Está en la página 1de 6

QUÉ ES EL FUNDAMENTALISMO RELIGIOSO Y QUÉ IMPLICA

REALMENTE
Por quedarse en interpretaciones literales de la Biblia, al fundamentalismo religioso no le interesa
el pluralismo ni la separación entre iglesia y Estado, con las graves consecuencias que esto tiene
para una democracia.

“Fundamentalista” es una palabra que sale a relucir en episodios como la masacre en el periódico
satírico Charlie Hebdo en 2015. También, cuando son asesinados fieles en mezquitas o es agredido
personal médico que trabaja en clínicas donde se practican abortos. En países como Colombia, es
una palabra que se repite cada vez que líderes religiosos o políticos conservadores emprenden
acciones contra los derechos de las mujeres o de las personas LGBT. (Ver: Los pasos de gigante de
la avanzada conservadora).

Por supuesto, muy pocas personas se identifican como “fundamentalistas”, así como muy pocas se
reconocen como “racistas” u “homofóbicas”, aunque sus prácticas digan otra cosa. Según explica
la experta en historia de las religiones Karen Armstrong, en su libro Los orígenes del
fundamentalismo, entre las primeras personas en usar el término “fundamentalista” están las
protestantes norteamericanas.

A comienzos del siglo XX, comenzaron a llamarse de esta manera para distinguirse de quienes, en
su opinión, estaban tergiversando la fe cristiana. Buscaban reafirmar los fundamentos de la
tradición cristiana que identificaban con una interpretación literal de la Biblia. (Ver: Hay muchas
voces religiosas que no son “antiderechos”).

“Antes de la Edad Moderna, judíos, musulmanes y cristianos disfrutaban de interpretaciones


simbólicas, alegóricas y esotéricas de sus textos sagrados”, señala Armstrong. Pero a mediados del
siglo XX mucha gente asumió con preocupación que el laicismo era una tendencia irreversible y
que los seres humanos ya no tenían mayor necesidad religiosa o que habían relegado la práctica
de su fe a la vida privada. (Ver: Rodrigo Uprimny: Dios sería el primero en defender el Estado
laico).

En distintos momentos de la historia han existido opositores a los progresos de su época, pero el
fundamentalismo como movimiento del siglo XX es en esencia una reacción contra la cultura laica
y científica. “A finales de los años setenta, los fundamentalistas comenzaron a rebelarse contra lo
que percibían como una hegemonía laicista y empezaron a intentar devolverle a la religión su
protagonismo”, agrega Armstrong.

Los fundamentalismos son formas defensivas de la espiritualidad que surgen al aparecer ciertas
prácticas, avances y políticas percibidas como opuestas o enemigas de sus creencias. “Lo viven
como una guerra entre las fuerzas del bien y del mal”, afirma Armstrong.
Por esto, al fundamentalismo no le interesan la democracia, el pluralismo, la paz, la libertad de
expresión o la separación entre iglesia y Estado. Los fundamentalistas cristianos rechazan los
descubrimientos de la biología y la física acerca de los orígenes de la vida e insisten en que cada
uno de los detalles del Génesis es científicamente correcto. (Ver: La Biblia no discrimina pero sí las
interpretaciones fuera de contexto).

Desconocen que la Biblia fue escrita por hombres en un contexto determinado y usando los
géneros literarios de la época: tiene leyendas, epopeyas, salmos, hipérboles e ironía. “No es que
Dios se sentó y escribió un libro aplicable tal cual para toda la vida. Fueron textos escritos por
seguidores de Jesús. Es una construcción posterior a Él”, explica Maricel Mena, docente y teóloga
con estudios doctorales en Biblia.

El filósofo holandés Baruch Spinoza (1632 – 1677) fue uno de los primeros en insistir en que la
Biblia debía leerse como cualquier otro texto y en estudiarla científicamente, examinando su
trasfondo histórico. El Concilio Vaticano II, autoridad máxima de la Iglesia Católica, también les
exige a los católicos leer los textos bíblicos teniendo en cuenta los análisis literarios, históricos,
arqueológicos y demás disponibles para entender el sentido original del texto. En esto coincide la
Pontificia Comisión Bíblica, organismo líder de la Iglesia católica en materia bíblica, así como en la
importancia de no citar frases sueltas desconociendo el contexto en el que fueron escritas.

De hecho, no existen unos textos originales de la Biblia. “Muchos de estos escritos fueron
quemados y desaparecidos, solamente en el siglo IV volvieron a escribirse. Por tanto, la Biblia ya es
una interpretación. Y no hay historia neutra, todo pasa por la visión de quien escribe”, agrega
Mena.

Una muestra del daño que hacen las lecturas literales de la Biblia, es cuando se citan pasajes de
Levítico para señalar que la Biblia prohibió de por vida las relaciones afectivas entre personas del
mismo sexo. “Si Levítico se lee en su contexto, se entiende que las prohibiciones al respecto se
refieren a cuando existió una orden de repoblamiento de Israel del linaje judío después del exilio.
Por tanto, en ese momento, las prácticas sexuales distintas a buscar la reproducción fueron mal
vistas”, afirma Mena. (Ver: ¿Qué dice la Biblia realmente sobre la homosexualidad?).

La prohibición de comer carne y comida de mar también tiene lugar en ese contexto de exilio
donde la carne de cerdo es una de las que más rápido se descompone y la comida de mar es más
propensa a causar intoxicaciones. Entonces, su prohibición obedece a ese momento de largas
caminatas por el desierto. Pero esto no significa que ni la carne ni la comida de mar estén
prohibidas para siempre. “La pregunta es: ¿por qué unos textos se toman como normas para toda
la vida y otros no? El fundamentalismo hace una selección de qué textos leer de manera literal y
cuáles no”, dice Mena.
Así, por ejemplo, el fundamentalismo no hace una lectura literal de la confesión de amor entre Rut
y Noemí, suegra y nuera, en donde una le dice a la otra: “tu pueblo será mi pueblo, tu Dios será mi
Dios y a donde tú vayas, yo iré”.

El fundamentalismo también ignora que los personajes bíblicos que suele citar como ejemplo de
moral no eran monógamos, asunto que, eso sí, le atribuyen al contexto. “Cuando se analiza la
Sagrada Familia, la conclusión es que se trata de un hombre muy mayor que anda con una mujer
muy joven y con un hijo que no es de él”, explica Mena.

Parte del problema radica en que hay muchos líderes pentecostales o “evangélicos”, como son
más conocidos en Colombia, fundamentalistas. Se oponen, por ejemplo, a la teoría de la evolución
de Darwin porque cuestiona sus creencias. Además, mantienen una férrea oposición a la
legalización del aborto y a las relaciones entre personas del mismo sexo.

Según explica el sociólogo William Mauricio Beltrán en la investigación Del monopolio católico a la
explosión pentecostal, los evangélicos fundamentalistas no comparten un método para interpretar
la Biblia. Sus doctrinas no están reguladas por ningún magisterio y sus líderes no requieren de un
diploma en teología -sino solamente de carisma- porque el dogma y la doctrina dependen de él.
“Interpretan la Biblia de manera libre para acomodarla fácilmente a sus intereses y a las demandas
de los fieles”. (Ver: Francisco De Roux: a un país no se le puede imponer una ética religiosa).

Los fundamentalistas cristianos, explica Beltrán, les dan especial atención a los relatos bíblicos de
milagros y de acontecimientos extraordinarios. “La teología pentecostal es un flujo constante, es
formulada y reformulada. La importancia que las diversas corrientes pentecostales le confieren a
los testimonios, al éxtasis religioso y a las emociones sobre los argumentos racionales, les llevan a
menospreciar la erudición teológica y la necesidad de aprender una doctrina”.

Además, agrega Beltrán, las organizaciones pentecostales privilegian el modelo de autonomía que
les permite a los líderes exitosos independizarse de sus organizaciones de origen para fundar sus
propias iglesias. Y llegar o no a ser una megaiglesia -que recibe millones de pesos y no paga
impuestos- depende del carisma de su fundador y de su oferta de “milagros y exorcismos”. (Ver:
Nerú, ¿un traidor de la homosexualidad?).

El otro problema es que los evangélicos fundamentalistas consideran como parte de su misión de
vida “alcanzar a los perdidos” porque se consideran guardianes de “la moral y de las buenas
costumbres”. De ahí que en todas las noticias sobre derechos de las mujeres o de las personas
LGBT que se comparten en redes sociales suelen responder con infinidad de citas textuales de la
Biblia (principalmente de Levíticos y Corintios).
Pero en la Biblia, explica Mena, no hay textos que de manera explícita hablen de cómo se ejercía la
sexualidad en el mundo antiguo. Incluso, no existía una palabra para referirse al pene -acudían a
eufemismos como pie o manos– ni para la relación sexual. “Conocer” a alguien era lo más cercano
a una relación sexual. “Por ejemplo, cuando se habla de que Rut se acostó a los pies de Boaz y
quedó en embarazo de gemelos”.

En cuanto a los pasajes de Sodoma que suelen citarse como una muestra de la prohibición bíblica
de la homosexualidad, lo primero que habría que decir, continúa Mena, es que se habla de una
ciudad que históricamente, posiblemente no existió. “Arqueológicamente no se han encontrado
restos de esta ciudad o también pudo ser que desapareció -no por un castigo divino- sino por un
acQuienes se oponen a la diversidad sexual y de género suelen citar pasajes de Corintios, cuando
dice que “ni los idólatras, adúlteros, homosexuales, ni los que se echan con varones heredarán el
Reino de los Cielos”. Lo primero acá es preguntarse quién financió las traducciones de las Biblias
que usan la palabra “homosexual” y por qué algunas personas decidieron, de manera arbitraria,
traducir vocablos hebreos y griegos como sinónimo de “homosexual”, concepto creado hasta el
siglo XIX por el psicólogo austro-húngaro Károly Maria Kertbeny.

Muestra de lo arbitrario de algunas traducciones es el hecho de que en la Biblia hebrea aparece la


confrontación entre Yahvé con otros dioses cananeos y algunas traducciones califican a esos otros
dioses como “abominación”. “Es muy diferente darles un nombre a llamarlos abominación por el
hecho de pertenecer a otra religión”, agrega Mena. (Ver: Alberto Linero: Dios no tiene nada que
ver con el coronavirus).

Otro aspecto de los textos de Corintios, explica Mena, es que Corintio era un puerto en el que
había prostitución -heterosexual y seguramente homosexual- con menores de edad. “Estos
pasajes se refieren a las prácticas de uso y venta del cuerpo porque donde hay prostitución
muchas veces hay proxenetas que se lucran de la explotación sexual, así como estafadores y
adúlteros”. ontecimiento natural como pasa con muchas ciudades, Armero (Colombia), por
ejemplo”.

Según Mena, habría que preguntarse: ¿por qué en este listado -idólatras, adúlteros,
homosexuales, los que se echan con varón- no se nombra a los codiciosos, los ladrones o los
estafadores. ¿Acaso estas personas serían rápidamente perdonadas y sí entrarían al Reino de
Dios? ¿por qué no hay un tipo de lectura similar hacia ellas por ejemplo? (Ver: Padre James
Martin: Jesús sería el primero en acoger a las personas LGBTI).

Pasa también, que por las interpretaciones literales de la Biblia, el fundamentalismo asume que la
diversidad sexual y de género no es una parte de la identidad de las personas sino “elecciones
equivocadas producto de la influencia de demonios que pueden corregirse”. (Ver: Diversidad
sexual y nuevas alternativas espirituales)
Para esto lideran las mal llamadas “terapias de conversión” que pretenden a punta de exorcismos,
ayunos y oración cambiar la orientación sexual y la identidad de género de las personas LGBT,
pero que lo único que consiguen es causar dolor y sufrimientoa esta población. Además, de
manera conveniente, los líderes a cargo de estas “terapias” condicionan la eficacia de sus
“milagros” a que las personas LGBT renuncien a su vida sexual y afectiva. (Ver: “Cuando acepté
que ser homosexual no era enfermedad ni pecado, mi vida cambió”)

A esto se suma que, durante la mayor parte del siglo XX, los líderes evangélicos colombianos no
mostraron mayor interés por participar en política electoral. Pero a finales de los ochenta y
principios de los noventa los evangélicos emergieron como una fuerza política en Colombia. En
parte, explica William Mauricio Beltrán, porque buena parte de sus líderes afirman que la
prosperidad económica y el poder político son aspiraciones legítimas de “los hijos de Dios”. (Ver:
La mezcla entre religión y política, ¿inevitable?).

Según Beltrán, entre los promotores de este tipo de pentecostalismo en Colombia están los
esposos César Castellanos y Claudia Rodríguez de Castellanos (actual senadora de la República),
fundadores de la Misión Carismática Internacional (1983), y quienes han convencido a sus
seguidores de la necesidad de ingresar a la política para “cristianizarla” y “arrebatarle al diablo el
poder político”.

Para el fundamentalismo, el cambio social llegará con la conversión masiva a sus creencias y con la
mayor participación de “conversos” en cargos de poder para gobernar con base en sus
convicciones evangélicas. “Los mejores gobernantes, dicen, son los que buscan transformar la
sociedad según los principios de Dios y de la Biblia. Consideran legítima la pretensión de que la
religión regule la sociedad y la política”, explica Beltrán en la investigación Del monopolio católico
a la explosión pentecostal.

Por esto, cuando han llegado al Congreso se han opuesto a las iniciativas de ley que buscan
despenalizar el aborto y reconocer los derechos de las parejas del mismo sexo por considerar que
atentan contra el modelo de familia “instituido por Dios”. Dos de los grandes temas de su agenda
política son: legislar con base en “valores cristianos” y “purificar” la política. (Ver: 9 razones por las
que el referendo de Viviane Morales sí discrimina).

Esta agenda encuentra afinidad con los sectores católicos radicales, hecho evidente en 2011 con la
propuesta de la jerarquía católica de integrar una coalición de credos para impulsar un proyecto
que modificara el artículo 11 de la Constitución que señala: “…la vida de todo colombiano es
inviolable, no habrá pena de muerte”, para agregarle: “la vida es inviolable desde la concepción
hasta la muerte”. Finalmente, el proyecto se hundió en el Senado por un solo voto.
También, durante la Semana Santa de 2011, la Conferencia Episcopal Colombiana en cabeza de
monseñor Rubén Salazar, emprendió una campaña nacional para oponerse a una eventual
sentencia de la Corte Constitucional que les permitiría adoptar hijos a las parejas del mismo sexo.
(Ver: “Venimos a dejar el mundo mejor de como lo encontramos”).

La Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa griega, la Iglesia anglicana, la Iglesia metodista, las Iglesias
evangélicas y más de 300 pastores de diversas confesiones entregaron un comunicado que decía:
queremos ratificar lo que parece evidente: no puede constituir un verdadero matrimonio o una
verdadera familia el vínculo de dos hombres o dos mujeres. (Ver: “Soy un gay a imagen y
semejanza de Dios”).

No queda duda de que el fundamentalismo cristiano pretende legislar, no con la Constitución


política, sino con las creencias que predican desde sus púlpitos y cultos, algo que a toda costa
debe evitarse cuando un Estado se define “pluralista”, reconoce la igualdad entre todas las
religiones y a las personas ateas y agnósticas y sabe que, así como muchas personas viven su
espiritualidad en las religiones, otras tantas no, todas opciones igual de válidas.

Actividad:

También podría gustarte