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NÓS OS

MORTOS
UNA PELÍCULA DE KARIM AINOUZ
Gacela del Amor desesperado
Federico García Lorca

La noche no quiere venir


para que tú no vengas
ni yo pueda ir.

Pero yo iré
aunque un sol de alacranes me coma la sien.
Pero tú vendrás
con la lengua quemada por la lluvia de sal.

El día no quiere venir


para que tú no vengas
ni yo pueda ir.

Pero yo iré
entregando a los sapos mi mordido clavel.
Pero tú vendrás
por las turbias cloacas de la oscuridad.

Ni la noche ni el día quieren venir


para que por ti muera
y tú mueras por mí.
NÓS OS MORTOS

Story Line:

1936. Poco después de morir, el poeta Federico García Lorca, loco y


enamorado, vaga entre la oscuridad y los misterios de la selva Amazónica
buscando con desesperación a su amado Eduardo.

Sinopsis:

Poco después de resucitar del fusilamiento que lo llevó a la muerte,


Federico García Lorca, el poeta loco de amor, naufraga a orillas del
Amazonas. En la oscuridad de la selva emprende el camino para encontrar a
su amado Eduardo, perdido en la selva brasileña tras escapar de la Guerra
Civil.

Lorca busca a su amado sin descanso. La realidad, el sueño y la


imaginación penetran en la piel del poeta y, mientras la naturaleza le va
devorando, Federico se siente cada vez más cerca de Eduardo.
NÓS OS MORTOS
Argumento – Tercera Versión

Selva del Amazonas. 1936.

Capítulo 1 - O MARINHEIRO

Tres mujeres gordas y desnudas, con enormes senos, están bañándose en el


río al amanecer. Se pasan un trapo con jabón y se cubren de espuma.
Parece ser algo que hacen cada día. De pronto una de ellas, la segunda,
se detiene y mira a lo lejos. Un bulto flota sobre el agua. Las otras dos
levantan la vista y miran el bulto. Parece un armario de madera flotando
en medio del río. Sobre el armario yace inconsciente el cuerpo de un
HOMBRE (38) con la ropa hecha jirones, prácticamente desnudo. Alrededor
del armario flotan algunos restos de madera de lo que parece que pudiera
ser un naufragio. La primera en llegar es la Segunda, que dentro del río
mira al hombre que descansa inconsciente. El hombre todavía respira. Las
tres mujeres empujan el armario hacia la orilla, apartando a su paso los
restos de barco que aún flotan.

Las tres mujeres arrastran el cuerpo desnudo del hombre y se adentran con
él en la selva para llevarlo a unas viejas ruinas donde las mujeres
viven.

El cuerpo desnudo del hombre descansa sobre una piedra. Está cubierto con
paños blancos y húmedos, excepto su sexo, que descansa al aire. Las tres
mujeres, ahora con el hábito de monjas, ven caer la noche mientras
conversan entre silencios y suspiros, velando el cuerpo del hombre.
Recuerdan la vieja historia de un marinero y dudan de si realmente aquel
marinero existió. Es una noche eterna, rodeada de velas, donde las monjas
divagan en la oscuridad, sin saber si hablan de recuerdos o de sueños.
Parecen tres fantasmas en una noche eterna, velando el cuerpo de un
misterioso naufrago.

Poco antes del amanecer una pequeña ráfaga de aire entra en la vieja casa
provocando un escalofrío en las monjas. Lentamente, el pene del hombre
comienza a hincharse. Crece y crece, quedándose cada vez más duro. Con
silencio y respeto las monjas observan tremenda erección, las venas
hinchadas, el escroto erizado y el glande prominente, el hombre erecto
continúa inconsciente. Las monjas tienen la mirada fija en el gran falo,
hasta que de pronto el pene escupe un gran chorro de semen. Un semen muy
blanco que vuela y cae sobre el pecho del hombre inconsciente. Las monjas
saben que lo que han visto es un milagro. No se mueven, no consiguen
hablar, su mirada está clavada en el pene aún erecto del hombre mientras
comienza a amanecer. La Segunda monja suspira de pronto un nombre,
“Federico…” y el hombre lentamente abre los ojos…

Capítulo 2 - OS MORTOS

En una pequeña charca a la orilla del río flota el cuerpo muerto de una
NIÑA de diez años. Tiene la tripa hinchada de tanto agua que ha tragado.
Cuatro peces se acercan al cuerpo y le dan pequeños mordiscos, hasta que
un hilo de sangre emana del cuerpo de la niña. Los peces comen ahora con
mayor facilidad y el agua se tiñe de rojo. Otros peces se acercan para
dar cuenta del banquete. Federico mira como los peces se comen a la niña.
Alrededor de él los restos de un naufragio. Pedazos de madera se mezclan
con algunos objetos y ropas, encallados en la orilla del río. Y entre
todos estos destrozos: los muertos.

Federico camina despacio hundiéndose en el fango dejando atrás decenas de


personas muertas con las tripas hinchadas y las ropas rasgadas. Niños,
jóvenes, adultos y ancianos que huían de la guerra de España.

Federico se adentra en el río para agarrar el pie de uno de los muertos,


un joven miliciano de la edad de Federico. Le da la vuelta y ve cómo le
sale el agua por la boca. Lo deja flotando y avanza despacio hacia otro
hombre aparentemente de la misma edad, que flota boca abajo. Federico
mira su rostro, pero tampoco le resulta familiar. Busca con la mirada
entre los muertos. Se fija en una guitarra española que flota cerca de un
niño cuyo cuerpo ha quedado encajado entre dos piedras y unas flores que
flotan cerca de un viejo sombrero. Federico busca entre los muertos hasta
que finalmente grita: “Eduardo!”, pero no hay respuesta.

En otro punto del río, Federico se acerca a un nuevo cuerpo encallado en


el fango, otro hombre también con uniforme de miliciano, más o menos de
la misma edad que los otros. Federico tiene que apartar el lodo de la
cara del muerto para comprobar que este tampoco es Eduardo. Federico mira
a su alrededor, llama a Eduardo y no hay respuesta. Se aleja, buscando
otros cuerpos.

Cansado, Federico descansa frente al río. Ve como la corriente arrastra


algunos restos del naufragio, entre ellos una vieja bandera republicana.
Un bulto que se acerca por el río llama la atención de Federico. Es el
cuerpo de un hombre, vestido de miliciano. Federico se levanta, pero no
consigue identificar el rostro, ya que el cuerpo está cubierto de plantas
y ramas. De pronto el cuerpo se encaja con una piedra en medio del río y
se queda ahí varado a unos cuantos metros de Federico. Pero la corriente
es fuerte, Federico no puede entrar, y aunque el cuerpo está ahí encajado
en mitad del río, Federico no consigue ver el rostro desde la orilla…
“Eduardo?”, pregunta Federico.

Federico trata de entrar en el río pero no se siente seguro, el agua baja


con fuerza. Mira al cuerpo, que continúa firme, encajado entre las
piedras. Federico coge una rama bastante larga, pero no lo suficiente,
por lo que Federico tiene que meterse un poco en el río. Por un momento
pierde la estabilidad y poco falta para que la rama se le caiga de las
manos, pero trata de mantenerse firme en el sitio. Federico da un paso
más y ahora sí consigue apoyar la rama sobre el cuerpo del hombre. Trata
de mover las hojas que cubren su rostro, pero no lo consigue. Agarra la
rama con más fuerza y empuja despacio el cuerpo, tratando de desencajarlo
de las piedras. El cuerpo se mueve unos centímetros. Poco a poco Federico
lo va consiguiendo y va atrayendo el cuerpo hacia sí con la rama,
luchando contra la corriente constante del río.

De pronto, Federico siente el peso del cuerpo al liberarlo de las rocas y


pierde el control de la rama. Se le escapa de las manos. El cuerpo,
liberado de la piedra, sigue ahora la corriente del río. Federico no
consigue identificar aún el rostro, e instintivamente se lanza al agua y
se deja llevar por la corriente.

El río arrastra ahora el cuerpo del hombre y también a Federico, pero la


corriente los aleja. Federico está ahora a merced de la corriente que le
lleva río abajo.
Capítulo 3 - O NAUFRAGO

La luz ha cambiado en este otro lugar de la selva donde encajado entre


ramas y raíces Federico descansa desmallado o tal vez muerto. Federico
duerme hasta que una bota negra de miliciano que baja por el río choca
con su cabeza, despertándole.

Federico abre los ojos algo desorientado y con algunas picaduras de


mosquito en el cuello. Se rasca y mira a la bota que le ha golpeado la
cabeza, le resulta familiar. La mira durante largo rato, la palpa, y
siente que es efectivamente la bota de Eduardo. Compara el tamaño de la
bota con el tamaño de su pie y recuerda….

Federico recuerda una noche en España, en un pequeño cuarto oscuro.


Recuerda las risas de Eduardo mientras Federico le besa y lame los pies,
divertido. Son unos pies bonitos, limpios y delicados, y Federico pasa la
punta de su lengua, despacio, por la planta del pie, provocando las risas
de Eduardo.

Con el sonido de las risas aún en su cabeza y cargando la bota de Eduardo


al hombro, Federico rasga la corteza de un árbol, gravando unas letras en
la madera: algo parecido a una F, un corazón y una E.

Federico carga la bota de Eduardo y camina con cautela, el sonido de un


extraño animal le asusta. Federico siente un picotazo, mira a su brazo y
ve cómo un mosquito se alimenta de su sangre. Nota otro mosquito en su
cuello y lo mata de un manotazo. Federico camina, entre árboles, incómodo
y llama a Eduardo, pero nadie contesta. Le pica el cuerpo, siente
picaduras, nervios. Ya no se ven restos del naufragio.

Federico se baña en el río sumergiendo las picaduras. Algo más tranquilo,


Federico se fija en un pájaro que canta sobre una rama, Federico llena la
bota de agua y bebe. Federico nota otra presencia en el río, unas hojas
que se mueven. Detrás de un arbusto hay un NIÑO GITANO (10) con un
tirachinas que llevándose un dedo a la boca le pide a Federico que guarde
silencio. El niño mira hacia las ramas del árbol. Con sigilo, el niño
gitano coge una pequeña piedra, la coloca en el tirachinas y dispara
hacia el árbol. Federico ve cómo el pájaro que cantaba en el árbol cae
muerto sobre el río y como el niño sale corriendo y coge el pájaro muerto
para después desaparecer entre los árboles. Federico trata de llamarlo y
seguirlo, pero el niño es como si hubiera desaparecido entre la selva.

Federico camina entre la selva buscando al niño gitano, pero no hay


rastro de él. Se adentra entre la vegetación, caminando entre árboles y
lianas, hasta que siente su estómago rugir, el agua del río no le ha
sentado bien. Federico hace caca junto a un pequeño riachuelo. Termina de
cagar y se limpia con el agua del río cuando percibe un bulto entre las
hojas del río. Es el miliciano al que Federico no consiguió ver el rostro
en el río. Federico lo voltea como puede y observa su cara y su pecho
cubierto de gusanos. La mirada de Federico baja hacia los pies del
hombre, que está calzado, con dos botas. No es Eduardo.

Al atardecer, Federico está agotado. Atraviesa un camino de barro y casi


no consigue avanzar. Su piernas se hunden y los mosquitos están acabando
con él. Grita de nuevo el nombre de Eduardo.

Cae la noche y Federico descansa incómodo. Escucha los ruidos de la


selva, extraños sonidos que nunca había oído, insectos y animales lejanos
que no le dejan descansar y perturban su sueño. Tiene hambre y frío.
Federico sueña: El niño del tirachinas que vio en el río, está ahora
subido en un gran árbol de unos quince metros de altura, tratando de
alcanzar unos frutos. Debajo del árbol, otros niños esperan a que caigan
los frutos, y entre ellos un perro ladra cada vez que el niño tira alguna
de las frutas. A lo lejos, Federico mira al niño subido en el árbol y el
niño percibe la mirada de Federico, se sonríen. Federico le saluda con la
mano y el niño, cuando le va a saludar, resbala y cae desde lo alto del
árbol. Federico ve la caída del niño y escucha el golpe seco del cráneo
al chocar contra el suelo. El niño está completamente inmóvil junto al
tronco del árbol en el que puede leerse grabado en la corteza: F,
corazón, E. El perro ladra.

Capítulo 4 - GRANADA

Sentado a la sombra de un árbol Federico mastica despacio una fruta


saboreando cada mordisco que da. Las picaduras casi no se perciben y se
le nota más relajado. Termina de comer y camina por la espesa selva, cada
vez más acostumbrado a esta.

Un sonido llama la atención de Federico, trata de reconocer la dirección


de donde viene y se acerca hacia él. Parece el sonido de una radio
lejana. Federico busca con la mirada y ve a lo lejos a TORERO 1 (30)
vestido de torero, orinando en un árbol. El torero termina de mear y coge
una vieja radio del suelo, por la que se escucha el parte oficial de la
guerra en España, una voz que narra el avance del ejército nacional en
España. Federico sigue con la mirada al torero que se aleja entre los
árboles.

El torero se sienta ahora cerca de la orilla de una laguna, junto a


TORERO 2 (40) que le ofrece un cigarro. Los dos fuman, esperando a que
termine TORERO JOVEN (25), que toma un baño bajo una cachoeira dentro de
la laguna. Federico observa al joven, se fija en su cuerpo y en la forma
en que se baña. El torero joven sale y los otros dos le ayudan a vestir
sus ropas. El joven es el líder de la cuadrilla. Su traje de torero luce
más que los otros, su entrepierna se marca en uno de los lados, su porte
es majestuosa. La cuadrilla de toreros se adentra entre los árboles, y
Federico les sigue.

En la noche los restos de un animal sobre unas brasas entre la selva.


Alrededor, los toreros y Federico comparten la comida, mientras la vieja
radio continúa dando partes de la guerra en España. Cansado, el torero
joven apaga la radio y examina la bota de Eduardo, Federico lo mira,
mientras continúa comiendo en silencio. Una jarra de vino pasa de mano en
mano mientras terminan con la carne. El torero joven no lo tiene claro,
pero cree que vio pasar a un grupo de milicianos, y que uno tenía una
sola bota…

Federico termina de comer y le da un largo trago al vino. Comienza a


hablar, despacio, recordando la España que dejó atrás. Recuerda cada
imagen, cada sonido y cada olor del día en que los nacionales
bombardearon Almería. Cuenta cómo Eduardo, camino de Valencia de donde
partiría el barco que los sacaría de allí, se protegieron en una cueva al
ver los aviones llegar. Todo el mundo estaba muerto de miedo, las bombas
retumbaban en las paredes de la cueva, el suelo se movía, el tiempo
parecía haberse parado, todo eran explosiones. Al salir, Federico nunca
olvidará lo que vio. Carne, cuerpos colgados de los árboles, olor a
muerte. Pedazos de carne sobre la arena. Casas partidas por la mitad,
entre cuerpos mutilados. Todos recuerdan en silencio, hasta que el torero
más viejo cierra los ojos y se arranca a cantar una triste y desgarrada
“Media Granaína”. En la oscuridad de la noche, las llamas de la hoguera
iluminan las lágrimas que caen por los rostros de los hombres al escuchar
el canto del torero en los confines de la selva.

(ref. https://www.youtube.com/watch?v=T2qGRfZRfG8 )

La música de la “Media Granaína" continúa escuchándose al amanecer. Los


primeros rayos del sol se filtran entre las ramas y el agua negra de un
pequeño río que vibra con la música del gitano. Los toreros guían una
pequeña y vieja barca de madera llevando a Federico río adentro. Federico
mira a su alrededor, la selva va oscureciendo y ganando en densidad y
misterio.

Ya en la orilla Federico ve como los toreros se alejan en la barca,


despidiéndose de él con la mano. La música de la Media Granaína cesa, y
Federico se adentra en una selva donde el sonido de los insectos resuena
en su cabeza. No le dejan pensar, ver ni entender, pero continúa
avanzando. Siente un movimiento en lo alto y Federico ve unos monos
pasando entre las ramas. Los monos se mueven rápido y sueltan gritos
agudos. Se alejan como sombras entre los árboles. Federico busca a los
monos, que se mueven rápidos, hasta que un trueno lejano avisa de la
llegada de una tormenta, Federico llama a Eduardo, pero la única
respuesta es un nuevo trueno, esta vez algo más cercano. El cielo está
cubierto de nubes y Federico se adentra en la oscuridad de la selva,
buscando refugio.

Federico sube ahora una pequeña pared de piedra ayudándose de las manos.
El viento sopla y los truenos suenan cada vez más cerca. Una vez subida
la pared Federico mira alrededor, se puede sentir la enorme humedad, el
aire está cubierto de insectos y los rayos pueden verse caer a lo lejos.
Viendo que la lluvia le va a atrapar de un momento a otro Federico grita
el nombre de Eduardo y su grito retumba en las montañas. Pero no hay
respuesta, solo rayos seguidos inmediatamente de grandes truenos. La
tormenta ya está aquí.

Federico camina bajo la lluvia buscando algún refugio. Tiene los pies y
las manos helados y doloridos. Atraviesa un pequeño riachuelo sin
detenerse, el agua cae por su rostro. Federico lucha contra la tormenta
hasta que consigue ver a lo lejos una abertura en la montaña. Una cueva.

Federico camina por la pequeña cueva y se asusta cuando unos escondidos


murciélagos salen volando por encima de su cabeza. Federico mira el
interior de la cueva con cautela, hasta que percibe un bulto en uno de
los fondos de la cueva. Federico lo mira sin acercarse, es un animal,
parece un felino pero Federico no consigue verlo bien debido a la
oscuridad de la cueva, agarra la bota de Eduardo, por si tuviera que
tirársela al animal, pero este no se mueve. Lentamente Federico se dirige
al extremo opuesto de la cueva y se sienta despacio. Mira al animal, que
no se mueve. El sonido de la lluvia retumba en las oscuras paredes de la
cueva. Federico mira esta oscuridad hasta que poco a poco comienza a ver
algunas visiones, algunos recuerdos, sueños o cosas imaginadas se mezclan
ante los ojos de Federico y en la reverberación de la cueva se cuelan los
sonidos mezclados de estas imágenes:

“Imágenes de archivo de La guerra en España, milicianos que parten


cantando a la batalla, camiones llenos de hombres y mujeres, anarquistas
que entran en la ciudad de Barcelona. Una alegría contagiosa entre niños
que reciben la bolsa de comida en el frente de Aragón, banderas
anarquistas y republicanas recorriendo las calles de Madrid. Y los
aviones que atraviesan el cielo, aviones alemanes que bombardean Madrid,
Almería, Badajoz y Valencia. Bombas que caen del cielo. Una fiesta
flamenca donde un niño baila mientras alrededor le tocan las palmas y la
guitarra. El baile del niño es arrebatador, libre, divertido. Los gitanos
están sentados en círculo, siguiendo la música. La vena hinchada del
cantaor, las mujeres palmeando, las manos finas de los guitarristas, y el
niño que baila, arrebatado. Una monja con los senos al aire de los que
emanan sangre y un toro, agotado, del que sale vaho por los orificios de
la nariz. Y los dibujos de un hombre, Eduardo, repetidos con distintas
variaciones, los dibujos de Federico García Lorca. Y las imágenes de Val
del Omar de los pueblos de España de la posguerra. Y la selva
adentrándose entre todas estas imágenes.”

Federico se despierta, afuera continúa lloviendo pero más débil, y en la


cueva no hay rastro del animal. Federico se asoma fuera de la cueva, el
cielo grisáceo y la lluvia constante. Federico tiene hambre, sale bajo la
lluvia buscando algo que llevarse a la boca.

Federico atraviesa la selva hasta que de pronto se queda paralizado con


lo que ve. Delante de él tiene el mismo árbol con la señal de F corazón
E. Todo ha sido en vano, ha estado caminando en círculos, nunca va a
encontrar a Eduardo. Federico se desespera y araña el árbol con las
manos. Grita por última vez, completamente desesperado, el nombre de
Eduardo. Al no obtener respuesta, Federico agarra la bota de Eduardo y la
lanza con fuerza. La bota cae unos cuantos metros abajo, sobre las aguas
de un río que la arrastran. Federico está desolado.

Capítulo 6 – AMAZONAS

Bajo el sol, Federico observa las gotas resbalando por las hojas, la
textura de los troncos de los árboles, los rayos del sol que vienen tras
la lluvia: La inmensa vida que se esconde en el interior de la selva.
Federico se tumba sobre una piedra dejando que el sol caliente su cuerpo,
moreno y desnudo. Mira las ramas que se retuercen de mil formas y cierra
los ojos, disfrutando de ese momento. Escucha a lo lejos el relajante
sonido de una cachoeira y siente como una hormiga sube por su pierna y su
vientre. Federico se toca el pene y lentamente comienza a masturbarse,
hasta gozar y gemir en medio de la selva.

Federico, aunque solo, se siente completamente libre. Disfruta de cada


uno de sus sentidos, busca comida y experimenta sabores nuevos, nuevos
olores, nuevos sonidos. Sube a una colina y mira a alrededor, pero no
parece haber nadie por ninguna parte. Descansa, siente el agua secándose
en su pecho, al sol.

De noche Federico come algo junto a una pequeña hoguera. Hace mucho que
no escucha su voz. Se tumba junto a la hoguera y cierra los ojos.
Disfruta escuchando los distintos insectos de la selva.

Un día, mientras Federico camina distraído entre la maleza de pronto ve


algo que le deja paralizado. Se detiene. Frente a él hay un JOVEN
INDÍGENA (30) que le mira. El joven indígena está desnudo y tiene el
pecho, los brazos y el rostro cubierto de tatuajes tribales, los rasgos
muy marcados, un collar de semillas y el cabello negro y lacio.
Federico y el indígena se mantienen la mirada, quietos. Se miran serios,
incapaces de dar un paso. Son tan diferentes, y al mismo tiempo, tan
parecidos. La mirada de Federico baja del rostro del indígena hacia el
pecho, plagado de collares y tatuajes. Federico sigue bajando con la
mirada y continúa hacia el ombligo hasta llegar al pene del indígena. La
mirada de Federico continúa bajando por las piernas del indígenas hasta
llegar a los pies, donde el indígena tiene puesta una única bota, igual
que la de Eduardo, pero del otro pie. Federico susurra: “Eduardo…”,
mientras su mirada sube de nuevo desde la bota de Eduardo por las
rodillas hasta llegar al pene, que ahora está duro y erecto, señalando
hacia los ojos de Federico. Federico sigue subiendo con la mirada y llega
de nuevo al rostro de Eduardo, que le mira con una enorme sonrisa.

Los dos se miran, ahora frente a frente. Federico casi no tiene voz,
susurra “Eduardo…”, Eduardo le responde “Federico…”. Eduardo le pasa la
mano por la cara a Federico, palpando sus pómulos y su mandíbula.
Federico le toca las manos a Eduardo, le palpa el pecho, y los brazos,
fuertes. Los dos se tocan, de una forma torpe, distinta, como si fueran
ciegos y se estuvieran reconociendo a través del tacto. “Estás
diferente…”, Federico le mete las manos en los sobacos y le hace
cosquillas, Eduardo se retuerce de la risa y los dos se ríen y agarran
con fuerza, entre besos, risas y abrazos apasionados. Sus cuerpos se
retuercen, desnudos, entre el verdor de la selva. Gimen de placer. Todo
son manos, son lenguas, son gemidos y risas.

Federico y Eduardo caminan desnudos y de la mano por la selva hasta


llegar a una aldea de los indios Yanomami. En unas chozas de paja unas
mujeres indígenas preparan un gran pescado para comer. Encienden una
pequeña hoguera y cocinan el pescado. Federico, Eduardo y los otros
indios comen tranquilos. Uno de los indígenas le ofrece a Federico un
caldo en un cuenco de madera y Federico bebe mientras Eduardo le sonríe
sin dejar de masticar.

Federico convive con los Yanomami feliz y adaptado, enamorado de Eduardo.


Federico y un par de indios toman baño con los niños, llenando el pelo de
ellos de un extraño jabón.

Una anciana prepara la mandioca. Y se cuentan historias alrededor de una


hoguera en lengua Yanomami. Uno de los indígenas pasa uno por uno con un
pequeño tubo de bambú, por el que sopla unos polvos verdes en la nariz de
cada uno del grupo, Federico acepta y el hombre sopla la droga en la
nariz de Federico. Tranquilamente, el más viejo de los indígenas coloca
un antiguo tocadiscos en el centro, e introduce un disco de Ella
Fitzgerald. El jazz animado de Fitzgerald irrumpe en la oscuridad de la
selva, mientras los indios escuchan en paz con la percepción que les da
la droga verde. Federico tiene los ojos abiertos como platos, las pupilas
completamente dilatadas y la mirada perdida en el infinito, en el cielo
consigue vislumbrar siete lunas y un millón de estrellas.

(Referencia Música: https://www.youtube.com/watch?v=1JaJtNLhlfk )

Amanece, Federico tiene el cuerpo y el rostro completamente cubierto de


tatuajes tribales, como cualquier otro Yanomami. Recién despertado,
Federico toma un té mientras mira a Eduardo, que agachado sopla los
restos de una pequeña hoguera tratando de avivarla para calentar algo más
de agua. Eduardo está de rodillas soplando a la hoguera, dejando ver su
culo y sus huevos colgando. Federico lo mira mientras saborea su té
caliente hasta que se acerca sigiloso a Eduardo. Con mucho cariño
Federico le lame a Eduardo el ano y los huevos. Eduardo, que no se lo
esperaba, no consigue reaccionar ni moverse y gime de placer aún
arrodillado frente a la hoguera, que suelta un tímido hilo de humo.
Federico le come los huevos y Eduardo gime y grita incapaz de moverse,
con la cabeza pegada al suelo completamente vulnerable y atrapado por el
placer. Eduardo nunca había gozado con tanta intensidad.

Eduardo duerme en el suelo. A su lado la hoguera apagada. Eduardo


despierta y mira a su alrededor, no hay nadie. Eduardo busca a Federico
con la mirada. Eduardo camina por la selva, buscando a Federico. Grita:
“Federico!”, pero nadie contesta. Eduardo sigue caminando.

Cerca del río, Eduardo llama de nuevo a Federico, pero nadie contesta.
Eduardo se sienta, cansado.

Desesperado, Eduardo trepa a lo alto de un gran árbol desde el que se


pueden ver kilómetros y kilómetros de selva. Desde lo alto del árbol
Eduardo grita con toda su alma: “Federico, Federicoooo, Federico García
Lorcaaaaaaaaa”. La selva le devuelve su propio eco: “Federico,
Federicoooooo, Federico García Lorcaaaaaaaaaa, García Lorcaaaa Lorcaa”,
pero nada más, después de nuevo el silencio.

La Selva parece está vacía cuando el sonido de una harmónica triste y


melancólica irrumpe en la selva. La música suena mientras, vemos
distintas imágenes de la selva donde no hay ningún rastro de Federico
García Lorca.

(Referencia Harmónica: https://www.youtube.com/watch?v=yR0l699VueY )

En la orilla del río, Eduardo toca la harmónica, triste, con los pies
dentro del agua y la mirada perdida entre las ramas y lianas de los
árboles. Eduardo deja de tocar cuando siente algo que le golpea el pie.
Mira y ve una bota igual que la suya que baja despacio siguiendo la
corriente del río. Eduardo entra en el río y consigue alcanzar la bota.
La coge y deja caer el agua que tiene dentro. Comprueba que
efectivamente, es su bota. Eduardo sale del río y se calza la bota,
camina ahora más a gusto, perdiéndose entre los árboles y dejando de
nuevo la selva vacía y en silencio. La luz del sol cae perpendicular
sobre las plantas. Los colores son fuertes y contrastados. Árboles,
rocas, agua, barro. La luz se filtra entre las hojas cuando comienza a
sonar muy lejana una música electrónica. La música electrónica poco a
poco va aumentando el volumen, hasta llenar todo el campo sonoro. El
contraste de la selva y la música electrónica.

(nota 8 Música: https://www.youtube.com/watch?v=fdJsWVWtyGY Desde el


inicio hasta el 2:30)

Capítulo 7 – POETA EN NUEVA YORK

La música electrónica continúa, cada vez más alta. Ya no estamos en la


selva, ahora estamos en una discoteca latina de Nueva York. Dentro,
hombres y mujeres bailan sensuales al ritmo de la música electrónica
entre el parpadeo de las luces de neón.

Una pareja se besa lasciva, alguien le pasa una pastilla a otra persona,
alcohol y cuerpos que bailan sensuales, drogados, felices, frenéticos. La
música continúa: “Vamos a jugar en el sol! Todos los días son días de
fiesta!”. Entre la gente, subido en una tarima, baila Federico García
Lorca. Tiene el cuerpo lleno de tatuajes tribales, el pecho desnudo,
pantalones de cuero ajustado y zapatos de tacón, baila feliz como si
fuera el día del juicio final.

Bajo él, la gente baila en la pista y las luces de neón parpadean. Una
gran fiesta. Federico García Lorca baila frenético con los ojos cerrados,
sintiendo cada vibración de la música en su piel.

FIN
Maleza

Federico García Lorca

Me interné

por la hora mortal.

Hora de agonizante

y de últimos besos.

Grave hora que sueñan

las campanas cautivas.

Relojes de cuco.

sin cuco.

Estrella mohosa

y enormes mariposas

pálidas.

Entre el boscaje

de suspiros

el aristón

sonaba

que tenía cuando niño.

¡Por aquí has de pasar,

corazón!

¡Por aquí,

corazón!

Agosto 2016, Fortaleza, Brasil

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