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INVESTIGACIÓN EN ARCHIVO

estudios culturales
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De forma general el archivo puede entenderse como un espacio, físico o virtual, donde se
reúnen, guardan o conservan, de forma sistemática y organizada, un conjunto de documentos
resultado de alguna actividad humana, colectiva o individual, producidos en diferentes épocas,
contextos e instituciones, a partir de los cuales es posible decir algo sobre el pasado próximo o
distante de las sociedades. Si bien la noción de archivo tradicional, heredera de los procesos de
conformación de los Estados-nacionales y de una concepción positivista de la historia atada,
equipara la noción de documento con la de fuente escrita, hoy en día, tras la “revolución del
documento” que supuso el siglo XX (Le Goff, 1991), se puede pensar en archivos de diferente
naturaleza con documentos en diversos lenguajes, soportes y materiales tales como archivos
orales, sonoros, audiovisuales, fotográficos, entre otros, muchos delos cuales, valga decir, ya se
encuentran digitalizados.

La investigación en archivo está fuertemente relacionada, aunque no de forma exclusiva, con la


investigación histórica. A diferencia de otros enfoques de la investigación social, ésta depende
en, en gran parte, del trabajo de identificación, búsqueda y recolección de un conjunto
suficiente de fuentes primarias que respondan a los objetivos de investigación. Ahora bien, por
fuente primaria entendemos todo tipo de información acerca del devenir social tales como
papiros, tablillas de arcilla, paredes de monumentos, pergaminos, papeles. También objetos
diversos como templo, tumbas, monedas, muebles, fotografías, dibujos, registros audiovisuales
e incluso, hoy en día, podemos incluir productos culturales derivados de la industria del
entretenimiento, los medios de comunicación y las tecnologías digitales como dibujos
animados, comics e historietas, telenovelas, video juegos, memes, etc. En todo caso, rastros o
fragmentos dispersos del paso del tiempo y del cambio social que, de alguna manera, tienen un
vínculo directo con el hecho, el proceso o el tema investigado (Cardoso, [1981] 2000). Por
ejemplo, en una investigación sobre las mujeres acusadas de adulterio a principios del siglo
XIX serán fuente primaria los expedientes judiciales, escritos, testimonios e incluso
documentos literarios de la época que hablen sobre el tema, mientras que artículos, libros o
ensayos contemporáneos relacionados serán considerados, en cambio, fuentes secundarias o
indirectas.

La centralidad que tiene en las investigaciones históricas el ejercicio de acopio y recolección de

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fuentes, hace que esta suela ser la fase más dispendiosa y la que más corre el riesgo de caer en
retrasos o esfuerzos inútiles. Ya que el canon ha privilegiado las fuentes escritas, resulta más
fácil hacer algunos comentarios sobre este proceso basándose en la experiencia con archivos
tradicionales. No obstantes, pueden tenerse en cuenta las mismas recomendaciones para otro
tipo repositorios documentales haciendo las respectivas traducciones que el caso se amerite.
Para empezar, una manera de evitar, o por lo menos reducir las posibilidades, de caer tediosas
e infructuosas búsquedas es tener el tema y la hipótesis de trabajo bien definidas antes de
entrar de lleno en el ejercicio de recolección de información. Este paso previo es importante
pues es de allí se derivan los criterios de pertinencia a partir de los cuales seleccionar fuentes
realmente pertinentes a la investigación y, en esa misma medida, ayuda a controlar el impulso
de revisar cuanto documento se nos atraviese, el cual surge casi que espontáneamente cuando
nos enfrentamos a folios y folios de información. Lo mismo sucede cuando usamos la web
como escenario de recolección de materiales documentales para pensar las sociedades
contemporáneas.
Una vez definido los criterios para la búsqueda de información, antes de meterse de cabeza al
archivo vale la pena hacer un rastreo previo de posibles fuentes disponibles. Para ello es bueno
empezar revisando, por ejemplo, la lista de fuentes o referencias bibliografía de trabajos
relacionados o cercanos al tema de estudio. Así mismo, existen algunos medios impresos (o en
línea) donde se publican documentos, reseñas a fondos documentales o referencias de nuevas
adquisiciones en archivos y bibliotecas. En Colombia, más exactamente en Bogotá, se puede
señalar al Boletín Cultural y Bibliográfico de la Luis Ángel Arango, Los Cuadernos del Cine
Colombiano de la Cinemateca Distrital que proporcionan un buen insumo en lo que respecta a
la búsqueda de material audiovisual del país, así como la revista del Archivo General de la
Nación en donde, además de encontrar artículos con investigaciones basadas en fuentes
primarias, siempre hay una sección dedicada exclusivamente a documentos. Sobre el AGN vale
la pena mencionar que hoy en día cuenta con un organizado y completo sistema de consulta en
línea que, además, tiene digitalizado una buena parte de los fondos documentales que reposan
en dicha institución.

Un importante e indispensable recurso en esta fase de la investigación son los índices o


catálogos que los propios archivos poseen. Allí es posible encontrar un inventario de los

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documentos disponibles, organizados de acuerdo al sistema y lógica de clasificación empleado


en el lugar consulta respectivo. Además, estos instrumentos no solo tienen por función
enumerar la información existente. Por lo general también especifican su ubicación física y
contextual, señalando los fondos documentales a los que pertenecen y, en la mayoría de los
casos, incluyen una breve descripción de los mismos. Sin embargo, a veces la consulta de estos
índices no resulta ser tan obvia y clara, motivo por el cual siempre es recomendable, sobre todo
al principio, recurrir al personal especializado que trabaja en estos lugares. En general, estos
profesionales poseen una amplia experiencia como archivistas, un conocimiento a profundidad
de la información que puede ser consultada, además de la claridad sobre el sistema de consulta
que el archivo maneja. Para tener en cuenta y no caer en confusiones, por “fondo” se entiende
un conjunto de documentos agrupados bien sean por su cercanía temática y contextual o por la
homogeneidad en el tipo de las piezas allí encontradas (por ejemplo, mapas y planos). No
obstante, en ocasiones, los fondos simplemente responden al hecho haber sido encuadernados
juntos al pertenecer a una misma donación privada (Farge, 1991).
Una vez se empieza el ejercicio de recolección de información es importante diseñar un plan de
clasificación de la misma. Esto para evitar luego verse abrumado con montañas de información
que seguramente se consideró importante por algún motivo pero que, luego, no se recuerda
muy bien por qué. También suele suceder lo contrario. Es decir, acordarse de alguna fuente
relevante, previamente revisada, que al momento de necesitarla se vuelve de imposible
localización. En todo caso, para evitar obsesiones paralizantes en este momento debe tenerse
en cuenta que este primer diseño de clasificación es preliminar, por lo tanto, irá modificándose,
complejizando y perfeccionando en la medida que se avance en la revisión y análisis de fuentes.
En este sentido, sirve mejor pensar que dicho plan debe proveer una clasificación lógica de las
fuentes que más adelante permita ubicarlas de forma rápida y efectiva.

Si el tema investigado, por ejemplo, son las representaciones de lo negro en la prensa de la


primera mitad del siglo XX, puede diferenciarse, inicialmente, entre las imágenes que aparecen
en noticias, publicidad, sección cultural o entrenamiento. Luego pueden establecerse
subcategorías como tipos de propagandas, naturaleza de las noticias en la que se hace
referencia a lo negro, roles con los que aparece asociado, formas de referirse a lo negro, etc. En
todo caso para este primer sistema de clasificación de fuentes sirve apoyarse en las categorías o

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temas que articulan el objetivo de investigación y, por lo tanto, el marco teórico. No obstante,
en ocasiones también resulta muy útil prestar atención a la intuición, el conocimiento y la
experiencia previa del investigador, así como a la propia información que van arrojando las
fuentes a través de sus primeras revisiones.

Este plan de clasificación suele acompañarse con la elaboración de un fichero documental


compuesto, como su nombre lo sugiere, por fichas de lectura. Los objetivos principales de este
ejercicio son, por un lado, permitir la consulta eficiente y rápida de las fuentes cuantas veces
sea necesario, así como ir elaborando la lista bibliográfica que al final acompañará el producto
de investigación. Por otro lado, el fichero resulta supremamente útil para elaborar notas de
referencias, apuntes, pequeños análisis u observaciones que se van suscitando en la medida que
se avanza en la consulta de documentos. En muchos casos, cuando hay pedazos que se
consideran muy importantes para los objetivos de la investigación y se quieren utilizar dentro
del cuerpo del documento final, se incluyen fragmentos textuales o parafraseos de las fuentes.
Este ejercicio es aún más útil cuando los documentos se encuentran en archivos en donde no
dejan tomar registro fácilmente o donde la digitalización es costosa y demorada. Si bien tener
estas transcripciones suelen ser muy útil a la hora de la redacción, es importante tener criterio
para seleccionar qué notas tomar. A veces se cae en una especie de obsesión por copiar
documentos enteros sin necesidad y es ahí donde se suele perder más tiempo.

No hay un formato establecido para realizar estas fichas de lectura. Lo que debe tenerse en
cuenta es que se debe registrar los datos de ubicación de la fuente lo más completo posible. Por
ejemplo, en caso de libros es necesario ubicar autor, títulos, subtítulos si es el caso, editorial,
año de publicación, ciudad, número de edición, etc. Si es prensa, adicional, habrá que tener en
cuenta nombre del diario o la revista, si tiene autor, páginas, ciudad, etc. Si es documento de
archivo, lugar donde fue consultado, fondo, número de folio, fechas si es posible, e incluso sirve
realizar una descripción general del documento a manera de crítica externa. Lo mismo si es
otro tipo de fuente como un objeto, una ilustración, una fotografía, etc. En todo caso, si bien
existe libertad para establecer el formato, lo importante es conservar una sistematicidad y
coherencia, de manera que después sea fácil ubicar las fuentes y que se cuente con toda la
información necesaria a la hora de realizar la lista bibliográfica para no tener luego mayores

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retrasos. Finalmente, hay que decir que antiguamente estas fichas se acostumbraban a realizar
manualmente y hay quienes todavía prefieren hacerlo por este camino. Sin embargo, hoy día se
suele hacer directamente en la computadora con ayuda de programas básicos como Excel o
Word pero también existen programas especializados en la gestión documental, muy útiles
para realizar análisis de datos cualitativos como Atlas.ti.

Para finalizar, aunque ya hace casi sentido común, siempre es importante recordar que la
investigación en archivo lejos está de parecerse a aquella ilusión positivista donde éstos eran
percibidos como una especie de laboratorios donde el historiador armaba con fiabilidad,
certeza y transparencia relatos sobre lo “realmente acontecido”. Hoy parece tenerse más o
menos claro que los documentos no son la Historia en sí o, en otras palabras, que no existe un
documento-verdad (Le Goff, 1991). Por lo tanto, el trabajo del investigador, más que “descubrir
testimonios del pasado”, es el de interpretar fragmentos discontinuos y dispersos bajo cierto
rigor metodológico y coherencia ética. En este sentido, la fuente no habla por sí misma, sino
que es necesario que alguien la interrogue. De ahí la importancia de llegar al archivo siempre
con preguntas creativas e ingeniosas, pero no por ello ingenuas. De esto depende que la crítica
documental no se convierta en una simple y lineal prueba de autenticidad de fuentes a la
manera decimonónica. En cambio, sí en un ejercicio arqueológico donde el historiador-
investigador va configurando, tejiendo y relacionado los diferentes estratos de sentido que
convierten a su fuente en un significador cultural de su época y que, en esa medida, dice algo de
nuestro presente.

Referencias citadas
Farge, Arlette. 1991. “Millares de hue Millares de huellas”. En: La atracción del archivo.
Valencia: Edicions Alfons. El Magánim. p 7-18
Cardoso, Ciro Flamarion S. [1981] 2000. Introducción al trabajo de la investigación histórica.
Conocimiento, método e historia. Barcelona: Grupo Editorial Grijalbo
Le Goff, Jacques. 1991. El orden de la memoria. Barcelona: Paidos

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