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LA CELEBRACIÓN
DE LA MANIFESTACIÓN
DEL SEÑOR
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
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MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
Cada año empieza con Adviento un nuevo ciclo litúrgico del misterio de Cristo, con un
tiempo que celebra su espera y su manifestación, recordando su venida en medio de
nosotros. Aunque históricamente este ciclo nace independientemente de la fiesta de Pascua,
está englobado en el único ciclo, en el único misterio de Cristo. Tiene con el ciclo pascual
una cierta semejanza: la preparación (Adviento), la celebración (Navidad-Epifanía), la
prolongación en el tiempo de Navidad con sus particulares conmemoraciones hasta el
Bautismo de Jesús (al menos en el rito romano) y la Presentación del Señor en el templo,
como indica la monición inicial de esta antigua fiesta jerosolomitana.
Aunque la explicación del origen y del desarrollo de este ciclo no es clara y orgánica como
la de Pascua, es esencial en la actualidad poner de relieve su relación teológica y pastoral;
así ha hecho la Iglesia de Roma en la teología natalicia primitiva; así lo ha hecho también
el Oriente cristiano con sus peculiares celebraciones del misterio de la Encarnación.
Navidad pertenece al misterio pascual. No olvidemos que con una expresión popular
definimos el nacimiento del Señor Pascua de Navidad y en algunos libros litúrgicos de
Oriente se denomina como Pascua la fiesta de Navidad.
Para comprender hasta el fondo el desarrollo de este ciclo, debemos recordar y aplicar
algunas leyes de la evolución litúrgica.
Ante todo, la memoria de Navidad sigue la lógica de la predicación apostólica. Primero se
predica y se celebra el misterio pascual de Cristo. Posteriormente la Iglesia se remonta, con
su predicación primero y celebración después, a los misterios de la Encarnación y de la
infancia de Jesús.
Influye además un factor evolutivo en la consolidación de este ciclo; se trata de la 3
progresiva reflexión teológica sobre el misterio de la divinidad y humanidad de Cristo y
sobre la maternidad divina de María, especialmente a partir del siglo IV y V. De aquí se
pasa a la celebración de estos misterios que son precisamente los que se refieren a la
Encarnación del Verbo y a la maternidad de María, con una gran riqueza en la profesión de
la fe y en la teología litúrgica.
Hay, finalmente, en la raíz de este ciclo una base de religiosidad natural o pagana en torno
al misterio de la luz y del sol nuevo, la fiesta universal de Oriente y de Occidente; fiesta
que el cristianismo trata de evangelizar y de apropiarse bajo el signo de Cristo, luz del
mundo.
También influye en este como en otros casos la liturgia de la Iglesia madre de Jerusalén,
con las celebraciones vinculadas a los lugares del nacimiento de Jesús en la gruta de Belén
y en la Basílica de la Natividad erigida sobre ella. Existe todavía otro fenómeno digno de
notar, constituido por el intercambio de celebraciones entre Oriente y Occidente. En efecto,
Oriente celebra al principio, en los primeros días de enero, la fiesta de la manifestación del
Señor, con su relación con la fiesta de la luz, pero orientándose hacia la conmemoración
del misterio de la manifestación de Cristo en su Bautismo en el Jordán, cuando una luz lo
envuelve, como dice el evangelio de los ebionitas.
En Occidente, especialmente en Roma, se fija la conmemoración del nacimiento de Cristo
en torno a la fecha del 25 de diciembre, en la fiesta pagana del solsticio de invierno en honor
del Sol Invicto. Al final del siglo IV, Oriente celebra también el nacimiento de Cristo en la
fecha romana del 25 de diciembre, como se deduce de los sermones de Juan Crisóstomo.
Occidente celebra también la Epifanía del Señor, con una típica acumulación de hechos
manifestativos de los cuales se habla todavía en la liturgia romana: la adoración de los
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
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MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
Capítulo Primero
ADVIENTO, CELEBRACIÓN DE LA
ESPERA DEL SEÑOR
HISTORIA
En España
En Francia
santo doctor invita a los fieles a prepararse al Adviento del Señor con tres semanas de
prácticas ascéticas y penitenciales, tal vez como reacción a las fiestas paganas del fin del
mes de diciembre. El número de tres semanas lo motiva el texto por el simbolismo de las
tres venidas del Señor: la primera en su revelación a la conciencia, la segunda en su
manifestación mediante la ley, la tercera cuando vino por la gracia para revelar la vocación
de todas las gentes (cf. PL 142, 1086-1087).
En el siglo V encontramos una especie de cuaresma o tiempo de preparación a la fiesta
romana de Navidad del 25 de diciembre, que comienza seis semanas antes. Es la llamada
cuaresma de san Martín, que empieza precisamente el 11 de noviembre, fiesta de san Martín
de Tours. Un dato apoyado por el testimonio de Gregorio de Tours (+596) y referido a su
antecesor en la cátedra episcopal el obispo Perpetuo (cf. PL 71, 566). En un sermón de San
Máximo de Turín (+465) encontramos ya reflejado este sentido de preparación a Navidad
pero con una referencia a la dimensión de la caridad que tiene que influir en la vida social:
«En preparación a la Navidad del Señor, purifiquemos nuestra conciencia de toda mancha,
llenemos sus tesoros con la abundancia de diversos dones, para que sea santo y glorioso el
día en el que los peregrinos sean acogidos, las viudas sean alimentadas, y los pobres sean
vestidos...» (PL 57,224.234).
En Rávena
En Roma
Un efectivo tiempo de Adviento se conoce en Roma solamente hacia el siglo VI, si es válida
la hipótesis que atribuye su instauración al Papa Siricio. De las seis semanas iniciales, como
todavía existen en el rito ambrosiano, se pasa definitivamente, con algunas oscilaciones que
registran cinco semanas, a las cuatro definitivas, propuestas por san Gregorio Magno. El
carácter escatológico de este tiempo parece que deriva del influjo de san Columbano y de
sus monjes y encuentra resonancia en un famoso sermón de Gregorio Magno sobre Lc
21,25-33 con ocasión de un terremoto (cf. PL 76,1080). Así, el tema del último juicio ha
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
La evolución posterior
Las Normas universales sobre el año litúrgico y el calendario, del año 1969, presentan así
el carácter propio del Adviento: «El tiempo de Adviento tiene una doble índole: es el tiempo
de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera
venida del Hijo de Dios a los hombres y es, a la vez, el tiempo en el que, por este recuerdo,
se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los
tiempos. Por estas dos razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una
expectación piadosa y alegre» (n. 39). «El tiempo de Adviento empieza con las primeras
vísperas del Domingo que cae el 30 de noviembre o es el más próximo a este día, y acaba
antes de las primeras vísperas de Navidad» (n. 40).
En este tiempo cabe distinguir con claridad un primer período que se extiende desde el
principio de Adviento hasta el 16 de diciembre inclusive y un segundo período que va del
17 hasta el 24 de diciembre.
A nivel de orientaciones de contenidos espirituales, hay que advertir que no se considera
como un tiempo de penitencia, sino más bien de alegre y gozosa espera. El tono un tanto
pesimista de las anteriores oraciones ha sido purificado y orientado hacia el tema de la
esperanza y del encuentro con el Señor.
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
TEOLOGIA
A la luz de la liturgia de la Iglesia y de sus contenidos podemos resumir algunas líneas del
pensamiento teológico y de la vivencia existencial de este tiempo de gracia.
La teología litúrgica del Adviento se mueve en las dos líneas enunciadas por el Calendario
romano: la espera de la Parusía, revivida con los textos mesiánicos escatológicos del AT y
la perspectiva de Navidad que renueva la memoria de estas promesas ya cumplidas aunque
no definitivamente. 8
El tema de la espera es vivido en la Iglesia con la misma oración que resonaba en la
asamblea cristiana primitiva: el Marana-tha (ven Señor) o el Maran-athá (el Señor viene)
de los textos de Pablo (1Cor 16,22) y del Apocalipsis (Ap 22,20), que se encuentra también
en la Didaché X, y hoy en una de las aclamaciones de la oración eucarística. Todo el
Adviento resuena como un «Marana-thá» en las diferentes modulaciones que esta oración
adquiere en las preces de la Iglesia.
La palabra del Antiguo Testamento invita a revivir cada año en nuestra historia la larga
espera de los justos que aguardaban al Mesías; la certeza de la venida de Cristo en la carne
estimula a renovar la espera de la última aparición gloriosa en la que las promesas
mesiánicas tendrán total cumplimiento, ya que hasta hoy se han cumplido sólo
parcialmente. El primer prefacio de Adviento canta espléndidamente esta compleja, pero
verdadera realidad de la vida cristiana: «Quien al venir por vez primera en la humildad de
nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de
la salvación; para que cuando vuelva de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la
plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera,
confiamos alcanzar».
El tema de la espera del Mesías y la conmemoración de la preparación a este acontecimiento
salvífico adquiere su culmen en los días feriales que preceden a la Navidad. La Iglesia se
siente sumergida en la lectura profética de los oráculos mesiánicos. Hace memoria de
nuestros padres en la fe, patriarcas y profetas, escucha a Isaías, recuerda el pequeño núcleo
de los anawim de Yahvé que está allí para esperar al Mesías: Zacarías, Isabel, Juan, José,
María.
Adviento resulta así como una intensa y concreta celebración de la larga espera en la
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
a Israel y a través de la creación a otros pueblos en los que se manifiesta también la espera
del Mesías.
Por eso los personajes de Adviento son sobre todo el profeta Isaías, el protoevangelista que
con su mirada escruta los tiempos mesiánicos y con sus profecías desvela el rostro
escondido del Ungido del Espíritu; Juan, el último de los profetas, amigo del Esposo que lo
señala ya presente; María y José, protagonistas del misterio y testigos silenciosos del
cumplimiento de las profecías. Y a través de ellos se revela Cristo: «a quien todos los
profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre, Juan lo proclamó ya
próximo y señaló después entre los hombres» (II Prefacio de Adviento).
LITURGIA
El leccionario ferial
El leccionario dominical
La oración de la Iglesia 11
El Misal Romano
Los domingos y ferias tienen una eucología propia con temas característicos de la teología
y espiritualidad de este tiempo: esperanza, gozo, conversión, renovación, el juicio del
Señor.
A los dos prefacios de Adviento (la doble venida de Cristo, la espera gozosa de la Navidad)
se ha añadido ahora uno sobre Cristo Señor y Juez de la historia y otro sobre María nueva
Eva. Pero otros prefacios podrían ser usados en Adviento en consonancia con el evangelio
proclamado en los domingos y las ferias: el de la Anunciación, cuando se lee el 20 de
diciembre el respectivo evangelio, y el II de la Virgen María que se inspira en las palabras
del Magnificat cuando se lee el 22 de diciembre el cántico profético de nuestra Señora.
Son particularmente hermosas las oraciones colectas de las ferias que preceden a la
Navidad; algunas proceden del Rótulo de Rávena y han sido oportunamente retocadas.
El tercer Domingo de Adviento conserva su característico tono de alegría que le da la
antífona de entrada, «Gaudete», y el tradicional uso del color rosa en los ornamentos.
La omisión del Gloria en las celebraciones dominicales de Adviento no tiene carácter
penitencial, como en Cuaresma; reviste una función psicológica y pedagógica: se omite en
espera del canto solemne del Gloria en la noche de Navidad.
SUGERENCIAS PASTORALES
Adviento es un tiempo propicio para ser vivido con fervor espiritual y con válidas
iniciativas pastorales, dada la sensibilidad popular que tiene todavía la fiesta de Navidad,
no obstante el frontal peligro del consumismo que la invade en nuestra sociedad. Entre las
sugerencias específicas para este tiempo proponemos algunas líneas de acción pastoral.
Es conveniente hacer alguna celebración penitencial adecuada al tema de la espera, como
se propone en el Ritual de la Penitencia.
Se pueden hacer algunas celebraciones de oración, utilizando los textos de la liturgia, para
una mayor conciencia actualizada del significado del Adviento para el hombre de hoy y
para la comunidad cristiana que se prepara a celebrar Navidad, dando amplio espacio a los 12
jóvenes y a los niños. Una relectura de temas proféticos progresivos de la historia de la
salvación puede ser una manera de proponer el descubrimiento de la presencia escondida y
la revelación progresiva de Cristo en el AT.
Se debe poner atención en la celebración de los momentos de oración inspirados en la
presencia y el ejemplo de María en Adviento. Se puede aprovechar útilmente el himno
Akáthistos u otras celebraciones. Algunos símbolos, como la corona de Adviento, con las
cuatro velas, que se van encendiendo progresivamente cada semana, pueden ser
incorporados a la vida de la comunidad eclesial.
La novena de Navidad puede ser celebrada en armonía con la liturgia y utilizando los textos
litúrgicos de las últimas ferias de Adviento, con la integración de elementos de la
religiosidad popular que ayudan a mantener despierta la atención de la preparación de la
fiesta, como puede ser la costumbre de las misas de aguinaldo, el canto de los villancicos y
la procesión de las posadas, tan característicos de la piedad popular hispana y
latinoamericana.
ESPIRITUALIDAD
Las palabras clave del tiempo de Adviento son espera y esperanza, atención y vigilancia,
acoger y compartir. Velar en espera de Cristo es un sentimiento que se asemeja a la espera
.de un amigo. El Card. H. Newman decía en uno de sus Sermones: «Es necesario estudiar
de cerca el sentido de la palabra velar...No sólo hemos de creer, hemos de vigilar; no sólo
hemos de amar, tenemos que velar; no sólo es necesario obedecer, hay que estar alerta. ¿Y
por qué hemos de velar? Para acoger este gran acontecimiento: la venida de Cristo...Vela
con Cristo quien no pierde de vista el pasado mientras mira hacia el porvenir y completa lo
que el Salvador le ha merecido y no olvida lo que por El ha sufrido».
La espera es una de las características del cristiano. El Adviento la renueva. La Iglesia es
la comunidad de la esperanza. Ese tiempo la pone en vilo. Como recordaba Teilhard de
Chardin en uno de sus textos más conocidos: «Los israelitas fueron unos perpetuos
expectantes y así lo fueron también los primeros cristianos. De hecho, Navidad, que según
parece tendría que haber vuelto hacia atrás nuestras miradas para concentrarlas en el pasado,
no ha hecho más que orientarlas hacia adelante, hacia el futuro. Aparecido como por un
instante en medio de nosotros, el Mesías se ha dejado ver y tocar solamente para perderse
de nuevo, más luminoso e inefable que nunca, en el abismo insondable del futuro. Ha
venido. Pero ahora hemos de esperarlo más que nunca, y no sólo para un pequeño grupo de
elegidos, sino para todos. El Señor Jesús vendrá pronto en la medida que sepamos esperarlo
ardientemente. Ha de ser un cúmulo de deseos el que haga explotar su retorno» (El medio
divino).
reales en la historia de la Iglesia de hoy que posee la actual profecía del Mesías libertador,
con todas las resonancias que este título tiene en una auténtica teología de la liberación.
En la renovada conciencia que Dios es fiel sus promesas -¡lo confirma cada año Navidad!-
la Iglesia, a través del Adviento, renueva su misión escatológica para el mundo, ejercita su
esperanza, proyecta a todos los hombres hacia un futuro mesiánico del cual la Navidad es
primicia y confirmación preciosa.
A la luz del misterio de María, la Virgen del Adviento, la Iglesia vive en este tiempo
litúrgico la experiencia de ser ahora «como una María histórica», según la expresión de H.
Rahner, que posee y da a los hombres la presencia y la gracia del Salvador.
La espiritualidad del Adviento resulta así una espiritualidad comprometida, un esfuerzo
hecho por la comunidad para recuperar la conciencia de ser Iglesia para el mundo, reserva
de esperanza y de gozo. Más aún, de ser Iglesia para Cristo, Esposa vigilante en la oración
y exultante en la alabanza del Señor que viene.
Es el tiempo mariano por excelencia del año litúrgico. Lo ha expresado con toda autoridad
Pablo VI en la Marialis Cultus, nn. 3-4. Históricamente la memoria de María en la liturgia
ha surgido con la lectura del evangelio de la Anunciación en el que con razón ha sido
llamado el domingo mariano antes de Navidad. Hoy el Adviento ha recuperado de lleno
este sentido con una serie de elementos marianos de la liturgia, que podemos sintetizar
brevemente. 14
Desde los primeros días del Adviento hay elementos que recuerdan la espera y la acogida
del misterio de Cristo por parte de la Virgen de Nazaret.
La solemnidad de la Inmaculada Concepción, aun no siendo propia del ciclo de Adviento,
se inserta armónicamente en este tiempo; en ella celebramos, como sugiere Pablo VI en la
Marialis cultus, la «preparación radical a la venida del Salvador y feliz principio de la
Iglesia sin mancha ni arruga» (n. 3).
En las Misas de la Virgen María se han propuesto para este tiempo algunos formularios
que completan el sentido de la presencia de la Madre del Mesías en este tiempo de gracia.
Además de las misas de la Anunciación y de la Visitación, como misterios propios de este
tiempo, se recoge como novedad absoluta en la eucología romana el formulario de La
Virgen María, estirpe escogida de Israel.
En las ferias del 17 al 24, el protagonismo litúrgico de la Virgen es muy característico en
las lecturas bíblicas, en el segundo prefacio de Adviento que recuerda la espera de la Madre,
en algunas oraciones, como la del 20 de Diciembre que nos trae un antiguo texto del Rótulo
de Rávena, o en la oración sobre las ofrendas del IV domingo que es una epíclesis
significativa que une el misterio eucarístico con el misterio de Navidad en un paralelismo
entre María y la Iglesia en la obra del único Espíritu.
En una hermosa síntesis de títulos podemos presentar estas pinceladas de la figura de la
Virgen del Adviento al hilo de los textos evangélicos y proféticos que aluden a la Santa
Madre de Dios.
María es la llena de gracia, la bendita entre las mujeres, la Virgen, la Esposa de José, la
sierva del Señor. Es la mujer nueva, la nueva Eva, como canta un prefacio de Adviento, que
restablece y recapitula en el designio de Dios, por la obediencia de la fe, la promesa inicial
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
de la salvación.
Es la Hija de Sión, la que representa el antiguo y el nuevo Israel. Es la Virgen del «fiat», la
Virgen fecunda. Es la Virgen de la escucha y de la acogida.
En su ejemplaridad hacia la Iglesia, María es plenamente la Virgen del Adviento en la doble
dimensión que tiene siempre en la liturgia su memoria: presencia y ejemplaridad. Presencia
litúrgica en la palabra y en la oración, para una memoria grata de María, la que ha
transformado la espera en presencia, la promesa en don. Memoria de ejemplaridad para una
Iglesia que quiere vivir como María, la nueva presencia de Cristo, con el Adviento y la
Navidad, en el mundo de hoy.
En la feliz subordinación de María a Cristo, en su total docilidad a la acción del Espíritu, y
en la necesaria unión con el misterio de la Iglesia, Adviento es el tiempo de la Hija de Sión,
Virgen de la espera que en el “fiat” anticipa el Marana thá de la Esposa; como Madre del
Verbo Encarnado, humanidad cómplice de Dios, ha hecho posible su ingreso definitivo, en
el mundo y en la historia del hombre.
La Virgen de Adviento resume en sí las esperanzas de su pueblo y las relanza como
esperanzas de la Iglesia. Como protagonista del misterio de la Encarnación ofrece su
colaboración y su complicidad a Dios. Y el sí de la Anunciación se convierte en el sí de la
nueva alianza. El canto del Magnificat es la narración de las grandes obras del Señor con
un pasado, un presente y un futuro en el que todo está envuelto en la misericordia del Señor
que ha mirado la humildad de su sierva.
las misteriosas palabras que había oído. Después su corazón se regocijó y se confortó con
aquellas palabras; sonrió como una niña y se le ruborizaron las mejillas, llena de alegría y
empapado su corazón en un delicado sentido de pudor. Recuperó el valor y el Verbo corrió
a su seno. Se hizo carne con el tiempo y tomó vida en su seno, asumió forma de hombre
mortal y fue un niño, nacido de un parto virginal» (Alabanzas a nuestra Señora de las
Iglesias de Oriente y Occidente en el primer milenio, Madrid, 1987, 24-25).
16
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
Capítulo Segundo
LA FIESTA DE NAVIDAD
HISTORIA
1
Itinerario de la Virgen Egeria, Madrid, BAC, 1980, pp. 266-271.
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
Era esta fiesta, semejante a la de la luz en Oriente que se celebra e16 de enero, muy popular
entre el pueblo romano y evocaba la victoria del sol sobre las tinieblas al inicio del solsticio
del invierno, precisamente en Roma, donde el templo del sol tenía su sede en los alrededores
del Campo Marzio. Esta fiesta parece que fue impuesta en los años 270-275 por el
emperador Adriano. Constantino era devoto de esta solemnidad pagana y Juliano el
Apóstata la restableció en el año 335.
Los cristianos de Roma tuvieron la audacia, en este como en otros casos de inculturación
litúrgica, de cristianizar una fiesta civil romana, aplicando al nacimiento de Jesús el sentido
simbólico del nacimiento del sol en el solsticio de invierno, ya que es él el verdadero sol de
justicia, sol que nace de lo alto, luz que vence las tinieblas. Existían, sin duda, algunas
razones simbólicas para hacer esta sustitución. El tema del sol, como han estudiado F.X.
Dolger, H. Rahner y O. Casel, es típico de la teología mistérica cristiana y de la primitiva
iconografía, como se desprende de la imagen de Cristo sol, en un carro que se puede ver en
las grutas vaticanas. Los Padres de la Iglesia, como veremos, trazando las líneas de la
espiritualidad de Navidad, atribuyen una gran importancia a esta teología de la luz que es
Cristo.
Pero en seguida surge la pregunta: ¿cómo, pues, ha sido fijada la fecha del nacimiento del
Señor el 25 de diciembre, cuando nada concreto nos dicen los evangelios respecto a la época
del año en que nació el Señor? La respuesta no es fácil. Cómputos fantásticos de los
primeros siglos fijan en la fecha del 25 de marzo una serie de hechos coincidentes de la
historia de la salvación: es el día del inicio de la creación, de la Encarnación del Verbo y
de la muerte de Jesús en la cruz. Contando con exactitud los nueve meses del embarazo de 19
María, una vez que se acepta la fecha del 25 de marzo como fecha de la Encarnación, se
llega al 25 de diciembre como día del nacimiento de Jesús. Un tratado de cómputos
atribuido a san Jerónimo ilustra así estas coincidencias y justifica la fecha del nacimiento
de Cristo: «También la creación está de acuerdo con nuestro ordenamiento porque hasta
aquel día crecen las tinieblas y desde aquel día, en cambio, decrecen las tinieblas y crece la
luz, esto es, crece el día, disminuye el error y entra la verdad: hoy nace nuestro sol de
justicia». San Agustín se hace también eco de esta convicción popular (cf. De Trinitate 42:
PL 894).
Pronto esta fiesta se extiende en la Iglesia de Occidente. Al final del siglo IV se celebra en
el norte de África, como testifica Optato de Milevi que nos asegura de la conmemoración,
también aquel día, de la adoración de los Magos. Tenemos también testimonios de tal
celebración por este tiempo en el Norte de Italia. La existencia de esta celebración en
España se deduce de la carta del Papa Silicio a Imerio, Obispo de Tarragona, en el año 385.
La autoridad de la Iglesia de Roma y la necesidad de afirmar e ilustrar el dogma de la
divino-humanidad de Cristo, han contribuido mucho a extender esta fiesta de Navidad
también en Oriente. La conocen Efrén, Basilio y Gregorio Nacianceno y más tarde Cirilo
de Alejandría. Si bien los orientales celebran al inicio el misterio único de la manifestación
del Señor en la carne en la fiesta de la Epifanía, como se desprende de sus homilías, se
adopta más tarde poco a poco la fecha y la fiesta romana en Oriente. Lo testifica Juan
Crisóstomo, que habla hacia el 385 de una fiesta de Navidad introducida hace apenas diez
años en Oriente (PG 49,351-362). Gregorio Nacianceno hace alusión a esta fiesta en dos
sermones y confirma que tal celebración era ya conocida en Constantinopla en el año 380
(PG 36, 311- 314.350). Las Constituciones apostólicas (VIII, 33,6) afirman: «En la fiesta
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
de Navidad se abstengan del trabajo porque fue concedido a los hombres un inesperado
beneficio, es decir que el Verbo de Dios, Cristo Jesús, naciera de la Virgen María para la
salvación del mundo».
Navidad hoy
Navidad es todavía hoy una celebración muy sentida. Se puede decir que es una fiesta
litúrgica que ha penetrado en la cultura. Existen ciertamente aspectos negativos como el
desenfrenado consumismo que llega a la paradoja de una fiesta navideña en la que parece
que se haya olvidado el centro mismo de la celebración que es Cristo. Navidad se celebra
como fiesta de la sociedad de consumo, aún fuera de la civilización que ha experimentado
el influjo cristiano. En algunos regímenes ha sido transformada en fiesta ideológica.
Estamos en el vértice de un retroceso a la inversa. Si en el siglo IV los cristianos han
cristianizado una fiesta pagana, en el siglo XX una fiesta cristiana ha sido en parte
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
paganizada o secularizada.
Con la renovación litúrgica podemos decir que la Iglesia ha mantenido en sus textos el
sentido genuino de Navidad según la mejor teología de la época áurea romana. La
solemnidad de Navidad, preparada por el tiempo de Adviento, se introduce con las primeras
Vísperas, se celebra con la vigilia y la misa de medianoche, una de las más solemnes del
año; se prolonga además con la misa de la aurora y del día, siguiendo la antigua tradición
romana; se solemniza con una octava y se enriquece con la celebración de algunos santos.
La octava de Navidad ha recuperado su primitivo sentido romano: Natalis Sanctae Mariae,
con una fiesta en honor de la divina y virginal maternidad de María. Es también el día de
la Paz, instituido por Pablo VI; se trata de una conmemoración de carácter civil y religioso,
ya que el tema de la paz se remonta al anuncio de la Navidad («Pax hominibus!»). Un tema
que es típico también de las homilías de los Padres de la Iglesia, ya que como afirma León
Magno: «El nacimiento de Cristo es el nacimiento de la paz» (PL 54,215).
Sobre esta base litúrgica se debe mantener la pastoral de Navidad para la plena recuperación
de una auténtica teología, capaz de plasmar una auténtica espiritualidad del misterio del
nacimiento del Señor con su hondo mensaje de humanidad, abierta al misterio de la
deificación y al mensaje de esperanza perenne que trae a nuestro mundo la cercanía del
Dios con nosotros.
TEOLOGIA
contenido mistérico que es el del Señor resucitado, con la potencia de santificación que
brota de su cuerpo glorificado. Pascua es el misterio que ha quedado perennemente inscrito
en la humanidad gloriosa de Cristo y está presente en su hoy y en nuestro hoy.
Navidad tiene un origen menos claro. Pascua es un misterio presente; Navidad, celebración
de un hecho que ha pasado. ¿No será más bien una memoria? San Agustín conoce, como
se desprende de sus sermones, el origen de Navidad de la fiesta de la luz en la fecha romana
del sol Invicto (cf. Sermón 190: PL38, 1007). Pero quiere trazar una neta distinción entre
Pascua y Navidad a nivel celebrativo. Acerca de la calidad mistérica de esta celebración
expresa su perplejidad con estas palabras del principio de su famosa carta a Jenaro:
«Conviene que sepas que el día del nacimiento del Señor no se celebra como un sacramento,
sino que se recuerda como una memoria» (Ep. 55, 1: PL 33, 205).
Un siglo más tarde, sin embargo, León Magno, fiel a su teología de los misterios cristianos,
siempre presentes pero actualizados de manera especial cuando los celebra la Iglesia, afirma
con claridad que también Navidad es misterio, sacramento, pero no independiente de la
Pascua, sino como su inicio. En varias ocasiones, en sus diez sermones dedicados al
misterio de Navidad, lo llama «sacramentum natalis Christi» o «Dominicae nativitatis
sacramentum». En la fiesta de Navidad el misterio pascual se hace presente y la eficacia de
la Encarnación de Cristo nos alcanza. Navidad es también, según él, el modelo para
nosotros que debemos vivir como bautizados según el misterio de filiación divina que
resplandece en Cristo, el Hijo obediente.
Es interesante citar el inicio del sexto sermón de Navidad, en el que traza con maestría el
sentido de la presencia perenne del misterio del nacimiento del Señor y la peculiaridad de 23
su celebración litúrgica, con la introducción de ese «hoy» que hace presente el misterio:
«En cada día y en cada tiempo se presenta a la mente de los fieles que meditan las obras
divinas, el nacimiento de nuestro Señor y Salvador de la Virgen Madre...Sin embargo
ningún día como el de hoy propone a la adoración en el cielo y en la tierra este nacimiento.
La misma portentosa serenidad que resplandece en la creación da a nuestros sentidos la idea
de la luminosidad de este admirable misterio. Vuelve a la memoria, más aún, se presenta
ante nuestra mirada el coloquio del ángel Gabriel con María, llena de estupor; y parece que
se hace presente la concepción por obra del Espíritu Santo, admirablemente prometida y
creída. Hoy el Hacedor del mundo ha nacido del seno virginal. El que ha creado todas las
cosas se ha hecho hijo de aquella que él mismo ha creado. Hoy el Verbo de Dios se ha
manifestado revestido de carne: la naturaleza que nunca había sido visible a ojos humanos,
ha empezado incluso a poder ser tocada por nosotros. Hoy los pastores han sabido por las
palabras de los ángeles que el Salvador ha sido engendrado en la naturaleza humana con su
carne y con su alma. Hoya los pastores de la grey del Señor ha sido dado el modelo de la
evangelización, de manera que también nosotros, unidos a la multitud del celestial ejército,
aclamemos diciendo: ¡Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz en la tierra a los hombres que
él ama!» (PL 54, 213).
En esta perspectiva teológica podemos recordar algunos aspectos esenciales. Navidad es el
inicio del «paschale sacramentum» que comprende indisolublemente en las confesiones de
fe la encarnación del Hijo de Dios.
Navidad es ya el inicio de la redención en la asunción por parte del Verbo de la naturaleza
humana, en la cual podrá consumar su pasión y se hará eficaz y perpetua su resurrección
según la carne.
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
Otra de las ideas geniales de san León Magno es la unidad indisoluble entre el nacimiento
de Cristo y el de la Iglesia. Lo expresa así en el sermón ya citado: «La festividad de hoy
renueva ante nosotros los sagrados comienzos de Jesús, nacido de la Virgen María; de modo
que, mientras adoramos el nacimiento de nuestro Salvador, resulta que estamos celebrando
nuestro propio comienzo. Efectivamente, la generación de Cristo es el comienzo del pueblo
cristiano, y el nacimiento de la cabeza lo es al mismo tiempo del Cuerpo» (PL 54, 213).
Generación de Cristo y generación bautismal del pueblo cristiano. Una idea que León
Magno repite en otros contextos eclesiales y bautismales.
Esta teología encuentra la glosa más bella y original en la Inlatio de Navidad de la liturgia
hispánica, que con sabrosas antinomias presenta el nacimiento de Cristo de la Virgen y el
nacimiento de los pueblos de la Iglesia. Pero siempre en el mismo misterio del cuerpo de
Cristo:
«En este día nos ha nacido Cristo Jesús. Tu unigénito se ha convertido en el hijo de su 24
esclava, señor de su misma madre, parto de María, fruto de la Iglesia. Al que María da a
luz, la Iglesia lo acoge, y el que por aquella se presenta pequeño, por ésta se extiende
admirablemente. Aquella ha engendrado al Salvador de los pueblos, ésta a los pueblos.
Aquella llevó la vida en su seno, ésta en el bautismo... Por aquella ha recibido la vida el
Redentor, en ésta reciben la vida los pueblos...En aquella aparece como un niño, en ésta
como un gigante. Allí llora, aquí triunfa...» (Missale hispano-mozarabicum, p.142-143). La
fiesta de Navidad es fiesta del nacimiento de la Iglesia.
En el anuncio dado a los pastores encontramos estos tres conceptos de la más pura teología
y espiritualidad de la Navidad.
Es anuncio de paz, en aquél que es «Príncipe de la paz» según la profecía de Isaías. El don
de la paz según el anuncio de los ángeles: «Paz en la tierra a los hombres que Dios ama».
La prolongación de este tema en la Jornada de la paz, e1 1 de enero, tiene su fundamento
bíblico. El Nacimiento del Señor constituye el «gozoso anuncio», el evangelio de una gran
alegría. Todo grita como en una participación de la alegría escatológica, la de la
reconciliación universal, en este sentimiento de gozo de los ángeles y de los pastores, de
los cielos y de la tierra.
Navidad es la fiesta de la gloria de Dios. Dioses glorificado en los cielos: «gloria a Dios en
el cielo». Pero la gloria de Dios que es signo de su presencia está en la tierra. La gloria del
Señor envuelve a los pastores, según las palabras de Lucas (2,9). Sobre el Verbo Encarnado
reposa la gloria que es signo ya de la definitiva presencia de Yahvé en medio del mundo
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
Gn 1,14).
La trilogía de la Navidad se refleja en la plegaria litúrgica y se prolonga en un compromiso
de vida; en Cristo se nos da la plenitud del culto divino y ahora el culto debe hacerse vida,
para hacer resplandecer en las obras el misterio que por la fe brilla en el espíritu.
LITURGIA
La liturgia de Navidad es muy rica. Fijamos sobre todo nuestra atención en la solemnidad
del Nacimiento del Señor, aunque, es necesario decirlo, los temas natalicios se van poco a
poco desarrollando a través de la octava de Navidad en los formularios de las misas, en las
lecturas y preces de la liturgia de las horas.
La palabra de Dios
La riqueza del mensaje de Navidad está plasmada sobre todo en las lecturas de las tres misas
tradicionales, en un magnífico entramado de testimonios y mensajes que indicamos en este
esquema sinóptico:
Este cuadro merece una breve explicación. Las lecturas de los tres formularios de la misa
dan la palabra a los testigos y evangelistas del misterio. El profeta Isaías y el salmista David,
como videntes del AT; el apóstol Pablo y el autor de la Carta a los Hebreos, teólogos del
misterio; Lucas y Juan los evangelistas de Navidad, el primero con los detalles de la teología
y de la crónica, el segundo con la contemplación del Verbo.
Isaías, el protoevangelista, es leído como aquél que prevé y anuncia la alegría mesiánica
por la venida del Mesías Rey. David canta en sus salmos las maravillas de Dios en su
Mesías.
Pablo habla de la revelación de la gracia de Dios y de su amor a los hombres, la divina
filantropía que se manifiesta en Navidad. El autor de la Carta a los Hebreos muestra la
Palabra definitiva del Padre que nos habla en el Hijo.
Lucas, el narrador del evangelio de la infancia, ofrece la proclamación del relato del
nacimiento del Mesías y de la adoración de los pastores, con textos que afirman la historia
con fechas, lugares y nombres, con palabras que evocan la comprensión del acontecimiento
a la luz de la fe; sus palabras adquieren una plenitud espiritual en la misa de medianoche
por el momento en que se proclama el evangelio. Juan, con la lectura del Prólogo, nos hace
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
recorrer el camino del Verbo que estaba junto al Padre y se ha hecho carne. En el Verbo
Encarnado la palabra se hace eficaz, el anuncio realidad y la profecía experiencia de
salvación.
La oración de la Iglesia
Son hermosas y ricas las expresiones de la eucología de Navidad. El eje teológico, como se
explicará seguidamente, está constituido por los tres prefacios natalicios. Las colectas de la
misa y las otras oraciones son muy exactas al expresar los distintos aspectos del misterio
de Navidad. Los textos del oficio divino constituyen una rica teología natalicia con los
himnos de Sedulio o las antífonas del oficio de las lecturas y de los Laudes, con los
responsorios y la antífona del Magnificat en que resuena el Hodie del misterio celebrado.
Estamos todavía en una teología natalicia que se remonta a la época áurea de la liturgia
romana, donde se percibe la inspiración de los sermones de León Magno, teólogo de
Navidad como misterio de nuestra salvación celebrado por la Iglesia.
En la liturgia de las horas que prolonga la presencia y la meditación del misterio, la Iglesia
ha conservado la riqueza tradicional de los textos litúrgicos, enriquecidos ahora también
con las invocaciones de Laudes y Vísperas.
La Eucaristía de Navidad
Precedido, como hemos indicado, por dos domingos que celebran la espera del Señor, la
liturgia bizantina celebra el misterio del Nacimiento del Señor con textos hermosos y
significativos. Al día siguiente se celebra la Sinaxis o reunión litúrgica en honor de la Madre
de Dios.
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
Los textos litúrgicos reflejan la gran doctrina teológica del Oriente acerca de la Encarnación
como inicio de la salvación, en el misterio de la divino-humanidad de Cristo, en el sentido
de la divina teantropía, la unión de lo divino y de lo humano, y de la divina filantropía, el
amor de Dios por el hombre, en el misterio de la theosis, la divinización como destino del
hombre en Cristo. Pero Navidad es también la proclamación de la renovación del cosmos,
la gozosa presencia del Emmanuel con nosotros y en medio de nosotros. Es el nacimiento
del Señor según la carne. Es el inicio de nuestra divinización.
Algunos textos lo dicen con un profundo sentido de gozo:
«La Virgen hoy da a luz al Supraesencial y la tierra ofrece la gruta a aquél que es
inaccesible. Los ángeles con los pastores cantan gloria, y los magos avanzan con la estrella;
en efecto, por nosotros ha nacido un niño nuevo, el Dios antes de los siglos» (Kontakion de
Navidad).
«Tu Nacimiento, oh Cristo Dios, ha hecho resplandecer sobre el mundo la luz del
conocimiento. En él, en efecto, los que adoraban las estrellas, por una estrella aprendieron
a adorarte a Ti, el Sol de Justicia, y a reconocerte a Ti, ¡Oriente venido de lo alto!» (Tropario
del IV tono).
«Cristo nace glorificado; Cristo desciende del cielo, id a su encuentro; Cristo está en la
tierra, levantaos. ¡Canta al Señor, oh tierra entera, celebradlo en la alegría pueblos!»
(Irmode Cosma de Mayuma). Estas palabras sirven para que los fieles se saluden durante 27
este tiempo. Son las palabras de un sermón de san Gregorio Nacianceno que han pasado a
la liturgia de la iglesia de Oriente (cf. PG 36,314).
SUGERENCIAS PASTORALES
La celebración del Nacimiento del Señor se prepara con todas las celebraciones del
Adviento y con una serie de iniciativas de presencia y de caridad activa que hacen cercana
la manifestación de Dios en forma concreta y encarnada, especialmente para los más pobres
de este mundo. En la celebración y en la preparación deben tener un papel particular los
niños; que son los que sienten más esta fiesta, en la experiencia de un Dios que se hace
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
ESPIRITUALIDAD
Con un sencillo acercamiento a los textos eucológicos de las Misas de Navidad, ofrecemos
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
El tema de la luz, de Cristo luz del mundo, título del prefacio I de Navidad, de la
manifestación luminosa del Señor en su nacimiento, es quizá la idea central de la eucología
romana, especialmente en los textos de la misa de medianoche.
El tema de la luz recupera simbólicamente los orígenes de la fiesta, a partir de la claridad
que inunda a los pastores de Belén mientras velan sus rebaños en la noche en que nace
Jesús. Recuerda, si hay que dar fe a algunas interpretaciones, que los judeocristianos
celebraban el misterio de la venida del Señor en la gruta de Belén, llamada caverna de la
luz y de la vida.
Ciertamente, como nos asegura la peregrina Egeria, una vigilia nocturna se celebraba en el
lugar tradicional del nacimiento de Cristo a finales del siglo IV, en la fiesta jerosolimitana
de Epifanía. El tema de la luz evoca la audaz sustitución de la fiesta romana del Sol Invicto 29
por la solemnidad cristiana del nacimiento de Cristo, Sol de Justicia.
En medio de la noche celebran las comunidades cristianas el memorial litúrgico del
nacimiento del Señor, a partir de la costumbre, dé la Iglesia romana de celebrar este misterio
en la Basílica de Santa María la Mayor, con una intuición genial que ha hecho perdurar a
través de los siglos la celebración nocturna de Navidad.
Textos primitivos evocan las convicciones populares en tomo al día de Navidad como día
de la luz, del sol nuevo, del sol invicto. Así escribe por ejemplo Máximo de Turín: «No es
errado que el pueblo llame a este día santo del nacimiento del Salvador: el sol nuevo.
También nosotros nos unimos a esta costumbre. De hecho cuando nace el Salvador no sólo
se renueva la salvación de la humanidad, sino también la misma luz del so1» (PL 57,537).
Otro escritor anónimo recuerda: «Llaman a este día nacimiento del Sol Invicto. Pero ¿quién
es victorioso e invicto como nuestro Salvador que ha vencido a la muerte? También lo
llaman «día del nacimiento del Sol». Pero en realidad ¿no es El, nuestro Salvador, el Sol de
justicia, de quien Malaquías escribió: «Para vosotros que teméis al Señor su nombre se
levantará como Sol de justicia y su salvación estará bajo sus alas?» La circunstancia
cosmológica del solsticio de invierno, celebrado por los romanos como triunfo de la luz
sobre las tinieblas, evocaba espontáneamente para los cristianos el Sol que nace de lo alto,
la presencia entre nosotros de Cristo, luz que brilla en las tinieblas, luz del mundo.
El ambiente de la celebración de medianoche es propicio para evocar este misterio. En el
corazón de la noche, la comunidad cristiana se reúne en un espacio de luz que es símbolo
de la fe que nace de la palabra del anuncio, y la luz es Cristo, Palabra y Eucaristía, como
un haz de esplendores que se irradia para iluminar a todos los que creen y celebran su santo
nacimiento.
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
En este ambiente litúrgico resuenan las palabras de la luz. Ante todo en la liturgia de la
palabra con la lectura del profeta Isaías:
«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombra y una luz les
brilló» (Is 9,2).
«En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre velando por turno su
rebaño... La gloria del Señor los envolvió de claridad...» (Lc 2,8-9).
«¡Oh Dios, que has iluminado esta noche santa con el nacimiento de Cristo, la luz verdadera,
concédenos gozar en el cielo del esplendor de su gloria a los que hemos experimentado la claridad
de su presencia en la tierra».
«Porque, gracias a la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo
resplandor, para que conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible».
Hay todavía dos interesantes prolongaciones del mismo tema. Cristo se irradia con la gracia;
la fe es luz que tiene que iluminar la vida. Lo dice una de las bendiciones finales:
«El Dios de bondad infinita que disipó las tinieblas del mundo con la encarnación de su Hijo y con
su nacimiento glorioso iluminó esta noche santa, aleje de vosotros las tinieblas del pecado y alumbre
vuestros corazones con la luz de la gracia».
Así lo confirman algunos textos de la Misa de la aurora, como la antífona de entrada que
recupera el texto de Isaías proclamado en la noche (cf. Is 9,2), Y sobre todo la colecta que
explicita la condición filial y bautismal de los que participan del misterio de Cristo; una
gracia que se hace compromiso de vida:
«Concede, Señor todopoderoso, a los que vivimos inmersos en la luz de tu Palabra hecha carne, que
resplandezca en nuestras obras la fe que haces brillar en nuestro espíritu».
Navidad es misterio de luz. En el fulgor de esta noche se adivinan ya las luces de la noche
pascual. O si queremos, la luz pascual reverbera de manera retrospectiva en el misterio del
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
nacimiento de Cristo, del mismo modo que la luz del kerigma de la resurrección ilumina en
Lucas la narración del nacimiento del Señor, y en el prólogo de Juan la gloria del Resucitado
es también inicialmente gloria de la Palabra hecha carne. No podemos olvidar que, en la
mejor tradición litúrgica romana, Navidad es el necesario inicio del misterio pascual. Y que
la liturgia celebra Navidad como Pascua, según un típico lenguaje oriental que en nuestra
lengua castellana ha permanecido: Pascua de Navidad. Pascua recuerda el misterio de la
iluminación bautismal. Navidad, la condición del cristiano como hijo de Dios. Así lo hace
por ejemplo León Magno en su célebre Sermón de Navidad que se lee en el oficio de
lecturas de la noche, recordando la iniciación bautismal: «Reconoce, cristiano tu dignidad...
No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de
Dios...» (PL 152-153).
«El cielo y la tierra se alegran proféticamente en este día. Los ángeles y los hombres celebran una
asamblea espiritual. Dios, nacido de una mujer, ha aparecido en la carne a quienes vivían en tinieblas
y en sombra de muerte. Una gruta y un pesebre lo han acogido. Los pastores proclaman esta
maravilla. Desde Oriente los magos traen hasta Belén sus dones; y nosotros con nuestros labios
indignos presentamos nuestra alabanza con las palabras del himno angélico: «Gloria a Dios en el
cielo y paz en la tierra...»
cósmica como acción de gracias al Padre, mientras contempla el misterio del nacimiento
del Hijo unigénito, hermano nuestro:
«Porque en el misterio santo que hoy celebramos, Cristo el Señor, sin dejar la gloria del Padre, se
hace presente entre nosotros de un modo nuevo; el que era invisible en su naturaleza se hace visible
al adoptar la nuestra; el eterno, engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal para
asumir en sí todo lo creado, para reconstruir lo que estaba caído y restaurar de este modo el universo,
para llamar de nuevo al reino de los cielos al hombre sumergido en el pecado».
Armonía entre Dios y nosotros; entre el cielo y la tierra; paz entre lo divino y lo humano;
entre lo eterno y lo temporal; asunción en Cristo de toda la creación, elevación del cosmos,
reconciliación del hombre pecador. Es la idea que recoge al final de la Misa una fórmula
de bendición, como augurio de paz: «Y el que por la encarnación de su Hijo reconcilió lo
humano y lo divino os conceda la paz a vosotros, amados de Dios...».
Navidad resulta en esta perspectiva litúrgica fiesta de la humanidad entera y de la
naturaleza; en la Iglesia de Cristo, lugar de la paz y de la fraternidad; y en la liturgia de la
Iglesia, donde el cosmos se hace aliado del hombre en el culto divino, hasta en esos
elementos que son fruto de la tierra y del trabajo del hombre en los que ahora se hace
presente el Verbo hecho carne.
«Acepta, Señor, nuestras ofrendas y por este intercambio de dones... haznos partícipes de la
divinidad de tu Hijo que, al asumir la naturaleza humana, nos ha unido a la tuya de un modo
admirable».
Lo repite la misma oración en la Misa de la aurora: «Así como tu Hijo hecho hombre, se
manifestó como Dios, así nuestras ofrendas de la tierra nos hagan partícipes de los dones
del cielo».
Fiesta de regalos y de aguinaldos entre Dios y los hombres que se celebra contemplando el
misterio y participando en él. Así lo expresa la oración colecta de la Misa del día:
«Oh Dios, que de modo admirable has creado al hombre a tu imagen y semejanza y de un modo
más admirable todavía restableciste tu dignidad por Jesucristo) concédenos compartir la vida divina
de aquél que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana».
Es la idea que expresa también la oración sobre las ofrendas en la concisa y rica fórmula
del Sacramentario Veronense que la traducción castellana no logra rendir con perfección:
«nostrae reconciliationis processit perfecta placatio, et divini cultus nobis est indita plenitudo»:
«esta ofrenda que nos reconcilia contigo de modo perfecto y que encierra la plenitud del culto que
el hombre puede tributarte».
«Oh Cristo, nuestro Dios, que, del seno del Padre eterno, resplandecías purísimamente antes
de todos los siglos, y que en los últimos tiempos te hiciste hombre y naciste de la Virgen
santa. Tu fuiste pobre para enriquecemos con tu pobreza, recién nacido te envolvieron en
pañales, y aunque eras Dios, te acostaron en un pesebre. Señor que cuidas de todo, acepta
nuestras pobres alabanzas y ruegos, como aceptaste la alabanza de los pastores y la
adoración de los magos. Concédenos que exultemos con el ejército celestial, y que
heredemos la celeste alegría que está preparada para los que celebran dignamente tu
nacimiento; porque tú amas al hombre y eres glorificado con tu eterno Padre y tu santo
Espíritu, todo bondad y vida, ahora y siempre por los siglos de los siglos amén» (Oración
final de la liturgia del 25 de diciembre).
«¿ Qué te ofreceremos, oh Cristo, por haber aparecido entre nosotros en esta tierra y haberte
hecho hombre? Cada una de las criaturas a quienes has dado el ser te ofrece una cosa en
acción de gracias: los ángeles su canto, los cielos las estrellas, los magos sus dones, los
pastores su admiración, la tierra una gruta, el desierto un pesebre. Y nosotros ¿qué te
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
36
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
Capítulo Tercero
TIEMPO DE NAVIDAD, EPIFANÍA,
BAUTISMO DEL SEÑOR
RAICES HISTORICAS
La fiesta de Epifanía se celebra en Roma desde finales del siglo IV. Pero prevalece en ella
la conmemoración de la manifestación del Señor a las gentes en la adoración de los tres
magos que son guiados por la estrella. Sin embargo, tanto en Roma como en otras partes,
por ejemplo en España, existe la acumulación de otros significados como el Bautismo del
Señor, las bodas de Caná (temas presentes todavía en los himnos y antífonas) e incluso la 38
multiplicación de los panes.
En el rito hispánico la fiesta de la manifestación del Señor, In apparitione Domini, acumula
el recuerdo de la adoración de los magos, del Bautismo en el Jordán, del milagro de la
conversión del agua en vino y de la multiplicación de los panes, como lo expresa la Inlatio
de la fiesta (Missale hispano-mozarabicum pp. 169-170).
En esta fiesta se anunciaban las próximas fiestas pascuales, como testimonian las cartas
festales de la antigüedad.
¿Por qué la fiesta de Epifanía se transforma en la fiesta de la adoración de los magos en
Occidente y no prevalece el acontecimiento del Bautismo propio de Oriente? Recordemos
que la imagen de la adoración es muy antigua, se encuentra en las catacumbas de Roma, en
el arco triunfal de Santa María la Mayor, en los mosaicos de san Apolinar nuevo de Rávena
donde aparecen los nombres a los tres personajes: Melchor, Gaspar y Baltasar, en actitud
de ofrenda de sus dones a la Virgen sentada en un trono de gloria, teniendo entre su rodillas
al Niño. Quizá porque era la revelación a los gentiles con los que se identificaban los
cristianos convertidos del paganismo. Estos temas resuenan en las ocho hornillas de
Epifanía de san León Magno (PL 54, 234-263).
En la actual ordenación del calendario litúrgico Epifanía conserva su característico sentido
de una manifestación a las gentes por medio de Cristo que es la luz del mundo.
2
Itinerario de la Virgen Egeria, o.c. pp. 266-271
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
La fiesta del Bautismo del Señor que se celebraba ya anteriormente en el rito romano el
domingo siguiente a la Epifanía, ha adquirido un cierto realce en la liturgia romana
renovada como fiesta del Señor, por los hermosos textos de la misa y del oficio divino y
por las lecturas patrísticas del tiempo después de la Epifanía en las que se recogen algunas
homilías orientales sobre el misterio del bautismo de Jesús. Nos encontramos frente a una
integración Oriente-Occidente en los textos y en la espiritualidad litúrgica de este tiempo.
TEOLOGIA
Resumiendo algunas líneas de teología que están en continuidad doctrinal con las de
Navidad, podemos ofrecer algunas reflexiones.
En la Epifanía y en el Bautismo del Señor prevalece el tema de la luz, unido a los orígenes
evangélicos y paganos de esta fiesta de las santas luces. La manifestación del Señor es
gloriosa porque la gloria, de la cual es signo la estrella que guía a los Magos, se posa donde
Cristo está presente y es adorado. La gloria de Dios que envuelve como en una nube a
Jerusalén en la profecía, ahora se posa finalmente en la casa de Belén, donde encuentran al
Niño con María, su Madre. La luz revela a todos la realidad de Cristo que es Lumen
Gentium, luz de las gentes. La luz y la gloria evocan la fe; así viene expresado por los
Magos que han buscado y encontrado. La fe se convierte en compromiso de vida para llegar
a la contemplación de la gloria. El prefacio de Epifanía subraya este misterio de la luz:
«Porque hoy has revelado en Cristo, para luz de los pueblos, el verdadero misterio de
nuestra salvación, pues al manifestarse en nuestra carne mortal nos hiciste partícipes de la
gloria de un inmortalidad».
Los Magos son, según las estrofas 8-10 del himno Akátistos, los primeros iluminados,
primicia de todos los gentiles, llamados a compartir la gracia de la iluminación bautismal
que conduce a la contemplación del misterio escondido en Cristo Jesús, pero también los
heraldos del misterio.
El tema de la luz está presente también en el Bautismo de Cristo en el Jordán; es el
iluminado por la gloria del Padre y el iluminador, el que ofrece a los que le acogen la luz
bautismal.
40
El misterio de la divino-humanidad participada
CELEBRACION LITURGICA
El calendario litúrgico
La celebración del tiempo de Navidad está cargada de fiestas, como hemos visto. Además
de la fiesta de la Madre de Dios, en la octava de Navidad se celebra la fiesta de la Sagrada
Familia en el domingo después de Navidad, y las de Epifanía y del Bautismo del Señor.
Hay que recordar además las fiestas del santoral, desde antiguo vinculadas al ciclo natalicio:
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
san Esteban, san Juan Evangelista, los Santos Inocentes. Si la fiesta de Epifanía se celebra
el 6 de enero, existe en algunos años la posibilidad de celebrar el segundo domingo después
de Navidad que prolonga la proclamación del misterio de la Encarnación.
La palabra proclamada
El leccionario ferial
En las ferias que van desde el 29 de diciembre, ya que los otros días tienen lecturas propias
en las memorias de los santos Esteban, Juan evangelista y los niños inocentes se hace una
lectura continua de toda la primera carta de san Juan, que ya se empezó a leer el 27 de
diciembre, fiesta del mismo Juan. Los evangelios se refieren a las manifestaciones del
Señor. En efecto, se leen los acontecimientos de la infancia de Jesús, tomados del evangelio
de san Lucas (29 y 30 de diciembre), el primer capítulo del evangelio de san Juan (31 de
diciembre a1 5 de enero) y las principales manifestaciones del Señor, tomadas de los cuatro
evangelios (7 al 12 de enero).
Dejando por ahora lo referente a las fiestas de la santa Madre de Dios y de la Sagrada
Familia, que veremos en su lugar adecuado en los capítulos siguientes, vamos a presentar
el mensaje bíblico del segundo domingo de Navidad y de las fiestas de Epifanía y del 41
Bautismo del Señor.
El segundo domingo después de Navidad profundiza el misterio de la Encarnación con los
textos del Sir 24,1-4,12-16 sobre el tema de la sabiduría, imagen profética del Logos; con
el texto de Ef 1,3-6.15-18, la bendición por el designio de Dios en Cristo; y finalmente con
la lectura, una vez más, de Jn 1-18, la Palabra ante el Padre y hecha carne por nuestra
salvación.
En la fiesta romana de la Epifanía da el tono la proclamación del evangelio de Mateo sobre
la adoración de los Magos (Mt 2,1-12); antiguamente se ritualizaba la postración de los
magos durante el canto del evangelio, para hacer más vivo con una mímesis litúrgica el
misterio proclamado.
Este relato evangélico adquiere todo el sentido del misterio a la luz del profeta Isaías (Is
60,1-6) que canta la gloria de Jerusalén inundada de luz, y del Salmo 71, real y mesiánico,
profecía de la adoración de los reyes de Sabá y Arabia que ofrecen los dones al Mesías;
estos dos textos están en la base de la comprensión de la narración evangélica y son la
profecía anticipada del evangelio de la adoración de los magos. Pablo (Ef 3,2-6) ofrece la
teología de la manifestación a las gentes, que después es repetida en las oraciones y en el
prefacio de la solemnidad.
En el domingo del Bautismo del Señor se leen textos unitarios sobre la unción de Jesús por
medio del Espíritu (Is 42,1-4, 6-7) Y sobre el testimonio de los Apóstoles con respecto al
episodio del Bautismo (Hch 10,34-38). Se proclama en los diversos ciclos A, B, y C, el
evangelio del Bautismo según los tres sinópticos respectivamente, con una atención
particular a los detalles propios de cada evangelista. Otras lecturas ad libitum para el año B
se refieren en Is 55,1-11 a la invitación a los sedientos para que acudan a las aguas de la
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
vida; en la 1 a de Jn 5,1-9 al misterio del agua, del espíritu y de la sangre, testigos del
misterio de Cristo. En el año C se puede proclamar Is 40,1-5.9-11, que expresa la revelación
universal de Dios; la perícopa de la carta a Tito, 2,11-14; 3,4-7 recoge en uno los dos textos
ya leídos en el día de Navidad acerca de la manifestación de la bondad y filantropía de Dios
con la alusión a la regeneración bautismal.
La oración de la Iglesia
Los textos de las oraciones del misal y de las invocaciones e intercesiones de la liturgia de
las horas desarrollan con gran riqueza de formularios los aspectos del misterio de la
encarnación y de la manifestación del Señor en la línea de contemplación, de acción de
gracias y de intercesión. En la misa y en la liturgia de las horas se explicitan temas propios
del misterio celebrado: la luz y la gloria de la revelación; el significado de las ofrendas y
del intercambio de dones; el compromiso de vida y la espera de la manifestación definitiva
del Señor.
En la misa y en la liturgia de las horas se distingue claramente el tono de los días después
de Navidad y después de Epifanía, con apropiadas lecturas patrísticas que después de
Epifanía desarrollan el tema del Bautismo del Señor.
Epifanía tiene también su prefacio propio (intercambiable con el I de Navidad como ha
observado L. Bouyer) y textos apropiados en el canon romano.
En el Bautismo del Señor las oraciones proclaman los temas de la manifestación de Cristo
en el Jordán y de nuestro bautismo, del Cordero que lava al mundo de toda mancha, de la 42
escucha y del seguimiento de Jesús para llegar a ser discípulos suyos.
Muy hermoso el prefacio centrado en el misterio del bautismo de Jesús, símbolo del
bautismo de la Iglesia, y en la consagración del Siervo, con la unción del Espíritu para su
misión como sacerdote, profeta y rey.
río Jordán. Hoy, se abre el Paraíso delante de la humanidad y resplandece sobre nosotros el
sol de justicia. Hoy, hemos conseguido el reino de los cielos. Hoy, la tierra y el mar
comparten la alegría del mundo».
En algunas regiones existe la costumbre de ir a bendecir las fuentes y los ríos. Un rito que
expresa la santificación del cosmos.
El icono del Bautismo del Señor es muy expresivo. Se encuentra también en Rávena en los
dos bautisterios de los arrianos y de los ortodoxos, en los preciosos mosaicos de las dos
cúpulas junto a los Apóstoles. En las representaciones iconográficas vemos el Cristo que
entra en el río Jordán que se encuentra como en una cavidad. El agua es transparente y deja
ver su cuerpo. Sobre su cabeza la mano del Padre y la paloma del Espíritu, a los lados Juan
el Precursor, el amigo del Esposo, el Bautista; y los ángeles en adoración llevando en sus
manos los lienzos para secar a su Señor. En la cavidad del río se encuentra con frecuencia
el hombre viejo que espera de Cristo la renovación bautismal del hombre caído. (cf.
Oración ante los iconos, pp. 79-86).
En Jerusalén, cuarenta días después de la Epifanía, que celebraba entonces la Natividad del
Señor, se desarrollaba la fiesta del encuentro o Hypapante. Así lo recuerda Egeria, testigo
de excepción de esta fiesta jerosolomitana que pronto pasará a ser celebrada en Occidente:
«El cuadragésimo día de Epifanía es celebrado aquí con sumo honor. Ese día hay procesión
en la Anástasis, en la que todos toman parte, y todo se hace ordenadamente y con suma 43
alegría, como por Pascua. Predican los presbíteros y también el Obispo, tratando siempre
de aquel lugar del evangelio donde se dice que el cuadragésimo día llevaron José y María
al Señor al templo, y le vieron Simeón y Ana profetisa, hija de Fanuel, y de las palabras
que dijeron al ver al Señor, lo mismo que de la ofrenda que ofrecieron sus padres» 3. Es la
fiesta de la presentación del Señor que ahora se celebra cuarenta días después del 25 de
diciembre, Nacimiento del Señor. Es la gran fiesta del ingreso de Jesús en el templo, de su
ofrecimiento como Primogénito, de su subida a Jerusalén, de su revelación como Luz de
las gentes y también signo de contradicción. El lucernario inicial de la fiesta con la
monición y la procesión con las velas encendidas, ritualiza las palabras del anciano Simeón.
María tiene un papel específico en esta fiesta como Madre Virgen oferente, a quien se le
anuncia la espada de dolor. Idealmente esta fiesta se coloca al final del ciclo natalicio y es
ya una profecía de la pasión del primogénito, en estrecha relación, por tanto, con el misterio
pascual en la doble expresión de inmolación y glorificación de Cristo. De este modo,
Navidad se enlaza teológica y espiritualmente con la Pascua del Señor que es raíz y
fundamento de todo el año litúrgico.
El icono de la Presentación del Señor en el templo que se encuentra también en el ciclo
natalicio del arco de triunfo de Santa María la Mayor presenta con simplicidad y
expresividad este misterio, que recuerda la Navidad y la proyecta hacia la Pascua (cf.
Oración ante los iconos, pp. 73-78).
SUGERENCIAS PASTORALES
3
Itinerario de la Virgen Egeria, O.c. pp. 270-271.
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
El oficio de las lecturas puede ser celebrado como una vigilia de oración bajo el signo de la
luz en un ambiente donde se puede recuperar plenamente el sentido de la fiesta de la luz. Si
la celebración de la Eucaristía se desarrolla en la mañana o al atardecer, se podría entrar
con un lucernario en el momento del rito inicial, encendiendo la luz de una lámpara que
brilla delante de la Virgen, Madre de la luz, que ofrece a la adoración a Cristo, Luz de las
gentes.
En la celebración eucarística se puede ritualizar todo el conjunto de la presentación de los
dones, para recordar la ofrenda de los dones hecha por los magos. Con el signo de la luz se
puede ritualizar la ofrenda de la fe y se recita el Credo. Con pequeños dones significativos,
flores, incienso, dinero para los pobres... se pueden formular las intenciones de la oración
por todos los pueblos de la tierra; la ofrenda fundamental sigue siendo la del pan y el vino, 44
signo de Aquél que en los santos dones es «significado, inmolado y recibido».
En recientes ediciones del misal romano o en el libro de la sede se encuentra también el
texto del Anuncio de la Pascua y de otras fechas importantes del Año litúrgico. Este anuncio
se hacía en España el día de Navidad. En otros lugares, según el Pontifical Romano, en el
día de Epifanía. Según las rúbricas actuales este anuncio se hace el día de Epifanía, según
una antigua costumbre ya testimoniada por san Atanasio en sus Cartas festales (cf. PL 26,
1351-1444). Se puede ver concretamente si el momento más oportuno hacer esta
proclamación es después del evangelio -introduciendo un elemento ajeno a la proclamación
solemne del misterio de la Epifanía-, o, como parece mejor por la práctica actual de la
Iglesia que remite estos anuncios al final de la misa, después de la comunión, con una
monición apropiada que indique cómo la fiesta de Epifanía abre el camino a la celebración
de todos los misterios del Señor.
Este día recuerda no solamente el Bautismo del Señor, sino también la teología, la
mistagogía y la espiritualidad del bautismo de los cristianos, a ejemplo de Cristo. Se puede
ritualizar de algún modo el recuerdo de este sacramento, a no ser que se celebre en esta
ocasión el mismo sacramento del bautismo.
En este día, en vez de hacer la bendición del agua lustral al principio de la Misa, se puede
hacer después del Evangelio y de la homilía con uno de los textos ad libitum propuesto en
el misal romano para los domingos, que recuerda el Bautismo del Jordán. A continuación
se puede hacer la profesión de fe con el símbolo de los apóstoles y la oración, concluyendo
MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
con la aspersión, acompañada por un canto en memoria del Bautismo de Cristo y de los
cristianos. Sigue la oración de los fieles.
ESPIRITUALIDAD
La liturgia interpreta en su oración el sentido de los dones ofrecidos a Cristo por parte de
los magos: oro como a Rey, incienso como a Sacerdote, mirra para su sepultura. En el
Bautismo, Jesús es revelado plenamente por el Espíritu con la misión profética sacerdotal
y real de la que participa también el cristiano ungido con el óleo de la fe (según una antigua
temática de la liturgia siro-antioquena) para dar testimonio, consagrado con el crisma del
Espíritu como sacerdote y rey para ofrecer a Dios su propia vida y el mundo entero.
Los dones de los fieles reciben en la Eucaristía una auténtica transformación: el don de
Cristo mismo. En la celebración eucarística el pan y el vino son transformados en Cristo,
don del Padre.
En la adoración de los magos encontramos una actitud cultual de profundo respeto,
adoración, de entrega, que es preludio y anticipación del culto en espíritu y verdad de los
bautizados.
Colección de Misas de la Virgen María. La premisa a las misas de este tiempo tiene esta
acertada didascalía: «En el tiempo de Navidad, la Iglesia celebra los misterios de la infancia
de Cristo Salvador y sus primeras manifestaciones. Por ello en este tiempo litúrgico que
concluye con la fiesta del Bautismo del Señor, se incluye también una misa relacionada con
la manifestación del Señor en Caná de Galilea. La santísima Virgen, por designio de Dios,
intervino de manera admirable en los misterios de la infancia y de la manifestación del
Salvador: cuando engendró virginalmente al Hijo, lo mostró a los pastores y a los magos,
lo presentó en el templo y lo ofreció al Señor; cuando marchó fugitiva a Egipto, buscó al
Niño perdido, llevó con él y con su esposo José una vida santa y laboriosa en su casa de
Nazaret; cuando finalmente, en el banquete nupcial intercedió por los esposos ante el Hijo,
el cual «comenzó sus signos» y «manifestó su gloria» (In 2,11).
Entre las misas de la Virgen para este tiempo, algunas de notable importancia para una
revalorización de María en el misterio de Cristo, señalamos: La Virgen María en la Epifanía
del Señor, Santa María en la Presentación del Señor, Santa María de Nazaret, La virgen
María en Caná.
nuestro Dios, que ilumina a los que están en las tinieblas. Gózate tú también, justo anciano,
pues recibiste en tus los brazos al libertador de nuestras almas, al que da también la
resurrección» (Tropario de la Presentación del Señor).
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