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Político Español
Del Renacimiento
a nuestros días
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© Pedro Carlos González Cuevas (Coord.), Ana Martínez Arancón, Juan Olabarría Agra,
Gabriel Plata Parga, Raquel Sánchez García y Javier Zamora Bonilla
A modo de introducción
Lecturas complementarias
Bibliografía
Lecturas complementarias
Bibliografía
Tema 3. LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA. Ana Martínez Arancón
1. Semblanza general
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HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
Lecturas complementarias
Bibliografía
Lecturas complementarias
Bibliografía
Introducción
1. El liberalismo en tiempos difíciles: Trienio liberal y exilio
2. La construcción del Estado liberal
3. El moderantismo: Donoso Cortés, Alcalá Galiano, Joaquín Francisco
Pacheco y Andrés Borrego
3.1 Antonio Alcalá Galiano
3.2 Juan Donoso Cortés
3.3 Joaquín Francisco Pacheco
3.4. Andrés Borrego, el conservador independiente
4. El Partido Progresista: Salustiano Olózaga y Joaquín María López
4.1 Salustiano Olózaga
4.2 Joaquín María López
Lecturas complementarias
Bibliografía
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ÍNDICE
3. El tradicionalismo isabelino
3.1 El moderantismo autoritario
3.2 Jaime Balmes: el tradicionalismo evolutivo
3.3 Juan Donoso Cortés: el tradicionalismo radical
4. Neocatolicismo y carlismo
Lecturas complementarias
Bibliografía
Lecturas complementarias
Bibliografía
Lecturas complementarias
Bibliografía
Lecturas complementarias
Bibliografía
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HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
Lecturas complementarias
Bibliografía
Lecturas complementarias
Bibliografía
Lecturas complementarias
Bibliografía
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ÍNDICE
Lecturas complementarias
Bibliografía
Lecturas complementarias
Bibliografía
Lecturas complementarias
Bibliografía
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HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
Tema 16. LA II REPÚBLICA (I). LAS IZQUIERDAS. Pedro Carlos González Cuevas
Introducción
1. Manuel Azaña Díaz, el liberalismo revolucionario
1.1 El reformismo
1.2 La apuesta radical
2. El socialismo español, entre el reformismo radical y la revolución
2.1 El bienio reformista
2.2 Luis Araquistáin y Leviatán
2.3 Julián Besteiro, la alternativa reformista
Lecturas complementarias
Bibliografía
Tema 17. LA II REPÚBLICA (II). LAS DERECHAS. Pedro Carlos González Cuevas
1. La reacción monárquica: Acción Española
2. Tradicionalismo y accidentalismo: Acción Popular y la Revista de
Estudios Hispánicos
3. El fascismo español: de las JONS a FE
3.1 Ramiro Ledesma Ramos: El voluntarismo fascista
3.2 Ernesto Giménez Caballero: El esteticismo fascista
3.3 José Antonio Primo de Rivera: El clasicismo fascista
Lecturas complementarias
Bibliografía
Tema 18. EL RÉGIMEN DE FRANCO. Pedro Carlos González Cuevas
1. El franquismo: Síntesis de tradiciones
2. Los teóricos del falangismo: Francisco Javier Conde, Luis Legaz
Lacambra, José Luis López Aranguren, Pedro Laín Entralgo
3. La nueva derecha monárquica: Rafael Calvo Serer, Florentino Pérez
Embid, Ángel López Amo
4. La crisis del pensamiento falangista: José Luis de Arrese, Adolfo Muñoz
Alonso
5. La crisis del tradicionalismo carlista: Rafael Gambra, Francisco Elías
de Tejada
6. Gonzalo Fernández de la Mora: La teorización del Estado tecnoautoritario
Lecturas complementarias
Bibliografía
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ÍNDICE
Lecturas complementarias
Bibliografía
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A MODO DE INTRODUCCIÓN
De otro lado, hemos de preguntarnos, ¿cuáles son las razones por las
que nuestra formación social —la de España y la de Europa del siglo XXI—
puede considerar como legítimo apoyar la investigación y el estudio de la
historia de las ideas políticas? La respuesta ha de ser clara y nítida: para
saber qué somos, pues nos estamos preguntando por las raíces de
Europa —cristianas o no—, por la identidad nacional española o por la pro-
pia identidad europea. Y todo esto implica saber cómo ese conjunto de iden-
tidades que nos construye ha sido él mismo construido.
La historia del pensamiento político español ha chocado, desde el princi-
pio, con muchas dificultades. En no pocas ocasiones, se ha llegado a negar
incluso su existencia. La presencia de la denominada Leyenda Negra y los
temas directamente asociados a ella, como la destrucción de los indios ame-
ricanos, la Inquisición, la tenebrosa figura de Felipe II, etc., han contribuido
a ese planteamiento tan negativo4. Algo que posteriormente continuó en di-
versas controversias de carácter ideológico y cultural. Es de sobra conocida
la polémica suscitada por el francés Nicolás Masson de Morvilliers, quien,
en su artículo «España», publicado en la Enciclopedia Metódica, sostuvo que
nuestro país no había aportado nada, desde el punto de vista científico y
cultural, a Europa. Esta opinión provocó, entre otras cosas, la protesta del
embajador español, conde de Aranda, ante el rey de Francia; y un posterior
debate en el que intervinieron Antonio J. Cavanilles, Carlo Denina, Juan
Pablo Forner, Cañuelo, Iriarte, Samaniego, etc.5. Otra célebre polémica, ya
en pleno siglo XIX, fue la protagonizada por el joven erudito cántabro
Marcelino Menéndez Pelayo contra los krausistas, los positivistas y los neo-
escolásticos, todos los cuales negaban, de una forma u otra, la existencia de
una ciencia, filosofía o pensamiento español. La polémica se inició en 1876
con una frase del krausista Gumersindo de Azcárate, en una serie de artícu-
los publicados en la Revista España, y luego recogidos en su libro El selfgo-
verment y la Monarquía doctrinaria, en cuyas páginas de decía:
«Según que, por ejemplo, el Estado ampare o niegue la libertad de la
ciencia, así la energía de un pueblo mostrará más o menos su peculiar ge-
4
Véase Ricardo GARCÍA CÁRCEL, La Leyenda Negra: historia y opinión. Madrid, 1992. El plantea-
miento clásico de este problema fue la obra de Julián JUDERÍAS LOYOT, La Leyenda Negra y la verdad
histórica, contribución al estudio de la verdad histórica, contribución al estudio del concepto de España en
Europa, de las causas de este concepto y de la tolerancia política. Madrid, 1914.
5
Véase Ernesto y Enrique GARCÍA CAMARERO, La polémica de la ciencia española. Madrid, 1970.
A MODO DE INTRODUCCIÓN
nialidad en este orden, y podrá hasta darse el caso de que se ahogue casi por
completo su actividad, como ha ocurrido en España durante tres siglos»6.
mento legitimador laico y/o neutral. No se produjo, pues, una ruptura entre
el Trono y el Altar. Este fenómeno histórico ha incidido decisivamente en al-
gunas de las características más notables del pensamiento político español.
El catolicismo dotó a sus distintas tendencias —y no sólo a las de signo con-
servador, aunque fuese por un proceso de reproducción inversa— de esque-
mas interpretativos cargados de mitos, símbolos, imágenes, de significados
sobre causalidades y acontecimientos del mundo: el providencialismo, la
lucha del Bien contra el Mal como motor de la Historia, la perspectiva
escatológica —visible, por ejemplo, en la concepción voluntarista del marxis-
mo o en la acción del anarquismo—; la concepción organicista de la socie-
dad, distinta del individualismo característico del luteranismo, como han
señalado, entre otros, Max Weber o Werner Stark13; la presencia de claros
contenidos iusnaturalistas, que se expresan en la crítica a Maquiavelo, en las
discusiones sobre el sentido de la conquista y colonización de América, e in-
cluso en las manifestaciones revolucionarias del anarquismo, el socialismo y
el comunismo; en la glorificación del «pobre», ya sea en un sentido paterna-
lista o reivindicativo y revolucionario. Esta presencia de la mentalidad cató-
lica se expresa igualmente en el carácter ecléctico y conservador de nuestra
Ilustración y de nuestro liberalismo; y en la debilidad del positivismo, del
idealismo o del marxismo. Algo que se encuentra igualmente ligado con la
ausencia en el conjunto del territorio español de una burguesía fuerte y de
espíritu conquistador. Como señaló Luis Díez del Corral, el liberalismo espa-
ñol tuvo un carácter más hidalgo que propiamente burgués14. Y en que un
importante sector de las clases medias, a las que se dirigían los liberales es-
pañoles se encontraran ideológicamente hegemonizadas por el catolicismo
tradicional, sintiéndose herederas de la vieja hidalguía15.
Sólo a partir de finales de los años cincuenta y de los sesenta del pasado
siglo se produjo, en la sociedad española, una auténtica ruptura con el con-
junto de esas tradiciones. El desarrollo económico de los años sesenta y los
cambios producidos en la mentalidad católica por la nueva teología política
del Concilio Vaticano II provocaron una profunda crisis que trajo consigo
la secularización y la consiguiente desaparición de la cultura cívica tradi-
13
Max WEBER, La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Barcelona, 1978. Werner Stark,
Sociología del conocimiento. Madrid, 1963.
14
Luis DÍEZ DEL CORRAL, El liberalismo doctrinario. Madrid, 1973, p. 470.
15
Francisco MURILLO FERROL, «Las clases medias españolas», en Ensayos sobre sociedad y política.
Tomo I. Barcelona, 1987, p. 237.
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
16
Olegario GONZÁLEZ DE CARDEDAL, La teología en España (1959-2009). Madrid, 2010, pp. 52-53.
䉴
TEMA 1
EL RENACIMIENTO ESPAÑOL
1. CONCEPTO DE RENACIMIENTO
1
Decimos «en la mayor parte de los casos» porque hay excepciones. La fundación de la Universidad
de Alcalá por Cisneros, donde se llevó a cabo una de las obras filológicas más importantes del
Renacimiento: la Biblia Políglota. Se funda en 1528 el Colegio Trilingüe, puesto bajo la advocación de San
Jerónimo, donde se imparten Retórica, Griego y Hebreo, y a cuyas aulas acuden los que serán después las
figuras más destacadas de la intelectualidad española. En 1532 se crea una cátedra de Biblia, dedicada al
estudio filológico de los textos sagrados, a la que concurren Fray Luis de León y Arias Montano.
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
Carlos V. Los requisitos requeridos para lograr ese ideal son difíciles. El
primero es la instrucción en letras y en retórica (humanitas); el segundo, la
instrucción en el arte militar (virtú) y el tercero, la Fortuna.
La «humanitas» es un aprendizaje práctico. El humanista un hombre
que sirve de ayuda a su señor con sus conocimientos. Vive en el mundo, es
ambicioso, todo lo contrario del intelectual bajomedieval, separado del
mundo y enfrascado en la solución de arduas cuestiones teológicas. Ahora
aparece un ideal de sabio más práctico, más orgulloso de sus posibilidades
como ser humano y con más deseos de ser protagonista de la historia.
Fascina a estos nuevos filósofos la plasticidad del hombre, su capacidad
para lo mejor y lo peor, lo abierto de su destino.
El Renacimiento supone una fractura definitiva con el Mundo Antiguo,
cuya prolongación cristiana es la cultura medieval. Esta fractura, precisa-
mente, hace posible una visión objetiva y distanciada de aquel, una visión
histórica. Sin filología, sin el estudio detallado de los textos y sin la compro-
bación minuciosa de su autenticidad no hay Humanismo, pero tampoco
hubiera habido «Ciencia Nueva», porque es en los textos de los autores grie-
gos donde encuentran inspiración los nuevos científicos. Estoy pensando en
Copérnico, cuyo sistema heliocéntrico le fue sugerido por ciertas doctrinas
pitagóricas. «El experimento y la ciencia experimental surgen de la encruci-
jada de la física y la mística», dice Eugenio Garín2.
A pesar de que el interés por Platón y Aristóteles no decayó durante el
Renacimiento, la forma de acercamiento intelectual a estos filósofos fue
distinta a la de la Escolástica. Se produjo una suerte de vuelta a Platón.
Marsilio Ficino tradujo al latín todos los Diálogos y los comentó extensa-
mente, además de componer un extenso tratado, la Teología Platónica, cuya
influencia sobre el pensamiento renacentista y sobre las artes fue enorme.
En cuanto a España, se ha discutido por largo tiempo la existencia de un
Renacimiento español. Hoy en día cada vez más estudios ponen de relieve la
riqueza, frecuencia e intensidad de los contactos entre los intelectuales es-
pañoles y sus colegas europeos. Sin embargo, sí es cierto que las peculiari-
dades históricas (la unificación de España, el descubrimiento del nuevo
mundo, la pluralidad de religiones y culturas y su contradicción con el nue-
vo modelo de monarquía, el problema religioso de los territorios europeos
2
Medioevo y Renacimiento, p. 56.
EL RENACIMIENTO ESPAÑOL
3
Este rey Alfoso, V de Aragón y I de Nápoles y Sicilia, era castellano de nacimiento y, por tanto,
hablaba castellano. Los sabios italianos lo consideraban una excepción entre los «rudos propeque affe-
ratos homines… a studiis humanitatis abhorrentes» de su tierra. A su muerte dejó los reinos italianos a
su hijo Ferrante y el reino de Aragón a Juan II.
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
Los Reyes Católicos cuentan en su corte, entre otros sabios ilustres, con
Pedro Mártir de Anglería, que entró como preceptor del infante don Juan, y
que continúa en la de Carlos V. Sus epístolas latinas son un dechado de ele-
gancia y verdad. Fue y en su obra Décadas de Orbe Novo (1493-1525) donde
aparece por primera vez en la literatura europea el mito del «buen salvaje».
Un hombre anciano y desnudo se encuentra en Cuba con Diego Colón y le
recomienda no hacer el mal a nadie. Esta filosofía del hombre sencillo, no
contaminado por la sofisticada y viciosa sociedad, impresionó vivamente en
Europa e inspiró de la exaltación del hombre en su estado natural, la valora-
ción de la paz y la tranquilidad, el odio a la guerra y la fe en la solución ne-
gociada de todos los conflictos. Ideal que recogen Erasmo y Luis Vives.
4
Publicado en Valladolid en 1529.
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
5
VALDÉS, Alfonso de, Diálogo de las cosas ocurridas en Roma. Madrid, Espasa Calpe 1969, p. 1.
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
los casos eso se debe al temor de que las limosnas se empleen mal y hasta
resulten perjudiciales. Es preciso, pues, hacer un buen uso de ellas, de
modo que se remedien mejor las necesidades y, a la vez, se incentive la ge-
nerosidad de los pudientes.
Ahora bien, el socorro a los necesitados ha de ser integral. No basta con
dar dinero: el consuelo, la instrucción, el consejo, son tan necesarios como
los bienes materiales, y sin ellos no se alcanzará una solución duradera. Por
eso, una de las primeras medidas ha de ser prohibir la mendicidad. Vives
critica a los mendigos con una contundencia rara en persona tan dulce. Les
afea sus trucos y mentiras, su holgazanería y la facilidad con que muchos
caen en la delincuencia. El dinero que se les da no solo no les beneficia, sino
que puede incrementar sus vicios y poner en peligro su alma. Así que su
socorro debe estar a cargo de la administración pública, y es a través de ella
como deben canalizarse las limosnas. La solución que propone es un censo
detallado de pobres, con sus circunstancias particulares. Unos podrán ser
atendidos en sus casas, otros requerirán tan solo algún socorro para una
urgencia inmediata, como una enfermedad o cualquier otra desgracia; los
enfermos, niños y ancianos habrán de acogerse en establecimientos ade-
cuados, racionalizando y mejorando así su atención. Estarán controlados y
recibirán un mejor auxilio y, en el caso de los niños, una formación, que los
llevará a un trabajo honrado o incluso les abrirá las puertas de estudios su-
periores si están capacitados para ello. En cuanto a los que estén sanos y en
edad de trabajar, si saben un oficio, se les buscará dónde ejercerlo, y si no,
se les instruirá en aquel que parezca más adecuado a sus capacidades. Cada
taller estará obligado a admitir a algunos de estos trabajadores, que serán
estrictamente vigilados hasta que se vea que han encauzado correctamente
sus vidas. Los que parezcan incapaces de aprender se dedicarán a tareas
sencillas y rudas (limpieza, obras públicas…), y nadie ha de permanecer
ocioso. Incluso los ancianos pueden hacer tareas ligeras. Sólo los locos, in-
gresados en centros especiales, se verán libres de toda obligación.
Para financiar todo esto, Vives combina la caridad privada, la benefi-
cencia pública y los beneficios obtenidos del trabajo de los propios pobres.
En cuanto a la administración, correrá a cargo de personas de honradez
probada y, si en alguna ciudad sobrase dinero, se enviará a otra que se vea
apurada. Con este sistema, se procurará el bienestar material y espiritual
de los necesitados, se fomentará la colaboración entre ciudades, se fomenta-
rá la caridad y, procurando el bien de los hombres, se glorificará a Dios.
EL RENACIMIENTO ESPAÑOL
El libro tercero compara los males de la discordia, bajo cuya tiranía to-
dos quedamos en manos del azar, donde no se distingue la inocencia, se
paraliza la cultura, se destruyen vidas, cosechas y ciudades y reinan el caos,
la miseria y el crimen, con los bienes de la concordia, gracias a la cual la
razón impera sobre las pasiones, se obedecen las leyes, se establecen las
bases de la justicia, se favorece el intercambio de ideas y de bienes, con lo
que prosperan las ciencias y las artes, que necesitan tranquilidad. Con la
paz y la confianza también aumenta la riqueza. Por último, se fomenta el
crecimiento de esa flor exquisita de la civilización: la amistad.
Esa batalla sí que vale la pena. En las otras, somos esclavos de la ira, de
la soberbia, de todas las pasiones, y si no somos libres ¿cómo podemos decir
EL RENACIMIENTO ESPAÑOL
que hemos vencido? Ni recibe más honor por eso, pues el honor reside en el
testimonio de nuestra conciencia.
Por último, el libro cuarto se ocupa del camino para una paz duradera.
Para hallarla, debemos dejarnos guiar por la razón, pues sólo será estable si
es justa y se basa en el derecho. De otro modo no merece el nombre de paz,
como sucede con la inestable y odiosa quietud de la tiranía. Pero una vez
hallado el camino, es fácil seguirlo, porque nuestra naturaleza humana nos
inclina a la benevolencia. Se trata de no dejarse arrastrar por las pasiones y
escuchar a la razón, y los cristianos lo tenemos muchísimo más fácil aún si
seguimos el mensaje de Cristo, pues el amor al prójimo es el principal y casi
único deber de los cristianos.
El tratadito De la pacificación viene a ser un complemento del anterior,
ya que indica cómo procurar la concordia en cada lugar y circunstancia: en
la familia, en la escuela, en el trabajo, en la ciudad… insistiendo en la obliga-
ción que todos tenemos a este respecto, y exhortando en especial a los sacer-
dotes, cuya labor ha de ser conducir a sus fieles por el camino del amor. Si en
lugar de ello se dedican a alentar disputas, se convierten en objeto de horror,
de abominación y de escándalo, a los ojos de Dios y de los hombres.
orden del rey Fernando una comisión de teólogos y juristas cuyo cometido
fue dictaminar sobre la recta actuación de los españoles en la tierra descu-
bierta y colonizada por Colón y sobre la legitimidad del dominio español
sobre aquellas tierras y sus pobladores.
La causa de que el rey ordenara esta comisión de expertos fue la con-
tundente y conmovedora denuncia de los abusos llevados a cabo por los
pobladores de La Española contra los indios por parte de los misioneros
dominicos llegados en 1510 para evangelizar6. Fueron creadas por los ju-
ristas de la comisión 32 leyes, llamadas las Leyes de Burgos, promulgadas
en diciembre de 1512.
Se establecía en ellas que los indios eran libres, que debían recibir sala-
rio por su trabajo y pagar un tributo al rey. Tenían también derecho a ser
cristianizados por cuenta del rey, según lo estipulado en la bula papal. Se
aplicó la solución jurídica de la Encomienda, institución castellana usada
durante la Reconquista y vuelta a aplicar ahora con un propósito diferente,
para regular las relaciones de los colonos con los indios. Tenía la ventaja de
ser barata para el rey, pues el encomendero pagaba al sacerdote encargado
de la instrucción religiosa de los indios, y de ser económicamente rentable
para el colono, pues por la encomienda recibía el derecho de cobrar para sí
el tributo de los indios, en dinero, en especie o en trabajo.
Con todo, no se contentaron las conciencias de muchos españoles sobre
este particular ni la del rey de España y eso dio lugar a interesantes polémi-
cas y a libros decisivos, como veremos más adelante.
Muchos de los soldados eran veteranos de las Guerras de Italia que bus-
caban fortuna, oro y maravillas en las nuevas tierras. Eran hombres acos-
tumbrados a la dura vida militar y lo único que sabían hacer era la guerra.
Con esto quiero decir que no eran colonos en armas que defendieran frente
a los indios unos predios suyos, sino que buscaban el enriquecimiento rápi-
do y el señorío. Quieren que sus esfuerzos e innumerables fatigas tengan
6
Sermón de Fray Antonio Montesinos en La Española, de diciembre de 1511 y memorial presen-
tado al rey Fernando en España poco después.
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
Las Nuevas Leyes de Indias, promulgadas en 1542, y que abolían las en-
comiendas eran difíciles de cumplir por los colonos americanos, y de hecho
no se cumplían. Carlos V, conmovido por las denuncias de las Casas y otros
sobre el maltrato a los indios, decidió suspender los permisos o cédulas
para explotación de nuevos territorios hasta que fuese decidido por junta de
doctos el modo de proceder sin cargo de conciencia en el Nuevo Mundo. Se
convoca la junta en Valladolid el 15 de agosto de 1550.
Las sesiones de la junta duraron de agosto a septiembre de 1550 y de
abril a mayo de 1551. Como teólogos, concurrieron Melchor Cano, Domingo
de Soto y Carranza, los tres dominicos, como las Casas, hecho que levantó
EL RENACIMIENTO ESPAÑOL
bárbaros, dejados a su mera luz natural, degeneran hasta llegar a ser como
animales y por eso es de ley natural que acepten mejores normas de vida, de
grado o por fuerza. Es un deber corregirlos y por eso la guerra es justa.
Las Casas arguye que hay salvajes y salvajes, y que los indígenas america-
nos tienen unas cualidades morales que les hacen dignos de mejor destino.
Sepúlveda piensa que no serán tan morales si son idólatras, antropófagos y
aficionados a los sacrificios humanos. La Biblia muestra cómo castigaba
Dios atrocidades parecidas y el Papa lo confirma. Entonces Las Casas dice
que para castigar a alguien tienes que tener jurisdicción sobre él, y el Papa
no la tiene sobre los no bautizados. Sepúlveda entonces toma otra línea de
argumentación y dice que cualquier hombre está obligado a castigar críme-
nes horribles para defender vidas inocentes, y Las Casas concluye que esas
barbaridades las hacen movidos por su religión, por lo que lo más práctico
es convertirlos, y eso no puede lograrse por la fuerza, torturándolos y llegan-
do a superarlos en crueldad y saña, sino por la dulzura y la persuasión.
Los teólogos estaban con las Casas y los juristas con Sepúlveda, así que
no se llegó a nada, pero conviene recordar que esta es la única vez en todas
la historia del colonialismo en la que un gobernante pide consejo sobre la
fundamentación jurídica y moral de una guerra en curso.
En cuanto a Fray Bartolomé de las Casas, se le ha criticado diciendo que
su apasionamiento le llevaba a exagerar los desmanes de los colonizadores
y que sus datos son inexactos. Lo cierto es que las cosas que describe son
espeluznantes y que los crímenes contra la vida y la dignidad de los hom-
bres no son cuestión de número. Además es muy loable su intento por com-
prender y apreciar las costumbres y el carácter del vencido, así como su
gallardía para hacerse su portavoz contra la injusticia de los poderosos.
7
En el capítulo XXXI del primer libro de sus Ensayos.
EL RENACIMIENTO ESPAÑOL
Este mismo espíritu impregna sus Relecciones sobre los indios y el derecho
de guerra. En primer lugar, reconoce que los indios son hombres, no animales
ni dementes, y por lo tanto sujetos de derecho. Además, antes de la llegada de
los españoles «estaban en pacífica posesión de sus bienes» y eran sus verdade-
ros dueños. El ser idólatra o hereje no priva del derecho a disfrutar de la vida
y la propiedad, así que ni el Papa ni el Emperador tenían ningún derecho para
despojarles de vida y hacienda. Aunque se les anuncie que, según tratados de
los que no tienen noticia y en los que no han tenido parte, han pasado a ser
vasallos del rey de España, no tienen por qué aceptar semejante vasallaje y es
lógico que se rebelen, sin que se les pueda hacer la guerra por esa causa. Ni
tampoco por la barbarie de sus costumbres o por su resistencia a aceptar la fe
cristiana, pues nadie está legitimado para castigar a los de otra nación con el
pretexto de que sus costumbres no estén acordes con la ley natural.
Ahora bien, en virtud de esa misma ley «los españoles tienen derecho a
recorrer los territorios de los bárbaros indios y de establecerse allí»8.
También tienen derecho a comerciar, siempre que no tengan la intención de
perjudicar a los naturales del país. Y tienen no sólo el derecho, sino el deber
de tratar de llevarlos por el buen camino predicando el Evangelio. Los espa-
8
VITORIA, Francisco de, Sobre el poder civil, Sobre los indios. Sobre el derecho de guerra. Madrid,
Tecnos, 1998, p. 127.
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
libertad, del mismo modo que el monarca tampoco puede abusar de ella
para oprimirlos, pues en ambos casos obrarían contra la ley natural. Por
eso es necesario el acuerdo de gobernantes y gobernados.
En lo que respecta al problema que nos ocupa, o sea, el de la legitimidad de
la guerra, Suárez no duda en afirmar que la guerra defensiva, e incluso la
ofensiva en determinadas circunstancias, no sólo es justa, sino hasta necesa-
ria. El autorizado para emprender una guerra es el príncipe, no los grandes
señores ni los virreyes, y no necesita ninguna autorización del Papa, que no
tiene jurisdicción sobre él en lo temporal, aunque sí debe prestar oído respe-
tuoso a su opinión y reconocer, como cristiano, su autoridad moral. Además
de ser declarada por quien tiene la capacidad jurídica para ello, la guerra será
justa si se emprende por una buena causa. No lo son la ambición, la avaricia ni
el deseo de gloria, ni el vengar una injuria leve. Sí lo son, en cambio, la agre-
sión contra la integridad del territorio o la respuesta violenta al derecho de li-
bre circulación de personas y bienes. Por cierto, que Suárez considera que esta
libertad no se basa en el derecho natural, sino en el de gentes. La diferencia es
que, aun basándose también en la ley natural y en la razón, este último no es
innato, sino creación humana, fruto de las costumbres de los pueblos. También
sería causa legítima de guerra el castigo de una injuria grave. En todos esos
casos, la guerra será justa y se podrá luchar en ella sin remordimiento de con-
ciencia. En el caso contrario, quien inicia y toma parte en una guerra injusta
lesiona el derecho del otro, y estará moralmente obligado a indemnizarle por
los daños que le cause, exactamente igual que si le hubiera robado.
En el caso de la guerra contra los infieles, no puede basarse en su mera
infidelidad, ni en el deseo de vengar las injurias hechas a Dios:
«Dios no dio a todos los hombres el poder de vengar todas sus injurias,
ya que Él puede hacerlo fácilmente si quiere.»9
9
SUÁREZ, Francisco. Guerra, intervención, paz internacional. Madrid. Espasa Calpe, 1956, p. 86.
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
2. La verdadera victoria
«Así pues, aquella victoria merece la alabanza humana por la que triun-
famos en ingenio, juicio, razón, mente, consejo, sabiduría y virtud, todo lo
cual es muy propio de hombres y no tiene nada en común con las bestias.
¿Por ventura se ha de tener como gloria el que César haya hecho morir con
sus victorias dos millones de hombres?»
4. Atrocidades de la conquista
(Juan Ginés de Sepúlveda, Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios)
tener su derecho, pueden legítimamente hacerla. Pero hay que advertir que
siendo estos bárbaros medrosos por naturaleza, apocados y de corto enten-
dimiento, aun cuando los españoles pretendan quitarles el miedo y darles
seguridad de sus intenciones pacíficas, es posible que todavía teman, con
razón, al ver hombres con extraño atuendo y armados, y mucho más pode-
rosos que ellos. Por consiguiente, si impulsados por este temores se juntan
para expulsar y matar a los españoles, les sería lícito a éstos el defenderse.»
«Una vez comenzada la guerra y durante todo el tiempo que duran las
hostilidades, es justo inferir al enemigo todos los daños que parezcan nece-
sarios para obtener la satisfacción o para conseguir la victoria, siempre que
no impliquen injusticias directas contra los inocentes. (…) Porque si es líci-
to el fin, también lo serán los medios necesarios; de consiguiente, ningún
mal causado al enemigo durante la guerra es calificado como injusticia, si
exceptuamos la muerte de inocentes.»
BIBLIOGRAFÍA
䉴
䉴
TEMA 2
EL BARROCO Y LA CONTRARREFORMA
1. CONTRARREFORMA Y POLÍTICA
2. ANTIMAQUIAVELISMO
Son muchos los autores que reivindican una política cristiana y radical-
mente contraria a la amoralidad del florentino, pero podemos afirmar que
EL BARROCO Y LA CONTRARREFORMA
1
RIVADENEYRA, Pedro de, El príncipe cristiano. Buenos Aires, 1942, p. 38.
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
2
Op. cit., p. 47.
EL BARROCO Y LA CONTRARREFORMA
3. LOS TACITISTAS
3
ARIAS MONTANO, Benito, Aforismos de Tácito. Madrid, 1943, p. 13.
4
Op. cit., p. 16.
5
Op. cit., p. 28.
EL BARROCO Y LA CONTRARREFORMA
alguna cosa, no hay nada más útil para lograrla «que las apariencias de que
no se quiere ni desea»6. Por eso:
«El príncipe que (…) procede escuramente y en palabras de suerte que
no se dexa conocer a dónde se inclina, procede con prudencia.»7
Claro que no hay que olvidar que Tácito era romano y que ahora se
quieren dar consejos a los reyes muy católicos, así que nuestro autor se
cura en salud, y si bien dice que quien no sabe disimular no vale para rei-
nar, o que para engañar mejor a los enemigos no hay como fingirles amis-
tad, añade enseguida que eso lo decían «los antiguos sin luz de fe cristia-
na». Pero dicho queda. Y un poco más allá, recomienda como modo muy
eficaz de destruir la reputación de un adversario el aumentar sus vicios,
disculpándole por ellos, pero sin omitir uno. O sugiere, para evitar una
traición, utilizar una gente capaz de mezclarse entre los conjurados y apa-
rentar ser su cómplice. O manifestar tanto más dolor por la muerte de al-
guien cuantos más motivos reales tenga para alegrarse. Incluso, aunque
advierte de los peligros de los odios particulares, que pueden hacer caer en
crueldades inútiles, recomienda la discreción a la hora de eliminar enemi-
gos personales, poniendo como ejemplo, sin más comentarios, que muchos
«tiranos» recurren para ello, con gran éxito, al veneno, arma poco escan-
dalosa y siempre ambigua.
Algunas recomendaciones nos suenan ya a sabidas, como que es preci-
so que el rey gobierne por sí mismo, aunque ayudado por buenos ministros
y sin prodigar demasiado su presencia pública, que ha de procurar ser te-
mido pero sin perder el amor, o que no es bueno introducir demasiadas
novedades, especialmente en las leyes. Pero Álamos tiene una finura espe-
cial para conocer cómo funciona la mente de los hombres, y así, al ocupar-
se ocupa de los modos de mantener la buena fama de los reyes, piensa que
es muy útil mantener los oídos abiertos, una actitud que permite aprove-
char las críticas en provecho propio. También considera conveniente ocul-
tar los deleites y placeres, teniéndolos en lugares secretos a los que se fingi-
rá retirarse por negocios. Pero sobre todo recomienda la prudencia, pensar
bien las decisiones, calibrar bien los hechos, con el mayor número de datos
posibles, y una vez tomada una resolución llevarla a cabo con presteza,
6
ÁLAMOS DE BARRIENTOS, Baltasar, Aforismos al Tácito español. 2 vols. Madrid, 1987, vol. I, p. 53.
7
Op. cit., vol. I, p. 59.
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
Las cosas, en este mundo, son inciertas. Por eso la prudencia y el secreto
son grandes aliados. Cuando el enemigo quiere reaccionar, ya es tarde, y
también las acciones favorables resultan así más efectistas. Pero hay que
saber aprovechar la ocasión. Si pensar las cosas es bueno, tampoco hay que
demorarse mucho, dejando pasar el momento favorable. Otro modo de pre-
caverse contra la fortuna es aprender de los fracasos ajenos, tanto actuales
como pasados, y no considerar nada como trivial, en asuntos de gobierno,
pues muy pequeñas llamas han causado grandes incendios. Por eso «en la
paz se suelen fortalecer las ciudades como para resistir una gran guerra»9.
Pero la prudencia tampoco ha de ser tan excesiva que se convierta en un
defecto, y así si se ofrece alguna empresa que sea necesaria y honrosa, es
preciso emprenderla, pese a lo peligrosa que parezca, tratando, eso sí, de
hacerlo de la manera más segura posible, para los que serán de gran ayuda
todos los consejos anteriores y un exacto conocimiento de las propias fuer-
zas y del mejor modo de sacarles partido.
8
Op. cit., vol. I, p. 119.
9
Op. cit., vol. II, p. 895.
EL BARROCO Y LA CONTRARREFORMA
Otro autor que podemos encuadrar dentro del tacitismo, ya bien entrado
el siglo XVII, es Juan Alfonso de Lancina, cuyos Comentarios políticos (1687)
no son otra cosa que glosas a Tácito aplicadas a necesidades y casos de la
vida pública. Lancina es muy radical; piensa que la política es difícil y que
los reyes necesitan conocimientos especiales. Por ejemplo, tienen que cono-
cer muy bien cómo son sus estados y qué carácter y costumbres tienen sus
súbditos; también han de saber lo mismo de sus enemigos. Y deben también
saber cómo manejar todo eso y cómo hacer el mejor uso de sus fuerzas. Aun
así, eso no garantiza el éxito: «A la sabiduría para el acierto se le ha de aña-
dir la buena gracia», o sea, la buena suerte, pues de la fortuna dependen
muchas cosas, y la primera lección de los poderosos es que nunca pueden
controlarlo todo.
Pero aunque no todo se pueda prevenir, el arma principal del buen go-
bierno es la prudencia, el saber lograr lo que se pretende con la mayor efica-
10
MÁRTIR RIZO, Juan Pablo, Norte de príncipes. Madrid, 1988, p. 98.
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
cia y el menor coste posibles. Hay que ser reservado, pues los designios más
ocultos tienen más posibilidades de salir adelante, y «el hacer arcano causa
veneración». Es preciso estar atentos a la ocasión, para alcanzar el éxito
más fácilmente, pues una vez pasado el momento oportuno, incluso las me-
jores resoluciones resultan o más difíciles de ejecutar, o del todo imposibles
o inoportunas. En cuanto a la moralidad de los procedimientos, uno puede
«buscar caminos irregulares» siempre que lo haga con discreción, «sin de-
sazonar al público (…) y sin escándalos». Por mucha palabrería con la que
se quieran disfrazar los hechos y mucho que se recurra a los grandes con-
ceptos, «no hay en los estados más honra que la conveniencia y el poder», de
manera que no hay que mostrarse excesivamente escrupuloso. Por eso:
«La razón de Estado hace muchas cosas lícitas que en otra ocasión se-
rían reprobadas; cuando se hallan desconcertadas las materias, sería im-
prudencia el obrar con regla; en las máximas de las repúblicas lo primero
se ha de mirar a la conservación de ellas y algunas veces es necesario dis-
pensar en los medios, porque sean más acertados los fines. Algunas cosas
se reprueban porque los censuradores no pueden ejecutarlas.»11
Aunque no es un tacitista (realmente es un hombre que constituye de
por sí una categoría única), no me gustaría dar por cerrado este apartado
dedicado a los principios de actuación política sin una mención a la figura
de Baltasar Gracián (1601-1658). Ya he dicho que es difícilmente clasifica-
ble. Tenía una idea bastante pesimista de la humanidad, ya que la mayoría
de los hombres no se rigen por criterios racionales, y de esta manera andan
ciegos y se comportan como animales. Para Gracián, la razón es la luz del
mundo, la cualidad verdaderamente superior y liberadora. Pero el hombre
racional se encuentra en el mundo como un náufrago; está en peligro, como
el que vuelve a la caverna platónica después de haber visto la luz. Por eso
Gracián rendía un verdadero culto a la amistad, pues con su idea del mun-
do, los amigos no sólo son compañeros, sino aliados, luchadores en una
misma batalla por la luz. En este mundo entregado a los instintos, el hom-
bre racional ha de estar siempre sobre aviso, siempre vigilante, como en
una selva. Por eso la desconfianza, la flexibilidad, la capacidad de maniobra
es lo que le permiten sobrevivir. Si consigue el triunfo sobre esos monstruos
oscuros de la irracionalidad es, verdaderamente, un héroe, como Hércules
vencedor de alimañas. Y el mérito es doble en el caso del príncipe, pues a
11
LANCINA, Juan Alfonso de, Comentarios políticos. Madrid, 1945, p. 101.
EL BARROCO Y LA CONTRARREFORMA
este no le basta con salvarse a sí mismo, sino que tiene que encauzar la mul-
titud de sus súbditos, que en su mayoría son brutales y estúpidos.
Visto con quien hay que lidiar, o sea, con una masa ciega pero enorme y
pesada, más vale maña que fuerza, pues si «con el valor se consiguen las
coronas, con la prudencia se establecen»12, y a la hora de buscar un ejemplo
encarnado de las virtudes del buen soberano, no se remonta a la antigüe-
dad, sino que escoge a alguien a quien, por cierto, admiró Maquiavelo: a
Fernando el Católico.
Uno de los recursos más eficaces contra la sinrazón es «valerse siempre de
la ocasión», convirtiendo así a la fortuna en una aliada, en vez de un obstácu-
lo más. Por eso la cualidad que más admira Gracián en su modelo es la flexi-
bilidad. «Gobernó siempre a la ocasión»13, amoldándose a las situaciones
para sacarles el máximo provecho. Sus cualidades eran muchos, pero eso no
basta, pues es preciso que las buenas dotes fructifiquen, y Fernando sabía
utilizar sus talentos, ventajas y conocimientos para lograr el éxito de sus em-
presas, ajustando «su inclinación a la disposición de la monarquía». Era ade-
más prudente. La prudencia, según Gracián, es «madre de la buena dicha»,
porque permite reducir al mínimo el impacto del azar. La época en que vivió
este rey fue tiempo de grandes monarcas, preparados y sagaces, pero
Fernando los superó a todos. Eso sí, fue «político prudente, no político astuto,
que es grande la diferencia»14. La política no puede confundirse con la astu-
cia, y el que engaña, lejos de parecer avisado, da muestras de poca inteligen-
cia, pues la mentira, además de indigna, es inútil y acaba enredando al men-
tiroso y llevándolo al fracaso. No se pueden confundir las acciones de un
soberano con vulgares artimañas. Quienes usaron éstas fueron «reyes de mu-
cha quimera y de ningún provecho». Mentir era para Gracián un atentado
contra la razón, que veneraba. Y por eso pensaba que no ya solo un rey, sino
un hombre digno ha de estar precavido y no fiarse, pero sí ser alguien en
quien se puede confiar. Así, la política de Fernando fue «segura y firme», aun-
que cautelosa. Pudo mantener ocultos sus designios, pudo ser ambiguo en sus
palabras, pero según Gracián, nunca engañó. Estaba siempre atento, sabía
bien con qué fuerzas contaba y el modo de emplearlas para alzarse con gran-
12
GRACIÁN, Baltasar, El político don Fernando el Católico. Zaragoza, 1985, p. 10.
13
Op. cit., p. 90.
14
Op. cit., p. 104.
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
4. JUAN DE MARIANA
15
MARIANA, Juan de, Del Rey y de la institución real, en Obras completas, 2 vols., Madrid, 1950,
vol. II, p. 472.
EL BARROCO Y LA CONTRARREFORMA
mún y trata a sus súbditos como a hijos, «sabiendo que ha recibido el poder
de manos del pueblo»16. El amor de su pueblo es su mayor defensa. En cam-
bio, los tiranos son odiados y por eso siempre temen, con motivo, pues mu-
chas veces acaban asesinados, lo que en ocasiones extremas resulta com-
prensible y aun justificable. Si bien es propio de buenos súbditos y mejores
cristianos soportar con paciencia los males, y reconociendo siempre que la
potestad real tiene un halo sagrado y su autoridad ha de ser acatada, no es
menos cierto que, como la dignidad real tiene su origen en el pueblo, éste
puede reprocharle sus desafueros, y si no se corrige, pueden despojarle del
cetro y la corona. Por otra parte, en la historia siempre han merecido ala-
banza los asesinos de grandes tiranos, y eso demuestra que «el sentido co-
mún, que es en nosotros una especie de voz natural» aprueba su conducta.
«El tirano es una bestia fiera y cruel, que a donde quiera que vaya, lo
devasta, lo saquea, lo incendia todo, haciendo terribles estragos por todas
partes con las uñas, con los dientes, con la punta de sus astas. ¿Quién cree-
rá sólo disimulable y no digno de elogio a quien con peligro de su vida
trate de redimir al pueblo de sus formidables garras?»17
Pero hay que hacer una salvedad: si bien es lícito matar sin más conside-
raciones al tirano que se apropió del poder sin derecho y por la fuerza y que
oprime a sus súbditos con crueldad, en el caso de los príncipes legítimos a
los que les viene la corona por herencia, es preciso sufrirlos y respetarlos,
por grandes que sean sus vicios, pues en caso contrario se originarían des-
órdenes y caos mucho más perjudiciales. Puede ocurrir, sin embargo, que el
mal soberano oprima gravemente a su pueblo cometiendo graves y repeti-
dos crímenes. En este caso, se le amonestará, se le aconsejará por medio de
personas sabias y autorizadas y, en último término, *si su crueldad y contu-
macia persisten, el pueblo podrá retirarle el poder que le cedió. Si, como es
previsible, el mal rey se resiste a abandonar el trono y hay riesgo de guerra
civil, se le considerará enemigo público y se podrá ejecutarlo, como legítima
defensa de su pueblo. Y esta facultad de eliminarlo no reside solo en la co-
munidad, sino en cualquier particular «que, abandonada toda especie de
impunidad y despreciando su propia vida, quiera empeñarse en ayudar de
esta suerte a la república»18. Este es el punto más polémico y también el
16
Op. cit., p. 477.
17
Op. cit., p. 482.
18
Ibídem.
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
19
Op. cit., p. 517.
EL BARROCO Y LA CONTRARREFORMA
ciones cordiales con los demás soberanos y estimará la paz, pero tampoco ha
de rehuir la guerra justa. Y como ejemplo de guerra justa, cita la que se hace en
defensa de la religión, no sólo porque ser el valedor de la fe es una obligación
del príncipe cristiano, sino también en interés de sus propios territorios, puesto
que dos religiones dentro de un mismo estado es algo sumamente peligroso
para la estabilidad, destruye la armonía interna y engendra el caos.
5. FRANCISCO DE QUEVEDO
20
QUEVEDO, Francisco de, Política de Dios y gobierno de Cristo, en Obras completas, 2 vols.,
Madrid, 1968, vol. I, p. 541.
21
Op. cit., p. 543.
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
22
Op. cit., p. 554.
23
Op. cit., p. 598.
EL BARROCO Y LA CONTRARREFORMA
La culpa de esta situación, que asemeja al rey a los tiranos, la tienen los
malos ministros, que ciegan al monarca y lo engañan. Todos estos son dis-
cípulos, en último término, del diablo, pero por mediación de los «políti-
cos», de los seguidores de doctrinas perversas que hacen de «la disimula-
ción y la incredulidad» sus principios rectores.
6. SAAVEDRA FAJARDO
24
SAAVEDRA FAJARDO, Diego de, Empresas políticas. Barcelona, 1988, p. 25.
25
Op. cit., p. 40.
26
Op. cit., p. 90.
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
El príncipe debe exigirse más de lo que pide a sus vasallos, pues su res-
ponsabilidad es grande. Ha recibido sus reinos de Dios, directamente,
aunque con el consentimiento del pueblo, y a Él ha de darle cuentas de su
conservación y buen gobierno. Por eso la corona tiene tanto de oro como
de espinas. Como «vicario de Dios» ha de velar para que se respete su dig-
nidad y tiene que administrar justicia y repartir premios y castigos, conju-
gando las leyes humanas, que tiene jurisdicción sobre los cuerpos, con las
divinas, que gobiernan las almas. «El príncipe que sobre la piedra trian-
gular de la Iglesia levantare su monarquía, la conservará firme y segura»28.
La cruz ha de ser el estandarte principal del buen rey, y su celo religioso
ha de estar atento para que no se introduzcan entre sus súbditos «noveda-
des» y herejías, que acabarían minando la fe y causando desórdenes y caos
en el estado.
27
Op. cit., p. 97.
28
Op. cit., p. 170.
EL BARROCO Y LA CONTRARREFORMA
Por eso no hay que fiarse nunca y hay que estar siempre alerta, y por
eso la experiencia a veces resulta más un estorbo que una ayuda, porque
resta flexibilidad. Si la reputación es un fuerte sostén de un imperio, el
príncipe es su espejo y su representación, y su prestigio será mayor si sabe
manejarse tanto en la paz como en la guerra y en diversas circunstancias.
Por eso no hay que temer las dificultades ni retroceder ante la adversidad,
sino saber manejarse en esas circunstancias, como los barcos aprenden a
navegar con vientos contrarios, escogiendo la solución que menos perjudi-
que, sabiendo usar tanto de la fuerza como de la dulzura, según los casos,
administrando bien sus recursos, sin ser pródigos ni tacaños, no desde-
ñando lo que es pequeño, sabiendo callar o incluso disimular sus propósi-
tos cuando convenga, estando siempre vigilantes, desconfiando de las apa-
riencias, guardando en secreto sus resoluciones y siendo rápido en su
ejecución. Pero toda esa batería de recursos que tiene que ser capaz de
utilizar un rey tiene un límite: nunca hacer nada ilícito ni deshonesto, por
justificado que parezca políticamente, porque no «basta sea el fin honesto
para usar de un medio por su naturaleza malo»30. La flexibilidad no debe
nunca confundirse con despreocupación moral ni mucho menos convertir-
se en perfidia.
Advierte al príncipe contra la confianza excesiva en sí mismo y en sus
colaboradores, ministros, consejeros y secretarios, que son precisos para el
gobierno, pero también peligrosos. Por eso los elegirá con cuidado y los con-
trolará constantemente, manteniendo a raya su anhelo de libertad y su am-
bición, renovándolos con la frecuencia conveniente y mostrándose firme.
También le recomienda que conozca bien sus dominios (su clima, el carácter
de sus gentes) y los de los países vecinos, porque, aunque todos los imperios
tienen su auge y su declive, y Dios otorga la primacía ora a un país ora a otro,
la imprudencia y las pasiones de los hombres tiene mucha culpa en esas caí-
29
Op. cit., p. 200.
30
Op. cit., p. 277.
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
1. El maquiavelismo es nocivo
2. ¿Secreto o engaño?
3. Obrar a tiempo
BIBLIOGRAFÍA
䉴
䉴
TEMA 3
LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA
1. SEMBLANZA GENERAL
cambios han de surgir por dos caminos: uno, más lento, que es la educa-
ción, que irá cambiando las costumbres y el modo de pensar de la mayoría;
otro, más rápido, que consiste en la transformación de la sociedad por me-
dio de medidas impuestas desde el poder, reformas que son sin duda bené-
ficas, pero que son aplicadas sin contar con la voluntad del pueblo a cuya
mejora van destinadas y sin que éste comprenda siquiera las ventajas que
aportan. Por eso se habla de despotismo ilustrado. Con las nuevas lecturas,
van penetrando ideas nuevas, como la división de poderes, la conveniencia
de la circulación de libros y pensamientos o los derechos individuales, pero
todo ello en un plano muy moderado, pensando que las reformas han de
estar siempre impulsadas por el monarca y apoyadas por las capas más cul-
tas de la sociedad y, sobre todo, que han de ser eso, reformas, sin afectar a
la estructura fundamental del Estado. Los ilustrados tiene fe en el progreso
y son unos optimistas convencidos, por lo que están seguros de que, aunque
lento, el cambio es inevitable.
Para que las reformas del país tengan buena acogida y sean más efica-
ces, para que las nuevas ideas científicas sean entendidas y aplicadas, para
que el país progrese, es necesario cambiar las mentes por medio de la edu-
cación, entendiendo ésta en su doble sentido, restringido uy amplio.
Por eso los monarcas ilustrados emprenden una reforma educativa, mo-
dernizando los planes de las universidades y promoviendo escuelas profe-
sionales para la formación de artesanos de diversas clases. Un buen ejemplo
de esta reforma es el plan de estudios diseñado para la Universidad de
Sevilla por Pablo de Olavide. Piensa Olavide que la situación es catastrófica
y que no pide reformas parciales, sino un cambio radical, de modo que los
alumnos se instruyan «no en las ciencias inútiles y frívolas, sino en los ver-
daderos conocimientos permitidos al hombre y de que puede sacar su ilus-
tración y provecho». Así que hay que desterrar de una vez por todas la esco-
lástica y las discusiones frívolas y quiméricas, sustituyéndola por «los
sólidos conocimientos de las ciencias prácticas, que son las que ilustran al
hombre para invenciones útiles» y le incitan a ser modesto, sincero y traba-
jador, y no orgulloso y pedante. También Jovellanos, una de las mentes más
LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA
4. LA POLÍTICA
lugar también a una amplia literatura, en la que, por un lado, los tradicio-
nalistas lamentaban la extensión imparable de la impiedad y pronosticaban
todo tipo de desgracias para un país tan ingrato con los representantes de
Dios en la tierra, mientras que los partidarios de las nuevas ideas satiriza-
ban la ignorancia de gran parte del clero y la avidez insaciable de la Iglesia,
tanto en sus apetencias de poder como de dinero.
Naturalmente, los ilustrados reformistas, incluso al preocuparse de pro-
blemas aparentemente sólo económicos a veces hacían afirmaciones que
implicaban consecuencias políticas. Por ejemplo, Jovellanos, cuya honda
preocupación por el bien de España le hacía interesarse por aspectos muy
diversos que pudieran lograrlo, en su Informe sobre la ley agraria defiende
un liberalismo económico total en estos asuntos. La agricultura, abandona-
da a su propia dinámica, tiende siempre a la mejora, y las leyes no hacen
sino entorpecerla, por lo que lo más indicado es «que tengamos pocas, y si
usted me apura, ninguna». Sólo cabe dejar que las cosas sigan su curso, y el
legislador no ha de tener más función que apartar «los obstáculos que pue-
den obstruir o entorpecer su acción y movimiento», lo que no dejaba de ser
una afirmación política. Pero cree que lo más importante es educar a los
agricultores, para que sepan planificar y cuidar mejor los cultivos, cons-
truir canales, mejorar los caminos y favorecer la movilidad de las tierras,
impidiendo que se acumulen en pocas manos, pues las propiedades de ta-
maño medio, cuyo dueño las cultiva por sí mismo y con mayor interés, son
más productivas. Cree que con estas medidas prácticas se acabaría produ-
ciendo, no sólo un incremento del rendimiento agrícola, sino a la larga un
reparto más equitativo de las propiedades. Nada revolucionario, como po-
demos ver. De hecho, afirma que, en estos asuntos, prefiere la práctica y al
experiencia a las teorías, por buenas que parezcan.
«Llamase libertad civil aquel derecho que cada ciudadano tiene para
obrar según su voluntad en todo lo que no se opone a los de la sociedad en
que vive.»
Cerramos este capítulo mencionando una obra que ya supera los límites
del siglo XVIII, pues se publica en 1811. Jovellanos había comparecido ante el
Consejo de Regencia y se sentía agraviado en su honor e incomprendido,
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
Las Juntas, es cierto, nacieron en medio del tumulto y por iniciativa po-
pular. En tiempos tranquilos, esto no se podría permitir sin destruir los
fundamentos del Estado, pero en situaciones de emergencia sería atentar
contra los derechos más elementales el no permitir y alentar esta insurrec-
ción ordenada. Las Juntas obraron por un impulso generoso, sin que las
moviera el interés ni la ambición, y la Central las coordinó con una eficacia
sorprendente, dado lo difícil de las circunstancias.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
«Del buen o mal gusto de una nación no deben decidir las ideas del vul-
go, sino las de las personas cultas y literatas. En todas partes el vulgo es
ciego y mal estimador de las cosas que no conoce; y yo juzgo que la diferen-
cia entre una nación generalmente culta y otra que no lo es aún del todo, no
consiste en que la primera tenga buen gusto y la segunda no, sino en que en
la una el buen gusto esté más propagado que en la otra o, lo que viene a ser
lo mismo, que en una haya más vulgo y en otra menos.»
«Porque ¿qué son las ciencias sin su auxilio? Si las ciencias esclarecen el
espíritu, la literatura le adorna; si aquéllas le enriquecen, ésta pule y avalo-
ra sus tesoros; las ciencias rectifican el juicio y le dan exactitud y firmeza;
la literatura le da discernimiento y gusto y le hermosea y perfecciona. Estos
oficios son exclusivamente suyos, porque a su inmensa jurisdicción perte-
nece cuanto tiene relación con la expresión de nuestras ideas. Y ved aquí la
gran línea de demarcación que divide los conocimientos humanos. Ella nos
presenta las ciencias empleadas en adquirir y atesorar ideas, y la literatura
en enunciarlas; por las ciencias alcanzamos el conocimiento de los seres
que nos rodean, columbramos su esencia, penetramos sus propiedades, y
levantándonos sobre nosotros mismos, subimos a su más alto origen. Pero
aquí acaba su ministerio y empieza el de la literatura, que después de ha-
berlas seguido en su rápido vuelo, se apodera de todas sus riquezas, les da
nuevas formas, las pule y engalana y las comunica y difunde y lleva de una
en otra generación.»
fuerza de ley, y que los otros que se publican de nuevo tampoco la tienen
sino mientras no se levanta uno que las deroga a su fantasía».
BIBLIOGRAFÍA
JOVELLANOS, Gaspar Melchor de. Obras completas, vol. XI: Escritos políticos.
Ayuntamiento de Gijón, Instituto Feijoo y KRK editores, 2006.
El Censor. Antología. Crítica, Barcelona, 2005.
ARROYAL, León del. Cartas político-económicas al conde de Lerena. Madrid, 1968
SARRAILH, J. La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII. FCE,
México, 1954 (hay reediciones).
䉴
䉴
TEMA 4
REVOLUCIÓN, GUERRA DE LA INDEPENDENCIA, CONSTITUCIÓN
DE CÁDIZ Y RETORNO AL ABSOLUTISMO
para dirigir los nuevos organismos de gobierno. A pesar de todas las rivalida-
des y enfrentamientos, la unificación no tardó mucho en lograrse. La Junta
Suprema Central Gubernativa, luego conocida como Junta Central, se instaló
en Aranjuez en septiembre de 1808, bajo la presidencia del conde de
Floridablanca y con la presencia de Jovellanos, Garay, Calvo de Rozas y otros.
Su preocupación fundamental fue asegurar la centralización contra los peli-
gros de dispersión de las fuerzas resistentes. En octubre, se planteó la posibi-
lidad de convocatoria de cortes, cristalizando dos tendencias en el seno de la
Junta: la tradicional defendida por Floridablanca y la reformista de Jovellanos.
Fallecido en diciembre Floridablanca, ocupó la presidencia el marqués de
Astorga. Jovellanos había propuesto la convocatoria de cortes para que se
nombrase una regencia; y luego habría que ocuparse de las reformas necesa-
rias. En abril de 1809, volvió a plantearte el problema de la convocatoria de
cortes, pero de forma distinta a la planteada por Jovellanos. Mientras que
éste se atenía a las leyes vigentes, otros se mostraban partidarios de respon-
der al desafío de Bayona, con una nueva constitución. Jovellanos intentó en lo
posible atenerse a la ley tradicional en lo que respecta a la composición de las
cortes en los tres brazos o estamentos; pero dando cabida a un mayor núme-
ro de procuradores y paulatinamente lograr la aprobación por la Junta
Central de dos cámaras y no tres como anteriormente, ni como pedían los li-
berales. Se trataba de la defensa de un modelo muy próximo al británico. En
realidad, el problema estriaba en el concepto de soberanía. Para Jovellanos,
era una herejía política decir que la nación era soberana. Sin embargo, los
planes jovellanistas no llegaron a buen puerto. A las nuevas generaciones li-
berales —Quintana, Flórez Estrada, Argüelles, Toreno, etc.— le parecían in-
suficientes y tampoco encontró apoyo entre los tradicionales. Desprestigiada,
la Junta Central se disolvió. Por un decreto, se creó una Regencia, cuyos
miembros optaron por obstaculizar la convocatoria de Cortes; pero pronto se
vio desbordada por los acontecimientos y decidió, ante la presión de los libe-
rales y las dificultades para convocar por separado al clero y a la nobleza, que
fueran las propias cortes las que estipularan su naturaleza.
Las Cortes acabaron por reunirse en una cámara única, declarando el
dogma de la soberanía nacional. En contra, se pronunció Jovellanos en su
Memoria en defensa de la Junta Central. A su juicio, una buena reforma sólo
podría ser obra de «la sabiduría y la prudencia reunidas». La democracia le
alarmaba; lo inteligente, a su juicio, era la reforma de la constitución tradi-
cional española; y no una nueva constitución. En ese sentido, contemplaba
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
3. EL REINADO DE FERNANDO VII
Ante las dimensiones del conflicto, el propio Fernando VII tuvo que via-
jar a Barcelona; lo que hizo que los rebeldes depusieran las armas. Sólo los
cabecillas fueron castigados. Y las intrigas continuaron. Sin embargo, el
triunfo de los liberales en Portugal y en Francia, abrió un nuevo contexto
político en Europa. Los antiguos «afrancesados», como Lista, Miñano,
Javier de Burgos y José Gómez Hermosilla, apostaron por una solución in-
termedia entre el liberalismo doceañista y el absolutismo. Sus órganos de
expresión fueron El Censor, La Miscelánea de Comercio, Arte y Literatura, El
Imparcial, etc, donde aparecen, por vez primera, las teorías de Constant,
Guizot, Royer-Collard, al lado de Comte, Bentham, Say, Ricardo, etc. En el
fondo, se trataba de llegar a un compromiso estabilizador con sectores del
Antiguo Régimen. Frente al absolutismo y la democracia, se proponía una
Monarquía representativa que garantizara el equilibrio entre el rey y las
cortes. Aceptaban la función de la nobleza como poder intermedio que im-
pidiese la desviación de la Monarquía hacia el despotismo. Menos transi-
gentes se mostraban con el clero, atacando su poder económico y mostrán-
dose partidarios de la desamortización. Eran partidarios del Estado
confesional pero sin el contenido teocrático de las opciones tradicionales
partidarias de la Inquisición. Un tema muy tratado, sobre todo por Javier de
Burgos, fue el de la reforma de la administración territorial, basada en la
división provincial.
En 1823, José Gómez Hermosilla había publicado su obra El Jacobinismo,
en cuyas páginas el antiguo «afrancesado» puso de manifiesto su animad-
versión a la democracia radical. De ahí su preferencia por los gobiernos de
hecho frente a los populares. El autor impugna las doctrinas jacobinas: la
soberanía popular, el contrato social, el estado de pura naturaleza. Todo
esto son vagas quimeras: la soberanía es una noción relativa, referida a al-
guien sobre el que demanda; y, por ello, el pueblo no puede ser soberano.
Sólo pueden ser soberanos los príncipes que se legitiman por prescripción,
es decir, «la quieta, pacífica, ni disputada ni interrumpida posesión». En el
fondo, el sistema ideal para Gómez Hermosilla sigue siendo el despotismo
ilustrado, mediante el cual llevar a cabo las necesarias reformas de carácter
social y económico.
En enero de 1826, Javier de Burgos envió a Fernando VII una Exposición
en la que analizaba la situación española y los medios para resolver los pro-
blemas acumulados. Burgos censuraba el exilio de los liberales, su repre-
sión y el incumplimiento de las obligaciones financieras en el exterior. Y
REVOLUCIÓN, GUERRA DE LA INDEPENDENCIA, CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Y RETORNO DEL ABSOLUTISMO
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
«Que una buena reforma constitucional sólo puede ser obra de la sabi-
duría y la prudencia reunida, era muy conforme a entrambas que en el plan
de ello se eviten con tanto cuidado el importuno deseo de realizar nuevas y
peligrosas teorías como el excesivo apego a nuestras antiguas instituciones,
y el tenaz empeño de conservar aquellos vicios y abusos de nuestra antigua
Constitución…»
3. Constitución de Cádiz
BIBLIOGRAFÍA
Cortes de Cádiz
Reinado de Fernando VII
Obra
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TEMA 5
EL LIBERALISMO ESPAÑOL EN EL SIGLO XIX
INTRODUCCIÓN
sa, en particular con un personaje que tendría gran importancia a este res-
pecto: lord Holland. Los exiliados polemizaron a través de diversas revistas y
periódicos acerca de las causas de la crisis del Trienio Liberal, manifestándo-
se así las dos ramas comentadas con anterioridad. Por medio del periódico El
Español Constitucional se expresaron los exaltados como Fernández Sardino
y Flórez Estrada. A través de Ocios de Españoles Emigrados, los más conser-
vadores. Por lo que respecta a estos últimos, dado el peso específico que ten-
drían posteriormente, cabe decir que sus reflexiones políticas giraron alrede-
dor de la necesidad de reformar la Constitución de 1812 para hacerla menos
rígida, sobre todo en materias como la definición de la soberanía o la separa-
ción de poderes, apostando por un mayor pragmatismo en la configuración
de los textos legislativos de cara a su adaptación a la realidad española. Los
exaltados, por su parte, conservaron el mito de la Constitución gaditana y
atribuyeron la crisis del Trienio tanto a las fuerzas reaccionarias como al te-
mor de los conservadores al radicalismo político.
Puede decirse que las dos corrientes terminan de definirse en las llama-
das segundas cortes del Estatuto, es decir, tras la convocatoria de elecciones
después de la disolución del Estamento de Procuradores en enero de 1836.
De las elecciones nacieron unas nuevas cortes que marcaron con claridad la
existencia de estos dos grupos, uno de ellos partidario de la revisión del
Estatuto Real, aunque evitando los radicalismos; el otro defensor de la tradi-
ción doceañista. En cualquier caso, los gobiernos liberales entre 1834 y 1840
sentaron las bases de la construcción del Estado liberal implementando me-
didas revolucionarias para el momento como la supresión de la Inquisición,
la abolición de la Mesta y de las pruebas de nobleza para el acceso a los car-
gos públicos y militares y, sobre todo, la transformación del régimen jurídi-
co de la propiedad. Esta última cuestión, clave dentro del esquema de pensa-
miento liberal para el cual el reconocimiento del derecho de propiedad es
prioritario, se plasmó en el proyecto desamortizador impulsado principal-
mente por Juan Álvarez Mendizábal, que recuperaba anteriores intentos de
liberalización de la propiedad, como los llevados a cabo por Godoy.
Las dos principales culturas políticas liberales españolas se pueden defi-
nir en función de su posicionamiento sobre varias cuestiones. La primera de
ellas es el concepto de ciudadanía que cada sostiene, directamente relacio-
nado con el grado de apertura que consideran que debe tener el derecho a
elegir y ser elegido. Más abierto el concepto progresista, más cerrado el con-
cepto moderado, ambos son, sin embargo, partidarios del sufragio censita-
rio. Otra cuestión significativa gira alrededor del modelo constitucional pro-
puesto, y en particular, alrededor de su forma de entender la soberanía y el
sistema parlamentario uni- o bicameral. La tradición del liberalismo docea-
ñista, partidaria del unicameralismo, se enfrentará aquí a la versión conser-
vadora, que planteará a lo largo de este periodo distintas propuestas en rela-
ción, sobre todo, con el Senado. Las divergencias en torno a la cuestión de la
soberanía, como se verá a continuación, se hallan plasmadas en los distintos
proyectos constitucionales que apadrinaron estas dos culturas políticas. Un
tercer aspecto que marca las diferencias entre ambas es el tema del recono-
cimiento de derechos y si estos deben ser plasmados de forma sistemática en
los textos constitucionales (es decir, siendo más garantistas) o, por el contra-
rio, pueden dispersarse a lo largo del código constitucional. Por último, la
cuarta cuestión que diferencia a ambos proyectos es el papel que otorgan a
la articulación territorial del Estado. La trascendencia política (no sólo ad-
ministrativa) de esta cuestión es clave. La defensa de la centralización o la
EL LIBERALISMO ESPAÑOL EN EL SIGLO XIX
ron la figura del prefecto francés al gobernador civil, brazo ejecutor del go-
bierno en las provincias y contacto directo con las elites locales. Esta
concepción del Estado se plasmó en las diversas leyes que dedicaron los
gobiernos moderados a la administración local y provincial: Ley de organi-
zación y atribuciones de los Ayuntamientos (8.1.1845), Ley de organización
y atribuciones de las Diputaciones provinciales (8.1.1845), Ley de organiza-
ción y atribuciones de los Consejos Provinciales (2.4.1845) y Ley para el go-
bierno de las provincias (ley de atribuciones de los jefes políticos, 2.4.1845).
La expresión más clara del pensamiento del moderantismo se halla en la
Constitución de 1845. Este texto se mantuvo vigente hasta la proclamación
de la Constitución de 1869, a pesar de que hubo varios intentos para refor-
marla, a unas ocasiones en sentido más progresista, en otras ocasiones en
sentido más conservador: en 1848, por parte de Narváez; en 1852 por el pro-
yecto constitucional de Bravo Murillo; en 1856 a través del acta adicional de
O’Donnell; en 1857, con un nuevo intento de reforma por parte de Narváez;
y en 1864 con la derogación de Mon. La Constitución de 1845 no se elaboró
a partir de un proceso constituyente (en función de lo anteriormente men-
cionado), sino por las cortes ordinarias elegidas en 1844 que tuvieron como
objetivo reformar la Constitución de 1837. Se consagra el principio de la
soberanía compartida al eliminar el concepto de soberanía nacional que
había regido las constituciones de 1812 y 1837. Se refuerza el poder del mo-
narca al darle la potestad de disolver las Cortes. Se crea un Senado de ca-
rácter vitalicio y de designación real. El poder local queda supeditado al
gobierno, ya que los alcaldes de las localidades más significativas serían
elegidos por el gobierno. Las libertades no se desarrollan de forma explíci-
ta, sino de forma dispersa y se establece un claro control de la libertad de
prensa al decretarse la supresión del juicio por jurado, que era considerado
una garantía en los delitos de imprenta.
El desarrollo teórico de los principios políticos del moderantismo se lle-
vó a cabo en las lecciones de derecho político que impartieron en el Ateneo
de Madrid tres importantes miembros del partido: Antonio Alcalá Galiano,
Juan Donoso Cortés y Joaquín Francisco Pacheco. Por otra parte, se estu-
diará en este apartado a Andrés Borrego, liberal conservador que prestó
especial a la aparición del pauperismo derivado de la modernización econó-
mica. Su pensamiento representa, dentro del moderantismo, unos caracte-
res específicos que lo singularizan.
EL LIBERALISMO ESPAÑOL EN EL SIGLO XIX
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
2. Antonio Alcalá Galiano define el ascenso de las clases medias como sostén
del liberalismo moderado
BIBLIOGRAFÍA
1. Bibliografía primaria
2. Bibliografía secundaria
ADAME DE HEU, Vladimiro: Sobre los orígenes del liberalismo histórico consolidado
en España (1835-1840): Universidad de Sevilla, Servicio de Publicaciones,
Sevilla, 1997.
CÁNOVAS SÁNCHEZ, Francisco: El partido moderado: Centro de Estudios
Constitucionales, Madrid, 1982.
CASTRO, Concepción de: Romanticismo, periodismo y política: Andrés Borrego:
Tecnos, Madrid, 1975.
DÍEZ DEL CORRAL, Luis: El liberalismo doctrinario: Centro de Estudios
Constitucionales, Madrid, 1984.
EL LIBERALISMO ESPAÑOL EN EL SIGLO XIX
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TEMA 6
LOS TRADICIONALISMOS
2. EL CARLISMO
3. EL TRADICIONALISMO ISABELINO
Nacido en Vich en 1810, Jaime Balmes y Urpiá fue uno de los iniciadores
de la neoescolástica del siglo XIX; pero sin que en sentido pleno pueda in-
cluírsele en ella. Balmes es, en el fondo, un pensador ecléctico, y aparte de
sus planteamientos escolásticos, se siente influido por Descartes, Leibniz y
la escuela escocesa del «sentido común». Sus soluciones metafísicas tienden
siempre a la síntesis. Por otra parte, tampoco estuvo ausente en su obra la
influencia de Joseph de Maistre y Louis de Bonald. Es, sin embargo, en
Tomás de Aquino donde se encuentran las líneas fundamentales del sistema
balmesiano, en particular su concepción orgánica de la sociedad.
Naturalmente, Balmes se encuentra en una situación social y cultural diversa
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
Francisco Pacheco, Juan Varela, etc, que se mostraron, por lo general, es-
candalizados por la evolución que había experimentado Donoso desde su
liberalismo juvenil hacia el tradicionalismo.
El político y escritor extremeño no tardaría en morir en París el 3 de
mayo de 1853, a la edad de cuarenta y cuatro años. Sin embargo, su mensa-
je no iba a ser olvidado.
4. NEOCATOLICISMO Y CARLISMO
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
(Manifiesto de Carlos VII, 30-VI-1869)
«Señores, no hay más que dos represiones posibles: una interior y otra
exterior, la religiosa y la política. Estas son de tal naturaleza que cuando el
termómetro religioso está subido, el termómetro político está bajo, y cuando
el termómetro religioso está bajo, el termómetro político, la represión políti-
ca, la tiranía está alta. Esta es una ley de la humanidad, una ley de la Historia.»
«Por lo que hace a la escuela liberal, diré que ella solamente en su sober-
bia ignorancia desprecia la teología y no porque no sea teológica a su mane-
LOS TRADICIONALISMOS
ra, sino porque, aunque lo es, no lo sabe. Esta escuela no ha llegado a com-
prender, y probablemente no lo comprenderá jamás, el estrecho vínculo que
une entre sí las cosas divinas y las humanas, el gran parentesco que tienen
las cuestiones políticas con las sociales y con las religiosas, y la dependen-
cia en que están todos los problemas relativos al gobierno de las naciones,
de aquellos otros que se refieren a Dios, legislador supremo de todas las
asociaciones humanas.»
BIBLIOGRAFÍA
La ideología carlista
El tradicionalismo isabelino
Pensadores neocatólicos
Obras
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TEMA 7
LOS DEMÓCRATAS
mo. Por su parte, Ordax Avecilla era autor de La política en España. Pasado,
presente y porvenir, folleto de propaganda y de afirmación doctrinal republi-
cano-democrática, en la que se daba una definición del pensamiento demo-
crático, basado en la creencia en la bondad natural del hombre y en el pro-
greso indefinido de la Humanidad.
raba el sufragio universal como la panacea que resolvería todos los proble-
mas sociales y económicos.
2. EL INTERREGNO DEMOCRÁTICO
De la misma forma, tuvo lugar, a lo largo de este período, una alta con-
flictividad social y un importante desarrollo del movimiento obrero revo-
lucionario. La Asociación Internacional del Trabajo (A. I. T.) experimentó
un avance importante en su número de militantes, treinta mil aproxima-
damente; lo cual tuvo como resultado, sobre todo a partir de los aconteci-
mientos de la Comuna de París, una gran repercusión política. En no-
viembre de 1871, se discutió en el Parlamento la decisión gubernamental
LOS DEMÓCRATAS
3. LA I REPÚBLICA
esfera no puede moverse sin afectar la vida de sus semejantes: tal constituye
la vida de relación con los demás hombres: en ella es heterónomo.
Absolutamente soberano, el hombre pacta con los demás hombres, conser-
vando la autonomía de su primera esfera. Del pacto, nace la familia. Del pac-
to, van naciendo todas las sociedades: la ciudad, la provincia, la nación. Cada
una de ellas es soberana y autónoma, y, en su respectivo orden de intereses,
tiene determinada su órbita y su libertad. Entre ellas, siendo entidades igua-
les y soberanas sólo cabe un pacto para formar la entidad siguiente, atendien-
do lo que es común. Soberanía y pacto, autonomía y federación. El sistema, la
federación, el pacto, «se acomoda a la razón y a la naturaleza». Pi está contra
la «uniformidad absurda» del Estado, causa de innumerables males, como las
guerras. La revolución supondría descentralización, federación, pacto «sina-
lagmático, conmutativo, limitado y concreto». La revolución equivale a paz; el
pacto es «la condición de vida de los individuos y los pueblos». Pi aborrecía las
grandes naciones, aunque manifestó su admiración por Alemania y Estados
Unidos. La base de la libertad se encontraba en «los países de pequeñas divi-
siones». Aún le desagradaba más las invocaciones a la raza, el lenguaje, las
fronteras naturales e incluso la Historia, que se empleaban para justificar el
nuevo nacionalismo. En opinión de Pi, la única base para la creación de nue-
vas naciones era si preservaba la autonomía de las unidades que habrían de
ser reabsorbidas y cediendo sólo al poder central el dominio en cuestiones de
defensa y de intereses comunes. A juicio de Pi, España proporcionaba un
ejemplo de lo que ocurría si las autonomías locales se sacrificaban a los inte-
reses de un Estado centralizado. Uno de los principales objetivos de la obra
era razonar que la unidad nacional española sólo se había conseguido me-
diante la concesión de fueros a ciudades que de esa manera estuvieron dis-
puestas a apoyar la posibilidad de unificación. Las «provincias» son, en gene-
ral, los antiguos reinos, pero Pi admite que después de cincuenta años de
existencia de la nueva división provincial, algunas nuevas provincias se ha-
bían consolidado. Por consiguiente, las unidades integrantes de la federación
son los antiguos reinos y algunas de las nuevas provincias, siendo bajo la ini-
ciativa de unas y otras, sin coerción alguna. Finalmente, acabó considerando
que estas provincias son «naciones de segundo grado», con lo cual el concepto
de «Nación española» se transforma en «Nación de naciones».
A nivel socioeconómico, Pi seguía pensando en un modelo industrial
basado en el predominio de la economía urbana y de la multiplicación de
los pequeños productores libres e iguales unidos por el pacto, en el seno de
LOS DEMÓCRATAS
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
«No existe sólo la ley de las sociedades y del individuo, sino que existe
una serie de leyes fundamentales que corresponden a cada una de las facul-
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
BIBLIOGRAFÍA
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TEMA 8
LA RESTAURACIÓN
INTRODUCCIÓN
¿Qué es una nación? Las naciones sobre «obra de Dios» o de «la naturale-
za»; y, en consecuencia, unidas por principios anteriores y superiores a
cualquier pacto social expreso; son producto de un largo proceso de agru-
pación y de formación,
«... fábricas lentas y sucesivas de la historia, nacen de una aglomeración
arbitraria o violenta, la cual poco a poco se va solidificando y hasta fundien-
do al calor del orden, de la disciplina, de los hábitos correlativos de obe-
diencia y mando, que el tiempo hace instintivas, espontáneos, como natu-
rales…»
citar al obispo francés Freppel por sus campañas contra la legislación lai-
cista de la III República. A iniciativa de Pidal se redactó una carta de adhe-
sión al obispo en la que aparecían los nombres de importantes miembros de
la intelectualidad católica, junto a un buen número de aristócratas: Pidal,
Ortí y Lara, Galindo y Vera, Carbonero y Sol, Valentín Gómez, Damián
Isern, Sánchez de Toca, Marcelino Menéndez Pelayo, Eduardo Hinojosa, etc.
Los anatemas carlistas contra Pidal y sus partidarios no tardaron en
llegar; se les apellidó «mestizos», «apóstatas», «traidores» y, sobre todo, «li-
berales». Pese a ello, Pidal fue organizando la que vino a llamarse Unión
Católica, que, en sus comienzos, contó con el apoyo de un sector de la inte-
lectualidad católica y de la aristocracia, con el beneplácito de un influyente
sector de la jerarquía eclesiástica. Frente a sus críticos tradicionalistas,
Pidal presentó sus objetivos como meramente religiosos, «conservar y de-
fender su Fe y para ejercitarla en obras», «poner dique a la revolución anti-
católica y antisocial y para estrechar más y más los vínculos entre sí y sus
pastores los Reverendos Señores Obispos».
La nueva agrupación se decía heredera de las aspiraciones de los pontí-
fices Pío IX y León XIII, así como de los proyectos de Balmes y de Aparisi y
Guijarro. No tenía otro objetivo que la recatolización de la sociedad españo-
la, instaurando «el reinado social de Jesucristo».
Contra las disensiones de los católicos españoles, León XIII publicó,
en 1882, la encíclica Cum Multa, donde exhortaba a unir fuerzas. Pero ni
ésta ni las recomendaciones de los obispos hicieron posible el proyecto pi-
daliano, que en ningún momento pudo disfrutar del apoyo popular del car-
lismo. En vista de este fracaso, Pidal optó finalmente por integrarse en el
Partido Liberal-Conservador de Cánovas.
La importancia de la Unión Católica fue, ante todo, de orden intelectual.
Entre sus militantes, se encontraba Zeferino González, principal represen-
tante de la neoescolástica española, promovido por la Restauración al arzo-
bispado de Sevilla y Toledo; y luego al cardenalato. Fue autor de una serie
de obras interesantes como Historia de la Filosofía o La Biblia y la Ciencia,
de carácter apologético. El cardenal González no fue, al menos en el contex-
to español de la época, un reaccionario integral; y, de acuerdo con los pos-
tulados de la neoescolástica, sometió a fuerte crítica los puntos más radica-
les del tradicionalismo filosófico, en particular el fideísmo, el pesimismo y
la denuncia de la razón natural. Aunque muy crítico con los contenidos del
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
hubiese atajado desastres sin cuento, dando acaso diverso giro a nuestra
historia». Igualmente expresó su deuda intelectual con José María Cuadrado,
Joseph de Maistre y Edmundo Burke.
Menéndez Pelayo se dio a conocer con la célebre polémica de la ciencia
española, que fue algo más que una mera digresión sobre el saber filosófico
y científico de la España antigua. Se trató, en el fondo, de una polémica so-
bre la historia de España y el papel del catolicismo en su desarrollo cultural.
La cuestión que se desató no fue tanto la existencia o inexistencia de la cien-
cia española como la definición de lo «lo» español y su necesario correlato,
la dirección intelectual y moral de la sociedad española. Frente al krausista
Gumersindo de Azcárate y positivistas como Revilla, Menéndez Pelayo in-
tentó rebatir, con gran acopio de datos, la visión liberal-progresista de la
trayectoria histórica de España, según la cual el catolicismo —y en particu-
lar de la Inquisición— era la causa profunda de la decadencia del país y de
la inexistencia de filosofía y ciencia propiamente española. Por el contrario,
para el historiador santanderino había existido en España no sólo ciencia
empírica, sino tres escuelas filosóficas acordes con su «genio» nacional: el
lulismo (Ramó Llull), el vivismo (Juan Luis Vives) y el suarismo (Francisco
Suárez). A su entender, la decadencia española a nivel político, social, cientí-
fico y filosófico se produjo, por el contrario, a partir del siglo XVIII con el
advenimiento de la Casa de Borbón y la Ilustración. No obstante, a lo largo
de la polémica, que se prolongó durante años, Menéndez Pelayo hubo de li-
diar igualmente con los neoescolásticos como el Padre Fonseca y su propio
jefe político Alejandro Pidal, que le acusaron de antitomista.
Su hábil y erudita intervención en la polémica le ganó el aprecio de las
elites políticas conservadoras y en particular de Cánovas del Castillo. Y,
gracias al apoyo de Pidal, logró acceder a la cátedra de Historia de la
Literatura en la Universidad Central, a pesar de su juventud. Posteriormente,
ingresó en la Real Academia Española, al igual que en la de Historia, Bellas
Artes y de Ciencias Morales y Políticas.
Tras su paso por la Unión Católica, ingresó, al lado de Pidal, en el Partido
Liberal-Conservador de Cánovas. Aunque nunca fue ideológicamente libe-
ral y mantuvo hasta el final su fidelidad a los planteamientos balmesianos,
Menéndez Pelayo consideró que sólo en el Partido Conservador se encontra-
ba «hoy la verdadera y genuina representación de los principios tradiciona-
les; sin exageraciones absurdas, fantásticas e imposibles». Como militante
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
4. CARLISMO E INTEGRISMO
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
«El sufragio universal será siempre una farsa, un engaño a las muche-
dumbres, llevado a cabo por la malicia o la violencia de los menos, de los
privilegiados de la herencia y el capital, con el nombre de clases directoras;
LA RESTAURACIÓN
«Lo único de naturaleza moral que llega al hombre privado de toda ins-
trucción, lo único que fácilmente comprende cuando se lo transmiten los
propios padres oralmente, es el límite de la religión verdadera.»
«Sin un mismo Dios, sin un mismo altar, sin unos mismos sacrificios;
sin juzgarnos todos hijos del mismo Padre y regenerados por un sacramen-
to común; sin ser visible sobre sus cabezas la protección de lo alto; sin sen-
tirla cada día en sus hijos, en su casa, en el circuito de su heredad, en la
plaza del municipio nativo; sin creer que ese mismo favor del cielo vierte el
tesoro de la lluvia sobre sus campos, bendice también el lazo jurídico que él
establece en sus hermanos; y consagra en el óleo de la justicia la potestad
que él delega para el bien de la comunidad; y rodea con el círculo de la for-
taleza al guerrero que lidia contra el enemigo de la fe o el invasor extraño;
¿qué pueblo habrá grande y fuerte?»
tad de asociación con iguales anchuras. Estos son los principios del libera-
lismo en su más crudo radicalismo.»
«Lo que digo es que el derecho divino consiste en no creer que la autori-
dad viene de las muchedumbres, ni de las Cortes, ni de los hombres, llá-
mense como se llamen, sino de Dios; consiste en no creer que la nación ni el
Estado es el origen de la autoridad ni la fuente primera del derecho, sino
que toda autoridad viene de Dios y que no es Estado católico el que no esté
subordinado en lo espiritual a la Iglesia.»
BIBLIOGRAFÍA
General
Zeferino González
Los integristas
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TEMA 9
EL KRAUSISMO Y LA INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA
Entre los discípulos de Sanz del Río destacó, en los primeros momentos,
la figura de Fernando de Castro y Pajares, antiguo monje franciscano, pre-
dicador y capellán de honor de Isabel II, catedrático de Elementos de
Historia General y de España, en el Instituto San Isidro y luego catedrático
de Historia General en la Facultad madrileña. Tras unos viajes por el ex-
tranjero, perdió la fe, refugiándose en la filosofía krausista. Castro solía
asistir a las clases de Sanz del Río en la Universidad Central. Su heterodo-
xia doctrinal se hizo cada vez más evidente en sus sermones de Palacio y en
su célebre discurso académico sobre Caracteres históricos de la Iglesia espa-
ñola. En su denominado «Sermón de las barricadas», de 1 de noviembre
de 1861, en conmemoración del terremoto de Lisboa, profetizó un posible
terremoto social, criticando el lujo e irresponsabilidad de las clases altas.
Además, hizo referencia a «una gran revolución religiosa» y a «una nueva
aplicación de las doctrinas cristianas». Algo que le costó su dimisión de la
Capellanía de Honor de Palacio. Su Discurso acerca de los caracteres históri-
cos de la Iglesia española, leído en la Academia de la Historia en enero
de 1866, fue otra de las manifestaciones de esa rebeldía. En el discurso ins-
taba a la Iglesia española a defender su autonomía frente a Roma, sobre
todo en lo referente al principio de infalibilidad pontificia, y a que aceptara
los principios de la civilización moderna. Y propuso a la Iglesia española
que solicitase al Pontífice la celebración de un concilio ecuménico, en el que
se abriera a todas las sectas cristianas a un certamen, igual que el celebrado
en Trento en el siglo XVI.
Como señalara Juan López Morillas, el krausismo se fue convirtiendo no
ya en una filosofía o en una ética, sino en un auténtico «estilo de vida», ca-
racterizado por la confianza en la razón como norma de vida y en la predi-
lección por ciertos temas intelectuales. Algo que igualmente percibieron,
aunque en sentido muy negativo, sus más férvidos contradictores, como el
historiador católico Marcelino Menéndez Pelayo, en su célebre Historia de
los heterodoxos españoles:
ves que la anterior. Orovio puso fin a las academias de profesores, a las aso-
ciaciones de alumnos, a las conferencias en la Universidad, a las clases para
obreros, al Boletín-Revista; y ordenó incoar expedientes de separación contra
quienes explicasen doctrinas contra el dogma católico —«que es la verdad
social de nuestro país»— o que redundasen en menoscabo de la persona del
Rey o del régimen monárquico constitucional. Giner de los Ríos fue deporta-
do a Cádiz. Salmerón y Azcárate lo fueron a Lugo y Cáceres respectivamente.
Semana Santa, porque la Institución pretendió ser respetuosa con las creen-
cias y las costumbres de la sociedad en que vivía. Fuera de los domingos, no
admitió nuevas festividades religiosas y oficiales. En consecuencia, los
alumnos y profesores católicos tenían que asistir a misa sin faltar a clase.
Estaba prohibida la fiesta de los toros y el boxeo.
La pedagogía institucionista arrancaba de Sócrates, Juan Luis Vives,
Jean Jacques Rousseau, Pestalozzi, y Froebel, actualizada por Francisco
Giner de los Ríos y su discípulo Manuel Bartolomé de Cossío. Con el tiem-
po, los sectores krausistas asumieron el positivismo, llegando a hablarse de
«krausopositivismo». Ya Menéndez Pelayo, en su Historia de los heterodoxos
españoles, señaló la influencia del positivismo en las Lecciones de Psicología,
de Francisco Giner, lo que planteaba el paso del krausismo al positivismo.
Por otra parte, Salmerón conoció el positivismo francés durante su exilio
en Francia. Su prólogo al libro de Hermenegildo Giner de los Ríos Filosofía
y Arte era ya claramente positivista. Dicha evolución podía verse igualmente
en el libro de Urbano González Serrano, La sociología científica, presentan-
do una línea intermedia entre el krausismo «metafísico» y el los krausistas
«positivistas». Un elemento de gran interés a la hora de analizar el krauso-
positivismo lo aporta la conexión desarrollada por sus seguidores entre el
organicismo espiritual —de origen krausista— con el organicismo biológi-
co —de origen positivista—. El krausopositivismo realzó fundamentalmen-
te una mentalidad científica relacionada con la pretensión de Giner de los
Ríos de llevar a cabo una «educación integral», científico-humanista.
Darwin fue nombrado, en ese sentido, profesor honorario de la Institución
Libre de Enseñanza. En su plan de estudios fueron introduciéndose asigna-
turas como ciencias naturales, psicología, sociología, etc.
En cuanto a los métodos de enseñanza, la Institución prescindió de los li-
bros de texto: los alumnos debían servirse de los apuntes de clase y de las
obras recomendadas para su lectura y comentarios subsiguientes. Los niños
estudiaban durante las horas hábiles de clase, nunca en sus casas. Los llama-
dos deberes estaban prohibidos; el hogar debía dedicarse al descanso, a las
aficiones privadas, etc. Una de las bases de la pedagogía institucionista lo
constituían las excursiones a laboratorios, museos, a las localidades fuera de
Madrid, iglesias, fábricas, fundiciones, imprentas, periódicos, lugares de inte-
rés urbanístico y ecológico, etc. Loa días festivos y, sobre todo, las vacaciones
de Navidad y Semana Santa brindaban ocasión de aprovechar el mayor núme-
ro de días libres para las excursiones a las poblaciones próximas: Toledo, Avila,
EL KRAUSISMO Y LA INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA
El Escorial, Aranjuez, Guadalajara, etc. Durante los veranos, tenían lugar las
excursiones largas a Valladolid, Burgos, Palencia, León, Santander, Picos de
Europa, Covadonga, etc. Se enseñaba a los alumnos a conocer el país y anotar
costumbres, recogiendo canciones populares, refranes, etc. Sus métodos pe-
dagógicos nunca se limitaron a un esquema fijo; ensayaba los que parecían
más idóneos, en cada momento de su trayectoria educativa. El punto de arran-
que para la escuela de niños fueron los kinderganten de Federico Froebel.
Restauración. Como señaló Luis Díez del Corral, en los krausistas e institu-
cionistas «la vista casi nunca se desentiende de miras políticas muy concre-
tas». Los planteamientos políticos de la Institución pueden verse en los es-
critos de Francisco Giner de los Ríos y, sobre todo, en los de Gumersindo de
Azcárate. Su modelo político era un régimen liberal y laico. La mayoría de
los institucionistas eran republicanos, pero optaron por una táctica acci-
dentalista.
La filosofía política de Francisco Giner de los Ríos es la misma que la de
Krause y la de Sanz del Río. Nacido en Ronda en 1839, hizo sus primeros es-
tudios en Cádiz, los secundarios en Alicante y los universitarios en Barcelona,
donde recibe la influencia de Francisco Javier Llorens, uno de los maestros de
Menéndez Pelayo. Prosiguió sus estudios en Granada. En 1863, se instaló en
Madrid y se incorporó al Ministerio de Estado como agregado diplomático.
Conoció a Sanz del Río y asistió a las reuniones de la calle Cañizares.
Consiguió a los veintisiete años la cátedra de Filosofía del Derecho en la
Universidad de Madrid. En rigor, no escribió más que tres libros: Principios de
Derecho Natural sumariamente expuestos (1873), Lecciones sumarias de
Psicología (1874), y Resumen de Filosofía del Derecho (1898). Desde el punto de
vista epistemológico, Giner considera que la ciencia es «el primer factor de la
Historia de la Humanidad». Ataca, sin embargo, el prurito especialista y pre-
coniza un entendimiento amplio, y en cierto modo clásico, del saber. Como
Krause, acepta la distinción entre naturaleza y espíritu, y afirma la existencia
de Dios. Por eso, distingue entre Metafísica, de la Cosmología y de la Teología
racional. Sin embargo, donde Giner de los Ríos destacó fue en la filosofía ju-
rídica. Para él, el concepto de Derecho podía descubrirse «en vista de lo que
inmediatamente nos dice la conciencia», es decir, «partiendo de la percepción
inmediata de nuestro propio derecho». El Derecho es un orden «necesario»,
«inmaterial» e «independiente de la voluntad». Su único fundamento se halla
en «nuestra naturaleza». En ese sentido, Giner se opone al formalismo jurídi-
co y proclama la sustancia ética del Derecho, en lo que coincide con el iusna-
turalismo cristiano. Al aproximar la ética y el Derecho, Giner niega la distin-
ción clásica que se funda en el carácter coactivo del Derecho y en el simple
imperativo moral. Cree que la distinción es más de razón que real. La morali-
dad es actuar «por amor al bien mismo», y el Derecho es actuar para «el cum-
plimiento de los fines racionales de la vida». Lo que lleva a la equiparación del
Derecho Natural y el positivo; son, según Giner, «una sola y misma cosa».
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
gún tiempo este lugar, silencioso y desierto, ha estado guarda por el Genio
titular de nuestra Institución: ¡que no se hizo tan gran fábrica solo para
recibir muchos hombres en ella, sino para ser digna morada de una idea
divina, y señal visible de que esta idea vive entre nosotros y quiere ser para
todos honrada y cultivada, como es honrada la idea del derecho, en el tem-
plo de la justicia, la idea de poder en el templo de las leyes, la idea de la
unidad social en el trono de los Monarcas!»
con algunas de sus manifestaciones, para que así recaiga sobre aquella el
anatema de reprobador que solo estas merecen; y la cuestión jurídica relati-
va a los derechos de la personalidad, de los cuales unos son a la vez civiles
y políticos, como la libertad de prensa y de asociación y de reunión, y otros
como los de conciencia y de cultos, tan trascendentales que respetarlos es
respetar la civilización y desconocerlos es alejarse de ella…»
BIBLIOGRAFÍA
General
䉴
䉴
TEMA 10
LOS REGENERACIONISMOS Y EL ESPÍRITU DEL 98
INTRODUCCIÓN
1. LOS PRECURSORES
1
Carl SCHMITT, Sobre el parlamentarismo. Madrid, 1990, p. 68.
LOS REGENERACIONISMOS Y EL ESPÍRITU DEL 98
2. JOAQUÍN COSTA
Fue, sin embargo, Joaquín Costa quien supo encarnar y teorizar el rege-
neracionismo. En gran medida, Costa fue una figura anómala. La mayoría
de los pensadores y profetas del siglo XIX español han sido debidamente
etiquetados y clasificados. Las doctrinas, influencias y personalidades de
Balmes, Donoso Cortés, Sanz del Río, Cánovas o Menéndez Pelayo han
sido colocadas en sus respectivos anaqueles del museo de la historia del
pensamiento español. Costa sigue, en cambio, sin clasificar, como lo estu-
vo, por otra parte, en vida, reclamado y repudiado tanto por las derechas
como por las izquierdas. Dionisio Pérez lo calificó de «oligarquista».
Manuel Azaña, de «conservador». Alfonso Ortí, de «populista». «Prefascista»
lo denominó Enrique Tierno Galván; y Gonzalo Fernández de la Mora, de
precursor del «Estado de obras». No en vano Rafael Pérez de la Dehesa dis-
tinguió entre costismo liberal y costismo autoritario. Ello es debido, al me-
nos en parte, a que la producción costista, por su carácter polifacético, y
tal vez hasta contradictorio, no facilita el análisis y la formulación de una
valoración global y por ello ha dado lugar a múltiples interpretaciones, has-
ta el punto que después de su muerte pudieron reivindicarlo políticos e in-
LOS REGENERACIONISMOS Y EL ESPÍRITU DEL 98
3. EL «ESPÍRITU DEL 98»
dad a «una vida más grande, más noble, más intensa». En Maeztu, el ideal
de revolución industrial se expresa y tiene como sujeto al superhombre; se
trata de una labor suprahumana, fáustica. El escritor vasco depositaría su
esperanza en la capacidad transformadora de heroicos capitanes de indus-
tria e individualidades «sensatas» y «enérgicas», que impulsaran sin trabas
el desarrollo económico de la nación. Complemento de su nietzscheanismo
era el darwinismo social. Herbert Spencer era, a su entender, «el verdadero
creador de la ciencia social moderna». La sociedad era concebida por
Maeztu como una parte perfectamente homogénea de las leyes cósmicas de
la naturaleza: las relaciones sociales eran relaciones de competencia, de lu-
cha entre individualidades y clases. El desarrollo de las sociedades consis-
tía en la elevación de los grados de sociabilidad. El máximo exponente de
cohesión social era la nación, concebida como una sociedad que engarza en
su seno tanto a individuos como a clases sociales. En el joven Maeztu, la
nación no se define como una sociabilidad adscriptiva, sino como un pro-
yecto, como un proceso, que es preciso realizar para trascender su propia
situación atrasada en el esfuerzo de desarrollo económico y modernización.
En ese sentido, el patriotismo esclarecido debía de ser crítico, es decir, diri-
gido hacia la sociedad nacional por el camino de progreso social; y no de la
glorificación del pasado. A ese respecto, Maeztu veía en Costa «la posibili-
dad de un patriotismo popular, de un patriotismo en el que se funden las
ideas de patria y pueblo, un patriotismo que se proponga fundamentalmen-
te la educación y el bienestar del pueblo».
En ese sentido, Maeztu se mostraba muy crítico con el régimen de la
Restauración, un sistema político y social que calificaba de «burocrático,
teocrático y militar». Igualmente, se mostraba muy adverso al catolicismo,
ya que el proceso de modernización era inseparable de la secularización de
las conciencias. El papel social de la Iglesia católica en el aparato educativo
era negativo, porque impedía la cristalización de una mentalidad pragmáti-
ca y desarrollista en el seno de las clases dirigentes. La educación católica
era incapaz de crear «hombres de voluntad e inventiva». Además, el catolicis-
mo español era tan «ácido» que sólo servía para «llenar de bilis el estóma-
go»; y, en consecuencia, era incapaz de garantizar la cohesión social. Esta
crítica se extendía a sus portavoces intelectuales, como Menéndez Pelayo, a
quien no dudó en calificar de «triste coleccionador de muertas naderías».
Los nacionalismos periféricos catalán y vasco eran otra de las grandes
amenazas para el proceso de modernización y consolidación nacional. Las
LOS REGENERACIONISMOS Y EL ESPÍRITU DEL 98
4. EL REGENERACIONISMO DINÁSTICO
Ante tal cúmulo de críticas, las élites políticas dinásticas —o, al menos,
un sector de éstas— fueron capaces de percibir el agotamiento táctico de la
vía política característica del conservadurismo liberal, tras el Desastre. En
ese sentido, el regeneracionismo dinástico tendría dos adalides fundamen-
tales: Antonio Maura y José Canalejas.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
«Todo lo que cuentan a diario los periódicos, la historia toda del «presente
momento histórico», no es sino la superficie del mar, una superficie que se
hiela y cristaliza en los libros de registros, y una vez cristalizadas así, una
capa dura, no mayor con respecto a la vida intrahistórica que esta pobre cor-
teza en que vivimos con relación al inmenso foco ardiente que lleva dentro.
LOS REGENERACIONISMOS Y EL ESPÍRITU DEL 98
«Las Cortes que son uno de los más principales órganos de Poder y
como una irradiación del Gobierno, mueren sin duelo y nacen sin alegría.
¿Por qué? En primer lugar, porque la inmensa mayoría del pueblo español
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
BIBLIOGRAFÍA
Obras de Costa
Obras de Unamuno
Sobre Canalejas
Obras de Canalejas
䉴
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TEMA 11
LOS NACIONALISMOS PERIFÉRICOS
una base familiar y local como alternativa al sufragio universal de los de-
mócratas». La historia del siglo XIX en el País Vasco se caracterizó por el
predomino de unas élites locales, muy vinculadas al catolicismo político y
empeñadas en el mantenimiento del privilegio y el combate contra las con-
secuencias de la revolución liberal. La abolición foral que siguió a la última
derrota carlista en 1876 y la modernización industrial subsiguiente provo-
caron en las élites (un heterogéneo conglomerado de integristas, carlistas y
fueristas tibiamente liberales) un estado de ánimo muy próximo al separa-
tismo. Pero el catalizador del nacionalismo se activó como consecuencia de
dos hechos sincrónicos: la última abolición foral y la industrialización. La
primera produjo un aumento del nivel de protestas de signo foralista, pero
los efectos más importantes son los que se vinculan con la revolución indus-
trial en Vizcaya. Esta significó la aparición de una nueva y reducida élite de
poder económico político, la «Piña», un grupo de industriales adheridos al
partido canovista liberal conservador, muy bien conectados con el gobierno
de Madrid, del cual obtuvieron la ventaja del proteccionismo para la side-
rurgia. Además los inmigrantes necesarios para cubrir las nuevas necesida-
des laborales comenzaron su organización política en torno al socialismo y
sufrieron un rechazo generalizado de las antiguas élites que, para referirse
a ellos, pusieron en circulación el término despectivo «maqueto» (adultera-
ción del clásico «meteco»). Finalmente hay que tener en cuenta a una serie
de grupos sociales que, aunque económicamente resultasen favorecidos por
el proceso, se sentían excluidos políticamente y percibían la decadencia de
la cultura autóctona: las élites tradicionales, las nuevas clases medias admi-
nistrativas, la clase obrera autóctona y la gran burguesía excluida de la
«Piña» y de sus privilegiadas relaciones con la Corte (tal es el caso del navie-
ro Ramón de la Sota). A la larga esta será la cantera social y política que
alimentará al nacionalismo.
Sabino Arana Goiri (Abando, Bilbao, 1865; Pedernales, Vizcaya, 1903)
era hijo de una prominente familia carlista dedicada a la construcción na-
val; su padre subvencionó la sublevación a favor del Pretendiente en 1872,
razón por la cual la familia hubo de exiliarse a Francia hasta la victoria y
pacificación liberal, que permitió la vuelta de sus miembros. En su niñez
recibió una educación católica muy estricta orientada por los jesuitas. A la
muerte de su padre en 1883 parte de la familia se desplaza a Barcelona,
donde Sabino se matricula en Derecho, carrera por la que no sentía voca-
ción y que dejará inacabada. Según confesión del propio autor su
LOS NACIONALISMOS PERIFÉRICOS
idílica se vio alterada por la «anexión» ejecutada por el Estado liberal espa-
ñol en 1839. «Bizkaya», perdió su independencia institucional a la vez que,
desde la industrialización fue invadida por gentes venidas de España, lo que
dio lugar a la pérdida de la lengua, a la mezcla de la raza indígena y al con-
siguiente alejamiento de Dios, «eterno señor de Bizkaya». En estos primeros
escritos aparece ya el lema «Jaungoikoa eta Lagi-zarra («Dios y Ley Vieja»):
«Ley, raza y lengua pueden reducirse a una y ser incluidos en la idea de Ley,
forman el cuerpo del Estado; el elemento Dios constituye su espíritu. Así
como el cuerpo debe sujetarse al espíritu… así también la Ley debe subor-
dinarse a…Dios». Para nuestro autor «Dios y patria vasca son inseparables,
de manera que “pecar” contra la patria es pecar contra Dios y “pecar” con-
tra Dios (siendo liberal) es pecar contra la patria». De esta manera cual-
quier opción política que no fuera el propio nacionalismo sabiniano era
pecado: el carlismo y el integrismo por se contrarios a la patria vasca y el
liberalismo por se contrario a Dios. Por otra parte el odio y la violencia,
constantes en su obra posterior, se expresan ya en esta sombría premoni-
ción: «Quien hace de tripas corazón, puede mañana hacer una muralla de
muertos».
El racismo teológico será la esencia del nacionalismo sabiniano, alcan-
zando su máximo desarrollo en un artículo muy posterior: Efectos de la in-
vasión (1897). En este escrito el pecado original aparece como la causa del
mal en el hombre y el liberalismo como uno de sus efectos:
«El liberalismo teórico o doctrinal se aprende… pero el práctico está en
la propia naturaleza humana, empezó con el pecado original y está expreso
en muchos, latente en todos: manifiesto está en el carácter y las costumbres
del español.»
2. LOS CATALANISMOS
Durante la primera mitad del siglo se produce una conciencia del par-
ticularismo catalán («provincialismo»), basada en las diferencias idiomáti-
cas, en el recuerdo de las antiguas instituciones de gobierno y el contraste
entre la prosperidad catalana y el retraso español. En 1860 los diputados
provinciales de Barcelona elevan una proposición a las Cortes en la que de-
claran:
«La provincia (…) no es una mera circunscripción administrativa, sino
una entidad natural e histórica (…) esta peculiar condición de su ser, que
presentan las provincias de España, aconseja (…) dejarlas en libertad de
desenvolvimiento con voluntad y medios propios.»
Si para Torras era misión del clero nacionalizar a los catalanes, para Prat
esta función corresponde a un partido, que, además, se identifica con la na-
ción: «no somos un partido político, somos un pueblo que renace».
Prat de la Riba concebía al Estado español como una federación de pue-
blos diferentes y a la institución regia como una monarquía federal agluti-
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
(Bases de Manresa, 1892)
penetra y los moldea y trabaja desde que nacen hasta que mueren. Poned
bajo la acción del espíritu nacional gente extraña… de otras naciones y ra-
zas y veréis como suavemente, poco a poco… va modificando sus maneras,
sus instintos, sus aficiones, infunde ideas nuevas en su inteligencia y llega
hasta a torcer poco o mucho sus sentimientos. Y, si en vez de hombres ya
hechos, le dais niños recién nacidos, la asimilación será radical y perfecta».
Contra los «metecos»: «el hecho de una renovación constante, por obra
de turbias fuentes de inmigración, en nuestras masas populares ciudada-
nas… el deslizamiento irruptor de gentes sin valor social, inciviles e igna-
ros —humana arena de los desiertos— dócil para alzarse a los vendavales
de los agitadores… un proteccionismo de raza… ¿no sería legítima defensa
en nosotros?»
BIBLIOGRAFÍA
䉴
䉴
TEMA 12
LOS SOCIALISTAS
incapaz de ejercerla, un príncipe en pos del poder absoluto para poder re-
nunciar a él dejándolo en manos de sus lacayos». Tampoco los liberales mo-
derados salían mejor parados de su pluma. Por ejemplo, Martínez de la
Rosa era caracterizado como «un verdadero partidario de la escuela doctri-
naria de Guizot, consistiendo la moderación de esos caballeros en su idea
fija de que las concesiones a la masa de la humanidad nunca pueden ser de
un carácter demasiado moderado»; en «erigir una aristocracia liberal y el
dominio supremo de la burguesía combinado con el mayor número posible
de abusos y tradiciones del antiguo régimen». La revolución de 1820-1823
fue «una revolución de clase media y, más específicamente, una revolución
urbana, mientras el campo ignorante, perezoso, aferrado a las pomposas
ceremonias de la Iglesia, permanecía espectador pasivo de una lucha de
partidos que apenas entendía». El campesinado se consideraba «hidalgo» y
era «indiferente u hostil a las nuevas leyes». Y es que la legislación liberal
apenas contribuyó a la mejora de sus formas de vida. Muy al contrario,
arrojó la tierra de
naria. Opuesto, frente a Jean Jaurès, a toda colaboración con los republica-
nos, lo era también a la política de empresas municipales y a la
administración pública de ciertos servicios, porque podrían favorecer la
política de los gobiernos burgueses. No era menos hostil a la autonomía del
movimiento sindical, que, según él, dividía a los obreros en intereses corpo-
rativos. Pensador poco original, autor de algunos modestos folletos, fue di-
vulgador de un marxismo determinista y mecanicista que ejerció una pro-
funda influencia sobre Pablo Iglesias Posse, el líder por antonomasia
de PSOE. Durante la Gran Guerra, Guesde incurrió, finalmente, en el peca-
do de colaboracionismo, ya que formó parte entre 1914 y 1916, como minis-
tro de Estado, del gobierno de «Unión Sagrada» de Viviani y Poincaré cons-
tituido para dirigir el conflicto contra Alemania.
Ferrolano de 1850, Paulino de la Iglesia Posse fue hijo de un modesto
empleado en el ayuntamiento de El Ferrol, Pedro de la Iglesia Expósito, a
quien el capellán de la incluso de Orense le regaló el nombre y los dos ape-
llidos. Muerto el padre, en 1859, la madre, Juana Posse, cargó con sus hijos
Paulino y Manuel; y marchó a Madrid. Finalmente, los dos hermanos aca-
baron recogidos en el hospicio de Madrid. Dos años estuvo en el centro be-
néfico. Los malos tratos y el cariño a la madre le forzaron a salir del hospi-
cio. Luego comenzó su vida azarosa de imprenta en imprenta; y se hizo
obrero tipógrafo. De muy joven, dejó las prácticas religiosas. Su diversión
favorita fue la lectura. Sus autores preferidos fueron muchos y de índole y
producción muy variada: desde Plutarco a Cervantes; desde Dante a Víctor
Hugo, Maquiavelo y Voltaire, Proudhon y Condorcet, César Cantú, Büchner,
Darwin, Haeckel, Draper, Nordau, etc. En lo referente al marxismo, Iglesias
leyó algunas obras de Engels como Socialismo utópico y socialismo científi-
co, Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, etc. Hay que añadir
el Manifiesto Comunista, que, según todos los testimonios, fue su evangelio.
Sin embargo, la mayor influencia en su pensamiento fue ejercida por
Lafargue y Guesde. Nunca intentó Iglesias presentarse como un teórico
marxista. Su única ambición en ese terreno fue difundir algunas «verdades
escuetas» que sirvieran de pauta para el comportamiento del partido y del
sindicato UGT. En sus escritos, más que elaboraciones teóricas, se encuen-
tran incesantes repeticiones de los principios marxistas elementales o ex-
hortaciones al esfuerzo de los militantes. El punto de partida de Iglesias se
encuentra en la consideración de que el proceso de concentración capitalis-
ta se halla prácticamente consumado en España, reduciendo el antagonis-
LOS SOCIALISTAS
Junto a la clase burguesa, otro de los enemigos del proletariado son los
partidos republicanos, a los que Iglesias pretendía desenmascarar como
desmovilizadores de la acción revolucionaria del proletariado y, por otra
parte, como defensores de los intereses básicos de la clase explotadora. Los
republicanos eran «falsos revolucionarios», portadores de una ideología que
no persigue la emancipación de los trabajadores, desviándolos de los proce-
dimientos trazados por el socialismo. Iglesias repitió este argumento una y
otra vez para legitimar su negativa a cualquier alianza o pacto con los par-
tidos republicanos. En ese sentido, el líder socialista insistía en el inexora-
ble proceso de proletarización de las pequeñas burguesías, que la conduci-
ría al «campo del socialismo llena de coraje y ardor para pelear contra sus
enemigos de hoy y enemigos implacables del mañana». El determinismo
económico proporcionaba la seguridad de una pronta revolución. De ahí su
alusión a la «ceguera burguesa».
como «judas», «traidores» o «sacrílegos», que sólo movidos por las fuerzas
infernales podían poner en duda la santidad del «redentor del obrero». Con
posterioridad, ya más paternalmente, sería conocido como «El Abuelo». Los
órganos intelectuales y periodísticos socialistas aparecieron muy lentamen-
te y con muchos altibajos. En 1886, apareció El Socialista. En 1897, La
Ilustración del Pueblo, que desapareció aquel mismo año. La Nueva Era,
en 1903. La Revista Socialista, el mismo año que la anterior. Acción
Socialista, que se publicó entre 1914 y 1915; y Nuestra Palabra, entre 1918
y 1920.
De los Ríos se muestra muy crítico con Marx, a quien acusa de determi-
nismo, economicismo y positivismo. Marx era el defensor de una «inter-
pretación económica y mecánica de la vida humana», desde cuya perspec-
tiva era imposible edificar una ética y crear una política, es decir, un
deber-ser. Sin embargo, valoraba algo más positivamente sus críticas al
capitalismo. Y es que el capitalismo no consideraba al hombre como un fin
en sí mismo, sino un medio, como un objeto económico. Capitalismo y hu-
manismo eran dos términos «antitéticos, contradictorios»; y, en ese senti-
do, lo consideraba consustancial con la indiferencia, cuando no la hostili-
dad, ante el humanismo. El antihumanismo capitalista radicaba en «la
preeminencia de las cosas sobre las personas». «El capitalismo forma una
tabla de valores en que las cosas materiales tienen la más alta jerarquía».
Lo propio del capitalismo es «desentenderse del carácter de hombre de
quien se utiliza como mercancía, comprando su trabajo», mediante «un
contrato de explotación». El socialismo, por el contrario, era el control y
sometimiento de las cosas para lograr así la libertad de las personas. El
socialismo sustraería al hombre del mercado, y con respecto de las cosas,
«someter la vida del mercado a las exigencias de interés general». En el
socialismo se invierte la relación desigual entre productividad y rentabili-
dad, entre trabajo y propiedad, característica del capitalismo. De los Ríos
insistía en todo momento, en la «primacía de la productividad», es decir,
del trabajo. No obstante, mostraba un cierto temor hacia la lucha de clases
y rechazaba la lucha armada, e igualmente la fórmula de dictadura del
proletariado.
de los Ríos era «el primer libro revisionista español sobre la doctrina mar-
xista», cuyo contenido no satisfacía «a muchos de los jóvenes socialistas».
Por su parte, Julián Besteiro, que se mostraba como seguidor de Kautsky,
criticó, en su conferencia La lucha de clases como hecho y como teoría, su
antimarxismo y su rechazo del conflicto clasista.
Para entonces, Pablo Iglesias había muerto en diciembre de 1925; y dos
años antes se había producido el advenimiento de la Dictadura de Primo de
Rivera, acontecimiento que contribuyó a la división en el seno del PSOE. Un
sector, capitaneado por Besteiro y Francisco Largo Caballero, se mostró
partidario de la colaboración con el nuevo régimen, mientras que De los
Ríos e Indalecio Prieto rechazaron esa estrategia. Finalmente, triunfó la
primera opción.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
demás elementos sociales, la Iglesia no es otra cosa que una servidora celo-
sa de la burguesía, la encargada de sancionar en nombre de Dios todas las
tropelías, todos los despojos y todas las infamias que con los asalariados
comete aquélla.»
«Si: cuando nosotros decimos que los partidos republicanos son tan
burgueses como los monárquicos por defender con igual interés que éstos
los privilegios de la clase capitalista su respuesta es el silencio. Cuando de-
cimos que todos ellos, desde el posibilismo que dirige Castelar hasta el fe-
deral que acaudilla Pi, sostienen el régimen del salario, es decir, la explota-
ción de unos hombres por otros, y por consecuencia la esclavitud de una
clase, nada responden a ello.»
que se había formado de su lugar en él; podía más de lo que había imagina-
do, pero su lugar era menos preeminente de lo que creyera.»
«Marx, al que tanto debe el socialismo para el análisis genial a que so-
metió al régimen capitalista y por su capacidad profética, no sólo para en-
cender una nueva fe, sino para dictar reglas de conducta política que han
impelido a una acción conjunta a inmensas masas sociales, dejó al mo-
vimiento socialista, a más de eso y en parte por eso mismo, una pesada
herencia que le embaraza y dificulta en su camino; y la primera oposición
que para el socialismo humanista suscita el marxismo es la interpretación
económica y mecánica de la vida humana.»
BIBLIOGRAFÍA
General
䉴
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TEMA 13
EL PENSAMIENTO POLÍTICO DE JOSÉ ORTEGA Y GASSET
sino socialista, los que se habían hecho conservadores eran los liberales; de
ahí que se atreviera a decir que en España no había más que conservadores.
«rehacerse las bases mismas de su espíritu», sin negociar «con los tópicos del
patriotismo». Para el filósofo, los jóvenes «al escuchar la palabra España» no
recordaban «a Calderón ni a Lepanto», no pensaban «en las victorias de la
Cruz», sino que «meramente» sentían, y eso que sentían era «dolor».
La Liga se dirigió a «aquellas minorías» que gozaban «del privilegio de
ser más cultas, más reflexivas, más responsables», aunque eran conscientes
de que sólo había política donde intervenían «las grandes masas sociales».
Deseaban movilizar a estas minorías para hacer una «nueva política», que
partiera, como decía Fichte —al que Ortega cita, no sin intención, como
constructor de la nación alemana—, del reconocimiento de la realidad, de
«declarar lo que es». Una política que fuera a un tiempo «pensamiento» y
«voluntad» para buscar en el «alma colectiva» las «opiniones inexpresas».
Según el filósofo, era necesario proponer nuevos usos porque no era sufi-
ciente con corregir los abusos del sistema, sino que había que idear, proyec-
tar, ensayar, aumentar y fomentar «la vitalidad de España» desde «toda una
actitud histórica» para «servir a la sociedad frente a ese Estado, que
es —añade— sólo como el caparazón jurídico, como el formalismo externo
de su vida». Por eso, la Liga se proponía constituir «órganos de sociali-
dad, de cultura, de técnica, de mutualismo, de vida, en fin, humana en to-
dos sus sentidos», «cooperativas, círculos de mutua educación, centros de
observación y de protesta» para «impulsar» un «imperioso levantamiento
espiritual de los hombres» en las ciudades, pueblos y aldeas de España.
Ortega afirmó que los integrantes de la Liga veían en el «partido socialis-
ta» y en «el movimiento sindical» las «únicas potencias de modernidad»,
pero sus «credos dogmáticos» les parecían «inconvenientes para la liber-
tad», por lo que no podían seguirlos. En el fracaso de la Restauración y de
sus partidos turnantes, «alas anquilosadas» en expresión del filósofo, veían
también el fracaso del republicanismo tradicional. Ante este panorama, sólo
podían poner sus ojos en el nuevo republicanismo del Partido Reformista de
Melquíades Álvarez y Gumersindo de Azcárate, pero durante la conferencia
Ortega no señaló una vinculación estricta: «No vamos a ocultar —dijo—
nuestra gran simpatía por un movimiento reciente que ha puesto a muchos
republicanos españoles en ruta hacia la Monarquía», pero a la vez criticó la
visión accidentalista de las formas de gobierno que era, en ese momento,
uno de los pilares ideológicos del reformismo. La mayoría de los miembros
de la Liga, según afirmó su presentador, no habían sido nunca republicanos;
para ellos lo importante era el ejercicio práctico de la función y no una teo-
EL PENSAMIENTO POLÍTICO DE JOSÉ ORTEGA Y GASSET
ría ideal. Pensaban que todavía eran posibles reformas dentro del sistema
que permitiesen hacer la experiencia monárquica, con una Corona que se
recluyese «dentro de la Constitución» y que justificase cada día «su legitimi-
dad». «Somos monárquicos, no tanto porque hagamos hincapié en serlo,
sino porque ella —España— lo es», afirmó con palabras que en los días su-
cesivos la prensa de izquierdas criticó duramente. La Liga no fue nunca un
órgano del Partido Reformista aunque varios de los firmantes de su mani-
fiesto (Manuel Azaña, Luis de Zulueta, el propio Ortega) formaron parte de
la junta directiva del Partido. Ortega abandonó el Partido en 1915.
El filósofo señaló en su conferencia algunos principios que debían ser las
bases de la nueva política, aunque no quisieron presentar un programa ni
buscar el voto, es decir, convertirse en partido político. Estos principios fue-
ron «liberalismo» y «nacionalización». Liberalismo, entendido como un libe-
ralismo radical, es decir, verdaderamente defensor de todos los derechos y
libertades fundamentales, incluida la libertad de cultos que no recogía explí-
citamente el artículo 11 de la Constitución de 1876 en tanto que sólo permi-
tía el ejercicio privado de otras religiones distintas a la católica; un liberalis-
mo que supiera al mismo tiempo asumir «los ideales genéricos, eternos, de
la democracia», que incluía «en sí, naturalmente, todos los principios del
socialismo y del sindicalismo en lo que éstos tienen —afirma— de no nega-
tivos, sino de constructores»; un liberalismo, en fin, ético y jurídico que en-
salzase la justicia, la eficacia, la competencia, y que mirase a Europa como
modelo para la necesaria modernización de España. «Nacionalización», que
no nacionalismo en el sentido de que una nación impere sobre otras, sino en
el de anteponer el bien común a cualquier interés de parte, por lo que era
necesario, entre otras cosas, nacionalizar la Monarquía, el ejército, el clero,
el obrero, es decir, que todos los grupos sociales e instituciones dejasen de
guiarse por sus propios intereses y mirasen al general para construir «una
España en buena salud, nada más que una España vertebrada y en pie».
teguiano es, más que una visión del sistema político y de los fundamentos y
funcionamiento del mismo, la definición del liberalismo como una nota ra-
dical sobre la vida de cada uno; lo importante de su concepción liberal es,
por tanto, la franquía en que queda todo hombre para desarrollar su propia
personalidad. En esta época, Ortega ha dejado atrás el progresismo utópico
de Saint-Simon y Auguste Comte, el neokantismo socialdemócrata de
Marburgo y el socialismo nacional de Ferdinand Lasalle y Jean Jaurès, y se
ha volcado en una interpretación crítica de la democracia.
pio del trabajo, que suponía que nadie dejara de ganar un cierto mínimo ni
nadie ganara más de lo que su trabajo efectivamente valiera, teniendo pre-
sente que el trabajo tiene tres dimensiones: la calidad, el esfuerzo y la capa-
cidad de ahorro de que es capaz cada trabajador. Su propósito era incre-
mentar los salarios más bajos y evitar que muchos hogares llegasen a fin de
mes con deudas. También preveía un aumento de los impuestos sobre aque-
llos que más tenían y una disminución para los que tenían menos. Esta idea
se traducía en un impuesto progresivo sobre la renta y una fuerte imposi-
ción sobre las herencias.
son tan particularistas como lo puedan ser los nacionalistas. Todos los par-
ticularismos coinciden en no querer contar con nadie y en preferir la acción
directa al consenso, la imposición de las propias opiniones al diálogo; son
compartimientos estancos, cerrados hacia adentro, que ni conocen ni quie-
ren conocer las ideas y los deseos del resto. Siguen la táctica del victorioso y
no la del luchador, y eso es lo que ha permitido que no se establezca una
fuerte confrontación entre los distintos grupos sociales, porque cada uno
de ellos desprecia a los otros, ni siquiera quiere luchar contra ellos. Así,
piensa Ortega, se ha llegado a una parálisis de la vida nacional porque to-
dos tienen fuerza para deshacer pero ninguno para construir. La Iglesia y la
Monarquía no se han preocupado de los intereses de la nación, sino de los
suyos propios, y han producido una selección inversa, prefiriendo siempre a
los peores.
Ortega estaba convencido de que había que transformar el concepto de
democracia añadiendo a la declaración de derechos una declaración de
obligaciones. Junto a los derechos igualitarios, había que señalar los «dere-
chos diferenciales y máximos». La igualdad no podía ser un principio polí-
tico general, pues sólo tenía sentido como base de la política para la expre-
sión de la soberanía y para el reconocimiento de los mínimos de convivencia
y de humanidad, que ya hemos visto que para Ortega eran bastante amplios
dada su proximidad al socialismo. Más allá de esos mínimos, la desigual-
dad era evidente. Había que formar una nueva aristocracia y establecer «un
sistema de rangos». Esta aristocracia estaría basada en la capacidad de es-
fuerzo de cada uno, en la inteligencia, en la cultura, y no conllevaría privi-
legios injustos, sino justos reconocimientos a los esforzados y mejores.
De los distintos particularismos que Ortega veía en el panorama nacio-
nal, salvaba o, mejor, diferenciaba el particularismo obrero, que no era el
«espontáneo y emotivo» de las clases e instituciones españolas, sino que
respondía a una teoría y, además, no era exclusivo de España.
Según Ortega, nuestro país es, como Rusia, una raza pueblo, cuya ca-
racterística más acusada es el ruralismo, la visión centrada excesivamente
en lo inmediato, en lo próximo. Todo lo importante en la historia de España
lo había hecho el pueblo, pero el pueblo, decía Ortega, no puede hacer mu-
chas cosas, y esas cosas se habían quedado sin hacer por falta de una mino-
ría. Entre esas cosas que el pueblo no puede hacer, Ortega citaba —con no-
table injusticia en muchos casos— la ciencia, el «arte superior», «una
EL PENSAMIENTO POLÍTICO DE JOSÉ ORTEGA Y GASSET
era una labor más difícil y se tenía que hacer, le decía Ortega al dictador,
contando con el pueblo. En distintas ocasiones durante la Dictadura, inten-
tará Ortega exponer en la prensa sus ideas políticas, pero acabará siempre
chocando con la censura. El filósofo insistirá en estos años en la idea de que
la principal reforma que había que emprender en España era la del hombre
y, a partir de ella, la de la sociedad, porque toda transformación de los usos
políticos sería insuficiente sin una mejora del hombre concreto. Desde sus
primeros artículos y conferencias, como «La pedagogía social como pro-
grama político», de 1910, había insistido en la necesidad de la educación
como elemento clave para la convivencia.
muy pocos años, sin que el aumento de la población durante los mismos
hubiera sido significativamente mayor que en años anteriores.
La explicación cuantitativa era insuficiente y había que buscar una ex-
plicación cualitativa: la subida del nivel histórico. El hombre medio había
mejorado su nivel de vida y tenía acceso a una serie de bienes de los que
hasta entonces no había podido disfrutar, entre ellos uno muy importante:
el ocio, el tiempo libre. Aunque las diferencias sociales seguían siendo muy
evidentes en tiempos de Ortega, lo cierto era que importantes capas de po-
blación, las clases medias, habían mejorado su condición, habían consegui-
do ganar más dinero con menos horas de trabajo y por eso podían ahora
disfrutar de un tiempo de ocio para el que las nuevas grandes urbes (un fe-
nómeno estrechamente asociado a la sociedad de masas) empezaban a ofre-
cer importantes alicientes. Las posibilidades de gozar han aumentado en lo
que va de siglo de una manera fantástica, afirma Ortega. El progreso de la
alfabetización y paralelamente de la educación técnica había jugado un pa-
pel importante en este ascenso del nivel de vida. La vida había mejorado no
sólo para el ocio sino también en lo cotidiano gracias a la luz eléctrica, los
nuevos medios de transporte (el tranvía, el metro, el automóvil) que ensan-
chaban las ciudades espacialmente pero las reducían en tiempo de despla-
zamiento, las canalizaciones de agua y al alcantarillado, las mejores cons-
trucciones de las viviendas, los medicamentos y las nuevas vacunas. No
todo el mundo podía gozar de los nuevos lujos, pero éstos eran muy visibles
gracias a los nuevos medios de comunicación (diarios de grandes tira-
das gracias a las rotativas, revistas a color con grandes fotografías, el cine y
más tarde la radio). La buena vida parecía al alcance de la mano. La publi-
cidad la ofrecía en sus diversas formas: vestidos, bebidas como el champagne,
automóviles, tabaco, jabones, etc.
Para Ortega, la rebelión de las masas presentaba un aspecto bifronte.
Por un lado un aspecto positivo, la subida del nivel histórico, y, por otro, un
aspecto negativo, el surgimiento de un nuevo tipo de hombre, el hombre-
masa, que era el que propiciaba la rebelión de las masas: «El advenimiento
de las masas la pleno poderío social» y el surgimiento de movimientos polí-
ticos típicos de hombres-masa como el bolchevismo y el fascismo, que sur-
gían frente a la democracia liberal, cuya verdad, según Ortega, debía con-
servar cualquier régimen político que para Europa se idease en el futuro.
Esa verdad era para el filósofo la confianza en la razón y en el diálogo y la
creencia firmemente asentada del respeto al otro, a las minorías, porque en
EL PENSAMIENTO POLÍTICO DE JOSÉ ORTEGA Y GASSET
hombre, forma parte inalienable de nuestro ser». Según sea esa opresión,
que no es solamente jurídica, así será la libertad política de cada tiempo. Y
Ortega señala que el europeo nunca ha admitido que el poder público inva-
da toda su persona. Aunque en este mismo texto afirma que el «dulce libera-
lismo» —refiriéndose al decimonónico, al que califica de «mermelada inte-
lectual»— ha muerto, lo cierto es que Ortega seguía siendo un liberal porque
creía firmemente que la libertad es elemento esencial de toda la vida huma-
na auténtica —Ortega contraponía la «vida como libertad» a la «vida como
adaptación»—, pero es evidente que la idea del liberalismo político como un
sistema de revoluciones y su idea de un liberalismo social habían quebrado
y que, quizá impotente, y constreñido por las circunstancias estaba dispues-
to a asumir las consecuencias de la «vida como adaptación», entre escéptico
e ilusionado de que su palabra todavía podía ejercer alguna influencia.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
1. Masificación
«(…) en una nación en que la masa se niega a ser masa, esto es, a seguir
a la minoría directora, la nación se deshace, la sociedad se desmembra y
sobreviene el caos social, la invertebración histórica.»
«(…) dos Españas que viven juntas y que son perfectamente extrañas:
una España oficial que se obstina en prolongar los gestos de una edad fene-
cida; y otra España aspirante, germinal, una España vital, tal vez no muy
fuerte, pero vital, sincera, honrada, la cual, estorbada por la otra, no acier-
ta a entrar de lleno en la Historia.»
4. Europeización
5. Nacionalización y nacionalismo
6. Crítica de la Restauración
«(…) las masas ejercitan hoy un repertorio vital que coincide en gran
parte con el que antes parecía reservado exclusivamente a las minorías (…)
las masas gozan de los placeres y usan los utensilios inventados por los gru-
pos selectos que antes sólo éstos usufructuaban. Sienten apetitos y necesi-
dades que antes se calificaban de refinamientos, porque eran patrimonio de
pocos (…) las masas conocen y emplean hoy, con relativa suficiencia, mu-
chas de las técnicas que antes manejaban sólo individuos especializados.»
BIBLIOGRAFÍA
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TEMA 14
LAS DERECHAS ANTE LA CRISIS DE LA RESTAURACIÓN
3. EL CATOLICISMO SOCIAL
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
(Enrique Gil Robles, Tratado de Derecho Político según los principios de la Filosofía
y el Derecho Público Cristianos, 1899)
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
ponía otro que hoy aparece todavía como un resto que parece muerto, pero
que está dormido (…): Rey de Guipúzcoa, Rey de Navarra, Rey de Castilla,
Rey de Andalucía, y Señor de Navarra, y Conde de Barcelona (…) España es
una suma de pueblos; esto es, en España no hay más que una Patria y un
solo Estado, al cual pertenecen todas las personalidades que se llaman
Castilla y León, Aragón y Navarra y Cataluña (…) Hay que decir que era
una confederación nacional que era una Patria, la Patria de todos.»
«El liberalismo cree dar plena libertad al obrero, ¡en realidad se la arre-
bata! Y se le arrebata porque le priva de toda defensa al prohibirle su aso-
ciación profesional como algo pecaminoso y hasta criminal (…) Esa es la
obra del liberalismo. Con el «laissez faire laissez passer» promueve una
brutal libre concurrencia; un strugle for life, en que los débiles perecen bajo
los zapatos de los fuertes.»
llas de políticos profesionales. Sólo una fuerte dirección suprema que neu-
tralizara en lo posible, si no anulara, los efectos del régimen, podía hacer
que un país parlamentario progresara (…) El sufragio universal es una su-
perstición, como lo es el jurado.»
Conferencia en la ACNP
(Ángel Herrera Oria, 1930)
BIBLIOGRAFÍA
Carlismo
Obras generales
Pensadores carlistas
GIL ROBLES, Enrique, Tratado de Derecho Político según los principios de la Filosofía
y el Derecho Público Cristianos. Afrodisio Aguado. Madrid, 1961.
PRADERA, Víctor, Obras completas. Instituto de Estudios Políticos. Madrid, 1945.
— Regionalismo y nacionalismo. Madrid, 1917.
— Fernando El Católico y los falsarios de la Historia. Madrid, 1922.
— Dios vuelve, los dioses se van. Modernas orientaciones de economía política deri-
vadas de viejos principios. Madrid, 1921.
— El misterio de los fueros vascos. Real Academia de la Historia. Madrid, 1918.
VÁZQUEZ DE MELLA, Juan, El ideal de España. Los tres dogmas nacionales.
Madrid, 1915.
— Regionalismo y monarquía. Rialp. Madrid, 1956.
VÁZQUEZ DE MELLA, Juan, Antología. Estudio preliminar de Rafael Gambra.
Ediciones Españolas. Madrid, 1955.
— Una antología política. Estudio preliminar de Julio Aróstegui. Junta General del
Principado de Asturias. Oviedo, 1999.
Catolicismo social
Estudios generales
El maurismo
Estudios generales
Pensamiento maurista
CAUDET ROCA, Francisco, Vida y obra de José María Salaverría. CSIC. Madrid, 1973.
FERRÁNDIZ LOZANO, José, Azorín, testigo parlamentario. Periodismo y política de 1902
a 1923. Congreso de los Diputados. Madrid, 2009.
GONZÁLEZ CUEVAS, Pedro Carlos, Maeztu. Biografía de un nacionalista español.
Marcial Pons. Madrid, 2003.
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
Obras
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TEMA 15
LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA
Los poderes del Monarca salían reforzados. Y es que los temas referen-
tes «a la política exterior y las concordatarias, defensa nacional o reforma
constitucional, y las que impliquen rebaja de las contribuciones o aumento
de los gastos públicos serían de «exclusiva iniciativa del Rey con su Gobierno
responsable». La pieza clave del proyecto constitucional era el llamado
Consejo del Reino, que acumulaba grandes poderes y cuya función era ase-
sorar al Monarca. La institución estaría compuesta por un Presidente, de
nombramiento real; un vicepresidente y un secretario general, elegido por
los consejeros. La mitad de estos últimos ocuparían su puesto por derecho
propio o por designación real; el resto por sufragio universal o corporativo,
a partes iguales. Serían consejeros por derecho propio: el heredero de la
Corona, los hijos del Rey, el arzobispo de Toledo, el capitán General del
Ejército y de la Armada, el Presidente del Consejo de Estado, el Presidente
del Tribunal Supremo de Justicia, el de Hacienda Pública, el Presidente del
LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA
Una vez conocido el contenido del texto, fue rechazado por el conjunto
de la opinión pública. Incluso ministros como Calvo Sotelo se mostraron
contrarios; y el propio Primo de Rivera acabó rechazándolo. Tan sólo los
social-católicos de la ACNP y El Debate dieron, al menos en un primer mo-
mento, y con matices, su apoyo al anteproyecto.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
«Nada tan absurdo y perturbador como la periodicidad con que los par-
tidos turnaban en el Poder; nada tan falso e hipócrita como las elecciones
verificadas bajo la regencia de un partido llamado a gobernar, y nada tan
sorprendente como el triunfo que siempre obtenía, por lo menos en nuestra
casa. Esto era posible, y aún fácil, y me aventuraría a decir que necesario,
por la indiferencia y el escepticismo del cuerpo electoral, corrompido ade-
más, en la mayoría de los distritos rurales, en los que se cotizaba como
mercancía el voto y se les otorgaba al mejor postor.»
BIBLIOGRAFÍA
Estudios generales
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TEMA 16
LA II REPÚBLICA (I). LAS IZQUIERDAS
INTRODUCCIÓN
1
Guiglielmo FERRERO, El Poder. Los Genios invisibles de la ciudad. Madrid, 1988, p. 142.
LA II REPÚBLICA (I). LAS IZQUIERDAS
1.1. El reformismo
En 1913 fue elegido secretario del Ateneo madrileño; y es uno de los fir-
mantes del Manifiesto de la Liga de Educación Política, dirigida por José
Ortega y Gasset. Milita en el Partido Reformista de Melquíades Álvarez.
Candidato a un acta de diputado por Alcalá de Henares, pierde la elección.
Años después, le ocurre lo mismo en la localidad toledana de Puente del
Arzobispo.
España. Los moderados fueron los que canalizaron el pacto de los escasos
liberales españoles «con la nobleza, más aún, con la dinastía». «Transigen
con la Iglesia y en apoyo del Estado, nacido de la Revolución, llamaron a
potestades en cuyo menoscabo la Revolución se había hecho». El precio de
aquellas transacciones fue nada menos que «la libertad de conciencia, lo
más valioso del principio liberal». Cánovas había sido el creador del «siste-
ma más irreal de la historia española»; un sistema político que proscribía
«el examen de las realidades del cuerpo español». Todo lo cual explicaba la
facilidad del triunfo del golpe de Estado de Primo de Rivera, auspiciado por
el Rey, la Iglesia y el Ejército. Azaña propugnó entonces «una ideología po-
derosa, armazón de las voluntades tumultuarias», que emancipase a la so-
ciedad española de «la Historia». Pero Azaña extendió su crítica hacia el
espíritu del 98, que innovó y transformó los valores literarios, pero, a nivel
político e ideológico, lo dejó todo como estaba anteriormente. Su supuesto
profeta, Joaquín Costa, cuyo nombre invocaban los partidarios de la
Dictadura, era, en la práctica, un hombre que «quisiera dejar de ser conser-
vador y no puede». Su cirujano de hierro no pasaba de ser, en el fondo, «un
modesto jefe de República presidencial», «un artificio improvisado por la
desesperación» y de su «pesimismo radical y de su recelo de la democracia».
En el fondo, la suya era «una revolución conservadora».
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
«(…) la República sería, habría de ser para todos los españoles, pero que ha
de estar pensada, gobernada y dirigida por los republicanos. Esto es la evi-
dencia misma, y sin embargo, esto se olvida todos los días por algunos re-
publicanos (…) cuando se habla de República, se habla de política republi-
cana, se habla de doctrina, de medidas de gobierno, de propósitos que los
partidos republicanos españoles, pueden tener en su ideario y en la compe-
tencia de partidos, que es indispensable para el desenvolvimiento del régi-
men.»
5. Secularización de la enseñanza
6. Autonomía de Cataluña
«(…) no puedo suponer que los catalanes o los vascos o quienes fuesen au-
tónomos en España, puedan dejar de hablar en castellano; y si dejaran, allá
ellos; la mayor desgracia que le pudiera ocurrir a un ciudadano español
sería atenerse a su vascuence o a su catalán, y prescindir del castellano
para las relaciones con los demás españoles, con los cuales vamos a seguir
tratándonos, y para las relaciones culturales, mercantiles, etc, con toda
América. ¿Adónde va a ir un fabricante catalán, un exportador catalán sin
el castellano? ¿Adónde va a ir? A Zaragoza, no será.»
«El daño ya está causado; ya no tiene remedio. Todos los intereses na-
cionales son solidarios; y, donde uno quiebra, todos los demás se precipitan
en pos de su ruina, y lo mismo le alcanzan al proletario que al burgués; al
republicano que al fascista; a todos igual. Durante cincuenta años los espa-
ñoles están condenados a pobreza estrecha y a trabajos forzados si no quie-
ren verse en la necesidad de sostenerse de la corteza de los árboles.»
9. Lucha de clases
«La Historia es una guerra civil permanente, y ¡ay! de los que lo ignoran
o no quieren reconocerlo, o de los que pretenden estar a bien con todos los
beligerantes: a la postre, serán aplastados o esclavizados (…) No fiemos
únicamente en la democracia parlamentaria, incluso si alguna vez el socia-
lismo logra una mayoría: si no emplea la violencia, el capitalismo le derro-
tará en otros frentes con sus formidables armas económicas.»
(Luis Araquistáin, «La nueva etapa del socialismo», en Leviatán n.º 1, mayo 1934)
«Si, con una inspiración marxista, pudiéramos optar, sin duda alguna
habríamos de decidirnos por la solución que representa Inglaterra y los
Países Escandinavos.»
BIBLIOGRAFÍA
Sobre la II República
JULIÁ DÍAZ, Santos, Vida y tiempo de Manuel Azaña (1880-1940). Taurus. Madrid, 2008.
MARICHAL, Juan, La vocación de Manuel Azaña. Edicusa. Madrid, 1968.
䉴
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TEMA 17
LA II REPÚBLICA (II). LAS DERECHAS
dencial, España fue la única nación europea que se mantuvo fiel a su sus-
tancialidad católica. En 1492, no sólo se logró la unidad nacional, sino que,
con el descubrimiento de América, nació la «Hispanidad», base de la «cultu-
ra universal» y de la «unidad moral de todos los hombres». A lo largo de los
siglos aúreos, España se convirtió en un instrumento del catolicismo. La
decadencia nacional se inició en el siglo XVIII, a causa de la discontinuidad
del ideal católico. Se trata de un siglo mimético, vulgar imitador de la cultu-
ra francesa y de los postulados secularizadores de la Ilustración. Esta deca-
dencia se prolonga a lo largo del siglo XIX con el triunfo del liberalismo, lo
que es sinónimo de fragmentación, disgregación y descomposición. Las gue-
rras carlistas fueron consecuencia del conflicto entre catolicismo y liberalis-
mo;. La I República resultó ser el punto de máxima dispersión de la historia
española contemporánea. Pero la Restauración canovista tampoco llegó a
ser una alternativa plausible y positiva a ese proceso degenerativo, por su
pacto con el liberalismo y su incapacidad para la defensa del orden frente a
las fuerzas subversivas liberales, democráticas, socialistas y comunistas.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
«La JAP manifiesta su decisión de trabajar por todos los medios lícitos
que estén a su alcance, para instaurar en España una nueva vida de disci-
plina, autoridad, de continuidad, de limitación de las libertades criminales,
dando de un lado a los falsos dogmas del liberalismo e inspirando sus doc-
trinas en las tradiciones de España, dentro del sentido moderno y construc-
tivo de la realidad.»
(JAP, n.º 45, 21-XII-1935)
9. Fascismo y catolicismo
BIBLIOGRAFÍA
General
Falange Española
䉴
䉴
TEMA 18
EL RÉGIMEN DE FRANCO
La Iglesia fue, al lado del Ejército, el pilar fundamental del régimen. En rea-
lidad, la originalidad de éste radicó principalmente en sus pretensiones de ser el
exponente más claro en Europa de un proyecto restaurador del catolicismo.
Las leyes y la legislación tuvieron un acusado carácter confesional. El régimen
reprimió hasta la saciedad a los enemigos del catolicismo. La Iglesia ejerció el
control y la vigilancia en materia de enseñanza y moral en todo tipo de escue-
las; y la censura de obras literarias y artísticas. Además, suprimió el divorcio.
El manifiesto no fue bien recibido por los monárquicos del interior. Tan
sólo el duque de Alba, el conde de Vallellano y el infante Alfonso de Orleans
dimitieron de sus cargos en el Estado. Por contra, Antonio Goicoechea,
Ramón de Carranza, el marqués de Sotohermoso, el duque de Alcalá y otros
criticaron el contenido del manifiesto.
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
El Opus Dei había sido fundado en octubre de 1928 por el sacerdote José
María Escrivá y Albás, que luego propició el cambio de su apellido por el de
Escrivá de Balaguer, más tarde ennoblecido, además, con el marquesado de
Peralta. Seguramente, Escrivá no fue inmune a la influencia de Acción
Española, como no lo fueron algunos de sus seguidores, entre ellos Rafael
Calvo Serer, Juan José López Ibor o Leopoldo Eulogio Palacios. Su célebre
obra Camino fue la expresión de sus ideas religiosas y políticas. Una especie
de réplica a Formación de selectos del Padre Ángel Ayala. El hombre del
Opus Dei ha de ser un creyente viril, ambicioso, a la par que sumiso; y siem-
pre al servicio de la fe católica y de la Obra: «Tienes ambiciones… de sa-
ber… de acuadillar… de ser audaz. Bueno bien. Pero por Cristo, por Amor».
El Opus Dei no sólo esperaba de sus afilados que ejercieran su profesión
civil, sino que cumplan de manera ejemplar las tareas relacionadas con su
trabajo. La teología moral y política de Escrivá se apoyaba en una constante
defensa de lo secular, de lo corpóreo, de lo terrenal; en un deseo de «mate-
rializar lo espiritual». En el fondo, el proyecto de Escrivá fue la creación en
el seno del catolicismo español de nuevas elites de orientación, cuyo objetivo
era lograr la simbiosis entre la mentalidad tradicional católica y el pragma-
tismo característico de la burguesía empresarial.
como había señalado Von Stein, tendría que tener una estructura y un con-
tenido monárquico, cuya legitimidad le hacía estar por encima de las dis-
cordias civiles y los intereses sociales y económicos en liza, constituyendo
un poder neutro, capaz de servir de moderador de los demás poderes del
Estado y la sociedad. Era, en fin, el monárquico el único poder legítimo
capaz de realizar la reforma social.
Y es que la restauración a la que aspiraban tenía por base una clara filo-
sofía conservadora de la historia. Calvo Serer distinguía, en la marcha del
tiempo histórico, tres momentos interrelacionados: revolución, reacción y
restauración. En esa dialéctica, montada sobre la metafísica del filósofo
alemán Peter Wust, la restauración venía a ser una síntesis del pasado/pre-
sente. La restauración implicaba un desarrollo histórico no revolucionario,
cuya posibilidad se habría creado con la nueva relación de fuerzas sociales,
económicas, políticas y culturales, suscitadas por el éxito del movimiento
contrarrevolucionario: «Lo viejo necesita de lo nuevo para remozarse y po-
der mantener su duración y vigencia; lo nuevo necesita también de lo viejo
para no degenerar en un movimiento sin sentido para adquirir las catego-
rías de duración y permanencia». En un sentido análogo, el filósofo Antonio
Millán Puelles estimaba que el criterio para determinar el carácter de la
historicidad no podría consistir en el ser «recordado», ni tampoco en el ser
«testimoniado», sino en la permanencia virtual del ser histórico. La existen-
cia histórica aparecía, para Millán Puelles, como radicalmente paradójica
si se pretendía concebirla dentro de los moldes de una contraposición abso-
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
luta entre el ser y el no-ser, porque estriba en un «no ser ya», que, sin embar-
go, «es, de algún modo, todavía». La existencia histórica es, en suma, la
virtualidad de un pasado en el presente condicionado por él.
mino «totalitario» hacía referencia a un Estado que integra a todos los ciu-
dadanos y a todas las clases sociales en la nación, sin hacer distinciones de
origen, religión, raza o lengua, a través de las estructuras básicas de la so-
ciedad, es decir, la familia, el municipio y el sindicato.
ba, en esta obra, la conciencia moderna, que es tanto como decir la raciona-
lidad funcional del cálculo y la eficacia; la racionalidad que acepta el «des-
encanto del mundo»; y con ello la fragmentación de cosmovisiones; la
pérdida de la unidad cosmovisional religiosa y, sobre todo, la experiencia
del relativismo. En consecuencia, descartaba por completo el pesimismo, el
integrismo religioso o la visión cíclica de la historia. Al contrario, su concep-
ción del proceso histórico, tomada de Comte, era decididamente progresis-
ta. La historia es «el laboratorio del mithos al logos». Progreso es sinónimo
de racionalización de los distintos aspectos de la vida social y política. En
ese sentido, el pensamiento de Fernández de la Mora gira en torno a los es-
quemas correlativos de «logos/pathos». Complemento de esta concepción ra-
cionalista del proceso histórico es la afirmación explícita de la necesidad de
modernización social y desarrollo económico. El ideal por antonomasia de
le edad contemporánea es el desarrollo económico, «motor primigenio de la
Humanidad», cuyas consecuencias sociales eran sumamente importantes:
homogeneización de las clases sociales, pragmatismo, bienestar y modera-
ción política. En consecuencia, eran necesarias formas más racionalizadas
de organización política y económica. La organización política evoluciona-
ba desde el estadio «carismático» al «ideológico» para culminar en el «cien-
tífico». En aquellos momentos, las sociedades más avanzadas se encontra-
ban en un período de transición entre la edad «ideológica» a la «científica o
positiva». Fernández de la Mora definía las ideologías, siguiendo a Vilfredo
Pareto, como «derivaciones», es decir, conjuntos de razonamientos seudoló-
gicos que construye el hombre para persuadirse y persuadir a los demás
para que crean ciertas cosas o ejecutar diversas acciones; son «mitos»,
«creencias», filosofías políticas «simplificadas», «patetizadas». Las ideolo-
gías a batir y a extinguir eran, en aquellos momentos, el socialismo, el libe-
ralismo, la democracia cristiana y el nacionalismo. Para demostrarlo,
Fernández de la Mora recurre a una serie de apreciaciones sobre hechos
sociales contemporáneos: la despolitización, el alto nivel técnico y asisten-
cial de las sociedades desarrolladas, el fin de la lucha de clases y, en conse-
cuencia, la «convergencia» entre ideologías hasta entonces aparentemente
antagónicas, como el liberalismo y el socialismo. Por otra parte, la religión
iba siendo desplazada a la periferia social y política, recluyéndose en la «in-
timidad»; era el momento de la «interiorización de creencias». A ese respec-
to, la democracia cristiana no era el testimonio de la religiosidad genuina,
sino el producto de una táctica política; y, además, resultaba anacrónica. El
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
«La separación del poder político respecto del orden moral y religioso
no puede ser aceptada por un espíritu cristiano, ni aun creyente de otra fe,
más que a modo de apostasía o como pecado. El régimen estatal o de con-
vivencia neutra nació en realidad con la escisión religiosa del siglo XVI, pero
no se erigió en teoría hasta el racionalismo y el estatismo que son plantas
de suelo arreligioso y agnóstico.»
BIBLIOGRAFÍA
General
Social-catolicismo
Neofalangismo
Tradicionalismo carlista
Monarquismo restaurador
Neoconservadurismo tecnocrático
䉴
䉴
TEMA 19
EL PENSAMIENTO DE LA OPOSICIÓN AL FRANQUISMO
José Luis López Aranguren nació en Ávila en 1909, en una familia burgue-
sa acomodada. Estudió en el colegio de los jesuitas en Chamartín de la Rosa,
en Madrid, y cursó las carreras de Derecho y Filosofía y Letras. Al estallar la
guerra civil fue soldado en el bando nacional. En la posguerra entró en con-
tacto con el grupo de jóvenes escritores e intelectuales de significación falan-
gista, cuyas figuras prominentes eran Pedro Laín Entralgo y Dionisio
Ridruejo. Dedicó su primer libro a La filosofía de Eugenio d’Ors (1945), por
entonces el intelectual más prestigioso del Movimiento Nacional. Católico fer-
viente, escribió libros y artículos de temática religiosa y filosófica (Catolicismo
y protestantismo como formas de existencia, 1952, Catolicismo día tras día, 1955,
etc.). Siendo Joaquín Ruiz-Jiménez ministro de Educación Nacional, el rector
de la Universidad de Madrid, Pedro Laín, le propuso opositar a la cátedra de
Ética y Sociología, que ganó en 1955. De la «Memoria» de cátedra surgió su
libro más importante desde un punto de vista académico, Ética (1958). La éti-
ca de Aranguren se apoyaba en Aristóteles y en Santo Tomás, y desarrollaba
conceptos de Zubiri y Ortega. No quería ser una ética meramente formal, y se
abría a Dios y a la religión, sin los cuales, reconocía, era muy difícil dar un
contenido material, normativo, a la moral. La aspiración de Aranguren era
constituir un grupo católico seglar, fiel a la Iglesia, pero autónomo respecto
de la jerarquía, en el contexto de la «autocrítica» del catolicismo español de
los años cincuenta y de las conversaciones de intelectuales católicos de San
Sebastián y Gredos. Sufrió ataques de sectores intemperantes del clero, y par-
ticipó en las polémicas de aquellos años en torno a autores heterodoxos como
Unamuno y Ortega. Todo lo apuntado hasta aquí muestra a un intelectual
inserto en la vida cultural que se desenvolvía dentro los límites, los equipos y
los conflictos internos de la cultura oficialmente aceptable en la época.
Además Aranguren sufrió, hacia finales de los cincuenta, una crisis hon-
da, personal, de «fe» en la metafísica. Los grandes sistemas metafísicos em-
pezaron a antojársele grandilocuentes, remotos, vacuos; nuestra época ca-
recía de metafísica. El escepticismo metafísico dejaba sin fundamento las
éticas normativas —como la del propia Aranguren—. Y así, desde los años
sesenta empezó a volverse hacia los problemas sociopolíticos. Por entonces
trazó su propia concepción del intelectual («El oficio del moralista en la so-
ciedad actual», 1959) como conciencia moral, voz de la porción minoritaria
de la sociedad, que remueve el orden establecido y alumbra nuevos proyec-
tos de existencia.
el malestar juvenil como el principio del fin del régimen capitalista, y pedía
el «no dialéctico» a la sociedad establecida.
Se ha interpretado la radicalización de Tierno, a la que arrastró a su
partido, como una maniobra táctica o hasta oportunista para desbordar al
PSOE por la izquierda, pero lo cierto es que brotaba del fondo de la perso-
nalidad del profesor. La figura del gran intelectual aparece revestida de un
carisma sacerdotal, heredado del clero, que la hace proclive a la profecía y a
las soluciones salvíficas. La autenticidad de las posturas (en este caso, revo-
lucionarias) se comprueba cuando aparece la oportunidad de ponerlas en
práctica. A comienzos de 1973 Tierno visitó Chile, que se debatía, con el
presidente Salvador Allende, en un equívoco proceso de tránsito al socialis-
mo por vías democráticas. En Santiago de Chile Tierno presentó una po-
nencia en torno al «Derecho Constitucional de Transición hacia una socie-
dad socialista». El concepto de «Derecho Constitucional de Transición» se
acuñaba para avanzar hacia el socialismo respetando las libertades forma-
les y haciendo innecesaria la dictadura del proletariado. El poder político
no sería administrado por un partido único, sino por «un grupo dirigente
representativo», constituido por los diferentes partidos que aceptasen «la
crisis de la ideología burguesa de la clase dominante» y admitiesen «un sis-
tema constitucional que vaya contra la permanencia y los privilegios de esa
clase». Se trataba, pues, de una especie de régimen de pluralismo limitado,
que hacía depositarios del poder a los grupos que aceptaran la transición al
socialismo. Pero además, Tierno apreciaba la necesidad de una adaptación
fluida, cotidiana, del Derecho Constitucional, por medio de la consulta in-
mediata «a los organismos representativos del pueblo», a las organizaciones
obreras, menos rígidas que los partidos políticos por su mayor proximidad
a la base… El sangriento desenlace de la experiencia chilena no hizo que
Tierno dejase de invocar el «modelo Allende», pero reforzó su prudencia y
su apuesta por la vía democrática.
La visión profética de Tierno, desde los años cincuenta, llegaba mucho
más allá de una democracia convencional. El marxismo le parecía necesa-
rio como «motor» o estímulo en el avance hacia la utopía. A comienzos y a
mediados de los años setenta corresponden sus manifestaciones más deci-
didamente revolucionarias. Sin embargo, en lo que se refiere a la política
española y desde la segunda mitad de los años cincuenta, el compromiso de
Tierno en el combate contra el franquismo, por la efectiva reconciliación
nacional y por la salida democrática con la monarquía, están fuera de toda
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO ESPAÑOL. DEL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS
duda. Sus esperanzas radicales quedaron en vía muerta cuando, tras los
pobres resultados electorales del PSP (seis diputados), sus correligionarios
impusieron la fusión con el PSOE, y cuando Felipe González, en los congre-
sos de 1979, forzó el abandonó del marxismo sin que Tierno se atreviese a
encabezar una candidatura alternativa a la dirección del partido. Relegado
a un puesto importante pero simbólico, como alcalde de Madrid, Tierno
seguiría predicando el marxismo como una ética que imprimiera dirección
a la vida colectiva y facilitara el reverdecimiento del viejo mesianismo.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
«Si la moral tiene que ser, a la vez, personal y social, esto significa que
el viejo Estado de Derecho, sin dejar de seguir siéndolo, tendrá que consti-
tuirse en Estado de Justicia, que justamente para hacer posible el acceso de
todos los ciudadanos al bien común material, a la democracia real y la li-
bertad, tendrá que organizar la producción y tendrá que organizar también
EL PENSAMIENTO DE LA OPOSICIÓN AL FRANQUISMO
3. Aranguren propone revisar los códigos para crear nuevos patrones morales
(«Erotismo y trivialización», 1958)
«(…) hay humanismo siempre que se sostiene que la moral y las institu-
ciones de los ricos son perfectamente válidas para los pobres (…) El huma-
nismo en cuanto inventor o dador de sentido es inexcusable para los ricos,
no lo es para los pobres, porque en el ámbito de la pobreza el mundo es una
suma de fracciones. La miseria se vive como fracción, el pedazo de pan, el
instante de bienestar o alegría (…) En un fraccionamiento mecánico, vivido
con plenitud desde los mismos niveles de consumo y consumiendo las mis-
mas cosas, nos habremos aproximado a la libertad real (…) El mundo es-
quizoico será unitario cuando no haya posibilidad capitalista de diferen-
ciar un pequeño mundo de otros pequeños mundos, cuando el ser humano,
sin intimidad ni pretensiones de oponer su individualidad al grupo, sea a
través del control científico de la naturaleza, uniforme e igual, sin angus-
tias ni sobresaltos (…) Pero hasta tanto, el humanismo de la fracción puede
ser incluso el humanismo de la incompatibilidad violenta.»
BIBLIOGRAFÍA
«La realidad como resultado», Boletín Informativo del Seminario de Derecho Político
de la Universidad de Salamanca, 12-15, noviembre-diciembre de 1956 y enero-
abril de 1957; recogido en Escritos (1950-1960), Tecnos, Madrid, 1971, 544-601.
«Erotismo y trivialización», en Desde el espectáculo a la trivialización, Tecnos,
Madrid, 1961, reedición de 1987, 319-334.
Tradición y modernismo, Tecnos, Madrid, 1962.
Humanismo y sociedad, Seix Barral, Barcelona, 1964.
Diderot como pretexto, Taurus, Madrid, 1965.
Razón mecánica y razón dialéctica, Tecnos, Madrid, 1969.
La humanidad reducida, Taurus, Madrid, 1970.
¿Qué es ser agnóstico?, Tecnos, Madrid, 1975.
EL PENSAMIENTO DE LA OPOSICIÓN AL FRANQUISMO
䉴
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ANEXO
Objetivos
Método
4) Análisis formal y temático del texto: Una vez hecho todo lo anterior,
se puede proceder al análisis, es decir, a la descomposición, disección y des-
membración del documento. Esta operación consiste en:
Separar y señalar las unidades formales y temáticas que pueden estar
presentes en el texto en un doble plano:
a) Formato estilístico y arquitectura narrativa y lógica que sirve de
soporte a los contenidos semánticos del texto en sus partes cons-
titutivas, examinando los modos de razonamiento, la coheren-
cia o incoherencia argumentativa, el uso de fórmulas expresivas
(metáforas, comparaciones, hipérboles, personificaciones, etc).
b) Descubrir, identificar sus ideas, conceptos fundamentales, ex-
presados mediante ciertos vocablos, palabras, oraciones, etc.
5) Explicación del contenido y significado del texto. Explicar, es decir,
dar cuenta y razón de lo que dice el texto y por qué lo dice. Esto requiere
progresar desde unos datos empíricos (lo que dice el texto) hasta las confi-
guraciones externas (históricas e intelectuales) que lo envuelven y en los
cuales cristalizan y adquieren todo su sentido literal.
Estamos ante lo específico del comentario:
1. Reexponer y glosar el contenido o contenidos en virtud de sus
conexiones ideológicas e históricas: texto y contexto.
2. Lo que implica referirse y aludir a coyunturas, personajes, institu-
ciones, procesos, tradiciones o fenómenos históricos e intelectuales
coetáneos al texto y enlazados por razones esenciales con el mismo.
Todo lo cual se encuentra evidentemente relacionado con el nivel del
alumno.
6) Conclusión: No se trata de una valoración subjetiva, del tipo «a mí
me parece» o «en mi opinión».
Consiste más bien en una síntesis final interpretativa del texto:
– su sentido global.
– sus antecedentes próximos o remotos.
– sus consecuencias directas o indirectas.
– su grado de trascendencia histórica.
– su similitud con fenómenos paralelos o semejantes anteriores o
posteriores, o a lo ocurrido en otros países.
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