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Desde 1976 hasta 1983, el Estado argentino en manos de una junta militar de
gobierno instaló en todo el país un aparato represivo para llevar adelante la
persecución y eliminación de todo adversario político, que culminó con la
desaparición sistemática y forzada de miles de personas. Para ello, se utilizó la
fuerza pública estatal de manera ilegal, y se instalaron más 500 centros
clandestinos de detención ―muchos de los cuales funcionaban en instituciones
públicas, como comisarías, escuelas y hospitales―, ubicados en zonas
urbanas.
Memoria, verdad y justicia son banderas de lucha, pero también procesos que
se retroalimentan. Es importante recordar siempre lo sucedido en esos años y
a sus víctimas, para que estos hechos no se repitan, como lo es también
conocer la verdad, esa verdad negada por los propios responsables de los
mayores crímenes cometidos en nuestro pasado reciente, para poder transmitir
y enseñar a los y las más jóvenes. Pero también resulta imprescindible juzgar y
condenar dichos crímenes para que nuestro pueblo pueda procesar el daño
sufrido. Los procesos de memoria, verdad y justicia tienen un sentido
reparatorio para las víctimas, pero también para el conjunto de la sociedad ya
que propician la construcción de consensos básicos para la vida en
democracia, y promueven sobre esta base la reconstrucción de los lazos
sociales. Como señala Hannah Arendt en La vida del espíritu, el juicio sobre el
pasado se realiza en función del presente y del futuro. Los juicios de esta
naturaleza son una de las formas de representación del pasado que posibilita
evaluarlo críticamente y dan lugar a procesos de elaboración social de las
experiencias límite.