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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACIÓN UNIVERSITARIA,


CIENCIA Y TECNOLOGÍA
UNIVERSIDAD BOLIVARIANA DE VENEZUELA (UBV)

UNIDAD CURRICULAR: Análisis Sociológico del Derecho


DOCENTE: Merly Fuenmayor

REVOLUCIÓN
FRANCESA

REALIZADO POR:

Manuel Salvador Boscán Inciarte


C.I. V- 7.816.300
Víctor Manuel Boscán Ferrer
C.I. V- 28.137.745
Humberto José Morillo Rosendo
C.I. V- 9.557.735

Sección: EJR-MB-12
Periodo: 2-2021
DESARROLLO

Para comprender las trasformaciones sociales que se suscitan en nuestro


entorno, es imprescindible acudir a la sociología, con el objetivo de hacer conciencia
respecto a las conductas y roles que desarrollan los individuos dentro de la
estructura social.

El nacimiento de la sociología tiene como punto de partida la Revolución


francesa. Auguste Comte, filósofo francés a quien se le denomina el padre de la
sociología positivista, estableció que la sociedad no debía sustentarse bajo los
ordenamientos del ejercicio del poder en turno (los reyes) y tampoco someterse a la
ideología que imperaba, ambos en el contexto del siglo XIX. Por otra parte, las bases
de la sociología se conformaron de aspectos subjetivos que se desencadenaron de
la espiritualidad de la misma ciencia, a la par que la sociedad experimentó de sus
propios cambios sociales en aquel siglo.

La sociología como ciencia social, cultural y natural hace referencia al


sociólogo Max Weber, la cual, al ser interpretada, apenas es posible explicar los
elementos del actuar social (causalidad) y analizar los posibles efectos que se
suscitan. Es importante mencionar que las interpretaciones no son absolutas con
respecto al concepto de referencia, sino, por el contrario, son polisémicas; es decir,
poseen diversos significados que son producto de la manera en la que los sujetos
sociales perciben la realidad, a efectos de relacionar al objeto con múltiples
conceptos y analizar empíricamente sus características.
La causalidad, o también conocida como la causalidad sociológica, se ha
convertido en el elemento fundamental de la sociología general, en tanto que es
característico del sociólogo establecer una relación estrecha con la historia para
lograr una aproximación con su objeto de estudio.

La sociología y la historia son dos ciencias fundamentales para entender las


dinámicas que se presentan en la realidad social. Mientras que la sociología estudia
los elementos de la estructura social y su funcionamiento, así como las formas de
vida a través de un espacio y tiempo determinados, la historia se interesa en
acontecimientos concretos con características específicas, como son las
revoluciones en los países o las guerras internacionales a lo largo del tiempo. Por
ello, llevar a cabo estudios desde la perspectiva socio histórica permite analizar los
hechos que son producto de las relaciones sociales, pues las contribuciones de la
sociología histórica han coadyuvado a cuestionar los paradigmas de la teoría social y
las ciencias sociales, como es el derecho, para poner en primer plano a la historia y,
de esta manera, se pueda revalorizar su importancia.

En ese orden de ideas, el derecho es un producto cultural de las relaciones


entre sujetos sociales, que difícilmente puede ser comprendido a través de sus
particularidades jurídicas. Por ello, resulta de vital importancia las intervenciones
sociales para tratar de comprender la organización social, la ideología, el marco
legal, la economía y la política de las sociedades en jurisdicción.
Entonces, la sociedad será todo aquel conglomerado de individuos que
interactúan entre sí para establecer relaciones sociales, las cuales se rigen bajo
ordenamientos normativos externos de forma coactiva. Por lo tanto, puede decirse
que el derecho nace en la sociedad y, de esta forma, derecho y sociedad están
estrechamente relacionados entre sí. El derecho es de carácter social y, por ende,
debe encargarse del estudio de los ordenamientos jurídicos internos en la estructura
social, que tienen como antecedente, de acuerdo con Eugen Ehrlich, la Escuela
Histórica del Derecho, que fue la encargada de fomentar el derecho nacionalista y
oponerse al derecho artificial creado por el ejercicio del poder.

De esta manera, la sociología jurídica es posible, “en la medida que la norma


jurídica es efectiva para alcanzar la realidad deseada de unos cuantos miembros en
el sistema social”.

La sociología jurídica, como método transdisciplinario, sirve para analizar, a partir de


la experiencia jurídica humana, los comportamientos de los sujetos sociales inmersos
en la política, la economía, la psicología, la criminología, el derecho y la sociología.
Lo ya mencionado indica que la sociología ha experimentado una explosión; se ha
diversificado en las diferentes ramas del saber científico, como las ciencias sociales y
las humanidades. Al mismo tiempo, ha sufrido una implosión al especializarse; en
otras palabras, hay sociólogos enfocados en el estudio de lo jurídico, lo jurídico-
penal, la política criminal, e incluso existen sociólogos enfocados en el estudio de la
comunicación organizacional, la administración pública, la educación, las culturas y
las ideologías. Los objetos de estudio de la sociología jurídica, de acuerdo con
Augusto Sánchez Sandoval, son los siguientes: a) “los comportamientos de las
personas que sean derivados o tengan consecuencias en la imperatividad de las
normas jurídicas”; b) “las conductas humanas que tengan como consecuencia la
derogación o el nacimiento de normas jurídicas”, y c) “los comportamientos de
grupos de personas desvinculadas del derecho, que entren en relación funcional con
otros grupos humanos que son el resultado de normas jurídicas”.
Por lo anterior, se puede decir que aquellos comportamientos humanos que
han experimentado una estrecha relación con la norma jurídica son objeto de estudio
de la sociología jurídica y no de la sociología general. Esto significa que el objeto de
estudio tiene que distinguirse, porque no sólo se trata de la sociología jurídica en sí,
sino también de ver a través de ella y describir las diversas particularidades que se
despliegan del ejercicio del poder.

En consecuencia, puede decirse que el derecho es un instrumento de control


social creado por aquellos que detentan el poder. Por tanto, el derecho no es
autónomo, sino que es un sistema cerrado que está permeado por infinidad de
agentes externos a él, como la delincuencia organizada, el terrorismo, las políticas
públicas, las leyes institucionalizadas, el sistema económico, la religión, la política,
entre otros. En tal virtud, el derecho como sistema cerrado se rige bajo su propia
normatividad.

Finalmente, el papel de la sociología jurídica, a diferencia de la sociología


general, radica en estudiar el poder y sus estrategias para llevarlo a cabo, tomando
en cuenta que el poder no se da en acto, sino en potencia, a partir de las múltiples
relaciones sociales, a efectos de perpetuar instrumentos hegemónicos de control
social.
Lo que la Revolución Francesa puede decirnos sobre la historia de los
derechos sociales

Lograr un consenso sobre los términos de la obligación social en una sociedad


basada en la igualdad es tan complejo como extremadamente importante.

En las últimas cuatro décadas, se ha vuelto común referirse a los derechos


sociales como “derechos de segunda generación”, como adiciones recientes a los
derechos civiles y políticos legados por la Ilustración europea. Esta teoría
“generacional” surgió en la década de 1970 como una especie de abreviatura para
clasificar los derechos, pero pronto cobró vida propia. Es una lástima porque oculta la
historia más profunda e interesante de los derechos sociales.

Al igual que los derechos civiles y políticos, los derechos sociales se remontan
al siglo XVIII, y podría decirse que mucho más allá. A lo largo de la época medieval y
principios de la moderna, la pobreza se consideraba una condición legal que daba
derecho a los pobres a recibir asistencia. Irónicamente, fue durante la época de la
Ilustración cuando los derechos sociales perdieron gran parte de su legitimidad. Ni la
Carta de Derechos inglesa de 1689, surgida de la Revolución Gloriosa, ni la Carta de
Derechos estadounidense de 1791, promulgada tras la Revolución Americana, los
reconocían.

La Revolución Francesa fue una excepción bastante significativa. Los


derechos sociales aparecieron en la declaración de derechos jacobinos de 1793,
promulgada justo cuando la Revolución se deslizaba hacia el “Terror”. Pero estos
derechos ya se habían propuesto en 1789, mucho antes de que surgieran los
jacobinos y los sans-culottes. Además, fueron propuestos por personas que hoy
serían consideradas conservadoras o liberales del mercado.
Son, por ejemplo, los derechos propuestos por Pierre-Samuel Dupont de
Nemours: un teórico del libre mercado, asesor ministerial de Luis XVI y antepasado
directo de la dinastía Dupont estadounidense, que financiaría los think tanks
neoliberales a mediados del siglo XX. Declaró que “todos los hombres tienen
derecho a la asistencia de otros hombres” y que la sociedad tenía “una deuda
sagrada” de proporcionar puestos de trabajo a los que podían trabajar y la
subsistencia a los que no. Sin embargo, también creía que la mejor política de
“bienestar” que podía adoptar un gobierno era gastar poco y dejar que el capital y el
trabajo dirigieran la economía (“laisser faire le peuple”).

Para entender esta aparente contradicción, debemos dejar de lado las


nociones anacrónicas del Estado del bienestar. Los derechos sociales de Dupont
expresan su convicción de que una sociedad regenerada puede autorregularse moral
y económicamente. Una vez que la propiedad estuviera asegurada (él pedía
derechos de propiedad) y los mercados fueran libres (el corolario de la propiedad), la
abundancia aparecería a levantar todos los barcos. Los derechos sociales exigían el
deber de trabajar y hacer caridad, pero eran responsabilidades de los individuos, no
del Estado fiscal-redistributivo.

A pesar de contar con un fuerte apoyo, los derechos sociales no se incluyeron


en el proyecto final de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano
de 1789. Sin embargo, la visión liberal-económica de Dupont fue compartida de
manera amplia y determinó las primeras políticas revolucionarias, con unos
resultados desastrosos. Cuanto más se liberalizaba la economía, más inestable se
volvía la situación. Tras el derrocamiento de la monarquía y la proclamación de la
república en 1792, los revolucionarios tuvieron que redactar una nueva constitución.
Las peticiones para incluir los derechos sociales llegaron de todas partes: desde los
sans-culottes radicales, que también clamaban por el control de los precios, hasta los
moderados acomodados de la Convención Nacional, que seguían creyendo que la
libertad económica remediaría las privaciones. Incluso algunos sacerdotes católicos
antirrevolucionarios defendían entonces los derechos sociales.

Este consenso sobre los derechos sociales ocultó las profundas divisiones
sobre cómo financiarlos. La Constitución de 1793, que incluía los derechos al trabajo,
a la subsistencia y a la educación, convertía a la “sociedad” en portadora de
derechos. Sin embargo, nadie sabe qué significa “sociedad”. ¿Se refería a los
individuos filántropos o al Estado fiscalmente redistributivo?

A falta de claridad, los funcionarios tomaron cartas en el asunto. Solicitan,


cobran impuestos y extorsionan según sus predilecciones y las circunstancias.
Mientras las cárceles se llenaban de “enemigos del pueblo” y las guillotinas rodaban
por las ciudades de Francia, la constitución jacobina se asoció con el terror. Lo que
en el fondo era un problema de reconfiguración de las obligaciones para una
sociedad igualitaria se transformó de forma simplista en el problema de derechos
sociales. Cuando se redactó otra constitución durante la reacción conservadora de
1795, los derechos sociales fueron omitidos de forma decidida.

A lo largo de los siglos XIX y XX, los republicanos se mostraron cada vez más
dispuestos a adoptar medidas de provisión social, pero sólo como una cuestión de
gobierno, no como una cuestión de derecho. Alexis de Tocqueville hizo hincapié en
esta distinción en un discurso ante la Asamblea Nacional en la Revolución de 1848.
Contra los socialistas, se inspiró en la Revolución de 1789, cuyos objetivos sociales,
insistió, se habían limitado a “introducir la caridad en la política”. Con la caridad, los
receptores no tienen derechos sobre los dadores. “No hay nada [en la revolución de
1789] que dé a los trabajadores un derecho respecto al Estado [...] nada que autorice
al Estado a intervenir en la industria, a imponerle restricciones”. Los socialistas, por
su parte, sólo tenían un compromiso mínimo, si es que lo tenían, con los derechos
sociales. Muchos consideraban que los derechos humanos no eran más que una
patraña “burguesa”. Al igual que los liberales del libre mercado de la Ilustración,
tenían una visión de una sociedad moral y económicamente autorregulada. Pero, a
diferencia de aquellos liberales, no utilizaban el lenguaje de los derechos para
expresarla.

Por diversos factores, los derechos sociales resurgieron en el siglo XX,


apareciendo en las constituciones de Europa y América: México (1917), la Alemania
de Weimar (1919), Irlanda (1922, 1937), la URSS (1936) y otros países. En su
famoso discurso de 1944, Franklin Delano Roosevelt abogó por una “Segunda Carta
de Derechos”, que incluía el derecho a no sufrir carencias. Eleanor Roosevelt
presidió la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, que incluyó los
derechos sociales en su proyecto de Declaración Universal de Derechos Humanos
de 1948. A pesar del creciente reconocimiento de los derechos sociales, estos
siguieron estando en disputa, especialmente tras el inicio de la Guerra Fría. Creo que
la Revolución Francesa puede arrojar luz sobre los motivos.

La incapacidad de los revolucionarios para ponerse de acuerdo sobre los


términos de la obligación en 1793 (¿quién paga y en qué condiciones?) socavó los
derechos sociales al facilitar la opinión de que conducían a la violencia y la opresión
(el Terror). Muchos de los argumentos esgrimidos contra los derechos sociales en el
siglo XX se remontan a las secuelas del Terror, cuando los liberales rechazaban los
derechos sociales por los riesgos autoritarios que se pensaba que entrañaban.
En Sobre la revolución (1963), Hannah Arendt concluyó que los intentos de resolver
la cuestión social por medios políticos (“los derechos de los sans-culottes”) están
inevitablemente condenados al terror. Su opinión fue secundada por Aryeh Neier,
primer director de Human Rights Watch, quien declaró en sus memorias de 2001: “El
poder autoritario es probablemente un requisito previo para dar sentido a los
derechos económicos y sociales”.

Para los críticos de los derechos sociales, la Revolución Francesa se perfila


como un cuento con moraleja. Pero tal vez la verdadera lección sea lo importante,
aunque difícil, que es lograr un consenso sobre los términos de la obligación social
en una sociedad basada en la igualdad y no en la jerarquía. Los derechos sociales
atravesaron la época medieval y los primeros años de la modernidad; tropezaron con
la moderna. En lugar de descartarlos por ingenuos o peligrosos, sería mejor que
reflexionáramos más profundamente sobre nuestro contrato social, sobre lo que las
personas libres se deben entre sí como miembros iguales de la sociedad. En la
práctica, esto significa hacer lo que el historiador Rutger Bregman hizo en el Foro
Económico Mundial de Davos en 2019, cuando, ante una multitud de
multimillonarios, distinguió entre la caridad (“estúpidos planes de filantropía”) y los
impuestos. Al final, los derechos sociales no dependen del altruismo, sino de la
obligación de pagar la parte que le corresponde a cada uno.

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