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Material elaborado por la Lic.

en fonoaudiología
Carmen Schleh y la
Lic. en Cs de las Educación Liliana De Luca

EL NIÑO DE 0 A 24 MESES

En los capítulos anteriores se han desarrollado conceptos básicos de


neuropsicología, que es importante tener en cuenta en todos los procesos de
aprendizaje que se llevan a cabo a lo largo de la vida, más aún deben tenerlos
presentes los adultos que rodean al niño y que posibilitan aprendizajes
significativos en los primeros años de vida.

COMPETENCIAS DEL RECIÉN NACIDO

Es necesario pensar al recién nacido como un sujeto activo desde el


nacimiento. Si bien es cierto que, al nacer, el ser humano es dependiente de un
otro para su supervivencia biológica, y especialmente para su constitución
subjetiva, no menos verdadero es el hecho de que está provisto de un conjunto
de reflejos y diferentes competencias que le permiten adaptarse activamente al
medio extrauterino y comunicarse con su entorno. Lejos de imaginar un ser
desprovisto de recursos, éstos se hallan presentes ya desde el desarrollo en el
vientre materno.
Es así como el recién nacido, merced a un equipo genético característico
de nuestra especie, logra percibir el mundo que lo rodea y comenzar a
interactuar con él.
Contrariamente a lo que se creía durante mucho tiempo atrás, el bebé
puede seguir con los ojos desde el cuarto día de vida, un objeto de colores
vivos. Los estímulos visuales que prefiere son el rostro humano y los ojos, y se
ha comprobado que presta más atención al dibujo de un rostro que al de un
dibujo abstracto. Stern refiere que antes del mes el campo visual del lactante
alcanza veinte centímetros, distancia de sus ojos a la madre cuando ésta lo
alimenta. A partir de la sexta semana el bebé es capaz de fijar su mirada en la
madre, sus ojos se agrandan y se hacen más brillantes. Se fortalece así el
vínculo con ella. Ya hacia el tercer mes, el niño puede seguir con la mirada los
desplazamientos de la madre.
Con respecto al sentido del gusto el recién nacido posee una superficie
receptora gustativa más extensa que la del adulto, así como una marcada
sensibilidad táctil al nivel de las palmas de las manos, de las plantas de los pies
y del rostro.
Otro canal de comunicación de gran importancia es el auditivo. Ya desde
la vida intrauterina, a partir de los cinco meses y medio de gestación, aparecen
en el feto las primeras reacciones a estímulos acústicos. Se ha comprobado a
través de las reacciones postnatales a grabaciones, que en el final de la
gestación el feto es capaz de discriminar el cambio de locutor (mujer u hombre)
o reaccionar de forma particular ante la voz de la madre. En este sentido, es

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necesario resaltar que esta marcada sensibilidad a la voz humana contribuirá
luego del nacimiento a fortalecer los vínculos de apego.
Una vez que ha nacido, los sonidos producen que el niño reaccione
orientando sus ojos y su cabeza hacia la fuente de estos, es decir, que esos
sonidos estimulan el reflejo de orientación. Mehler señala que, a las pocas
semanas, parece capaz de percibir los contrastes fonéticos de todas las
lenguas, pero pierde gradualmente esta facultad hacia el final del primer año, y
sólo conserva las distinciones que son pertinentes a la lengua de su entorno,
por lo tanto persisten aquellos fonemas que son reforzados por la lengua
materna. Desde la neurofisiología, se accede a esta posibilidad gracias a la
inhibición diferencial interna que es la que permite el análisis y síntesis de la
información que se recibe; permite justamente, reforzar los sonidos de la
lengua materna y descartar los que no son reforzados.
Estas competencias del recién nacido, que brevemente hemos señalado,
han permitido demostrar a autores como Brazelton y Stern, entre otros, que
estamos ante la presencia de un ser que tiene una participación en la
interacción con la madre y de ningún modo queda relegado a un lugar de
pasividad.
Ahora bien, la madre, a través de sus propias competencias, será la
encargada de decodificar las señales que emita el lactante, generándose un
circuito de reciprocidad en la interacción que Brazelton llama “envoltura de
interacciones recíprocas”. Se establece una relación circular entre la madre y el
bebé, ya que un comportamiento del niño induce un comportamiento materno,
al que a su vez responde el niño. Pero será el adulto quien, en una relación
asimétrica, module las interacciones. La madre le ofrecerá un entorno corporal
y sensorial pleno de sensaciones; a ella le corresponderá también regular el
umbral de tolerancia del niño, corriéndose el riesgo de que si no lo logra, el
bebé se defienda de la falta o exceso de estimulaciones mediante un reflejo
primario de autoprotección (repliegue sobre sí mismo o evitación). Es frecuente
observar, por ejemplo, cómo un bebe sometido a exceso de estímulos, o al que
no se le respetan sus ciclos de sueño y vigilia, se defienda con conductas de
irritabilidad o permanezca más tiempo dormido.

TONO MUSCULAR

Pensar en un recién nacido nos obliga a abordar otro aspecto


fundamental que está relacionado con el concepto de tono muscular. Barraquer
Bordas define al tono muscular como el “estado de tensión permanente de los
músculos, de origen esencialmente reflejo, variable, cuya misión fundamental
tiende al ajuste de las posturas locales y de la actividad general”. El tema del
tono muscular adquiere especial relevancia ya que las acciones que realizará el
niño, en gran medida estarán relacionadas con las características que éste
posea. Veamos por qué. Si bien el tono muscular se expresa en los músculos,
y es una actividad regida por el sistema nervioso central, se encuentra
íntimamente ligado a las emociones.
Señala Wallon que constituye la manera de expresión fundamental del
niño pequeño, cuyas huellas persisten toda la vida, como elementos que
acompañan a la actitud y la expresión corporal. Vale destacar que las

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características del tono muscular varían en cada persona ya que éste
constituye una cualidad inherente a cada sujeto.
Se observan mecanismos automáticos en las variaciones del tono
constitucionalmente determinadas, a partir de las sensaciones que experimenta
el sujeto. De este modo, y recordando la vinculación estrecha entre el tono
muscular y las emociones, ante situaciones de dolor, miedo, desequilibrio,
incomodidad éste se eleva; mientras que, ante ambientes de placer, distensión,
comodidad, disminuye. Por ejemplo, podríamos imaginar cuán elevado se
encuentra el tono muscular de nuestro cuerpo durante los minutos previos a un
examen, y cómo este disminuye una vez finalizada tal situación.
Si aplicamos estos conceptos a la vida cotidiana del bebé, veremos en
cuántas ocasiones se lo somete a situaciones en las que lo invade el miedo, la
ansiedad, la sensación de desequilibrio o caída. Es así como su tono muscular
se elevará impidiéndole ejecutar acciones precisas, coordinadas. Si un niño se
halla concentrado en mantener el equilibrio, porque ha sido colocado en una
postura que aún no puede manejar por sí solo, difícilmente su tono muscular
será lo suficientemente adecuado para explorar su entorno, asir los objetos que
lo rodean, entre otras actividades.
Según Ajuriaguerra el diálogo tónico aparece como un proceso de
asimilación y sobre todo de acomodación entre el cuerpo de la madre y el
cuerpo del niño, quien con su movilidad busca confort en los brazos que lo
sostienen. Esta relación piel a piel es lo que el autor denomina diálogo tónico.
Se deduce entonces la importancia de los primeros contactos entre el
bebé y el adulto. “Así los toques suaves, roces, compresiones, apretones y
rigideces se expresan en los contrastes tónicos que constituyen en la relación
madre e hijo, a nivel de acción concreta, el equivalente de la modulación de la
voz. Desde el ángulo del hijo la respuesta se efectúa a través de su tono
muscular. La madre interpreta en las actitudes tónicas del niño, y según el
significado que su madre tenga para ella, los estados emocionales que él
manifiesta” (Foster-Jerusalinsky).
Además, diferentes autores señalan la necesidad de que exista en los
primeros momentos de la vida del niño, alguien que otorgue sentido y
decodifique las señales por él emitidas a través del llanto, los gestos, etc. Un
otro que organice y estructure el aparato psíquico; que ayude a diferenciar
progresivamente lo exterior de lo interior; en términos del psicoanálisis el yo del
no-yo, y finalmente el yo del otro.
Es así, como se ha conceptualizado de diferentes modos la función
materna. Anzieu, por ejemplo, piensa que las sensaciones cutáneas, el entorno
sonoro y olfativo, las caricias y cuidados maternos, cuando se unen a la propia
actividad exploratoria del sujeto, colaboran en el sentimiento de diferenciación
entre el interior y el exterior.
Winnicott menciona el sostenimiento (holding), la manipulación
(handing) y la mostración de objetos como conductas a tener en cuenta en la
función materna. Con respecto a la primera explica que es la forma en que la
madre toma en sus brazos al bebé. El hecho de sostenerlo de manera
apropiada constituye un factor básico del cuidado. Cualquier falla provoca una
intensa angustia en el niño, con la sensación de desintegrarse, de caer
interminablemente. Frecuentemente se observan adultos que no le ofrecen al
bebé esta seguridad, cuando adquieren un modo de sostenerlo inadecuado, lo

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trasladan de un sitio a otro “como si lo llevaran colgando” y no brindando con
su propio cuerpo la seguridad que él necesita.
Este autor completa la noción de sostenimiento con la de manipulación, a
través de la cual se refiere a la manera que tiene la madre de manipular y
cuidar al niño. Señala que las deficiencias en este sentido militan contra el
desarrollo del tono muscular, la coordinación y contra la capacidad del niño
para disfrutar de la experiencia del funcionamiento corporal.
Es necesario reflexionar sobre las múltiples acciones que se practican
permanentemente sobre el niño pequeño durante los cuidados diarios, en las
actividades relacionadas con la alimentación, vestido, higiene, entre otras, que
inciden en el tono muscular, que, como ya dijimos, posibilitaran o no la
disponibilidad corporal para la acción, base de los aprendizajes. Aún corriendo
el riesgo de ser reiterativos insistimos en reflexionar sobre las múltiples
situaciones que someten al bebé a sensaciones de miedo, ansiedad,
desequilibrio que indudablemente elevarán su tono muscular inhabilitándolo o
entorpeciendo la acción. ¿Qué sentirá el niño si se lo lleva de un lugar a otro
con brusquedad, sin anticipaciones a través de la voz, si en esos cuidados
cotidianos lo que prevalece es la brusquedad en los movimientos?
En este punto debemos destacar, como señala M. Chokler, que la
interrelación de los aspectos emocionales, afectivos, cognitivos, y simbólicos
del sujeto no pueden entenderse fuera del proceso histórico de construcción de
la red de vínculos que aseguran la adaptación transformadora al medio. “El
tono muscular, que mantiene la actitud, prepara y guía el movimiento, es
también y al mismo tiempo, expresión de las fluctuaciones emocionales y de
una toma de contacto con el otro, conformando, tal como señala Wallon, desde
sus orígenes, la función más primitiva, durante mucho tiempo la única, de
comunicación con su grupo social, inicialmente familiar” (Chokler, 1988).

LA COORDINACIÓN DE LOS REFLEJOS

Como señaláramos anteriormente, el niño nace provisto de una serie de


reflejos, que lo ayudan a la adaptación inicial con el medio y contribuyen a
organizar la actividad de intercambio con el mismo.
Los reflejos son reacciones automáticas desencadenadas por
estímulos que impresionan diversos receptores. Veamos un ejemplo a través
de un reflejo que permanece toda la vida como el de parpadeo. La persona
parpadea los ojos al contacto o ante la presencia de algún elemento molesto o
cuando aparece súbitamente una luz brillante, es decir, la luz en este caso es
el estímulo que impacta sobre el ojo que es el receptor.
En algunos casos particulares, los estímulos que desencadenan reflejos
van provocando respuestas menos automáticas a medida que avanza la
maduración del sistema nervioso, por ejemplo, el reflejo de succión. Este
proceso, llamado corticalización consiste en la integración gradual de los
reflejos arcaicos a la actividad voluntaria. Esto es posible gracias a la
maduración de la corteza cerebral, de la cual dependerán. En otros casos,
como en los reflejos de orden neurovegetativo, se mantendrán a nivel
subcortical, tal es el,caso de la deglución y la respiración .

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La Dra Lydia Coriat (…) alerta sobre el riesgo de un esquematismo que
estudie los reflejos aisladamente, ya que los mismos constituyen un todo
armónico, relacionándose entre ellos. Sus respuestas dependen de las
necesidades fisiológicas del momento en que se los solicita, del ambiente y del
estado emocional del bebé.
Si bien todos son importantes, describiremos a continuación sólo
algunos de ellos, que hemos seleccionado considerando la relación con las
intervenciones cotidianas con los lactantes.
Comencemos abordando el reflejo de prensión palmar. El mismo es de
gran importancia en el futuro desarrollo del bebé, y consiste en que el niño
cierra con fuerza sus dedos cuando un objeto roza las palmas de sus manos.
Esta reacción involuntaria aparece en todos los recién nacidos sanos y su
ausencia es signo de la existencia de una patología subyacente.
A partir del cuarto mes el reflejo de prensión, comienza a debilitarse
dando paso a la prensión voluntaria. Es así como el bebé comienza a llevar sus
manos hacia los objetos y alrededor del sexto mes ya puede asirlos según sus
deseos.
El reflejo de Moro es una reacción corporal masiva, subsiguiente al
sobresalto determinado por varios estímulos que tienen la particularidad de
introducir una brusca extensión de la cabeza que altera su relación con el
tronco. Desde el punto de vista biológico podría interpretarse como una
reacción defensiva que tiende a una mejor adecuación del cuerpo en el
espacio. Se lo puede considerar como una reacción equilibratoria arcaica. Este
reflejo desaparece entre el 4to y 6to mes de vida.
Sabemos que el niño no es indiferente ante este reflejo y reacciona
como ante una verdadera agresión, lo que nos lleva nuevamente a plantearnos
la forma en que lo “manipulamos” y sostenemos. Sometiendo al niño a cambios
bruscos de postura, al pasarlo de un brazo a otro, o de los brazos de un adulto
a otro en forma inadecuada, puede desencadenarse el reflejo de Moro.
Otro reflejo que reviste gran importancia es el reflejo tónico cervical
asimétrico. Se trata de un reflejo postural, desencadenado por cambios de
posición de la cabeza en relación con el tronco, de gran trascendencia para el
desarrollo del conocimiento del cuerpo y de su ubicación en el espacio. Este
reflejo hace que el bebé, estando en decúbito dorsal, extienda el brazo y la
pierna del lado hacia el que gira su cabeza. El brazo y la pierna del lado
contrario se mantienen flexionados. También se lo denomina reflejo del
esgrimista porque la postura del niño lo recuerda. Desaparece entre el 4to y 6to
mes de vida.
Este reflejo deja profundas huellas en la conducta psicomotriz del
niño, ya que le da las bases del conocimiento de la mano, hito fundamental del
esquema corporal. A partir de él, el bebé iniciará la exploración de sus manos,
cimiento de las futuras praxias. El conocimiento de cada mano se integra por
separado: el niño ignora la mano que no ve, esta disociación lo ayuda a
concentrarse en el objeto que está frente a sus ojos.

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DESARROLLO DE LAS FUNCIONES CEREBRALES SUPERIORES EN LA
PRIMERA INFANCIA

Vamos a retomar los conceptos trabajados en los primeros capítulos y


analizarlos a partir de los diferentes momentos del desarrollo de la vida del
niño. Nos referimos a las funciones cerebrales superiores: el lenguaje, las
gnosias y las praxias.
Comenzaremos con el lenguaje, pensándolo desde una primera
etapa de la comunicación o nivel prelingüístico que abarca desde el
nacimiento del niño hasta el período comprendido entre los 18 y 24 meses
aproximadamente. En este momento es en donde se observa que, aunque el
niño no haya desarrollado aún un lenguaje verbal, se comunica igualmente con
su entorno a través del tonismo de su cuerpo, de los gritos, los llantos y las
risas, tal como se ha detallado anteriormente. Es decir, que existe una
verdadera comunicación con el medio, específicamente con su madre o
cuidador, más allá del lenguaje verbal.
En esta etapa se adquiere el ritmo de la lengua, la prosodia, es decir,
todo aquello que esté relacionado con la entonación. Así, por ejemplo, se le
pueden decir las cosas más desagradables pero con una voz melodiosa y
cariñosa y el niño nos sonreirá ya que lo que comprende no es el significado de
las palabras sino la entonación y la afectividad puesta en la emisión sonora.
Por el contrario, podemos decirle que lo queremos mucho, que estamos
contentos de tenerlo con nosotros y que es un bebé precioso, pero si se lo
decimos gritando y con cara de enojados, el niño se asustará y llorará.
Asimismo, en esta etapa comienza el desarrollo del aspecto
fonemático, es decir, que adquiere los primeros sonidos o fonemas de la
lengua materna, y hay un esbozo de desarrollo del aspecto semántico del
lenguaje (aparece el monosílabo intencional). Este último aspecto se relaciona
con los significados de las palabras, es decir, que el niño aprende no sólo a
pronunciar las palabras sino también lo que ellas significan. Este proceso de
aprendizaje complejo e intrincado comienza en este nivel pre-lingüístico.
Veamos cómo se da desarrolla este proceso.
En las primeras semanas de vida, las actividades innatas como la
respiración, deglución, grito, llanto y succión dan origen a mensajes sensoriales
y cinestésicos de la zona orofacial que son sensaciones y registros de los
movimientos realizados con la boca. Se elaboran verdaderas fórmulas
propioceptivas que se van registrando en la corteza cerebral, preparatorias
para el desarrollo del código fonológico, es decir, para la adquisición de los
distintos sonidos de la lengua materna.
Las primeras vocalizaciones del niño pertenecen al balbuceo reflejo,
donde el bebé produce sonidos generalmente cuando sus necesidades
biológicas están satisfechas. Emiten sonidos q a los adultos q ya hemos
adquirido la lengua materna, nos resulta muy dificultoso reproducir. Este
balbuceo está presente en todos los niños, incluso en los hipoacúsicos.
Alrededor de los tres o cuatro meses se inicia la etapa del juego vocal
propioceptivo; el niño siente placer al reproducir fórmulas cinestésicas, es decir,
que le interesa más la repetición del movimiento en sí, que el sonido que
produce. En la etapa siguiente, la del juego vocal propioceptivo-auditivo, en la
que la audición comienza a tener un rol más importante en su función analítico-

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sintética, empieza a reproducir los sonidos de la lengua materna y va dejando
de lado aquellos que no son reforzados.
Se van adquiriendo así los primeros estereotipos fonemáticos: fonemas
/m/, /p/, /b/, /g/, /j/, /k/. Es de destacar que los primeros fonemas consonánticos,
entonces, son aquellos en los que intervienen los músculos de la zona orofacial
que participaron previamente en los gritos, el balbuceo, los llantos, en la
deglución, es decir, que no es casual que aparezcan en primer término, ya que
la musculatura que interviene en su producción es la que estuvo más
ejercitada y estimulada en las actividades innatas.
Teniendo en cuenta estas características del juego vocal es
importante estimularlo, imitando sus emisiones y agregando nuevas fórmulas
en situaciones de la vida cotidiana. Mirarlo a la cara cuando se le habla
buscando el contacto visual, estableciendo así una verdadera “conversación”
vocálica.
La adquisición de los fonemas sigue una cronología que ha sido
minuciosamente estudiada por Roman Jakobson (1974). Sostiene que se
cumplen en todos los niños determinadas regularidades, más allá de la lengua
materna que se hable en su entorno. (1)
Alrededor de los 6 meses hay un esbozo de descodificación semántica,
es decir, de comprensión de una palabra, con la aparición de la “palabra señal”;
ésta se constituye como una señal sensoperceptiva más dentro de un entorno,
como cualquier otro estímulo visual, táctil, auditivo y siempre relacionado con
sus necesidades biológicas. No constituye aún un signo lingüístico en sí mismo
y el niño va a responder a esa palabra cuando se presente dentro de un
determinado contexto. Esta etapa es muy efímera y suele pasar desapercibida.
Así, por ejemplo, cuando la madre prepara la mamadera, el niño asocia los
ruidos que ella realiza, la temperatura y sabor de la leche, la sonrisa de su
madre y la palabra “mamadera”, donde esa palabra aún no es un signo
lingüístico, es una señal sensoperceptiva más igual que el resto, y dicha fuera
de ese contexto, pierde su valor de señal.
Las primeras descodificaciones semánticas, o sea, la primera
comprensión de los significados, se relacionan invariablemente con situaciones
concretas. Así las experiencias de M.M. Koltsova mostraron que para la
comprensión de una palabra eran necesarias distintas condiciones: que el niño
se encontrara en determinada posición, que la palabra fuera dicha por una
persona específica, acompañada con un gesto determinado y también con una
entonación especial. En una etapa posterior, ya la posición del niño podía
variar; luego deja de tener efecto quién dice la palabra, pero sí se tiene en
cuenta el gesto y la entonación. Entre los 18 y 24 meses, la palabra se
emancipa de estas condiciones accesorias y comienza a tener peso por sí
misma.
Luria (1979) había indicado que la comprensión del niño pequeño se
realiza gracias a cuatro variables que operan en conjunto y se van desglosando
paulatinamente: la entonación, la mímica, los gestos y el propio contenido del
mensaje. En los niños pequeños el reflejo de orientación que suscita una
palabra nos está indicando que la ha comprendido. Según las investigaciones
de Ana María Aizpún (1998) los niños ya a los cuatro meses tienen este reflejo
cuando son llamados por su nombre.

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Con el monosílabo intencional, alrededor de los 9 meses, comienza
también en forma muy embrionaria el desarrollo de la codificación semántica,
cuando el niño, dentro de su juego vocal destaca una sílaba privilegiada frente
a una persona o un objeto determinado. Así, por ejemplo, el niño está
realizando un juego vocal: “mamamamama”, y frente a la aparición de la madre
intensifica el tono en una de esas sílabas: “mamama ma”, para luego seguir
con su juego “mamamama”. Con esto está indicando una intención
determinada dentro de su juego vocal, frente a la presencia de su madre. Es el
primer esbozo de significado.
Conforme lo expresado por Azcoaga (1998) la información semántica
comienza como sensoperceptiva y relacionada siempre con las motivaciones
del niño, que en esta etapa son sus necesidades biológicas y afectivas. Las
palabras son comprendidas por lo menos entre cuatro a seis meses antes de
ser utilizadas. Esto presupone que el niño ya la tiene en su memoria de largo
plazo, pero la aparición en su vocabulario depende de sus posibilidades y de
sus restricciones fonológicas, es decir, expresivas.
Alrededor de los 18 meses se manifiesta la “palabra frase”. Esta
palabra es un sustantivo, relacionado con sus motivaciones y con ella el niño
quiere expresar toda una idea. Nuevamente vemos aquí la diferencia que
existe entre los procesos de descodificación y codificación. Sus restricciones
fonológicas y sintácticas le impiden expresar la idea en forma desplegada. Así,
por ejemplo, dice “agua” por “mamá, dame agua” o “quiero agua”.
A modo de resumen observemos el siguiente cuadro, donde se tienen
en cuenta ambos códigos del lenguaje:

EDAD CÓDIGO SEMÁNTICO CÓDIGO


FONOLÓGICO
Descodificación Codificación Codificación
6 meses Palabra señal Adquisición de los
9 meses Monosílabo primeros fonemas
intencional de la lengua
18 meses Palabra frase materna

En esta etapa pre-lingüística, es importante hablarle al bebé mientras


se está con él, mientras se lo cambia, se lo baña, se le da de comer. Es una
creencia muy corriente que a los niños no hay que hablarles, ya que no
entienden. Por todo lo investigado y desarrollado sobre esta etapa, se puede
afirmar que aunque no comprendan la semántica del lenguaje, sí descodifican
los mensajes del entorno. En un principio comprenderán sólo la prosodia, pero
paulatinamente la comprensión se desplazará a los signos lingüísticos.
En el capítulo 1 mencionamos la importancia que tienen las gnosias,
otra de las funciones cerebrales superiores, para los futuros aprendizajes, ya
que se relacionan con la capacidad de reconocimiento de los estímulos
sensoperceptivos. También, al inicio de este capítulo hemos reflexionado en
torno a las competencias del recién nacido.
Veamos algunos ejemplos de la organización de diferentes tipos de
gnosias en el niño pequeño. El reconocimiento visual del rostro humano, no se
logra globalmente sino con la incorporación paulatina de distintos rasgos. En un

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principio el bebé distingue los rasgos superiores del rostro: los ojos, luego la
nariz y la boca conformándose así la fisonomía de la cara. Recordemos que la
mirada es el canal de comunicación con la mamá en el momento de la
lactancia, por lo tanto, los ojos del otro son el primer rasgo que se adquiere en
la conformación de esta gnosia. Spitzs señala como el primer organizador del
desarrollo psíquico a la sonrisa social de los tres meses aproximadamente.
Las gnosias táctiles, las olfativas y las gustativas están relacionadas en
un principio a las primeras experiencias del bebé, que luego se irán afianzando
con el lenguaje y el intercambio con su contexto.
Las investigaciones no han dedicado demasiado espacio a las gnosias
olfativas y gustativas y de ellas se conoce información a través de la patología,
sin embargo, tienen un papel destacado en la crianza del bebé humano.
Para el desarrollo de las gnosias gustativas es de especial
importancia, por ejemplo, la forma en que se inician los cambios en la
alimentación, la incorporación de las primeras comidas semisólidas y sólidas,
variando las distintas texturas y sabores de los alimentos.
La exploración del espacio mediante el desplazamiento del bebé ya sea
rodando, reptando, gateando, le proporciona al niño la posibilidad de ir
construyendo paulatinamente las nociones de espacio y tiempo. Recorrerá
distancias, reconocerá distintos espacios que irán organizando las pratognosias
correspondientes. 1
El esquema corporal es un claro ejemplo de la construcción de una
gnosia compleja. Veamos: si tomamos los aportes de diversos autores como
Henry Wallon, Freud, Piaget, desde diferentes encuadres teóricos, observamos
que el primer espacio de exploración es el bucal. La boca como primer espacio
aporta un conjunto de informaciones de la piel, las mucosas de la lengua, de la
zona orbicular; es información táctil, gustativa, térmica, dolorosa, que permite
reconocer objetos determinados como, por ejemplo, sus propios dedos.
Progresivamente se van incorporando otras zonas del cuerpo a través de la
actividad motora, así la exploración que realiza con sus manos y con sus pies
le permite incluir otros elementos al esquema corporal. Más adelante, la
bipedestación incorporará el tronco, las piernas y los brazos. También
intervienen en esta compleja gnosia componentes somatosensoriales como el
de dolor (cuando se lastima un dedo, cuando le tiran del pelo), la percepción de
diferentes temperaturas, etc. Entonces, en conclusión, los principales
componentes que intervienen en la construcción del esquema corporal son
propioceptivos, visuales y táctiles.
En el período que va desde el año a los dos, con el progreso de la
marcha y la integración de informaciones propioceptivas, cinestésicas y
vestibulares se va conformando una síntesis cada vez más estable del
esquema corporal.
Esta síntesis progresiva se fortalece a través de actividades lúdicas
como juegos de imitación de posturas, canciones que impliquen movimientos
de distintas partes del cuerpo, juegos frente al espejo, juegos motrices como
trepar, correr y saltar.

(1)Se entiende por pratognosia o praxia constructiva a la manifestación combinada de una gnosia visuoespacial y la
correspondiente actividad práxica (Azcoaga, 1979)

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Finalmente nos referiremos a la tercera función cerebral superior que
son las praxias.
¿Qué praxias son las que se desarrollan en esta etapa? Como ya se
mencionó anteriormente, en realidad la organización funcional es una
pratognosia, es decir, que se organiza una función compleja donde hay
componentes gnósicos y práxicos. Esto se refiere a que toda actividad motora
va a tener un registro cinestésico y sensoperceptivo simultáneo.
El niño gatea, aprende a caminar, utiliza sus manos para tomar los
objetos, aprende a usar la cuchara y el tenedor, a correr, a subir escaleras, a
vestirse. Estas son algunas de las praxias que se van desarrollando en esta
etapa.
En el inicio del aprendizaje de las praxias, los movimientos son torpes e
inseguros y a medida que se van ejercitando se van haciendo más precisos,
por acción de un tipo especial de inhibición. Nos referimos a la inhibición
diferencial interna que mantiene aquellos movimientos que resultan óptimos y
deja de lado aquellos que no dan buenos resultados. Es así como al observar a
un niño pequeño patear una pelota, por ejemplo, vemos que hasta puede llegar
a caerse al levantar una pierna para pegarle ya que no logra establecer el
equilibrio adecuado. Paulatinamente y a través de varios días de juego, irá
encontrando el equilibrio necesario para logar el movimiento acertado y
preciso.
El lenguaje de los adultos va a ir regulando el aprendizaje, ya que con
indicaciones verbales se va alentando y corrigiendo el accionar del niño.
Si pensamos en la práctica docente, advertimos la importancia que adquiere su
intervención, cuando por ejemplo a través de indicaciones verbales le enseña
al niño a tomar correctamente el lápiz, a utilizar la tijera, abrir el cierre de las
mochilas, sacarse o ponerse un abrigo, entre otras actividades.
Una mención particular merece el aprendizaje de las praxias manuales
por la futura incidencia en la escritura. Las mismas se desarrollan dentro de la
evolución global del niño.
Cuando pensamos en la coordinación visomotora nos referimos a la
capacidad que permite ajustar con precisión el movimiento corporal como
respuesta a estímulos visuales. Lidia Coriat en su libro “Maduración psicomotriz
en el primer año de vida” describe el desarrollo de la prensión, no de un modo
aislado, sino en relación con el desarrollo psicomotor general.

ACTIVIDAD NERVIOSA SUPERIOR Y DISPOSITIVOS BÁSICOS

En los primeros meses de esta etapa, que recordemos, va desde el


nacimiento hasta aproximadamente los dos años, hay un predominio de la
inhibición, por eso el bebé duerme tantas horas. Es una inhibición protectora
del sistema nervioso, ya que se fatiga con rapidez y necesita descansar. El
sistema nervioso del bebé necesita tiempo para adaptarse al medio externo. La
información que recibe es mucha y de muy variada índole y el cerebro necesita
un tiempo de maduración para poder procesarla. Por eso se protege y es
entonces que el bebé se duerme.
La excitación se manifiesta a través de la conducta refleja, por
ejemplo, el reflejo de succión que ya aparece en la vida intrauterina, se va a
exteriorizar en el recién nacido, frente a la estimulación de la zona peribucal.

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En la medida en que va transcurriendo el tiempo, cuando ya el niño puede
masticar, el reflejo se inhibe y aunque estimulemos esa zona, no va a aparecer.
Esto sucede también con otros reflejos, como ya se ha visto en otro apartado
de este mismo capítulo.
Paulatinamente, con el correr de los meses, se va estableciendo un
equilibrio entre ambos estados (excitación-inhibición) y el bebé puede
permanecer despierto más tiempo.
En este período las necesidades básicas del niño son las que
generan la comunicación con el adulto. Así, las necesidades de alimentación, la
comodidad física, la necesidad de dormir, el respeto por los ritmos de sueño y
vigilia, la demanda de afecto, son los generadores de señales que el niño envía
al adulto y establece así una comunicación. La comunicación del bebé se
genera en sus necesidades biológicas, en sus motivaciones, que
paulatinamente se irán transformando en psicológicas.
Como ya se mencionó con anterioridad al referirnos a la coordinación de
los reflejos, el reflejo de orientación es el inicio de desarrollo de la atención. El
niño deja de succionar, busca con la vista el origen de algún estímulo,
suspende la actividad que estaba llevando a cabo; todas estas conductas se
relacionan con el reflejo de orientación. Las respuestas aún son muy
inestables, ya que la aparición de nueva información generará una nueva
búsqueda, un nuevo reflejo de orientación.
Según las palabras de Luria 2, a fines del primer año de vida y
comienzos del segundo, la denominación de un objeto o la orden verbal
empiezan a adquirir su influencia rectora y reguladora; el niño orienta su mirada
al objeto nombrado, destacándolo entre los demás, o bien lo busca, cuando
dicho objeto no se halla ante él. Sin embargo, en esta etapa, la influencia de la
palabra del adulto, guiadora de la atención del niño, es todavía muy inestable y
la reacción de orientación suscitada por ella cede raudamente su puesto a la
reacción orientadora directa provocada por un objeto más vistoso, nuevo o de
mayor interés para el niño. Así, por ejemplo, si le pedimos que nos alcance un
oso que está a cierta distancia y en el camino se cruza con algo que le llamó la
atención, rápidamente se olvida de nuestra orden verbal y se queda jugando
con aquello que encontró a su paso.

PERÍODO SENSORIO MOTOR

No podemos finalizar este capítulo sin antes hacer, aunque sea una
breve mención al desarrollo del pensamiento. Para ello recurriremos a los
aportes de
Jean Piaget quien describió las características del pensamiento de los niños en
diferentes etapas. Tomaremos aquí algunas generalidades de la etapa que
estamos desarrollando.
A partir de las actividades reflejas que tiene el niño al nacer (reflejo de
succión, de prensión, entre otras) se va relacionando con el medio que lo
rodea, así, por ejemplo, succiona todo objeto que tiene al alcance de su mano.

2 Luria, A.R. Atención y memoria – Ed. Fontanella - 1984

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Pero de esa actividad, va a ir diferenciando distintas consistencias y se va a dar
cuenta qué objetos succionar y cuáles no.
En esta edad, los objetos le dicen a los niños lo que tiene que hacer,
así si ve una escalera, es para subir, o una silla para treparse, un cajón para
abrirse.
Las condiciones del medio van a ir modificando estas conductas
sensorio-motrices que son cada vez más complejas. Pero la comprensión del
mundo no va más allá de las propiedades de los objetos ni más allá tampoco
de los acontecimientos que originan directamente las acciones que están
relacionadas con tales objetos. Tiene un conocimiento práctico del modo en
que las cosas se conducen cuando él las manipula, pero no dispone de una
concepción del por qué de esas conductas.
Dicen Goñi y Gonzalez al referirse a la inteligencia en el período
sensorio motriz: “Es una inteligencia esencialmente práctica, situacional,
limitada en el espacio y en el tiempo, ya que se apoya sobre la acción y la
percepción y conduce a la constitución del objeto permanente y a la
construcción del universo espacio-temporal próximo.”
Uno de los logros adquiridos en la etapa sensoriomotora es el
desarrollo del concepto de permanencia del objeto, el conocimiento de que un
objeto sigue existiendo independientemente de que podamos verlo, escucharlo,
tocarlo, probarlo y olerlo.
Así, alrededor de los dos años aparece la representación mental, es
decir, la capacidad de evocación de lo real mediante significantes diferenciados
de sus significados. La representación implica rebasar lo inmediato, es decir, el
campo perceptivo motor, en una reunión significante-significado diferenciado,
imagen mental, evocación de una realidad ausente. La imitación diferida, el
juego simbólico, el lenguaje, el dibujo o imagen gráfica y la imagen mental son
conductas que demuestran que el niño ha adquirido la función simbólica.
Recordemos que para que este proceso sea posible será necesario que
el niño pueda explorar el entorno, ser un sujeto activo que interactúe con los
otros y con lo que el medio le ofrece. Será de fundamental importancia la
actividad motriz que lleve a cabo, la que contribuirá a desarrollar lo que Piaget
llama categorías de tiempo, espacio y causalidad. De allí que la libertad de
movimiento incidirá en la calidad de la construcción que el niño realice. No será
lo mismo que él pueda desplazarse en el piso, por ejemplo, a que permanezca
sentado en un carrito durante varias horas.

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