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1830 1880

LA CONSTRUCCION NACIONAL
Julio Djenderedjian

El proceso económico
Antes de 1810 no teníamos ni maquinistas, ni grabadoras, ni carroceros, ni fundidores, ni joyeros, ni
torneros, ni libreros; eran desconocidos los cafés, los clubes, los hoteles, las tiendas de lujo, los teatros, no
teníamos museos ni bibliotecas, ni banco ni casa de moneda. Por lo común comíamos en una misma fuente,
el mantel hacía de servilleta, bebíamos en un solo vaso, nos calentábamos en nuestros ponchos, nos
paseábamos en carretones, los tambores eran nuestro teatro, un combate de toros, la ópera
Ese siglo XIX había traído en efecto cambios asombrosos para la naciente Argentina. El epitome de las
transformaciones era la ciudad de Buenos Aires; y, si bien aún en 1880, en las provincias mas pobres las
tradiciones continuaban pautando los ritmos de la vida diaria, pronto la llegada del ferrocarril habría de
romper parte importante de esos atavismos.
Una lista de las mas importantes transformaciones del periodo 1830-1880 incluye:
- el afianzamiento de la apertura mercantil hacia el exterior (en vigor desde 1809), de la mano de una
creciente diversificación de importaciones y exportaciones, estas cada vez mas cruciales en la formación del
producto nacional;
- el desarrollo de la ganadería, primero vacuna y luego lanar, con crecientes niveles de eficiencia, y luego el
desarrollo de una agricultura moderna en expansión, cada vez más vertiginosa;
- los avances sobre las fronteras, que culminarían en 1878-1883 con el sometimiento total de los indígenas
independientes;
- el continuo mejoramiento de los transportes, que habría de culminar con el tendido de una completa red
ferroviaria;
- la expansión y consolidación de un sistema de derechos burgueses de propiedad;
- crecientes oleadas de inmigrantes europeos, que se amalgamaban con la sociedad local, insertándose en
las actividades más dinámicas y marcando el ritmo de vida de las ciudades.

Cambios de tal magnitud no habrían podido extenderse en tan poco tiempo sin generar conflictos o
dificultades, por ejemplo, algunas actividades tradicionalmente sólidas, como la agricultura, sufrieron por
el final de la esclavitud, por la escasez de mano de obra convocada por las múltiples situaciones bélicas, y
por el vuelco de los capitales hacia actividades mas rentables y menos riesgosas, solo a mitad de siglo,
mediante la incorporación creciente de maquinaria y procesos productivos modernos, esta actividad lograra
vencer esas limitaciones y trascender incluso los mercados locales a los que estaba ligada para
transformarse en un rubro importante en las exportaciones. Por otro lado, la desarticulación de las antiguas
rutas de comercio interior privo de moneda metálica a las más dinámicas plazas comerciales argentinas,
mientras las provincias interiores recurrían al metálico boliviano, de menor ley que el antiguo peso de plata
español, otras como Buenos Aires, y en menor medida Corrientes, se volcaron a las emisiones de papel
moneda fiduciaria, esto es sin respaldo en metal precioso, sufriendo la primera de los recurrentes ciclos de
inflación. Pero sin duda los problemas mayores habrían de enfrentarse cuando los desafíos de la
modernización alcanzaran plenamente las viejas pautas tradicionales de uso de los recursos: el acceso libre
a montes y aguadas, la ocupación de tierras sin títulos, las actividades incapaces de competir con la
producción a gran escala. Una a una fueron siendo desmanteladas por la acción de las nuevas fuerzas del
mercado y la puesta en marcha de un sistema claro y concreto de derechos de propiedad.

De un mosaico disperso a un mercado integrado

El proceso de conformación de un mercado nacional en Argentina se vio obstaculizado no solo por las
grandes distancias y los altos costos de los fretes, sino por la disgregación política que afecto al país hasta
1862. Las distintas provincias establecieron aduanas entre si, y los recurrentes conflictos bélicos
interrumpían las comunicaciones. Así mismo, para las provincias que lindaban con otras naciones era mas
sencillo y mas conveniente comunicarse a través de ellas con el mundo. Así mientras Mendoza y San Juan
reforzaban sus lazos con Chile, Corrientes y Entre Rios lo hacían con Uruguay y Brasil, y Salta, Jujuy y
Catamarca con Bolivia; cada una de ellas buscaba de ese modo importar y exportar a menor costo y con
mayor rapidez. Sin embargo, el gran mercado de Buenos Aires continuaba siendo, cuando las circunstancias
lo permitían, el punto más conveniente de conexión con ultramar, incluso para las provincias mas remotas.
Las exportaciones del interior encontraban también en Buenos Aires un punto de realización adecuado: el
papel moneda que allí circulaba no tenía aceptación en las provincias, que se manejaban con metálico
procedente de Bolivia; la buena demanda de este en Buenos Aires y la imposibilidad de retornar con otra
cosa que no fueran cargamentos de productos importados, aseguraba a la ciudad un papel preponderante
en los intercambios. Ese papel fue uno de los factores principales en el proceso de integración que habría de
marcar la segunda mitad del siglo XIX.

Hacia 1830 las distintas provincias argentinas eran todavía poco mas que un conjunto de ciudades,
separadas por largos caminos muy precarios, que recorrían vastas extensiones desiertas. Los contactos
mercantiles entre ellas eran llevados a cabo por comerciantes de muy variados fondos, que operaban con
altos costos de transporte, soportando los dilatados tiempos que demandaba la circulación de bienes y
noticias, y los riesgos interpuestos por posibles ataques de indígenas o bandoleros. Dadas esas dificultades,
los stocks de las tiendas locales tendían a cubrir consumos de periodos amplios, a fin de evitar quedarse sin
bienes a causa de algún súbito problema de abastecimiento; de esta forma se intentaba establecer grandes
márgenes de ganancia que cubrieran riesgos y costos, pero terminaban siendo reducidos por las
competencias más dinámicas. A mediados del siglo XIX parte importante del trafico comercial de las
provincias era entre sus contiguas, generando por consecuencia una débil especialización pautada por la
competencia regional: la única forma de sobrevivir era intentar producir algo distinto de lo que se elaboraba
en las vecinas, donde un clima y suelo similares a menudo no dejaban muchas opciones, los precios que se
fijaban tendían a ser los mas bajos posibles. La dimensión reducida de esos mercados y las dificultades de
comunicación originaban gran volatilidad cíclica en los precios.

En los años siguientes se ve un largo, progresivo y consistente proceso de integración de esos mercados
semiaislados, que culmina hacia inicios del siglo XX, cuando la red de ferrocarriles y caminos
complementarios alcanza su máximo nivel, y que, en complemento con la red fluvial, hicieron surgir
pueblos y explotaciones rurales, formando un tejido cada vez más denso en las extensiones semivacías de
las llanuras del centro del país.

El desarrollo de los transportes

Las necesidades de mejora fueron surgiendo por el aumento del tráfico, la expansión de la frontera, y la
consiguiente incorporación de nuevas zonas productoras. El fuerte aumento de la demanda de fletes para
satisfacer el creciente volumen movilizado saturo la capacidad de los medios de transporte tradicionales, y
provoco aumentos de precio que pusieron fuera de mercado a ciertos productos de gran volumen y bajo
valor unitario. Una barrica de harina enviada desde Estados Unidos a Buenos Aires tenia un flete de 1 peso,
el trigo necesario para producir la misma cantidad de harina, llevado a Buenos Aires desde una distancia de
alrededor 200 kilómetros tenía en ese entonces un costo de transporte de 2,20 pesos. Unos años mas tarde,
la misma carga enviada al mismo destino desde una distancia mejor costaba 3,30 pesos. La situación en el
interior era menos critica, pero también difícil: la expansión de la ganadería había impulsado la ocupación
de tierras, que se aceleraba con los avances sobre la frontera. Para mediados del siglo XIX los nuevos
problemas y los costos crecientes del transporte reclamaban un cambio cualitativo en el sistema de
comunicaciones.

Las rutas utilizadas en ese entonces eran mucho mas largas que las trazadas posteriormente. Los cambios
fueron encarados por diversos empresarios privados, cuya capacidad organizativa les permitió obtener
importantes resultados aun con fuertes limitaciones de capital. Si bien resultaba imprescindible poseer
fluidos contactos con los distintos niveles de gobierno, estos no eran capaces de aportar ni fondos ni
gerenciamientos de relevancia.

Al finalizar la década de 1840 comenzaron a implementarse viajes regulares en buques movidos por vapor
entre los diversos puertos fluviales. En los años siguientes, estos se difundieron con rapidez. En 1851
solamente tres vapores surcaban regularmente el Rio de la Plata, y en 1861 ya eran al menos veinticuatro.
Para finales de la década de 1860 ya era claro que la conexión a través de Rosario, combinando ferrocarril y
puerto fluvial, constituía la alternativa de menor costo. La navegación a vapor redujo considerablemente el
tiempo de viaje. Las décadas de 1860 y 1870 constituyeron la época de oro de los transportes por los ríos
interiores. Sin embargo, el medio de transporte moderno por excelencia, el ferrocarril, marcaria pronto una
verdadera revolución, y la apuesta por el desarrollo de puertos fluviales habría de ir perdiendo relevancia
hacia el final del siglo.

En Argentina las grandes distancias habían constituido un impedimento serio para el desarrollo de
inversiones ferroviarias. A la inversa de otros países, que contaban con valiosa producción agrícola o minera
exportable desde zonas cercanas a las costas marítimas, los productos agrícolas del interior argentino eran
de gran volumen y escaso valor unitario, lo que volvía imperioso abaratar los costos de transporte. Para ello
hacia falta unir esfuerzos entre el sector publico y el privado. La dirigencia liberal de mediados del siglo
tenia gran claridad sobre la necesidad del ferrocarril para construir la nación, ya que con el se esperaba
lograr por fin la integración económica de los distintos y dispersos espacios productivos. Pero cualquier
trazado de tal magnitud debía contar con el aval de las distintas provincias por las que pasaba, por lo que
fue necesario lograr primero la unidad política para encararlas.

El primer ferrocarril argentino fue así una línea suburbana en Buenos Aires, el Ferrocarril Oeste, de capital
privado local, abierto al publico en 1854. En 1862 comenzó a concretarse la ruta que unía a Rosario y
Córdoba, impulsado por el presidente de la nación unificada Bartolomé Mitre, que contaba con el
financiamiento necesario obtenido de capitales británicos, en 1870 el tramo se completó. Esta línea,
llamada Central Argentino, genero beneficios de gran importancia: permitió el desarrollo de vastas zonas
del interior, se pudieron realizar actividades agropecuarias en áreas adyacentes a la línea, aumento la
producción de los establecimientos ubicados más allá de la zona servida directamente por el ferrocarril,
permitió reducir los volúmenes de inventario y la lentitud en la rotación de capital. El Ferrocarril del Sur, de
capital británico, estableció la conexión entre la capital y los territorios de frontera, en 1880 fue la empresa
ferroviaria más grande del país, tanto por extensión como por la capacidad de volumen de carga
transportada. El rol del Estado nacional continuaba siendo crucial en la puesta en marcha de diversas
líneas, se buscaba generar medios de transformación económica y social, y así otros ferrocarriles fueron
construidos con fondos y gestión oficial del Estado nacional argentino. A partir de entonces, hacia finales
del siglo XIX, con las nuevas líneas de ferrocarril que permitían el poblamiento y desarrollo de actividades
económicas, la integración del país era ya un hecho.

Los avances sobre las fronteras

La lucha de fronteras, que también incluyo un intenso comercio e intercambio cultural entre indígenas y
criollos, había acompañado a los casi tres siglos de dominio colonial, pero no sobrevivió al siglo XIX,
durante el cual los avances criollos fueron cada vez mas significativos.

A diferencia de la expansión de Estados Unidos sobre sus fronteras del oeste, su similar en Argentina hacia
el sur y el norte no desemboco en la creación de nuevos estados o provincias, sino en la extensión del
dominio de las viejas estructuras políticas; estos se transformarán en gobernaciones dependientes del
Estado nacional, y solo muchos años después habrán de adquirir estatus de provincias autónomas. Este
rasgo peculiar implico que el dinamismo económico de muchas de esas tierras nuevas no tuviera un
correlato en transformaciones políticas, y los recursos que esas tierras nuevas generaban benefició a las
elites pertenecientes a las áreas viejas de ocupación. Los conflictos, aunque esporádicos, jalonaban cada
tanto estos avances: en 1839 un importante grupo de hacendados de Buenos Aires se levanto en armas
contra el gobierno provincial ante la imposición de impuestos en tiempos de crisis, en 1893 un conjunto de
agricultores protestó por razones bastante similares en Santa Fe. Entremedio, multitud de asonadas y
rebeliones encabezadas o con participación de hombres de las fronteras amenazaron a los gobiernos
provinciales, aumentando la inestabilidad e inseguridad. El afianzamiento del Estado nacional y de su
poder equilibrados y represivo fue haciendo perder fuerza a esas explosiones al filo del nuevo siglo.

La importancia de la inmigración extranjera

En torno a 1830 la llegada de inmigrantes al Rio de la Plata comienza a adquirir relevancia, la cual crecerá
continuamente a lo largo de la centuria. En las ciudades, la variedad de oferta de bienes y servicios permitía
la inserción de una amplia gama de artesanos, comerciantes y profesionales liberales. A estos extranjeros se
debía la introducción de muchas mejoras en la producción ganadera y agrícola, así como el desarrollo de
nuevos emprendimientos en el rubro. Con el tiempo se fueron desmoronando los viejos prejuicios
sostenidos contra los extranjeros con relación a su religión.

Hacia mediados del siglo XIX la población rural criolla de las provincias y sus grupos dirigentes
comenzaron a admitir las posibilidades de la inmigración extranjera como instrumento de transformación
económica y social. Pero las crisis introducían usualmente momentos de tensión, en que la súbita falta de
trabajo hacia que creciera el resentimiento de la plebe urbana y rural nacida en el país contra los
extranjeros, autores de cambios muy relevantes en las formas de vida. De todos modos, la tendencia a la
aceptación e integración de los extranjeros luego adquiere solidez.

La conformación de un mercado de tierras

La incorporación de nuevas tierras al patrimonio provincial desemboco en la casi inmediata venta de estas,
lo cual provoco la necesidad de contar con registros saneados y títulos. La disposición de las tierras publicas
fue bastante compleja, dado que, a falta de otros medios de pago, el gobierno había tratado a la tierra varias
veces como un botín político, y también por la puesta en marcha de un sistema de enfiteusis en la década de
1820 y su liquidación 20 años mas tarde.

La Ley de Enfiteusis, sancionada en 1826 por el primer presidente Bernardino Rivadavia,


como garantía del Empréstito Baring Brothers (1824) por el cual había hipotecado
tierras de propiedad pública, dio una solución a la imposibilidad de enajenar las tierras hipotecadas,
mediante el cual se arrendaban contra el pago de un canon; se permitía el establecimiento de
productores rurales que pagarían un canon (especie de arriendo) manteniendo la propiedad de la
tierra en manos del Estado. Si bien posteriormente se tomaron medidas para limitar la superficie
otorgada a cada enfiteuta y para asegurar el pago del canon, ni Rivadavia ni sus sucesores evitaron la
consolidación del latifundio.

El empréstito Baring Brothers: los fondos debían ser utilizados para la construcción del puerto de
Buenos Aires, el establecimiento de pueblos en la nueva frontera, y la dotación de agua corriente a la
ciudad de Buenos Aires. Rivadavia aceptó constituir un consorcio que representara al Gobierno de
Buenos Aires para la colocación del empréstito. El 1 de julio de 1824 se contrató con la Banca Baring
el empréstito por 1 000 000 de libras esterlinas. Como no se había especificado como llegaba el
dinero a Argentina, el consorcio informa a la Casa Baring que la mejor manera era enviando letras
giradas contra casas comerciales de prestigio que dieran garantías en Buenos Aires. No por
casualidad, una de esas casas comerciales era la de Robertson y Costas, dos miembros del consorcio.
Al final, del millón de libras que totalizaba el mismo, solo llegaron a Buenos Aires unas 570 000, en
su mayoría en letras de cambio y una parte minoritaria en metálico. El empréstito solo se pagaría
por completo ochenta años más tarde.

Ante el errático manejo de las tierras públicas por parte del gobierno provincial, Rosas encaro un proceso de
revisión de los dominios de títulos que contemplara tanto los tradicionales derechos de los ocupantes como
de los quienes habían debido emigrar por razones políticas. A su vez, trató de volver a consolidad la línea de
fronteras mediante el poblamiento, para lo cual se estableció un sistema de arrendamiento de las tierras
públicas que permitió disponer de ellas hasta que se resolvieran las dudas sobre los dominios. Los campos
al exterior de la línea de la frontera no pagarían arrendamiento hasta que no quedaran incluidos en la
misma. Desde entonces, y hasta la culminación de la lucha de fronteras en torno a 1880, se produjo un
importante desplazamiento de ganado hacia los territorios nuevos.

Ya fuera por los avances sobre la frontera o por reordenamiento de títulos, las provincias que pudieron ir
incorporando tierras al dominio publico las pusieron pronto en venta. La necesidad de fondos, la falta de
capital, y la difusión de la ganadería, provocaron que a menudo esas tierras fueran vendidas en grandes
bloques. La concentración de propiedad no duro demasiado porque una condición indispensable de la
puesta en valor era el poblamiento de las mismas y este solo se podía efectuar fragmentándolas. Este
proceso, junto con el desarrollo de la colonización, constituye el conjunto de factores que explican el
sustancial aumento de población que se registra en el siglo XIX.
A menudo en los avances sobre la frontera se superponían jurisdicciones de dos o más provincias, cada una
de ellas alegando posesión sobre determinadas tierras que una vez expulsados los indígenas eran pasibles
de ocupación. Por esto fue importante determinar los límites para poder disponer fehacientemente de esas
tierras. En 1878 el Estado nacional fijo por ley de coordenadas geográficas los límites de las tierras entre las
distintas provincias.
Si bien el proceso de valorización de la tierra ofreció impensadas oportunidades de capitalización para
muchos antiguos propietarios, durante los años 1860-1880 se fue haciendo claro que era indispensable
aumentar drásticamente la tasa de inversión por hectárea, a fin de no perder terreno ante las nuevas
actividades y explotaciones de carácter más intensivo que surgían por doquier. Para los productores
tradicionales, en especial de menor dimensión, no necesariamente estaban en condiciones de acumular el
capital imprescindible para modernizarse, o de poder pagar por él las altas tasas de interés existentes.
La producción rural
La destrucción del antiguo régimen monopólico derivo a evidenciar que la clave de la fortuna estaba en la
diversificación de las inversiones. En Buenos Aires el ciclo de inestabilidad traído por las guerras y la
depreciación de una moneda sin respaldo llevaron a que el capital buscara refugio en el sector productivo,
mediante la conformación de estancias de ganado, la expansión de la frontera ofreció tierras baratas y la
posibilidad de conformar unidades mucho más grandes que en las antiguas zonas.
Hacia 1840 comienza un ciclo de inversiones de mayor envergadura, y aumenta el tamaño de los
establecimientos, pero aun ese tipo de carne no era consumida en las grandes capitales europeas.
Desde la década de 1860 se incorporaron procesos de conservación de carnes y a partir del 1877 se comenzó
con la utilización del método de congelamiento a 30°. A partir de 1880 comenzó la exportación comercial
de carne congelada que dio inicio a la nueva etapa de la agroindustria argentina.
A las exportaciones de subproductos vacunos se fueron agregando los derivados del ovino, la demanda por
parte de los países europeos industrializados de lana para la confección textil industrial comenzó a hacer
subir su precio. A mediados del siglo XIX se conoce el boom de la actividad, potenciado por un ciclo de muy
altos precios. Entre los años 1850 y 1890 las ventas de lana representaron la mitad del valor total exportado
del país. Las características de la producción lanar, muy distintas del manejo de vacunos, provocaron
cambios en la organización del trabajo: adquirió importancia la figura del pastor de ovejas, a menudo de
origen británico, que organizaba la producción, cuidaba las majadas y recibía un porcentaje de las
ganancias, esto le permitía independizarse en poco tiempo, a diferencia de la figura del gaucho ligado con el
trabajo vacuno; también se amplió y modifico el papel de la mujer en las tareas rurales asalariadas, antes
casi monopolizadas por los hombres; permitió la incorporación de mujeres y niños para las tareas en la que
estos lograron ganar dinero extra.
Con respecto a la producción agrícola, desde 1830 hasta 1870 la Argentina importaba gran parte de su
consumo en harina. Entre los años 1810 y 1860 los precios del trigo transitan ciclos de fuertes oscilaciones.
Hasta los inicios de la década de 1840 los ciclos de altos precios no duraban lo suficiente como para generar
incursiones consistentes en la actividad, pero de cualquier modo algunas economías regionales con mejor
dotación de recursos pudieron disputar porciones de mercado a las harinas importadas.
Mendoza enviada ocasionalmente trigo a Buenos Aires. En las primeras colonias agrícolas (Santa fe Entre
Ríos 1857) comenzó a desarrollarse un cambio productivo llevada a cabo por empresarios privados con
algún apoyo por parte de los gobiernos locales. Las colonias agrícolas formadas al principio exclusivamente
por extranjeros evolucionaron desde módicos puestos que pretendían copiar granjas de tipo europeo, a
centros de producción especializada destinada a mercados externos, con importante incorporación de
innovaciones técnicas y maquinaria. Para 1877 la producción de trigos y harinas de las colonias, luego de
aumentos exponenciales, lograba expulsar la selectiva demanda de las ciudades a sus similares importados.
En 1881 contaba ya con una infraestructura de clasificación y selección de grandes cantidades de cereal que
permitía llevar a cabo exportaciones, colocando a Argentina como uno de sus grandes oferentes mundiales.
Las industrias y las producciones regionales
Entre los años 1830 y 1880 se vio el lento ocaso de las viejas artesanías del interior y el rápido desarrollo de
nuevas manufacturas ligadas al procesamiento de productos agrarios. Talleres y fabricas pasaron a
transformarse en establecimientos industriales, los saladeros en plantas de congelación, y los molinos de
harina con maquinaria cada vez más moderna fueron reemplazando a las antiguas tahonas movidas por
mulas, en 1845 aparece el prime molino a vapor.
Uno de los grandes cuellos de botella del desarrollo industrial argentino del siglo XIX fue la falta de
yacimientos minerales de calidad suficiente como para obtener hierro bajo las pautas tecnológicas de la
época. La demanda de elementos para los ferrocarriles y grandes construcciones debió así suplirse casi
siempre desde el exterior.
El debate por establecer tarifas proteccionistas no podía ir más allá del sostén a algunas producciones
regionales y a ciertas industrias puntuales. Desde 1830 el gobierno de Corrientes intento proteger las suelas
elaboradas en su provincia mediante el pedido de mayores impuestos aduaneros sobre las importadas. En
1836 el gremio de zapateros de Buenos Aires pidió la prohibición de las importaciones de calzado. Durante
la crisis de 1866-1867 varios emprendedores intentaron establecer una gran fabrica textil y presionaron
para obtener tarifas proteccionistas. Hasta la década de 1870, la industria del hierro seria quien pediría
insistentemente fomento oficial para su actividad. Ninguno de estos intentos logro vencer la paradoja de
que una mayor protección aduanera haría subir el costo de vida y por tanto los salarios, afectando de ese
modo la competitividad de los diversos sectores productivos.
Las viejas formas de producir en el interior continuaron resistiendo los efectos de la apertura comercial
hasta la llegada del ferrocarril. Hasta entonces formaban parte de un sistema productivo a pequeña escala,
pero en las nuevas condiciones ese sistema no podía sobrevivir: la integración de los mercados, la
producción masiva y la especialización determinaron para finales del siglo el ocaso de las viejas
producciones artesanales.
Las nuevas pautas de consumo urbano y rural
El impacto de las importaciones produjo que los productos manufactureros de origen británico llegaran a
ser artículos de primera necesidad. Con la creciente circulación de riqueza, comenzaron tímidos intentos de
sustitución de importaciones: maquinarias simples para el trabajo agrícola, artículos alimenticios, muebles
y adornos fueron saliendo en forma creciente de talleres y fabricas locales. Desde la década de 1840 los
inventarios de los comercios rurales diversificaron su oferta de bienes con otros de carácter exótico,
intentando así captar el gusto del habitante rural, dando cuenta del aumento en el poder de compra, y de la
creciente sofisticación de la demanda, a la que se sumaba la incorporación de inmigrantes extranjeros.
Las áreas de consumo comenzaron a desplazarse, y surgieron mercados para abastecer los barrios nuevos.
En Buenos Aires se multiplicaron los teatros, confiterías y cafés, y los clubes conformaron nuevos espacios
de sociabilidad para una burguesía en ascenso. En el interior los cambios fueron menos evidentes, aunque
de todos modos progresivos. Hacia finales del siglo, con la expansión de los medios de transporte
modernos, los nuevos objetos de consumo irían llegando hacia los pueblos más lejanos.
Crédito, moneda y finanzas
La crisis de independencia y la consiguiente pérdida del Alto Perú y de su producción de plata trajeron
aparejadas una creciente escasez monetaria. Producto de la guerra con Brasil, la emisión se multiplico,
perdiendo con celeridad toda relación con las reservas metálicas (el valor de la paridad del peso papel con el
peso de plata descendió). Las crisis más graves incluyeron bloqueos del puerto de Buenos Aires, que
dejaban a esta provincia sin medios para recaudar impuestos del comercio exterior. El papel reemplazo
pronto al metálico en la circulación, y solo se volvió a este en los periodos en que se intentó estabilizar la
paridad mediante sistemas de libre convertibilidad. En los momentos más activos del ciclo productivo, los
salarios y consumos que debían pagarse en dinero determinaban un aumento de la demanda de este, lo que
se veía reflejado en las tasas de interés y en la vuelta de la paridad con el metálico. Apenas asomaba una
crisis, el vuelco hacia el metálico traía niveles de pánico y especulación sobre la moneda.
Esta realidad monetaria persistió por largo tiempo, si bien el papel moneda de Buenos Aires se convirtió de
derecho en circulante en toda la Republica en 1861, su aceptación en el interior fue lenta y difícil. A partir de
cierto momento algunas provincias comenzaron a emitir sus propios papeles. A los bonos de deuda pública
se incorporaron pronto multitud de emisiones privadas. La reforma monetaria de 1881, que estableció el
peso moneda nacional regulado por una Caja de Conversión, solo logro el monopolio de su emisión.
Todavía a fines de la década de 1880 se veían múltiples medios de pago en circulación en las provincias,
algunos de países extranjeros. Esto muestra las dificultades para establecer un mercado de créditos.
Hasta 1854 solo existía un banco en Argentina destinado a sostener al gobierno con sus emisiones
fiduciarias, pero las casas comerciales actuaban como prestamistas principalmente mediante letras de
cambio. Desde mediados de la década de 1850 las formas de financiamiento fueron creciendo y tornándose
más sofisticadas, y surgieron banqueros particulares más especializados. Varios comerciantes y
emprendedores establecieron bancos que captaban depósitos emitiendo obligaciones, el dinero luego se
invertía en préstamos absorbidos por el gobierno y por productores y comerciantes. En la etapa de auge
entre 1860 y 1865 adquirió impulso el financiamiento de obras de infraestructura y proyectos de
colonización, por bancos que vendían obligaciones al público para así obtener dinero que luego se
destinaria a diversos proyectos de inversión.
El surgimiento de un verdadero mercado financiero puede datarse a partir de la aparición de los grandes
bancos por acciones. Entre los años 1863-1874 se vivió una expansión del crédito, en función de los bajos
costos del dinero traídos por la política de regulación monetaria encadara por el Estado nacional, y por el
ingreso de capitales extranjeros. Es una época de auge de los bancos privados, con la constitución de varios
destinados a captar los fondos ahorrados por los inmigrantes. Los banqueros y comerciantes que
financiaban proyectos mediante obligaciones y que no se hallaban respaldados por capitales importantes, se
encontraron en fuerte desventaja con respecto al naciente sistema bancario formal. Al tener sus recursos a
corto plazo y sus inversiones a largo plazo, si en momentos de incertidumbre aquellas inversiones eran
masivamente exigidas, no era posible volver líquidos en forma inmediata los fondos que las sustentaban. La
institucionalización bancaria fue transformando también los clásicos mecanismos de crédito mercantil. La
captación de depósitos resulto en este esquema un factor clave: los grandes bancos podían ofrecer mejores
condiciones que los comerciantes particulares, especialmente en lo que respecta a los depósitos de los
inmigrantes. En poco tiempo, estos pasaron a constituir el grueso ahorro local. Apoyando el dinámico
mercado de tierras creado por los crecientes proyectos de colonización, la década de los ochenta vería un
auge del crédito hipotecario.
Medio siglo de grandes transformaciones en la economía argentina
Desde mediados del siglo XIX la economía argentina creció en forma sostenida, a un ritmo que se aceleró a
partir de la década de 1880. La base de este crecimiento estuvo constituida por una serie de factores, entre
los que se destacan la expansión acelerada de la producción agropecuaria, el crecimiento de las
exportaciones, la modernización del sistema de transportes, en particular gracias a la construcción de los
ferrocarriles y el crecimiento de la población. Estos cambios afectaron la configuración del espacio y se
tradujeron en la formación de un mercado nacional, la Argentina se fue incorporando a un mercado
mundial crecientemente integrado como país agroexportador, productor y exportador de productos
agropecuarios.
Puede decirse que entre aproximadamente 1830-1850 se fueron acopiando necesarios elementos dispersos
con los que luego, en la etapa que corre entre 1850-1880, comenzarían a construirse los lineamientos
básicos del despegue económico posterior. Estos factores constituyeron parte imprescindible de un periodo
de avances concretos cuyos frutos comenzarían a ser plenamente evidentes en el futuro. Hacia 1880, el país
se preparaba para el periodo de mas espectacular desarrollo en su historia económica, época dorada que
habría de marcarlo para siempre. Pero las bases de ese rápido desarrollo se habían ido tendido durante las
décadas previas, donde se pueden reconocer solidos antecedentes.

CONQUISTA DEL DESIERTO

Rosas, encabezó la Campaña al desierto, conocida como la , entre los años


1833 y 1834, respondiendo a las demandas de sus colegas estancieros sobre los constantes robos de ganado
por parte de los indios. Fue una expedición militar financiada por la provincia y los estancieros bonaerenses
preocupados por la amenaza indígena sobre sus propiedades, la cual combinó la conciliación con la
represión. La campaña tuvo varios propósitos, todos ellos relacionados, que fueron: someter a la obediencia
criolla a los indígenas del desierto, terminar con los malones indios, rescatar a los cautivos en poder de los
aborígenes, incorporar tierras para la agricultura y la ganadería y efectivizar las soberanías provinciales
sobre los territorios.
Concluida la Campaña de Rosas al Desierto, este firmó tratados de paz con caciques, que se convirtieron en
aliados. Hasta la caída de Rosas en 1852, no hubo malones en la Provincia de Buenos Aires. El éxito de la
Campaña de Rosas implicó que muchas tierras fueron repartidas entre los expedicionarios como premios.
La Argentina se insertó en el mercado internacional como productora y exportadora de productos y varios,
y se despertó un gran interés por la Patagonia, considerada fuente proveedora de lana y carne ovina,
productos de exportación. De esta manera se planteó la necesidad de expandir la frontera, para como decía
un funcionario de la época reemplazar a los indios por ovejas , lo que desencadena 40 años más tarde en la
conocida Conquista del Desierto.
La Conquista del Desierto fue la campaña militar hacia los territorios indígenas de la Pampa central y la
Patagonia entre 1878 y 1885, y consistió en el exterminio de los pueblos originarios y apropiación de tierras
para expandir las fronteras.
El gobierno de Avellaneda, a través del ministro de guerra Adolfo Alsina, impulsó una campaña para
extender la línea de frontera hacia el Sur de la Provincia de Buenos Aires. El plan de Alsina era levantar
poblados y fortines, tender líneas telegráficas y cavar un gran foso, conocido como la «zanja de Alsina», con
el fin de evitar que los indios se llevaran consigo el ganado capturado. Antes de poder concretar del todo su
proyecto, Alsina murió y fue reemplazado por el joven general Julio A. Roca, el cual aplico un plan de
aniquilamiento de las comunidades indígenas a través de una guerra ofensiva y sistemática.
El plan se realizó en dos etapas, en 1878 el ejército de Roca lograba sus primeros triunfos capturando
prisioneros y rescatando cautivos. En 1879 se preparó el último tramo de la conquista, pocos días después,
Roca regreso a Buenos Aires para estar presente en el lanzamiento de su candidatura a presidente de la
República por el Partido Autonomista Nacional. En 1885 lograron la rendición definitiva de los aborígenes
neuquinos y rionegrinos.
El saldo fue de miles de indios muertos, catorce mil reducidos a la servidumbre entre la clase dirigente de la
época, y la ocupación de tierras, que se destinarían, teóricamente, a la agricultura y la ganadería. Las
enfermedades contraídas por el contacto con los blancos, la pobreza y el hambre aceleraron la mortandad
de los indígenas patagónicos sobrevivientes.

y lo llevó a la presidencia de la república. Para el Estado nacional, significó la apropiación de millones de


hectáreas. Estas tierras fiscales que, según se había establecido en la Ley de Inmigración, serían destinadas
al establecimiento de colonos y pequeños propietarios llegados de Europa, fueron distribuidas entre una
minoría de familias vinculadas al poder, que pagaron por ellas sumas irrisorias. Algunos de ellos se
dedicarán a la explotación ovina poblando el desierto con ovejas; otros dejarán centenares de miles de
hectáreas sin explotar y sin poblar, especulando con la suba del precio de la tierra.

ARGUMENTOS PARA DEFENDER LA CAMPAÑA DE


ROCA Y SU ROL EN LA CONFIGURACION DEL
ESTADO ARGENTINO
Juan José Cresto

El tema indígena es complejo, porque abarca regiones muy diferentes, desde los paisajes andinos atípicos
hasta la cuña boscosa del Chaco, con razas que no eran ni son comparables, como los diaguitas, los abipones
o los mapuches. En el Sur, los pueblos araucanos procedían de Chile e ingresaron al hoy territorio nacional
hacia principios del siglo XVIII, según lo refieren numerosos historiadores de ese país, algunos con carácter
reivindicatorio.

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