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Teatro comunitario: apuntes para su impulso, abordaje y proyección.

Sebastián Liera.

Buenas tardes. Estoy muy entusiasmado por esta invitación a conversar con ustedes el
libro más reciente de Jorge Holovatuck y acompañar su presentación en sociedad, o,
acaso debiera decir: en comunidad. El entusiasmo obedece a varias razones, muchas de
ellas, casi todas, relacionadas con el concepto vertebral del libro de Holovatuck: el
teatro comunitario. Y, aquí, sin abrir aún la primera y segunda de forros del libro,
estamos frente a un problema Houston; una interrogante doble: ¿Qué entendemos por
teatro? y ¿qué por comunitario? Pero, como el Niujin de Chejov, pido disculpas:
comienzo a desviarme y me he adelantado demasiado.

Eso de “Teatro comunitario” es ya el título; sin embargo, antes de alcanzar a mirarlo


escrito en letras negras, todas mayúsculas, sobre un fondo ocre enmarcado en unos
márgenes negros, ustedes quizás tengan como primer contacto un golpe de vista y,
enseguida, si lo tienen físicamente a la mano, la sensación al tacto de esa cubierta
satinada. Al tomarlo entre sus manos y sopesarlo notarán que ronda entre los 150 y los
200 gramos y sus 168 páginas no hacen que el lomo alcance el centímetro de grosor,
dato por demás importante si ustedes están en la disyuntiva de, cuando estén en sus
camas, entre ver vídeos en TikTok con su teléfono móvil o leer el libro de Jorge, porque
no sepan cuál les pese y les canse menos: probablemente ganaría el libro.

Regresemos, ahora sí, al título: “Teatro comunitario”; pero, ése no es todo el título o,
por lo menos, hay su subtítulo que le dicen: “apuntes para su impulso, abordaje y
proyección”. Y, bueno, no es mi intención abusar del chiste; pero, aquí tenemos otro
problema Houston: cuatro sustantivos marcan la pauta de la aventura que estamos a
punto de emprender: apuntes, impulso, abordaje y proyección. ¿Frente a qué tipo de
libro estamos, entonces? ¿Qué nos propone el autor cuyo nombre aparece abajo del
título en ocre sobre blanco entre el título y una bella fotografía a color cortesía del
Grupo Pombas Urbanas, del barrio de Cidade Tiradentes, en São Paulo, Brasil; foto
elegida por Luis Ángel Andraca, responsable del diseño de la portada? Quizás podamos
empezar a adivinarlo si leemos la solapa de la primera de forros, donde descubriremos
que Jorge Holovatuck es actor, instructor teatral y profesor de artes teatrales.

La solapa de marras dice otras cosas no menos importantes; pero, les propongo
detenernos un instante en esos tres, digamos, oficios, y el orden en que están
enunciados. Primero, que estamos frente a un autor de cuyo rigor y seriedad podemos
estar tranquiles en tanto que es profesor y que sabe de lo que nos habla porque lo es de
artes teatrales; que se enuncie como profesor y no como académico es, tratándose de
teatro comunitario, un buen indicio: nos dice que estamos frente a la palabra de un
hombre que además de saber de artes teatrales, las profesa; dicho de otra manera, lo
suyo no es mero choro (como este de ahora) escrito sobre las rodillas, sino palabra
puesta en práctica. Esta noción se refuerza si observamos que antes de ser profesor, el
autor se declara instructor teatral: la suya no es, pues, una práctica pedagógica en la cual
las personas que lo complementan cumpliendo un rol de estudiantes son meras
receptoras pasivas, sino una práctica vuelta praxis, que al tiempo que se piensa en lo
que se hace se hace en lo que se piensa, un pensar que es un hacer y un hacer que es un
pensar en continumm. Y, por si nos quedara duda, antes que profesor y antes que
instructor el autor se declara actor.
Estamos, pues, frente a la obra reflexiva de un hombre de teatro que sabe de lo que nos
habla en tanto que lo profesa, lo enseña, lo comparte de manera fundamentalmente
práctica, práxica, y que lo hace desde su ser actor; es decir, como él mismo nos lo
compartía petit comité el día de ayer que nos reunimos para pensar en conjunto cómo
sería la presentación de hoy, no desde los qués que suelen caracterizar a la muy valiosa
por escasa literatura de investigación y memoria sobre el quehacer teatral comunitario,
sino desde los cómos; desde la acción, la actuación o, como decimos en la RED@ctuar
desde hace poco más de 20 años, la actu@cción: una actuación que es acción o no es;
pero, además, que es una acción-actuación por lo menos doblemente doble: actuación
teatral y, por ser comunitaria, social, y, en consecuencia, actuación estética y desde
luego política.

Se trata, entonces, como ya lo han expresado las maestras que me antecedieron en la


palabra, de un libro escrito, sí, para leerse; pero, sobre todo, y perdón que parezca
insistente, para llevarse a la práctica. Y, en ese sentido, es por supuesto, más que un
libro, una provocación. ¡Llevar a la práctica!; la frase, en tiempos donde una postverdad
que se toma de la mano de una COVID-19 que ya se ha cobrado la vida de muchas y
muchos de nuestros seres queridos, suena, a que al cartero de la serie de televisión que
escribiera, dirigiera y actuara el escritor que más ha cotizado en la SOGEM tendrá más
fatiga que la que le daba pensar en Tangamandapio y sus crepúsculos arrebolados; peor,
suena a que amenaza nuestra precaria tranquilidad de consumismo neoliberal… ¿cómo
que llevar a la práctica? Y, pues, ¿cómo si no?; o, ¿a qué les suena eso de impulsar,
abordar y proyectar?

Y, si no les suena a nada, basta con abrir el libro coeditado por Toma, Ediciones y
Producciones Escénicas y Cinematográficas, A.C. bajo el sello editorial de Paso de Gato
junto con la Universidad Autónoma del Estado de México, con la colaboración del
CONECULTA de Chiapas, la Universidad de Guadalajara y la Universidad Nacional
Autónoma de México que, dicho sea de paso, y como todes saben, impulsa y proyecta
este Festival Internacional de Teatro Universitario; dar vuelta a la primera hoja de
cortesía, toparse sin detenerse con la portadilla que nos recuerda el título y nos desvela
que este libro pertenece a la Serie Teoría y Técnica (información que aparece por ahí en
la portada al pie de la enorme “T” mayúscula del extremo inferior derecho), pasar de la
página legal donde dice aquello que queda prohibida la reproducción total o parcial de
esta obra etcétera etcétera, echarle un vistazo al índice, detenerse un poco en la
dedicatoria y sentir que el libro se ha escrito para nosotres (lo que se refuerza en los
agradecimientos tras el primer epígrafe), detenerse otro poco (lo necesario) en el
prólogo de Hugo Aristimuño y hacer un alto en la invitación de Jorge antes de su
maravillosa, deliciosa, introducción: “Una simple invitación –cito– para todas aquellas
personas que crean, alientan y promueven el teatro comunitario para que caminemos
juntos por estas páginas. Una simple provocación a quienes están al borde de querer
iniciar esta espectacular experiencia, para darles motivos, ideas, conceptos, así como
herramientas asibles y concretas para empezar a construirlo. Un simple desafío para los
lugares donde ya se hace teatro comunitario, para volver a pensar juntos posibles
variantes y reformulaciones que quizá aún hace falta experienciar.”

Cuando Salvador Allende visitó en 1972 la Universidad de Guadalajara, una de las


instituciones que coeditan este libro, dijo aquella frase de que “ser joven y no ser
revolucionario es una contradicción hasta biológica; pero –agregó– ir avanzando en los
caminos de la vida y mantenerse como revolucionario en una sociedad burguesa, es
difícil.” Años más tarde, aquél querido obrero matalúrgico que llegó a la presidencia de
Brasil en 2003 le daría la razón a Allende al decir, tras cumplir sus 60 años de edad a
punto de concluir el primero de dos períodos despachando desde el Palacio de Planalto,
que había dejado de ser socialista porque ya había madurado. Y, resulta, que cuando
todo apunta a que debemos madurar como Lula, total, el rostro del Ché ya aparece en
pantalones de mezclilla deslavada manufacturados para empresas textiles que explotan
mano de obra infantil, viene Jorge Holovatuck y nos hace una invitación, que es
también una provocación y es también un desafío, según él los tres simples, para,
mantenernos en revolución en medio de las sociedades burguesas que transitamos en
estos caminos de la vida que, como dice Omar Geles, son muy difícil de andarlos.

Me he puesto un tanto cuanto latinoamericano (otra característica del teatro popular y,


desde luego, del teatro comunitario); el libro cuya corrección y cuidado de la edición,
además del propio Holovatuck, estuvo en manos de Laura Elena Pulido y Leticia
García, tiene un poco la culpa. Imagínense si no: escrito por un argentino y prologado
por otro, con una foto en la portada cortesía de una agrupación teatral brasileña e
impreso en México en los talleres de Impresora Peña Santa (de Iztapalapa para el
mundo). Además, eso de ir a contracorriente es muy latinoamericano, y este libro de
Jorge, va mucho a contracorriente; porque hacer teatro, de por sí, es ir a contracorriente,
y hacer teatro comunitario lo es todavía más. Digan si no es ir a contracorriente que
mientras los gobiernos neoliberales instauraban el despojo, la burla, la miseria y la
muerte desde el estrecho de Bering hasta la Patagonia, los pueblos de Abya Yala hacían
teatro en el exilio, en las prisiones, en las escuelas, en los llanos, en las montañas. Y,
digan si no es ir a contracorriente que cuando el libre mercado gravó la creatividad y la
propiedad intelectual e hizo de la imaginación una mercancía del ciclo de producción
cultural y la etiquetó de economía naranja para ponerla a disposición en mercados de las
artes, hubiera personas que insistieran en hacer teatro para sus vecinos al abrigo de sus
propias comunidades, urbanas y rurales, por el simple deseo de mirarse a sí mismas, a sí
mismos, a sí mismes, porque eso es lo que significa la palabra teatro: mirador.

Al principio de estas líneas, yo les decía que me sentía emocionado por la invitación a
conversar con ustedes el libro de Jorge, y apuntaba que dicho entusiasmo obedecía a
razones relacionadas con el teatro comunitario. Yo, lo confieso, buscaba ponerme
autorreferencial y contarles que el teatro, en especial el comunitario, me ha salvado
siempre allí donde lo he hecho: en la Comarca Lagunera de mis años de bachiller, en el
Morelos de mi juventud, en el otrora Distrito Federal de mi vida universitaria o el
Yucatán de mi madurez profesional. Quería, ante otra de las provocaciones de Jorge:
sistematizar la propia experiencia para compartirla, decirles que para mí el concepto de
comunidad estaba atravesado por un sentido de identidad, de pertenencia, y que por lo
mismo quienes hacen teatro son mi comunidad (aunque ésta sea de lo más informe y de
común unidad tenga más bien muy poco); quienes hacen teatro comunitario (con todo lo
difícil de definir y delimitar conceptualmente), son mi tribu; quienes como yo tienen por
Alma Mater a la UNAM, son mi clan, y quienes estudiaron en el CUT, son mi familia…
hasta quería presumirles que en la IX edición del FITU ganamos la Categoría C2 con La
ronda, de Arthur Schnitzler, bajo la dirección de Gilberto Guerrero, e intentar con ello
que me sintieran uno de los suyos.

Pero, si bien no quito el dedo del renglón de lo importante de la idea de sistematizar lo


propio, tanto desde los qués como desde los cómos, teniendo claros los paraqués, algo
que poco a poco vamos planteando ya desde la Red Mexicana de Teatro Comunitario,
me di cuenta de que me fui alejando de mi línea narrativa inicial y sentí que hablar del
libro de Jorge no pasaba por hablar de mí, sino de nosotras, de nosotros, de nosotres;
porque justo eso es lo que hace Jorge entrañable y muy inteligentemente: no habla de sí,
la impronta del “yo” en su libro, formado por Estefanía Leyva y Luis Andraca, se diluye
en un pulso “nosótrico”; el pulso marcado por los latidos de un corazón que, para Jorge,
constituye la esencia de la jardinería teatral comunitaria.

Termino con la cita con que se inicia el capítulo VI y último del libro de Jorge (perdón
por el spoiler): “A veces las palabras acompañan; otra serie de palabras empoderan, y
muchas veces son como caricias. Hay de las que nos iluminan, y otras son como el
aliento necesario para seguir nuestro camino.” El libro de Jorge Holovatuck se desborda
de todos estos tipos de palabras y, por si fuera poco, lo hace en tiempos en que la
palabra “comunitario” se ha vuelto moda y, por un lado, tiñe los discursos de una
política cultural hipócrita que al tiempo que sueña con el centro cultural más grande del
mundo en Chapultepec descuida y maltrata a las y los artesanos y artistas comunitarios
a quienes impondrá cuando no un corredor transoceánico, un gasoducto a los pies de sus
volcanes más emblemáticos o un tren cuyo nombre usurpa el de uno de sus pueblos
originario más grandes para despojar a ese mismo pueblo de tierra y territorio y
ponerlos en manos de los capitalistas neoliberales de siempre, y, por otro lado, viste de
oportunismo a quienes en el pasado se llenaron los bolsillos en nombre del mercado
artístico y cultural y en el presente, en nombre de lo comunitario, se los siguen llenando.

Querido Jorge, muchas gracias.

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