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Erikson dividió el desarrollo de la personalidad en ocho etapas psicosociales.

Las cuatro primeras se parecen a las de Freud: oral, anal, fálica y latencia. La
principal diferencia entre los dos radica en que Erikson ponía énfasis en los
correlatos psicosociales, mientras que Freud se concentraba en los factores
biológicos.

Según Erikson, lo que él llamaba principio epigenético de maduración rige


el proceso de desarrollo. Lo anterior significa que las fuerzas heredadas son las
características que determinan las etapas del desarrollo. El prefijo griego epi
significa “de”; por lo tanto, el desarrollo depende de factores genéticos. Las
fuerzas sociales y ambientales a las que estemos expuestos influirán en cómo
se desarrollen las etapas predeterminadas genéticamente. Así pues, los
factores biológicos y sociales, o las variables personales y situacionales,
inciden en el desarrollo de la personalidad.

En la teoría de Erikson, el desarrollo humano implica una serie de conflictos


personales. El potencial para estos conflictos existe de nacimiento en forma de
predisposiciones innatas, y éstas adquirirán preeminencia en diferentes etapas,
cuando el entorno exija ciertas adaptaciones. Cada confrontación con nuestro
entorno es una crisis. Ésta implica un cambio de perspectiva que nos obliga a
redirigir la energía de los instintos en razón de las necesidades de cada etapa
del ciclo vital.

Cada fase del desarrollo tiene su crisis particular, o punto de quiebre, que
requiere algún cambio de conducta y de personalidad. Podemos responder a la
crisis de dos maneras: con inadaptación (negativa) o con adaptación (positiva).
Mientras no hayamos resuelto el conflicto, la personalidad no podrá proseguir
con la secuencia normal del desarrollo ni adquirir la fuerza necesaria para
encarar la crisis de la etapa siguiente. Si no se resuelve el conflicto de una
etapa cualquiera, es menos probable que podamos adaptarnos a problemas
posteriores. No obstante, sigue siendo posible tener un resultado exitoso, pero
será más difícil de lograr.

Sin embargo, Erikson pensaba que el yo incorpora las dos maneras de manejar
el conflicto, o sea, la inadaptación y la adaptación. Por ejemplo, en la infancia –
la primera etapa del desarrollo– podemos responder a la crisis de indefensión y
dependencia desarrollando un sentimiento de confianza o desconfianza. Es
evidente que la confianza, la manera más deseable de manejar el conflicto, la
de mayor adaptación, es la actitud psicológica más sana. Pero todos debemos
desarrollar cierta medida de desconfianza como forma de protección. Si somos
totalmente confiados o demasiado ingenuos, la gente nos podrá engañar,
confundir o manipular con facilidad. En un plano ideal, en cada etapa del
desarrollo el yo consistirá primordialmente de una actitud positiva o de
adaptación, pero siempre estará equilibrada por una fracción de la actitud
negativa. Sólo así se puede considerar que la crisis ha sido resuelta
satisfactoriamente.
Erikson también planteó que cada una de las ocho etapas psicosociales ofrece
la posibilidad de desarrollar nuestras fortalezas básicas (o virtudes), las
cuales surgen cuando se ha superado la crisis de modo satisfactorio. También
sugirió que las fortalezas básicas son interdependientes; es decir, una no se
puede desarrollar mientras no se haya confirmado la fortaleza asociada con la
etapa anterior.

Confianza frente a desconfianza


La etapa oral-sensorial del desarrollo psicosocial, paralela a la etapa oral
propuesta por Freud, se presenta en el primer año de vida, tiempo de la
máxima indefensión del ser humano. El lactante depende enteramente de su
madre o de quien lo cuide para sobrevivir, sentirse seguro y recibir afecto. La
boca tiene una importancia vital durante esta etapa. Erikson escribió que el
lactante “vive y ama por medio de la boca”. Sin embargo, la relación entre el
infante y su mundo no es exclusivamente biológica. También es social. La
interacción con la madre determina si incorporará a su personalidad una actitud
de confianza o desconfianza para sus intercambios futuros con el entorno.
Si la madre reacciona adecuadamente a las necesidades físicas del bebé y le
brinda mucho afecto, amor y seguridad, el pequeño adquirirá un sentimiento de
confianza, actitud que caracterizará la idea creciente de aprendemos a esperar
que otras personas y situaciones del entorno sean “congruentes, continuas e
iguales” (Erikson, 1950, p. 247). Erikson decía que esta expectativa constituye
el inicio de la identidad del yo y recordaba haber establecido ese tipo de vínculo
con su madre.
De otra parte, si la madre rechaza al niño, no lo atiende y observa una
conducta incongruente, el infante desarrollará una actitud de desconfianza y
será suspicaz, miedoso y ansioso. Según Erikson, la desconfianza también se
puede presentar si la progenitora no muestra un interés exclusivo por su hijo.
Argumentaba que la madre actual, que reanuda su trabajo fuera de casa y deja
a su infante al cuidado de parientes o en una guardería, corre el riesgo de
fomentar la desconfianza en él.
Si bien el patrón de confianza o desconfianza como dimensión de la
personalidad se fija en la infancia, el problema podría resurgir en una etapa
posterior del desarrollo.
Por ejemplo, una relación ideal entre niño-madre produce un grado elevado de
confianza, pero se destruirá si la madre muere o abandona el hogar. Cuando
eso ocurre, la desconfianza rige la personalidad. La desconfianza infantil se
modifica más adelante en la vida gracias a la compañía de un maestro o un
amigo afectuoso y paciente.
La esperanza es una fortaleza básica asociada con una resolución adecuada
de la crisis registrada durante la etapa oral-sensorial. Erikson la describió como
la creencia de que nuestros deseos se verán satisfechos. La esperanza implica
un sentimiento persistente de confianza, sentimiento que conservaremos a
pesar de los reveses y fracasos temporales.

Autonomía frente a duda y vergüenza


En la etapa muscular-anal, que se presenta durante el segundo y tercer año de
vida, y que corresponde a la etapa anal de Freud, el niño desarrolla velozmente
varias habilidades físicas y mentales, y es capaz de hacer muchas cosas sin
ayuda. Aprende a comunicarse mejor, a caminar y trepar, a empujar y jalar, a
retener objetos o a soltarlos.
Se siente orgulloso de estas destrezas y casi siempre quiere hacer todo él solo.
Para Erikson, la más importante de estas capacidades es la de retener o soltar.
Consideraba que se trata de prototipos de cómo se reaccionará frente a
conflictos posteriores por medio de las conductas y las actitudes. Por ejemplo,
la acción de retener se puede manifestar de modo afectuoso u hostil. La acción
de soltar se puede convertir en la ventilación de una ira destructiva o en una
pasividad relajada.
Lo importante es que, durante esta etapa, el niño es capaz de decidir un poco
por primera vez, de sentir la fuerza de su voluntad autónoma. A pesar de que
todavía depende de sus padres, empieza a verse como una persona, o una
fuerza por derecho propio, y quiere poner en práctica las fortalezas recién
descubiertas. Entonces la cuestión fundamental es: ¿qué grado de libertad le
otorgará la sociedad, representada por los padres, para expresarse y hacer lo
que es capaz de hacer?
En esta etapa, la principal crisis entre padre e hijo se suele centrar en el control
de esfínteres, visto como la primera situación en la que la sociedad intenta
regular una necesidad instintiva. Se enseña al niño a contenerse y a evacuar
tan sólo en determinados momentos y lugares. Los padres pueden dejar que
aprenda el control de esfínteres a su propio ritmo o pueden enojarse con él. En
este caso, estarían negando su autonomía al imponerle el aprendizaje y
mostrando impaciencia e ira cuando no se comporta correctamente. Si cortan y
frustran así el intento del niño por ejercer sí mismo y de los demás. Así, su
independencia, éste aprenderá a dudar de sí mismo y experimentará
vergüenza al tratar con otros. La región anal es el centro de esta etapa debido
a la crisis provocada por el control de esfínteres, pero salta a la vista que la
expresión del conflicto es más de índole psicosocial que biológica.
La fortaleza básica que se obtiene con la autonomía es la voluntad, que implica
la decisión de ejercer el libre albedrío y la autorrestricción frente a las
exigencias de la sociedad.

Iniciativa frente a culpa


La etapa locomotora-genital, que se presenta entre los tres y cinco años, se
parece a la etapa fálica del sistema de Freud. Las capacidades motoras y
mentales siguen desarrollándose, y el niño hace más cosas él solo. Expresa un
fuerte deseo de tomar la iniciativa en muchas actividades. Iniciativa que
también se puede desarrollar en forma de fantasías, las cuales se manifiestan
en el deseo de poseer al progenitor del sexo opuesto y en la rivalidad con el del
mismo sexo. ¿Cómo reaccionarán los padres ante estas fantasías y actividades
iniciadas por el niño mismo? Si lo castigan o inhiben estas manifestaciones de
iniciativa, el niño desarrollará sentimientos de culpa persistentes que influirán
en sus actividades autodirigidas a lo largo de toda su vida.
El niño inevitablemente fracasa en la relación edípica, pero si los padres
manejan la situación con amor y comprensión, se dará cuenta de la conducta
que es permisible y de la que no lo es. Puede canalizar su iniciativa hacia
metas realistas y aceptadas por la sociedad como preparación para desarrollar
su responsabilidad y moralidad de adulto. En términos freudianos, diríamos que
se trata del superyó.
La iniciativa da origen al propósito, fuerza básica que implica imaginar y
perseguir metas.

Laboriosidad frente a inferioridad


La etapa de latencia del desarrollo psicosocial de Erikson, que se presenta
entre los seis y once años, corresponde al periodo de latencia de Freud. El niño
ingresa a la escuela y entra en contacto con nuevas influencias sociales. En
teoría, aprende buenos hábitos de trabajo y de estudio (que Erikson llama
laboriosidad), tanto en casa como en la escuela, primordialmente como un
medio para conseguir el elogio y la satisfacción que se deriva de realizar una
tarea con éxito.
Su creciente capacidad para el razonamiento deductivo y para jugar siguiendo
las reglas conlleva al perfeccionamiento intencional de las destrezas que se
muestran al construir cosas. Las ideas de Erikson refl ejan los estereotipos
sexuales de la época en que propuso su teoría. En su opinión, los niños
construirán casas en árboles y modelos a escala; las niñas cocinarán y
bordarán. Sin embargo, independientemente de las actividades asociadas con
esta edad, el niño está haciendo un serio intento por terminar una tarea
aplicando su concentración, diligencia y persistencia. En palabras de Erikson:
“El niño aprende las destrezas básicas de la tecnología a medida que su
madurez le va permitiendo manejar los utensilios, las herramientas y las armas
que usa la gente grande” (1959, p. 83).
De nueva cuenta, las actitudes y las conductas de padres y maestros
determinan en gran parte la medida en que el niño percibe que está
aprendiendo y utilizando sus habilidades debidamente. Si lo regañan,
ridiculizan o rechazan, es probable que desarrolle sentimientos de inferioridad y
falta de adecuación. En cambio, el elogio y el reforzamiento favorecen el
sentimiento de competencia y estimulan el esfuerzo constante.
La competencia es la fortaleza básica que se origina en la laboriosidad durante
el periodo de latencia. Implica ejercitar la habilidad y la inteligencia para
desempeñar y terminar tareas.
El resultado de la crisis en cada una de las cuatro etapas del desarrollo que
hemos descrito hasta ahora depende de otras personas. La resolución está
más bien en función de lo que se le haga al niño, que de lo que él haga por su
cuenta. A pesar de que el niño se va volviendo más independiente, desde que
nace hasta los 11 años, su desarrollo psicosocial está sujeto, en gran medida,
a la influencia de los padres y maestros, que casi siempre son las personas
más importantes de su vida en este periodo.
En las últimas cuatro etapas del desarrollo psicosocial vamos adquiriendo
mayor control de nuestro entorno. Escogemos consciente y deliberadamente a
nuestros amigos, colegas, carrera, cónyuge y actividades de tiempo libre. No
obstante, es evidente que las características de personalidad que hayamos
desarrollado en las fases que van del nacimiento a la adolescencia influirán en
estas elecciones deliberadas. El hecho de que, en este punto, nuestro yo
exhiba principalmente confianza, autonomía, iniciativa y laboriosidad, o
desconfianza, duda, culpa e inferioridad, determinará el curso de nuestra
existencia.
Cohesión de identidad frente a confusión de roles: la crisis de identidad
La adolescencia, entre los 12 y 18 años, es la etapa en la que tenemos que
encarar
y resolver la crisis básica de la identidad del yo. Es cuando formamos nuestra
autoimagen,
o sea, que integramos lo que pensamos de nosotros mismos y lo que lagente
piensa de nosotros. Si este proceso se resuelve de forma satisfactoria, el
resultado
será una imagen congruente y constante.
La tarea de moldear y aceptar una identidad no es fácil, y a menudo constituye
un periodo lleno de ansiedad. El adolescente ensaya diversos roles e
ideologías tratando
de seleccionar el más adecuado para él. Erikson sugirió que la adolescencia
es una especie de paréntesis entre la niñez y la edad adulta, una pausa
psicológica
necesaria que proporciona tiempo y energía sufi cientes para desempeñar
varios roles
y encarnar diversas autoimágenes.
Las personas que pasan esta etapa con un sólido sentido de identidad personal
están preparadas para iniciar la edad adulta con certeza y confi anza. Las que
no consiguen
una identidad congruente –que sufren una crisis de identidad– mostrarán
confusión de roles. Al parecer, no saben quiénes son o qué son, a dónde
pertenecen
ni dónde quieren ir. Se alejan de la secuencia de una vida normal (educación,
empleo
y matrimonio), como le sucedió a Erikson por algún tiempo, o buscan una
identidad
negativa en el crimen o las drogas. Incluso una identidad negativa –tal como la
defi ne
la sociedad– es preferible a ninguna identidad, aun cuando no sea tan
satisfactoria
como una identidad positiva.
Erikson advirtió el efecto potencial tan fuerte que los grupos de coetáneos
pueden
tener en el desarrollo de la identidad del yo en la adolescencia. Señaló que la
afi liación a grupos y cultos fanáticos o la identifi cación obsesiva con íconos de
la cultura
popular pueden limitar el desarrollo del yo.
La fi delidad es la fortaleza básica que se debe desarrollar en la adolescencia
y surge de una identidad cohesionada del yo. Abarca la sinceridad, la
autenticidad y
un sentido del deber en las relaciones con otros.
Intimidad frente a aislamiento
Erikson pensaba que la adultez joven era una etapa más larga que las
anteriores y
que iba desde el fi nal de la adolescencia hasta los 35 años, aproximadamente.
En
ella nos independizamos de nuestros padres e instituciones cuasi paternas,
como la
universidad, y empezamos a funcionar con mayor autonomía como adultos
maduros
y responsables. Emprendemos algún tipo de trabajo productivo y establecemos
relaciones íntimas: amistades estrechas y uniones sexuales. Según Erikson, la
intimidad
no se limita a las relaciones sexuales, sino que comprende el cariño y el
compromiso. Son emociones que se pueden manifestar abiertamente, sin
recurrir a
los mecanismos de autoprotección ni de defensa y sin temor a perder el sentido
de
la identidad personal. Podemos fusionar nuestra identidad con la de otra
persona sin
sumergirnos ni desaparecer al hacerlo.
Quienes no logran establecer esta clase de intimidad en la adultez temprana
tendrán
sentimientos de aislamiento. Evitarán el contacto social y rechazarán a la
gente,
incluso volviéndose agresivos. Prefi eren estar solos porque tienen miedo de la
intimidad
como una amenaza para su identidad del yo.
El amor es la fortaleza básica que surge de la intimidad durante los años de la
adultez temprana y Erikson consideraba que era la mayor virtud humana. Lo
defi nió
como una entrega mutua en una identidad compartida, la fusión de uno con
otra
persona.
Generatividad frente a estancamiento
La edad adulta, entre los 35 y los 55 años aproximadamente, es una etapa de
madurez
en la cual necesitamos participar activamente en la enseñanza y la orientación
de la siguiente generación. La necesidad va más allá de la familia inmediata.
Según
Erikson, nuestro interés se extiende y amplía, pues abarca a las generaciones
futuras
y el tipo de sociedad en que vivirán. No se requiere ser padre o madre para
manifestar
la generatividad; tampoco el mero hecho de tener hijos satisface este impulso.
Erikson pensaba que todas las instituciones –fueran empresas, gobierno, de
servicio social o académicas– ofrecen oportunidades para expresar la
generatividad.
Por lo tanto, sea cual fuere la organización en la que estemos o la actividad
que desarrollemos,
siempre podremos encontrar la manera de ser mentores, maestros o guías
de personas más jóvenes con el propósito de mejorar la sociedad en general.
Cuando un individuo maduro no puede o no quiere buscar un cauce para la
generatividad,
se sentirá abrumado por “el estancamiento, el aburrimiento y el
empobrecimiento
de sus relaciones interpersonales” (Erikson, 1968, p. 138). La descripción
que hace Erikson de estos problemas emocionales de la edad madura se
parece a
la de Jung de la crisis a la mitad de la vida. A veces se observa una regresión a
una
etapa de seudointimidad, complaciéndose el individuo en actividades de tipo
infantil.
Estas personas se pueden convertir en inválidos físicos o psicológicos porque
sus
necesidades y gustos los absorben.
La solidaridad es la fortaleza básica que surge de la generatividad de la
adultez.
Erikson la defi nió como un gran interés por otros, y pensaba que se manifi esta
en
la necesidad de enseñar no sólo para ayudar a otros, sino también para realizar
la
propia identidad.
Integridad del yo frente a desesperación
En la etapa fi nal del desarrollo psicosocial –madurez y senectud– es preciso
elegir
entre la integridad del yo y la desesperación. Ambas actitudes determinan la
manera
en que evaluaremos toda nuestra vida. A estas alturas ya hemos cumplido
todas

nuestras metas o estamos a punto de cumplirlas. Recorremos nuestra


existencia, pensamos
en ella y hacemos un balance fi nal. Si al volver la vista atrás nos sentimos
realizados y satisfechos, convencidos de que hemos vivido con serenidad los
triunfos
y los fracasos, cabe decir que poseemos la integridad de yo. En pocas
palabras, la
integridad implica aceptar el presente y el pasado.
Por el contrario, si cuando repasamos nuestra existencia nos sentimos
frustrados,
enojados por las oportunidades perdidas y arrepentidos de errores que es
imposible
enmendar, nos invadirá la desesperación. Nos enfadaremos con nosotros
mismos,
despreciaremos a la gente y nos amargaremos por lo que pudo haber sido y no
fue.
A los 84 años Erikson publicó un libro con los resultados de una investigación,
de largo plazo, realizada con 29 personas de entre 80 y 90 años. Los datos de
la historia
de sus vidas se habían recopilado desde 1928. El título Vital Involvement in Old
Age refl eja las ideas de Erikson sobre cómo conseguir la integridad del yo
(Erikson,
Erikson y Kivnick, 1986). Los adultos mayores no se deben contentar con refl
exionar
sobre el pasado. Deben seguir participando activamente en la vida, buscando
retos y estimulación en el entorno. También deben realizar actividades propias
de los
abuelos, como regresar a la escuela o cultivar nuevas habilidades e intereses.
La sabiduría es la fortaleza básica que acompaña esta etapa fi nal del
desarrollo.
Ésta, derivada de la integridad del yo, se expresa como un interés
independiente de
la existencia en general. Se transmite a las siguientes generaciones integrando
las
experiencias, como tan bien describe el término legado.

Peck (1959, 1968), que establece cuatro etapas para la adultez y tres para la
senectud. Al explicar los retos especiales de la vida adulta, Peck propone
cuatro problemas
o conflictos del desarrollo adulto:
— Aprecio de la sabiduría frente al aprecio de la fuerza física. A medida que
empiezan a deteriorarse la resistencia y la salud, las personas deben canalizar
gran parte de su energía de las actividades físicas hacia las mentales.
— Socialización frente a sexualización en las relaciones humanas. Es otro
ajuste
impuesto por las restricciones sociales y por los cambios biológicos. Los
cambios físicos pueden obligar a redefinir las relaciones con miembros de
ambos sexos, a dar prioridad a la camaradería sobre la intimidad sexual o la
competitividad.
— Flexibilidad emotiva frente a empobrecimiento emotivo. La flexibilidad
emotiva
es el origen de varios ajustes que se hacen en la madurez, cuando las
familias se separan, cuando los amigos se marchan y los antiguos intereses
dejan de ser el centro de la vida.
— Flexibilidad frente a rigidez mental. El individuo debe luchar contra la
tendencia
a obstinarse en sus hábitos o a desconfiar demasiado de las nuevas
ideas. La rigidez mental es la tendencia a dejarse dominar por las experiencias
y los juicios anteriores, a decidir, por ejemplo, que "Toda mi vida he
rechazado la política, de modo que no veo por qué deba cambiar de opinión
ahora".
A semejanza de las etapas de Erikson, ninguno de los conflictos de Peck se
restringe
a la madurez ni a la vejez. Las decisiones tomadas en los primeros años de
vida sientan las bases de las soluciones en los años de la adultez y las
personas
maduras comienzan ya a resolver los desafíos que se les presentarán en la
senectud.
Peck, por otra parte, fija tres tareas principales para el envejecimiento:
— 1) Transcendencia corporal frente a preocupación por el cuerpo. Teniendo
en cuenta el más que previsible riesgo de enfermar a esta edad y la
disminución
del rendimiento físico, es obligado "transcender" los problemas
físico-corporales, es decir, centrar las metas vitales en el rendimiento
mental y espiritual, y en las relaciones sociales.
2) Diferenciación del ego frente a preocupación por el trabajo. Al llegar la
jubilación y abandono del puesto de trabajo, la persona mayor debe valorarse
a sí misma, a través de actividades independientes de su anterior
vida laboral y de las características positivas adquiridas en su personalidad.
— 3) Transcendencia del ego frente a preocupación por el ego. El temor a la
propia muerte debe verse sobreseido por las aportaciones personales a
cualquier nivel: aportaciones por medio de los hijos y del legado material
o cultural para las futuras generaciones.
Las tareas de desarrollo no sólo indican las metas que la persona debe
perseguir,
sino también aquellas que debe pasar por alto, llegada cierta edad. Mientras
que las
metas "adaptadas" a la edad se ven reforzadas y apoyadas socialmente, las
metas
"inadecuadas" quedan rechazadas y privadas del apoyo instrumental
necesario.

Levinson habla de la preadultez, la adultez temprana (17-45 años), la adultez


intermedia (40-65 años) y la adultez tardía (de los 60 años en adelante).
También
menciona la última fase, la ancianidad (a partir de los 80 años), pero no explica
su

estructura. Las fases superiores parecen ser las menos estudiadas por
Levinson. La
transición de los 50 años suele implicar una nueva modificación de la
estructura. Sin
embargo, el final de la adultez (55-60 años) viene a ser una fase consolidada
que
ayuda a revisar toda la vida pasada.

Horney pensaba que cualquiera de los mecanismos de autoprotección puede


llegar a
ser una parte tan permanente de la personalidad que adopta las características
de un
impulso o necesidad que determina la conducta del individuo. Hizo una lista de
10 de
estas necesidades y las llamó necesidades neuróticas, porque representan
soluciones
irracionales para los problemas de uno y son:
1. Afecto y aprobación
2. Una pareja dominante
3. Poder
4. Explotación
5. Prestigio
6. Admiración
7. Logro o ambición
8. Autosufi ciencia
9. Perfección
10. Límites estrechos para la vida
Las necesidades neuróticas abarcan las cuatro formas que usamos para
protegernos
de la ansiedad. La de ganarse cariño se expresa en la necesidad neurótica de
afecto
y aprobación. La de ser sumiso incluye la necesidad neurótica de una pareja
dominante.
La de obtener poder se relaciona con las necesidades de poder, explotación,
necesidades neuróticas
Diez defensas irracionales
contra la ansiedad
que se convierten
en parte permanente
de la personalidad
y que afectan el
comportamiento.
166 PARTE DOS Las teorías neopsicoanalíticas
Tabla 4.1 Necesidades y tendencias neuróticas según Horney
Necesidades Tendencias
Afecto y aprobación
Una pareja dominante
Movimiento hacia otros (personalidad complaciente)
Poder
Explotación
Prestigio
Admiración
Logro
Movimiento contra otros (personalidad agresiva)
Autosufi ciencia
Perfección
Límites estrechos para la vida
Movimiento para alejarse de otros (personalidad desapegada)
prestigio, admiración y logro o ambición. La de alejamiento comprende las
necesidades
de autosufi ciencia, perfección y límites estrechos para la vida.
Horney señaló que todos manifestamos cierta medida de estas necesidades.
Por
ejemplo, en algún momento de la vida buscamos el afecto o el logro. Ninguna
de las
necesidades es anormal ni neurótica en el sentido común del término. Lo que
hace
que sean neuróticas es una búsqueda intensa y compulsiva de su satisfacción
como
única vía para resolver la ansiedad básica. El hecho de satisfacerlas no nos
ayudará
a sentirnos seguros; tan sólo reafi rmará el deseo de no sentir el malestar que
nos
produce la ansiedad. Además, cuando tratamos de satisfacerlas tan sólo para
superar
la ansiedad, propendemos a concentrarnos en una sola de ellas y buscamos
compulsivamente
su satisfacción en todas las situaciones.
En sus escritos posteriores, Horney reformuló la lista de necesidades (Horney,
1945). Basándose en el trabajo con sus pacientes, llegó a la conclusión de que
se
podían agrupar en tres categorías, cada una indicativa de las actitudes del
individuo
hacia su persona y hacia otros, y llamó tendencias neuróticas a las
categorías de la
dirección de este movimiento (tabla 4.1).
Dado que las tendencias neuróticas evolucionan a partir de los mecanismos de
autoprotección y los perfeccionan, es posible encontrar similitudes con nuestras
descripciones
anteriores. Las tendencias neuróticas implican actitudes y conductas
compulsivas;
es decir, el neurótico siente el impulso de comportarse de acuerdo con una
de las tendencias neuróticas por lo menos. También las manifi esta
indiscriminadamente
en cualquier tipo de situación.
Las tendencias neuróticas son:
■ Movimiento hacia otras personas (personalidad complaciente).
■ Movimiento en contra de otras personas (personalidad agresiva).
■ Movimiento para alejarse de otras personas (personalidad desapegada).
La personalidad complaciente
Los individuos que tienen una personalidad complaciente exhiben actitudes y
conductas
que refl ejan su deseo de acercarse a otros: una necesidad intensa y
permanente
de afecto y aprobación, la necesidad de ser amado, deseado y protegido.
Manifi estan
tendencias neuróticas
Tres categorías de
conductas y actitudes
hacia uno mismo y hacia
otros que expresan las
necesidades del individuo;
revisión que hizo
Horney del concepto de
necesidades neuróticas.
personalidad
complaciente
Conductas y actitudes
asociadas con la tendencia
neurótica de moverse
hacia otros; por ejemplo,
la necesidad de afecto y
aprobación.
CAPÍTULO 4 Karen Horney: necesidades y tendencias neuróticas 167
estas necesidades a todo el mundo, pero por lo general necesitan a alguien
dominante,
como un amigo o cónyuge, que se haga cargo de su vida y les brinde
protección
y guía.
Los individuos complacientes manipulan a otros, especialmente a su pareja,
con
el propósito de alcanzar sus metas. Se comportan de modo que otros
consideran atractivo
o cariñoso. Por ejemplo, pueden parecer demasiado considerados, agradables,
solidarios, comprensivos y sensibles a las necesidades ajenas. Estos
individuos se
preocupan por estar a la altura de las expectativas y los ideales de otros y se
portan
de modo que los perciban como altruistas y generosos.
En su trato social, son conciliadores y anteponen los deseos de otros a los
suyos.
Están dispuestos a asumir la culpa y a ser deferentes, sin mostrarse asertivos,
críticos
o exigentes. Hacen lo que requiera la situación, según su interpretación, con tal
de
ganarse el afecto, la aprobación y el amor. Su actitud hacia sí mismos siempre
es
de indefensión y debilidad. Horney sugirió que los complacientes están
diciendo:
“Mírame. Soy tan débil y desvalido que debes protegerme y quererme.”
En consecuencia, consideran superiores a los demás y se creen inferiores aun
cuando inclusive son evidentemente competentes. Dado que su seguridad
depende
de las actitudes y el comportamiento de otros hacia ellos, se vuelven
demasiado dependientes,
necesitan la aprobación de los demás y que constantemente los tranquilicen.
Todo indicio de rechazo –real o imaginario– les produce verdadero terror y
provoca que se esfuercen más para recuperar el afecto de la persona que
piensan que
les ha rechazado.
El origen de estas conductas es una hostilidad reprimida. Horney encontró que
los individuos complacientes tienen profundos sentimientos reprimidos de
desafío y
venganza. Desean controlar, explotar y manipular a los demás, justo lo
contrario de
lo que expresan sus conductas y actitudes. Dado que deben reprimir sus
impulsos
hostiles, se han vuelto obsequiosos y siempre están dispuestos a agradar sin
pedir
nada a cambio.
La personalidad agresiva
Los individuos que tienen una personalidad agresiva se dirigen contra otros.
En su
universo, todo el mundo es hostil y sólo sobrevive el más apto y astuto. La vida
es
una selva donde la supremacía, la fuerza y la fi ereza son las virtudes más
importantes.
Aun cuando su motivación es igual a la del tipo complaciente, estos individuos
jamás
muestran miedo al rechazo para aliviar la ansiedad básica. Actúan como
personas rudas
y dominantes, sin la menor consideración por los demás. Para conseguir el
control
y la superioridad que les resultan tan vitales para su existencia, se sienten
obligados
a alcanzar siempre altos niveles de desempeño. Cuando destacan y reciben
reconocimiento,
disfrutan la satisfacción de que otros confi rmen su superioridad.
Dado que el deseo de superar a otros mueve a los individuos agresivos, éstos
juzgan todo en función del benefi cio que obtendrán de la relación. No tratan de
ser
conciliadores, sino que discuten, critican, exigen y hacen lo que sea con tal de
lograr
y retener la superioridad y el poder.
Se esfuerzan al máximo por ser los mejores; por lo tanto, podrían ser muy
exitosos
en su carrera profesional, a pesar de que el trabajo no les procure una
satisfacción
intrínseca. Como todo en la vida, el trabajo es un medio para alcanzar un fi n, y
no
un fi n en sí mismo.
personalidad agresiva
Conductas y actitudes
asociadas con la tendencia
neurótica de moverse
contra otros; por ejemplo,
una actitud dominante
y controladora.
168 PARTE DOS Las teorías neopsicoanalíticas
Un individuo de personalidad agresiva quizá parezca seguro de sus
capacidades
y muy desinhibido para reafi rmar y defender su personalidad. En realidad, la
inseguridad,
la ansiedad y la hostilidad impulsan a los individuos agresivos, tal como a
los complacientes.
La personalidad desapegada
Los individuos que tienen una personalidad desapegada se alejan de los
demás
para mantener una distancia emocional. No deben amar a otros, odiarles ni
cooperar
con ellos, y tampoco se comprometen de forma alguna. A efecto de lograr el
desapego total, procuran volverse autosufi cientes. Para poder funcionar como
una
personalidad sin apegos, tienen que depender de sus propios recursos, los
cuales
deben estar bien desarrollados.
Los individuos desapegados sienten un deseo, casi desesperado, de privacía.
Necesitan
estar solos el mayor tiempo posible y les molesta compartir hasta una
experiencia
tan sencilla como escuchar música. La necesidad de independencia les hace
ser muy sensibles a cualquier intento de infl uir en ellos, de coacción o de
imposición.
Evitan toda clase de restricciones: programas y horarios, compromisos a largo
plazo –como matrimonio o hipotecas– y a veces hasta la presión de un cinturón
o
una corbata.
Desean sentirse superiores, pero no en el sentido de una personalidad
agresiva.
Como no pueden competir con otros por la superioridad, porque ello signifi
caría convivir
con ellos, piensan que su grandeza merece reconocimiento automático, sin que
ellos luchen o hagan el menor esfuerzo. Una manifestación de este sentimiento
de
superioridad es la idea de que uno es único, que es diferente y que se cuece
aparte.
Los individuos que tienen una personalidad desapegada reprimen o niegan
todo
sentimiento por otros, particularmente los de amor y odio. La intimidad
ocasionaría
confl ictos y es preciso evitarla. Debido a esta restricción de sus emociones,
conceden
gran importancia a la razón, la lógica y la inteligencia.
El lector seguramente ha advertido una semejanza entre los tres tipos de
personalidad
propuestos por Horney y los estilos de vida de la teoría adleriana de la
personalidad. La personalidad complaciente se parece al tipo inclinado a recibir
de
Adler; la personalidad agresiva al tipo dominante o autoritario, y la personalidad
complaciente al tipo evasivo. Éste es un ejemplo más de cómo las ideas de
Adler
infl uyeron en explicaciones posteriores de la personalidad.
Horney observó que una de las tres tendencias predomina en los neuróticos y
que las dos restantes también están presentes en cierta medida. Por ejemplo,
alguien
predominantemente agresivo también muestra la necesidad de complacencia y
desapego.
La tendencia neurótica dominante es la que determina la conducta y la actitud
hacia los demás. El modo de obrar y de pensar es lo que más ayuda a
controlar
la ansiedad básica y toda desviación de él representa una amenaza. Por tal
motivo, es
necesario reprimir las otras dos tendencias porque podrían ocasionar más
problemas.
Todo indicio de que la tendencia reprimida está tratando de expresarse
producirá un
confl icto en el individuo.
En el sistema de Horney, el confl icto se entiende como la incompatibilidad
básica
de las tres tendencias neuróticas; es el centro de la neurosis. Todos, sin
importar
si somos neuróticos o no, sufrimos cierto confl icto entre estas tendencias
irreconciliables
en esencia. La diferencia entre un individuo normal y un neurótico radica en la
confl icto
Según Horney,
incompatibilidad esencial
entre las tendencias
neuróticas.
personalidad
desapegada
Conductas y actitudes
asociadas con la tendencia
neurótica de moverse
para alejarse de otros;
por ejemplo, una enorme
necesidad de privacidad.
CAPÍTULO 4 Karen Horney: necesidades y tendencias neuróticas 169
intensidad del confl icto: es mucho mayor en este último. Los neuróticos deben
luchar
por impedir que se expresen las tendencias no dominantes. Son rígidos e infl
exibles, y
encaran todas las situaciones con las conductas y las actitudes propias de la
tendencia
dominante, sean adecuadas o no.
Si una persona no es neurótica, las tres tendencias se expresarán conforme lo
requieran
las circunstancias. A veces será agresiva, otras veces será complaciente o
desapegada. Las tendencias no son excluyentes y se pueden integrar de forma
armónica
en la personalidad. El individuo normal observa conductas y actitudes fl exibles
y se puede adaptar a situaciones que cambian.
La autoimagen idealizada
Horney sostenía que todos, tanto las personas normales como las neuróticas,
construimos
una imagen de nosotros mismos que puede estar basada o no en la realidad.
Su
propia búsqueda de su yo fue difícil. A los 21 años escribió en su diario:
Sigue habiendo un caos tan grande en mi interior... Tal como mi rostro: una
masa informe
que sólo adquiere forma por medio de la expresión del momento. La búsqueda
de nuestro
yo es una verdadera agonía. (Horney, 1980, p. 174.)
Una persona normal construye su autoimagen a partir de una evaluación
realista de
sus capacidades, potencialidades, debilidades, metas y relaciones con los
otros. Esta
imagen confi ere un sentido de unidad e integración a la personalidad y un
marco
de referencia para acercarnos a otros y a nosotros mismos. Para poder realizar
todo
nuestro potencial, ese estado de autorrealización, nuestra autoimagen, debe
refl ejar
claramente nuestro verdadero yo.
La personalidad de los neuróticos, que experimentan un confl icto entre modos
incompatibles de conducta, se caracteriza por la desunión y la falta de armonía.
Estos individuos construyen una autoimagen idealizada con el mismo
propósito
que un individuo normal: unifi car la personalidad. Pero están destinados al
fracaso
porque su autoimagen no se funda en una evaluación realista de las cualidades
y
debilidades, sino en una ilusión, un ideal inalcanzable de perfección absoluta.
En su esfuerzo por realizar dicho ideal, el neurótico sucumbe a lo que Horney
llamó tiranía de los “debería”. Está convencido de que debería ser el mejor o
un perfecto
estudiante, cónyuge, padre de familia, amante, empleado, amigo o niño. Como
su autoimagen real es muy negativa, cree que su conducta debería
corresponder a
la autoimagen ilusoria donde se ve bajo una luz sumamente positiva; por
ejemplo,
como un ser virtuoso, honesto, generoso, considerado y valiente. Al hacerlo,
niega a
su yo real y trata de convertirse en lo que debería o tendría que ser para
corresponder
a la autoimagen idealizada. Sin embargo, sus esfuerzos están condenados al
fracaso;
nunca podrá hacerla realidad.
La autoimagen neurótica no coincide con la realidad, pero es objetiva y
verdadera
para quien la construyó. Los demás advierten claramente su falsedad, no así
su
creador: está seguro de que es real. La autoimagen idealizada es un modelo de
lo que
el neurótico cree ser, puede ser o debería ser.
Por el contrario, una autoimagen realista es fl exible y dinámica; se va
adaptando
a medida que el individuo se desarrolla y cambia. Refl eja cualidades,
crecimiento y
tiranía de los “debería”
Intento de realizar una
autoimagen idealizada
inalcanzable mediante la
negación del verdadero
yo y comportándose en
función de lo que uno
piensa que debería hacer.
autoimagen idealizada
En los individuos
normales, la autoimagen
es una imagen idealizada
de uno mismo, basada
en una evaluación
fl exible y realista de
sus capacidades. En los
individuos neuróticos, la
autoimagen se basa en
una autoevaluación rígida
y poco realista.
170 PARTE DOS Las teorías neopsicoanalíticas
conciencia de sí mismo. Es una meta, algo que perseguir y, por lo tanto, refl eja
y guía
al individuo. En cambio, la autoimagen neurótica es estática, infl exible y defi
nitiva.
No es una meta sino una idea fi ja; no favorece el crecimiento, sino que lo
impide
porque exige el cumplimiento rígido de sus normas.
La autoimagen del neurótico es un sustituto poco satisfactorio de un sentido
objetivo de la valía personal. El neurótico tiene poca confi anza en sí mismo
debido
a la inseguridad y la ansiedad, además de que la autoimagen idealizada no
permite
corregir esas defi ciencias. Ofrece un sentido ilusorio de la valía personal,
enajenándolo
de su yo verdadero. Creada para conciliar modos de conducta incompatibles,
simplemente se convierte en un elemento más del confl icto. Lejos de resolver
el
problema, lo agrava con un creciente sentimiento de futilidad. La más ligera
fractura
en la autoimagen idealizada amenaza el falso sentido de superioridad y
seguridad del
neurótico para el cual se armó toda esta estructura. No se requiere mucho para
demolerla.
Horney dijo que esta autoimagen se asemeja a una casa llena de dinamita.
Los neuróticos tratan de defenderse de los confl ictos internos que provoca la
incompatibilidad de la autoimagen idealizada y la real por medio de la
externalización
y proyectan los confl ictos hacia el mundo exterior. Es un proceso que alivia
temporalmente la ansiedad que produce el confl icto, pero no aminora en
absoluto la
brecha entre la autoimagen idealizada y la real.
La externalización implica una tendencia a experimentar los confl ictos como si
estuviesen ocurriendo fuera de uno. Además, entraña describir las fuerzas
externas
como la fuente que los genera. Por ejemplo, los neuróticos que se odian a sí
mismos
por la discrepancia entre el yo real y el idealizado podrían proyectar el odio
hacia
otras personas o instituciones y hasta llegar a pensar que éste proviene de
esas fuentes
externas y no de su interior.

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