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En los últimos siglos la reflexión teológica nunca se vio objetivamente orientada a temas que,
aparentemente, son tan mundanos como el cuerpo. Hubo que esperar hasta Juan Pablo II para asistir a
trabajos semejantes con gran amplitud, profundidad y decisión. Tal vez los copiosos cambios culturales del
mundo de hoy jalonaron los trabajos papales; lo cierto es que, contrario a lo que se pudiera pensar, la
referencia obligada remite necesariamente a lo más “arcaico”, los relatos del Génesis. Porque allí, en el
principio -aunque ya se conoce que no se habla de un principio cronológico sino de principio en los
fundamentos- se encentran justamente los elementos fundantes para una teología del cuerpo. Seguramente
incluso el mismo Jesús habría apelado, como lo hizo en otras oportunidades, al principio.
Un aspecto a resaltar es el tono positivo con que el pontífice desarrolla su teología. No deja de sorprender
y calificarse en cierta medida como de avanzada en medio de tantas voces que abordan el tema en la
actualidad. No en vano el Papa abordó el tema toda vez que estas cuestiones inciden directamente en la
Por otro lado, la reflexión ahora parece distanciada diametralmente a las tradicionales reflexiones hechas
por filósofos fundantes como Platón y el mismo Descartes; antropologías que terminan tratando el cuerpo
como elemento residual puesto que para ellos lo preponderante es el intelecto no solo como condición de
posibilidad para la formación de conocimiento sino para la valoración ética. Presupuestos que hoy en día o
no son tomados con tanta importancia o son ampliamente superados. De alguna manera se puede decir que el
orden de la ecuación se ha intercambiado. Pero, ¿será posible ir nuevamente a los principios extraíbles de las
viejas tradiciones bíblicas? Francisco Laje realiza el ejercicio para mostrar dos cosas: 1. Que en las
tradiciones bíblicas más antiguas la persona aparece más como alma encarnada que como cuerpo animado, y,
2. Que los textos más tardíos del Nuevo Testamento terminaron introduciendo una valoración más bien
En las más antiguas tradiciones bíblicas no se encuentra un término equivalente al que se tiene hoy día
para cuerpo; esto, entre otras cosas, muestra que el pensamiento temprano hebreo no es dualista. Este tipo de
elaboraciones vienen a introducirse cuando hay contacto con culturas orientales y especialmente helenísticas.
El término más equivalente aparece tan solo tres veces en todo el Antiguo Testamento.
Ahora bien, herencia del pensamiento occidental es la concepción del cuerpo como frontera o límite entre
el individuo y los demás seres y la naturaleza misma. No precisamente de la misma manera se entiende el
cuerpo en la cultura semita; más bien se entiende en relación con el entorno y la comunidad, lo cual supone
una comprensión bastante diferente a la que tenemos nosotros. Además, la concepción es eminentemente
positiva y pluralista. Puede decirse que la comprensión de la persona es contraria (no en el sentido de
contraposición sino de dirección) a la comprensión griega, añadiendo un matiz más: la unidad, no la dualidad
presente en el pensamiento de occidente. En últimas, puede afirmarse que para el pensamiento bíblico el
Negar que en el cristianismo tradicional hay un marcado menosprecio por el cuerpo es casi como negar la
historia. Es en el Nuevo Testamento donde aparece el término soma y sarx, particularísimamente en la obra
paulina. La valoración negativa del cuerpo estaría atada más a la búsqueda por explicar o contraponer la
condición irredenta a la obra realizada por la justificación; pero a Pablo hay que leerlo y entenderlo
completo, su intención obedece más a llevar al cristiano a una relación de renovación permanente de su
condición de nueva creatura apartándose de todo aquello que traiciona su deber ser. Pero no solo en Pablo se
puede observar una compresión o estimación negativa, también la hay en varios autores diferentes del Nuevo
Testamento e incluso extratestamentarios. En los Padres Apostólicos se puede encontrar que la carne es
como lugar de perversión. Al final de todo, cobra relevante valor la pluma de Juan Pablo II en torno a estos
temas puesto que las cuestiones del cuerpo hoy día han sido trabajadas por ciencias distintas la teología.