Está en la página 1de 47

II

LA CELEBRACIÓN
DE LA MANIFESTACIÓN
DEL SEÑOR
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

2
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

Cada año empieza con Adviento un nuevo ciclo litúrgico del misterio de Cristo, con un
tiempo que celebra su espera y su manifestación, recordando su venida en medio de
nosotros. Aunque históricamente este ciclo nace independientemente de la fiesta de Pascua,
está englobado en el único ciclo, en el único misterio de Cristo. Tiene con el ciclo pascual
una cierta semejanza: la preparación (Adviento), la celebración (Navidad-Epifanía), la
prolongación en el tiempo de Navidad con sus particulares conmemoraciones hasta el
Bautismo de Jesús (al menos en el rito romano) y la Presentación del Señor en el templo,
como indica la monición inicial de esta antigua fiesta jerosolomitana.
Aunque la explicación del origen y del desarrollo de este ciclo no es clara y orgánica como
la de Pascua, es esencial en la actualidad poner de relieve su relación teológica y pastoral;
así ha hecho la Iglesia de Roma en la teología natalicia primitiva; así lo ha hecho también
el Oriente cristiano con sus peculiares celebraciones del misterio de la Encarnación.
Navidad pertenece al misterio pascual. No olvidemos que con una expresión popular
definimos el nacimiento del Señor Pascua de Navidad y en algunos libros litúrgicos de
Oriente se denomina como Pascua la fiesta de Navidad.
Para comprender hasta el fondo el desarrollo de este ciclo, debemos recordar y aplicar
algunas leyes de la evolución litúrgica.
Ante todo, la memoria de Navidad sigue la lógica de la predicación apostólica. Primero se
predica y se celebra el misterio pascual de Cristo. Posteriormente la Iglesia se remonta, con
su predicación primero y celebración después, a los misterios de la Encarnación y de la
infancia de Jesús.
Influye además un factor evolutivo en la consolidación de este ciclo; se trata de la 3
progresiva reflexión teológica sobre el misterio de la divinidad y humanidad de Cristo y
sobre la maternidad divina de María, especialmente a partir del siglo IV y V. De aquí se
pasa a la celebración de estos misterios que son precisamente los que se refieren a la
Encarnación del Verbo y a la maternidad de María, con una gran riqueza en la profesión de
la fe y en la teología litúrgica.
Hay, finalmente, en la raíz de este ciclo una base de religiosidad natural o pagana en torno
al misterio de la luz y del sol nuevo, la fiesta universal de Oriente y de Occidente; fiesta
que el cristianismo trata de evangelizar y de apropiarse bajo el signo de Cristo, luz del
mundo.
También influye en este como en otros casos la liturgia de la Iglesia madre de Jerusalén,
con las celebraciones vinculadas a los lugares del nacimiento de Jesús en la gruta de Belén
y en la Basílica de la Natividad erigida sobre ella. Existe todavía otro fenómeno digno de
notar, constituido por el intercambio de celebraciones entre Oriente y Occidente. En efecto,
Oriente celebra al principio, en los primeros días de enero, la fiesta de la manifestación del
Señor, con su relación con la fiesta de la luz, pero orientándose hacia la conmemoración
del misterio de la manifestación de Cristo en su Bautismo en el Jordán, cuando una luz lo
envuelve, como dice el evangelio de los ebionitas.
En Occidente, especialmente en Roma, se fija la conmemoración del nacimiento de Cristo
en torno a la fecha del 25 de diciembre, en la fiesta pagana del solsticio de invierno en honor
del Sol Invicto. Al final del siglo IV, Oriente celebra también el nacimiento de Cristo en la
fecha romana del 25 de diciembre, como se deduce de los sermones de Juan Crisóstomo.
Occidente celebra también la Epifanía del Señor, con una típica acumulación de hechos
manifestativos de los cuales se habla todavía en la liturgia romana: la adoración de los
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

Magos, el Bautismo en el Jordán y el milagro de Caná.


Por una cierta simetría con la celebración de la Pascua, posteriormente se organiza en
Occidente el Adviento. Pero se trata de una preparación; presente en Oriente con otro tipo
de celebraciones, sin que exista un tiempo exacto de preparación como nuestro Adviento.
Finalmente, en torno a Navidad, nacen las primeras celebraciones marianas de la Iglesia,
como evolución lógica de la inserción de María en la obra de la salvación. Tales fiestas
derivan de la proclamación del evangelio de la Anunciación antes de la Navidad y de la
celebración de una particular sinaxis de agradecimiento en honor a la Madre de Dios, en
torno a la Natividad del Señor.
La celebración de los Santos también tiene su núcleo primitivo en torno al nacimiento del
Señor, no solamente para san Esteban, sino también para otros apóstoles y mártires
venerados en este período.
Tratemos ahora de trazar esquemáticamente en sucesivos capítulos el sentido de las
celebraciones memoriales de la manifestación salvífica del Señor en la carne. Si bien en su
origen histórico Navidad precede a la formación del tiempo de Adviento, preferimos iniciar
con el estudio del tiempo que precede y prepara la Navidad, siguiendo el dinamismo del
año litúrgico.

4
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

Capítulo Primero
ADVIENTO, CELEBRACIÓN DE LA
ESPERA DEL SEÑOR

El tiempo actual de Adviento como momento litúrgico de preparación a Navidad tiene un


desarrollo histórico complejo y una teología difícil en la que se juntan temas referentes a
las dos venidas del Señor: su aparición en el tiempo con su nacimiento y su venida en la
gloria en la parusía; este último tema, que es posterior, prevalece en la primera parte de este
tiempo litúrgico, para dar paso, poco a poco, a lo que prácticamente constituye el sentido
propio del Adviento cristiano: la celebración de la espera del Señor, de su venida en la
carne, recordada cada año al inicio del ciclo litúrgico.

HISTORIA

En los orígenes del Adviento cristiano

Noticias históricas, esparcidas en diversas iglesias especialmente en Occidente, nos


permiten deducir el nacimiento de un período de preparación a Navidad ya en torno al siglo
VI, poco más o menos en una época posterior al pontificado de León Magno, el gran teólogo
de Navidad, que ignora en sus sermones la existencia de este tiempo de preparación. Este 5
ciclo, pues, aparece furtivamente en varios lugares y por diversas motivaciones, hasta cuajar
en un tiempo bien determinado.

En España

Un canon del Concilio de Zaragoza, celebrado aproximadamente en los años 380-381,


invita a los fieles a acudir a la asamblea durante las tres semanas que preceden la fiesta de
Epifanía, a partir por tanto del día 17 de diciembre. Los cristianos son invitados a huir de
la dispersión de las fiestas paganas de aquellos días, a reunirse en asamblea, a evitar
penitencias extravagantes (caminar descalzos, escaparse a los montes), propuestas
probablemente por las sectas que se inspiraban en el hereje Prisciliano. Parece que se trata
de un período de preparación al sacramento del Bautismo que se celebraba, según el uso
oriental, asumido también por España, en la fiesta de la Epifanía que celebraba el Bautismo
del Señor. Sería, pues, al principio una preparación bautismal en vistas de la fiesta de la
Epifanía, cuando todavía no había entrado en las iglesias ibéricas la celebración de la fiesta
romana de Navidad del 25 de diciembre.
Posteriormente el rito hispánico conocerá un sugestivo tiempo de Adviento con seis
semanas de preparación y con una preciosa eucología en sus textos.

En Francia

En un sermón medieval de Adviento del abad Bemón de Reichenau (+ 1048) acerca de la


venida del Señor, se cita un texto atribuido a san Hilario de Poitiers (+ 367), en el que el
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

santo doctor invita a los fieles a prepararse al Adviento del Señor con tres semanas de
prácticas ascéticas y penitenciales, tal vez como reacción a las fiestas paganas del fin del
mes de diciembre. El número de tres semanas lo motiva el texto por el simbolismo de las
tres venidas del Señor: la primera en su revelación a la conciencia, la segunda en su
manifestación mediante la ley, la tercera cuando vino por la gracia para revelar la vocación
de todas las gentes (cf. PL 142, 1086-1087).
En el siglo V encontramos una especie de cuaresma o tiempo de preparación a la fiesta
romana de Navidad del 25 de diciembre, que comienza seis semanas antes. Es la llamada
cuaresma de san Martín, que empieza precisamente el 11 de noviembre, fiesta de san Martín
de Tours. Un dato apoyado por el testimonio de Gregorio de Tours (+596) y referido a su
antecesor en la cátedra episcopal el obispo Perpetuo (cf. PL 71, 566). En un sermón de San
Máximo de Turín (+465) encontramos ya reflejado este sentido de preparación a Navidad
pero con una referencia a la dimensión de la caridad que tiene que influir en la vida social:
«En preparación a la Navidad del Señor, purifiquemos nuestra conciencia de toda mancha,
llenemos sus tesoros con la abundancia de diversos dones, para que sea santo y glorioso el
día en el que los peregrinos sean acogidos, las viudas sean alimentadas, y los pobres sean
vestidos...» (PL 57,224.234).

En Rávena

La ciudad imperial de Rávena, con sus hermosas basílicas y preciosos mosaicos, es un


centro de gran vitalidad litúrgica; su influjo se extiende a su área cultural y geográfica en 6
el Adriático. Parece que en esta iglesia local, puente entre Oriente y Occidente, la
preparación a la fiesta de Navidad tiene un carácter más destacadamente mistérico, con
oraciones que se refieren al nacimiento del Señor ya su preparación en el AT. Son testigos
de esta tradición tanto los sermones de san Pedro Crisólogo como las oraciones del Rótulo
de Rávena, publicado por L.C. Mohlberg juntamente con el Sacramentario Veronense. Las
oraciones, según algunos autores, revelan el influjo de san Pedro Crisólogo. Esta
preparación se orienta a la contemplación del misterio del nacimiento del Señor más que a
una serie de prácticas ascéticas, y reviste un carácter más teológico y espiritual que
penitencial. En estos textos, tal vez por influjo del Oriente, se habla más del misterio del
Verbo Encarnado, de la colaboración de María, de la espera de Zacarías e Isabel, como
fruto de una lectura espiritual de los episodios bíblicos que se refieren al nacimiento del
Salvador. Algunos textos de esta tradición han sido recuperados en la actual liturgia romana
del Adviento, con oraciones inspiradas en el Rótulo de Rávena.

En Roma

Un efectivo tiempo de Adviento se conoce en Roma solamente hacia el siglo VI, si es válida
la hipótesis que atribuye su instauración al Papa Siricio. De las seis semanas iniciales, como
todavía existen en el rito ambrosiano, se pasa definitivamente, con algunas oscilaciones que
registran cinco semanas, a las cuatro definitivas, propuestas por san Gregorio Magno. El
carácter escatológico de este tiempo parece que deriva del influjo de san Columbano y de
sus monjes y encuentra resonancia en un famoso sermón de Gregorio Magno sobre Lc
21,25-33 con ocasión de un terremoto (cf. PL 76,1080). Así, el tema del último juicio ha
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

caracterizado definitivamente el sentido del primer domingo de Adviento hasta nuestros


días.
La misma palabra latina adventus, aplicada primitivamente a la venida de un personaje, del
emperador, ha sido asumida por la liturgia como la espera de la venida gloriosa y solemne
de Cristo, que no puede ser más que su definitiva aparición en el mundo al final de los
tiempos.
El paralelismo de las dos venidas de Cristo, que tan fuertemente caracteriza hoy la liturgia
de Adviento, es antiguo. La Catequesis XVa de Cirilo, que la Iglesia propone en el oficio
de las lecturas del primer Domingo de Adviento, es un testimonio del influjo de este tema
en la vida de los cristianos y su orientación espiritual hacia la espera del Señor.

La evolución posterior

En la sucesiva evolución del Adviento durante la edad media, se introducirán elementos


típicamente relacionados con el misterio de la Navidad, como por ejemplo: el canto Rorate
coeli desuper y más tarde las antífonas mayores del Magníficat que comienzan con la
palabra «O», con su hermosa y característica melodía gregoriana. Estos textos constituyen
una síntesis de la historia de la espera del Mesías, una proclamación de sus títulos y sus
funciones, una actualización del deseo de su venida a través del grito: Ven!, que hace de la
oración de los justos del Antiguo Testamento la plegaria de la Iglesia hasta que el Señor
vuelva.
El tema de las venidas y de la esperanza inspira los sermones de san Bernardo sobre el 7
Adviento, se actualiza en algunas estrofas de las poesías de san Juan de la Cruz sobre el
prólogo del evangelio de Juan en el que inserta la espera y la esperanza de los justos del
Antiguo Testamento. Una espiritualidad que marca con fuerza la vida de los fieles a través
de la historia hasta nuestros días.

Adviento hoy en la Iglesia occidental

Las Normas universales sobre el año litúrgico y el calendario, del año 1969, presentan así
el carácter propio del Adviento: «El tiempo de Adviento tiene una doble índole: es el tiempo
de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera
venida del Hijo de Dios a los hombres y es, a la vez, el tiempo en el que, por este recuerdo,
se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los
tiempos. Por estas dos razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una
expectación piadosa y alegre» (n. 39). «El tiempo de Adviento empieza con las primeras
vísperas del Domingo que cae el 30 de noviembre o es el más próximo a este día, y acaba
antes de las primeras vísperas de Navidad» (n. 40).
En este tiempo cabe distinguir con claridad un primer período que se extiende desde el
principio de Adviento hasta el 16 de diciembre inclusive y un segundo período que va del
17 hasta el 24 de diciembre.
A nivel de orientaciones de contenidos espirituales, hay que advertir que no se considera
como un tiempo de penitencia, sino más bien de alegre y gozosa espera. El tono un tanto
pesimista de las anteriores oraciones ha sido purificado y orientado hacia el tema de la
esperanza y del encuentro con el Señor.
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

La nueva ordenación de la liturgia, tras los primeros momentos de orientación escatológica,


especialmente en el primer Domingo de Adviento, hace deslizar pronto la atención hacia el
aspecto primordial que es el de la preparación de la venida del Señor en la carne, con la
celebración de su espera mesiánica. Esto especialmente en la inmediata preparación que
inicia con la fecha del 17 de diciembre, tiempo mariano por excelencia de la liturgia,
inmediata preparación a la fiesta del nacimiento del Señor.
No obstante, queda un cierto dualismo que a nuestro parecer no favorece la claridad del
planteamiento litúrgico y pastoral. El sentido primordial del Adviento parece ser el de la
celebración de la espera mesiánica y de la preparación a revivir en la Navidad esta presencia
del Dios-con- nosotros, el Emmanuel.

TEOLOGIA

A la luz de la liturgia de la Iglesia y de sus contenidos podemos resumir algunas líneas del
pensamiento teológico y de la vivencia existencial de este tiempo de gracia.

Adviento, tiempo de Cristo: la doble venida

La teología litúrgica del Adviento se mueve en las dos líneas enunciadas por el Calendario
romano: la espera de la Parusía, revivida con los textos mesiánicos escatológicos del AT y
la perspectiva de Navidad que renueva la memoria de estas promesas ya cumplidas aunque
no definitivamente. 8
El tema de la espera es vivido en la Iglesia con la misma oración que resonaba en la
asamblea cristiana primitiva: el Marana-tha (ven Señor) o el Maran-athá (el Señor viene)
de los textos de Pablo (1Cor 16,22) y del Apocalipsis (Ap 22,20), que se encuentra también
en la Didaché X, y hoy en una de las aclamaciones de la oración eucarística. Todo el
Adviento resuena como un «Marana-thá» en las diferentes modulaciones que esta oración
adquiere en las preces de la Iglesia.
La palabra del Antiguo Testamento invita a revivir cada año en nuestra historia la larga
espera de los justos que aguardaban al Mesías; la certeza de la venida de Cristo en la carne
estimula a renovar la espera de la última aparición gloriosa en la que las promesas
mesiánicas tendrán total cumplimiento, ya que hasta hoy se han cumplido sólo
parcialmente. El primer prefacio de Adviento canta espléndidamente esta compleja, pero
verdadera realidad de la vida cristiana: «Quien al venir por vez primera en la humildad de
nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de
la salvación; para que cuando vuelva de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la
plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera,
confiamos alcanzar».
El tema de la espera del Mesías y la conmemoración de la preparación a este acontecimiento
salvífico adquiere su culmen en los días feriales que preceden a la Navidad. La Iglesia se
siente sumergida en la lectura profética de los oráculos mesiánicos. Hace memoria de
nuestros padres en la fe, patriarcas y profetas, escucha a Isaías, recuerda el pequeño núcleo
de los anawim de Yahvé que está allí para esperar al Mesías: Zacarías, Isabel, Juan, José,
María.
Adviento resulta así como una intensa y concreta celebración de la larga espera en la
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

historia de la salvación, como el descubrimiento del misterio de Cristo presente en cada


página del AT, desde el Génesis hasta los últimos libros sapienciales. Adviento vive la
historia pasada orientada hacia el Cristo escondido en el AT y sugiere la lectura de nuestra
historia como una presencia y una espera de Cristo que viene.
En el hoy de la Iglesia, Adviento es una ocasión para redescubrir la centralidad de Cristo
en la historia de la salvación, pasada, presente y futura. Se recuerdan sus títulos mesiánicos
a través de las lecturas bíblicas y las antífonas: Mesías, Libertador, Salvador, Esperado de
las naciones, Anunciado por los profetas... En sus títulos y funciones, Cristo, revelado por
el Padre, se convierte en el personaje central, la clave de la historia humana que es historia
de la salvación.

Adviento, tiempo del Espíritu: el precursor y los precursores

Adviento es tiempo del Espíritu Santo. El verdadero Pródromos, precursor de Cristo en su


primera venida, es el Espíritu Santo; él es ya el Precursor de la segunda venida. El ha
hablado por medio de los profetas, ha inspirado los oráculos mesiánicos, ha anticipado con
sus primicias de alegría la venida de Cristo en sus protagonistas como Zacarías, Isabel,
Juan, María; el Evangelio de Lucas lo demuestra en su primer capítulo, cuando todo parece
un anticipado Pentecostés, una efusión del gozo mesiánico, para los últimos protagonistas
del AT, en la profecía y en la alabanza del Benedictus y del Magnificat. Por eso, en la espera
de la definitiva manifestación gloriosa, la Iglesia pronuncia su «Ven, Señor Jesús», como
Esposa guiada por el Espíritu Santo (Ap 22,20). 9
El protagonismo del Espíritu se transmite a sus órganos vivos que son los hombres y
mujeres carismáticas del AT que ya enlazan la antigua alianza con la nueva. Hombres y
mujeres de ayer y de hoy que mantienen en la Iglesia la esperanza del Señor y acrecientan
en los cristianos su responsabilidad ante la historia.
En esta luz debemos recordar a los precursores del Mesías, sin olvidar al Precursor, que es
el Espíritu Santo, de la primera y de la definitiva venida de Jesús.

El cumplimiento de las profecías

La lectura que ofrece la Iglesia en el Leccionario ferial y dominical de los acontecimientos


de la historia sagrada, es precisamente la de una fidelidad de Dios a sus promesas. Las
profecías mesiánicas tienen su cumplimiento. La historia aparece como el desplegarse de
un designio de salvación en el que la clave es Cristo. En él, y esto se descubrirá de modo
especial en Navidad, confluyen la creación y las alianzas, la ley y la sabiduría, la figura del
Siervo y la imagen del Rey Mesías, la dimensión dolorosa y esponsal de la carne humana,
que tanta importancia tienen en la teología del AT. A través de las páginas del AT se
escuchan los pasos del Verbo que se va acercando a la historia.
Y en cada una de las profecías cumplidas y de las fidelidades comprobadas se manifiesta la
fidelidad del Padre, el Dios escondido y protagonista del AT que Cristo viene a revelar con
su encarnación. El tiempo de Adviento abraza idealmente, como lo subrayará el antiguo
Martirologio en la fiesta de Navidad, toda la historia sagrada y profana: es historia de
salvación que precede al nacimiento del Salvador y es una celebración conjunta de, todo
este tiempo inmenso en el que Dios se va revelando paulatinamente a través de las profecías
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

a Israel y a través de la creación a otros pueblos en los que se manifiesta también la espera
del Mesías.
Por eso los personajes de Adviento son sobre todo el profeta Isaías, el protoevangelista que
con su mirada escruta los tiempos mesiánicos y con sus profecías desvela el rostro
escondido del Ungido del Espíritu; Juan, el último de los profetas, amigo del Esposo que lo
señala ya presente; María y José, protagonistas del misterio y testigos silenciosos del
cumplimiento de las profecías. Y a través de ellos se revela Cristo: «a quien todos los
profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre, Juan lo proclamó ya
próximo y señaló después entre los hombres» (II Prefacio de Adviento).

LITURGIA

La palabra de Dios en Adviento

El leccionario ferial

En la primera parte del Adviento, hasta el 16 de diciembre, se lee de manera progresiva,


pero discontinua, el profeta Isaías, casi exclusivamente, en la primera lectura, con pasajes
mesiánicos y escatológicos. A estas lecturas proféticas corresponden textos evangélicos que
demuestran el cumplimiento de las profecías, que están de algún modo relacionadas con la
primera manifestación del Señor y anuncian la promesa de su venida escatológica. Pero a
partir del jueves de la segunda semana se leen los pasajes evangélicos referentes a Juan 10
Bautista, el Precursor, personaje típico del Adviento, puesto que indica la presencia del
Mesías.
En la segunda parte del Adviento, a partir del 17 de diciembre, se leen progresivamente en
la primera lectura oráculos mesiánicos del AT y se proclaman textos evangélicos de la
infancia según Mt y Lc, evangelistas del nacimiento del Salvador y de su preparación. Es
importante la lectura continuada del primer capítulo de Lucas con el anuncio a Zacarías, a
María, con la narración de la Visitación y el nacimiento del Bautista, con la preparación al
nacimiento de Cristo.

El leccionario dominical

En líneas generales, la armonización de las lecturas de los cuatro domingos de Adviento en


sus respectivos ciclos sigue algunos criterios.
La primera lectura es profética. Se lee especialmente Isaías, pero también Jeremías,
Miqueas, Baruc, Sofonías.
La segunda lectura es del Apóstol, con exhortaciones a la vigilancia y a la vida digna. Son
textos de Pablo, pero también de Santiago y de la carta a los Hebreos.
El evangelio del primer domingo es escatológico. En el segundo y tercero hace referencia
al Precursor. En el cuarto se proclaman los acontecimientos que han preparado la venida
del Señor. He aquí un cuadro sinóptico de las lecturas de los tres ciclos.
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

CICLO A CICLO B CICLO C


Is 2,15: Is 63-64: Jr 33,14-16:
reunión de los pueblos ¡rasga los cielos y desciende! un vástago de David
Domingo I
Rm 13,11-14: 1Co 1,3-9: 1Tes 3-4:
“de la
la salvación está cerca en espera del Señor cuando vuelva el Señor
espera”
Mt 24,37-44: Mc 13,33-37: Lc 21,25-28:
¡estén en vela! ¡estén en vela! se acerca la salvación
Is 11,1-10: Is 40,1-5.9-11: Ba 5,1-9:
Domingo un renuevo del tronco de Jesé preparen los caminos ponte en pie, Jerusalén
II Rm 15,4-9: 2P 3,8-14: Flp 1,4-6.8-11:
“de la se han cumplido las promesas cielos nuevos y tierra nueva limpios en el día de Cristo
conversión” Mt 3,1-12: Mc 1,1-8: Lc 3,1-6:
¡conviértanse! preparen los caminos todos verán la salvación
Is 35,1-6.10: Is 61,1-2.10-11: So 3,14-18:
Domingo promesas mesiánicas desbordo de gozo ¡alégrate hija de Sión!
III St 5,7-10: 1Tes 5,16-24: Flp 4,4-7:
“de la esperar la venida en espera del Señor estén alegres en el Señor
acogida” Mt 11,1-11: Jn 1,6-8.19-28: Lc 3,10-18:
los signos del Mesías el Mesías en medio de ustedes bautizará con Espíritu Santo
Is 7,10-14: 2Sam 7: Mi 5,2-5:
Domingo la Virgen dará a luz el reinado de David Belén, cuna del Mesías
IV Rm 1,1-7: Rm 16,25-27: Hb 10,5-6:
“del de la estirpe de David revelar el misterio escondido entra Jesús en el mundo
anuncio” Mt 1,18-24: Lc 1,26-38: Lc 1,39-45:
anuncio de José anuncio a María María visita a Isabel

La oración de la Iglesia 11
El Misal Romano

Los domingos y ferias tienen una eucología propia con temas característicos de la teología
y espiritualidad de este tiempo: esperanza, gozo, conversión, renovación, el juicio del
Señor.
A los dos prefacios de Adviento (la doble venida de Cristo, la espera gozosa de la Navidad)
se ha añadido ahora uno sobre Cristo Señor y Juez de la historia y otro sobre María nueva
Eva. Pero otros prefacios podrían ser usados en Adviento en consonancia con el evangelio
proclamado en los domingos y las ferias: el de la Anunciación, cuando se lee el 20 de
diciembre el respectivo evangelio, y el II de la Virgen María que se inspira en las palabras
del Magnificat cuando se lee el 22 de diciembre el cántico profético de nuestra Señora.
Son particularmente hermosas las oraciones colectas de las ferias que preceden a la
Navidad; algunas proceden del Rótulo de Rávena y han sido oportunamente retocadas.
El tercer Domingo de Adviento conserva su característico tono de alegría que le da la
antífona de entrada, «Gaudete», y el tradicional uso del color rosa en los ornamentos.
La omisión del Gloria en las celebraciones dominicales de Adviento no tiene carácter
penitencial, como en Cuaresma; reviste una función psicológica y pedagógica: se omite en
espera del canto solemne del Gloria en la noche de Navidad.

La Liturgia de las Horas


MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

La liturgia oracional del Adviento se ha enriquecido notablemente con las invocaciones en


intercesiones de Laudes y Vísperas, en las que resuena frecuentemente con diferentes
modulaciones el Marana-tha. Buena la selección de textos bíblicos y de lecturas bíblicas
continuadas del profeta Isaías, de textos patrísticos en sintonía con la espiritualidad de
Adviento.
Son características, como hemos recordado, las antífonas mayores del Magnificat de los
días 17 al 23 de diciembre, que comienzan con la exclamación Oh y componen, en latín,
con las iniciales leídas al revés, el acróstico ERO CRAS (seré mañana): Emmanuel, Rex
gentium, Oriens, Clavis David, Radix Iesse, Adonai, Sapientia.

SUGERENCIAS PASTORALES

Adviento es un tiempo propicio para ser vivido con fervor espiritual y con válidas
iniciativas pastorales, dada la sensibilidad popular que tiene todavía la fiesta de Navidad,
no obstante el frontal peligro del consumismo que la invade en nuestra sociedad. Entre las
sugerencias específicas para este tiempo proponemos algunas líneas de acción pastoral.
Es conveniente hacer alguna celebración penitencial adecuada al tema de la espera, como
se propone en el Ritual de la Penitencia.
Se pueden hacer algunas celebraciones de oración, utilizando los textos de la liturgia, para
una mayor conciencia actualizada del significado del Adviento para el hombre de hoy y
para la comunidad cristiana que se prepara a celebrar Navidad, dando amplio espacio a los 12
jóvenes y a los niños. Una relectura de temas proféticos progresivos de la historia de la
salvación puede ser una manera de proponer el descubrimiento de la presencia escondida y
la revelación progresiva de Cristo en el AT.
Se debe poner atención en la celebración de los momentos de oración inspirados en la
presencia y el ejemplo de María en Adviento. Se puede aprovechar útilmente el himno
Akáthistos u otras celebraciones. Algunos símbolos, como la corona de Adviento, con las
cuatro velas, que se van encendiendo progresivamente cada semana, pueden ser
incorporados a la vida de la comunidad eclesial.
La novena de Navidad puede ser celebrada en armonía con la liturgia y utilizando los textos
litúrgicos de las últimas ferias de Adviento, con la integración de elementos de la
religiosidad popular que ayudan a mantener despierta la atención de la preparación de la
fiesta, como puede ser la costumbre de las misas de aguinaldo, el canto de los villancicos y
la procesión de las posadas, tan característicos de la piedad popular hispana y
latinoamericana.

ESPIRITUALIDAD

El misterio del Cristo que viene

La liturgia de Adviento ha desarrollado en la Iglesia una auténtica espiritualidad litúrgica,


centrada en la venida del Señor y en su espera. Venida del Señor en la carne; adviento del
Señor al final de los tiempos, constante presencia del Señor en su Iglesia y en el corazón de
los fieles que lo acogen con amor.
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

Las palabras clave del tiempo de Adviento son espera y esperanza, atención y vigilancia,
acoger y compartir. Velar en espera de Cristo es un sentimiento que se asemeja a la espera
.de un amigo. El Card. H. Newman decía en uno de sus Sermones: «Es necesario estudiar
de cerca el sentido de la palabra velar...No sólo hemos de creer, hemos de vigilar; no sólo
hemos de amar, tenemos que velar; no sólo es necesario obedecer, hay que estar alerta. ¿Y
por qué hemos de velar? Para acoger este gran acontecimiento: la venida de Cristo...Vela
con Cristo quien no pierde de vista el pasado mientras mira hacia el porvenir y completa lo
que el Salvador le ha merecido y no olvida lo que por El ha sufrido».
La espera es una de las características del cristiano. El Adviento la renueva. La Iglesia es
la comunidad de la esperanza. Ese tiempo la pone en vilo. Como recordaba Teilhard de
Chardin en uno de sus textos más conocidos: «Los israelitas fueron unos perpetuos
expectantes y así lo fueron también los primeros cristianos. De hecho, Navidad, que según
parece tendría que haber vuelto hacia atrás nuestras miradas para concentrarlas en el pasado,
no ha hecho más que orientarlas hacia adelante, hacia el futuro. Aparecido como por un
instante en medio de nosotros, el Mesías se ha dejado ver y tocar solamente para perderse
de nuevo, más luminoso e inefable que nunca, en el abismo insondable del futuro. Ha
venido. Pero ahora hemos de esperarlo más que nunca, y no sólo para un pequeño grupo de
elegidos, sino para todos. El Señor Jesús vendrá pronto en la medida que sepamos esperarlo
ardientemente. Ha de ser un cúmulo de deseos el que haga explotar su retorno» (El medio
divino).

Adviento, tiempo de la Iglesia misionera y peregrina 13

La liturgia con su realismo y sus contenidos pone a la Iglesia en un tiempo de características


expresiones espirituales: la espera, la esperanza, la oración por la salvación universal.
Se corre el riesgo de percibir el Adviento como un tiempo un tanto ficticio. La tentación y
la superación son propuestas así por A. Nocent: «Preparándonos a la fiesta de Navidad,
nosotros pensamos en los justos del AT que han esperado la primera venida del Mesías.
Leemos los oráculos de sus profetas, cantamos sus salmos y recitamos sus oraciones. Pero
no lo hacemos poniéndonos en su lugar como si el Mesías no hubiese venido todavía, sino
para apreciar mejor el don de la salvación que nos ha traído. El Adviento para nosotros es
un tiempo real. Podemos recitar con toda verdad la oración de los justos del AT y esperar
el cumplimiento de las profecías porque éstas no se han realizado todavía plenamente; se
cumplirán con la segunda venida del Señor. Debemos esperar y preparar esta última
venida».
En el realismo del Adviento podemos recoger algunas consideraciones que ofrecen un
dinamismo de actualidad a la oración litúrgica y a la participación de la comunidad.
La Iglesia ora por un Adviento pleno y definitivo, por una venida de Cristo para todos los
pueblos de la tierra que todavía no han conocido al Mesías o no lo reconocen aún como al
único Salvador.
La Iglesia recupera en el Adviento su misión de anuncio del Mesías a todas las gentes y la
conciencia de ser reserva de esperanza para toda la humanidad, con la afirmación de que
la salvación definitiva del mundo debe venir de Cristo con su presencia escatológica.
En un mundo marcado por guerras y contrastes, las experiencias del pueblo de Israel y las
esperas mesiánicas, las imágenes utópicas de la paz y de la concordia, se convierten en
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

reales en la historia de la Iglesia de hoy que posee la actual profecía del Mesías libertador,
con todas las resonancias que este título tiene en una auténtica teología de la liberación.
En la renovada conciencia que Dios es fiel sus promesas -¡lo confirma cada año Navidad!-
la Iglesia, a través del Adviento, renueva su misión escatológica para el mundo, ejercita su
esperanza, proyecta a todos los hombres hacia un futuro mesiánico del cual la Navidad es
primicia y confirmación preciosa.
A la luz del misterio de María, la Virgen del Adviento, la Iglesia vive en este tiempo
litúrgico la experiencia de ser ahora «como una María histórica», según la expresión de H.
Rahner, que posee y da a los hombres la presencia y la gracia del Salvador.
La espiritualidad del Adviento resulta así una espiritualidad comprometida, un esfuerzo
hecho por la comunidad para recuperar la conciencia de ser Iglesia para el mundo, reserva
de esperanza y de gozo. Más aún, de ser Iglesia para Cristo, Esposa vigilante en la oración
y exultante en la alabanza del Señor que viene.

Adviento, tiempo por excelencia de María, la Virgen de la espera

Es el tiempo mariano por excelencia del año litúrgico. Lo ha expresado con toda autoridad
Pablo VI en la Marialis Cultus, nn. 3-4. Históricamente la memoria de María en la liturgia
ha surgido con la lectura del evangelio de la Anunciación en el que con razón ha sido
llamado el domingo mariano antes de Navidad. Hoy el Adviento ha recuperado de lleno
este sentido con una serie de elementos marianos de la liturgia, que podemos sintetizar
brevemente. 14
Desde los primeros días del Adviento hay elementos que recuerdan la espera y la acogida
del misterio de Cristo por parte de la Virgen de Nazaret.
La solemnidad de la Inmaculada Concepción, aun no siendo propia del ciclo de Adviento,
se inserta armónicamente en este tiempo; en ella celebramos, como sugiere Pablo VI en la
Marialis cultus, la «preparación radical a la venida del Salvador y feliz principio de la
Iglesia sin mancha ni arruga» (n. 3).
En las Misas de la Virgen María se han propuesto para este tiempo algunos formularios
que completan el sentido de la presencia de la Madre del Mesías en este tiempo de gracia.
Además de las misas de la Anunciación y de la Visitación, como misterios propios de este
tiempo, se recoge como novedad absoluta en la eucología romana el formulario de La
Virgen María, estirpe escogida de Israel.
En las ferias del 17 al 24, el protagonismo litúrgico de la Virgen es muy característico en
las lecturas bíblicas, en el segundo prefacio de Adviento que recuerda la espera de la Madre,
en algunas oraciones, como la del 20 de Diciembre que nos trae un antiguo texto del Rótulo
de Rávena, o en la oración sobre las ofrendas del IV domingo que es una epíclesis
significativa que une el misterio eucarístico con el misterio de Navidad en un paralelismo
entre María y la Iglesia en la obra del único Espíritu.
En una hermosa síntesis de títulos podemos presentar estas pinceladas de la figura de la
Virgen del Adviento al hilo de los textos evangélicos y proféticos que aluden a la Santa
Madre de Dios.
María es la llena de gracia, la bendita entre las mujeres, la Virgen, la Esposa de José, la
sierva del Señor. Es la mujer nueva, la nueva Eva, como canta un prefacio de Adviento, que
restablece y recapitula en el designio de Dios, por la obediencia de la fe, la promesa inicial
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

de la salvación.
Es la Hija de Sión, la que representa el antiguo y el nuevo Israel. Es la Virgen del «fiat», la
Virgen fecunda. Es la Virgen de la escucha y de la acogida.
En su ejemplaridad hacia la Iglesia, María es plenamente la Virgen del Adviento en la doble
dimensión que tiene siempre en la liturgia su memoria: presencia y ejemplaridad. Presencia
litúrgica en la palabra y en la oración, para una memoria grata de María, la que ha
transformado la espera en presencia, la promesa en don. Memoria de ejemplaridad para una
Iglesia que quiere vivir como María, la nueva presencia de Cristo, con el Adviento y la
Navidad, en el mundo de hoy.
En la feliz subordinación de María a Cristo, en su total docilidad a la acción del Espíritu, y
en la necesaria unión con el misterio de la Iglesia, Adviento es el tiempo de la Hija de Sión,
Virgen de la espera que en el “fiat” anticipa el Marana thá de la Esposa; como Madre del
Verbo Encarnado, humanidad cómplice de Dios, ha hecho posible su ingreso definitivo, en
el mundo y en la historia del hombre.
La Virgen de Adviento resume en sí las esperanzas de su pueblo y las relanza como
esperanzas de la Iglesia. Como protagonista del misterio de la Encarnación ofrece su
colaboración y su complicidad a Dios. Y el sí de la Anunciación se convierte en el sí de la
nueva alianza. El canto del Magnificat es la narración de las grandes obras del Señor con
un pasado, un presente y un futuro en el que todo está envuelto en la misericordia del Señor
que ha mirado la humildad de su sierva.

Textos eucológicos para la meditación y la celebración 15

Oración para el Adviento en el rito hispánico


«Te pedimos, Señor Jesús, que se fortifiquen los corazones de tus fieles por tu venida, que
se fortalezcan las rodillas de los que son débiles. Que por tu visita sean curadas las llagas
de los enfermos; por el toque de tu mano sean iluminados los ojos de los ciegos; por tu
poderosa ayuda se afirme el paso de los vacilantes; que por tu misericordia sean desatados
de la esclavitud de los pecados. Haz que puedan alcanzarte con el alma llena de gozo en la
segunda venida de tu juicio los que ahora ves que acogen con gran devoción tu venida en
la mística encarnación ya cumplida, y llévalos a la dulzura del paraíso»
(Tercer domingo de Adviento; Missale hispano-mozarabicum, p. 110).

Una oración del Rótulo de Ravena


«Luz verdadera, Señor, Dios nuestro, que de lo íntimo de tu corazón has manifestado al
Verbo salvador, te pedimos que así como prodigiosamente has bajado al seno
incontaminado de la Virgen María, nos concedas a nosotros, tus siervos, esperar con alegría
la llegada de su gloriosa natividad» (Sacramentarium Veronense, 1365).

La Anunciación según los oráculos sibilinos


«Venido del cielo se revistió de carne mortal. A Gabriel le fue mostrado primeramente el
cuerpo castísimo; después dijo así el Arcángel a la doncella: «Acoge, oh Virgen, a Dios en
tu seno inmaculado». Dicho esto infundió la gracia a la que debía ser por siempre Virgen.
Al oírlo fue presa, al mismo tiempo, de temor y de estupor. Se quedó inmóvil, temblando;
y su ánimo quedó como perdido, mientras le palpitaba fuertemente el corazón a causa de
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

las misteriosas palabras que había oído. Después su corazón se regocijó y se confortó con
aquellas palabras; sonrió como una niña y se le ruborizaron las mejillas, llena de alegría y
empapado su corazón en un delicado sentido de pudor. Recuperó el valor y el Verbo corrió
a su seno. Se hizo carne con el tiempo y tomó vida en su seno, asumió forma de hombre
mortal y fue un niño, nacido de un parto virginal» (Alabanzas a nuestra Señora de las
Iglesias de Oriente y Occidente en el primer milenio, Madrid, 1987, 24-25).

El gozo por la concepción de María, según la liturgia bizantina


«Adán y Eva, cesad en vuestra tristeza, porque en este día de una forma maravillosa la
Madre de nuestra alegría ha sido dada como fruto de una mujer estéril. jOh padre Abrahán
y todos vosotros los coros de los patriarcas! gozad al ver la Madre de nuestro Dios que de
vuestra raíz prolonga vuestra descendencia. Goza tú, Ana, y también tú, JoaquÍn, porque la
que es el gozo del universo y trae la salvación al mundo entero es hoy fruto de vuestro
amor. Exulte de gozo el coro de los profetas porque Santa Ana ha concebido el fruto de la
gracia al que aludían vuestras profecías que muy pronto serán realizadas. Gozad con Ana
todas las familias de las naciones, porque la estéril, de una forma inesperada, lleva en su
seno el fruto que nos da la vida. Gozad vosotros todos, los confines de la tierra, porque del
seno sin fruto empieza a vivir la Madre del Señor que ha formado el universo» (Estikirás
de Laudes de la Concepción de Ana, 9 de diciembre).

16
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

Capítulo Segundo
LA FIESTA DE NAVIDAD

La celebración del Nacimiento del Señor, tan arraigada en la piedad de la Iglesia y en la


religiosidad popular, tan sentida todavía en nuestra cultura contemporánea, no obstante los
abusos del consumismo, no es la primera fiesta cristiana, no es una celebración que pueda
competir por sus orígenes e importancia con la Pascua, pero encierra, aún en su compleja
historia, una impecable teología y una densa espiritualidad. Intentamos trazar en síntesis
los aspectos de esta celebración del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo según la carne,
como decía el antiguo Martirologio latino y dice todavía hoy la liturgia oriental.

HISTORIA

En los orígenes de la celebración litúrgica

Los orígenes de una verdadera y propia celebración litúrgica de la Navidad parecen


remontarse a tiempos bastante lejanos; han tenido como lugar de origen de una primitiva
memoria la misma gruta donde Jesús nació en Belén. La gruta, venerada por los cristianos,
especialmente por aquellos venidos de la circuncisión («Ecclesia ex circumcissione»), fue 17
profanada pero no destruida por los romanos; en el año 135 el emperador Adriano dispuso
que fuera recubierta por un bosquecillo sagrado e implantó el culto de Adón. Justino,
originario de Palestina, habla de la gruta en la que nació Jesús en su diálogo con Trifón (PG
6,616). Y Orígenes afirma contra Celso: «Se muestra en Belén la gruta en la que nació
Jesús. Todos 10 saben en el país» (PG 11,753).
Según la hipótesis de un especialista del judeo-cristianismo, el franciscano E. Testa, los
primeros cristianos de Palestina revivían aquel acontecimiento del nacimiento del Señor en
el mismo lugar donde se había realizado, en el sitio mismo donde el Verbo se había
establecido en el contexto humano y cultura. En efecto, para los judeocristianos de
Palestina, especialmente los ortodoxos llamados nazarenos, la celebración de Navidad no
era un simple recuerdo histórico, sino la ritualización de uno de los misterios salvíficos de
Cristo, con sus bajadas y subidas a través de la escala cósmica, uno de los símbolos y signos
preferidos de estos cristianos primitivos para designar la Encarnación.
En realidad nada sabemos de seguro sobre este tipo de celebraciones, cuyo contenido podría
ser sintetizado todavía por E. Testa con estas palabras que parecen encontrar eco valioso en
los libros apócrifos del NT a propósito del nacimiento de Jesús: el misterio de la gruta de
Belén o caverna de la vida representa para los nazarenos de la Iglesia madre de Jerusalén
la epifanía de la virginidad de la Virgen, la manifestación de la divinidad de Cristo, la
salvación de la Iglesia judeocristiana y la liberación de toda magia del mundo gentil.
Sostienen esta hipótesis algunas narraciones apócrifas del nacimiento del Señor que parece
tienen su origen en una conmemoración anual. Se habla de la gruta inundada de luz con la
presencia de la nube luminosa; se afirma la quietud repentina de todo el cosmos y la
suspensión de toda la naturaleza en el momento en que nace el niño. Se interpreta como
una realización del texto profético de Sab 18,13-14, aplicado al nacimiento del Salvador:
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

«Duro medium silentium...», «cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche se


encontraba en la mitad de su carrera, tu palabra omnipotente, cual implacable guerrero saltó
del cielo desde el trono real». Este texto se aplicará en la Edad Media al misterio de Navidad
y resuena todavía en la liturgia navideña.
En los Oráculos Sibilinos y en las Odas de Salomón se habla de este maravilloso parto
virginal de María, comprobado, según el evangelio de Santiago, por las dos mujeres que
atestiguan la virginidad de María y cuidan del Niño después del parto. He aquí cómo canta
la Oda de Salomón n. 19 el parto maravilloso de la Virgen.
«El Espíritu Santo abrió su seno, ella concibió y dio a la luz y la Virgen vino a ser Madre
por una gracia grande. Se quedó embarazada y dio a luz un hijo sin dolores. Esto aconteció
no sin razón. No tuvo necesidad de ayuda para dar a luz, porque El mismo es el Dador de
la vida».
No podemos ilustrar científicamente con absoluta certeza que haya habido continuamente
desde los primeros siglos una celebración que hacía memoria del nacimiento del Señor.
Es cierto, sin embargo, que ya en el siglo III la gruta de Belén se restituye a los cristianos.
Sobre la gruta santa Elena construyó la basílica de la Natividad en el 326; el altar se coloca
en el piso superior exactamente sobre la gruta, con una rendija que permite contemplar el
lugar donde nació el Señor.
A finales del siglo IV, según el testimonio de Egeria, en los primeros días de enero se
celebra una solemne vigilia en la gruta de la Natividad, pero como fiesta de la epifanía o
manifestación del Señor. La gruta está adornada con gran esplendor; de ella se parte hacia
Jerusalén donde tiene lugar la sinaxis eucarística. La fiesta se prolonga durante ocho días. 18
Cuarenta días más tarde, según el cómputo evangélico, se celebra en Jerusalén la fiesta de
la Presentación del Señor al templo1.
Estas fiestas, en este lugar, vividas y contadas por los peregrinos de Jerusalén, serán motivo
válido para trasladar a otras iglesias la celebración nocturna de Navidad, y se implantará
por su evocación sugestiva allá donde, como en Roma, esta celebración ha surgido por otros
motivos históricos y celebrativos.

La fiesta romana de la Navidad

Mientras en toda la Iglesia de Oriente y en parte de Occidente en el siglo IV es común la


celebración de la Epifanía del Señor e1 6 de enero, en Roma encontramos hacia la mitad de
este siglo una novedad, la fiesta del 25 de diciembre en honor del Nacimiento del Señor.
En el Cronógrafo Romano, un hermoso calendario casi de lujo compuesto hacia el 354 por
Furia Dionisio Filócalo, están recogidas las fechas de las deposiciones de los mártires y de
la entronización de los obispos, con noticias acerca de los papas romanos que se remontan
hasta el año 136. En este calendario, en la fecha del 25 de diciembre encontramos esta
inscripción del día que corresponde al Natalis solis invicti: «VIII Kalendas Ianuarii. Natus
Christus in Betlehem Iudeae»: 25 de diciembre. Nace Cristo en Belén de Judá.
De esta sencilla indicación se deduce, según la hipótesis más segura de los especialistas,
que los cristianos de Roma en los primeros decenios del siglo IV han fijado en la fiesta civil
romana del Sol Invicto, el 25 de diciembre, la conmemoración de la Natividad del Señor.

1
Itinerario de la Virgen Egeria, Madrid, BAC, 1980, pp. 266-271.
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

Era esta fiesta, semejante a la de la luz en Oriente que se celebra e16 de enero, muy popular
entre el pueblo romano y evocaba la victoria del sol sobre las tinieblas al inicio del solsticio
del invierno, precisamente en Roma, donde el templo del sol tenía su sede en los alrededores
del Campo Marzio. Esta fiesta parece que fue impuesta en los años 270-275 por el
emperador Adriano. Constantino era devoto de esta solemnidad pagana y Juliano el
Apóstata la restableció en el año 335.
Los cristianos de Roma tuvieron la audacia, en este como en otros casos de inculturación
litúrgica, de cristianizar una fiesta civil romana, aplicando al nacimiento de Jesús el sentido
simbólico del nacimiento del sol en el solsticio de invierno, ya que es él el verdadero sol de
justicia, sol que nace de lo alto, luz que vence las tinieblas. Existían, sin duda, algunas
razones simbólicas para hacer esta sustitución. El tema del sol, como han estudiado F.X.
Dolger, H. Rahner y O. Casel, es típico de la teología mistérica cristiana y de la primitiva
iconografía, como se desprende de la imagen de Cristo sol, en un carro que se puede ver en
las grutas vaticanas. Los Padres de la Iglesia, como veremos, trazando las líneas de la
espiritualidad de Navidad, atribuyen una gran importancia a esta teología de la luz que es
Cristo.
Pero en seguida surge la pregunta: ¿cómo, pues, ha sido fijada la fecha del nacimiento del
Señor el 25 de diciembre, cuando nada concreto nos dicen los evangelios respecto a la época
del año en que nació el Señor? La respuesta no es fácil. Cómputos fantásticos de los
primeros siglos fijan en la fecha del 25 de marzo una serie de hechos coincidentes de la
historia de la salvación: es el día del inicio de la creación, de la Encarnación del Verbo y
de la muerte de Jesús en la cruz. Contando con exactitud los nueve meses del embarazo de 19
María, una vez que se acepta la fecha del 25 de marzo como fecha de la Encarnación, se
llega al 25 de diciembre como día del nacimiento de Jesús. Un tratado de cómputos
atribuido a san Jerónimo ilustra así estas coincidencias y justifica la fecha del nacimiento
de Cristo: «También la creación está de acuerdo con nuestro ordenamiento porque hasta
aquel día crecen las tinieblas y desde aquel día, en cambio, decrecen las tinieblas y crece la
luz, esto es, crece el día, disminuye el error y entra la verdad: hoy nace nuestro sol de
justicia». San Agustín se hace también eco de esta convicción popular (cf. De Trinitate 42:
PL 894).
Pronto esta fiesta se extiende en la Iglesia de Occidente. Al final del siglo IV se celebra en
el norte de África, como testifica Optato de Milevi que nos asegura de la conmemoración,
también aquel día, de la adoración de los Magos. Tenemos también testimonios de tal
celebración por este tiempo en el Norte de Italia. La existencia de esta celebración en
España se deduce de la carta del Papa Silicio a Imerio, Obispo de Tarragona, en el año 385.
La autoridad de la Iglesia de Roma y la necesidad de afirmar e ilustrar el dogma de la
divino-humanidad de Cristo, han contribuido mucho a extender esta fiesta de Navidad
también en Oriente. La conocen Efrén, Basilio y Gregorio Nacianceno y más tarde Cirilo
de Alejandría. Si bien los orientales celebran al inicio el misterio único de la manifestación
del Señor en la carne en la fiesta de la Epifanía, como se desprende de sus homilías, se
adopta más tarde poco a poco la fecha y la fiesta romana en Oriente. Lo testifica Juan
Crisóstomo, que habla hacia el 385 de una fiesta de Navidad introducida hace apenas diez
años en Oriente (PG 49,351-362). Gregorio Nacianceno hace alusión a esta fiesta en dos
sermones y confirma que tal celebración era ya conocida en Constantinopla en el año 380
(PG 36, 311- 314.350). Las Constituciones apostólicas (VIII, 33,6) afirman: «En la fiesta
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

de Navidad se abstengan del trabajo porque fue concedido a los hombres un inesperado
beneficio, es decir que el Verbo de Dios, Cristo Jesús, naciera de la Virgen María para la
salvación del mundo».

Esplendor teológico y litúrgico de la Navidad

La profundización doctrinal realizada en los grandes Concilios de Nicea, Constantinopla,


Éfeso y Calcedonia, sobre el misterio de la Encarnación y la divinidad y humanidad de
Cristo, así como de la maternidad divina de María, ofrecen a esta fiesta la posibilidad de un
gran desarrollo ideológico y celebrativo. Le da una importancia fundamental León Magno
con sus sermones natalicios que pasarán en fórmulas densas de contenido a muchos textos
del Sacramentario Veronense, que tiene, entre otras cosas, ocho formularios de misas para
Navidad.
En el siglo VI la fiesta se enriquece en Roma con la celebración de varias misas. La primera
es la misa estacional en San Pedro, quizás porque es el lugar que recordaba la
transformación de la fiesta pagana en fiesta cristiana. Después se introduce una misa
nocturna, a media noche, en Santa María la Mayor, que los presbíteros de San Pedro en el
Vaticano aceptaron de mala gana. Existe, pues, el deseo de imitar la celebración nocturna
de Belén descrita por Egeria, que entra plenamente en la religiosidad del pueblo. Navidad
será celebrada como Pascua con una vigilia nocturna que tendrá gran arraigo en el pueblo
fiel. En algunos lugares, como en la Galia, se celebran también los bautismos.
La basílica de Santa María la Mayor, lugar de la primitiva celebración nocturna romana, se 20
llamaba primitivamente Santa María ad Praesepe Domini; fue erigida como una imitación
de la basílica de la Natividad en Belén; según la tradición, san Jerónimo trasladó allí algunas
reliquias del primitivo pesebre de Belén. El Papa Sixto III en el año 432, un año después
del Concilio de Éfeso, mandó reconstruirla con mayor esplendor como homenaje a la
maternidad divina de María y la dedicó al pueblo de Dios, como consta en la inscripción
que se lee en la cima del arco de triunfo: «Xistus Episcopus plebi Dei». Hizo adornar la
nueva basílica con preciosos mosaicos. Todavía hoy el arco de triunfo primitivo, que se
puede admirar en el esplendor de sus mosaicos, es un monumento doctrinal y litúrgico al
misterio de la Natividad del Señor con los episodios de los evangelios de la infancia:
anunciación, nacimiento, adoración de los magos, matanza de los inocentes, presentación
del Señor, sueño de José y fuga a Egipto.

El influjo de la Edad Media

La Edad Media ha dado a la fiesta de la Navidad toda una gozosa grandiosidad. Ha


conservado intacta la celebración nocturna aún cuando la vigilia pascual nocturna había
desaparecido en Occidente. En esta vigilia se cantan con gran solemnidad' los maitines,
empezando por el solemne invitatorio de la fiesta: «Christus natus est nobis...». En los
monasterios y en las catedrales se cantan con solemnidad las profecías de Isaías y los textos
de León Magno, el prólogo de Juan y los responsorios solemnes de maitines en los que se
repite con pleno sentido de actualización el Hodie del memorial litúrgico, como afirmación
de la presencia del misterio.
En algunas iglesias se leían la genealogía de Cristo y los textos de los Oráculos sibilinos
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

que se referían al nacimiento del Mesías. La pieza fuerte de composición medieval es el


canto del Martirologio, asignado a la hora de prima del día anterior, con el que se anunciaba
solemnemente la fiesta. La primitiva anotación del calendario filocaliano es ahora
propuesta con solemnidad, si bien con el cómputo ingenuo de los años de la historia
sagrada, según los cálculos de Dionisio el Exiguo.
Pero la teología de este sugestivo texto es hermosa e impecable. Todo converge hacia
Cristo, la historia sagrada y la profana. Y Cristo llega en la plenitud de los tiempos, en un
momento de paz cósmica, «toto orbe in pace composito». La Encarnación del Verbo es la
consagración del universo: «mundum volens piissimo suo adventu consecrari», «queriendo
consagrar el mundo con su piadosa venida». Es ésta la fiesta: «Nativitas Domini Nostri Iesu
Christi secundum carnem». Es el Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, según la carne.
Los últimos toques de la Edad Media a esta fiesta de la Navidad caen ya en la dramatización.
Francisco de Asís en Greccio, el año 1223, hace representar con personajes la escena de
Belén, ritualiza con la escena dramática el misterio de Navidad. Un gesto lleno de
consecuencias para la piedad popular. El pensamiento y el afecto se dirigen hacia la
humanidad de Cristo, al Niño envuelto en pañales, con una meditación que suscita ternura
y compasión.
En realidad esta ternura no estaba ausente en los textos litúrgicos del oficio divino de la
Navidad que traducen una estupenda teología bíblica. Basta recordar las estrofas del himno
«A solis ortu cardine» del Carmen Paschale de Sedulio (s. V), que cantan con conmoción
la escena de Belén: «Tuvo que acostarse en el heno, no despreció el pesebre. Quien procura
la comida a los pájaros, se alimentó con un poco de leche». Una alusión cargada de ternura 21
en la consideración de la humanidad de Cristo, para captar la vibración teológica y poética
que ha tenido la liturgia de Navidad desde el principio.
Después es ya drama, representación folclórica de Navidad, recuperación en la piedad
popular de Belén y de la cuna como visualización del misterio y de la escena representada
por personajes vivos, con todas las referencias a los evangelios apócrifos. De nuevo la
mímesis de los gestos quiere ayudar a la anámnesis del sacramento. Pero todo contribuye,
también en este caso, a poner en el corazón del pueblo sencillo el misterio celebrado.
Esta fiesta marca profundamente la piedad de la Iglesia y la religiosidad popular, incluso
entre los protestantes, con una serie de elementos que se multiplican en los siglos siguientes
en cantos, villancicos, usos populares, regalos, el árbol de Navidad y el nacimiento...Se
puede decir que Navidad ha llegado hasta nosotros con este sello medieval que dura en la
religiosidad posterior hasta nuestros días.

Navidad hoy

Navidad es todavía hoy una celebración muy sentida. Se puede decir que es una fiesta
litúrgica que ha penetrado en la cultura. Existen ciertamente aspectos negativos como el
desenfrenado consumismo que llega a la paradoja de una fiesta navideña en la que parece
que se haya olvidado el centro mismo de la celebración que es Cristo. Navidad se celebra
como fiesta de la sociedad de consumo, aún fuera de la civilización que ha experimentado
el influjo cristiano. En algunos regímenes ha sido transformada en fiesta ideológica.
Estamos en el vértice de un retroceso a la inversa. Si en el siglo IV los cristianos han
cristianizado una fiesta pagana, en el siglo XX una fiesta cristiana ha sido en parte
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

paganizada o secularizada.
Con la renovación litúrgica podemos decir que la Iglesia ha mantenido en sus textos el
sentido genuino de Navidad según la mejor teología de la época áurea romana. La
solemnidad de Navidad, preparada por el tiempo de Adviento, se introduce con las primeras
Vísperas, se celebra con la vigilia y la misa de medianoche, una de las más solemnes del
año; se prolonga además con la misa de la aurora y del día, siguiendo la antigua tradición
romana; se solemniza con una octava y se enriquece con la celebración de algunos santos.
La octava de Navidad ha recuperado su primitivo sentido romano: Natalis Sanctae Mariae,
con una fiesta en honor de la divina y virginal maternidad de María. Es también el día de
la Paz, instituido por Pablo VI; se trata de una conmemoración de carácter civil y religioso,
ya que el tema de la paz se remonta al anuncio de la Navidad («Pax hominibus!»). Un tema
que es típico también de las homilías de los Padres de la Iglesia, ya que como afirma León
Magno: «El nacimiento de Cristo es el nacimiento de la paz» (PL 54,215).
Sobre esta base litúrgica se debe mantener la pastoral de Navidad para la plena recuperación
de una auténtica teología, capaz de plasmar una auténtica espiritualidad del misterio del
nacimiento del Señor con su hondo mensaje de humanidad, abierta al misterio de la
deificación y al mensaje de esperanza perenne que trae a nuestro mundo la cercanía del
Dios con nosotros.

TEOLOGIA

En la gran riqueza de principios teológicos sobre el misterio de Navidad, tratemos de 22


recoger algunas líneas esenciales, con plena fidelidad.

Navidad a la luz de Pascua

Aunque no faltan acentos de ternura en la contemplación del misterio de la Navidad,


debemos decir que la liturgia no se acerca a este acontecimiento con el sentimentalismo que
invade cierta religiosidad popular. El acercamiento parte de la fe y en esta fe se expresa,
tanto la adoración del misterio del Verbo Encarnado como la certeza de que Navidad está
presente para la Iglesia en la luz y en la realidad del misterio pascual.
Del mismo modo que la predicación evangélica se remonta hasta la infancia a partir de la
Resurrección, y Juan proyecta en el Verbo Encarnado la gloria del Resucitado, así la Iglesia
contempla y celebra Navidad a la luz de la Resurrección. Navidad, en la perspectiva de la
Iglesia oriental, es ya el inicio de la redención salvadora, porque el Verbo ha salvado lo que
ha asumido; es la condición absolutamente necesaria para la muerte y la resurrección. En
la iglesia de Roma, especialmente con León Magno, Navidad es parte integrante del
«paschale sacramentum». Esta unidad indisoluble se expresa también en algunas liturgias
orientales en las cuales se hace memoria del nacimiento de Jesús, de su inhumanación, en
la anámnesis del misterio pascual después de la consagración eucarística.

¿Simple memoria o sacramento?

Es normal que en la antigüedad la relación entre Navidad y Pascua fuese un problema


teológico. Pascua tiene su historia lineal en su origen y en su evolución litúrgica; posee un
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

contenido mistérico que es el del Señor resucitado, con la potencia de santificación que
brota de su cuerpo glorificado. Pascua es el misterio que ha quedado perennemente inscrito
en la humanidad gloriosa de Cristo y está presente en su hoy y en nuestro hoy.
Navidad tiene un origen menos claro. Pascua es un misterio presente; Navidad, celebración
de un hecho que ha pasado. ¿No será más bien una memoria? San Agustín conoce, como
se desprende de sus sermones, el origen de Navidad de la fiesta de la luz en la fecha romana
del sol Invicto (cf. Sermón 190: PL38, 1007). Pero quiere trazar una neta distinción entre
Pascua y Navidad a nivel celebrativo. Acerca de la calidad mistérica de esta celebración
expresa su perplejidad con estas palabras del principio de su famosa carta a Jenaro:
«Conviene que sepas que el día del nacimiento del Señor no se celebra como un sacramento,
sino que se recuerda como una memoria» (Ep. 55, 1: PL 33, 205).
Un siglo más tarde, sin embargo, León Magno, fiel a su teología de los misterios cristianos,
siempre presentes pero actualizados de manera especial cuando los celebra la Iglesia, afirma
con claridad que también Navidad es misterio, sacramento, pero no independiente de la
Pascua, sino como su inicio. En varias ocasiones, en sus diez sermones dedicados al
misterio de Navidad, lo llama «sacramentum natalis Christi» o «Dominicae nativitatis
sacramentum». En la fiesta de Navidad el misterio pascual se hace presente y la eficacia de
la Encarnación de Cristo nos alcanza. Navidad es también, según él, el modelo para
nosotros que debemos vivir como bautizados según el misterio de filiación divina que
resplandece en Cristo, el Hijo obediente.
Es interesante citar el inicio del sexto sermón de Navidad, en el que traza con maestría el
sentido de la presencia perenne del misterio del nacimiento del Señor y la peculiaridad de 23
su celebración litúrgica, con la introducción de ese «hoy» que hace presente el misterio:
«En cada día y en cada tiempo se presenta a la mente de los fieles que meditan las obras
divinas, el nacimiento de nuestro Señor y Salvador de la Virgen Madre...Sin embargo
ningún día como el de hoy propone a la adoración en el cielo y en la tierra este nacimiento.
La misma portentosa serenidad que resplandece en la creación da a nuestros sentidos la idea
de la luminosidad de este admirable misterio. Vuelve a la memoria, más aún, se presenta
ante nuestra mirada el coloquio del ángel Gabriel con María, llena de estupor; y parece que
se hace presente la concepción por obra del Espíritu Santo, admirablemente prometida y
creída. Hoy el Hacedor del mundo ha nacido del seno virginal. El que ha creado todas las
cosas se ha hecho hijo de aquella que él mismo ha creado. Hoy el Verbo de Dios se ha
manifestado revestido de carne: la naturaleza que nunca había sido visible a ojos humanos,
ha empezado incluso a poder ser tocada por nosotros. Hoy los pastores han sabido por las
palabras de los ángeles que el Salvador ha sido engendrado en la naturaleza humana con su
carne y con su alma. Hoya los pastores de la grey del Señor ha sido dado el modelo de la
evangelización, de manera que también nosotros, unidos a la multitud del celestial ejército,
aclamemos diciendo: ¡Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz en la tierra a los hombres que
él ama!» (PL 54, 213).
En esta perspectiva teológica podemos recordar algunos aspectos esenciales. Navidad es el
inicio del «paschale sacramentum» que comprende indisolublemente en las confesiones de
fe la encarnación del Hijo de Dios.
Navidad es ya el inicio de la redención en la asunción por parte del Verbo de la naturaleza
humana, en la cual podrá consumar su pasión y se hará eficaz y perpetua su resurrección
según la carne.
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

En el Cristo de la gloria está siempre presente el misterio salvífico de su nacimiento, la


realidad de la carne asumida de la Virgen María, el misterio de la condescendencia divina
y del aspecto divino-humano de la salvación.
En las antífonas y en los responsorios de Navidad puede resonar el Hodie Christus natus
est, inspirado en los textos citados de León Magno, porque este hoy se ha convertido en
presencia eterna en el Verbo Encarnado.

Nacimiento de Cristo, nacimiento de la Iglesia

Otra de las ideas geniales de san León Magno es la unidad indisoluble entre el nacimiento
de Cristo y el de la Iglesia. Lo expresa así en el sermón ya citado: «La festividad de hoy
renueva ante nosotros los sagrados comienzos de Jesús, nacido de la Virgen María; de modo
que, mientras adoramos el nacimiento de nuestro Salvador, resulta que estamos celebrando
nuestro propio comienzo. Efectivamente, la generación de Cristo es el comienzo del pueblo
cristiano, y el nacimiento de la cabeza lo es al mismo tiempo del Cuerpo» (PL 54, 213).
Generación de Cristo y generación bautismal del pueblo cristiano. Una idea que León
Magno repite en otros contextos eclesiales y bautismales.
Esta teología encuentra la glosa más bella y original en la Inlatio de Navidad de la liturgia
hispánica, que con sabrosas antinomias presenta el nacimiento de Cristo de la Virgen y el
nacimiento de los pueblos de la Iglesia. Pero siempre en el mismo misterio del cuerpo de
Cristo:
«En este día nos ha nacido Cristo Jesús. Tu unigénito se ha convertido en el hijo de su 24
esclava, señor de su misma madre, parto de María, fruto de la Iglesia. Al que María da a
luz, la Iglesia lo acoge, y el que por aquella se presenta pequeño, por ésta se extiende
admirablemente. Aquella ha engendrado al Salvador de los pueblos, ésta a los pueblos.
Aquella llevó la vida en su seno, ésta en el bautismo... Por aquella ha recibido la vida el
Redentor, en ésta reciben la vida los pueblos...En aquella aparece como un niño, en ésta
como un gigante. Allí llora, aquí triunfa...» (Missale hispano-mozarabicum, p.142-143). La
fiesta de Navidad es fiesta del nacimiento de la Iglesia.

La trilogía de la Navidad: la paz, la alegría, la gloria

En el anuncio dado a los pastores encontramos estos tres conceptos de la más pura teología
y espiritualidad de la Navidad.
Es anuncio de paz, en aquél que es «Príncipe de la paz» según la profecía de Isaías. El don
de la paz según el anuncio de los ángeles: «Paz en la tierra a los hombres que Dios ama».
La prolongación de este tema en la Jornada de la paz, e1 1 de enero, tiene su fundamento
bíblico. El Nacimiento del Señor constituye el «gozoso anuncio», el evangelio de una gran
alegría. Todo grita como en una participación de la alegría escatológica, la de la
reconciliación universal, en este sentimiento de gozo de los ángeles y de los pastores, de
los cielos y de la tierra.
Navidad es la fiesta de la gloria de Dios. Dioses glorificado en los cielos: «gloria a Dios en
el cielo». Pero la gloria de Dios que es signo de su presencia está en la tierra. La gloria del
Señor envuelve a los pastores, según las palabras de Lucas (2,9). Sobre el Verbo Encarnado
reposa la gloria que es signo ya de la definitiva presencia de Yahvé en medio del mundo
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

Gn 1,14).
La trilogía de la Navidad se refleja en la plegaria litúrgica y se prolonga en un compromiso
de vida; en Cristo se nos da la plenitud del culto divino y ahora el culto debe hacerse vida,
para hacer resplandecer en las obras el misterio que por la fe brilla en el espíritu.

LITURGIA

La liturgia de Navidad es muy rica. Fijamos sobre todo nuestra atención en la solemnidad
del Nacimiento del Señor, aunque, es necesario decirlo, los temas natalicios se van poco a
poco desarrollando a través de la octava de Navidad en los formularios de las misas, en las
lecturas y preces de la liturgia de las horas.

La palabra de Dios

La riqueza del mensaje de Navidad está plasmada sobre todo en las lecturas de las tres misas
tradicionales, en un magnífico entramado de testimonios y mensajes que indicamos en este
esquema sinóptico:

MISA DE LA NOCHE MISA DE LA AURORA MISA DEL DÍA


Is 9,1-3.5-6 Is 62,11-12 Is 52,7-10
Un niño se nos ha dado Tu Salvador llega Hasta los confines de la tierra
Salmo 95 Salmo 96 Salmo 97 25
Hoy nos ha nacido un Salvador Brillará una luz La victoria de nuestro Dios
Tt 2,11-14 Tt 3,4-7 Hb 1,1-6
Se ha manifestado la gracia Nos ha salvado con su misericordia Nos ha hablado en su Hijo
Aleluya Aleluya Aleluya
Os anuncio un gozo grande Gloria a Dios, paz a los hombres Ha amanecido un día sagrado
Lc 2,1-14 Lc 2,15-20 Jn 1,1-18
Ha nacido un Salvador Vamos a Belén La Palabra se hizo carne

Este cuadro merece una breve explicación. Las lecturas de los tres formularios de la misa
dan la palabra a los testigos y evangelistas del misterio. El profeta Isaías y el salmista David,
como videntes del AT; el apóstol Pablo y el autor de la Carta a los Hebreos, teólogos del
misterio; Lucas y Juan los evangelistas de Navidad, el primero con los detalles de la teología
y de la crónica, el segundo con la contemplación del Verbo.
Isaías, el protoevangelista, es leído como aquél que prevé y anuncia la alegría mesiánica
por la venida del Mesías Rey. David canta en sus salmos las maravillas de Dios en su
Mesías.
Pablo habla de la revelación de la gracia de Dios y de su amor a los hombres, la divina
filantropía que se manifiesta en Navidad. El autor de la Carta a los Hebreos muestra la
Palabra definitiva del Padre que nos habla en el Hijo.
Lucas, el narrador del evangelio de la infancia, ofrece la proclamación del relato del
nacimiento del Mesías y de la adoración de los pastores, con textos que afirman la historia
con fechas, lugares y nombres, con palabras que evocan la comprensión del acontecimiento
a la luz de la fe; sus palabras adquieren una plenitud espiritual en la misa de medianoche
por el momento en que se proclama el evangelio. Juan, con la lectura del Prólogo, nos hace
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

recorrer el camino del Verbo que estaba junto al Padre y se ha hecho carne. En el Verbo
Encarnado la palabra se hace eficaz, el anuncio realidad y la profecía experiencia de
salvación.

La oración de la Iglesia

Son hermosas y ricas las expresiones de la eucología de Navidad. El eje teológico, como se
explicará seguidamente, está constituido por los tres prefacios natalicios. Las colectas de la
misa y las otras oraciones son muy exactas al expresar los distintos aspectos del misterio
de Navidad. Los textos del oficio divino constituyen una rica teología natalicia con los
himnos de Sedulio o las antífonas del oficio de las lecturas y de los Laudes, con los
responsorios y la antífona del Magnificat en que resuena el Hodie del misterio celebrado.
Estamos todavía en una teología natalicia que se remonta a la época áurea de la liturgia
romana, donde se percibe la inspiración de los sermones de León Magno, teólogo de
Navidad como misterio de nuestra salvación celebrado por la Iglesia.
En la liturgia de las horas que prolonga la presencia y la meditación del misterio, la Iglesia
ha conservado la riqueza tradicional de los textos litúrgicos, enriquecidos ahora también
con las invocaciones de Laudes y Vísperas.

La Eucaristía de Navidad

El centro de la celebración de Navidad es la Eucaristía. Con la Eucaristía celebrada el 26


misterio del Verbo encarnado se hace presente. No porque «nace el Niño» sobre el altar,
según una ingenua expresión de religiosidad, sino porque en la Eucaristía está siempre
presente el Verbo Encarnado que ha muerto y está glorificado.
En la teología eucarística de Juan el pan de vida es el pan bajado del cielo. La Eucaristía es
el Verbo Encarnado, el Hijo de la Virgen María. En la 1ª celebración de la Eucaristía y en
la comunión eucarística, el misterio de Navidad es, además de proclamación, presencia
salvífica de aquél que ha asumido nuestra humanidad para hacemos partícipes de su
divinidad. La celebración del memorial de la Pascua evidencia el nexo que existe entre la
Navidad y la Pasión-Resurrección. La Encarnación y el Nacimiento de Jesús; pertenecen
ya al misterio de la Redención. Cristo no ha dejado aquello que ha asumido. El cuerpo de
Cristo y toda su humanidad gloriosa son siempre la misma naturaleza asumida de la Virgen
María, presente en la Eucaristía. Por medio de la Eucaristía, Navidad se convierte en plena
participación salvadora en el misterio que se celebra.
Por eso, hay resonancias patrísticas en los sermones de Navidad que recuerdan el misterio
de Navidad vinculado al misterio de la Eucaristía, por la referencia al nombre de Bet-lehem,
la casa del pan.

Navidad en la liturgia bizantina

Precedido, como hemos indicado, por dos domingos que celebran la espera del Señor, la
liturgia bizantina celebra el misterio del Nacimiento del Señor con textos hermosos y
significativos. Al día siguiente se celebra la Sinaxis o reunión litúrgica en honor de la Madre
de Dios.
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

Los textos litúrgicos reflejan la gran doctrina teológica del Oriente acerca de la Encarnación
como inicio de la salvación, en el misterio de la divino-humanidad de Cristo, en el sentido
de la divina teantropía, la unión de lo divino y de lo humano, y de la divina filantropía, el
amor de Dios por el hombre, en el misterio de la theosis, la divinización como destino del
hombre en Cristo. Pero Navidad es también la proclamación de la renovación del cosmos,
la gozosa presencia del Emmanuel con nosotros y en medio de nosotros. Es el nacimiento
del Señor según la carne. Es el inicio de nuestra divinización.
Algunos textos lo dicen con un profundo sentido de gozo:

«La Virgen hoy da a luz al Supraesencial y la tierra ofrece la gruta a aquél que es
inaccesible. Los ángeles con los pastores cantan gloria, y los magos avanzan con la estrella;
en efecto, por nosotros ha nacido un niño nuevo, el Dios antes de los siglos» (Kontakion de
Navidad).

«Tu Nacimiento, oh Cristo Dios, ha hecho resplandecer sobre el mundo la luz del
conocimiento. En él, en efecto, los que adoraban las estrellas, por una estrella aprendieron
a adorarte a Ti, el Sol de Justicia, y a reconocerte a Ti, ¡Oriente venido de lo alto!» (Tropario
del IV tono).

«Cristo nace glorificado; Cristo desciende del cielo, id a su encuentro; Cristo está en la
tierra, levantaos. ¡Canta al Señor, oh tierra entera, celebradlo en la alegría pueblos!»
(Irmode Cosma de Mayuma). Estas palabras sirven para que los fieles se saluden durante 27
este tiempo. Son las palabras de un sermón de san Gregorio Nacianceno que han pasado a
la liturgia de la iglesia de Oriente (cf. PG 36,314).

Tiene una gran importancia en la liturgia el icono de la Navidad. En su complejidad expresa


todo el misterio del Nacimiento del Salvador. Desde lo alto una luz-estrella que se divide
en tres rayos, como símbolo de la Trinidad, penetra en la gruta oscura donde se encuentra
el Niño en pañales en un pesebre que tiene todas las apariencias de un sepulcro-altar; a los
lados el asno y el buey. En el mismo icono, en diversas escenas, tenemos a los magos a
caballo o bien ofreciendo los dones. Los ángeles anuncian y adoran. Los pastores escuchan
la Buena Noticia. José aparece apartado con un misterioso personaje que asemeja al diablo
y que parece tentarle ante el misterio. Es la tempestad del corazón del hombre ante el
misterio de una Virgen que da a luz y ante un Dios que se hace hombre. En otro lado dos
mujeres lavan el cuerpo del recién nacido. Fuera de la gruta, recostada, la Virgen Madre
que ha dado a luz medita en su corazón e indica y ofrece a todos su Hijo como Salvador del
mundo (d. Oración ante los iconos pp. 67-72).

SUGERENCIAS PASTORALES

La celebración del Nacimiento del Señor se prepara con todas las celebraciones del
Adviento y con una serie de iniciativas de presencia y de caridad activa que hacen cercana
la manifestación de Dios en forma concreta y encarnada, especialmente para los más pobres
de este mundo. En la celebración y en la preparación deben tener un papel particular los
niños; que son los que sienten más esta fiesta, en la experiencia de un Dios que se hace
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

niño, en el maravilloso realismo de la encarnación.


Entre las sugerencias específicas para la misa de medianoche señalamos, a modo de
propuestas para hacer más viva la celebración, esta serie de orientaciones litúrgico-
pastorales.
Una preparación de la misa de medianoche requiere una cierta sobriedad y una atención
contemplativa. Un momento de ambientación de cantos y de experiencias, un montaje
audio-visual sobre la Navidad, puede ser útil, donde no se celebra el oficio de las lecturas
unido con la misa. Particulares costumbres de religiosidad popular pueden ser insertadas en
esta preparación.
La entrada de la misa podía ser más solemne, tal vez llevando en procesión al Niño con
cantos natalicios para colocarlo desde el principio de la misa en un lugar digno y visible.
Después del saludo y en lugar del acto penitencial, que se puede suprimir, dentro del clima
de gozo del canto inicial, se podría proclamar el anuncio del nacimiento del Salvador, como
se hace desde hace varios años en la liturgia del Papa en la Basílica Vaticana, con un texto
semejante al del Martirologio Romano (cf. el texto más adelante). Este anuncio, precedido
de una monición, debería estar unido al solemne canto del Gloria, durante el cual se podría
expresar la explosión del gozo con el repique de las campanas, la incensación del altar, el
homenaje con flores a la imagen del Niño Jesús por parte de los más pequeños de la
comunidad, como se hace en la Basílica de San Pedro.
En el ambiente natalicio se puede dar más realce al ofertorio como intercambio de dones
con los más pobres, o hacer más gozoso y apropiado a esta circunstancia el signo de la paz
para felicitarse mutuamente con el don de la paz y del gozo, propios de Navidad. 28
Al final de la celebración se puede dar a besar la imagen del Niño y entronizarlo en el belén
o en otro lugar donde quede para ser venerado por los fieles.
No se olvide el valor que tiene la imagen de la Navidad para valorizar también desde el
punto de vista litúrgico algún gesto de veneración del Niño o una visualización en el
característico nacimiento. Conviene recordar que la imagen de la Navidad es tradicional y
antigua. La encontramos, bajo la forma primitiva de la adoración de los magos o del
nacimiento en la cueva, en frescos y sarcófagos de las catacumbas romanas (Priscila, San
Calixto, Domitila). El arco de triunfo de Santa María la Mayor es ya un gran belén en
mosaico. En San Apolinar nuevo de Rávena se presenta a los magos que ofrecen sus dones
a la Virgen sentada con el niño en un trono y rodeada de ángeles.
La iconografía de este misterio es muy curiosa. María aparece siempre cercana al Niño,
José apartado de ella. En la gruta o cerca del pesebre encontramos siempre los dos animales,
a propósito de los cuales tenemos estas curiosas elucubraciones patrísticas: el asno
representa a los gentiles que llevaban el peso del pecado; el buey representa a los judíos
que llevaban el yugo de la ley. Al asno y al buey son aplicados los textos de Isaías: «conoce
el buey a su amo y el asno el pesebre del propietario» (Is 1,3). En Habacuc 3,2 la versión
de la Vulgata, siguiendo a los Setenta, ha leído: «En medio de los dos animales tú te
manifestarás». También el nacimiento tiene, por tanto, un puesto en la catequesis y en la
pastoral de la Navidad, por su presencia en el templo y en las casas.

ESPIRITUALIDAD

Con un sencillo acercamiento a los textos eucológicos de las Misas de Navidad, ofrecemos
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

unas líneas esenciales de espiritualidad litúrgica de Navidad, para iniciamos en la


comprensión del misterio a partir de la liturgia misma, para favorecer la contemplación,
revivir el misterio de la manifestación del Señor en la carne, tener acceso a él, mediante la
Eucaristía, Pan de Vida, y prolongar en la existencia las resonancias del mensaje.
Lo vamos a hacer a partir de los tres prefacios de Navidad, que sintetizan egregiamente la
más genuina teología del misterio, tal como nace y se desarrolla en los primeros siglos de
la liturgia romana; es decir, entre la introducción de la fiesta de Navidad, en el siglo IV, y
los primeros esplendores de su celebración en tiempos de Gregorio Magno (+604).

Navidad: el misterio de Cristo, Luz del mundo

El tema de la luz, de Cristo luz del mundo, título del prefacio I de Navidad, de la
manifestación luminosa del Señor en su nacimiento, es quizá la idea central de la eucología
romana, especialmente en los textos de la misa de medianoche.
El tema de la luz recupera simbólicamente los orígenes de la fiesta, a partir de la claridad
que inunda a los pastores de Belén mientras velan sus rebaños en la noche en que nace
Jesús. Recuerda, si hay que dar fe a algunas interpretaciones, que los judeocristianos
celebraban el misterio de la venida del Señor en la gruta de Belén, llamada caverna de la
luz y de la vida.
Ciertamente, como nos asegura la peregrina Egeria, una vigilia nocturna se celebraba en el
lugar tradicional del nacimiento de Cristo a finales del siglo IV, en la fiesta jerosolimitana
de Epifanía. El tema de la luz evoca la audaz sustitución de la fiesta romana del Sol Invicto 29
por la solemnidad cristiana del nacimiento de Cristo, Sol de Justicia.
En medio de la noche celebran las comunidades cristianas el memorial litúrgico del
nacimiento del Señor, a partir de la costumbre, dé la Iglesia romana de celebrar este misterio
en la Basílica de Santa María la Mayor, con una intuición genial que ha hecho perdurar a
través de los siglos la celebración nocturna de Navidad.
Textos primitivos evocan las convicciones populares en tomo al día de Navidad como día
de la luz, del sol nuevo, del sol invicto. Así escribe por ejemplo Máximo de Turín: «No es
errado que el pueblo llame a este día santo del nacimiento del Salvador: el sol nuevo.
También nosotros nos unimos a esta costumbre. De hecho cuando nace el Salvador no sólo
se renueva la salvación de la humanidad, sino también la misma luz del so1» (PL 57,537).
Otro escritor anónimo recuerda: «Llaman a este día nacimiento del Sol Invicto. Pero ¿quién
es victorioso e invicto como nuestro Salvador que ha vencido a la muerte? También lo
llaman «día del nacimiento del Sol». Pero en realidad ¿no es El, nuestro Salvador, el Sol de
justicia, de quien Malaquías escribió: «Para vosotros que teméis al Señor su nombre se
levantará como Sol de justicia y su salvación estará bajo sus alas?» La circunstancia
cosmológica del solsticio de invierno, celebrado por los romanos como triunfo de la luz
sobre las tinieblas, evocaba espontáneamente para los cristianos el Sol que nace de lo alto,
la presencia entre nosotros de Cristo, luz que brilla en las tinieblas, luz del mundo.
El ambiente de la celebración de medianoche es propicio para evocar este misterio. En el
corazón de la noche, la comunidad cristiana se reúne en un espacio de luz que es símbolo
de la fe que nace de la palabra del anuncio, y la luz es Cristo, Palabra y Eucaristía, como
un haz de esplendores que se irradia para iluminar a todos los que creen y celebran su santo
nacimiento.
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

En este ambiente litúrgico resuenan las palabras de la luz. Ante todo en la liturgia de la
palabra con la lectura del profeta Isaías:

«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombra y una luz les
brilló» (Is 9,2).

El texto mesiánico se convierte en profecía a la luz del anuncio evangélico:

«En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre velando por turno su
rebaño... La gloria del Señor los envolvió de claridad...» (Lc 2,8-9).

La oración colecta ya ha anticipado solemnemente el tema de la liturgia de la Palabra:

«¡Oh Dios, que has iluminado esta noche santa con el nacimiento de Cristo, la luz verdadera,
concédenos gozar en el cielo del esplendor de su gloria a los que hemos experimentado la claridad
de su presencia en la tierra».

El tema de la luz se enriquece con alusiones a la manifestación de la gracia (2a lectura) y


la contemplación de la gloria (antífona de comunión). Se subraya el tema de la luz en textos
comunes como la confesión de la fe, ya que en esta noche no se pueden olvidar las repetidas
fórmulas del Credo: «Dios de Dios, Luz de Luz»; o el acercamiento verbal del
Communicantes propio de esta misa: «la noche santa en que la Virgen María dio a luz al
Salvador del mundo...». 30
El prefacio I concentra y resume en acción de gracias al Padre este misterio de Cristo, luz
del mundo:

«Porque, gracias a la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo
resplandor, para que conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible».

Hay todavía dos interesantes prolongaciones del mismo tema. Cristo se irradia con la gracia;
la fe es luz que tiene que iluminar la vida. Lo dice una de las bendiciones finales:

«El Dios de bondad infinita que disipó las tinieblas del mundo con la encarnación de su Hijo y con
su nacimiento glorioso iluminó esta noche santa, aleje de vosotros las tinieblas del pecado y alumbre
vuestros corazones con la luz de la gracia».

Así lo confirman algunos textos de la Misa de la aurora, como la antífona de entrada que
recupera el texto de Isaías proclamado en la noche (cf. Is 9,2), Y sobre todo la colecta que
explicita la condición filial y bautismal de los que participan del misterio de Cristo; una
gracia que se hace compromiso de vida:

«Concede, Señor todopoderoso, a los que vivimos inmersos en la luz de tu Palabra hecha carne, que
resplandezca en nuestras obras la fe que haces brillar en nuestro espíritu».

Navidad es misterio de luz. En el fulgor de esta noche se adivinan ya las luces de la noche
pascual. O si queremos, la luz pascual reverbera de manera retrospectiva en el misterio del
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

nacimiento de Cristo, del mismo modo que la luz del kerigma de la resurrección ilumina en
Lucas la narración del nacimiento del Señor, y en el prólogo de Juan la gloria del Resucitado
es también inicialmente gloria de la Palabra hecha carne. No podemos olvidar que, en la
mejor tradición litúrgica romana, Navidad es el necesario inicio del misterio pascual. Y que
la liturgia celebra Navidad como Pascua, según un típico lenguaje oriental que en nuestra
lengua castellana ha permanecido: Pascua de Navidad. Pascua recuerda el misterio de la
iluminación bautismal. Navidad, la condición del cristiano como hijo de Dios. Así lo hace
por ejemplo León Magno en su célebre Sermón de Navidad que se lee en el oficio de
lecturas de la noche, recordando la iniciación bautismal: «Reconoce, cristiano tu dignidad...
No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de
Dios...» (PL 152-153).

Navidad, restauración del universo

El nacimiento de Cristo restaura en el universo el orden que el pecado ha roto. Este es el


sentido de la paz bíblica, el Shalom que con tanta intensidad resuena en la liturgia navideña
y que León Magno, el teólogo de este tiempo litúrgico, sintetiza en la fórmula clásica: «El
nacimiento de Cristo es el nacimiento de la Paz» (PL 54, 215).
Con el misterio del Verbo Encarnado empieza la normalización de las relaciones del
Creador con la criatura, en esa alianza entre lo divino y lo humano que se realiza en la carne
de Cristo; se vislumbra la pacificación universal de todos los hombres, la convivencia
pacífica de la creación, con figuras halagüeñas y paradisíacas de armonía entre los animales 31
rivales, con la seguridad del niño que juega con la serpiente, con las lanzas convertidas en
arados. El Niño que ha nacido se llama Príncipe de la paz, viene a dilatarla por todo el orbe.
En su nacimiento los Ángeles cantan: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los
hombres que ama el Señor».
Esta es la certera intuición del antiguo texto de la Kalenda de Navidad, inserta en el
Martirologio romano, que cantaba el misterio de la plenitud de los tiempos, la confluencia
en Cristo de la historia sagrada y de la historia profana, desde la creación hasta las
olimpíadas de Grecia, desde la unción de David a la fundación de la ciudad de Roma; es la
irrupción de Cristo en nuestra historia que se realiza mediante el designio de consagrar el
mundo con su piadosa venida: «mundum volens piissimo adventu suo consecrare...».
En el centro del cosmos y de la historia se inserta para siempre Jesucristo, Redentor del
hombre, unido en su encarnación con cada hombre, unido con toda la creación a través del
misterio de la encarnación.
El misterio de Navidad evoca la presencia de esta dimensión cósmica y universal de la
salvación, como lo hace este texto de la liturgia bizantina:

«El cielo y la tierra se alegran proféticamente en este día. Los ángeles y los hombres celebran una
asamblea espiritual. Dios, nacido de una mujer, ha aparecido en la carne a quienes vivían en tinieblas
y en sombra de muerte. Una gruta y un pesebre lo han acogido. Los pastores proclaman esta
maravilla. Desde Oriente los magos traen hasta Belén sus dones; y nosotros con nuestros labios
indignos presentamos nuestra alabanza con las palabras del himno angélico: «Gloria a Dios en el
cielo y paz en la tierra...»

El prefacio II de Navidad, de manera impecable, canta el misterio de la restauración


MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

cósmica como acción de gracias al Padre, mientras contempla el misterio del nacimiento
del Hijo unigénito, hermano nuestro:

«Porque en el misterio santo que hoy celebramos, Cristo el Señor, sin dejar la gloria del Padre, se
hace presente entre nosotros de un modo nuevo; el que era invisible en su naturaleza se hace visible
al adoptar la nuestra; el eterno, engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal para
asumir en sí todo lo creado, para reconstruir lo que estaba caído y restaurar de este modo el universo,
para llamar de nuevo al reino de los cielos al hombre sumergido en el pecado».

Armonía entre Dios y nosotros; entre el cielo y la tierra; paz entre lo divino y lo humano;
entre lo eterno y lo temporal; asunción en Cristo de toda la creación, elevación del cosmos,
reconciliación del hombre pecador. Es la idea que recoge al final de la Misa una fórmula
de bendición, como augurio de paz: «Y el que por la encarnación de su Hijo reconcilió lo
humano y lo divino os conceda la paz a vosotros, amados de Dios...».
Navidad resulta en esta perspectiva litúrgica fiesta de la humanidad entera y de la
naturaleza; en la Iglesia de Cristo, lugar de la paz y de la fraternidad; y en la liturgia de la
Iglesia, donde el cosmos se hace aliado del hombre en el culto divino, hasta en esos
elementos que son fruto de la tierra y del trabajo del hombre en los que ahora se hace
presente el Verbo hecho carne.

Navidad: el admirable intercambio de la encarnación


32
El título del prefacio III de Navidad sintetiza lo que es vértice de la teología del misterio
celebrado: la encarnación del Hijo de Dios como salvación de lo humano mediante el
admirable intercambio (admirable commercium!) que ya inicialmente nos ha redimido.
Todo está anunciado con vigor en el evangelio de Juan, alta proclamación teológica del
misterio de Navidad en la Misa del día: «y la Palabra se hizo carne, y acampó entre
nosotros... Y a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios» (Jn 1,14.13).
Es el misterio del Dios como nosotros; del Dios con nosotros; del Dios que nos da la gracia
de ser sus hijos y está ya definitivamente de nuestra parte.
Resuena el mismo mensaje en los textos paulinos que, a primera vista, no parecen los más
apropiados para conmemorar el misterio de Navidad al ser proclamados en la liturgia.
y sin embargo, leídos en este contexto, se hacen elocuentes. Cristo es la manifestación de
la gracia de Dios, gracia salvadora y universal (Tt 2,11). El es epifanía de la bondad de
Dios, de la divina filantropía, su amor hacia el hombre pecador, que culmina con el nuevo
nacimiento del hombre mediante el baño de la regeneración en el Espíritu y la herencia de
la vida eterna (cf. Tt 3,4-7).
Navidad es el punto de partida de esas amorosas meditaciones de los Padres acerca de la
condescendencia de Dios, del misterio de lo divino en lo humano: la realidad teándrica -
divino-humana- en Cristo, en nosotros, en la Iglesia; porque «Dios se hace hombre para que
el hombre pueda ser Dios», según el gran axioma de los Padres, inspirados ya por la gran
teología de Ireneo acerca del misterio de la amistad divina y de los intercambios entre lo
que es de Dios y lo que es nuestro.
Las ideas más bellas de la liturgia se concentran en esta contemplación con insistencia. Así
lo anuncia ya la oración sobre las ofrendas de la noche de Navidad:
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

«Acepta, Señor, nuestras ofrendas y por este intercambio de dones... haznos partícipes de la
divinidad de tu Hijo que, al asumir la naturaleza humana, nos ha unido a la tuya de un modo
admirable».

Lo repite la misma oración en la Misa de la aurora: «Así como tu Hijo hecho hombre, se
manifestó como Dios, así nuestras ofrendas de la tierra nos hagan partícipes de los dones
del cielo».
Fiesta de regalos y de aguinaldos entre Dios y los hombres que se celebra contemplando el
misterio y participando en él. Así lo expresa la oración colecta de la Misa del día:

«Oh Dios, que de modo admirable has creado al hombre a tu imagen y semejanza y de un modo
más admirable todavía restableciste tu dignidad por Jesucristo) concédenos compartir la vida divina
de aquél que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana».

Es la idea que expresa también la oración sobre las ofrendas en la concisa y rica fórmula
del Sacramentario Veronense que la traducción castellana no logra rendir con perfección:

«nostrae reconciliationis processit perfecta placatio, et divini cultus nobis est indita plenitudo»:
«esta ofrenda que nos reconcilia contigo de modo perfecto y que encierra la plenitud del culto que
el hombre puede tributarte».

El misterio pascual, celebrado en la Eucaristía, iniciado en Navidad, es misterio de nuestra


total reconciliación y es el don que nos permite tributar al Padre el culto digno de sus hijos; 33
así el pecador se convierte en liturgo y ofrece con Cristo el culto filial al Padre.
Como siempre, es el prefacio III la síntesis oracional mejor lograda. Acción de gracias al
Padre porque en Cristo «hoy resplandece ante el mundo el maravilloso intercambio que nos
salva; pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición, no sólo confiere dignidad eterna
a la naturaleza humana, sino que por esta unión admirable, nos hace a nosotros eternos».
Estas gozosas confesiones de fe de la liturgia romana traducen la teología de un León
Magno o de un Gregorio Magno y nos conservan intacto el sentido lírico y la alta
contemplación teológica del misterio del Verbo Encarnado.
Navidad se convierte así en fiesta de la humanidad, celebración de nuestra filiación divina,
gratitud por el misterioso y admirable intercambio de la encarnación, estupor por la
salvación que transciende el perdón del pecado, para ser elevación del hombre a la
participación de la naturaleza divina de la inmortalidad.
Por eso los Padres de la Iglesia, sobre todo en Oriente, celebran con el nacimiento de Cristo
el principio mismo de la salvación de la humanidad, a partir de la unión del Hijo con nuestra
naturaleza humana.
Con la celebración de la misa que actualiza el misterio y con la comunión eucarística que
nos permite entrar en comunión con el Verbo Encarnado, el misterio de Navidad ya no es
sólo mensaje de la Palabra o de la oración, ni simple contemplación de una imagen del Niño
o de una escena de Navidad. Es acción de gracias por el misterio, presencia del Verbo
Encarnado que ha muerto y ha sido glorificado, plena comunión con la carne y la sangre
del Señor, asumidas de la Virgen María.

La Virgen María en el misterio de Navidad


MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

En el misterio de Navidad se contempla y celebra la maternidad virginal, divina y salvífica


de la Theotokos, como dice la Marialis Cultus n.5. Protagonista indiscutible del misterio
de la Navidad, está presente en las oraciones de la Iglesia en la Navidad y durante su octava.
El 1 de enero, octava de Navidad, se celebra la fiesta de la maternidad divina y se venera a
aquélla que es Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, según las palabras de la oración
después de la comunión.
La liturgia bizantina reserva una Sinaxis, o fiesta de la Madre de Dios, el 26 de diciembre,
mientras que otras liturgias graciosamente van a felicitar a la Madre de Dios, como se hace
con una madre cuando nace un hijo, con textos llenos de encanto como los himnos de Efrén
el Sirio a la Virgen por el nacimiento de su Hijo.
En Navidad de modo particular la Iglesia celebra la presencia de María y trata de imitar su
ejemplo como Virgen Madre (MC fin. 19 y 21).

Textos eucológicos para la meditación y la celebración

María, Navidad, la Eucaristía

En el corazón mismo de la plegaria eucarística la Iglesia de Oriente recuerda siempre la


relación entre María, la Eucaristía y la Encarnación, que permite a los fieles nutrirse del
Verbo Encarnado. En la Anáfora de san Basilio se canta este tropario después de la
consagración en el momento de la memoria de la Madre de Dios: 34

«En ti se alegra, oh receptáculo de gracia,


toda criatura, el coro de los ángeles y el género humano.
Templo santificado y paraíso terrestre,
gloria de la virginidad.
De ti tomó carne Dios y se hizo Niño
Aquél que es nuestro Dios,
antes de los siglos. El formó en tu vientre su trono
e hizo más vasto que los cielos tu seno».

Calenda de Navidad (versión usada en la Basílica Vaticana)

«25 de diciembre. Luna...


Habían pasado muchos siglos,
desde que Dios creara el mundo
e hiciera al hombre a imagen suya.
Todavía después de muchos siglos
desde que cesara el diluvio
y el Altísimo hiciera resplandecer
en el cielo el arco iris,
como signo de paz y de alianza.
Veinte siglos después del nacimiento
de Abrahán, nuestro Padre.
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

Trece siglos más tarde que el pueblo de Israel,


conducido por Moisés, saliera de Egipto.
Cerca de mil años
después de la unción de David como Rey.
En la semana número sesenta y cinco,
según la profecía de Daniel.
En la época de la Olimpíada
ciento noventa y cuatro.
En el año setecientos cincuenta y dos
de la fundación de Roma.
En el año cuarenta y dos
del imperio de César Octaviano Augusto,
mientras la paz reinaba sobre toda la tierra,
en la sexta edad del mundo.
JESUCRISTO, el Dios eterno,
e Hijo del Padre eterno,
queriendo consagrar el mundo
con su piadosísima venida,
fue concebido por obra del Espíritu Santo,
y, transcurridos nueve meses desde su concepción,
nace en Belén de Judá, de Santa María Virgen,
hecho hombre. 35
Este es el nacimiento
de Nuestro Señor Jesucristo,
según la carne».

Oración de Navidad del rito bizantino

«Oh Cristo, nuestro Dios, que, del seno del Padre eterno, resplandecías purísimamente antes
de todos los siglos, y que en los últimos tiempos te hiciste hombre y naciste de la Virgen
santa. Tu fuiste pobre para enriquecemos con tu pobreza, recién nacido te envolvieron en
pañales, y aunque eras Dios, te acostaron en un pesebre. Señor que cuidas de todo, acepta
nuestras pobres alabanzas y ruegos, como aceptaste la alabanza de los pastores y la
adoración de los magos. Concédenos que exultemos con el ejército celestial, y que
heredemos la celeste alegría que está preparada para los que celebran dignamente tu
nacimiento; porque tú amas al hombre y eres glorificado con tu eterno Padre y tu santo
Espíritu, todo bondad y vida, ahora y siempre por los siglos de los siglos amén» (Oración
final de la liturgia del 25 de diciembre).

La ofrenda de todas las criaturas

«¿ Qué te ofreceremos, oh Cristo, por haber aparecido entre nosotros en esta tierra y haberte
hecho hombre? Cada una de las criaturas a quienes has dado el ser te ofrece una cosa en
acción de gracias: los ángeles su canto, los cielos las estrellas, los magos sus dones, los
pastores su admiración, la tierra una gruta, el desierto un pesebre. Y nosotros ¿qué te
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

ofreceremos? Nosotros te ofrecemos una Virgen Madre (Tropario de la liturgia Bizantina)

36
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

Capítulo Tercero
TIEMPO DE NAVIDAD, EPIFANÍA,
BAUTISMO DEL SEÑOR

La celebración de la manifestación del Señor se prolonga en el tiempo de Navidad que se


extiende desde las vísperas del Nacimiento del Señor hasta el domingo después de Epifanía,
o después del 6 de enero, inclusive. En este tiempo se celebra la octava de Navidad con las
fiestas características de algunos santos, la fiesta de Epifanía y del Bautismo del Señor. Más
lejos, aunque en cierto modo vinculada a la cronología de Navidad, tenemos la fiesta de la
Presentación del Señor en el templo. Con esta última fecha se cierra idealmente el tiempo
natalicio según el esquema mistérico de la Navidad y según la antigua tradición
jerosolimitana testificada por Egeria. En la actual ordenación del Calendario litúrgico,
después de la celebración del Bautismo del Señor, comienza el tiempo ordinario en las
ferias y en los domingos per annum.
Estas sencillas anotaciones nos hacen ya percibir la complejidad del año litúrgico.
Occidente celebra en Epifanía la adoración de los magos, aunque no en forma exclusiva.
Oriente, sin embargo, celebra en la misma fecha la Teofanía o Bautismo del Señor. Este
misterio central de la vida de Jesús ha sido plenamente recuperado ahora de manera solemne
de la liturgia romana el domingo después de la Epifanía. Pero existe todavía la Presentación 37
del Señor en el templo, que se celebra «cuarenta días después de la solemnidad de la
Navidad». Se perciben, en esta complejidad de fiestas, los diversos criterios que quieren
unir a la vez la dimensión cronológica y la sucesión de los misterios, la línea del Occidente
cristiano y la tradición oriental.
Tratamos de ofrecer brevemente una síntesis sobre todas estas fiestas que están insertadas
ideal y teológicamente en tomo al misterio de la manifestación del Señor.

RAICES HISTORICAS

La fiesta oriental de la Teofanía del Señor

La fiesta de la manifestación (epiphaneia) del Señor, celebrada e16 de enero, es de origen


oriental. El testimonio más antiguo es el de Clemente de Alejandría (Strom. 1,21, PG
8,888). Los gnósticos la celebraban para indicar que en el bautismo de Jesús, Cristo-hombre
se hace Cristo-Dios. En el evangelio de los Ebionitas se dice que al salir Jesús de las aguas
del Jordán, después de ser bautizado, una gran luz brilló sobre El en la manifestación de
Dios. La idea de una «epiphaneia» de la Santísima Trinidad es justa y corresponde a los
textos evangélicos que afirman unánimes el bautismo de Cristo, con una manifestación de
su divinidad y de su humanidad junto con la revelación del Padre y del Espíritu, y por lo
tanto como manifestación de la Trinidad.
En el siglo IV Epifanio la recuerda, citando a Efrén que la considera fiesta de la venida del
Señor, de su nacimiento y perfecta encarnación (PG 41,927). Esto quiere decir que al
principio en Oriente esta fiesta comprendía también la celebración del nacimiento del
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

Salvador, su manifestación en la carne.


Hacia finales del siglo IV existe la fiesta en Antioquía con el nombre de «ta hagia photá»,
las santas luces. La atención que prevalece en este nombre se explica por la manifestación
misteriosa que acontece en el bautismo del Señor por parte del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo, a la santificación de las aguas por parte de Cristo. Es el día de los bautismos. La
peregrina Egeria nos habla de esta fiesta en Belén y en Jerusalén2.
En la raíz de la fecha elegida para esta celebración encontramos una fiesta pagana de la luz
celebrada en Egipto en tiempos antiquísimos en honor del Aion, el tiempo. Esto se hacía en
el momento culminante del solsticio de invierno, aproximadamente dos semanas después
del 25 de diciembre. En Alejandría era también festejada la diosa Kore, la virgen que había
traído el sol y la luz. El tema de la luz y el del agua, que aquel día era sacada de los ríos y
las fuentes, está, por tanto, unido también a un elemento cósmico celebrado por la
religiosidad pagana. Para los cristianos la luz será la revelación de Cristo y la iluminación
bautismal, y las aguas recordarán el bautismo de Cristo y del cristiano.

La fiesta occidental de la Epifanía

La fiesta de Epifanía se celebra en Roma desde finales del siglo IV. Pero prevalece en ella
la conmemoración de la manifestación del Señor a las gentes en la adoración de los tres
magos que son guiados por la estrella. Sin embargo, tanto en Roma como en otras partes,
por ejemplo en España, existe la acumulación de otros significados como el Bautismo del
Señor, las bodas de Caná (temas presentes todavía en los himnos y antífonas) e incluso la 38
multiplicación de los panes.
En el rito hispánico la fiesta de la manifestación del Señor, In apparitione Domini, acumula
el recuerdo de la adoración de los magos, del Bautismo en el Jordán, del milagro de la
conversión del agua en vino y de la multiplicación de los panes, como lo expresa la Inlatio
de la fiesta (Missale hispano-mozarabicum pp. 169-170).
En esta fiesta se anunciaban las próximas fiestas pascuales, como testimonian las cartas
festales de la antigüedad.
¿Por qué la fiesta de Epifanía se transforma en la fiesta de la adoración de los magos en
Occidente y no prevalece el acontecimiento del Bautismo propio de Oriente? Recordemos
que la imagen de la adoración es muy antigua, se encuentra en las catacumbas de Roma, en
el arco triunfal de Santa María la Mayor, en los mosaicos de san Apolinar nuevo de Rávena
donde aparecen los nombres a los tres personajes: Melchor, Gaspar y Baltasar, en actitud
de ofrenda de sus dones a la Virgen sentada en un trono de gloria, teniendo entre su rodillas
al Niño. Quizá porque era la revelación a los gentiles con los que se identificaban los
cristianos convertidos del paganismo. Estos temas resuenan en las ocho hornillas de
Epifanía de san León Magno (PL 54, 234-263).
En la actual ordenación del calendario litúrgico Epifanía conserva su característico sentido
de una manifestación a las gentes por medio de Cristo que es la luz del mundo.

2
Itinerario de la Virgen Egeria, o.c. pp. 266-271
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

La fiesta del Bautismo del Señor

La fiesta del Bautismo del Señor que se celebraba ya anteriormente en el rito romano el
domingo siguiente a la Epifanía, ha adquirido un cierto realce en la liturgia romana
renovada como fiesta del Señor, por los hermosos textos de la misa y del oficio divino y
por las lecturas patrísticas del tiempo después de la Epifanía en las que se recogen algunas
homilías orientales sobre el misterio del bautismo de Jesús. Nos encontramos frente a una
integración Oriente-Occidente en los textos y en la espiritualidad litúrgica de este tiempo.

TEOLOGIA

Resumiendo algunas líneas de teología que están en continuidad doctrinal con las de
Navidad, podemos ofrecer algunas reflexiones.

El tiempo de la progresiva manifestación

El tiempo de Navidad es idealmente el tiempo de la manifestación del Señor, desde las


primeras revelaciones en el tiempo de la infancia (a los pastores, a los magos, a Simeón y
Ana), hasta la prolongación ideal a las primeras revelaciones de la vida pública: en el
bautismo a Juan, a los primeros discípulos, en las bodas de Caná, en la multiplicación de
los panes.
El breve tiempo litúrgico no permite hacer un desarrollo cronológico de ese otro misterio 39
de la manifestación de Cristo al mundo que es la vida oculta de Nazaret, narrada por Mateo
y Lucas en los primeros capítulos de su evangelio: la vida primero en Egipto (Mateo) y
después en Nazaret (Lucas), en esa larga jornada de la vida de la sagrada familia en la que
Jesús crece en edad, sabiduría y gracia. Una trilogía de palabras que denota su crecimiento
progresivo en línea humana, la edad, en línea cultural, la sabiduría, en vida filial ante el
Padre, la gracia. Pertenece también a esta manifestación que une idealmente el episodio de
los magos y la revelación del Jordán, la revelación prematura de Jesús en la Pascua de sus
doce años, en el templo de Jerusalén.
Toda esta serie de episodios que la Iglesia proclama en el tiempo de Navidad, indica
claramente cómo la meditación intensa de la liturgia no es simplemente episódica o
cronológica, como una historia que se cuenta, sino mistérica, en la acumulación de aspectos
del misterio en tomo al Niño nacido en Belén, revelado, como en un segundo nacimiento,
a orillas del Jordán, cuando de nuevo se rasgan los cielos y se evoca el misterio de la
creación y del diluvio, con el espíritu Santo sobre las aguas, con Juan, el testigo misterioso
de la Encarnación y ahora precursor y bautizador de Cristo. Todo este dinamismo orienta
el misterio de Navidad hacia su desenlace, que es el misterio pascual de muerte y de
resurrección, del que ofrece los primeros fulgores de revelación el anuncio de Simeón que
presenta a Cristo como signo de contradicción, de ruina y de resurrección, en el momento
de su presentación-ofrenda sacrificial en el templo, y será confirmada en el Evangelio de
Mateo al presentar Cristo como Rey perseguido por Herodes y salvado por la intervención
milagrosa de Dios y con la huída a Egipto.
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

De la luz de Cristo a la iluminación bautismal

En la Epifanía y en el Bautismo del Señor prevalece el tema de la luz, unido a los orígenes
evangélicos y paganos de esta fiesta de las santas luces. La manifestación del Señor es
gloriosa porque la gloria, de la cual es signo la estrella que guía a los Magos, se posa donde
Cristo está presente y es adorado. La gloria de Dios que envuelve como en una nube a
Jerusalén en la profecía, ahora se posa finalmente en la casa de Belén, donde encuentran al
Niño con María, su Madre. La luz revela a todos la realidad de Cristo que es Lumen
Gentium, luz de las gentes. La luz y la gloria evocan la fe; así viene expresado por los
Magos que han buscado y encontrado. La fe se convierte en compromiso de vida para llegar
a la contemplación de la gloria. El prefacio de Epifanía subraya este misterio de la luz:
«Porque hoy has revelado en Cristo, para luz de los pueblos, el verdadero misterio de
nuestra salvación, pues al manifestarse en nuestra carne mortal nos hiciste partícipes de la
gloria de un inmortalidad».
Los Magos son, según las estrofas 8-10 del himno Akátistos, los primeros iluminados,
primicia de todos los gentiles, llamados a compartir la gracia de la iluminación bautismal
que conduce a la contemplación del misterio escondido en Cristo Jesús, pero también los
heraldos del misterio.
El tema de la luz está presente también en el Bautismo de Cristo en el Jordán; es el
iluminado por la gloria del Padre y el iluminador, el que ofrece a los que le acogen la luz
bautismal.
40
El misterio de la divino-humanidad participada

Como en Navidad, también en Epifanía y en el Bautismo se expresa la gracia de la llamada


a la participación en la naturaleza divina, en la recreación del hombre a imagen del
Primogénito. El prefacio de la Epifanía, en continuidad con los de la Navidad, habla de la
asunción de la naturaleza mortal y el don de la inmortalidad comunicada. Semejantes
expresiones se encuentran en la colecta del Bautismo del Señor.
La humanidad de Cristo, tanto en la infancia, cuando es adorado por los magos, como en la
plenitud de su edad adulta, cuando es revelado en el Jordán como Mesías e Hijo amadísimo,
es la que permite a la divinidad del Verbo el pleno acercamiento y la total manifestación de
su gloria. La humanidad de Cristo, en el intercambio de dones con la Iglesia, nos ofrece la
posibilidad de entrar en comunión con su divinidad. En el bautismo se anuncia el don del
Espíritu que recibirán en abundancia los creyentes. En las bodas de Caná Cristo aparece
como el Esposo de la Iglesia que cambia el agua en el vino del Reino.

CELEBRACION LITURGICA

El calendario litúrgico

La celebración del tiempo de Navidad está cargada de fiestas, como hemos visto. Además
de la fiesta de la Madre de Dios, en la octava de Navidad se celebra la fiesta de la Sagrada
Familia en el domingo después de Navidad, y las de Epifanía y del Bautismo del Señor.
Hay que recordar además las fiestas del santoral, desde antiguo vinculadas al ciclo natalicio:
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

san Esteban, san Juan Evangelista, los Santos Inocentes. Si la fiesta de Epifanía se celebra
el 6 de enero, existe en algunos años la posibilidad de celebrar el segundo domingo después
de Navidad que prolonga la proclamación del misterio de la Encarnación.

La palabra proclamada

El leccionario ferial

En las ferias que van desde el 29 de diciembre, ya que los otros días tienen lecturas propias
en las memorias de los santos Esteban, Juan evangelista y los niños inocentes se hace una
lectura continua de toda la primera carta de san Juan, que ya se empezó a leer el 27 de
diciembre, fiesta del mismo Juan. Los evangelios se refieren a las manifestaciones del
Señor. En efecto, se leen los acontecimientos de la infancia de Jesús, tomados del evangelio
de san Lucas (29 y 30 de diciembre), el primer capítulo del evangelio de san Juan (31 de
diciembre a1 5 de enero) y las principales manifestaciones del Señor, tomadas de los cuatro
evangelios (7 al 12 de enero).

El leccionario dominical y de las solemnidades

Dejando por ahora lo referente a las fiestas de la santa Madre de Dios y de la Sagrada
Familia, que veremos en su lugar adecuado en los capítulos siguientes, vamos a presentar
el mensaje bíblico del segundo domingo de Navidad y de las fiestas de Epifanía y del 41
Bautismo del Señor.
El segundo domingo después de Navidad profundiza el misterio de la Encarnación con los
textos del Sir 24,1-4,12-16 sobre el tema de la sabiduría, imagen profética del Logos; con
el texto de Ef 1,3-6.15-18, la bendición por el designio de Dios en Cristo; y finalmente con
la lectura, una vez más, de Jn 1-18, la Palabra ante el Padre y hecha carne por nuestra
salvación.
En la fiesta romana de la Epifanía da el tono la proclamación del evangelio de Mateo sobre
la adoración de los Magos (Mt 2,1-12); antiguamente se ritualizaba la postración de los
magos durante el canto del evangelio, para hacer más vivo con una mímesis litúrgica el
misterio proclamado.
Este relato evangélico adquiere todo el sentido del misterio a la luz del profeta Isaías (Is
60,1-6) que canta la gloria de Jerusalén inundada de luz, y del Salmo 71, real y mesiánico,
profecía de la adoración de los reyes de Sabá y Arabia que ofrecen los dones al Mesías;
estos dos textos están en la base de la comprensión de la narración evangélica y son la
profecía anticipada del evangelio de la adoración de los magos. Pablo (Ef 3,2-6) ofrece la
teología de la manifestación a las gentes, que después es repetida en las oraciones y en el
prefacio de la solemnidad.
En el domingo del Bautismo del Señor se leen textos unitarios sobre la unción de Jesús por
medio del Espíritu (Is 42,1-4, 6-7) Y sobre el testimonio de los Apóstoles con respecto al
episodio del Bautismo (Hch 10,34-38). Se proclama en los diversos ciclos A, B, y C, el
evangelio del Bautismo según los tres sinópticos respectivamente, con una atención
particular a los detalles propios de cada evangelista. Otras lecturas ad libitum para el año B
se refieren en Is 55,1-11 a la invitación a los sedientos para que acudan a las aguas de la
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

vida; en la 1 a de Jn 5,1-9 al misterio del agua, del espíritu y de la sangre, testigos del
misterio de Cristo. En el año C se puede proclamar Is 40,1-5.9-11, que expresa la revelación
universal de Dios; la perícopa de la carta a Tito, 2,11-14; 3,4-7 recoge en uno los dos textos
ya leídos en el día de Navidad acerca de la manifestación de la bondad y filantropía de Dios
con la alusión a la regeneración bautismal.

La oración de la Iglesia

Los textos de las oraciones del misal y de las invocaciones e intercesiones de la liturgia de
las horas desarrollan con gran riqueza de formularios los aspectos del misterio de la
encarnación y de la manifestación del Señor en la línea de contemplación, de acción de
gracias y de intercesión. En la misa y en la liturgia de las horas se explicitan temas propios
del misterio celebrado: la luz y la gloria de la revelación; el significado de las ofrendas y
del intercambio de dones; el compromiso de vida y la espera de la manifestación definitiva
del Señor.
En la misa y en la liturgia de las horas se distingue claramente el tono de los días después
de Navidad y después de Epifanía, con apropiadas lecturas patrísticas que después de
Epifanía desarrollan el tema del Bautismo del Señor.
Epifanía tiene también su prefacio propio (intercambiable con el I de Navidad como ha
observado L. Bouyer) y textos apropiados en el canon romano.
En el Bautismo del Señor las oraciones proclaman los temas de la manifestación de Cristo
en el Jordán y de nuestro bautismo, del Cordero que lava al mundo de toda mancha, de la 42
escucha y del seguimiento de Jesús para llegar a ser discípulos suyos.
Muy hermoso el prefacio centrado en el misterio del bautismo de Jesús, símbolo del
bautismo de la Iglesia, y en la consagración del Siervo, con la unción del Espíritu para su
misión como sacerdote, profeta y rey.

La santa Teofanía en el rito bizantino

La celebración de la Epifanía en Oriente, en el rito bizantino, es la fiesta del Bautismo de


Jesús, con una rica teología que fija su atención en la revelación del Hijo amado y la
consagración o unción de Jesús en la gran manifestación de la Trinidad, que es ya una
anticipación del misterio pascual. La unción de Cristo, el tema del bautismo de los
cristianos, la santificación del cosmos y del agua para habilitarla a la regeneración
bautismal, el descenso de Jesús a las aguas del Jordán, preludio de la pasión y de su bajada
a los infiernos se unen en la rica eucología del rito bizantino.
Todavía hoy se bendice solemnemente el agua al final de la divina liturgia, con el conocido
tropario de la fiesta: «Al ser bautizado en el Jordán, Señor, se manifestó la adorable
Trinidad: porque la voz del Padre dio testimonio de ti, llamándote Hijo amado, y el Espíritu,
en forma de paloma, confirmó la veracidad de estas palabras. ¡Señor, que con tu venida has
iluminado el mundo, gloria a ti». Se lee en esta ocasión el texto de bendición de las aguas
de san Sofronio de Jerusalén (siglo VIII), en el cual resuena el Hodie litúrgico de la
salvación que se hace actual y eficaz: «Hoy la gracia del Espíritu Santo desciende sobre las
aguas en forma de paloma. Hoy, las aguas del Jordán se cambian en remedio por la
presencia del Señor. Hoy, quedan borrados los pecados de la humanidad en las aguas del
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

río Jordán. Hoy, se abre el Paraíso delante de la humanidad y resplandece sobre nosotros el
sol de justicia. Hoy, hemos conseguido el reino de los cielos. Hoy, la tierra y el mar
comparten la alegría del mundo».
En algunas regiones existe la costumbre de ir a bendecir las fuentes y los ríos. Un rito que
expresa la santificación del cosmos.
El icono del Bautismo del Señor es muy expresivo. Se encuentra también en Rávena en los
dos bautisterios de los arrianos y de los ortodoxos, en los preciosos mosaicos de las dos
cúpulas junto a los Apóstoles. En las representaciones iconográficas vemos el Cristo que
entra en el río Jordán que se encuentra como en una cavidad. El agua es transparente y deja
ver su cuerpo. Sobre su cabeza la mano del Padre y la paloma del Espíritu, a los lados Juan
el Precursor, el amigo del Esposo, el Bautista; y los ángeles en adoración llevando en sus
manos los lienzos para secar a su Señor. En la cavidad del río se encuentra con frecuencia
el hombre viejo que espera de Cristo la renovación bautismal del hombre caído. (cf.
Oración ante los iconos, pp. 79-86).

La Presentación del Señor en el templo: final del ciclo natalicio

En Jerusalén, cuarenta días después de la Epifanía, que celebraba entonces la Natividad del
Señor, se desarrollaba la fiesta del encuentro o Hypapante. Así lo recuerda Egeria, testigo
de excepción de esta fiesta jerosolomitana que pronto pasará a ser celebrada en Occidente:
«El cuadragésimo día de Epifanía es celebrado aquí con sumo honor. Ese día hay procesión
en la Anástasis, en la que todos toman parte, y todo se hace ordenadamente y con suma 43
alegría, como por Pascua. Predican los presbíteros y también el Obispo, tratando siempre
de aquel lugar del evangelio donde se dice que el cuadragésimo día llevaron José y María
al Señor al templo, y le vieron Simeón y Ana profetisa, hija de Fanuel, y de las palabras
que dijeron al ver al Señor, lo mismo que de la ofrenda que ofrecieron sus padres» 3. Es la
fiesta de la presentación del Señor que ahora se celebra cuarenta días después del 25 de
diciembre, Nacimiento del Señor. Es la gran fiesta del ingreso de Jesús en el templo, de su
ofrecimiento como Primogénito, de su subida a Jerusalén, de su revelación como Luz de
las gentes y también signo de contradicción. El lucernario inicial de la fiesta con la
monición y la procesión con las velas encendidas, ritualiza las palabras del anciano Simeón.
María tiene un papel específico en esta fiesta como Madre Virgen oferente, a quien se le
anuncia la espada de dolor. Idealmente esta fiesta se coloca al final del ciclo natalicio y es
ya una profecía de la pasión del primogénito, en estrecha relación, por tanto, con el misterio
pascual en la doble expresión de inmolación y glorificación de Cristo. De este modo,
Navidad se enlaza teológica y espiritualmente con la Pascua del Señor que es raíz y
fundamento de todo el año litúrgico.
El icono de la Presentación del Señor en el templo que se encuentra también en el ciclo
natalicio del arco de triunfo de Santa María la Mayor presenta con simplicidad y
expresividad este misterio, que recuerda la Navidad y la proyecta hacia la Pascua (cf.
Oración ante los iconos, pp. 73-78).

SUGERENCIAS PASTORALES

3
Itinerario de la Virgen Egeria, O.c. pp. 270-271.
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

La celebración del tiempo de Navidad debe mantener en vilo la atención de la comunidad


a través de la riqueza de elementos que ofrece la participación litúrgica en el clima festivo
que tiene como principio el Nacimiento del Señor. La celebración, la presencia y la
contemplación de los misterios se prolongan en esa extraordinaria riqueza de fiestas que
Dios prepara para su pueblo en los gozos de la Encarnación de Cristo. La fiesta de Epifanía
y del Bautismo del Señor se prestan en una cierta ritualización que es característica de toda
gran celebración del misterio de Cristo. Ofrecemos aquí algunas sugerencias.

Epifanía, ritualización de la luz y de las ofrendas

El oficio de las lecturas puede ser celebrado como una vigilia de oración bajo el signo de la
luz en un ambiente donde se puede recuperar plenamente el sentido de la fiesta de la luz. Si
la celebración de la Eucaristía se desarrolla en la mañana o al atardecer, se podría entrar
con un lucernario en el momento del rito inicial, encendiendo la luz de una lámpara que
brilla delante de la Virgen, Madre de la luz, que ofrece a la adoración a Cristo, Luz de las
gentes.
En la celebración eucarística se puede ritualizar todo el conjunto de la presentación de los
dones, para recordar la ofrenda de los dones hecha por los magos. Con el signo de la luz se
puede ritualizar la ofrenda de la fe y se recita el Credo. Con pequeños dones significativos,
flores, incienso, dinero para los pobres... se pueden formular las intenciones de la oración
por todos los pueblos de la tierra; la ofrenda fundamental sigue siendo la del pan y el vino, 44
signo de Aquél que en los santos dones es «significado, inmolado y recibido».
En recientes ediciones del misal romano o en el libro de la sede se encuentra también el
texto del Anuncio de la Pascua y de otras fechas importantes del Año litúrgico. Este anuncio
se hacía en España el día de Navidad. En otros lugares, según el Pontifical Romano, en el
día de Epifanía. Según las rúbricas actuales este anuncio se hace el día de Epifanía, según
una antigua costumbre ya testimoniada por san Atanasio en sus Cartas festales (cf. PL 26,
1351-1444). Se puede ver concretamente si el momento más oportuno hacer esta
proclamación es después del evangelio -introduciendo un elemento ajeno a la proclamación
solemne del misterio de la Epifanía-, o, como parece mejor por la práctica actual de la
Iglesia que remite estos anuncios al final de la misa, después de la comunión, con una
monición apropiada que indique cómo la fiesta de Epifanía abre el camino a la celebración
de todos los misterios del Señor.

Bautismo del Señor, memoria del bautismo de los cristianos

Este día recuerda no solamente el Bautismo del Señor, sino también la teología, la
mistagogía y la espiritualidad del bautismo de los cristianos, a ejemplo de Cristo. Se puede
ritualizar de algún modo el recuerdo de este sacramento, a no ser que se celebre en esta
ocasión el mismo sacramento del bautismo.
En este día, en vez de hacer la bendición del agua lustral al principio de la Misa, se puede
hacer después del Evangelio y de la homilía con uno de los textos ad libitum propuesto en
el misal romano para los domingos, que recuerda el Bautismo del Jordán. A continuación
se puede hacer la profesión de fe con el símbolo de los apóstoles y la oración, concluyendo
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

con la aspersión, acompañada por un canto en memoria del Bautismo de Cristo y de los
cristianos. Sigue la oración de los fieles.

ESPIRITUALIDAD

La ofrenda de los pueblos al Rey, Sacerdote y Profeta

La liturgia interpreta en su oración el sentido de los dones ofrecidos a Cristo por parte de
los magos: oro como a Rey, incienso como a Sacerdote, mirra para su sepultura. En el
Bautismo, Jesús es revelado plenamente por el Espíritu con la misión profética sacerdotal
y real de la que participa también el cristiano ungido con el óleo de la fe (según una antigua
temática de la liturgia siro-antioquena) para dar testimonio, consagrado con el crisma del
Espíritu como sacerdote y rey para ofrecer a Dios su propia vida y el mundo entero.
Los dones de los fieles reciben en la Eucaristía una auténtica transformación: el don de
Cristo mismo. En la celebración eucarística el pan y el vino son transformados en Cristo,
don del Padre.
En la adoración de los magos encontramos una actitud cultual de profundo respeto,
adoración, de entrega, que es preludio y anticipación del culto en espíritu y verdad de los
bautizados.

De la fe al testimonio: la Iglesia misionera


45
El sentido dinámico de la fe se expresa en la llamada a dar testimonio, a anunciar a todos
la salvación experimentada, como los Magos en su retorno de Belén. La Iglesia confía a la
oración de intercesión el compromiso de irradiar a Cristo, luz del mundo, haciéndose en él,
también ella, luz de las gentes para la salvación de todos los pueblos de, la tierra, idealmente
representados por los magos ante el Niño en Belén en brazos de su Madre. Epifanía es la
fiesta de la Iglesia misionera; en ella se renueva la memoria de la universalidad de la
salvación destinada a todos los pueblos, representados en los magos de Oriente. En la luz
de la estrella se vislumbra la luz de la fe, la que guía en la búsqueda del Dios vivo.
El Bautismo de Cristo ilumina, como inicio de su misión de anuncio del Reino, la vocación
del cristiano al apostolado misionero.

La Virgen María en el tiempo de Navidad

El tiempo de Navidad y de Epifanía es tiempo mariano por excelencia de la Iglesia


(Marialis cultus n. 5). Lo subraya la unión indisoluble y activa, responsable y atenta de
María en la manifestación de su Hijo. Lo presenta a los pastores, lo tiene entre su brazos
como reina Madre y trono de la sabiduría cuando van a adorarlo los magos de Oriente. Lo
lleva en sus brazos y lo ofrece con sus manos como un holocausto en el templo de Jerusalén.
Lo acompaña meditando en su corazón todo lo que ve y escucha, todo lo que acontece a su
alrededor. Pero la presencia de María y su función en la progresiva manifestación no
terminan con la vida oculta. Se extiende hasta Caná de Galilea, preludio de la hora de la
cruz y de la plenitud de la fe de los apóstoles en Pentecostés.
A los textos marianos de la liturgia romana ha añadido una auténtica y original novedad la
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

Colección de Misas de la Virgen María. La premisa a las misas de este tiempo tiene esta
acertada didascalía: «En el tiempo de Navidad, la Iglesia celebra los misterios de la infancia
de Cristo Salvador y sus primeras manifestaciones. Por ello en este tiempo litúrgico que
concluye con la fiesta del Bautismo del Señor, se incluye también una misa relacionada con
la manifestación del Señor en Caná de Galilea. La santísima Virgen, por designio de Dios,
intervino de manera admirable en los misterios de la infancia y de la manifestación del
Salvador: cuando engendró virginalmente al Hijo, lo mostró a los pastores y a los magos,
lo presentó en el templo y lo ofreció al Señor; cuando marchó fugitiva a Egipto, buscó al
Niño perdido, llevó con él y con su esposo José una vida santa y laboriosa en su casa de
Nazaret; cuando finalmente, en el banquete nupcial intercedió por los esposos ante el Hijo,
el cual «comenzó sus signos» y «manifestó su gloria» (In 2,11).
Entre las misas de la Virgen para este tiempo, algunas de notable importancia para una
revalorización de María en el misterio de Cristo, señalamos: La Virgen María en la Epifanía
del Señor, Santa María en la Presentación del Señor, Santa María de Nazaret, La virgen
María en Caná.

Textos eucológicos para la meditación y la celebración

Oración de la liturgia hispánica para el día de Epifanía


“Gloria a ti, oh Rey, hijo unigénito del Padre, cuya gloria cantan sin cesar innumerables
ejércitos de ángeles, porque en este día quisiste revelar con el esplendor de la luz de la
estrella el misterio de tu nacimiento, cuando apareciste como un hombre nuevo en el que 46
los tres reyes magos adoraron la verdadera divinidad de la santa Trinidad. Gloria a ti, porque
hoy en las aguas del Jordán no has rechazado ser bautizado por tu siervo. Y porque en las
bodas de Caná convertiste el agua de las tinajas en sabor del vino. Por eso te pedimos, oh
Dios, Trinidad infinita, que nos limpies por dentro de toda causa de pecado y nos concedas
que con toda pureza podamos celebrar los sagrados misterios de este día» (Missale hispano
mozarabicum, p. 162).

Oración del rito bizantino en la fiesta del Bautismo del Señor


«¡Indecible es tu bondad para con nosotros, Señor, Dios nuestro! Tú quisiste que tu Hijo
unigénito se hiciese hombre naciendo de una Virgen, que fuese en todo semejante a
nosotros excepto en el pecado, y que como hombre fuese bautizado por mano de Juan el
Bautista. El no necesitaba purificación, pero así purificó las aguas y nos concedió nacer de
nuevo del agua y del Espíritu, para que conociéndote a ti, su eterno Padre, lo adoremos a
El, al que una voz del cielo, en su bautismo, llamó tu Hijo amado, y glorifiquemos a tu
santísimo Espíritu, que descendió sobre El y lo dio a conocer al que lo bautizaba. Con este
Espíritu nos has sellado y ungido en el bautismo, haciéndonos solidarios de tu Cristo. No
nos prives de este Espíritu a nosotros pecadores, antes con El fortifícanos y robustécenos
contra todos los ejércitos del mal, y guíanos a tu reino, para que sea glorificado en nosotros
el santísimo nombre tuyo y de tu Hijo, juntamente con tu Santo Espíritu, ahora y siempre
por los siglos de los siglos» (Oración final de la liturgia bizantina).

Invocación a la Virgen en la fiesta de la Presentación de Jesús al templo


«Alégrate, llena de gracia, Virgen Madre de Dios. De ti amaneció el sol de justicia, Cristo
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

nuestro Dios, que ilumina a los que están en las tinieblas. Gózate tú también, justo anciano,
pues recibiste en tus los brazos al libertador de nuestras almas, al que da también la
resurrección» (Tropario de la Presentación del Señor).

47

También podría gustarte