distribución, porque cada parte y cada término descomponen
ese grupo complejo y hasta sugieren todos los matices de la idea aislada. Para decirlo con
Cicerón:
“Tan grande es la abundancia de hechos, que alcanza casi al número de palabras;
tan apropiadas y concisas sus palabras, que no se sabe si da brillo a las cosas con el estilo o
80
a las palabras con el pensamiento”

PROPUESTA Realice el Tercer Trabajo Practico Obligatorio donde por medio de un cuadro
DE TRABAJO
comparativo marque la escritura, el método y el análisis histórico del autor
N°10
Enviarlo al campus
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2.10 En la Antigüedad Tucídides no alcanzó verdadera comprensión en su significado


Tucídides y la científico. Encontró inmediatamente dos enemigos: la escuela de Sócrates y la de Isócrates.
posteridad Tanto en Platón como en Isócrates se han querido hallar polémicas encubiertas con
Tucídides. El espíritu de ambas escuelas era completamente opuesto al de Tucídides. Si
para Tucídides la función del hombre de gobierno es engrandecer su ciudad en todos los
sentidos, para Platón consiste en hacer mejores a los ciudadanos. Por no haberlo logrado,
Temístocles, Cimón y Pericles –los héroes de Tucídides- son condenados en el Gorgias.
Tanto la escuela socrática con sus gobiernos ideales, como los epicúreos con su
despreocupación política y los estoicos con su cosmopolitismo y su moralismo, no podían
admitir la filosofía histórica de Tucídides.

Sin embargo, más decisiva fue, contra lo que podría pensarse desde un punto de
vista moderno, la oposición de la escuela de Isócrates. Fue éste en realidad el fundador del
humanismo, que después fue desarrollado en Roma. En política, Isócrates es partidario de
la unión de los griegos contra Persia. En literatura y estilo, de la oratoria epidíctica o de
exhibición y de un estilo derivado de ella: el basado en el período largo y bien estructurado
y en evitar el hiato. En educación y cultura, su punto de vista es considerar las bellas letras
y la filosofía como conocimientos necesarios para la formación del espíritu, pero nunca
absorbentes y únicos, como ocurre en Platón, por ejemplo.

Todos estos rasgos son contrarios a Tucídides. La historia que escriben dos discípulos
de Isócrates, Eforo y Teofrasto, y luego sus continuadores, es retorizante (Isócrates es el
gran iniciador de la retorización de la literatura antigua a partir de su época), pero
cuidadosa en sus métodos y de poca visión histórica. Es un elemento cultural más, y las
enseñanzas que se piden de ella son más el elogio o censura moral de los protagonistas de
la historia.

Este tipo de historia se divulgó mucho y cerró la comprensión al sustentado por


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Tucídides. La única historia no retórica fue la literatura constituida por memorias de


militares y políticos. Esta literatura rara vez carece de una secreta intención apologética y,
sobre todo, no suele distinguirse por una concepción filosófica de la historia. Hay, sin
embargo, una excepción, y lo extraño es que no parece haber recibido una gran influencia
de Tucídides, Polibio, espíritu gemelo. Pero menos atento al estudio de la psicología
humana e influido por su época, pone su atención predominantemente en la organización
militar y en las instituciones de los pueblos protagonistas de la historia. Además, llega al
concepto de Historia Universal e incluso sienta algunas leyes de la misma.

Por tanto, la influencia que ejerció Tucídides en la Antigüedad es casi


exclusivamente de orden estilístico. Consiste en un cansancio ocasional de la retórica
isocrática. Sobre todo en el siglo I a. C. debió de tener bastante fuerza esta corriente,
cuyos principales representantes son Salustio y Lucrecio. Cicerón y, sobre todo, Dionisio de
Halicarnaso (en su estudio Sobre Tucídides), polemizan contra esta corriente,
anteponiendo Demóstenes a Tucídides.
Posteriormente Tucídides fue uno más entre los autores imitados por los aticistas;
sobre su interpretación hubo en los siglos II, III y IV una literatura abundante. Los
historiadores, como Dion Cassio, Apiano y Amiano Marcelino, fueron los más influidos. Pero,
en general, su prestigio era muy grande.

En la época moderna los humanistas, así por ejemplo Stepahanus, elogian su


imparcialidad y veracidad. Esto es característico. Maquiavelo y Nietzsche, cuyas
concepciones están próximas a las de Tucídides y que tenían un conocimiento directo de la
Antigüedad, no parecen depender gran cosa de él. Maquiavelo ni siquiera es seguro que lo
conociera, porque no sabía griego y Tucídides no estaba traducido aún en su época. En
cuanto a Nietzsche, sus coincidencias con Tucídides (la doctrina de la fuerza) dependen
parcialmente de otros autores antiguos, que recogen la doctrina sofística que también
influyó en Tucídides.

Un mayor aprecio de Tucídides se nota en Lipsio, que en su De doctrina civili dice


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de él que “aunque no escribió cosas ni muchas ni muy grandes, quizá haya ganado la
guirnalda sobre los que han escrito muchos y muy importantes sucesos históricos”. Pero,
sobre todo, fue el filósofo Hobbes, autor de una traducción inglesa de Tucídides en 1676, el
que primero llegó a una verdadera valoración de Tucídides cuando escribió en la
Introducción que era “el historiador más político que nunca escribiera”. Lo que más
motivaba a Hobbes a traducir a Tucídides era el considerarle un defensor del régimen
monárquico por sus ataques a los excesos democráticos y su admiración por Pisístrato y el
régimen personal de Pericles.
En historiadores como Maculay, Niebuhr y Ranke, su influencia ha sido muy grande y
es característico en un autor como Tucídides que, también, ha despertado el interés de los
hombres de acción81 y de los de diversas especialidades, así por ejemplo el economista
alemán Roscher, autor de una obra sobre la vida y obra de Tucídides y la traducción de la
Historia de la guerra del Peloponeso al griego moderno por el político Venizelos, que
regió los destinos de Grecia en la época de la primera guerra mundial.

PROPUESTA Evaluación Final Escrita


EVALUATIVA Relacione todos los contenidos de esta materia con la materia con lo dado en el
Seminario de Historia Antigua y Medieval por medio de un ensayo de no más de 15 hojas.

PROPUESTA Lo invitamos a que resuelva las siguientes cuestiones


a- Realice un cuadro comparativo entre los historiadores de la antiguedad y Tucídides.
DE TRABAJO
Desataque sus diferencias
N°11

FORO Nos encontramos en el FORO para analizar el gran legado de Tucídides

ACTIVIDAD Realice como actividad integradora una síntesis donde se relate con claridad las
INTEGRADORA Características de la obra de Tucídides

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