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El que espera… desespera

El hombre retiró la mano de la frente, recorrió con la mirada el local y calculó la distancia
hasta la puerta. Finalmente se detuvo para descifrar el dibujo de un jirón del empapelado que
colgaba, amarillento y sucio.

Mientras se acomodaba en el asiento, sacó un pañuelo estrujado para secarse las gotas de
sudor que se habían formado en el cuello, sobre el borde de la camisa que apretaba la piel. Algo
nervioso, procuró calmarse, intentando pensar nuevamente en eso.

Repasó minuciosamente, una y otra vez, la decisión tomada, preguntándose si sería


correcta. Se tranquilizó a sí mismo pensando que la maquinaria del tiempo ya estaba en marcha y
no era posible –ni menos aún elegante- detenerla justamente ahora, Sólo cabía esperar unos
minutos más y luego ocurriría.

Se miró las manos, que temblaban levemente, apoyadas sobre el borde de la mesa. Estiró
los dedos de la mano derecha varias veces, como para devolverles elasticidad y comprobar si
tenían la fuerza que iba a necesitar.

Procuró pensar en algo lejano y concreto, pero no pudo, Era inútil engañarse, la misma
idea lo acosaba una y otra vez. ¡Al fin y al cabo había venido para eso! –dijo para sí con rabia.

¿Cuánto faltaría aún? Su reloj marcaba la una y cuarto –mejor dicho las 13:15- más un
segundo, más dos segundos, más tres segundos. Faltarían todavía unos cinco minutos, quizás
cuatro, o sólo tres.

Detuvo al fin la vista en el cuchillo. Calculó su peso, el largo de la hoja y la textura del cabo.
Observó el brillo del acero bajo la luz que se filtraba por una ventana. La hoja penetraría rasgando
y cortando todo a su paso, destruyendo la armonía maravillosa de tejidos y venas, enrojeciéndose
en su camina filoso.

¿Dos minutos o solamente uno? Lentamente tomó el cuchillo, acomodando con cierto
placer los pargos y ásperos dedos en el mango, levantándolo un poco mientras un escalofrío le
apretaba la boca del estómago. Tragó saliva una y otra vez para aliviar la sequedad que sentía en
la garganta. Se concentró en lo que iba a ocurrir. Tenso y suspendido. Y esperó.

Se escucharon pasos que se acercaban rápidamente.

La puerta se abrió de golpe y el hombre de blanco estuvo frente a él.

No mediaron palabras, sólo una mirada rápida de entendimiento y desafío, de rutina o


aprobación; ningún gesto ni comentario. Nada. Mecánica e impersonalmente, el mozo depositó el
bife sobre la mesa y volvió a la cocina.
Autor: Rotsen Calude.

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