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LOYOLA
NIÑEZ
Íñigo (Ignacio) era el menor de trece hermanos, todos ellos hijos de Beltrán Yáñez de Oñaz y
Loyola, VIII señor de la casa de Loyola de Azpeitia, y Marina Sáez de Licona y Balda, natural de la
villa vizcaína de Ondarroa, donde nació en la Casa torre Likona perteneciente a su familia. El padre
era miembro de la noble e ilustre familia de la casa de Balda de Azcoitia. Su niñez la pasó en el
valle de Loyola, entre las villas de Azpeitia y Azcoitia, en compañía de sus hermanos y hermanas.
Su educación debió ser marcada por las directrices del «duro mandoble» y del «fervor religioso»,
aunque nada cierto se sabe de la misma.
JUVENTUD
En el año 1507 y en coincidencia con la muerte de la madre de Ignacio, la señora María de Velasco
—mujer del contador mayor de Castilla, Juan Velázquez de Cuéllar— pidió al padre de Ignacio,
Beltrán, que le mandase un hijo para educarlo en la corte.11Entre los hermanos decidió enviar a
Iñigo, el menor,
En este tiempo aprende lo que un gentilhombre debe saber, el dominio de las armas. La biblioteca
de Arévalo era rica y abundante, lo que dio alas a su afición por la lectura y, en cuanto a la
escritura, no dejó de pulir su buena letra. Se le consideró «un muy buen escribano». Él mismo se
califica en esos tiempos como «dado a las vanidades del mundo y principalmente se deleitaba en
ejercicio de armas con un grande y vano deseo de ganar honra».
En 1517 Velázquez de Cuéllar cayó en desgracia, al morir Fernando el Católico, y al año murió. Su
viuda, María de Velasco, mandó a Íñigo a servir al duque de Nájera, Antonio Manrique de Lara, que
era virrey de Navarra, donde dio muestras de tener ingenio y prudencia, así como noble ánimo y
libertad.
En combate fue alcanzado por una bala de cañón que pasó entre sus dos piernas, rompiéndole
una e hiriéndole la otra. La tradición sitúa el hecho el 20 de mayo de 1521, lunes de Pentecostés.
El castillo cayó el 23 o 24 del mismo mes. Se le practicaron las primeras curas y se le trasladó a su
casa de Loyola.
La recuperación fue larga y dolorosa, y con resultado dudoso, al haberse soldado mal los huesos.
Se decidió volver a operar y cortarlo, soportando el dolor como una parte más de su condición de
caballero.
En el tiempo de convalecencia, leyó los libros La vida de Cristo, del cartujo Ludolfo de Sajonia, y el
Flos Sanctorum, que hicieron mella en él. Bajo la influencia de esos libros, se replanteó toda la vida
e hizo autocrítica de su vida como soldado. Como dice su autobiografía:
Y cobrada no poco lumbre de aquesta leción, comenzó a pensar más de veras en su vida pasada,
y en quánta necesidad tenía de hacer penitencia de Ella. Y aquí se le ofrecían los deseos de imitar
los santos, no mirando más circunstancias que prometerse así con la gracia de Dios de hacerlo
como ellos lo habían hecho. Mas todo lo que deseaba de hacer, luego como sanase, era la ida de
Hierusalem, como arriba es dicho, con tantas disciplinas y tantas abstinencias, cuantas un ánimo
generoso, encendido de Dios, suele desear hacer.
Este deseo se vio acrecentado por una visión de la Virgen con el Niño Jesús, que provocó la
definitiva conversión del soldado en religioso. De allí salió con la convicción de viajar a Jerusalén
con la tarea de la conversión de los no cristianos en Tierra Santa.
Escritos