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La importancia de los cuentos infantiles

Se realiza con el fin de incentivar la lectura desde la infancia

La forma más divertida divertida de tener un momento maravilloso con los niños
es leyendo con ellos cuentos infantiles. Desde pequeños es importante leer con
ellos relatos para niños de primaria e infantil, porque con su lectura los pequeños
van desarrollando su imaginación, van adquiriendo vocabulario y van cogiendo
afición y gusto por la lectura.
Para que sea sencillo encontrar el tipo de cuento perfecto para el momento
apropiado, los hemos distribuido en diferentes secciones. De esta manera es más
sencillo encontrar cuentos cortos para niños con moraleja para enseñar valores a los
niños, relatos cortos de amor para niños especiales para fechas como San Valentín,
historias de Navidad perfectas para leer en las fechas navideñas,…
En este trabajo queremos que paséis momentos muy especiales con vuestros
pequeños, y para ello hemos seleccionado una gran variedad de historias cortas con
historias de todo tipo y personajes de lo más variado. Lo bueno de nuestros cuentos
infantiles cortos es que son perfectos para esos momentos en los que los niños nos
piden relatos, como antes de ir a dormir.
No nos hemos olvidado de los cuentos tradicionales , historias populares con las que
todos hemos crecido y con las que queremos que nuestros hijos también aprendan.
Por ello también hemos preparado secciones con cuentos para niños más clásicos,
como Caperucita roja, Los 3 cerditos, Garbancito, Pedro y el lobo, El gato con botas
o Hansel y Gretel. No obstante, también tenemos cuentos inventados para darle un
enfoque más original al universo de los cuentos cortos.
También hemos preparado relatos para pensar, con cuentos infantiles con
valores que nos servirán para enseñar a los pequeños lecciones de la vida, valores o
pensamientos que son más fáciles de trasmitir a través de este medio. Porque las
fábulas populares tienen muchas virtudes además de entretener, y una de ellas es
ésa: hacer pensar a los niños y potenciar su imaginación y su curiosidad.

Ejemplo:

Érase una vez hace mucho tiempo, un niño tan pequeño que cabía en la palma de
una mano. Todos le llamaban Garbancito, incluso sus padres que le adoraban porque
era un hijo cariñoso y muy listo. El tamaño poco importa cuando se tiene grande el
corazón.
Era tan diminuto que nadie lo veía cuando salía a la calle. Eso sí, lo que sí podían
hace era oirle cantando su canción preferida:

– “¡Pachín, pachín, pachín!

¡Mucho cuidado con lo que hacéis!

¡Pachín, pachín, pachín!

¡A Garbancito no piséis!”

A Garbancito le gustaba acompañar a su padre cuando iba al campo a la faena y


aunque este temía lo que le pudiera pasar, le dejaba acompañarlo. En una ocasión
Garbancito iba disfrutando de lo lindo, porque su padre le había permitido guiar al
caballo.

– “¡Verás como también puedo hacerlo!”, le había dicho a su padre. Luego le pidió
que lo situara sobre la oreja del animal y empezó a darle órdenes, que el caballo
seguía sin saber de dónde provenían.

–“¿Ves, papá? No importa si soy pequeño, si también puedo pensar”. Le decía


Garbancito a su padre que lo miraba orgulloso. Cuando llegaron al campo de coles,
mientras su padre recolectaba todas las verduras para luego llevarlas al mercado,
Garbancito jugaba y correteaba por dentro de las plantas.

Tanto se divertía el niño que no se dio cuenta de que cada vez se iba alejando más
de su padre. De repente en una de las volteretas quedó atrapado dentro de una col,
captando la atención de un enorme buey que se encontraba muy cerca de allí.

El animal de color parduzco se dirigió hacia donde se encontraba Garbancito y


engulló la col de un solo bocado, con el niño adentro. Cuando llegó la hora de
regresar el padre buscó a Garbancito por todos lados, sin éxito. Desesperado fue a
avisar a su mujer, quien le ayudó a recorrer todos los sembrados y caminos casi hasta
el anochecer. Gritaban con una sola voz: – ¡Garbancito! ¿Dónde estás hijo? Pero nadie
respondía.

Los padres apenas pudieron conciliar el sueño aquella noche con el temor de no
volver a ver a su hijo. A la mañana siguiente retomaron la búsqueda, sin ser capaces
de encontrar aún a Garbancito.

Pasó la época de lluvia y luego las nevadas, y los padres seguían buscando: –
¡Garbancito! ¡Garbancito! Hasta un día en que se cruzaron con el enorme buey
parduzco y sintieron una voz que parecía provenir de su interior. ¡Mamá! ¡Papá!
¡Estoy aquí! ! ¡En la tripa del buey, donde ni llueve ni nieva!

Sin poder creer que lo habían encontrado y aún seguía vivo, los padres se acercaron
al buey e intentaron hacerle cosquillas para que lo dejara salir. El animal no pudo
resistir y con un gran estornudo lanzó a Garbancito hacia afuera, quien abrazó a sus
padres con inmensa alegría.

Luego de los abrazos y los besos, los tres regresaron a la casa celebrando y cantando
al unísono:

– “¡Pachín, pachín, pachín!

– ¡Mucho cuidado con lo que hacéis!

– ¡Pachín, pachín, pachín!


– ¡A Garbancito no piséis!”

Había una vez 3 cerditos que eran hermanos y vivían en lo más profundo del bosque.
Siempre habían vivido felices y sin preocupaciones en aquel lugar, pero ahora se
encontraban temerosos de un lobo que merodeaba la zona. Fue así como decidieron
que lo mejor era construir cada uno su propia casa, que les serviría de refugio si el
lobo los atacaba.

El primer cerdito era el más perezoso de los hermanos, por lo que decidió hacer una
sencilla casita de paja, que terminó en muy poco tiempo. Luego del trabajo se puso
a recolectar manzanas y a molestar a sus hermanos que aún estaban en plena faena.

El segundo cerdito decidió que su casa iba a ser de madera, era más fuerte que la de
su hermano pero tampoco tardó mucho tiempo en construirla. Al acabar se le unió
a su hermano en la celebración.

El tercer cerdito que era el más trabajador, decidió que lo mejor era construir una
casa de ladrillos. Le tomaría casi un día terminarla, pero estaría más protegido del
lobo. Incluso pensó en hacer una chimenea para azar las mazorcas de maíz que tanto
le gustaban.

Cuando finalmente las tres casitas estuvieron terminadas, los tres cerditos celebraron
satisfechos del trabajo realizado. Reían y cantaban sin preocupación -“¡No nos
comerá el lobo! ¡No puede entrar!”.
El lobo que pasaba cerca de allí se sintió insultado ante tanta insolencia y decidió
acabar con los cerditos de una vez. Los tomó por sorpresa y rugiendo fuertemente
les gritó: -“Cerditos, ¡me los voy a comer uno por uno!”.

Los 3 cerditos asustados corrieron hacia sus casas, pasaron los pestillos y pensaron
que estaban a salvo del lobo. Pero este no se había dado por vencido y se dirigió a
la casa de paja que había construido el primer cerdito.

– “¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme o soplaré y la casa derribaré!”- dijo el lobo feroz.

Como el cerdito no le abrió, el lobo sopló con fuerza y derrumbó la casa de paja sin
mucho esfuerzo. El cerdito corrió todo lo rápido que pudo hasta la casa del segundo
hermano.

De nuevo el lobo más enfurecido y hambriento les advirtió:

-“¡Soplaré y soplaré y esta casa también derribaré!”

El lobo sopló con más fuerza que la vez anterior, hasta que las paredes de la casita
de madera no resistieron y cayeron. Los dos cerditos a duras penas lograron escapar
y llegar a la casa de ladrillos que había construido el tercer hermano.

El lobo estaba realmente enfadado y decidido a comerse a los tres cerditos, así que
sin siquiera advertirles comenzó a soplar tan fuerte como pudo. Sopló y sopló hasta
quedarse sin fuerzas, pero la casita de ladrillos era muy resistente, por lo que sus
esfuerzos eran en vano.

Sin intención de rendirse, se le ocurrió trepar por las paredes y colarse por la
chimenea. -“Menuda sorpresa le daré a los cerditos”, – pensó.

Una vez en el techo se dejó caer por la chimenea, sin saber que los cerditos habían
colocado un caldero de agua hirviendo para cocinar un rico guiso de maíz. El lobo
lanzó un aullido de dolor que se oyó en todo el bosque, salió corriendo de allí y
nunca más regresó.

Los cerditos agradecieron a su hermano por el trabajo duro que había realizado. Este
los regañó por haber sido tan perezosos, pero ya habían aprendido la lección así que
se dedicaron a celebrar el triunfo. Y así fue como vivieron felices por siempre, cada
uno en su propia casita de ladrillos.
Había una vez un fiero león que dominaba toda la selva que le circundaba. No en
balde a estos fuertes felinos se les suele conocer como el rey de esos parajes.

Animal que pasara por algún sitio cercano a él, animal que debía reverenciarlo y
mostrarle sus respetos, si es que quería evitar algún mal momento.

Un día, tras mucha actividad física, el león se echó en un descampado a tomar una
siesta para reparar sus fuerzas. Estaba tan cansado que cayó en un sueño profundo
tras tan sólo unos segundos.

Mientras dormía por allí apareció un pequeño ratón muy inquieto y juguetón, al que
le hizo gracia ver a aquel enorme león tirado en medio de la nada y roncando a pata
suelta.

Al roedor le llamó esto tanto la atención que decidió encaramarse imprudentemente


en aquel bulto animal y empezar a jugar allí. Así, corría de aquí para allá sobre el
cuerpo del león, sin percatarse que sus pasitos hacían cosquillas y perturbaban el
sueño del fiero animal.

A medida que fue pasando el tiempo para el león se hicieron insostenibles las
cosquillas y despertó abruptamente. Cuando se percató qué era lo que había
provocado la interrupción de su sueño dio un zarpazo tan rápido para atraparlo, que
el pobre ratón no tuvo la más mínima oportunidad de escapar.

De esta forma el león tenía aprisionado al roedor entre sus garras y violentamente
le preguntó:

-¿Quién diablos te crees que eres pequeño animal? ¿Acaso no sabes quién soy? ¿Por
qué eres tan imprudente como para interrumpir mi descanso? ¿No aprecias tu vida?
Soy el rey de la selva y todos me deben respeto. Nadie se atreve a molestarme y
menos mientras duermo.

Muerto de miedo y comprendiendo su osadía el ratoncito pidió clemencia al fiero


animal.

-Lo siento señor. Juro que no volveré a cometer tal tontería. Le ruego me perdone la
vida y estaré en deuda eterna con usted. Quién sabe si pueda serle útil de alguna
forma en el futuro.
-Útil tú a mí –dijo el león con sorna. –No seas tonto. ¿Cómo podrá un animal tan
minúsculo como tú ser útil o ayudar a un animal tan grande y poderoso como yo? Si
fuera solo por eso, realmente mereces morir por tus atrevimientos.

-No señor por favor –rogó el ratón. –Le pido reconsidere su decisión y deje vivir a
este pobre y tonto animalito. Juro que no volveré a molestarlo nunca más.

Al ver llorar sin medida al pequeño roedor, el león se apiadó de su caso y lo dejó
vivir. Además, estaba tan lleno por el atraco de comida que se había dado antes de
dormir, que realmente un pequeño ratón no haría la diferencia para su sistema
digestivo.

Así lo soltó, no sin antes advertirle que si se volvía tan osado una próxima vez, no
viviría para contarlo.

Pasaron días después de esta situación y resulta que en una jornada como otra
cualquiera el león andaba de caza por la selva.

Tan enfocado iba en una gacela que tenía más adelante, que no se percató de que
estaba yendo directo hacia una trampa hecha por hombres.

Sin margen para maniobrar y escapar, el león cayó presa de tales artilugios y se vio
de pronto atado por todos lados.

En vano trató de soltarse y de romper las cuerdas que lo ataban. Por mucha fuerza
que tenía, el amarre estaba hecho con tal ingenio, que la fuerza bruta del animal no
podían hacer nada contra él.

De esta manera, para escapar y preservar su vida al león no le quedó más remedio
que rugir y gritar en busca de ayuda.

Sin embargo, asustaban tanto sus rugidos a los animales, que ninguno se atrevía a
acercarse por allí, pues pensaban que el león estaba molesto y acercarse a él podría
ser dañino para su integridad.

Dio la casualidad que los rugidos fueron escuchados por el pequeño ratón al que el
rey de la selva le había perdonado la vida. El roedor comprendió que algo grave
debía estar pasando por los rugidos, razón por la que sin pensarlo dos veces acudió
en ayuda de Su Majestad.

Al llegar vio que este estaba completamente atrapado y ofreció su ayuda.


-Señor león, creo que es momento que le devuelva el favor que usted me hizo
cuando me perdonó la vida. Yo lo liberaré de tales amarras para que no sea víctima
del animal más fiero de todos.

El león, molesto de que solo hubiese acudido el ratón molesto de aquella ocasión,
al cual no valoraba en absoluto por su escaso tamaño, dijo:

-Te lo dije una vez y te lo vuelvo a decir. Nada puede hacer un minúsculo animal
como tú para ayudarme a mí, el animal más fuerte de esta selva.

-Pues veremos –replicó el ratón, que sin dejarse amilanar se afiló los dientes y la
emprendió a mordiscos contra la cuerda principal del amarre.

Tan buenos son los ratones mordisqueando y desgatando lo que se propongan, a


pesar de su tamaño, que tras solo unos minutos de haber empezado su faena pudo
vencer el grosor de la cuerda y liberar al león.

Este, entre sorprendido y agradecido, no tuvo más remedio que pedir perdón al
roedor por sus comentarios y dar gracias por haberle salvado la vida.

Había comprendido de una vez y para siempre que en esta vida todos somos
importantes y podemos ser útiles, sin importar nuestro tamaño o fuerza. Lo único
que importa es el deseo y el empeño que le pongamos a aquello que nos mueve.

Por supuesto, desde ese día el ratón y el león de nuestra historia fueron muy buenos
amigos. Andaban juntos siempre. El león le facilitaba alimentos al roedor, mientras
este exploraba primero por él para ver que no hubiese trampas en el camino y si el
felino caía en una, pues lo liberaba con su importante habilidad.

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