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PENTECOSTÉS.

Salmo 103
La Gloria de Dios en la Creación

Este maravilloso poema, de profunda sensibilidad lírica y religiosa, es, en


realidad, un himno a Dios, creador y conservador del universo y de todo lo que en él
hay: la naturaleza muda, el reino vegetal, el animal y el nombre, es decir, todas las
maravillas y esplendores de la creación, en su diversa y rica manifestación. Es una
lección maravillosa de alta teodicea, en la que se descubre la profunda teología de los
seres bajo la providencia divina. Es un comentario poético del primer capítulo del
Génesis: el mundo inanimado al servicio del mundo viviente, éste al servicio del ser
humano, y éste, rey de la creación, al servicio de Dios. En su maravillosa obra se
transparenta su grandeza deslumbradora, su magnificencia, su bondad y su poder. Todo
es maravilloso — las fuerzas de la naturaleza y los seres vivientes —, porque todo es
reflejo de la sabiduría divina. Después de haber creado el universo dio la vida, y ésta
se renueva incesantemente por su soplo conservador. Todo lleva el sello de una
finalidad concreta, lo que supone orden, belleza, bondad y armonía. Es la
confirmación del "vidit quod esset borium" del relato de la creación.
Sólo el pecado — rebeldía contra Dios — introduce el desorden en el cosmos;
por eso el salmista termina su magnífico himno deseando que desaparezcan los
pecadores e impíos, que con sus acciones torpes desentonan en la gran orquesta de la
creación.
(...) El poema del Salterio es un simple comentario poético del relato bíblico de
la creación: lo que el autor sacerdotal dice escuetamente sobre la aparición progresiva
de las obras de la creación, el salmista lo embellece con maravillosos recursos líricos.
Para él, la creación es la revelación de la incomparable majestad de Dios; su
omnipotencia se refleja en la manifestación de las fuerzas de la naturaleza: los mares
son confinados a sus límites; la lluvia fertiliza la tierra; la luna y el sol señalan las
estaciones; los animales viven de la fertilidad de la tierra. En todo se refleja la mano
poderosa y providente del Creador.
(...)
El poder de Dios, manifestado en la creación (1-9).
1
¡Bendice, alma mía, a Yahvé! Yahvé, Dios mío! tú eres grande; estás revestido de majestad y
esplendor, 2 envuelto de luz como de un manto; despliegas los cielos como una tienda; 3
edificas sobre las aguas tus moradas superiores. Haces de las nubes tu carro, avanzando
sobre las alas del viento. 4 Tienes por mensajeros a los vientos 3, y por ministros llamas de
fuego. 5Has establecido la tierra sobre sus bases, para que nunca después vacilara. 6La
cubriste del océano abismal como de un vestido, y las aguas se detuvieron sobre los montes.
7
A tu amenaza huyeron, al fragor de tu trueno huyeron asustados, 8y se alzaron los montes y
se abajaron los valles hasta el lugar que les habías señalado. 9 Pu-sísteles un límite, que no
traspasarán, no volverán a cubrir la tierra.

El poeta se extasía ante la grandeza del Creador; las maravillas de la naturaleza


pregonan su majestad y sabiduría. Inaccesible a la mirada humana, aparece envuelto en

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un halo luminoso: la luz es el manto de su majestad imperial. En efecto, la primera obra
de la creación es la luz, y es también la primera condición de vida, la fuente de la alegría
y el símbolo de la pureza. Por eso el poeta concibe al Eterno en atuendo de majestad,
revestido de luz y esplendor. San Pablo dirá de Dios que "habita en. una luz
inaccesible"4; y San Juan: "Dios es luz y en El no hay tiniebla alguna."5
El salmista va concretando las obras de la creación — siguiendo el relato bíblico
— y empieza por los cielos, que concibe como una tienda extendida sobre la tierra. Con
su palabra extiende los inmensos cielos con la misma facilidad con que el nómada
extiende su tienda; pero sobre ella y encima de las aguas superiores están las moradas
de Yahvé, en el cielo empíreo. Según la concepción cosmogónica hebraica, sobre la
masa sólida del firmamento se extendía el depósito de aguas que Dios reserva para los
momentos diluviales 6. El poeta concibe a Dios morando en la cúspide del cielo,
conforme a lo expresado por Am 9:6: "El edificó en los cielos su morada y la fundó
sobre la bóveda de la tierra."
Siguiendo su maravillosa inspiración poética, el salmista presenta a Yahvé
avanzando majestuoso como un rey en su carro — las nubes — tirado por la cuadriga de
las alas del viento, siendo sus mensajeros precursores los mismos vientos, y sus
ministros, o guardia de corps, los rayos o llamas de fuego (v.4). Dios se manifiesta en la
tempestad en medio de truenos y rayos 7, que son un reflejo de su majestad aterradora.
Conforme a la narración del Génesis, el salmista habla ahora de la consolidación
de la tierra y de la separación de las aguas. La tierra era concebida como un edificio que
descansa en unas columnas que se sumergen en lo profundo del abismo. Y la gran
maravilla de la omnipotencia divina consiste en que, a pesar de hacerla reposar sobre la
masa líquida, no vacila ni se conmueve . En su estado primitivo aparecía cubierta por el
océano abismal, como si fuera su vestido, siendo sumergidos hasta las cimas de los
montes. Pero a una orden de Yahvé, manifestada en un trueno, las aguas se disiparon,
huyendo hacia los lugares que de antemano les había señalado (v.8). Es la obra del
tercer día de la creación: la separación de las aguas y la aparición de la tierra seca. En
ese momento se obró la conformación actual de la masa terrestre: se alzaron los montes
y se abajaron los valles. Las grandes conmociones cósmicas de los primeros períodos
geológicos dieron por resultado la irregularidad del relieve de la corteza terrestre. El
salmista lo atribuye todo directamente a las órdenes divinas, conforme a su esquema
religioso de la naturaleza. Yahvé con su omnipotencia señaló los límites al mar, para
que no anegara a la tierra, haciendo así posible en ella la vida.

Dios provee de medios de vida a los vivientes (10-18).

10
Tú haces brotar en los valles los manantiales, que corren luego entre los montes. 11Ellos abrevan a
todos los animales del campo y en ellos matan su sed los onagros, 12Junto a ellos se posan las aves del
cielo, que cantan en la fronda. 13De tus altas moradas riegas los montes, y del fruto de tus obras se
sacia la tierra. 14Hace nacer la hierba para las bestias, y las plantas para el servicio del hombre, para
sacar de la tierra el pan; 15 y el vino, que alegra el corazón del hombre, y el aceite, que hace lucir sus
rostros, y el pan, que sustenta el corazón del hombre. 16Se sacian los árboles de Yahvé, los cedros del

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Líbano que plantó, 17 en los cuales anidan los pájaros; f y los cipreses, domicilio de las cigüeñas; 18 los
altos montes para las gamuzas, los riscos para madriguera del damán.

A pesar de haber confinado las aguas a un lugar, Yahvé ha provisto a las


necesidades de la vegetación y de los vivientes con manantiales en los valles. La
descripción es bellísima: los onagros o asnos salvajes, moradores de la estepa, van
ansiosos a apagar su sed; los pájaros pueblan los escasos árboles que nacen junto a los
lugares húmedos. Y a donde no llegan los manantiales provee Yahvé con la lluvia del
cielo: riega los montes. En Dt 11:11 se describe a Palestina como "un país de montañas
y valles que recibe agua de la lluvia del cielo." De esa relativa humedad proviene la
parca feracidad de la tierra. Con su trabajo, el hombre saca fruto para su manutención:
trigo, vino y aceite, los productos característicos de Palestina, país mediterráneo. El
salmista se complace en destacar la finalidad ornamental del aceite perfumado, que
hace lucir los rostros, y la alegría que produce el vino en los corazones. En el apólogo
de Jotán contesta la vid a los otros árboles que querían nombrarla reina: "¿Voy yo a
renunciar a mi mosto, alegría de Dios y de los seres humanos, para ir a mecerme entre
los árboles?".
Hasta los árboles más corpulentos — los árboles de Yahvé —, como los cedros
del Líbano, reciben el riego atmosférico enviado por Dios, que los plantó; los árboles
que nacen espontáneamente en el monte son considerados como plantados por Dios, en
contraposición a los frutales y demás plantas que son plantados por la mano del ser
humano. En ellos y en los cipreses anidan las grandes aves, como las cigüeñas, como en
los altos montes vive la gamuza, y en los riscos inaccesibles el damán, especie de
conejo salvaje.

Variedad y sabiduría en las obras de la creación (19-26).

19
Tú has hecho la luna para medir los tiempos; el sol conoce (la hora de) su ocaso. 20 Tú extiendes las
tinieblas, y es de noche, y en ella corretean todas las bestias del bosque. 21 Rugen los leoncillos por la
presa, pidiendo a Dios así su alimento. 22 Sale el sol, y se retiran y se acurrucan en sus cuevas. 23 Sale
el hombre a sus labores, a sus haciendas hasta la tarde. 24 ¡Cuántas son tus obras, oh Yahvé! ¡Todas
las hiciste con sabiduría! Está llena la tierra de tu riqueza: 25 éste es el mar, grande, inmenso; allí
reptiles sin número, animales pequeños y grandes, i 26 Allí las naves se pasean, y ese Leviatán que hiciste
para juguete tuyo.

La sucesión de días y de noches es una de las maravillas de la naturaleza; en


realidad, obedecen a las órdenes divinas, que ha puesto la luna para determinar los
tiempos, meses y estaciones del año, según se dice en Gen 1:14. Por instinto
comunicado por Dios, el sol sabe cuándo debe retirarse, pues conoce su ocaso, y debe
dejar paso a las tinieblas nocturnas, también enviadas por Dios. Es el tiempo en que
campean libremente, amparadas en la oscuridad, las fieras del bosque. También ellas
fueron creadas por Dios, y tienen derecho a su sustento.
La salida del sol señala la hora de la aparición del hombre para ir a sus labores
(v.23). Todo está maravillosamente ordenado por el Creador (v.24). Hasta el tenebroso
y caótico océano abismal está bajo las órdenes del Omnipotente. En él pululan los

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grandes cetáceos, y los pequeños peces, todos obra de Yahvé, pero entre ellos sobresale
la maravilla del Leviatán, monstruo marino que Dios domeña y utiliza como juguete en
sus momentos de ocio. El antropomorfismo es audaz y refleja bien el alto concepto que
del poder de Dios tenía el salmista.
El espíritu de Yahvé, conservador y renovador del universo (27-35).
27
Todos ellos esperan de ti que les des alimento a su tiempo. 28 Tú se lo das y ellos lo toman;
abres tu mano y se sacian de bien. 29 Si tú escondes tu rostro, se conturban; si les quitas el
espíritu, expiran y vuelven al polvo. 30 Si mandas tu espíritu, se recrían, y así renuevas la faz
de la tierra. 31 Sea eterna la gloria de Yahvé y Yahvé gócese en sus obras. 32 Mira la tierra, y
tiembla; toca los montes, y humean. 33 Yo cantaré a Yahvé mientras viva; entonaré salmos a
mi Dios mientras subsista. 34 Séale grato mi hablar, y yo me gozaré en Yahvé. 35
¡Desaparezcan de la tierra los pecadores y dejen de ser los impíos! Bendice, alma mía, a
Yahvé. Aleluya.

Para todos los animales, Dios es el despensero general, y, por eso, todos están
pendientes de su generosidad para poder satisfacer su apetito. Si les da el alimento, lo
toman con avidez, mientras que, cuando escasea — escondes tu rostro —, al punto se
quedan macilentos. El mismo hálito vital depende de Yahvé. Si lo retira, se convierten
en polvo21] pero, si vuelve a otorgar el hálito vital, surgen de nuevo otros que se
recrían, renovándose así, en ciclo constante, la superficie de la tierra con sus moradores
(v.30).
El salmista concluye su maravilloso poema con un canto de alabanza al Dios que
obra tales maravillas; sus criaturas son para su gloria, y por eso desea que el mismo
Dios se goce en sus obras como en el momento de la creación, cuando veía que todas
eran "buenas". De nuevo insiste en la majestad de Dios, que con su mirada hace temblar
la tierra, y, al tocar con la punta de los pies los montes, éstos se derriten y humean
(v.32). Las expresiones son semejantes a las de Am 9:5, y parecen calcarse en la
descripción de la teofanía del Sinaí .
El salmo se cierra con el deseo de que desaparezcan los pecadores de la tierra,
porque son los únicos que desentonan en la gran sinfonía de la creación (v.35).

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