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De Gouveia Dias
Los Mayores Representantes del Poder en la Ilíada
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opinión de su padre, sin embargo, Hera con mayor ira, le reprochó por minimizar sus
esfuerzos, terminando su arrebato con la declaración «Haz lo que quieras, pero no todos los
dioses te lo aprobaremos» (Homero, 2011: 113). Indignando a Zeus, airado confiesa su amor
por Ilión y promete a su esposa que cuando tenga el deseo de destruir alguna ciudad donde
vivan amigos de ella, le dejara hacer lo que quiera. Hera, orgullosa, acepta que su poder es
menor al de Zeus, pues si ese acontecimiento llegara suceder poco haría con tratar de
detenerlo, pero recuerda su posición también como deidad, hija de Cronos y esposa suya, en
donde su trabajo no debe ser inútil.
Lo cierto es que cada dios representa poder y tiene ganado su puesto en el olimpo,
no buscan el agrado de los humanos, prefieren el respeto infundido por el temor. Zeus puede
destruir ciudades por una hecatombe en la que no se le nombre. Hera, Atenea y Afrodita
empezaron una guerra por la decisión de un joven, como dijo el profesor Julio López Saco
«Las divinidades de la mitología griega no son ni buenas ni malas, sino poderosas» (2014:
5).
Si en el Olimpo reinan los dioses, en la tierra reside el poder de la fuerza. Viene de
parte de los héroes humanos, principalmente reyes y jefes, son los más gloriosos, queridos u
odiados por los dioses, participantes directos de la guerra y víctimas de sus consecuencias.
Está comprendido en los hombres por su linaje monárquico, ejércitos, resistencia física o su
experiencia y agilidad en el combate. Su máximo pico de gloria proviene de la dureza de sus
acciones y fuerza que los dota de fama entre ellos y los dioses, muchos nacidos como líderes
natos, así vistos como el rey de Micenas, Agamenón, elegido comandante en jefe de los
aqueos, no por nada aliados y enemigos lo nombran el más poderoso. Su símbolo es de poder,
no solo por llevar el cetro de Zeus como una síntesis equiparable a los dioses, sino también
por su carácter frío e imagen inquebrantable.
Aun así, su ego llega a chocar con otro elemento que impone fuerza, Aquiles, quien
es el más valiente de los aqueos, con su sola presencia ejerce el poder propio para reprimir y
desobedecer a Agamenón. La lucha entre estos dos guerreros comienza desde el canto I, ya
Néstor en su discurso lo había advertido:
Si tú eres más esforzado, es porque una diosa te dio a luz; pero éste es más poderoso,
porque reina sobre mayor número de hombres. Atrida, apacigua tu cólera; yo te
Andrea V. De Gouveia Dias
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suplico que depongas la ira contra Aquileo, que es para todos los aqueos un fuerte
antemural en el pernicioso combate (Homero, 2011: 70).
Es por su discordia que los acontecimientos de la historia se desatan, por la arrogancia
de Agamenón y la humillación de Aquiles. Sus batallas de miradas y reparto de insultos hacen
pasar la estafeta del poder para dejar al destino quien terminará cediendo. Aquiles y su cólera
son una ola que va incrementando y al estrellarse contra la arena, que en este caso sería
Agamenón y el despoje de Briseida, deja secuelas graves deformando el terreno, la ausencia
de Aquiles en la batalla es la condena para todos los aqueos, al usar su poder nunca piensan
en las consecuencias de sus actos (Simone Wei, 2019), si de algo nos deja muestra la Ilíada
es que de su poder no se salvan ni ellos mismos.
Por último y, quizás el menos percibido, el poder de los vínculos que hace a las almas
sufrir. Si fue una lucha de poderes físicos entre Aquiles y Agamenón lo que vaticinó la
tragedia, si el poder divino de Apolo hizo que Patroclo se despojara de su armadura para caer
en manos de Héctor, son los vínculos y su destrucción, como lazos que se atan y desenlazan;
los que manipulan tanto a dioses como héroes. La llegada de los aqueos a Troya es por el
corte violento del vínculo entre Helena y Menelao, el vínculo de deuda entre Zeus y Tetis da
pie a la caída de los aqueos, el vínculo de Héctor con su ciudad como principal protector, el
vínculo padre e hijo de Príamo y Héctor, y por sobre todos, el vínculo de amor entre Aquiles
y Patroclo. A medida que avanza se forman lazos más fuertes, cada dios tiene un héroe que
defender, cada héroe tiene un compañero caído por quien llorar. Al final están a merced de
sus pasiones y los vínculos que crearon.
Ahí yace el verdadero poder de la Ilíada, en los vínculos que se forman en vida, el
poder que mata, lo que somete a los hombres, al punto de convertirlos en cosas. Que hacen a
Afroditas salvar de la parca a su hijo Eneas, que impulsan a Menelao y Ayante aguantar las
lanzas del enemigo para proteger el cuerpo de su compañero en armas, que ciegan a Aquiles
de venganza por la muerte de su ser más amado y a Príamo ir a las naves del asesino de sus
hijos para tocarles las rodillas y besar sus manos. No es sentimental ni se hace falsas
ilusiones, la vida humana es corta y su visión es pesimista, a pesar que ya el destino está
escrito, en Troya se pelea y se llora, los dioses son crueles al imponer poder, no hay ninguna
consoladora promesa de inmortalidad, como dijo Aquiles «Solamente los dioses conocen el
destino y viven. Pero tú juegas al destino» (Cesare Pavese, 2018: 113).
Andrea V. De Gouveia Dias
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