Mi alarma suena todos los días de la semana a las 5.
05, me levanto rápidamente
para no quedarme dormida nuevamente, me visto con las prendas que siempre dejo preparadas el día anterior, y me dirijo a la cocina a preparar un café. Así comienza cada día de la semana, desde hace años (maldita rutina). Luego emprendo el recorrido hacia la oficina de seguros donde trabajo, también hace años. Allí paso todo el día, al momento de salir, nos dirigimos con todos mis compañeros de trabajo a una cervecería, donde llevamos a cabo su famoso “After Hour”. Un día igual que cualquier otro, incluido firmemente en esta monotonía, mientras tomaba mi café, decidí prender el televisor porque el silencio me estaba atormentando. La potente luz del plasma a tan tempranas horas encandiló por un momento a mis ojos que aún buscaban cerrarse para continuar con su descanso. Pestañe tres veces y logré ver con claridad las imágenes que transmitía el televisor, era un documental sobre las arañas. No sé si me lo quedé viendo por curiosidad o simplemente porque aún me encontraba algo somnoliento. La voz en off del documental estaba explicando la forma en que las arañas construyen sus telas, capaces de atrapar fácilmente la presa que deseen y cómo la seda con la cual construyen las telas es capaz de resistir fuertes vientos y lluvias. Contaba que como sólo pueden ingerir alimentos líquidos, utilizan su veneno como ácido para derretirlas. Más adelante desarrollaba la forma en que las arañas se defienden de sus depredadores, paralizándolos con su veneno. Decía que, para procrear, el macho deja los espermatozoides en un sitio y la hembra los consume luego del apareamiento, y que en varios casos se da el canibalismo sexual, en el que las hembras se alimentan del macho durante la copulación. En el programa se hacía alusión también a el mito griego de Aracne y a la leyenda Quechua de la araña. El comentarista dijo por último, luego de una gran cantidad de datos, que la aracnofobia era la fobia más común en los seres humanos, recordé ahí, que cuando era pequeña yo les temía muchísimo.
Al terminar el documental, me dirigí a trabajar. Minutos más tarde a mi arribo, llegó
una clienta, Martina, venía a pagar su seguro, la atendí, igual que cada vez que se presentaba en el lugar. Martina tendría aproximadamente 30 años, era hija de un empresario muy adinerado, y nunca había trabajado, ya que su padre la mantenía. Inmediato a mi “Buenos días”, la muchacha comenzó a despotricar contra su padre que siempre le encomendaba ir a pagar los servicios cuando ella decidía salir de compras. El mencionar las compras pareció hacerle olvidar lo disgustada que se encontraba con su progenitor y procedió a exhibir las cosas que había adquirido antes de llegar, y a contarme lo que planeaba comprar luego. En medio de todo el dialogo, que se parecía más a un monologo ya que yo apenas podía hacer un comentario cada tanto, me pareció ver cómo una araña salía de su boca y caminaba cuesta abajo por su cuerpo. Luego del trabajo cuando nos predisponíamos para partir hacia la cervecería, me percate de que había un compañero que nunca venía a las reuniones fuera del trabajo. Era el del último cubículo del pasillo, muy silencioso, no podía siquiera recordar su nombre. Creí apropiado invitarlo, así tal vez comenzaría a integrarse. Me acerqué a donde se encontraba su escritorio con la esperanza de que aún no se hubiera marchado. En efecto, seguía allí, buscando algo en un cajón, lo invité amablemente a tomar algo con todos nosotros, levantó la vista y en su cara vi cuatro pares de ojos muy redondos en lugar de dos. Negó, con un movimiento de cabeza, sin hablar, y, pasando cuidadosamente por mi lado se marchó. Me sentí fuertemente perturbada por la situación, pero intenté convencerme de que eran simples desvaríos de mi mente cansada. En el retorno a mi casa, me crucé con una conocida, amiga de mi prima creo, la saludé, como era debido aunque no me apetecía quedarme a conversar. La señora, totalmente ajena a mis deseos por llegar a mi casa para poder comer y acotarme a descansar, comenzó a hablarme. Decía que su marido ya no la quería, que no le mostraba interés, que en la cama ya ni fingía sentir placer, y que por lo tanto ella lo había tomado de esclavo, “si no me quiere, que cuando menos me sea útil”. De repente de su oreja, brotó una araña, y con toda la normalidad del mundo comenzó a caminar por la cabeza de la mujer que no se daba por aludida. Me estremecí y con un apresurado “adiós” me fui, medio caminando, medio corriendo, hasta mi casa, deseando que este día acabara de una vez. Llegué por fin a mi casa, calenté comida y mientras cenaba, encendí la televisión. Busque el noticiero que miraba siempre y estaban comentando un accidente automovilístico que ocurrió ese mismo mediodía y que había concluido en una brutal tragedia. Mostraban morbosamente imágenes del hecho, de los autos y cadáveres. Uno de los conductores estaba entrevistando, vía teléfono, sin escrúpulos, a un familiar de las víctimas que lloraba desconsoladamente. En medio de la nota al entrevistador se le transformó el rostro y sus ojos se multiplicaron, inmediatamente comenzaron a manar de su boca miles y miles de arañas, que llenaron todo el estudio. Apagué rápidamente la televisión. Recordé por qué de niña, le temía a las arañas.