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Por diferentes motivos, todo maquinaba con el deseo de terminar esta aflicción. En
realidad, siempre volvía a aplazarlo para otra fecha.
Durante aquel breve intervalo recordé: «no conozco a nadie que sucumbirá
haciéndolo», pero en algún medio impreso leí: «Muerto en su primer intento». Pamplinas,
puras leyendas urbanas para acobardarme.
La hora había llegado. Inicié una pequeña ceremonia; pinté un perfil de mi rostro
con una poción fría al contacto y fuerte hedor a sándalo. El diseño no era una obra de arte y
llevó su tiempo. No quité los ojos a cada detalle como lo exigía el acto. Luego con decisión
tomé el objeto cortante, lo contemple por un momento, sin titubear lo puse contra mi cuello
y con mucho cuidado lo deslice suavemente.