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Caratti, Matilde

LU: 78785

DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS: Dos caras de una misma moneda.

En el mes de la Memoria, a 45 años de la última dictadura cívico militar me parece de


gran valor poder reflexionar acerca del camino recorrido en nuestro país a partir de la
democracia iniciada el 10 de diciembre de 1983 desde el punto de vista de los Derechos
Humanos; así como también acerca de la relación intrínseca que existe entre ambos.

Sin olvidar que previamente, varias dictaduras asolaron durante décadas al sistema
institucional.

Pero también y desde mucho antes aún, existieron los conceptos de igualdad, dignidad,
libertad, no discriminación y de justicia -los que hoy se conocen como Derechos
Humanos- que tuvieron presencia en diferentes etapas de la edificación institucional.
Empezando por la Asamblea del año 1813 hasta la Constitución de 1853/60/66, o ya en
el siglo XX los derechos consagrados en la Constitución de 1949, que fue despreciada
injustamente.

Nuestro país sufrió seis quiebres institucionales que interrumpieron la vigencia del
sistema democrático. De todos ellos, sólo uno fue más tarde conocido como el del
terrorismo de estado, en el que el poder público se dedicó a infundir el terror, en forma
masiva y sistemática.
Entre el 24 de marzo de 1976 y el 10 de diciembre de 1983 transcurrieron los siete años,
ocho meses y quince días más espantosamente trágicos de la historia nacional. Un tiempo
que se caracterizó por la desaparición forzada, la tortura, la ejecución extrajudicial, la
apropiación de bebés, la sustracción de identidades, la censura y el terror generalizado.

La última dictadura dejó la puerta abierta para que ingresaran al país los derechos
humanos, al convertirse en la herramienta de la cual se valió la sociedad para proteger y
contener a las víctimas encarceladas, desaparecidas o asesinadas y a sus familiares.

Pero el salto cualitativo y positivo se dio a partir de 1983 a 1994 y se consolidó durante
los siguientes años, que transformaron el sistema institucional y jurídico.

1984 fue el punto de partida que inauguró la incorporación plena de Argentina al Sistema
Interamericano de Derechos Humanos y al de las Naciones Unidas. 1994 fue el otro punto
de partida: el de la constitucionalización de los Derechos Humanos.

Antes de llegar a ese punto es importante retroceder un poco en la historia, hasta aquel
momento donde surgió la necesidad de toda una sociedad de abrazarse a los Derechos
Humanos.

Durante el transcurso de la última dictadura militar se hizo presente en el país la Comisión


Interamericana de Derechos Humanos, pese a la enorme resistencia de la dictadura, que
para entonces había aprovechado la organización de un mundial de fútbol para esconder
la realidad interior en el exterior.

Alcanzaron dos semanas para recoger declaraciones de dictadores, celebrar reuniones y


recabar centenares de testimonios de ex funcionarios, referentes sociales y familiares de
víctimas. Algunas personas recuperaron la libertad.

Con la certeza de los hechos constatados, el órgano elaboró y presentó al año siguiente
un informe dando cuenta de sus conclusiones. Lo hizo ante una región plagada de
dictaduras que asolaban a muchas de las naciones que tan sólo veinte años antes habían
promovido su propia creación. El Plan Cóndor se encontraba en pleno desarrollo.

El mundo, todavía muy lejos de la globalización actual, recibía así información


incuestionable, al tiempo que Amnistía Internacional sumaba la suya. En el país, el
documento titulado “Derechos Humanos en Argentina 1979-1980”, estaba prohibido,
pero circulaba escasa y clandestinamente.

En 1980 Adolfo Pérez Esquivel ganaba el Premio Nobel de la Paz, y con ello se
potenciaban las miradas al país por parte de la comunidad internacional. En 1982 y con
una historia de lucha ya transitada, Estela de Carloto lograba alzar su voz ante la Comisión
de Derechos Humanos de Naciones Unidas, y con ella lo hacía casi toda una sociedad.

Las condiciones estaban dadas, pero se requería que el apoyo social interno fuera aún más
bajo de lo que hacía tiempo había comenzado a ser. La dictadura desgastada, por el
contrario, necesitaba un golpe de efecto para recuperar los apoyos perdidos y vio en
Malvinas la posibilidad de lograrlo.

La derrota en la guerra no debió ser necesaria para que se comprendiera que el tiempo del
terror estaba definitivamente concluido.

Se debió llamar a elecciones; pero ello no fue óbice para que, a menos de tres meses de
entregar el poder, la dictadura se entregara el perdón mediante la “Ley de Pacificación
Nacional”, también llamada Ley de Autoamnistía, que pretendía dejar impunes los delitos
cometidos durante la última dictadura militar.

El 10 de diciembre de 1983 asumió como Presidente Raúl Alfonsín, volvió la democracia,


y con ella se puso en marcha el actual período constitucional.

El principal pilar de esa democracia nacida en 1983 fueron los derechos humanos. Al
liderazgo de los organismos de derechos humanos, se le sumó el liderazgo político que
aportaba la democracia.

El nuevo líder de los argentinos supo sumar adhesiones sobre la base de un discurso ético-
político que oponía democracia a dictadura y justicia a impunidad frente a la violación de
los derechos humanos.

Desde el comienzo del mandato su posición en pos de la reivindicación de los derechos


humanos se hizo visiblemente notoria. Al día siguiente de su asunción como Presidente,
Alfonsín envía al Congreso Nacional el proyecto de ley para ratificar la Convención
Americana de Derechos Humanos, más conocida como Pacto de San José de Costa Rica,
pacto que existía desde 1969, pero que Argentina no había ratificado durante 14 años.

Fue la mejor medida que se podía tomar al iniciarse la democracia con un Presidente
electo legítimamente. Era el ingreso de nuestro país al Sistema Interamericano de
DD.HH., es decir al Pacto de San José de Costa Rica.

En marzo de 1984 se aprobaba el Pacto y el 5 de septiembre Argentina ratificaba el


instrumento internacional. Y se abría así una etapa de asunción de compromisos
internacionales, que aún perdura.

En el instrumento de ratificación el gobierno argentino reconocía la competencia de la


Comisión y de la Corte IDH por tiempo indefinido.

No obstante, se dejaba constancia, que las obligaciones contraídas en virtud de la


Convención solo tendrían efectos con relación a hechos acaecidos con posterioridad a la
ratificación del mencionado instrumento.

Es decir, que en la reserva del Pacto quedaba claro el carácter no retroactivo; por ello, no
se pudieron alegar las pautas del Pacto de San José durante el Juicio a las Juntas,
concretados entre abril a diciembre de 1985.

Argentina se transformó inmediatamente en un líder indiscutido, regional y mundial, en


la lucha por la justicia y la dignidad del ser humano. En el mundo entero, la palabra
Argentina pasó a estar asociada con los derechos humanos. Más allá de las diferencias
que existieron, el movimiento de derechos humanos y el liderazgo político se unieron
para darle un fuerte contenido ético y moral a la naciente democracia argentina.

Por iniciativa del Presidente, el Congreso de la Nación sanciona la ley 23.040, que deroga
por inconstitucional e insanablemente nula la ley de Pacificación Nacional. Constituyó la
primera ley de la nueva etapa democrática y con su sanción quedaba allanado el camino
para la reparación histórica, que se inspiraba en la consigna popular: “Juicio y Castigo a
los represores genocidas”.

A solo 5 días de haber asumido la presidencia, firmó dos decretos: el Decreto 158/83,
ordenando someter a juicio a los militares que integraron las Juntas que llevaron adelante
el plan de violaciones masivas y sistemáticas a los derechos humanos; y el Decreto
187/83, por el cual se creó la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas, más
conocida por sus siglas CONADEP, para recibir denuncias y pruebas sobre violaciones a
los derechos humanos, averiguar el destino o paradero de las personas desaparecidas,
determinar la ubicación de niños sustraídos de la tutela de sus padres, y emitir un informe
final con una explicación detallada de los hechos.

El Informe de esa tarea titulado “Nunca Más”, que fue entregado al Presidente de la
Nación el 20 de septiembre de 1984, y la emisión del programa de televisión que mostraba
las investigaciones realizadas, causaron un profundo malestar en los medios castrenses.

El jefe de Estado ya había resuelto que el documento serviría de base probatoria para lo
que sería el Juicio a las Juntas Militares.
El juicio a las Juntas Militares constituyó una afirmación del sistema democrático, a la
vez que representaba el primer antecedente de este tipo en América Latina. La
restablecida democracia argentina juzgó -con sus instrumentos legales- a los responsables
del quiebre institucional de 1976.

Fue un paso trascendental, reconocido y aplaudido en el mundo entero. Fue un mérito del
gobierno y de la sociedad; un acierto del derecho y de la democracia. Los Derechos
Humanos fueron íntegramente conocidos y aceptados por la sociedad y fueron el principal
motivo de condena a las Juntas Militares.

En esta primera etapa, los derechos humanos se integraron a la vida social, a partir de la
Democracia, pero desde una sola mirada: el de las víctimas de la dictadura.

Las medidas que vinieron después significaron la vuelta de Alfonsín sobre sus propios
pasos. Las leyes de “Obediencia Debida” y “Punto Final” establecieron la impunidad –
extinción de la acción penal y no punibilidad- de los delitos cometidos en el marco de la
represión sistemática.

Estas leyes, conocidas como “Leyes de Impunidad” o “Leyes de Perdón” impulsadas por
las presiones de los rebeldes militares, destruyeron la credibilidad presidencial.

La democracia había perdido una batalla librada desde el campo de la justicia, que sin
duda causó un impacto negativo en la conciencia y en el ánimo de los ciudadanos que
habían depositado su confianza en el Estado democrático, que ahora comenzaba a dejar a
un lado la responsabilidad de asegurar el castigo debido por los actos criminales.

En mayo de 1989 una nueva elección democrática consagró a Carlos Menem como
Presidente de la Nación.

Dado que su llegada al poder se dio en el marco de la hiperinflación la cuestión militar y


los derechos humanos ocuparon desde un comienzo, para él y para la opinión pública, un
lugar bastante relegado en la agenda. Con todo, distaron de ser un tema olvidado.

Para Menem la subordinación del poder militar al civil era una condición necesaria para
completar el proceso de transición política. Así, el problema político fue resuelto
rápidamente mediante una serie de 10 decretos sancionados el 7 de octubre de 1989 y el
29 de diciembre de 1990, indultando civiles y militares que cometieron crímenes durante
la dictadura, incluyendo a los miembros de las Juntas condenados en el Juicio a las Juntas
de 1985, al procesado ministro de economía Martínez de Hoz y los líderes de las
organizaciones guerrilleras.

Con la política de los indultos quedó definitivamente resuelta la subordinación de las


Fuerzas Armadas al poder civil y se clausuró la posibilidad de poder continuar con los
juicios y de mantener firmes las sentencias condenatorias de los responsables de la
violación de los derechos humanos. La estrategia de pacificación se basó en cerrar
definitivamente la revisión del pasado y los juicios.

Durante su presidencia tiene lugar unos de los hitos más importantes en materia de
Derechos Humanos en nuestro país, cual fue la incorporación de los mismos a la
Constitución Nacional mediante la reforma de 1994.
Reforma constitucional que llegó por un gran consenso político, pues el Pacto de Olivos
del 14 de noviembre de 1993 fue seguido por el Pacto de la Rosada que definió el Núcleo
de Coincidencias Básicas y los temas habilitados para la Reforma Constitucional.

Un cambio fundamental se produce en el orden jurídico a partir de la reforma


constitucional de 1994 pues permitió, entre otras cosas, la incorporación con jerarquía
constitucional de diez tratados de derechos humanos y se otorgó primacía a los tratados
internacionales sobre las leyes nacionales.

Tal incorporación, brinda mejores herramientas para que la protección y vigencia de los
derechos humanos se configure como una realidad más palpable.

La Reforma Constitucional de 1994 retomó las pautas del Sistema Interamericano del
Pacto de San José, y fundamentalmente rescató los principios de la Conferencia Mundial
de Viena al agregar el carácter supranacional de las Convenciones y tratados ratificados
por ley, y el carácter sistémico, integral, interdependientes e interrelacionados de los
Derechos Humanos.

Los Derechos Humanos ya no son solamente la victimización, sino que otros elementos
y modelos de la sociedad generan desigualdad, analfabetismo, enfermedades,
desnutrición, pobreza en general, en un mundo de inmensa injusticia, guerras y
narcotráfico.

Hoy, existe un carácter dual de los Derechos Humanos: por una parte, las víctimas tienen
el derecho a la exigibilidad, al carácter progresivo de la mejora y a la no regresión de los
derechos adquiridos; pero, por otra parte, el Estado tiene obligaciones intransferibles, a
saber: deber de prevención, protección, y en caso de vulneración, corresponde al Estado
investigar, sancionar y reparar. Ya no es solo la víctima de alguna vulneración, el sujeto
principal, sino que el sujeto principal es el Estado, al que la víctima tiene derecho a
interpelar.

A lo largo de este trabajo he intentado poner de manifiesto como la democracia es esencial


para el disfrute de los derechos humanos. Y si bien es cierto que con ella no alcanza,
también lo es que sin ella es imposible. Por eso suele afirmarse que es una condición
necesaria, aunque insuficiente.

Entre la democracia y los derechos humanos existe un vínculo indisoluble, de


dependencia y fortalecimiento recíproco. La mejora o retraimiento en un campo implica
ineludiblemente beneficios o dificultades en el otro.
La construcción de la democracia comenzó el 10 de diciembre de 1983 y aún continúa.
El perfeccionamiento del sistema democrático dependerá, en fin, de su capacidad para
aprender del pasado y de las decisiones orientadas al futuro. Sin olvidar además que para
para su consolidación y profundización, es necesario el aporte cotidiano de todos y cada
uno de los argentinos.

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