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El delito

Por Gonzalo Lipstick

Capítulo1: "Una sorpresa agradable"

Ese día cumplía sesenta años. Oscar ocupaba el cargo de Gerente General de Siniestros –uno de los
puestos de mayor importancia– en la conocida compañía de seguros El Continente. La jornada
laboral se había desarrollado sin mayores inconvenientes y, como de costumbre, había pasado todo
el día rodeado de papeles que definían el pago o no de los siniestros ocurridos.
Oscar tomaba las decisiones después de concluida una cuidadosa investigación del hecho y sometía
las resoluciones a la aprobación de los dueños de la aseguradora, pero hacía tiempo que sus
determinaciones no eran cuestionadas.
Los gerentes de las otras secciones (Autos, Incendio, Responsabilidad Civil, Seguros de Vida, etc.)
debían reportarle los accidentes sucedidos para ser analizados. Debido a esta disposición, quedaba
en sus manos el manejo de grandes sumas de dinero.
Semejante cargo no había llegado de un día para el otro; Oscar trabajaba hacía más de cuarenta
años en la aseguradora y siempre se había comportado como un empleado ejemplar. La poca gente
que lo conocía desde sus inicios contaba que estaba muy agradecido con los dueños porque habían
librado a su madre y a él de la pobreza cuando su padre había fallecido. En aquel entonces él
soñaba con vestir bata blanca y salvar vidas en los hospitales, pero la sorpresiva muerte truncó
todos sus sueños.
Algunos arriesgaban que había volcado todas sus energías en la compañía para poder ser alguien a
pesar de no tener título alguno. Lo cierto era que Oscar se había convertido en el más leal y querido
empleado y, como si con eso no bastara, en el más respetado y preciado jefe.
Eso se debía a que, por sobre todas las cosas, era un excelente compañero que sabía poner los
límites cuando era necesario, pero también muy justo y solidario con la gente que trabajaba bien.
Con su actitud, obtenía el respeto y la estima de todos.
Como usualmente a esa hora, Oscar estaba sentado en su despacho analizando los documentos del
día. Era un momento ideal para estar solo ya que la atención a los clientes había cesado un par de
horas antes y la compañía quedaba en relativa calma hasta la mañana siguiente cuando todo volvía
a empezar.
Le extrañó sentir tanto silencio, pero enseguida dedujo que se debía a la gran cantidad de papeles
atrasados; todos estarían aprovechando para trabajar sin interrupciones. Pensó en ir a ver con
posterioridad qué pasaba ya que en sus manos tenía un importante caso a resolver: el depósito de
una fábrica había sido robado y la suma asegurada era relevante. Con ese cliente nunca habían
tenido problemas, pero debía certificarse que la causa del siniestro hubiese sido accidental y que
todas las medidas de precaución hubiesen estado correctamente cumplimentadas. Si así era, la
compañía debía pagar, ésas eran las reglas del juego.
Su despacho daba a una hermosa plaza llena de verde. No pudo evitar, mirando la longeva
arboleda, recordar a su madre. Ella decía que las tipas eran los árboles más lindos y que no le
importaba que con sus raíces rompieran las veredas. Melancólicamente pensó que tenerla a su lado
hubiese sido el regalo más hermoso que podría haber recibido ese día.
Luego de un corto matrimonio Oscar se había separado y no tenía hijos. Tampoco poseía hermanos
y como únicos parientes conservaba a unas viejas tías abuelas que vivían por el sur y que sólo veía
cuando iba a visitarlas ya que habían desmejorado tanto en el último tiempo que les era muy difícil
movilizarse. Desde que su madre había fallecido, pasaba de una vida vertiginosa en el trabajo a una
vida solitaria en la casa que antes ocupaba con sus padres.
Un ruido en la oficina vecina lo hizo volver a la realidad. Miró los papeles que tenía en la mano y
resolvió dejarlos para otro momento; al fin y al cabo era su cumpleaños y quería llegar temprano
para cocinar unas pastas caseras para sus amigos. Tomó su abrigo y decidió ver qué sucedía
mientras se despedía hasta el día siguiente.
Pero grande fue el asombro cuando desembocó en el recinto donde trabajaban todos sus
empleados; no había nadie. Pensó que se había hecho demasiado tarde y que ya se habían ido a sus
casas, pero enseguida desechó la posibilidad porque los sacos y portafolios estaban en los percheros.

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El ruido de una puerta al cerrarse –casi inaudible, por cierto– lo sobresaltó. Atravesó la oficina y
recorrió el pasillo que lo separaba de la oficina de Incendios. Nunca había escuchado la compañía
tan silenciosa ya que las veces que había tenido que quedarse hasta tarde compartía sus horas
extras con la gente de la limpieza.
Un nuevo ruido. Esta vez parecía provenir del salón de reuniones. Llamativamente el pasillo estaba
a oscuras y el salón tenía la puerta cerrada. Se acercó más y esperó. Alguien habló casi susurrando.
No sabía que podía estar pasando que nadie había sido capaz de avisarle. Enojado, decidió entrar y
averiguarlo.
Oscar se encontró con una oscuridad total que al principio lo desorientó. Estaba reflexionando
sobre su actitud tan poco prudente cuando detrás de él la puerta se cerró. No había ruidos y, a
pesar de ser un hombre grande, no le gustaba en absoluto la oscuridad. Poco a poco sus ojos se
empezaron a habituar y empezó a distinguir una pequeña luz que se movía. Sintió otros murmullos.
Cuando estaba empezando a sospechar el motivo de tanto misterio, las luces se prendieron y un
griterío aturdió sus tímpanos:
–¡Feliz cumpleaños!
Fuerte fue la sorpresa al comprobar que la mayoría del personal estaba presente. Más al ver al
viejo Mareque, el fundador de la aseguradora, acercándose con la torta.
Cuando pudo salir de su asombro descubrió que el salón estaba lleno de globos y que habían
contratado un pequeño servicio de lunch para su festejo.
–¡Los tres deseos!
Osvaldo, su mejor amigo, y un par de viejos compañeros se acercaron con un paquete enorme.
Rompió el papel que lo envolvía para que le diera suerte y abrió la caja. No lo podía creer, pero ahí
estaba ese televisor con pantalla gigante que tanto quería para ver sus películas. No tuvo dudas de
que esa vez se habían excedido.
Mirándolo con una sonrisa de oreja a oreja, Osvaldo le dijo:
–Nos debés la función de preestreno.
Viendo que los ojos se le estaban llenando de lágrimas, Roberto, el Jefe de Contaduría con su
imponente barriga asomando por entre la multitud, se animó a relajar la situación:
–Y que no se te haga costumbre. Esta vez nos jugamos porque nos da lástima lo anciano que te estás
poniendo y pensamos cómo entretenerte cuando estés jubilado.
Osvaldo lo abrazó emocionado. Cuando Oscar pudo aflojar el nudo que tenía en la garganta
contestó:
–Ya los voy a invitar a tomar unos mates y a ver Cocoon.
Después de las bromas se acercó el mismísimo Mareque y primeramente dijo unas palabras en
honor a Oscar que terminaron en aplausos. Después le entregó en nombre del directorio un
recordatorio de su cumpleaños: un juego de gemelos y un broche para sostener la corbata bañados
en oro. Se fue apurado, su mujer lo estaba esperando para asistir a un cóctel a beneficio. A todos les
sorprendió que no se quedara un rato disfrutando de la comida, pero una vez que lo hubieron
pensado mejor, tampoco les pareció tan extraño que justo tuviera que hacer, siempre estaba de un
lado para el otro.
Una vez que Mareque se retiró, la reunión mágicamente se distendió. Aunque le tenían confianza
no dejaba de ser el jefe supremo y algunos cuántos se ponían nerviosos con su presencia.
Oscar todavía no salía de su asombro. A un grupo de personas que tenía cerca les decía:
–¡Qué torpe soy! Como vi que no había nadie en la oficina pensé que se me había hecho demasiado
tarde.
–Te aviso que cuesta bastante organizar a esta banda de distraídos. Todavía estoy sorprendida de
que ninguno te haya avisado de la fiesta sorpresa –dijo Esmeralda, sarcásticamente.
–¿Así que semejante vejestorio fue el que planeó todo esto?
–No me tratés mal que el televisor me lo llevo yo; no sabés qué contentos se pondrían mis nietos.
Aparte soy tan vieja como vos.

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–Vos sabés cuánto te quiero. Todo salió tan bien que hasta ya me estaba asustando con tanto
misterio. ¿Vas a venir esta noche a probar mis pastas caseras?
–Voy a pensarlo.
Oscar no pudo llegar temprano a su casa como se lo había propuesto. Ese día se retiraron tan tarde
de la compañía que un par de compañeros se fueron directamente con él y lo ayudaron a cocinar.
Ya a la medianoche, cuando todos se habían ido hacia sus casas, Oscar se puso a lavar los platos en
la vieja cocina. Miró su reflejo en la ventana que daba al patio y se encontró sonriendo y pensando
en lo bien que la habían pasado.
Esa noche, paradójicamente, no le hizo falta mirar ninguna película para conciliar el sueño.
Durmió sumamente relajado.
Todavía no estaba enterado de qué poco faltaba para que su vida cambiara drásticamente.

Fin Capítulo 1

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Capítulo 2: "Rumores"

Un mes había pasado exactamente desde su cumpleaños.


Junto a varios compañeros de trabajo estaba jugando al fútbol; pero ése no era un partido más.
Como todos los años, se habían anotado en el campeonato anual de las compañías aseguradoras.
Habían llegado a las eliminatorias y el juego era exigente; ninguno de los dos contrincantes quería
quedar fuera.
Oscar y sus compañeros estaban más que contentos; había sido difícil pero habían ganado. Eso
significaba que, comparado al campeonato anterior, se habían superado.
El torneo se realizaba en la sede deportiva que la obra social de los seguros tenía debajo de la
autopista 25 de mayo. Después del partido fueron a ducharse. Oscar estaba satisfecho porque a
pesar de su edad seguía resistiendo muy bien el esfuerzo. Incluso se movía mejor que otros
jugadores.
Roberto, el Jefe de Contaduría y el arquero del equipo, propuso ir a tomar unas cervezas para
festejar. La mayoría aceptó. Después de despedirse de los demás se subieron a los autos y fueron al
lugar habitual.
El bar no era pretencioso, seguía la misma línea que los de la zona: una casa vieja acondicionada
que, con mesas de madera, paredes repletas de pósters y anuncios publicitarios, farolitos en la calle
y algún otro detalle, dejaba entrever el estilo colonial típico del barrio de San Telmo.
Estaban sentados a la mesa: Oscar; Roberto, Jefe de Contaduría; Miguel, la mano derecha de
Oscar; Osvaldo, abogado de la empresa; Fabián del departamento de Compras y Raúl del sector
Caja.
La conversación se desarrolló por los carriles usuales. No hablaban de mucho más aparte de los
temas recurrentes como los partidos, las mujeres o los chismes laborales. Cuando llegó la hora de
mencionar el trabajo, Oscar sintió que el diálogo se tensaba.
Todos parecían tener algo importante que decir y, no sabía por qué, intuía que él era el único que
no estaba enterado. Al terminar un chiste, repentinamente se ponían serios y se provocaba un
silencio molesto. Cuando parecía que nadie iba a animarse a expresar lo que tanto los incomodaba,
otro empezaba decidido y, repentinamente, se callaba tan abruptamente como las veces anteriores.
Oscar los miraba con asombro. Era la primera vez en tantos años que parecían esconderle algo.
Sintiéndose cansado, decidió pedirles que terminaran de una vez cuando Miguel, respirando
profundamente, soltó:
–Necesitamos contarte algo importante.
Lo que siguió fue una de las peores noticias que Oscar había recibido en los últimos tiempos.
En la empresa nunca se había, siquiera, insinuado. Unos días atrás, al ir a Presidencia por unos
temas legales puntuales, Osvaldo había escuchado como Mareque, el dueño de la compañía, le decía
a uno de sus hijos que estaban por llegar unos extranjeros y que era muy probable que aceptara la
venta. Ellos no sabían que Osvaldo se encontraba tan cerca y él, antes de ser descubierto, había
preferido irse y regresar más tarde cuando la charla hubiera terminado.
Eso lo tenía consternado hacía días y de a poco se habían ido enterando los demás. Sólo faltaba que
supiese Oscar, por eso se lo estaban diciendo.
Lo peor era que sus temores tenían fundamento. Todos sabían que la Superintendencia de Seguros
había empezado a retirar la ayuda económica a las aseguradoras, dinero esencial para las
compañías de capitales argentinos, o sea, sin más respaldo económico que ellas mismas.
A pesar de tener una larga trayectoria, El Continente dependía bastante seguido de la
Superintendencia. Lo que los amigos de Oscar temían era que probablemente la familia Mareque
ya no quisiera seguir en el negocio –entonces sí, riesgoso– con las nuevas condiciones. Dadas tales
suposiciones, era muy posible la venta de la empresa a capitales extranjeros con respaldo
multinacional.
Oscar no sabía qué decir. Todo le parecía una locura pero, si lo pensaba un poco más, también una
posibilidad que no era conveniente descartar.

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Para tranquilizarlos prometió tratar de averiguar algo al respecto. Sin embargo, apenas pronunció
esas palabras, se arrepintió. Odiaba el papel que siempre asumía: el de hacerse cargo de los
problemas para que los demás pudieran vivir con menos preocupaciones.
 
Llegó a su casa intranquilo. Prendió la televisión nueva que estaba conectada en el living. Pasó los
setenta y seis canales sin prestar atención a lo que estaba mirando. Sus pensamientos no podían
despegarse de la Compañía ni de lo que podía llegar a pasar si los rumores fueran ciertos.
Sin saber exactamente por qué, empezó a rememorar sus primeros días en la empresa. Era muy
chico cuando había ingresado, tenía apenas dieciocho años. Nunca había trabajado en relación de
dependencia y lo habían contratado para poner en orden el archivo de la conocida aseguradora. Ser
parte de El Continente lo llenaba de orgullo y, a la vez, de un miedo pavoroso por la
responsabilidad que iba a asumir.
Para cuando el archivo estuvo arreglado había pasado un año y Oscar había demostrado a sus
superiores que podía asumir nuevas obligaciones. En menos de un mes lo habían ascendido a
administrativo del sector Automóviles. Se quedó dos años en ese puesto, pero el gerente de Compras
lo solicitó para su departamento. Después de un largo tiempo como jefe de sector, los mismos
dueños de la compañía pidieron su pase a "Siniestros". El entonces gerente iba a irse y querían
reestructurar la división incluyéndolo a él en el equipo.
Oscar supo lo que significaba ese ofrecimiento y se propuso aprovecharlo. Se empeñó y,
paulatinamente, fue escalando posiciones. En pocos años se había convertido en el segundo después
del gerente. Pero la posibilidad llegó más tarde, cuando por una oferta laboral mejor, el antiguo
gerente renunció. Fueron días agitados, sobre todo para Oscar que sabía que esa era su gran
oportunidad.
Cuando lo llamaron a las oficinas del directorio ya sabía el motivo. Después de una charla del
responsable de Recursos Humanos sobre su desempeño en la empresa, lo nombraron gerente de su
sección.
 
Sentado en el sillón del living, rememorando aquellos días, se sentía angustiado. Había trabajado
toda su vida para la compañía y si le quitaban el trabajo no sólo le estaban sacando su ingreso
económico sino también a toda la gente que tanto conocía y quería.
Estaba realmente preocupado, había podido disimular delante de sus amigos para no alarmarlos
pero en ese momento no tenía ante quién fingir. Enterado de lo que Osvaldo había escuchado,
empezaba a entender un montón de charlas y movimientos extraños que había estado observando
desde hacía un tiempo.
Generalmente uno o dos hijos de Mareque trabajaban en la aseguradora. Los demás vivían de ella
–directa o indirectamente– pero nunca se habían interesado en su funcionamiento. En los últimos
dos meses Oscar había notado un movimiento inusitado por parte de la familia. Reuniones privadas
en el directorio, llamadas y salidas imprevistas que dejaban asuntos importantes pendientes.
Esmeralda, la secretaria de Mareque, estaba preocupada. Por eso había confiado en él para
contarle algo pidiéndole absoluta reserva. Ella también había notado la agitación. Y aunque sabía
que podía ser por muchas causas, le había llamado la atención que tuvieran tanto cuidado en no
decir nada delante de ella cuando en otras oportunidades habían confiado plenamente. El día en
que había decidido contarle a Oscar su inquietud habían recibido un llamado de un americano que
quería hablar con Mareque. Era la primera vez, en tantos años, que ella había tenido que
responder una llamada en inglés y, aunque no quería sacar conclusiones, no podía dejar de sentirse
intranquila.
Finalmente Oscar le dijo que no se preocupara, que seguramente estaba pasando algo, pero que no
tenía por qué ser la venta de la aseguradora y le prometió encargarse del tema.
 

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Por esa noche trató de no pensar más en el asunto, bien sabía que sacar conclusiones
apresuradamente y con tantos nervios encima no servía de nada.
Fue al baño y buscó en el botiquín un sedante. Por suerte no estaba vencido. Oscar no
acostumbraba a medicarse; sin embargo, tenía la certeza de que si no tomaba algo iba a pasar toda
la noche dando vueltas en la cama.
Partió una pastilla por la mitad y calentó un poco de leche en el microondas.
Mientras tomaba el sedante y se tapaba con las frazadas, se dio cuenta de que era necesario
investigar y tener certezas sobre el tema. El problema radicaba en que, para sacar conclusiones
correctas, debía hablar con Mareque.
Después de pensar un poco tomó una decisión: observaría lo qué iba a pasar en los siguientes días y,
si era necesario, le pediría una reunión.
Al rato se quedó dormido, pero sus pesadillas no lo abandonaron durante toda la noche.

Fin Capítulo 2

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Capítulo 3: "Certezas"

Oscar estaba sentado en su escritorio. Aunque no era su costumbre, unos minutos atrás había
cerrado la puerta de su despacho. Necesitaba hablar algo muy importante sin que ninguna de las
personas cercanas a él pudieran escucharlo.

Paulatinamente, el ambiente en la compañía se había enrarecido cada vez más.


Oscar sabía que podía deberse simplemente a que cada día más gente se enteraba de los rumores,
pero también, tenía que ser sincero consigo mismo: las reuniones y los movimientos extraños
habían seguido y él no era el único que los había notado.

Sin tener que esforzarse demasiado en encontrar acontecimientos que justificaran sus
pensamientos, Oscar recordó que hacía justamente una semana que el mismo Mareque había
llevado a dos hombres a conocer todos los sectores de la compañía. Como si eso no hubiera sido
suficiente por un día, esa misma tarde había sentido cómo su respiración se paralizaba cuando un
asesor de seguros externo a la aseguradora le preguntaba si ya tenían la confirmación de la venta.

La decisión la había tomado por lo que la empresa significaba para él y sus compañeros. No estaba
seguro de la reacción de Mareque, pero ya no soportaba más que todos estuvieran murmurando de
algo que no sabían si era cierto.
Nadie más iba a animarse a hablar con él, y el clima que se había creado entre los empleados era
insoportable. Oscar mismo no tuvo más remedio que confesar que si no lograba hablar del asunto a
la brevedad, iba a ser inaguantable seguir yendo a trabajar.

Mientras caminaba hacia Presidencia analizaba la manera en que encararía semejante tema; sin
embargo, cada discurso que armaba lo encontraba lamentable y lo desechaba al instante. Al entrar
en las oficinas saludó a Esmeralda que, como era habitual, estaba sentada en su vistoso escritorio.

Siempre que entraba a Presidencia se llevaba la misma impresión: era el lugar mejor decorado y
más confortable de la compañía; pero la solemnidad y el silencio reinantes le restaban atractivo. Sin
detenerse le avisó a la secretaria que Mareque lo estaba esperando y golpeó la puerta del gran jefe.
Cuando cerró la puerta, la cara de Esmeralda mostraba asombro e inquietud.

-Buenas tardes, Oscar.


-Buenas tardes...
-Lo escucho. Últimamente ando bastante atareado y hoy no es la excepción a la regla.
-Disculpe que lo moleste, tengo algo importante que comentarle. En los últimos días varios rumores
corrieron por los pasillos de la empresa...
-Por eso viene a verme.
-Se hablan de ciertas novedades sobre la aseguradora que están preocupando bastante a la gente.
-Me imagino que quieren saber si son ciertas o no. Mañana tengo pensado llamar a reunión a la
mayoría de los empleados y voy a comunicarles algunas noticias.
-Entonces...
-Le digo algo: no se preocupe. Llegó la hora de enfrentar cambios, los mercados se transformaron y
nosotros debemos adaptarnos. Pero quédese tranquilo. Siempre tengo en cuenta a mis empleados.
Soy el primero en pensar que, sin ustedes, no hubiéramos podido ser la compañía que somos.
Cuando salió de la reunión, piropeó a las secretarias, como siempre. Notó que Esmeralda lo miraba
inquisidoramente y, como sabía de su ansiedad, le sonrió y le guiñó un ojo para que se quedara
tranquila.

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No faltaba mucho para el horario de salida pero, por primera vez en años, no tenía ganas de seguir
trabajando.

Sin pensar demasiado decidió que el día laboral había terminado. Se encerró en su despacho y ojeó
el diario. Cuando encontró lo que buscaba llamó a su amigo de la infancia y le dijo si podía estar
listo en un rato. No sabía si la película que había elegido era una de las mejores. Lo único que
quería era no pensar en nada hasta el día siguiente.

El momento había llegado. Después de tanto estar suponiendo, iban a enterarse de la verdad. Oscar
no había prevenido a nadie sobre lo que sucedería, y el simple anuncio de la multitudinaria reunión
con Mareque los había dejado conmovidos.

Mientras esperaban que él y los gerentes generales hicieran su aparición, los empleados
murmuraban, inquietos.

Mareque los sorprendió con un discurso a manera de despedida que personalmente había escrito,
enterándose formalmente de la venta de la compañía. No explicó cuáles eran las causas,
simplemente sostuvo que, aunque todavía no se había firmado, ya estaba por concretarse.

Expresó también que no debían preocuparse. La compradora multinacional no tenía sucursales en


la Argentina y no se producirían despidos. Simplemente tenían que adaptarse a las nuevas reglas y
poner lo mejor de sí para seguir haciendo crecer a la compañía que, aunque cambiara de nombre,
iba a continuar siendo de todos ellos. Les agradeció por tantos años de trabajo y sacrificios. Les dijo
que iba a extrañarlos, pero que realmente se sentía cansado y que era conveniente que alguien con
el empuje necesario siguiera adelante.

Después hablaron los dos gerentes generales sin aportar grandes datos.

La salida de la reunión se realizó en absoluto silencio, cada uno iba acometido por sus propios
temores.

Oscar no sabía si la mayoría de los empleados había imaginado que el anuncio podía ser ése. A
pesar de que él y sus amigos estaban prevenidos, el pronóstico formal igual lo había dejado
desganado.

Mientras volvía para su oficina se sintió muy cansado. En teoría no iba a pasarles nada, pero Oscar
intuía que todas esas seguridades que les había dado Mareque podían desvanecerse fácilmente con
la llegada de los compradores.

A través de las cortinas de su despachó observó a parte del personal que todavía estaba regresando
a sus puestos de trabajo. Nadie hablaba y la mayoría mostraba un semblante de preocupación.

El primero en acercarse fue Raúl, un empleado de su sector que tenía varios años en la
aseguradora.

-Todavía no puedo creerlo.


-Yo tampoco, Raúl.
-Por lo que veo todos nos sentimos del mismo modo.
-Sí, trató de darnos seguridad. Pero nadie sabe qué va a pasar.
-Las razones de la venta no estuvieron muy convincentes. Ninguno creyó que se sentía cansado y
viejo de tanto pelearla.

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-Lo importante es que decidió vender. Me pregunto cuándo se hará el traspaso.


-¿Podemos sentarnos?

Osvaldo, Roberto, Fabián y Miguel traían las mismas caras.


-Qué me cuentan, ¿había escuchado bien o no?
-Me preocupa qué pasará con nosotros...
-¿Alguien sabe quién nos compra?
-No..., y no creo que lo sepamos hasta que se haga el anuncio formal.
-Sí, pero supongo que no van a tardar mucho en darlo, sería pésimo para la empresa que los
rumores se extendieran a los asegurados.
-Podrían pensar que estamos realmente en aprietos.
-Dada la situación actual...
-Me alarma nuestra suerte.
-¿Despidos?
-Me parece más que probable.
-¿No escuchaste lo que dijo Mareque?
-Él tratará de protegernos; pero cuando la compañía esté en manos de otras personas ya no va a
poder hacer nada.
Para no faltar a su costumbre, Oscar interrumpió la charla diciendo que no valía la pena
inquietarse por adelantado.

Trató de sonar tan convincente como siempre, sin embargo, en esa oportunidad su misma
preocupación lo delató.

Era imposible que alguien pudiera sentirse tranquilo.

Fin Capítulo 3

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Capítulo 4: "Un baldazo de agua fría"

Hacía casi seis meses que la empresa estaba en manos de los nuevos dueños; finalmente se habían
convertido en empleados de una compañía multinacional. Secure Time se encontraba ncontraba en
pleno proceso de expansión, con el objetivo de conquistar el mercado de Sudamérica; razón por la
que habían decidido desembarcar en el país para incrementar sus ganancias y lograr un efectivo
crecimiento.

Desde que se había efectuado el traspaso todos los empleados esperaban ansiosos algún tipo de
novedad.

El único movimiento que había sucedido había sido la renuncia del gerente de recursos humanos.
El nuevo, el Licenciado Bossoi, no le gustaba a nadie. A diferencia con el anterior, no pretendía
relacionarse con el plantel. Más bien guardaba una actitud fría y distante que dadas las
circunstancias lo convertían en el centro de las conversaciones.

Se lo veía siempre muy atareado y casi todos los días se lo descubría subiendo a Presidencia. Por
más que mucha gente trató de saber qué estaba pasando, fue imposible que ni el mismo personal de
Recursos Humanos pudiera advertir el por qué de los movimientos. Bossoi había traído consigo dos
personas con las que ya había trabajado y eran de su completa confianza, haciendo mucho más
hermético su trabajo. El único motivo que lo había llevado a recurrir de los antiguos ayudantes del
sector había sido la actualización de los datos en los legajos de cada empleado.

Pasaba la mayor parte de su tiempo encerrado en su oficina revisando los papeles y haciendo
llamadas. Cuando su actitud se convertía en sospechosa y todos empezaban a vaticinar horribles
consecuencias, Bossoi salía de su encierro y parecía interesarse en las personas de cada sector de la
aseguradora como si todo fuera a seguir como hasta el momento.

Oscar y sus amigos estaban enterados al detalle de cada uno desus movimientos. En un principio
habían pensado, al igual que el resto de sus compañeros, que se producirían despidos. Sin embargo,
cuando los días pasaron sin novedades, empezaron a creer -también porque necesitaban hacerlo-
que todas las preguntas correspondían a una investigación para comprender completamente el
manejo de la empresa.

En un primer momento habían dudado del futuro de la nueva aseguradora; tenían miedo de que los
clientes traspasaran sus seguros hacia otras compañías. Pero no había duda de que estaban
trabajando para una empresa multinacional. Con adecuadas campañas de prensa e insistentes
campañas publicitarias habían logrado no sólo que los viejos clientes permanecieran sino también
que los brokers y la misma compañía no dieran abasto con tantas personas interesadas en la
flamante y recién llegada aseguradora.

Todas las novedades, más el paso de semanas de intensa actividad, había logrado distraer a la
mayoría de los empleados. Algunos arriesgaban a decir que finalmente ningún despido sucedería.

Oscar estaba trabajando en su despacho junto a los peritos. Le estaban reportando el informe sobre
un siniestro ocurrido.

Sumamente agitado y casi fuera de control, uno de sus empleados se precipitó en su oficina y le
informó:
-Hace unos minutos llamaron a Mariela de Recursos Humanos, le dijeron que fuera para allá y
todavía no volvió. Recién llamaron a Fernando. ¿Sabe qué está pasando?

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Oscar sintió como su estómago se retorcía. Trató de calmarse y convencerse de que no tenía por
qué estar pasando lo peor.
-Volvé a tu lugar y avísenme si llaman a otro. Voy a tratar de averiguar algo.

Rogando que no fuera realidad marcó el interno del gerente de Contaduría. Quería saber si habían
tenido algún tipo de novedad en su departamento.

Como era habitual, le dio ocupado. Lo maldijo una vez más y se dispuso a llamar a su amigo
Roberto que era la mano derecha del gerente. El teléfono había sonado una vez cuando el propio
Roberto entró corriendo a su oficina.

Su cara delataba todo. Sumamente perturbado, le informó que no sólo habían llamado a varias
personas sino que muchas ya habían vuelto de la reunión. Estaban despedidos.

Oscar no sabía qué hacer ni qué decir. Sentía como si le hubiesen pegado un puñetazo en el
estómago y no pudiera respirar.

Un silencio escalofriante se adueñó de todos. Cuando Mariela entró al despacho llorando supieron
que el vértigo no los abandonaría. Tenía dos hijos y su esposo estaba sin trabajo desde hacía seis
meses.

Aturdido, Oscar se levantó y la abrazó. Desde ese momento ella también estaba despedida.

Para el horario del almuerzo la aseguradora era presa de un estado de desesperación colectiva.
Nadie trabajaba y la atención al público había sido suspendida hasta el día siguiente.

Oscar estaba apoyado en la mesa de un escritorio, se sentía muy débil y vulnerable. El temor había
conseguido entrar en cada fibra de su ser, y no parecía dispuesto a irse.

La mitad de sus empleados estaban despedidos al igual que gran parte de la aseguradora. Todavía
no habían echado a ningún jefe ni gerente, pero era obvio que sucedería de un momento a otro.

Estaban todos en estado de shock. Nadie podía ni quería creer que lo que estaban viviendo fuera
realidad. Oscar hubiera dado todo lo que tenía para que fuese un mal sueño.

Un teléfono empezó a sonar. Todos miraron de dónde provenía el sonido, pero nadie se movió.
Oscar no lo soportó más y aunque ese no era su interno, contestó la llamada. Era uno de los nuevos
ayudantes del gerente de recursos humanos que llamaba a otro empleado suyo a presentarse en la
oficina.

Oscar seguía siendo el responsable del sector. Cansado de tantas horas de incertidumbre, pidió
hablar con el gerente. Sin darle importancia, el empleado le contestó que no podía interrumpirlo en
ese momento, pero que más tarde le avisaría. Por primera vez en ese día tuvo otra sensación en su
cuerpo: el miedo quedaba opacado por la furia.

Cortó la llamada, decidido. Algo tenía que hacer por toda esa gente que estaba sufriendo tanto
como él. Muchos esperaban el anuncio tomados de las manos, otros lloraban desconsoladamente.
La mayoría de los despedidos se habían resistido a irse antes de hora.

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Esas personas que rogaban no ser el próximo de la lista eran sus compañeros hacía muchos años.
Hombres y mujeres que habían depositado toda su confianza en la compañía porque estaban
seguros de que nunca los defraudaría.

Por primera vez en mucho tiempo decidió no reprimir sus impulsos: estaba dispuesto a exigir una
explicación. Se dio media vuelta y dejando a todos expectantes, corrió por los pasillos hacia la
oficina de personal. Cuando llegó, un empleado de la sección Autos salía.

Sin pedir permiso entró y se dirigió directamente al despacho del nuevo gerente. Sin darle tiempo a
nadie entró y cerró la puerta con traba.

Bossoi estaba de espaldas mirando la ciudad por el ventanal. Hablaba por teléfono. Oscar
aprovechó la oportunidad y se acercó sigilosamente al escritorio. La tarjeta de una conocida
consultora de personal para empresas estaba al lado del teléfono.

En ese instante se dio vuelta. Viendo que era Oscar el que había entrado y no alguno de sus
ayudantes, escondió la tarjeta y terminó la llamada abruptamente. Oscar ya se había sentado y no
estaba dispuesto a ceder.

-No me voy a retirar hasta que me dé algunas explicaciones.


Un nuevo llamado telefónico los interrumpió. Bossoi no dudó en responderlo, servía para ganar
tiempo y pensar cuidadosamente qué hacer.

El que llamaba era uno de sus empleados disculpándose por la intromisión de Oscar en el despacho.
Bossoi le dijo que después hablaban y cortó. Por un momento pareció dudar. Oscar lo miraba en
silencio mientras su furia iba a en aumento. No le sacaba la vista de los ojos.

-Oscar, lo noto muy alterado.

-¿Adivina cuál es la razón?

-Me imagino que debe ser muy difícil estar allá, junto a sus empleados...

-¿Cuántos más piensan despedir?


-No puedo decírselo ni exactamente ni oficialmente. Pero no se preocupe, usted no está en la lista...

-Le voy a confesar algo. Cuando esta mañana empezaron los despidos pensé en mí. Pero después,
cuando vi cómo se ponía la gente, empecé a angustiarme por ellos y por todo lo que nunca más va a
ser. La mayoría hace tantos años que trabaja acá que la aseguradora se convirtió en parte de su
vida.

-¿Usted se cree que no entiendo? Respondo a órdenes que vienen de arriba.

-Que iban a ser todo lo contrario.

-En un principio sí, pero la compañía necesita actualizarse, humana y tecnológicamente. Estamos
diseñando un reordenamiento para poder responder a las nuevas demandas que pronto llegarán
también a Argentina.

-¿Y eso implica echar a la gente?

El delito 12
El delito
Por Gonzalo Lipstick

-Lamentablemente, sí.

-Mareque prometió que no habría despidos.

-Lo único que le puedo decir es que ese tema se había hablado, pero después de estos meses
pudimos evaluar las reales las necesidades de la aseguradora... De otra manera Mareque no se
hubiera visto obligado a vender...

-Y como en el traspaso no se respetó nuestra antigüedad y con la nueva ley de desempleo es mucho
fácil despedir a casi todo el plantel...

-Necesitamos modernizarnos, contratar a profesionales...

-¿Sabe qué? Todo esto me da mucho asco.

-Diría que cuide sus palabras, a los sesenta años es difícil volver a conseguir trabajo. Sobre todo
cuando no se tiene una profesión...

-Me expresé mal... El repugnante es usted.

Mientras se dirigía a su oficina, los compañeros lo miraban condolidos, pensaban que ya había
tenido la misma suerte que la mayoría.

Pero Oscar, tan ensimismado en su cólera, no les prestaba atención.

Cuando llegó a su sector notó que todos estaban en los mismos lugares, como los había dejado.

Algo grande en sus vidas les estaba siendo arrebatado. Algo que representaba la seguridad
económica, un futuro sin grandes problemas, la realización de los sueños que cada uno tenía, poder
vivir una vida sin angustias.

Mientras los miraba, Oscar se sentía inmensamente defraudado. No sabía qué decirles. Tenía la
garganta cerrada.

Pensó que los más jóvenes de alguna manera se las arreglarían.

El problema eran las personas de su edad. Había muchos que no tenían título, que sólo con su
arduo empeño y años de experiencia se habían hecho un lugar en la empresa.

Se preguntó cómo seguirían teniendo una vida digna si no conseguían trabajo.

A pesar de que Bossoi le había dicho que no lo despedirían, Oscar no estaba tranquilo. Comprendía
que todos los que siguieran trabajando quedaban parados en un terreno desconocido del que,
fácilmente y sin explicaciones, podían ser expulsados.

Apesadumbrado, miró a sus compañeros. Luchando contra sus lágrimas les dijo:
-Lo siento mucho. Esta vez no puedo hacer nada.

Fin Capítulo 4

El delito 13
El delito
Por Gonzalo Lipstick

Capítulo 5: "Las nuevas reglas del juego"

El panorama se había vuelto mucho más desalentador.


Sentado en su despacho, Oscar miraba con tristeza a su alrededor. En pocos días ése no sería más
su lugar. Observaba detenidamente: tenía miedo de olvidar la vista desde su ventana… cómo el sol
entraba por la mañana.
Por el momento los despidos habían terminado. Al menos eso era lo que Bossoi había dicho. Sin
embargo, Oscar tenía que dejar su despacho y trasladarse a la oficina grande, con todos los
subalternos.Un joven, profesional y experimentado ejecutivo, lo reemplazaría.No le gustaba
mentirse, razón por la que era consciente de que, si habían tomado esa decisión, era porque estaba
contemplado en los planes de corto plazo el despedirlo. Suponía que el tiempo que le quedaba en la
aseguradora dependía exclusivamente del lapso que le llevara a la nueva persona manejar el sector.
Los despidos se habían extendido durante una semana. La gente que había quedado en la calle era
mucha: las tres cuartas partes de la compañía. Todo el mundo se había preguntado cómo podrían
seguir funcionando con tan pocos empleados, pero la respuesta llegó rápidamente: al mismo tiempo
que los retiros se sucedían, nuevo personal se contrataba.
Pese a las nuevas incorporaciones seguía faltando gente, razón por la que Oscar y cada uno de sus
viejos compañeros tuvieron que esforzarse mucho más. Lo que menos tenían eran ganas, sin
embargo, la necesidad de conservar el trabajo ganaba. A pesar de todas las malas noticias Oscar los
veía esperanzados: creían que el mal momento había pasado y que no habían sido despedidos
debido a su capacidad y desempeño. Pero no se dejaba llevar por suposiciones: lo cierto era que los
nuevos dueños no habían tenido ni la más mínima vacilación en echar a la mayoría del personal y,
seguramente, no la tendría con los que habían quedado. Simplemente era una tregua.
En los últimos días había estado comunicándose con algunos de sus ex compañeros y los había
escuchado muy abatidos. Apenas se habían producido los despidos, una delegación había partido
rumbo al Sindicato. Tenían esperanzas de encontrar apoyo para poder revertir la situación. Pero el
país se encontraba en crisis y ninguna institución funcionaba como debía. En el Sindicato los
escucharon y llamaron a los abogados para que investigaran el caso. Nada parecía poder hacerse.
Las bases del traspaso de la aseguradora lamentablemente se habían efectuado en pésimas
condiciones para los empleados y no había ninguna ley que prohibiera los retiros. Podía hacerse
una presentación ante la justicia, pero el juicio sería largo y con escasas posibilidades de éxito.Para
compensarlos, los representantes de la aseguradora habían prometido evaluar la posibilidad de un
aumento en la indemnización a todos aquéllos a los que les faltaban pocos años para jubilarse.
Uno de los nuevos empleados de Oscar estaba parado en la puerta de su despacho. Esperaba que
éste saliese de su enfrascamiento, necesitaba hacerle unas consultas. Sintiendo la mirada en sus
espaldas, Oscar se dio vuelta.
–Discúlpeme, Sr. Cuprano.
–Te dije que me llamaras Oscar...
–Tiene razón, no me acostumbro... Vine a consultarlo por el siniestro que se denunció hoy a la
mañana, hay algunos procedimientos que...
–¿Por qué no le preguntaste a algunos de los chicos?
–Están muy ocupados, somos muy pocos para tanto papeleo. Por ese motivo me atreví a
molestarlo...
¿Ya se habrían enterado que pronto sería removido? La situación incomodaba demasiado a Oscar.
Él no era de esas personas a las que los cargos se le subían a la cabeza, pero ser descendido era una
humillación que no podía gustarle a nadie. Su ánimo cambiaba repentinamente. Pasaba por
momentos de intensa angustia que lo llevaban a inquietarse gravemente sobre su futuro. Esos días
no tenía ganas de hacer nada y decidía ir a la compañía por temor a que lo echaran. Otros días, en
cambio, tenía pensamientos esperanzadores. Creía que lentamente la situación se solucionaría y se
daba cuenta de que deprimirse servía sólo para amargarse y perder oportunidades.

El delito 14
El delito
Por Gonzalo Lipstick

Paulatinamente la compañía volvía a su ritmo normal. Los nuevos empleados habían sido
distribuidos estratégicamente para que ningún sector estuviera en serias dificultades. Todos eran
profesionales y tenían años de experiencia para la función que habían sido contratados.Finalmente
parecía que ninguna sección estaría desbordaba por las tareas acumuladas. Las personas que por
su cargo o conocimientos eran imprescindibles no habían sido removidas.
Donde el trabajo superaba a la cantidad de personal a cargo, Bossoi había prometido nuevos
ayudantes. Mientras tanto tenían que quedarse después de hora con la promesa del compensatorio
de fin de mes.Oscar sabía que los nuevos empleados no tenían culpa alguna. Sin embargo, eran ellos
los que diariamente le recordaban a cada uno de sus amigos que ya no estaban. No tenía ganas de
caerles bien, y menos de hacerse de nuevos amigos.De todos sus ayudantes habían quedado tres.
Con la reposición habían incorporado cinco personas más, pero igualmente no eran suficientes.
Miguel y todos sus empleados que tanto habían hecho por la aseguradora estaban en sus casas,
tratando de no deprimirse, pensando cómo hacer para conseguir trabajo nuevamente.
Desde que Bossoi lo había llamado para anunciarle la próxima llegada del que sería su superior,
Oscar no se había preocupado más por los papeles que se atrasaban, apilados en los escritorios
vacíos. Sin embargo, él no era el único que se encontraba así: todos los que habían trabajado para
El Continente se sentían perdidos. No sabían si alegrarse por la inmensa suerte que habían tenido o
sentirse tan mal como los que ya no estaban. Oscar estaba intranquilo. Osvaldo, su mejor amigo,
había perdido su trabajo y aunque tenía una profesión –pocos días atrás era uno de los abogados de
la compañía– en el mes siguiente cumpliría cincuenta y cinco años. Tenía un hijo grande del primer
matrimonio que ya trabajaba; el problema más grave lo tenía en su hogar: su mujer era ama de
casa y tenía dos hijos en el colegio.
Sin contar a Osvaldo y a Miguel el resto de la barra seguía en pie: Fabián, que estaba en el sector
de Compras; Raúl, un ayudante del sector, muy valioso y Roberto, jefe de Contaduría. Ellos no
habían sido despedidos, pero Oscar sabía que si hubiese sucedido estarían en graves aprietos
económicos. Cuando debía ir a otras secciones por trabajo se encontraba con más caras nuevas que
conocidas. La mayoría de los gerentes, jefes y ayudantes ya no estaban. De los chicos de Sistemas
sólo habían quedado dos.
Cobranzas, sector siempre en movimiento, estaba increíblemente silencioso.
En Caja sólo había permanecía Héctor. Todas las secretarias, Esmeralda incluida, habían sido
reemplazadas por jóvenes asistentes...Oscar trataba de animarse y no bajar los brazos, pero por
primera vez en su vida se encontraba pensando si no habría tomado el camino equivocado. Tenía
sesenta años y mucha más experiencia que cualquiera de los asistentes y ejecutivos que estaban
llegando a la compañía. Sin embargo, muchas veces él mismo tenía que explicarles procedimientos
básicos que, increíblemente, desconocían.
Vivía en un país en donde los mayores eran olvidados sin importar su capacidad y experiencia. Por
ese motivo estaba preocupado.
Por esa misma razón sabía que algo tendría que hacer. Al menos para no perder todo lo que tanto
le había costado conseguir.

Fin Capítulo 5

El delito 15
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Capítulo 6: "Un ofrecimiento inesperado"

-¿Cómo estás, Oscar? Para no perder la costumbre llegué primero.

-¡Osvaldo! ¡Qué bueno volver a verte! ¿Cuántos días pasaron ya?

-Hablamos por teléfono, pero...

-Los demás siguen igual de impuntuales.

-Para no cambiar la rutina.

-Acompañame a la cocina que estaba terminando de preparar la salsa.

-¿Comemos pastas? Compré un vino.

-¡Te dije que no trajeras nada!

-¡Todavía tengo algo de dinero!

-¿Cómo estuviste, Osvaldo?

-¿Qué querés que te diga? Todo esto es bastante difícil. El gran problema es la plata. El otro
inconveniente es que cuando más necesitás ayuda, la mayoría esquiva el bulto y los que te atienden
no pueden prometerte nada...

-Ya vas a conseguir algo.

-¿Te parece?... Trato de no deprimirme, pero estar todo el día en casa me pone muy nervioso.
Estuve hablando con algunos y les pasa lo mismo. Qué va a hacerse...

-¿Buscaste trabajo en estudios de abogados?

-Sí, pero está tan duro como en las empresas. La justicia es tan lenta y complicada que la gente cada
vez hace menos juicios; prefiere arreglar, aunque sea por menos.

-¡El timbre!

-Dejá que voy yo.

Lentamente la gente fue llegando. Como los extrañaba, Oscar había tenido la idea de invitarlos a
cenar. A algunos se los veía muy tristes, abatidos por la situación. Otros se habían propuesto
olvidar, aunque sea por unos instantes, sus problemas.

Para que nadie se sintiera peor la reunión se desarrolló sin comentarios sobre los despidos. Hubo
un acuerdo implícito para disfrutar del reencuentro que aceptaron hasta los más desanimados.

Por un rato hicieron las mismas bromas de siempre. Hablaron de sus hijos y se distrajeron con
cuanto asunto superfluo aparecía. Estaban contentos de volver a verse y nadie quería arruinar la
reunión.

El delito 16
El delito
Por Gonzalo Lipstick

Pero la farsa sólo se extendió hasta después de la cena. Cuando el café llegó, cada uno tenía la
ineludible necesidad de hablar sobre lo que le estaba sucediendo, sobre las diferentes dificultades
que estaba atravesando.

Un silencio incómodo se prolongaba. Oscar los observó. Todos estaban inmersos en su propio
mundo y nadie parecía dispuesto a hablar: en su ensimismamiento no notaban que estaban
sintiendo lo mismo.

Como era habitual, Esmeralda se miraba las manos buscando alguna imperfección, alguna uña mal
pintada. Pero en esa oportunidad no dejaba de observarse, como si esa costumbre fuera lo único
que pudiera estar haciendo.
Era obvio que se sentía incómoda. Aunque no estaba tan desesperada como el resto pues le faltaba
sólo un año para iniciar el trámite jubilatorio, era una mujer muy activa que no se habituaba a
estar todo el día sin tener qué hacer.

Osvaldo estaba jugueteando con un vaso con vino que tenía entre sus manos. Lo examinaba a
trasluz como si nunca hubiera visto el color de tal bebida.

Miguel, que había sido el hombre de confianza de Oscar, estaba sentado en el sillón. Su mirada
estaba perdida en uno de los listones de madera del piso y su cara dejaba entrever que no debería
de encontrarse pensando en un futuro muy alentador...

Todos estaban cargando con el mismo peso: Haidée que trabajaba en Cobranzas, los chicos de
sistemas, Fabián, Héctor, Raúl, Roberto, las chicas de Autos, y Pablo de recursos Humanos.

Necesitaban hablar; sin embargo, nadie quería tirar la primera piedra.

Mientras más los observaba, Oscar sentía más ganas de decir algunas palabras que les dieran un
poco de esperanza en medio de tanta incertidumbre.

Cansado del silencio y sabiendo que no encontraría una solución, pensaba que si cada uno pudiera
expresar lo que estaba sintiendo, la situación se distendería. Probablemente en sus propias casas
también estuvieran callando todo lo que les sucedía para no abrumar más a sus parejas e hijos...

-Bueno, me parece que todos quieren hablar de lo mismo y ninguno se atreve. Miguel, ¿qué
decidieron hacer con los abogados del Sindicato? ¿Van a hacer juicio?

-Me parece que tenés razón... La situación no es sencilla. Por ahora conseguimos una suma
levemente superior a lo hablado inicialmente. El problema del juicio es que los pagos quedarían
parados y la inmensa mayoría no puede darse el lujo de esperar a que se expida la sentencia para
cobrar.

-Es increíble como las leyes y el sistema están pensados en contra de lostrabajadores...

-Siempre fue así...

-Antes al trabajador se lo defendía en algo; ahora te aconsejan que no hagas nada.

-Por eso está el país así. Nosotros somos pocos, pero si sumamos a todas las personas que están en la
misma situación, más las que quedarán...

El delito 17
El delito
Por Gonzalo Lipstick

Todavía mirándose las manos, Esmeralda trató de poner optimismo:

-Está difícil, pero estoy segura que de alguna manera vamos a salir adelante.

-Vos, porque en un año te jubilás y vivís con tu hermana que tiene una buena pensión...

Oscar, observando como la tensión iba creciendo, se animó a decir algo que venía pensando hacía
algunos días:

-Creo que todos estamos mal. Los que están afuera y los pocos que seguimos adentro. Me imagino
que ya les habrán contado que ya no soy más el gerente de Siniestros. La situación no es sencilla
para nadie: cada uno tiene sus obligaciones y cuentas con vencimiento. En estos últimos días estuve
pensando que somos muchos los que estamos en la misma situación y que si encontráramos la
forma de unirnos y ayudarnos podríamos tratar de salir adelante juntos...

-Es cierto que ahora tenemos que ingeniárnoslas nosotros mismos...

-Pero. ¿cómo?

-No sé, Héctor, tenemos que pensar. Por eso se los digo.

Todos miraron a los otros buscando la idea que pudiera cambiar el futuro. Miguel fue el primero
en reaccionar:

-Oscar, no quiero ser pesimista. La situación no está fácil. ¿Qué nos aconsejás hacer? ¿Poner un
negocio con la recesión que hay? ¿Ayudarnos a conseguir trabajo cuando todos tenemos las puertas
cerradas de alguna u otra manera? ¿Sabés a cuántos avisos respondí? Miles. ¿Para qué? Para
conseguir alguna entrevista en la que era uno más de los muchos que se presentaban para el mismo
puesto. ¿Y qué armas tengo para luchar? No tengo títulos pero poseo muchos más años de
experiencia que la mayoría. El inconveniente es que realicé un trabajo muy específico como son los
siniestros y, además, en una aseguradora que era de capitales nacionales, lo que lleva a suponer que
éramos unos mediocres. Y todo esto te lo digo sin tener en cuenta la edad...

-¿Te vas a rendir?

-No. Seguiré mandando avisos, molestando a los conocidos que tengo, pero no me hago grandes
ilusiones... Cuando me pongo mal pienso que tantos años de trabajo no sirvieron para nada, que
tengo que empezar nuevamente.

-No te pongás así. Por esa razón digo que en algo tenemos que pensar.

La mayoría escuchaba la conversación sin decir nada. Lo que había expresado Miguel era la
realidad con la que se enfrentaban todos los días. Sin embrago, las palabras de Oscar les habían
proporcionado un poco de optimismo que no querían dejar pasar.

La situación estaba muy complicada, incluso para los más jóvenes. Con tanta gente desocupada, las
pocas empresas que pedían nuevo personal se aprovechaban y elegían a los más capacitados
ofreciéndoles sueldos de miseria.

-Propongo que desde hoy cada uno piense alternativas para que, juntos, las discutamos.

El delito 18
El delito
Por Gonzalo Lipstick

-Al menos no se pierde nada...

Osvaldo había estado sentado sin decir una palabra. pensando, tratando de saber de dónde
provenía la bronca más grande que sentía. De pronto supo muy bien qué era lo que lo abrumaba:
no era el hecho de no poder conseguir trabajo.

-Estoy de acuerdo con lo que dicen, pero primero me gustaría hacer otra cosa. Creo que lo que peor
me pone es la manera en cómo pasó todo. Nos prometieron continuidad, les creímos y al poco
tiempo y con el mayor cinismo nos dejaron a la mayoría en la calle. Conseguir otro empleo no sería
suficiente para mí.

-¿Qué estás pensando, Osvaldo?

-En vengarnos. En perjudicarlos. Si pudiéramos encontrar la forma...

-¿Cómo?

-No sé. Ésa es la otra cuestión que tenemos que pensar. El que no quiera que no lo haga, pero yo
mismo voy a encargarme de equilibrar un poco la balanza.

Las palabras de Osvaldo quedaron resonando en sus oídos.

Un nuevo espacio donde canalizar la injusticia que habían sufrido había sido descubierto.

Como Osvaldo, muchos fueron los que se quedaron pensando en la posibilidad de reparar el daño
que les habían causado.

Fin Capítulo 6

El delito 19
El delito
Por Gonzalo Lipstick

Capítulo 7: "Los comienzos del plan"

Oscar observaba su nuevo escritorio y sentía cómo la tristeza se iba apoderando de todo su ser.

La visión de sus pertenencias desparramadas en las sillas y mesas más cercanas reflejaba la
realidad que desde ese día le tocaría vivir. Su antiguo despacho se encontraba vacío, preparado
para recibir a un nuevo gerente.

Una hora atrás le habían informado que la nueva persona que ocuparía su puesto se encontraba en
Recursos Humanos. Estaba terminando con las formalidades; en pocos minutos se haría presente
en el sector.

Oscar era consciente de que no lo habían notificado por ser amables y comprensivos de su
situación; simplemente querían cerciorarse de que el nuevo gerente encontrara limpio del pasado a
su nuevo despacho.

Era evidente que para ellos era muy sencillo olvidar y comenzar nuevamente.

Mientras trataba de acostumbrarse a la nueva condición resonaban en sus oídos las palabras que
Osvaldo había pronunciado en su casa hacía algunos días. La idea de perjudicar a Secure Time y a
las personas que tan elegantemente los habían engañado daba vueltas en su mente. Se le hacía
difícil concebir un plan eficaz, pero desde que Osvaldo había expresado sus eseos, él también sentía
la necesidad de vengarse en nombre de todos los espedidos, de poder hacerle sentir a los
inalcanzables capitalistas y a sus poderados que un compromiso era un compromiso y que quienes
lo quebraran eberían pagar sus consecuencias.

-¡Oscar!

-Qué, Raúl...

Está el nuevo gerente esperándonos. Quiere hablar con toda la gente del ector. ¿No escuchaste que
te llamaba?

-No... Que hable todo lo que quiera, igual no va a tener un gran público...

-Por eso mismo. Vamos.

-No creo que...

-Sabés que tenés que venir; seguro va a ser muy corto...

-No...

-Vas a conseguir que te echen, hace días que te estás negando a cumplir con as tareas.

-Simplemente no tengo ganas; es como si todo hubiese terminado para mí...

-Oscar. ¡Pensá en el trabajo que tenés! ¿Qué vas a hacer si lo perdés?

-Tenés razón, pero esta no es una situación fácil...

El delito 20
El delito
Por Gonzalo Lipstick

-Basta de discutir. Venís conmigo y se terminó.

-Bueno. Acá están los únicos que faltaban; menos mal que vinieron... Nosotros somos la totalidad
del personal de la sección Siniestros?

-Sí. Antes éramos un gerente y ocho empleados, pero ahora somos un gerente nueve...

-¿Usted es el señor Cuprano, no?

-Sí. ¿Usted es el señor...

-Casasti. Rafael Casasti. Aparte del señor Cuprano, ¿quiénes son de la ieja época?

-La señora Susana, un perito y yo.

-¿Y usted es...

-Raúl.

-¿Encargado de?

-Desde que se produjeron los despidos hago de todo un poco; sin embargo, mi rabajo específico
consiste en dar curso a los siniestros después de los peritajes.

-Bien... Posteriormente charlaremos más acerca de las tareas de cada uno, i es necesario las
redistribuiremos. En esta reunión solamente quería resentarme para que sepan al mando de quién
están a partir de este momento.

Cuando haya terminado de acomodarme iremos viendo cómo poner en práctica los ambios que van
a producirse en el papeleo de la sección y la atención al público.

-¿Ya tuvo experiencia en el sector?

-No, señor Cuprano. Pero no se preocupe, usted mismo va a informarme. Ahora vuelvan a sus
trabajos. Oscar, diríjase a Recursos Humanos, que el gerente Bossoi necesita charlar con usted.

Ésas habían sido las últimas palabras de su nuevo jefe. Perplejo, Oscar se había levantado rumbo al
sector más odiado de la compañía. Sabía que todavía no lo despedirían, pero algo malo presentía.

Desde que había tenido la charla con Bossoi durante la semana de los despidos se había ganado la
antipatía del alto mando. Sin embargo, no se arrepentía. Simpatía o no, todos los viejos empleados
serían echados cuando la aseguradora pudiera depender únicamente del nuevo plantel.

-Buenos días, me llamó Bossoi.

-Sí. Pase al despacho y cierre la puerta.

-Acá me tiene nuevamente, Bossoi. Casasti dijo que viniera.

-Sí. Como estuvo conmigo hace unos instantes le pedí que lo llamara.

El delito 21
El delito
Por Gonzalo Lipstick

-¿Algún inconveniente?

-Me imagino que éste no debe de ser un buen día para usted. No es sencillo presenciar cómo otro
ocupa su lugar, su mando... Lamento tener que darle otra mala noticia...

-¿Qué? ¿Van a despedirme?

-¡No, no! El problema es de otra índole...

-¿Puedo saber de cuál?

-Vamos a tener que hacer un ajuste en su salario. Como usted sabe, su remuneración hasta el día de
hoy era acorde con el puesto que ocupaba..., pero ahora que tenemos otra persona en su lugar, no
podemos mantener los dos salarios.

-¡Cómo!

-Le avisé que sería otra mala noticia... A partir del día de la fecha su sueldo pasa a ser igual al de
los empleados.

-Pero...

-Si no le gusta puede renunciar... Lo lamento, esto es lo único que tiene Secure Time para ofrecerle.

Oscar volvió a su nuevo escritorio más apesadumbrado que nunca. La excusa de ordenar sus
pertenencias y dejar a un lado los asuntos de los que se encargaría Casasti le sirvió para
permanecer todo el día enfrascado en sus propios pensamientos y sin que nadie lo interrumpiera.

Cada tanto Raúl lo miraba y pensaba en acercarse para hablar unos instantes.
Pero viéndolo tan atareado y ensimismado no se animaba.

Casasti estaba seguro de que Oscar mantenía tanta actividad para pasar lo más rápido posible uno
de los peores días de su vida. En el fondo, disfrutaba enormemente de su nuevo poder.

Sin embargo, Oscar no se compadecía. Los dos hechos que habían sucedido en esa mañana lo
habían llevado a concentrar todas sus fuerzas en un solo objetivo. Mientras ponía en orden sus
papeles, su mente no se detuvo ni un instante: sabía que encontraría la manera de llevar adelante la
idea de Osvaldo. No era de los que se daban por vencidos. Cuando se hizo de noche y sus
compañeros se retiraron pudo dejar de acomodar y sentarse a meditar sin necesidad de disimular.
Unas horas antes se le había ocurrido una posibilidad en la que no había querido pensar más por el
simple hecho de que lo asustaba. Sin embargo, nuevamente se encontró reflexionando en cómo
hacer para implementarla.

Mientras más trataba de apartarla, más factible le parecía.

Cuando al fin no pensó en otra posibilidad más que en ésa, cuando dejó de luchar consigo mismo y
aceptó que, aunque riesgosa, era la forma perfecta de vengarse, un inmenso vértigo se apoderó de
su mente.

No tenía todos los pasos en claro; sin embargo, las bases ya estaban trazadas.

El delito 22
El delito
Por Gonzalo Lipstick

Aunque Oscar era un hombre de acción, le hizo caso a esa vocecita débil pero persistente que le
aconsejaba ser cauto.

Planearía una reunión para la siguiente semana; en ese tiempo repasaría su idea hasta hacerla
perfecta.

Fin Capítulo 7

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El delito
Por Gonzalo Lipstick

Capítulo 8: "La revelación"

–¡Buenas noches!
–¿Cómo estás?
–Bien. ¿Ustedes?
–No te voy a mentir. Bastante ansiosos...
–Me imagino. Pasen y pónganse cómodos. Hasta que no lleguen todos no comenzamos.
–¿Somos los primeros?
–Sí.
–¿Qué pensás que va a decir?
–No sé, tanta intriga no me gusta...
–Tengo miedo de que proponga algo alocado...
–¿Te parece? Viniendo de él no creo.
–Recién llegó Raúl. ¿Quién más faltará?
–¡Buenas noches! Veo que somos varios...
–Dijo que éramos los más íntimos...
–¿Qué pasa con lo que dije? Si a alguien le molesta que seamos tantos puede retirarse cuando
quiera...
–No... Sólo que había imaginado una reunión más íntima, pero así está muy bien... ¡Queremos
escucharte de una buena vez!
–Ya falta poco.
–No sé qué se trae entre manos...
–Se lo ve muy entusiasmado... ¿Cómo sigue todo en la empresa?
–La verdad es que no quería creerle, sin embargo, tiene razón.
–¿Sigue diciendo que los están usando para después despedirlos?
–Sí. Lo único que hacemos durante el día es tratar de enseñarles a los demás nuestro propio
trabajo, como no damos abasto les sirve de excusa...
–¿Pero pensás que van a echarlos?
–No hay dudas. Los viejos empleados estamos excluidos. Si necesitás algo casi ni te escuchan; sólo se
interesan por tu rendimiento y por la capacitación que les puedas dar a los nuevos.
Miró el reloj nuevamente; había pedido puntualidad pero era imposible que todos llegaran a la
hora indicada. Aunque sabía que debía permanecer tranquilo, se estaba sintiendo nervioso; como si
toda la expectativa de sus compañeros se hubiera adueñado de su cuerpo.
Como su instinto le había indicado, había dejado pasar una semana. Muchas veces se vio tentado de
adelantar la reunión, pero sabía que tenía que pensar y repasar muy bien el plan antes de
presentarlo. Quería estar completamente convencido.
En los días que tuvo para reflexionar se dio cuenta de que debería hacer una consulta muy
importante antes de hablar. Como no quería que nadie más se enterara del plan o desconfiara de
sus preguntas decidió encarar a Osvaldo, que tarde o temprano se enteraría. Recurrió a él no sólo
porque apostaba que aceptaría la propuesta, sino también porque era un excelente abogado y
alguien en quien se podía confiar plenamente.
El encuentro había sido un éxito: no sólo se había sacado todas las dudas sino que Osvaldo, sin
proponérselo, había aportado muy buenas ideas. Antes de comenzar a hablar le había avisado que
necesitaba que le respondiera algunas preguntas, con la condición de no ser interrogado y de no
contarle a ninguna otra persona lo hablado. Pronto se enteraría.
–¡Oscar! ¿Por dónde estás volando? ¡Tocaron timbre!
–¡Ya voy!
–Disculpen la tardanza. Fue difícil dejar a los chicos solos.
–No te preocupes, Haidée. Pasá y sentate que la reunión ya empieza.

El delito 24
El delito
Por Gonzalo Lipstick

–Bueno. Ahora que estamos todos reunidos voy a contarles algo que quiero que escuchen con
mucha atención. Sé que están ansiosos por la espera, pero es muy importante que estén todos juntos
para considerar lo que tengo para comunicarles...
–¡Vamos, Oscar! ¡Tanta intriga nos está alterando!
–Tengan paciencia y déjenme hablar. Cuando haya terminado van a entender el por qué de tantos
pormenores.
–¿Se te ocurrió algo, Oscar?
–Como sospecharán tuve una idea. Antes de venir a contarles la evalué muchas veces y, aunque en
un principio no me pareció correcta, finalmente no pude dejar de considerar esta gran posibilidad
que tenemos.
–¿Y por qué quisiste desecharla?
–El problema es que tiene riesgos que no podemos dejar de tener en cuenta. Traté de imaginar
otras posibilidades pero, la verdad, no se me ocurrió ninguna. Por lo que observo tampoco a
ustedes...
–Antes de que sigas... ¿Cuál es la finalidad de esta idea? ¿Aunar esfuerzos y salir adelante?
–En parte...
–¿O para vengarnos?
–Si resolvemos llevar adelante esta idea podríamos lograr los dos objetivos: dejar de preocuparnos
por nuestro futuro y vengarnos, al mismo tiempo, de los nuevos dueños de El Continente. Lo que
quiero que quede en claro es que este plan implica una represalia; el que no quiera tomar medidas
contra la aseguradora deberá decidir no participar.
–Pero si no sabemos en qué consiste...
–Ya les voy a explicar. Otra cuestión que quiero comunicarles es que los reuní a ustedes porque
estoy seguro de que puedo contar con cada uno; es muy importante que acepten o no esta
propuesta, sean leales a sus amigos y no hablen con nadie de esto, ni con sus propias parejas, hijos o
íntimos. Les digo esto para que lo piensen seriamente y se decidan siendo conscientes de los
riesgos...
–¡Contanos!
–La idea que se me ocurrió la semana pasada y que estuve pensando y repasando en estos días es
muy sencilla: estafar a la empresa.
–¿Nos estás proponiendo un delito?
–El que no quiera hacerlo se puede levantar ahora mismo. El que quiera saber puede quedarse y
escuchar.
–¿Planeaste un robo con armas, encapuchados?
–¡Pero no, Haideé! ¿Quién sería el jefe? ¿Yo, que en mi vida tuve un arma en mis manos? No, no
piensen en ningún acto heroico o combativo, la idea es otra.
–¿Cuál? Si se puede saber…
–Les voy a contar cómo surgió. El día que entró a trabajar el nuevo gerente de Siniestros, el mismo
día que me comunicaron la rebaja de mi sueldo, no tuve más dudas respecto a que, de alguna
manera u otra, estaban aprovechándose de los pocos empleados que quedaban de El Continente.
Me di cuenta de que nos estaban usando y que cuando no nos necesiten más nos van a echar a la
calle como lo hicieron con el resto. Desde que los nuevos dueños están tratando de tomar el manejo
completo de la compañía ninguno de los viejos empleados pasamos un rato del día sin enseñarle
algo a alguien... En medio de la bronca que sentía me propuse encontrar una salida para nosotros.
Se me ocurrió esta idea que está relacionada con esto de tener la obligación de enseñarles a los
nuevos el manejo de la aseguradora... Ese día descubrí que, por más que nos hacen sentir como si
no nos necesitaran, los que tenemos el control real de la compañía somos los pocos viejos empleados
que todavía quedamos... Si nos pusiéramos de acuerdo sería muy fácil poder estafar a la
aseguradora sin que nadie se diera cuenta hasta mucho después, cuando ya ninguno de nosotros
estuviera trabajando.
–¡Nos buscarían!

El delito 25
El delito
Por Gonzalo Lipstick

–No. Este plan es tan perfecto que podrían sospechar de nosotros, pero nunca culparnos.
–¿Estás seguro?
–Sí. Sin decirle de qué se trata estuve hablando el otro día con Osvaldo... ¿Ahora entendés lo que te
preguntaba?
–Sí... No puedo creerlo... Sospeché que en algo raro andabas, pero esto...
–¡Contanos más!
–Antes necesito saber si quieren seguir escuchando; si se quedan deben respetar la promesa que
hicieron. ¿Nadie quiere irse?... El tema es muy sencillo. Si los que estamos adentro nos ponemos de
acuerdo y aprovechamos este momento particular donde todavía los nuevos dueños y gerentes no
comprenden exactamente todas las maniobras, podríamos por varios lados distintos cometer
irregularidades. Un ejemplo muy claro es lo que puede hacerse en nuestro sector: para mí, junto
con Raúl y un perito sería bastante fácil poder “inventar” siniestros. Cuando el papeleo esté listo
necesitaríamos la ayuda de Héctor en caja y de otra persona en Contaduría.
–Pero, Oscar, después se darían cuenta de que todos los siniestros que fui a observar no existieron...
–No, eso ya lo consideré. Primero quiero decirles que este no es el único camino que pensé, la idea
es ir trabajando en conjunto desde los diferentes sectores para que ninguno de los caminos quede
en evidencia. De todas formas, Ricardo, no te preocupes, para que no puedan culparte pensé en
aprovechar que los peritos nuevos todavía están mareados con el papeleo e ir haciéndoles firmar a
ellos la conformidad de los siniestros falsos.
–¿Qué más se te ocurrió?
–Tengo varias ideas, espero que juntos las podamos optimizar y también pensar nuevas. Estuve
reflexionando bastante. Hay varias opciones. Una es anular pagos. El plan consistiría en recibir los
pagos por caja devolviendo un recibo falso y después cancelando la factura en el sistema. Lo mismo
puede hacerse con las tarjetas de crédito con la ayuda de alguien en cobranzas y en sistemas. Otro
punto muy importante son los cheques anulados. Podríamos utilizarlos sin que nadie se diera
cuenta, ni siquiera el mismo banco. Si falsificamos la firma y logramos cobrarlos sin levantar
sospechas podemos llegar a sacar mucha plata. Otra posibilidad que consideré son los proveedores.
Para Fabián sería muy sencillo pasar facturas de más... También podríamos ir quedándonos con
sumas no muy grandes de pagos que suele hacer la aseguradora... Como ven hay muchas formas
que pueden llevarse a cabo simultáneamente.
–¿Falsificar firmas?
–En ningún momento les dije que esta propuesta estuviera bajo la ley. Piénsenlo tranquilamente,
entiendo que deben sentirse apabullados...
–Nunca hubiera esperado esto de vos, Oscar...
–¿En algún momento esperaste lo que pasó en la aseguradora?
–Pero lo que nos estás proponiendo es un delito.
–¿A ustedes les parece que tenemos otra salida? Recuerden que al comienzo de esta charla les pedí
que los que no estuvieran de acuerdo lo dijeran...
–No sé qué les parece a los demás... Sin embargo, si nos aseguramos que nadie pueda ser
encontrado responsable, este plan puede gustarme...
–Coincido con Osvaldo, muchas otras salidas no tenemos...
–Les quiero pedir algo. Hoy los reuní para contarles la idea. Nadie tiene que resolver nada ahora.
Tómense unos días para pensar si quieren involucrarse en algo así, todos vamos a respetar las
opiniones de los demás... El miércoles de la semana que viene volvemos a reunirnos. Cada uno dirá
cuál es la decisión que tomó.

Fin Capítulo 8

El delito 26
El delito
Por Gonzalo Lipstick

Capítulo 9: "El acuerdo"

–¿Por qué no empezamos?


–¿Estamos todos?
–Sí.
–Bueno, espero que en esta semana que pasó hayan podido considerar sinceramente la propuesta y
hayan traído su respuesta. ¿Quién quiere comenzar?
–Si me permiten prefiero hacerlo yo... Después de la reunión que tuvimos el otro día me quedé
pensando muy seriamente en el plan que propuso Oscar. Como la mayoría sabe mi situación es
bastante preocupante. Tengo cincuenta y cinco años y, aunque soy abogado, a mi edad es muy
difícil empezar nuevamente. Mi mujer es ama de casa y tengo dos hijos que mantener. Desde el día
siguiente al que fui despedido estoy buscando empleo: mandé mi currículum a cuantos avisos
salieron y estoy llamando a todos mis contactos, pero, al parecer, mi edad y el trabajo específico
que desarrollé durante tantos años son un grave inconveniente... Evidentemente cuando reflexioné
sobre la propuesta de Oscar no pude dejar de lado la situación extrema que estoy viviendo. Sin
embargo, también pensé en mis hijos, en el riesgo que significa aceptar un plan como éste...
–¿Qué decidiste?
–Resolví que si hay un grupo de personas lo suficientemente numeroso como para poder llevar
adelante este plan, me incorporo a pesar de los riesgos.
–Perfecto, por ahora somos dos... ¿Haidée?
–¿Yo? Bueno... No sé si va a gustarles: prefiero no involucrarme. Si fuera de otra manera también
quisiera vengarme de la compañía, pero estuve considerando los peligros... Ustedes saben que no
tengo necesidades, que trabajaba por sentirme bien y tener mi plata, que mi marido gana como
para mantenernos sin pasar privaciones. ¿Les parece mal mi decisión?
–No, Haidée. Está muy bien que hayas pensado eso, lo único que vuelvo a reiterarte es que todo lo
que hayas escuchado no lo podés comentar a nadie fuera de nosotros. María Laura, ¿qué decidiste?
–Estoy con ustedes. Me imagino que ahora que Haidée dijo que se iba voy a ser mucho más
necesaria. El sector de Cobranzas va a tener una actuación bastante importante, ¿no?
–Creo que no te equivocás... Yo también me agrego.
–Muy bien, Adrián. Sistemas es otro de los departamentos claves para el plan. ¿Esmeralda?
–No, chicos yo no. Ya estoy grande, ustedes saben que soy una vieja... Con la pensión de mi
hermana más los ahorros míos vamos a aguantar hasta que salga el trámite de mi jubilación...
–¿Roberto?
–Apenas me fui de acá la semana pasada no estaba de acuerdo con la propuesta. Me parecía
arriesgada y difícil de implementar... Pero a medida que pasaron los días parece ser que me hice a
la idea... La necesidad de la venganza es muy fuerte, si no fuera por su malicia estaríamos todos en
nuestras casas con lo que nos hubiera correspondido... y ni siquiera ahora, que nos están usando
abiertamente, se dignan a tratarnos como personas... Resolví unirme no tanto por la plata, aunque
voy a precisarla, sino por el rencor que les guardo.
–¡Bárbaro! No sé qué hubiéramos hecho sin vos... ¿Héctor? Sos otra de las personas esenciales para
que este plan funcione.
–No les tengo buenas noticias... todavía no pude decidirme... Por un lado entiendo que desperdiciar
esta oportunidad sería algo que después me lo reprocharía toda la vida, pero también el riesgo me
hace dudar...
–¿Entonces todavía no tenés respuesta?
–No.
–Si Héctor decide no participar estaríamos en problemas: él es el único empleado de Caja de El
Continente, los demás son todos nuevos y con ellos no podemos aventurarnos...
–¡Dale, Héctor!, no nos perjudiques...

El delito 27
El delito
Por Gonzalo Lipstick

–Les pido algo... Sé que no debe de ser fácil esta situación, por ese motivo les pido que no lo inciten
a comprometerse, dejemos que él sólo lo resuelva. De todas formas hay que ver si los que se animan
son suficientes...
–Yo acepto.
–Muy bien. Ya somos dos en Siniestros, ¿y vos, Ricardo?
–Si no voy a correr peligro personal de ser descubierto con los peritajes, me sumo.
–Yo también, Oscar.
–Muy bien, José. No teníamos a nadie en Autos.
–Si hace falta podría convencer a alguien más...
–Por ahora está bien, después veremos si es necesario. Fabián, quedás vos, ¿qué decís?
–Ustedes van a pensar que soy un interesado, pero antes de contestar quería preguntarte cuánta
plata estimás que podremos sacar.
–Mi idea es que cada uno se vaya con lo mismo o más de lo que hubiese sido su real indemnización.
–¿Y cómo va a repartirse la plata? ¿Por partes iguales o según responsabilidad?
–Eso hay que discutirlo. En lo personal opino que todos los que estemos involucrados vamos a tener
el mismo compromiso y que, por lo tanto, correspondería dividir en partes iguales lo ganado...
–Me parece bien... Si están de acuerdo pueden sumarme.
–Oscar, ¿entonces cuántos seríamos?
–Roberto en el sector de Contaduría; Osvaldo y Fabián en Compras; Adrián en Sistemas; José en
Autos; María Laura en Cobranzas; Ricardo, Raúl y yo en Siniestros. Somos nueve y falta que
Héctor se decida.
–En la reunión pasada nombraste las distintas maneras de cometer los deslices. Sabiendo cómo es el
manejo de Cobranzas les aviso que vamos a necesitar ayuda desde Sistemas para que en todas las
computadoras aparezcan los datos cambiados. Otra cuestión que pensé es que el tema de los
cheques anulados es muy sencillo, pero el problema va a aparecer en el banco.
–¿Por qué?
–Hay dos o tres personas que suelen ocuparse de Secure Time y cualquier movimiento extraño va a
llamarles la atención. ¿Cómo haríamos para cobrar estos cheques? Si los endosamos dejaríamos
una pista importante y si alguien va personalmente por el trámite sería muy sospechoso... Por todo
esto pienso que vamos a tener que hablar con alguien del banco y hacerlo parte.
–Tenés razón... Analicémoslo bien antes de abrir la boca, ¿pensaste en alguien?
–Sí, hay un chico en el que podemos confiar y creo que puede interesarle bastante. En el banco la
situación tampoco es buena, ellos también fueron absorbidos por otra compañía y los despidos
comenzaron.
–Perfecto.
–Oscar, para poder tomar la decisión quisiera saber de qué me tendría que hacer responsable...
–Tu función consistiría en anular algunos pagos, Héctor.
–Pero si firmo la recepción del pago y después aparece anulado voy a quedar descubierto...
–La idea es que se anulen los pagos que recibieron los otros cajeros y algunos tuyos para que nadie
sospeche. A vos te necesitaríamos para que arregles los papeles en el sector y luego lo ajustaríamos
con Sistemas... Igual pensalo, todavía hay tiempo.
–Me pregunto si nos estaría faltando alguien..., una vez que comencemos no pueden haber errores.
–Creo que lo más importante de hoy es que una gran mayoría se comprometió con la propuesta. A
los que no lo hicieron vuelvo a solicitarles que nunca hagan mención de estas conversaciones; a
todos les pido prudencia. Mientras Héctor decide su posición me parece imprescindible que cada
uno vaya considerando cómo implementar las metodologías en cada sector y todos los
inconvenientes que habría que sortear. La semana que viene volvemos a vernos: en la próxima
reunión tendremos que definir la propuesta. Por el momento disponemos de suficiente tiempo, pero
tampoco podemos jugarnos y correr el riesgo de ser despedidos antes de que el plan haya concluido.

Fin Capítulo 9

El delito 28
El delito
Por Gonzalo Lipstick

Capítulo 10: "Construyendo el camino"

Desde la última reunión habían trascurrido solamente dos semanas, pero para Oscar y sus
compañeros parecía una eternidad.
El vértigo de poner en marcha el plan los había tomado por sorpresa y no pasaban ni un minuto del
día sin estar pensando o discutiendo los pormenores.
Después de una larga deliberación consigo mismo, Héctor se había animado a ser partícipe del
proyecto, lo que les había permitido seguir adelante pero, a esa altura de los acontecimientos, se
enfrentaban con un nuevo problema.
Sentado en su nuevo escritorio Oscar observaba a Raúl que trabajaba como si nada estuviera
ocurriendo. Por primera vez en mucho tiempo se sintió tranquilo. La idea que había tenido ya no
era un engendro suyo: todos la habían aceptado como parte de un destino que estaban obligados a
vivir. Al ser también del resto, esa ocurrencia alocada y peligrosa no lo hacía sentir tan inseguro:
todos eran grandes y conscientes de los riesgos que tomaban.
Si tantos habían dicho que sí, significaba que la propuesta no era tan descabellada como en algunas
oportunidades le había parecido. Lo que sucedía era que nunca se había imaginado inmerso en un
plan como ése, y menos siendo su creador.
–Oscar... Lo veo muy pensativo. Recuerde que en Secure Time necesitamos personal
completamente dinámico... Si no, ya sabe...
–Disculpe.
–¿Terminó los informes? Hoy a la tarde tengo la reunión en Presidencia.
–No se preocupe que en un rato se los presento.
–Así me gusta. Y que sea la última oportunidad que se retrasa con una tarea tan importante.
Varias veces en el día Casasti venía a hacerle sentir su poder. En esos momentos todas las dudas
que poseía respecto del plan se esfumaban y lo único que quería era vengarse. El nuevo gerente no
era un buen jefe, pero quedaba claro que tenía el firme propósito de convertir su vida dentro de la
compañía en un suplicio.
Mientras terminaba de preparar los informes que el inútil de Casasti no sabía confeccionar
pensaba cómo le habría ido a Osvaldo en la reunión. Hacía tres días que junto a Roberto habían
hablado con el individuo que necesitaban convencer en el banco.
Tan ensimismado en sus pensamientos había estado durante la mañana que se sorprendió al notar
que sus compañeros se levantaban. De una a dos de la tarde la aseguradora cerraba sus puertas, y
nadie perdía un minuto de su horario de almuerzo.
Rápidamente ordenó los papeles y se puso el saco. Osvaldo se encontraba esperándolo a pocas
cuadras con la noticia más importante de esos días.
Mientras caminaba por la calle se sintió nuevamente nervioso. Todo el plan dependía de la
respuesta que iba a buscar: habían llegado a la decisiva conclusión de que no había forma de
organizar el delito sin contar con un aliado en el banco.
Roberto había pensado en Francisco porque era un buen muchacho y porque sabía de sus
necesidades económicas. Lo conocía hacía tiempo; no podía asegurar que fuera a aceptar la
propuesta, pero confiaba en su silencio.
Ese día a la mañana Francisco les debería dar su respuesta. Después del asombro inicial se había
mostrado interesado; sin embargo, lejos había estado de poder decidirlo en el momento.
–¡Oscar!
–No te encontraba... Disculpá la tardanza.
–Lo que me sobra es tiempo.
–¿Ya pediste algo para comer?
–Sí.
–Bueno, entonces contame cómo te fue.
–Al principio mal. Llegó bastante tarde y pensé que ni siquiera vendría...

El delito 29
El delito
Por Gonzalo Lipstick

–Pero, ¿te contestó?


–Sí...
–¿Qué dijo?
–¡Calma! Vino muy decidido: aceptó la propuesta...
–¡No puedo creerlo! ¡Qué alivio!
–No sé qué hubiera pasado si no lo hacía...
–Yo tampoco... ¿Le explicaste algo?
–Sí, pero combinamos que en la próxima reunión vendría para presentarse ante todos y para que
podamos contarle en detalle cómo serían los movimientos. También para que nos aconseje y nos
diga cuáles son las posibilidades reales con las que cuenta desde el banco.
–Perfecto. ¡Propongo un brindis por el comienzo del proyecto!
–¡Salud!
–¡Salud!
–Antes de que llegue la comida podrías ponerme al tanto de las novedades... Sin que te lo
propusieras te convertiste en la cabeza del plan, así que nadie mejor informado que vos.
–Tenés razón... ¡Estoy tan contento que no sé por dónde comenzar!
–Sé que en Siniestros tenés todo medianamente organizado...
–No te equivocás. Algo que puede complicarnos un poco es que en Contaduría contamos solamente
con Roberto. Él dice que va a arreglárselas igual...
–¿Creés que no va a dar abasto?
–Esperemos que ninguno de sus compañeros note nada raro. Nos contó que hace poco nombraron
el tema de las auditorías, que querían volver a implementarlas a la brevedad.
–¿Qué más pasó?
–También estuvimos hablando bastante por lo de Cobranzas. María Laura está sola y tiene miedo
de no poder arreglárselas...
–No soy el más indicado para opinar, pero me parece que no va a poder. Es un sector con mucho
movimiento donde se hace necesario contar con un aliado.
–Opino lo mismo. Con el tema de la sobrefacturación Fabián ya se está poniendo en campaña con
Adrián y un amigo suyo. La idea consistiría en armar facturas falsas y pasar los pagos
aprovechando que todavía no tienen en claro la facturación de cada proveedor.
–¿Ya pensaron cómo anular los pagos que van a recibirse por Caja?
–Algo. Héctor está arreglando todo con Adrián para que cuando el plan esté en marcha puedan
cambiar los informes en las computadoras sin problemas.
–Lo están llevando bastante bien... ¿Quién lo hubiera dicho? Están avanzando tanto que me siento
demás, como si no hiciera falta...
–¿Quién te dijo eso? ¡Ni se te ocurra pensarlo! Lo que sucede es que todos estamos dentro de la
compañía, donde hay que moverse... Si estuvieras trabajando estarías igual que nosotros; pero no te
preocupes… Es sumamente necesaria una persona que desde afuera coordine todos nuestros
movimientos y esté disponible por cualquier inconveniente.
–¿Sí?
–No te pongas necio. Ya vas a ver todo lo que vas a ayudar...
–Tenés razón... Sin embargo, todo está saliendo tan redondo que me da un poco de miedo... ¿No te
pasa lo mismo?
–Sí... Los caminos fáciles en algún momento se complican, cuando no terminan...
–Pero eso no nos va a pasar, ¿no?
–No, y si nos pasa ya veremos. ¡Hagamos otro brindis!
–¿Y ahora por qué?
–Por nuestra amistad y por la escapatoria que pudimos encontrar.
–¡Salud, Oscar!
–¡Salud!
Fin Capítulo 10

El delito 30
El delito
Por Gonzalo Lipstick

Capítulo 11: "Tentaciones y debilidades"

Oscar estaba muy nervioso. Desde las cuatro de la tarde sabía que algo malo había sucedido; sin
embargo, no tenía ninguna precisión.
Para no crear sospechas ni correr riesgos dentro de la aseguradora habían pactado no hablar del
plan en el horario laboral excepto en los casos en que fuera completamente imprescindible.
Por esa razón, cuando Raúl se acercó a su escritorio para avisarle que después del trabajo debían
dirigirse rápidamente hacia su casa porque allí se reunirían por una urgencia, se sintió más que
preocupado.
Miró su desordenado escritorio y aborreció la inacabable pila de papeles que tenía delante; Casasti
seguía con sus venganzas y un momento antes le había comunicado que hasta que no terminara su
tarea no podría retirarse.
En un día normal le habría importado muchos menos, pero desde que Raúl le había dado la noticia
sentía que sus nervios irían a estallar de un momento para otro.
En silencio agradeció el día que finalmente le había dado las llaves de su casa a Osvaldo por
cualquier urgencia; sin embargo, no saber a ciencia cierta qué había ocurrido devastaba toda su
tranquilidad.
Cuando finalmente terminó los informes la gente de limpieza había ocupado cada rincón del
edificio. Miró su reloj, angustiado: a pesar de haber trabajado con más rapidez que de costumbre
eran las ocho de la noche.
Se paró apurado y tomó su saco; decidió no perder tiempo ordenando su despacho. Tan
rápidamente salió de la oficina que faltó poco para que olvidara dejar los informes en el escritorio
de su gerente tal como él se lo había solicitado.
Durante todo el trayecto hacia su casa no pudo dejar de repasar cada movimiento. Estaba seguro
de que algo habrían salteado, algo importante y que podría arruinarlo todo.
Hacía tres días el plan se había puesto en marcha en algunos sectores. En siniestros Raúl estaba
atrasando el conforme de los peritajes para que pudieran intercalar los siniestros inexistentes que
estaba elaborando Oscar. En pocos días más los cheques serían firmados y a los cuatro
comenzarían a tener, con la colaboración de María Laura en Cobranzas y Roberto en Contaduría,
los valores a su disposición. Si mal no suponía también en Caja y en Compras el plan habría
comenzado...
–¡Buenas noches!
–¡Oscar! ¿Qué pasó?
–Te estábamos esperando...
–Casasti. Como si fuera poco haberme rebajado el cargo tengo que soportar a un incompetente que
se propuso hacerme la vida imposible... Pero eso no importa, ¿qué sucede?
–Soy yo, Oscar...
–¿Se dieron cuenta de algo?
–No...
–¿Alguien sospecha?
–Todavía no empecé...
–Héctor dijo que no se anima a llevar adelante su parte...
–¡Cómo! ¿Por qué?
–Tengo miedo... Miedo de que los chicos sospechen, que alguien se de cuenta de todo y nos
denuncie...
–El precio que estamos pagando es alto, pero es la única esperanza que existe... Si no nos
arriesgamos ahora que tenemos todo a nuestro favor nunca más vamos a conseguir otra
posibilidad.
–Ya lo sé, Oscar. Cuando ustedes o yo mismo logro serenarme y pensar racionalmente también
llego a la misma conclusión. Pero cuando tengo que decidirme... Anteanoche me quedé después de

El delito 31
El delito
Por Gonzalo Lipstick

hora a fin de preparar los papeles para que al día siguiente nadie me viera en ningún movimiento
extraño; sin embargo, cuando tuve todo en mi mano y me encontraba dispuesto a comenzar a
anular los pagos algo dentro de mí me detuvo...
–¿Sentiste que no tenías que hacerlo?
–No, eso es lo peor de todo. Sé que tengo que animarme de una buena vez, pero el miedo de que se
den cuenta es más grande... Pensar que iríamos derecho a la cárcel me aterra.
–Héctor, dejame explicarte por qué no es así. En tu caso particular es muy poco probable que te
sorprendan: desde tu lugar podés trabajar cómodo y sin que nadie te interrumpa y, lo que es más
importante, existen muy pocas posibilidades de que la gente de tu sector o de cualquier otro
averigüe lo que está pasando. Como si esto fuera poco, de descubrirse el delito sería imposible que
te culpen de los hechos: cualquiera de tu sección podría haber sido.
–No lo había pensado...
–Mientras que no dejes rastros, mientras que no firmes ningún papel comprometedor ni te
descubran en el momento en que estés anulando los pagos nadie va a poder culparte de nada. A lo
sumo sospecharán de vos y de los chicos.
–Esta bien... Para mañana tengo todo preparado. Adrián me pidió que le avisara cuándo cambiar la
información de los pagos por red... Prometo animarme.
–Siempre que lo hagas porque querés y no por nosotros... De todas formas nos arreglaríamos,
tendríamos que olvidarnos de la plata de los pagos, pero para el resto no interferirías.
–Ahora que el problema parece estar solucionado quiero presentarle a Francisco. Para quienes no
lo conocen les cuento que él es nuestro contacto dentro del banco.
–Hola a todos.
–Un gusto conocerte, y que hayas aceptado. Sería bueno poder escucharte un poco; ya te contaron
todo, ¿no?
–Sí. Quiero expresarles que me parece un plan excelente. Están en el lugar y el momento justo para
hacerlo, y estas oportunidades no hay que rechazarlas. De todas formas no estoy muy seguro de
hasta dónde piensan aprovecharlo.
–¿Por qué?
–¿Con cuánta plata se piensan quedar?
–La idea inicial era llegar al monto real de nuestras indemnizaciones...
–Entiendo... Una buena cantidad si tenemos en cuenta que se encontraban contratados con la ley
laboral antigua y con todos los años de trabajo que la mayoría debe de tener... Una buena cantidad
para poner un negocio pequeño o vivir una vida modesta... ¿Qué opinarían si tuvieran la
posibilidad de quedarse con mucho más dinero, mucho más de lo que pensaron que algún día
podrían llegar a tener?
–¿Cómo? ¡Qué querés decir!
–Apenas me explicaron el funcionamiento del plan me di cuenta de que sin necesitar un mayor
esfuerzo podríamos estafar realmente a la compañía, sin que lo notaran hasta cierto momento y sin
que quedaran rastros concretos.
–¿Estafar realmente a la aseguradora? ¿No es lo que estamos haciendo?
–Estoy hablando de millones...
–¿Millones?
–El procedimiento sería muy sencillo: si ustedes consiguen cheques rechazados no hay diferencia
entre escribir cuatro o seis cifras. Primero tenemos que probar con un cheque pequeño que la firma
pase desapercibida, que no llame la atención; si no hay inconveniente nadie va a preguntar nada.
La compañía maneja sumas muy elevadas y si nos mantenemos en esos parámetros nadie
sospecharía.
–¿Y dónde colocamos el dinero?
–Esa es una cuestión muy importante. Puedo gestionar una cuenta en el exterior, sin nombres ni
datos, con sólo unos números por identificación... Para que no llame la atención el traspaso de

El delito 32
El delito
Por Gonzalo Lipstick

dinero lo podríamos crear primero a una cuenta en el mismo banco y después trasladaría el dinero
al extranjero.
–Pero... ¿nadie podría seguir el rastro?
–No. El cheque lo acreditaría a la cuenta algún empleado del banco, después me encargaría del
traspaso al exterior sin dejar huellas... ¿Qué les parece?
–...Creo que nos dejaste sin palabras...
–¿Están de acuerdo?
–¿Qué es lo que querés a cambio?
–Osvaldo me contó que en total son once personas... Les pido el treinta por ciento de los recaudado,
el resto lo dividen entre ustedes, en partes iguales.
–¿Y cómo accederíamos al dinero?
–Los datos de la cuenta los van a tener ustedes también, y antes de que termine todo repartimos el
dinero en dos o tres cuentas nuevas en otro banco.
–¿Estás seguro de que no podrían seguir la pista del dinero?
–No, es imposible. De todas formas, para mayor seguridad, pensé en sacar las cuentas a nombre de
personas inexistentes. Trabajando dentro de un banco pueden crearse sin pasar por toda la
burocracia usual...
–No puedo creerlo...
–¿Qué dicen? La diferencia que ganarían sería enorme... No deberían seguir trabajando, tendrían
toda una vida de tranquilidad por delante, hasta para sus hijos...
–¿Qué hacemos?
–Ya estamos jugados...
–Diría que primero probemos si la firma pasa, que no nos hagamos ilusiones...
–¿Entonces estamos de acuerdo? ¿Hay alguien que no quiera?... Entonces intentémoslo, si
conseguimos que lo acrediten va a ser lo mejor que nos haya sucedido en la vida.

Fin Capítulo 11

El delito 33
El delito
Por Gonzalo Lipstick

Capítulo 12: "Ambiciones ocultas"

–¡Silencio por favor! Sé que estamos muy nerviosos, pero tenemos que comenzar. Oscar, te cedo la
palabra.
–Mientras esperábamos que llegaran los últimos tuve oportunidad de conversar con la mayoría.
Pensaba que no todos sabían las novedades, sin embargo, por lo que puede apreciar, están bien
informados. Espero que nadie haya hablado en lugares riesgosos...
–No te preocupes, Oscar. Tuvimos cuidado.
–Les pido que se calmen. Hoy hay mucha excitación y es necesario que estemos lo más atentos
posible para sacar las conclusiones correspondientes.
–¿Sucede algo malo?
–No. Los convocamos para recapitular los movimientos que se hicieron y los logros que se
alcanzaron en estas semanas... Sé que algunos tuvieron más temor que otros, pero si hay algo que
no podemos negar es que todos estamos ansiosos. El plan no está cerrado y, dadas las novedades, es
importante que entre todos tomemos algunas decisiones. En un momento más Francisco va a
contarnos cómo se encuentra la situación en el banco, pero antes quiero pasar revista a todo lo que
hicimos para saber a ciencia cierta en dónde estamos parados.
–Me parece que ya estamos informados, que sería bueno que...
–Disculpen, preferiría que Oscar haga el repaso, no tengo en claro completamente la situación
actual.
–Voy a contarlo en forma resumida, hay muchos que, como Osvaldo, se perdieron algunas partes.
En Siniestros pudimos crear sin mayores inconvenientes algunos accidentes o robos que no existían;
firmar los expedientes por los otros peritos fue más sencillo de lo que pensábamos. Como tampoco
hubo problema con Casasti, continuamos con el procedimiento habitual. Con la ayuda de Roberto
rescatamos los cheques para el pago de los siniestros que fueron endosados y depositados en nuestra
cuenta. En Caja finalmente Héctor se decidió...
–La primera vez estaba temblando, pero a medida que más días transcurrían más me fui soltando.
Con la ayuda de Adrián que cambió los datos en el sistema y las chicas en Cobranzas fue bastante
sencillo anular algunos pagos sin que quedaran rastros.
–Fabián en Compras tampoco tuvo inconvenientes. Para correr menos riesgos finalmente se
crearon proveedores falsos y se pasaron los pagos como si ya existieran. Ni en Cobranzas ni en
Contaduría sospechó nadie y ya endosamos muchos cheques a nuestra cuenta.
–¿Qué sucedió con la idea de capturar los cheques de algunos siniestros reales?
–Dada la oportunidad que nos brindó Francisco con los cheques anulados decidimos no correr
riesgos importantes. Preferimos concentrarnos en lo seguro antes que llamar la atención; esos
pagos eran importantes pero imposibles de ocultar.
–¿Cómo resultaron los cheques anulados? Sabemos que no hubo inconveniente con la firma...
–Francisco, si querés hablá vos.
–Bueno, como ya saben pudimos pasar el primer cheque. Roberto hace un excelente trabajo
falsificando la firma y no hubo inconvenientes. Una vez que el primero recorrió todo el circuito
introdujimos el segundo; siempre mezclados con cheques verdaderos de mayor suma no había
posibilidades de que llamara la atención... Con Roberto y las chicas de Cobranzas trabajamos en
equipo: cuando hubo sumas grandes aprovechamos para pasar más dinero, cuando hubo
movimientos chicos incluimos sumas pequeñas o esperamos hasta el día siguiente. Con el traspaso
del dinero al extranjero no hubo problemas, los datos de la cuenta son los que les envié. Con
Roberto estamos abriendo en estos días algunas cuentas en Uruguay para poder repartir el dinero
sin inconvenientes...
–Francisco... lo que me parece que no todos saben es cuánta plata tenemos acumulada.
–Por ahora estoy contento, pero todavía podemos juntar mucho más.
–¿Cuánto hay?

El delito 34
El delito
Por Gonzalo Lipstick

–Un millón seiscientos treinta y ocho mil dólares.


–¡Eso es mucha plata!
–No se crean. Recuerden que el treinta por ciento es para mí y que el resto deben repartirlo entre
once... Creo que la cuenta da algo así como ciento y cinco mil pesos para cada uno.
–¡Por lo pronto es más que mi indemnización!
–¿Cuánto estimás que vamos a juntar?
–No debemos perder tiempo. Roberto me contó que en Secure Time el panorama para los viejos
empleados está cada vez más complicado...
–Sí, todos nos tratan muy amablemente pero nadie nos integra. Parece como si supieran que vamos
a irnos y que por ese motivo no vale la pena hacernos un lugar.
–Por esa razón insisto en que hay que apurarse, mientras más lo aprovechemos más vamos a
juntar. Mi idea es llegar al doble o hasta el triple del monto actual.
–¿No será demasiado riesgoso continuar?
–Pienso que en unas semanas vamos a tener que detener toda la maquinaria interna; por los
cheques anulados no va a haber problema. ¿Qué les parece?
–No estoy muy en el tema, pero si los que saben están de acuerdo que se haga así.
–Opino lo mismo...
–Yo estoy de acuerdo.
–¿Los demás?
–También...
–No sé...
–¿Qué pasa?
–No quiero ser pájaro de mal agüero, pero todo es tan sencillo, está saliendo tan bien... A veces me
da miedo de que nos descubran. No sé si vale la pena continuar... Tal vez sería mejor dejar el plan
acá, no ser tan ambiciosos...
–No te preocupes, Daniela.
–Todo va a salir bien.
–Es que no puedo creer que realmente lo estemos logrando, ¿cómo nadie lo había pensado antes?
–No teníamos necesidad...
–No sé, a medida que transcurren los días y veo que falta tan poco me voy sintiendo cada vez más
nerviosa... Seguramente me está pasando sólo a mí, pero nunca estuve tan intranquila como hasta
ahora...
–Todos estamos así. Lo que tratamos de hacer es no dejarnos llevar por los pensamientos negativos,
lo único que logran es sacarnos energías...
–Tenés razón, Oscar.
–Yo también estoy nervioso, mi mujer me pregunta qué me está sucediendo... Por suerte puedo
poner la excusa de la falta de trabajo.
–Les pido que tratemos de calmarnos, ponernos intranquilos no va a ayudarnos en nada.
–Sí, pensemos en positivo.
–Tenemos que decidirnos si continuamos con los movimientos internos...
–Opino que por el momento debemos seguir. Es verdad que el ambiente no es bueno, pero todavía
nadie habló de despidos.
–Antes de que sucedan vamos a enterarnos. Pienso que apenas corra el rumor debemos poner todo
en orden dentro de la compañía, dejar cada papel acomodado para que nadie note nada.
–¿Continuamos con los cheques anulados hasta el final?
–A mi entender deberíamos, no hay riesgo alguno. ¿Qué opinás, Roberto?
–Pienso lo mismo, hasta que no me despidan voy a tener acceso a ellos.
–Perfecto, entonces si les parece bien seguimos así hasta nuevo aviso. Recuerden que deben
comportarse más cautamente que nunca, no nos falta mucho y todo está encaminado. No dejemos
que un descuido arruine nuestro esfuerzo. Y apenas alguien tenga alguna noticia sobre los despidos
ordenamos todo para irnos. ¿Estamos de acuerdo?

El delito 35
El delito
Por Gonzalo Lipstick

–De acuerdo.

Fin Capítulo 12

El delito 36
El delito
Por Gonzalo Lipstick

Capítulo 13: "Un futuro asegurado"

–¡Raúl! ¡Ricardo!
–¿Cómo están todos?
–Bastante bien. ¿El resto?
–Antes de que nos llamaran ya le habían avisado a la mayoría, sólo faltaban Daniela y María Laura
de Cobranzas. Cuando nosotros nos estábamos retirando de la compañía ellas volvían de Recursos
Humanos con la noticia y recién comenzaban a despedirse de sus compañeros.
–El resto ya había venido para acá...
–Sí, lentamente fue llegando la mayoría.
–Héctor, no te equivocaste. Como suponíamos el primero en recibir la noticia fue Oscar...
–Desde que habló con Bossoi el día de los despidos tenía los días contados. Después llegó Casasti y la
situación empeoró más.
–De todas formas nos despidieron a todos...
–¡Pensar que había algunos que todavía no estaban muy convencidos de que nos estuvieran usando!
–Les digo algo solamente: que se haya dado todo como lo planeamos significa que nos sacamos un
gran peso de encima.
–¿Por qué?
–¿Se imaginan qué hubiera pasado si no nos hubiesen echado? ¿A nadie se le ocurrió considerar esa
posibilidad?
–No...
–¿Qué hacíamos si teníamos que quedarnos en la aseguradora con el plan consumado?
–Con todo el dinero en el banco...
–¡Renunciábamos!
–No hubiéramos podido.
–No entiendo...
–Tanta gente renunciando sin motivo alguno hubiera llamado poderosamente la atención, no
hubiéramos podido.
–¡No lo había pensado!
–Por lo que veo ninguno de ustedes lo hizo... Mejor… cargaron con un peso menos.
–¡Oscar!
–¿De qué estaban hablando?
–¿Habías considerado qué sucedía si nunca nos despedían?
–Sí, pero lo razoné cuando ya habíamos empezado a juntar el dinero.
–Hubiese sido un grave problema...
–Afortunadamente no lo fue. No evaluemos cada paso que podría haber salido mal; hoy es un día
para festejar.
–Sí. Todo salió tan bien que inclusive percibí que los nuevos sentían sinceramente nuestros
despidos.
–Puede ser en tu sector, Roberto, Cuprano nos odiaba.
–Yo también sentí que nos extrañarían... Si supieran lo que hicimos…
–Insisto en que no pensemos más; un futuro sin preocupaciones nos está esperando... Francisco, sé
que falta que lleguen las chicas de Cobranzas, pero comenzá informando sobre el estado de nuestra
cuenta.
–Bueno, antes quisiera decirles que ayer pasamos el último cheque. Cuando los rumores
comenzaron a circular se cortaron todos los movimientos dentro de la compañía; sin embargo,
como ustedes decidieron, continuamos introduciendo cheques hasta el día que se hicieron efectivos
los despidos...
–¿Hubo algún problema con el último?
–No, por el momento todo marcha tranquilo.

El delito 37
El delito
Por Gonzalo Lipstick

–Entonces ahora estamos en condiciones de hacer las cuentas definitivas...


–Sí...
–Francisco, deciles la verdad.
–¿Cómo?
–¿Qué verdad?
–Contando el último cheque llegamos al monto de... seis millones trescientos ochenta y dos mil
trescientos setenta y dos.
–¿Seis millones de pesos?
–¿Cómo hicieron?
–Oscar, ¿por esa razón no querías decirnos cuánto llevábamos?
–Sí. Qué fuera más o menos dinero implicaba el mismo riesgo, pero para ustedes significaba
volverse locos por los nervios. Por ese motivo decidimos no informarles el monto hasta el final.
–¿Cuánto... cuánto queda para cada uno?
–Cuatrocientos seis mil ciento cincuenta y uno. Para mí hay un millón novecientos mil...
–Es... mucha plata...
–¿Están seguros de que no notarán de inmediato el escape del dinero?
–No, las condiciones se volvieron óptimas. Secure Time es una empresa multinacional con fuerte
respaldo. El último balance dio de maravillas y por esa razón no pusieron reparo en los gastos de la
primera filial sudamericana. En lo que va del año ya gastaron dos millones solamente en la
campaña de prensa y publicidad.
–Pero todo este dinero que sacamos...
–El volumen usual que maneja a diario la compañía es casi la mitad de lo que sacamos en estos
meses. Con todas las medidas que tomamos es prácticamente imposible que lo noten en el corto
plazo y si más adelante llegaran a darse cuenta de todas formas no sabrían a quién culpar.
–¿Cuándo vamos a repartir el dinero?
–Si quieren mañana comienzo con la operación. Abrí cuatro cuentas en Uruguay donde cada uno
va a poder retirar o guardar su parte. Lo que les recomiendo es no traer la totalidad del dinero al
país a su nombre: deposítenlo de a pequeñas partes o repártanlo en cuentas a nombre de sus hijos,
esposas o familiares de confianza; aunque hay ínfimas posibilidades de que sospechen siempre es
mejor estar precavido.
–¿Así de sencillo?
–Todavía no puedo creer que lo logramos... ¿Qué voy a hacer con todo el dinero?
–Depende de cada uno, lo importante es no desperdiciarlo.
–¡Oscar, qué buena idea!
–Quiero que festejemos como nos lo merecemos... Tomen...
–Pasale por favor...
–¡Qué hable Oscar!
–Bueno... En esta oportunidad no se van a salvar: quiero decir unas palabras...
–¡No te hagas el tímido!
–Propongo un brindis por un grupo de personas que fueron durante toda su vida trabajadores
honestos y que, estafados, quisieron venganza... Brindo por un grupo de amigos que supieron unirse
en las malas y sumar esfuerzo y coraje para cobrarse por lo que les habían hecho... Propongo un
brindis para que ahora, en las buenas, sigamos más unidos que antes.
–¡Salud!
–¡Salud!
–¡Por el próximo viaje a Uruguay!
–Ahora que se fueron me parece que voy a extrañarlos.
–¡Si no dejabas de molestarme para que despidiera a Oscar Cuprano!
–Me estoy contradiciendo, pero insisto en que es una pena que ya no esté en la compañía. Estoy
seguro de que voy a sentir la falta de ese imbécil, no voy a tener con quién descargarme...
–¡Sos de lo peor!

El delito 38
El delito
Por Gonzalo Lipstick

–¡Ese tipo era repulsivo!


–A mí tampoco me caía bien, sin embargo su situación fue sumamente humillante... Me acuerdo del
día que vino a exigirme que no despidiera a sus compañeros... Soportó todo este tiempo porque no
podía darse el lujo de renunciar.
–Lo único que hicimos fue usarlos para que la aseguradora siguiera funcionando sin problemas y
una vez que el nuevo personal se adaptó...
–A la calle... ¿Lo estarían esperando?
–Así son las reglas del juego.
–¡Cómo los arruinaron! Les hubieran correspondido indemnizaciones extraordinarias.
–Por esa razón se encontraban tan alterados. ¡Cuánta gente que quedó en la calle! Ellos fueron
afortunados...
–Por unos pocos meses...
–Al menos tuvieron un poco más de trabajo.
–Si hubiera podido decidir personalmente los despidos no me hubiese deshecho de todos, algunos
eran buenos empleados. El problema grave lo van a tener los mayores, no creo que consigan empleo
hasta que se jubilen.
–No te preocupes tanto.
–Estuvieron pésimamente asesorados, pero eran buena gente.
–Me pregunto cómo harán para mantenerse...
–No sé.
–Roguemos que nunca nos suceda lo mismo...
–Es imposible, nosotros no somos tan ingenuos.

Fin

El delito 39

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