Está en la página 1de 28

Capítulo 6

Ese oscuro objeto del deseo.


El análisis de la mercancía
en la teoría marxista1

Matías Artese2

Introducción

El presente artículo tiene por objeto introducir algunos elemen-


tos que consideramos fundamentales de los primeros capítulos de la
obra El capital, y así allanar —al menos un poco— el camino hacia su
comprensión. Para ello, y como avisamos en el título, nos adentrare-
mos en los principales hallazgos que hace Marx (1818-1883) en sus
investigaciones sobre la mercancía, en relación con el dinero y con
el concepto de Fuerza de Trabajo. Nos apoyaremos principalmente
en el Tomo I de El capital y en otros textos, y a partir de allí nuestro
objetivo será cuestionar algunos conocimientos que en principio se

1  Agradezco los aportes y correcciones de Flabián Nievas en distintos puntos


de este artículo.
2  Sociólogo. Investigador asistente de CONICET / Inst. “Gino Germani”.
(137)
Aproximaciones sociológicas

nos presentan como obvios, aunque en realidad dicha obviedad no sea


más que un prejuicio.
Uno de esos prejuicios compartidos es suponer que el marxismo
conforma un cuerpo teórico empapado de ideología, porque sabido
es que el propio Marx bregaba por la superación del capitalismo y
dedicó su vida intelectual y militante a la emancipación de la clase
obrera —por definición el sector económico y social postergado y su-
bordinado en el capitalismo—, y es en ese activismo en el que des-
cansa una parte de ese prejuicio. Ocurre que esa mirada, además de ser
vulgar, es justamente ideológica por considerar que las otras teorías
económicas y políticas —no sólo del siglo XIX sino también actua-
les— son “neutrales”, aunque muchas veces estén concebidas para en-
tender a las relaciones humanas desde el orden imperante y desde los
sectores dominantes.
Marx no dedicó su vida al estudio del socialismo, sino por el
contrario, al estudio del capitalismo. Su obra El capital encarna un
extenso y complejo análisis con una infranqueable rigurosidad cien-
tífica. Es por ello que hoy se trata de un “clásico”: las herramientas
teóricas que plantea trascendieron su propia época y todavía hoy son
útiles para entender el funcionamiento y evolución del sistema capi-
talista. En base a ese análisis científico de la historia, Marx establece
que el capitalismo será indefectiblemente superado por un sistema
social sin clases, una vez que las relaciones de dominación tal y como
las conocemos hoy sean disueltas. Es por ello que su amigo —y coau-
tor de algunas obras— Friedrich Engels (1820-1895) bautizó a esta
doctrina como “socialismo científico”. 3
El capital como obra cúlmine de Marx, le demandó al autor más
de 25 años de investigación a lo largo de varios exilios, persecuciones
políticas, pobreza y problemas varios de salud. El primer tomo salió

3  La categoría de “socialismo científico” acuñada por Engels intenta marcar


una distancia con respecto al socialismo utópico, corriente que reunía a un
heterogéneo conjunto de pensadores durante la primera mitad del s. XIX. Los
socialistas utópicos veían el sin fin de problemas generados por el capitalismo
de su época, pero proponían una serie de soluciones voluntaristas y a corto
plazo, sin un análisis riguroso de los componentes estructurales del sistema que
permitirían su superación.
(138)
Ese oscuro objeto del deseo

de la imprenta por primera vez en 1867 en Londres, prácticamente


ciento cincuenta años atrás. La investigación, además de ahondar en
la economía política, la sociología, la ciencia política, la epistemología
y la filosofía, es ante todo una investigación histórica. Histórica, y
materialista, pues son las condiciones materiales de existencia las que
permiten entender y hacer una lectura retroductiva de la evolución
humana. ¿Qué quiere decir esto? Recurrimos a un ejemplo dado por
el mismo Marx que grafica su camino metodológico, y es que para
entender la anatomía del mono debemos remitirnos antes a entender
la anatomía humana, y no tomar el camino inverso. De modo similar,
a partir de entender las características materiales del desarrollo del
capitalismo, es posible comprender los sistemas sociales y económicos
que lo precedieron. Y a su vez formular hipótesis con validez científica
sobre su desarrollo en la historia.
De aquí en adelante nos dedicaremos principalmente al entendi-
miento de la mercancía (capítulo 1 del Tomo I de El capital), aunque
también mencionaremos algunos conceptos referidos a su circulación,
la relación con el dinero y con la Fuerza de Trabajo, aspectos que
están constantemente interrelacionados. Obviamente, sólo expondre-
mos los conceptos mínimos pero necesarios para que luego sí, el lector
pueda dedicarse al texto original. Por ello el presente artículo pre-
tende ser un borrador de lectura que permita una mayor comprensión
de la obra de Marx. Esperamos llegar a ese objetivo.

La mercancía

¿Por qué el análisis de la mercancía? Se trata de la unidad mínima


y fundamental que nos abre las puertas al entendimiento de las “en-
trañas” de la acumulación en el sistema capitalista. El Capítulo 1 de
El capital justamente trata de esa unidad de análisis, y allí se presentan
poco a poco sus elementos principales, para lo cual requeriremos de
un esfuerzo de abstracción. La intención entonces es entender esos
objetos que, aunque los observamos y manipulamos permanente-
mente, no necesariamente conozcamos lo que encierran, su origen,
qué implican y significan.
(139)
Aproximaciones sociológicas

Muchos de los conceptos que despliega Marx en sus análisis no


son propios de él, sino que los retoma de estudios previos. Entre ellos
de David Ricardo (1772-1823), Adam Smith (1723-1790) y Thomas
Malthus (1766-1834), economistas ingleses considerados padres de
la economía política clásica. Sin embargo Marx da un salto con res-
pecto al conocimiento adquirido hasta el momento: “una de las fallas
de la economía política clásica es que nunca logró desentrañar, par-
tiendo del análisis de la mercancía y más específicamente del valor de
la misma, la forma del valor, la forma misma que hace de él un valor
de cambio”.4 Veamos entonces por qué las mercancías encierran un
valor, y consecuentemente un valor de cambio.
Si bien la mercancía es el elemento fundamental para poder en-
tender el régimen capitalista de producción, los primeros acercamien-
tos que hagamos permiten evocar otros sistemas productivos, más allá
del capitalismo. Comencemos diciendo que todos y cada uno de los
objetos que consideramos mercancías existen para satisfacer deseos o
necesidades de la vida humana, sean estas de la carne o del espíritu
—o sea, más allá de nuestras necesidades físicas—. Entonces, todas
las mercancías poseen un valor de uso (Vu de aquí en más) que radica
en su aplicación útil, su aspecto cualitativo. El Vu de una prenda de
vestir es abrigarnos, el de una hogaza de pan es alimentarnos. Que esa
prenda esté confeccionada en algodón o lana, o que el pan haya sido
amasado con harina de trigo, son distintas características o cualidades
de esos productos.
Pero no todo objeto que sirve para satisfacer necesidades es efec-
tivamente una mercancía. Podemos satisfacer necesidades con el agua
que bebemos de un río, o la miel que recogemos de un panal de abe-
jas silvestre, pues satisfacen nuestra necesidad de alimentarnos. Esos
objetos, aunque también poseen cualidades y sirven para satisfacer
necesidades, no son mercancías: para que sean tales, estos objetos úti-
les deben cumplir una primera regla, y es que sean producto del trabajo
humano. Ahora bien, ¿todo producto del trabajo humano es efectiva-
mente una mercancía? No necesariamente. Una cuchara tallada de un
trozo de madera para uso propio o la piel de un animal curtida para el
resguardo del frío para un uso personal son efectivamente productos

4  Marx, K.: El capital, pág. 98, cita 32.


(140)
Ese oscuro objeto del deseo

del trabajo humano y poseen un valor de uso, pero no son mercancías.


Entonces, ¿cuándo podemos hablar de mercancías?
Todos sabemos que las mercancías se intercambian, con lo cual,
los productos que mencionamos más arriba deben tener una utilidad
más allá de la persona que los produjo. Deben satisfacer necesidades
para otras personas, o sea, deben ser valores de uso sociales. Y si habla-
mos de Vu que se intercambian en la circulación para satisfacer las
necesidades de terceras personas, los mismos deben ser equiparables o
equivalentes a otros objetos considerados mercancías. Si esos objetos
pueden ser intercambiados aunque tengan características disímiles,
entonces debemos entender que poseen una capacidad de cambio,
o mejor dicho, un valor de cambio (Vc de aquí en más). Pero ¿qué es
lo que hace a las mercancías equiparables, intercambiables? ¿La can-
tidad o calidad de material que tienen? No necesariamente, porque
puede existir un producto de la naturaleza, como por ejemplo una
cantidad de manzanas que fueron recogidas de un árbol silvestre que
pueden ser llevadas a un mercado y ser vendidas porque son un pro-
ducto requerido por otras personas. Esas manzanas tienen un Vu para
terceros y por lo tanto tienen un Vc porque son intercambiables. Pero
si las manzanas simplemente fueron recogidas de un árbol silvestre,
¿por qué pueden ser mercancías?
Incluso podríamos decir que las mercancías no son solamente
elementos tangibles, materiales como las manzanas o la miel. Dice
Marx: “Éste es el tiempo en que las cosas mismas que hasta ahora
habían sido comunicadas pero jamás cambiadas, dadas pero jamás
vendidas, adquiridas pero jamás compradas —virtud, amor, opinión,
ciencia, conciencia, etc.— en que todo, en fin, pasó al comercio. […]
El tiempo en que habiendo llegado toda cosa, moral o física, a conver-
tirse en valor, se la lleva al mercado para ser apreciada en su más justo
valor.” 5 Esto es completamente aplicable a nuestra vida cotidiana. Por
ejemplo, en la actualidad existen agencias de seguridad que efectiva-
mente venden “seguridad”, o consultorías que venden “datos” finan-
cieros, o colegios o universidades privadas que ofrecen “calidad” en
sus programas de estudio. ¿Son la seguridad, la eficiencia o la calidad
mercancías? Pues sí, todos esos elementos intangibles también son

5  Marx, K.: Miseria de la Filosofía, pág. 54.


(141)
Aproximaciones sociológicas

mercancías: poseen un valor de uso para terceros y son intercambia-


bles ya que es posible comprarlas. Entonces persiste nuestra pregunta:
¿qué es lo que genera ese valor en las mercancías para que puedan ser
intercambiables?
Sabemos hasta aquí que toda mercancía tiene un carácter dual o
bifacético: un Vu y un Vc, este último representado usualmente por
el dinero. Nada de esto nos dice, sin embargo, el fundamento que
hace que las mercancías sean consideradas como tales y puedan ser
intercambiadas. Si olvidamos por unos momentos los elementos cua-
litativos (ya sea la sensación de “seguridad” que brinda una empresa
privada o lo dulce que puedan llegar a ser las manzanas), entramos
en los recovecos menos visibles de las mercancías: el trabajo humano
abstracto que encierran. En ese trabajo humano radica el valor, cuanti-
ficable y mensurable, de toda mercancía. Ahora bien, ¿por qué trabajo
humano, y más aún, por qué abstracto? Vayamos por partes.
Primera cuestión, el carácter humano. Podríamos decir como pri-
mera objeción que los animales también realizan ciertas tareas o hasta
incluso elaboran productos. Pero en los humanos existe una caracte-
rística que los diferencia del resto de los animales, que es la capacidad
racional de transformación de la naturaleza. Es cierto que los anima-
les también ejercen dicha modificación al construir nidos o moradas
como el castor, la hormiga, etc. Pero lo hacen instintivamente, y sólo lo
que necesitan inmediatamente para sí o para su propia reproducción,
mientras que los humanos producimos ya no regidos por el instinto.
Lo hacemos inclusive cuando estamos libres de la necesi­dad física, de
manera conciente y con capacidad de previsibilidad de nuestras accio-
nes, condiciones de las que carecen los animales. Por ello los humanos
pueden realizar distintas tareas, a diferencia del resto de los animales,
que sólo cumplen funciones repetitivas. ¿Qué sucede si los animales
intervienen incluso en la producción de mercancías? El carácter no
cambia absolutamente nada. Una yunta de bueyes puede arrastrar un
arado o accionar un molino de trigo para producir harina, y las abejas
en comunidad producen miel y cera natural que luego se envasa y
comercializa. Pero estas tareas se hacen bajo la tutela racional de los
humanos, mediante el gasto de nervios, músculo y energía humana.
La miel de las abejas como la harina “fabricada” por los bueyes se con-
vierten en mercancías —con un valor incorporado e intercambiables
(142)
Ese oscuro objeto del deseo

con otras mercancías— sólo porque existió la mano humana en esos


procesos: colocando las colmenas en lugares estratégicos para poder
desarrollar la apicultura, o con la construcción del molino, el trans-
porte del grano y el fraccionamiento y envasado de la harina produ-
cida. Por ello para hablar de un valor “cristalizado” en las mercancías,
debemos hablar de una intervención humana.
Podríamos reanudar la objeción y decir que las máquinas también
realizan trabajos. Nuevamente, debemos negar esto pues las máqui-
nas sólo realizan acciones mecánicas programadas con antelación por,
una vez más, la intervención humana. Es decir, las máquinas ejecutan
tareas porque hubo una cadena de trabajos humanos previos que en
primer lugar las construyeron, y en segundo lugar, las dispusieron de
manera tal para que puedan realizar una serie de movimientos útiles,
ya sea soldar, ensamblar, cortar, golpear o lo que fuere, hasta en la más
sencilla línea de montaje. Cualquier máquina y cualquier herramienta
cumple con los elementos que vimos más arriba: tiene un Vu (una
utilidad y un aspecto cualitativo) y tiene un valor que es posible medir
y equiparar pues también posee una cantidad determinada de trabajo
humano. Así que debemos descartar a las máquinas como producto-
ras de valor, pues en definitiva volvemos al factor humano.
Segunda cuestión, el carácter abstracto. Ya sabemos que tanto
esas máquinas como la harina o la miel en cuya producción inter-
vinieron algunos animales poseen algo en común: son consideradas
mercancías porque en ellas intervino siempre el trabajo humano. Si
les sacáramos el “envoltorio” de cualidades y características físicas a
todos esos elementos —o aquel trabajo concreto que se materializa en
las cualidades de esos elementos— lo que nos quedaría sería trabajo
humano “abstracto”, ya que no es el trabajo específico, concreto, del
mecánico, ni del harinero ni del apicultor: la acción transformadora
se mezcló con las distintas características físicas de las mercancías,
pero es común a todas ellas aunque esas características sean total-
mente disímiles. Pensemos como ejemplo en un mercado antiguo, del
Medioevo o de la América precolombina al que asisten distintos pro-
ductores, ya sean artesanos que elaboraron utensilios, herramientas o
prendas para vestirse o personas que cultivaron y cosecharon frutos u
hortalizas. ¿Qué los hace intercambiables entre sí? Detrás de todos
estos elementos existe algo abstracto, que está en todos y cada uno
(143)
Aproximaciones sociológicas

de los objetos aunque no se pueda ver, que hace que una piel de un
animal sea intercambiable por uno o varios elementos que representen
una misma (o similar) cantidad de valor, es decir, una magnitud deter-
minada de trabajo humano abstracto encerrado en esos objetos.
Y si afirmamos que es posible equiparar una cantidad de bolsas de
harina con otra cantidad de frascos de miel o con una piel curtida de
un animal es porque ese trabajo humano abstracto es posible de medir.
Toda mercancía tiene una magnitud de valor, o una cantidad deter-
minada de Valor. Y esa magnitud, ¿de qué depende? Está sujeta a la
cantidad de tiempo que se utiliza para la producción de una mercancía.
Todos los productos que consideramos mercancías tienen una canti-
dad de tiempo de trabajo cristalizado en ellas. Ese tiempo es social,
eso quiere decir que la producción de mercancías está condicionada
por las técnicas y tecnologías presentes en distintas épocas de desa-
rrollo, que por supuesto, se imponen socialmente. Por ello conocemos
el sistema productivo de una civilización no tanto por los productos
que fabrican y consumen, sino por los elementos que utilizan en esa
producción.
Si una tela es fabricada en una jornada de trabajo porque existe
una tecnología que así lo permite (un telar manual, por ejemplo), y que
ha hegemonizado la industria de la fabricación de telas, sería obsoleto
que esa tela se haga a mano tardando cinco días pues existe una tec-
nología social que permite fabricarla en sólo una jornada. Hablamos
entonces de un tiempo socialmente necesario de una jornada para la rea-
lización de telas. Si se pretende fabricar esa misma tela pero con una
técnica más rudimentaria cuando está disponible el telar manual, ten-
drá una magnitud de valor mucho mayor y consecuentemente no po-
drá intercambiarse. Simplemente porque es posible fabricar telas con
un valor menor, es decir, más baratas y accesibles. Por eso el tiempo
de trabajo necesario es social, y no individual: está estipulado social-
mente por el desarrollo que colectivamente se estableció en el modo
de producción.
Entonces esa mensura, esa medición que hace posible que las
mercancías sean equiparables e intercambiadas se resume a una can-
tidad de trabajo humano abstracto que es posible medir mediante un
tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de una mer-
cancía. Resumiendo lo visto hasta aquí:
(144)
Ese oscuro objeto del deseo

Toda mercancía es considerada tal porque es realizada por un tra-


bajo humano que le imprime un valor que además es posible medir,
es decir contiene una magnitud de valor. Esa magnitud depende de
la cantidad de trabajo social necesario para la producción de una mer-
cancía. Tendrá un Vu social (los aspectos cualitativos) y un Vc que
dependerá de aquella magnitud de Valor otorgada por el trabajo hu-
mano y abstracto (su aspecto cuantitativo). Entonces, las mercancías
no contienen un valor porque son intercambiables; por el contrario, es
posible hacer transacciones con ellas porque poseen valor.
Estos elementos constitutivos de las mercancías (valor de uso, va-
lor y el valor de cambio que representa esa cantidad de valor mediante
el dinero) caben tanto para todas aquellas mercancías que mencio-
namos hasta aquí como ejemplos: la harina, la miel, las manzanas,
las máquinas; y también para aquellas mercancías “no materiales”.
Volviendo a los ejemplos que expusimos más arriba, si nos referimos
a la “calidad” en la educación, ¿en qué radica el valor de esa mercancía?
Pues en la cantidad de trabajo abstracto que está invertida en esa mer-
cancía “calidad”, a través de la mayor capacitación que puedan tener
los educadores, por ejemplo. La “seguridad” también puede venderse
como mercancía, aunque sea una sensación. En tanto una mercancía
es algo “que merced a sus propiedades satisface necesidades humanas
del tipo que fueran”,6 la necesidad de seguridad se puede satisfacer
mercantilmente. La disposición de agentes uniformados, móviles,
equipos, armas, etc., en un espacio-tiempo determinado (que consti-
tuye el Vu), satisfacen dicha necesidad.
Y su valor también estará estipulado por la cantidad de trabajo
humano abstracto que encierre ese Vu, en este caso una cadena de

6  Marx, K.: El capital, pág. 43.


(145)
Aproximaciones sociológicas

trabajos o conocimientos previos (el aprendizaje en el uso de armas


de fuego, de cachiporras o de cómo soplar un silbato) que habrían
sido invertidos en cada una de esos empleados que fueron contratados
para establecer “seguridad”.
Incluso las mismas personas pueden ser mercancías. No hablamos
de los trabajadores como el operario de una fábrica, el docente o el em-
pleado de seguridad que mencionamos antes, ya que esas personas po-
seen y venden su fuerza de trabajo como mercancía (nos detendremos
en esto más adelante). Nos referimos a esas personas que como tales
constituyen una mercancía, y que podríamos llamar esclavos. A dife-
rencia del asalariado, una persona esclavizada y convertida en sí misma
como mercancía no es dueña de absolutamente nada. Actualmente
hay más de 12 millones de esclavos en el mundo, la mayoría de ellos
mujeres inmersas en la prostitución forzada, aunque también hombres,
mujeres y niños que son vendidos a fábricas textiles o fincas agrope-
cuarias. Como dijimos antes, toda mercancía tiene un Vu social —que
sirve para otros—, pues sino no podría intercambiarse. Esto es expuesto
más claramente en las mujeres esclavizadas en prostíbulos (muchas de
ellas menores de edad): existe un “mercado” que requiere esa mercan-
cía, aunque sea ilegal y hoy nos parezca moralmente atroz. Se calcula
que a comienzos de 2011 que el negocio de la trata de personas mueve
más de 31 mil millones de dólares al año,7 aunque la esclavitud haya
sido abolida hace muchas décadas y aunque el sistema de producción
capitalista no esté basado en la esclavitud. No hace falta ir demasiado
lejos para encontrarnos con estos ejemplos. A comienzos de 2011 se
registraron cientos de trabajadores esclavizados en campos de la pro-
vincia de Córdoba en los que se cultivaba maíz controlados por la em-
presa norteamericana “Dupont”, y en campos yerbateros de la empresa
“Las Marías” en la provincia de Misiones. 8 Esas personas trabajaban de
sol a sol apenas por una comida al día y sin ningún tipo de cobertura
sanitaria ni bajo ningún régimen laboral legal. Dormían en cuchetas,
cerca de animales y sin protección para el frío o el calor. Esas personas

7  “El negocio de la esclavitud”, por Fernanda Balatti. Le Monde Diplomatique N°


139, pág. 9.
8  Ver diarios Página 12, Miradas al Sur, Clarín y La Nación del 20 de enero a
2 de febrero de 2011.
(146)
Ese oscuro objeto del deseo

no vendían su Fuerza de Trabajo, sino que fueron “comprados” tempo-


ralmente y reducidos a una figura muy similar a la de los bueyes que
mencionamos más arriba, que convertían el trigo en harina al mover la
piedra del molino. Como vemos, en el capitalismo casi todo es posible
de vender. Casi todo es una mercancía.

Las mercancías en circulación

A lo largo de sus investigaciones Marx constantemente plantea


una metodología de comprensión y abordaje basada en la dialéctica.9

9  No estamos en condiciones y con el espacio necesario para detenernos


en este asunto. Pero básicamente cuando hablamos de dialéctica en Marx
debemos referirnos a Georg Friedrich Hegel (1770-1831), filósofo alemán y
uno de los más importantes en el pensamiento moderno, quién revolucionó
la dialéctica (proveniente de la filosofía griega) para sus estudios filosófico/
históricos. Tuvo gran influencia en Marx, quien sin embargo se distanció
de la dialéctica idealista de Hegel y empleó para sus investigaciones una
dialéctica materialista, o mejor dicho, un materialismo dialéctico. En todo
sistema dialéctico existe un estadio que, por sus componentes, derivará en
una contradicción que establecerá un nuevo estadio de ese sistema. Así,
posición, oposición y composición serán los tres estadios de esa sucesión
de negaciones. O tesis (o estadio inicial, afirmación), antítesis (estadio de
negación o contradicción al momento originario) y síntesis (o negación de
la negación; resolución en un nuevo estadio superador a los anteriores).
Este camino metodológico será el adoptado por Marx para poder entender
el desarrollo y los componentes del capitalismo, sistema que por cierto está
plagado de contradicciones. Figurativamente se podría pensar que esa serie de
movimientos no se establece de manera rectilínea, sino espiralada: se procede a
nuevos estadios hacia un nivel superior, pero que estará condicionado siempre
por la etapa anterior. Y el nuevo “piso” que se logre en ese camino espiralado
a su vez condicionará el “piso” siguiente. Se podría aplicar este ejemplo en
nosotros mismos. Crecemos de manera dialéctica si pensamos que no somos
los mismos que hace 10 años atrás pues ha cambiado nuestro cuerpo, nuestra
estructura psíquica y afectiva y la manera de entender el mundo. Pero sin
(147)
Aproximaciones sociológicas

El régimen capitalista —y en realidad la historia de la humanidad


misma— es concebido por Marx de modo dialéctico, es decir, con
una innumerable disposición de contradicciones que constantemente
se van resolviendo en nuevos estadios, que generaran a su vez nuevas
contradicciones. Esta lógica se aplica, desde ya, al estudio de la mer-
cancía y del desarrollo del capitalismo.
Hasta aquí hemos hablado de las mercancías fuera de la circu-
lación, es decir, casi de manera irreal pues el objeto de toda mercan-
cía es justamente que se intercambie. Pero como menciona Marx, las
mercancías “no pueden acudir solas, ni cambiarse por sí mismas” en
el mercado. Son las personas las que deben entrar en relación como
productores privados, enfrentando sus mercancías. Al realizar dicho
intercambio se establece así un contrato tácito, que no es más ni me-
nos que la relación de voluntad de intercambiar.
La relación del propietario o productor de la mercancía con ésta
es singular: no tiene interés en su valor de uso, pues por eso mismo
acude al mercado a intercambiarla. Su interés radica en que su mer-
cancía manifieste su valor en otra distinta, y que otra persona encuen-
tre un valor de uso en la misma. Por eso la forma mercancía surge allí
donde se termina la comunidad, es decir, cuando un producto deja de
tener utilidad para una comunidad o para los miembros de la misma,
y debe ser intercambiado con otra comunidad o sus miembros.
Supongamos que se enfrentan en el mercado el productor A y el
productor B, cada uno con su mercancía A y su mercancía B, respec-
tivamente. Desean intercambiarlas, por lo cual para el propietario
A, la mercancía A es un no valor de uso personal sino que su interés
será que tenga un VU para otros. En ese intercambio se busca satis-
facer las necesidades de quien adquiere la mercancía: la mercancía
A satisface con su valor de uso al productor B, y viceversa. De modo
que el productor A busca realizar a su mercancía como valor en el
mercado antes que nada. Lo mismo sucede con el productor B y su
mercancía:

embargo, somos producto de esa etapa y en definitiva somos la misma persona,


única e irrepetible. Y siguiendo el circuito, también seremos distintos dentro
de 10 años, aunque condicionados indefectiblemente por lo que constituimos
hoy. Seremos los mismos, pero al mismo tiempo no.
(148)
Ese oscuro objeto del deseo

Por ello, a partir de esta ecuación, antes de concebirse como valo-


res de uso las mercancías se producen con la finalidad de que sean va-
lores y sean intercambiables, para lo cual obviamente tendrán Vc. Y al
mismo tiempo (y aquí uno de sus aspectos dialécticos, contradictorios)
para realizarse como valores, deben acreditarse como valores de uso.
Sabemos que el trueque entre distintas mercancías que plantea-
mos en el esquema anterior poco a poco fue evolucionando a otras
formas a medida que se fue desarrollando el comercio. Por ello de-
cimos que las mercancías comenzaron a circular cuando se terminó
la comunidad, es decir, cuando hubo necesidad de intercambiar pro-
ductos con otras comarcas. Esto, lógicamente, no fue premeditado
sino que fue producto de un desarrollo social, de una cada vez mayor
división del trabajo, de una mayor circulación de mercancías que eran
demandadas, de un mayor y progresivo intercambio. Esa alta circula-
ción llevó a imponer un elemento que sea representativo del resto de
las mercancías, que sea un equivalente general. Lo que permite pensar
la posibilidad de que sea en los pueblos nómades donde primero se
pudo haber constituido ese equivalente general o forma dinero, con la
necesidad de un elemento que resuma la función del valor.
Hoy el dinero se nos presenta como algo absolutamente coti-
diano, pero una vez más, no por manipularlo y por considerarlo algo
absolutamente común, necesariamente conozcamos los enigmas que
encierra. Al igual que las otras mercancías que comenzaron a inter-
cambiarse, lo que hoy conocemos como “dinero” fue en principio un
equivalente aislado, corporizado en distintos productos que tenían
como función representar el valor del resto del mundo de mercancías.
(149)
Aproximaciones sociológicas

La sal, por ejemplo, sirvió de equivalente en el Imperio Romano y


hasta de elemento para retribuir por un servicio, y de allí la palabra
que hoy conocemos como salario, que en latín significa por sal. Es
decir, la forma de equivalente general no adoptó desde un principio
forma metálica.
Fue un metal en particular, el oro, el que adoptó el lugar de equi-
valente general del resto de las mercancías y esto, una vez más, no fue
producto del azar ni de un cálculo premeditado, sino que se impuso
como resultado de un desarrollo social. Los metales preciosos (el oro,
la plata) permitían el fácil fraccionamiento y transporte en pequeñas
cantidades que luego adoptaron la forma de monedas de oro o plata,
además de no sufrir adulteraciones físicas o químicas con el paso del
tiempo. Esos metales adquirieron de este modo un uso particular:
además de sus cualidades habituales que las caracterizan como ma-
teria prima (para hacer anillos por ejemplo), adquiere el valor de uso
social que le da la relación de intercambio.
De modo que todas las mercancías comenzaron a reflejarse en el
oro, y este elemento fue el que se estableció como representante social
del trabajo humano plasmado en las mercancías. Es así que el dinero es
en realidad una mercancía más cuyo Vu es justamente representar el Vc
de otras mercancías, a través de la forma precio. Entonces el problema
para entender la función del dinero es de carácter genealógico, y por
lo tanto epistemológico, o sea, un problema de conocimiento: cotidia-
namente manipulamos un objeto al que sin embargo no conocemos
del todo porque perdimos de vista que se trata originariamente de una
mercancía que adoptó la forma de equivalente general. Dice Marx: “al
igual que todas las mercancías, el dinero sólo puede expresar su pro-
pia magnitud de valor relativamente, en otras mercancías. Su propio
valor lo determina el tiempo de trabajo requerido para su producción
y se expresa en la cantidad de toda otra mercancía en la que se haya
solidificado el mismo tiempo de trabajo”. 10
Es allí donde radica el carácter dialéctico y contradictorio del di-
nero: es una mercancía cuyo Vu es representar un Vc, y como equi-
valente general del valor de otras mercancías se trata también de una
mercancía aunque no parezca tal. En síntesis, es el hecho social del

10  Marx, K.: El capital, pág. 112.


(150)
Ese oscuro objeto del deseo

intercambio, la circulación de mercancías como acción social lo que hará


que una de ellas sobresalga de las demás y se convierta en equivalente
general. Cobra así el carácter de equivalente para toda la sociedad, el
dinero. Es decir que al equiparar mercancías entre sí, lo que se hace
realmente es equiparar trabajo abstracto social, aunque esta idea se
haya perdido en la materialidad del dinero como equivalente general.

Sobre el conocimiento de la igualdad de las mercancías

Marx reconoce que existe un carácter “misterioso” en la forma


equivalente de las mercancías. Ese “misterio” sobre la función de equi-
valente general de las mercancías —el dinero—, tiene plena vigen-
cia en la actualidad. Ocurre que las propiedades que hacen que una
mercancía sea equivalente de otra no se encuentran en su naturaleza
misma o en las cualidades que encierra; en por ejemplo, que el oro
brille. Como consecuencia del complejo proceso de producción de
carácter histórico, hemos perdido de vista las características funda-
mentales para que cualquier mercancía funcione como equivalente
general, es decir, como la materialización de trabajo humano abstracto.
Por eso Marx reconoce que la investigación que encara sobre el
carácter de la mercancía y del dinero fue posible luego de un pro-
ceso histórico. Es decir, existe un problema epistemológico —o de
conocimiento de la realidad— que fue posible plantear sólo cuando
ciertas condiciones materiales de producción y de conocimiento se
establecieron. “El secreto de la expresión de valor, la igualdad y la
validez igual de todos los trabajos por ser trabajo humano en general […]
sólo podía ser descifrado cuando el concepto de la igualdad humana
poseyera ya la firmeza de un prejuicio popular. Esto sólo es posible en
una sociedad donde la forma de mercancía es la forma general que
adopta el producto del trabajo, y donde la relación entre unos y otros
hombres como poseedores de mercancías se ha convertido en la relación
dominante”.11 ¿Qué quiere decir esto? Primero, fue necesario que los
productores de mercancías estén en condición de igualdad (es decir,

11  Marx, K.: El capital, pág. 74.


(151)
Aproximaciones sociológicas

sean formalmente libres) 12 para que sus productos puedan ser conce-
bidos como equivalentes. Segundo, y en consecuencia, que las particu-
laridades y características de las mercancías tal y como las conocemos
hoy son propias del sistema de producción capitalista.
Es necesario entonces que dejemos claro que la idea de equiva-
lencia e igualdad entre las mercancías no siempre tuvo la fuerza que
hoy tiene, como si fuese algo absolutamente obvio. Es en este punto
cuando Marx marca un contraste con el razonamiento de Aristóteles:
el pensador y filósofo griego no podía interpretar del todo cómo es
que objetos tan distintos como por ejemplo la leña y la miel sean
conmensurables e intercambiables. ¿Dónde está lo igual, lo que hace
que elementos tan disímiles como el hierro y el algodón puedan ser
equiparables? Obviamente en la Grecia Antigua existía el intercam-
bio de mercancías, pero no como lo conocemos en la etapa capitalista.
La sociedad griega, basada en un sistema esclavista de producción,
provocaba que los objetos productos del trabajo contuvieran dentro
de sí una condición quimérica al ser equiparados unos con otros, es
decir características difíciles de descifrar. Ese modo de producción y
el conocimiento que poseía Aristóteles en esa época, le impidieron
elaborar —ni siquiera imaginar— conceptos relacionados al valor y al
trabajo abstracto. Las mercancías eran equiparables pero no se sabía
el origen de esa equiparación ya que no existía la idea de igualdad en
los distintos trabajos que encerraban los productos a intercambiar. Por
ello es posible llegar a las entrañas de la mercancía en una sociedad en
la que “los obreros son formalmente libres”, y se establezca un con-
trato de igualdad formal en los tiempos de trabajo y en las magnitudes
de valor que encierra toda mercancía (cosa que no existía en el modo
de producción esclavista). Es decir que ese conocimiento fue posible
una vez las condiciones de trabajo también fueron equiparables y se
convirtieron en objetivas. Es decir, donde existió un tiempo de trabajo
socialmente necesario.

12  Cuando hablamos de obreros formalmente libres lo planteamos en un


doble sentido. Se trata de trabajadores que para vender su fuerza de trabajo han
quedado libres de sus ataduras feudales y de servidumbre, y libres de la posesión
de sus medios de producción. Por lo cual son libres, pero al mismo tiempo están
obligados a vender su fuerza de trabajo para poder sobrevivir.
(152)
Ese oscuro objeto del deseo

En este análisis es posible resaltar algunos elementos del ma-


terialismo histórico, marco teórico a través del cual se estudian los
sucesos de la historia teniendo en cuenta principalmente las formas
materiales de producción y desarrollo de una sociedad (su estructura),
las cuales condicionarán la cosmovisión de esa sociedad, sus ideo-
logías, formas jurídicas, políticas y administrativas (su superestruc-
tura). Desde este punto de vista, el modo de producción condiciona
el proceso que va adquiriendo la vida intelectual en general. O dicho
de otro modo, el total de las relaciones sociales de una sociedad se
encuentran condicionadas por sus fuerzas productivas y el modo de
producción que allí se establece. “Al adquirir nuevas fuerzas producti-
vas, los hombres mudan su sistema de producción y al mudar el modo
o sistema de producción, o sea la manera de ganarse la vida, mudan
todas sus relaciones sociales. El molino de mano nos dará la sociedad
con el señor feudal; el molino de vapor, la sociedad con el capitalista
industrial”.13 O dicho por Marx en la Introducción general a la crítica
de la economía política de 1857: “no es la conciencia del hombre la
que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que de-
termina su conciencia.”14

13  Marx, K.: Miseria de la filosofía, pág. 126.


14  Marx, K.: Prólogo a la Contribución de la Economía Política (1859), pág. 54.
Rolando García, prestigioso científico argentino investigador de la historia de
la ciencia, plantea una interesante hipótesis que va en la misma dirección a la
que ofrece Marx sobre Aristóteles y la equivalencia entre las mercancías. García
plantea que en el modo de producción de la China antigua no se conoció el
trabajo esclavo como sí en la Grecia de Aristóteles. Esto habría condicionado
la manera de interpretar el mundo de esa sociedad: “la institución de esclavitud
como forma de propiedad no constituyó nunca un fundamento para el conjunto
de la sociedad, como ha podido producirse en una cierta época en Occidente.
[…] La necesidad del transporte de las grandes obras públicas impulsaron así el
desarrollo de técnicas para reemplazar la fuerza humana. Entre las más antiguas
y desarrolladas de dichas técnicas figuran sin duda aquellas que estaban ligadas
a las obras hidráulicas requeridas por la irrigación y el transporte de agua.” (El
conocimiento en construcción, 2002, pág. 180). Para el autor, la no existencia de
esas relaciones de producción catapultaron el conocimiento de un modo muy
distinto al de occidente. De modo que aquella estructura productiva provocó
(153)
Aproximaciones sociológicas

Es decir que Marx era conciente de que sus elaboraciones teóricas


fueron posibles a partir del desarrollo de la economía y surgimiento
del capitalismo. Entender la condición de igualdad entre individuos
productores de mercancías permitió el avance cognoscitivo hecho por
Marx. Pero a su vez, y como la realidad es dialéctica, esas condiciones
materiales que permitieron un estadio avanzado de conocimiento con
respecto a épocas pasadas, también construyeron nuevas formas de
realidades ocultas. Veamos cuáles.

La mercancía como fetiche

Nos sumergimos un poco más en los problemas que plantean esos


objetos que llamamos mercancías. Considerada como Vu, la mercan-
cía no encierra nada de misterioso, sino simplemente el producto de
trabajo humano destinado a satisfacer necesidades. En los primeros
ejemplos que pusimos, en los que un sujeto produce elementos para
su propia supervivencia, los productos son trabajos útiles y no son
mercancías, por lo cual no existe misterio alguno en ellos.
Lo mismo sucede como valor, pues por mucho que se diferen-
cie la tarea de un carpintero o un panadero, sus productos suponen
una actividad del cuerpo humano, un gasto de energías. Por lo que
refiere a la magnitud de valor o cantidad de trabajo invertido y al
tiempo que sirve para medirlo, también son problemas que hemos
revisado.
Sin embargo, la mercancía tiene un carácter misterioso que pro-
viene de su propia forma. Ese carácter misterioso es lo que Marx de-
nomina de manera original “fetichismo de la mercancía”. Utiliza este
término para hacer referencia al “pensamiento mágico” que existe so-
bre estos objetos. La metáfora hace referencia directa a las religiones
primitivas en las cuales se vanagloriaban ciertos objetos de la natura-
leza (el Sol, los océanos, la tierra, los fenómenos atmosféricos), es de-
cir, se les adjudicaba poderes sobrenaturales. (Ese fetichismo persiste

un desarrollo del conocimiento y formas de administración política muy


particulares, y muy distintas.
(154)
Ese oscuro objeto del deseo

en las religiones modernas aunque, como sabemos, ya no en torno a


los fenómenos de la naturaleza).
El carácter fetichista del que habla Marx no tiene que ver con
convertir en fetiches sólo a algunas mercancías o, llevándolo a la eco-
nomía actual, con las marcas relacionadas a esas mercancías (aunque
eso también puede suceder al creer que ciertas marcas son mejores
que otras, aunque sus procesos productivos y materias primas sean
prácticamente los mismos). Se trata más bien de un obstáculo de
comprensión que atañe a todo el proceso de producción capitalista y
a las mercancías como resultados del mismo.
El carácter misterioso de las mercancías reside en un problema
básico: proyectan ante los hombres el carácter social del trabajo de
éstos como si fuese una particularidad material de los propios pro-
ductos. Como sabemos, en el capitalismo el control del proceso eco-
nómico no es ejercido por los propios productores. El proceso eco-
nómico queda, en consecuencia, opacado para los productores y para
el conjunto de los individuos. Se desconoce el proceso de producción
social de mercancías y el valor de las mismas se presenta en el mer-
cado como algo natural, inherente a las mismas mercancías, cuando
en realidad tiene un origen social. La relación se reduce a cambiar los
productos de los trabajos en el mercado, con lo que el carácter espe-
cíficamente social resalta sólo en ese intercambio, apareciendo como
relaciones sociales entre las cosas.
El “defasaje” de conocimiento se produce en la división del tra-
bajo que se desarrolla en el capitalismo. Allí cada trabajador está
segmentado, individualizado, y su entendimiento del proceso pro-
ductivo global es casi nulo. A su vez coopera con otros trabajadores
que están en la misma situación, es decir, que también tienen un
conocimiento segmentado sobre su participación en la producción.
Ese conjunto de individualidades tienen el punto de vista del “pro-
ductor independiente” e individual sobre objetos que producen de
los cuales no son propietarios, y que están destinados al mercado
aunque esos trabajadores no han planificado concientemente fabri-
car tal o cual mercancía.
El problema no radica en la división del trabajo en sí mismo —
pues en otros sistemas productivos anteriores al capitalismo también
hubo división del trabajo social— sino en el carácter que adquiere
(155)
Aproximaciones sociológicas

con el capitalismo.15 Básicamente: 1) el obrero es sólo parte de un


proceso productivo más amplio del cual no es conciente y 2) debe
someterse a una disciplina externa que además implica una nueva
jerarquía entre los obreros. Esto genera en definitiva que se pierda
de vista el potencial social del proceso productivo visto en su con-
junto y que se expresa en la producción de mercancías. El carácter
social de cada mercancía se puede rastrear en una larga cadena de
trabajos en cooperación, que sin embargo los mismos trabajadores
no conocen como tal. Por eso una vez en el mercado sólo se divisan
las mercancías por su Vc, y no por las magnitudes de valor que tie-
nen incorporadas a lo largo del proceso productivo.
El carácter misterioso de las mercancías estriba entonces en un
carácter dual y al mismo tiempo contradictorio. Esa contradicción se
puede pensar en tanto una relación conflictiva entre forma y conte-
nido: su forma (apariencia) envuelve su contenido (esencia). La rea-
lidad social en el capitalismo hace que naturalicemos esa dualidad
en la mercancía, pero mediante la investigación es posible acceder a
su contenido, aunque su forma permanezca vigente. Dice Marx: “El
descubrimiento de este secreto (la determinación de la magnitud de
valor por el tiempo de trabajo) destruye la apariencia de la determi-
nación puramente casual de las magnitudes de valor de los productos
del trabajo, pero no destruye, ni mucho menos, su forma material.
La reflexión acerca de las formas de la vida humana, incluyendo por

15  La división del trabajo social nos traslada a otro gran pensador e investigador,
Emile Durkheim (1859-1917). En La división del trabajo Social —su tesis
doctoral escrita en 1893— se deja en claro que la paulatina división del trabajo
en la historia de la humanidad se impone como un hecho social que coacciona
al individuo, observación que no contradice a la teoría marxista. Durkheim
ve muchos problemas que Marx también veía en el S. XIX: el aumento de
homicidios, alcoholismo, hacinamiento, etc., es decir, el aumento del grado de
embrutecimiento no sólo en la fábrica sino fuera de ésta. La diferencia principal
es que Durkheim no plantea la explotación —y dominación consecuente—
de una clase social sobre otra y las relaciones de dominación como problema
central, sino la cada vez mayor individualización de las tareas que generarían
un alto nivel de conflicto y egoísmo y una “conciencia colectiva fragmentada”.
Es decir, una problemática de carácter moral.
(156)
Ese oscuro objeto del deseo

tanto el análisis científico de ésta, sigue en general un camino opuesto


al curso real de las cosas.”16
Debemos entender que no se trata de una apariencia falsa del
problema: el sistema se presenta de ese modo, mediante una “más-
cara” que oculta la realidad social. Es decir, no hay un “engaño” pues
el sistema productivo se ha forjado de ese modo en el que sólo me-
diante un proceso de investigación es posible acceder a las entrañas
del problema y correr la “máscara”. Pero aquella máscara existe, no es
una interpretación falsa de la realidad.
Lo mismo ocurre con respecto al dinero. Como hemos visto, el
dinero surge de una relación histórica entre mercancías, aunque hoy
perdió esa apariencia y el dinero también es fetichizado como una
cosa que tiene por sí misma un valor particular. Por eso el fetichismo
de la mercancía es, también, fetichismo del dinero.

Una mercancía muy especial

Hasta aquí nos hemos referido a las mercancías como objetos


que sirven para satisfacer necesidades, que contienen una serie de
características como su Vu, su valor, su Vc, los tiempos de trabajo
social que permiten medir ese valor intrínseco, etc. Vimos también
que las mercancías sólo son posibles de entender si las colocamos en
perspectiva histórica, internándonos en el proceso de producción y
de intercambio. Pues bien, ¿qué factores intervienen en ese proceso
de producción? Como sabemos, las máquinas –o medios de produc-
ción— y las materias primas son también mercancías que cumplen
con las condiciones que ya hemos visto. Pero nos falta un elemento, el
principal de todos: la fuerza de trabajo, o la capacidad física y mental
que tienen los hombres para transformar la naturaleza de las cosas,
para realizar un trabajo. Este es un concepto de especial relevancia en
la teoría marxista y por ello debemos prestarle especial atención.
En el capitalismo la fuerza de trabajo (FT de aquí en más)
también es una mercancía que es vendida temporalmente por sus

16  Marx, K.: El capital, pág. 40.


(157)
Aproximaciones sociológicas

poseedores, los asalariados. Y como mercancía que es, la FT cumple


con las mismas condiciones del resto de las mercancías, aunque tam-
bién adquiere otras condiciones. Como podemos suponer, la FT no
es una figura económica que haya existido siempre. En el siglo XV,
la mayoría de la población de Europa occidental estaba formada de
campesinos que repartían su tiempo cultivando su propia tierra y la
tierra del Señor, además de las tierras comunales. Pero un descomunal
impulso del comercio en el norte de Europa (Países Bajos y Reino
Unido) a partir del descubrimiento de América y de nuevas rutas
hacia Oriente acompañado por el florecimiento de la manufactura de
la lana, determinaron que los grandes señores feudales comenzaran a
expropiar a los campesinos de sus tierras para dedicarse a la cría de
ovejas y la producción de lana. Ese lento pero inexorable cambio co-
menzó en el último tercio del s. XV y primer tercio del XVI a través de
una legislación sanguinaria.17 De modo que la constitución histórica

17  Durante el reinado de Enrique VIII de Inglaterra —impulsor de la


Reforma protestante en Inglaterra y del fin de las relaciones con la Iglesia
Católica— se ejecutaron más de 70.000 ladrones. Hacia 1530 se impuso que
aquellos que estaban en condiciones de trabajar y no lo hicieran, serían azotados
hasta sangrar, condenados a volver a su lugar de origen a trabajar. Eduardo VI
impuso en 1547 que se declarará esclavo a quien sea denunciado como vago.
Isabel I decretó en 1572 que se marcaría con un hierro candente a los mendigos,
y si eran mayores de 18 años y reincidían, serían ejecutados. Los azotes, la
cárcel, las marcas y ejecuciones se mantuvieron hasta principios del siglo XVIII.
En Francia hubo situaciones similares a lo largo del siglo XVII y XVIII. A
fines de ese siglo, no quedaban vestigios de propiedad comunal. Fue el proceso
que Marx llamó en el capítulo XXIV de El capital “acumulación originaria”,
o sea, los inicios del proceso de producción capitalista construidos sobre los
cimientos de una expropiación masiva. Desde otra perspectiva, Max Weber
(1864-1920) explica el desarrollo del capitalismo en su obra La ética Protestante
y el Espíritu del Capitalismo a partir de una metodología comparativa del sentido
de las acciones. Encuentra fuertes coincidencias entre los fieles protestantes
y los primeros emprendedores capitalistas que coinciden con la Reforma
Protestante iniciada en Alemania en el s. XV y que avanzó fuertemente en los
Países Bajos, Inglaterra y Escocia. Es por ello que según él, aunque en Oriente
también se hayan registrado “indicios de capitalismo”, fue en una limitada
(158)
Ese oscuro objeto del deseo

del trabajador asalariado que debió vender su FT compulsivamente


tuvo un origen violento que hoy ha quedado desdibujado.
Desde mediados del siglo XVI (1550) hasta el último tercio del
siglo XVIII (1775) el trabajo artesanal fue quedando postergado
frente a un modo de producción en expansión que resultó revolu-
cionario: la cooperación manufacturera. El desarrollo de la industria
manufacturera transformó vertiginosamente la división social del
trabajo, previo al salto dado por la Revolución Industrial. Por eso, y
siempre desde una perspectiva dialéctica de la historia, la división del
trabajo manufacturero es producto de progresos pasados, y a su vez,
germen de progresos venideros. Allí se encuentran las raíces de lo que
hoy conocemos como capitalismo industrial.
Los cambios económicos acontecidos a lo largo de esos siglos
no sólo modificaron el modo de vida de las personas afectadas sino
que influyeron en la forma de entender el mundo. La conformación
histórica de la FT implicó a su vez una transformación en las leyes, la
ideología, las costumbres y el entendimiento general de la existencia.
Así, el lento pero incesante cambio en los modos de producción (la
estructura social), incluyó diversos cambios en la cosmovisión (su su-
perestructura) de Europa Occidental.
Uno de los rasgos principales en el cambio de esa superestructura
administrativa e ideológica, fue el rol que comenzaron a ocupar los
Estados absolutistas. En el sistema feudal de producción imperante
en la Edad Media, el Señor dueño de las tierras ejercía una domi-
nación tanto económica como política sobre sus siervos. Incluso los
siervos podían convertirse, en ciertas circunstancias, en soldados del
Señor para batallar contra comarcas enemigas. Es decir, la domina-
ción económica y política recaía en una misma figura. Pero con el
desarrollo incesante de la producción manufacturera de la mano de la
naciente burguesía, y con la gradual transformación del productor en

región de Occidente donde la racionalidad ligada a los principios protestantes


(preocupación por el trabajo, la austeridad y el progreso, y en contra del
despilfarro) habrían conjugado la “esencia” de la sistematicidad y racionalidad
capitalistas. Aunque se puede entender como un análisis complementario,
quedan fuera de este esquema la matriz de la lucha de clases como “motor de la
historia”, que es central en Marx para entender el surgimiento del capitalismo.
(159)
Aproximaciones sociológicas

relación de servidumbre a trabajador formalmente libre, se gestaron


otros espacios específicos de coerción política. El Estado fue adqui-
riendo mayor función coercitiva al obligar a los miles de desplazados
y expropiados de sus tierras a vender su fuerza de trabajo. Es así que
la esfera política en el capitalismo tiene un carácter especial porque
“el poder coercitivo que respalda la explotación capitalista no está ma-
nejado directamente por el apropiador y no se basa en la subordina-
ción política o jurídica de un productor al amo. Pero siguen siendo
esenciales un poder coercitivo y una estructura de dominio, aunque la
libertad y la igualdad del intercambio entre capital y fuerza de trabajo
significa que el «momento» de coerción está separado del «momento»
de apropiación”.18
Con el desarrollo de la industria manufacturera se combina-
ron oficios independientes que sucesivamente se fueron perfeccio-
nando, lo que generó un virtuosismo en los trabajadores que se
especializaron en tareas, herramientas y técnicas muy específicas
de trabajo. Pero este cada vez mayor perfeccionamiento generó al
unísono un mayor embrutecimiento, pues los conocimientos se
redujeron y se especificaron al máximo. Marx hace una analogía
entre el efecto de la manufactura en los operarios y las conductas
que se tenía en las estancias argentinas del siglo XIX: en el modo

18  Meiksins Wood, E.: Democracia contra Capitalismo, pág. 37. Desde ya, la
caracterización que hace la autora tiene la más plena vigencia. Esta observación
nos advierte de la supuesta “neutralidad” que adquiere el Estado en el sistema
capitalista, que incluso en determinadas circunstancias históricas fue caratulado
como “benefactor”. Podríamos encontrar decenas de ejemplos en los cuales
se verifica que el Estado ejerce una coerción en pos de sostener e impulsar la
acumulación y funcionamiento del capitalismo. La disolución violenta de una
huelga, por ejemplo, tiene que ver con ese “momento” de coerción que adopta
el Estado, por fuera del momento de apropiación en el proceso productivo.
También podemos ver esto en otras circunstancias: cuando se aplica una
represión a los cortes de ruta, por ejemplo, el Estado interviene en este caso
no para obligar a los expropiados a que vendan su fuerza de trabajo –como
sucedía en el siglo XV y XVI en Inglaterra- sino para despejar el espacio de
circulación de las mercancías y que en definitiva puedan realizarse como tales
en el mercado.
(160)
Ese oscuro objeto del deseo

de producción manufacturero se utiliza al trabajador sólo para una


función, tal como se utilizaban a las vacas para faenarlas y sólo
sacarles el cuero o el cebo.19 Parte de ese embrutecimiento radica
en que los trabajos individuales carecen de todo control sobre el
potencial social de éstos. Trabajaban en cooperación, pero no auto-
gestionada sino impuesta.
Tanto en el modo de producción manufacturero como en la ac-
tualidad hay algo que no ha cambiado ni un ápice: la compra y venta
de FT. De hecho concebimos como “normal” que la mayor parte de
la población deba vender su FT para subsistir. Vemos esta transac-
ción como algo común y corriente, pero una vez dentro del proceso
productivo, la mercancía FT despliega todas sus contradicciones y
por eso se trata de una mercancía peculiar, única. Es que en aquel
contrato entre empleador y empleado no hay un intercambio de
mercancías equivalentes, por más que la FT sea pagada con dinero
por su Vc. Aunque ambas partes se presenten como “personas jurí-
dicamente iguales”, en realidad lo que sucede es que el propietario
de los medios de producción adquiere una mercancía que vale más
mucho más que su Vc: su Vu es esencialmente producir más que lo
que costó. Se compra una mercancía por 10, aunque en una jornada
de trabajo produce 12. Se trata de una transacción parece romper las
leyes originarias del intercambio entre equivalentes.
Este problema se expresa, una vez más, en su forma y en su
contenido. La forma es una apariencia entre iguales, el asalariado y
el capitalista que “firman” un contrato de trabajo, cuyo contenido
es muy distinto a su forma. Por ello debemos tener en claro que el
asalariado no vende trabajo, sino una mercancía aún más valiosa,
su FT, que es la que permite al asalariado pagar su propio salario,
y además dejar un valor extra que será expropiado por quien lo
emplea. El trabajo será, siempre, el resultado de emplear la fuerza
de trabajo.
La mercancía fuerza de trabajo es la que motoriza la acumulación,
y esto es así tanto en el siglo XIX como en el XXI, aunque haya una
y mil barreras y caminos intrincados que nos compliquen vislumbrar
este hecho tan real como que la Tierra gira alrededor del Sol, aunque

19  Marx, K.: El capital, pág. 439.


(161)
Aproximaciones sociológicas

veamos “salir el sol” y “trasladarse” en el cenit. Para el mismo vendedor


de FT esto no está clarificado, ya que no hay un pasaje automático
entre realizar una acción y tomar conciencia de esa acción. Es decir, no
necesariamente se sepan las causas y consecuencias de esas acciones e
incluso lo que significan e implican aunque nosotros mismos las lleve-
mos a cabo.
Es el trabajo humano abstracto lo que hace que podamos hablar
de un Valor en los objetos que consideramos mercancías, pero en el
capitalismo los trabajadores despliegan esa capacidad humana sólo
para venderla a cambio de un salario con el fin de mantener y repro-
ducir su existencia física. Es decir que la capacidad de trabajo, algo in-
herentemente humano, se torna en el capitalismo en su opuesto, una
actividad deshumanizante. Y si el asalariado al vender la mercancía
FT se interna en un proceso de deshumanización, entonces también
comienza una enajenación (separación) del resto de los hombres. En
palabras de Marx: “mediante el trabajo enajenado crea el trabajador la
relación de este trabajo con un hombre que está fuera del trabajo y le
es extraño. La relación del trabajador con el trabajo engendra la rela-
ción de éste con el del capitalista o como quiera llamarse al patrono
del trabajo. La propiedad privada es, pues, el producto, el resultado, la
consecuencia necesaria del trabajo enajenado”.20

Consideraciones finales

En los temas que aquí tratamos se entrelazan la economía, la fi-


losofía, la moral, la ideología, etc., y han sido objeto de centenares
de teorías y estudios elaborados por muchísimos pensadores e inves-
tigadores en todo el mundo. La ley del valor desarrollada por Marx
—cuyos componentes básicos revisamos— permite entender que el
“secreto” de la acumulación capitalista no se encuentra en la inteligen-
cia de los empresarios, en su perspicaz noción de las oportunidades, o
del ahínco por el trabajo. Todos estos elementos pueden estar, pero lo
fundamental para que los propietarios de los medios de producción

20  Marx, K.: Manuscritos Economía y Filosofía. Primer Manuscrito, pág. 116.
(162)
Ese oscuro objeto del deseo

cada vez puedan acumular más bienes y más capital será el empleo de
Fuerza de Trabajo, que produce más de lo que es retribuida. Y que ese
plusproducto sea expropiado legalmente.
Pero como hemos mencionado a lo largo de este artículo, para
Marx no hay nada estático, sino que la realidad es dialéctica, en per-
manente movimiento y depende en definitiva de los procesos sociales
concretos que acontecen. Si bien las clases asalariadas hoy también
permanecen expropiadas (material y culturalmente), esto no implica
que sea algo eterno y no pueda ser cambiado. La constante división
del trabajo que genera embrutecimiento, también permitió la reunión
de decenas, centenares o miles de personas en un establecimiento,
y la conformación del proletariado en sí. Pero como mencionamos
anteriormente, formar parte del proletariado no implica necesaria-
mente tomar conciencia de que una parte del Valor producido será
expropiado por el capital, y que ese mecanismo es lo que permitirá su
reproducción y acumulación. Es el conflicto o la intención manifiesta
de revertir una situación lo que da la llave para abrir las puertas hacia
esa concientización. A su vez la toma de conciencia permite nuevas
instancias de conflicto, y el conflicto deriva en el cambio de estruc-
turas económicas, de pensamiento, de una cosmovisión. Pero eso es
materia de otro capítulo dentro del marxismo, que aquí no tocaremos.
Una última reflexión que atañe a la labor de aprendizaje. Solemos
pensar que estos elementos revisados sólo pueden servir con el fin de
aprobar una materia, o a lo sumo sirve como insumo a sociólogos, a
historiadores o a economistas. Nada más alejado de la realidad. Haber
abordado los primeros pasos en la lectura de la obra El capital no sólo
permite entender la génesis del capitalismo y su desarrollo ulterior du-
rante el siglo XIX, sino también entender los ejes sobresalientes que
sostienen el andamiaje del sistema incluso al día de hoy. Y esto es válido
para sociólogos, historiadores, economistas, geógrafos, filósofos o con-
tadores, y para todos aquellos que alguna vez deban vender su FT para
subsistir, es decir, la casi totalidad de la población. Por ello, así como es
tarea de los mismos asalariados tomar conciencia de su condición de
productores de plusvalor que es expropiado, es tarea de todos tomar
conciencia de las acciones que realizamos, siempre y cuando queramos
entender la realidad alejándonos de un pensamiento mágico o ingenuo
y acercarnos a un entendimiento más científico de esa realidad.
(163)
Aproximaciones sociológicas

Bibliografía

Durkheim, E. [1893] (1994). La división del trabajo social. Barcelona:


Planeta Agostini.
García, R. (2002). El conocimiento en construcción. Barcelona: Gedisa
Editora.
Marx, K. [1844] (1999). Manuscritos Economía y Filosofía. Madrid:
Alianza Editorial.
_______ [1847] (1984). Miseria de la Filosofía. Madrid: Hyspamérica
Ediciones.
_______ [1857] (1990). Introducción General a la crítica de la economía
política/ 1857. Buenos Aires: Ediciones Carabela.
_______ [1864] (2002). El capital. Critica de la economía política. Tomo I,
Vol. I y II. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
Meiksins Wood, E. (2000). Democracia contra Capitalismo. La renovación
del Materialismo Histórico. México: Siglo Veintiuno Editores.
Weber, M. [1903] (1993). La ética protestante y el espíritu del capitalismo.
Barcelona: Ediciones Península.

(164)

También podría gustarte