Está en la página 1de 142

Granica editor

AguÜar 2154, Tel. 73-2854


Buenos Aíres, Argentina
D IRECTO R: Juan Granica
EDICIONES: Jorge Píatígorsky
A R T E: Leandro Hipólito Ragucci
AD M IN ISTRA CIO N : José Ziaehevsky
V EN TA S: Eduardo Butti
RELACIONES PU BLICAS: Juan Ignacio Acevedo y Rosa Brascó
SEC RETA RIA : Carmen Pigueroa
L HOMBRE
CON SU MUNDO
Colección
¡PSIQUIATRIA Y SOCIEDAD

dirigida por JOSE ITZIGSOHN

GIOYANNI BERLINGER
Psiquiatría y poder

SAUL FRIEDLÁNDER
Una psicosis colectiva:
el antisemitismo nazi

A. R. LURIA
El hombre con su mundo destrozado

JEAN-OLIVIER MAJASTRE
La introducción del cambio
en un hospital psiquiátrico

ROGER GENTIS - HORACE TORRUBIA (comps.


Locura por locura
A. R. LURIA

EL HOMBRE
CON SU MUNDO
DESTROZADO

H «r —
granica
editor
Título del original inglés:
T H E M A N W IT H A SHATTERED W O R LD
Basic Books, Inc. Publishers, New York
© 1972 by Basic Books, ¡nc.

1? edición: agosto de 1973


Traducción: Floreal Masía

© by granica editor, 1973


Hecho el dapóeito que marca la ¡ey 11.723
Impreso en la Argentina, Printad ln Argentina.
INDICE
9 Prefacio
19 Acerca del libro y su autor
21 Del autor
23 EL PASADO
25 LA GUERRA
27 DESPUES DE LA HERIDA
31 EL HOSPITAL DE REHABILITACION
33 NUESTRA PRIMERA ENTREVISTA
36 EXTRACTO DE LA HISTORIA CLINICA N* 3712
37 BREVE RESUMEN DE ANATOMIA DEL CEREBRO
Primera digresión
48 PRIMEROS PASOS EN UN MUNDO DESTROZADO
48 SU VISION
52 SU CUERPO
56 ESPACIO
67 LECTURA
70 OTRA VEZ ESTUDIANTE
74 LA ESCRITURA, PUNTO DE VIRAJE
78 "LA HISTORIA DE UNA TERRIBLE LESION
CEREBRAL"
83 ¿POR QUE ESCRIBIO?
86 "MI MUNDO NO TIENE RECUERDOS"
92 "MIS RECUERDOS ME VUELVEN POR EL LADO
EQUIVOCADO"
97 LAS CARACTERISTICAS PECULIARES DE SU
"MEMORIA DEL LENGUAJE"
102 ACERCA DE LA REMEMORACION DE PALABRAS
Segunda digresión
107 LIMITADO A IMAGENES INDESCIFRADAS,
A IDEAS DESCARNADAS
112 CONSTRUCCIONES GRAMATICALES
Tercera digresión
125 "TODOS MIS CONOCIMIENTOS HAN
DESAPARECIDO"
137 UNA HISTORIA QUE NO TIENE FINAL
139 "SI NO FUERA POR LA GUERRA..."
A modo de epílogo
m % $ Á £ iQ

Es frecuente que nuestras percepciones más vividas


acerca de un país extranjero provengan de una persona
que lo ha visitado y vuelto para ofrecernos su relato. Lo
mismo ocurre con nuestra comprensión de las perturba­
ciones mentales. A lo largo de los años, varios individuos
regresaron para describirnos sus experiencias de vida en
los extraños estados de la esquizofrenia.1 Este librüo nos
trae las impresiones igualmente extrañas y fascinadoras
de un hombre con un tipo muy distinto de perturbación,
una destrucción del intelecto producida por una herida en
la cabeza. Su caso es más trágico que el de ellos porque el
daño sufrido por su cerebro es irreversible. Durante vein­
ticinco años, Zasetski, el paciente de A. R. Luria, vivió
en un estado de desconcierto psicológico, y siempre seguirá
en él. Poco a poco, de a trozos, consiguió enviarnos una
notable narración de lo que es ese estado, y al hacerlo nos
ofreció una, singular visión de la organización de los pro­
cesos m.entales por el cerebro humano.
Todos aceptan hoy el hecho de que el cerebro es la
base física del pensamiento humano. Pero está muy lejos
de residían clara la manera en que la organización anató­
mica del cerebro se relaciona con las características del fun­
cionamiento intelectual, En las páginas que siguen encon-*

* Cíifford W. Beers, A Mind thai Found Itself, Doubleday,


Paga & Co.t 1948; Hannah Green. 1 Never Promised You a Rose­
gar den, Holt, Rinehart & Winston, 1964.

9
t-raremos a uu hombre que puede parecer estúpido. Se olvi­
da de lo que está haciendo, en el momento de ir a buscar
un balde. Le resulta difícil obedecer instrucciones que cual­
quier niño entendería.
Pero cuando terminamos con este librito, nosotros,
corno Luria, admiramos a Zasetski como tm hombre inteli­
gente e increíblemente empecinado, que trabaja bajo el peso
de enormes dificultades provocadas por la perturbación de
la■función cerebral normal. Luria analiza la pauta de las
dificultades para descubrir algo más acerca del cerebro y
de los complejos procesos mentales. La persistencia del
paciente inválido nos ofrece una percepción que batería
alguna de tests psicológicos podría reemplazar.
Resulta en todo sentido oportuno que el profesor Luria
se haya ocupado de la tarea de presentarnos la singular
narración de Zasetski. No solo trabajó con este como coex­
plorador de su condición, durante más de dos décadas, sino
que como neuropsicólogo que estudió muchos casos simi­
lares, se encuentra en condiciones de presentar una pers­
pectiva que el lector medio no podría obtener si solo se
bogara en las notas. Durante la Segunda Guerra Mundial
realizó una de las más amplias investigaciones jamás em­
prendidas, para determinar en qué medida las lesiones de
distintas partes del cerebro afectan la capacidad de una
persona para pensar, hablar y entender el habla de los
demás. Su libro Traumatic Aphasia2 describe los descu­
brimientos basados en tests diagnósticos y terapia de más
de setecientas víctimas de heridas en la cabeza, causadas
por las balas y los cascos de metralla de esa guerra.
Para aquellos que gustan de jugar a Qué haría
s i . .. V', los problemas de Zasetski abren todo un nuevo
libro de desafíos. ¿Qué haría usted si perdiese gran parte
de su memoria, y si la parte restante no incluye el ayer
y el día anterior, sino solo cosas que ocurrieron hace mu­
chos años? ¿Qué haría si cuando contemplase una página
de un libro viera nada más que la mitad izquierda de la
página, y cuando se dedicara a la, primera palabra viera
solo su mitad izquierda, y cuando tratase de concentrarse
en la primera letra de esa palabra percibiera apenas la

2 A. ít Luria, Traumatic Aphasia (Afasia traumática), La


Haya, Mouton and Co., 1970.

10
mitad izquierda? ¿Qué fiaría $i pudiese escribir pero no
leer su propia escritura? Estos son unos pocos de los pro­
blemas ante los cuales se vio Z aset ski.
. Fenómenos tan poco corrientes son cosas cotidianas
en neur opsicología, la rama de la psicología que estudia
con la máxima seriedad los problemas referentes a la ma­
nera en que el cerebro cumple con tareas mentales de suma
complejidad. En términos históricos, la neuropsicología
nació de la unión entre las disciplinas médicas de la neuro-
logía-neurocirugía y la más académica de la psicología.
Durante varias décadas, a mediados del siglo X X , la neu-
ropsicotogía recorrió un camino desolado, divergente del
rumbo principal que seguían ambas materias madres. Qui­
zá se piense que si el análisis neuropsicológico del foco de
las funciones’ psicológicas era lo bastante exacto, el ciru­
jano o el clínico podían 'usarlo como orientación para el
tratamiento médico. Pero los clínicos de las especialidades
médica y quirúrgica del campo neur ológico encontraron
que los diagnósticos neur opsicológicos cada vez más exac­
tos poseían escaso valor práctico, Si bien las nuevas téc­
nicas de diagnóstico con rapos X y ondas cerebrales resul­
tan toscas desde el punto de vista de la función cerebral,
ofrecen una información lo bastante precisa para las téc­
nicas terapéuticas que existen en esos terrenos.
Los psicólogos académicos siguieron una trayectoria
distinta. Durante treinta años exploraron con decisión la
idea de que resulta más útil estudiar la función psicológica
sin observar para nada el cerebro, hasta que los fisiólogos
conozcan más acerca de las funciones cerebrales. Los psi­
cólogos mostraron tendencia a considerar el cerebro, y el
animal en su conjunto, como una caja negra que recibe
ciertos ingresos y produce determinados egresos. Mediante
la manipulación de los ingresos y la medición de los egre­
sos, se pueden deducir reglas en cuanto a las formas en
que se relacionan entre sí, sin necesidad de mirar dentro
de la caja negra. Como los principales modos éticos de mo­
dificar la forma en que las personas sanas piensan y sien­
ten no incluyen la manipulación del cerebro, gran parte de
los conocimientos acerca de este fueron considerados inúti­
les para el psicólogo.
En los últimos años se ha debilitado la defensa de la
separación de los enfoques psicológico y neurofisiológico

11
en el estudio de los procesos intelectuales. Las técnicas para-
el estudio del cerebro fueron perfeccionadas en gran medi­
da y saludadas con entusiasmo por investigadores del flo­
reciente dominio de la psicología fisiológica. Este último*
vastago de la psicología y la biología tiene mucho en común
con la neuropsicología, en el sentido de que investiga los
mecanismos cerebrales de los fenómenos psicológicos. Pero
hasta hoy no se ocupó a fondo de procesos mentales parti­
cularmente humanos tales como el habla, la lectura, las
operaciones de cálculo, etc., que tanto desconciertan al neu-
ropsicólogo. Los psicólogos especializados en fisiología se
han dedicado principalmente a funciones básicas tales
como la alimentación, la conducta sexual, el miedo y otras
por el estilo, que tienen características comunes en varias
especies.
Los principales progresos de la neuropsicología se ba­
saron en la observación de la conducta de los seres huma­
nos u oíros animales eon lesiones (heridas o destrucción)
de distintas estructuras cerebrales. Los estudios de los
seres humanos se concentraron en la explotación de los
“ accidentes de la naturaleza” para proveerse de sujetos
experimentales: Zasetski es un buen ejemplo de ello.wEn
los animales, el neuropsicólogo produce lesiones en forma
intencional, y tiene mayor dominio sobre la ubicación y
amplitud del tejido cerebral destruido, que cuando trabaja
con sujetos humanos. Gran parte de nuestros conocimien­
tos sobre el cerebro del hombre proviene de pacientes con
una lesión ( en tina zona limitada del cerebro, con degene­
ración de tejidos causada por coágulos o estallidos del vaso
sanguíneo que irriga eso.; zona), un tumor (acumulación
anw'mal de células, que se ensancha y quebranta el fun­
cionamiento del tejido celular circundante por presión o
infiltración), traumas (por ejemplo un golpe en la cabeza
o una herida por un casco de granada del tipo del que
padecía Zasetski), o la ablación quirúrgica (un tratamien­
to extremo, pero a veces necesario, de un tumor o foco
epiléptico) , En general, las lesiones traumáticas han ofre­
cido la información más digna de confianza en ¡o referente
o, los procesos mentales superiores. Están relativamente
bien definidas y se las encuentra por lo general en indi­
viduos jóvenes, en otros sentidos saludables, de modo que
no resulta aventurado atribuir los cambios de las funciones

12
psicológicas a la le$iónf no a algún otro pi'oceso patoló­
gico progresivo,
Por lo generallos neuropsicólogos siguen una de dos
estrategias para cotejar distintas zonas cerebrales con dife­
rentes mecanismos psicológicos. La primera consiste en eli­
minar en varios sujetos una parte del cerebro, que anató­
micamente podría constituir una unidad funcional, y luego
ponerlos a prueba en diversas tareas psicológicas, para de­
terminar cuáles son las que ya no pueden ejecutar. Esta
estrategia es la más adecuada en la experimentación con
animales, en la que se cuenta con el máximo dominio de la
tibicación de las lesiones. La segunda, y la que más común­
mente siguen los investigadores de ¿os mecanismos cere­
brales humanos, consiste en identificar a una cantidad de
pacientes que han perdido determinada función psicológica
(por ejemplo la capacidad para nombrar objetos), dibujar
la lesión del paciente en un diagrama maestro del cerebro
(Figura 1) y determinar qué parte del cerebro es común
a todas sus lesiones. La Figura 2, adaptada del libro del
profesor Luria, Traumatic Aphasia, muestra qué ocurrió
cuando hizo esto con diez pacientes que exhibían síntomas
similares a los de Zasetski.

Figura 1
Cuatro grandes divisiones de la corteza dei cerebro humano.

13
Figura 2
El neuropsicólogo asigna una función a la zona de superposición
de lesiones dibujada con referencia a varios pacientes que poseen
el mismo déficit funcional. Es un mapa compuesto de diez lesiones,
todas las cuales produjeron síndromes similares al de Zasetskí. La
zona de superposición, se encuentra en la región temporo-parieto*
occipital.

Los conceptos actuales de lo que significa localizar una


función psicológica en una parte especial del cerebro tie­
nen una historia interesante. Hace setenta y cinco años
pocos investigadores dudaban del principio de ulocalización
de funciones” . Resultaba claro, por ejemplo, que los prin­
cipales trayectos nerviosos de los ojos se dirigían hacia la
parte posterior del cerebro, y que si esta parte, resultaba
lesionada, la víctima experimentaba grandes dificultades
en reconocer objetos. Muchos estudios de casos clínicos in­
dividuales describían a pacientes que perdían zonas limi­
tadas del cerebro y que ya, no se encontraban en condicio­
nes de leer, hablar o solucionar sencillos problemas de suma
y resta. Estos descubrimientos condujeron a la confección
de mapas cerebrales, que todavía es posible encontrar en
antiguos manuales neurológicos, en los cuales la corteza
(la superficie exterior, recorrida por numerosos surcos,
del cerebro), está dividida en claros segmentos con rátidos
tales como ‘diabla” , “ apreciación musical” , uaritmética” ,
etc,

14
Pero a medida que se acumulaban los datos surgieron
numerosas contradicciones entre los descubrimientos de
distintos investigadores. Algunas de ellas eran imputables
a diferencias en las ubicaciones de las lesiones que se estu­
diaba. Resultaba claro que si solo se poseían datos de dos
o tres de las lesiones representadas en la Figura 2, y no
de las diez, se podia atribuir la función a una superficie
de forma y dimensiones muy distintas que aquella cuya
base de datos completos indica como la más importante.
Otras contradicciones surgieron de la variación en la ma­
nera en que distintos investigadores definían funciones
tales como el “ habla” , “ apreciación musical” y demás. Pero
los descubrimientos más desalentadores de los primeros
neuropsicólogos que trataron de analizar la función cere­
bral por medio de técnicas de lesiones surgieron de inves­
tigaciones que sugerían que, en el caso de muchos de los
tipos de funciones globales estudiadas, la ubicación de la
lesión tenía menos que ver con la naturaleza del déficit
psicológico que con la dimensión de la zona cerebral des­
truida. Esto recibió la denominación de “ principio de equi-
potencialidad” . Un conjunto de datos sugería que las dis­
tintas zonas de la corteza contribuyen en iguales proporcio­
nes a las funciones psicológicas superiores, de modo que
si se elimina una parte, >otra posee la capacidad potencial
de mantener la función. No cabe duda de que el recono­
cimiento de este principio contribuyó a la indiferencia que
los neuroclínicos y psicólogos norteamericanos mostraron
hacía la neuropsicología durante el periodo central de este
siglo. .
Gomo ocurre con tanta frecuencia en la ciencia, nue­
vos avances en la neuropsicología nacieron de intentos de
solucionar el conflicto entre dos hipótesis contradictorias,
en este caso el principio de localización y el de equipoten-
cialidad. La solución surgió con una redefinición del tér­
mino “función". Resulta que el cerebro posee una organi­
zación muy tosca en términos de. ftinciones globales tales
como la visión, la audición, el lenguaje, el cálculo, etc. Las
investigaciones neuropsicológicas nos han llevado a pensar
que cada una de estas capacidades globales abarca varias
funciones constituyentes. Una lesión en cualesquiera de las
estructuras intermedias, necesarias para leer, puede obs­
taculizar la capacidad de lectura, de una persona, pero el

15
déficit será distinto según cuáles sean la estructura y la
función imprescindibles para la lectura que quedan des­
truidas,
O bien observemos la función global “ comprensión del
habla” . Es frecítente que Zasetski no entienda lo que dicen
otros. Su lesión se encuentra en la zona temporo-parieto-
occipital de la corteza (Área I, Figura 3), y la función que
ha perdido se relaciona con la recepción de varias palabras
a la vez.

Figura 3
Tres zonas corticales, cuya lesión puede producir una dificultad
aparente en la función global “ comprensión del había1*. Pero la
función constituyente perdida es distinta en cada zona.

Una persona con una lesión en la corteza temporal


(Área II, Figura 3), también tiene dificultades para la
comprensión del lenguaje, pero por razones distintas: no
puede organizar el flujo de sonidos del habla en unidades
significativas. Una frase que “ para nosotros suena así” ,
podría “ so nar par aela sí” . Un sujeto con una lesión en
el lóbulo frontal (Área II!, Figura 3) puede parecer inca­
paz de comprender el habla debido a su imposibilidad de
repetir lo que ha escuchado. A sí, pues, al hablar acerca
de su comprensión de lo que se dijo, vacila, btisca palabras,

16
insiste (repite el mismo vocablo una y otra vez), se rinde.
Residía evidente por qué los intentos de ubicar un centro
cerebral de la función de comprensión global del lenguaje
terminó incluyendo más zonas de las que excluía. Pero
como lo muestra lo. Figura 3, es posible localizar varias de
las importantes funciones constituyentes que contribuyen
a la comprensión del lenguaje.
Pero no debe entenderse la localización en términos
estrechos. La equipotencíalidad significa que cuando una
parte del cerebro se encuentra lesionada, otra porción pue­
de hacerse cargo de su función. Las lesiones cerebrales
impuestas a animales en su infancia mostraron que ello
es así en lo que se refiere a ciertas zonas cerebrales, y
hasta cierta edad. Si se eliminan partes de los lóbulos fron­
tales en monos, cuando tienen pocos días de edad, y más
tarde, como adultos, se los somete a pruebas no muestran
tos mismos déficit intelectuales que aquellos en quienes las
mismas zonas resultan lesionadas en la edad madura. En
apariencia, si la lesión se produce antes que el cerebro se
haya desarrollado, pueden evolucionar otras zonas de tal
manera, que desempeñen la misma función que habría eje­
cutado el área lesionada.
Los intentos de restablecer un funcionamiento psico­
lógico normal en personas como Zasetski, que sufrieron
lesiones en su edad adulta, han resultado, sin embargo,
desalentadoramente infructuosos. La recuperación de una
función global como la del lenguaje en un paciente adulto
se basa por lo general, no en el restablecimiento de anti­
guas funciones constituyentes, sino más bien en el perfec­
cionamiento de otras compensatorias, que explotan otras
zonas del cerebro y contribuyen al mismo objetivo, ñas
personas que quedan ciegas aprenden a usar los oídos en
formas en que muchos de nosotros no podemos hacerlo.
Veinte años después de resultar herido, Zasetski es inca­
paz de expresar un pensamiento complejo en el plano vocal,
debido a la incapacidad “ de retener todas las palabras en
el pensamiento a la vez” , pero ha aprendido a escribir de
a poco por vez, escuchar la radio o escudriñar el periódico
en busca de las palabras que'se le escapan, y poco a poco
construir frases que trasmiten pensamientos que nosotros
expresaríamos mediante el a.so de nuestras cortezas tem-
poro-parieto-occipitales.

17
Este libro es algo más que la historia de im caso clí­
nico; es una lúgubre curiosidad de la guerra.
Al resumir los millares de páginas de las notas de
Zasetski, el -profesor Luria ha ofrecido una presentación
legible, destilada, de la teoría y la técnica que orientaron
su investigación de los últimos cuarenta años, Sus breves
“ digresiones” son excelentes y concisas introducciones a
los tópicos especializados de la estructura cerebral, y su
relación con las funciones mentales superiores.
Pero la singular fascinación de este libro consiste en
la información de primera mano de las experiencias de
Zasetski, a medida que este descubre y ataca los obstácu­
los que la bala le ha impuesto, y se adapta a ellos. Nos
describe su asombro inicial ante la brusquedad y amplitud
de su incapacidad, la repetida impresión de que debe de
estar soñando, y su conciencia de la “ sonrisa idiota” que
oculta su frecuente turbación. Con enorme dificultad, y
aun con dolor, registra sus recuerdos con el fin de resta­
blecer el pasado para sí mismo, para transmitir a sus médi­
cos la naturaleza exacta de su problema, y, en repetidas
ocasiones, para afirmar su existencia como ser inteligente.
Comparte con nosotros los persistentes ciclos de la espe­
ranza de que estos esfuerzos contribuirán a la recupera­
ción de sus anteriores capacidades, y de la desesperación
porque el mundo al cual perteneció sigue su marcha sin él.

Douglas B owden.
Doctor en Medicina.

Universidad de Washington.
1972.

18
ACERCA DEL LIBRO
Y SU AUTOR

Este libro describe el daño inferido a la vida de un


hombre por una bala que penetró en su cerebro. Aunque
hizo todos los esfuerzos concebibles para recuperar su
pasado, y gracias a ello contar con alguna posibilidad de
futuro, las imposibilidades estaban abrumadoramente en
su contra. Y sin embargo creo que existe algún sentido en
el cual puede decirse que triunfó. El deseo de que no se me
atribuya mérito alguno por este libro no es una falsa mo­
destia de mi parte. El verdadero autor es su protagonista.
Tengo ante mí un montículo de cuadernos: algunos de
ellos descoloridos, gruesos libros con tapas de hule, que re­
corren el pasado reciente. En total son unas tres mil pági­
nas. Representan veinticinco años de trabajo que este hom­
bre dedicó a la descripción de los efectos de una terrible
lesión cerebral.
Sus únicos materiales eran recuerdos fragmentarios
que llegaban a su memoria al azar. Tuvo que imponerles
cierto orden y sentido de continuidad, aunque cada una de
las palabras que recordaba, cada pensamiento que expre­
saba, le exigían los esfuerzos más atormentadores. Cuando
sus escritos marchaban bien, lograba escribir una página
por día, dos cuando mucho, y ello lo dejaba extenuado. Es­
cribir era su único vínculo con la vida, su única esperanza
de no sucumbir a la enfermedad y de recuperar por lo
menos una parte de lo perdido. Este diario relata una de­
sesperada lucha por la vida con una habilidad que los psi­
cólogos no pueden dejar de envidiar.

19
Al tratar de reunir Uta dispersas páginas de los recuer­
dos de este hombre, incluí observaciones que hice durante
los veinticinco años en que lo traté como paciente del hos­
pital y la clínica. Cuando llegué a conocerlo, supe cuán
brillante mentalidad había destruido esa bala, y deseé com­
partir algunas de mis impresiones y pensamientos con
otros. El resultado es este librito.
Aunque este hombre se refiere a su narración como
una “ historia” , no hay en ella rastros de ficción. Cada
afirmación ha sido verificada por cientos de registros y
observaciones.
En unía palabra, este un libro sobre una persona.
que bichó con la tenacidad de los condenados para reco­
brar el uso de su cerebro lesionado. Aunque en muchos
sentidos sigue tan impotente como antes, es preciso afir­
mar que g, la larga triunfó en su lucha.

A. L.

Moscú.
1972.

20
DEL AUTOR

Es posible que algún experto con conocimientos sobre


el cerebro humano entienda mi enfermedad, descubra qué
efecto produee una lesión cerebral sobre el espíritu huma­
no, su memoria y su cuerpo, aprecie mi esfuerzo y me ayu­
de a evitar algunos de los problemas que enfrento en la
vida. Sé que ahora se habla mucho acerca del cosmos y
del espacio exterior, y que nuestra tierra es apenas una
minúscula partícula de este universo infinito. Pero en reali­
dad muy pocas veces piensa la gente al respecto; lo más
que pueden imaginar son vuelos a los planetas más cerca­
nos que giran alrededor del sol. En cuanto al vuelo de tina
boda, o de una granada o de un fragmento de bomba, que
abre de par en par el cráneo de un hombre, que desgarra
y quema los tejidos de su cerebro, que mutila su memoria,
su visión, su audición, su conciencia. . . en estos días la
gente no encuentra nada extraordinario en ello. Pero si
no es extraordinario, ¿por qué estoy enfermo? ¿Por qué
no funciona mi memoria, no recupero mi capacidad visual?
¿Por qué me duele y zumba continuamente kt cabeza? Re­
sulta deprimente tener que volver a empezar por el comien­
zo y encontrar sentido en un mundo que uno ha perdido a
causa de una lesión y una enfermedad, hacer que estos tro­
zos y fragmentos se unan en u-m todo coherente.

21
El título que decidí para mis escritos es el de Segui­
ré luchando!” . Quería describir cómo se produjo este desas­
tre, y cómo continuó acosándome desde qxie quedé herido.
No abandoné mis esperanzas, trato de mejorar mi situa­
ción mediante ‘el desarrollo de mi capacidad para recordar
y hablar, para pensar y entender. Lucho para recuperar
una vida que perdí cuando resulté herido y enfermé.

L. Z.

22
EL PASADO

Aí principio todo fue sencillo. Su pasado era simi­


lar al de otras personas: la vida tenía sus problemas,
pero era simple, y el futuro parecía promisorio.
Aun ahora le agrada recordarlo, y las páginas
de su diario vuelven una y otra vez a esa vida perdida:

En 1941, antes que comenzara la guerra, terminé mi


tercer año en un instituto politécnico, y abrigaba la espe­
ranza de obtener muy pronto una experiencia práctica
en una fábrica especializada. Me imaginaba el tipo de tra­
bajo que desarrollaría en esta, que tenía en marcha algu­
nos de los mejores proyectos. Un trabajo independiente
para un futuro m ejor: parecía una manera ideal de termi­
nar mi doctorado e investigaciones en el instituto.
No sé por qué, ya de niño me fascinaba la ciencia, el
conocimiento en general, y devoraba con avidez todas las
informaciones que podía recoger. . . en la escuela, en los
grupos de estudio o sencillamente en mi vida cotidiana.
Ansiaba convertirme en una persona versada de verdad y
poder contribuir en muchas formas al engrandecimiento
de mi país, por medio de la ciencia y la tecnología.
Antes de cumplir los dos años, mi padre murió de
pronto, en una mina de carbón en que trabajaba como inge­
niero. Después de su muerte mi madre pasó por momentos
difíciles, con cuatro hijos pequeños, pues era analfabeta
y no conocía la manera de obtener una pensión para sus

23
hijos. Pero trabajaba con intensidad y no temía hacer fren­
te a las penurias de esa nueva vida, y de alguna manera
se las arregló para alimentarnos y vestirnos, mantener un
techo sobre nuestra cabeza e inclusive enviarnos a la escue­
la, cuando llegó el momento. También a mí me mandaron,
cursé muy bien la escuela elemental y seis años después
me gradué con honores en la secundaria.
“ Muy pronto — pensé— me graduaré en el instituto.
¿Quedan todavía dos años? ¡No es nada! ¿Qué obstáculo
puede interponerse ahora en mi camino? ¡Y en cuanto ten­
ga mi título, empezaré a ayudar a mi madre; ya es hora
de que descanse un poco

En ocasiones recordaba su infancia: al principio


con vaguedad, aunque más tarde sus recuerdos resul­
tan sorprendentemente claros:

Resulta que recuerdo mi infancia, y aun mi primero


y segundo años de escuela elemental. Me acuerdo de la
maestra que tuve: María Gavrílovna Lápshina, y los nom­
bres de mis mejores amigos, Sanka Mirónov, Volodka
Salomatin, Tania Rásina, Adía Protopopova, Marusia
' Lúchnikova,
Recuerdo inclusive los juegos que desarrollábamos y
las canciones que entonábamos, y que en segundo grado
escribía versos irónicos sobre los chicos que no me gusta­
ban. También me enviaron a un mitin de los Jóvenes Pio­
neros en Moscú, que, no sé por qué, nunca se realizó, pero
me acuerdo de cómo era el campamento, y la reunión que
realizamos. También recuerdo a Epifán — mi pueblo na­
tal— , algunas partes de él, y el pueblo en su conjunto.
Además. . . a mis mejores amigos y maestros de la escuela
elemental. . . Recuerdo qué quería decir la gente con pala­
bras tales como tierra, sol, luna, estrellas y-universo (como
solo un escolar, un niño, puede recordarlas o pensarlas).

Más adelante encontramos en su diario otros re­


cuerdos de la vida en ese pueblo pacífico en que pasó
la infancia y juventud:

Epifán fue otrora un antiguo centro comercial. En


mitad del pueblo hay una gran catedral con varios frescos

24
de la Virgen y deí Niño Jesús, y una cruz de oro en la
parte superior del campanario. Desde la catedral las calles
se extendían como rayos, las más cercanas flanqueadas
por casas de dos y tres pisos, las más lejanas por viviendas
de madera, de planta baja, de comerciantes. En la perife­
ria del pueblo había otras tres o cuatro iglesias, y un kiló­
metro más adelante un arroyo que corría de norte a sur.
Para llegar había que doblar a la derecha, bajar por una
caite empinada o seguir un sendero serpenteante y en de­
clive, cerca de la iglesia Uspénskaia. . . Mi familia vivía
en una calle corta llamada Párkova. . . en el segundo piso.
Tres casas más allá de la nuestra hay un parque pequeño,
donde siempre reina la tranquilidad y la paz. . .

LA GUERRA

Y de pronto todo terminó.

Una mañana temprano me dirigía al instituto, pen­


sando en mi futuro, cuando de repente escuché, literal­
mente estremecido, la terrible noticia: ¡ estábamos en gue­
rra con Alemania! Se habían interrumpido las posibilida­
des de perfeccionamiento en el trabajo. El instituto tuvo
que cancelar vacaciones y abreviar los programas de estu­
dios de modo que pudiésemos seguir adelante con el último
año de los cursos. Los míos (ahora considerados "progra­
ma de cuarto año” ) también fueron incluidos en el progra­
ma. Pero los nazis ya habían invadido nuestro territorio,
y teníamos que defender el país. La movilización de los
komsomoles envió al frente a estudiantes de cuarto año,
que por el momento tuvieron que abandonar su trabajo
en el instituto, hasta la terminación de la guerra.

25
. . . Y ahora recuerdo haber luchado en algún punto
del frente occidental. . . y la herida que recibí en la sien.
Pero un mes más tarde regresé al frente. Hacía tiempo que
nuestras tropas habían dejado de retroceder y, en térmi­
nos estrictos, desarrollaban una ofensiva y avanzaban cada
vez más. Corría el año 1 9 4 3 ... El sector occidental del
frente. . . La batalla de Smolensk. En algún punto, cerca
del Viazma, un pelotón de lanzallamas que ocupaba posi­
ciones en el río Voria había recibido órdenes de establecer
enlace con una compañía de rifleros, para un ataque contra
los alemanes. Las fuerzas combinadas de los lanzallamas y
la infantería debían penetrar en la defensa germana de la
orilla opuesta del Voria. Las dos compañías esperaban la
orden de atacar, como venían haciéndolo desde hacía cua­
renta y ocho horas. Era a comienzos de marzo, con tiempo
cálido y soleado. . . Pero húmedo. Teníamos empapadas las
botas de fieltro, y todos nosotros estábamos ansiosos por
iniciar el ataque. Si llegase la orden, si solo llegase la
orden. . .
Volví a hacer la recorrida, hablé con cada uno de mis
hombres (en ese momento me encontraba al mando del
pelotón de lanzallamas) . , . Miré hacia el oeste, hacia la
orilla opuesta del Voria, donde se encontraban los alema­
nes. Era rocosa y a pico, pero de alguna manera teníamos
que tomarla, Y lo lograríamos, pensé, si llegase alguna
vez esa orden.
Y entonces llegó. Todos se pusieron en movimiento,
y por un minuto — quizá dos o tres— se escucharon los
ruidos de nuestros blindados. Y luego todo quedó en silen­
cio. De repente, todos apresuraron el paso y avanzaron a
través del río helado. El sol se había puesto, pero todavía
resplandecía. Los alemanes esperaban en silencio, dos o
tres de ellos corrían con rapidez a ocultarse en las profun­
didades de la región. No lanzaban ni un disparo, no emi­
tían un sonido. Y de pronto hubo un estallido de fuego de
ese lado, ametralladoras que tableteaban en todas las di­
recciones. Las balas me silbaron sobre la cabeza. Y me dejé
caer para protegerme. Pero no podía quedarme echado allí,
esperando, mientras nuestras águilas comenzaban a trepar
la orilla. Bajo el fuego, me incorporé sobre el hielo, seguí
adelante. . . Hacia el oeste, , . Hada allí, , . y . . .

26
DESPUES DE LA HERIDA
En algún lugar, no muy lejos de nuestra posición más
avanzada en la linea del frente, en una tienda iluminada,
recuperé al cabo la conciencia . . .
No sé por qué, no podía recordar ni decir nada. Me
pareció tener la cabeza totalmente vacía, chata, sin la som­
bra de un pensamiento o recuerdo, nada más que un dolor
sordo y un zumbido, una sensación de vértigo.
Pero mientras me encontraba en la mesa de operacio­
nes, de vez en cuando percibía los vagos contornos de un
hombre de rostro ancho, carnoso, cuya mirada airada me
observaba a través de las gafas, mientras decía a los médi­
cos y ayudantes qué debían hacer conmigo.
Personas con niveas chaquetas blancas, con un gorro
en la cabeza y máscara de gasa hasta los ojos, se inclina­
ban sobre mí. Tengo el vago recuerdo de encontrarme acos­
tado sobre la mesa de operaciones, mientras varias perso­
nas me tomaban de las manos, los pies y la cabeza, con
tanta fuerza, que no podía mover un músculo.
Solo recuerdo que los médicos y ayudantes me aferra­
ban . . . Recuerdo que gritaba, que jadeaba para recuperar
el aliento. . . que una sangre caliente y pegajosa me corría
por los oídos y el cuello, que percibía un sabor salado en la
boca y labios.
Recuerdo que me estallaba el cráneo, y experimenta­
ba un dolor agudo, desgarrador, en la cabeza. . . Pero no
me quedaban fuerzas, ya no podía gritar, no hacía otra
cosa que jadear. Se me detuvo la respiración. En cualquier
momento m oriría. . .

Al recordar los días inmediatamente posteriores


a su operación, escribió:

Mi cabeza era entonces un vacío absoluto. No hacía


más que dormir, despertar, pero no podía pensar, concen­
trarme o recordar nada. Mi memoria — como mí vida—
casi parecía no existir. *
Al comienzo ni siquiera pude reconocerme a mí mismo,
ni recordar lo que me había ocurrido, y durante mucho
tiempo — días interminables— ni siquiera supe dónde me

27
habían herí tío. La herida en la cabeza parecía haberme
convertido en im niño.
Oí a un médico hablar con alguien, pero como no podía
verlo, no le presté atención. De repente se me acercó, estiró
la mano y me tocó, y me preguntó: “ ¿Cómo va eso, cama-
rada Zasetski ?” No respondí, sino que me pregunté poi­
qué me interrogaba. Cuando repitió mi nombre varias ve­
ces, recordé ai cabo que “ Zasetski” era mi apellido. Solo
entonces se me ocurrió decir: “ Bien” ,
Después de la herida me pareció ser una criatura re­
cién nacida que no hacía más que mirar, escuchar, obser­
var, repetir, pero que no tenía pensamientos propios. Así
fue al principio. Después, cuando me era posible escuchar
palabras que la gente usa una y otra vez en las conversa­
ciones, o pensar, se desarrollaron varios grupos de “ frag­
mentos de memoria” , y gracias a ellos empecé a encontrar
cierto sentido en la vida que me rodeaba y a recordar lo
que significaban las palabras.
Pero al cabo del segundo mes recordé quién era Lenin,
entendí palabras como sol, luna, nube, lluvia, y me acordé
de mi primero y segundo nombre, y de mi patronímico.
En ocasiones recordaba inclusive que en algún lugar tenía
una madre y dos hermanas, y también un hermano antes
de la guerra, desaparecido desde el primer año de combates
(se enconti-aba con las tropas acantonadas en Lituania).
Más tarde, el hombre de la cama vecina se interesó
por mí e inclusive prometió escribir a mi casa, si recorda­
ba mi dirección. ¿Pero cómo podía recordarla? Resul­
taba muy difícil. ¿Era probable que recordase, cuando
ni siquiera podía pensar en los nombres de mi madre y
hermanas?. ..
Debido a mi lesión, había olvidado todo lo que alguna
vez aprendí o supe.. . T od o. . . Y tenía que empezar desde
el comienzo, y seguir adelante. . . por lo menos hasta cierto
punto. Después de eso, mi desarrollo se detuvo de golpe,
y así quedé desde entonces. En general me resulta muy
difícil entender las cosas debido al estado de mi memoria.
Ocurre que he olvidado absolutamente todo, y tengo que
comenzar de nuevo, tratar de identificar, recordar, y
entender cosas con el tipo de memoria que posee un niño.
Debido a la herida de la cabeza, me había convertido
en una personal norm al. . . solo que no era un insano. En

28
modo alguno. Era anormal porque tenía una enorme pro­
porción de amnesia, y durante mucho tiempo no me quedó
huella alguna de recuerdos.
Mi cerebro era constantemente un desorden y confu­
sión totales, parecía limitado y débil. Antes de ello fun­
cionaba en forma muy distinta . . .

Muchas de las anotaciones citadas a partir de este


punto fueron escritas en presente, lo cual es correcto
si se considera que los problemas del hombre persis­
tieron, a pesar del transcurso del tiempo. El profesor
Luria ha conservado con escrupulosidad las repeticio­
nes e incoherencias, síntomas de la situación del
paciente. ¡W. del A'.]

Me encuentro siempre en una especie de bruma, como


en un pesado sueño a medias. Mi memoria es un vacío.
No consigo pensar en una sola palabra. Solo me cruzan
por la mente algunas imágenes, vagas visiones que apare­
cen de súbito, y que desaparecen con la misma velocidad,
para dejar paso a nuevas imágenes. Pero no logro enten­
der o recordar qué significan.
Lo único que recuerdo son trozos y fragmentos dis­
persos y deshechos. Por eso reacciono en forma tan anor­
mal ante todas las palabras e ideas, ante todos los intentos
de entender el significado de las palabras.

No fué él el único que se dio cuenta de ello. Lo


que es más, no solo sintió, sino que además quedó con­
vencido de que otras personas lo advertían, que todos
tenían conciencia de que se había convertido en una
persona distinta en todo sentido, incapaz para nada,
simple semblanza de un hombre que, para todos los
fines prácticos, estaba muerto. En una palabra, un
hombre muerto en la guerra.

Ahora la gente advierte por fin lo que puede hacer


una lesión cerebral. Saben cómo era yo antes de la guerra,
antes de ser herido, y se dan cuenta de lo distinto que
soy ahora. . . Un inútil, incapaz de ningún trabajo, de
nada en absoluto.

29
Una y otra vez les digo que me he convertido en una
persona absolutamente distinta desde mi lesión, desde que
me mataron el 2 de marzo de 1943, pero que, debido a no
sé qué potencia vital de mi organismo, me mantengo mila­
grosamente con vida. Aun así, aunque parezco estar vivo,
la carga de esta herida en la cabeza no me da tregua. Me
parece siempre estar viviendo en un sueño — en una pesa­
dilla horrible, repugnante— , que no soy un hombre, sino
una sombra, una criatura que de nada sirve. . .

Lo habían “ matado” el 2 de marzo, y vivía una


existencia sin sentido, una especie de duermevela que
le impedía creer que seguía con vida:

Resulta difícil creer que esta sea en verdad la vida,


pero si es un sueño (¿y lo es?), casi no puedo esperar que
llegue el momento de despertar. Además, mi nuevo tera­
peuta me dice que ya hace tres años que estamos en guerra,
y que yo enfermé y me convertí en un analfabeto debido*
a una grave lesión del cerebro.
De modo que eso significa que no estuve soñando du­
rante todo este tiempo. . . por supuesto. Un sueño no puede
durar tanto, ni ser tan monótono. Quiere decir que es cier­
to que experimenté esto todos estos años, ¡ Cuán horrible es
esta enfermedad! Todavía no puedo dominarme, no en­
tiendo cómo era antes, qué me sucedió . . .
Pero a veces, cuando considero lo que ahora es mi
mente, me pregunto: ¿soy yo en verdad? ¿Lo sueño, o es
realidad? Ha durado ya demasiado tiempo como para ser
un sueño, estas cosas no ocurren, en especial cuando uno
sabe que el tiempo pasa con tanta rapidez. Pero si esto es
la vida, y no un sueño, ¿por qué sigo enfermo? ¿Por qué
no ha dejado de dolerme y zumbar la cabeza, por qué me
siento siempre con tanto vértigo?
Tengo tantas esperanzas como siempre de hacer algo
con mi vida, de modo que no quiero que la gente crea que
soy un caso terminado. Hago todo lo posible para conse­
guirlo, y poco a poco uso las posibilidades que poseo.

El tiempo pasa, pero no los tormentos de este


hombre, cuya conciencia ha sido tan devastada por
la lesión. Para entonces las líneas del frente estaban

30
muy Jejos de él, habían sido seguidas por toda una
cadena de hospitales, primero en Moscú (entonces una
ciudad del frente), más tarde en pequeños pueblos de
provincia* En uno de ellos estuvo alojado en un edificio
en el que en su vida pasada había concurrido a la
escuela. Recordó las grandes habitaciones limpias que
antes fueron aulas, y a las muchas personas que lle­
gaban a preguntarle cómo se sentía. Después hubo
muchos otros viajes, y luego un largo viaje en tren,
en cada estación del cual subían nuevos pacientes. Al
cabo llegó al hospital de rehabilitación en los Urales.

1L HOSPITAL DE REHABILITACION

Llegó por fin a un lugar encantador, tranquilo,


un refugio en medio de las tormentas de la guerra, un
hospital ai cual habían enviado a cientos de soldados
con lesiones similares. Recordaba bien ese lugar, y
lo describía con envidiable claridad.

Por todas partes hay magníficos paisajes. A un lado,


un enorme lago rodeado de vegetación perenne; después
otro lago más grande, y un tercero. Por donde se mire, los
árboles son gigantescos, y el cielo parece más azul, aunque
el sol es muy brillante, sencillamente deslumbrante de luz.

También tenía vividos recuerdos del último mo­


mento del viaje, antes de llegar:

Los traqueteos del coche en la estación me irritan, los


siento en la cabeza, donde me hirieron. No sé por qué, el
coche parece estar dando vueltas en círculo, en un solo

31
lugar, desde hace algún tiempo.. . Pero he aquí otro lago,
y más allá un edificio grande, de tres pisos, cerca de algu­
nos otros. . . Todo ellos enclavados aquí mismo, en el bos­
que. El motor se detiene . . . Hemos llegado.

Cuando, llegó al hospital de rehabilitación ya le


habían sacado las vendas. En la superficie, la herida
parecía haber cicatrizado.

Todavía tengo que leer sílaba por sílaba, como un


niño; me acosa la amnesia, y no puedo recordar palabras
o significados; aún me abruma la “ afasia mental” , y no
puedo recuperar la memoria, ninguna de las capacidades
o conocimientos que alguna vez tuve.
Dos ideas cruzan una y otra vez por mi cabeza: me
digo constantemente que mi vida ha terminado, que no
sirvo de nada a nadie, y que seguiré así hasta morir, cosa
que sin duda no tardará mucho en ocurrir. Por otro lado,
algo me insiste en que debo vivir, que el tiempo puede
curarlo todo, que quizá lo único que necesito es la medicina
adecuada y tiempo suficiente para recuperarme.

En una fecha posterior recordó su ambivalencia


y escribió:

A menudo, cuando consideraba lo que era mi vida,


pensaba: ¿quién la necesita? Además, esas eternas dudas
empeoraban aun más las cosas. Todavía no quería creer
que hubiese sufrido tan cruel herida en la cabeza, e insistía
en que se trataba de un sueño. El tiempo corría con tanta
velocidad, en forma tan singular, . .
Me sentía embrujado, perdido en un mundo de pesa­
dilla, en un círculo vicioso del cual no era posible salir, y
jamas despertaría. Nada de lo que veía tenía sentido para
mí. Cuando pensaba en la herida, en los tremendos efectos
que tenía, me aterrorizaba: ¿es posible que esto haya ocu­
rrido? ¿Seguirá así hasta que haya terminado mi desdi­
chada vida?

Aunque seguía mostrándose sensible a la natura­


leza, todo lo que percibía parecía cambiado e inac­
cesible.

32
Desde que me hirieron tuve dificultades para enten­
der e identificar las cosas que me rodean. Lo que es más,
cuando veo o imagino cosas en la cabeza (objetos físicos,
fenómenos, plantas, animales, aves, personas), sigo sin
poder recordar en seguida las palabras que las nombran.
Y a la inversa. . . cuando escucho un sonido o una pala­
bra, no puedo recordar en seguida qué significa.

¿Qué quieren decir estas dificultades? ¿Por qué


se había derrumbado su mundo, de modo que ahora
todo parecía modificado y difícil de entender?

NUESTRA PRIMERA ENTREVISTA

Conocí a este hombre hacia finales de mayo de


1943, casi tres meses después de ser herido. Para
seguir el desarrollo de su enfermedad, lo entrevisté
con bastante regularidad a lo largo de un período
de veintiséis años (todas las semanas, y en ocasiones,
con intervalos más prolongados). A medida que avan­
zaba nuestra amistad, pude ser testigo de su larga e
implacable lucha para recuperar el uso del cerebro
lesionado. . . para vivir, y no solo existir.
La primera vez que entró en mi consultorio del
hospital de rehabilitación, me llamó la atención su
aspecto juvenil. Parecía un jovencito que me observa­
ba con una sonrisa de desconcierto e inclinaba la
cabeza, con torpeza, hacia un costado. (Más tarde
me enteré de que había perdido la visión del lado de­
recho, y que para ver tenía que volverse de costado.)
Le pregunté cómo le iba, y luego de cierta vacila­
ción contestó con timidez: “ Bien” . Pero la pregunta

33
de cómo había resultado herido lo sumió en confusión.
— Bueno, ¿entiende?. . . Es, e s . . . Hace ya mucho
tiempo . . . Deben de ser dos, tres. . . ¿Cómo se dice?
¿En qué pueblo había nacido?
— En casa. . , H ay. . . Quiero escribir. . . pero no
puedo.
¿Tenía parientes?
— Está . . . mi madre. . . y también. . . ¿Cómo se
dice?
Resultaba evidente que al principio no entendía
- mis preguntas, y cuando las entendía le resultaba di­
fícil contestar. Cada intento de hacerlo lo llevaba a
una frenética lucha en busca de palabras.
—Trate de leer esta página — le sugerí.
— ¿Qué es e s to ? ... No. No s é .. . No entiendo.
¿Qué e$ esto?
Intentó examinar la página más de cerca, la sos­
tuvo ante el ojo izquierdo, y luego la movió más hacia
un costado y escudriñó cada una de las letras, perplejo.
*—i No, no puedo! — fue lo único que consiguió
contestar.
— Muy bien, entonces trate de escribir su primer
nombre y su ciudad natal. — También esto lo obligó a
una lucha desesperada. Tomó el lápiz con torpeza (pri­
mero por el extremo opuesto), y luego buscó a tientas
el papel. Pero, una vez más, no pudo dibujar una sola
letra. Estaba fuera de sí, sencillamente no podía
escribir, y se dio cuenta de que de pronto se había
convertido en un analfabeto.
Le sugerí que tratase de hacer algo sencillo con
números, como suihar seis y siete.
— S ie te ... s e is ... ¿Qué e s ? ... No, no puedo,
no sé.
— Bueno, entonces observe este cuadro y dígame
qué ve. Se llama ‘‘Cazadores en un lugar de descanso” .
— Aquí h a y. . . E stá. . . está sentado. . . Y este de
aquí está. . . e s . . . Y aquí. . . ¡No sé! Sin duda hay
algo aquí, p ero. . . ¿cómo se llama?
Le pedí que levantara la mano derecha.
— ¿Derecha? ¿Derecha? ¿Izquierda?... No, no
sé. ¿Dónde está mi mano izquierda?... ¿Qué quiere
decir d erech a?... ¿O izquierda?... No, no puedo
hacerlo.
Hizo un desesperado esfuerzo por responder a mis
preguntas, y se dio cuenta con agudeza de cada uno
de sus fracasos.
— Bien — s u g e rí— , dígame qué recu erd a del
frente.
— Para entonces . . . estábamos . . . estábamos en
mala situación. Tuvimos que retroceder. . . Lo perde­
ríamos todo. De modo que decidí que, que. . . que si
así estaban las cosas. . . Me dijeron que. . . ¿Cuántos?
Cinco. Pero entonces ya había salido del hospital y,
y . . . entonces. . . el ataque . . . Lo recuerdo con clari­
dad . . . pues entonces, entonces. . . Entonces me hirie­
ron . . . Eso es todo.
Le resultaba doloroso tratar de describir lo que
todavía seguía fresco en su memoria; no podía encon­
trar las palabras para empezar el relato. Le pregunté
si sabía en qué mes estábamos.
— ¿ Ahora ? ¿ Cómo es la palabra ? E s . . . e s . . .
¡ mayo!
Y sonrió. Por fin había encontrado la palabra
correcta. Cuando le pedí que me hiciera la lista de los
meses del año, logró hacerlo con relativa facilidad, y
una vez más se sintió satisfecho. Pero cuando le soli­
cité que los nombrase en orden inverso, tuvo intermi­
nables dificultades.
— ¿Qué mes viene antes de setiembre? — le pre­
gunté.
— . . , ¿Antes de setiembre? ¿Cómo se dice?. . .
¿Setiembre? ¿O ctu bre?... No, no es a s í... No me
sale. . .
— ¿Cuál es la estación anterior al invierno?
—¿Antes del invierno? ¿Después del invierno?. . .
¿V erano?. . . ¡O algo! No, no puedo.
— ¿Antes de la primavera?
— Ahora es primavera. . . y . . . y antes . . . ya lo
olvidé, no puedo recordar.
¿Qué significaban esos desesperados e inútiles
intentos de recordar?
Su respuesta a la naturaleza era tan aguda como
siempre. Gozaba con la serenidad y la calma del am­

35
biente, escuchaba con atención los cantos de las aves,
y percibía la inmovilidad de la superficie del lago en
un día tranquilo. Tenía enormes deseos de responder,
de hacer todo lo que se le pedía. Los fracasos solo
conseguían renovar su sentimiento de pérdida.
No encontraba dificultades para enumerar los
meses del año. ¿Por qué, entonces, no podía decirme
qué mes venía antes de setiembre, o indicar la mano
derecha y la izquierda? ¿Por qué no podía sumar dos
números sencillos, reconocer letras, escribir, recordar
palabras comunes o describir un cuadro? En una pala­
bra, ¿qué tipo de lesión cerebral había perjudicado
estas facultades y sin embargo dejado intacta, no solo
su comprensión inmediata del mundo, sino su voluntad,
su deseo y sensibilidad ante la experiencia, que le
permitían evaluar todos y cada uno de sus fracasos?

EXTRACTO D i LA HISTORIA CLINICA


N9 3712

El subteniente Zasetskí, de veintitrés años, sufrió


una herida en la cabeza el 2 de marzo de 1943, que
penetró en 1§. zona parieto-occi pita! izquierda del crá­
neo. La herida fue seguida por un coma prolongado,
. y a pesar de un rápido tratamiento en un hospital de
campaña, fue objeto de complicaciones posteriores de
inflamación, que provocaron adherencias del cerebro a
las meninges y pronunciados cambios en los tejidos
adyacentes. La formación de tejido cicatricial alteró
las configuraciones de los ventrículos laterales al des­
plazar hacia arriba el ventrículo lateral izquierdo y
producir una atrofia incipiente del encéfalo en esta
zona.
De estos datos surgen algunas conclusiones alar­
mantes. La bala se había alojado en las regiones pa-

36
rieto-occipitaies posteriores del cerebro y destruido ei
tejido de esta zona, lesión complicada por la inflama­
ción posterior. Aunque se trataba de una herida local,
y no amplia, limitada solo a regiones del cerebro adya­
centes ai punto de lesión, había provocado un daño
irreversible en las regiones parieto-occipitales del he­
misferio izquierdo., y la formación de tejido cicatricial
produjo inevitablemente una atrofia parcial del encé­
falo, que con el tiempo debía extenderse aun más.
Un terrible destino aguarda a quien sufre de una
atrofia progresiva e irreversible de esta parte del cere­
bro. En este caso, ¿qué síntomas había producido y
amenazaba aun con crear? ¿En qué forma el tipo es­
pecial de lesión sufrida por este hombre explica todo el
síndrome que acabamos de describir?

BREVE RESUMEN DE ANATOM IA


DEL CEREBRO

Primera digresión

Supongamos que se ha extraído un cerebro de su


cráneo, y que se encuentra sobre una mesita de vidrio,
ante nosotros. Vemos una masa gris, cruzada por pro­
fundos surcos y circunvalaciones sobresalientes. Esta
masa está dividida en dos hemisferios, izquierdo y
derecho, unidos por un grueso ligamento calloso. En
la superficie esta sustancia —la corteza de los grandes
hemisferios— es de color gris parejo; aunque tiene
menos de cuatro a cinco milímetros de espesor, está
compuesta por una enorme cantidad de células nervio­
sas que constituyen la base material de todos los com­
plejos procesos psicológicos.
La corteza de los sectores exteriores de los hemis­
ferios es de origen más reciente que el de las partes

37
interiores. Debajo de esta delgada capa de la corteza se
encuentra la materia blanca, constituida por multitu­
des de fibras en estrecho contacto, que unen las partes
separadas de la corteza, conducen a ella los estímulos
que se originan en la periferia y los reorientan hacia
las reacciones periféricas que se desarrollan en la cor­
teza. En un plano aun más profundo se hallan otras
secciones de sustancia gris; estas forman los núcleos
subcortiéales del cerebro, los mecanismos más antiguos
y ocultos del cerebro, estaciones en las cuales terminan
los estímulos de la periferia y sufren su elaboración
inicial.
El cerebro parece ser uniforme y monótono, pero
es el producto más elevado de la evolución. Recibe,
elabora y conserva información, organiza programas
de conducta y regula su ejecución.
Hasta hace poco casi nada conocíamos acerca de
su estructura y organización funcional. Muy pocas
veces se encontraban conocimientos precisos en los
manuales, henchidos de vagas suposiciones y fantás­
ticas conjeturas, que hacían que los mapas del cerebro
resultasen muy poco más dignos de confianza que los
mapamundis trazados por los geólogos medievales.
Gracias a los trabajos de eruditos, tales como I.
M. Séchenov, I. P. Pávlov, Monakov, Goídstein y otros,
ahora conocemos mucho más acerca del cerebro huma­
no. Y aunque nuestras concepciones representan ape­
nas la etapa más elemental de una verdadera ciencia,
hemos recorrido un largo camino, desde las vagas su­
posiciones y las conjeturas no verificadas que caracte­
rizaban los conocimientos de generaciones anteriores.
Precisamente debido a esta información, podemos ana­
lizar más de cerca los síntomas producidos por la
lesión de este paciente.
Resulta evidente que la impresión superficial que
se tiene del cerebro, como masa gris uniforme e indi­
ferenciada, se opone de manera diametral a la incon­
cebible complejidad y diferenciación que este órgano
posee en realidad. La sustancia gris está compuesta
por una extraordinaria cantidad de células nerviosas,
neuronas, las unidades fundamentales de la actividad
cerebral. Algunos hombres de ciencia calculan que
existen catorce mil millones de ellas; otros suponen
que el total es más elevado aun. Cosa más importante,
estas neuronas tienen esquema estricto de organiza­
ción: las zonas o “ bloques" difieren de manera radical
en sus funciones.
Dada la complejidad de los problemas que se estu­
dian, podemos simplificar un tanto si concentramos
nuestra atención en los componentes más importantes
del cerebro humano, los tres “ bloques” fundamentales
de este sorprendente aparato.

LOBULO
PARIETAL CUERPO
, rtn i„ ~ CALLOSO
j .^LOBULO 5 URCO
V C xO C C I PITAL
PARÍETO-
OCCIPITAL

LOBULO TALAMO
FRONTAL H [POTA LAMO
CISURA DE CANCHO
CEREBELO DEL HIPOCAMPO"
S IL V IO / PU EN TE^ n CEREBELO
LOBULO TEMPORAL■ M EDU LA''
FORMACION’ RETICULAR

Regiones del cerebro. En la parte superior izquierda se describe


la anatomía general del cerebro humano. Los otros dibujos identi­
fican tres grandes bloques del cerebro involucrados en la organiza­
ción de la conducta. El primer bloque (arriba, a la derecha), inclu­
ye el pedúnculo cerebral y la antigua corteza. Regula la vigilia y
las respuestas a los estímulos. El segundo bloque (abajo, a la
izquierda), desempeña un papel fundamental en el análisis, codifi­
cación y acumulación de informaciones. El tercero (abajo, derecha)
está relacionado con la formación de intenciones y programas.

39
La primera de estas formaciones podría denomi­
narse bloque “ energizador" o ‘'regulador del tono’*.
Está ubicado en la base del cerebro, en las secciones
superiores del pedúnculo cerebral, y en la formación
reticular que constituye el punto de partida para las
actividades vitales del cerebro.
Parte de este bloque, ubicado en las profundida­
des de estas masas de sustancia gris, es lo que los
antiguos llamaban el "montículo visual" (tálamo ópti­
co) , aunque en realidad su vinculación con los procesos
visuales es remota. Es una central preliminar para la
elaboración de impulsos que provienen de las funciones
metabólicas del organismo y de las excitaciones de los
órganos sensoriales.
Cuando estos impulsos son conducidos a su vez
a la corteza cerebral, le confieren su estado normal
de tonicidad y vigor. Si se interrumpe el aflujo de los
impulsos, la corteza pierde su tonicidad, la persona
cae en un estado de semisomnolencia, y luego se duer­
me. Este mecanismo "alimenta" al cerebro tal como
una fuente de energía proporciona la "alimentación”
de los dispositivos electrónicos. Como este bloque de
“ energía" había quedado intacto en el paciente, podía
mantenerse alerta y, en general, activo.
El segundo gran bloque del cerebro, ubicado en
las secciones posteriores de los granáes hemisferios,
cumple con una importantísima fuhción. Como preci­
samente una parte de este cerebro fue la destruida
por la lesión del hombre, debemos considerarla con
más detalle.
La función de este bloque no consiste en garanti­
zar el vigor de la corteza, sino más bien en actuar
para recibir, elaborar y conservar las informaciones
que la persona obtiene en el mundo exterior. El hom­
bre percibe millares de objetos, a la vez familiares
y desconocidos. Kecoge de su ambiente una intermi­
nable cantidad de señales, El reflejo que estos estí­
mulos producen en la retina del ojo se transmite por
fibras nerviosas muy delicadas a las regiones occipi­
tales de la corteza cerebral, el área visual de esta.
En este punto, la imagen visual se fragmenta en
millones de rasgos componentes, pues las células ner-
3 ¿-í; ■<.
viosas de la corteza de las regiones occipitales tienen
funciones altamente especializadas. Algunas distin­
guen entre las más delicadas graduaciones de color;
otras solo responden a líneas suaves, redondas o an­ cr-'5' ■'
gulares ; otras más, al movimiento de un punto peri­
férico al centro, y de un centro a la periferia. Esta/
sección, la “ corteza visual primaria” (ubicada en la\
parte posterior de la región occipital), es en verdad
un notable laboratorio que analiza imágenes del mun­ GaUr; v
do exterior en millones de partes integrantes. Tam­
bién ella había quedado intacta en este paciente. í&Lü
Al lado de esta zona hay otra sección de la región
occipital que los especialistas denominan “ corteza vi­
sual secundaria” . Toda su masa está compuesta por
minúsculas células nerviosas con breves prolongacio­ C»r¿ \
nes parecidas a estrellas (y por lo tanto llamadas y i soñ/
“ células estrelladas” ). Distribuidas en las capas supe­
riores de la corteza cerebral, combinan los estímulos
que les transmite la “ corteza visual primaria” en com­
pletos y complicados complejos: “ esquemas dinámi­ Con.-:- O,:.
cos” . Convierten los rasgos individuales de los objetos VillhL
percibidos en estructuras totales y múltiples.
Si se aplica una corriente eléctrica a la “ corteza
visual primaria” (cosa que puede hacerse durante
una operación del cerebro, y que es en absoluto indo­
lora), aparecen ante los ojos de la persona puntos
brillantes, círculos y manchas ígneas. Pero si se aplica ÓE i*.
la corriente a cualquier parte de la “ corteza visual
secundaria” , la persona ve dibujos complejos o, en
LO S ' ! a : i .
ocasiones, objetos completos: árboles que se balan­
cean, una ardilla que salta, un amigo que se acerca
y saluda con la mano. Se ha mostrado que el estímulo
de estas zonas (secundarias) de la corteza visual V:>■
tiene la capacidad de provocar recuerdos gráficos del
pasado, tales como imágenes de objetos. Esta parte
del cerebro funciona como dispositivo de elaboración
y almacenamiento de información, y somos deudores &vrr \j í T
de hombres de ciencia de distintos países (Forster,
de Alemania; Pótzl, de Austria; Penfield, de Cana­
dá), en lo que se refiere a este nuevo y fascinador
descubrimiento de la actividad cerebral.
Dada la complejidad de estas funciones, es fácil

Lf L-U -:E ;í M.
Y ! i .Y ó. SÍJY"y i o ¿ sé í
(;
k fi f c í- v í Y - e y; L ir
\;v é
imaginar las graves consecuencias que produce una
lesión en estas secciones de la corteza. Una lesión que
V, destruye la “ corteza visual primaria’* de un hemis­
ferio, o los agrupamientos de fibras nerviosas que
llevan hasta ella los estímulos visuales (dichas fibras
forman un delicado abanico en la materia cerebral, y
llevan la,adecuada denominación de “ radiación ópti­
ca” ), borra parte del campo visual. La destrucción de
la “ corteza visual primaria” o de las fibras del hemis­
ferio izquierdo provoca la pérdida de la mitad derecha
del campo visual, en tanto que un daño de esta misma
parte de la corteza en el hemisferio derecho afecta la
mitad izquierda del campo visual. Los médicos usan
un término molesto, torpe, para describirlo: “ hemia-
: i ■t nopsia” , pérdida de la mitad de campo de visión. Este
síntoma es una indicación segura de la parte de la
corteza que ha sido destruida.
Una lesión de la “ corteza visual secundaria” pro-
' - . ' duce un síndrome más singular aun. Si un casco de
: metralla o un fragmento de bomba hiere las seccio­
nes anteriores del área occipital (estas forman parte
. de la “ corteza visual secundaria” ), la persona sigue
viendo los objetos con tanta claridad como antes.
Pero ya no funcionan las pequeñas “ células estrella-
j 5 das” ; y estas son las que sintetizan las características
individuales de los objetos percibidos, y los convier­
ten en unidades completas. Por lo tanto, la visión de
la persona sufre un cambio desconcertante: todavía
distingue partes individuales de los objetos, pero ya
no puede sintetizarlas en imágenes completas. Y como
T A ¡ - un erudito que trata de descifrarla na escritura cu-
, ~; neiforme asiría, solo puede conjeturar el total a par-
¡ tir de estas partes separadas. ~ — 7
Supongamos que a dicha persona se le pide que
contemple un dibujo de un par de anteojos. ¿Qué ve?
Un círculo, luego otro, luego una barra de unión y por
último dos accesorios parecidos a bastones. Supone
que debe de ser una bicicleta. Un paciente de esos no
puede percibir objetos, aunque consiga distinguir sus
características individuales. Sufre de una compleja
perturbación para la cual los médicos utilizan un tér-
.. mino greco-latino combinado: “ agnosia óptica” (in-

42
capacidad para reconocer el significado de los estímu­
los visuales).
/ Pero el conocimiento resulta afectado por otros Gz>U0.CW':
7 factores aparte de los descritos. En fin de cuentas,
no percibimos sencillamente objetos aislados, sino si­
tuaciones totales; además observamos las complejas P¿Tu oim
relaciones y correspondencia entre objetos, su ubica­
ción en el espacio (el cuaderno está del lado derecho
T'&TWJÍs
de la mesa, el tintero a la izquierda; para entrar en
la habitación hay que doblar primero a la izquierda
en el corredor, luego a la derecha, etc.). Como los
objetos se encuentran dispuestos en un sistema total
de coordenadas espaciales, podemos percibir en el
acto dónde están ubicados.
La capacidad para captar situaciones, o para
aquilatar' relaciones espaciales, implica algo mucho
más complejo que la percepción de figuras u objetos.
No solo nuestros ojos, sino también nuestra experien­
cia motriz desemptñi un papel en ello (se puede tomar
un cuaderno con la mano derecha, tender la izquierda &XYYsX.t"
hacia el tintero, etc.). Nuestra capacidad para ubicar iC-<rX;r.z
í
objetos en el espacio recibe además la ayuda de un ,,
órgano especial de la porción interior de los oídos: un '■m pap-í..;
mecanismo “ vestibular” que conserva el sentido del
/¿.i
equilibrio, tan esencial para percibir el espacio tridi­
mensional. iTambién los movimientos de los ojos tienen ¿'i-'
estrecha relación con esta función, pues ayudan a me­
Mín*--.. v -r
dir la distancia de un objeto a otro, con una sola mi­
í'í; :-!
rada, y determinar sus relaciones entre sí. El funcio­
namiento organizado, combinado, de todos estos siste­
mas es necesario para asegurar que impresiones dis­
tintas y consecutivas resulten recodificadas en un
marco de referencia completo e instantáneo,
/ Es claro que otros y más complejos sectores de ■i f- v' aV-:
la corteza cerebral afectan nuestra captación simultá­
nea de las relaciones espaciales. Estos sectores son
adyacentes a las áreas occipital, parietal y temporal, y
constituyen uno de los mecanismos de la parte cognos­
citiva “ terciaria” de la corteza (en este punto se la
í
podría denominar parte Agnóstica” ). Su función con­
siste en combinar las secciones visual (occipital), tác-
■tu.
r^ - til-motriz (parietal), y auditiva-vestibular (temporal)
■r p .f
TW r:>v ;; ' §
43
X 0 v i;' ;■C
oh UXo
r íP-j
del cerebro. Estas secciones son las formaciones más
complejas del segundo bloque del cerebro humano. En
el proceso de evolución, fueron la última porción del
cerebro que se desarrolló, y solo en el hombre adqui­
rieron algún vigor. Ni siquiera se encuentran desarro­
lladas en su plenitud en el niño, sino que maduran
poco a poco y adquieren eficacia en las edades que van
de los cuatro a los siete años. Son vulnerables en alto
grado, y la menor mutilación quebranta sus funciones.
Como están compuestas por células “ asociativas” alta­
mente complejas, muchos especialistas las denominan
“ zonas de convergencia” de la parte visual, táctil-mo-
triz y auditiva-vestibular del cerebro.
Precisamente estos sectores “ terciarios” de la
corteza fueron los destruidos por el fragmento de bala i
alojado en el cerebro de este paciente. Por lo tanto
debemos considerar qué síntomas pueden producir los
daños inferidos a partes de este sector de la corteza
(ya sea por fragmentos de granada o de bala, o por
hemorragia e inflamación).
Es posible que la capacidad visual de la persona
se mantenga más o menos intacta. Pero si la bala pasa
a través de las fibras de la “ radiación óptica” y des­
truye partes de ella, surgen puntos ciegos y se desin­
tegra toda una porción (a veces una mitad) del campo
visual. La persona continuará percibiendo objetos dis­
cretos (ya que los sectores “ secundarios” de la corteza
visual se han mantenido intactos), tendrá sensaciones
táctiles y auditivas, y discernirá sonidos del habla.
Ello no obstante, ha resultado afectada una función
de suma importancia: no puede combinar inmediata­
mente sus impresiones en un todo coherente; su mun­
do queda fragmentado.
Tiene conciencia de su cuerpo y de sus brazos y
piernas, aunque no puede distinguir el brazo derecho
del izquierdo. Le es imposible diferenciarlos en forma
instantánea. Para hacerlo tiene que ubicar los brazos
en términos de todo un sistema de coordenadas espa­
ciales, a fin de distinguir la izquierda de la derecha.
; Digamos que empieza a hacer la cama: ¿ dehe disponer
la colcha a lo largo o a lo ancho? Si trata de ponerse
una bata, ¿cómo distinguirá la manga derecha de la
izquierda? ¿O cómo entenderá qué hora indican las
agujas'del reloj? Los números “ 3” y “ 9” son exacta­
mente paralelos, solo que uno está a la derecha y el
otro a la izquierda del reloj. ¿Pero cómo puede deter­
minar esa persona la “ derecha” y la “ izquierda” ? En
una palabra, todos los movimientos que efectúa resul­
tan complicados en grado sumo.
Además, lo que precede no agota la gama de pro­
blemas a que debe hacer frente en un mundo “ frag­
mentado” . Las regiones “ terciarias” de la corteza
parieto-occipito-temporal del hemisferio izquierdo tie­
nen complicadas vinculaciones eon una de las funciones
psicológicas más importantes, a saber: el lenguaje.
Hace, más de un siglo el anatomista francés Paul
Broca descubrió que una lesión de los sectores poste­
riores de la circunvalación frontal inferior del hemis­
ferio izquierdo provoca la desintegración de las “ imá­
genes motrices de las palabras” , con lo cual afecta la
capacidad de la persona para hablaiy Varios años más
tarde el psiquiatra alemán C. Wernicke reveló que (en (J i
las personas diestras) la lesión de los sectores poste­
riores de la región temporal superior del mismo he­ P-L
misferio perjudica la capacidad para distinguir y O'
entender los sonidos del habla. "
Una persona trabaja con la mano derecha, que cu
desempeña un papel dominante en su vida. Pero el he­
misferio opuesto, el izquierdo, es el que controla esta
mano y la facultad para el habla, una de las actividades
humanas más complejas. El lenguaje no es solo un
medio de comunicación, sino una parte crucial de todo
el proceso del conocimiento. Usamos palabras para
designar objetos y su ubicación en el espacio (derecha,
izquierda, atrás, delante de, etc.). Por medio de cons- ,
trucciones gramaticales expresamos relaciones e ideas. t
No importa cuán personal o abreviado sea el idioma,
es el eje del conocimiento: por medio de él designa­ Cro
mos números, efectuamos cálculos matemáticos, anali­
zamos nuestras percepciones, distinguimos lo esencial
de lo que no lo es, y formamos categorías de impresio­
nes diferentes.
Además de ser un medio de comunicación, el len­
guaje es fundamental para la percepción y la memoria,
COKy
45
v¡ ■ís :■>■■..... f f . ,
■■■ ■'i á; j..';'. i. ¡r.
el pensamiento y la conducta. Organiza nuestra vida
interior.
¿Es de extrañar, entonces, que la destrucción de
los sectores “ terciarios” de la corteza del hemisferio
izquierdo produzca consecuencias más graves aun de
las que acabamos de describir? Una persona con una
lesión semejante encuentra fragmentado su mundo
interior; no puede pensar en determinada palabra que
necesita para expresar una idea; le resultan increíble-
. mente difíciles las relaciones gramaticales complejas;
: a i ge olvida de cómo se hace para sumar y no sabe usar
. . . Jos conocimientos que aprendió en la escuela. Los que
poseía quedan quebrados en fragmentos de informa-
r ción discretos y no relacionados entre si. En la super­
ficie, su vida puede parecer la de siempre, pero ha
¿l cambiado en forma radical. Debido a una lesión de
una pequeña parte de su cerebro, su mundo se ha
convertido en una interminable serie de laberintos.
; Se podría pensar que aunque solo quedase des-
; truida una porción de este importante bloque, toda la
vida del hombre resultaría devastada por completo.
Quedaría privado de lo que es singularmente humano,
Ví convertido en un inválido inútil, carente de un presen­
te o de posibilidad alguna de un futuro. Pero existe
■ un tercer bloque importante del cerebro que aún no
hemos analizado y que este paciente conservaba in­
tacto.
Este bloque está ubicado en los sectores ante­
riores del cerebro, y abarca los lóbulos frontales. No
it afecta la tonicidad de la corteza; tampoco recibe,
elabora o almacena información del mundo físico.
Está vinculado al mundo nada más que por mecanis­
mos del segundo bloque, y puede funcionar con efi­
cacia solo si el primero ha mantenido la corteza lo
bastante alimentada y vigorosa. La función del tei’cer
bloque tiene una importancia decisiva; es un pode­
roso aparato que permite formar y mantener inten­
ciones, planificar aeeiones y llevarlas a la práctica.
Como en otros trabajos hablé en detalle de este
bloque, aquí solo debo establecer un aspecto: a saber,
el de que una lesión de los sectores anteriores del ce­
rebro (incluidos los lóbulos frontales) produce un

46
síndrome en todo sentido distinto al que acabamos
de describir. Esta lesión no perjudica la capacidad
de la persona para aprender, percibir o recordar. Su
mundo se mantiene intacto, aunque su vida sea paté­
tica : le es en absoluto imposible elaborar intenciones
perdudables, planificar para el futuro o determinar
el rumbo de su conducta. Solo puede responder a se­
ñales que recibe desde afuera, pero es impotente para
convertirlas en un grupo de símbolos que orienten su
conducta. $£ como carece de posibilidades de evaluar
sus deficiencias, no puede corregirlas. Ni siquiera le
es posible concebir qué hará en el instante siguiente,
y mucho menos en la hora o el día próximos. Por lo
tanto, aunque su pasado permanece intacto, ha que­
dado despojado de posibilidades de un futuro, y pier­
de precisamente lo que hace que una persona sea un
ser humano.
En nuestro paciente, los mecanismos del tercer
bloque, la corteza frontal, habían quedado intactos,
y con ellos su capacidad para reconocer sus defectos
y desear superarlos. Tenía aguda conciencia de lo
que significa ser humano, y en la medida en que se lo
permitían sus fuerzas, trabajó afiebradamente para
superar sus problemas. Sufría con intensidad, y aun­
que su mundo había sido destruido, en el sentido más
profundo seguía siendo un hombre, luchaba para re­
conquistar lo perdido, para reconstruir su vida y
utilizar los poderes que alguna vez poseyó:

Resulta deprimente, insoportable, saber cuán desdi­


chada y patética era mi situación. Me había convertido
en un analfabeto, en un enfermo, no tenía memoria. De
modo que volví a tratar de revivir alguna esperanza de
recuperarme de esta terrible enfermedad. Empecé a fan­
tasear y a creer que me recuperaría de los dolores de
cabeza y vértigos, que recobraría la visión y el oído, que
recordaría todo lo que alguna vez aprendí.
Es claro que la gente no se daba cuenta de cuál era
mi verdadera situación, no tenía conciencia del enorme
esfuerzo que había necesitado para llegar hasta ese punto.
Aun así, quiero pensar que me es posible demostrar que
no soy un caso perdido, desesperado, y que solo necesito

47
volver a aprender a recordar y hablar, a poder usar el
tipo de mentalidad que tuve antes de ser herido (una
mentalidad medianamente tolerable). De vez en cuando
esta tremenda amnesia me deprime, pero sigo abrigando
la esperanza de que podré volver a reorganizar cierto tipo
de vida, de modo que no quiero que la gente piense que
no hay esperanzas para mí. Trato de realizar parte de
estos sueños y de hacer poco a poco lo que todavía me
es posible.
No he perdido las esperanzas de llegar a ser capaz
de efectuar algún tipo de trabajo y de ser de alguna uti­
lidad para mi país. Creo qu e. . .

PRIMEROS PASOS EN UN MUNDO


DESTROZADO

Recorramos sus recuerdos de los primeros días


y semanas, después de ser herido, primera parte de
su diario. ¿Qué nos dicen? ¿Cómo se desintegró su
mundo hasta tal punto que jamás consiguió reunir
los trozos y pedazos que quedaban?
Se encontró en un hospital, y vio a un grupo de
personas inclinadas sobre él. Poco después recordó
haber visto distintas personas que se le acercaban y
le preguntaban cómo se sentía. Y con estos primeros
contactos, su vida se volvió de pronto terriblemente
difícil. Examinemos algunos apartados de su diario,
que describen los problemas con que tropezó.

48
SU VISION
Algo sucedió, distinto de todo lo que hubiese ex­
perimentado hasta entonces. Al principio, nada podía
percibir; su mundo se había derrumbado en fragmen­
tos, que no constituían objetos o imágenes completos.
Ya no existía el lado derecho de lo que viese en un
momento cualquiera. Solo podía percibir un vacío
gris y uniforme. Como los objetos habían dejado de
parecer entidades completas, tuvo que esforzarse por
reunir los fragmentos y adivinar lo que significaban:

Desde que me hirieron no pude ver un solo objeto


como una totalidad. . . Ni una sola cosa. Aun ahora tengo
que llenar buena parte de lo que se refiere a los objetos,
los fenómenos o cualquier otra cosa viviente, a partir de
la imaginación. Es decir, debo imaginármelos y tratar de
recordarlos como totales y completos, . . después que con­
sigo mirarlos, tocarlos u obtener alguna imagen de ellos.
Ni siquiera puedo ver un pequeño tintero como un objeto
completo. Es cierto que hay algunas cosas en las cuales
puedo pensar como las recuerdo de antes, pero olvidé qué
aspecto tienen la mayoría de los objetos, los fenómenos
o las cosas vivas, y los veo o imagino en forma muy dife­
rente a lo que lo hacía antes de ser herido.
Ni siquiera ahora veo objetos, cosas o personas ente­
ras, como antes; solo parte de ellos. Cuando miro una cu­
chara, en la punta izquierda, me asombro. No entiendo
por qué solo veo la punta, y no la cuchara entera. La pri­
mera vez que sucedió esto, me pareció una porción singu­
lar del espacio, y a veces llegaba a asustarme cuando la
cuchara se perdía en el plato de sopa.

En este punto de su diario hizo un dibujo que


mostraba cómo había cambiado su visión. . . Cómo
era antes y después de su lesión. (Véase Figura 2.)
Lo que es más, los objetos que veía ya no pare­
cían estables. Parpadeaban de a ratos y se desplaza­
ban, y hacían que todo pareciese como en estado de
flujo permanente,

A través y más allá de los objetos que veo hay una

49
cantidad interminable — miríadas— de minúsculos y mó­
viles enjambres de puntitos luminosos que me dificultan
la visión de los objetos mismos. Debido a estos enjambres,
no puedo ver con claridad la primera letra de una palabra.
No me llega con claridad, sino qué parece haber sido
arrancada, corroída en los bordes, y lo que queda son
puntos dispersos, bordes rasgados o hilos que parpadean
como un enjambre. Ahora lo veo con mis propios o jo s . . .
cuando miro por la ventana tengo un muy pequeño campo
de visión, pero en él y alrededor de él veo ese enjambre
que revolotea de un lado al otro.

En ocasiones este problema se complicó debido


)■/■■■r a alucinaciones, pues el tejido cicatricial que se había
desarrollado en la zona lesionada de su cerebro esti­
mulaba las células nerviosas que conservan los re­
cuerdos visuales. Ello creó una nueva causa de sufri­
mientos, la angustia de un hombre que encuentra
que no solo su mundo se ha desintegrado, sino que
además su visión ha quedado perjudicada.

Recuerdo que hubo dos días y sus correspondientes


noches en que no me atrevía a cerrar los ojos. Me parecía
tener alucinaciones. En cuanto cerraba los ojos, veía algo
horrible, algo fantástico. . . Un rostro humano, pero con
orejas enormes, en apariencia, y ojos igualmente singula­
res. O bien veía rostros, objetos y habitaciones de dis­
tintos tipos. De modo que abría los ojos lo antes posible.

Le resultaba difícil vivir en un mundo en que


la mitad de las cosas parecían haber desaparecido,
de modo que tuvo que reorientarse por completo.

En una ocasión, al salir de mi habitación y caminar


por el corredor, en cuanto di unos pasos tropecé de repen­
te con el hombro y el lado derecho de la frente contra
la pared, y me produje un gran chichón en la frente.
Me puse furioso. Sencillamente, no podía entender por
qué había tropezado contra la pared. Habría debido ver-
la, Entonces miré por casualidad hacia abajo — hacia el
piso y mis pies— , y me estremecí. No podía ver el costado

50
derecho de mi cuerpo. Mis manos y pies habían desapa­
recido. ¿Qué podía haberles sucedido?

(Aun meses y años después estos defectos no


habían mejorado; su visión seguía tan fragmentada
como antes.)

Figura 2
(A rrib a ): Visión antes de la lesión. (A b a jo ): Visión después de
la lesión.

51
Trató de entender qué le había ocurrido, y em­
pezó a describir cada uno de sus defectos, a expe­
rimentar con su tan deformada visión:

Desde que me hirieron no pude ver nada con el lado


derecho de ninguno de ios dos ojos, Pero como mis ojos
parecen tan normales como los de otras personas, nadie
puede adivinar, con solo mirarme, si veo o no, Pero ello
significa que si enfoco la mirada en un punto con cual­
quiera de los dos ojos, todo lo que se encuentra a la dere­
cha de una línea vertical de ese punto queda borrado.
Puedo ver lo que está a la izquierda, pero muchas cosas
no resultan visibles, es decir, que en mi visión hay varios
espacios en blanco, Cuando empiezo a leer una palabra,
inclusive una como vértigo [en ruso: golovokruzhénie],
y miro la letra “ k” , el punto superior derecho, solo veo
las letras de la izquierda ( “ v-o” ). Nada puedo ver a la
derecha de la letra *‘k” , o en torno de ella. A la izquierda
veo las letras “ v” y “ o”, pero nada que esté más hacia
ese lado. Si alguien trazara las letras más a la izquierda
con un lápiz, vería dónde comienzan los movimientos del
lápiz, pero no las letras. Esto significa que no solo no
puedo ver nada con la porción derecha de los dos ojos,
sino que tampoco veo algunas partes dé los objetos que me
rodean, del lado izquierdo. : ... ......— -----------— —

SU CUERPO

A pesar de lo gravemente afectada que se encon­


traba, la visión fragmentada era apenas una pequeña
parte de los problemas que tenía ante si. Si solo hu­
biese resultado perjudicada su visión, las cosas no
habrían sido tan graves, pero también había cambia-

52
do su sensación de su propio cuerpo, y con él sus reac­
ciones :

A menudo caigo en una especie de estupor y no en- ../y


tiendo lo que ocurre a mi alrededor. No tengo sensación
de objetos. En un momento estoy ahí, pensando en algo,
y ai instante siguiente caigo en un estado de olvido. Pero
de pronto vuelvo en mí, miro a mi derecha y me horro­
riza descubrir que la mitad de mi cuerpo ha desaparecido.
Me siento aterrado; trato de descubrir qué ha sucedido
con mi brazo y pierna derechos, con todo el costado dere­
cho de mi cuerpo. Muevo los dedos de la mano izquierda,
los siento, pero no puedo ver los de la derecha, y en cier­
to modo ni siquiera tengo conciencia de que existan. Me
siento inquieto. Sé que hay algo que debería recordar. . .
que de repente “ pierdo” el lado derecho de mi cuerpo por­
que siempre olvido que no sé ver a mi derecha. Pero no
me acostumbro a la idea, de modo que es frecuente que
me asuste cuando desaparece una parte de mi cuerpo.

No solo “ perdía” el costado derecho de su cuer-


po (una lesión de la zona parietal del hemisferio iz- í ^
quierdo produce inevitablemente este síntoma) ; a ve-
ces le parecía que algunas partes de su cuerpo habían
cambiado, que tenía la cabeza exageradamente gran­
de, el torso muy pequeño y las piernas desplazadas.
Le parecía que además de la desintegración de los >
objetos que percibía, algunas porciones de su cuerpo &
habían sufrido cierta forma de fragmentación:

A veces, cuando estoy sentado, siento de repente que


la cabeza tiene el tamaño de una mesa — así de grande— ,
en tanto que mis manos, pies y/torso se vuelven muy
pequeños. Cuando recuerdo esto, se me ocurre que es cómi­
co, pero al mismo tiempo fantástico. Estas son las clases
de cosas que denomino “ peculiaridades corporales” . Cuan­
do cierro los ojos, ni siquiera estoy seguro de dónde se
encuentra mi pierna derecha; por no sé qué razón, solía
pensar (e inclusive percibir), que se encontraba en algún
punto, por encima del hombro, y aun sobre mi cabeza. Y
nunca pude reconocer o entender esa pierna (la parte que
va del pie hasta la rodilla). íc-VMa
o ,¡;
í '-‘i-.¡.ir* •
53 j> ;tr-y

5,-i Í-Í-.
Otra cosa molesta que ocurre (es un problema menor,
y tengo cierto dominio sobre él), es la de que a veces,
cuando me encuentro sentado en una silla, de pronto me
vuelvo muy alto, pero el torso se me acorta al máximo
y la cabeza se vuelve muy, muy pequeña. . . no mayor que
la de una gallina. Ni siquiera aunque lo intentasen podrían
imaginar cómo es e so. . . Solo se puede entender cuando
“ le ocurre” a uno.

A menudo no podía ubicar sectores de su propio


cuerpo. Se habían derrumbado en trozos y fragmen­
tos, y no podía percibir en el momento dónde estaban
su mano, el píe y la nuca, sino que debía buscarlos
. durante mucho tiempo y con esfuerzo. En su vida
. anterior, cuando las partes de su cuerpo se encon-
£ .n , traban intactas, le habría resultado impensable temer
que “ buscarlas” .

Es frecuente que inclusive olvide dónde están mi an­


tebrazo o nalgas, y tengo que pensar a qué se refieren
estas dos palabras. Sé lo que significa la palabra hombro,
y que el término antebrazo tiene estrecha relación con
ella [en ruso: pliechó y predpUéche]. Pero siempre olvi­
do dónde está ubicado mi antebrazo. ¿Lo tengo cerca del
cuello o de las manos? Lo mismo ocurre con la palabra
nalgas. También olvido dónde están, y me siento confun­
dido. ¿Se encuentran en los músculos de mi pierna, sobre
las rodillas? ¿En mis músculos pelvianos? Otro tanto su­
cede con muchas otras partes de mi cuerpo. Lo que es
más, sigo sin recordar las palabras que las nombran.
Digamos que un médico me pide que le muestre dón­
de tengo la espalda. Es extraño, pero no puedo hacerlo.
Ahora ya sé que la palabra espalda se refiere a mi cuerpo,
pero debido a mi herida de la cabeza no puedo recordar,
he olvidado dónde está esa parte. También olvidé muchas
otras palabras que describen porciones de mi cuerpo.
Lo mismo ocurre cuando el médico me pide que me
señale los ojos. Necesito mucho tiempo para recordar qué
quiere decir la palabra “ ojo” . Al final lo hago, pero enton­
ces tengo el mismo problema con el vocablo nariz. Des­
pués que el médico ha repasado varias veces esto conihi-
go, me pide que los señale con rapidez, uno después del

54
otro. Pero esto solo consigue confundirme, y ya no re­
cuerdo las palabras nariz, oído y ojo, aunque me ha edu­
cado para usarlas una y otra vez. Ni siquiera las palabras
que llegué a conocer acuden con rapidez a mi mente. Q
Cuando el médico" meNííceT."j'Hímosiria^cíNtm-a!” ,
me quedo allí, preguntándome qué significa eso, O si me
dice: “ Manos a los costados. . . los costados. . . manos a
los costados . . . ” ¿Qué significa eso?

A veces esta confusión producía consecuencias


muy particulares: no solo perdía el sentido de su pro­
pio cuerpo, sino que además olvidaba cómo funciona­
ba. El que sigue, uno de los primeros recuerdos,
data de las semanas inmediatamente posteriores al
momento en que fue herido, cuando se encontraba en
un hospital, cerca de Moscú. Es un síntoma bastante
atípico.
Durante la noche desperté de pronto y sentí una es­
pecie de presión en el estómago. Algo se agitaba en él,
pero no se trataba de que tuviese necesidad de orinar. . .
sino algo distinto. ¿Pero qué? No podía entenderlo. Entre
tanto, la presión en el estómago crecía por momentos. De
pronto me di cuenta de que debía ir al baño, pero no sabía
cómo hacerlo. Sabía qué órgano eliminaba la orina, pero
esta presión se ejercía sobre un orificio distinto, solo que
había olvidado para qué era,

Y esta no fue la única experiencia singular que


tuvo. Muy pronto descubrió que debía volver a apren­
der lo que otrora había sido tan común: llamar a al­
guien con la mano o saludarlo con ella.

Me encontraba en cama y necesitaba a la enfermera.


¿Cómo haría para que viniese? De pronto recordé que
se puede llamar a alguien, y por lo tanto traté de llamar­
la . . . es decir, mover la mano izquierda con ligereza, hacia
atrás y hacia adelante. Pero ella siguió de largo y no
prestó atención a mis ademanes. Entonces me di cuenta
de que me había olvidado por completo cómo se hacía
para llamar a alguien. En apariencia, había olvidado
cómo mover las manos de modo que se pudiese entender
lo que quería decir.

55
ESPACIO
Se adaptó con sencillez a estas “ singularidades
corporales” , y solo lo molestaron más tarde, cuando
comenzó a sufrir ataques. Pero otras perturbaciones
(“ peculiaridades espaciales” ), como las llamaba, per­
sistieron. Por ejemplo, cuando un médico deseaba es­
trecharle la mano, no sabía cuál de ellas extender. Si
trataba de sentarse en una silla, a menudo resultaba
■ que se había sentado más a la izquierda de lo que
, esperaba. No tenía mejor suerte con los cubiertos: le
era imposible tomar carne con el tenedor o sostener
la cuchara como correspondía, sino que la inclinaba
tm 'iii'i-iU hacia un costado y derramaba la sopa. Estos proble­
mas comenzaron muy temprano, cuando aún estaba
en el hospital, y continuaron durante varios años.

Cuando el médico supo cuál era mi primer nombre,


siempre me llamaba con él, y trataba de darme la mano
cuando se acercaba. Pero yo no podía estrechársela. Él lo
intentaba por segunda vez, pero sucedía que olvidaba
que tenía una mano derecha, puesto que no la veía. De
pronto la recordaba y trataba de volver a darle la mano,
pero solo lograba tocarle los dedos. Me soltaba la mano y
hacía un nuevo intento. Pero yo seguía sin conseguirlo;
de modo que me tomaba la mano y me mostraba cómo
debía hacerlo.
Desde que fui herido tuve problemas, en ocasiones, al
sentarme en una silla o sillón. Primero miraba para ver
dónde estaba la silla, pero cuando intentaba sentarme la
tomaba de repente, pues temía aterrizar en el suelo. A
veces esto ocurre, porque la silla resulta estar mucho más
al costado de lo que me parecía.

Estas “ singularidades espaciales” resu lta b a n


,4 $; particularmente molestas cuando se encontraba sen­
tado ante una mesa. Trataba de escribir y no podía
dominar el lápiz, pues no sabía cómo sostenerlo. Ha-
di bía encontrado problemas similares en los talleres del
hospital, cuando cóncurría a las ocupaciones terapéu-
; ticas, en la esperanza de que se le diese alguna tarea
/ ; para convencerse de que podía ser útil, capaz de des-
i ti iy tí: \

56
empeñar aigün trabajo. También allí tropezaba con
las mismas dificultades:

Mi instructor me dio una aguja, un ovillo de hilo, al­


gún material con un dibujo, y me pidió que tratase de
pespuntear el dibujo. Luego fue a ocuparse de otros pa­
cientes, personas a las que habían amputado los brazos
o las piernas después de resultar heridas, o que tenían
la mitad del cuerpo paralizado. Entre tanto, yo me que­
daba sentado ahí, con la aguja, el hilo y la tela en las
manos, preguntando por qué me los habían dado. Perma­
necía sentado durante largo rato y nada hacía. De pronto
el instructor se acercaba y me preguntaba: 1¿ Por qué está
sentado ahí?. ¡Adelante, enhebre la aguja!” Yo tomaba el
hilo en una mano, la aguja en la otra, pero no entendía
qué debía hacer con ellos. ¿Cómo enhebraría la aguja? La
movía de un lado al otro, pero no tenía la menor idea de
qué hacer con esas cosas.
La primera vez que vi esos objetos, aunque sin to­
marlos todavía, me parecieron muy familiares. . . No ha­
bía motivos para pensar en ellos. Pero en cuanto los tuve
en las manos no pude entender para qué servían. Caí en
una especie de letargo, y no me fue posible vincular esos
dos objetos en mis pensamientos. . . Era como si hubiese
olvidado para qué existían. Volvía la aguja y el hilo entre
las manos, y no podía entender cómo hacer para vincu­
larlos . . . cómo poner el hilo en la aguja.
Y entonces ocurrió otra cosa enojosa. Ya había apren­
dido para qué eran una aguja, el hilo, el dedal y la tela^
y tenía una vaga noción de la forma en que era precise
usarlos. Pero por más que me esforzaba no podía pensar
en los nombres de estos u otros objetos que la gente rae
señalaba. Permanecía sentado, pespunteando la tela con
la aguja, absolutamente incapaz de recordar cómo se lla­
maban las cosas que estaba usando.
La primera vez que entré en el taller y vi a la gente-
trabajando, advertí varias cosas — un banco de trabajo,,
una tabla, una garlopa— , y pensé que reconocía esos obje­
tos y sabía cómo se llamaban. Pero cuando me dieron una.
garlopa y un trozo de madera, los manosee durante un
rato antes de que alguno de los otros pacientes me mostra­
ra cómo usar esas y otras herramientas. Empecé a lijar

57
un poco de madera, pero nunca aprendí a hacerlo bien,
jamás terminé de lijarla. Cada vez que lo intentaba, la
superficie se ladeaba y se torcía, o tenía huecos y bultos.
Y lo que es más, me cansaba con suma rapidez. Mientras
lijaba la madera u observaba algunas de las otras herra­
mientas de la carpintería (un trozo de madera o un banco
de trabajo), ocurría lo mismo: no podía recordar para
qué se usaba nada de eso.
Cuando fui a un taller para aprender a hacer zapa­
tos, el instructor me lo explicó todo con gran detalle, pues
estaba convencido de que yo era muy obtuso y tenía una
gran confusión, y no sabía nada de lo concerniente a la
confección de zapatos. Me mostró cómo sostener un marti­
llo, clavar clavos y sacarlos, pero solo aprendí a clavar
clavos de madera en una tabla y volver a extraerlos. Y
aun eso resultaba difícil, pues no veía dónde debía clavar
supuestamente los clavos, no Ies daba en la cabeza y me
golpeaba los dedos hasta hacérmelos sangrar, y lo hacía
con suma lentitud. De modo que lo único que me dejaron
hacer fue clavar clavos en una tabla.

Estos problemas persistieron, inclusive cuando


volvió a su hogar y quiso ayudar a su madre con
■ri.‘ algunas tareas sencillas en la casa. Si ella le pedía
que cortara leña, arreglara la cerca o fuese a buscar
leche a la despensa, descubría que no sabía cómo
hacerlo. En cada ocasión se encontraba ante un calle­
jón sin salida, y ello engendraba más causas de an­
gustia.

Tomaba un trozo de leña, lo colocaba en su lugar,


recogía el hacha, la blandía y erraba, de modo que el hacha
golpeaba contra el piso. Desde que quedé herido tenía ten­
dencia a golpear el piso cuando manejaba un hacha, o
bien la clavo en la madera, que rebota, rueda y me golpea
en la mano o el pie, dejándome lleno de moretones; muy
pocas veces consigo dar en el centro del leño, y por lo
general lo golpeo un tanto a la dereeha o a la izquierda,
como si algún misterioso poder desviara mi golpe hacia
un costado. Por eso tengo tantas dificultades para cor­
tar leña.

58
f,, Una vez mi hermana me pidió que asegurase la puer-
ta dei granero que colgaba de un clavo. Quise hacerlo,
pero me pasé un largo rato rondando en torno del grane­
ro, tratando de averiguar qué necesitaba hacer, dónde en­
contraría las herramientas para arreglar la puerta. No
pude recordarlo, aunque estaban allí mismo, en el gra­
nero. Desde que rae hirieron, tuve miedo de extender la r, M;
mano y tocar c o sa s... Cualquier cosa que me rodeara.
Esa fue la sensación que experimenté cuando me encon- ív
traba en el granero, pero también se apodera de mí cuan­
do estoy en mi habitación. No sé ni entiendo dónde están las H>- d & ne
cosas. No sé por qué, en realidad no puedo examinar
las cosas y descubrir para qué sirven. Cuando mis herma­
nas se dieron cuenta de que no podía encontrar lo que : t
necesitaba en el granero, me llevaron los clavos y el mar­
tillo. Los tomé, y me quedé allí, preguntándome cómo 4 Wv vuv
haría para arreglar la puerta. Después de pensarlo un
rato, tomé el martillo. Pero no lo sostenía correctamente: d
io blandí de modo que el clavo se dobló al introducirlo, ■ ->u
y me lastimé el dedo. El clavo ya estaba torcido y doblado. „ ,ó,
Traté de decidir cómo arreglarlo, pero no encontré forma 1 ; " ::Í,U V’
de enderezarlo. En ese punto mi madre se encolerizó con­
migo, tomó el martillo y arregló ella misma la puerta.
Cuando traté de traer un poco de agua, llené el balde
y regresé, pero de pronto caí de espaldas en un suelo per­
fectamente liso. Tuve suerte de no golpearme la cabeza. . .
Aterricé de espaldas, y solo abollé el balde.
A menudo embisto con el borde derecho de los baldes
contra una cerca o pared, o lo vuelco, si el suelo es des­
parejo, Cuando regreso con los baldes de agua, me siento
muy bien, pero pronto me fatigo y me pongo nervioso. Me
tiemblan las manos y los pies, y me vuelvo irritable y mo­
lesto, aunque nunca tengo que acarrear el agua más de
cien metros, pues vivo cerca de un pozo.

El problema de hacer frente a un mundo que pa­


recía haberse desintegrado, y a un cuerpo que se ne­
gaba a funcionar como correspondía, no solo lo aco­
saba cuando trataba de trabajar, sino que afectaba
todos los hechos de su vida cotidiana, inclusive algo
tan sencillo como hacer ejercicios o jugar un juego.
Frente a obstáculos que se presentaban a cada instan-

59
te, las actividades más sencillas y corrientes se vol­
vían penosamente difíciles.

De pie en el centro de la habitación, trataba de efec­


tuar ejercicios. Antes de ser herido, conocía cuatro tipos
distintos de ejercicios que había aprendido a hacer, al
compás de la música, de niño, en el Campamento de Jóve­
nes Pioneros. Pero no sé por qué motivo, ahora no los
recuerdo; he olvidado los cuatro. De modo que intento dis­
tintos tipos de movimientos, como levantar y bajar los
brazos, sentarme e incorporarme. Pero no me divierto
con ellos. Me canso muy pronto y pierdo todo interés por
los ejercicios.
Cuando trato de jugar a los bolos, nunca consigo vol­
tearlos. En verdad, he olvidado toda clase de juegos. No
veo bien, ni pienso con rapidez. Si trato de arrojar un
palo, yerro, pues mi puntería por lo general es muy mala.
Lo mismo ocurre con otros juegos que por fin descubro
cómo jugar.

¿Cuál era la raíz de los problemas que describe


aquí? ¿Por qué no podía controlar su puntería cuando
cortaba leña, sostener una cuchara como correspon­
día o encontrar cosas en su habitación, en lugar de
vagar en su derredor, impotente, tanteando con el
pensamiento cada uno de los objetos, como si fuese
un hombre con los ojos vendados que buscara su ca­
mino a través del espacio? ¿Qué provocaba esas “ pe­
culiaridades espaciales” a las que se refería con tan­
ta frecuencia?
El problema no consistía en que no viera un
objeto. Lo reconocía, sabía para qué era y cómo usai’-
lo. Pero otra cosa muy distinta sucedía cuando trata-
^ f ba de orientarse en el espacio, distinguir la derecha
'< de la izquierda o calcular la distancia y la relación
entre dos objetos.
Estas “ peculiaridades espaciales” se le hicieron
evidentes cuando todavía se encontraba en el hospi­
tal. Si salía de su habitación, no podía hallar el cami­
no de regreso, pues no sabía si doblar a la izquierda
o a la derecha en ese largo corredor del hospital. ¿Y
qué significaban para él ‘'derecha” o “ izquierda” ? En

60
una ocasión la diferencia había sido evidente, pero
desde eí momento en que resultó herido se derrum­
baron todas esas distinciones. Tenía que devanarse el
cerebro para la solución de cosas muy sencillas, como
si se tratara de complejos problemas algebraicos para
los cuales hacen falta métodos probados y compro­
bados. Como estos métodos no le resultaban todavía
claros, escribía en repetidas ocasiones, en su diario,
acerca de sus problemas. Los siguientes extractos se
refieren a los períodos en que estuvo internado en
hospitales y sanatorios, - ..— .. ■ -... ..

Cuando salí del cuarto de baño olvidé hacia dónde


tenía que volverme para regresar a mi habitación. De
modo que comencé a caminar, arrastrándome. De pronto
me golpeé el costado izquierdo contra la puerta. . . Algo
-que nunca me había ocurrido antes. Ello me sorprendió.
Quizá se debiera a que había olvidado el camino de regre­
so y me sentía confundido. Traté de adivinar dónde esta­
ba mi habitación, miré en torno, hacia todas partes, pero
no pude entender la disposición de las cosas y decidir en
qué dirección debía caminar.
Me volví al otro lado y caí, porque me confundí nue­
vamente y no supe hacia dónde caminar. De pronto se me
ocurrieron las palabras derecha, izquierda, atrás, adelan­
te, arriba y abajo, pero ya no me servían de nada, pues
no entendía su significado. Un minuto después recordé
también las palabras sur, norte, este y oeste, Pero cuando
traté de entender qué relación había entre dos cualesquie­
ra de ellas, me sentí perdido. No sabía si norte y sur sig­
nificaban zonas que se encontraban una al lado de la otra,
o a la inversa. Inclusive olvidé qué dirección indicaban el
norte y el sur. Pero entonces alguien me llamó. Al prin­
cipio no tuve conciencia de que me hubieran llamado, pero
cuando la persona repitió mi nombre varias veces miré
en torno para ver quién era. AI cabo vi a un paciente que
se acercaba y me hacía señas con la mano.
Cuando salí a caminar, ocurrió lo mismo. Me olvidé
de dónde estaba nuestro edificio, qué dirección debía to­
mar para regresar. Miré el sol, pero no recordé dónde se
suponía que debía estar a esa hora del día: sí a la izquier­
da o a la derecha. Ya había olvidado cómo llegué a ese

61
lugar, y que dirección seguir para regresar, aunque solo
había recorrido una breve distancia desde el edificio. El
hospital estaba rodeado de enormes árboles perennes, un
poco más allá había un lago y después de eso. . . nada
más que un bosque denso. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo me
las arreglaría?

Lo mismo sucedió cuando fue a que una oculista


le examinara la vista:

La doctora me señaló la figura de un semicírculo y


me preguntó en qué dirección se encontraba vuelto. La
miré pero no respondí, pues no entendí la pregunta. Co­
menzó a mostrarse molesta: ¿ “ Por qué no contesta? ¿En
qué dirección señala el semicírculo, a la derecha o a la
izquierda ?” Al cabo, cuando entendí qué me preguntaba,
miré el semicírculo, pero no pude decidir, pues no sabía
qué significaba “ izquierda” o “ derecha” . Parece que des­
de que fui herido no entiendo esas expresiones.
Podía ver el anillo (el círculo con una porción de
menos). Era tan claro que no se lo podía dejar de ver.
Pero no entendí la pregunta de la doctora. Esta comen­
zaba a impacientarse conmigo, y repitió la pregunta. Yo
me quedé sentado, mirando la figura, sin poder contes­
tarle, pues no sabía qué significaban las palabras. Una
vez más, tuve que decirle que no sabía. Pero ella no me
creyó, pensó que fingía. Entonces tomó el puntero e indi­
có una figura más grande. Pero una vez más, no supe qué
decir. Es extraño, pero no entiendo cosas así de sencillas.

Estos problemas también se presentaron en sus


reacciones a los sonidos. Cuando alguien lo llamaba
en el corredor del hospital, no sabía de dónde llegaba
T;iy el sonido, pues se sentía tan desorientado en el plano
M,,;) auditivo como en el visual. Es evidente que su pro-
.. , blema nacía de algo más profundo y general que un
simple defecto visual.
Aunque ya había experimentado problemas de
orientación espacial en el hospital, le resultó muchí­
simo más difícil después que lo dieron de alta y lo
enviaron a su casa. Algunas de las páginas de su dia­
rio describen su viaje al hogar, desde el hospital. Una
enfermera lo acompañó hasta la estación del ferro­
carril, donde debía tomar el tren a Tula. Cuando lo
dejó, él se preguntó cómo se las arreglaría, a quién
recurriría en procura de ayuda.

En cuanto la enfermera me dejó en la estación, me


sentí muy inquieto y miré en torno para orientarme, deci­
dir a qué lado de la estación debía ir para tomar mi tren.
Me encontraba sentado en la estación ferroviaria de
Kursk, en una habitación especial para soldados heridos.
Nadie había sido destinado a acompañarme, y no sé si
alguien habría debido hacerlo, pues estaba en condiciones
de caminar y por lo menos podía hacerme entender. In­
clusive pensé que no tendría problemas en llegar solo a
casa, pues había viajado en tren muchas veces antes de
ser herido. Pero cuando vi que llegaban pasajeros y que
otros salían de la estación, mientras yo permanecía sen­
tado, me puse de pronto de pie y comencé a pasearme
nerviosamente, de un lado al otro, con la maleta en la
mano.
Experimentaba una gran confusión, no sabía adonde
ir, cómo subir a mi tren. Me sentía tan inquieto, que me
volví incoherente por completo. Se apoderó de mí una
extraña sensación de inquietud acerca de mi bienestar
personal. Nada de lo que me rodeaba tenía sentido alguno
en ese momento, me sentía absolutamente impotente. Al
cabo tuve la suficiente sensatez como para acercarme a
una mujer que llevaba un uniforme con una insignia fe­
rroviaria en la manga. Traté de decirle que debía tomar
un tren a Tula, pero balbuceé y no pude recordar las
pocas palabras que necesitaba; me mordí los labios, deses­
perado. Cuando ella advirtió mi incoherencia, me pregun­
tó si había sido herido. “ E n . . . e n . . . l a . . . cabeza” , fue
lo único que pude pronunciar. Cuando me entendió, no me
hizo más preguntas, sino que me llevó a otra mujer, quien
me mostró dónde debía tomar el tren a Tula.

Al cabo se acercaba a su pueblo natal, el lugar


en que había ido a la escuela, y que a lo largo de
los años no ocultaba para él ningún secreto en cada
una de sus calles. Pero también allí se encontró en
un mundo en todo sentido extraño y desconocido:

63
Bajé de! tren en Tula y tuve que trasbordar a otra
estación para tomar un trole, hacia el otro lado de la ciu­
dad. No sé por qué, no llegaba ningún trole, de modo que
decidí caminar. . . No es lejos, menos de dos o tres kiló­
metros desde la estación. Pero sucedió algo extraño. No
pude reconocer a Tula, ninguna de las cades, avenidas,
paradas de troles o caminos. Pero muy poco tiempo atrás,
antes de la guerra, había pasado tres años allí, en un ins­
tituto politécnico. Y de pronto parecía un lugar en todo
sentido distinto. ¿Cómo encontraría mi camino hasta la
otra estación? Me pareció ridículo, pero al mismo tiempo
enormemente deprimente.
¿Era posible que no reconociera ya la ciudad debido
a la herida? Es extraño, pero, maldito sea, así era. Traté
de recordar alguna de las calles de Tula que tan bien
conocía, pero ninguna de ellas acudió a mi mente. Por no
sé qué motivos, había olvidado todo. Seguí caminando,
tratando de recordar dónde estaba la estación Rfazhski,
Al final alguien me mostró cómo llegar allí. Me pareció
extraño haber olvidado el camino, pues Tula, en fin de
cuentas, no es una ciudad tan grande.
Sin embargo ya había olvidado el nombre de la esta­
ción a la cual quería llegar. Por suerte, a la enfermera se
le ocurrió darme una tira de papel con mi dirección y el
camino hasta nuestro sector de la ciudad. Dediqué una
gran cantidad de tiempo a esperar en la estación ferro­
viaria de Tula. Luego alguien me aconsejó que tomara
el tren que salía del empalme ferroviario. Pero resultó que
todavía tenía que hacer dos trasbordos más. Seguí pre­
guntando a distintas personas, porque temía pasarme de
mi parada.

A la postre, cuando descendió del tren, su casa


estaba a muy poca distancia. Y aunque había reco­
rrido miles de veces esas pocas cuadras, le parecieron
totalmente desconocidas. No reconocía el lugar, no
sabía a dónde ir:

Traté de adivinar por el sol qué direcciones eran el


norte, el sur, el este y el oeste, pero no pude. Inclusive
me resultó difícil entender dónde habría debido estar el
sol entonces, si a la derecha o a la izquierda. Confundí

64
eí este con eí oeste, y no pude recordar qué significaban
esas palabras. Cuando alguien pasaba a mi lado, le pre­
guntaba cómo llegar a Kazánovka. Pero la gente solo son­
reía y seguía de largo, pues el caserío estaba allí mis­
mo . . . Se lo podía ver a través de los setos. Todavía no
podía creerlo, y le pregunté a otra persona. “ Mírelo usted
mismo — dijo— , ¡está ahí!’’ Y por cierto que, cuando N ó s
miré en torno, reconocí las casas de Kazánovka. Es tan
extraño. Sencillamente, no sé orientarme para llegar a
un lugar, no tengo sensaciones espacíales. ¿

Al cabo volvió a Kazánovka (desde entonces re­


bautizada con el nombre de Kímovsk), el pequeño
caserío en que nació y creció, y donde conocía a todos.
Pero una vez más se sintió presa de esas “ peculia­
ridades espaciales” , todo parecía ajeno, desconocido.
¿Cómo sé orientaría para llegar a su pueblo natal,
cuando ya no lo reconocía?
Durante días y meses, después de volver, no pude
acostumbrarme a mi vecindario. Cuando me alejaba un
tanto de mi casa, no la reconocía. Todas las casas me
parecían iguales, y temía perderme.

Pasaron años, pero estas “ peculiaridades espa­


ciales” persistieron. Seguía sin poder orientarse en
ese pequeño caserío.

Hace ya casi dos años que vivo en casa, pero cuando


salgo a caminar todavía sigo sin recordar las calles, ni
siquiera la más cercana. Aunque el pueblo es tan pequeño,
que se puede caminar de un extremo al otro en una hora,
tiene una construcción irregular, la disposición arquitec­
tónica carece de sentido para mí. Por eso me atengo a
esas dos o tres cuadras, y siempre camino por las más
cercanas a la calle Párkova. Lo que es más, me canso muy
pronto y me olvido de todo. Además tengo miedo de que
esos accesos aparezcan de pronto, en especial los graves
ataques que me dejan tan enfermo, que me veo obligado
a guardar cama días enteros. De modo que por lo general
no me alejo de casa, pero todavía me resulta difícil recor­
dar los nombres de las calles y sendas cercanas por las
cuales camino todos los días. En cuanto a algunos de las

65
otras cuadras y sectores de Kímovsk, que son también tan
hermosos, no tiene sentido tratar de recordarlos, pues mi
lesión ha borrado tantas cosas, que no me es posible acor­
darme de ellos.

Sus problemas aumentaron unos años después,


cuando su familia se mudó a una casa de dos pisos,
de ubicación muy conveniente, no lejos de una encan­
tadora zona boscosa.

Durante los primeros días y semanas, después de


mudarnos a la nueva casa, no logré acostumbrarme a ella,
no conseguía orientarme. De modo que no abandoné la
casa durante ese tiempo. Para llegar al Club de Mineros
— que está solo a tres casas de distancia— , lo único que
hay que hacer es cruzar una cuadra muy corta (Octyabras-
kaia). Pero si llego allí, después no recuerdo cómo debo
volver. No solo olvido dénde está nuestro departamento,
sino inclusive el nombre de mi cuadra. Así se ha vuelto
de mala mi memoria desde que me hirieron. Siempre ten­
go que llevar encima un cuadernito con mi dirección y el
número del departamento, por si me pierdo.

Desde que su cerebro lesionado destrozó su mun­


do, le resultó difícil hacer lo que otrora había sido
tan sencillo: leer un mapa o analizar un dibujo me­
cánico. Como comandante de un pelotón, había tenido
abundante experiencia en lo referente a lectura de
mapas, y los dibujos mecánicos eran problemas de
rutina en el instituto politécnico. Pero ahora hasta
las tareas más sencillas lo encuentran impotente:

Hace poco mi familia compró una pequeña cocina de


querosene, con un horno. Venía con un librito de instruc­
ciones, incluidos diagramas que mostraban cómo funcio­
naba cada una de las partes. Me pasé varias semanas tra­
tando de entender la cocina, pero no encontraba sentido
en varias de las piezas, o en las que se hallaban ilustradas
en los diagramas. Necesité mucho tiempo para decidir
cómo insertar la mecha y encenderla. Estaba convencido
de que la cocina no funcionaba bien, de que era defec­
tuosa.

66
Cuando trato de analizar algo y debo concentrarme
durante mucho tiempo, el esfuerzo de encarar cosas que
no resultan claras me vuelve ansioso e inquieto. Como es
muy fácil que esto desencadene en un ataque, he dejado
de tratar de leer libros o de cargar mi cerebro con dema­
siadas ideas.

En resumen, el fragmento de bala que penetró


en su cerebro devastó su mundo hasta tal punto que
ya no tiene sentido alguno del espacio, no puede juz­
gar respecto de las relaciones entre las cosas y per­
cibe el mundo como quebrado en millares de partes
separadas. Como lo dice él mismo, el espacio “ no tie­
ne sentido” . Le teme, pues carece de estabilidad:

Después que me hirieron, no podía entender el espa­


cio, le tenía miedo. Aun ahora, cuando me encuentro sen­
tado junto a una mesa, con ciertos objetos en ella, temo
extender la mano y tocarlos.

LECTURA
El mundo ya no le parecía “ estable” , se había
desintegrado. Pero sus problemas no terminaban allí.
Como lo indican los extractos de su diario, aunque ha­
bía sido estudiante de cuarto año en un instituto poli­
técnico, ahora era un analfabeto. Sufrió esta repen­
tina revelación cuando se convirtió en un paciente
ambulatorio y pudo abandonar su habitación.

Salí al vestíbulo para buscar un cuarto de baño que


me habían dicho estaba al lado. Me acerqué al cuarto y
observé el letrero que se veía en la puerta. Pero por más
que lo miraba y examinaba las letras, nada podía leer.
Había impresas allí unas letras singulares, extranjeras. . .

67
Y más que nada me molestaba ei hecho de que no eran
rusas. Cuando pasó un paciente, le señalé ei letrero y le
pregunté qué decía. “ Es el cuarto de baño de hombres
— respondió— . ¿Qué te pasa, no sabes leer?”
Me quedé allí, como clavado en el lugar, incapaz de
entender por qué no me era posible leer el letrero. En fin de
cuentas podía ver, no estaba ciego. ¿Pero por qué estaba
escrito en un alfabeto extranjero? ¿Alguien me jugaba
una broma a mí, un enfermo?
Traté de volver a leerlo. . . y . . . ¡otra vez ocurrió lo
mismo! Me acerqué a otra puerta y contemplé el letrero.
Había escrito algo allí, pero tampoco en ruso. Miré el le­
trero y pensé: debe ser el cuarto de baño de mujeres, tiene
que serlo. Pero entonces volví al cartel de la primera puer­
ta, y me pareció tan extraño e incomprensible como antes.
Durante largo rato observé los dos letreros, que sin duda
designaban los cuartos de baño para hombres y mujeres,
como me habían dicho, ¿Pero cómo sabría cuál era cuál?

La conmoción de esta revelación resultó reforzada


cuando visitó a una oculista para que le examinaran
la vista.
La oculista me hizo sentar, encendió una lucecita y
me pidió que observara un cartel que contenía letras de
varios tamaños. Con un puntero, indicó una en el centro
del cartel. Vi allí una letra, pero no supe cuál era, y por
lo tanto no pude contestar. Nada dije, porque no sabía cuál'
era esa letra. La doctora se impacientó: “ ¿ Por qué no dice
dcmo/íH te nada?” , preguntó. Al cabo se me ocurrió decirle que no
conocía la letra. Irritada, pero en apariencia asombrada,
k i m dijo: “ ¿Es posible que alguien de su edad sea todavía
analfabeto?”
Cuando miro una letra, me parece desconocida y ex­

fí „
¿

5 á °
tranjera. Pero si esfuerzo la memoria y recito el alfabeto
en voz alta, puedo recordar decididamente de cuál se trata.
'* Le leyeron un periódico y gozó con la lectura,
pues volvió a ponerlo en contacto con la vida. Pero
cuando lo tomó para mirarlo, recibió una sacudida:

¿ Qué diablos era eso ? Las letras me parecían extran­


jeras, y pensé que probablemente no era un periódico ruso.

68
Pero cuantió miró e! nombre en la primera página, los tipos
irán grandes y me parecieron familiares. De modo que no
pude entender por qué no estaba impreso en ruso. Pensé
que quizá fuese un periódico de una de las repúblicas sovié­
ticas. Aun así, el comandante de la compañía nos lo leía
en ruso. Lo interrumpí y le pregunté: “ Este periódico. ..
¿cómo se llama? ¿ E s . . . es ruso?” Estuvo a punto de reír,
pero cuando advirtió las vendas que tenia en la cabeza res­
pondió: “ Por supuesto, es Pravda. Puedes ver, ¿no es cier­
to?, que está impreso en ruso” .
Volví a mirar la primera plana, pero no pude leer el
nombre del periódico, aunque vi que las letras eran enor­
mes y se parecían a la palabra Pravda. ¿Pero por qué no
me era posible leerlo? Para consolarme, pensé que debía
de estar dormido, y que todo eso lo soñaba. Por cierto que
no podía estar tan mal como para no poder leer. ¡Im­
posible !
De pronto me puse de pie, miré el periódico e inme­
diatamente vi una fotografía de Lenín, y me alborocé al
reconocer ese rostro familiar. Aun así, no podía leer las
letras, ni siquiera los tipos más grandes de la palabra
Pravda. . . Simplemente, era incapaz de reconocerla. Hay
algo muy extraño, pensé. En esa época, ni siquiera se me
ocurría la idea de que la herida en la cabeza me hubiese
convertido en un ignorante y analfabeto. ¿Era posible que
ya no pudiese leer en ruso. . . ni siquiera palabras como
Lenín y Pravda? Algo andaba mal. Era ridículo.

Se sintió perplejo, y durante mucho tiempo se


negó a creer que ya no podía leer.

¡Cuán terrible es no poder leer! Solo con la lectura


aprende una persona, y entiende cosas, empieza a'tener
algunas ideas acerca del mundo en que vive y de cosas de
las que antes no tuvo conciencia. Aprender a leer significa
poseer algún poder mágico, y de repente yo lo había per­
dido. Me sentí desdichado, enormemente abrumado.

Pero se negó a seguir incapacitado. Sencillamen­


te, tendría que comenzar por el principio y aprender
a leer. Le pareció extraño tener' que estudiar para
volver a leer, pero eso fue lo que hizo.

69
OTRA VEZ ESTUDIANTE
Se le asignó un maestro, y se le dio un libro de
lectura específicamente destinado a ayudar a pacien­
tes como él, con lesiones cerebrales, a recuperar su
capacidad para hablar y leer. Todo ello lo desconcertó,
pero estaba decidido a aprender.

Al día siguiente estaba sentado con humildad ante


una maestra. Me señaló el alfabeto ruso, mientras yo per­
manecía sentado ahí, mirándola, con esa sonrisa estúpida
en el rostro. Observaba una letra y no la reconocía. ¿Qué
haría con todo eso? Lo había aprendido hacía m u ch o...
No solo el ruso, sino el alemán y el inglés. Y de pronto no
podía leer una sola letra rusa, para no hablar de alfabetos
extranjeros. Imposible, pensé, tiene que ser un sueño. Es
preciso que lo sea. Y reapareció la estúpida sonrisa de
incredulidad, una expresión que duró muchos años. Pues
me sentía desgarrado por sentimientos contradictorios. De
pronto pensaba que no estaba soñando. Pero si eso sucedía
en realidad, tendría que avanzar con rapidez y aprender a
hablar, leer y escribir otra vez, si quería convertirme en la
persona que era antes de la guerra, antes de mi herida.

Sus lecciones fueron difíciles, porque debía em­


pezar desde cero.

Mi terapeuta, O. P., señalaba una letra y me pre­


guntaba qué era. Durante un momento la sonrisa tonta
casi desaparecía del rostro, pues debía concentrarme y
ofrecer una respuesta. En la tercera lección podía recordar
las letras “ m” y “ a” , aunque no recordaba en el acto la
Cuando trataba de acordarme de algo, mi mente pa­
recía en blanco, un vacío absoluto.

Progresó con suma lentitud. Cada paso exigía un


esfuerzo adicional, pues a cada rato debía descubrir
nuevas formas de encontrar sentido en las letras y de
esa manera recordarlas.

Vinculé la letra “ z” con mi apellido: Zasetski; las


letras “ zh” y “ sh” [en ruso: D-K y ..!J í] con los nombres

70
de mí hermana y mi hermano: Zhenia y Shura. Por su­
puesto, mi maestra aprobó esta forma de asociar letras con
nombres, pues se dio cuenta de que progresaba con mayor
rapidez. Pero había algunas letras que no me era posible
recordar, pues no encontraba palabras adecuadas para aso­
ciarlas con ellas. Se me ocurría una palabra, pero un mi­
nuto más tarde no me era posible acordarme de ella, aun­
que me costara la vida. Había tres letras, en especial, que
me resultaba difícil recordar: la “ s” , la “ k” y la “ m” . Pero
más tarde recordé la palabra krov [“ sangre” ], que me
surgía con tanta frecuencia en los pensamientos, que no
podía olvidarla. Me concentré en esa palabra y pronto em­
pecé a asociar con ella la letra “ k” , y la recordaba en todas
las ocasiones. Luego hice lo mismo con la “ s” , vinculada
con la palabra son [ “ sueño” ]. Como pienso en esa palabra
todas las noches, cuando me acuesto, recordé con rapidez la
letra “ s” . Antes de eso nunca podía acordarme de ella.
Cuando traté de pensar en una buena palabra con la cual
recordar la “ t” , recordé de pronto el nombre de mi her­
mana: Tamara.
De modo que comencé a hacer ciertos progresos me­
diante la búsqueda de palabras que funcionaran como pun­
tales para la memoria. Pero a veces solo podía recordar­
las durante uno o dos minutos, antes que se me olvidaran
por completo. Aun así, este trabajo me ayudó a recordar
cada vez más letras del alfabeto. Pronto empecé a asociar
la letra “ 1” con Lenin, “ ts” con tsar, “ zh” con Zhenia y
“ sh” con Shura. Mi maestra sugirió que tratase de asociar
la “ k” con koshka [“ gato” ], “ s” con stol [“ mesa” ], y “ t”
con tom [“ volumen” ].

Muy pronto hizo otro descubrimiento que resul­


tó un gran consuelo para él. En apariencia, también
podía recordar letras si recitaba el alfabeto en voz
alta, como lo hacía de niño, usando una capacidad
oral-motriz de larga data, en lugar de tratar de visua­
lizar cada letra por separado. Este método era posi­
ble porque exigía una facultad que no resultó perju­ \
dicada por su herida (solo había sido afectada la par­
te de la corteza responsable de aquilatar relaciones
visual-espaciales, pero no las funciones verbál-motri-

71
,/
cas). De modo que comenzó a aplicar este método de
aprendizaje.

Para entonces ya podía recordar muchas letras aso­


ciándolas con distintas palabras, pero cuando trataba de
visualizar una letra determinada — por ejemplo la “ k” — ,
o buscar una palabra para ella, necesitaba mucho tiempo
a fin de reconocerla y señalársela a mi maestra. De pronto
recordaba la letra, recorría las del alfabeto, y práctica­
mente gritaba cuando llegaba a la "k ’k
Al cabo de unos meses podía recordar todo el alfabeto.
Pero todavía no me era posible identificar ninguna de
ellas en forma Inmediata. Cuando la maestra me pedía que
señalara la <(k” , tenía que pensar un instante y recitar el
alfabeto hasta llegar a ella. Por algún motivo, todavía
sabía recitar el alfabeto, y podía recorrerlo sin tropiezos.

Pronto comenzó a leer, aunque su campo visual


era tan limitado, que no podía ver toda una palabra
de una mirada, sino que debía leerla letra por letra,
esforzando la memoria para reconocer cada una y no
dejar que se le escapara de la mente cuando pasaba
a la siguiente.

Cuando trato de leer un libro, lo más que puedo cap­


tar es tres letras a la vez (al principio solo veía una).
Además tengo que enfocar un tanto a la derecha y arriba
de la letra, para poder verla. Así consigo ver una letra,
aunque no puedo recordar inmediatamente cómo decirla.
Mi memoria parece bloqueada, como si tuviese una especie
de freno.
Los materiales impresos los leo letra por letra. Cuan­
do empecé a leer de nuevo, a menudo no podía reconocer
una letra al principio, y tenía que recorrer el alfabeto
hasta que la encontraba. Pero más tarde lo hice con menos
frecuencia, e intenté recordarla yo mismo. . . Esperaba
hasta que me acordaba de ella. Con frecuencia, después de
percibir las letras de una palabra, me olvido de la palabra
misma, y tengo que volver a leer todas las letras con el fin
de entenderlas. A veces leo un texto y no le encuentro sen­
tido. No hago más que leerlo. Si quiero entender una pala­
bra, tengo que esperar hasta que me llega el significado.

72
Solo después de leer una palabra y entenderla puedo pa­
sar a la siguiente, más tarde a la tercera. Cuando llego a
esta, olvido a menudo ¡o que significaban la primera y a
veces inclusive la segunda. Por mucho que lo intente, no
puedo recordarlo.
Tengo que leer las palabras de a una por vez, hasta
que entiendo el significado. . . Leo una, la entiendo, luego
paso a la siguiente y después a la tercera. También tengo
que detenerme en la cuarta letra de cada palabra, porque
aun después de verla y saber cómo se pronuncia, ya me be
olvidado de las tres primeras. Mientras contemplo la cuar­
ta letra, todavía puedo ver la segunda y tercera, pero no
la primera, que se borra por completo.

^ Y así comenzó a leer letra por letra, palabra por


palabra, mientras temía que una letra que acababa de
reconocer se le escapara y que una palabra quedase
olvidada en el acto.

Empecé a leer un capítulo de un libro que alguien


me había señalado, leyéndolo letra por letra, sílaba por
sílaba, palabra por palabra. Pero leo con tanta lentitud,
que me írrito. Lo que es más, un ojo (en especial el dere­
cho) parecía molestar al o tro . . , Mis ojos se enfocaban
hacia un lado, salteándose una letra que había estado mi­
rando. Trataba de encontrar la letra o la palabra que
acababa de perder en el texto, y de apresurarme, sabien­
do que perdía tiempo, pero olvidaba dónde había dejado de
leer. . . en qué palabra o letra.
En los últimos meses me resulta más difícil aun leer
un libro o un periódico. ¿Por qué tropiezo con más pro­
blemas? Digamos que leo un c a p ítu lo ... ni siquiera llego
a la mitad. Habría sido más sencillo si hubiese dedicado
algún tiempo a tratar de recordar determinadas pala­
bras , . . como eclipse o sol o luna. . ,

A medida que pasaban los años, siguió leyendo,


tratando de reconocer letras, de vincular úna con la
siguiente, y de ño olvidarlas. Pero el problema no se
hacía más sencillo con el tiempo, pues aparecían nue-
.vos obstáculos, I

73
Durante los últimos años me he encontrado con consi­
derables trabas en la lectura, y mi ritmo se ha hecho más
lento aun. Lo que es más, las letras parecen escaparse de
mi campo de visión, y cada vez con mayor frecuencia. En
una ocasión (el 2 de mayo de 1967), mientras leía y mira­
ba una letra (primero con el ojo izquierdo y luego con el
'i?*- derecho), advertí que no podía ver con el derecho. La letra
ov & ojo parecía muy pequeña (dos o tres veces menor que con el
ojo izquierdo, que tenía una visión casi normal). No pude
, l darme cuenta de qué letra se trataba. Estaba tan borrosa
' y era ^an P^Q^eña, Que resultaba penoso mirarla.

Necesitó un increíble esfuerzo para aprender a


leer. ¿Tuvo más fortuna en su intento de escribir?

LA ESCRITURA, PUNTO DE VIRAJE


Al principio, escribir fue tan difícil como leer, y
quizá más. Había olvidado cómo se sostenía un lápiz
o cómo se formaban las letras. Se sentía impotente en
todo sentido.

Me había olvidado de la manera de usar un lápiz. Lo


volvía de un lado y del otro, pero no podía empezar a
escribir. Me mostraron cómo sostenerlo y me pidieron que
escribiese algo. Pero cuando tomé el lápiz, lo único que
pude hacer fue dibujar algunas líneas sinuosas en el papel.
Miré el lápiz y el papel, y al cabo moví el primero sobre
este. Pero al ver la marca que hice me resultó imposible
saber dónde había empezado. Parecía algo así como los
garabatos de un niño que aún no ha aprendido el alfa­
beto. Resultaba gracioso, pero al mismo tiempo extraño,
que yo hubiese podido hacer eso. ¿Por qué lo había hecho
así? En una época sabía leer y escribir b ie n ... y con

74
rapidez. Pensé que estaba soñando de nuevo, que eso
era todo. Y volví a mirar a la maestra con mi sonrisa
estúpida.

Pero un descubrimiento que hizo un día resultó


ser el punto de viraje: escribir podía ser muy senci­
llo. Al principio lo hizo como lo hacen los niños cuan­
do aprenden a escribir: trató de visualizar cada una
de las letras a fin de dibujarlas. Pero hacia casi vein­
te años que escribía, y por lo tanto no necesitaba em­
plear los mismos métodos que un niño, pensar en cada
letra y considerar qué rasgos debía usar. Para los
adultos, escribir es una capacidad mecánica, una
serie de movimientos intrínsecos que yo denomino
“ melodías cinéticas” . Por lo tanto, ¿por qué no había
de intentar usar la capacidad que todavía poseía? En
definitiva, su lesión había dañado su capacidad de ver
y orientarse en el espacio, pero no sus funciones ciné- V-iiV-ijM
’ *
Ó
tico-motrices.
Kecordó muy bien ese día, y a menudo lo mencio­ ?lo ^ü** '
naba en su diario. Aunque era un descubrimiento tan CAbferi t!) -
sencillo, cambió su vida por completo:

Al principio tuve los mismos problemas con la escri­


tura . . . es decir, inclusive después que me pareció que
conocía las letras, no podía recordar cómo se formaban.
Cada vez que quería pensar en determinada letra, tenía
que recorrer todo el alfabeto hasta encontrarla. Pero un
día un doctor a quien había llegado a conocer bien, pues
siempre se mostraba muy llano conmigo y los otros pa­
cientes, me pidió que tratase de escribir en forma mecá­
nica . . . sin levantar la mano del papel. Me sorprendí y lo
interrogué unas veces, antes de poder siquiera empezar a
hacerlo. Pero al cabo tomé el lápiz y después de repetir
la palabra krov [“ sangre” ] varias veces, la escribí con ra­
pidez. Casi no sabía qué había escrito, pues me resultaba
difícil le e r ... siquiera mi propia escritura.

De esa manera empezó a escribir. Ya no tenía que


torturarse con cada letra, y tratar de recordar cómo
estaba formada. Podía escribir de manera espontá­
nea, sin pensar.

75
Resultó que podía escribir ciertas palabras en forma
mecánica ,. . cortas, pero no palabras como rasporiádok
[ '‘ordenamiento’'] o krokodil [“ cocodrilo” ], etc. Pero aun
así, después (pie el médico me mostró cómo escribir con
rapidez, en forma mecánica, y no letra por letra, pude
formar una palabra tras otra, sin tener que pensar en ello.
Cuando liego a una palabra como rasporiádok u otras más
largas aun, tengo que dividirlas en sílabas, Pero aun así
esta es una enorme proeza para mí, una gran ayuda en el
desarrollo de mi memoria. Me sentí muy agradecido para
con el médico y'mi terapeuta O. P. Tres meses después de
llegar a K., podía escribir de esa manera, aunque aún no
me era posible leer mi propia escritura.

A medida que pasaban los años, su descubri­


miento daba frutos. A pesar de las dificultades, los
errores y los problemas que tenía pai*a descifrar su
propia escritura, podía escribir, y eso tenía una gran
importancia.

Después de un intensivo adiestramiento, aprendí a


leer y escribir en seis meses. La escritura llegó con mucha
mayor rapidez (escribo casi tan bien como antes de ser
herido), pero no me ha ido tan bien con la lectura. Toda­
vía tengo que dividir las palabras en sílabas y letras. . .
mi capacidad para la lectura no ha ido más allá de eso.
' ’ Pero aprendí a escribir mecánicamente, y en cuanto
recuerdo una palabra puedo escribirla. , . con rapidez y
facilidad. Es cierto que a veces tengo que detenerme a
pensar en la primera letra, pero cuando me acuerdo de
ella no tengo dificultades para escribirla. Sin embargo, a
menudo advierto que me trago o pierdo letras, o confundo
las que tienen un sonido similar: como “ k” y “ j ” , “ z” y
“ s” , etc. O bien pongo una letra que ya usé en una palabra,
y escribo zózoto en lugar de zóloto [oro]. Es frecuente que
olvide usar los signos de puntuación, pues ya no recuerdo
las reglas. Me acuerdo de usar punto después de una frase,
pero casi siempre escribo frases muy breves, consistentes
en varias palabras unidas por las conjunciones “ y” y
“ pero” . Sin embargo, todavía me resulta difícil leer y en­
tender mi propia escritura.

76
El problema de la lectura no se hizo más fácil.
Leía con lentitud, dividiendo las palabras en letras y
sílabas, haciendo frente a nuevos obstáculos a cada
paso, porque' la parte de la corteza que controla el
funcionamiento visual había quedado muy perjudica­
da por su lesión. Ello no obstante, podía escribir en
forma mecánica, aunque debía devanarse el cerebro
en busca de palabras e ideas con las cuales expresarse.

Cuando miro una palabra como golovohruzhénie


{ “ vértigos” ], no puedo entenderla. Todas las letras — e
inclusive partes de la palabra— son tan carentes de sentido
para mí como lo serían para un niño que jamás hubiese
visto un libro de primeras letras o un alfabeto. Pero pron­
to comienza a agitárseme algo en el cerebro. Miro la pri­
mera letra (“ g” ) y espero hasta que recuerdo cómo se -
pronuncia. Luego paso a la “ o” y pronuncio toda la sílaba.
Después trato de unirla a la siguiente ( “ go-lo” ). Echo
una rápida mirada a la letra siguiente ( “ v” ), espero un ■
poco, y en seguida miro con rapidez la “ o” . Mientras con­
templo esa letra, las dos de la izquierda escapan a mi
visión. . . es decir, que solo veo la “ o” y dos de las letras
de la izquierda. Pero las dos o tres primeras de la palabra
( “go-l” ) ya no resultan visibles. Para decirlo con más exac­
titud, en ese punto veo solo una bruma gris en la cual
puntos, hilos y pequeños corpúsculos parecen moverse y
parpadear en una u otra dirección.

Decidió escribir un diario para relatar las carac­


terísticas del terrible abismo en que lo había arrojado
su lesión, y la lucha que debió emprender para recu­
perar lo perdido.

77
"LA HISTORIA DE UNA
TERRIBLE LESION CEREBRAL"
Trabajó en ese diario día tras día, durante vein­
ticinco años, buscando palabras con las cuales expre­
sarse, dedicando a veces todo un día a escribir media
página. Lo llamó “ la historia de una terrible lesión
cerebral” , pero más tarde convirtió el título en “ Segui­
ré luchando” . Esta tarea le provocó desesperaciones
sin cuento, pero la esperanza que lo había impulsado
a escribir siguió sosteniéndolo.
Aunque aprendió a escribir con rapidez y mecá­
nicamente, estaba muy lejos de encontrarse en condi­
ciones de expresar sus ideas por escrito. Para hacerlo
necesitaba palabras, y estas no surgían con facilidad.
Tenía que esforzarse para formar una frase que trans­
mitiera su idea. Al principio no sabía cómo empezar
ni cómo vincular una frase con otra. Luchaba durante
semanas enteras, pedía ayuda, o trataba de encontrar
él mismo las palabras convenientes:

Me pasé semanas pensando en lo que quería escribir


y en cómo lo haría, pero mi cerebro enfermo no recordaba
las expresiones adecuadas. Traté de recordar cómo se
escribe una carta. . . y ante todo cómo iniciarla. Pregunté
a varias personas al respecto, y traté de descubrirlo en
libros. Pero, quién sabe por qué, no podía empezar, y al
cabo de preocuparme durante días, terminaba con un tre­
mendo dolor de cabeza.
Para mostrar cuán confuso me sentía, envié a mi fa­
milia una carta que decía: “ Saludos de Kazánovka” , aun­
que todavía estaba en el hospital. Deben de haber experi­
mentado una gran conmoción al leer eso, y habrán pensado
que mi cerebro estaba de veras arruinado; sin duda se
preguntarían qué me pasaba.
Escribía muy pocas cartas, porque en realidad no
sabía cómo hacerlo. Como de costumbre, trataba de escri­
bir de manera mecánica, sin pensar, pero a veces no podía
leer o entender lo que había escrito, y confudía los verbos
que usaba para unir varias partes de las frases. Inclusive
una carta breve me llevaba una enorme proporción de
tiempo.

78
No sé qué misterioso poder me impedía escribir si­
quiera una carta sencilla a mi madre. El porqué, no lo
conozco. Pero al cabo llegué al punto en que podía escribir
una carta, aunque a veces necesitara un día, o inclusive
más de una semana, para que mi cabeza enferma “ pudiese
pensarla” . Me devanaba el cerebro tratando de recordar
cómo se escribe a alguien, Y ello me agotaba hasta tal
punto, que mi mente funcionaba con más lentitud.

Supongamos que en lugar de escribir una carta,


c-p/- L,„,
tratase de narrar un cuento que había leído, una breve
fábula como las que se leen a los alumnos de segundo
grado. Por supuesto, eso era más sencillo: las ideas
ya estaban expresadas, de modo que no necesitaba
buscar palabras o pensar cómo escribir. Pero aun esto
resultó difícil. Aunque el significado era claro, y las
ideas familiares, ¿cómo escribiría una frase, cuando
apenas disponía de vocabulario? Las frases pueden ser J-Ll ■>f ,■>; / :
bastante complicadas; requieren un conocimiento de
?
puntuación y de construcción gramatical, que podía
resultarle difícil, cuando no imposible. Lo único que h ;>■■--V ;-f
se le ocurría eran frases y cláusulas inconexas; de Í O ^ A i U 0 X .

entre ellas tenía que elegir las palabras correctas y


\ M U \>J I V -
tratar de componer frases.
Supongamos que tratase, no de narrar un relato, Ó A.. \j'f- t a n

sino de describir algo que le había ocurrido, ¿ Qué su­ ■'>1- : -J O-


cedería si relatase su propia historia acerca de una
terrible lesión cerebral, si describiera sus deficiencias,
y su vida pasada y actual, para formular y hacer co­
herentes los problemas que debe enfrentar un hombre
cuando su mundo se desintegra de repente? Por su­
puesto, ello resultaría mucho más difícil; tendría que
reunir esos recuerdos fragmentarios, otorgarles cierto
sentido de continuidad y —lo que era más difícil—
escribir frases que en conjunto diesen una visión lógi­
ca de las cosas. Esto parecía casi imposible, y sin em­
bargo debe de haber pensado que existía alguna
posibilidad de lograrlo, cuando emprendió esta tarea
agotadora, colosal.

Me dediqué a escribir. Decidí destinar partes del dia­


rio a los períodos que pasé en distintos hospitales. Al prin-

79
cipio estos eran los únicos hechos con que contaba. Traté
de recordar todo io posible con esa maltrecha memoria
mía, y describirlo como un relato verdadero, tal como lo
haría un escritor, Pero cuando empecé, me di cuenta de
que jamás podría hacerlo, pues no contaba con suficiente
vocabulario o cerebro como para escribir bien. Tenía una
leve idea de cómo describir el comienzo del ataque que
padecía, pero no recordaba las palabras que necesitaba
para hacerlo. Trataba de arrancármelas del fondo de la
mente, pero me pasaba horas enteras buscando las pala­
bras. Tenía que recordar y descubrir las que fuesen por lo
menos similares o parecidas a las que quería usar. Pero
después de reunir estas segundas elecciones, seguía resul­
tándome imposible comenzar a escribir hasta que imagi­
naba cómo componer una frase. Daba vueltas en mi cere­
bro, una y otra vez, a cada frase, hasta que me parecía que
la había escuchado o leído en un libro corriente.
Pero era muy difícil escribir. Se me ocurría una ma­
nera de describir el momento en que había sido herido, y el
período inmediatamente posterior, cuando comenzó mi
enfermedad. Al cabo me surgió una buena idea. De modo
que empecé a buscar las palabras para describirla y por
último pensé dos. Pero cuando llegué a la tercera quedé
empantanado. Me devané los sesos tratando de recordar.
Espera, pensé, ya lo tengo. Pero antes de poder escribir
había desaparecido, junto con las otras dos palabras que
tanto me costó recordar. Traté de desenterrar otra idea y
de encontrarle palabras adecuadas, y las escribí en varios
trozos de papel antes de incluirlas en mi escrito. . . Me
esforzaba por unir las palabras a la idea, hasta donde me
fuese posible. ¡Pero qué tortura era eso! Siempre olvidaba
lo que quería escribir, lo que acababa de pensar un minuto
antes. Pasaban los instantes, y no podía recordar hasta
dónde había llegado.
Así, pues, antes de seguir y escribir mi relato tenía
que anotar varias palabras, nombres de objetos, cosas,
fenómenos, ideas. Las anotaba cada vez que se me ocurrían.
Luego tomaba las palabras, frases e ideas que había reuni­
do de esta manera, y empezaba a escribir mi narración en
un cuaderno, reagrupándolas, comparándolas con otras
que había visto en libros. Por último, conseguía escribir

80
una frase que expresaba una idea para esta narración de
mi enfermedad.
Cuando estaba casi seguro de que una frase tenía
sentido, la escribía en un trozo de papel (un periódico o
anotador). T si estaba conveneido.de que era más o menos
adecuada para ser leída o escuchada, la escribía en mi
anotador. Entonces pasaba a la frase siguiente, y en cada
ocasión releía lo que había escrito, aunque me resultara
difícil. (Solo podía leer letra por letra lo que acababa de
escribir mecánicamente.) Pero tal es la forma en que lo­
gré escribir unas pocas frases. No podía seguir hasta
haber leído dos o tres de las frases precedentes. Tenía que
hacerlo a fin de saber lo que diría a continuación. De lo
contrario, sencillamente me sería imposible escribir, . . Así
de mala se había vuelto mi memoria.
He repetido los mismos puntos una y otra vez en mi
relato, y puede que lo haga de nuevo, porque siempre olvido
lo que escribí, y lo que todavía deseo decir. De modo que
es frecuente que olvide algo importante; sencillamente, lo
paso por alto.
Solo puedo escribir y conservar en la memoria una
pequeña porción por vez. Trato de fortalecer y consolidar
estas ideas de modo que a la postre “ se me queden” en la
mente.
Trabajo en esta historia de mi enfermadad desde la
mañana hasta las cinco de la tarde, mientras mi madre y
hermanas están afuera, en el trabajo. Cuando vuelven, ten­
go que dejar, porque vivimos en un departamento muy
pequeño, y el ruido o las conversaciones me impiden escri­
bir. Debo estar solo para hacerlo.
A veces permanezco sentado ante una página durante
una o dos semanas. Necesito pensar en ello durante mucho
tiempo, considerar con lentitud lo que quiero decir y luego
comparar varios tipos de escritura, de modo de poder deci­
dir cómo expresarme.
Tenía enormes deseos de escribir este relato, pero
trabajé con tanta intensidad en él, que al cabo me sentí
enfermo. . . tanto por la herida de la cabeza como por la
interminable tarea de escribir. Ha sido un enorme esfuerzo
(y sigue siéndolo), trabajo en ello como presa de una
obsesión.

(SI
Empezaron años de labor agotadora, durante los
cuales el esfuerzo de expresarse no se hizo más senci­
llo. Pero se reconcilió con ello, y permanecía sentado
ante su escritorio todo el día, buscando con empecina­
miento las palabras, tratando de aprehenderlas con
frenesí y de insertarlas en una frase antes que la idea
se le escapara. Y lo hizo nada más que para escribir
diez líneas diarias, a veces una sola página.

Para el tercer año había agregado algunas cosas a


mi relato, y decidido reescrifoirlo todo. Solo que advertí que
mi mente trabajaba con mayor lentitud aun en ese período,
de modo que a veces no podía escribir siquiera media pági­
na diaria. O bien me pasaba todo el día pensando, y no se
me ocurría ninguna de las ideas que quería escribir a con­
tinuación. En ocasiones me pasaba varios días pensando
en ellas, sin escribir nada. Según parece, no tenía la fuerza,
la memoria, los pensamientos, las ideas. . . Se me escapa­
ban, estaban hundidas en la amnesia.
Por quién sabe qué motivo, la última parte de mi es­
crito se arrastró durante meses enteros, y en apariencia
no había forma de terminarla. Traté de concluir este relato
tres años después de empezar. Pero cada vez me resulta
más difícil escribir, con cada año que pasa, y no recuerdo
todo lo que sucedió. La cabeza se me embota a cada instan­
te, y me olvido de los detalles de mi enfermedad. . . detalles
de mi vida pasada y presente.
Pero no quiero abandonar. Quiero terminar lo que
empecé. De modo que me siento ante mi escritorio todo el
día, sudando con cada palabra. No se me ocurre otra for­
ma de salir de mi situación. . . Es decir, otra manera de
recordar y expresar lo que quiero decir. En ocasiones, cuan­
do me pongo de pie, tengo que tomarme de una silla por­
que de pronto me siento con vértigos. Es como si me hu­
bieran dado vuelta cabeza abajo varias veces, junto con
el escritorio, la silla, todo el edificio. . . Como si me hu­
bieran hecho girar una y otra vez. Por supuesto, no me
siento a trabajar en esta narración todos los días. Si me
paso todo el día en ello, al día siguiente (o dos o tres días
después), la cabeza me duele tanto, que a menudo debo
quedarme én cama (el dolor resulta más fácil de soportar'

82
cuando me acuesto). Y en oportunidades debo hacer algu­
nas tareas en la casa.

Los anos siguieron arrastrándose. Montículos de


cuadernos se apilaron en su escritorio. . . Al princi­
pio, cuadernos delgados, que él mismo armaba con pa­
pel amarillo. Luego, gruesos anotadores grises que usa­
ba después de enviar la primera tanda. Más tarde pasó
a anotadores más grandes aun, con tapas de hule. Para
entonces había escrito un millar de páginas, y cuando
terminó otras mil volvió a empezar, tratando de ex­
presarse mejor y con mayor plenitud. Inició esta
historia antes que terminara la guerra, y continuó
trabajando en ella durante veinticinco años. Resulta­
ría difícil decir si algún otro hombre ha pasado alguna
vez años de tan atormentadora labor para reunir un
documento de tres mil páginas que no podía leer. ¿Por
qué lo hizo? ¿Qué sentido tenía eso?

¿POR QUE ESCRIBIO?


Él mismo se hizo esta pregunta muchas veces.
¿Por qué molestarse con ese trabajo difícil, extenuan­
te? ¿Era necesario? A la larga decidió que lo era, pues
no estaba capacitado para ninguna otra cosa. (No po­
día ayudar en la casa, se perdía cuando salía a cami­
nar, y a menudo no entendía lo que leía o escuchaba
por la radio.) Todas esas cosas estaban fuera de su
alcance. Y sin embargo podía tratar de reunir poco a
poco los trozos y fragmentos de su pasado, comparar­
los y ordenarlos en episodios, crear una visión cohe­
rente de lo que eran su experiencia y deseos. Eso aún
era posible. Por lo tanto, escribir su diario, la his­
toria de su vida, le daba alguna razón para vivir. Era

83
esencial, en el sentido de que constituía su único víncu­
lo con la vida, su única esperanza de recuperarse y
convertirse en el hombre que había sido. Quizá, si
desarrollaba su capacidad para pensar, podía llegar a
ser útil, hacer algo de su vida. Revivir su pasado era,
pues, una manera de tratar de asegurarse un futuro.
Por ello emprendió esa agotadora labor, dedicó horas,
días, años, a la búsqueda de recuerdos perdidos.
También creyó que podía ser útil a otros, que al
entender el daño que un fragmento de bala infiere a
un hombre (fragmenta su memoria, borra toda posibi­
lidad de un presente, un pasado, un futuro), la gente
apreciaría cuánto poseía. Así, pues, sin tener en cuenta
lo difícil que le resultaba escribir, contaba con todos
los justificativos necesarios para continuar.

El sentido de lo que escribo consiste en mostrar cómo


fui y cómo luché y sigo luchando para recuperar mi memo­
ria. Es una lucha de enorme dificultad. No tenía más alter­
nativa que tratar de reunir un vocabulario escuchando la
radio, leyendo libros, hablando con la gente, recogiendo
palabras, frases, períodos, y al cabo escribiendo un relato
de lo que traté de decir en 1944. Después de esa extraña,
espantosa herida en la cabeza, no podía hacer ninguna otra
cosa, ni siquiera leer una gramática o echar una ojeada a
un libro de física.
De modo que empecé a escribir. Este morboso relato
me arrebató de tal manera, que no podía moverme dé la
casa para hacer una caminata o ver una película. Me que­
daba sentado, tratando de escribir esta narración, desente­
rrando recuerdos de mi pasado que se habían desvanecido,
recordando palabras e ideas que me resultan tan difíciles
como siempre. Durante meses enteros, me pasé día tras
día uniendo un vocabulario tomado de mis recuerdos dis­
persos, recogiendo mis pensamientos y anotándolos. Esta
es la única forma en que conseguí escribir, y todavía me
veo obligado a hacerlo.

v ; Este trabajo se convirtió para él en la cosa más


importante de su vida: en la razón de su existencia, en
la necesidad de escribir su relato y quizá superar su

84
enfermedad, volver a reanudar su vida, convertirse en
un hombre como otros:

Al trabajar en ese relato mío todos los días — inclusive


de a poco por vez— , abrigaba la esperanza de poder hablar
a la gente acerca de esta enfermedad y superarla.
He trabajado ya durante tres años en esta narración
de mi enfermedad. Escribir sobre ella y estudiarla es mi
manera de pensar, de mantenerme ocupado, de trabajar en
algo. Me tranquiliza, de modo que sigo haciéndolo. Al ha­
cerlo una y otra vez (no sé cuántas veces he reescrito esto
a lo largo de los años), mejora mi capacidad para hablar.
En realidad ahora hablo mejor, y puedo recordar palabras
que mi herida en la cabeza había dispersado en fragmentos.
Al educarme a mí mismo (mediante el pensamiento y la
escritura), he llegado a un punto en que puedo entablar
una conversación . . . por lo menos acerca de asuntos senci­
llos y cotidianos.
Esta escritura es mi única manera de pensar. Si cierro
estos cuadernos, si abandono, volveré al desierto, a ese
mundo de “ no sé nada” de vacío y amnesia.
Quizá, pensé, sí describo mi enfermedad con más de­
talles y les ofrezco un registro de lo que ocurrió, los médi­
cos me entenderán. Y en cuanto me entiendan a mí y a mi
enfermedad, estarán en condiciones de curarla. En fin de
cuentas, cuando estaba en el hospital no podía recordar y
hablarles acerca de lo que me molestaba, de modo que qui­
zá no se dieron cuenta de que sufría, puesto que no pude
darles ninguno de los detalles.
Otra razón de este relato es la de que quise desarrollar
y ampliar mi memoria, quebrar esta afasia. Y al escribir
esta “ narración acerca de mi enfermedad” , en realidad
hice más de lo que podría haber hecho ninguna otra cosa
para ayudarme a desarrollar mi memoria y el uso del len­
guaje, de palabras y significados. Esto es un hecho. Sé que
mi escrito puede ser también de gran ayuda para hombres
de ciencia que estudian cómo trabaja el cerebro y la me­
moria (psicólogos, neurólogos y otros médicos).

Al describir su suerte, nos dejó, no solo un trágico


documento, sino además una invalorable información.
En verdad, ¿ quién es más capaz de describir un suceso

85
que el que fue testigo ocular, participante y víctima
de él? Después de haber sido golpeado por su enfer­
medad, se dedicó a investigarla. Su descripción es ex-
cepcionaímente clara y detallada. Si lo seguimos paso
a paso, puede que desentrañemos algunos de los mis­
terios del cerebro humano.

"M I MUNDO NO TIENE RECUERDOS"


Lo que más perturbaba a Zasetski eran las “ pe­
culiaridades” de su memoria, su disgregación y des­
integración. Le parecían una verdadera catástrofe.
En los primeros períodos, después de su lesión,
antes de descubrir que se había convertido en un anal­
fabeto, la memoria le faltaba por completo: le resul­
taba difícil entender las frases de la gente, y no podía
recordar una sola palabra. Si trataba de pensar en su
nombre y patronímico, o pedía un orinal, la memoria
se negaba a funcionar. Aunque físicamente era capaz
de hablar y podía repetir palabras con facilidad, no
las recordaba a voluntad. Tropezaba con este problema
cada vez que se le hacía una sencilla pregunta. Se veía
ante un vacío y tenía que buscar palabras. Había
perdido lo que es distintivamente humano: la capa­
cidad de usar el lenguaje. ¿Qué podía resultar más
devastador que esta pérdida de la “ memoria del ha­
bla” , como él la llamaba? Tuvo conciencia de ello
desde el comienzo, cuando aún se encontraba en el
hospital de campaña:

Después de la cena, cuando los otros pacientes iban a


dormir, de pronto sentía necesidad de aliviarme. Para de­
cirlo con claridad, necesitaba el orinal. ¡Pero qué compli-

86
c íic ío era para mí recordar esa frase y llamar a la enfer­
mera ! Aunque me costara la vida, no se me ocurría la pa­
labra 'orinal, a pesar de que la había escuchado varias veces
y en ocasiones la repetía para mis adentros (después de
ser herido, me di cuenta de lo que significaba esa palabra).
Pero cuando tuve que pensarla esa noche, no me fue posi­
ble. Siempre hay algo que bloquea mis recuerdos de pala­
bras, y en esa ocasión la palabra orinal no surgía para
nada.
Vi que la enfermera volvía a pasar, y quise llamarla
para que me llevase el orinal. Traté de llamarle la aten­
ción diciéndole: “ E s . . . ¿cómo se lla m a ?... Lo necesi­
to . . . ” Pero mientras trataba de recordar la palabra, ella
va se había ido.
Luego la vi regresar y llevarle un orinal a alguien.
En cuanto clavé la mirada en el objeto que tanto necesi­
taba, le grité a la enfermera, la llamé hermana, palabra
que de pronto me había cruzado por la mente: “ Herma­
na . . . yo también , . . necesito e l. . . i no sé qué!” No podía
recordar la palabra, pero por fortuna la enfermera me
entendió y me lo llevó un minuto más tarde. Cuando me
lo sacó, recordé de repente la palabra y la pronuncié. Lan­
cé un suspiro de alivio, en cuanto la recordé. Pero unos
minutos más tarde, cuando traté deliberadamente de recor­
dar la palabra, no me fue posible. Ahora bien, eso es ex­
traño. No entiendo por qué tengo ese tipo de problemas.
He intentado pensar en la palabra antes que surgiera
la necesidad de ella. Tuve que recorrer palabras que me
surgían en la mente. . . ¿doctor ? . . . No, sabía que no era
e s o ... ¿Hermana? (Tampoco se me ocurría la palabra
enfermera, y en cambio usaba hermana) . . . a v e . . . no,
e s . . . ¡orinal! De pronto me acordaba de ave o pato, la
palabra que usábamos en lugar de orinal.
Quién sabe por'qué, tampoco podía recordar el nom­
bre de mi propia región o aldea, ni siquiera la provincia
en que nací. Me parecía tenerlos en la punta de la lengua,
pero pasaba una hora o dos, o todo un día, y aún no me
acordaba de ellos. El hombre de la cama vecina se ofre­
ció a recordármelos nombrando varias provincias, regio­
nes, aldeas. Además, distintos nombres y patronímicos.
Después que mencionó unos cuantos, reconocí la palabra
Tula. . . Provincia de Tula, el distrito en que vive mi fami-

87
lia. Y me sentí muy aliviado al poder pronunciarla. Mi
amigo se mostró encantado al saber que yo era de Tula;
también él vivía allí.
Y cuando este mismo e. infatigable compañero de hos­
pital comenzó a nombrarme varios nombres femeninos,
recordé el de mi hermana mayor: Evgenia. Luego puso la
dirección en un sobre a mi hermana, para que yo pudiese
escribir a casa.
Solía pasarme el tiempo echado sobre el costado dere­
cho, o sentado durante un rato, tratando de recordar par­
te de mi pasado. No podía recordar nada a voluntad, en
tanto que cuando no pensaba en nada en especial, se me
ocurrían algunas palabras junto con las melodías de dis­
tintas canciones que canturreaba para mis adentros.

Ese fue el principio de su lucha para recordar


lo que había quedado borrado, para aprender pala­
bras y recordarlas de modo de poder volver a comu-
, nicarse con la gente. Al principio le resultó difícil, casi
imposible. Más tardé se le ocurrían palabras, y des­
pués simples frases. Pero estas no surgían de manera
espontánea: le exigía considerables esfuerzos recor­
darlas y no permitir que se le escaparan de la mente,
Pero al cabo de un mes había pasado lo peor. Podía
volver a hablar con las otras personas:

Por el momento reuní un vocabulario compuesto en


su mayor parte de imágenes visuales, y traté de recordar
mejor las palabras y de hacer más flexible mi memoria.
Tuve que empezar desde el principio, aprender a reconocer
los objetos y tratar de asociarlos con palabras. Yo mismo
no tenía conciencia de cómo volvían estas a mi mente, pero
poco a poco algunas de las cosas de mi ambiente consi­
guieron registrárseme en la memoria. . . el tipo de memo­
ria y comprensión que ahora poseo.
Hacia el final del primer mes o comienzos del segun­
do, después de ser herido, recordaba cada vez con mayor
frecuencia cosas relacionadas con mi madre, mi hermano y
mis dos hermanas. No las recordé todas en el acto, sino de
a poco. Algunos recuerdos de mi madre y hermano, o de
una de mis hermanas, me surgían en la mente en distintas
ocasiones. Estos detalles se me ocurrían de pronto, no cuan-

88
fio quería recordarlos . .. Sencillamente, surgían. Hacia el
final del segundo mes, uno de los hombres del hospital se
interesó por mí y comenzó a anotar la dirección de mi fa­
milia . . . Poco a poco, tal como se me ocurría. De repente
recordaba el nombre de la región; al día siguiente, o quizás
uno más tarde, el nombre del caserío en que vivía; luego,
de súbito, pensaba en el nombre de mi hermana. Y en cada
oportunidad él los anotaba. Por último, mi amigo se dedicó
a escribirle a mi familia una carta, aunque no tenía la di­
rección exacta, pues yo no recordaba mi departamento ni
el número del edificio de la calle en que vivía. Por supues­
to, todavía no podía recordar el apellido de mi madre y
de mi hermana menor (el del segundo esposo de mi madre).
A veces me acordaba del nombre de una ciudad, pero
en un minuto, o menos aun, lo olvidaba. En ocasiones recor­
daba la dirección de la región en que vivía, pero también
me olvidaba de ello con rapidez, y no lograba recordarlo
durante mucho tiempo.
Escuchaba todo lo que decían las personas que me
rodeaban, y poco a poco mi cabeza quedó atestada de can­
ciones, relatos y trozos de conversaciones que recogía.
Cuando empecé a rememorar palabras y usarlas para pen­
sar, rñi vocabulario se hizo más flexible.
Al principio no me acordaba de ninguna de las pala­
bras que quería usar en una carta. Pero a la postre decidí
escribir a casa, y muy pronto redacté una carta. . . muy
breve, apenas una nota. Me resultó por completo imposible
leer lo que había escrito, y en cierta manera no quería
mostrarla a ninguno de los pacientes. Para no tener que
pensar en ella y correr el riesgo de inquietarme, cerré en
seguida el sobre con la dirección de mi familia anotada
en él, y lo entregué para que lo enviasen por correo.

Si hubiese entendido su dilema desde el comienzo,


la vida habría sido insoportable. Por el contrario, abri­
gaba la esperanza de hacer lo que pudiera para “ des­
arrollar” su memoria, reconquistar todas las partes de
su pasado, analizar y entender lo que le había ocurri­
do. Escribió con la precisión de. un hombre que hiciese
una investigación psicológica, de quien conociera de
veras su disciplina. Buscó penosamente las expresio­
nes correctas para describir sus problemas y dar for-

89
ma a sus ideas. AI hacerlo, nos dejó un análisis clá­
sico de su incapacitación. Más aun, lo hizo solo, sin
recurrir a nadie para que lo ayudase. Lo hizo a solas
en su pequeña habitación del caserío para obreros de
Kimovsk.

Antes de resultar herido, mi memoria era rápida, y


podía pensar con claridad en casi cualquier tema que me
interesara. Después de la lesión, mi memoria pareció que­
dar destrozada. Había una verdadera brecha de tiempo
entre mi capacidad para recordar una palabra y enten­
der lo que significaba. Mi mente ya no funcionaba con cla­
ridad; era tan confusa como mi recuerdo de las palabras
y significados. La mayor parte de mi memoria había des­
aparecido para siempre. Algunas ideas “ se me ocurrían”
sólo después de considerables esfuerzos, pero otras no sur­
gían nunca. De todas las palabras que alguna vez conocí,
lo único de que disponía eran unas pocas que parecían ca­
recer de significado.
De pronto me cruzaba la mente un pensamiento vago,
peculiar, incomprensible. Me devanaba el cerebro tratando
de entender qué quería decir, pero me resultaba imposible.
Intentaba decir algo, pero su sentido se me escapaba. Todas
mis ideas y vocabulario habían desaparecido por completo.
Algunas imágenes de objetos -—cosas materiales— cruza­
ban mi mente, aparecían con rapidez y desaparecían un
minuto más tarde, reemplazadas por otras imágenes que
también se esfumaban. Cada vez que trataba de hablar o
recordar algo, era una lucha interminable en busca de pa­
labras. Todavía me es imposible tratar de pensar en deter­
minadas palabras, cuando quiero hablar o pensar en algo.
Debido a mi constante fracaso en lo que respecta a
recordar palabras e ideas, o entender cosas, soy incapaz
de estudiar y recordar lo que alguna vez aprendí y no tuve
dificultades en entender.

Estos síntomas lo acosaban sin cesar, en su hogar,


durante las caminatas, cuando intentaba conversar con
la gente o sencillamente se quedaba a solas.

Cuando camino por la aldea y contemplo las cosas


— objetos, fenómenos— , debo esforzar la memoria para

90
■pensar en las palabras que las nombran. No me molesto
demasiado en ello. Cuando me siento en un banco, afuera,
a conversar con alguien de mi edificio (la conversación
habitual, de todos los días), me esfuerzo un poco más para
recordar y encontrar sentido en las observaciones de la per­
sona. Y cuando hablo con mi madre o hermanas, tengo que
poner en tensión aun mayor los nervios y memoria, para
entender lo que me dicen, de modo de saber qué debo hacer
o decir. También en estos casos me resulta a veces imposi­
ble recordar o entender palabras. O bien recuerdo un poco
de lo que quiero decir; gran parte de ello se encuentra en­
cerrado en algún lugar de mi mente, y no puedo utilizarlo.
Mi familia trata de ayudarme a conversar, haciéndome
preguntas, pero al cabo de un rato, cuando no consiguen
resultados, abandonan el esfuerzo. Es como si se dijeran:
“ No tiene sentido, jamás recordará lo que quiere decir” .
En las reuniones temo hablar, porque olvido con rapi­
dez lo que se ha dicho. Y no sé, de cualquier manera, cuál
podría ser mi contribución, pues mi mente parece estar
vacía, o bien tiene algunas ideas inconexas, y dispersas, de
modo que no puedo reunir mis pensamientos. Por eso no
me molesto en hablar en las reuniones.
¡ Siempre me olvido! A veces voy al granero a buscar ( o ¡ v i í;
un cubo de carbón o leña. Pero cuando llego y veo el gra­ IA ti, vi.
nero cerrado, me doy cuenta de que me he olvidado de la
r ^ r v v o . -;v
llave, y debo volver a la casa. Cuando entro en nuestro
departamento, olvido qué fui a buscar. . . que necesitaba la óv V-:- W v
llave para abrir la puerta del granero.
A veces tengo tantas dificultades como antes para sa­
ber qué día de la semana es. En ocasiones no recuerdo qué
desayuné, cené o almorcé ese día. Mi principal problema,
el peor síntoma, es la amnesia y el olvido, y por eso no ^ 'J.ví- .í
puedo recordar las palabras. Buena parte de mi ambiente
ha sido borrado debido a ello. Aun ahora, cuando contem­ ! ÍA. .
plo objetos, personas o animales, no puedo recordar inme­
diatamente y pronunciar las palabras que los representan
(o decirlas para mis adentros). En oportunidades ni si­
quiera me acuerdo de ellas después que pasó todo un día.
Y aunque sostengo conversaciones muy sencillas con la gen­
te y solo uso expresiones comunes, cotidianas, ni siquiera
consigo recordar los nombres de las cosas que hay en mi
habitación, cosas como aparador, armario, cortinas, celo-

91
sías, alféizar, marco, etc. Más difícil aun me resulta recor­
dar partes de objetos. Y cuando paso mucho tiempo sin
poder acordarme y adiestrarme a usar estas palabras en
la conversación, olvido cómo se llaman las cosas que veo;
no les presto atención. Me olvido para qué son. Y eso rige
inclusive en lo que se refiere a partes de mi propio cuerpo.

¿Por qué no tenía dominio sobre su memoria? ¿Se


había borrado toda ella, o solo algunas partes deter­
minadas ? Él sentía que se trataba de un tema que de­
bía examinar más de cerca, y se dedicó a una tarea
laboriosa -—algo así como un estudio arqueológico de
su memoria— , para distinguir qué quedaba de ella y
qué se había perdido en forma irremediable.

"MIS RECUERDOS ME VUELVEN


R0R EL LADO EQUIVOCADO"

Cuando empezó a pesar en esto, le asombró des­


cubrir que el daño inferido a su memoria no era de
naturaleza uniforme. Al principio no podía recordar
nada: quién era o dónde estaba, el nombre de su pue­
blo natal, etc. Pero poco a poco le llegaron recuerdos
del pasado, casi siempre los que tenían que ver con
el pasado distante: sus días de escuela, sus amigos,
maestros, los años que había vivido en' el instituto.
Pero no podía recordar el pasado reciente. Como él
mismo decía, sus memorias le llegaban “ desde el lado
equivocado” .

Durante las semanas inmediatamente siguientes al mo­


mento en que fui herido, no podía recordar mi primero o
segundo nombre, el patronímico o los de mis parientes

92
cercanos. Solo después, y poco a poco, conseguí recordar
algunas cosas* casi todas referentes a mi infancia y a los
años de la escuela elemental. Mis recuerdos me llegaron
por el lado equivocado. . . Es decir, me resulta más fácil
recordar cosas más lejanas: los edificios en que fui al jar­
dín de infantes y la escuela elemental, los juegos que jugué,
los rostros de niños y maestros que conocí. Pero o bien he
olvidado, o me resulta muy difícil recordar nada acerca
del pasado reciente: ni siquiera cómo era la vida en el
frente.
Ahora bien, esto es extraño. En lugar de poder recor­
dar lo que había ocurrido poco antes de ser herido — que
deberían ser los recuerdos más ricos y vividos— , mis re­
cuerdos se relacionan casi siempre con los días de mi infan­
cia y de la escuela elemental. Me resulta más fácil reme­
morarlos, de modo que son, en lo fundamental, los recuer­
dos con los cuales vivo ahora.
Si por casualidad estoy sentado, o sin hacer nada, veo
de pronto imágenes, visiones o cuadros de mi infancia: las
costas del Don, donde me agradaba nadar de niño, la cate­
dral de Epifán (el pueblo de la provincia dé Tula en que
vivía), las charlas que algunos amigos y yo ofrecimos en
una reunión del club.
Estas visiones me ayudaron a volver a adquirir con­
ciencia de mi pasado, aunque solo de pequeños fragmentos
de él. Pero como se han repetido con tanta frecuencia, creo
que fortalecieron mi memoria en general. Cuando contem­
plo estas visiones e imágenes, es como si viese fotografías
del pasado reciente.

Solo más tarde otras rememoraciones se unieron


a estas. Por ejemplo, recordó el centro en que recibió
su adiestramiento básico, cómo era la vida del frente,
qué hacía él mismo cuando comenzó el ataque, en ese
último y trágico día. Después de ello, su mente vol­
vía a ser un vacío total. Pero en una fecha posterior
recordó el hospital y los rostros de los médicos y enfer­
meras que se acercaron a interesarse por su salud.
Más tarde todavía, recordó imágenes de otros hospita­
les en los cuales estuvo; y por último, Kisegach, el
centro de rehabilitación de los Urales, donde los tera­
peutas empezaron a trabajar con él, y su vida resultó

93
enriquecida por tantas nuevas experiencias. Describió'
ese lugar en términos vividos, y, después, sus recuer­
dos de Kímovsk. AI cabo también acudieron a su men­
te las imágenes de otros hospitales y sanatorios.
Los recuerdos de su pasado surgieron con clari­
dad y en gran detalle, y por eso logró escribir este
diario. Pero no podía imaginarlos a voluntad, proble­
ma que ofrecía una especial dificultad en las prime­
ras etapas. Si alguien nombraba un objeto, no obtenía
una imagen inmediata de é l; cuando lo conseguía, era
general y carecía de las complicadas asociaciones que
los recuerdos tienen por lo común.

Mi terapeuta mencionaba la palabra gato o perro, y


decía: “ Trate de imaginarse cómo es un perro, qué clase
de ojos y orejas tiene. ¿Puede verlo?” Pero después de mi
herida me era imposible visualizar un gato, un perro o
ninguna otra criatura. He visto perros, sé qué aspecto tie­
nen, pero desde que fui herido no pude visualizar uno,
cuando me pidieron que lo hiciera. No puedo imaginarme
o dibujar una mosca, un gato, ni las zarpas y orejas de un
gato; sencillamente, no me es posible dibujarlos.
Si trato de formarme una imagen de una cosa (con los
ojos abiertos o cerrados), no puedo hacerlo, no logro ver
una persona, animal o planta con la mente. Solo que en
ocasiones tengo la sensación de que algo se les parece, aun­
que se disipa con rapidez. Lo que en realidad veo son algu­
nos puntos o cuerpos minúsculos.
Traté de recordar el rostro de mi madre y hermanas,
pero no me fue posible formar imagen alguna de ellos.
Pero cuando al cabo me enviaron a casa y vi a mi familia,
reconocí en seguida a mi madre y hermanas. Ellas se albo­
rozaron de tenerme de vuelta en casa, me abrazaron y be­
saron. Pero yo no conseguí besarlas. . . Me había olvidado
de cómo se hacía. Mi madre lloró cuando me abrazó, a la
vez de dicha y de dolor. . . Por lo menos un hijo estaba
de vuelta, pero con el cerebro lesionado, en tanto que el
otro había desaparecido en 1941, inmediatamente después
que comenzó la guerra. Me hicieron todo tipo de pregun­
ta s. . . ¿Cómo, cuándo, de dónde había regresado? Traté de
responder, pero no me salía nada; mascullaba cosas incohe-

94
rentes. Apenas recordaba una o dos palabras de una
frase. El resto no me salía. . .
No puedo entender cómo se fabrica la madera, de qué
está hecha. Todo — no importa cuánto lo toque— se ha
vuelto misterioso y desconocido. No puedo unir nada, ima­
ginar nada o hacer nada nuevo. Me he convertido en una
persona distinta en todo sentido, exactamente lo contrario
de lo que era antes de esta terrible lesión.

Más tarde su situación se alivió un tanto. Pareció


recobrar parte de su memoria, y sus recuerdos del pa­
sado se hicieron más ricos y vividos. Ello no obstante,
el mundo que lo rodeaba siguió siendo tan extraño,
incoloro y fragmentado como antes. Lo que había dado
sustancia a cada pensamiento o impresión seguía se­
pulto en el olvido.
Todos estos problemas continuaron, aunque pasa­
ron los años. Nada alteró el trágico estado de su me­
moria.

Poco a poco empecé a leer algunos libritos infantiles.


De vez en cuando tomo una gramática o un texto de física,
pero muy pronto lo dejo a un lado, pues no me atrae. La
lectura es tan penosa, que me duele la cabeza y siento como
si se me partiese. De modo que lo único que me restaba
era tratar de usar la maltrecha memoria que me queda
para recordar lo que pueda del pasado y desarrollar mi me­
moria para el lenguaje y la significación.
Pero a dondequiera que me vuelvo, me veo en aprie­
tos cuando trato de recordar palabras. Eso muestra cuán
perjudicado, desgarrado y quemado quedó mi cerebro a
consecuencia de esa bala y de las distintas operaciones a
que me sometieron. Por eso, aún ahora, sean cuales fueren
las circunstancias en que me encuentre (con mis amigos,
familia, distintos grupos de personas, mientras trabajo o
paseo), siempre tengo conciencia de estos defectos de mi
memoria y de mi capacidad para hablar o pensar. Me doy
cuenta de lo anormal que soy cuando hablo con la gente;
tengo conciencia de la sonrisa tonta que se esboza en mi
rostro, de la risa estúpida y nerviosa que tengo y de mi
constante costumbre de decir “ sí, sí” , cuando alguien me

95
habla. Y cuando empiezo a hablar, comienzo a reír en cier­
ta forma estúpida, singular, sin motivo alguno.
No recuerdo absolutamente nada de todo lo que estu­
dié y aprendí. ¡ Ha desaparecido todo! Cuando estoy solo,
es como si me hubiesen puesto un candado en la memoria,
pero cuando la gente me habla o escucho una conversación,
el candado parece abrirse un poco. El escucharlos estimula
un tanto mis pensamientos.
Me he convertido en una persona muy singular desde
que me hirieron. . . un enfermo, pero, por otro lado, una
criatura recién nacida. Todo lo que aprendí o experimenté
en la vida ha desaparecido de mi mente y mis recuerdos,
para siempre, desde la espantosa herida en la cabeza. Ne­
cesito tratar de identificar todo lo que veo, una y otra vez,
inclusive las cosas de mi vida diaria. Cuándo salgo del hos­
pital durante un rato, para tomar un poco de aire, para
acercarme un poco más a la naturaleza — flores, árboles,
lagos— , no solo tengo conciencia de algo nuevo y poco cla­
ro, difícil de entender, sino, además, de algo que me hace
sentir terriblemente impotente, que en realidad no me per­
mite entender y captar lo que veo.

¿Qué significaba este síntoma? ¿Qué provocaba


esa amnesia y esas "'peculiaridades de la memoria” de
que hablaba; su capacidad para revivir algunas imá­
genes del pasado, pero ninguna de las del conocimien­
to que había adquirido ?

96
LAS CARACTERISTICAS PECULIARES DE SU
"MEMORIA DEL LENGUAJE"
Se refirió a su principal incapacidad como a una
pérdida de “ memoria dei lenguaje” . Y tenía buenos
motivos para hacerlo. Antes que lo hiriesen, las pala­
bras tenían significaciones claras, que se le ocurrían
con facilidad. Cada palabra formaba parte de un mun­
do vital al cual se encontraba vinculado por millares
dé asociaciones; cada una de ellas despertaba un to­
rrente de recuerdos vividos y gráficos. Tener el domi­
nio de una palabra significaba que estaba en condi­
ciones de recordar casi cualquier impresión del pasa­
do, entender las relaciones entre las cosas, concebir
ideas y dominar su vida. Y ahora todo eso ha quedado
borrado.

En parte, las palabras han perdido sentido para mí,


o tienen una significación incompleta e informe. Esto rige
principalmente en cuanto a las características objetivas de
cosas como meso,, sol, viento, cielo, etc. He perdido la pista
de estas palabras y de su significado. Ante todo, no puedo
pensar o imaginar muchas de las palabras que tienen que
ver con cosas que estudié.
Debido al trauma que sufrieron mi cráneo y mi cere­
bro, mis recuerdos visuales y auditivos se han separado.
Veo una letra o un número, pero no puedo pensar en segui­
da en la palabra correspondiente, u oigo mencionar una
letra o un número, y no me es posible visualizar qué aspec­
to tienen una u otro. A menudo pienso que por eso mi
memoria y mi habla son tan malas. . . A veces necesito
todo un día para pensar en el nombre de algo que he visto
y poder pronunciarlo, Y a la inversa: escucho una palabra
(o digamos, un número determinado), pero no puedo vi­
sualizarlo en seguida o formarme imagen alguna de él.
E inclusive puede llevarme mucho tiempo recordar lo que
significa.

Durante los meses posteriores al momento de su


herida, este “ fracaso en lo referente a recordar pala­
bras” fue particularmente inquietante. Había olvida­
do hasta las palabras más comunes, y debía buscar-

97
las, tamizarlas y tantear en sus recuerdos, como un
hombre atrapado en una habitación desconocida, a os­
curas. Lo que es más, no solo las palabras se negaban
a acudir a su mente, sino que además tenían un sonido
extraño, de modo que con frecuencia debía hacer un
esfuerzo para recordar lo que significaban. Y el tiem­
po dedicado a la convulsiva búsqueda en su memoria
era en verdad largo.

Durante ios primeros años, después que fui herido, ne­


cesité mucho tiempo para pensar en la palabra que desig­
naba a un objeto, aunque lo que buscaba estuviese delante
de mis ojos. Si alguien mencionaba determinado objeto,
no podía visualizarlo en el acto. Cuando el médico me de­
cía: “ Liova, ¿puedes señalar tu ojo?” , no entendía a qué
se refería. Eso me sucedió una y otra vez desde que me
hirieron, porque no entiendo el significado en el acto, o no
me concentro en determinada palabra. Cuando el médico
repetía la pregunta, me devanaba los sesos tratando de
recordar qué significaba la palabra ojo. De pronto miraba
en torno y recordaba que ojo se refería a una parte de mi
cuerpo. Al cabo, cuando me daba cuenta de ello, podía pro­
nunciar la palabra y señalar mi ojo. Entonces él me pedía
que me señalase la nariz. Una vez más, me preguntaba
qué significaba la palabra, y seguía repitiéndola durante
unos minutos, hasta que la recordaba. Después me pregun­
taba si podía recordar la palabi’a oído. También necesita­
ba unos pocos minutos para que ese término me acudiese
a la mente. Cuando el médico trató de ponerme a prueba,
y ver qué recordaba, me vi obligado a buscar de nuevo las
palabras. Es un terrible problema para resolver.
Cuando distintos vocablos acuden a la mente, me los
digo para mis adentros en un susurro. A menudo eran las
palabras que yo mismo había usado para hablar a la gente
ese día, pero las olvidaba en seguida, a menos que me sal­
taran en la mente. Ese mismo día, más tarde, cuando el
médico me ponía a prueba, recordaba las palabras que ha­
bía estado buscando.
En otra ocasión el médico se señalaba sus propios ojos,
oídos o nariz, y me preguntaba qué eran. Yo trataba de
pensar en los nombres y al cabo, luego de una larga lucha,

98
recordaba. Hurra, por fin los sabía bien. Aun así, parece
existir una barrera interminable que casi todo el tiempo
bloquea mi recuerdo de las palabras. Cuando solía oir los
términos espalda o cuello, tenía más problemas aun. Senci­
llamente, había olvidado su significado, aunque sabía que
eran familiares y tenían algo que ver con el cuerpo de
uno, Pero no sabía con qué. Por lo general, poseo un tipo
singular de olvido o amnesia, casi con todos los vocablos,
o bien soy muy lento. No puedo recordar una palabra en
seguida, o si me es posible, no sé qué significa. Cuando mi
terapeuta señala una lámpara y me pregunta qué es, trato
de recordar, pero ello me representa una lucha. Tiene que
pasar cierto tiempo antes que pueda pensar en el nombre
de un objeto. Necesito mirar la lámpara y varios otros
objetos de mi habitación. Abrigo la esperanza de que los
objetos se conviertan en puntales de la memoria, y trato
de recordarlos, comparo varios de ellos, de modo que me
ayuden a recordar palabras, y a hablar con mayor faci­
lidad.

Meses después que salió del hospital, todavía lle­


vaba sobre sí la carga de este problema. Por ejemplo,
cuando vivía en su casa, con su madre y hermanas, en
Kímovsk, le pedían que hiciese alguna pequeña dili­
gencia : ir a buscar algo al depósito del sótano, o com­
prar pan o cereales en la tienda de comestibles. ¿ Qué
podía haber de más sencillo? Y sin embargo resulta­
ba muy difícil, pues había olvidado las expresiones
más corrientes, palabras que usaba todos los días cuan­
do era niño. No se le ocurrían en seguida, sino que
parecían encontrarse ocultas en algún remoto rincón
de su cerebro. Por lo tanto debía esforzar la memoria
para obtener una noción clara de ellas. Cuando al cabo
lograba recordar lo que significaban, las olvidaba un
minuto después. Se sentía fuera de sí, en absoluto inca­
paz de hacer frente a estos y otros problemas.
Si las expresiones comunes resultaban difíciles,
nada eran en comparación con los problemas que te­
nía para entender conceptos aprendidos y usados en
su vida cotidiana, en el hogar o en el instituto. En un
mundo en que las palabras parecían tan extrañas y
las ideas se encontraban hundidas en la amnesia, ne-

99
cesitó los esfuerzos más penosos para recuperar su
capacidad de hablar, su “ memoria del lenguaje” , como
él la llamaba.

Todas las palabras que escucho me parecen vagamente


familiares. En fin de cuentas, otrora había aprendido lo
suficiente para aprobar tres años del instituto politécnico.
En lo que respecta a mi memoria, sé que determinada
palabra existe, solo que ha perdido sentido. No la entiendo
como ia entendía antes de ser herido. Ello significa que
si escucho la palabra “ mesa” , no puedo entender en segui­
da de qué se trata, a qué se refiere. Tengo la sensación de
que es algo familiar, pero eso es todo.
De modo que debo limitarme a palabras que “ siento”
familiares, que tienen alguna significación definida para
mí. Son las únicas de las cuales me ocupo cuando trato de
pensar o hablar con la gente. Durante algún tiempo (des­
pués de mi herida), comencé a luchar para recuperar mi
memoria y mi capacidad para el habla, para entender loá
significados de las palabras. Sigo haciéndolo, aunque mi
memoria es limitada y siempre parece existir una brecha
entre una palabra y su significado. Ambas se encuentran
siempre separadas, y tengo que unirlas de alguna manera.
Pero no puedo mantenerlas juntas durante mucho tiempo;
se separan y desaparecen en el aire.
En ocasiones, cuando camino por el campo o el bosque,
me someto a pruebas para ver qué puedo recordar. Resulta
que he olvidado por completo los nombres de los árboles.
Es cierto que puedo acordarme de las palabras roble, pino,
álamo, alerce, abedul y otros (cuando me acuden a la
mente), pero cuando miro determinado árbol, no sé si es
un álamo o cualquier otra clase, aunque me parezca fami­
liar. Si alguien me señala algunos hongos, no recuerdo
cómo se llaman o cómo se usan, aunque me acuerdo de los
nombres de distintas clases de ellos, de los de sombrero
anaranjado, del tipo “ comestible” , blancos o castaños. Pero
no sé si determinado hongo es del tipo comestible castaño
o de cualquier otra variedad, a pesar de que debo de haber
sido capaz de identificarlos antes de recibir la herida.
Inclusive olvidé qué es un cliente de león, una flor que
conocí de niño. Cuando se marchita, recuerdo qué es, pero

100
hasta entonces no puedo imaginar, no tengo en absoluto
idea alguna de qué flor se trata.
Por costumbre, tiendo a ver las cosas a mi alrededor
de la misma manera que antes. Pero cuando me encuentro
frente a frente con los objetos, no los reconozco o recuerdo
de veras. No entiendo cómo crecen las plantas, qué las ali­
menta o cómo se hace crecer una nueva cortando una hoja
y poniéndola en agua. No entiendo las cosas esenciales
acerca de las plantas y animales que veo, pues no puedo
recordar sus nombres o qué significan.

No solo había olvidado el significado de las pala­


bras. Ya señalamos que no podía recordar una pala­
bra en el acto, sino que debía buscarla en forma acti­
va, y a menudo encontraba que en cambio se le ocu­
rrían otras. . .
Algunas de ellas bastante próximas, en su signi­
ficado, a lo que buscaba, pero otras muy alejadas de
él. ¿Cómo, pues, elegiría la palabra correcta, cuando
su memoria estaba atestada de vocablos, todos los cua­
les le parecían familiares y correctos? Era muy fre­
cuente que el término que necesitaba le resultase inac­
cesible.

Mi mayor problema consistía en no recordar las pala­


bras adecuadas cuando quería hablar. Desde la época en
que me hirieron, en cuanto pude volver a reconocerme,
repetía una palabra que un médico, una enfermera o un
paciente habían usado, pero un minuto más tarde la olvi­
daba. En esa época no me era posible pensar en determina­
da palabra cuando deseaba expresar algo; no podía recor­
dar nada a voluntad.
Cuando me encuentro sentado o paseándome por mi
habitación, y contemplo las cosas que me rodean, me pare­
cen familiares y henchidas de sentido. Pero, no sé por qué,
no puedo nombrar en seguida ninguna de ellas. Tomo un
lápiz o señalo una mesa y digo: “ ¿Cómo se llama eso? Es
una. . . Es una. . . ¿Cómo se dice? No es lina lámpara . . .
No es un tintero. . . 3 Es una mesa!”
Y así puedo seguir esforzándome durante varios días,
anotando palabras, haciéndome preguntas. Pero en con­
junto, todavía tengo que sudar con cada una de las pala-

101
bras. Por ejemplo, contemplo un objeto y comienzo a inte­
rrogarme: “ ¿Es una cocina? No. Y no es h u m o... o una
chimenea... o fu e g o ... linterna... vela. .. ca s a ... lla­
m a ... luz” . Maldición, no puedo recordar. De modo que
recito otras palabras: g a to. . . cuchara. . etc., y al cabo
se me ocurre. ¡Es hierro forjado!
Mi cerebro lesionado tiene que “ tropezar” con una pa­
labra para encontrarla, y si no quiero que se me escape de
la mente, debo describir un rodeo en torno a las brechas de
mi memoria. Pero esto me distrae la atención, de modo que
pierdo la pista de las otras palabras que acabo de recordar.
Padecí muchas experiencias inquietantes porque no se me
ocurrían las palabras que buscaba. Esto sigue atormen­
tándome, y me resulta tan torturante como siempre. Pero
no tengo la intención de ceder. Por difícil que haya sido,
he comenzado a hablar mejor a lo largo de los años. Esto
es bastante para estimularme a seguir luchando y tratar
de recuperar la suficiente memoria como para poder ha­
blar mejor.

ACERCA DE LA REMEMORACION
DE PALABRAS
Segunda digresión

Otrora se consideraba que la memoria era una fun­


ción muy simple. Se suponía que los nombres usados para
designar objetos se adherían a ellos como rótulo, con tanta
solidez como los que utiliza una buena ama de casa para
distinguir las provisiones que tiene en los estantes de su
despensa. Por consiguiente (para seguir con la analogía),
no había más que revisar esos estantes en busca de lo que
hiciera falta. Aunque esto era típico de un enfoque muy

102
antiguo de la memoria, muchas personas todavía suponen
que la mente funciona de esta manera. Pero en modo algu­
no es así. Inclusive un escritor tan antiguo como Swift
satirizó estas nociones simplistas en Los viajes de Gulliver.
En rigor los liliputienses habían decidido prescindir por
completo de los rótulos, pues las palabras eran innecesarias
y podían hacerse entender por medio de los objetos. En
consecuencia llevaban a la espalda sacos de los cuales saca­
ban los objetos que deseaban indicar. Si se supusiera que
la mente funciona de esta manera, resultaría difícil expli­
car por qué a veces tenemos tantas dificultades para en­
contrar determinada palabra, en tanto que en otras ocasio­
nes resulta igualmente difícil recuperar un recuerdo
perdido.
Un objeto material tiene muchos atributos, no es una
simple esencia. Considérese, por ejemplo, una mesa de bi­
llar. Se parece a una mesa común, aunque su paño de fiel­
tro posee cierta semejanza con el musgo y la parte que
cubre, con una tabla de pizarra. Tiene troneras a los costa­
dos y en cada esquina, y las bolas ruedan por la superficie,
en tanto que la mesa misma se encuentra ubicada siempre
en el centro de una habitación. Dadas estas característi­
cas, ¿cómo se encuentran los términos mesa de billar?
Mesa, tela, cuadro, troneras, bolas, designan algunos de
sus atributos, pero no la cosa misma. Además, las bolas se
reúnen en forma de pirámide. ¿Cómo se recordará que el
término es pirámide, y no agrupamiento, triángulo, trio?
En una palabra, ¿cómo elige la memoria precisamente las
características esenciales, de tantas otras, e inhibe el inter­
minable torrente de asociaciones que el objeto lleva a la
mente?
Cuando recordamos palabras tenemos que elegir siem­
pre de entre una variedad de alternativas posibles. En al­
gunos casos resulta mucho más probable que surja la aso­
ciación correcta, y la posibilidad de que aparezcan otras
es casi nula. Supongamos, por ejemplo, que es preciso com­
pletar la siguiente frase: “ Cuando llegó el invierno, las
calles estaban cubiertas de . . . ” . Es dudoso que nadie omi­
ta sugerir una palabra que no sea “ nieve” . La elección es
sencilla: en este caso solo existen dos o tres posibilidades.
Pero es frecuente que la situación sea mucho más comple­
ja. Tomemos la siguiente frase: “ Salí a comprar u n . . . ” .

103
¿Qué? ¿Pan? ¿Un peiiódico? ¿Un sombrero? Solo si se
conoce el contexto se puede completar la frase, pues exis­
ten millares de alternativas. En este caso, la probabilidad
de encontrar la palabra adecuada es indeterminada; hace
falta más información acerca de las circunstancias particu­
lares, con el fin de seleccionar la palabra correcta en el
almacenamiento de la memoria.
¿Pero cómo se trabaja si no se posee un contexto,
nada que sirva de punto de partida, y hay que encontrar
una palabra cualquiera? El proceso es mucho menos senci­
llo de lo que parece. Supongamos que entramos en un labo­
ratorio, vemos un instrumento familiar pero no podemos
recordar cómo se llama. Sabemos que se usa para cortar
preparados cubiertos de parafina, en secciones muy delga­
das, como los cuchillos usados en los almacenes de comes­
tibles para cortar tajadas de jamón, solo que millares de
veces más delgados. ¿Pero cómo se denomina el instru­
mento? Aunque el objeto sea familiar, hay que devanarse
los sesos para pensar en la palabra. Se sabe que tiene algo
que ver con “ m icro. . . ” ¿Pero es un microscopio? ¿Un
microeortador ? No, pero estamos muy cerca, y al cabo
surge a la mente la palabra “ mícrótomo”
O digamos que uno entra en un museo y de pronto des­
cubre que no puede recordar el nombre de un pintor (su­
pongamos que es el nombre de un georgiano, uno de los
fundadores del primitivismo). ¿Será Passaneur?, se pre­
gunta uno. ¿Pirestone? ¿ Prangishvili ? No, no es ninguno
de estos. Pero hay algo en el nombre que sugiere “ fuego” .
Y ¿uno vuelve a intentar. ¿Será Pirotechmk? No. También
se sabe que tiene algo que ver con los turcos. ¿Osmán? No,
pero uno pasa en seguida a Piresmán, y luego al apellido
mismo: Pirosmanishvili. En cuanto se ha recordado el nom­
bre, la memoria desecha en forma mecánica todas las aso­
ciaciones que surgieron a lo largo del trayecto.
Muy pocas veces tenemos que buscar una palabra de
esta manera. Solo lo hacemos si hay escasos elementos
para reforzar nuestro recuerdo de determinada palabra, o
si olvidamos un nombre por un momento . . . , como el per­
sonaje del cuento de Chéjov, que cuando trataba de recor­
dar el término “ avena” pensó en una cantidad de nombres
que tenían que ver con “ caballos” : “Koniashin” (de kon:
“ corcel” ) ; Ogloviev ( oglóvlia: “ varas” ) ; “ iámschikov”

104
(iamschík: “ cochero” ). Por lo general, esto no ocurre
cuando recordamos nombres de objetos comunes; el nombre
se encuentra impreso con firmeza en nuestra memoria, y
es frecuente que la cualidad característica del objeto resul­
te clara a partir del nombre mismo. Por ejemplo, en una
palabra como stol (mesa), la raíz “ stl” es la misma que en
las palabras nastilát (“ tender” ) ; postilát ( “ tender o po­
ner” ) ; nastil (“ tarima” ). Por lo tanto no tenemos proble­
mas en distinguir el rasgo lingüístico predominante. En
palabras como chasi (“ reloj de pared” o “ reloj de bolsi­
llo” ), cuya raíz es chas, (“ hora” ) ; parojód (“ barco de va­
por” , palabra compuesta por las raíces par y jod, “ vapor”
y “ movimiento” ), y parovóz (“ locomotora” , palabra com­
puesta de las raíces par y voz: “ vapor” y “ carro” ), el ras­
go predominante resulta tan evidente, que el nombre nos
parece en todo sentido lógico. No sentimos necesidad de
considerar otras alternativas, pues el nombre resulta tan
sugestivo del objeto que designa, que garantiza la elec­
ción adecuada.
¿Pero y si la lesión del cerebro ha afectado precisa­
mente las zonas que permiten analizar y sintetizar impre­
siones visuales de objetos, mediante el aislamiento de los
rasgos esenciales y la inhibición del surgimiento de aso­
ciaciones secundarias?
I. P. Pávlov, un experto en funciones corticales, seña­
ló que en circunstancias normales la corteza se encuentra
sometida a la “ ley de fuerza” . Los estímulos poderosos,
importantes, producen fuertes reacciones y dejan sólidas
huellas que surgen con más facilidad a la mente. Solo du­
rante estados de agotamiento o en el sueño se quiebra ese
equilibrio: los estímulos fuertes y los débiles se registran
con la misma intensidad, provocan respuestas igualmente
enérgicas y dejan huellas de la misma naturaleza perma­
nente. Por lo tanto, hay iguales probabilidades de que una
u otra surjan a la memoria.
Y piénsese en las extrañas asociaciones que ocurren
de manera inesperada cuando uno está a punto de dormir­
se; los pensamientos son confusos, y es muy fácil que lo
perturben a uno las cosas que parecen triviales durante el
día. Una situación cortical como esta, pero patológicamen­
te provocada, es lo que Pávlov denominó condición “ estado
igualatorio” , o “ de fase” . En este estado la corteza funcio-

105
na con mucha menos precisión, y casi no puede distinguir
ío esencial de lo Inesencial. Dejan de predominar las carac­
terísticas dominantes de los objetos {que en estado normal
discerniría), y quedan “ niveladas” con atributos secun­
darios, menos esenciales. Entonces resulta muy difícil ele­
gir el atributo correcto (y por lo tanto, también la palabra
adecuada), de entre toda la gama de alternativas que aho­
ra parecen igualmente probables.
La bala que penetró en el cerebro de este paciente
perturbó las funciones, precisamente, de la parte de la cor­
teza que controla el análisis, la síntesis y la organización
de asociaciones complejas en un marco coherente (median­
te el aislamiento de los rasgos esenciales de objetos perci­
bidos y la retención de huellas de hábitos de lenguaje). Al­
gunas células nerviosas quedaron destruidas; otras se en­
contraban en condición patológica “ fase igualatoria” . ¿ Re­
sulta extraño que le fuese tan difícil, y en ocasiones impo­
sible, distinguir la característica esencial de un objeto y en­
contrar la palabra correcta?
Tenía que buscar la palabra y seleccionar de entre
decenas de otras que encontraba a lo largo del camino, tal
como hace la gente cuando busca un nombre que ha olvi­
dado. Trataba de encontrar la clase a la cual pertenecía
la palabra, para reemplazar una categoría demasiado am­
plia. ( “ E s . . . un objeto . . . una cosa. . . un animal, . . ” .)
Hacía lo posible por encontrar algún tipo de contexto que
le ayudase a pensar en alguna palabra ( “ pero, ¿sabe? . . .
huelen tan bien. . . estas rojas, hermosas, fragantes. . . ¡ ro­
sas!” ). Hacía lo posible por evocar de manera mecánica lo
que no podía recordar a voluntad, pero solo lo lograba en
ocasiones, aunque recurría a todos los arbitrios concebi­
bles en ese mundo de probabilidades perturbadas.
Este proceso de rememoración de palabras y nombres
estaba muy alejado de las imágenes gráficas que por lo ge­
neral afloran a la mente y eliminan la necesidad de elegir
de entre una gama de alternativas igualmente probables Su
“ memoria del lenguaje” lesionada era asimismo distinta de
la rememoración normal y completa de sucesos.
Y así siguió durante interminables años: una lucha
por cada palabra que su cerebro lesionado, con su limitada
capacidad para las asociaciones de palabras y verbales, no
podía recordar. Estas asociaciones sistemáticas son preci-

106
sámente lo que permite acumular un vocabulario y pensar
con rapidez en una palabra. Ello explica los tipos de pro­
blemas que experimentó. En cuanto se le ocurría la palabra
correcta, su mente corría en busca de la siguiente; enton­
ces perdía con rapidez la pista de la primera palabra y
tenía que volver a buscarla. La suya no era solo una memo­
ria limitada y empobrecida, sino además desvastada. Y no
mejoró con el tiempo.

iSMITÁDO A IMAGENES ¡NDESCIFRADAS,


A IDEAS DESCARNADAS
Por supuesto que la utilización de palabras aisla­
das es la etapa más elemental del habla; con ellas es
preciso componer frases y parágrafos con el fin de
traducir y expresar una idea compleja. ¿Pero cómo
expresa uno una idea, si no puede captar con facilidad
la significación de las palabras, si la idea misma se
le escapa junto con las palabras que consiguió en­
tender?
Cuando este hombre oía hablar a la gente, escu­
chaba una transmisión radiofónica o trataba de enten­
der una narración, se veía encerrado en la trampa de
imágenes inarticuladas, fragmentarias, que debía des­
cifrar :

Inclusive cuando mi madre hace algunas observacio­


nes sencillas, no entiendo lo que dice. Me-aferró a la pri­
mera o a la última palabra que pronunció, y mientras tra­
to de entenderlas, me olvido de las demás.
En una ocasión me encontraba en un auditorio, escu­
chando algunos relatos y una ejecución de algunos artistas

107
que habían llegado de visita. Mientras hablaba el narrador,
todo el público rompió a reír. Como vi que los demás reían,
yo también lo hice, aunque no entendía lo que había dicho
el hombre, y solo tuve algunos motivos verdaderos para
reír cuando un actor que imitaba a un ebrio comenzó a
trastabillar y caer.
Cuando la gente me habla, o escucho la radio, por lo
general no entiendo más de la mitad de lo que se dice.
También tengo muchas brechas, “ espacios en blanco” en
la audición. Casi siempre escucho las palabras sin enten­
derlas. Esto significa que apenas consigo percibir una es­
casa porción de lo que se dice. En cuanto reconozco la sig­
nificación de unas cuantas palabras, las demás naufragan
en el torrente de la conversación que escucho.
Una vez, cuando oí la palabra “ catástrofe” , le pregun­
té a la persona que la mencionó a qué se refería, y traté
de entender qué quería decir. De pronto recuerdo el signi­
ficado de la palabra y lo que se está diciendo: el descarri­
lamiento de un tren. Pero me llevó mucho tiempo recor­
darlo. Esto es típico de la forma en que funciona mi me­
moria lesionada.
Cuando escucho la radio creo entender lo que oigo, solo
que mientras escucho olvido lo que dice el locutor. Sí me
concentro de veras en determinada palabra que uso, des­
cubro que en verdad no puedo entenderla durante un rato,
o que la he olvidado por completo. (Si no la olvidé, la olvi­
do luego.) Por supuesto que resulta más fácil, más descan­
sado, escuchar la radio que fatigarme la vista tratando de
leer un libro letra por letra. Por otro lado, cuando escucho
la radio no tengo la posibilidad de detenerme a pensar
acerca de lo que oí. Desde que quedé herido, no me fue
posible recordar nada de lo que escuché por la radio, en
tanto que cuando leo un periódico o un libro puedo dete­
nerme y releer algunas de las palabras o frases, pensar
las ideas. Aun así, olvido con rapidez lo leído, aunque por
un tiempo puedo retener más puntos principales que cuan­
do escucho la radio. Por otro lado, la lectura se me ha
hecho cada vez más difícil a lo largo de los años.

Como prueba de comprensión, se le leyó el si­


guiente parágrafo, en el cual la relación entre los ob­
jetos era complicada por numerosos detalles:

108
*‘A ambos lacios de la casa había grandes árboles de
una variedad rara, con grandes bayas parecidas a pi­
nas de pino, en la parte inferior de las hojas. En el
estanque, por el cual se deslizaban cuatro cisnes blan­
cos, se podían ver los reflejos de farolillos chinos, he­
chos de papeles de brillantes colores, colgados por to­
das partes y que tenían pintados rostros grotescos,
sonrientes.”
¿Qué pudo comprender después de la primera, se­
gunda y tercera lecturas ? Una cantidad muy limitada
de palabras e imágenes, fragmentos inconexos de fra­
ses relacionadas con “ árboles” , “ cisnes” y “ reflejos de
espejo” . Se le volvió a leer el parágrafo una y otra
vez, pero estos trozos y fragmentos inconexos no com­
ponían un.contexto significativo. Luchó con él como si
se tratase de un jeroglífico en el cual, después de mu­
cho pensarlo, se puede establecer la significación de
determinados elementos, pero no todo el texto, que
sigue siendo oscuro y necesita más tiempo aún para
descifrarlo:

No . . . no entiendo nada. . . Hablan acerca de . . . acer­


ca de . . . es difícil decirlo. . . Acerca de luces de farolillos,
y sobre cisnes en un estanque. . . Y algo como bosques a
ambos lados. . . Cisnes. . . Farolillos. . .
Están esos árboles. . . a ambos lados. . . y bayas. . .
y más farolillos . . . y cisnes que flotan . . . Hay una casa . . .
y junto a ella. . . árboles frutales. . . Parecen abetos . . .
Luego hay también farolillos. . . y un estanque. . . cisnes
flotando . . . cerca de ellos. . . cuernos. Y además. . . faro­
lillos . . . papeles de colores. . . ¡No, no lo entiendo!

Su comprensión reflejaba, decididamente, una


mente limitada a imágenes no descifradas. Trató de
concurrir a algunos grupos de estudios y educarse,
pero también en este caso los problemas eran abru­
madores :

Cuando escucho a la maestra, me da la impresión de


que las palabras que usa tienen sentido. . . Más bien pa­
recen familiares. . . Pero cuando me concentro en cada una
y dedico algún tiempo a considerarla, no recuerdo qué sig-

109
nifica ni me es posible formarme imagen alguna de ella,
Entre tanto, mientras continúa hablando, las palabras pa­
san volando y desaparecen de mi memoria en cuanto trato
de entenderlas. Y por más que hago no puedo recordarlas.
Cuando mi terapeuta O. P. me pidió una vez que le dijera
qué habíamos hecho en la lección anterior, necesité algún
tiempo para responder, aunque me había pasado varios
días con ese capítulo, tomado algunas notas que luego leí,
la noche anterior, Pero cuando me interrogó, tuve que vol­
ver a repasar mis notas. Me resulta muy difícil leer mi pro­
pia escritura, mis propias anotaciones (la caligrafía de
otra persona es imposible en todo sentido). De modo que,
por supuesto, no pude repasar las notas con rapidez, en
especial porque ella me había hecho una pregunta y yo me
sentía bajo la presión de la necesidad de responder, Al
cabo recordé una parte de lo que había leído la noche ante­
rior, y traté de hacer algunos comentarios generales, limi­
tados a unas pocas palabras. Pero no pude expresar lo que
quería decir.

Cómo es lógico, sus problemas no se limitaban a


la comprensión. Le resultaba difícil — en realidad im­
posible— , no solo interpretar el constante flujo de pa­
labras que usaba un interlocutor y entender la lógica
que había detrás de ellas, sino además formular y ex­
presar sus propias ideas con coherencia. Fragmentos
de palabras revoloteaban por su mente, chocaban en­
tre sí y se expulsaban unos a otros, de modo que en
el proceso de tratar de formular una idea olvidaba lo
que quería decir. Por consiguiente, cuando tenía que
presentar una solicitud en una oficina del gobierno, o
deseaba hablar o formular una simple pregunta en su
grupo de estudio, no lograba hacerse entender:

Cuando debía hacer un pedido en una de las oficinas


del distrito, me pasaba todo el día pensando acerca de lo
que diría. Pero cuando llegaba el momento y entraba por
fin en el edificio, necesitaba un largo rato con el fin de
acumular la decisión necesaria para entrar en la oficina,
pues tenía mucho miedo de no recordar las pocas palabras
que necesitaba para llevar adelante una conversación. Se
me escapaban en cuanto trataba de expresarme. Entonces

110
debía esperar hasta que se me ocurriesen otras. (Y pueden
aparecer en un minuto y desaparecer ai siguiente.)
Mientras me encontraba en el corredor, y más tarde
—cuando entraba por fin en la oficina del administra­
dor— en el momento en que consideraba qué debía decir,
los términos se me escapaban. El administrador me miró
y me preguntó: ‘‘¿Qué desea?” Pero las pocas palabras
que necesitaba usar parecían haberse escurrido deliberada­
mente de mi memoria. . . Todas ellas. Sentía que algo an­
daba muy mal en mi cabeza, no podía recordar nada.
Una vez fui al club, a escuchar una disertación. Cuan­
do el disertante terminó, inquirió si había preguntas. De­
cidí formular una. En ese momento me sentía muy nor­
mal . . . Es decir, no me dolía la cabeza ni me zumbaba
demasiado. El conferenciante me pidió que hiciera mi pre­
gunta. Lo escuché, pero, no sé por qué, no pude hablar,
pronunciar una sola palabra, ni siquiera una letra. Fue
como si de repente se hubiese cerrado un cerrojo en mi
mente. Todo el público me miraba y esperaba a que habla­
se. Entre tanto, yo no solo no podía hablar, sino ni siquie­
ra emitir un sonido, aunque en ese momento me sentía
muy tranquilo, en modo alguno nervioso. Como vio que, o
bien había olvidado lo que quería decir, o quizás estaba un
poco ebrio, la gente sentada cerca de mí me dijo: ‘ 'Siénte­
se, si no tiene nada que decir” . Me senté. Pero como nin­
guno de los integrantes del público tenía preguntas que
hacer el disertante se volvió otra vez hacia mí y preguntó:
“ ¿Qué quería decir?”

Lo mismo ocurría cuando estaba a solas y desea­


ba tomar nota de algo que se le había ocurrido. En
cierto sentido, eso era más fácil que conversar, pues
tenía una posibilidad de releer lo que había escrito.
Por otro lado, a veces resultaba más difícil aun, pues
el pensamiento se le escapaba en cuanto trataba de
anotarlo.

Se me ocurrió una idea de algo, una imagen de lo que


quería decir, y empecé a tratar de recordar las palabras
convenientes para expresarla. En cuanto junté dos pala­
bras, la idea misma que acababa de tomar forma en mi
mente desapareció de pronto. Olvidé lo que quería escribir.

m
Miré las dos palabras que había anotado, pero no podía
recordar qué deseaba decir. De modo que mi idea desapa­
reció . . . no podía recordarla, por más que lo intenté.
Cuando se me ocurría una buena idea, tomaba el lápiz
y de pronto me daba cuenta de que había desaparecido. La
misma idea no volvía a ocurrírseme durante todo el día,
quizá ni siquiera al siguiente, y si por casualidad pensaba
otra vez en ella, no la reconocía. Para entonces ya no tenía
sentido para mí, pues ya había seguido adelante y escrito
otra cosa.

Estos obstáculos hacían que resultase un esfuerzo


colosal escribir y describir lo que le había ocurrido. Su
mente no tenía con qué trabajar, salvo imágenes no
descifradas e ideas sin relación entre sí.

CONSTRUCCIONES GRAMATICALES

Tercera digresión

Ya vimos que le resultaba difícil seguir una conversa­


ción o entender el sentido de un relato o informe. Y sus
problemas se complicaban cuando trataba de analizar las
ideas de un texto escrito u oral. Como no poseía un domi­
nio rápido del idioma, el significado de una palabra se le
escapaba en cuanto pasaba a la siguiente.
Pero este no era más que uno de tantos problemas que
hacían que la comprensión le resultase un proceso tan
atormentador. Ya hemos observado que una de sus princi­
pales dificultades en lo referente a seguir una exposición
detallada consistía en su incapacidad para captar el signi­
ficado de las palabras. Por esa razón, carecía del sentido
de la unidad o disposición de las ideas del interlocutor, y
no podía encontrar el punto principal. Pero precisamente
esto es lo que hace uno cuando desea captar el contenido
de un relato o una conversación.
Un principiante no adquiere comprensión con rapidez,
como lo sabemos muy bien quienes fuimos estudiantes, de­
bido a los problemas con que tropezamos cuando tratába­
mos de dominar materiales complejos. Cuando una persona
ha aprendido a leer, la comprensión requiere cada vez me­
nos esfuerzos y tiempo. Desarrolla la capacidad para acen­
tuar su ritmo, y al cabo llega a un punto en que capta en
el acto las ideas de un informe o un texto, sin esfuerzos
aparentes.
Ello no obstante, algunos materiales son más difíciles
de entender que otros. Un discurso de cierta longitud o de­
talle puede, en apariencia, no presentar problemas, y sin
embargo exigir un complicado proceso de razonamiento
para entenderlo. Por ejemplo, resulta bastante sencillo se­
guir una narración que se lee sin tropiezos, está compuesta
de frases sencillas y se desarrolla en forma gradual, punto
por punto. (Era un día cálido. El bajó al lago, se introdujo
en el bote y comenzó a remar. ¡Cuán agradable era desli-,
zarse hacia la otra orilla!) Pero si se escucha un relato
más o menos complicado, consistente en frases complejas,
en las cuales la idea principal va acompañada por muchas
cláusulas subordinadas, es preciso retener en el pensamien­
to la idea principal y las observaciones calificativas que se
han hecho.
Los lingüistas tienen plena conciencia de los proble­
mas que presenta el lenguaje, y han elaborado formas por
medio de las cuales hacer frente a complejas pautas sin­
tácticas. Distinguen entre las estructuras “ extensas” (en
las cuales la idea principal es interrumpida por digresio­
nes) y las “ directas” (que se leen de corrido y no contienen
digresiones). Tómese, por ejemplo, la siguiente frase: “ La
colina en la cual se encontraba la vieja casa de tejas rojas
era empinada y estaba cubierta de musgo gris” . ¿Quién o
qué estaba cubierto de musgo? ¿La colina? ¿El techo?
¿Qué relación tiene “ musgo gris” con “ tejas rojas” ? En
esta disposición sintáctica “ extensa” , en la cual once pala­
bras de la cláusula subordinada separan el sujeto “ colina”
del predicado “ era empinada” , el significado resulta menos
fácil de captar.

113
Y más difíciles aun son las singulares figuras de dic­
ción conocidas como “ inversiones” . ¿ Son tan fáciles de en­
tender frases como la que sigue, con dos negativos? “ No
hay razones para no creer en esta información.” ¿Signi­
fica ello que se puede o que no se puede aceptar la infor­
mación? Y considérese la siguiente: “ Si no hubiese llegado
tarde para tomar el tren, no me habría encontrado con­
tigo” . La persona que habla, ¿llegó tarde para tomar el
tren, o no? ¿Encontró o no a alguien? O bien tomemos
otro ejemplo: “ ¡No tengo la costumbre de desobedecer las
reglas!” * ¿Qué clase de persona habla: un rebelde refrac­
tario o un estudiante sumiso? Si se aíslan las expresiones
“ no tengo la costumbre de” y “ desobedecer las reglas” ,
suenan chillonas y provocativas. Pero luego de pensarlo
un instante se advierte que lo que se quiere decir es preci­
samente lo contrario. Esta es apenas una indicación de
cómo puede engañarse uno con las inversiones grama­
ticales.
Considérense, asimismo, los casos en que el orden de
las palabras no coincide con el de los acontecimientos que
se describen. En la frase siguiente el significado resulta
evidente: “ Leí el periódico y luego desayuné” . Pero esto
puede expresarse en forma distinta: “ Desayuné después de
leer el periódico” . La falta de coincidencia entre el orden
de las palabras y la acción, ¿no complica un tanto la com­
prensión? La frase “ después de leer el periódico” invierte
el orden de la acción. Las inversiones gramaticales, un
medio de variar la estructura sintáctica, deben de haberle
parecido a este paciente una broma enfermiza.
Considérese la utilización de declinaciones para crear
■relaciones fuertes, estrictamente definidas, entre partes de
una oración, para subordinar una a la otra y de esa ma­
nera formar el marco de un sistema lógico de pensamiento.
Hace tiempo que estamos acostumbrados a usar declina­
ciones y entendemos con facilidad su significado. ¿Pero son
en realidad tan sencillos los casos gramaticales? Tómese la
siguiente frase, por ejemplo: “ En la rama del árbol hay
un nido de pájaros” . Los elementos no son simplemente
enumerados, sino dispuestos en un orden estricto, de modo

* En la frase rusa se usa un doble negativo: “ . . . d e no


obedecer’*. (.Y, del T.)

114
que las palabras crean una sola imagen, en la cual cada
una de las partes tiene una clara relación con las demás.*
Pero existen otras declinaciones, mucho más comple­
jas, que expresan relaciones abstractas: “ Un trozo de pan” ,
o “ el hermano del padre” , etc. En esta última frase, la
referencia no tiene que ver con ninguno de los términos
mencionados, sino con un tercero: “ tío” . Y construcciones
como “ el padre de mi hermano” pueden desconcertarnos a
todos por un momento. Es necesario detenerse a pensar
un momento, antes de darse cuenta de que el “ padre de mi
hermano” es también el padre de uno. Para entender tan
compleja relación sintáctica, en la cual la palabra en geni­
tivo se refiere, no a un objeto, sino a una cualidad o atri­
buto, hace falta un proceso de pensamiento bastante com­
plicado. Es preciso efectuar el salto mental desde el sen­
tido gráfico de la palabra “ hermano” hasta la significa­
ción que contiene la frase. Solo si se entiende esto puede
encontrarse sentido en ese enigmático “ genitivo atribu­
tivo” .-**
Quienes estamos familiarizados con las pautas lógicas
implícitas en la gramática encontramos muy fácil de en­
tender una construcción como la que he citado. Las dificul­
tades parecen no existir. Aun en los siglos X V y XVI, la
expresión “ los boyardos de los cuales descendían” fue
reemplazada por una frase mucho más sencilla: “ los hijos
de los boyardos” . Pero cuando se trataba de una expresión
como “ la tierra de Prokopia” , la gente se veía obligada
a usar una forma más profusa y torpe: “ De esta Proko­
pia . . . su tierra” , con inserción de palabras que expresa­
ban ciertas referencias formales y de tal manera eludían
la necesidad de una construcción gramatical compleja.
Pero en lugar de escribir “ quienes temían el poderío de la
horda de los ajeitsi” , escribían sencillamente “ quienes te­
mían el poderío y la horda de ajeitsi” .
Los giros idiomáticos complicados nos resultan tan

* La frase en ruso está compuesta de solo cinco palabras,


cuatro de las cuales son sustantivos. Por consiguiente, gran parte
de la significación queda contenida en las declinaciones. (N. del T.)
** En ruso, “ el hermano de mi padre” puede expresarse, bien
mediante la utilización del sustantivo en posesivo, como en inglés
(my father's brother), o por medio de un adjetivo posesivo deri­
vado del genitivo plural del sustantivo “ padre” . (N. del T.)

115
rutinarios, que no advertimos su complejidad, y en verdad
son códigos que se han desarrollado a lo largo de siglos.
Los empleamos con facilidad, porque hemos dominado las
pautas lingüísticas, nuestros medios fundamentales de co­
municación.
También expresamos relaciones por medio de ciertas
partes del lenguaje (preposiciones, conjunciones, adver­
bios, etc.). Estamos tan acostumbrados a usarlas, que lo
hacemos en forma mecánica. Frases como las que siguen
nos resultan en todo sentido evidentes: “ La cesta bajo la
mesa” , “ la cruz sobre el círculo'’, “ el libro a la derecha
del tintero” . Pero hace doscientos años las relaciones entre
estos objetos se designaban por medio de términos mucho
más concretos. Si alguien deseaba decir que algo estaba
“ debajo” de la cocina, usaba una palabra más gráfica como
“ fondo” . Y las expresiones “ a la derecha” , “ a la izquierda” ,
“ frente a” , “ detrás” , “ en lugar de” , etc., se enunciaban
con mucho más detalle, de modo que su significación bási­
ca —-“ derecha” , “ izquierda” , “ adelante” , “ atrás” y “ lu­
gar”— resultaba transparente.*
Tampoco tenemos dificultades para entender las for­
mas comparativas de los adjetivos y las declinaciones que
exigen: “ ¿Es una mosca más grande que un elefante?” **
O, “ ¿Es un elefante más grande que una mosca?” Lo mis­
mo ocurre con las pi'eguntas: “ ¿La primavera precede al
verano?” O “ ¿El verano precede a la primavera?” Pero
véanse las siguientes frases: “ El sol es iluminado por la
tierra” ; “ la tierra es iluminada por el sol” . En ruso, el
sujeto lógico y el gramatical de una frase coinciden por lo
general. Pero en estas frases se invierte la regía; la cons­
trucción pasiva exige un orden verbal invertido.
El lenguaje que usamos con tanta facilidad es en reali­
dad un muy complicado sistema de señales que exige adies-

* En el ruso moderno las expresiones que menciona son pala­


bras únicas —preposiciones o adverbios— que incluyen las prepo­
siciones de esas frases como prefijos. (N. del T.)
** Aquí, y en las páginas que siguen, Luria se refiere a una
de las dos maneras de expresar una comparación en ruso: con la
expresión del objeto comparado en caso genitivo y la eliminación
de la palabra “ que” . Como el ruso no tiene artículos definidos
o indefinidos, las frases a que se refiere están compuestas’ de
solo tres palabras, los dos sustantivos y el adjetivo comparativo.
(.V. del T.)

116
tramiento para dominarlo. Ese perfeccionamiento es nece­
sario para entender formas complejas de expresión, pues
las declinaciones y las partes del lenguaje funcionan como
herramientas exactas y seguras del pensamiento.
¿Qué necesita una persona para dominarlas? Una
facultad en especial: la capacidad para recordar estos
elementos gramaticales y percibir con rapidez y en forma
simultánea, la relación de palabras aisladas con las imá­
genes que evocan. El hombre que escribió este diario ya no
poseía esa capacidad para la comprensión instantánea de
complicadas pautas (ya sea de relaciones espaciales o lin­
güísticas). La lesión de su corteza cerebral había afectado
precisamente, las partes del cerebro que permiten evaluar
lo que se ha visto (como dirían los neurólogos, "sintetizar
simultáneamente partes separadas en un todo completo” ).
Esto explica por qué la perturbación de las funciones
corticales que describimos antes no solo afectó su capaci­
dad para orientarse en el espacio, sino que creó insupera­
bles problemas cuando trató de trabajar con el lenguaje.
Las complejas pautas sintácticas resultan insondables para
un paciente que' no puede captar en seguida las interre­
laciones de las palabras y percibir mentalmente lo que
significan.
Frente a las dos frases arriba mencionadas ("el her­
mano del padre” , "el padre del hermano” ), este paciente
supuso al principio que eran claras. En ambos casos podía
interpretar las palabras "hermano” y “ padre” . ¿Pero
qué entendía en estas frases? ¿Entendía la relación de los
dos sustantivos, o lo que designaba cada una de las cons­
trucciones gramaticales ? Le resultaba imposible; parecían
idénticas, y al mismo tiempo diferentes. No podía ir más
allá de la impresión superficial de las palabras, para llegar
a la significación implícita en su ordenamiento. Y experi­
mentaba más o menos la misma sensación de extrañeza
con las siguientes frases: "El círculo debajo del cuadra­
do” , “ el cuadrado debajo del círculo” . Como en ambas hay
palabras idénticas, parecían expresar lo mismo, aunque
él tenía la clara sensación de que existía alguna diferencia
entre ellas.
Las frases que expresan comparaciones estaban por
entero fuera de su comprensión, inclusive una tan sencilla
como: "¿Es una mosca más grande que un elefante?” , o

117
“¿es un elefante más grande que una mosca?” A lo largo
de los años realizamos millares de experimentos con este
paciente, usamos una variedad de construcciones gramati­
cales para tratar de juzgar con precisión qué señales del
lenguaje podía captar su cerebro lesionado. De tal manera,
el análisis lingüístico se convirtió en una importante he­
rramienta de la investigación psicológica. Pero nuestro
paciente resultó ser un instrumento igualmente importan­
te para evaluar los problemas vinculados con estructuras
gramaticales específicas.
Una y otra vez nos vimos obligados a extraer una
conclusión que a la postre resultaba evidente por sí misma:
de los dos tipos de sintaxis que hemos descrito, este hombre
sólo era capaz de entender aquella en la cual el orden de las
palabras coincidía con la secuencia de las acciones. Estas
frases no emplean complejas señales con las cuales orga­
nizar las ideas. Así, pues, la siguiente secuencia le resul­
taba clara: “ Llegó el invierno. Hacía frío. Caía nieve. El
estanque se heló. Los niños patinaban sobre el hielo". Tam­
bién podía entender una frase un tanto más compleja, co­
mo la que sigue: “ Mamá y papá fueron al teatro, en tanto
que la vieja nodriza y los niños se quedaban en casa". En
este caso el orden de las palabras corresponde al de las
ideas y da una simple y lógica progresión de imágenes.
Pero otra frase, compuesta de la misma cantidad de
palabras, le resultaba difícil de entender: “ En la escuela
de Dunia una de las trabajadoras de la fábrica ofreció un
informe” .* ¿Qué significaba eso para él? ¿Quién ofreció
el informe: Dunia o la obrera de la fábrica? ¿Y dónde
estudiaba Dunia? ¿Quién fue de la fábrica? ¿Dónde habló?
Si se entienden las construcciones gramaticales usadas
aquí, las respuestas a estas preguntas resultan evidentes.
Pero el cerebro lesionado de este hombre era incapaz de
combinar y sintetizar los elementos separados de la frase,
percibir las relaciones entre ellos y verla como una única
idea coherente. Aunque hizo desesperados esfuerzos para
entender, la frase estaba fuera de su alcance.
Tuvo problemas similares con una a la que ya nos

* En ruso las dos frases están compuestas por doce palabras


cada una, pero la segunda es una frase compuesta que dice, lite­
ralmente: “ En la escuela en que estudiaba Dunia una obrera de
la fábrica fue a ofrecer un informe” . (N. del T.)

118
referimos: “ En la rama dei árbol hay un nido de pájaros’'.
Esta frase de un libro de primeras letras le pareció muy
sencilla al comienzo, pero tropezó con el problema que
señalamos antes: las palabras rama, árbol, pájaro y nido
parecían no tener relación entre sí. ¿Cómo podía, pues,
combinarlas en un marco coherente?
Después de comenzar nuestros experimentos, apare­
cieron nuevas anotaciones en su diario, que databan de los
meses inmediatamente posteriores a la fecha en que lo
conocimos, cuando ingresó en el centro de rehabilitación
y comenzó a trabajar con terapeutas. Registró sus expe­
riencias con el lenguaje a lo largo de los veinticinco años
en que redactó su diario. Sus problemas con el lenguaje
se convirtieron en un punto focal de todos los impotentes
intentos que su cerebro lesionado se vio obligado a hacer:

El médico me mostró un grabado y me preguntó qué


era: vi dos figuras, pero necesité un poco de tiempo para
responder. Luego dije: “ Esta es una m u je r ... y esta es
una niña.. ” Me explicó que eran una madre y su hija.
Ahora bien, es extraño, pero en realidad ya no entiendo
palabras como estas. Debo de haber parecido desconcer­
tado, porque el médico me preguntó si sabía qué quería
decir la hija de la madre, y si se refería a una persona o
a dos.
No entendí el grabado. Sabía qué querían decir las pa­
labras madre e hija, pero no la expresión la hija de la
madre. Ei médico me pidió que le diese cualquier respuesta
que pudiera, de modo que levanté los dedos para mostrar
que me parecía que las palabras se referían a dos personas:
una madre y una hija. Pero luego me preguntó qué quería
decir la madre de la hija. Pensé durante un largo rato,
pero no pude entenderlo, y sólo señalé las dos figuras del
grabado. Las expresiones la hija de la madre y la madre
de la hija me parecían iguales, de modo que a menudo le
decía que lo eran.
Hasta ese punto llegué al día siguiente, con otro gra­
bado que me mostró. Me señaló las figuras y me preguntó
si sabía qué quería decir el perro del dueño. Una vez más,
tuve que pensar un rato, pero al cabo dije que se parecía
a la expresión la hija de la madre, que se refería a dos
cosas, un dueño y un perro. Y volví a levantar dos dedos.

119
Entonces me pidió que le mostrase el perro del dueño. Pen­
sé y pensé, y al final dije que perro del dueño y dueño del
perro eran lo mismo.* No entendí muy bien estas expre­
siones. Apenas presentí que las dos palabras que contenían
guardaban estrecha relación entre sí, pero no sabía cómo.
También tuve problemas con expresiones como: “ ¿Es
un elefante más grande que una mosca?” y “ ¿Es una mosca
más grande que un elefante?” Lo único que podía entender
era que una mosca es pequeña y un elefante grande, pero
no entendía las palabras más grande y más pequeño. El
problema principal consistía en que no entendía a qué
palabra se referían.
Por supuesto, sé qué son un elefante y una mosca,
cuál es grande y cuál es pequeño. Pero no entendía las
palabras más pequeño o más grande de esas expresiones.
Mis ojos y mi mente iban y venían, entre estas palabras,
tratando de encontrar la respuesta correcta. Todavía no
tengo certeza, y a veces me siento impotente cuando inten­
to encontrar el sentido de esas palabras más grande y más
pequeño.
No sé cómo, siempre pienso que la expresión “ una
mosca es más pequeña que un elefante” significa que ha­
blan de un elefante muy pequeño y de una mosca grande.
Pero cuando solía hablar a los otros pacientes de ello, me
decían que significaba todo lo contrario. Traté de recor­
darlo, pero el médico expresaba la idea en muchas formas
distintas: “ ¿ Una mosca es más pequeña que un elefante, o
más grande?” “ ¿Una mosca es más grande que un elefante,
o más pequeña?” “ ¿Un elefante es más pequeño que una
mosca, o más grande?” “ ¿Un elefante es más grande que
una mosca, o más pequeño?” “ ¿Qué es más grande, un
elefante o una mosca?”
Y yo pensaba y pensaba en todo esto, pero me sentía
confundido. Mis pensamientos parecían galopar de un lado
a otro, a tanta velocidad, que la cabeza me dolía cada vez
más. De modo que, de una u otra manera, cometía errores,
y sigo sin entender estas cosas.
A menudo A. R. u O. P. decían: “ Trace un círculo so­
bre una cruz. ¿Qué figura estará encima y cuál en la parte

* En ruso ambas frases están compuestas solo por los dos


sustantivos con distintas declinaciones, (.V. del T.)

120
inferior ?” Ale confundía y no podía contestar en seguida,
Tenía que pensar y examinarlo un rato, pero no sabía cómo
dibujarlo. O bien me resultaba imposible contestar, o decía
cualquier cosa que se me ocurriera. Desde que fui herido
no he podido entender cosas como esa: dónde debería estar
el círculo (arriba o abajo). Lo que es más, se pueden in­
vertir las palabras de modo que digan: “ Una cruz sobre
un círculo” . Las dos expresiones me parecen iguales, pero
O. P. dice que “ un círculo sobre una cruz” y “ una cruz
sobre un círculo” significan cosas distintas. Me explica
que la palabra sobre significa arriba, bajo significa debajo,
Pero no entiendo qué significa sobre en esa expresión
“ círculo sobre una cruz” . Por más que lo pienso, nada saco
en limpio. No sé por qué, no puedo entender esas cosas.
Ya sabía y recordaba lo que significaban las palabras
arriba y abajo (la lámpara está arriba de la cama; la cama
está abajo de la lámpara). Aun así, me sentía embrollado y
confuso cuando trataba de contestar a las preguntas de
O. P. Reconocía el significado de las palabras sobre y bajo,
pero no podía unirlas con las dos cosas: círculo y cruz. Y
sigo sin poder hacerlo. Hay muchas ideas como esta, que
no puedo entender o recordar en el acto; sencillamente, no
las capto cuando trato de hablar o recordar.
Al comienzo no encontraba sentido en la palabra pres­
tar o tomar prestado. Me resultaba más fácil entender una
frase como: “ Sonia le dio a Varia cien rublos” , o “ Varia
le dio a Sonia cien rublos” , Pero no podía entender qué
quería decir: “ Iván le pidió prestados treinta rublos a
Serguei” . ¿Quién recibió el dinero?
El médico me mostró un álbum con grabados de gatos
de distintos colores, y me preguntó si el gato negro era más
pequeño que el blanco, pero más grande que el rojo. Me
resultó difícil entender estas palabras. Además, eran mu­
chas. Desde que me hirieron solo me fue posible comparar
una palabra con otra: una sola idea. Y aquí había tantas
ideas distintas, que caí en una enorme confusión. Podía
ver un gran gato negro en el grabado, y luego uno blanco
que era un poco más pequeño, y después uno rojo, el más
pequeño de todos. Al mirarlos, podía entender qué tamaño
tenía cada uno, pero no podía compararlos y entender las
ideas más pequeño y más grande. No sabía a qué gato se
referían estas palabras.

121
Después de ser herido, volví a recordar las letras del
alfabeto, aunque me costó mucho trabajo. Pero no puedo
recordar palabras de unión como más pequeño o más gran­
de. Necesito mucho tiempo para pensar una respuesta,
inclusive a las preguntas que yo mismo me formulo. Cuando
se modifica el orden de las palabras de estas preguntas,
el significado cambia por completo. Por eso nunca estoy
seguro de la respuesta de preguntas tan sencillas, aunque
sé qué son un elefante y una mosca. Esos pocos términos
se pueden ordenar en mil formas distintas, y mi memoria
no está a la altura de ello. Y si tengo problemas para en­
tender algo tan fácil como esto, me resulta mucho más
difícil tratar de entender una pregunta como: “ ¿El círculo
está arriba o abajo del triángulo?’' Y hay millares de ideas
mucho más complicadas que esta. Desde que me hirieron
no me fue posible entender qué significan frases como esa,
en especial cuando trato de hacerlo con rapidez, en el acto.
Necesito mucho tiempo para entender una frase así. Voy
y vengo, entre una parte de la frase y la otra, en un intento
de encontrar la respuesta correcta.
A veces trato de hallar el sentido de esas sencillas
preguntas acerca del elefante y la mosca, decidir cuál es
correcta o errónea. Sé que cuando se reordenan las pala­
bras cambia el significado. Al principio no lo creía así, no
parecía haber diferencias en ninguno de los dos ordena­
mientos. Pero después de pensarlo algún tiempo me di
cuenta de que el sentido de las cuatro palabras (elefante,
mosca, menor, mayor) cambiaba cuando las palabras se
encontraban en un orden distinto. Pero mi cerebro, mi
memoria, no pueden entender en seguida a qué se refiere
la palabra menor (o mayor). De modo que siempre tengo
que pensar en eso durante un rato. Por supuesto, hace
tiempo entendí que la expresión “ una mosca es menor que
un elefante" es correcta. Pero todavía necesito mucho
tiempo para pensar en los distintos ordenamientos de estas
palabras. Ello nada tiene que ver con las letras que las
componen. He vuelto a aprender el alfabeto y ahora reco­
nozco todas las letras (aunque no en forma inmediata).
Es que las palabras de estas frases tienen un significado
en todo sentido distinto cuando se las reordena. De modo
que a veces me parecen correctas expresiones ridiculas co­
mo “ una mosca es mayor que un elefante” , y tengo que

122
pensarla mucho más tiempo. Y existen innumerables ex­
presiones como estas, que la gente usa. De modo que
constantemente me encuentro en un embrollo, y tengo
más problemas para entender las frases cuando me en­
cuentro en uno de esos accesos. Los ataques lo hacen más
difícil aun.

Pronto resultó evidente que la dificultad de este


hombre para entender la lógica implícita en las cons­
trucciones gramaticales era su principal incapacidad,
uno de los indicios más seguros de que las funciones
cerebrales habían resultado dañadas. El mismo lo re­
conoció, y después de escuchar de los médicos el tér­
mino “ afasia intelectual” , lo utilizó para describir su
enfermedad. Con la precisión de un investigador ex­
perto, nos ofreció un análisis detallado, coherente, de
sus problemas:

Cuando una persona ha tenido una grave herida en


la cabeza, o sufre de una enfermedad cerebral, ya no en­
tiende o reconoce en seguida el significado de las palabras,
ni puede pensar en muchas palabras, cuando trata de ha­
blar o pensar. Y a la inversa: no puede formar una imagen
de una cosa u objeto cuando lo oye mencionar, aunque ya
conozca la palabra.
Debido a su enfermedad, tampoco puede orientarse
en el espacio, o percibir en seguida de dónde proviene un
sonido. Siempre vacila, va y viene antes de poder apuntar
con seguridad (por ejemplo, martilla y yerra muchas
veces antes de poder clavar un clavo en una cerca o grane­
r o ) . A consecuencia de su lesión y enfermedad, su memo­
ria queda destrozada, nada puede recordar. Estas son las
consecuencias de una lesión grave en la cabeza.
Todo esto es lo que yo denomino “ afasia intelectual” .
Uso la expresión para referirme a todo lo que me impide
recordar y pronunciar palabras, visualizar objetos cuando
ios oigo mencionar, y entender una cantidad de palabras
en ruso, que vinculan las ideas entre sí y les dan sentido.
Cuando pienso en mi pasado —-en los distintos hospitales
a los que me enviaron los médicos— , así entiendo mi
desgracia.

123
Tenía conciencia de io catastróficos que eran sus
síntomas, pero estaba decidido, a toda costa, a recupe­
rar lo que había perdido. Ese fue el comienzo de una
lucha para restablecer su capacidad de pensar, para
entender lo incomprensible. Lo orientaron en ello mu­
chos experimentados psicólogos y terapeutas; ¿unto
con ellos elaboró decenas de métodos, técnicas de apo­
yo, un algoritmo de la conducta.
Todos ellos trataron de ayudarlo a analizar y
razonar difíciles construcciones verbales, a explicar
que con una frase como “ el hermano de mi padre” ,
solo tenía que preguntarse: “ ¿El hermano de quién?”
Lo mismo ocurría con la expresión: “ Un círculo sobre
una cruz” . Volvieron la ilustración del revés y le mos­
traron qué relaciones designaba “ sobre” , “ debajo” .
Con los comparativos, trataron de explicarle en la
forma más completa posible cada uno de los elementos:
“ Un elefante es mayor que una mosca” , quiere decir
que un elefante es grande. ¿Más grande que qué? Que
la mosca, esta mosca pequeña, minúscula.
Parecería que reemplazaron operaciones breves,
sucintas, por medio de técnicas de respaldo, de mule­
tas para la comprensión, que implicaban prolongadas
y detalladas consideraciones. Pero solo gracias a ellas
comenzó a entender el significado de complejas cons­
trucciones gramaticales. Su lucha, sin embargo, nunca
obtuvo un éxito total. A pesar de la esperanza que
depositó en ella, hubo momentos de atormentadora
desesperación, pues todos los triunfos .que lograba
llegaban con lentitud. A medida que pasaban los años,
seguía sin una comprensión inmediata de las cons­
trucciones gramaticales.
Luego de veinticinco años de agotadores esfuer­
zos, frases como las analizadas más arriba seguían
siendo absolutos enigmas para él. Y si no se dedicaba
a un prolongado estudio de cada término de una ex­
presión comparativa, el cambio en el orden de las
palabras no le resultaba comprensible inmediatamen­
te. Como antes, las expresiones seguían pareciendo
ambiguas, idénticas, pero en cierta manera diferentes.
Aun después de analizarlas, no estaba seguro de su
significado.

124
"TOPOS MIS CONOCIMIENTOS HAN
DESAPARECIDO"
Los problemas difíciles, en verdad imposibles, que
tenía cuando trataba de entender las relaciones expre­
sadas en las construcciones gramaticales provocaron
un problema más profundo: la imposibilidad de recu­
perar ninguno de los conocimientos que había adquiri­
do a lo largo de años de estudios.
Lo que se aprende en la escuela y en el campo
especializado encaja en un marco total de ideas, en
el cuerpo íntegro del conocimiento que representa la
educación. No es posible “ recordar” simplemente la
matemática, lo mismo que no es posible “ recordar”
t)l capital de Marx. Aprender y entender significa
absorber ideas que la memoria conserva en forma
sucinta, como una especie de resumen o compendio.
Más adelante se puede revivir este conocimiento y
ampliarlo. Por supuesto que es posible olvidar por un
tiempo algunos principios de matemática o de la he­
rencia, pero esta información “ olvidada” vuelve con
rapidez cuando uno refresca los recuerdos. Los cono­
cimientos no se acumulan en la memoria como las
mercancías en un depósito o los libros en una biblio­
teca, sino que se conservan por medio de un sistema
abreviado de codificación que crea un marco de ideas.
Por consiguiente, todo lo que la memoria ha retenido
en esta forma concisa puede ser revivido y des­
arrollado.
Esta es, precisamente, la facultad que le faltaba al
paciente, cuya lesión había destruido los sectores mis­
mos de la corteza que resumen y convierten sucesivas
informaciones en pautas abreviadas que se pueden
aprehender en forma simultánea. En cuanto trató de
recuperar los conocimientos que poseía otrora, ello
resultó evidente. Y esta fue la pérdida que le pareció
catastrófica:

¡No recuerdo nada, absolutamente nada! Apenas tro­


zos separados de información, que presiento relacionados
con uno u otro campo de los conocimientos, ¡Pero eso es

125
todo! No tengo conocimientos verdaderos acerca de ningún
tema. ¡Mi pasado ha quedado borrado!
Antes de mi lesión, entendía todo lo que decía la gente,
y no tenía dificultades en aprender ninguna de las ciencias.
Después olvidé todo lo que había aprendido acerca de la
ciencia. Toda mi educación ha desaparecido.
Sé que concurrí a la escuela elemental, que me gradué
con honores en la secundaria, que completé tres años de
cursos en el Instituto Politécnico de Tula, realicé trabajos
avanzados en química y antes de la guerra terminé toda
esa preparación. Recuerdo que me encontraba en el frente
occidental, que fui herido en la cabeza en 1943 cuando
intentamos quebrar la defensa alemana de Smolensk, y
que nunca pude volver a unir los trozos de mi vida. Pero
no puedo recordar qué hice o estudié, las ciencias que
aprendí, los temas que seguí. Lo he olvidado todo. Aunque
estudié alemán durante seis años, no puedo acordarme de
una palabra, ni siquiera reconozco una letra. Además re­
cuerdo que estudié inglés durante tres años seguidos, en el
instituto. Pero tampoco sé una palabra de eso. Olvidé esos
idiomas tan por completo, que parece que jamás los hu­
biese estudiado. Acuden a mi mente palabras como trigo­
nometría, geometría de sólidos, química, álgebra, etc,, pero
no tengo idea de lo que significan.
Lo único que recuerdo de mis años de la escuela se­
cundaria son algunas palabras (como letreros, nombres
de tem as): física, química, astronomía, trigonometría, ale­
mán, inglés, agricultura, música, etc., que ahora nada
significan para mí. Solo presiento que de alguna manera
me son familiares.
Cuando escucho palabras como verbo; pronombre,
adverbio, también me parecen familiares, aunque no las
entiendo. Por supuesto, las conocía antes de ser herido,
pero ya no las entiendo. Por ejemplo, escucho una palabra
como ¡pare! Sé que tiene algo que ver con la gramática. . .
que es un verbo. Pero eso es todo lo que sé. Un minuto más
tarde es probable que llegue inclusive a olvidar la palabra
v erb o. . . Desaparece. Todavía no recuerdo ni entiendo la
gramática o la geometría, porque mi memoria ha desapa­
recido, parte de mi cerebro ha sido eliminada.
A veces tomo un manual de geometría, física o gra­
mática, pero me siento molesto y lo dejo a un lado, pues no

126
encuentro sentido en ios manuales, ni siquiera los de la-
escuela secundaria. Lo que es más, me duele tanto la cabeza
cuando trato de entenderlos, que una sola mirada basta
para ponerme nervioso e irritable. Me siento presa de una
insoportable fatiga y repugnancia hacia todo eso.

Los terapeutas trataron de enseñarle. El se es­


forzó por recuperar una pequeña parte de los conoci­
mientos que había perdido, y se pasaba horas enteras
sentado frente a un problema o teorema que antes
habría entendido en un instante. Y todo era en vano:

M. B., un joven que hacía poco recibió su título en


filosofía, trató de enseñarme geometría. Al principio usaba
un texto de la escuela secundaria para explicarme algunos
conceptos de geometría como “ punto” , “ línea” , “ plano0 y
“ superficie” . Luego comenzó a analizar teoremas. Lo extra­
ño es que recordaba que otrora los había conocido, aunque
ahora no pudiese entender ninguno de ellos. Inclusive había
olvidado el significado de “ piano” , ‘'línea” y “ superficie” ,
y aunque M. B. me los explicó varias veces, seguía sin
poder recordarlos o entenderlos. Y me sentía torpe, sabía
cuán obtuso e insensato debía de parecerle. De modo que
mientras él hablaba yo decía “ sí, sí” , como si lo entendiera
todo, aunque no podía seguir ninguna de sus explicaciones.
No entendía las palabras que usaba. Tenía que basarme
principalmente en dibujos y esbozos de figuras. Sin ellos,
ninguna de las expresiones verbales “ me llegaba” . Siem­
pre tenía que comparar con el dibujo mismo la escritura
que acompañaba a los dibujos: esta es una línea, un punto,
un plano. Pero todavía no puedo desarrollar ni definir
ninguno de estos conceptos, por muchas que sean las veces
que estudio las explicaciones. Todo esto parece extraño,
inclusive para mí. Siempre me duele la cabeza y parece
que la tuviera envuelta en una bruma, como si me encon­
trase ebrio todo el tiempo. No sé por qué, no puedo enten­
der palabras como “ superficie” , “ circunferencia” o cual­
quier tipo de línea . . . Inclusive líneas de planos y figuras.
L-o único que entiendo es lo que saco de los dibujos o es­
bozos del libro, y no de las explicaciones escritas u orales.
No entiendo qué significa “ grados de un ángulo” o una

127
“ curva” . No me llegan. No me resulta difícil entender
figuras planas, gráficas, pero no entiendo una figura con
volumen, en la cual hay que visualizar, reordenar y hacer­
se una idea de una cosa en relación con todo lo demás. Sé
{aunque me es difícil) cómo imaginar la superficie de un
rectángulo a partir del número de centímetros de dos
lados. Y sé que el lado al cuadrado da la superficie
de un cuadrado. Pero no puedo entender qué significan
“ los grados de un ángulo” , o una curva, ni vincularlos
con nada específico como la superficie de la tierra.
M. B. trató inclusive de enseñarme el siguiente teo­
rema: “ El ángulo exterior de un triángulo, no adyacente
al ángulo interior, es mayor que cada uno de los ángulos
interiores” . Al principio no entendía ninguno de estos tér­
minos y sus definiciones (adyacente, ángulo, exterior,
interior), pero adquirieron algún sentido después que
observé los trazos de líneas. El problema consiste en que
los teoremas se siguen uno al otro, y que es necesario
recordarlos, Y eso me resulta imposible. Tengo que com­
parar y tratar de recordar qué quieren decir palabras
como menor y mayor; a qué se refieren en un teorema
como este. Sé qué significan menor y mayor en términos
de magnitudes, pero cuando una frase tiene varias palabras
entre estos términos, me es difícil entender su significado
(no sé si se refieren a lo que las precede o a lo que las
sigue). Tengo que basarme en algo definido, como en la
sencilla pregunta acerca del elefante y la mosca. Y enton­
ces entiendo a qué se refiere la palabra mayor. Después de
una larga lucha, llego por fin a entender un teorema, pero
lo olvido en cuanto paso al siguiente.
Siempre me veo obligado a luchar con las definiciones
de palabras e ideas con las cuales tropiezo. Puedo recordar
las palabras del teorema que M. B. me dio, después de uno
o dos meses de práctica cotidiana, pero luego introdujo
nuevos teoremas y definiciones. Y como no puedo recordar
los teoremas, las palabras de la definición o los conceptos,
nada saqué en limpio de las lecciones. Así son las cosas
en mi vida. Si quiero recordar algo ■—inclusive un teore­
ma— , tengo que pasarme uno o dos meses con él. Debido
a mi memoria “ afásica” , no puedo tener con los teoremas
o conceptos más suerte de la que tengo con las palabras.
Y si na cuento con una posibilidad de recordar determina-

128
do teorema de vez en cuando, lo olvido por completo, tal
como olvidé todos los otros que traté de aprender.
De modo que resulta que, como mi memoria es tan
mala, jamás entenderé nada de geometría, gramática, fí­
sica o cualquier otra ciencia, Lo que ha sucedido con mi
vida es sencillamente terrible. Esta extraña enfermedad
que tengo es como vivir sin cerebro. Lo que recuerdo en
un instante desaparece en el siguiente, de modo que no
me es posible entender teoremas, o inclusive cosas más
sencillas de lo que me rodea.

Tenía dificultades no solo con sistemas comple­


jos de ideas como las de la geometría, la física y la
gramática, sino aun con los sencillos procesos aritmé­
ticos que se enseñan en los primeros años de la escuela
elemental. Su experiencia con ellos mostraba que los
simples sistemas numéricos le eran no menos difíciles
que los complejos conceptos científicos:

Debido a mí lesión, me olvidé de calcular con números.


Al principio no conocía ni uno. Los había olvidado, tal
como olvidé las letras del alfabeto. De modo que, una vez
más, me senté junto a un maestro, en la esperanza de
despertar muy pronto de ese extraño y terrible sueño.
Miraba un número durante un rato, pero sí no podía
recordarlo tenía que esperar hasta que me llegara. Al cabo
recordaba el primer número — uno— , y comenzaba a re­
citar el “ alfabeto numérico” hasta llegar a siete, y casi le
gritaba a mi maestro cuando señalaba el siete del diagra­
ma. Pero a veces no sabía si 6 x 6 es igual a 36, 46 ó 40.
En ocasiones (yo mismo me di cuenta de ello), ni siquiera
estaba seguro de cuánto era 2 x 2 . Una especie de neblina
parecía hacer que mi cerebro quedase en blanco. Hasta
hace poco, todavía me confundían las tablas de multipli­
cación.
En ese sentido, era. como un niño de cinco años. Al
principio no conocía un solo número. En cuanto empecé a
estudiar, progresé con mucha mayor rapidez que con las
letras, debido a que los números se parecen tanto. Lo único
que hay que hacer es recordar los diez primeros. Después
de eso se repiten, salvo algunos leves cambios o adiciones.
Mi maestro también quería que recitase los números

129
en orden inverso, pero eso era muy difícil. Luego, sin em­
bargo, comencé a realizar algunos progresos. Cuando
llegaba a contar hasta diez, mí maestro me pedía que eli­
minase el último número y retrocediera en el orden. Toda­
vía no podía decir la palabra “ nueve” en seguida, sino
que tenía que contar de uno hasta ocho para conseguirlo.
Al principio tuve muchas dificultades para sumar (al
fin de cuentas, apenas empezaba a aprender a contar de
nuevo). Siempre tenía que recitar el “ alfabeto numérico” .
No recordaba en el acto ningún número. Por ejemplo, O. P.
preguntaba: “ Si suma 10 y 15, ¿cuánto le dará?” Primero
debía contar hasta diez y pronunciarlo hasta entender qué
número designaba la palabra. Luego contaba de 10 hasta
15, para saber qué número era ese. A partir de ahí tenía
que contar con los dedos hasta 25.
La resta era mucho más difícil. O. P. preguntaba:
“ Si resta 10 de 20, ¿qué le quedará?” Comenzaba a calcu­
larlo. Primero recitaba los números hasta 20, luego volvía
a recorrer los diez primeros para poder decir el número
10. Me daba cuenta de que 10 y 10 eran 20, de modo que
si eliminaba uno de los 10, me quedaba 10. Solucionaba el
problema, pero con suma lentitud. Después aprendí a
calcular por decenas en lugar de unidades (no lo hacía en
voz alta, sino que me lo susurraba para mí mismo). De
esa manera avancé con un poco más de rapidez, pero toda­
vía resultaba penoso.
Al principio O. P. me pidió que memorizase las tablas
de multiplicación. Traté de hacerlo, pero siempre las con­
fundía. Es cierto que algunas las recordaba en seguida
(1 x 1 , 2 x 2 , 3 x 3 , etc.). Después de eso recordé la tabla
del 5 y podía recitarla hasta 10 x 5. Pero aun en ese caso
era frecuente que me la olvidara.
Y cuando O. P. empezó a hablarme acerca del “ mi­
nuendo” , “ sustraendo” , “ residuo” y “ suma” , “ multiplican­
do” y “ dividendo” , me quedé mirándola. . . Escuché las
palabras, que me parecían familiares, pero no recordé su
significado.
Me resultaba más fácil entender los números si los
escribía, pero me era muy difícil hacerlo mentalmente, y
siempre me veía obligado a usar prolongados métodos in­
directos. Si O. P. me pedía que restase 17 de 32 de memo­
ria, tenía que trabajar con suma lentitud, contar y volver

130
a contar. Además debía pedirle que repitiese ios números
un par de veces. Luego empezaba a contar: “ Resto 2 de 32.
Me quedan 30. Sumo 3 a 17 y me da 20. Resto 20 de 30.
Quedan 10, 10 menos 7 da 3. Sumo 10 a 3 y tengo 13. De
30 quedaban 2, de modo que los sumo a 13 y obtengo 15” ,
Si no hubiese usado este método indirecto, con idas y ve­
nidas, no habría podido hacerlo. Cuando logro escribir los
números, me resulta más fácil, mucho más rápido.
Ya conocía el significado de términos sencillos como
“ adición” y “ sustracción” (unir y separar), “ multiplica­
ción” y “ división” , pero a veces los olvidaba cuando los
necesitaba. No podía recordar ideas como “ diferencias”
y “ cociente” .
Siempre confundía los números y no podía dar las
respuestas cuando trataba de sumar o restar de memoria.
Al principio me era difícil entender las raíces cuadradas.
Olvidaba con rapidez cómo extraer la raíz cuadrada de 49,
0,49, 4 y 0,4. Cosas como estas no las captaba en seguida,
Al principio mi maestra me enseñó a calcular núme­
ros (sumarlos y restarlos) y un poco más tarde empezó a
enseñarme las tablas de multiplicación, Al cabo de unos
meses recordaba la mayoría de ellas, pero a menudo con­
fundía números de tablas distintas, y a veces no estaba
seguro de lo que pudiera ser una cosa tan sencilla co­
mo 5 x 6 .
Hace poco mi maestra trató de presentarme algunos
simples problemas aritméticos. Para entonces ya había
aprendido a sumar, restar, multiplicar y dividir como lo
hacen los niños en la escuela elemental. Pero cuando comen­
zó a hablarme del “ sustraendo” , “ diferencia” y “ cociente” ,
no pude recordar esas ideas, aunque presentía que me eran
familiares. Por supuesto, al cabo de poco tiempo las enten­
dí. Pero no recordaba palabras como “ sumando” y “ dife­
rencia” , y no podía aplicarlas, cuando trataba de solucionar
un problema. Intenté entender si “ cociente” tenía que ver
con la sustracción, la adición o la división. Mi maestra
me ayudaba, pero para entonces había olvidado el signifi­
cado de la palabra “ diferencia” .

Este fue un enorme obstáculo en su vida cotidia­


na. Ni siquiera sabía calcular cuánto debía gastar en
la tienda o cómo contar el cambio.

131
A menudo no estoy seguro de si 5 x 5 es 25, 35 ó 45, y
he olvidado por completo algunos de los ejemplos más evi­
dentes, como 6 x 7 . Tengo que X’ecorrer la tabla de multipli­
cación para hallar la solución. Por supuesto, no encuentro
dificultades para entender si una respuesta es correcta,
cuando estoy en casa y puedo escribir los números. Pero
si trato de calcularlos de memoria, mientras paseo o com­
pro algo en la tienda, siempre cometo errores.
De modo que no intento calcular el dinero por mi
cuenta cuando compro alimentos en la tienda. Le digo al
cajero que necesito comprar medio kilo o un kilo de algo,
le entrego el dinero y obtengo un recibo sellado y el cam­
bio. Luego me dirijo a la empleada, que pesa lo que quiero
comprar. Pero pocas veces trato de sumar cuánto debo
gastar en la tienda.

Estos problemas no se limitaban al cálculo de


números. No podía jugar al ajedrez, a las damas o
siquiera al dominó, juegos en los que se había desem­
peñado muy bien antes, y en los que ganaba invaria­
blemente.

Antes de ser herido era bastante competente en casi


cualquier juego, pero después olvidé cómo se jugaban. Pa­
saron años, después de mi herida, antes que intentase
siquiera jugar a las damas, el ajedrez y el dominó, y en
realidad nunca volví a aprenderlos.
Antes de la guerra era un buen ajedrecista. Pero des­
de el momento en que me hirieron me olvidé del juego y del
nombre de las piezas. Los olvidé tal como había olvidado
los números y las letras del alfabeto.
Traté de jugar al ajedrez con algunos principiantes,
pero me llevaba mucho tiempo calcular cómo debía mover.
Todavía no recuerdo los nombres de las piezas, en el mo­
mento mismo en que estoy jugando. A veces recuerdo el
caballo y el rey, pero las demás se me han escurrido de
la mente, y no pude recordarlas en estos últimos veinte
años.
En el hospital usaba distintos nombres para las pie­
zas: a la reina la llamaba tsarevna (cuando podía recordar
esta palabra), y al rey tsar, Cuando llegaba al caballo,
pensaba en el caballo de Budíoni. Reemplacé la torre y el

132
alfil por las palabras oficial y corona. Cuando recordaba
estas palabras, resultaba más fácil, pero a menudo las olvi­
daba mientras jugaba. Y tenía los mismos problemas que
con la lectura. Mis ojos solo podían ver dos o tres de las
piezas del tablero. Como veía una porción muy pequeña de
este, siempre me olvidaba de las otras piezas y les perdía
los rastros. Y ni siquiera conseguía planear una movida
por anticipado.
Aun así, empecé a jugar de nuevo. Para ser más exac­
tos, comencé a aprender el juego. Pronto supe mover las
piezas y recordar sus nombres, aunque a menudo las con­
fundía. Resultaba difícil en especial tenerlas en la cabeza
mientras jugaba. Todavía es engorroso recordar y tratar
de jugar ahora sin nombrar las piezas, porque no logro
pensar las palabras en seguida. AI comienzo jugaba con
principiantes que no conocían el juego, y más tarde con
pacientes que no eran exactamente principiantes, pero que
no jugaban demasiado bien porque también ellos habían
sido heridos en la cabeza. Hace falta un tiempo enorme
para decidir cómo mover. Es frecuente que confunda las
piezas y pierda los rastros de las otras que hay en el
tablero.
No puedo planear o prever movidas, pues tengo gran­
des dificultades para recordar. Pero me es posible planear
una movida por anticipado, aunque no recuerdo la que se
hizo antes. Juego mal debido a mi mala memoria y visión.
En realidad no veo las piezas en el tablero, y siempre ten­
go que mirar hacia uno y otro lado para entender la dis­
posición. ¡Pero es tan difícil! Cuando juego experimento
un terrible dolor de cabeza y una presión en el cuerpo, y
siento más vértigos. Tengo la cabeza envuelta en una bru­
ma, lo veo todo como si estuviese semidormido. . . y ello
se refleja en la forma en que juego al ajedrez.
Casi lo mismo sucedió con las damas. Aunque debo ad­
mitir que era un buen jugador antes de mi herida, des­
pués me olvidé también de este juego. Cuando veía a la
gente jugar a las damas en el hospital, el juego me parecía
familiar. Pero cuando traté de jugar con uno de los pa­
cientes, me olvidé de cuántas casillas debía mover, o en
qué dirección. En general, no podía recordar gran cosa del
juego. De modo que en lugar de jugar conmigo, el hombre
empezó a enseñarme. Resultaba divertido, pero me era difí-

133
cii aceptarlo. Pronto aprendí cómo se movían las piezas y
las “ damas” , y casi siempre me acordaba de las palabras
que las nombraban, durante el juego. Era mucho más sen­
cillo que recordar los nombres de las piezas de ajedrez.
Aun así, seguía teniendo problemas con las damas. Con
frecuencia debía pensar un rato cada movida, me confun­
día, olvidaba las que ya había hecho, y podía prever por
anticipado una sola movida. En las damas, tenía tan poca
idea de lo que hacía mi contrincante como en el ajedrez.
Lo mismo puedo decir del dominó. Mientras jugaba,
me parecía bastante fácil contar los puntos de las piezas
(doce es el máximo en cualquiera de ellas), pero me era
difícil mantener los detalles en la memoria. Olvidaba la fi­
cha que había puesto un jugador, y no podía sumar con
rapidez los puntos de las piezas. Me ponía tan nervioso y
ansioso con el juego, que me parecía mejor dejarlo. Nece­
sitaba tanto tiempo para pensar acerca de las piezas, que
la gente con quien jugaba se enfurecía conmigo. Y siem­
pre perdía, no importa a quién tuviese como compañero,
pues olvidaba qué pieza había usado un jugador, en cuan­
to la dejaba sobre la mesa. Hay solo veintiocho piezas en
el dominó, pero existen cuarenta y nueve combinaciones de
figuras. ¿Podía yo recordar tantas? ¿Por qué me resultaba
tan penoso jugar, que nunca lograba ganar? Antes de ser
herido, podía vencer a cualquiera en el dominó, de modo
que el juego me aburría y casi nunca jugaba. Ahora que
he quedado herido, no entiendo el sentido de un juego tan
sencillo. De modo que sigo jugándolo porque mi memoria
(que tiene que razonar inclusive en un juego como este)
y mi visión han recibido un castigo tan intenso a conse­
cuencia de esa herida.
Estos problemas afectaron no solo su habilidad
para el ajedrez, las damas y el dominó. Casi cualquier
situación social — una conversación, una película, con­
ciertos'—, se convirtieron en cosas difíciles, casi im­
posibles. Sencillas ideas de la vida cotidiana eran lo
único que podía entender en las películas. Cualquier
cosa que fuese más complicada carecía casi de sentido
para él:
Voy al cine con suma frecuencia. Me gusta ver pelícu­
las, hace que la vida resulte menos aburrida. El único pro-

134
blema es que desde que me hirieron no puedo leer las sobre­
impresiones de la pantalla, mi lectura es demasiado lenta.
Para cuando he entendido unas pocas palabras, aparecen
otras en la pantalla. Y no puedo ver toda esta, sino solo
una parte ubicada a la izquierda del centro. Si quiero ver
toda la imagen, debo mirar de uno a otro lado, a distintas
partes de la pantalla. Por eso me canso tan pronto y quedo
con un agudísimo dolor en los ojos y la cabeza. Como no
puedo leer los letreros sobreimpresos, no entiendo las pe­
lículas mudas. Cuando hay banda sonora, y no necesito
leer, también me resulta difícil entender. Antes de haber
tenido ocasión de comprender lo que dicen los actores, em­
pieza una nueva escena.
En general solo entiendo cosas muy sencillas, que me
son familiares desde la infancia. Si hay algo en una pelícu­
la que hace reír al público, yo me quedo allí, preguntándo­
me cuál será la gracia. Lo único que entiendo es cuando
dos personas discuten, pelean y se derriban una a otra. Eso
puedo captarlo sin palabras. Pero después de haber visto
una película no recuerdo nada acerca de ella, aunque me
parezca haber entendido una parte.
Lo mismo rige para los conciertos. Veo y escucho a los
ejecutantes, pero no consigo entender las palabras de las
canciones; no tengo tiempo suficiente para captarlas. Para
mí, son nada más que palabras, y no puedo conservarlas
en la mente . . . desaparecen en un minuto.

Le gustaba la música tanto como antes, y recor­


daba con facilidad las melodías de canciones, ya que
no las palabras. Esto significaba que las canciones
siempre parecían fragmentadas, compuestas por una
parte melódica que podía entender y por un contenido
que carecía de sentido.
Es como lo que ocurrió con mi memoria y con mi capa­
cidad para hablar. Con las palabras de una canción me veo
ante el mismo problema que con la conversación. Pero pue­
do entender la melodía en forma mecánica, tal como pude
recitar mecánicamente el alfabeto antes de aprender a re­
conocer las letras.
Éste fue otro ejemplo de la división que se había
formado porque algunas funciones cerebrales perma-

135
necieron intactas en tanto que otras quedaron destrui­
das por completo. Por lo tanto, aunque le era impo­
sible entender el sentido de una conversación sencilla,
o de muchas construcciones gramaticales, nos dejó una
descripción sorprendentemente exacta de su vida. Ne­
cesitaba un esfuerzo sobrehumano para escribir una
página de su diario, y sin embargo escribió millares.
A pesar de su incapacidad para hacer frente a pro­
blemas elementales, pudo presentar un vivido relato
de su pasado. Más aun, todavía poseía una poderosa
imaginación, una notable capacidad para la fantasía
y la empatia. Recorramos algunas de las páginas de su
diario, en las cuales trató de imaginar vidas por com­
pleto distintas a la suya:

Digamos que soy un médico que examina a un paciente


con una grave enfermedad. Me siento muy preocupado por
él, apenado con todo el corazón. (En fin de cuentas tam­
bién él es humano, y se siente impotente. Yo también po­
dría enfermar y necesitar ayuda. Pero ahora me preocupa
él, . . Pertenezco a ese tipo de personas que no pueden de­
jar de preocuparse.)
Pero digamos que soy una clase de médico completa­
mente distinto, alguien que se aburre con los pacientes y
sus dolencias. No sé por qué estudié medicina, porque en
realidad no quiero trabajar y ayudar a nadie, ¿ o haré si
ello me procura alguna ventaja, ¿pero qué me importa si
muere un paciente? No es la primera vez que ha muerto
alguien, y no será la última.
Me imagino qué se sentiría si uno fuese un famoso
cirujano que ha salvado muchas vidas. La gente se mues­
tra agradecida, me llama su “ salvador” Me siento feliz de
poder hacer esto, pues valoro la vida humana. Por otro
lado, me imagino como un tipo distinto de cirujano. No
tengo una gran reputación, pues a menudo cometo errores,
aunque no me parece un defecto mío, del paciente o de mi
actitud. Sea como fuere, prefiero el teatro, los bailes, las
fiestas y una vida fácil, antes que la medicina. Lo único
que importa es mi comodidad, aunque, por supuesto, no lo
admito en público.
Pero puedo imaginarme una vida distinta en todo sen­
tido, la de alguien que trabaja como mujer de la limpieza.

136
La vida es difícil, ¿pero qué puedo hacer? No soy io bas­
tante inteligente para ningún otro trabajo, y casi no puedo
leer ni escribir. Y ahora soy vieja.
¡Si fuese un gran ingeniero, dirigir una fábrica no re­
sultaría un problema, pues estaría vinculado con muchas
otras fábricas y administradores. Es claro que la vida me
resultaría más difícil que para una mujer de la limpieza
o un estibador.
¿Pero y si fuese una mujer con una enfermedad que
me hínchase la cabeza hasta tal punto, que me dejara prác­
ticamente aturdida de dolor, y le gritase a todos, en el
hospital, noche y día? Aun así, no querría morir. Me in­
quieta mi hijo, quien sufrió una fractura tan grave del crá­
neo, en la parte posterior, que su cerebro ha quedado lesio­
nado, casi no ve, siente vértigos todo el tiempo y se ha con­
vertido en un analfabeto. Además me preocupa porque no
sé qué ha sido de mi otro hijo. La última noticia que tuve
de él, era que se encontraba con las tropas en Lituania,
en 1941. Toda esta pena me atormenta día y noche.

Su vivida imaginación no ha sido perjudicada por


su lesión. (Algunos neurólogos creen que esta facultad
es controlada por el hemisferio derecho del cerebro).
Le proporcionó cierto alivio momentáneo, frente al es­
fuerzo de luchar contra un mundo que se había vuelto
tan incomprensible.

UNA HISTORIA QUE NO TIENE FINAL

Aunque hemos llegado al cabo de este relato, en


realidad no tiene un verdadero final. Este hombre si­
gue viviendo con su familia en Kímovsk, que a lo lar­
go de los años se ha convertido en un caserío mucho

137
mayor, lleno de edificios de tres y cuatro pisos. Como
en años anteriores, continúa sentado ante su escritorio,
todas las mañanas, trabajando en su relato, tratando
de expresarse mejor, de describir la esperanza y la
desesperación que forman parte de su lucha perma­
nente.
Su herida se curó hace veinticinco años, pero la
formación de tejido cicatricial ha provocado ataques.
Las zonas perjudicadas de la corteza cerebral no pu­
dieron restablecerse. Por lo tanto, cuando trataba de
pensar, su mente debía describir un rodeo en torno de
estas zonas quemadas y emplear otras facultades con
las cuales aprender y tratar de recuperar algunas ca­
pacidades perdidas.
Experimentaba una desesperada necesidad de des­
pertar de ese terrible sueño, de pasar a través de la
impotencia del estancamiento mental, de encontrar el
mundo claro y comprensible, en lugar de tener que
buscar a tientas cada una de las palabras que pronun­
ciaba. Pero era imposible.

El tiempo vuela. Ya han pasado más de dos décadas,


y todavía me encuentro atrapado en un círculo vicioso. No
puedo salir de él y convertirme en una persona sana, con
una memoria y mente claras.
La persona corriente jamás entenderá la amplitud de
mi enfermedad, nunca sabrá lo que es, si no la experimen­
ta por sí misma.

Y así volvió al pasado, pues no podía entender


por qué el mundo se había vuelto tan extraño, por qué
era necesaria la guerra, o encontrar justificación al­
guna para lo que le había ocurrido. Veinticinco años
antes era un joven talentoso, de futuro promisorio.
¿Por qué tuvo que perder la memoria, olvidar todos
los conocimientos adquiridos, convertirse en un invá­
lido sin remedio, condenado a luchar por el resto de
su vida? Esto estaba fuera del alcance de su com­
prensión.

No entiendo por qué existen la opresión y la esclavitud


en otros países. La tierra es lo bastante rica para alimen-

138
tamos y vestirnos a todos, para proporcionar mucho más
que las necesidades elementales, para iluminar la vida de
generaciones futuras. ¿ Qué necesidad hay de guerras, vio­
lencia, esclavitud, opresión, asesinatos, ejecuciones, pobre­
za, hambre, trabajo derrengador o desocupación en países
que poseen tanta riqueza?

Sigue tratando de recuperar lo irrecuperable, de


convertir en algo comprensible los trozos y fragmen­
tos que quedan de su vida. Ha vuelto a su relato y
sigue trabajando en él. No tiene final.

"SI NO FUERA POR LA G U E R R A ..."


A modo de epílogo

¿Cuántas tragedias ha creado la guerra? ¿Cuántos


hombres murieron, quedaron mutilados, despojados de toda
posibilidad de una vida productiva? ¿Quién sabe cuántos
de aquellos a quienes la guerra destrozó y mutiló habrían
podido ser grandes personas, los Lomonósov, Pushkin, Men-
deléiev, Tolstoi, Dostoievski, Chaicovski, Pávlov y Gorki de
nuestra época? Entre ellos pueden haber existido grandes
hombres de ciencia que habrían hecho la vida aun más lu­
minosa, más promisoria.
A no ser por la guerra, hace ya mucho tiempo que
el mundo habría sido un gran lugar en el cual vivir. En
esta época tenemos una oportunidad para construir y crear
un mundo magnífico y bello, para alimentar, vestir y alo­
jar a toda la humanidad, y no solo a la generación actual,
sino a la de muchos siglos por venir.
El agua y la tierra de este mundo contienen una inago­
table fuente de energía y materias primas; no hay que

139
temer que escaseen nunca. Pronto habrá vuelos ai espacio
exterior, primero a ia luna y los planetas más cercanos.
Esto nos proporcionará una oportunidad aun mayor de
enriquecer la vida con elementos y sustancias raros que
pueden ser más abundantes en otros planetas que en la
tierra. Y podríamos hacer todo esto, si no fuese por la
guerra. . ,

140
Este libro describe la lucha heroica de
un hombre para recuperar el uso de su
cerebro, dañado por una lesión grave. El
autor realiza citas extensas del diario
que el paciente llevó con esfuerzo duran­
te un período de veinticinco años. Poco a
poco debió volver a aprender a identifi­
car, recordar, comprender, hablar, como
cuando era niño, compensando con su
tenacidad admirable las facultades per­
didas. De modo que estas páginas no
constituyen solo un documento psicoló­
gico, sino también un testimonio de la
capacidad del espíritu humano para
superar obstáculos formidables.

A. R. Luria es uno de los más destaca­


dos psicólogos soviéticos. Pertenece al
cuerpo de profesores de la Universidad
de Moscú y a la presidencia de la Unión
Internacional de Psicólogos Científicos.

También podría gustarte