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24 de marzo: Día Nacional por la

Memoria, la Verdad y la Justicia


El 24 de marzo es la oportunidad de recordar en las escuelas qué pasó durante
la última dictadura argentina. Para ello proponemos trabajar en las aulas sobre
el camino de la justicia como una puerta de entrada para conocer sobre el
terrorismo de Estado, que permite también acercarse a cómo la sociedad fue
procesando lo acontecido y a la importancia que tiene la justicia en la
construcción de una sociedad democrática.

El 24 de marzo, Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, es la


oportunidad de recordar en las escuelas qué pasó durante la última dictadura
argentina. Pero ¿cómo se procesa socialmente el horror? ¿Qué rol tiene la
justicia en la recomposición del lazo social? ¿Cuál fue la importancia de que los
testimonios de las víctimas fueran dichos y escuchados en la justicia? ¿Qué
aspectos del proceso de justicia, analizados desde una perspectiva de género,
dan cuenta de la experiencia de las mujeres? ¿Cómo se relacionan, en la
experiencia de la historia reciente, la justicia y la democracia?

¿Qué pasó el 24 de marzo?


El 24 de marzo de 1976 se produjo en la Argentina un golpe de Estado que dio
inicio a la última dictadura militar. El Día Nacional de la Memoria por la Verdad
y la Justicia conmemora a las víctimas de dicha dictadura, autodenominada por
los propios responsables como «Proceso de Reorganización Nacional», que
usurpó el gobierno del Estado nacional argentino entre esa fecha y el 10 de
diciembre de 1983.

El 24 de marzo se propone como un día de reflexión y análisis para que toda la


población comprenda las graves consecuencias sociales, políticas y
económicas de la última dictadura militar. También para que todos y todas
asumamos el compromiso en la defensa y vigencia de los derechos y las
garantías establecidos por la Constitución nacional, y el fortalecimiento del
régimen político democrático.

Para repasar lo sucedido en esos años, el 24 de marzo de 1976 las Fuerzas


Armadas realizaron en la Argentina un golpe de Estado que derrocó al gobierno
constitucional de María Estela Martínez de Perón. Nuestro sistema de
gobierno, basado en la Constitución nacional y en la división de
poderes ―ejecutivo, legislativo y judicial―, fue arrasado. Desde ese día la
dictadura disolvió el Congreso, impidió el funcionamiento de los partidos
políticos, prohibió la actividad sindical, anuló la expresión de libertad y
suspendió las garantías constitucionales de todos los ciudadanos y las
ciudadanas.

Desde 1976 hasta 1983, el Estado argentino en manos de una junta militar de
gobierno instaló en todo el país un aparato represivo para llevar adelante la
persecución y eliminación de todo adversario político, que culminó con la
desaparición sistemática y forzada de miles de personas. Para ello, se utilizó la
fuerza pública estatal de manera ilegal, y se instalaron más 500 centros
clandestinos de detención ―muchos de los cuales funcionaban en instituciones
públicas, como comisarías, escuelas y hospitales―, ubicados en zonas
urbanas.

Esta no era la primera dictadura que atravesaba la Argentina, pero sí la única


que se caracterizó con la expresión «terrorismo de Estado». Esto se debe a
algunas características singulares que la distinguen de las anteriores: la
desaparición forzada y sistemática de personas, la instalación y el
funcionamiento de los centros clandestinos de detención en todo el país, la
apropiación sistemática de menores, los delitos sexuales, la censura y las
prohibiciones en el ámbito cultural, el ejercicio del terror como forma de
disciplinamiento de toda la sociedad. Entre 1976 y 1983 hubo 30.000 personas
detenidas desaparecidas. Ciudadanos y ciudadanas que resultaron víctimas de
la represión cuyos cuerpos nunca fueron entregados a sus familiares. La
dictadura pretendió borrar el nombre y la historia de sus víctimas, privando a
sus familiares y también a toda la comunidad de la posibilidad de hacer un
duelo frente a la pérdida. Las consecuencias de todo lo vivido durante esos
años continúan en el presente. El proceso de justicia sobre estos crímenes se
constituyó en una de las vías posibles para reconstruir esa historia, acercarse a
la verdad y sentar las bases de la democracia duradera.

¿Qué pasó con el proceso de justicia?


La última dictadura cívico-militar argentina, iniciada en 1976, no fue la única
que vulneró derechos de los ciudadanos y las ciudadanas, tampoco fue la
única dictadura de nuestra historia. No obstante, tuvo algunos rasgos distintivos
que la constituyen en una experiencia límite, un punto de inflexión que moviliza
reflexiones profundas en la sociedad y preguntas por aquello que es esencial
para la vida en común, para no volver a repetir ese pasado. Se distingue de
otras dictaduras por haber llevado a cabo un plan sistemático de desaparición
de personas ―lo que dio origen al término tristemente
argentino desaparecidos― y un plan sistemático de apropiación de niños y
niñas, en el marco del terrorismo de Estado. Además, intentó borrar toda huella
de los crímenes cometidos mediante la clandestinidad de la represión y la
práctica de la desaparición de personas, e intentó garantizar la impunidad
mediante leyes dictadas por los propios represores.

Como contracara, gran parte de la sociedad, y en especial los organismos de


derechos humanos conformados, en su mayoría, por familiares de las víctimas,
exigieron verdad y justicia desde que comenzaron a organizarse, aún en
tiempos de dictadura. Con la apertura democrática fortalecieron estas
demandas y desde ese momento se transita el camino de la justicia por los
crímenes de lesa humanidad cometidos durante este período, acompañada por
los trabajos de memoria que motorizan distintos actores sociales y el propio
Estado.

El 24 de marzo tiene una carga muy particular en la memoria colectiva de


nuestro pueblo. Esta fecha condensa una experiencia límite de nuestra historia
reciente: el terrorismo de Estado, y a la vez funciona como un día emblemático
para reflexionar acerca de la vida en sociedad, la democracia y la vigencia
irrenunciable de los derechos humanos. La vida en nuestro país, la propia
concepción sobre lo que es el ser humano, no ha sido igual después de
ese 24 de marzo. La políticas reparatorias sobre sus consecuencias, la
lucha de diversos sectores sociales y el amplio consenso creado en torno
a la memoria, la verdad y la justicia son los elementos centrales que nos
permiten llenar de significados vitales a nuestra democracia, conquistada
en el plano institucional en 1983.

Memoria, verdad y justicia son banderas de lucha, pero también procesos que
se retroalimentan. Es importante recordar siempre lo sucedido en esos años y
a sus víctimas, para que estos hechos no se repitan, como lo es también
conocer la verdad, esa verdad negada por los propios responsables de los
mayores crímenes cometidos en nuestro pasado reciente, para poder transmitir
y enseñar a los y las más jóvenes. Pero también resulta imprescindible juzgar y
condenar dichos crímenes para que nuestro pueblo pueda procesar el daño
sufrido. Los procesos de memoria, verdad y justicia tienen un sentido
reparatorio para las víctimas, pero también para el conjunto de la sociedad ya
que propician la construcción de consensos básicos para la vida en
democracia, y promueven sobre esta base la reconstrucción de los lazos
sociales. Como señala Hannah Arendt en La vida del espíritu, el juicio sobre el
pasado se realiza en función del presente y del futuro. Los juicios de esta
naturaleza son una de las formas de representación del pasado que posibilita
evaluarlo críticamente y dan lugar a procesos de elaboración social de las
experiencias límite.

Esta afirmación como fundamento ético es fruto de un camino de muchos años


de lucha, organización y construcción colectiva. El proceso de justicia tiene su
propia historia en nuestra joven democracia y aún se sigue escribiendo. Una
historia de avances y retrocesos, de períodos de impunidad y otros de
juzgamiento efectivo, de «olvidos» y de políticas estatales reparatorias, de
luchas, de resistencias, de levantamientos militares, de plazas llenas, de
escraches, de juzgados colmados a la espera de la condena a los represores,
de impotencia y dolor, pero también de alivio y orgullo nacional. Se trata de un
largo proceso en que la sociedad sigue intentando resolver qué hacer con la
enorme carga de su pasado.

Cronología del proceso de justicia

 1983: Ley de Pacificación Nacional (Autoamnistía), derogada luego por Raúl


Alfonsín.
 1983/1984: creación de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de
Personas (Conadep), investigación y presentación del Informe Nunca Más.
 1985: Juicio a las Juntas Militares (Causa 13).
 1986: juicio a Camps y Etchecolatz (había otras causas abiertas, esta es la
única que tuvo sentencia, el resto se benefició con las leyes de impunidad).
 1986/1987: leyes de punto final y obediencia debida.
 1990: indultos a militares y cúpulas de organizaciones políticas.
 1996: inicio de la causa denominada «Plan sistemático» por el robo de bebés
durante la dictadura, impulsada por Abuelas de Plaza de Mayo.
 1998 (hasta 2007/2008, según los casos): se inician en La Plata los Juicios por
la Verdad. Siguen luego en Mar del Plata y Bahía Blanca.
 2003: derogación de leyes de obediencia debida y punto final.
 2005: la Corte Suprema de Justicia de la Nación declaró en la Argentina la
inconstitucionalidad de las leyes de punto final y obediencia debida.
 2005/2007: reinicio y sustanciación de los juicios a represores. En 2007, once
años después de su inicio, la causa iniciada por Abuelas de Plaza de Mayo en
1996 fue elevada a juicio oral y público.
 2017: fallo de la Corte Suprema de Justicia que benefició a represores con la
ley del dos por uno, movilización popular en rechazo de la medida y sanción
del Congreso de normativa que derogó el beneficio para quienes cometieron
crímenes de lesa humanidad.

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