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Misericordia y mision

Pbro. Dante De Sanzzi

El año Santo de la Misericordia nos invita a meditar acerca de la palabra “misericordia”, Pensamos
enseguida en las “obras de misericordia”. Si leemos el cap. 25 de Mateo hacemos una lista extensa sobre
las obras que debemos realizar y por las cuales el Señor nos preguntará el último día.

A las obras de misericordia, el profeta Isaías las llama “ayuno”, es decir, sacrificio que Dios quiere (Is 58, 6-8
). Pensamos que significan lo mismo, pero leyendo a Oseas lo diferenciamos (Os 6,6). Jesús mismo no
opone las dos palabras, pero tampoco las identifica.

Jesús nos enseña acerca de la misericordia, y lo hace por parábolas.

Las parábolas son como íconos, ventanas que nos permiten ver , asomarnos al misterio. No vemos todo
pero vemos bastante. Oculta algo pero insinúa bastante.

Las parábolas que nos enseñan sobre la misericordia nos hablan de la actitud de un buen misionero. Un
buen pastor que va a buscar la oveja perdida, una mujer que enciende una lámpara y barre la casa hasta
encontrar la moneda y de un padre que recibe un hijo que traicionó su confianza.

Las tres tienen elementos comunes. Hay algo que se pierde. El pastor, la mujer y el padre no se contentan
con lo que perdieron y tenían y querían, sino que buscan, esperan y reciben. Esto es ser misericordiosos y
misioneros. En el caso del padre hay un término que identifica la misericordia: “se le conmovieron las
entrañas” ( Lc 15,20).

Estas tres hablan del Dios misericordioso con nosotros. Estábamos perdidos y Dios nos ha buscado, nos
vuelve a buscar y nos va a seguir buscando. Para Él no es lo mismo cien ovejas que noventa y nueve, diez
monedas que nueve y dos hijos que uno. “Dios quiere que ninguno se pierda” (2 Ped 3,9).

Pero miremos la misericordia de Dios en la parábola del buen samaritano.

La parábola habla de un encuentro con un desconocido y por tanto no existe relación afectiva que existe
entre el pastor, la mujer y el padre que pierden algo. Tampoco es tan claro que haya tanta alegría en el
encuentro porque encontrarse no es el fruto de una búsqueda que dilata el tiempo y aumenta el deseo.

Acá hay tradicionalmente dos enemigos. Y sin embargo el samaritano se ocupa de atender al judío, su
“enemigo”.
Terminada la historia, el relato, Jesús devuelve la pregunta al maestro de la ley: “¿Cuál de los tres piensas
que que demostró ser el prójimo?” Estamos acostumbrados a pensar que el prójimo es el que sufrió el
robo y el que requiere de mi ayuda. La cuestión es: ¿ quién demostró ser el prójimo del herido?. No habla
de hacer cosas para ser prójimo, sino de ser. Claro que la misericordia nos mueve a cumplir obras.

La misión es comportarse como prójimo. Jesús no da pautas de cómo atender al necesitado, sino de ser, de
sentir nuestro corazón.

Hay que acostumbrarse a pensar que el prójimo en la parábola es el samaritano. El levita y el sacerdote, no
se hicieron prójimos, próximos, cercanos.

Si prójimo fuese el necesitado, una vez que recibe algo, ya desaparece el prójimo. Prójimo es el que deja
que se conmuevan las entrañas, reconocer en otro rostro, la posibilidad de hacer crecer el amor.

Al samaritano se le ofrece un momento oportuno: encontrarse con el herido y robado. Esto es ocasión de
actuación de la gracia para que toque el corazón. La gracia no es tanto para el herido.

Entendemos porque el Señor nos invita a ser misericordiosos y no de cualquier manera, sino como es Dios
(Lc 6,36). La misericordia se caracteriza por ser bondadoso con ingratos y perversos. El sol sale para buenos
y malos.

Ama al prójimo, al que está cerca. Aunque no sea amigo o hermano y sea un oponente, hay que amarlo
porque Dios se compadeció de nosotros y se hizo prójimo para salvarnos, cuando no somos dignos.

Dios nos busca. Nos hace compartir sus sentimientos que llevan a la cercanía, a la proximidad. Él, que es
rico en misericordia, quiere llenarme de sentimientos de misericordia para que yo sea como Él.

Vino a buscarnos y se hizo prójimo para entrenarnos para el Reino. Para ser capaces de misericordia,
debemos en primer lugar colocarnos a la escucha de la Palabra. Recuperar el valor del silencio para meditar
esa Palabra. Así contemplamos la misericordia de Dios y la asumo como propio estilo de vida.

Misionero y misericordioso es llevar una palabra y gesto de consolación a los pobres, a los prisioneros de la
esclavitud de la sociedad moderna; devolver la dignidad al que vive indignamente.

Jesús pide perdonar y dar. Ser instrumentos de perdón, porque recibimos primero. Ser generosos sabiendo
que Dios lo fue primero.

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